Dios Ha Nacido en El Exilio_Vintila Horia

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    Vintila Horia

    Dios ha nacido en el exilioDiario de Ovidio en Tomis

    Premio Goncourt 1960

    Prefacio de Daniel-Rops

    CLSICOS CONTEMPORNEOS INTERNACIONALES

    Direccin: Ymelda Navajo y Manuel Garca PrizDiseo de coleccin: Nacho Soriano

    Ttulo original:Dieu estn en exil. Journal d Ovide Tomes

    Vintila Horia

    Ediciones Destino. .S. A., 1960Editorial Planeta. S. A., 1997 para esta edicinCrcega, 273-279, 08008 Barcelona (Espaa)

    Dcima edicin: setiembre de 1999Depsito Legal: B. 31.582-1999ISBN 84-08-46196-6Impresin y encuadernacin: CayfosaPrinted in Spain - Impreso en Espaa

    Este libro no podr ser reproducido,ni total ni parcialmente,Sin el previo permiso escrito del editor.

    Todos los derechos reservados.

    Otra edicin reciente:Ttulo: Dios ha nacido en el exilio

    Diario de Ovidio en TomisAutor: Vintila HoriaTrad.: Rafael Vzquez ZamoraEditorial: Ciudadela LibrosColeccin: NarrativaPginas: 256

    Publicacin: 20/02/2008ISBN-EAN: 978-84-96236-25-9Formato: Tapa dura 14X21

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    Dios ha nacido en el exilioVintila Horia Ediciones Destino. .S. A., 1960Editorial Planeta. S. A., 1997 para esta edicin

    Barcelona (Espaa)Depsito Legal: B. 31.582-1999ISBN 84-08-46196-6

    De la moderna edicin:

    Editorial: Ciudadela LibrosColeccin: NarrativaPginas: 256Publicacin: 20/02/2008ISBN: 978-84-96236-25-9

    Premio Goncourt de Novela en 1960.

    Ovidio acusado de corromper con su poesa a la juventud romana fue desterrado por elemperador Augusto al pas de los dacios, la actual Rumania.

    Veinte siglos despus, el gran escritor rumano Vintila Horia evoc, en esta grandiosanovela, la figura del ilustre desterrado, marcada por el dolor, la soledad y la nostalgia. Pero ellugar del exilio es tambin una tierra de esperanza. Ovidio conoce el alma sencilla y religiosa delos dacios, y la suya se abre a un horizonte de perspectivas infinitas.

    Es la hora singular que precede a la manifestacin de Cristo, y el mundo romano,expectante, parece cargado de signos y presagios. Vivamos en un mundo asfixiante dice unode los protagonistas. Tena que ocurrir algo que colmase mi espera, algo que todos los hombresesperaban desde haca muchos siglos, desde siempre, desde el momento en que conocieron elsufrimiento y la muerte

    Vintila Horia nace en Rumania en 1915. Fue diplomtico en Roma y Viena hasta 1944, aoen que es internado en los campos de concentracin nazis de Krummhbel y Mara Pfarr. Fueliberado en junio de 1945, pero obligado ya a vivir en el exilio de por vida.

    En 1960 publica en Pars su novela Dios ha nacido en el exilio y consigue el PremioGoncourt, al que se ve obligado a renunciar tras una intenssima campaa de la izquierda, en el

    poder, acusndole de filofascista. Vive en Pars de 1960 a 1964, ao en que regresa a Espaa.Trabajar como profesor en la Facultad de Ciencias de la Informacin de la UniversidadComplutense de Madrid y luego como catedrtico de la Facultad de Filosofa y Letras de laUniversidad de Alcal de Henares. Fue Premio Dante Alighieri, de Florencia, en 1981.

    Otras obras del autor: Perseguid a Boecio, Marta o la segunda muerte, El caballero de laresignacin, Presencia del mito, El despertar de la sombra.

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    A mi mujer

    Siempre es una alegra, y una emocin, reconocer la seal del talento, ver cmo apareceante nosotros un autntico escritor. Hemos abierto el ejemplar mecanografiado: uno ms entrelos que se amontonan en un rincn de nuestro despacho. Y, de repente, algo nos llama laatencin, nos la sostiene, un no s qu tan imperfecto como indefinible que nos obliga acontinuar la lectura, a conocer el destino de los personajes, a llegar hasta el final. Ah est lacalidad, esa realidad misteriosa que es un don, la calidad hecha de aliento y de estilo, de

    pensamiento y de forma. Si, entonces es una alegra.Y mayor an, quiz cuando ese escritor resulta pertenecer a la categora, ms numerosa de

    lo que se supone, de los que en el mundo entero siguen utilizando el francs como un medioprivilegiado de expresin. Es hermoso pensar que esta universalidad de la lengua francesa,comentada antao por Rivarol y amenazada hoy por la competencia, nos llega por el testimonio,desde Amrica del Sur al Japn, de escritores que no pertenecen a la nacin francesa. El ejemplode un Julien Green es suficiente prueba de que algunos de ellos pueden ser unos maestros en estalengua que no es la de su patria. No ser Vintila Horia uno de stos?

    Naci en Rumana, donde su padre era ingeniero agrnomo. All aprendi de una ancianacasi ciega que se saba de memoria a Baudelaire y Rimbaud, Anatole France y Remy deGourmont, a expresarse en un francs literario formado en los mejores modelos.

    Agregado de Prensa en Roma, en 1940, destituido poco despus por el Gobierno de laGuardia de Hierro, destinado de nuevo esta vez a Viena en l 942 pero internado al poco

    tiempo por los alemanes, Vintila Horia, al negarse a regresar a su pas sometido ya a otrodominio, empez a vivir la trgica experiencia de tantos hombres de nuestra poca, la que unosde sus compatriotas haba de evocar en su terrible libro La hora y einticinco. Primero en Italia,donde trab amistad con Papini, luego en Amrica del Sur, en Buenos Aires donde se ganabala vida como modesto escribiente de Banco, mientras que su esposa se agotaba en un dursimotrabajo, Y finalmente en Espaa, donde sus comienzos a la vez como empleado de hotel,reportero, agente literario, fueron tan agobiantes como aquellos otros. En todos estos sitiosconoci las prolongadas y despiadadas angustias del exilio. Y de esta experiencia vital fue dedonde sac lo ms puro Y esencial de su inspiracin.

    As, el tema del exilio se halla situado en el centro de su obra; y pocos hay con los que,como con ste, se hallen tan compenetrados los hombres de nuestro tiempo. El exilio con sus

    sufrimientos, sus desgarramientos, sus nostalgias trgicas, pero tambin el exilio con su terriblepoder purificador. He elegido el exilio para poder decir la verdad, aseguraba Nietzsche. Noestar predestinado el exilado, el hombre que todo lo ha perdido, a juzgar el mundo de los

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    hombres instalados, a denunciar su hipocresa y su injusticia? Acaso no est preparado paravivir las grandes experiencias espirituales? No fue ayer cuando el Evangelio nos ense que elviajero en la tierra tiene ms probabilidad de encontrar a Dios que el conformista y el

    satisfecho.En 1958, Vintila Horia tuvo un encuentro, pero un encuentro del espritu. Se celebraba ese

    ao el bimilenario de Ovidio. Volvi a leer las obras del poeta, ms o menos olvidadas desde elbachillerato. Fue para l una revelacin. Tambin Ovidio haba sido un exiliado. An mejor:haba muerto en Rumana... Entre el escritor latino del siglo I y el escritor rumano del siglo XX,

    se cre un vnculo, una especie de vnculo sobrenatural que proceda de un misterioso parecido.A travs de Ovidio Nasn, de sus Tristes, de sus Pnticas, Vintila Horia se reconoca a s mismo.Pronto se le impuso al exiliado en Madrid, al identificarse, por decirlo as, con su modelo, laidea de expresar su propia experiencia. As naci este gran libro: Dios ha nacido en el exilio.

    Es sabido que Ovidio, poeta de moda festejado por la alta sociedad romana, fue condenadoal exilio por Augusto en el ao 9 de nuestra Era, medida cuyos motivos nunca han llegado aaclararse. Algunos han pensado que Ovidio perteneca a una secta pitagrica de la que no se

    fiaba el todopoderoso emperador. Pero es ms probable y sta es la versin admitida por

    Vintila Horia que Augusto, deseoso de llevar a la sociedad romana por un camino moral msestricto (aunque l no predicase con el ejemplo), se indign por la descarada inmoralidad de lasobras del poeta y cuando surgi el escndalo de los amores culpables de Julianieta de

    Augusto gran lectora de Ovidio, pag con l su furia. Desterrado a Tomis, pequea guarnicinromana del pas de los getas, en el Ponto Euxino, estuvo Ovidio implorando durante ocho aos

    seguidos, el perdn o, por lo menos, que lo enviaran a un pas civilizado. Pero fue en vano; niAugusto ni Tiberio se dejaron enternecer. Y el poeta muri en el exilio el ao 17.

    La novela de Vintila Horia es, pues, el Diario apcrifo de Ovidio en Tomis. All est elexiliado perdido en un extremo del mundo. Slo me alivian las lgrimas, gime, y brotan de misojos, con ms prisa que las aguas bajo la nieve de primavera, cuando pienso en Roma, en micasa, en los lugares que me eran queridos, en todo lo que queda de mi ser en esa patria que he

    perdido. En este Diario inventado, anota sus ltimos amores y tambin los acontecimientos,grandes o pequeos, o los que asiste: el sitio de la ciudad por los dacios hambrientos, laaventura sin precedentes de los soldados romanos que desertan para instalarse en Dacia, lainvasin de los srmatas... Pero sobre todo, nos hace asistir a su evolucin interna, y eso es loemocionante.

    Ovidio, hombre feliz, haba sido un poeta liviano. Que otros aoren la sencillez de lasantiguas costumbres!, haba exclamado en su Arte de amar. En cuanto a m, me encuentromuy a gusto de haber venido al mundo en este tiempo tan amable! A este poeta ertico y ligeroes al que nos muestra Vintila Horia transformndose, en Tomis exiliado, a partir del momento enque descubre que se puede, pues, morir antes de haber muerto corporalmente. Se le hace inso-

    portable la idea de la muerte solitaria, perdida en esta tierra hostil, extranjera. A qu consueloaspirar? A los dioses de la vieja religin romana? Acaso no ha demostrado l mismo, en susMetamorfosis, la inexistencia de esos dioses? Tiembla ante el vaco que ese libro ha abierto enl.

    Y as, paulatinamente, Ovidio, el poeta ftil, el escptico Ovidio, presiente y descubre luegootra verdad; pronto ser la verdad. Este tiempo de locura y de esperanza que es el nuestro, es eltiempo de la espera de Dios. Quin llevar el verbo de la paz a los hombres que sufren?Ovidio adivina que un da los hombres encontrarn esa palabra como una flor extraa al bordede un largo camino. Pero quin traer ese mensaje? La bsqueda de la respuesta se hace msardiente para el exiliado. En torno a l vive ese pueblo de los getas, que es muy religioso, y que,

    por lo que l adivina, cree en un Dios nico. Un Dios nico?, se pregunta Ovidio al principio

    con irona. Si el cielo est vaco, como yo pienso, ese Dios debe de ser muy pequeito, y seencontrar muy aislado en medio de un silencio y de una soledad insoportables. Y aade: EseDios nico debe de parecerse a m, por lo menos en ese aspecto... Pero, cul es? Ser acaso

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    ese Zamolxis del que le hablan los getas? durante mucho tiempo busca a tientas, recogiendoen su Dios algo as como residuos de evangelios, arrastrados por y agas tradiciones populares.

