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Academia de Buenas Letras de Granada DISCURSO PRONUNCIADO POR EL ILMO. SR. DON MANUEL VILLAR RASO EN SU RECEPCIÓN PÚBLICA COMO ACADÉMICO SUPERNUMERARIO ACTO CELEBRADO EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA EL DÍA 15 DE ENERO DE 2007 GRANADA MMVII

DISCURSO 32 Super - Academia de Buenas Letras de … ·  · 2016-01-07DISCURSO PRONUNCIADO POR EL ... mi novela sobre la ETA y el motivo no fue la paranoia de ... basura. A la novela

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Academia de Buenas Letras de Granada

DISCURSOPRONUNCIADO POR EL

ILMO. SR. DON MANUEL VILLAR RASO

EN SU RECEPCIÓN PÚBLICA

COMO ACADÉMICO SUPERNUMERARIO

ACTO CELEBRADO EN EL PARANINFO

DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA

EL DÍA 15 DE ENERO DE 2007

GRANADA

MMVII

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Edita: © Academia de Buenas Letras de GranadaCasa de las ChirimíasCarrera del Darro, 16 - 18010 GranadaImprime: La Gráfica S.C.And. - GranadaDepósito Legal: Gr-2.598/2006I.S.B.N.: 84-934816-7-X / 978-84-934816-7-4

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DISCURSODEL

ILMO. SR. DON MANUEL VILLAR RASO

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EL DUEÑO DE LA HISTORIAHomenaje a Ortega

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Excmo. Sr. Presidente,Excmos. e Ilmos. Sres. y Sras. Académicos,

Señoras y Señores:

E N nuestro tiempo es fácil encontrar gentes, incluso ami-gos que saben que escribes novela y que abiertamente te

dicen que nunca leen novelas, y te lo dicen incluso con orgu-llo, cosa que en otros tiempos te lo hubieran dicho discul-pándose por no tener tiempo. Las novelas les aburren yencuentran más atractivo y cómodo ver una película en latelevisión o en el cine. Soportan las narraciones objetivas, loshechos que pasan y de los que se ocupa la prensa; pero no lashistorias de ficción y en concreto la novela, porque entreotras cosas, la novela hoy día no es útil o está muerta. Paraéstos lo que está muerto es el hecho de leer; aunque sea cier-to que hay otros medios que se han apoderado de los massmedia. ¿Qué novela puede competir con el mejor de losreportajes, con la mejor narración de lo real e inmediato? Yte lo dicen sin darse cuenta de que las mejores historias en latelevisión y en el cine surgen de la novela. Los jóvenes obse-sos del ordenador lo tienen más claro. Para ellos el ordena-dor ha transformado radicalmente nuestras vidas, ha dejadoobsoleto al libro y es más divertido. Con ellos también estámuerto el hecho de leer.

Existen grandes críticos, como Steigner e incluso grandesnovelistas que escriben sin pudor que la novela está viviendosus horas más bajas y que no tiene futuro. Curiosamenteestos mismos críticos y novelistas, como John Barth, suelenser los que escriben las novelas más voluminosas. La buena

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novela, incluso las mejores obras maestras y los mejoresnovelistas, siempre han sufrido ataques a cargo de excelentesescritores. Entre nosotros se dice que las novelas de PérezReverte, la poesía de García Montero, no tienen futuro y, sinembargo, todos hablamos de ellos y ahí están. Los ejemplosde la crítica más acerada a otros novelistas y poetas del pasa-do son apabullantes, desde Aristófanes, Charlotte Brönte,Zola, Quevedo, Hemingway, Fitzgerald. Lope de Vegadenostaba la obra de Cervantes y para muchos Moby Dick erabasura que no perduraría. Pienso no obstante que será impo-sible evitar que la gente escriba novela; después de todo, notodo el mundo tiene los medios tecnológicos y el dinero quenecesitan esos medios. Un escritor, en cambio, sólo necesitauna pluma, una hoja de papel, tiempo libre, una habitación,energía y soledad, y mi impresión es que cada día hay mássolitarios. Es cierto que la novela no es un género de masas,nunca lo ha sido; pero es el magma de la mayoría de las bue-nas historias y, atraiga o no a la sociedad, es el que mejordefiende la cultura, nuestra cultura. Su importancia no estáen el éxito de masas, sino en su capacidad de decirnos cosasde nosotros mismos que no oímos en ninguna otra parte.

En España, en cualquier país del mundo, se publicanmiles de novelas. En Inglaterra 8000 el año pasado y enEspaña casi otras tantas, ¿es un milagro que algunas pervi-van? Después de todo lo mismo sucede en el cine y nadiediría que está muerto. Tampoco lo está la novela y no puedeestarlo mientras el mundo sea mundo y existan tantas gue-rras. Mientras haya gente encarcelada, mujeres y hombresque sufren la marginación, el oprobio y la injusticia, en Irán,en Nigeria, en China, y en tantos países. Mientras esto ocu-

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rra se seguirán escribiendo buenas novelas y habrá buenosescritores que nos contarán sus vidas siempre que puedan,siempre que sean rebeldes con talento y no dejen coartar sulibertad de expresión. No ha mucho en Saigón leí una nove-la de Graham Greene, un autor bastante denostado comosuperficial por Anthony Burgues, y a mí su AmericanoImpasible me produjo tanta impresión como el propioVietnam.

