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 entrevista a Didi-Huberman por Pedro G. Romero Revista Minerva – 2007 © Pedro G. Romero, 2007. Entrevista publicada bajo una licencia Creative Commons Cuando la imagen toca lo real. Bajo este emblema me emplazan en Madrid a entrevistar a Georges Didi-Huberman. Es una conversación que estaba destinada a tener lugar. Hace algunos meses, Georges me anunció que vendría a Sevilla durante la Semana Santa, a ver imágenes, claro. Son ya algunos años de amistad, flamencos de por medio, los que van dando continuidad a conversaciones como ésta. Finalmente, aplazó su viaje a Sevilla y su deseo de ver las imágenes por la calle. Estamos en Madrid, en el último piso del Círculo de Bellas Artes y el paisaje visual –el cielo de Madrid de día parece contradecir el imaginario acuñado en décadas pasadas: estructuras de anuncios luminosos ahora apagados y envaradas diosas clásicas sin hijos– es otro, más reprimido, más protestante si cabe. Nuestra última conversación dejó en el aire la palabra «mosaico», en su doble acepción. Por un lado, lo monolítico, lo compacto, el orden y la ley. Por el otro lo fragmentario, lo troceado, las miles de teselas que conforman, aquí y allá, por ejemplo, nuestra conversación. Planteas una apertura en dos polos: por un lado hablas de Roland Barthes y su defensa de la importancia de la imagen y de la fotografía como algo que presenta lo real, que da testimonio directo de ello, y, por otro lado, hablas del descrédito de la fotografía en el espectáculo, de la sospecha que levantan Guy Debord –de forma terrorífica– y Jean Baudrillard –en clave más retórica–. Son dos posiciones antagónicas, y me gustaría saber si tu propuesta de lectura de la imagen busca acercar posturas, hallar un lugar intermedio de consenso o si, por el contrario, pretendes trabajar manteniendo a la vez las dos aseveraciones, paradójicamente, con la contradicción de acreditar ambos discursos. En efecto, el curso comienza a partir de una situación polémica que, en mi opinión, no se resume en la oposición Barthes versus Baudrillard, sino que está ya en el propio Barthes, donde conviven una especie de ontología de la fotografía –la fotografía sería el lugar donde se capta, bajo la forma de un fantasma, la verdad del ser– y una retórica. Diría que esta doble posición, a la vez crítica –cuando se afirma que hay ahí una retórica, se está siendo crítico– y de confianza –pues confianza es lo que implica una ontología de la imagen–, estaba ya, por lo demás, en Walter Benjamin. Por mucho que, en un artículo sobre la fotografía, haya dicho que el aura está decayendo y que él ya no la busca, lo cierto es que la sigue buscando, que persigue lo que él llama el salto de la autenticidad, el Ursprung, es decir, el origen. Ahora bien, esto no quiere decir que en Benjamin haya una ontología de la imagen, lo que quiere decir es que mantiene una cierta confianza en la relación entre la imagen y lo

Didi Huberman Entrevista de Romero[1]

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entrevista a Didi-Hubermanpor Pedro G. Romero

Revista Minerva – 2007 © Pedro G. Romero, 2007.Entrevista publicada bajo una licencia Creative Commons

Cuando la imagen toca lo real. Bajo este emblema me emplazan enMadrid a entrevistar a Georges Didi-Huberman. Es una conversaciónque estaba destinada a tener lugar. Hace algunos meses, Georgesme anunció que vendría a Sevilla durante la Semana Santa, a verimágenes, claro. Son ya algunos años de amistad, flamencos de pormedio, los que van dando continuidad a conversaciones como ésta.

Finalmente, aplazó su viaje a Sevilla y su deseo de ver las imágenespor la calle. Estamos en Madrid, en el último piso del Círculo deBellas Artes y el paisaje visual –el cielo de Madrid de día parececontradecir el imaginario acuñado en décadas pasadas: estructurasde anuncios luminosos ahora apagados y envaradas diosas clásicassin hijos– es otro, más reprimido, más protestante si cabe. Nuestraúltima conversación dejó en el aire la palabra «mosaico», en su dobleacepción. Por un lado, lo monolítico, lo compacto, el orden y la ley.Por el otro lo fragmentario, lo troceado, las miles de teselas queconforman, aquí y allá, por ejemplo, nuestra conversación.

Planteas una apertura en dos polos: por un lado hablas de

Roland Barthes y su defensa de la importancia de la imagen yde la fotografía como algo que presenta lo real, que datestimonio directo de ello, y, por otro lado, hablas deldescrédito de la fotografía en el espectáculo, de la sospechaque levantan Guy Debord –de forma terrorífica– y JeanBaudrillard –en clave más retórica–. Son dos posicionesantagónicas, y me gustaría saber si tu propuesta de lectura dela imagen busca acercar posturas, hallar un lugar intermediode consenso o si, por el contrario, pretendes trabajarmanteniendo a la vez las dos aseveraciones, paradójicamente,con la contradicción de acreditar ambos discursos.