    Y luego, es ya la ascensin decisiva. Al ver a los sabios de los getas, los sacerdotes de esareligin desconocida, descubre la necesidad de ese nuevo Dios que volver a dar al gnerohumano el frescor de un comienzo. Siente en l la espera irresistible de ese Dios nuevo, de ese

    nuevo pueblo, de un nuevo sol. Un sacerdote le revela la verdad de su drama. Y si sus pena-lidades, su exilio, hubieran sido deseados por un poder divino que hubiese decidido obligarle aelevarse por encima de s mismo? Y si el nuevo Dios fuese un hombre como l mismo, unhombre hecho de dolor y destinado a la muerte? Le basta entonces a Ovidio conocer al mdico

    griego Teodoro para que todo se le aclare. Lo que ste le revela por fin es que cuanto l espera,es verdadero, que su espera ha sido colmada, que un hijo de los hombres ha venido a la tierra

    para asumir todas sus angustias y todas sus esperanzas. Con absoluta verdad puede decirse queen Beln de Judea, Dios ha nacido en el exilio.

    DANIEL-ROPSDe la Academia Francesa

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    CAESAR IN HOC POTUIT IURIS HABERE NIHIL

    PRIMER AO

    Cierro los ojos para vivir. Tambin para matar. En esto soy el ms fuerte, pues lslo cierralos ojos para dormir y ni siquiera su sueo le reporta consuelo alguno. Sus tinieblas estn

    pobladas de muertos, de crueldades que le obsesionan. S que rehye el reposo como todos losgrandes de la tierra. El reposo lo deja solo con su conciencia y sus remordimientos con el pesar dehaber obrado siempre en poderoso, es decir, como hombre aterrorizado por su poder. Una vez,hace cinco aos, me encontr con l en el templo, por la maana, cuando apenas haba salido delsueo. Tena los ojos enrojecidos, inflamados de cansancio, y le faltaba valor para mirarnos pormiedo a que se pudiera descifrar en su mirada el nombre o las facciones de aquellos que le haban

    atormentado durante la noche. Lo adoran como a unos das que nadie lo quiere. Porque si es elautor de la Paz en general y ha creado el ms grande de los Imperios de todos los tiempos,tambin es el autor del Miedo en particular, del miedo de los dems y de su propio miedo.

    La tempestad de nieve sacude el tejado. La mar gime a los lejos y sus olas se transforman,de noche en largos fantasmas de hielo. Maana podrn las gentes pasearse por encima de los

    peces y algn vecino ms robusto que yo tendr que abrir un camino hasta mi puerta, a travs delespesor de la nieve, para que yo pueda salir. Nunca he odo un aullido semejante acompaado porel crepitar de la nieve helada en el exterior de los muros. Ms all de ese grito penetrante y

    prolongado que viene a romperse contra m como una oleada, el gemido del mar parece la propiavoz de la noche, como si el tiempo tuviese una voz y la hiciera or en un solo punto de la tierra:aqu. Mi casa est casi adosada a las murallas de la ciudad y cuando se calma el viento, oigo el

    aullar de los lobos ms all de las murallas. Tienen hambre. Han matado uno esta tarde en lacalle. Enloquecido por el hambre, la fiera se haba lanzado a la ciudad y, precipitndose sobre el

    primer ser viviente que encontr una vieja que regresaba del mercado la despedaz en un instante.Tambin acud yo a los gritos de la gente y llegu a tiempo de ver al lobo, atravesado por unalanza, yaciente sobre su propia vctima en medio de la nieve ensangrentada. He pensado en ellaen seguida. No he podido evitar desearle una suerte parecida, lo cual es, por desgracia, imposibleya que los lobos nunca llegan hasta Roma. Pero bien podra escaparse una noche un len de los

    bestiarios, penetrar en el jardn del palacio imperial y hacer lo que hasta ahora ningn hombre hatenido el valor de hacer...

    Cierro los ojos y mato. Y cuanto ms presentes, ms vivas y ms claras estn esas escenasque, incluso, el reciente recuerdo de esta tarde! Cierro los ojos, y vivo. Soy el poeta, lno es msque el emperador.

    *

    Lo divertido, en medio de mi desesperacin, es que no puedo acostumbrarme a la idea de uncambio. Estoy aqu desde hace unos diez das; hace tres meses que sal de Roma pero estoy en

    Roma y me parece que me bastara prolongar un poco un pensamiento o una imagen para cambiarde lugar y reintegrarme a mi ritmo y a mi espacio habituales. Pero en este momento, al escribirestas lneas, es cuando me siento invadido por una espantosa duda. Roma est lejos, al otroextremo de la Tierra y ningn pensamiento es capaz de hacerme mudar de sitio. Roma es como el

    pasado: est perdida para siempre, vivida, es decir, desgajada de m como un objeto extrao quepuede uno reconstituir por el pensamiento y la imaginacin pero que no est ya al alcance de lamano. Mi pasado tiene un nombre, pero de qu me sirve? Lloro. Tengo miedo y tengo fro, y losdioses no existen. Esta verdad toma forma al borde de mis lgrimas como los fantasmas de hielo a

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    la orilla del mar. Siempre ha estado presente en m, pero nunca he tenido tiempo ni ener as parapensarla. Mi vida lo mismo que mis versos le era contraria, pues yo viva de una ilusin y lacantaba para que los dems gozaran. Pero, si me atreviese a releerLas Metamorfosis, cmo notemblar ante el vaco que ese libro ha abierto en m, incluso cuando hablaba de la omnipotenciade los dioses! La crueldad de stos nos revela su inexistencia. Son el reflejo de nuestros temores y

    de lo que no nos atrevemos a hacer sin remordimientos. Pues, cmo habran podido sobrevivirlos hombres al odio y a los caprichos de los dioses y a su parecido con ellos? Cmo hubiera sidoposible un Prometeo? Yo soy Prometeo, y existo. Tristes ser el ttulo de mi prximo libro.Seguir mintiendo para obtener mi perdn. Quizs lcambie el lugar de mi exilio y pueda viviralgn da en una isla de Grecia, o quizs en Sicilia, cerca de Agripa Pstumo y de Julia. Al leermis elegas, dir: Ovidio es el mismo de siempre, servil y adulador; me tiene miedo; puedo

    perdonarlo o concederle un exilio ms soportable. Pero no lno conocera estas lneas, que hablande un terrible cambio. Nunca sabr el servicio que me ha prestado al hacerme padecer. Y sialguien descubre algn da estas notas secretas, podr decir que ha conocido el verdadero rostrode Ovidio.

    La tempestad se calma poco a poco. La nieve es tan espesa que cubre la ventana. La casa se

    ha vuelto ms clida y familiar. Arde el fuego en el hogar. Tengo vino y provisiones para variassemanas y ayer tarde hice entrar al perro, que ahora duerme a mis pies y levanta una oreja encuanto empiezo a toser o si cambio de sitio para desentumecerme. Le he dado su nombre. Lellamo Augusto, le doy de comer y, si se me apetece, unas patadas en el trasero.

    Est muy oscuro. Es ya de noche o slo la primera hora de la tarde? Habr an soldadosen las murallas? Ya no oigo sus voces a la hora en que relevan la guardia. Los getas podranaprovechar la nieve e invadirla ciudad. Tambin podran tomarla por mar slo con utilizar losescalones que forman las olas solidificadas. Puede parecer raro, pero la verdad es que no temo alos getas. Me han dicho que son muy religiosos y que creen en un dios nico cuyo nombre norecuerdo en este momento. Cmo va a poder un dios llenar con su persona todo un cielo? Si elcielo est vaco, como yo pienso, ese dios debe de ser muy pequeito, y se encontrar muyaislado en medio de un silencio y de una soledad insoportables. En el fondo, ese dios nico debede parecerse a m, por lo menos en ese aspecto.

    Era yo an muy joven cuando, en Sulmona, unos meses antes de marcharme a Roma,present el momento de esta revelacin. Me encontraba entonces en la ciudad, sobre una colinacasi rodeada por un rizo del torrente Avella. Me acompaaba mi hermano. Volvamos juntos deun largo paseo a la via de uno de mis tos. Era hacia el comienzo del otoo. Nos detenamos devez en cuando para coger unos higos maduros de las ramas que pendan por encima de los murosde las huertas. Era una tarde tranquila; an haca calor, pero la brisa, al darles la vueltasuavemente a las hojas de los olivos, les haca revelar su vientre plateado como pececillos en elagua lmpida. Yo iba contndole a mi hermano unas historias mitolgicas bastante obscenas; le

    hablaba con todo detalle de los amores de Venus y de Marte, pues yo lea y conoca ya muchascosas sobre la vida ntima de los hombres y los dioses. l me escuchaba en silencio, deslumbradome pareca por lo mucho que yo saba. Pero luego, mientras segua comiendo higos, sedetena con frecuencia para volver la vida atrs y otear los alrededores interrumpiendo as el hilode la narracin. Qu te ocurre?, le pregunt. Sorprendido por la brusquedad de mi tono, merespondi: No te asusta hablar as de nuestros dioses? Recuerdo perfectamente las palabrasque se escaparon entonces de mis labios: Miedo a qu? Puesto que los dioses no existen...? Mihermano me mir un instante en silencio, como esperando una explicacin, luego enrojeci comosi hubiera recibido una bofetada y exclam fuera de s: No es cierto, no es cierto! Empez acorrer hacia Sulmona y slo pude alcanzarlo casi ya en la ciudad. Se haba detenido y, apoyado enun rbol, lloraba. No rechaz mi mano, pues ambos, cada uno a su manera, pasbamos por la

    misma crisis. Ms tarde, en Roma, nos hemos integrado al ritmo de vida de los dems, nos hemoshabituado a creer, si no en los dioses, por lo menos en la actitud de los hombres hacia los dioses.

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    Sin esto nos habra sido imposible vivir, hacer carrera, triunfar, hacer el amor a una mujer decenteo a una puta.

    Se acerca ya el invierno a su fin? No estoy seguro. No puede uno fiarse de nada en estepas. En todo caso, he aqu el sol. Mis manos pueden moverse de nuevo. Tuve que abandonar misnotas secretas, pues haca demasiado fro para escribir. He estado haciendo el oso junto a mi perro

    Augusto. Pero, cuntas cosas han pasado! Han destinado a Dokia a mi servicio.Todava resulta borrosa. No sabe ms que unas palabras de latn, algunas de griego y meensea la lengua geta, que es la suya. Probablemente, tendr y einticinco aos y vive cerca deTomis, en el barrio de los pobres, es decir, de los indgenas, extramuros. Al entrar por la maana,

    parece un animal de tan envuelta como viene en una piel de cordero. Podra estar hermosa si sevistiera como Corina. Es posible que entre los getas, aun como est, pase por una belleza con suscabellos castaos y sus ojos profundos que procuran parecer severos. Severos para conmigo, elconquistador romano, o sencillamente el hombre, ya que en su vida hay una historia de amor yapostara mil sestercios a que es viuda o abandonada y que tiene, o ha tenido, un hijo. Me heinformado sobre ella preguntndole al centurin Honorio con el cual tengo, de vez en cuando, unintercambio de ideas. Esta mujer no es una esclava y, segn he credo comprender, presta

    pequeos servicios a los romanos, informndoles sobre las intenciones de los getas. Por otraparte, seguramente presta grandes servicios a los getas informndoles de cuanto llega a saber delas intenciones de los romanos. Muy seria como todos los brbaros que no han alcanzado an lasutileza de la sonrisa y que viven en los extremos rsticos de la gravedad absoluta y la alegraruidosa. Realiza sus faenas cotidianas en silencio, como si tuviera siempre algo que reprocharme.Cmo sentirse atrado por este mutismo enfurruado? Y cmo no va a atraerle a uno? Pero lasenseanzas delArte de amarson intiles ante este pedazo de mrmol al que nunca ha bruido unacaricia.

