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doctrina de la iglesia
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SISTEMA DE UNIVERSIDAD
ABIERTA
GUIATEX
DOCENTE : Pbro. Jaume Benaloy Marco
E-MAIL : [email protected]
VIDA ESPIRITUALCiclo II
Edición:
Lic. Mariadhela Aguilar Minchón
Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote Jr. Leoncio Prado 443Chimbote (Perú) [email protected]
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, almacenar en los sistemas de recuperación de la información ni trasmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado-electrónico, mecánico- fotocopia, grabación, etc., sin el permiso previo de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Benaloy Marco, Jaume. Guiatex de Vida Espiritual. 2da. edición. Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote. Chimbote, 2010. 107 p.
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
ÍNDICE
Presentación general ............................................................................................ 5
Sílabo de la asignatura ........................................................................................... 7
Orientaciones para el estudio................................................................................. 11
Siglas y abreviaturas............................................................................................... 12
Desarrollo del aprendizaje ..................................................................................... 13
I UNIDAD: LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
1.1. Aproximándonos a la espiritualidad humana ............................................ 15
1.1.1. ¿Qué se entiende por Espiritualidad? .............................................. 15
1.1.2. ¿Qué entendemos por Vida espiritual? …....................................... 17
1.1.3. Atlas mundial de los creyentes......................................................... 19
1.2. La espiritualidad del ser humano ............................................................... 21
1.2.1. Vida espiritual, vida interior y vida creyente..................................... 23
1.2.2. Iniciativa de Dios.............................................................................. 24
1.2.3. Naturaleza de la vida espiritual: el hombre es imagen de Dios....... 25
1.3. La espiritualidad cristiana........................................................................... 28
1.3.1. Espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo....................... 29
1.3.2. Cristocentrismo de la vida espiritual cristiana.................................. 31
1.4. La espiritualidad de comunión: la Iglesia.................................................. 41
1.4.1. Llamados a vivir en comunión......................................................... 41
1.4.2. La espiritualidad de comunión......................................................... 44
1.4.3. Creo en la Iglesia............................................................................. 47
Plan de Aprendizaje Nº 01................................................................................... 53
Guías de trabajo 01.....................................................................…...................... 54
I Evaluación a distancia....................................................................…............... 56
Agenda de Aprendizaje..................................….................................................. 57
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Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
II UNIDAD: VIDA ESPIRITUAL CRISTIANA
2.1. Lugares del encuentro con Jesucristo......................................................... 59
2.2. La oración en la vida del cristiano............................................................. 65
2.2.1. La llamada universal a la oración.................................................... 65
2.2.2. Formas de la oración....................................................................... 67
2.2.3. Fuentes de la oración........................................................................ 68
2.3. Maestros, lugares y expresiones de la oración......................................... 70
2.3.1. Maestros de la oración..................................................................... 70
2.3.2. Lugares favorables para la oración.................................................. 72
2.3.3. Expresiones de la oración................................................................ 72
2.4. Vivir la espiritualidad como discípulos y misioneros de Jesucristo...... 78
2.4.1. Llamados al seguimiento de Jesucristo........................................... 78
2.4.2. Configurados con el Maestro........................................................... 80
2.4.3. Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de vida....................... 82
2.4.4. Animados por el Espíritu Santo....................................................... 84
Plan de Aprendizaje Nº 02.................................................................................. 86
Guías de trabajo 02 .....................................................................…................... 88
II Evaluación a distancia................................................................….................. 89
Agenda de Aprendizaje….................................................................................... 90
Anexos:
Anexo 1: Los símbolos de la fe cristiana. El credo ................................................ 91
Anexo 2: Oraciones básicas del cristiano .............................................................. 93
Anexo 3: Los sacramentos de la Iglesia católica ................................................... 102
Anexo 4: Las bienaventuranzas y los mandamientos ............................................ 103
Referencias bibliográficas .................................................................................. 106
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Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
Presentación general
de la asignatura
Estimados estudiantes:
Juntos iniciamos el curso “Vida espiritual” en la Universidad Católica Los Ángeles
de Chimbote. Se trata de una asignatura transversal para todos los estudiantes que
cursan el II Ciclo.
Junto a la asignatura “Fe cristiana y compromiso pastoral” (VIII Ciclo) y otras
propuestas extra-académicas del Servicio de Pastoral y Espiritualidad (SPES), forma
parte de la Pastoral Universitaria a cargo del Departamento Académico de Ciencias
Religiosas (DACIR). De este modo, pretendemos «coordinar el estudio académico y las
actividades extra-académicas con los principios religiosos y morales, integrando de esta
manera la vida con la fe»1. Lo hacemos conscientes de que una formación
verdaderamente integral conlleva atención a la vida espiritual dado que «no hay
desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas,
consideradas en su totalidad de alma y cuerpo»2.
A través de la presente asignatura, vamos a identificar la dimensión espiritual
específica del ser humano, a la vez que redescubrir las características singulares de la
espiritualidad cristiana. No se trata de un acercamiento meramente teórico, sino integral y
práctico en vista a una revitalización de la propia vida espiritual. Además de algunos
contenidos teóricos, destacaremos sobre todo los elementos vivenciales y actitudinales.
Así pretendemos cultivar nuestra vida espiritual, acoger los mejores valores de la
espiritualidad cristiana, despertar la llama a veces vacilante de la fe para hacerla vida. En
definitiva, queremos contribuir de forma singular a «la formación integral del hombre, la
1 Cf. Juan Pablo II. Constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae (1990), 38.2 Cf. Benedicto XVI. Carta encíclica Caritas in veritate (2009)76; 79.
_______________________________________________________________________________ 5 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
transformación y el desarrollo del país y de la región, y el logro de una sociedad justa»3,
fines primordiales de la ULADECH Católica.
La asignatura consta de dos unidades: La espiritualidad cristiana y la vida
espiritual cristiana. Muchos son los aspectos a considerar, pero vamos a profundizar en el
encuentro con Cristo, particularmente en la oración, que nos convierte en sus discípulos y
misioneros.