En efecto, el curso comienza a partir de una situación polémica que,en mi opinión, no se resume en la oposición Barthes versusBaudrillard, sino que está ya en el propio Barthes, donde convivenuna especie de ontología de la fotografía –la fotografía sería el lugardonde se capta, bajo la forma de un fantasma, la verdad del ser– yuna retórica. Diría que esta doble posición, a la vez crítica –cuandose afirma que hay ahí una retórica, se está siendo crítico– y deconfianza –pues confianza es lo que implica una ontología de laimagen–, estaba ya, por lo demás, en Walter Benjamin. Por muchoque, en un artículo sobre la fotografía, haya dicho que el aura estádecayendo y que él ya no la busca, lo cierto es que la siguebuscando, que persigue lo que él llama el salto de la autenticidad, el

Ursprung, es decir, el origen. Ahora bien, esto no quiere decir que enBenjamin haya una ontología de la imagen, lo que quiere decir esque mantiene una cierta confianza en la relación entre la imagen y lo

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real. Pero, por supuesto, en Benjamin está también toda la crítica dela imagen tal y como es utilizada. Es posible que estos dos aspectospolémicos coexistan en todos los grandes comentadores de laimagen. En cambio, cuando alguien como Baudrillard llega hasta elextremo de rechazar tajantemente toda relación entre la imagen y lo

real en nombre del simulacro, está yendo demasiado lejos. Nocomparto ese cinismo extremo que consiste en decir que, puesto quees una foto, es falso. El caso de Debord es más complicado, porqueaunque critica esa confianza, no podría hacer su trabajo sin elaborarsu propio atlas de imágenes; Debord utiliza la imagen, la desplaza.

Ahora bien, ¿quiere todo esto decir que yo intento buscar elconsenso?, ¿alcanzar un término medio? No, no lo creo en absoluto.Pienso, simplemente, que hay que dialectizar las posiciones, lo cualno significa encontrar la calle de en medio, sino reconocer que hayimágenes repugnantes que hay que criticar violentamente, pero queno todas las imágenes son así. Y que, justamente –y esto es

especialmente importante hoy, que hay tantas imágenes a nuestroalrededor–, se trata de buscar las que nos pueden ayudar a pensar.Por lo demás, se puede decir exactamente lo mismo de la palabra.Joseph Goebbels y Paul Celan utilizan las mismas palabras; sólo hayque saber distinguir un caso del otro.

Utilizas, a mi juicio de forma muy fructífera, el psicoanálisisde la imagen como una herramienta de análisis, en la queestán presentes tanto Sigmund Freud como Jacques Lacan.Diría que en este último se da también esa ambivalencia, esedoble juego de lo que por un lado es retórica y por otro ladoes terror: lo real es presentado como lo terrible, pero, ese

mismo discurso es, en muchas ocasiones, criticado orechazado como pura retórica. Esa misma sospecha sobre lasimágenes y sobre las palabras de la que has hablado estambién la sospecha sobre el psicoanálisis, sobre Freud oLacan, la sospecha que despierta en la comunidad científica lafilosofía que los tiene en cuenta. En este sentido, ¿hasta quépunto se puede utilizar toda esa retórica para extraercapacidad de verdad, la posibilidad de hablar del origen?¿Hasta qué punto «lo peor» del discurso del psicoanálisispuede ser revertido en positivo como herramienta útil paraleer la imagen?

Cuando la sospecha se transforma en puro rechazo, se convierte enparanoia. En la polémica sobre la imagen que he mantenido enFrancia con ciertos teóricos lacanianos y neolacanianos, he creídosiempre advertir un movimiento que va de la sospecha generalizadaal rechazo ontológico, en una suerte de proceso paranoico. Siempreque la sospecha conduce al rechazo, es porque se le está pidiendodemasiado a la cosa de la que se sospecha. No se puede pedirdemasiado al psicoanálisis como tampoco se puede pedir demasiadoa la imagen; basta con los fragmentos, con los pequeños momentos.Se puede decir que la imagen es una herramienta para lamanipulación, pero eso sólo es cierto si soñamos con un signo sinmanipulación, algo que no existe. En cuanto a mi utilización delpsicoanálisis –lo diré muy rápidamente– se trata de un uso crítico yno clínico. Uno de los conceptos más importantes en mi trabajo es elde «síntoma», pero eso no quiere decir que busque aquello que

