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7/26/2019 Diego Sztulwark - Katz y El Nihilismo Cultural
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Katz y el nihilismo cultural
Diego Sztulwark
Según su propia mitología, el PRO es el primer partido del siglo XXI porque las ideologías le
importan un bledo. Pero el gobierno de los CEO´s ya tiene quien le escriba. Alejandro Katz fue
uno de los intelectuales post-orgánicos que acudieron al llamado del nuevo Presidente, para
ayudarlo a interpretar la época. El obsceno oficio de pensar sin dignidad.
Ya bajo los efectos de la locura, Nietzsche describió su praxis bélica en cuatro postulados
prácticos: a) “sólo ataco cosas que triunfan”; b) estos ataques se realizan a nombre propio,
sin aliados; c) no se ataca nunca a personas: se sirve uno de ellas “tan sólo como de una
poderosa lente de aumento con la cual se puede hacer visible una situación de peligrogeneral” y, finalmente; d) sólo es lícito atacar cuando está excluida toda cuestión de
enemistad personal.
Bajo esta recomendación, aunque sin respetarla al pie de la letra, propongo prestar
atención al modo en que triunfa, en el plano de la escritura reflexiva en el que pretende
desenvolverse el ensayista Alejandro Katz, algo que podemos llamar “lo obsceno”: untipo de argumentación en la que lo impúdico se deja traslucir sin explicitárselo del todo.
Se lo hace pasar distraídamente, como si de un accidente de la comprensión se tratase,
mientras se aparenta hablar decorosamente.
mail prólogo
Todo surge de un breve mail que el periodista Gabriel Levinas introduce a modo de
prólogo en su reciente Doble agente, la biografía inesperada de Horacio Verbitsky ,
libro canalla si los hay. El autor de ese correo electrónico es Katz. Levinas lo introduce,
nos dice, para evacuar las dudas que pudieran subsistir respecto de sus motivaciones y
de la legitimidad misma de difundir la “información” de “enorme relevancia” que, segúncree, el libro en cuestión contiene: “fue la opinión del filósofo y ensayista Alejandro Katzla que, de manera más categórica, ayudó a comprender la razón de este libro”.
Katz comienza su intervención distinguiendo las controversias que el libro desea suscitar.Hay algunas que son de incumbencia del autor y otras que no. Entre estas últimas
designa, en primer lugar, la controversia en torno a la “veracidad de la documentación”acusatoria de Verbitsky. No se presenta para Katz problema alguno a elucidar, sino “unacuestión fácil de resolver” que “depende de expertos, de peritos que pueden confirmarque cada una de las pruebas utilizadas es verdadera”. ¿Lo son? ¿No ha refutado punt o
por punto estas “pruebas” Horacio Verbitsky?
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Como sea, Katz no se hace ninguna pregunta sobre las prácticas diversas de veridicción,
ni siquiera cuando resulta evidente que acusador y acusado se oponen precisamente en
este campo. Levinas personifica de modo lineal el lenguaje de los medios, mientras que
Verbitsky abreva en las fuentes del periodismo de oficio, en el procesamiento militante
de información –tradición que arranca con Prensa Latina– , y en el trabajo de archivo de
los organismos de derechos humanos en procura de volver públicas las articulaciones
jurídicas, económicas, teológicas y políticas del genocidio. El conflicto que aquí se
presenta no es menor: Levinas no hace en su libro sino impugnar, precisamente, este
modo de trabajo de Verbitsky al que percibe como un procedimiento de acumulación
ilegítima de poder. Y apunta a desprestigiar el esfuerzo actual por ampliar los juicios al
personal de la última dictadura al campo de los ilegalismos financieros. Katz, en cambio,
se despreocupa de estos asuntos, dejando que del problema de la verdad se encargue la
policía.
Una segunda controversia que según el filósofo no le corresponde asumir al autor, tieneque ver con los motivos mismos de la publicación. Cuestión que se resuelve
automáticamente gracias a una suerte de ética del periodismo según la cual no vale la
pena preguntar qué es lo que debe hacer un periodista con la información, puesto que el
verdadero periodista sólo conoce un tipo de reacción: publicar todo lo que le llega. Lo
relativo a la evaluación del sentido de la oportunidad y de los efectos de la intervención
queda por tanto delegado a la demanda de las empresas y los dueños de la comunicación.