Por mucho que se denoste el género, hay algo queimpulsa al escritor a escribir. A Tolstoi le llevó a la escri-tura la muerte de un hermano. John Gardner, a quien cono-cí en Saltzburgo, me contaba que el impulso original lenació cuando de niño atropelló a su hermano en el campocon un tractor y lo mató. Recuerdo estas anécdotas porquea mí me sucedió algo parecido con un hermano que eraminero y un mal día una piedra, desprendida de las tolve-ras, lo mató. No sé en cuantas novelas mías aparece estehermano. Era la voz que oía a todas horas en mi cabeza ysigo oyéndola, la figura que me ha perseguido desde loscatorce años y sigue persiguiéndome. Repentinamente elmundo dejó de tener sentido y necesitaba escribir paraorganizar la confusión de mi vida y darle sentido. Desdeentonces pienso que la creación debe ser algo muy perso-nal, visceralmente individual, concreto, tangible e intrans-ferible; de ahí por tanto que sea tan opuesto a la novela his-tórica. Creo que la novela auténtica no es la que persiguepanoramas históricos, sino la que vuelve una y otra vez alas entretelas del individuo, a crear seres vivos, flamígerosy retorcidos de vida como la mecha de un candil que alquemarse expande luz, calor y chisporroteo entre sombras,

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que es lo que son los personajes de Faulkner, un autor quea base de chisporroteos crea un mundo intransferible y per-sonal, poblado de personajes.

Según Faulker, esto se consigue a base de obsesiones y nopuedo estar más de acuerdo. Es lo que a mí me ocurrió conmi novela sobre la ETA y el motivo no fue la paranoia deoprobio y represión que se vivía en aquellos años setenta,cosa que yo no sentía. En aquellos años, yo vivía en Vitoriay, hablando con escritores vascos, lo que más me sorprendíaera que te dijeran llanamente que no eran españoles, ‘los vas-cos no nos sentimos españoles’, cosa que me cayó como unjarro de agua fría y aquello había que investigarlo. Al hacer-lo, descubrí que su falta de cultura era aterradora. Entre otrascosas, no se sentían españoles porque ni Cajal, ni Cervantes,ni Quevedo, ni Galdós (y si me apuráis ni Unamuno niBaroja) habían entrado en sus vidas y nada les decían. Me dicuenta de que la incultura de ese pueblo, sin renacimiento,sin barroco, sin ilustración era en aquellos momentos total.Habían pasado del caserío a la fábrica y, enseguida, la fábri-ca dejó de seducirles, ¿qué les quedaba? Les quedaba uncomplejo total de inferioridad y se aferraban a la juerga, a labúsqueda del poder, a la afirmación desnuda de la tribu.Creían que la verdad se imponía por la fuerza bruta, que laverdad era igual a poder y ahí estaban, sin cultura y sin nadade recambio, porque el marxismo revolucionario al que seapegaban no es una cultura, sino un motivo para alcanzar elpoder; pero, ¿después del poder, qué?

De ahí que en la novela me pareciera acertado que ellos,los personajes etarras de mi novela, atacaran a la universidad

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y sigue pareciéndome acertado porque tendrán que pasaraños hasta que su cultura alcance tiempos de convivencia. Entoda novela es importante el soporte ideológico, pero másimportante es situar a los personajes como porcelana limpiaen la alacena, dejarlos ser y que sean ellos quienes cuenten lahistoria, sin moralismos ni subjetividad, que sean ellos mis-mos el ritmo y el topos literario adecuado y verosímil. Todolo demás sobra y hay que tirarlo como ropa vieja. La novela2666 de Roberto Bolaño me costó muy poco tirarla a labasura. A la novela le exijo furor narrativo e imaginaciónnovelesca, o lo que es lo mismo fuerza narrativa. Hayescritores que con retazos autobiográficos y notas de dia-rio, con vulgaridades filosóficas y cierta angustia existen-cial hacen montajes que cualquier adolescente puede hacermejor. Había autores entre nosotros que explotaban elexperimentalismo francés y un formalismo de los años 20.Sus novelas eran penosas y lo mejor que hubieran podidohacer es cerrar la tienda. Se escribían novelas, bendecidaspor grandes editoriales, sin personajes. Si la novela noaclara nuestro sentir y la confusión moderna, si no tienenlucidez no hay novela. De los viejos, el único que ha man-tenido el tipo con dignidad es Delibes; Marguerite Durases un mausoleo, Sastre escribió un libro todavía interesan-te, Las moscas. Hasta en USA andan extraviados, aunqueno todos. Paul Auster, el más brillante, es últimamente unadesilusión y su Brooklyn Follies ha ido a parar al cesto delos papeles. Se salva el exquisito Nabokov, que es máseuropeo que americano, pero gran parte de lo que se publi-ca es producto de supermercado, sin caer en la cuenta deque la novela es un producto literario y no un productocomercial; de ahí que vender como novela lo que no lo es,

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es hacer lo que hace el cuco que se apropia de los nidosconstruidos por otros pájaros. En el cine dice, LuisGoytisolo, todavía está más claro: hay un cine concebidocomo séptimo arte y un cine que lo único que se proponees ser taquillero.