    A veces viene a verme Artemis cuando no tiene clientes en su casa, pues no puedo vivir sinmujer. Honorio me ha comprendido sin dificultad y es l quien me la ha presentado. Artemis esmilesia; por lo menos, lo era su madre. Cuando entra, recuerdo en seguida el viaje que hice aGrecia en compaa de mi amigo Cneo Pompeyo Macer, en el umbral de mi juventud. Fue enAtenas donde conoc a una primera Artemis. Le he contado a la de ahora aquella aventura y meha dicho, frotndome mis pies helados con los suyos siempre ardientes: Este nombre da buenasuerte. Qu buena suerte, qu fortuna le ha deparado su nombre? Se contenta con poco, comotodas las prostitutas. Es posible que en sus momentos de soledad, se diga a s misma: Podrahaber sido algo an peor. Pero, qu puede uno serpeor que eso? Un exiliado. La respuesta meha venido rpida. An me cuesta mucho trabajo escribir. Los dedos han perdido la costumbre.Pero, cuando llegue la primavera, econtar algn da la pobre historia de Artemis, la afortunada.

    *

    Buscando en un cofre, he encontrado esta maana el focale1 de Corina. El amarilloresplandeciente de antao se ha marchitado con el transcurso de los aos pero queda su perfume,apenas perceptible y sin embargo, inconfundible, vivsimo, tan suave, tierno y duro para m. Este

    pauelo con su perfume y su color, me ha hecho pasar toda una maana en Roma, en plenajuventud. Recin regresado de mi vida por Grecia y Sicilia me confundo: fue exactamente unao despus la conoc, en las calendas de septiembre. Haba pasado yo dos meses en Sulmona,en casa de mis padres, donde haba comenzado a escribir mi Medea cmo me hubiera gustadono encontrar a esta Medea cuyo recuerdo frecuenta las murallas de Tomis, pero me encontr denuevo, por desgracia, con este triste contraste de mis primeros entusiasmos! y tambin mequed tiempo para pensar en Gaya. sta era hija de una violaria, y viva con su madre en el

    mercado, en un cuartucho al fondo de su taberna. La vieja sala todas las noches con un esclavo yun asno para buscar flores, no s en qu sitio de la va Apia. De modo, que Corina se quedaba

    1 Pauelo de seda para el cuello.

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    sola en las ltimas horas de la noche. Mezclado con los carreteros que llenaban a aquellas horaslas calles que rodeaban el mercado, me paseaba por delante de la taberna esperando la salida dela vieja. Aquello estaba muy oscuro. Ardan algunas antorchas ante las puertas abiertas de lastiendas donde se movan con las caras an abotargadas de sueo, entre las frutas y las y erduras.Penetraba yo en la casa en pleno olor de templo, pues las tinieblas de la taberna olan con ms

    intensidad que el templo de Cibeles, ya que el aroma de las flores la haba impregnado duranteaos. Suba los pocos escalones que le conducan a uno al curriculum el cual serva tambin decomedor y cocina y, tanteando en la oscuridad, buscaba la cama. Gaya dorma. Yo me quitabala toga y me tenda junto a ella. El olor a flores se mezclaba con el del aceite frito y con el delcuerpo de mi amante. Cuando me marchaba, sola haber an oscuridad y a veces me cruzaba porla calle con la madre que volva, con el esclavo y el asno curvados por el peso de los ramos derosas, de violetas, lirios de los valles o crisantemos, segn la estacin. Durante el da, sola

    pasarme tambin por la tienda de Gaya, pues mi amiga era muy hermosa y de noche nunca podaverla. Siempre compraba all flores y, cogiendo mi ramo, le estrechaba furtivamente la manodicindole palabras de amor en voz alta, aunque con un rostro impasible, ya que su madre erasorda. Intrigada por la frecuencia de mis visitas, me pregunt un da la vieja: Joven, esas flores

    manda usted a su novia? Debe usted estar muy enamorada de ella! Y yo respond inclinando lacabeza: S, estoy muy enamorado de Gaya. La vieja slo entendi mi gesto y me gui un ojo,sonriente. Ignoraba que, durante sus ausencias, yo ocupaba su sitio en la cama.

    Fue precisamente en esa tienda donde encontr a Corina. La mantena entonces un armadorque viva en Ostia e iba a verla una vez por semana. He escrito enLos amores:

    Non est certa meos quae forma invitet amoresCentum sunt causae, cur ego semper amen.1

    Qu mentira! Slo la amaba a ella; nicamente a ella he amado. Corina ha sido lapraeceptorix del praeceptor amoris. Tenamos la misma edad y en seguida nos pusimos deacuerdo. Nuestro amor no necesit, para convertirse en realidad, todas esas frmulas y recetas quey o he inventado en mi Arte para los tmidos, los feos, los demasiado viejos; en fin, para todosaquellos que, al encontrarse con el objeto de su amor, no han tenido la buena suerte de encontrar aCorina. La segu por las calles sin conceder importancia alguna a las miradas mortalmente heridasde Gaya. Muy cerca de donde viva, por la parte del Aventino, hizo entrar al esclavo que laacompaaba en una tienda donde haba muchos compradores. As, pude acercarme a ella yhabladle. Me pareci tmida, pero no lo era. Antes de besarla, incluso meses y aos ms tarde,

    pareca siempre como si no me conociese, como si ml presencia la sorprendiera lo mismo que esamaana en la calle cuando le dirig la palabra por primera vez. Corina viva en una casaconstruida recientemente en el Aventino. (Es cierto lo que acabo de escribir? Quin me infunde

    el valor necesario para sobrevivir, para gritar esta desgracia que no es una ilusin? Soy yo,efectivamente, Ovidio, el poeta de Roma, el amante de Corina, el ser que lo ha tenido todo y todolo ha perdido? Me haba hecho a la idea de la vejez y de la muerte. Para eso han sido creados loshombres. Pero soy el nico ciudadano romano exiliado en Tomis, lo ms lejos posible de cuantoha sido mi vida. Cmo voy a poder convencerme de que todo esto se halla en el orden normal delas cosas?)

    Corina viva en una casa recientemente construida en el Aventino. Su protector, un ciertoFavorino, se la haba comprado. Mi amiga era de Perusa, sus padres haban muerto aplastados porel hundimiento de su propia casa durante un temblor de tierra y Favorino, cuado de la madre deCorina, recogi en casa a la muchacha y la convirti en su amante. Este hombre erainmensamente rico y tena entonces la misma edad que tengo yo ahora. La edad en que lo

    engaan a uno y en que puede uno engaar sin remordimiento.

    1 No es una belleza concreta lo que despierta mis amores, siempre tengo cien motivos para amar.

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    Me cit en una casa para aquella misma tarde, y pasamos tres noches y dos das juntos. Nopuedo hablar de ella sin pensar en la tragedia comn que se abati sobre nosotros dos: ramos ysomos de la misma edad. Pero de nada sirven estas lamentaciones estpidas: era hermosa cuandoyo la amaba. Eso es lo esencial y nadie podr quitarme esa verdad. Sus ojos eran verdes.Mir ndola, tena la impresin de zambullirme en el fondo del agua clara y fresca. Su timidez se le

    caa con su vestido en cuanto se encontraba cerca de m, muy cerca, y una risa silenciosa invadasus facciones y su cuerpo. Estaba como inundada por la luz maravillosa de esa risa que naca en elfondo de sus ojos e iba cubrindola con su esplendor. Me sentaba en el borde de la cama, despusdel amor, y ella posaba su cabeza sobre mis rodillas, tendida, relajada, mientras yo le acariciabasus pesadas trenzas en que reluca un crepsculo de oro y de cobre.

    Oh, qu felicidad no escribir ya como estaba acostumbrado u obligado a hacerlo!Nada de dioses en mi prosa, nada de hroes; se acabaron las metforas mitolgicas. Soy libre con mi secreto para escribir como pienso y como vivo. Sencillamente. Culta placent1 era mifrmula, la capa de pintura que me he quitado del rostro al salir de Roma. Seguir luego. Dokiaacaba de entrarme el desayuno y tengo hambre.

    *

    Impulsado por el sentimiento del que hoy me averguenzo, pas un da por la tienda deGaya. Estaba all como de costumbre, me recibi estrechndome la mano mientras me deca congesto de indiferencia, pues su madre se hallaba presente: Te espero esta noche. No tuve el valorde negarme, aunque mi consentimiento supona una noche menos con Corina. Era un par demeses despus de haberla yo conocido. Pero cmo romper del todo con lo que ya era para muna costumbre? Record en seguida que Favorino haba de llegar a primera hora de la tarde, demodo que poda disponer de la noche. Est bamos en octubre, si no recuerdo mal, pues haca froy humedad y yo temblaba bajo mi toga mientras esperaba, en la oscuridad, a que saliera la vieja.Por fin, o un portazo y los pasos del asno alejndose por las gruesas piedras del pavimento, yentr en la casa. La taberna ola a crisantemos como un cementerio y el olor era tan intenso, queme falt el aire. Mareado, tropec con unos jarrones. Sub la escalera familiar. Desde por lamaana tena la sensacin de no portarme bien al aceptar la invitacin de mi antigua amante y, enla oscuridad, entre el olor a cocina, a flores y a miseria, que por contraste me hacan pensar en losdelicados aromas de la habitacin de Corina, estuve a punto de volverrne atrs. Pero ya notabamoverse a Gaya bajo la ropa de la cama. Como de costumbre, me quit la toga, extend

    prudentemente el brazo, al inclinarme, para no tropezar con las rodillas en el borde de la cama. Yen el momento en que tocaba lo que esperaba fuesen los senos de Gaya, rasg la noche un gritode animal herido. Era la vieja. Gaya haba salido de la tienda unos minutos antes dejando a sumadre acostada. Hu, mientras la madre gritaba: Un ladrn! Un asesino! Gaya se vengaba as

    de mi traicin. Nunca he vuelto a verla.Al releer esa historia me entran unas ganas locas de rer. Aquel otoo fue la poca ms felizde mi vida. Tena un buen xito en todo lo que emprenda, mi nombre empezaba a ser conocido ylea los primeros versos de mi Medea, en el crculo ntimo de M. valerio Mesala, prefecto deRoma, donde una vez encontr al divino Virgilio y donde me codeaba con Horacio, Propercio,Tibulo y otros muchos, todos ellos glorias de la Roma de Augusto. Delia se haba hecho clebre,

    pues Tibulo la haba cantado. En vista de ello, yo me decid a cantar a Corina. Qu enamoradono ha conocido esos versos y no ha tratado de imitar la felicidad de esa pareja perfecta? Pero losversos que expresaban mi felicidad de entonces fueron, ay! la causa de mi exilio. Puedo acusarde ello a Corina? Debo arrojar al fuego ese pauelo amarillo que seala, en el transcurso deltiempo, el comienzo de mi desdicha? El Imperio de Augusto es grande, pero los amores de Julia

    lo estn corrompiendo ya. MisAmores no son la causa de esta corrupcin, sino tan slo su reflejo.Mi crimen ha sido escribir sobre lo que mis ojos haban visto. Augusto, en su furor y en su