Queridos estudiantes: el cristianismo no es una opinión y no consiste en palabras
vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es una Persona, es el seguimiento del Dios Vivo con
rostro humano!. Como recordó Juan Pablo II a los jóvenes, «el cristianismo no es
simplemente una doctrina; es un encuentro en la fe con Dios hecho presente en nuestra
historia con la encarnación de Jesús. Poned todos los medios a vuestro alcance para
hacer posible este encuentro, mirando a Jesús que os busca apasionadamente. Buscadlo
con los ojos de la carne a través de los acontecimientos de la vida y en el rostro de los
demás; pero buscadlo también con los ojos del alma por medio de la oración y la
meditación de la Palabra de Dios (…) Y no os olvidéis de buscar a Cristo y de reconocer
su presencia en la Iglesia. Ella es como la prolongación de su acción salvífica en el
tiempo y en el espacio. En ella y por medio de ella Jesús sigue haciéndose visible hoy y
sigue haciéndose encontrar por los hombres. En vuestras parroquias, movimientos y
comunidades, acogeos mutuamente para que crezca la comunión entre vosotros. Éste es
el signo visible de la presencia de Cristo en la Iglesia, a pesar del opaco diafragma que
con frecuencia interpone el pecado de los hombres»4. Quien se encuentra con Él Vive. Él
es el Viviente que da Vida abundante. Nuestro deseo es que, a través de esta asignatura,
puedan acercarse a Él para que derrame su Espíritu, Vida nueva y dador de Vida
abundante. No se arrepentirán. Es Cristo mismo quien les invita: «“¡Vengan y vean”.
Fueron, pues, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día» (Jn 1,39).
P. Jaume Benaloy Marco
3 Cf. Estatuto ULADECH Católica (11.12.2008), Art.7a.4 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2004.
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Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
UNIVERSIDAD CATÓLICA LOS ÁNGELES DE CHIMBOTE
FACULTAD DE EDUCACIÓN Y HUMANIDADES
DEPARTAMENTO ACADÉMICO DE CIENCIAS RELIGIOSAS
Sílabo de Vida espiritual
1. Información General
1.4. Denominación de la asignatura : Vida espiritual.
1.5. Código : 3.4.0.3.2.3
1.6. Código del área curricular : 1.0 Form. Gral. Científico-Humanista
1.7. Naturaleza de la asignatura : Obligatoria.
1.8. Nivel de estudios : Pregrado.
1.9. Semestre y ciclo : I ciclo
1.10. Número de créditos : 02
1.11. Número de horas : 2 horas teórico-práctica.
1.12. Total de horas : 30 horas.
1.13. Prerrequisito : Ninguno.
1.14. Docente titular : Lic. Ana Arellano Carranza
1.15. Docentes tutores:
Lic. Fr. Javier Abanto Silva : [email protected]
Lic. María Aguilar Chávez : [email protected]
Pbro. Jaume Benaloy Marco : [email protected]
Lic. Valero A. Corzo Urrutia : [email protected]
Lic. Chaffo Céspedes Enrique W. : [email protected]
Lic. Adriana F. Juárez Valverde : [email protected]
Lic. Karin Gamboa Carranza : [email protected]
Lic. Bernardo Guerrero Solórzano : [email protected]
Lic. López Regalado Z. Leticia : [email protected]
Lic. Teresa López Vega : [email protected]
Lic. Ortiz Araujo Noemí : [email protected]
Pbro. Eduardo Pimentel Carranza : [email protected]
Pbro. Dr. Juan R. Rodríguez Ruiz : [email protected]
Lic. Carlos Santiesteban Llonto : [email protected]
_______________________________________________________________________________ 7 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
2. Rasgo del perfil del egresado relacionado con la asignatura.
Reconoce la espiritualidad del ser humano e interioriza la fe cristiana para que sea
vivida, celebrada y anunciada, asumiendo un compromiso pastoral y profesional que
responda a los retos personales y sociales contemporáneos.
3. Sumilla
La asignatura pertenece al área de formación general científico-humanística es de
naturaleza obligatoria-teórico/práctica. Tiene como propósito desarrollar la
espiritualidad en los estudiantes. Sus grandes contenidos son: la espiritualidad del ser
humano y la vida espiritual cristiana.
4. Objetivo general
3.4.0.3.2.3.1. Identificar la espiritualidad del ser humano, promoviendo la vida espiritual
cristiana.
5. Objetivos específicos
3.4.0.3.2.3.1.1. Comprender el proceso global del aprendizaje de la asignatura,
identificando la espiritualidad propia del ser humano.
3.4.0.3.2.3.1.2. Promover la vivencia gozosa y comunitaria de la espiritualidad cristiana.
6. Contenidos específicos por unidades de aprendizaje
Unidad de Aprendizaje
Objetivos Específicos Contenidos específicos
I Unidad
La
espiritualidad
cristiana.
3.4.0.3.2.3.1.1
1.1. Aproximándonos a la espiritualidad cristiana.
1.2. La espiritualidad del ser humano.
1.3. Espiritualidad cristiana.
1.4. Espiritualidad de comunión: La Iglesia.
II Unidad
Vida espiritual
cristiana
3.4.0.3.2.3.1.2
2.1. Lugares del encuentro con Jesucristo.
2.2. La oración en la vida del cristiano.
2.3. Maestros, lugares y expresiones de la
oración.
2.4. Vivir la espiritualidad como discípulos y
misioneros de Jesucristo.
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Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
7. Orientaciones metodológicas
Tratándose de una asignatura de régimen en tecnología educativa, utiliza la didáctica
del aprendizaje significativo y colaborativo sistémico con una comprensión de la
realidad integral mediada por el mundo con la guía de la Doctrina Social de la Iglesia.