De los novelistas actuales en España, muy comerciales, sesalva Ruiz Zafón, porque Mendoza chochea, así que tal comoestá el patio hay que animarse, hay que trabajar. La literatu-ra es 90 por ciento perspiración y un 10 por ciento inspira-ción. Quiero prever, por tanto, que estos momentos son dereajuste y que vendrán jóvenes con otro realismo y otramanera de contar. En el pasado reciente, España no ha dadonovelistas para la historia ni filósofos para la historia. Dio unfilósofo interesante, Ortega, dos o tres toreros con gracia,alguna mujer hermosa y varios pintores de retina genialcomo Barceló y Tapies. Tal vez no damos para más. Los polí-ticos no son honrados, sino analfabetos o los tontos de lafamilia, como dijo en su momento Benet, aparte de que lahonradez sólo se da en los pobres o mejor en los impotentes.Son la risa, como dirían los griegos, así que hay que dejar depreocuparse por los políticos y sus trapacerías y vivir autén-ticas aventuras, que como dijo Ortega son las del espíritu yvan por la novela, que es la que aquí nos trae.

Nos anuncia la crítica un gran libro y todo lo más que des-cubrimos es un amasijo absurdo de letra impresa. Da laimpresión de que todo lo que les interesa a ciertos autores esel material que han necesitado para escribir: la mesa, el bolí-grafo y el papel; pero eso no es suficiente. En Las medita-ciones del Quijote, dice Ortega que la misión de la novela es

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describir una atmósfera con la que atravesar nuestro pequeñocosmos con la pupila; pero son muy pocos los que consiguensalvarnos del naufragio, con la excepción del primerSaramago. Todas las ideologías han muerto silenciosamentey no son con esquemas pueriles y simplistas como se llega aalgo sustantivo. En España no hemos producido un Musil, unBroch, un Canetti, un Mann y no hacemos más que caer enfantasías vanas como las novelas policíacas, tan en boga. Nonos hemos enterado de que la tarea del hombre moderno esla lucidez, por eso es tan interesante Ortega y son tan intere-santes nuestros pintores y nuestra tradición.

Hace años, bastantes, cayó en mis manos una novela deFaulker, Mientras agonizo y nunca olvidaré ni el lugar niaquel feliz encuentro en una librería de la calle de SanBernardo de Madrid. La abrí por el centro y la primera fraseque leí fue: “Mi madre era un pez”, frase que nada tenía quever con la literatura realista que se escribía entonces, sinocon el misterio de las cosas, de la vida misma, del corazón,una frase que me hizo enrojecer e ir a nuestros clásicos, a lapicaresca, al Buscón, a Borges, quien demuestra que no hacefalta escribir obras originales para ser original, como enPierre Menard, autor de Don Quijote.. Lo importante essentir la necesidad de escribir, sentir la necesidad de sernovedoso y experimentar, para no caer en imitaciones, y laexperiencia me dice que nada ayuda tanto para ello comocrear un buen personaje que te lleve de la mano. Cuando sele tiene, la novela se escribe sola. Es un misterio, esa es suatracción, un reto, un desconocido, un desnudo que vestir,una extravagancia, una soberbia egolatría, porque en cadanovela lo que debe intentarse es ordenar esa obra mal hecha

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que es el mundo. La violencia me fascinaba y escribíComandos vascos sin saber lo que corría por la mente de unterrorista, por la mente de un morisco en Las Españas per-didas, tan sólo para aclararme yo mismo. Me fascinabaentonces la audacia de imágenes, el riesgo, lo irreal, lomágico, aunque mi vida fuera de lo más vulgar. Me fascina-ba ese silencio del que surge un universo, recordando aBeckett.

Está claro que nuestras vidas son limitadas y que no pode-mos llegar a tener experiencias grandes y enriquecedoras,salvo en la literatura y en la novela. Cervantes cambió demontura un día y se encontró cabalgando sobre Rocinante.Un día un obrero le preguntó a Pasternack: condúcenos haciala verdad y el escritor le respondió: qué extraña idea, jamáshe tenido la intención de conducir a nadie a lugar alguno, tansólo hacer hombres libres. La literatura nos habla de ilusio-nes, algo muy excitante. La literatura por tanto no ha muer-to. Cuando Leopold Bloom besa a la adúltera de su mujer yse duerme a sus pies, soñando con Simbad el marino, es cier-tamente uno de los personajes más equilibrados de la narra-tiva, un soñador que no hace nada por cambiar la realidad,pero que no se somete a nadie, es un hombre libre. Santiyanadice que el arte alumbra la verdad más que cualquier otraactividad intelectual, que ninguna disciplina universitariaiguala en fuerza y autoridad a las ideas transmitidas por lamoderna literatura, ¿no es fantástico?