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causa o produce dicho síntoma, no busco el «síntoma de» ni digo quela sociedad es más bien esquizofrénica o más bien histérica. Lo quebusco en realidad, y en ello se basa mi utilización del psicoanálisis,son los propios síntomas. Tú me hablas de capacidad de verdad, y yolo que digo es que esa capacidad de verdad hay que temporalizarla,

hay que entender que sólo ocurre en momentos muy breves. Lo diceBenjamin: es un destello, un destello momentáneo, que dura sólo uninstante. Y eso es lo que me interesa. Hace poco he acabado un textosobre la imagen como mariposa. Si realmente quieres verle las alas auna mariposa primero tienes que matarla y luego ponerla en unavitrina. Una vez muerta, y sólo entonces, puedes contemplarlatranquilamente. Pero si quieres conservar la vida, que al fin y al caboes lo más interesante, sólo veras las alas fugazmente, muy pocotiempo, un abrir y cerrar de ojos. Eso es la imagen. La imagen esuna mariposa. Una imagen es algo que vive y que sólo nos muestrasu capacidad de verdad en un destello.

Hay una consideración de Giorgio Agamben en torno a laimagen que me parece pertinente; afirmaba que Aby Warburgno trabajaba sobre las imágenes, sino sobre el gesto, yrecriminaba muy duramente a toda la corriente iconológica –aEdgar Wind, a Erwin Panofsky o incluso a Ernst Gombrich– elhaber falsificado, de alguna manera su trabajo al reducirlo ameros signos, indicios, iconos, cuando la propuesta deWarburg era de relaciones, era un trabajo de gestos, demomentos. Tu mariposa.

Creo que la oposición es, en efecto, entre la imagen como gesto –yesto es Warburg, una antropología de la imagen viviente– y una

iconología empobrecida que sólo intenta ver signos en las imágenes,y no gestos. Por eso el «síntoma» es tan importante para mí, porquees un concepto semiótico –habla del significado–, pero es tambiéncorporal. Y esto es precisamente lo que es un gesto: un movimientodel cuerpo que está investido de cierta capacidad de significado o deexpresión. Por lo tanto, lo que nos interesa es, en realidad, lo queocurre entre el mundo de los signos y el mundo del cuerpo. Eso esuna imagen. Cuando los iconógrafos se interesan únicamente por lasimágenes como emblema de una idea, entramos de lleno en el reinodel concepto, en un ámbito totalmente abstracto.

Me gustaría abundar en esta genealogía de tu trabajo, en la

importancia de los archivos de imágenes y en la manera derecopilarlas del Atlas Mnémosyne, de Aby Warburg; de losPassagen-Werk, de Walter Benjamin y de la edición de losDocuments, de Georges Bataille. ¿Cuál es la relación de tutrabajo, de tu proyecto de arqueología –hablamos de MichelFoucault, claro– con estos grandes atlas de imágenes?

Mi relación con Foucault es más que positiva, es fundamental; lo quesucede es que Foucault ha constituido archivos de discursos y, en elfondo, la tarea de constituir archivos de imágenes es más difícil. Loshistoriadores, por ejemplo, siempre dicen que les cuesta másclasificar imágenes que textos. Aunque sólo sea porque un texto, al

menos, se puede clasificar alfabéticamente, mientras que para lasimágenes no hay alfabeto, no hay un criterio dado que te permitasaber cómo vas a clasificarlas. La cuestión del archivo es

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absolutamente fundamental porque es lo que determina la forma dela historicidad. No se puede hacer una verdadera historia de lasimágenes siguiendo simplemente el modo de la crónica lineal, de lacrónica cronológica, por la simple razón de que una sola imagen –aligual que un solo gesto–, reúne en sí misma varios tiempos

heterogéneos. De manera que para historizar las imágenes hay quecrear un archivo que no puede organizarse como un puro y simplerelato, puesto que es algo fatalmente más complejo. Y en estesentido, es extremadamente interesante ver que en los años 1920-1930 –una época revolucionaria–, diversos historiadores opensadores situaron el problema de la imagen en el centro de supensamiento de la historia y concibieron atlas o sistemas de saber deun género completamente nuevo: Warburg, Benjamin, Bataille y unlargo etcétera. Y que exactamente en el mismo momento surgía en elterreno artístico un verdadero pensamiento del montaje: SergeiEisenstein, Lev Kulechov, Bertolt Brecht, los formalistas rusos. Meparece muy importante que en un momento en el que la historia de

Europa está siendo sacudida completamente, haya pensadores yartistas que se replantean la historia en términos de estallido yreconstrucción, que es a lo que podemos llamar –así lo llamo yo–conocimiento por el montaje. Benjamin decía que una verdaderahistoria del arte no debe contar la historia de las imágenes, sinoacceder al inconsciente de la vista, de la visión, algo que no puedelograrse a través del relato o la crónica, sino por medio del montajeinterpretativo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en un psicoanálisis: sehacen montajes interpretativos y en la reunión de dos cosas muydistintas surge una tercera que es el indicio de lo que buscamos.

