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DIPLOMADO EN INTELIGENCIA EMOCIONAL LECTURAS DE PROFUNDIZACIÓN MÓDULO V ÍNDICE INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA MELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B. (2000). EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL. EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO PÉRSICO, L. (2003). INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: LIBSA. FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA MÄRTIN, D. Y BOECK K. (2000). EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: EDAF. LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL ORIZA, J. (2000). LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. MÉXICO: ÉTOILE. EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL TORRABADELLA, P. (2001). CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

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DIPLOMADO EN INTELIGENCIA EMOCIONAL

LECTURAS DE PROFUNDIZACIÓN MÓDULO V

ÍNDICE

INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA

MELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B. (2000). EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL.

EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO

PÉRSICO, L. (2003). INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: LIBSA.

FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA

MÄRTIN, D. Y BOECK K. (2000). EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: EDAF.

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

ORIZA, J. (2000). LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. MÉXICO: ÉTOILE.

EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

TORRABADELLA, P. (2001). CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

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INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA

ELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B. (2000). EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL.

MÉXICO: PLAZA & JANÉS., PÁGINAS 21 A 45

INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA

Trate a sus hijos como le gustaría que los trataran los demás

¿Conoce usted la regla de oro? La mayoría de gente sí. Normalmente se

expresa así: «Trate a los demás como le gustaría que los demás lo trataran a

usted.» La llamamos la «regla de oro de 14 quilates». ¿Por qué? Pues porque existe

una mejor, la regla de 24 quilates, una que refleja lo que llamamos educación

emocionalmente inteligente:

Insistimos en que los demás honren y respeten a sus hijos, que se dirijan a

ellos con cortesía y consideración, y en que no les causen daño físico alguno.

¿Cómo ha reaccionado usted cuando alguien le ha faltado al respeto a sus hijos?

Quizá se tratara de un profesor, o del dependiente de una tienda, o del padre de otro

niño. Estamos seguros de que usted se sintió molesto y preguntó, entre otras cosas,

cómo se atrevían a hacerlo. Pero un instante de honesta reflexión podría revelar

ocasiones en que hemos dicho o hecho cosas a nuestros propios hijos por las que,

de intentarlas un extraño, desearíamos verle arrestado y encarcelado.

La diferencia entre las reglas de oro de 14 y 24 quilates reside en una

educación emocionalmente inteligente. La regla de 24 quilates requiere que

conozcamos bien nuestros propios sentimientos, que asumamos la perspectiva de

nuestro hijo con empatía, que controlemos nuestros propios impulsos, que

observemos con cautela nuestra actitud como padres, que nos dediquemos con

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EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL. ELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B.

esfuerzo a mejorar la educación de nuestros hijos y que utilicemos nuestras dotes

sociales para llevar a cabo las ideas.

La regla de 14 quilates no es lo bastante firme para servir de guía para la

educación actual. Los tiempos han cambiado. La vida es frenética, complicada,

excitante, desafiante y agotadora. Tenemos una sobrecarga de información siempre

en aumento. Ha llegado el momento de un nuevo paradigma de la educación de los

niños: la educación emocionalmente inteligente.

SON TIEMPOS DIFÍCILES PARA SER PADRES... O NIÑOS

¿Qué puede hacer por su familia una educación emocionalmente inteligente?

En primer lugar, ayudará a que haya más paz y menos estrés. Se trata de un modo

de restablecer una sensación de equilibrio cuando el estrés les afecta y los niños

empiezan a pelearse, la cooperación se convierte en conflicto, los adolescentes se

rebelan, y los miembros de la familia se sienten frustrados con todo aquello que

parece precisar hacerse de inmediato. Un poco de estrés puede resultar motivante,

pero un exceso de el nos impide dar lo mejor de nosotros mismos. A los individuos

sometidos a estrés les resulta difícil hacer aquello que, en circunstancias más

calmadas, saben que es lo correcto.

Ésta es una época muy exigente para ser padres. Tal vez lo único más difícil

que eso sea ser niño. Existen más influencias que nunca sobre los niños, y más

fuentes de distracción. James Comer, profesor de psiquiatría infantil, señaló en una

entrevista que nunca antes en la historia de la humanidad ha habido tanta

información dirigida directamente a los niños sin ser filtrada por los adultos que

estén a su cargo.

Existe una profusión de modas pasajeras concernientes a la educación. Y

cada una de esas ideas que surgen acaba por ser clonada, normalmente sin

autenticidad o esperanza alguna de que se cumplan las promesas realizadas. El

estrés no parece disminuir. Los padres no saben a dónde recurrir. Lo que no

debemos perder de vista, sin embargo, es que los conceptos base de la biología

humana, la crianza de niños y las relaciones padres-hijos no han cambiado. El libro

de Daniel Goleman, La inteligencia emocional señala que hemos rechazado la

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biología de nuestros sentimientos como adultos y como progenitores, y que hemos

rechazado el papel de los sentimientos en el crecimiento saludable de nuestros

hijos. Ahora estamos pagando el precio, como familias y como sociedad, con una

mayor incidencia de violencia y conducta poco respetuosa. Estamos pagando por

ello cuando somos testigos de adolescentes en apariencia sensibles que se

convienen en padres, para deshacerse entonces de los recién nacidos como si de

artículos no deseados del supermercado se trataran. Pagamos por ello cuando

ponemos énfasis en el intelecto de los estudiantes pero olvidamos sus corazones.

Y, por supuesto, también nuestros hijos pagan, pues su infelicidad y sus conductas

problemáticas continúan aumentando.

CÓMO TRASLADAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL A LA CRIANZA DE TODOS LOS DÍAS

Una educación emocionalmente inteligente debe mostrar respeto hacia las

presiones diarias que esa crianza conlleva y tratar el tiempo de forma realista. El

tiempo de los padres es muy valioso; no pueden permitirse perder tiempo y energía

emocional en el caos del hogar, en relaciones insatisfactorias con los niños, o en

niños fuera de control y carentes de responsabilidad, autodisciplina y de la habilidad

de discernir lo que les interesa genuinamente de los valores dictados por la presión

de sus iguales y de los medios de comunicación.

La educación emocionalmente inteligente utiliza técnicas específicas,

simples e importantes que pueden ofrecer una gran contribución a la paz y armonía

del hogar. El concepto se basa en que padres y madres trabajen con sus propias

emociones y las de sus hijos de una forma inteligente, constructiva, positiva y

creativa, respetando las realidades biológicas y el papel de los sentimientos en la

naturaleza humana. Extrae su fuerza de pequeños cambios, repetidos día tras día,

en las relaciones con nuestros hijos. La crianza emocionalmente inteligente es tanto

un nuevo paradigma para la crianza de nuestros hijos como un enfoque altamente

realista y práctico de la misma. Y una parte importante de la educación

emocionalmente inteligente es la de reducir un poco el estrés y aumentar la

diversión en nuestras familias y en las relaciones con nuestros hijos.

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OBJETIVOS FAMILIARES Y LOS PRINCIPIOS DE 24 QUILATES

Aprender nuevas aptitudes para la crianza y enseñar nuevas dotes

emocionales y sociales a su hijo, las aptitudes de la inteligencia emocional, puede

resultar excitante, porque puede mejorar la calidad de vida en su hogar y preparar

mejor a sus hijos para el futuro. Y, aunque no culpamos a nadie, hacemos recaer la

responsabilidad de hacer algo al respecto en los progenitores. Ser padre o madre

significa asumir la responsabilidad de actuar de guía en el hogar, de ayudar a los

niños a crecer para ser emocionalmente inteligentes. Es labor de los padres utilizar

y transmitir las aptitudes que permitirán a los niños alcanzar los objetivos que los

progenitores han fijado para ellos.

Los progenitores no son perfectos. Eso no es precisamente una noticia de

primera plana. ¿Cómo hacerlo lo mejor que podamos dado lo complejo de nuestras

vidas y las de nuestros hijos? Como hemos dicho al presentar la regla de oro de 24

quilates es en este punto que una educación emocionalmente inteligente puede ser

de ayuda. Tal regla contiene cinco principios fundamentales que sirven de objetivos

para padres e hijos. Esforzarse en alcanzar esos objetivos lleva a una familia

armoniosa, y lograrlo permite a los niños convertirse en adultos autodisciplinados y

responsables. Un «secreto» de la crianza emocionalmente inteligente es que lo que

es bueno para los progenitores es bueno para los hijos. Los progresos realizados

por los padres dan como resultado progresos realizados por sus hijos.

Comenzaremos por presentar los cinco principios de la crianza emocionalmente

inteligente.

1. Sea consciente de sus propios sentimientos y de los de los

demás. Resulta difícil ser consciente de algo como los sentimientos. ¿Qué son

exactamente los sentimientos? Poetas, filósofos y científicos han tratado de

definirlos, incluso aunque todos sepamos qué son. ¿Cómo sabemos qué estamos

sintiendo? La gente pregunta constantemente: «¿Cómo está usted?», y usted

responde: «Muy bien, ¿y usted?», y le contestan: «Muy bien», aunque es probable

que no sea cierto para ninguno de los dos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien le

preguntó cómo estaba y usted le respondió sinceramente? «¿Cómo está usted?»

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«Bueno, pues estoy bastante mal. Me siento agobiado de trabajo, y mi esposa y yo

no nos comunicamos mucho últimamente, lo cual provoca que me sienta aún más

solo, aislado y frustrado.» (Si usted respondiera a menudo de semejante forma lo

más probable sería que la gente dejara de preguntarle.) La próxima vez que alguien

le pregunte casualmente cómo está, concédase un instante para pensar y dar una

respuesta real. Quizá su respuesta sea ignorada porque la persona en cuestión no

quería saberla en realidad, pero también puede llevar a un valioso intercambio

interpersonal.

«¿Cómo está usted?» es una pregunta importante, tanto si nos la hacemos a

nosotros mismos como si nos la formulan otros. «¿Cómo está usted?» nos pide que

seamos capaces de describir nuestros sentimientos con palabras, que les

coloquemos unas etiquetas que reflejen su variedad. Muchos niños que tienen

problemas de conducta también los tienen a la hora de calificar adecuadamente sus

sentimientos. Confunden enfadado con furioso, irritado con triste, orgulloso con

satisfecho, y muchos otros. Una vez que somos capaces de reconocer nuestros

diferentes sentimientos, nuestra posibilidad de controlarlos es mucho mayor. ¿Por

qué es tan importante hacerlo? Pues, porque la forma de ser de usted influencia en

gran medida lo que usted haga. Cuando usted está triste, se mostrará retraído.

Cuando está contento, derrochará buen humor. Pero si usted no sabe cómo está,

entonces tampoco sabe cuál es su forma de actuar más probable y, por tanto, no

estará seguro de cómo ponerla en práctica.

De modo similar, ser consciente de los sentimientos de los demás resulta

crucial. Si le pregunta usted a un adolescente qué siente algún otro, él o ella

responderán en ciertos casos: «No lo sé, y ¿por qué debería importarme?» Pues sí

debería importarles, pues si saben cómo sienten los demás, su oportunidad de

mantener una interacción positiva con ellos será mayor, lo que incluye, en

ocasiones, obtener lo que deseen. Para citar un ejemplo adulto: ¿y si usted deseara

que su jefa le aumentara el sueldo? Podría resultar de ayuda ser capaz de

interpretar su estado de ánimo y saber cuándo abordarla o cuándo evitarla. El

adolescente que es capaz de interpretar los sentimientos de su maestro tiene más

probabilidades de obtener un plazo más relajado para un trabajo que lleva con

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retraso, o un poco de ayuda extra, e incluso tal vez mejor nota que un estudiante con

el mismo CI, pero con menor grado de inteligencia emocional.

2. Muestre empatía y comprenda los puntos de vista de los demás. La

empatía es la capacidad de compartir los sentimientos de otro. Para hacerlo,

primero uno debe ser consciente tanto de los sentimientos propios como de los de la

otra persona. Resulta interesante el hecho de que cuanto mejor conozca usted sus

propios sentimientos mejor podrá conocer los de otro.

Conocer los sentimientos de otros supone una parte importante del

desarrollo de su sensibilidad frente a los demás. Eso es lo que significa ser

«considerado» hacia los demás, un concepto que dista de ser nuevo. Muchos

sabios han ofrecido ese consejo a través de los siglos; quizá quien más

prominentemente lo haya hecho haya sido Hillel dice: «No juzgue a los demás hasta

haberse calzado sus zapatos.» Sólo haciéndolo así podrá usted comprender sus

puntos de vista y sus sentimientos sobre lo que sucede. Tal combinación resulta

esencial y ayuda a definirnos como plenos seres humanos.

Conocer los sentimientos de los demás y establecer lazos de empatía con

ellos requiere que uno sea capaz de interpretar tales sentimientos. Ello incluye tanto

una escucha cautelosa como la interpretación de pistas no verbales. A menudo el

lenguaje corporal y el tono de voz transmiten nuestras emociones de modo más

efectivo que las palabras. Consideramos la empatía como la comprensión

emocional no verbal de los demás. La habilidad de establecer lazos de empatía

resulta crucial para los progenitores a la hora de tratar con sus hijos, y para los niños

es vital el aprendizaje de la empatía como una aptitud social positiva.