La metodología se concreta a través de la propuesta de actividades problemáticas
que conectan los contenidos con la realidad para preparar al estudiante en el
desarrollo de la inteligencia intuitiva de los contenidos teológicos estudiados para
favorecer el diálogo con la sociedad contemporánea.
Los métodos, procedimientos y técnicas utilizados en la asignatura son activos y
propician el interaprendizaje apoyándose en organizadores previos y contenidos
multimediados.
El desarrollo de la asignatura considerará actividades de Investigación formativa, de
Responsabilidad social y Pastoral universitaria, por ser ejes transversales.
8. Medios y materiales educativos
En el desarrollo de la asignatura se utiliza los siguientes medios y materiales:
@distancia Texto-Guíatex-tutoría-internet-videoconferencia-chat.
Virtual Texto-plataforma-internet-videoconferencia-tutoría chat.
Biblioteca Catálogo bibliográfico de la ULADECH Católica.
Biblioteca digital Libros y artículos digitales.
9. Evaluación
La evaluación es continua, integral y holística e integrada a cada unidad de
aprendizaje.
La nota promedio de la asignatura se obtiene como sigue:
• I Evaluación a distancia: Activ. Investigación 10 %
• II Evaluación a distancia: Activ. responsablidad social 10 %
• I Evaluación presencial 40 %
• II Evaluación presencial 40 %
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Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
10. Bibliografía y Webgrafía
• Biblia. Disponible en: http://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM
• Catecismo de la Iglesia Católica. Vaticano: Editrice Vaticana; 1992. Disponible en:
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
• Celam. Documento final de Aparecida. Aparecida: Paulinas; 2007. Disponible en:
http://www.mscperu.org/teologia/america/aparecida/1aparecIndex.htm
• Concilio Vaticano II. Constitución Lumen Gentium. Vaticano: Editrice Vaticana;
1964. Disponible en:
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-
ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html
• Gamarra S. Teología espiritual. Madrid: BAC Madrid; 1994.
• Izquierdo C. (dir). Diccionario de teología. 2 ed. Pamplona: Eunsa; 2007.
• Latourelle R, Fisichella R, Pié-Ninot S. Diccionario de Teología fundamental. 2 ed.
Madrid: San Pablo; 1992.
• Martínez Díez F. ¿Ser cristiano hoy?: Jesús y el sentido de la vida. Estella
(Navarra): Verbo Divino; 2009. Disponible en:
http://site.ebrary.com/lib/bibliocauladechsp/docDetail.action?
docID=10356924&p00=oraci%C3%B3n%20cristiana
• Pontificio Consejo de la Cultura. Pontificio Consejo del Diálogo Interreligioso.
Jesucristo portador del agua viva. Una reflexión cristiana sobre la New Age.
Vaticano: Editrice Vaticana; 2003. Disponible en:
http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/interelg/documents/rc_pcint
erelg_doc_20030203_new-age_sp.html
• Rodríguez Ruiz J. Vida espiritual. Chimbote: Uladech; 2006.
• Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección. El Cid Editor; 2004. Disponible en:
http://site.ebrary.com/lib/bibliocauladechsp/docDetail.action?
docID=10053422&p00=vida%20espiritual
_______________________________________________________________________________ 10 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
ORIENTACIONES PARA EL ESTUDIO
Estimado estudiante:
A fin de que pueda aprender los temas tratados en esta guiatex, a continuación se
le presentan los pasos que deberá seguir para comprender con mayor rapidez y facilidad
los conocimientos que corresponden a la asignatura:
1. En primer lugar, deberá dar lectura al sílabo incluido en esta guiatex. El repaso
general de los títulos y contenidos le permitirán tener un visión global de la
asignatura.
2. En segundo lugar, deberá leer los contenidos de cada tema. Se sugiere que los
subraye con un resaltador o lápiz para hacer más didáctico el aprendizaje del curso.
3. En tercer lugar, resuelva las autoevaluaciones que se presentan en cada una de las
unidades. Esto, con el fin de tener definidos los conceptos básicos e importantes de
la asignatura. Tenga en cuenta que estas evaluaciones no deben ser anexadas en los
dos trabajos que entregará como evaluaciones a distancia.
4. En cuarto lugar, la guiatex está estructurada en dos unidades, con un plan de
aprendizaje para cada una de ellas donde se indicarán las actividades de aprendizaje
que deberá desarrollar, diseñadas en base a los temas tratados.
5. Para un óptimo aprendizaje, deberá contar con este material y otros documentos
referentes al tema que usted crea conveniente; esto con la finalidad de ampliar y
profundizar sus conocimientos acerca de la Vida Espiritual.
6. Finalmente, de usted depende la adquisición de los conocimientos que deberá
obtener al finalizar esta asignatura.
IMPORTANTE: Cualquier consulta que se le presente en relación a la presente
asignatura, comuníquese inmediatamente con el docente responsable de la misma.
_______________________________________________________________________________ 11 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
SIGLAS Y ABREVIATURAS
Para una mejor comprensión del contenido, a continuación presento una relación de
siglas y abreviaturas utilizadas en la presente guiatex:
AG Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes.
Catecismo Catecismo de la Iglesia Católica.
DA CELAM, Documento conclusivo de Aparecida.
DCE Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est.
DI Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM
en Aparecida.
DV Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum.
Eam Juan Pablo II, Exhortación postsinodal Ecclesia in America.
GS Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes.
LG Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium.
NMI Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millenio Ineunte.
SC Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium.
S. Th Santo Tomás, Summa Theologia
VS Juan Pablo, Encíclica Veritatis Splendor.
Las abreviaturas del Antiguo y del Nuevo Testamento corresponden a las siglas de la
Biblia de Jerusalén.
_______________________________________________________________________________ 12 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
Para comenzar...
«El Espíritu Santo es la Novedad,
es la presencia de Dios-con-nosotros.
Sin el Espíritu Santo,
Dios queda lejos,
Cristo permanece en el pasado,
el Evangelio es letra muerta,
la Iglesia es pura organización,
la autoridad tiranía,
la misión propaganda,
el culto mero recuerdo
y el obrar cristiano una moral de esclavos.