En todos los viajes que he hecho, el objetivo siempre hasido encontrar unos personajes que me guíen y algunas veceslo he conseguido, no siempre. El año pasado fui a Vietnam y

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pocos países con una historia tan atractiva. Tenía todo lonecesario y no sé si por haber leído previamente El america-no impasible de Graham Greene y por pensar que no seríacapaz de superarlo, ni siquiera lo he intentado. Tenía un paísque acababa de despertar de un siglo de guerras y estabaahora lanzado a una carrera sin cuartel y sin tregua, hacia elcapitalismo más desbocado, tras haber derrotado a los ejérci-tos más poderosos del mundo, franceses, americanos y chi-nos. Desde la ventana del hotel en Hanoi, veía surgir los ras-cacielos como hongos, las avenidas eran un río de cientos,miles de motos, los agricultores en el campo no levantaban lacabeza ni para ver a los turistas que les tiraban fotos. Nohabía paz para nadie. Los mendigos no existían, ni la calma,ni el sosiego, sólo la acción, la prisa, las motos, los cláxonesy el estruendo de un progreso que al país se le había robadodurante un siglo. En la ciudad de Ho Chi Minh, antiguaSaigón, con sus siete millones de habitantes y cuatro demotos, todo lo que alcanzaba la vista en cualquier direcciónes un cuerpo de ejército de mil motos aterrorizando a unavelocidad endiablada a los viandantes que se atrevían a cru-zar los escasos segundos que dura un semáforo, al que leseguía otro similar y otro nuevo cuerpo de hombres y muje-res, tal vez más mujeres que hombres, todas jovencísimas ycon la boca tapada para no mancillar la bellísima blancura desu rostro, ellos con montañas de cachivaches encima o condos o tres viajeros a la espalda y todos sin casco.

Vietnam ha despertado. El campo da dos y tres cosechasde arroz al año. Los colores de los pueblos, en rojo, amarillo,rosa y azul celeste, parecen ilustraciones de cuentos de hadasy hablan de esperanza. Los cementerios han abandonado el

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blanco, color de la tristeza, y con su rojo caldera alegraban elverde virgen de los arrozales. Todo el país tenía el abigarra-do color sensual de un cuadro fauvista, una fiesta para lossentidos que hacía olvidar los tantísimos años en los que todohabían sido lágrimas. La bahía de Along, una de las másbellas del mundo, con mil quinientos kilómetros cuadradosde islotes y mucho de eternidad, se hallaba repleta de barcasde teca y de turistas. El silencio, sin embargo, era absoluto.La calma ni siquiera se veía rota por las gaviotas o el vientoy, de creer en la inspiración, éste debería haber sido elmomento de abrir el cuaderno y recoger su magia. No lo hicey lo dejé para otros momentos igual de sensibles y hermosos,como Hue, junto al paralelo 17, que los americanos habíanmachacado. Tampoco tomé notas en las riberas del río delPerfume, o en My Lay, a pesar de la imborrable escena de unpoblado en llamas y de una niña corriendo abrasada por elNAPALM, ni en el museo Cham de Da Nang, que guarda lagesta de una civilización milenaria, hoy perdida.

En ninguna parte del mundo hubiera podido tener a manoun caudal parecido de sorpresas y emociones, con Cu Chi,donde en medio de un bosque de árboles de caucho se escon-den bajo tierra los trescientos kilómetros de túneles, pesadi-lla de los militares yanquis y aliados vietnamitas, que nuncaconsiguieron entender cómo morían sus soldados en sus pro-pias bases sin fuego enemigo a la vista. Con tener esteVietnam la misma magia que el Saigón del El americanoimpasible de Graham Greene, no tenía un personaje como ély mi imaginación sólo daba para un reportaje. Tal vez hapasado poco tiempo y la inmediatez de un viaje no es buencultivo para la novela. Dice De Amicis, el romántico escritor

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italiano, que ‘para describir las cosas más grandes y hermo-sas hay que hacerlo desde la distancia y, para acordarse biende ellas, hay olvidarlas un poco’ y yo a Vietnam lo sigoteniendo demasiado vivo e inmediato, pero no he conseguidoencontrar la historia de unos personajes que hagan posibleque yo escriba su historia, y sin ellos no hay novela.