Comprender los puntos de vista de los demás nos permite el acceso a lo que

puedan estar pensando, a cómo consideran y definen una situación, y a lo que

planeen hacer al respecto. Esa clase de comprensión, por supuesto, se desarrolla

cada vez más con el tiempo. Depende del propio nivel de crecimiento cognitivo, y

también ayuda a lograrla el tener una amplia variedad de experiencias vitales.

Los niños de corta edad (y los adultos inmaduros) tienden a considerar el

mundo en términos de sus propios deseos y necesidades. A medida que crecen, en

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torno a los siete u ocho años, se vuelven más capaces de negociar, transigir y ser

tolerantes. Pero ese proceso atraviesa altibajos a lo largo de la adolescencia, como

los progenitores saben. Aún así, todos los días los padres pueden enseñar a los

niños a asumir diferentes perspectivas. Como los medios de comunicación, Internet

y la importante influencia de los compañeros ofrecen tantos mensajes confusos,

creemos que para los progenitores es más importante que nunca jugar un papel

decisivo a la hora de guiar a sus hijos en la toma de perspectiva.

3. Haga frente de forma positiva a los impulsos emocionales y de conducta y regúlelos. El hecho de ser capaces de esperar se relaciona con un

grado determinado de mejores resultados psicológicos y de conducta.

Sin la habilidad de retardar la gratificación, normalmente acabamos por

obtener menos de lo que podríamos haber obtenido. Si uno trabaja duro para

conseguir algo, tiende a lograr más y cuenta además con la satisfacción de haber

luchado por ello. Los niños inseguros pasan un especial mal rato con la espera

porque no están seguros de que la satisfacción llegue alguna vez.

Otro aspecto del autocontrol lo constituye la habilidad de moderar la propia

reacción emocional a una situación, ya sea esa reacción positiva o negativa. Por

ejemplo, ¿acaso los niños no se enfadan y pierden el control con rapidez? ¿Acaso

no se tornan excitados y sobreestimulados y resultan difíciles de calmar? Desde

luego existen ocasiones en que sienta bien «dejar que todo salga», pero muchas

veces ésa no es la actitud más sabia. Después de que los niños hayan expresado

de forma inapropiada sus sentimientos, como en el caso de gritar y desafiar a uno

de sus progenitores, pueden desatarse reacciones negativas. Ello hace que, en

ocasiones, los padres (o profesores) se vean envueltos en lo que llamamos «espiral

de gritos». Cuando un niño se encuentra fuera de control, lo normal es que el

progenitor desee que se detenga, lo que a veces lleva a un comentario en

voz muy alta por parte del adulto. Para algunos niños, tal hecho eleva su ansiedad y

su nivel de actividad en lugar de hacerlos descender, de modo que su pérdida de

control es aún mayor. Cuando a esto siguen reacciones del adulto en tono cada vez

más subido, nos encontramos con una verdadera «espiral de gritos». Inculcar y

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practicar el autocontrol puede resultar difícil, pero si uno se empeña en hacerlo

puede ayudar a resolver muchos problemas familiares.

Hacer frente a los impulsos de conducta resulta importante por razones

obvias. Nuestras respuestas instintivas de conducta al conflicto a menudo son poco

efectivas a la hora de enfrentarse a los problemas. Como seres humanos, estamos

diseñados para reaccionar a situaciones problemáticas con una respuesta de lucha

o de huida. Debemos utilizar cuanto sabemos acerca de las perspectivas y

sentimientos propios y ajenos para ayudarnos a controlar mejor nuestros impulsos.

Y entonces tenemos que empezar a pensar con miras más amplias.

4. Plantéese objetivos positivos y trace planes para alcanzarlos. Una de

las características más importantes de los seres humanos es que podemos fijarnos

objetivos y trazar planes para alcanzarlos. Eso significa que, en general, todo

cuanto hacen padres e hijos está orientado a alcanzar un objetivo. La teoría de la

inteligencia emocional nos dice que tal hecho tiene importantes consecuencias.

En primer lugar debemos reconocer el gran poder del optimismo y la

esperanza. Cuando nos hallamos en un estado de ánimo positivo o esperanzado, lo

estamos tanto en nuestra mente como en los sentimientos y el cuerpo. Existe una

bioquímica especial para los estados de esperanza y buen humor, que incluye un

mayor flujo sanguíneo, rendimiento cardiovascular y aeróbico, actividad del sistema

inmunológico y reducción del nivel de estrés.

En segundo lugar, sabemos que al esforzarnos por conseguir nuestros

objetivos hay ocasiones en que lo hacemos de modo más o menos efectivo. ¿Tiene

momentos «mejores» que otros para hacer las cosas? Una parte de la educación

emocionalmente inteligente la constituye reconocer esos momentos en nosotros

mismos —y en nuestros niños— y en trabajar a favor de esos ritmos, y no en su

contra, en la medida de lo posible.

Finalmente, como progenitores y como personas, sería recomendable que

mejorásemos a la hora de fijar y planear nuestros objetivos, sobre todo porque

esperamos que así lo hagan nuestros hijos. El mejor modo de lograrlo es a través de

la observación de nuestras propias reacciones, mediante un seguimiento de aquello

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que hemos intentado hacer, de los resultados de esos intentos, y de qué podemos

hacer por mejorarlos, lodo ello a través de una variedad de situaciones. En nuestras

ajetreadas vidas existe un peligro real de que nos perdamos las oportunidades de

extraer las lecciones que nuestras propias reacciones nos procuran. Los padres (y

los hijos) estamos tan ocupados la mayor parte del tiempo que la autorreflexión nos

parece improductiva y no merecedora de nuestro tiempo. Afirmamos que se trata de

un error tremendo, basándonos en cuanto sabemos acerca de la crianza

emocionalmente inteligente.

Debemos ayudar a los niños a comprender el significado de la pa-

labra objetivo. Algunos niños lo relacionan con la idea de un blanco; a otros les

ayuda la imagen de un timón o un volante o una brújula; e incluso hay otros que

prefieren analogías deportivas. Sea como fuere que se visualice, ser consciente de

los propios objetivos será de ayuda a la hora de desarrollar un plan apropiado, y son

los planes los que nos ayudan a lograr nuestros objetivos.

5. Utilice las dotes sociales positivas a la hora de manejar sus

relaciones. Además de ser consciente de los sentimientos y hacer gala de

autocontrol, de orientación hacia un objetivo y de empatía, es importante saber

tratar de forma efectiva con los demás. Ello implica dotes sociales tales como la

comunicación y la resolución de problemas. Con vistas a comunicarse, uno no debe

sólo ser capaz de expresarse de un modo claro, sino también de saber escuchar y

aportar respuestas constructivas. De nuevo se trata de aptitudes importantes que

tanto padres como hijos deben dominar.

Otra serie de aptitudes consiste en formar parte de un grupo. Los

progenitores desean que su familia funcione bien como grupo. También quieren que

sus hijos desarrollen aptitudes para contribuir en grupos en la escuela, el trabajo o la

vida de comunidad. Aprender a escuchar a los demás con cautela y exactitud, a

actuar por turno, a sintonizar diferentes sentimientos, a llegar a un acuerdo, a crear

consenso y a declarar las propias ideas con claridad se hallan entre las muchas

dotes sociales que nos ayudan a desenvolver mejor en un grupo. Y, por supuesto,

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cuando los miembros de los grupos utilizan tales aptitudes los grupos funcionan

mejor, incluidas las familias.

LO QUE ES... Y LO QUE NO ES LA EDUCACIÓN EMOCIONALMENTE INTELIGENTE

Otras aptitudes sociales incluyen la habilidad de resolver problemas

interpersonales y hacer elecciones sensatas, serias y responsables en la vida diaria,

así como la habilidad de «recuperarse» de forma constructiva cuando topamos con

inevitables mojones y obstáculos en el camino de nuestro trato con los demás.

La educación emocionalmente inteligente no constituye una crianza paso a

paso. Esa clase de enfoques detallados, como «Cinco semanas para conseguir un

nuevo hogar», «Siete pasos para conseguir niños angelicales» o «Cómo convertirse

en el padre o la madre modelo», pueden tener buen aspecto sobre el papel y sonar

tentadores cuando los autores y los expertos hablan acerca de ellos. Pero esa clase

de enfoques rara vez parece funcionar en el hogar de usted en particular. Queremos

poner un énfasis especial en que no es culpa de usted.

Como todas las cosas gratificantes y significativas que hacemos en la vida, la

educación de los niños cuenta con muchas capas y niveles de desafío y riqueza. La

educación emocionalmente inteligente reconoce que es la suma total de cuanto

hacemos, día tras día, lo que puede crear un equilibrio más sano en los hogares y

en las relaciones con los niños. Debemos actuar de formas que hagan hincapié en

la importancia de los sentimientos y que nos ayuden a nosotros y a nuestros niños a

manejar toda una gama de emociones con cierto grado de autocontrol, en oposición

a la actuación impulsiva o a dejarnos llevar por nuestros sentimientos.

Para algunos niños, la vida es dura y poco segura; para otros, está repleta de

tensión. En ambos casos, una pérdida de control por su parte puede suponer

pérdida de privilegios, de actividades extraescolares, de oportunidades laborales, o

incluso su ubicación en escuelas o viviendas especiales. Los niños necesitan contar

con las aptitudes que les permitan crecer en un entorno positivo, educativo y rico en

oportunidades. La educación emocionalmente inteligente ayuda a esto último.

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A causa de que las emociones, los pensamientos y las acciones se

entrelazan, nuestras estrategias para forjar una educación emocionalmente

inteligente deben hacer uso de varios principios a la vez. No se trata de un

procedimiento simplista ni demasiado complejo, sino meramente realista y práctico.

Además, permite a los progenitores escoger entre varias sugerencias. Es mejor

utilizar unos cuantos principios de forma consistente que quedar abrumado por el

intento de aplicarlos todos a la vez.

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EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO

PÉRSICO, L. (2003). INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: LIBSA.

PÁGINAS 258 A 268

EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO

A partir de su nacimiento, el niño pasa por diferentes etapas en las cuales va

aprendiendo a utilizar tanto su cuerpo como su mente. Entre los psicólogos que

más se han abocado a la psicología evolutiva destacan J. Piaget, H. Wallon y E.

Erikson. Ellos han dividido la evolución infantil en diferentes estadios partiendo de

la observación de características precisas. J. Piaget, por ejemplo, estableció su

clasificación basándose en el aspecto cognitivo del comportamiento, en tanto que

H. Wallon basó la suya en el contacto que establece el niño con la realidad, con el

entorno. El sistema de clasificación del desarrollo propuesto por E. Erikson, tomó

como punto de partida los aspectos psicosociales del proceso evolutivo humano.

Para él, la personalidad del individuo surge de la relación entre lo que espera y las

limitaciones que encuentra en el ambiente.

Independientemente del sistema de clasificación que se utilice, se puede

afirmar que en cada una de las etapas evolutivas el niño adquiere diferentes

herramientas que le permiten manejarse con su entorno, conocerse a sí mismo y

conocer lo que le rodea.

En la primera etapa del desarrollo su relación psicológica es con la madre,

con la persona que le alimenta y que le procura bienestar. La ausencia de la figura

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

materna o, en su defecto, de quien cumpla con la función maternal, puede

acarrearle gravísimas consecuencias.

Según como sean las relaciones del bebé en este período evolutivo,

surgirán dos actitudes básicas: la confianza y la desconfianza, que estarán

determinadas por el hecho de que reciba la atención que necesita o suceda que

ésta le sea negada. Si el niño está bien atendido, el sentimiento que predominará

será el de confianza; si, por el contrario, no se le cambia, se deja pasar la hora en

que debe alimentarse o no recibe el suficiente contacto físico, el sentimiento de

desconfianza será lo que más tiempo esté presente.

A partir de los seis meses y hasta el año, el niño es un ser básicamente

emocional. Su contacto con las personas que le rodean está teñido por las

emociones de alegría, placer y enfado. Es capaz de concretar sus necesidades

mediante la expresión de estos sentimientos y, al mismo tiempo, captar las de los

demás, sobre todo las de la madre, a través del contacto físico, de la forma en que

lo cargue, el tono de voz que utilice o la atención que le dedique.

En la etapa siguiente, sus relaciones se amplían incluyendo al padre. En

esos momentos empieza a dar sus primeros pasos, a controlar mejor sus

músculos. Según como sea la relación con quienes constituyen el centro de

atención y cómo reciban ellos sus actitudes, adquirirá una sensación de autonomía

o de inseguridad, por un lado, y de dominio de sí mismo o de conformismo por el

otro. En esta etapa comienza a explorar el mundo exterior, a identificar y localizar

los objetos que le rodean.