Victor Sklovski dice que no importa saber qué son las

imágenes sino cómo funcionan, y es evidente que, para podermontar imágenes, es necesario olvidarse de qué son, de quésignifican exactamente, y hay que conocer, en cambio, cuálesson sus posibilidades, su funcionamiento. En este sentido,¿hay en tu trabajo una voluntad de abandonar esa preguntapor la ontología, por el «qué es» de la imagen?

Por supuesto que sí. Cuando hablo de que «las imágenes puedentocar lo real», quizás tendría que precisar que en esta idea hay unapostura paradójicamente inversa a toda tentativa de ontología de laimagen. No creo que sea posible, ni interesante, hacer una ontologíade la imagen; de hecho, creo que intentarlo fue el gran error deBarthes. Casi diría que es un falso problema. De forma que cuandoalguien habla de La Imagen , así, con mayúsculas, como suelenhacer los filósofos, yo no entiendo de qué están hablando, ypregunto: pero, ¿de qué imagen hablas?, ¿cuál imagen?, ¿cuántasimágenes? Jean Luc Godard, por ejemplo, dice que no hay unaimagen sino, por lo menos, dos y, en general, suele haber tres. Esdecir, para hacer un montaje tiene que haber un choque entre dosimágenes y, generalmente, de este choque surge una tercera. Así pues, La Imagen no existe, no me interesa. En realidad, como dices–estamos completamente de acuerdo en esto– lo que hace falta paracomprender una imagen es ver cómo trabaja en casos muy precisos.A mí la imagen sólo me interesa como herramienta de trabajo o de

 juego, que es lo mismo. Trabajo en el sentido de Freud. En francés alparto se le llama trabajo. Algo magnífico.

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  Volviendo un momento sobre Foucault y su relectura delarchivo, curiosamente, después de haber revisado archivosmarginales, después de haber dado la vuelta a los archivospunitivos, Foucault nos invita a sospechar del archivo mismo,a pensar que lo importante en el archivo es precisamente lo

que falta. En esa misma línea, tú has insistido mucho en loshuecos del archivo, en sus sombras. Sin embargo, ahora queel archivo está al orden del día, que es casi un lenguaje demoda, por ejemplo en el mundo del arte, se ha difundido unaidea del archivo como obra total, que alcanza a registrar todaslas experiencias, cuando la importancia de esos tres archivosde los que hablamos –Mnemosyne, Passagen-Werk,Documents– pasa precisamente por sus debilidades: soninteresantes porque están llenos de agujeros. En definitiva, elinterés por el archivo es paradójico, ya que parece que nosson más útiles los archivos que no son archivos, que sonbásicamente anarchirvos, antiarchivos…

Sí, es una cuestión muy interesante. Diría que la sospecha quesuscita la imagen es la misma que suscita el documento y la mismaque despierta el archivo. No es casualidad que la polémica quemantuve con Claude Lanzmann, el director de Shoah, fuera con unapersona que ha leído a Foucault y que ha leído a Lacan. La cuestiónes –intentaré ser preciso– que hay al menos dos autores –MichelFoucault y, todavía más precisamente, Michel De Certeau– que hanhecho una crítica del archivo en tanto que aspiración a contener uncierto estado del mundo, tal como se pretendía en el Renacimiento. Yen su crítica nos advierten de que el archivo es algo construido ycensurado, que está lleno de lagunas, que la clasificación es ya una

interpretación y que, por tanto, induce ciertos efectos hermenéuticos.El archivo no es neutro ni tampoco es ingenuo, el archivo no es unestado edénico del documento. Ahora bien, lo que ha ocurrido es queel pensamiento postmoderno se ha dicho: bueno, si Foucault hacriticado el archivo –y lo de tomar una idea europea y absolutizarlaes algo muy típico de las universidades norteamericanas–, eso quieredecir que la historia es ficción; y si Derrida ha dicho que la escriturafilosófica o incluso la escritura de la historia están íntimamenteligadas a la literatura, eso quiere decir que la filosofía y la historiason ficción. Pero, claro, si esa sospecha se lleva tan lejos, terminasiendo perfectamente posible e incluso legítimo decir, por ejemplo,que los campos de concentración no han existido. Así pues, meparece que esta crítica de la historia, esta relativización extrema quedesemboca por la izquierda en Baudrillard y por la derecha en elnegacionismo revisionista, es sumamente peligrosa. Es decir, creoque es fundamental recoger la crítica y la sospecha, pero no comorechazo: hay una gran diferencia entre criticar y rechazar. Creo, portanto, que hay que mantener una relación con el archivo, hay quetrabajar con él; no se puede ser ingenuo, pero tampoco se puededesdeñar la diferencia entre documentos y ficciones: hay que sabercuándo se trabaja con unos y cuándo con otras. En estos términos sedesarrolla el debate que han mantenido, por ejemplo, CarloGinzburg, muy cercano a Warburg y en absoluto ingenuo, y HaydenWhite que decía que, puesto que en esas estamos, la historia misma,la disciplina histórica, no es ya más que una ficción. Ginzburg, que

niega tajantemente que pueda equipararse historia y ficción, sostieneque la afirmación de que todo es relativo es la mejor manera de no