En cambio, en el Espíritu Santo,
el mundo es liberado,
el hombre se perfecciona,
Cristo Resucitado está aquí,
el Evangelio es fuerza de vida,
la Iglesia significa comunión trinitaria,
la autoridad es un servicio liberador,
la misión es Pentecostés,
la liturgia es memorial y anticipación
y la acción humana es divinizada»5.
Para la reflexión personal:
1. ¿Qué sería nuestra vida y
nuestra fe sin la presencia del
Espíritu Santo?
2. Invoca con frecuencia el don del Espíritu:
¡Ven, Señor Jesús, y envíanos tu Espíritu!
Llénanos con sus siete dones y haznos
dóciles a sus inspiraciones.
5 Ignacios Hazim. Intervención en el Consejo Ecuménico de las Iglesias. Upsala 1968.
_______________________________________________________________________________ 13 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Imagen 1: Representación del Espíritu Santo que preside el retablo de la Basílica de San Pedro en el
Vaticano.
DESARROLLO DEL APRENDIZAJE
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
I UNIDAD:
LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
_______________________________________________________________________________ 14 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
1.1. Aproximándonos a la espiritualidad humana.
«En el principio creó Dios el cielo y la tierra.
La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo,
y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas»
(Gn 1,1-2)
1.1.1. ¿Qué se entiende por “espiritualidad”?6
Clarificando términos
Para comenzar nos serviremos de las aportaciones de diversos teólogos sobre algunos
términos que con frecuencia aparecen íntimamente relacionados, pero que conviene
distinguir:
a) Espiritualidad7
El término «espiritualidad» puede tener los siguientes significados:
a) Espiritualidad es «la cualidad de lo que es espiritual» (por ejemplo, de Dios, de los
ángeles, del alma humana, de la Iglesia).
b) Espiritualidad es sinónimo de piedad realmente poseída (por ejemplo, de un santo, o
de todo aquel que tiene relaciones de servicio con lo Divinum, aunque no sea cristiano).
c) Espiritualidad es la ciencia que estudia y enseña los principios y las prácticas que
componen la piedad o el servicio de Dios.
d) Espiritualidad equivale también a doctrina espiritual, incluso a la misma «teología
espiritual ascética y mística».
e) Espiritualidad puede también identificarse con escuela de espiritualidad.
Hay también muchos sinónimos usados o preferidos por autores para indicar la
espiritualidad entendida como servicio de Dios o como ciencia espiritual. Citamos
algunos: camino de vida espiritual, método, modo o modalidad, orientación, mentalidad,
corriente, actitud, fórmula, forma o norma de vida, aplicación o interpretación particular
del mismo ideal evangélico, estilo o tipo o género de vida religiosa, matiz, tradición
espiritual, experiencia, caracterización. En los documentos pontificios salen con más
frecuencia los siguientes sinónimos: camino, método, forma, género de vida, doctrina
ascética, enseñanza espiritual, fisonomía o familia religiosa, espíritu escuela espiritual.
6 Cf. E. Ancilli. Diccionario de Espiritualidad. Barcelona: Herder; 1983.7 Cf. Diccionario de Espiritualidad, Espiritualidad, Herder, 1989.
_______________________________________________________________________________ 15 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
Como vemos, resulta difícil presentar una definición universalmente aceptable de
espiritualidad. Encontramos distintas formas de entender la espiritualidad8:
a. Por un lado, es común presentar la espiritualidad como sinónimo de vivir bajo la acción
del Espíritu. Vida espiritual y vida en el Espíritu se presentan como la misma realidad. No
cabe la duda que la presencia del Espíritu es lo más radical en la espiritualidad. Pero se
necesitan, además, otros datos.
b. Por otro lado, se presenta también la espiritualidad como la forma envolvente y
unificadora de entender toda la vida: Dios, el hombre, la muerte, el universo, la historia, el
amor. H.U. von Balthasar describe la espiritualidad como «la actitud básica, práctico o
existencial, propia del hombre y que es consecuencia y expresión de una visión religiosa
-o, de un modo más general, ética- de la existencia». En esta definición plantea la
espiritualidad como expresión de la persona integrada desde el valor religioso.
Los autores católicos admiten la existencia de espiritualidades específicas en
el seno de la común espiritualidad cristiana y católica, aunque hay diferencias y
divergencias en el modo de concebirlas. Hay una gran riqueza y variedad de
espiritualidades y de escuelas respectivas en la única Iglesia de Cristo.
Para tratar de distinguirlas, proponemos diversos criterios para su clasificación:
a. Criterio étnico-geográfico: por ejemplo, espiritualidad oriental y occidental, italiana,
francesa, española, alemana, rusa, inglesa, americana, etc.
b. Criterio doctrinal o según las verdades de fe preferidas: espiritualidad trinitaria,
cristológica, pentecostal, eucarística, mariana, etc.
c. Criterio ascético-práctico o según las virtudes preferidas, enseñadas o practicadas
particularmente: espiritualidad de la penitencia, de la gratuidad, de la liberación...
d. Criterio antropológico o psicológico: espiritualidad intelectualista o especulativa,
afectiva, práctica.
e. Criterio de los estados y de las profesiones: espiritualidad laical, presbiteral y religiosa;
de los médicos, de los maestros, de los campesinos, de los obreros, de los literatos, etc.
f. Criterio histórico-cronológico: espiritualidad paleocristiana, medieval, moderna,
renacentista, barroca, contemporánea.
g. Criterio de los grandes fundadores de órdenes o congregaciones religiosas:
8 Cf. S.Gamarra. Teología espiritual. BAC: Madrid; 1994: 36-38.
_______________________________________________________________________________ 16 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
espiritualidad agustiniana, benedictina, franciscana, dominicana, carmelitana, ignaciana,
salesiana, etc. Generalmente, se da preferencia a este criterio.