Las emociones secundarias

El lenguaje aparece alrededor de los 12 o 14 meses y, a través de él, su

comunicación con los demás se enriquece. Hasta este momento ha sido

exclusivamente emocional, a partir de esta edad puede hacerse también verbal.

Como hemos visto, el niño aprende, a partir de los seis meses, su primer

lenguaje: el lenguaje emocional. A través del llanto, de las sonrisas, de los

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

vigorosos pataleos de alegría comunica lo que está sintiendo. Al mismo tiempo, a

través de las palabras de sus padres, de sus tonos, de sus caricias o de sus

gestos, percibe el estado de ánimo de ellos.

Obviamente el bebé no tiene control sobre estas emociones básicas; se

siente solo y llora, le bañan y sonríe de placer, se demora el biberón y expresa su

furia con gritos y pataleos y otro tanto sucede cuando tiene algún dolor. Aún no

tiene ningún rudimento de lenguaje que le permita elaborar esas emociones.

Como no tiene sentido del tiempo, cuando su madre está presente se siente

feliz, pero si ésta desaparece un momento para ir a la cocina, por ejemplo, él

interpreta esa ausencia como un vacío, como una pérdida; no sabe que en un

momento volverá. Más adelante aprenderá que las cosas «aparecen y

desaparecen». Por esto se comprende que uno de los juegos favoritos de los

pequeños es taparse los ojos o cubrirse la cabeza con una manta. Mientras no ven,

su madre desaparece pero cuando los destapan, vuelve a estar presente. Estos

juegos le ayudan a comprender poco a poco cómo funciona la realidad, a la vez

que le tranquilizan.

La aparición de emociones secundarias como la culpa y la vergüenza es un

fenómeno que ocurre alrededor de los dos años, aunque al no ser capaces de

explicarla no habrá un reconocimiento consciente hasta los 5 o 6 años.

Desde una edad muy temprana los niños aprenden a distinguir lo que

agrada a los adultos o a otros niños y a actuar en consecuencia. Esto supone un

temprano desarrollo de la empatía, ya que para actuar de esta manera deben

tomar en cuenta las reacciones emocionales de los demás. Algo así se puede ver

claramente al observar las reacciones que tiene un niño pequeño ante otro que

llora. A menudo le ceden un juguete, se acercan y le acarician e, incluso, rompen a

llorar. Es habitual que muestren hacia el que llora una actitud similar a la que los

adultos muestran con él en un caso similar.

Es evidente que la relación que el niño tenga con su entorno desde el

momento del nacimiento fomentará el cultivo de unas emociones más que de otras.

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

En el sistema límbico, no sólo se graban los hechos, como el dolor físico causado

por hambre, sino también las emociones que lo acompañan, es decir la ira,

frustración, etc. Dado que en los primeros meses el bebé no tiene otro lenguaje que

no sea el emocional, es incapaz de comprender o de revisar posteriormente esas

emociones, con lo cual quedan profundamente grabadas en su mente emocional.

La importancia de la educación emocional

La actitud de aceptación o rechazo que muestre la madre en estos primeros

estadios evolutivos, será crucial para el desarrollo emocional del niño. Sin

embargo, es necesario destacar que la inteligencia emocional es algo que, a

diferencia del cociente intelectual, puede aprenderse a lo largo de la vida con un

entrenamiento adecuado.

Hasta hace pocos años, la educación de los niños tenía dos finalidades

básicas: la adquisición de conocimientos de tipo académico y la aceptación de

normas sociales como responsabilidad, honestidad, etc. La forma en que esta

educación se impartía, y en la mayoría de los casos aún se sigue impartiendo, era

mediante sistemas de premio-castigo: «si haces lo que se te ordena, tendrás una

recompensa» que puede ser la aceptación de los demás, un regalo, una sonrisa;

«si no haces lo que se te manda, tendrás un castigo», reprobación, enfado, etc.

A partir de investigaciones realizadas sobre las emociones, ha surgido un

nuevo concepto: Inteligencia Emocional y hoy son muchos los educadores y padres

que se entrenan en la adquisición de habilidades emocionales y que ven la

educación desde un punto de vista totalmente diferente.

El exigir que un niño estudie, el amenazarlo con castigos o el hacerle sentir

inútil, inadecuado, no es la mejor manera para que responda a los requerimientos

de los padres. La motivación es un arma mucho más efectiva para conseguirlo y,

más aún, la posibilidad de entrenar al niño desde pequeño de modo que aprenda a

motivarse por sí mismo.

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

A las generaciones anteriores se les enseñó a reprimir los sentimientos

negativos. Mostrar enfado, miedo en caso de los varones, e incluso el afecto de

una manera poco discreta, no se consideraba de buena educación y merecía la

reprobación del medio. Pero tragarse las emociones, tal y como hoy sabemos, no

sirve más que para crear en el cuerpo serios desequilibrios.

A menudo los niños viven situaciones de injusticia, hechos que aún cuando

no estén realizados a propósito por los adultos no por ello dejan de resultarles

menos dolorosos. Sin embargo no tienen la opción de mostrar su enojo, ya que eso

sería considerado, por parte del adulto, como una imperdonable impertinencia. La

acumulación de esas emociones que quedan profundamente grabadas en la mente

infantil, producen en la edad adulta conductas que les traen infelicidad o

enfermedades tanto psicológicas como físicas.

Afortunadamente, con el auge de la inteligencia emocional, esto ha

cambiado, ya que se les da a los padres las pautas precisas para que enseñen a

sus hijos a exteriorizar sus emociones en un contexto aceptable y sano.

Es función de los padres el poner límites a sus hijos; decirles qué pueden

hacer y qué no. Muchos piensan que dejar que el niño haga lo que quiera, es decir,

dejarlo lo más libre posible, favorece su desarrollo; sin embargo, parecen olvidar

que la autoridad tiene dos funciones específicas:

Poner límites, o sea, establecer normas que permitan la convivencia.

Proteger.

Si a un niño se le deja hacer lo que quiere, se siente desprotegido,

abandonado. Una madre o un padre que, haciéndose cargo de cuidar al niño, tenga

por costumbre sentarse a hablar por teléfono, a leer o a realizar cualquier actividad

dejándole al pequeño hacer lo que le venga en gana, lo que probablemente

consiga es que al rato el niño se ponga a hacer todo lo que tiene prohibido; no por

aprovechar su distracción sino para comprobar los límites. A veces montan

verdaderos escándalos y pataletas, desesperados porque no les hacen caso o, a lo

sumo, les dicen al pasar: «basta ya... está bien». Si en un primer momento, ante el

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

menor indicio de esa búsqueda de límites se dice claramente «no» el niño no

sufrirá ningún ataque o explosión emocional; puede protestar, sí, pero sin la tensión

interna que genera la actitud excesivamente permisiva.

Padres emocionalmente inteligentes

El hecho de enseñar al niño a reconocer sus propias emociones y a

controlarlas, le evitará sufrimientos, ya que podrá desembarazarse de sus

sentimientos negativos, al tiempo que le permitirá una mejor adaptación al medio

social y una mayor confianza en sí mismo.

No se puede enseñar lo que no se sabe y no se puede demostrar

fehacientemente lo que no se experimenta.

Actualmente se está instando a los padres a que eduquen a sus hijos

partiendo de las premisas de la inteligencia emocional, lo cual está muy bien y, sin

duda, creará generaciones de personas empáticas, con un buen manejo social,

altruistas, etc. Sin embargo, si recordamos que los primeros meses de vida son

sumamente importantes para el desarrollo de las emociones del bebé y que éstas

están estrechamente vinculadas con el contacto con su madre, la mejor manera de

empezar una buena educación emocional es educarse uno mismo.

Ser padres, sobre todo primerizos, es algo hermoso y a la vez difícil. Por

mucho que hayamos leído, preguntado, investigado, sabemos la teoría pero no la

práctica. Con el primer hijo nos estrenamos y aprendemos, por lo tanto es bastante

frecuente que aparezcan miedos e inseguridades acerca de lo bien o mal que lo

estamos haciendo.

Si tenemos un buen control sobre las propias emociones, podremos

enseñarle al niño a experimentarlas y los sentimientos positivos que se graben en

su mente serán un buen bagaje con el cual enfrentarse a la vida.

Dentro de lo posible, y sin por ello dejar de atender al bebé cuando lo

necesita, sería recomendable que antes de cogerlo en brazos nos

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

desembaracemos de los sentimientos de enfado o de miedo. Si disfrutamos el

estrecho contacto con el bebé, sin duda él lo notará y se sentirá feliz.

Una creencia errónea es que los niños muy pequeños lloran «porque sí»,

para estar en brazos, para divertirse. El llanto del bebé indica que o bien tiene

alguna molestia, como el hecho de que le pique una zona del cuerpo y no sepa ni

pueda calmarse el escozor, o un dolor o una emoción desagradable. Es probable

que necesite sentirse seguro, en proximidad a su madre o a su padre.

La forma sana de preocuparse por los hijos

Si en estas circunstancias nos acercamos a él enfadados por habernos

interrumpido la velada con unos amigos o una película en televisión, el bebé

percibirá que algo no va bien y no se relajará sino, más bien, todo lo contrario.

La preocupación sana incluye la previsión, el análisis de un problema a fin

de encontrarle solución, cosa que no hay que confundir con el ciclo de la

preocupación. Los padres se preocupan por sus hijos ya que éstos, en su

constante evolución, presentan cada día problemas distintos a los que hay que dar

respuesta. Los niños, en su proceso de crecimiento, se enfrentan a nuevas

dificultades que tienen que aprender a resolver y a menudo ante estos intentos

viven frustraciones.

Es probable que si le preguntaran a una madre o un padre si sería capaz de

ahorrarle cualquier dolor físico o emocional a su hijo dijera inmediatamente que sí,

ya que por empatía, el sufrimiento del niño provoca dolor en quienes tanto le aman.

Sin embargo, está claro que ahorrarle todos los sinsabores, todas las frustraciones

en la infancia, es la peor manera de prepararle para la vida adulta. Crecer es difícil,

a veces muy doloroso, pero necesario.

El hecho de que al niño haya que consentirle todo lo que quiera para que

siempre esté feliz y contento no es una actitud positiva. Tampoco el desentenderse

y dejarle que haga lo que buenamente pueda con la frustración, el desencanto, el

dolor o la rabia. La mejor actitud que pueden tomar los padres es enseñarle a

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

controlar esas emociones, a saber reconocerlas primero y manejarlas después, de

modo que no se hagan crónicas impidiéndole vivir otros sentimientos positivos.

La mayoría de las veces, el dar un beso o hacerle un gesto de ternura

cuando acaba de tener un contratiempo importante, no sólo le calma sino también

es una forma de enseñarle a expresar las emociones positivas. Sin embargo, si el

niño llora por un capricho, porque no puede comer el postre antes de la comida, por

ejemplo, y la madre corre a cogerlo en brazos, acariciarlo y consolarlo, pronto

aprenderá que para obtener muestras de afecto debe llorar o buscarse algún

problema. Esta actitud por parte de sus padres también hará que se sienta

desvalido y dependiente. Lo preferible en estos casos es que se le invite a

calmarse, a dejar de llorar y, una vez que se ha serenado, que ha dejado el

capricho de lado, tener hacia él el gesto afectuoso.

Preocuparse sanamente por su hijo significa estar con él, tener un

intercambio emocional rico y sano y una de las formas más adecuadas para

conseguirlo es el juego.

Los adultos consideran el juego como diversión, distracción y algo que no es

claramente productivo. Para el niño, sin embargo, el juego es básicamente

aprendizaje; un entrenamiento que apunta a desarrollar las más diversas

capacidades. Si los padres participan en estas actividades, no sólo podrán conocer

mucho mejor a sus hijos sino que, además, podrán orientarles e imprimirles las

normas morales que les serán imprescindibles para moverse en el entorno social.

El juego es, tal vez, uno de los mejores escenarios para reforzar las

conductas positivas:

Elogiar todo aquello que haga particularmente bien. Si es hábil

armando un rompecabezas, por ejemplo, hacerle sentir que se

reconoce esa habilidad; si tiene destreza en el manejo del balón,

elogiarle una jugada. No es necesario que la adulación sea excesiva

ya que tiene que aprender la diferencia entre lo malo, lo regular y lo

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

bueno; si todo fuera maravilloso, corre el riesgo de no saber hacer

frente a las frustraciones.

Háblele de lo que él expresa. «iSe ve que te gusta cómo has

construido ese castillo!» o «parece que te ha molestado que el coche

se haya salido de la pista, por tu cara pareces un poco enfadado».

En el juego, el niño es el que manda. No tiene que darle órdenes ni

decirle cómo lo tiene que hacer; limítese a observar y a participar

pero siempre con su permiso, con su aceptación. Incluso puede

preguntarle qué es lo que quiere él que represente o que haga.