    1 Todo lo cuidado, agrada.

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    desilusin, ha confundido los efectos con la causa y he sido yo la vctima propiciatoria de esaconfusin. Lo ha intentado todo para acabar con los vicios, para salvar la familia, para fortalecerel culto a los dioses y la patria, pero quin cree todava en todo eso en Roma, a pesar de las leyesy del esfuerzo del emperador? Y si Augusto es puro, prudente y patriota, su familia no lo es. Juliano es ms casta que Artemis, pero, desde luego, mucho menos que Corina. He asistido con tanta

    frecuencia a sus excesos de libertinaje! Pero nada me chocaba en ella, puesto que haba tantasmujeres en Roma que se le parecan... Una noche, en casa de Fabio, empez a mojar un dedo enuna copa llena de vino rojo y a dibujar en la mesa los detalles ms ntimos del cuerpo de Silano.Se rea como una loca y todos los invitados reconocieron que tena talento. Se excit y,acercndose a Silano, le quit la toga y el resto de su ropa para que nos convenciramos de queella respetaba los cnones de Fidias en el dibujo, y que el suyo no era sino una buena copia de lanaturaleza. Le dieron la razn. Los hombres admiraron el dibujo; las mujeres, el modelo.Despus, Julia se retrat a s misma y la escena termin en la habitual orga.

    Augusto se enter y se enfureci, como siempre que crea que un acto cualquiera parecadirigido contra su persona; desterr a Silano y a Agripa Pstumo, que eran unos invitados, yexpuls de Roma a Julia. Pero quin era el culpable de esos delitos delesa majestad? No quera

    darse cuenta de que el imperio mismo, y por tanto Augusto, haba provocado esa descomposiciny que, a medida que se conquistaban ms pueblos, ms se iba pudriendo el imperio, llevado a laruina por las riquezas que afluan a Roma por todas partes. En Roma hay ms de 150.000

    personas alimentadas por la caja imperial, 150.000 vagos que viven, en el fondo, del trabajo delos pueblos conquistados. Augusto les da de comer y los amontona en el circo para que gritenViva Augusto! y para tener as la prueba de su popularidad y de su poder. Pero, quin seatrevera a decirle La causa de la ruina radica en ti mismo y tu poder es la base de nuestra cadacercana! Le ha sido muy fcil dejarse convencer de que la podredumbre comenzaba en misversos. Ovidio ha escritoLos amores y elArte de amor(olvidando misFastos). Ha corrompidola nuestra juventud, ha dado malos consejos a las mujeres casadas (es decir, a Julia), lo haempeorado todo: el amor, la familia, los dioses. Destruyamos la causa del mal y el maldesaparecer. Una noche me comunic la sentencia: relegado a Tomis. Esa noche de las idas denoviembre que he descrito en la tercera elega del primer libro de mis Tristes escrita de camino,antes de llegar aqu la imagen de esa ltima noche pasada en Roma (Cum subit illiustristissima noctis imago...) me llena Todava de odio y desesperacin. Heme aqu acusado dedestruir el Imperio, como si fuera yo el emperador! Iba de una habitacin a otra, sala al jardn,volva, buscaba por todas partes algo que llevarme, algo que me permitiese vivir en el exilio, unaimagen de Roma y de mi vida pasada. Encontr dos: el focale y el odio contra Augusto. Es unacasualidad, pero ambas imgenes tienen el mismo color.

    *

    No quisiera dedicar ni una sola lnea al horror que ha desencadenado mi catstrofe. Pero nopuedo contenerme. He de hablar. Eso me alivia. Habra podido decir la verdad, entreverlasiquiera si no me hubiese ocurrido esto? Por fortuna o por desgracia, acaso no soy discpulo dePitgoras? Mi rostro oficial no ha desaparecido, pues, en mis conversaciones con Honorio, hablodel gran Augusto, el hijo de Csar (de verdad cree serlo, como tambin se cree un dios) y digoque es bienhechor de los romanos. Pero el destierro me ha proporcionado otra cara, la que

    procurar perfeccionar, incluso si la clemencia del dios me permite volver a Roma. Y no soy elnico que ha tenido una exacta visin de todo esto. Quizs lo vea tambin Agripa. Pero soy elnico que lo escribe.

    A lo largo del camino, desde Roma a Brindis, desde Brindis a Lequeo y a Cenerea, de

    Imbros a Samotracia y a Tempiro, donde Sexto Pompeyo me dio una prueba de amistadsent ndome a su mesa, a pesar de la condena que me excluye de las filas de las personashonorables, y hacindome acompaar por una escolta para que cruzase sano y salvo el pas de los

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    bistonios, desde Tempiro a Lamsaca, a Ccique, a Bizancio y a Dionispolis, hasta Tomis, no hehecho ms que pensar y repensar en la injusticia que se me ha infligido y en los medios de aplacarla clera de Jpiter. Y slo despus de haberme instalado aqu, desarraigado de mi pasado y detoda falsedad que lo llena, slo entonces me he descubierto a m mismo. Sufro por estar aqu, y enmis cartas me esfuerzo para conseguir el perdn y poder retornar algn da a mi casa o, por lo

    menos, para que me destierren a otro sitio de clima ms soportable y entre hombres que no seanunos brbaros; pero, de todos modos, nunca me pesar ese momento en que he podido asomarmelibremente a mi alma, sin asco, sin miedo y sin humillacin. Fue a orillas del Ponto Euxino, cuyasaguas parecen negras a veces, como si en ellas tuviera la noche su cuna, cuando empec a serhombre.

    *

    Durante el da, quito la piel de cordero que tapa mi ventana y el sol me baa los pies comoel agua caliente. Entre la hora sptima y la hora nona1 salgo de casa para acostumbrarme denuevo a la luz y al sol. Mi itinerario no es siempre el mismo, pero al salir me veo obligado a

    tomar todos los das la calle que pasa a lo largo de las murallas y que conduce hasta el puerto.Muy pocas veces est en calma la mar, y los barcos, griegos en su mayora, se balanceanfuriosamente por encima de las olas antes de entrar en la ensenada. En el extremo del dique quedefiende al puerto de la violencia del mar, hay un faro, grcil copia del de Alejandra enminiatura, desde luego, pues en Tomis todo es ms pequeo que en los dems sitios. Hay tambin

    barcos romanos que llegan de Brindis o de Ostia y que, con frecuencia, me traen correspondencia.Mis amigos no me olvidan ni Fabia tampoco. Me envan incluso regalos, libros... La semana

    pasada he recibido de Fabia una coleccin de estilos de plata que deseaba desde hace muchotiempo. Sigo siendo rico, pues Augusto no me ha confiscado los bienes2 y estoy seguro de queFabia vive ms a gusto desde mi marcha, ya que ella lo piensa mucho antes de gastar un sestercio,mientras que yo me haba acostumbrado a no privarme de capricho alguno. Cuando, algn da,consiga regresar a Roma, me encontrar con que mi fortuna ha aumentado.

    Me encanta hablar con los marinos, ya sean romanos o griegos. Saben todo lo que sucede enel mundo y se parecen a m en que le tienen miedo a Augusto, el mismo miedo que todos los sereshumanos que componen el Imperio. Aqu he llegado a darme cuenta de que ese miedo semanifiesta con expresiones de gran admiracin hacia el emperador. Qu pequeos resultan losgriegos, cuando hablan de un jefe poltico! Lo han perdido todo, la libertad, la riqueza y, comoyo, el derecho a hablar mal. De todos sus dones del pasado, slo han conservado el del comercio,

    pero esto no les basta para mantener a su pueblo en primera fila entre los dems. Todava tienenfilsofos y poetas, pero la sombra de Augusto ensombrece sus obras y seca poco a poco elmanantial de su genio. Sin embargo, estos marinos me refrescan los recuerdos y les hago hablar

    de las ciudades y las islas que visit hace ms de veinte aos. Son respetuosos con nosotros, perouna leve sonrisa que apenas se les nota, revela cul es la verdadera opinin que tienen de losromanos. Nuestros marinos no quieren mezclarse con ellos, pues esa sonrisa los humilla. Hay amenudo peleas en los tabernuchos de las callejuelas que van desde el puerto al centro y ya he

    presenciado algunas. Los dioses no combatan con menos violencia. Lo rompen todo, ruedan porel fango, agarrados, y he visto un marino de Samos lanzado por una ventana como un proyectil.Estaba seguro de que aquel hombre iba a estrellarse, pero se levant en seguida para seguir

    peleando. Se cubren el brazo derecho con un trozo de tela enrollada que les sirve de escudo. Susblancos dientes relucen como cuchillos. Pero es muy raro que se vierta sangre, pues todos ellosson maestros en el arte de la lucha silenciosa en el fondo de un fign, en las tinieblas de unlupanar o en un rincn de una calle mal alumbrada. Solamente las mujeres gritan, pero cuando

    1 De medioda a las 3,45; solsticio de verano.2 La relegatio no implicaba la confiscacin de los bienes.

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    llegan los guardias slo encuentran los frutos de la tempestad: algn herido, los thermopolae1estupefactos o tambin heridos, los barriles y las nforas que se han roto y el vino rojo que fluyehasta la calle.

    Entro a veces en esos tugurios, cuyos dueos suelen ser griegos. El vino es bueno, pues lotraen de las islas, mientras que otros venden vino del pas, un poco ms agrio y bastante fuerte.

    Sabe a esa tierra que no conozco. Me han dicho que los getas son muy buenos bebedores y quedurante el invierno entierran las vias para que no se hielen. El fro hace estallar muchas veces lasnforas y se necesita romper en pedazos el vino y en seguida recalentarlo ante el fuego para quevuelva a ser lquido. En Roma habra jurado que la vid no crece bajo la Gran Osa y que lo quellaman hombres se reducan aqu a unos animales de dos patas desprovistos de sentimientos yde razn. Pero veo que las mujeres son ms puras aqu que en Roma, a juzgar por Dokia, y quelos hombres son ms hombres. Se puede vivir dondequiera que pueda uno encender fuego yhablar con alguien. Roma no es ms que un capricho y un puntito, quiz demasiado brillante, enmedio de la noche humana.