1.1.2. ¿Qué entendemos por Vida espiritual?9
En sentido estrictamente cristiano la vida espiritual es la vida misma de y en el
don de Dios, comunicada en Cristo, del Espíritu Santo que anima la existencia del
creyente. La vida espiritual es la vida según el Espíritu, la existencia humana conducida
por la parte más noble de uno mismo, que es el Espíritu Santo dado a los creyentes. Vida
espiritual es también sinónimo de vida cristiana en el sentido profundo de «vida en
Cristo», es decir, en comunión con Cristo y según su palabra. La connotación de «vida
espiritual» tiene especialmente en San Pablo una referencia explícita a la dialéctica
hombre carnal-hombre espiritual (pneumatikós) (cf. 1 Cor 2,14; 3,3) y a la convicción de
que los cristianos como hijos de Dios «son guiados por el Espíritu», «viven según el
Espíritu» (Rom 8,14; Gál 5,25). La palabra espiritual recuerda siempre la acción personal
del Espíritu Santo. Los escritores cristianos de la antigüedad forjaron entonces la palabra
spiritualis, aplicada posteriormente a la vida cristiana o al conjunto de sus valores y
ejercicios (spiritualitas).
Por tanto, en el sentido más usual la vida espiritual se ha convertido hoy, con las
relativas matizaciones, en sinónimo de vida interior, cristiana, evangélica, virtuosa, vida
de perfección o de santidad, ascesis, mística, con todas sus exigencias y componentes.
La complejidad y riqueza de este concepto no nos permite más que señalar algunos
aspectos o connotaciones generales.
a. La fuente de la vida espiritual es la misma revelación de Dios, entendida como
autocomunicación de Dios mismo, de su verdad, de su vida y de su designio de
salvación, por medio de Cristo y en el Espíritu Santo, con la que Dios invita al hombre a
comulgar con él (DV 2), para que pueda realizar su vocación de criatura y logre alcanzar
la razón más alta de su dignidad, que es la comunión con Dios (GS 19).
9 J. Castellano. Vida espiritual. Diccionario Teológico Enciclopédico. Estella: Verbo Divino; 1985. Disponible: http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=848; cf. J. Castellano. Liturgia y vida espiritual: teología, celebración, experiencia. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica; 2006: 34-36.
_______________________________________________________________________________ 17 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
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b. Esta vida divina, anunciada y ofrecida en Cristo, se comunica por medio de los
sacramentos, especialmente mediante el bautismo, sacramento de la regeneración y
«puerta de la vida espiritual», y mediante la eucaristía, que es como «la consumación de
toda la vida espiritual», según la conocida expresión de Santo Tomás (S. Th. 111, q.73,
a.3 a. C.).
c. Como la vida espiritual ha sido vinculada por Cristo a la economía visible sacramental
de su Cuerpo que es la Iglesia, en la que se comunica la vida divina por medio de los
sacramentos (LG 7), la vida espiritual cristiana es indisolublemente vida en la Iglesia y en
comunión con ella, con su ministerio, con su liturgia, con su misión; el crecimiento en la
vida espiritual se mide por una maduración de la vida eclesial en las obras de
evangelización, de caridad, de testimonio apostólico.
d. Para acoger y desarrollar la vida cristiana, el creyente posee el organismo sobrenatural
de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, del don personal del Espíritu Santo y
de sus dones específicos, los cuales, a pesar de que han sido conferidos por Dios, se
activan mediante la respuesta libre del hombre para llegar a la plenitud de la vida divina.
e. Los compromisos y los frutos de la experiencia cristiana tienen una incidencia
particular en el crecimiento de la vida espiritual, ya que tienden a desarrollar la gracia y a
configurar desde dentro al cristiano hasta la madurez según las normas del Evangelio, las
bienaventuranzas, que son el código de la nueva vida en el reino de Cristo, las virtudes
morales, los dones y los frutos del Espíritu Santo. Son el criterio claro y seguro de
discernimiento de una auténtica vida espiritual, que encuentra en la caridad con Dios y
con el prójimo la plenitud de la ley nueva y de la vida.
f. La vida espiritual se desarrolla mediante las virtudes teologales y tiende a la comunión
perfecta con la vida trinitaria; alcanza un dinamismo particular mediante la oración y la
unión con Dios, acompañada de la ascesis para realizar la vocación universal a la
santidad (LG V). Esto requiere una adecuada formación y un cuidado espiritual particular
en comunión con la Iglesia.
g. La vida espiritual, aunque responde a una vocación común y comunitaria, exige la
respuesta a seguir la propia vocación en la Iglesia, con una atención particular a la
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llamada y al servicio eclesial, a la misión, a las circunstancias concretas de vida y de
trabajo (vocación sacerdotal, religiosa, laical, matrimonial).
h. Finalmente, como atestigua la historia de la Iglesia y en particular la historia de la
espiritualidad, bajo la guía del Espíritu Santo, la vida de los cristianos en cada época y en
cada cultura puede revestir características que expresan diferencias y matices a la hora
de atestiguar la riqueza inagotable de la gracia de Cristo, aun dentro de la unidad
fundamental de la santidad cristiana, con sus tendencias, sus maestros, sus movimientos,
sus experiencias de vida espiritual, sus modelos de vida y santidad. Esta variedad de
expresiones responde, por una parte, al camino que va recorriendo la Iglesia en el tiempo
y, por otra, a las circunstancias geográficas, históricas y culturales diversas que tiene que
arrostrar la Iglesia en su diálogo con el mundo en que vive. A esta renovación y
enriquecimiento de la vida espiritual de la Iglesia contribuye la acción del Espíritu, que
rejuvenece continuamente a la Esposa de Cristo y la lleva hacia la plenitud de la vida y de
la santidad (LG 4).
1.1.3. Atlas mundial de los creyentes
Fuente: The Power Of Faith. How Religion Impacts Our World. Der Spiegel special N° 9/2006.
