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DOCTOR SAFFRAY ~9 v CAMINO DE 'l'URBACO ,\ CALAMAR.--LAS AVISPAS CAR- TONERAS.-PASO DEL CANAL DE CARTAGENA.-CUA- DROS DE LA NATURALEZA TROPICAL.---LOS COMEDO- RES DE TIERRA.---MODO DE NAVEGAR EN EL MAGDA- LENA.-ISLAS y PLAYAS.-DESEMBOCADURA DEL CAUCA.-LA CIUDAD DJ~ MOMPOX.-DOS PALABRAS ACERCA DEL VALLI~ DE UPAR.-aSON LAS HORMIGAS COMESTIBLES~-OPINIOK SOBRE EL ORIGEN DE LAS LENGUAS INDIAS. Tengo impaciencia por volver al pueblo de Tur- baco, tan célebre en otro tiempo, siguiendo el ca- mino que llaman real y que conduce a Calamar, si- tuado sobre el gran río Magdalena. El camino real de Calamar no es efectivamente más que un abominable sendero. Un poco antes de llegar al mísero pueblo de Ar- jona, y en el momento de pasar por debajo de unos grandes árboles de tronco liso y espeso ramaje. Ca- ñas, que cantaba para distraer los enojos del ca- mino, se interrumpió de pronto y dijo en voz baja: "N o hagamos ruido; aquí están las avispas." Al pronuncün estas palabras, cubrióse la cabeza con su poncho, y Cañitas le imitó prontamente. En el mismo momento me sentí picado en el cuello, en las manos y en las mejillas y durante un cuarto de hora estuve aturdido por el dolor, pues creo que no se puede experimentar otro más vivo. Después acome- tióme una intensa fiebre, que no se debilitó hasta la caída de la tarde. Las avispas que nos habían acometido, negras y pequeñas, pertenecían a la numerosa familia de las cartoneras. Acostumbradas a fabricar en los

DOCTOR SAFFRAY - bdigital.unal.edu.co fileDe trecho en trecho, los cedros y los laureles, gran-des árboles de tronco liso, se elevan orgullosamente a más de cien pies de altura y

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DOCTOR SAFFRAY ~9

vCAMINO DE 'l'URBACO ,\ CALAMAR.--LAS AVISPAS CAR-

TONERAS.-PASO DEL CANAL DE CARTAGENA.-CUA-DROS DE LA NATURALEZA TROPICAL.---LOS COMEDO-RES DE TIERRA.---MODO DE NAVEGAR EN EL MAGDA-LENA.-ISLAS y PLAYAS.-DESEMBOCADURA DELCAUCA.-LA CIUDAD DJ~ MOMPOX.-DOS PALABRASACERCA DEL VALLI~ DE UPAR.-aSON LAS HORMIGASCOMESTIBLES~-OPINIOK SOBRE EL ORIGEN DE LASLENGUAS INDIAS.

Tengo impaciencia por volver al pueblo de Tur-baco, tan célebre en otro tiempo, siguiendo el ca-mino que llaman real y que conduce a Calamar, si-tuado sobre el gran río Magdalena.

El camino real de Calamar no es efectivamentemás que un abominable sendero.

Un poco antes de llegar al mísero pueblo de Ar-jona, y en el momento de pasar por debajo de unosgrandes árboles de tronco liso y espeso ramaje. Ca-ñas, que cantaba para distraer los enojos del ca-mino, se interrumpió de pronto y dijo en voz baja:"N o hagamos ruido; aquí están las avispas." Alpronuncün estas palabras, cubrióse la cabeza consu poncho, y Cañitas le imitó prontamente. En elmismo momento me sentí picado en el cuello, en lasmanos y en las mejillas y durante un cuarto de horaestuve aturdido por el dolor, pues creo que no sepuede experimentar otro más vivo. Después acome-tióme una intensa fiebre, que no se debilitó hastala caída de la tarde.