La controversia que sí interesa al filósofo y la que se propone sostener es la siguiente:
“¿por qué es de interés público la vida que otro llevó en la dictadura? ¿Quién puede decir
que el modo de actuar de otro fue el modo justo, el modo intachable, y por qué?”. Entrelas palabras con las que el filósofo Katz fundamenta a Levinas contra Verbitsky,
encontramos la siguiente caracterización vinculada a la última dictadura: “nadie en unrégimen de terror tiene, ya no la obligación, sino tampoco la posibilidad de actuar como
un santo o como un héroe”. La perfección de la frase ejemplifica el funcionamiento de lo
obsceno en política al sustituir el problema que la situación del genocidio plantea (¿cómo
se llegó a eso?, ¿qué fuerzas lo operaron y por qué medios?) por una evidencia
incontestable: el hecho que las personas, en condiciones de amenaza de muerte, no suelen
sino obedecer. Semejante sustitución cancela la fuerza ética en el pensamiento, y aniquila
toda dignidad. En adelante sólo podemos comunicarnos sobre la base de la evidencia.
ser-para-el-consuelo
Ya no se trata sólo de eludir la reflexión sobre aquel terror cuya eficacia consistió en
destruir el lugar resistente que en lo colectivo e individual siente y piensa contra la
obediencia. Ahora el pensamiento mismo que se practica está definitivamente asentado
sobre el borramiento de toda potencia subyacente, de la que sólo puede tenerse
representaciones religiosas o literarias (“un santo, un héroe”).
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Katz se sitúa en un lugar fuera de toda “mística”. Él dice: en la realidad “gris” quedebieron vivir millones de personas durante la dictadura, a él no le resulta fácil delimitar
“qué significa colaborar, qué es resistir, qué es ser cómplice”. Pero entonces: ¿por quétomarse, filósofo y periodista, el trabajo que se toman en atacar a Verbitsky con
acusaciones sobre su conducta de aquellos años? Katz ofrece dos razones: porque se trata
de un hombre “público” vinculado a la valoración de esa época y porque “tiene undiscurso público sobre lo que otros hicieron”.
A Verbitsky, en definitiva, se le reprocha no haberse adecuado a esta nueva realidad post-
genocidio. Se le cuestiona obrar extemporáneamente, usurpando una facultad de juzgar
que no le pertenece por derecho a él sino a los jueces de la república: “poco derecho tienenadie, entonces, de juzgar qué han hecho los otros, cuando lo que hayan hecho no
merezca estar bajo revisión judicial”.
La filosofía sirve, entonces, para rectificar “el modo en que desde el presente se juzga
ética y jurídicamente a muchos de los protagonistas de aquella época”. Siempre elllamado al orden: ¿en qué consiste esta rectificación? Sencillamente en “restituir a nuestravida en común los claroscuros que personas como Verbitsky pretenden disimular, o
directamente, borrar: para comprender que no se trata de señalar a los demonios y a los
puros, sino de reencontrar lo humano en nuestra propia, frágil, débil humanidad”.
Más que una reedición de la teoría de los dos demonios, una ontología del ser-para-el-
consuelo. Sin lugar para aquello que Spinoza llamaba una “vida humana”, organizadaen torno al descubrimiento de la virtud y la utilidad común. ¿Qué se afirma en el terreno
de la ética? La nada misma, la mera aspiración a perdurar, el más fofo de los nihilismos.
Sólo lo “humano débil”. Es lo único que se quiere escuchar.
protocolo de actuación del pensamiento
¿Qué queda entonces de la esperada palabra filósofa? Sólo el mantra antropológico de la
finitud y el conformismo. ¿Es todo lo que lo contemporáneo en nuestra época puede
pensar? Consumo y seguridad. ¿Pura domesticación?
Colonizada por la tecno-semiótica, la filosofía –otrora campo de la lucha de clases en la
teoría- ya no responde a sus viejos imperativos del estado y/o la revolución. Ahora se
ofrece en los mercados como terapia de la existencia en dosis aceptables, como parte de
una pedagogía más amplia destinada a enseñar a vivir. Ella participa del combo de lassabidurías diseñadas para evitar riesgos. Porque, en el fondo, lo que manda es la
indolencia. Lo único que se acepta pensar, el máximo de tensión ética admisible, lo que
se llega a imaginar como espacio político, no pasa de una módica escena pedagógica y
moral.
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Se dirá que de todas formas la argumentación ya no pesa demasiado, y eso es
estrictamente cierto. No es la defensa del pensamiento lo que importa. Y tal vez nunca
haya importado demasiado. Se agregará que casi todos los episodios de la llamada
“batalla cultural” han estado dominados por similar indolencia. De hecho, no hay tantoque rescatar de esas escaramuzas.
Lo que cuenta, sí, es aprender a defenderse del régimen de lo obsceno, aprender a
combatirlo, porque en él se esteriliza al lenguaje y se anula su poder de participar en la
creación modos de vida.
(fuente: Revista Crisis http://revistacrisis.com.ar/)