Hoy día, la novela ya no es aquel producto burgués quefue en el diecinueve, pero sigue teniendo parecida estructura.Con la globalización que vivimos, somos más conscientesque nunca de la pobreza, la marginación y la injusticia. Noslo han demostrado los hispanoamericanos recientemente, noslo están demostrando tantas mujeres árabes, que luchan con-tra la marginación de la mujer, como Azar Nafisi, en Leyendoa Lolita en Teheran, o contra la pobreza como la brillantísi-ma haitiana Edwinge Danticat, y nos lo seguirán demostran-do siempre que haya gente con talento, y trabajen con laescritura o con la imagen. Y digo la imagen cuando tendríaque decir los intérpretes de la imagen, porque estoy pensan-do en Casablanca y en tantas películas de las que lo que nosqueda con el tiempo son los personajes, y con esto voy almeollo de la cuestión esta noche, que no es otro que el dueñode la historia, sea en novela, en relato o en el cine. En unreciente artículo, Jesús Lens citaba la revista Times, en la quese decía que ‘nada puede ser como ver Casablanca por pri-mera vez’. La revista Times se refería a una reciente películade Alan Furst, ‘El corresponsal’, de la que dice que se acer-ca a Casablanca por su trama, intriga y la recreación ambien-tal de la turbulenta Europa de los años treinta. Pero JesúsLens añadía que la trama, tanto en Casablanca como en Elcorresponsal, es insulsa e intrascendente, y que lo que con-

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fiere a la película de Michael Curtis su magia especial, apar-te de la atmósfera que consigue crear y de la perfecta exa-cerbación de algunos de los instintos más primarios del hom-bre, como el amor, el abandono, la soledad, la amistad, lasolidaridad, es la fuerte personalidad de los personajes, ynada más acertado. Uno podría estar horas viendo aHumphrey Bogard y a Igmar Bergman y lo que le queda conel tiempo son ellos en el paisaje de la imaginación. Noimporta lo que hagan. Son ellos los que nos interesan o yo, almenos, no me cansaría de verlos durante horas.

Ortega en su ensayo ‘Ideas sobre la novela’, que en abso-luto ha sido superado, llama novela a la creación literaria queproduce un efecto mágico, único y glorioso, capaz de hacer-nos olvidar de nosotros mismos y de anestesiarnos de la rea-lidad. La buenas novelas son islas de coral, psicología ima-ginaria, y su fuerte no está en la invención de acciones ni enla trama, que hasta las más voluminosas de Dostoyewskypueden resumirse en pocas palabras. No es el argumento loque nos complace, sino la invención de personajes y que elautor nos haga dar vueltas en torno a ellos. Son Don Quijotey Sancho lo que nos divierte, no lo que les pasa, y lo propioacontece con Julián Sorel o con David Copperfield, conclu-ye Ortega.

Recuerdo haber visto en cierta ocasión un cuadro de Goya.Desde la distancia, sólo veía dos colores: un amarillo fuerte yotro azul; pero cuando me fui acercando distinguí que entre elamarillo y el azul surgía una cabeza. Era la cabeza de un perrode un dramatismo inolvidable. Siempre me ha gustado la pin-tura impresionista, pero fue en ese momento cuando me di

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cuenta del por qué. No era un cuadro acabado, concluido,momificado como tantos cuadros realistas en los que el quelos ve tiene que poner muy poco de su parte. Goya habíasituado los ingredientes necesarios para que yo viera el perro,dejando a mi cuidado el darle el último toque al cuadro, suverdadera y última dimensión, que iba más allá del amarillo ydel azul, una cabeza de perro, un dramático rostro casi huma-no, y era ese casi humano de la figura la pasión que despiertael cuadro; de ahí el fresco sabor con que lo recuerdo.

En la vida real, en mis peripecias viajeras, con andanzasalgunas veces difíciles y peligrosas, tanto solo como con laUniversidad de Granada, no son las acciones y peripecias lomás significativo de estos viajes, ni los grandes horizontes delos desiertos africanos lo que hoy perdura en mi imaginacióny que a la larga dejan de sobrecogerte y pierden grandeza.Sabido es que el turista no suele enterarse de nada y que noes el paisaje que visitamos como turistas el que mejor vemos.A los grandes horizontes vacíos hay que apueblarlos y, hoy,la sustancia de tales viajes que en mí queda es el drama y eldestino de los personajes allí encontrados, el Tuareg vagandopor un paisaje de ensueño en el desierto del Aïr, el padrecomboniano al cargo de 40.000 niños de la guerra en JebelBarkal junto al Nilo Blanco, el lisiado en el mercado deJartum, los miles de refugiados de Darfour, huyendo de laguerra con sus familias, los miles de tuaregs refugiados enlos campamentos de Tombuctú y de Gao, en la gran época dela sequía de los años setenta y ochenta.

Con la novela sucede otro tanto. Después de un año deinvestigar la historia de nuestros exiliados moriscos a finales

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del XVI tenía su historia, pero no tenía los seres que pobla-ban su historia, y sólo cuando me metí en la mente de YuderPachá, su principal protagonista, y dejé que fuera él quien lapoblara descubrí su tragedia en toda su grandeza, siendo él elcausante de las mejores sorpresas y descubrimientos que hoyproduce la lectura de esta novela, y que nada tienen que vercon la información sobre su gesta, en la que había puestotanto tiempo y esfuerzo.