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«El paisaje religioso mundial está atravesando una verdadera conmoción. Las
recomposiciones del islam o del cristianismo, el ascenso del secularismo, el choque de
los fundamentalismos así como las renovaciones espirituales auténticas tienen un
impacto directo en nuestras sociedades. Demografía, economía, derecho, medio
ambiente, paisaje urbano... desde la vida personal hasta las relaciones internacionales,
nada es ajeno a la religión. La cultura permanece opaca y la geopolítica no puede
entenderse si se ignoran esos cimientos y estremecimientos (…).
Iglesias, templos, mezquitas: las religiones, ancladas en el espacio geográfico,
llevan en sí la identidad de los pueblos. Las religiones evolucionan, se expanden, se
retraen. Santuarizan territorios; destinan otros a lo prohibido. Parroquias de los católicos,
bosques sagrados de los animistas, marcan con su impronta el recorte espacial. También
conquistan territorios. A mediados del siglo XV, el cristianismo parecía ser una religión de
europeos, mientras que le islam era ante toda la religión de los árabes y los turcos. Sin
embargo, a partir del siglo XV, ambas religiones comenzaron una nueva expansión,
aprovechando los progresos de la navegación. En esa época, la mayor parte del resto del
mundo -las Américas, Australia y la mayor parte de África- adoraba a dioses locales y
vivía alejada de los monoteísmos conquistadores. La expansión de esas dos religiones
transformó entonces el mundo y condujo a la casi desaparición de los cultos locales. En
el siglo XX, el marxismo y el secularismo impactan sobre las identidades religiosas. La
caída del comunismo en 1991 conllevó una revitalización de la espiritualidad: se
redescubre la religión incluso mientras el comunismo todavía está en el poder, como en
el caso de China y de Corea del Norte. Ese resurgimiento del espíritu religioso no
significa que haya un esfuerzo por recuperar los buenos viejos tiempos: las creencias han
sido transformadas por la experiencia vivida»10.
10 Denis J.P. El Atlas de las religiones de Le Monde Diplomatique. Edición Cono Sur. Buenos Aires: Capital Intelectual; 2009: 14
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Fuente: The power of faith. How religion impacts our world. Der Spiegel special N° 9/200611.
Para la reflexión personal:
1. A la luz de todo lo leído, atrévete a dar una primera definición de “vida
espiritual”.
2. ¿Por qué consideras que, desde siempre y en todo lugar, la
humanidad cultiva la vida espiritual? ¿Qué beneficios le comporta a nivel
personal y social?
3. Invoca al Espíritu Santo que está en ti y haz un compromiso de cuidar más y mejor
tu vida espiritual.
1.2. La espiritualidad del ser humano12
«Los que viven según la carne, desean lo carnal;
mas los que viven según el espíritu, lo espiritual.
Pues las tendencias de la carne son muerte;
mas la del espíritu, vida y paz,
ya que las tendencias de la carne llevan al odio de Dios (...)
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu,
ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes.
11 Para un análisis más detallado de cada una de las principales religiones en el mundo: http://www.spiegel.de/international/spiegel/0,1518,460233,00.html12 Cf. P. Marti. Vida espiritual. En: Izquierdo C (dir.). Diccionario de teología. 2ed. Pamplona: Eunsa; 2007: 1010-1012.
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Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne
para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis.
Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis»
(Rom 8,5-13)
Un primer sentido de «vida espiritual» es el que se refiere a la vida de los seres
espirituales, del mismo modo que la vida vegetal es la vida de las plantas, o la vida
animal la de los animales. Pero no todos los seres espirituales son iguales. Cuando se
trata de la espiritualidad del ser humano es preciso matizar, para diferenciarla de la
espiritualidad de Dios o de los ángeles.
Es cierto que la vida espiritual es la vida más allá de lo sensible o material; pero
profundizando más, podríamos afirmar que la vida espiritual es principalmente la vida de
relación con Dios. Pero si la vida espiritual es la vida de los seres espirituales, la vida
espiritual humana es toda la vida del ser humano, toda la vida humana y no sólo su trato
con otras personas o con Dios.
Por tanto, es necesario preguntarnos por el sujeto concreto de esa vida: ¿qué
caracteriza la vida de ese ser espiritual que es la persona humana? Por ser espíritu
debemos subrayar que en el ser humano todo va más allá de lo sensible y material.
Acciones como la nutrición, el crecimiento, etc., cuando las realiza el hombre participan
de su dimensión espiritual, nunca son simplemente acciones materiales o sensibles. Toda
la vida del hombre es espiritual, también las actividades marcadas claramente por su
corporalidad como el comer, vestirse o descansar. Lógicamente algunas acciones tienen
un mayor grado de espiritualidad, pero todas participan de esa dimensión superior. Por
ser espíritu encarnado que necesita de lo corporal, no puede conocer ni amar
independientemente de lo material.
Ahondando un poco más en esta realidad, no podemos olvidar que la humanidad tiene
su historia. Una historia que puede describirse en su dimensión más profunda como
«historia de salvación». Ella nos habla de la vida y la relación existente entre Adán, padre
de los hombres, y Cristo, nuevo y definitivo Adán. Esta relación implica que el modelo de
hombre es Jesucristo; y por tanto que el discípulo de Cristo -el cristiano- es el ser
humano más auténtico, que todo ser humano está llamado a ser cristiano (por medio del
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don de la gracia), que la vida cristiana es una especial plenitud de la vida humana.
Podemos afirmar en una primera aproximación que dos notas caracterizan la vida
espiritual. De un lado, la conjunción de vida espiritual, vida interior y vida creyente,
aunque esto no sea algo exclusivo de la vida cristiana. De otro, y aquí reside lo
radicalmente nuevo, ser fruto de la iniciativa divina y, por tanto, don gratuito que eleva el
ser humano al nivel sobrenatural.