Las avispas que nos habían acometido, negrasy pequeñas, pertenecían a la numerosa familia delas cartoneras. Acostumbradas a fabricar en los

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árboles, de ordinario en el nacimiento de uná gruesarama, un nido de forma cónica y de color apacible,y apenas perciben el más leve rumor cerca de suvivienda, lánzanse sobre los hombres y los anima-les que se aventuran en su dominio. Yo he visto alos más valerosos huir atemorizados al distinguiruno de esos nidos, que podrían confundirse a vecescon los de los inofensivos térmites.

Como a la mitad del emnino de Arjona a Cala-mar, un poco antes de llegar al pueblo de Mahates,la senda está cortada por el antiguo canal de Car-tagena, llamado de Dique. El primitivo lecho regu-lar ha desaparecido, y el agua se disemina a lo le-jos formando lagunas y pantanos. Pnra cruzarlose cargan en una piragua los bagajes; los viajerosse colocan junto a ellos y deben conducir de la bridasus caballos o mulas, que nadan junto a la embar-cación, tripulada por dos hombres. En algunos si-tios es tan rápida la corriente, que arrastra consigopiragua y caballo, pero fácilmente se vuelve a re-cobrar la línea y después de haber navegado porespacio de diez o quince minutos, se toca en la ori-lla opuesta.

En aquel sitio se ofrece a la vista un paisaje delos más magníficos que sea dado contemplar. Fi-guraos una vasta llanura limitada a lo lejos porcolinas azuladas, cubiertas de un bosque inundadode luz, donde cruza una ancha faja líquida, que,perdiéndose a cierta distancia, forma islas de bam-búes, arenosas playas y cristalinos lagos. En cier-tos sitios elévase un añoso árbol cargado de pará-sitas, y cuyas robustas ramas se cubren de repentede una bandada de zancudas de blanco pluma-je; más allá, en los cañaverales, se ven algunas

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garzas que juguetean en la orilla, mientras queotras, apoyadas sobre una pata, con el cuello reple-gado y la cabeza debajo del ala, duermen tranqui-lamente, y por último, entre las yerbas y las plan-tas acuáticas, pululan ánades de plumaje metálicoy gallinetas de agua, cuyas alas desplegadas pre-sentan una media luna de color de oro sobre el fon-do púrpura. El sol tórrido está en el cenit; un gritoronco interrumpe a largos intervalos el silenciomás agradable. Arboles de mediana talla, que sur-gen de la espesura de cactus, de bromeliáceas y deaquella naturaleza virgen y salvaje, llena de gra-cioso encanto y de mágic( s esplendores.

A poca distancia del canal, el camino mejorasensiblemente, y el bosque que atraviesa es tambiénimponente de la soledad; todo está en armonía congramíneas, forman una primera bóveda compacta,de donde se escapan graciosos ramos de palmeras.De trecho en trecho, los cedros y los laureles, gran-des árboles de tronco liso, se elevan orgullosamentea más de cien pies de altura y proyectando al rede-dor la sombra de sus vigorosas ramas, dominancon su soberbia copa la primera línea de verdura.De su tronco se lanzan las plantas· trepadoras debarnizados follajes y odoríferas flores, suben re-torciéndose, se enroscan hasta la cima, y no hallan-do más apoyo, vuelven a caer en forma de largoscordones, que toman raíz a su vez, mezclando suvitalidad con la de la planta madre. Las plantasparásitas, de hojas filiformes y agrisadas, pendende las ramas como cabelleras, balanceando muelle-mente a las muchas avecillas cantoras que han idoa posarse allí.

Por doquiera se ven flores: las hay de color de

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púrpura, amarillas, moteadas; unas se abren soli-tarias o por grupos, otras caen en forma de guir-naldas, de racimos o de ombelas, y en ellas se posanel escarabajo de color de oro, las moscas de brillan-tes tintes y las aterciopeladas mariposas. J~n losárboles se ostentan gigantescas orquídeas con susformas enigmáticas, imitando las de un ave, de unaurna o de un insecto.