La materia no salva la obra, porque la novela es antetodo psicología y uno de los errores más habituales es creerque la fuerza del relato radica en la trama y en la informa-ción que se retiene; es decir, en conseguir a base de infor-mación tener al lector siempre en tus manos y descargarleel golpe definitivo cuando menos lo espera. Supongamosque el escritor ha decidido contar la historia de un pintorque se traslada a un lugar remoto de África, con el fin dedescubrir en soledad la mejor pintura del siglo. Es un pin-tor ambicioso, un monstruo, un caníbal de la pintura. Sumujer lo ha abandonado. Tiene una hija que para su trabajoes un engorro y la abandona. Su hija lo cree muerto; peroun día, quince años después, el pintor le manda el cuadernode dibujos que él hizo en su huida hacia la nada, y ella, conuna hija suya tan pequeña como ella era cuando su padre laabandona, decide ir en busca de su padre en un viaje real-mente catártico por la cantidad de incidentes que le suce-den, entre los que muere su hija, hasta dar con él. Su pre-gunta obsesiva es por qué la abandonó cuando ella tanto loquería. ¿Había incesto entre ellos? Ella era demasiadopequeña para darse cuenta de la relación con su padre cuan-do vivía con él.

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Un escritor poco experimentado contaría la historia desdeel punto de vista de la hija y se centraría tal vez en la posibi-lidad del incesto, un recurso legítimo puesto que al lector sele dan suficientes indicaciones para tal sospecha, pero él sólopuede saber lo que la muchacha sabe y ella ni siquiera esconsciente de ello. Es tan sólo una víctima y no conoce todolo relativo a su padre para afrontar sus sentimientos y tomardecisiones, entre quedarse a su lado o largarse. Podría suce-der que el escritor hiciera mal uso de esta idea morbosa delincesto y se centrara en ella. Sin embargo, cuando finalmen-te la muchacha lo encuentra, descubre que su padre es unmonstruo, un caníbal que sólo vive para sí y para su arte, yque incluso se apodera de la historia. El relato le juega unajugarreta al lector, centrado hasta ese momento en la mucha-cha y también se lo juega a la muchacha hasta ese momentoprotagonista, ya que el padre se convierte en el verdaderopersonaje, en el dueño de la historia y será él quien encandi-le al lector. El incesto, que al lector le ha obligado a leer convoracidad hasta ese momento, deja de tener sentido cuandola muchacha descubre con horror que no le interesa a supadre y que sigue siendo su víctima. Su niña había muerto;su padre tenía una niña de edad parecida a la suya y, en elanálisis final, la verdadera intriga no viene con el dilemamoral, sino con la valentía de tomar una decisión y actuar enconsecuencia, acabando por arrebatarle la hija a su padre ydejándolo solo. Una falsa intriga hubiera consistido en doble-gar a la hija al padre, tal vez. Pero un escritor hábil segura-mente dejará que sean los personajes los que decidan y queel lector, en lugar de preguntarse qué le ocurrirá a la mucha-cha, se pregunte qué harán padre e hija, con lo que se consi-gue un auténtico interés por los personajes y que el lector

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tome parte activa en la peripecia de ambos, especule y extrai-ga conclusiones falsas o verdaderas. El escritor inteligente,para conferir fuerza a su relato, hondura intelectual y emoti-va, debe confiar en los personajes. Dicho de otra manera, elescritor debe proceder abiertamente y ser generoso en el sen-tido de que, a pesar de que él es el Dios de su creación, norecurre al Deus ex maquina y trabaja al servicio de los per-sonajes. La vileza del padre es de tal calibre que sólo a unlector tonto le atormentará la idea de si la muchacha debeanteponer su lealtad filial. Son los personajes la vida de lanovela y el ambiente, y la trama sólo existe para que el per-sonaje tenga un entorno en el que moverse y le ayude a defi-nirse. El argumento existe para que el personaje pueda des-cubrir algo de sí mismo y, en el proceso, descubrirse ante ellector cómo es realmente, y le ayude a pensar y a vivir laperipecia de esos personajes como propia.

El campo de acción de toda buena novela reside en la hon-dura intelectual y emotiva de los personajes. La trama, portanto, es tan sólo una sucesión de sorpresas y de descubri-mientos más o menos emocionantes, sin manipulaciones fal-sas, sin moralinas, y sin códigos de conducta. Pero lo hondode la novela no está en la peripecia y en el torbellino de aven-turas, sino en la estructura que nos ayuda a perseguir a lospersonajes, y que son la realidad compleja a seguir.

Se suele decir que la novela es una acumulación de hechos,de conocimientos, de introspección, de observación; a dife-rencia de la poesía que puede ser un golpe rápido, un toqueligero, una repentina iluminación. Las dos sin embargo siem-pre están haciendo algo nuevo y por tanto tentativo y peli-