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posicionarse nunca, cuando en ciertos momentos es imprescindibletomar postura acerca de una realidad histórica. En definitiva, no setrata de decir si es cierto o es falso, sino de la necesidad deposicionarse acerca de lo real.

Sin embargo, ayer en tu conferencia hablaste de Morelli –elinspirador del método indicial de Carlo Ginzburg– como«policía», mientras que ahora has hablado del trabajo deGinzburg como «política», y me viene a la cabeza elproductivo distingo que hace Jacques Rancière entre policía(en un sentido neutro, no peyorativo) y política como dospolos de una tensión necesarios. Rancière es muy claro alrespecto: cuando existe la policía no hay política. Pero, encierto modo, parece haber una continuidad, en el sentido deque política y policía están anudados, de que la política notiene objeto propio y aparece en un lugar previamenteocupado por la policía…

Bueno, ahora me veo obligado a hacer un movimiento un tanto sutilpara indicar que, si en la pregunta anterior estoy de acuerdo conGinzburg contra Hayden White, en la pregunta presente estoy encontra de Ginzburg en un punto muy concreto pero muy importante,que es su artículo sobre el paradigma indiciario, la huella, dondeargumenta que hay una suerte de unidad del conocimiento porhuellas que vincularía, por un lado, a Morelli o a Sherlock Holmes y,por otro lado, a Warburg y Freud. Ginzburg sostiene que es lomismo, mientras que yo digo que no es igual en absoluto. A mi modode ver, Morelli y Holmes son la policía mientras que Warburg y Freudson la política. ¿Por qué? Porque Morelli, como Holmes, busca en los

detalles desapercibidos, en las pequeñas cosas, el nombre delculpable, y una vez obtenido el nombre, la investigación se acaba:termina el relato de Sherlock Holmes y termina el de Morelli cuandodice «esto no es Leonardo Da Vinci sino que es Boltraffio». Una vezalcanzado el nombre, la interpretación se detiene; pero lainterpretación no es eso. Cuando haces un psicoanálisis, de repentedices «¡mamá!», y sí, sin duda «mamá» también es un nombre,pero, ¿se ha acabado con ello el psicoanálisis? No, justamente estáempezando, el verdadero trabajo de interpretación comienza ahí. Lafunción del detalle en una economía policial es únicamente la de daruna clave para llegar al nombre, y esto es lo que ocurre en todos losiconógrafos. Mientras que en el tipo de trabajo que yo defiendo, unavez que tienes esa clave, la utilizas para abrir una puerta que va adar a otra puerta, que a su vez va a dar a otra, en una redinterminable: Borges, arborescencia, árbol, ramas, tramas… es lo queLacan llama la cadena significante. Son, pues, dos cosas totalmentedistintas.

Es curioso, es la misma discrepancia que mantiene conGinzburg desde las arbóreas selvas chiapanecas elSubcomandante Marcos, en una famosa charla vía e-mail…Pero no me gustaría ser injusto con Morelli, al que le tengo unespecial aprecio: él mismo sospechaba de su método. Se pusoun nombre ruso, Iván Lermolieff, para marcar una ciertadistancia exótica; publicaba en alemán, la lengua dominanteen el campo de las ciencias…

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Sí, sí, es un personaje de novela. Es interesante que Ginzburgequipare a Giovanni Morelli con Sherlock Holmes, y ambos sonficciones, mientras que Warburg y Freud existen realmente…Sí, pero a lo que yo iba es a que el propio Morelli sospecha de sumétodo: tiene que cubrirlo con disfraces de prestigio de la época –la

lengua alemana, un nombre ruso– para que se le tenga en cuenta y,después, pasa al olvido. Tiene algo de jugador que se da cuenta delpeligro de hacer trampas en el juego, pero es con ese truco con elque tiene que ganarse la vida. Abandona la profesión y se dedica a lapolítica. En definitiva, lo que me interesa señalar es quenecesariamente hemos de sospechar de las herramientas con las quetrabajamos, no podemos aceptar que sean presentadas comoverdades absolutas…

Claro, claro. Por ejemplo, Warburg utiliza como herramientala fotografía pero sabe muy bien que cuando fotografías, porejemplo, un fresco de Miguel Ángel, pierdes el espacio,

pierdes el color, pierdes mucho.