    Ayer por la tarde visit a Artemis en su casa, que est al otro extremo de la ciudad.Comparadas con las distancias de Roma, las de aqu son ridculas, pero las calles estn siempre

    cubiertas de fango, de nieve o de polvo. Artemis me esperaba y me haba preparado una comidadeliciosa, verdaderamente deliciosa si la comparo con los manjares primitivos y montonos queme presenta Dokia. Incluso haba almendras azucaradas, aceitunas negras, higos secos, vino deQuo, regalos que los ricos armadores y capitanes le hacen a Artemis. No es, ni mucho menos, tanhermosa como Corina, pero posee el refinado arte de vestirse con sencillez y elegancia y sabedecir cosas que enardecen la sangre y amabilidades tontas, pero excitantes. Representa su papelcon talento y no le pido ms. Su conversacin es slo una preparacin para el amor. Todo lo quecuenta se refiere a hombres y a mujeres que se aman apasionadamente, a parejas perfectas o biena los amores de los dioses, que son las historias ms picantes y las que constituyen el tesoroafrodisaco de toda cortesana que domine su oficio. He notado, a lo largo de mis innumerablesaventuras, que el adulterio, cometido por Marte y Venus, la esposa de Vulcano, era siempreconsiderado como el excitante ms eficaz. Muchas veces, cuando estamos amndonos, Artemisme murmura: Oh, Marte, amor mo. Con lo cual se considera como Afrodita.

    La escucho con agrado, pues habla el griego maravillosamente. Ayer hice honor a su festny me dio detalles de su vida. La mitologa se mezcla a menudo de modo desconcertante con todolo que dice y ha llegado a la feliz insensatez de confundirse a s misma con la diosa del amor ycon otros personajes menos famosos. Corina era mucho ms realista.

    La historia de Artemis comienza con esta evocacin absurda: viva en Sestos, a orillas delBsforo, y sus padres eran ricos. Se haba enamorado de un joven que viva en la ciudad deenfrente. Abidos, situada en la orilla donde Trova elevaba antes sus gigantescas murallas

    protegidas por los dioses. Para verla, cruzaba todas las noches a nado el mar y ella lo esperaba,

    acompaada por la mujer que haba sido su nodriza, y agitaba una antorcha cuya llama orientabaal nadador. Se amaban en la playa an caliente, a la luz de las estrellas, arrullados por la msicade las olas del Helesponto mientras la nodriza dorma. O finga hacerlo, cerca de ellos. Pero unanoche Artemis, cansada por tantas noches sin sueo, se durmi tambin, se le cay de la mano laantorcha, que se ahog en la arena. Y el joven, que luchaba contra el oleaje, se ahog al faltarle lagua de aquel amoroso faro. Enloquecida por el dolor, Artemis huy de su hogar (su madre eramilesia) y se embarc en el primer barco que encontr, el cual la llev a Tomis donde, paraolvidar y para vivir, se convirti en la cortesana favorita de los personajes de ms elevada

    posicin y de cuantos tuviesen el suficiente dinero para pagarse una noche con ella.Es una historia muy triste. Y Artemis la cuenta con tanta conviccin que no me atrevo a

    recordarle la de Hero y Leandro, tan parecida a la suya. Seguramente hay algo de cierto en esa

    tragedia de que parte su vida posterior, pero me parece intil trazar aqu la linea que separa laverdad del mito. Muy probablemente ella sera incapaz de reconstruir exactamente los hechos

    1 Taberneros.

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    porque al contar centenares de veces la muerte de su amante, tal como ha logrado entremezclarlacon la de Hero y Leandro, se toma a s misma con ms facilidad por Hero que por la qu realmenteha sido. Confunde a su primer amor con el de Hero y a los dems, a sus otros innumerablesamores, con los de Afrodita. Su juventud fue terrenal y pura mientras que su vida de cortesana, alconfundirse con la de diosa, viene a ser un fragmento de la impureza del Olimpo.

    Esta vez no he podido evitar preguntarle: Sabes que tu historia me recuerda la de Hero yLeandro? La conoces? No, me ha respondido, impvida, pero no me sorprende. Toda mivida est formada con semejanzas divinas. Un orculo me predijo que estaba destinada a un dios.Podras ser t mismo ese dios que espero. No tengas miedo, no se lo dir a nadie. Se deslizhasta quedar en el suelo y me abraz las rodillas con sus brazos desnudos. No me hago ilusiones:estoy seguro de que veen cada cliente el dios al que est predestinada. Sus decepciones deben deser muy frecuentes. He necesitado llegar a Tomis para hallar a alguien que tenga una fe intactacomo la de los tiempos de Ulises, cuando las metamorfosis eran cosa cotidiana. Qu cortesanade Roma sera capaz de creerse Venus, de confundir su primera locura con la de Hero y deesperar cada noche, en su lecho mancillado, al dios capaz de darle el verdadero amor y de hacerde ella una estrella eterna o un manantial en el lindero de un bosque?

    Haba mucha oscuridad cuando sal de su casa, pero la ciudad brillaba a la luz de la luna.Pas a lo largo de los diques y en el fondo de mi memoria fueron tomando forma dos versos de lacarta que Hero escribi a Leandro* antes de la noche fatal:

    Unda repercussae radiabat imagine lunae,Et nitor in tacita nocte diurnus erat.1

    He subido esta maana, acompaado por Honorio, a lo alto de las murallas. Del lado detierra, se divisa una extensin tan inmensa como del lado del mar. Brillaban los cerezos en florcomo cirios, esparcidos por la tierra ondulada. Desde la torre occidental, que protege la entrada

    principal de Tomis, se puede ver toda la ciudad, el mar y la tierra de los getas, de un verde mssuave que el de la mar tan misteriosa y lejana. Cerca de las murallas unos labradores abran unossurcos minsculos con arados de madera tirados por bueyes blancos que no empujaban el yugocon la testuz, como en mi pas, sino con el pecho. Le dije a Honorio que este sistema me parecams pr ctico puesto que la fuerza del animal est ms en los msculos del pecho que en los de latestuz, frente y cuello. Honorio se encogi despectivamente de hombros. Desprecia a todo lo queocurra fuera de Italia. Me replic que esta tierra apenas produca y que los getas llegados deloeste y del norte incendiaban con frecuencia la cosecha cuando el trigo haba madurado. Aad:Augusto tendr que someter algun da esta tierra, hasta ms all del Danubio, a la ley de Roma

    para darle paz y prosperidad. Y para ensearles a estos brbaros a uncir bueyes..Roma le paga una buena soldada y l sabe que, dentro de un par de aos, lo trasladar n a

    Grecia o a Italia, segn sus mritos. As, es natural que slo hable en esos trminos. En cambio,yo no quera que estos hombres libres se vieran obligados algn da a edificar templos paraglorificar a Augusto.

    *

    Tengo mucho tiempo por delante. Mucho si lo cuento por horas y por das. Pero poco sipienso en los aos de y lda que me quedan. Pitgoras deca que la vida est dlvidida en cuatroperodos: La infancia, hasta los veinte aos; la adolescencia de veinte a cuarenta; la juventud decuarenta a sesenta; y la vejez de sesenta a ochenta. Segn ese clculo, me encuentro en plena

    juventud. Pero es ms probable que el sabio que Crotona haya querido decir madurez en vez de

    * Alejandro es el nombre que figura en el libro impreso, error aqu corregido [Nota del escaneador]1 Las olas devolvan la imagen de la luna y en la noche silenciosa luca la claridad del da. (Heroidas, Epstola XVIII,7778.)

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    juventud. Y, si me hubiera conocido, me habra incluido sin duda entre los viejos, sobre todo sile hubiese hablado de mis relaciones con las mujeres. Sola decir Pitgoras: Hay que usar deVenus slo en el invierno, nunca durante el verano; de vez en cuando en otoo y en primavera,

    pero, en cualquier poca, es algo que consume y muy mala para la salud. Uno de sus discpulosle pregunt cul era el tiempo ms adecuado para dedicarse al amor, y l le respondi: Cuando

    quieras debilitarte.Desde mi juventud conoca yo las enseanzas de Pitgoras. En Las Metamorfosis le hededicado una gran parte del libro XV. Pero, acaso he tenido en cuenta su sabidura? He habladode los dioses cuando l se refera a un solo dios; he comido carne contra su oposicin a todoalimento procedente de un animal; predicaba el uso moderado de Venus y yo no he hecho msque abusar. Ha sido un exiliado, como yo, puesto que eligi Crotona como lugar de su exilio parahuir de los abusos del tirano Polcrates. Entre los esclavos que tena cuando viva en Samos, suisla natal, se hallaba Zamolxis, el sacerdote que ms tarde haba de convertirle en pontifexmaximus y nico dios de los getas, mis vecinos. Qu extraa coincidencia! Me encuentro en estemomento ante todos los entusiasmos y todas las angustias de mi juventud: Pitgoras, Zamolxis,Medea. Algn da hablar de Medea, smbolo de mis primeros triunfos en Roma y fundadora de

    Tomis. Vivimos siguiendo un camino ascendente; llegamos a un punto culminante y empezamosa descender cruzando en sentido inverso todos los misterios que habamos atravesado en nuestramarcha hacia arriba. Y as resulta que la muerte es slo un retorno. O, como lo deca Pitgoras, elcamino hacia un nuevo nacimiento. Pienso pedirle a Dokia que me informe sobre su religin,sobre su Zamolxis, antiguo esclavo de mi maestro.

    *

    Querra difundirla verdad sobre l hasta los partos, hasta el fondo del Africa y deGermania, ir cantando a los pueblos sometidos, deslumbrados por su gloria y su leyenda moral, laverdad acerca de la moralidad de Augusto. En la defensa que hice de mis libros escrib en laElegia nica:

    Ilias ipsa quid est, nisi turpis adultera, de quaInter amatorem pugna virumque fuit.1

    Si acusan a mis libros de haber estimulado el adulterio, qu hacen las obras maestras delpasado sino cantar esos amores prohibidos que llenan de prrafos y penas las leyes de Augusto?Al mismo tiempo aluda yo a la falta de Julia y al grave pecado sobre el que ha levantado elemperador su propia felicidad conyugal. En efecto, acaso no es el hroe de un adulterio? Y todasu vida sentimental y conyugal, no es una larga serie de faltas y de crmenes previstos y

    castigados por la Lex Julia de adulteriis et de pudicitia? Comprometido a casarse con la hija deServilio Isurico, rompe su noviazgo para casarse con Clodia, la hija de Publio Clodio y deFulvia, pariente de Antonio. Cuando sus relaciones con Antonio, y por tanto con Fulvia, seestropearon, el emperador envi a Clodia con su madre sin haberla llegado a tocar, desde luego,

    pues Clodia no tena an los doce aos. Y es que slo se haba casado con ella para ingresar en lafamilia de Antonio. Luego contrajo matrimonio con la madura Scribonia, de la familia de SextoCornelio, y de ella tuvo su nica hija, Julia, a la cual enviara ms tarde a la isla de Pandataria. Escierto que Scribonia nada tena de una Venus ni una Helena, y que era mayor que l, pero el

    protector de la familia romana no se divorcia por tan poco.Conoci a Livia y se cas con ella quitndosela a su marido, el pobre Tiberio Claudio

    Nern, antiguo enemigo de los triunviros, el cual cedi su propia mujer al Csar todopoderoso

    para salvar as su vida. Regal su mujer a Augusto y recibi a cambio la libertad. Se deca en1 Qu es en el fondo la Ilada, sino un innoble adulterio por el que luchan el amante y el marido? ( Tristes. Libro II.371, 373.)