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groso, como andar en el vacío de un abismo o saltar al espa-cio sin saber donde vas a caer. El escritor no es un profesio-nal de la escritura. El profesionalismo está muy bien en lospilotos de aviones y todos exigimos que lo sean. En cambio,la casa de la imaginación, solía decir Henry James, tienemuchas habitaciones y la novela es un género que cambiacomo el color de los camaleones, y yo siempre he tenidoclaro, con Henry James y con Ortega, que los personajes sonlos entes de ficción que la habitan y que lo grandioso, y tam-bién difícil, es dar con ellos. Se componen de frases y pala-bras, algo mágico y misterioso, que acaba por convertirse enpersonajes vivos. Nadie te puede decir qué siente un soldadocuando mata a un prisionero. Nadie, salvo la imaginación.Sherwood Anderson recuerda a una mujer que vio en suniñez. Su marido la maltrataba y ella siempre se las arregla-ba para traer comida a la granja y dinero para que él y su hijose emborracharan. Cierta noche, regresando a casa con nievey un frío atroz, ella se recuesta en un árbol a descansar ymuere helada. Anderson obviamente nunca vio esta escena ysin embargo imaginó a la mujer de una forma maravillosa ymisteriosa, hermosa, y blanca como el mármol. Cuando leíesta historia me di cuenta de que, se dijera lo que se dijera deél, Anderson era un gran escritor, intuitivo, inspirado, imagi-nativo, que los personajes eran el camino del novelista y queun buen escritor debería, tanto en la novela como en el rela-to corto, empezar con ellos, ya que son los entes reales quelos pueblan y con los que hay que dialogar hasta conseguir lamisma naturalidad con la que hablamos con amigos.

Y no importa si el origen de la historia son impulsosdesordenados y el lenguaje es inadecuado, caótico y falto de

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imaginación en un principio. Lentamente los personajes iráncobrando vida y no te dejarán dormir hasta que les des laidentidad y la palabra que ellos te exigen. Porque enseguidason ellos los que se apoderan del autor y se proyectarán allector, y no al contrario. Se convierten en algo maravilloso,que no es el escritor aunque su experiencia los alimente, sinoen algo o alguien distinto a él, con el que se relacionan de unaforma íntima hasta que se publica el texto y desaparecen desu vida. Desde Conrad, desde Bergson ya no hay diálogoentre autor y lector, sino entre el personaje, que es el dueñode la historia, y el lector. El autor queda escondido, entre bas-tidores, fuera de la acción, y será el personaje el centro de lanarración y, aunque todo hoy es relativo, provisional, subje-tivo e incierto, los hechos y las cosas serán las que pareceránen la conciencia del personaje. Así ocurre en El corazón delas tinieblas, en Moby Dick, en El gran Gatzby.

Todas las cosas, todas las situaciones determinadas ytodos los obstáculos, desde la pipa de Maigret al avión de St.Exupéry, la naturaleza y la acción misma, viven en los per-sonajes. La acción puede definirse como el juego de fuerzasopuestas, pero son los personajes los que llevan el pulso deesa acción. El autor, camuflado en el narrador, presenta unasituación, digamos una pareja que espera el tren en una esta-ción y hablan, como en ‘Las colinas como elefantes blancos’de Hemingway; enseguida el autor se camufla y abandona alos personajes, una obra maestra de diálogo y silencios, quele permiten al lector el conocimiento directo de los persona-jes. Lo que el diálogo en esta historia esconde es inseparablede lo que nos muestra, e invita al lector a adivinar, a recom-poner y reconstruir a estos dos personajes. Y lo mismo suce-

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de con otras técnicas, como el monólogo interior, que inten-ta ir más allá del campo de la expresión, sea en primera per-sona o en tercera, por medio de cartas, memorias o diarios,que serán la manera cómo se expresa el personaje y la formacómo el lector aprehende lo que el personaje hace o le acon-tece, y de esta técnica tenemos maravillosos ejemplos enVargas Llosa, en Faulkner, Joyce o en Cinco horas con Mario.

Hay novelas en las que el héroe es el tiempo, como enProust, son las menos. No hay en él trama y la trama, auquemínima, es necesaria. En otros relatos el héroe es unmomento, un instante vital, como en Borges o en la visiónde la cabeza del perro en el cuadro de Goya. En estos casosel objetivo es el mismo. Hay personajes que necesitanmucho tiempo y otros muy poco para nacer y abrazar sutotalidad; pero incluso en ellos, el escritor tendrá que utili-zar múltiples procedimientos para hacernos olvidar la impo-tencia de decirlo todo con resúmenes, saltos bruscos y ace-leraciones temporales. Es cierto que la aparición del cine yde la televisión han cambiado sobremanera las técnicasnarrativas y los procesos de la escritura. En cualquier caso,el dueño de la historia sigue siendo el mismo: el personaje yno la técnica o los efectos especiales, que inútilmente inten-tan suplantarlo.