El colibrí disputa a la abeja la miel de los néc-tares perfumados, el ruiseñor eleva su canto en laespesura, el cardenal revolotea entre los brezos, laschillonas cotorras pasan a veces por bandadas, ylas aras, de color de púrpura y mml, cruzan los ai-res como una exhalación. Sobre el tronco de un ár-bol que cayó herido del rayo, el águila inmóvil ace-cha su presa; de lo más intrincado de la espesuraparte el grito de los monos aulladores, mientras queel iguana, ese gigante' de los lagartos, y algunastímidas serpientes, huyen del viajero dejando oírel roce de sus cuerpos sobre la yerba.

Calamar, en otro tiempo Barranca, es un puebloagradablemente situado a orillas del Magdalena;para los pequeños bareos de vapor del río, consti-tuye una escala poco importante desde que Carta-gena dejó de ser el gran centro del valle. Hay allíuna especie de posada bastante cómoda relativa-mente al país, donde me fue preciso permanecer al-gunos días hasta que pasara un vapor.

Yo los aproveché para hacer algunas excursio-nes por las cercanías, unas veces siguiendo a pielos senderos que penetran en el interior del bosque,y otras a bordo de una piragua, que me conducía alos caseríos inmediatos. La naturaleza, los hombres

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y las cosas, todo era nuevo para mí y me ofrecía elmayor interés.

Cierto día me detuve para almorzar en una ca-baña de bambú y de cañas, donde una familia deindios se apresuró a servirme bananas asadas enla ceniza, leche y algunas frutas, es decir, toda suriqueza. Llamó mi atención un adolescente de ca-torce a diez y seis años, que permanecía inmóvilcerca de la puerta: tenía un color pálido, casi lívido;en su mirada notábase una fijeza que me hizo daño;:-;usojos carecían ya de brillo y sus miembros en-flaquecidos parecían demasiado débiles para sos-tener una voluminosa cabeza y un vientre enorme.Comopreguntase a la madre si estaba enfermo aqueljoven, contestóme al punto:

-j Oh, no es nada! Eso consiste en que cometierra.

\..,~, _:.'~•.j

Poco después supe que el geofagismo era unaenfermedad bastante extendida en algunas partesdel valle bajo del Magdalena, aunque sin ofrecerel carácter de endémica, como en las orillas delOrinoco. Extraño es encontrar esta perversión delgusto, no sólo en varios países de la América delSur, y hasta de los Estados Unidos, sino tambiénde Guinea, en Java y en otros diversos puntos.

La tierra que se utiliza como comestible es unaarcilla amarillenta o rojiza, muy grasosa, rica endetritus de diminutos animales y de plantas crip-tógamas. En ciertos puntos la comen sin prepara-ción alguna; en otros la secan al sol o la calientanentre la ceniza. Los atomacos del Orinoco la fríen,lo cual le comunica al menos algunas virtudes nu-tritivas.

Esta enfermedad, conocida con el nombre de

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pica, es por fortuna bastante rara en Europa y sóloen los tiempos de escasez, particularmente en laépoca de las Cruzadas y durante la guerra de lostreinta años, se vieron en Pomerania, en Suecia yen Finlandia, poblaciones enteras que comían unaarcilla llamada harina de montaña, la cual contieneuna notable proporción de materias orgánicas derestos que por el microscopio se han reconocidocomo pertenecientes a varias especies de algas.

La navegación por el Magdalena es bastanteactiva y sobre todo muy pintorm;ca. Sin contar losvapores que hacen casi un servicio ¡'egular, cuandola política y los pronunciamientos lo permiten, seven a menudo bajar por la corriente balsas de bam-bú o del Hibiscus tiliaceus, madera tan ligera comoel corcho, sobre las cuales se trasportan de ordi-nario las frutas, las bananas y las mercancías queno se echan a perder por la intemperie. Una vez lle-gada a su destino abandónase la balsa.

Hay otr.as embarcaciones llamadas hongos:grandes piraguas construídas con troncos de árbo-les, y que pueden contener de sesenta a setenta to-neladas de mercaneías, mnpléanse para abastecerlos mercados que haya lo largo del río. El champánes un bongo de gran tamaño, protegido por un te-jado de cañas y de hojas de palmera; es la má&pintoresca de las embarcaciones del Magdalena.