Estoy absolutamente de acuerdo contigo en que hay que mantenersiempre una actitud crítica –y prefiero la palabra crítica porque, enfrancés, la palabra «sospecha» me resulta demasiado paranoica– entorno a las herramientas que utilizamos. Precisamente, SherlockHolmes jamás duda de su instrumento: su magnifiying glass, su lupa.Mientras que por el lado de Warburg, de Freud, de Lacan o de EdgarAllan Poe siempre hay una desconfianza. En La carta robada, frente ala magnifiying glass, el personaje se pone gafas oscuras: se trata deaceptar ver menos, de aceptar verlo todo gris, pero terminarencontrando lo que se busca, la verdad.

También debemos tener cuidado con las gafas, con las gafasnegras o de otro tipo que usamos para protegernos de lo real,de las imágenes terribles de la guerra o del holocausto. Haymuchos artistas en España que, por ejemplo, trabajan sobrelos atentados del 11 de septiembre en Nueva York y, sinembargo, sobre el terror más cercano, sobre el terrorismo deETA o sobre los atentados de Atocha, apenas hay trabajos atener en cuenta…

Por supuesto, es mucho más fácil trabajar sobre el 11 de septiembre,porque es «bonito»: son las gafas con las que uno lo ve –televisión,

vídeo, internet– las que lo hacen «bonito», demasiado bonito… EnFrancia ocurre lo mismo. Llevo tiempo buscando a un artista quehaya trabajado sobre la guerra de Argelia, nuestra guerra terrible,olvidada, pero es inútil, no hay buenos trabajos sobre la guerra deArgelia. Y para saber es preciso imaginar, es nuestra obligaciónimaginar el infierno…

En Alemania sí que hay obras importantes de Gehrard Richtero de Peter Feldman sobre la banda Baader-Meinhof, mientrasque entre nosotros el único artista capaz de abordar estosasuntos sigue siendo Goya: en una exposición sobre laviolencia en el museo Artium de Vitoria, el director del museo,

Javier González Durana, hizo un trabajo sencillo de bricoleur,poniendo imágenes de los grabados de Goya de los desastresde la guerra junto a fotos periodísticas sobre el terrorismo. Lo

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hizo como un juego, como unas notas a una exposición sobrela violencia, y fue lo único en toda la muestra que, sinevasiones ni retóricas, hablaba directamente de la violencia,del terror, del terrorismo en España. ¿Por qué es tan difícilcuando es cercano, cuando te apela directamente?

No lo sé, estoy de acuerdo en que es muy difícil, y, desde luego, ésees el trabajo que hay que hacer.

Bueno, sigamos de algún modo con Goya o, al menos, conMadrid: no podemos dejar pasar la ocasión de hablar deflamenco, esa música que tanto te embarga. Estamos,además, en una institución de lustre, ilustrada y, por tanto,anti-flamenca –siempre hay excepciones claro, recuerdo haceunos años haber estado aquí con Carmen Linares, José ÁngelValente y Mauricio Sotelo, todos juntos en el mismoescenario–, como suelen ser las instituciones ilustradas en las

provincias del Imperio. ¡Ah!, la tradición orteguiana contra laquincalla meridional… Pues bien, Giorgio Agamben hablaba dela importancia que tenía para él la imagen en el flamenco, dela capacidad del flamenco de construir imagen, de fijarla para,inmediatamente, desplazarla, ponerla a andar; de lacapacidad que tiene la imagen en el flamenco de deshacerse yvolverse a hacer. Lo decía hablando del baile, de formaevidente –es lo que los propios flamencos llaman «hacer laestampa»–, pero también se refería a la música, a lautilización de los silencios como momentos en los que sedetiene el sonido –un poco en el sentido que le daba LuigiNono–, y se produce una intensidad que convierte la voz en

un sonido puro pero que, a la vez, es como una imagen, unaimagen de una gran densidad de significado…