En el cuento o el relato corto, tal vez la modalidad másexquisita de la narrativa, también los personajes son los due-ños de la historia, se llamen Caperucita, Blancanieves o laSirenita. Suele creerse que es más sencillo escribir relatosque escribir una novela, por ser más cortos y sencillos, y miexperiencia con los años me dice que el relato corto es tan

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infinitamente complejo como la novela o más. En la novelaencontramos páginas que suspenden nuestro ánimo alternan-do con otras que nos dejan indiferentes. El cuento es clímaxen su totalidad, como afirma Sánchez Silva. Requiere unaintensidad especial y unos finales especialmente complejos,lo que Joyce llamaba epifanías o iluminaciones que dan luzal relato. También exige una mirada especial a nuestro tiem-po; porque, en especial desde los años 60, el realismo tradi-cional ha sufrido profundos cambios y, al igual que la foto-grafía ha obligado a los pintores a alejarse de la representa-ción realista, de la misma manera que la televisión y el nuevoperiodismo han conspirado para que los escritores se apartendel realismo, el relato corto exige nuevas vías. El razona-miento es el siguiente: a la hora de escribir, lo mismo que ala hora de pintar, una fotografía vale más que mil palabras yuna película más que un millón. En la pintura un cuadropuede ser visto en un instante. La novela y el relato, por sim-ples que sean, necesitan tiempo. Los personajes evolucionany es imposible por tanto competir con ellos. Y la solución, siel escritor quiere sobrevivir, es abandonar el realismo y esti-mular la imaginación, basándose en el poder de las palabras,que son su único medio. La consecuencia es la sorprendentevariedad de formas que hoy se encuentran en el relato y quesorprenderían a los maestros que en años anteriores apenaslas podían prever.

En efecto, hoy los relatos suelen ser sorprendentes, extra-ños, impredecibles y, a menudo, divertidos. Buscan experi-mentar en territorios desconocidos a nuestra experiencia delarte tradicional. Rompen las categorías al uso tanto en los jui-cios como en las descripciones por su profundidad, buen

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gusto, inteligencia, la habilidad en crear personajes creíblesy la resolución satisfactoria de los temas. Lo último queesperamos en la ficción moderna, si basamos nuestras expec-tativas en la ficción anterior, es que nos hable a nosotros, seburle de nuestra banalidad o se adentre sin prepararnos enuna fantasía lunática de un realismo creíble; pero debenhacerlo.

La explicación está en la intensa dislocación de la expe-riencia contemporánea de la que hablamos; de ahí que elescritor necesite una habilidad especial; pero una habilidadque necesitará seguir centrándose en la creación de persona-jes que nos hablen de esta realidad que distorsiona nuestrasvidas. En un cuento de Vonnegut, un hombre sale de su casa,camino del zoo, y accidentalmente aprende a caminar fuerade su cuerpo (‘Unready to wear’). En Wurlitzer, un hombreentra en un estadio de fútbol y se encuentra con una muche-dumbre de maníacos que esperan el fin del mundo (‘Quake’).En una novela mía de relatos, La casa del corazón, un tercerojo irrumpe en la frente de un niño y le descubre cosas sor-prendentes sobre su niñez y su pueblo, al que empieza a verde forma distinta.

A nuestras mentes se les han abierto niveles antes desco-nocidos, maneras distintas de entender la realidad con yosmúltiples que cohabitan en el mismo yo, y que son quizá eldescubrimiento más importante del relato reciente. Hoy, enestos mismos instantes, ya no somos los mismos que creía-mos ser unas horas antes. Nos invaden conciencias a vecesterroríficas, otras cómicas; muchachas castigadas cruelmentepor sus maestros, hijas asaltadas y violadas por sus padres

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(Oates, ‘By the River’); paisajes interiores a los que hay quedarles cauce; de ahí la nueva complejidad que se le abre hoydía al escritor y a sus personajes. Porque nos asaltan a diariohordas de extraños, masas de criminales, locos, sádicos, per-vertidos, abortos humanos, programas de TV y discursospolíticos absurdos, dramones irrelevantes y, si la experienciaque vivimos es absurda, la respuesta debe ser casi metafísica,porque la vida está llena de absurdos.

Es de todos sabido que la naturaleza de la realidad es cadavez más surrealista y con facetas múltiples, casi imposiblesde alcanzar. No obstante, quedan filones secretos, frenéticasy arriesgadas exploraciones de las que habrá que extraer losfrutos más perfectos, que como siempre se centrarán en ima-ginar una nueva fauna espiritual de hombres y mujeres; sinduda el reto más difícil del relato moderno y, naturalmente,de la novela. No es difícil predecir, sin embargo, que seránellos los que tendrán que dar respuesta a esto; pues todo con-duce a ellos, sean entes reales o de ficción; ya que son ellosla sustancia, los dueños de toda historia que se precie. Y, paraacabar, ‘se puede vaticinar, sin excesivo riesgo’, y vuelvo acitar el maravilloso ensayo de Ortega, ‘que, aparte de la filo-sofía, las emociones intelectuales más poderosas que el pró-ximo futuro nos reserva vendrán de la historia de la novela’,de la emanación interna de los personajes que la pueblan; node la invención de acciones, sino de la invención de almasinteresantes, que son, repito, los dueños de la historia.

Manuel Villar Raso

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Este discurso, editado por la

Academia de Buenas Letras de Granada,

se acabó de imprimir en Granada,

el 5 de enero de 2007,

LXXI Aniversario

del fallecimiento del literato español

Ramón María del Valle-Inclán,

en los Talleres de La Gráfica S.C. And.,

estando al cuidado de la edición

el Ilmo. Sr. D. Pedro Enríquez,

Bibliotecario de la Academia.

Granada,

MMVII

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