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    Roma que era tan grande el deseo que senta Augusto de tener a Livia en su cama, que la oblig aacudira la ceremonia nupcial cuando estaba a punto de dar a luz. Este nio, nacido en la familiade Augusto, era Tiberio, el hijo del anterior esposo de Livia. Y cuando Julia fue bastante mayor,el emperador oblig a Agripa, y luego a Tiberio, a que se divorciaran de sus esposas para que secasaran por turno con ella. No es todo esto ms complicado, ms inhumano y ms inmoral que la

    historia de amor que motiv la guerra de Troya? Y no son los versos que l mismo escribi en sujuventud mucho ms indecentes que los mos? Nunca me perdonar, pues he visto y dichodemasiadas cosas. Y por supuesto, tienen que haberle causado muy mal efecto esas ltimasalusiones de mi Elegia. Ha hecho leyes para castigar a los otros porque se considera fuera de todaley. Lo que le hace dao y le recuerda lo que es len realidad, son mis versos. El tono servil yadulador que he adoptado en mis cartas no podr borrarle la sombra de Ovidio, testigo de su

    pasado y de sus torpezas y presente en Roma en estas cartas que slo son serviles para conseguirsu objetivo.

    *

    Huir, pero adnde? Slo en Roma merece la vida ser vivida. O en Grecia. Pero todo elespacio habitable de la tierra se encuentra al alcance de Augusto. Yo ira con gusto al pas de losgetas, pero estoy seguro de que su tierra no es ms que un Tomis inmenso, donde pagara lalibertad con lo que me queda de salud y de esperanzas en este viejo cuerpo gastado cuyo nicoconsuelo es la ilusin de regresar a Roma.

    Conoc el otro da al capitn de un navo que zarpaba con rumbo a Trebisonda. Una vez all,habra yo podido encontrar una caravana que se dirigiera al Oriente, hacia la India, o quiz mslejos, ms all de toda frontera conocida. Habra sido libre una vez llegado, habra podido decirtoda la verdad. Ese marino estaba dispuesto a llevarme con l mediante una pequea cantidad dedinero. Ignoraba quin era yo. Volv a mi casa despus de haberme citado con l para aquellamisma tarde, en un estado de agitacin que puso fuera de s a mi perrito Augusto. Dokia meayud a preparar una y alija y un cofre, sin decir palabra, pero sus ojos me miraban con inquietudy su mirada tena la misma expresin de pnico que la de mi perro. Luego, al querer mover elcofre, un dolor de riones me inmoviliz. Tuve que tenderme ayudado por Dokia, mientras queAugusto, con las patas delanteras apoyadas en el borde de la cama, mova la cabeza como siquisiera preguntarme qu me haba ocurrido. Estaba tan gracioso que interrump mis gemidos

    para romper a rer. Sin embargo, las lgrimas no se retiraron de mis ojos. Este dolor, que durms de una hora, me hizo abandonar mi proyecto. Huir, a mi edad, era una aventura imposible.Las alegras se van encogiendo a mi alrededor como la luz en torno a un fuego que se apaga. Deahora en adelante todo se reduce al lecho y a la mesa. Dormir, hacer el amor, comer y escribir. Herogado a Dokia que y olviera a ponerlo todo en su sitio y he salido en compaa de Augusto. El

    sol estaba an alto en el cielo cuando, despus de haber dejado atrs la ciudad, sub a una duna ala orilla del mar. En esta colina armoniosa, cuya altura no es mayor que la de mi casa, crecanflores y hierbas raras. Me sent y pude contemplar hacia el sur la alargada playa que se ibaelevando hasta convertirse a lo lejos en un alto acantilado. El agua era azul y estaba en calma ylas corrientes dibujaban en la superficie como unos caminos. A mi izquierda vea claramente el

    puerto de Tomis con la ensenada y el faro alejandrino. El barco que haba de llevarme pas antel hacia la hora duodcima1 y los remos quedaron inmviles cuando el viento empez a henchirlas velas. Lo segu con la mirada y desapareci, directamente delante de m, hacia el este, ms allde la lnea pura del horizonte. No sent pesar por no ir yo en l. Me tend en la arena caliente yfina, ms fina y ms clara que la de Ostia, y me dorm. Tuve entonces el mismo sueo quesiempre tengo aqu cuando mi espritu se halla sereno. Me veo en Roma, en mi casa, paseando

    por el jardn. Llego ante el muro del recinto y me parece demasiado alto y mal colocado. Querramandarlo derruir para tener de nuevo ante m la perspectiva del Monte Mario. Le comunico el

    1 Despus de las seis de la tarde.

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    proyecto a mi mujer que me mira extraada y me dice: Para qu y as a echar abajo este muro?Por lo menos te impide mirar a Tomis. Entonces recuerdo que detrs de este muro se encuentraTomis y que no tengo el menor deseo de verlo.

    Cuando me despert an segua el sol en el cielo. Me di cuenta de que Dokia estabasentada, no lejos de m, del lado del mar. Arrojaba piedras al agua y Augusto se zambulla para

    encontrarlas; y al salir daba locas carreras por la playa. Dokia rea silenciosamente. Tanto lamujer como el perro se sentan felices porque yo no los haba abandonado. Tuve la sensacin deencontrarme en mi casa, en medio de un pequeo mundo familiar: una mujer, un perro, una casa,seres y cosas que se haban acostumbrado a mi presencia y no podan ya privarse de ella.

    Mientras me levantaba, Dokia se acerc a m y me invit a su casa. Es muy cerca de aqu,me dijo, y me dio la mano para ayudarme a descender la pendiente de la duna. El ruido de las olasque se rompan sobre la playa y el olor de las algas que se pudran al sol me hicieron amar derepente este paisaje solitario. La mano de Dokia me reconciliaba con esta tierra, con este inmensoruido de las aguas que nada tiene de ese murmullo de las olas que se deshacen en nuestras playas.

    La casa de Dokia est en los lmites del barrio pobre y est situada en medio de un jardn yun huerto entre el mar y las murallas meridionales, no lejos de la duna. Para llegar a ella hay que

    atravesar unas huertas en que la lechuga, las coles y los tomates crecen entre canalillos. Est lacasa blanqueada con cal y delante tiene una especie de terraza cubierta, sostenida por unos pilaresde madera y abierta hacia el jardn. El techo, inclinado, se compone de minsculos trozos demadera colocados unos sobre otros como las escamas de una coraza. A la entrada del huertoesperaba una niita rubia de tres aos parecida a Dokia. El padre de sta, un anciano, vigilabaapoyado sobre una azada, la pequea corriente de agua que, fluyendo por los canalillos, iba a

    parar a un cuadrado de lechugas. Me salud en lengua geta y prosigui su trabajo mientras que lania nos segua por la terraza cuyo suelo, como el de toda la casa, es de tierra apisonada. Hizoque me sentase sobre un redondo escabel de tres pies y me trajo una cucharada de miel sumergidaen el fondo de un cubilete de agua fresca.

    Dokia y yo nos entendemos ya perfectamente, pues ha adelantado mucho en latn y yo heaprendido bastante de la lengua geta. Desde la terraza se vea el mar por encima de las dunas,como una muralla verde rodeando el horizonte. Tambin se sent ella en otro escabel aunque auna respetuosa distancia.

    La pequea la rodeaba por la cintura con sus brazos. Por decir algo, le pregunt: Cmo tellamas? Dokia. Y tu padre? La nia no respondi y mir a su madre, que me dijo: Su

    padre est lejos. Pero no pronunci su nombre. Es geta como t? Murmur un s con elcual quera poner fin a mis preguntas. As que yo no me haba engaado. Haba un hombre y unania en la vida de Dokia y un secreto que no quera revelarme, por lo menos por ahora.

    No te dan miedo los getas? Est s al servicio de un romano y podran matarte un da.Por qu no te quedas a vivir en la ciudad?

    Movi la cabeza.No. Mi padre tiene su huerto y la pequea puede jugar aqu entre los rboles o a la orilladel mar.

    Soy feliz as.Eres feliz, Dokia?Lo afirm con la cabeza.

    Sin marido, tan joven y tan hermosa, cmo puedes ser dichosa?Para ser feliz, no se necesita tener todo lo que se desea. S que no piensa usted as, pero

    as es.Quiz tuviese razn, pero nuestra situacin no era la misma.Sabes, Dokia, que yo posea todo lo que un hombre puede desear y que, sin embargo, no

    era feliz? Me dijo: S e hizo que la nia se fuera a jugar al jardn. Luego, aadi: Nadie esdueo de su destino, ni de su felicidad.Quin es, pues, nuestro dueo?

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    Me respondi sin vacilar:Zamolxis.Este nombre llen la tarde. Era como si lo hubiesen pronunciado el cielo, el jardn y la mar,

    tan grave y sonoro resultaba, tan triste y poderoso segn su manera de ser y de pensar. Me sentcomo invadido por su fuerza, como obligado a obedecerle y creer en l. Se haba convertido,

    antes incluso de que yo lo conociese, en el dueo de mi destino? Aquella mujer sentada ante m,haba pronunciado su nombre y era la primera vez que yo lo oa proferido por unos labioshumanos.

    Al escribir estas lneas, recuerdo una cosa extraa: sentado delante del jardn rstico cercade Dokia y mientras habl bamos lo que he referido, me haba olvidado completamente de midesdicha, de dnde estaba y por qu estaba all. Por boca de la joven, entraba yo en relaclon conio que Pitgoras llam hace quinientos aos el dios nico. Y todo se borraba ante esta noticia queya conoca en el fondo, pero cuyo verdadero conocimiento me esperaba al extremo de la tierra

    bajo los muros de Tomis, como el solo consuelo posible. Porque es cierto que no somos dueosde nuestro destino.

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    SEGUNDO AO

    Hay pjaros ms trgicos que esas gaviotas de armonioso vuelo cuyo chillido me desgarrael alma como si anunciara un desastre, como si intentase resucitar el recuerdo de otra vidadedicada a los crmenes ms horribles? Pienso en Medea... Las nubes estn bajas, cubren todo elcielo y le dan al mar un color siniestro, verde y gris a la vez, sobre el que se destacan las alas

    blancas de esas aves de la desgracia que, de vez en cuando, bajan rpidas para coger un pez. Semantienen en equilibrio sobre sus alas y lanzan su agudo grito en la tempestad como si quisieranlibrarse de la carga de su pasado.