En cuanto a los pequeños vapores, son reempla-zados con frecuencia por los champanes. El interiorestá dividido por esterillas en compartimientos quesirven de habitaciones y "lmacelles: la cocina sehalla en la proa; en la popa se sitúa el capitán, quese cubre el cuerpo sólo con una camisa, y se sirvede un largo remo a guisa de timón; sobre el teja-

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dillo se colocan de diez a doce negros, provistos delargas pértigas terminadas por una horquilla demadera muy dura, con las cuales hacen avanzar lapesada madera contra la corriente, lanzando a in-'tervalos ruidosos gritos. Vistos de lejos estos hom-bres, agitándose con sus pértigas sobre la arqueadacubierta, y ejecutando verdaderos ejercios de acró-batas, sirnulan realmente una danza fantástica dedemonios.

Estos marineros, llamados en el país bogas,forman nna casta separada, más notable por susdefectos que por sus buenas cualidades. El bogaelige de ordinario por morada la orilla de los ríos,esas tierras malsanas donde el calor y la humedadengendran prodigios de vegetación y extraños ani-males; su caseta de bambú, cubierta de hojas depalmera, es angosta y baja; en la única habitaciónno hay muebles, ni utensilios, ni útiles; sólo se veuna olla de barro, una hacha vieja y un machete.Su hedionda compañera, de seno deforme y mediorecostada sobre una piel de toro, tiene a su alrede-dor a dos tres pequeños monstruos, cuyo vientre,desarrollado con exceso, les impide sostenerse depie, por lo cual se arrastran hasta la edad de tresaños, enteramente lo mismo que los animales, cuyaexistencia imitan durante toda la vida. Al rededorele la choza planta el boga algunos bananos, y doso tres veces al año siembra en el mismo rincón detierra, sin labrar y sin echar abono, el maíz querecogerá a los cincuenta o sesenta días. Sus anzuelosle permiten obtener algunos peces, cuando no esdemasiado perezoso para servirse de ellos, y escarbaen la abrasada arena de la playa para buscar loshuevos de tortuga y de caimán.

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En rigor podría vivir sin trabajar; pero el hom-bre desea tomar parte en los placeres y los viciosde las ciudades y los pueblos; para esto necesitadinero; y a fin de adquirirlo consiente en alquilarsepor una o dos semanas al patrón de una balsa, deun bongo o de un champán. Desnudo, sufriendo losardientes rayos del sol, y con su pértiga apoyadaen el pecho para hacer más fuerza, recorre la em-barcación, moviéndola a la vez por su peso y por elesfuerzo de todos sus músculos. Rudo es el trabajo,y por prisa que se tenga en llegar, no puede unomenos de reconocer que es muy natural que los des-graciados bogas traten de aprovecharse de todaslas ocasiones posibles para reposar un momento, yhasta que busquen en la embriaguez la insensibili-dad y la indiferencia.

La corriente del Magdalena se desliza sobre unterreno de aluvión llano y poco sólido: estamos acerca de cuarenta leguas de su desembocadura, ya pesar de ello tiene todavía una media legua deancho; numerosas islas dividen su curso, y los ban-cos de are:oa, islas en vía de formación, interrum-pen acá y allá el paso de las aguas. La vegetaciónvaría con la edad del terreno que cubre: vense apa-recer primero cañas de un delicado color verde,después gramíneas y arbustos, y por último árbolesde follaje sombrío y grupos de palmeras.

En las partes arenosas se encuentran miles decaimanes que salen a tomar el sol y abren a cadamomento sus enormes bocas; la tortuga franca llega .por la tarde a depositar sus huevos; la iguana correen persecución de los insectos y de las ranas quepululan debajo de las piedras, en la yerba y entrelos matorrales.