1.2.1. Vida espiritual, vida interior y vida creyente
La vida espiritual se relaciona con la vida interior y con la vida propia de un hombre y
de una mujer creyente, aunque no significa lo mismo. Se advierte en la historia y en la
persona individual cómo espontáneamente la vida interior lleva a la vida espiritual de
relación con los demás, y cómo no, también de manera espontánea, la búsqueda del otro
que lleva a la búsqueda del Otro, de ese ser trascendente y divino que es Dios. La vida
interior, la vida espiritual y la vida religiosa se integran de manera armónica. «Desde este
punto de vista, el cristianismo aparece como una forma de vida espiritual en la que la
relación más personal y más íntima se produce con un Dios -que es también lo más
personal en su realidad trascendente-, una relación que está plenamente reconocida y
formalmente cultivada. El cristiano, frente a otras formas espirituales como el budismo o
hinduismo, tiende a la expansión completa de una vida plenamente humana, al mismo
tiempo que plenamente personal, en el descubrimiento de un Dios que no sólo es
también una persona, sino el ser personal por excelencia» (L.Bouyer).
Dimensiones esenciales
de toda espiritualidad:13
1. El camino hacia el interior.
2. El camino a lo trascendente.
3. El camino hacia los otros.
13 Cf. S.Gamarra. Teología espiritual. BAC: Madrid; 1994: 33-36.
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1.2.2. Iniciativa de Dios
La vida espiritual cristiana implica esta armonía entre interioridad, espiritualidad y
religiosidad, pero no radica ahí su principal novedad. En el fondo no basta simplemente
con decir que la vida espiritual cristiana está dominada por la idea de que Dios es
persona. Hay que decir algo más: esa vida nace del hecho de que Dios se nos ha
revelado como tal, nace de la iniciativa divina. Dios se nos ha dado a conocer en Cristo
como alguien, por sus palabras y por sus acciones. Toda la vida espiritual de los
cristianos se origina y se funda en el hecho de que Dios nos ha hablado a través de su
Palabra viviente, que se ha hecho carne entre nosotros. En otros términos, la vida
espiritual en el cristianismo no parte de cierta concepción sobre Dios, ni siquiera de la
idea de un Dios personal, sino de la fe propiamente cristiana. Es decir, de la vida del Dios
trino anunciada y comunicada en Cristo, transmitida por el Espíritu Santo a través de la
Iglesia a cada hombre. El asentimiento que damos a la palabra de Dios, la fe, es un
asentimiento fundado en nuestra libertad de querer creer, pero sobre todo en el don de
Dios que nos da a conocer esta palabra, que se nos entrega en Cristo Jesús.
La iniciativa de Dios no es sólo un mensaje, sino una persona -Jesucristo- en la que se
nos comunica el mismo Dios trino. La vida espiritual se presenta así como la vida en
Cristo. «No soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí». Esta vida por Cristo, con
Cristo y en Cristo propia del mensaje cristiano es la vida según el Espíritu divino que Dios
ha derramado en nuestros corazones; la vida de hijos de Dios que se relacionan con su
Padre Dios a lo largo de su vida terrena, a la espera de la plenitud eterna. Así pues, la
vida cristiana, que engloba todo lo humano, tiene como modelo a Cristo y en Cristo es
vida de relación real con la Trinidad.
Como vemos, muchos aspectos configuran la vida cristiana. Por eso, junto a la
perspectiva antropológica (la vida cristiana es la vida espiritual del ser humano elevado
por la gracia), núcleo central de nuestro estudio porque lo que nos interesa es la vida
espiritual del hombre cristiano, debemos tener en cuenta la perspectiva trinitaria y
cristológica. Ambas están íntimamente ligadas porque Cristo, Hombre perfecto, es el
Verbo de Dios encarnado. Si desde la perspectiva trinitaria se subraya la vida cristiana
como vida de hijos de Dios Padre en el Hijo por el Espíritu Santo, la vida cristiana es la
vida espiritual guiada bajo la acción del Espíritu. Desde el principio cristológico se
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muestra la Humanidad Santísima de Jesucristo como camino hacia el padre que debe
seguir el hijo de Dios. Lo esencial es el fundamento antropológico sobrenatural de la vida
cristiana, pero éste sólo se entiende desde el aspecto cristológico y trinitario. La vida
espiritual cristiana es la vida del cristiano, en Cristo y con la Trinidad.
Dos verdades teológicas nos sirven de clave para estructurar la reflexión. La definición
del ser humano: el hombre es imagen de Dios, la imagen personal de Dios en el mundo
actual, y la consideración de que el cristiano es hijo de Dios. El ser humano es imagen
unipersonal del Dios tripersonal. El conocimiento y amor humanos llegan a ser realmente
conocer y amar a Dios porque Dios mismo inhabita en el alma y actúa en el mundo a
través del hombre: el Espíritu Santo derrama la caridad en el mundo a través del corazón
humano. El hombre conocer y ama a Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque
participa de su vida íntima como verdadero hijo de Dios.
1.2.3. Naturaleza de la vida espiritual: el hombre es imagen de Dios14.
«Dios creó al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó»
(Gn 1,27)
El ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Es por ello que ocupa un lugar único en
la creación: sólo él está llamado a participar en la vida de Dios por el conocimiento y el
amor. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad. De
todas las criaturas visibles sólo él es «capaz de conocer y amar a su creador» (GS 12),
porque es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS 24).
El hombre es la imagen de Dios porque -como Dios- es espíritu, ser dotado de
inteligencia y voluntad, capaz de conocimiento y amor y, en consecuencia, apto para
trascender la materialidad y, con ella, el espacio y el tiempo. Hay una proximidad a Dios,
que le abre a la relación directa con Dios mismo. Porque es espíritu puede conocer a
Dios, saber de Dios, relacionarse con Dios.
a) Espiritualidad: La vida espiritual está marcada por la presencia de la inteligencia
y de la voluntad, que permiten conocer la verdad y amar el bien. El ser humano ha sido
14 Cf. P. Marti. Vida espiritual. En: Izquierdo C (dir.). Diccionario de teología. 2ed. Pamplona: Eunsa; 2007: 1012- 1017.