    Me encuentro en la colina, cerca de la casa de Dokia. Estamos en invierno, Todavatemplado, pero estoy seguro de que el viento del norte nos traer la nieve esta noche o maana.Las hierbas se han secado y el viento silba al pasar por entre las ramas huesudas y atormentadas.El mundo est lleno de dolor y la vida pasa a travs de los hombres, lo mismo que ese viento,haciendo temblar los cuerpos y las almas: el invierno est cerca, el verano fue slo ese breveespacio deslumbrante en que la muerte es posible. No se ve a nadie. La orilla y las aguas est ndesiertas y, a lo lejos, el puerto est vaco. Slo quedan las gaviotas para soportar este clima y

    para hacerle eco a esta naturaleza inhspita. Con esa misma indiferencia y olaban el da en queMedea mat a su hermano aqu, en esta misma orilla, entre estos gritos todos iguales, hechos paraacompaar a los pecados de los hombres. Desde lo alto de esta colina, o quiz de aquel acantiladoque se pierde hacia el sur, divis Medea el navo de Aetes, su padre, al que ella haba abandonadoantao para seguir a Teseo. Haba sido esposa de Jasn, a quien avud en la conquista delvellocino de Oro en Clquida, situada en esta misma orilla, un poco ms al norte. Haba matado...

    pero esta historia la he contado ya. Veo ante m a la bella y malvada hechicera errante por esta

    playa extranjera con su mirada llena de angustia. Su padre dio por fin con ella y estaba a punto dedesembarcar: Medea no poda escapar a su clera... y, aunque le quedaba an en el espritu unainmensa audacia, la palidez invadi el rostro de la estupefacta mujer. Estos versos de la NovenaElega, escritos hace menos de un ao, avanzan hacia m al ritmo del oleaje como si la mar fuesemi memoria. Estoy perdida, tengo que retrasar a mi padre por medio de alguna estratagema Ensu vida abundaron las estratagemas. Acaso no conquist con una de ellas a Jasn? El arte de lamagia no tena secretos para ella. Pero ante su anciano padre no le y alan las frmulas mgicas;se le mezclaban en la cabeza, se le borraban, y de nada le serva la magia. Hasta el grito de lasgaviotas le impeda pensar. El viento bata los tallos secos de la hierba y el ruido de las olas laenloqueca. Cerca de ella se encontraba su hermano Absyrte. Encontr en l la solucin. Con su

    propia espada le atraves su inocente costado y despedaz el joven cuerpo hecho de su misma

    carne. Despus coloc muy a la vista en lo ms alto del acantilado la sangrienta cabeza y lasmanos plidas de Absyrte como un faro deslumbrante, ms intenso que la luz, para que su padrelas viera de lejos. Despus arroj por la playa y los campos los miembros descuartizados queAetes, en su obstinada persecucin, descubrira entre la maleza y las piedras. De este modotendra que retrasarse para coger estos horribles fragmentos y Medea podn'a ganar tiempo en sufuga. Estoy viendo esta fuga, oigo los lamentos del viejo Aetes inclin ndose a cada paso para noabandonar a los cuervos la carne de su hijo y, sin embargo, avanzando para castigar a la hijacriminal. Medea estaba ya lejos cuando el anciano logr, por fin, dar sepultura a todo el cuerpodespedazado, a este cuerpo cuyo recuerdo planea, como un vuelo de gaviotas, sobre la ciudad deTomis.

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    Inde Tomis dictus locus hic, quia fertur id illo.Membra soror fratris consecuisse sui.1

    Hoy comienza mi segundo ao de destierro. El ao prximo por estas fechas, har ya unosmeses que estar en Roma. Augusto habr muerto probablemente, mis libros se encontrarn de

    nuevo en todas las bibliotecas2

    y contar, en las Termas o en mi casa junto al fuego, las terribleshazaas de Medea. Esta mujer me horroriza y, al mismo tiempo, me inspira una profunda piedad.Fue juguete de los dioses, que impulsan a los hombres a cometer estos actos odiosos para luego

    poderlos castigar mejor.Una noche me despertaron los ladridos de Augusto. El viento soplaba con todas sus

    fuerzas, llova y el fuego se haba apagado en el hogar. Tranquilic a Augusto y, mientrasprocuraba volverme a dormir, o claramente una voz de mujer que gritaba en la noche:Medeaaa, Medeaaa! El perro volvi a ladrar. Y tuve miedo, encogido en mi fro lecho.

    *

    Ha pasado otro invierno con sus nieves, sus rfagas y su aislamiento. He odo de nuevo elaullido de los lobos y los gemidos del viento sobre el techo de mi casa. Y he estado enfermomucho tiempo. Mi cuerpo, sacudido por la fiebre, no ha abandonado la cama durante dos meses,mientras que mi espritu como un ciervo que recobra la libertad, no ha cesado de recorrer yoluptuosamente todos los caminos del pasado. Me bastaba un olor a madera quemada paraencontrarme en casa rodeado por los mos; un olor a carne asada me sumerga en la infanciahacindome revivir los inviernos de Sulmona cuando el cocinero de mis padres asaba en el patioun gran cerdo de Hungra, condimentado con laurel y con hinojo silvestre; y del perfume de unarosa marchita que Artemis me ofreci una noche, surgan en m las noches pasadas en casa deGaya, de Corina, de tantas otras mujeres amadas o slo deseadas al final de una orga. He tenidotiempo de rehacer todos mis libros, de escribir otros con el leve estilo de la imaginacin, y, sobretodo, he tenido ms tiempo que nunca en mi vida para pensar en m mismo y dejarme acunar porla dulzura del pasado y sacudirpor la realidad de este presente que es para m un contactodespiadado con la verdad de la vida. Todo hombre que envejece debe de tener esas horriblesvisiones que lo arrancan de la ilusin cotidiana y le hacen ver la inutilidad de cuanto ha hecho yde cuanto ha sido, pero el inmenso mecanismo de la mentira diaria, de la familia, la riqueza, lacasa, los amigos, y el paisaje natal, est ah siempre dispuesto a cogerlo de nuevo y situarlo en elcomienzo de una nueva lusin. As, estamos hechos de pequeas eternidades que nos conducen ala muerte entre los lgubres calveros de esos momentos realistas que acabaran por matarnos ms

    pronto si tuviramos el valor de prolongarnos. Al venir a Tomis, lo primero que me he vistoobligado a abandonar ha sido la maquinaria de la mentira. Y estaba a punto de inventarme otra

    cuando la enfermedad me ha puesto implacablemente delante de m mismo. Quin puede serms puro, quiero decir menos manchado de ilusiones, que un exiliado en Tomis? Soy como elbandido Selouros, solo en medio del Foro ante los animales salvajes que dentro de unos instantesvan a arrojarse sobre l y, tambin como Selouros, s muy bien que no me queda esperanzaalguna.

    Por cierto, que una noche le cont a Dokia, que casi no se ha separado de m durante estosdos meses, la muerte de Selouros. Se me haban quitado los dolores, no tena ya fiebre, mis

    pulmones funcionaban bastante bien, y poda hablar. Selouros era un asesino famoso en mijuventud, un bandido del sur de Italia que se impuso durante largos aos en los caminos y en losbosques. Un da la polica lo detuvo y lo llev a Roma. Augusto transform su castigo en

    1 De ah que este lugar se llame Tomis, pues segn se dice, all fue donde una hermana despedaz los miembros de suhermano. (Tristes, Elega IX.) Tomi significa en griego recorte, amputacin. En este libro se adopta el nombre latinoy rumano Tomis.2 Augusto haba suprimido los libros de Ovidio en todas las bibliotecas pblicas.

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    espectculo. Fui a verlo en compaa de Corina, que asista a las munera y a las venationes conuna asiduidad que no se deba tanto al deseo de contemplar la muerte y los suplicios de losgladiadores y de las fieras, como al de lucirse en medio de la elegante multitud del circo. Selourosfue, pues, encadenado a una picota levantada en el centro del Foro y lanzaron contra l panteras yleopardos hambrientos. Yo haba visto algunas venationes aunque no me gustaba este gnero de

    espectculos, pues casi siempre eran las fieras las que perdan la partida, pues tenan quehabrselas con hombres bien armados y que dominaban su arte. Esta vez haban atado al hombre.Cuando las fieras se le acercaron, slo pudo arrojar arena con su pie derecho a los ojos de una

    pantera que se preparaba a saltar sobre l. An tengo en la memoria cmo se frotaba la panteracon una pata sus ojos lastimados. Era una actitud de inocencia infantil. Durante unos momentos,la tragedia que se desarrollaba ante m tomaba el aspecto de un juego: el hombre pareca unmuchacho un poco cruel que, impulsado por una brusca clera, haba arrojado polvo a los ojos deun gato que ms bien esperaba recibir una caricia. Pero la ilusin slo dur un instante. Selourossegua arrojando arena en direccin a sus enemigos con la alocada rapidez del que cree haberencontrado en un movimiento insensato su medio de salvacin, cuando un leopardo salt porencima de la pantera cegada. Cerr los ojos y me tap los odos, pero demasiado tarde. Haba

    visto la mirada asombrada del criminal, la sangre que brotaba a borbotones de su garganta yhaba odo el grito, ms breve que un relmpago, ahogado en seguida por la sangre. La espera dela muerte haba sido larga pero la muerte misma slo dur un instante. El cuerpo del asesino fuedevorado con gran rapidez, pues cuando volv a abrir los ojos slo vi la cuerda ensangrentada quecolgaba de la picota all donde unos minutos antes haba unas manos vivas, unas manos dehombre; las fieras, que se mataban unas a otras a zarpazos y mordiscos, hacan temblar el aire deRoma, con sus rugidos.

    Al terminar mi relato, le dije a Dokia:En este momento soy como Selouros.Y ella me respondi sonriente:

    Entonces, yo sera la pantera, o quizs el leopardo?No. T seras la absurda esperanza. La arena arrojada a los ojos del destino.Desde que se encuentra a mi servicio, ha pasado un ao y ha aprendido a sonrer. Se ha

    hecho amiga ma. Sin embargo, nunca me habla de ella misma, y su vida sigue siendo un misteriopara m. S que no me odia y tambin he llegado a saber que nunca me amar, pues su corazn lotiene otro hombre, y el cuerpo de una mujer geta no traiciona a su corazn. Slo econtar con suamistad o con su piedad. Me limito, pues, a aplicar los principios de mi Ars amandi en misrelaciones con Artemis pero, cunto tiempo me durar?

    *

    Honorio tambin ha venido a verme en estos meses de inmovilidad. Es corpulento y,envuelto en supenula,1 pareca an ms grande y ms impregnado de romanidad. Es uno de esospeones que Augusto ha esparcido por el mundo para defenderse de los peligros ms lejanos einsospechados. Tiene los ojos castaos, pequeos y, por lo menos al principio de nuestra relacin,me las ingeniaba para descubrir en el fondo de ese color de sus ojos (que me recordaba a losdescendientes de los etruscos de Umbra) unos reflejos de bondad y de inteligencia. Fue l quienhizo entrar a Dokia en mi casa y quien me present a Artemis. Pero despus de la conversacinque sostuvimos en las murallas, no haba vuelto a buscar su compaa y nuestras relaciones noeran ya tan amistosas.

    Cuando me visit tena yo que esforzarme para hablar, ya que me hallaba al principio de miconvalecencia. As que fue l quien tuvo que elegir los temas de conversacin y desarrollarlos a

    su gusto. Su figura haba cambiado en algo; me pareca ms delgado y ms preocupado, pero depronto me di cuenta de que el cambio que yo notaba no era cosa del interior, sino que la

    1 Gran abrigo de lana lisa que se llevaba en los das de fro, viento y lluvia.

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    transformacin se deba a la barba que se haba dejado crecer como los romanos de los tiempos deCaton el viejo. O como los getas. Le seal la barba sonriendo. Se sonroj un poco, y me dijo:As tengo menos fro. Pero comprend en seguida que la explicacin era distinta. Tampoco losgriegos llevan barba desde los tiempos de Alejandro. Solamente los brbaros han seguido esacostumbre que los asemeja a las fieras. La conversacin se desliz en seguida por otro terreno y

    solamente ahora, al escribir, he recordado la barba de Honorio, quiz porque establezco unacuriosa relacin entre esta barba y las palabras que el centurin pronunci unos instantes despus.Entr pronto en el tema, ya que su inteligencia no es sutil.