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Un día que desembarqué en una playa cubiertaen parte de espeso bosque, para dedicarme a la cazade mariposas e insectos, caza fructuosa de la queobtuve una rica colección, el boga que me acom-pañaba profirió un ligero grito y comenzó a llamar-me con una pantomima de las más expresivas. Llegopresuroso, y siguiendo la dirección de su dedo, veosobre la rama de un árbol una enorme araña parda,con manchas purpúr0as, que tenía entre sus patasuna avecilla, la cual se agitaba en las convulsionesde la muerte. Era un migale cazador, o avicular,que habiendo sorprendido al pajarillo en su nido,picóle con sus dos dardos, semejantes a los del es-corpión, y después de una breve lucha, comenzó achupar la sangre de su víetima antes de que mu-riese.

A los seis días de navegación llegamos a ladesembocadura del río Cauca, afluente principal delMagdalena. No lejos de allí está In ciudad de Ma-gangué, donde se celebra todos los años una impor-tante feria. L,a eorrimlte del Canea, tan extensacomo la del Magdalena, pero de lecho más angosto,l'stá separada del gran río por la cordillera ,central,

Era ya de noche cuando llegamos a la altura deMagangué: ht luna aparecía con toda su esplendi-dez; la tranquila superficie del agua brillaba como·un espejo; el aire era tibio y perfumado, y perdíaseel paisaje en vaporosas perspectivas. Para comple-tar el cuadro, y cuando más absorto me hallaba enla contemplación, lleg'ó a mis oídos un canto dulci-ficado por la distancia, que partía de una piraguapróxima, y que me pareció muy poético.

Al día siguiente llegamos a la ciudad de Mom-pox, tocando en los grandes árboles que hay a lo

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largo de la orilla, y que. prestan sombra a las nu-merosas embarcaciones cuando van a depositar susmercancías o a cargarlas. La ciudad cuenta seis osiete mil habitantes. La construcción de las casases por el estilo de las de Cartagena. El único mo-numento notable es la iglesia, junto a la cual seeleva una torre octógona de cinco pisos, todos deestilo diferente, sobrepuesta de una cúpula apla-nada, sostenicia por ocho columnas.

La temperatura de .Mompox es sumamente ele-vada; el termómetro marca a la sombra, por latarde, cuarenta grados centígrados, y jamás hayviento ni sopla la menor brisa. Así se comprendela indolencia de los habitantes, y se .explica quetomen con intervalos de una hora copitas de ron,para luchar contra la influencia depresiva delclima.

Al remontar el .Magdalena se pueden visitar enla orilla derecha varios puntos importantes, y so-bre todo el confluente del río Upar, célebre en lahistoria del descubrimiento del país a causa de ladesgraciada expedición que salió de Coro (Vene-zuela), en 1530, al mando de Alfinger. Este últimollegó al territorio del cacique Tamalameque, pene-tró en la cordillera que se extiende más allá del ríoOcaña, y durante varios meses estuvo sufriendotodos los horrores del frío, de las enfermedades ydel hambre. Alfinger marchó algún tiempo por elsur, y después, en vez de continuar en la misma di-rección, seguida siete años más tarde por Gonzalo.Jiménez de Quesada, y que le hubiera conducido alas ricas tierras objeto de su ambición, dejóse do-minar por el abatimiento, permitió que sus compa-ñeros .devoraran los últimos indios que tenían a su

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serVICIO,e iba a retroceder cuando fue muerto enun combate. Los demás expedicionarios se disper-saron en dirección a la costa.

Quesada, saliendo de Santa Marta en 1537, or-ganizó dos cuerpos expedicionarios que debíanobrar de concierto, remontando uno el Magdalena,y siguiendo el otro la vía de tierra firme. Obligadoa enviar las embarcaciones a la costa con los en-fermos, penetró en las cordilleras como Alfinger,y siguiendo siempre la dirección sur, atravesó losEstados actuales de Santander y Boyacá. Los cro-nistas nos dan detalles desgarradores sobre los pa-decimientos y las privaciones que sufrieron los es-pañoles en aquella campaña. Después de alimentar-se por espacio de algunas semanas con las yerbasy plantas del bcsque, comiéronse todos los objetosde cuero, las vainas de las espadas, los arneses ylas correas; y como el hambre continuase, viéronseen la precisión de dar caza a los insectos para de-vorarlos.