Qué debemos enseñar a nuestros hijos

Los padres rígidos o tímidos, pueden aprender mucho jugando con los

niños; seguramente sentirán menos temor al ridículo ante ellos, de modo que el

juego será una excelente oportunidad para conocer y aprender a manejar el

sentido del humor que todos llevamos dentro y el espíritu lúdico, tan olvidado en

esta sociedad de prisas y tensiones.

La labor de los padres es dar a sus hijos los elementos necesarios para que

puedan crecer sanos y felices, desarrollando sus potenciales habilidades y

adquiriendo los valores éticos imprescindibles para vivir en sociedad.

No hay que pretender que un hijo haga en nuestro nombre todo aquello que,

por una razón o por otra, no hemos podido llevar a cabo; son seres independientes,

que tienen gustos e inclinaciones propios, habilidades y capacidades a menudo

diferentes de las nuestras.

Además de brindarle todo nuestro afecto, es nuestra responsabilidad

preparar al niño para su entrada en sociedad, para el momento en que empiece a

jugar con otros niños o se escolarice y la formación de los pequeños en este

sentido incluye tres temas:

Conocimientos. Un niño que no haya disfrutado de un contacto verbal rico

con sus padres, tendrá un lenguaje pobre, por lo tanto le costará más aprovechar

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

los conocimientos que reciba en el colegio. Los pequeños disfrutan investigando,

explorando el mundo que les rodea, porque gracias a ello adquieren habilidades,

conocen la realidad. Si no se les deja ver, tocar, oler todo aquello que no sean sus

pertenencias, su experiencia del mundo será limitada y esto incidirá negativamente

en su posterior desarrollo y en su aprendizaje académico. En edades más

avanzadas, las explicaciones que dan los padres sobre diferentes fenómenos a

menudo quedan mucho más grabadas en su mente que aquellas que reciben de

sus maestros. No es necesario ni recomendable sentar al niño de seis años para

darle una larga charla sobre física, por ejemplo, pero si jugando con él se le enseña

cómo actúa una palanca, él experimentará por sí mismo y eso le abrirá nuevas vías

de investigación. Hay que tener en cuenta que para un niño pequeño el aprendizaje

no es una tarea tediosa sino un juego, que se siente orgulloso con cada conquista,

con cada habilidad que adquiere. Por eso es importante que los padres los

estimulen y les permitan investigar y hacer.

Educación emocional. Si a un adulto le cuesta reconocer sus emociones

en el momento en que éstas aparecen, el niño tiene aún más dificultades para

lograrlo. Son los padres quienes deben enseñarle a percibirlas y a controlarlas, a

expresarlas de la manera adecuada. El egocentrismo propio de la infancia hace

que, a menudo, no tengan la empatía lo suficientemente desarrollada. La

automotivación, la solidaridad, la resolución de problemas y todas las habilidades

que constituyen la inteligencia emocional, se adquieren más fácilmente en la

infancia que en ninguna otra época de la vida y se aprenden básicamente en la

relación con los padres.

Normas morales y sociales. El respeto es la primera norma que debemos

enseñar; el no hacer a los demás aquello que no nos gusta que nos hagan a

nosotros. Entre estas habilidades, se pueden citar el participar, dar y seguir

instrucciones, hablar en público, la generosidad, la responsabilidad y todo lo que

nos permite vivir en el medio social sin conflictos.

Este conjunto de enseñanzas constituyen la base sobre la cual se moldeará

su personalidad y se estructurarán los conocimientos. Como dijo Holding Cárter:

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INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.

«Solamente dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno,

raíces; el otro, alas».

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FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA

MÄRTIN, D. Y BOECK K. (2000). EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: EDAF.

PÁGINAS 165 A 185

FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA

Lo que no se aprende de pequeño, ya no se aprende de mayor. Por suerte,

esto no es válido en todo cuanto hace referencia a las capacidades de la inteligencia

emocional. También en la edad adulta podemos todavía aprender a manejarnos de

forma inteligente con nuestras propias emociones y con las de los demás.

A pesar de todo, en los primeros años de vida se forma de manera decisiva el

mundo emocional: la confianza en uno mismo, el autocontrol, la actitud abierta

frente a lo nuevo, la capacidad de empatía, el saber disfrutar del contacto con otras

personas son capacidades elementales que los niños van construyendo ya en el

seno de su familia. Son la base del posterior desarrollo emocional. El grado de

estabilidad de estas bases depende, sobre todo, de lo bien que los mismos padres

sepan manejar sus propias emociones; por lo general, los padres inteligentes desde

el punto de vista emocional también son eficaces educadores emocionales.

La formación emocional vale la pena: los niños que han aprendido muy

pronto a manejar bien sus emociones obtienen mejores resultados en el colegio que

otros niños con parecidas capacidades intelectuales pero menos diestros desde el

punto de vista emocional. Hacen amigos con más facilidad, tienen una relación

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. relajada y franca con sus padres y son menos susceptibles a los trastornos de

comportamiento y a los problemas escolares.

Las primeras experiencias emocionales

Las raíces de la indefensión

En los primeros cuatro años de vida, el cerebro humano crece hasta alcanzar

dos tercios de su volumen definitivo. Durante esta fase, las conexiones neuronales

se forman con mucha más rapidez que durante el resto de la vida. Por lo tanto, los

procesos de aprendizaje durante los primeros años de vida se producen con mayor

facilidad que en cualquier otro momento posterior. La primera infancia ofrece una

oportunidad única de poner en marcha el desarrollo de las capacidades latentes.

Esto es válido también para el desarrollo del mundo emocional.

Si tiene algún hijo, ya conocerá el típico consejo bien intencionado: «Deja

que el bebé llore un rato.» Seguir este consejo es cualquier otra cosa menos pro-

vechoso para el desarrollo emocional de un bebé. Cuando los bebés no se sienten

bien, tan sólo tienen una única posibilidad de ayudarse a sí mismos: gritar para que

alguien acuda en su ayuda. No pueden hacer otra cosa para calmar su hambre o

poner remedio a sus dolores de barriga. Para el desarrollo emocional de un bebé es

importante saber que los padres reaccionan a su llanto. Se da cuenta de que puede

conseguir ayuda e influir y modificar esas situaciones de emergencia. Esta

posibilidad de control le da una sensación de seguridad en sí mismo.

Cualquier persona que repetidas veces haga la experiencia de no poder

provocar ningún cambio en las circunstancias que lo rodean, estará cada vez menos

motivada para tratar de influir en su entorno. Las posibles consecuencias a largo

plazo —esto lo demuestran los estudios de Martin Seligman— son el miedo, la

depresión, la indefensión.

Es natural que los padres se pregunten si no reprimen otras capacidades

emocionales importantes —por ejemplo, el control de los impulsos— si acuden de

inmediato en cuanto el bebé llora. No deje que eso le cree inseguridad: en los

primeros meses de vida, por lo general, los bebés sólo lloran cuando se encuentran

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. en una situación que ellos perciben como una situación de emergencia. Sólo los

niños más mayores utilizan el llanto de forma consciente para llamar la atención y

conseguir la dedicación de los padres. Cuanto mayor se hace el niño, los padres

deberán aprender a distinguir con mayor exactitud entre las necesidades agudas y

las que pueden aplazarse.

El desarrollo de la empatía

La disposición natural a la empatía la manifiestan los bebés muy pronto:

bebés de tres meses reaccionan alterándose ante el llanto de otro niño y empiezan

ellos mismos a llorar. ¿Por qué se pierde en algunas personas la capacidad innata

de ponerse en lugar de los demás?

Según la opinión del psiquiatra estadounidense Daniel Stern, el desarrollo de

la empatía depende de si los padres consiguen sintonizar con las emociones del

niño. Las reacciones de los padres frente a las manifestaciones emocionales del

niño, tanto si son demasiado débiles como si son demasiado intensas,

desencadenan en éste confusión y aflicción:

Si emociones como, por ejemplo, la necesidad de caricias se ignoran

de forma permanente, el niño, poco a poco, deja de manifestarlas:

porque no tiene ningún sentido hacerlo.

Pero es igual de incorrecto que los padres exageren el «cuidado»

emocional del niño —por ejemplo, reclamándole «un besito más»,

cuando el niño ya hace rato que muestra interés por otras cosas—. A

la corta o a la larga, esto hace que el niño relacione los mimos con

vivencias desagradables y deje de manifestar su necesidad de

ternura.

La atención emocional excesiva o demasiado escasa puede incluso provocar

que, en un momento dado, el niño sencillamente deje de percibir las emociones ante

las que con frecuencia los padres reaccionan de forma demasiado débil o

demasiado intensa. Su mundo emocional se empobrece.

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K.

Los errores más frecuentes

Las emociones que se encuentran fuera de nuestro propio repertorio

emocional tampoco podemos percibirlas en los demás. En resumen: por lo general,

los hijos de padres capaces de percibir las emociones ajenas desarrollan también

una buena capacidad de percepción frente a las emociones ajenas; la mayoría de

los hijos de padres menos empáticos tendrán en el futuro menos sensibilidad para

percibir las emociones de los demás.

Un estudio estadounidense publicado en 1994 sobre las emociones en el

seno de la familia, describe comportamientos de los padres que producen un efecto

negativo en el desarrollo emocional de los hijos. Entre los errores más frecuentes se

encuentran el hecho de ignorar las emociones infantiles, una exagerada tolerancia y

un escaso respeto por las emociones del niño.

Ignorar las emociones. Algunos padres ignoran los movimientos

emocionales de su hijo que a ellos, desde la perspectiva del adulto, les parecen

triviales. No se dan cuenta de lo importantes que esas experiencias emocionales, en

apariencia insignificantes, tienen para el desarrollo ulterior del niño. Con ello pierden

la oportunidad de profundizar en la relación con su hijo. Y cometen el error de no

apoyar su desarrollo emocional. Si un padre reacciona con frecuencia con tanta

indiferencia frente a sus pequeños éxitos, las perspectivas del niño de poder

construir una sana autoestima disminuyen.

Tolerancia exagerada. Los padres tolerantes en exceso dejan que el niño

se las arregle por su cuenta con sus emociones. En algunos casos, detrás de este

comportamiento de los padres se encuentra un concepto particularmente liberal de

la educación; otros se limitan a adoptar la postura de la mínima resistencia. Los

padres que por principio se lo permiten todo a su hijo pierden la ocasión de

enseñarles estrategias para manejarse con las emociones.

Escaso respeto por las emociones del niño. Los padres con principios y

concepciones de la vida muy claros no toleran en sus hijos ninguna manifestación

emocional que vaya en otra dirección que la deseada. «¡No te pongas así!» suelen

decir, por ejemplo, los padres que dan mucha importancia a que el niño aprenda a

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. dominarse. A la larga, el niño dejará de manifestar las emociones de las que sabe

que provocan en sus padres una reacción de rechazo. Se quedará solo con sus

miedos y preocupaciones.

Tranquilizarse uno mismo

Bastían está orgulloso de dormir solo en su habitación. Sólo cuando hay

tormenta le entra un miedo bastante considerable y corre al dormitorio de sus

padres. Un día que vuelve a haber tormenta, los padres de Bastían no están en

casa. Y él no quiere correr a refugiarse al lado de la canguro. Mientras en él todavía

luchan el orgullo y el miedo, coge a su osito en brazos, lo acaricia y le habla,

diciéndole de que no debe tener miedo. Su propio miedo, al hacer esto, se hace

cada vez menor.

Bastían se ha comportado como suelen hacerlo sus padres cuando él tiene

miedo: tomarlo en brazos, acariciarlo y darle ánimos. Utilizando el rodeo del «osito»,

se ha tranquilizado a sí mismo, copiando el comportamiento de sus padres. Bastían

ha aprendido cómo puede tranquilizarse a sí mismo cuando se siente invadido por el

miedo.

Miedo aprendido

Los padres que perciben las emociones de sus hijos, las admiten y las

suavizan, de manera indirecto les están mostrando las posibilidades que tienen de

poderse tranquilizar a sí mismos cuando están alterados.

Sabrina juega con su madre en el jardín. De pronto, la madre de Sabrina grita

y aparta a la niña: una araña se está descolgando por su hilo, justo a su lado. Desde

entonces Sabrina tiene miedo de las arañas. Observando el miedo de su madre,

Sabrina ha aprendido a tener miedo ella misma.

También miedos más sutiles de los padres se transmiten a los hijos, incluso

cuando los padres creen no haber mostrado nunca esas emociones a sus hijos.

Muchos niños tienen percepciones muy sensibles para los cambios en el ambiente y

captan con exactitud cuándo la madre o el padre están inquietos. La inquietud de los

padres se transmite al niño. Por ejemplo, es muy probable que los niños cuyas

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. madres están muy preocupadas por cómo le irán las cosas a su hijo en el kinder

reaccionen ante esa nueva situación con más miedo que otros.

Agresividad aprendida

Andreas, durante el recreo, ha empujado a un compañero. La maestra le

comenta el incidente a la madre. Cuando por la noche el padre se entera de lo

sucedido, se enfurece. Le da una bofetada a su hijo y le grita: «¿Cuántas veces

tengo que decirte que dejes en paz a tus compañeros?»