Cuando vine por primera vez me ofrecieron la posibilidad de traduciruno de mis libros y, naturalmente, propuse La danseur dessolitudes , un libro escrito a partir de Arena, el baile flamenco deIsrael Galván, y que es un recorrido por la imagen en movimientomuy enraizado en la tradición: Juan de la Cruz , José Bergamín,Federico García Lorca… La respuesta no fue sobre el libro. Medijeron: «No, de flamenco no». Así que tienes toda la razón, siguehabiendo sitios anti-flamencos. Pero la comparación me interesa:tenemos anti-flamenco = Bellas Artes. Y a mí lo que me interesa del

flamenco es precisamente su posición anti-Bellas Artes, es decir, sumanera alternativa de componer las relaciones entre las artes.Porque, ¿qué quiere decir Bellas Artes? El origen hay que buscarlo enla distinción anterior al Renacimiento entre artes mecánicas –las dela mano, el cuerpo, la pintura– y las artes liberales, es decir, las delintelecto –la teología, la geometría, la retórica…–, pero, sobre todo,en la «operación Bellas Artes», la operación del Renacimiento, queconsistió en meter ahí la pintura. A mí lo que me interesa es queesas cuestiones académicas –porque, al fin y al cabo se trata de laAcademia , pues así se crearon las Bellas Artes– no existen en elflamenco. El flamenco no tiene el rigor de la Academia , tiene el de laPeña , que es otra cosa…

Muy seria y rigurosa también, desde luego…

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Por supuesto, con jerarquía y todo, pero para mí representa unmodelo no occidental, no ilustrado, de funcionamiento de unaproducción de forma, de forma vocal, musical, de baile… Durantemucho tiempo mi afición al flamenco y mi trabajo intelectualestuvieron totalmente separados. Antes de viajar por primera vez a

Sevilla, por ejemplo, no había leído ningún libro sobre flamenco, nome interesaba y jamás hablaba del flamenco a nivel intelectual. Y enun momento dado entendí. Estaba leyendo a Warburg y comprendí cómo mi experiencia del flamenco formaba parte, de alguna manera,de mi trabajo sobre la imagen. Durante algún tiempo, en Francia, miposición intelectual estaba en un difícil equilibrio: los filósofos no meconsideraban filósofo, los historiadores del arte no me considerabanhistoriador. Y ahora que parecía que por fin la cosa estaba mástranquila, la voy a complicar metiendo el flamenco de por medio.Para mí el flamenco es, precisamente, una manera de mostrar –en elcontexto del arte contemporáneo, es decir, en las galerías, en elmercado, en los museos e instituciones– que hay funcionamientos

distintos, otras maneras de hacer.

Incluso puede servirnos más íntimamente: tú mismo lo hasapuntado al señalar a Warburg quien, en su viaje por NuevoMéxico, al ver el baile de los indios navajos, encuentra unaherramienta clave para leer a Boticelli, a Piero de la Francescao a Ghirlandaio. De alguna manera, tu profunda afición y tuextraordinario entendimiento del compás, del silencio, de lavoz y de los demás elementos del flamenco se convierten enun instrumento poderosísimo a la hora de desplegar lecturas,de reconstruir un tejido, una trama de interpretaciones quetienen que ver con esa tensión de imagen, gesto…

Exacto, exacto, la cuestión del gesto y la cuestión del ritmo son muyimportantes para mí.

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Georges-Didi Huberman: une esthétique du symptôme

• Autores: Maud Hagelstein • Localización:  Daimon: Revista de filosofía, ISSN 1130-0507,  Nº 34, 2005 ,

 pags. 81-96• Enlaces 

o Texto completo• Resumen: 

o En 1995, Georges Didi-Hoberman, filósofo e historiador del artecontemporáneo, anuncia que va a elaborar una "estética del síntoma. Laexpresión está cargada de consecuencias epistemológicas. Nos

 proponemos exponer aquí las claves de tal filosofía del arte y aclarar los problemas que plantea. ¿Cuáles son, según Dídí Hoberman, los síntomasde las imágenes? Antes de responder a esta pregunta es preciso hacer unrodeo por el pensamiento crítico de Freud mostrando lo que es para él unsíntoma y evocando sobre todo la figura de la historia. El concepto desíntoma, tomado en su acepción freudiana y reactualizado en los confinesde la obra de arte, permite a Didi-Huberman hacer ver de qué formacompleja significaciones heterogéneas pueden resumirse, articularse enuna imagen. Designa esta articulación de sentidos mediante la noción desíntoma, cuyo "pan" es una circunstancia particular Retomando losanálisis de Didi-Huberman sobre la pintura de FraAngelico, mostramostodo el poder de los síntomas de la pintura y la apertura epistemológicaque imponen a los teóricos del arte.

 

domingo, diciembre 27, 2009

Georges Didi-Huberman: "Hoy un historiador del arte es más un empresario que

un filósofo" 

A propósito de su reciente libro de Georges Didi-Huberman,  La imagen superviviente.

  Historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg , en Publico.es se publica una entrevista con el autor que ahora reproduzco. La numerosa obra de Didi-Huberman es, qué duda cabe, una de las aproximaciones más agudas y complejas sobrelas maneras de pensar políticamente y entender el papel de la estética en el presente. Meacabo de dar cuenta ahora que hasta hoy no he colocado ningún post sobre su trabajo,así que en adelante espero saldar esa deuda porque libros suyos como  Imágenes pese a

todo (2004), Cuando las imágenes toman posición (2008), entre otros, han marcado profundamente mi propia reflexón, y sin duda hay ideas suyas que me acompañancontinuamente. Una entrevista muy buena sobre su trabajo, realizada por Pedro G.Romero hace un par de años, puede verse aquí. Reproduzco la nota y prometo más info......

Filosofía para acabar con la especulación artística

El filósofo Didi-Huberman cree que la imagen se ha vuelto un bien de consumo

5/8/2018 Didi Huberman Entrevista de Romero[1] - slidepdf.com

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PEIO H. RIAÑO - MADRID - 24/12/2009

El filósofo e historiador del arte francés George Didi-Huberman, profesor de la Écoledes Hautes Études en Sciences Sociales de París, está preocupado, a pesar de ser una

 persona afable y sonriente. Su hábitat está en las bibliotecas públicas y desde ellas

 puede ver cómo la historia del arte ha ido perdiendo el poso filosófico, que caracterizó aesta ciencia hasta primer cuarto de siglo XX. "El mundo de las imágenes y el mundo delarte están absorbidas por el mundo de las finanzas, así la imagen se ha convertido en un

 bien de consumo y el arte en un bien de especulación. La mejor arma contra laespeculación económica es la especulación filosófica", ¿un terrorista? "Sí, un poco,pero un terrorista dulce", resuelve entre risas el autor.

Didi-Huberman tiene una explicación a la desaparición de esta intención filosófica:"Hoy un historiador del arte se parece más a un empresario o a un científico delaboratorio que a un modelo filosófico". Lamenta la situación porque no puedenentenderse la una sin la otra y señala la industrialización de los contenidos de los

museos como una consecuencia del vacío de reflexión. "Los museos transformanobjetos privados en un bien público. Pero cuando la transformación sucede paraespecular y comercializar con el patrimonio, algo terrible sucede en estas institucionesen crisis".

Cree que la ruina de la filosofía arrancó con la toma del poder de Hitler. "Con la llegadade los nazis a Alemania todos los historiadores y filósofos alemanes, como Panofski,deben marchar al exilio rompiendo de esta manera una de las tradiciones filosóficas másimportantes". De hecho, toda la biblioteca de Aby Warburg quiso quemarse a partirde 1933 y fue trasladada clandestinamente en barco hasta Londres. Aquello "acabó contoda la ambición filosófica dominante" y hoy sufrimos las consecuencias del traslado alámbito anglosajón.

Bien conocido en nuestro país por libros como   Lo que vemos, lo que nos mira o  Imágenes pese a todo: memoria visual del holocausto, ahora publica   La imagen superviviente (Abada Editores), en el que recupera al filósofo alemán Aby Warburg(1866-1929), encargado de fulminar la idea de una historia del arte evolutiva respaldada

 por Winckelmann, para demostrar que el progreso en los movimientos artísticos espura ilusión. Que no existe y que en su lugar, lo único que rezuma es el inconsciente delos miles de años. La tradición es el inconsciente.

Para Warburg como para Didi-Huberman, todo lo que esté fuera de su tiempo no tienerelación con el arte. Por eso son tan importantes "los aspectos antropológicos y

psicológicos para entender la creación artística", cuenta el filósofo. Aclara que a estosaspectos se llega desde la memoria del inconsciente. Trabaja el psicoanálisis para lalectura crítica de la imagen y lo llama "imagen síntoma" concepto esencial de sufilosofía, con la que busca arrancar y salvar a la tradición del conformismo que ladevora.

Viaje al inconsciente

Un ejemplo que descifra su viaje al inconsciente: en su periplo por Nuevo México, al

ver el baile de los indios navajos, encuentra una herramienta clave para leer a Boticelli,a Piero della Francesca y a Ghirlandaio. Por eso dice que "Donatello está más cerca de

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un artista como Marcel Duchamp que de uno académico del siglo XIX". Así, hayhistoriadores que piensan que cuando surge algo nuevo es porque se ha olvidado todo lo

 pasado; y hay otros, como Didi-Huberman, que creen que, cuando surge algo nuevo, lamemoria ha recuperado el inconsciente del pasado y ha trabajado a partir de ello.

Es más, hay momentos cruciales en la vida, explica, como el nacimiento de un hijo o lamuerte de un familiar, en los que el cuerpo actúa como lo hacían el de los ancestros. "Aese inconsciente de la tradición yo lo llamo "imagen de la supervivencia", que es otramanera de la transmisión del saber en el tiempo". ¿De dónde recoge Damian Hirst elinconsciente? "Hirst es el inconsciente de la alta burguesía, la que une la idea de lamuerte a los diamantes".