Habían visto a unas míseras tribus de indioscriar gran número de hormigas para comerlas;apelaron a tan duro expediente para disputar suvida a la inexorable parca. Al efecto formaban unapasta con yerbas cocidas, colocábanla sobre un hor-miguero, dejándola hasta que estuviera bien cu-fundiendo débil su claridad; un largo cono lumino-bierta; amasábanla de nuevo, repetían la operacióny formaban así un verdadero pan de hormigas. Esposible que los cronistas, y particularmente Juande Laet, en su N OV1J,S· Orbis, hayan confundido lostérmites con las hormigas, pues el ácido fórmico,ingerido en tales cantidades, habría ocasionado la

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muerte a los españoles, o cuando menos les hubieraproducido una grave indisposición.

Por lo demás, tenemos talvez demasiadas pre-ocupaciones respecto a la comestibilidad de los in-sectos. Sin hablar aquí de los acrodófagos, o come-dores de langostas, bastante numerosos en Afriea,según los relatos de Strabón, confirmados por Dam-piel', Knox dice en su Descripción de Ceilán, quelos habitantes de algunos distritos comen abejas.Livingstone asegura que los naturales de las orillasdel lago Nianza confeccionan con los mosquitcsunas tortas a que son muy aficionados. Sabido esque los bohemios comen sin repugnancia ciertosparásitos del hombre, y que al ilustre Laplace legustaban mucho las arañas.

Más allá del río Upar se halla en la misma ori-lla el río Ocaña, centro principal de la provincia deeste nombre; después el río Lebrija, que corre porel estrecho valle de Soto; y por último el Sogamo-so, que baña con sus afluentes los valles y mesetasde Socorro, Pamplona, Tundama, Vélez y Tunja.Todos tres tienen su nacimiento en ]a eordilleraoriental, en aquella donde los conquistndores en-contraron más obstáculos, pues todos los indios delpaís se mostraron hostiles. Los invasores sufrierontanto más, cuanto que casi nunca tenían guías e in-térpretes, mientras que la diversidad de lenguas deaquellos países era extremada y difícil de explicar.

Sin embargo, el historiador Gregario García nose apuró para darnos noticias en sn obra sobre elorigen de las lenguas del lluevo continente. Véasela traducción de un pasaje: "El diablo, que no ca-rece nunca de inteligencia, sabía por conjeturas queiba a predicarse en el país la ley evangélica; y que-

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riendo aumentar las dificultades de los ImSlOnerose impedir a los indios que la comprendiesen, consi-guió inducir a los indígenas a que inventaran ungran número de idiomas, ayudándoles en la tareacon. el ingenio que se le conoce."

Queden los lingüistas advertidos; la historia dela torre de Babel no es aplicable al lluevo eonti-nente.

VI

LA ISLA MARGARITA.-LOS :\10;\08 ALTLLAlIORES.-ELVIKO DE PALilfEHA Y LA COL PALi\IlSTA.--lmSENGA·ÑO ACERCA mI LOS COCOT.EROR.---LAS ISLAS FLO-TAN'I'ES.-LA TIERRA DE LAS MAHIPOSAS.-EL MAR·FIL VEGETAL.-EL CEDRO. --DIVERSOS MODOS DE CA-ZAR EL CAIMAN.-·l,LFlGADA A NARK--sn SITITACION,COMERCIO y HABI'rAN'rEj8.

Acabamos de costear una isla encantadora, ver-dadera perla que no se puede menos de admirarentre todas las riquezas de esta naturaleza esplén-dida: diríase que es un jardín creado bajo la ins-piración de un poeta. Numerosas casas de bambú,tan limpias como bien construídas, están disemina-das en la orilla del río y el! el interior; cada vivien-da tiene su verjel, poblado de limoneros, de naran-jos y de peque:iios cedros, cuyas flores odoríferasperfuman el aire en toda eSÜlción; al lado se ex-tienden un peque:iio ('ampo de cañas de azúcar, otrode maíz y un plantío de bananos, y varias palmerasostentan acá y allá sus empinadas coronas. Al re-dedor de las casetas abundan las flores, formandovistosas guirnaldas; de trecho en trecho, varios