Pesimismo aprendido

Es de suponer que Andreas ya ha pasado a menudo por la experiencia de

que su padre utilice la violencia cuando está furioso con él. Observando a su padre

ha hecho su aprendizaje: cuando está furioso —por ejemplo, a causa de las burlas

de un compañero—, aplica las mismas estrategias que el padre: reacciona con

agresividad. El mensaje verbal del padre («¡Debes dejar a tus compañeros en

paz!») no tiene el menor efecto, ya que está en contradicción con su propio

comportamiento.

En el último examen de matemáticas, Julia sacó: insuficiente. Para el

siguiente examen se prepara muy bien, estudiando con ahínco en compañía de una

amiga. El mismo día del examen, por la mañana, la madre de Julia le dice: «Seguro

que volverás a sacar una mala nota. Ya de pequeña, en los primeros cursos, tuviste

siempre dificultades con las matemáticas.» Esta vez Julia saca un Bien. El

comentario de su madre: «Qué suerte has tenido.»

La madre de Julia está programada para resignarse ante los fracasos y

considerar los éxitos una mera cuestión de suerte. Con el tiempo, lo más seguro es

que Julia aprenda que uno mismo, haga lo que haga, no puede influir —o muy

poco— sobre los acontecimientos de la vida. Los éxitos son casuales, los fracasos

no son controlables. No tiene ningún sentido adoptar una postura activa.

Es muy posible que el afán de estudiar de Julia pronto disminuya y que en el

siguiente examen vuelva a obtener, efectivamente, malos resultados. En definitiva,

así se confirmaría el mensaje de la madre. Aunque Julia sufre bajo el punto de vista

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. pesimista de su madre, es probable que, a la larga, acabe adoptándolo. Es de temer

que, como su madre, se convertirá en una persona insegura, pasiva y depresiva.

Hablar de las emociones

Por el contrario, los hijos de padres optimistas tienen grandes posibilidades

de desarrollar a su vez un mundo emocional marcado por la confianza. Los padres

optimistas les transmiten con su ejemplo el siguiente mensaje: los éxitos son —por

lo menos en parte— atribuibles al propio esfuerzo, y los fracasos son una

oportunidad de mejoran Una madre optimista habría atribuido el éxito de Julia a su

buena preparación y la habría animado a seguir estudiando con ahínco.

«¡No hay que dejar que el corazón se salga por la boca!» Podríamos suponer

que en las familias en las que rige esta máxima, las emociones no son ningún tema

a considerar. Pero, para poder manejarnos con nuestras propias emociones y con

las de los demás, debemos, por lo menos, poder darles un nombre. Debemos tener

palabras para aquello que pasa en nosotros en el plano de las emociones. Cuanto

más reducido sea nuestro vocabulario emocional, no sólo nos quedaremos mudos

en lo que se refiere a las emociones, sino también sordos y ciegos: mudos, porque

no podremos hablar acerca de nuestros sentimientos; sordos, porque no podremos

prestar oídos a nuestro mundo emocional; ciegos, porque no percibiremos las

emociones de los demás.

Llamar a las emociones por su nombre. Florián tiene un año. Está

construyendo una torre con cubos de madera. Cuando la torre se derrumba, el

pequeño se echa a llorar. Su madre lo toma en brazos y le dice: «Ya sé que ahora

estás muy enfadado.» Al hacerlo, adopta la misma expresión del rostro de su hijo.

La madre da un nombre a la emoción de su hijo mucho antes de que éste ni

siquiera sepa hablar. De esta manera, va aportándole conceptos que el niño puede

relacionar con la experiencia emocional que está sintiendo. Mientras lo hace,

también ella adopta una expresión facial que manifiesta enojo. En el rostro de la

madre, Florián puede comprobar qué aspecto tiene el enojo. Cuando estos

procesos se repiten, el niño aprende poco a poco que el enfado siempre produce la

misma emoción y tiene el mismo aspecto: puede relacionar la palabra con una

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. determinada imagen: se pone una «etiqueta» a la emoción, se le da un nombre. Si la

madre (o el padre) no verbalizara las emociones del niño y no le comunicara

también —siempre que fuera posible— sus propias emociones, el vocabulario del

niño, tanto activo como pasivo, tendrá considerables lagunas emocionales.

Historias con emoción. Los cuentos ilustrados adecuados amplían el

vocabulario emocional: una determinada mímica se relaciona con determinadas

palabras, como la alegría, el miedo, la rabia, etc. Puesto que los niños pueden

identificarse fácilmente con personajes, están bien predispuestos a hablar de

emociones parecidas que ellos mismos sienten Las experiencias emocionales del

personaje animan al niño a hablar abiertamente de sus propias y parecidas

emociones. Para los padres es una buena oportunidad de descubrir los miedos,

decepciones y deseos de su hijo y de ayudarlo a aclararse mejor con ellas. Para el

niño es una buena ocasión de aprender el lenguaje de las emociones.

Mediante historias que ellos mismos inventen, los padres pueden iniciar

conversaciones en torno a problemas sobre los que su hijo guarda silencio.

Supongamos que a su hijo, en el parque y de forma habitual, los otros niños le

quitan los juguetes y usted ve cómo sufre por ello en silencio. Cuéntele una historia

en la que niños, animales o usted mismo de pequeño tengan que enfrentarse al

mismo problema. Utilizando este rodeo, al niño le resultará más fácil abrir su alma y

hablar de sus emociones.

Atención pasiva. Los niños pueden hablar con mayor facilidad sobre sus

experiencias y las emociones ligadas a ellas cuando los padres escuchan con

atención y no manifiestan de inmediato su propia opinión. Hay muchas posibilidades

de dar señales —también sin emplear palabras— de que de verdad se está

escuchando con toda atención: a través de contacto visual, con una postura del

cuerpo atenta y abierta, y un asentimiento de vez en cuando, los padres pueden

manifestar con claridad la atención que están prestando a su hijo. Thomas Gordon,

en su libro La asamblea familiar, llama a este método «atención pasiva».

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K.

Escuchar en silencio pero con atención permite al niño desahogar su

frustración y su rabia. Con ello se crea una atmósfera en la que se siente acogido y

al mismo tiempo puede encontrar una especie de solución al problema.

Muchos padres habrían reaccionado a las confidencias de su hijo de forma

muy diferente: «¡Seguro que te has vuelto a pasar la clase charlando!; «¡Tú te lo has

buscado!; «¡Ojalá sea para ti una lección!» Este tipo de reacciones habrían

bloqueado otras confidencias del hijo: difícilmente habría llegado a encontrar por sí

mismo una posible solución al problema.

Atención activa. Otra técnica muy adecuada para iniciar una conversación

con niños y jóvenes y poder mantenerla es escuchar de forma activa.

La timidez no es mi destino inevitable

Exige de los

padres que sean capaces de ponerse en el lugar del otro para poder descifrar de

manera correcta los mensajes emocionales que hay detrás de las confidencias de

sus hijos.

El miedo ante los contactos sociales está muy extendido. A causa de estos

miedos, se evitan siempre, en la medida de lo posible, encontrarse en situaciones

en las que se vieran expuestos a la atención de los demás.

A las personas tímidas, la sensación de tener que presentarse de forma

óptima las paraliza. En situaciones sociales se observan a sí mismos con un

excesivo espíritu crítico. Por su mente pasan preguntas inquietantes: ¿Qué efecto

causo en los demás? ¿Se dan cuenta de que estoy nervioso? ¿Estoy vestido de

forma correcta? ¿Me he reído demasiado fuerte? ¿Qué digo si se produce un

silencio en la conversación? Esta coercitiva observación de uno mismo

desencadena estrés: aumento de la presión arterial, taquicardia, sudoración,

sonrojos. A los tímidos les cuesta un enorme esfuerzo ocultar, ante los demás, su

inseguridad. Y justo a causa de sus esfuerzos convulsivos por causar una buena

impresión, tienden a cometer torpezas. Su miedo a ser mal acogidos por los demás

los hace guardar silencio en las conversaciones. Los tímidos se ponen trabas a sí

mismos.

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. El tímido, ¿nace o se hace?

«Yo era tímida ya de niña. Cuando mis padres me llevaban con ellos a algún

sitio, me pasaba lodo el tiempo llorando.» Esto lo dice Bettina. Ahora es ya una

mujer adulta. Cuando tiene que participar en fiestas a las que asistirá un amplio

círculo de personas, suele buscar un pretexto para no ir.

Marietta, la madre de Daniel, un niño de ocho años, informa: «De niño todo

despertaba su curiosidad. Se lanzaba a explorar de inmediato cualquier nuevo

entorno con que se encontrara.» En la actualidad, Daniel se cuenta entre los niños

de su clase que son tan tímidos que ni siquiera se atreven a proponer un juego a sus

otros compañeros.

¿La timidez es congénita o sólo la adquirimos, en forma de miedo ante los

demás, a través de determinadas experiencias? Ambas cosas son posibles.

Timidez congénita Jerome Kagan, el investigador estadounidense del

temperamento, llegó a la siguiente conclusión: en un tercio de los adultos tímidos la

timidez forma parte del programa biológico. Ya en el vientre materno tienen una

frecuencia cardíaca superior a la de otros fetos. A los cuatro meses presentan

reacciones motrices más intensas que otros niños frente a sus percepciones

sensoriales (objetos, ruidos, olores). En un entorno desconocido lloran más que

otros bebés. A los catorce meses siguen mostrando una frecuencia cardíaca

superior a la media cuando se ven confrontados con una nueva situación.

Kagan califica a estos niños como muy reactivos. Los datos obtenidos a partir

de electroencefalogramas manifiestan un claro incremento de la actividad del

hemisferio derecho y del sistema nervioso vegetativo cuando los niños son

confrontados con algo nuevo. Es de suponer que la amígdala, responsable de la

primera reacción emocional, reacciona con mucha más intensidad de lo que sería

adecuado a la situación. Manda mensajes de advertencia al sistema nervioso

vegetativo y produce así reacciones de miedo, como el aumento de la presión

arterial y de la frecuencia cardíaca. El niño que experimenta estas reacciones

corporales las vive como algo desagradable, tiene miedo y se siente a disgusto e

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. inseguro. Los bebés manifiestan su malestar llorando. Los niños más mayores

evitan las situaciones que los alteran y se retraen.

Otros científicos estadounidenses han comprobado que los niños que han

sido engendrados en agosto o septiembre tienen una probabilidad mucho mayor de

nacer siendo niños tímidos. Se supone que la causa es la hormona melatonina,

conocida por su actividad neuronal. Durante los meses de invierno, en los que el

feto madura en el vientre materno, la melatonina se produce en mayor cantidad. La

hormona llega al feto a través de la placenta y puede provocar una elevada

excitabilidad congénita.

Timidez adquirida, dos tercios de la totalidad de las personas tímidas no

nacen con esta predisposición; su timidez se desarrolla a causa de influencias

externas. Los estudios comparativos sobre diversas culturas realizados por el

sociopsicólogo estadounidense Philip Zimbardo, aportan interesantes datos sobre

estas influencias externas. Por lo tanto, es evidente que el hecho de que una

persona llegue a ser tímida o no depende de si ha podido edificar un sentimiento de

autoestima estable o no.

Lo que pueden hacer los padres. las tres recetas contra la timidez son:

calor de hogar, reconocimiento e infundir ánimos.

Calor de hogar. Las personas para quienes la timidez es una palabra

desconocida es muy probable que durante su infancia disfrutaran de mucha calidez,

protección, seguridad y estabilidad. Sobre estas experiencias primarias pudieron

edificar un sentimiento de autoestima estable. La relación con nuestros padres es

nuestra primera relación interpersonal. Las experiencias con los padres se

generalizan y se trasladan a la relación con otras personas: los niños que se sienten

amados por sus padres confían con mayor facilidad en ser queridos por los demás.

Por el contrario, los niños que han recibido poco amor de sus padres temen,

también en el trato con los demás, la indiferencia o el rechazo.

Reconocimiento. Las personas tímidas se valoran poco a sí mismas: se

consideran carentes de interés, incapaces, torpes, nada atractivas. Observación:

ellos se perciben así. La realidad puede ser muy diferente. Todos nosotros

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. conocemos a personas que se relacionan con los demás con una absoluta

seguridad en sí mismos, aunque no son particularmente listos, ni atractivos, ni

dotados. Y también conocemos a otras personas que tienen muy buen aspecto, son

inteligentes y realizan con éxito su trabajo, pero que cuando están con otra gente

dan la impresión de inseguridad y retraimiento.

El hecho de tener una imagen negativa o positiva de uno mismo no sólo

guarda relación con las cualidades objetivas de una persona. Los niños se hacen

una imagen de sí mismos, ante todo, en función de las reacciones que perciben en

sus personas de referencia más próximas. Para cuando empezamos a definirnos a

nosotros mismos por comparación con otros, ya están marcadas las pautas: los

niños que obtienen mucho reconocimiento por parte de sus padres creen en sus

capacidades y parten de la base de que pueden compararse sin problema con los

demás. Los niños a los que sus padres alaban pocas veces, dudan de sus propias

cualidades y perciben a los otros niños como superiores a ellos. Se avergüenzan,

tienen miedo de que se rían de ellos y se retraen.