    A usted no le han gustado nunca los militares, verdad? me pregunt. Incluso haescrito usted versos donde exterioriza ese sentimiento. Hace aos que he ledo sus versos, norecuerdo ya en cul de sus libros. La profesin de las armas no le es simptica y le parece uncrimen matar hombres.

    Hice un gesto de afirmacin con la cabeza y me invadi un sbito terror. Este hombre habarecibido rdenes de Roma y me interrogaba. De manera que estaban acumulando nuevas pruebascontra m para justificar mi eliminacin. Esto formaba parte de la tcnica imperial. Han asesinadoa personas mucho ms importantes que yo y estos muertos son los que perturban el sueo de

    Augusto y de Livia. Sin embargo, la mar est helada. Quin le habra podido traer instruccionesa Honorio en pleno invierno? El interrogatorio continu:

    Hace aos que he salido de Roma. Puede usted decirme, con toda confianza, si haymucha gente en Italia que piensa como usted? s que despus del desastre de y aro en Germaniale ha costado mucho trabajo al emperador encontrar jvenes deseosos de alistarse en las legionesy de consagrarse a la vida militar.

    Era verdad. De modo que me acusaban de algo an ms grave. Yo no era slo el corruptormoral de las mujeres romanas, sino tambin de la juventud masculina, poque en mis versoshaban aprendido los futuros soldados a despreciar al ejrcito y sus honores. Para qudefenderme? Quin sabe cuntos dolores me habra ahorrado una muerte violenta.

    S respond, lo que dice usted es cierto. La juventud de hoy ha perdido el entusiasmobblico, pero hacerme culpable de todos los males que afligen al Imperio, es concederme excesivaimportancia.

    sa no es mi intencin. No le acuso a usted de nada. He admirado demasiado su poesapara creerla culpable. Adems, yo tambin soy un militar a quien no le gusta su profesin.

    Esta afirmacin no dej de sorprenderme. No estara yo siendo vctima de una simulacin?Durante todo un ao de relacin bastante estrecha con Honorio, nunca observ un divorcio entreel hombre y su uniforme.

    Cree usted que estamos procediendo con justicia? El Imperio se engrandece a fuerza deachicar o destruir a los otros pueblos del mundo.

    Qu quiere usted que hagamos? le repliqu. En la tierra slo hay conquistadores y

    conquistados. El hombre no es capaz de imaginar otra solucin. En cuanto Roma dejase deconquistar, sera a su vez conquistada por otros. No comprendo a dnde quiere usted ir a parar.Honorio dud unos instantes, mientras se acariciaba la barba con un gesto nuevo en l que

    aada una cierta nobleza a su porte.Augusto est viejo. Tiberio ser su sucesor. Cree usted que el Imperio ser la mejor

    solucin?Augusto es un dios. Tiberio ser otro dios. No tenemos derecho a dudar de los dioses. Lo

    sabe usted mejor que yo.Acaso los jvenes romanos a quienes les molesta tanto salir de Roma y marcharse a la

    guerra, son tambin de esa opinin?Lo ignoro le respond. No soy ya joven y bien sabe usted cunto admiro a Augusto.

    S, s, desde luego. Lo preguntaba slo por saber... Aqu me embrutezco y a veces piensocosas absurdas. Por ejemplo, ha pensado usted alguna vez en nuestra religin? La ha

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    comparado usted en alguna ocasin con otras religiones, con las de los dems pueblos? Y no merefiero a los griegos.

    En Roma abundan los cultos extranjeros: sirios, persas, egipcios...No, no. Quera decir las religiones que hablan a los hombres de un Dios nico. Es posible

    que estas religiones hayan encontrado soluciones diferentes para los problemas que nosotros

    consideramos resueltos de una sola manera. De una manera quizs injusta y falsa.Mi primera intencin fue decirle que yo estaba poco informado sobre esas religiones, paradejarle as que continuase explicndome sus ideas, pero Dokia entr en ese momento y le ofrecial centurin un vino caliente cuyo aroma inund la habitacin. Cambiamos de tema, y hablamosdel fro y de mi enfermedad.

    Al volver a pensar hoy en este extrao dilogo veo de nuevo la barba de Honorio. Ququiere de m este hombre? Ser un hbil militar encargado por Augusto o por Livia de

    perderme? Recibira como recompensa la cuarta parte de mi fortuna. Es el precio que cobran losdelatores, esa institucin creada bajo nuestro primer emperador. Se trata, en cambio, de undescontento que empieza a confiar en m? Y, en tal caso, qu seal ha credo ver en m que le hahecho dar por cierto mi posible acuerdo, mi complicidad? Si es as, sabe perfectamente que me

    bastara con escribir unas palabras a Roma para perderlo. No veo claro en todo esto. Y estoycansado. De todos modos, esa barba...

    *

    Pues bien, quizs est empezando a ver claro en este asunto de Honorio. Nunca he ledosemejante cosa un soldado contra el Imperio!, pero pocas personas hay en Roma, entre lasciviles, que conozcan el verdadero estado de nimo del ejrcito. La poblacin civil ha dejado deser militarista como en tiempos de la Repblica, cuando los romanos estaban dispuestos a

    participar en todas las aventuras de Roma, y han tenido ocasin, despus del desastre de y aro yde sus legiones, de medirlas proporciones del abismo que se haba abierto entre el puebloromano y el ejrcito. Pero incluso esta diferencia implica una aclaracin de orden pblico: losciviles adoran al emperador, mientras no los llamen a filas; los militares adoran a Augusto,mientras est n batallando, mientras ganan laureles y participan del botn, o sea, incesantemente,ya que el Imperio no hace ms que emprender guerras para entretener a los vagos de Roma yasegurarse la devocin de los legionarios. Cada victoria significa una posibilidad de botn. Haymotivo para creer que la oposicin al Imperio, o contra la persona de Augusto, si es que existe esaoposicin, slo puede ser posible entre la poblacin civil. Me es difcil creer que Honorio forme

    parte de esa oposicin, aunque se tratase de un aislado, de un ser aparte. Es cierto que me hahablado de nuestros dioses y los de los otros pueblos, del Dios nico, es decir, del de los getas.

    No es imposible que se haya informado acerca de la religin de los brbaros, que haya

    descubierto una verdad que se oponga a la nuestra y que esta verdad le haga ver el Imperio y supoltica de conquista permanente como una injusticia. En tal caso, es probable que haya pensadode este modo: A Ovidio lo han desterrado a Tomis, de modo que habr pecado contra elemperador, y por tanto, estar dispuesto a ponerse de mi parte va ser un aliado mo. Peroaliado supone tener alguna idea en comn, una posible accin que pueda emprenderse juntos,una organizacin destinada a destruir el Estado y a levantar la sociedad romana sobre nuevoscimientos. Y todo eso no es ms que una pura utopa. No existe oposicin en Roma. Desde luego,en los medios intelectuales, en las escuelas donde se presenta siempre a la Repblica como unideal social y poltico y tambin entre los filsofos se podra hablar de una actitudantiimperial. Pero no constituye peligro alguno.

    Por supuesto, la polica imperial est siempre al acecho. En el Campo de Marte, donde la

    gente charla reunida en circuli y donde se discute cuanto ocurre entre las fronteras del Imperio yms all de ellas, el emperador ha colocado a unos soldados vestidos con ropa civil para escuchario que dicen y para dar informes detallados de todo lo que oyen. A base de estos informes han

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    sido detenidos muchos ciudadanos, una gran parte de los cuales fueron desterrados o asesinadospor una sola frase imprudente. Y los esclavos que viven en medio de nuestras familias y tienenocasin de escuchar cuanto se dice durante un banquete o en una sencilla reunin de familia, noson espas de la polica imperial? Fue uno de esos esclavos el que cont la aventura de Julia ySilano y el que nos denunci a m y a otros invitados. La vida de Roma se ha hecho imposible ya

    que se vive bajo el terror impuesto por nuestros propios esclavos. Por eso se les mima, se leshacen continuamente regalos y nadie se atreve a reirles. E incluso no se atreve uno a libertarlospara que no pueda pensarse que pretende uno, as, desembarazarse de un testigo molesto. Unesclavo delator tiene derecho a la octava parte de los bienes de su amo, si su delacin es aceptadacomo verdica. Es el medio ms fcil y seguro para enriquecerse, as que se practica la delacinms que ls deportes.

    Recuerdo al pobre Cornelio Galo, el poeta, que fue gobernador de Egipto. Despus de labatalla de Accio, le encarg Augusto la persecucin de Antonio, cuyo suicidio provoc.Inmediatamente lo nombraron gobernador de Egipto y all, durante algn tiempo, embriagado porla gloria y los triunfos, considerndose quiz como descendiente de los faraones, se dej alabarcomo a un dios y tuvo la audacia de creerse igual a Augusto. Por todas partes erigan estatuas en

    su honor, y tambin templos. En un crculo de amigos, proclam su omnipotencia sin pensar quele escuchaban los odos de un delator. Fue llamado a Roma, juzgado y condenado al exilio. Ytuvo el valor de realizar el gesto al que yo no me atreva: se suicid en vez de marcharse al exilio.Augusto se hallaba ausente de Roma. Al regresar, llor lamentndose ante testigos de la muertede su amigo. Dijo que le pareca demasiado duro el castigo que le haban impuesto. Pero, almismo tiempo, daba las gracias al Senado por haberse mostrado tan sensible a las injurias

    pronunciadas por Galo contra la persona sagrada del emperador.Esto pone en evidencia toda una situacin. Hay que ser un inconsciente o un privilegiado

    del rgimen para no desear un cambio, para no darse cuenta de un hecho muy grave: hemosperdido toda libertad y basta una palabra, murmurada por un esclavo al odo de un polica, paraperder tanto los bienes como la vida. Es, pues, lgico pensar que la paz de Augusto es la paz bajoel miedo y que, en Roma o en Tomis, hay gente que piensa de un modo distinto a los senadores.Muchos han padecido directamente por ello, como yo, y han descubierto la verdad despus dehaber sufrido en su propia carne los rigores de Jpiter. Pero tambin hay los que han llegado ala misma conclusin al tomar contacto, lejos de Roma, con otras verdades. Y ste es el caso deHonorio.

    *

    Le digo a Dokia: La malana ha estado hoy muy buena. Cmo dira malana en latn, sieste plato es desconocido en Roma? Aqu y en toda esta regin, lo comen a diario. Es un hervido

    de mijo e incluso de trigo, que sirven con queso y mantequilla y que tambin preparan con miel.La comen con carne como nosotros el pan.Malana es una palabra geta que empleo todos los das.Y me he acostumbrado al plato que representa, lo mismo que al lenguaje del pas. Mi latn ha

    perdldo su pureza, ya que solamente lo hablo con Honorio y con Dokia, cuya habla es una mezclalatino-geta que comprendo perfectamente, puesto que comprendo tan bien el geta como el latn. Aveces, siento la tentacin de escribir versos en esa lengua cuyos secretos voy descubriendo poco a

    poco, as como su dulzura y su belleza. Es una lengua hecha para la poesa. Si parece dura ybrbara al primer contacto, hablada a travs de la barba de las gentes del pas, toma un aire muydiferente cuando est escrita o cuando Dokia, cuya boca se ha modelado pronunciando palabraslatinas, la habla ante m sin darse cuenta que ha pasado de un idioma a otro... Tambin sientoimpulsos de traducirLas Gergicas al geta, pues esta lengua e