Pero cuidado: cuando las alabanzas no corresponden a un auténtico

rendimiento, a un verdadero progreso del niño, son más perjudiciales que

provechosas. Algunos padres cubren a su hijo de alabanzas, independientemente

de si en realidad el niño ha dado motivo para ello. La consecuencia: los niños

tienden a sobrevalorarse a sí mismos. No ven sus propias cualidades de forma

realista y, por lo tanto, a menudo no son tomados en serio por otros niños de su

edad. Su comportamiento activo se ve perjudicado: al fin y al cabo, ya lo saben todo.

A ello hay que añadir que, en un momento dado, la mayoría de los niños se dan

cuenta de cuando detrás de una alabanza no hay un auténtico reconocimiento. A la

larga, esas alabanzas injustificadas ni producen orgullo, ni fortalecen la seguridad

en uno mismo. En este sentido es válido decir que lo poco (aunque dicho en serio)

es, a veces, mucho.

Infundir ánimos. Los niños tímidos tienen a menudo padres proteccionistas

en exceso. Es difícil contestar a la pregunta sobre la causa y el efecto. ¿Es el niño

tímido porque los padres le evitan cualquier dificultad?, o ¿quitan los padres a su

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EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. hijo todas las piedras del camino porque es tímido y quieren ahorrarle toda

inquietud? Sea como fuere, sobreprotegerlo no le ayuda. La timidez es una forma de

miedo. Y los miedos no se pueden superar evitando las situaciones que los

desencadenan.

Para librarse de los miedos hay que llegar a experimentar que se es capaz de

dominar las situaciones que nos causan temor: la persona que tenga miedo a volar

sólo podrá superarlo a medida que vaya sobreviviendo sano y salvo a un vuelo tras

otro. Por lo tanto, los padres sólo pueden ayudar a su hijo tímido infundiéndole

ánimos para que se vaya enfrentando a nuevas situaciones.

Pero lanzarlo de golpe al agua fría sería un error: si el niño no está a la altura

de la situación y fracasa, sólo se consigue reafirmar el miedo. Lo bueno es encontrar

o crear situaciones que previsiblemente el niño pueda superar.

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LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

ORIZA, J. (2000). LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. MÉXICO: ÉTOILE.

PÁGINAS 165 A 184

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

Vuestros hijos no son vuestros, son hijos del anhelo de la vida, son concebidos a través de

vosotros, mas no de vosotros.

Y no obstante vivan con vosotros, no os pertenecen. Podréis darles vuestro amor, más no

vuestros pensamientos, porque ellos tienen los suyos propios.

Podréis albergar sus cuerpos, más no sus almas, porque sus almas moran en la casa del

mañana, casa que no podréis visitar ni aún en sueños.

Sois el arco del cual vuestros hijos son disparados, cual saetas vivientes. El arquero ve el

arco sobre el camino del infinito, y él os encorvará con su fuerza, de suerte que sus saetas puedan

volar veloces a gran distancia.

GIBRAN JALIL GIBRAN

En los hijos, los esposos ven la misma realización de su amor, de su entrega,

de su vida en común, en el cual se sustenta la familia. Sin embargo, siendo el fruto

del amor conyugal, siendo la misma realización de los esposos, la vida nos enseña

que los hijos no nos pertenecen; son más bien una grande y hermosa

responsabilidad para la cual debemos prepararnos, pues en su momento, los

entregaremos a la sociedad, ya que ésa es nuestra misión.

Nuestra gran responsabilidad entonces, consiste en darles la mejor

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. preparación, la mejor educación sustentada en valores, enseñarlos a amar,

formarles un recio carácter y ayudarles a desarrollar la inteligencia

emocional, para que con esas bases, puedan enfrentar de la mejor forma la

vida. Y en nuestra época, en los inicios del tercer milenio, esa gran

responsabilidad se vuelve cada día más difícil. Tenemos una responsabilidad

básica hacia ellos, hacia nuestros propios hijos, pues desde su nacimiento

hasta que son mayores, son altamente dependientes de nosotros.

Y tenemos una responsabilidad importante hacia la sociedad, pues la

sociedad demanda cambios, demanda individuos cada vez mejor preparados;

individuos que hayan aprendido a vivirlos valores cuya ausencia ya ha hecho

crisis en nuestro mundo. A nuestros hijos les tendremos que responder de

nuestros aciertos y fracasos en su educación. A la sociedad le debemos

entregar los individuos que demanda para el tercer milenio.

No obstante lo trascendente de esta gran misión para los esposos,

desafortunadamente no existen muchas escuelas que nos enseñen a ser

padres. La vida es nuestra escuela; nuestros antecesores también, con sus

aciertos y errores.

El primer reto para aspirar a ser un buen padre o una buena madre, es

ser una persona madura, una persona que sepa actuar con inteligencia

emocional; una persona que en su comportamiento cotidiano, muestre los

valores fundamentales que necesita nuestra sociedad para renovarse. El

segundo reto, una vez superado el primero, será el ser buenos esposos; un

matrimonio que con su ejemplo, de a conocer a sus hijos los valores

fundamentales de su amor conyugal y los enseñen con su propia conducta y

su relación de esposos, a actuar con inteligencia emocional. El tercer reto

será entonces, procurar la mejor educación posible para sus hijos; preparar

individuos maduros e íntegros, con inteligencia emocional para enfrentar los

diversos problemas de la vida, que sepan conocer y entender sus emociones;

que desarrollen un buen control de sus emociones y sepan encausarlas para

automotivarse ante las depresiones, ante situaciones complejas, adversas o

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. conflictivas. Que sepan serenarse, ser prudentes y pacientes, y en su

momento controlar sus emociones para tomar racionalmente,

inteligentemente, las mejores decisiones; es decir, pensamiento inteligente y

voluntad por encima de la emoción. Que sepan ser empáticos, entender los

sentimientos y las razones de los demás; que sepan escucharlos, para poder

trabajar en equipo o tener siempre las mejores relaciones interpersonales. En

pocas palabras, que sepan desenvolverse y adaptarse en los diferentes

medios en los que la vida los lleve a superarse, para en su momento propiciar

los cambios que nos esperan en el tercer milenio.

La educación en valores fundamentales

La importancia de los valores es fundamental en la conducta de los

individuos; en sus actitudes, en sus sentimientos, en sus hábitos y

costumbres, entre otros aspectos. Actuar con inteligencia emocional es entre

otras cosas, poner a nuestros valores por delante de nuestras respuestas

emocionales, en nuestro trato con todos nuestros semejantes. Desde la lógica

de este planteamiento, es entonces fácilmente deducible el porqué es

fundamental la formación de valores en los hijos.

Inculcar valores fundamentales en los hijos, desde pequeños, va

formando individuos con buenos sentimientos, con una conducta sustentada

en buenas actitudes y en hábitos y costumbres que seguramente los llevarán

a tener buenas relaciones interpersonales y a tener éxito en la vida. Formar

valores, es como decíamos, un verdadero reto en la conducta de los padres,

pues como hemos mencionado, los valores se aprenden más que con el

discurso, con el ejemplo.

Desde la temprana edad y sobre todo cuando los hijos son pequeños,

es de suma trascendencia que les enseñemos con el ejemplo cuales son

nuestros valores. Por supuesto el primer valor fundamental a enseñar a los

hijos, que los lleva a adquirir confianza en sí mismos y en los demás, es el

valor del amor; el valor del amor, mostrado a través de otros valores, como

decíamos, el respeto, el servicio, la lealtad, el perdón y la comprensión.

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. Valores que los hijos aprenderán, con el ejemplo de sus padres en la medida

que muestren vivencialmente su amor conyugal.

Que les enseñemos el valor de la justicia y les enseñemos a ser

honestos, honrados, a no mentir, a ser bondadosos y practicar el bien —los

niños y jóvenes le llaman ¡ser buena onda!—.Que les enseñemos también a

reconocer el valor del trabajo y a ser responsables y dedicados en todas las

actividades y tareas en las que participan; a dar siempre lo mejor de sí

mismos y a obtener los mejores resultados en todo lo que emprendan, siendo

para ello, prudentes, pacientes y perseverantes. También a ser humildes,

para reconocer sus limitaciones y tratar de superarlas, teniendo con esto

siempre la oportunidad de ser mejores y sin demérito de otros valores, que

aprendan con la práctica cotidiana, a aceptar el valor de la comunicación y el

diálogo, como sustento además de otros valores como la amistad y la verdad.

Unos padres amorosos, que muestran un gran autodominio y que

resaltan con su ejemplo el valor del amor, siendo cariñosos y serviciales,

dando afecto siempre que es posible, dando su tiempo para escuchar con

interés, con empatía, para comprender los sentimientos de sus hijos y en

general de sus seres queridos; unos padres que saben perdonar y ser

humildes, seguramente formarán en su hogar a niños que tendrán la

capacidad de amar, de dar y recibir amor.

El esfuerzo de congruencia de los padres, con su ejemplo cotidiano, es

entonces el primer reto trascendente de la paternidad que en la práctica,

busca la mejor educación de los hijos. Demanda inteligencia emocional;

demanda carácter e integridad. Ser congruente es realmente ser íntegro.

Dice Stephen Covey que tener integridad significa que las vidas de los

esposos y padres, estén integradas alrededor de una serie de principios que son

universales. La integridad incluye la veracidad, pero va más allá de ella. Covey

comenta que la integridad personal genera confianza, y los padres deben

trabajar con su congruencia cotidiana, para generar confianza en sus hijos;

para que sus hijos siempre recurran a ellos con los ojos cerrados, en busca

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. del consejo, del consuelo o de la comprensión; para que confíen en su

ejemplo y en sus enseñanzas. La confianza es uno de los valores del amor

conyugal y cómo podemos observar, es un elemento estructural para la

educación de los hijos.

La madurez y la inteligencia emocional nos llevarán a empeñarnos en

tratar de amar a nuestra esposa/o y nuestros hijos, con la mayor entrega

posible. La mejor forma de enseñarles el amor, es que nos vean amando en la

práctica. Los demás valores, también requerirán de un ejemplo congruente,

requerirán que nos esforcemos en ser padres íntegros. Abundemos a

continuación en algunos otros valores a inculcar en los hijos.

Otro de los valores que es fundamental en la práctica cotidiana del

mismo amor, y que es importante enseñar a los niños desde pequeños, es el

perdón. El perdón demanda de entrada, inteligencia emocional. No existe

incluso otro valor que demande más inteligencia emocional que el propio

perdón. El perdón nace de un proceso de dominio personal, de controlar

nuestras emociones de ira, enojo y agresividad; los sentimientos de rencor

que acumulamos cuando no controlamos el enojo y la ira hacia otra persona

y que nos conducen a sentimientos de venganza. Por eso es desde la

temprana edad que se deben inculcar en los hijos este tipo de valores, pues

favoreceremos con ello, el autodominio y con ello, un proceso de maduración

temprana. Hay que tratar de explicarles por todos los medios posibles, que el

perdón inicia con un proceso de reconciliación personal, que nos lleva a

sentirnos bien antes que otra cosa, con nosotros mismos. Perdonar no

significa que le otorguemos la razón al otro, o que seamos menos que el otro,

o que aceptemos una culpa que no nos corresponde. El pedir perdón es un

acto de humildad, que parte de reconocer que todos nos equivocamos y que

no es o fue nuestro deseo, lastimar a nadie; al enseñar a un niño a pedir

perdón, lo lleva además, a aprender a ser empático, pues estará

esforzándose en comprender que la otra persona se siente mal u ofendida por

alguna acción de él. Al enseñarles a otorgar perdón, les estaremos

enseñando también a asumir la misma actitud humilde de aceptar que todos

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. nos podemos equivocar; pero además, al otorgarlo, le enseñaremos a liberar

sus emociones negativas hacia la otra persona, a no generar malos

sentimientos; le enseñaremos a reconciliarse consigo mismo. Todos los

esfuerzos que hagan los padres en este sentido, en la vida cotidiana, serán la

mejor enseñanza para los hijos de la importancia del perdón, y de la grandeza

de las personas que aprenden a ser humildes y autocríticas y aprenden a

perdonar. Hay que enseñarles que el tamaño del hombre se mide a partir de

la cantidad de espíritu autocrítico que pueda desarrollar, para verse en su

exacta dimensión; pues solamente así, podrán tener la plataforma firme para

mejorar continuamente.

Otro valor fundamental es el respeto. El respeto, al igual que la

comprensión, son valores que generan actitudes indispensables para las

buenas relaciones humanas. Además, el ser respetuoso es también una

actitud que frecuentemente demanda inteligencia emocional. La inteligencia

emocional nos ayudará como padres de familia, a controlarnos, a ser

empáticos y con eso, nunca transgredir la frontera de respeto que siempre

debe prevalecer para resolver cualquier conflicto o problema.

El valor de la familia, es uno de los valores de más trascendencia que

podremos inculcar a nuestros hijos. Al igual que los demás valores, este valor

cobrará importancia en las creencias arraigadas de los niños, en la medida

que vean que en su casa, se le da un valor preponderante a la familia.

Cuando los padres respetan a su familia, le dan importancia a su familia por

encima de otros intereses y jerarquías personales, le dedican su tiempo y

luchan y se esfuerzan por preservar la integridad de su familia, ante los

diversos agentes externos que la amenazan, seguramente los hijos que

nacen de esa familia, creerán que la familia es un valor importante dentro de

su propia escala de valores y podrán hacer propia la idea de salvar este valor.

La importancia de la inteligencia emocional en los hijos

Siempre ha sido un reto importante en los padres, desarrollar el

carácter de sus hijos; un carácter de una persona que forma una gran fuerza

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. de voluntad para luchar y conseguir lo que se propone; que lleva una vida

virtuosa (es decir íntegra, congruente con sus valores) y se exige a sí mismo

para salir adelante siempre, para enfrentar los cambios y las adversidades,

que se cae pero se levanta fortalecido; esto es algo que realmente cualquier

padre desearía para sus hijos. Dice Goleman que el carácter se fundamenta

en el dominio de sí mismo y en la disciplina personal. Esto por supuesto no se

logra con facilidad en los hijos. Requiere de los padres de un gran esfuerzo

de madurez y de inteligencia emocional propia. Requiere que con esa

inteligencia emocional que van adquiriendo los padres, sean muy

comprensivos con la forma de ser, el temperamento y los sentimientos de sus

hijos, pues como es lógico, no todos los niños son iguales, y habrá

temperamentos en los que se dificulte mucho la enseñanza, la educación y la

formación del carácter. Por eso los padres deberán ser muy inteligentes,

emocionalmente y racionalmente, para intuir las mejores formas de educar a

sus hijos en valores, y con ello a desarrollar su inteligencia emocional.

Es importante tener la consciencia de que el contexto que vivimos en la

actualidad, y sobre todo, el que espera a nuestros hijos en el tercer milenio,

tiene demandas muy complejas. Los individuos del tercer milenio, estarán

sujetos a mayores presiones de cambio, de competencia, de calidad, que las

que se tuvieron en nuestra época de juventud. No nada más en los aspectos

tecnológicos y científicos, la sociedad tendrá cambios que ni siquiera

imaginamos. Los retos de supervivencia en un mundo cada vez más

globalizado y tecnificado, serán cada día más complejos. Se requerirán pues,

individuos con muchas y mejores capacidades y habilidades para lograr sus

metas personales. Trabajar en equipo, en condiciones de presión, de alta

competencia, pues las oportunidades de empleo siempre serán para los

mejores, los más preparados y capacitados; enfrentarse a cambios

continuos, a la incertidumbre, son situaciones que demandarán inteligencia

emocional, además de la inteligencia racional.

Los valores traducidos en la conducta de los hijos

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J.

Inculcar en los hijos, buenas actitudes ante la vida, ante los problemas,

en sus relaciones humanas. Las actitudes son de los elementos de mayor

importancia en la conducta de los individuos y como hemos visto, responden

por lo general a valores. Los valores del amor, conducen a conductas

afectuosas, amistosas, cariñosas y amables. Las personas que creen en el

valor del amor, también saben ser humildes, saben perdonar, saben otorgar

confianza y ser serviciales. Los valores del trabajo y la responsabilidad, se

traducen en conductas de alto desempeño, de dedicación y disciplina en el

trabajo, de calidad y de excelencia. Los valores del conocimiento, del estudio,

del aprendizaje, formarán en los hijos, individuos estudiosos, cultos y bien

preparados. Los valores de la comunicación y el diálogo, formarán personas

siempre abiertas a la comunicación y a la interacción social, al trabajo en

equipo y a la cooperación; siempre tendrán apertura a dialogar, para resolver

problemas y tomar las mejores decisiones.

Los valores también condicionan los sentimientos. Además, en el ámbito

de la inteligencia emocional, hemos visto la importancia de formar buenos

sentimientos, premiando los sentimientos derivados del amor, y castigando

inteligentemente, sentimientos como la venganza, el odio o el rencor. Los

malos sentimientos, se generan como consecuencia de la falta de control de

emociones negativas; enseñar a los niños a conocer y aceptar estas

emociones, es el primer paso para desarrollarles su inteligencia emocional;

pero un segundo paso obligado, será el ayudarles a impedir que esas

emociones les generen un daño tanto a ellos, como a las personas que los

rodean; esto lo debe aprender el niño desde pequeño. Partiendo de

comprender también las emociones de los demás, el niño aprenderá a que

sus propias emociones negativas deberán asimilarse y olvidarse, para evitar

un daño en sí mismo, y el surgimiento de sentimientos arraigados de rencor u

odio. En cambio, los padres deberán canalizar positivamente, las emociones

de afecto y comprensión; de compasión, de cooperación, para dejar

arraigadas esas conductas en los niños y con ello, formarles buenos

sentimientos. Manejar como decíamos, ciertas emociones de vergüenza y

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. pena, para generar sentimientos buenos; para formar en los hijos, personas

amables y afectuosas, compasivas del dolor ajeno, que nunca lastimen a sus

semejantes, que siempre actúen con honestidad e integridad, destacando

siempre los valores que sustentan esas conductas, son formas de

condicionar adecuadamente la conducta de los hijos desde la temprana edad.

Finalmente, además de formar buenas actitudes y sentimientos, con

base en valores fundamentales, es importante generar buenas costumbres y

buenos hábitos. Hábitos como la lectura, la puntualidad, el orden, el hacer

ejercicio, y otros hábitos de limpieza e higiene personal, en mucho forman

una conducta adecuada, y apoyan la superación del individuo. Esos hábitos,

se aprenden desde la temprana edad, y si se aprovecha esa edad para

inculcarlos, prevalecerán durante toda la vida del individuo.

Por lo que respecta a las costumbres, es importante fomentar buenas

costumbres en los niños. Desde lo que llamamos buenos modales, que

implican cortesía y atención, trato amable hacia los demás, hasta costumbres

como el gusto por las bellas artes, por la buena música, por el teatro, por las

actividades de sano esparcimiento y de convivencia en familia, serán

costumbres que reforzarán también el valor de la familia.

La apertura hacia la verdad

Si existe alguna actitud realmente difícil y compleja de desarrollar en

los hijos, es precisamente esta. La apertura a la verdad, se deriva

precisamente del valor de la verdad. Desafortunadamente nosotros mismos,

los padres, estamos con frecuencia limitados en este sentido, por nuestra

cultura, por nuestra formación dogmática; por una sociedad y una

humanidad, que frecuentemente se polariza o radicaliza y difícilmente sabe

encontrar los justos medios, los equilibrios.

Para estar abierto a la verdad, mencionamos que antes que nada se

debe de aceptar el principio de la provisionalidad, que dice que la información

que tenemos (sobre cualquier asunto o tema) es provisionalmente válida,

mientras no nos demuestren otra información que objetivamente la

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. modifique, la refute o la haga inválida. Este principio es también un requisito

del diálogo, pues si seguimos todos los atributos de un proceso de diálogo,

llegaremos dialécticamente a soluciones y respuestas consensuadas con

quienes dialogamos; habremos renunciado a verdades individuales,

provisionales, para llegar a una verdad compartida. Tener una apertura hacia

la verdad, se demuestra sabiendo dialogar, en toda la amplitud de lo que

dialogar significa. Tener apertura hacia la verdad, implica entonces, tener

una apertura permanente al diálogo, a saber escuchar y comprender los

puntos de vista de los otros.

La responsabilidad de los padres en esto, según mi propia experiencia,

es educar individuos que sepan cuestionar las cosas, que no se queden con

todo por definición, y que esto lo apoyen siendo racionales, objetivos y

apegados por supuesto a valores; que la razón esté siempre delante de ellos,

sin importar de donde venga. Reitero que también es indispensable y

fundamental que se apoyen en sólidos valores, pues la verdad nunca se

confronta con los valores; el apego a valores y la inteligencia emocional, evitará

que en su búsqueda de la verdad, atropellen a otros, o se vuelvan necios o

soberbios.

Creo conveniente aclarar que, los padres que adoptamos la posición

de educar a nuestros hijos con una actitud de apertura hacia la verdad,

seguramente estamos corriendo algunos riesgos, pues frecuentemente

caemos en contradicciones con nuestra propia conducta y limitaciones

personales, o cuando nuestros hijos están en la pubertad o son adolescentes,

ellos mismos nos discutirán la mayoría de nuestras posiciones, cuando estas

nos sean razonables. Mi experiencia me dice que vale la pena correr este

riesgo, pues si se da un desarrollo equilibrado con valores fundamentales, los

hijos con estas actitudes llegan a ser individuos ampliamente adaptables

para enfrentar los retos y los cambios que la vida les presenta.

Otros conceptos en la educación de los hijos

Como parte de esa apertura hacia la verdad, es de vital importancia

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. darles los medios para que tengan acceso a la información que los

enriquezca, en lo espiritual y moral, lo intelectual y lo material. Con la previa

educación en valores, con el desarrollo de carácter e inteligencia emocional,

los hijos van adquiriendo la suficiente madurez para juzgar por sí mismos la

importancia de las cosas, y de la múltiple información que la sociedad

moderna pone a su alcance, fundamentalmente a través de los medios de

comunicación.

Otro elemento importante que es necesario desterrar desde el seno

familiar, es la ignorancia. La sociedad del tercer milenio, exige individuos

altamente competentes y cultos. Esta es parte de las responsabilidades de la

familia; desterrar la ignorancia, fomentando valores y conductas como el

estudio, el trabajo, la responsabilidad, y la apertura a la verdad, a los nuevos

conocimientos. Hábitos como la lectura, seguramente desterrarán

gradualmente la ignorancia desde la propia familia. Fomentar el estudio

autodidacta, y procurar que todos los miembros de la familia, tengan la

educación escolar que los lleve más allá de la escuela secundaria y

preparatoria, al nivel de sus aspiraciones profesionales, es pues una

responsabilidad de las familias que ingresan a los cambios del tercer milenio.

Finalmente, como una consecuencia lógica de un planteamiento

centrado en los valores, el matrimonio y la familia del tercer milenio, son los

responsables fundamentales de acabar de una vez por todas, con la alta

corrupción que aqueja a nuestra sociedad. No es posible que en las familias,

los padres prediquen algunos valores, y sean los primeros en dar el ejemplo

de deshonestidad y corrupción a sus hijos.

La honestidad y la justicia; la equidad, la verdad y el respeto a la vida,

a la dignidad humana, son valores que además del amor, atacan en el fondo

a la corrupción en el seno del propio hogar; de hecho, la corrupción existe por

ausencia de esos valores en las familias. Para que estos valores realmente

queden en la estructura conductual de los niños y los jóvenes del tercer

milenio, realmente los padres tienen un gran reto por delante. Deberán

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. renunciar a sus ambiciones de poder, de enriquecimiento a toda costa; a sus

costumbres de sobornar a quienes les exigen cumplir las leyes, a no robar o

a no explotar a otros con la justificación de hacer y hacer dinero; a no

participar en negocios ilícitos, incluso los relacionados con las drogas, el

contrabando y otros; y en un sentido de mayor sencillez, a respetar a sus

semejantes —esposa, amigos, vecinos, compañeros de trabajo— a ser

comprensivos, a evitar la violencia empezando por su casa y a poner al amor y

a sus valores, como pauta de su conducta cotidiana.

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EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

TORRABADELLA, P. (2001). CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

ESPAÑA: OCÉANO., PÁGINAS 203 A 221

EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL

Cambiar el color de ojos de un hijo o su altura es imposible. Sin embargo, se

puede hacer mucho por desarrollar su IE. De ésta, así como de su capacidad para

comprender emociones propias y ajenas y actuar en consonancia, dependerá casi

todo lo importante que le pase, sus relaciones con los demás y que sea feliz.

Ser padre expone a multitud de dilemas. Ante cualquier conducta

negativa de un hijo o hija, los padres no pueden evitar preguntarse: ¿en qué estoy

fallando? Todos hacemos cosas mal; no existen los progenitores perfectos. Pero los

hay que, consciente o inconscientemente, no intentan mejorar. Son aquellos que

cuando surge un problema se evade o se enfadan para no afrontarlo. Y los hay que

sí lo intentan de verdad. Estos, sin ser perfectos, ya son lo bastante buenos.

A estos últimos habrá que empezar por decirles que sólo por el hecho de

plantearse si están haciéndolo bien y actuar en consonancia, le están dando un

buen modelo a su hijo. No hay que olvidar que para desarrollar su IE, el mejor

instrumento con el que cuentan es nuestro comportamiento. El ejemplo dado suele

ser el mejor maestro.

Los padres pueden hacer mucho más para desarrollar la IE de sus hijos. Es

más sencillo de lo que parece. Los cambios adecuados, por pequeños que sean,

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CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL. TORRABADELLA, P.

pueden afectar en gran medida a su educación, porque desencadenan una mejora

importante en habilidades que están relacionadas, que son interdependientes.

Responder a las preguntas que a continuación se plantean ayudará a los

padres a descubrir si están o no fomentando la IE de sus hijos y cómo ayudarles.

¿Lo quiero lo bastante para construir su autoestima? Todos los padres

afirman amar a sus hijos, pero no todos se sienten queridos. Y si un niño cree

desagradar a sus propios padres, ¿a quién más puede esperar gustarte?

Para que el niño se sienta amado, no basta con cuidarle: es preciso

intercambiar con él mensajes corporales de amor -un abrazo, un beso, una caricia-,

una comunicación cálida y real, así como demostrarle que se le quiere y acepta tal

como es, de manera incondicional, es decir, por encima de lo que haga o sienta.

Sólo si sabe que continuará siendo amado podrá reconocer lo que siente. De

lo contrario, sólo se permitirá sentir lo que cree que puede complacer a sus padres.

Si cada vez que el niño demuestra rabia sus padres le reprochan o le

demuestran que eso les hiere, el pequeño acabará evitando enfadarse y, en vez de

eso, expresará otro sentimiento permitido, como la culpa. Así, evitará el rechazo,

pero, a partir de entonces, instaurará una reacción falseada. Es decir, no se

permitirá ser sincero consigo mismo.

Existen también muchas formas de negar el afecto que suelen ser

consideradas «aceptables», como:

Ignorarte como si no estuviera o decirle: “No seas pesado, déjame en paz”

Compararte con otros: “Mira las notas de tu primo, debería darte vergüenza”

Culparte de sus carencias y limitaciones: “Eres un desastre”

Para construir su amor propio, el niño sólo cuenta con los signos de aprecio

que le llegan, y las desvalorizaciones, verbales o no, arrasan sus incipientes logros.

¿Soy sincero al cultivar nuestra comunicación? Los niños necesitan que

nuestras palabras y nuestra actitud coincidan, porque si no captan nuestra

incoherencia y esto les genera ansiedad. Cuando estamos irritados o tristes por un

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problema del cual no le queremos hacer partícipe, es mejor decírselo: «Estoy

furioso, pero no contigo, no quisiera que lo pagaras tú».

Los niños aceptan que somos humanos y son comprensivos si nos

mostramos vulnerables. «Has roto otra vez los pantalones arrastrándote por el

suelo, no quiero regañarte más, pero estoy enojado porque no paro de coserlos».

Aceptar nuestros sentimientos negativos es un buen ejemplo, ya que les

demostramos que todos tenemos derecho a reconocerlos y compartirlos.

¿Soy capaz de aceptar lo que siente? Es primordial respetar los

sentimientos del niño. ¿Cuántas veces los tratamos como cuestiones sin

importancia? A nosotros su muñeco roto nos puede parecer poca cosa, pero a él le

resulta su posesión más querida. Una forma de saber si estamos tratando

justamente sus sentimientos es preguntarse: ¿es ésta la reacción que tendría si

fuera un amigo de mi edad?

Si se le intenta demostrar que sus sentimientos son inadecuados («No se

llora») o cambiarlos («Mira a tus amiguitos, no lloran»), el niño, además de

incomprendido, se siente culpable. Intentar impedir sus sentimientos negativos es

inútil y transmite al hijo la idea de que «está mal» tenerlos, que comete un fallo al no

evitarlos. Hay dos confusiones típicas que impiden a muchos padres aceptar los

sentimientos de rabia, miedo o tristeza de su hijo:

«Son peligrosos». Los sienten como una amenaza, porque les hacen

revivir lo que ellos sintieron cuando de pequeños fueron reprimidos en la

expresión de esas mismas emociones.

«Si se lo consiento, aún se descompondrá más». No es cierto.

Desahogarse no implica generar emociones negativas, sino dejar salir las

que ya hay. Si se reprime la expresión de un sentimiento, éste acaba

surgiendo a presión, aunque a veces tarde años.

Lo adecuado es interesarse por comprenderle y animarle a expresar sus

sentimientos, incluso los negativos, naturalmente, cuando y donde sea adecuado.

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Pues, sólo cuando se haya desahogado, podrá razonar y optar por pensamientos y

sentimientos más positivos.

Más importante: al aceptar la expresión de sus emociones, le permitimos

darse cuenta de que se trata de reacciones que manifiestan hacia algo, no de un

problema en su forma de ser.

Es importante dejar hablar al niño con franqueza, incluso cuando dice cosas que

parecen inaceptables. Si teme sincerarse, interiorizará sus sentimientos y se alejará de

nosotros. Su confianza se consigue siendo tolerante, preguntándole su opinión y

escuchándola sin censurarla. Tratándole como a una persona se sientan las bases de una

comunicación sincera.

¿Le ayudo a entender sus propias emociones? Es importante enseñarles

a tomar conciencia de sus emociones y a comunicarlas, ya que cuando logran

hacerlo, éstas dejan de dominar su conducta.

Cuando pueden darse cuenta y pensar sobre lo que sienten, lo manejan de

forma inteligente y constructiva. Además, está demostrado que los niños que

aprenden a hablar de sus sentimientos mejoran su humor y su expresividad.

Existen numerosos trucos para enseñarles a tratar sus propios sentimientos.

Algunos de los más interesantes son:

Parafrasear: Consiste en repetir lo que ha dicho con otras

palabras, para luego preguntar algo más al respecto. Así puede hablar

de sus sentimientos más profundos, ayudándole a expresarse. Por

ejemplo: ante un «Luis ha vuelto a reírse de mí», se puede decir: «Veo

que continúa burlándose de ti ese niño. ¿Qué crees que pasa?».

Descripción empática: Demostrarle que te das cuenta de

cómo se siente y que eso te importa. Por ejemplo: «Los niños de la

clase de Juan son tontos.» A lo que se puede responder: «Así que te

han dado un disgusto. Explícame qué pasó para que te hayas

enfadado tanto».

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-Fomentar el análisis de los sentimientos: Es necesario enseñarle a

ubicar sus sentimientos en el grupo de «cosas que considero importantes».

Teniéndolos en cuenta, pensando sobre ellos y hablando de ellos, el niño

podrá decidir de forma inteligente también en temas afectivos.

¿Le enseño a pensar de forma positiva? Un mismo hecho puede

convertirse en algo positivo o negativo, en función de cómo decida pensar y esto es

algo que podemos enseñar a nuestros hijos desde pequeños. Por ejemplo, si en

clase la profesora siempre le pregunta a él y piensa: «Debe estar en mi contra», se

sentirá rabioso e impotente. En cambio, si decide pensar positivamente, podría

concluir: «Qué bien, así, si estudio, seguro que se enterará», y se sentirá contento y

motivado.

Hay que demostrarle que al decidir lo que piensa, determina qué siente. Y esta es

una libertad que nadie nunca le podrá quitar.

¿Le enseño a controlarse? El aprecio no debe confundirse con una

aceptación total de cualquier cosa que el niño haga. Es necesario dejarle claro el

límite de lo aceptable para con otros y para consigo mismo. Debe aprender ciertas

cosas que no aprendería de forma espontánea, pero que le conviene saber (al igual

que le conviene leer o escribir).

Adecuar bien la disciplina implica tener en cuenta su edad: sabiendo de lo

que es capaz, se le puede exigir acorde a sus posibilidades, teniendo en cuenta que

hay un plazo límite para aprender cada cosa.

Algunas buenas ideas para disciplinarle son:

A la hora de imponer cierta disciplina, es necesario tener la certeza de que él

sabe por qué le riñen y evitar en lo posible hacerlo delante de los demás. Es mejor

llamarle aparte, porque tiene, como toda persona, su dignidad y derecho a no ser

humillado en público.

Estimular sus conductas correctas remitiéndose a motivos positivos, como el

propio orgullo o la autosatisfacción. Por ejemplo: «Estoy orgulloso de ti porque has

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colgado tu ropa en orden. Has aprendido a cuidarla, lo cual es útil para ti y

demuestra que eres más responsable de tus cosas. Felicidades.»

Nunca ceder a chantajes, ni dejarse presionar. Sólo hablar con él cuando

razona y aprovechar para explicarte los valores en que se asientan las normas.

Demostrarle que por la vía del diálogo se le escucha siempre y que, pase lo que

pase, el adulto no pierde los estribos.

Al proporcionarle al niño unas normas claras de lo permitido, se le capacita para

autodisciplinarse cada vez más por sí mismo.

¿Le animo a esforzarse en cultivar sus capacidades? Numerosos

estudios han demostrado que la motivación para triunfar en todo lo que uno hace en

la vida tiene que ver con haber tenido una madre/padre «moderadamente exigente»

durante la primera infancia. Es decir, que le haya pedido siempre al niño algo más

de lo que a éste le resultaba cómodo y natural a su edad. De esta forma, se le

acostumbra a sentir el placer y el orgullo por «lo que soy capaz de conseguir con

esfuerzo».

Otra forma práctica de favorecer el desarrollo de sus capacidades es lograr

que adquiera aficiones, ya que éstas se encuentran a medio camino entre la

diversión y el trabajo, y le pueden proporcionar la satisfacción de la labor bien hecha

gracias al esfuerzo.

Actividades como los deportes o el arte, siempre que se mantengan durante

unos meses, pueden ser medios excelentes para inculcarle esta idea: «Haciendo

algo que me sale bien puedo divertirme y sentirme útil».

La labor de los padres consiste en buscar actividades en las que el niño

pueda aprovechar sus capacidades más destacadas y usarlas, para así reconocer

sus aptitudes naturales y autorrealizarse con ellas.

¿Le animo a ser cada vez más independiente? Los padres pueden hacer

mucho por un hijo -criarle, cuidarle, amarle-, pero nunca convertirle en alguien

autónomo: valerse por sí mismo es algo que tendrá que lograr el niño por sí solo.

Las actitudes condescendientes le impiden enfrentarse a responsabilidades y ser

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autosuficiente. Por el contrario, al darle oportunidades para resolver cosas por su

cuenta se le permite demostrarse su propio poder.

Una forma de animar al niño a ser independiente consiste en elogiarle por logros

propios sin hacer referencia a los demás. En vez de decirle, por ejemplo: "Ganaste el

concurso de salto, te felicito; eres el mejor de tu curso", decirle: "Sé que te sientes orgulloso,

has saltado por encima de tu propio récord y has logrado lo que tanta ilusión te hacía: el

diploma". Si aprende a perseguir metas por sí mismo -no por los demás -, entiende que el

triunfo se vive frente a uno mismo, que él es protagonista de su vida sin necesidad de la

aprobación de los otros.

¿Cultivo su inteligencia moral? Además de la IE, no debemos olvidar que

también se debería educar a los hijos para que tengan una inteligencia moral.

Según explica el psiquiatra Robert Coles en su obra La inteligencia moral del

niño (Premio Pulitzer), el fallo general radica en que se acostumbra a pensar

solamente en lo que «se desea que el niño sea», dejando en el más absoluto olvido

lo que «se teme que llegue a ser».

Es imprescindible darles un sistema de valores sólido en que apoyar sus

decisiones y dar sentido a su vida. Y hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

Esto significa plantearse cuestiones morales y darse cuenta de que, por encima de

cualquier cosa que consiga, es básico que un niño sea una buena persona. Coles

afirma que hay que «intentar construir el carácter de nuestros hijos, con la

esperanza de que sean pacientes, amables, sensibles, receptivos a los demás,

honrados, respetuosos con la ley, aplicados, bondadosos y generosos del alma».

Pero, ¿cómo lograrlo? Coles apunta unas ideas:

Atender a las cuestiones morales: Por ejemplo, todos los padres quieren

que sus hijos saquen buenas notas, pero cuántos se plantean que puedan

haberlas logrado copiando. Detrás de las cuestiones cotidianas y muchos su-

puestos problemas emocionales, se esconden cuestiones morales que los

padres desatienden por desconocimiento, por estar demasiado ocupados o

por estar cegados por sus aspiraciones de lo que el niño tiene que conseguir.

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Explicar y razonar cuáles son los valores que rigen nuestra vida, y

orientarle hacia lo que a la larga realmente vale la pena. A esto puede ayudar

comentar experiencias que sirvan para hablar de estas cuestiones o utilizar

cuentos que les inspiren en dicha senda.

Ser coherentes en nuestra actitud día a día. Un padre médico que alardea

de ayudar a los enfermos y, sin embargo, conduce de forma temeraria no es

un buen ejemplo para su hijo. Vale la pena pensar ya en qué queremos que

crea el niño, pues éste ya está atento y consciente. Cultivar en él un yo

generoso, que comprenda a los demás y a sí mismo, depende de lo que le

estamos enseñando ahora sin darnos cuenta y sin que se dé cuenta.