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creado por amor y ha sido destinado al amor. La felicidad para los seres espirituales es la
posesión de la verdad, sobre todo, la Verdad suprema, Dios.
b) Relacionalidad: Que el ser humano es imagen de Dios significa que es persona,
no es solamente algo, sino alguien. Es decir, un sujeto único e irrepetible capaz de
conocerse (por la inteligencia de sí mismo), de poseerse (por el dominio de sí radicado en
la propia voluntad) y de darse libremente a los demás. La vida espiritual se comprende
como vida personal, ésta como vida de relación con los otros, búsqueda de un tú, alguien
con igual dignidad con quien compartir conocimiento y amor. La relacionalidad está
caracterizada por el salir de uno mismo, para dirigirse al otro y darse a él. La persona «no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí misma a los
demás» (GS 24). El conocer, aceptar y querer la verdad de la propia vida nos lleva a la
relación con los demás seres; una relación de conocimiento y amor que se perfecciona
en la entrega del propio ser a Dios y a los demás, porque la verdad de la vida se resume
en el amar a Dios y al prójimo.
c) Corporalidad: El núcleo de la imagen de Dios radica en la espiritualidad, pero
no se agota en ella. La espiritualidad, que constituye el centro del ser humano, afecta a la
totalidad de sus dimensiones incluidas las corporalidad y la relación con el conjunto de la
realidad creada, es decir, con el cosmos material. La persona humana, creada a imagen
de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El conocimiento y el amor humanos no
son puramente espirituales, sino que necesitan del cuerpo. Dios quiere al hombre en su
totalidad, a su vez todo el hombre debe querer a Dios; toda su realidad, no sólo su
inteligencia y su voluntad, sino sus afectos, sus deseos, sus obras, etc.
d) Historicidad: La corporalidad hace que la persona humana tenga tiempo e
historia; implica la necesidad que tiene el ser humano de perfeccionarse paso a paso,
integrando y armonizando los distintos aspectos de su vida progresivamente. La persona
debe crecer: en conocimiento de la propia verdad (mi identidad última de hijo de Dios; mis
capacidades reales -virtudes y defectos-, etc.); en el dominio propio ante las situaciones
interiores y exteriores; en la integración de todas las actividades (familiar, laboral, social,
etc.); en su objetivo o fin personal último (el cumplimiento de la propia vocación a la
santidad).
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e) Sobrenaturalidad: La persona en ese juego continuo de verdad, amor y libertad,
entra en comunión con otras personas y con Dios. Pero estas relaciones están
determinadas por la llamada a la alianza con Dios, a la comunión con el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo mediante una respuesta libre de fe y de amor que ningún otro ser puede
dar en su lugar. La gracia diviniza el conocimiento y amor humanos.
La vida espiritual cristiana presupone la redención completa del ser humano por la
elevación al plano sobrenatural. La gracia no destruye la naturaleza sino que la asume y
eleva, por eso la vida cristiana es realmente la vida humana llevada a un grado de
especial plenitud. Todos los resortes de la persona, principalmente su conocer y su amar,
son elevados a lo divino. El cristiano conoce y ama como Dios principalmente mediante la
fe y la caridad, verdadero conocimiento y amor sobrenaturales. De esta manera es
introducido a una vida de comunión íntima con la Trinidad: la vida espiritual es vida
trinitaria.
f) Vida espiritual y vida trinitaria: El hombre es imagen personal del Dios trinitario.
Dios desciende al ser humano hasta el punto de que el hombre ha sido introducido en la
vida íntima de Dios y Dios se ha introducido en la vida íntima del hombre. Recuerda San
Pablo: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?» (1 Co 3,16). La vida espiritual es la vida con Dios, vida trinitaria en Cristo y
según el Espíritu. La vida espiritual consiste en percibir cada vez con mayor hondura la
cercanía de Dios en mi vida y ser coherente con el proyecto que tiene conmigo, con el
proyecto que yo soy («nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos
santos y sin mancha en su presencia, por el amor» Ef 1,4). La vida espiritual es darme
cuenta de que mi vida es como antes, pero ahora con un interlocutor divino, una vida con
Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo.
g) Vida trinitaria y filiación divina: La presencia de Dios en el alma lleva consigo
una transformación radical del ser humano. La inhabitación de la Trinidad en el cristiano,
por la acción del Espíritu santo que nos incorpora a Cristo, nos transforma en hijos de
Dios Padre. El cristiano participa de la vida divina como hijo de Dios. La existencia
cristiana no es otra cosa que la vida de los hijos de Dios. La filiación cristiana explica todo
el misterio del hombre. Esa es nuestra manera de ser, nuestro ser delante de Dios, la
condición ontológica del cristiano: hijo adoptivo en el Hijo unigénito del Padre. Los
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cristianos somos «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4), de la vida trinitaria; «no
sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos» (1 Jn 3,1). Esta transformación del
ser nos hace participar de la única Filiación natural del Dios Hijo, por eso se afirma que
somos hijos en el Hijo. El hombre ya no es sólo criatura y como tal un ser hacia Dios, sino
hijo y por tanto un ser hacia Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo, un ser que vive, conoce, ama
y trata con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
h) El crecimiento de la vida espiritual: la vida espiritual es vida. Como cualquier
vida, requiere un crecimiento, una maduración, un progreso. Por su propia esencia está
abierta al crecimiento: ya lo tiene todo, porque la plenitud de la vida está desde el inicio,
pero a la vez debe realizarse. San Pablo señala que hay que aplicarse a él
deliberadamente: «olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme a lo que
tengo por delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama
desde lo alto por Cristo Jesús» (Flp 3,13-14). Este desarrollo del cristiano se inserta en
un crecimiento de toda la Iglesia, cuyo término califica también San Pablo: «Hasta que
nos encontremos todos en la unidad de una misma fe y de un mismo conocimiento del
Hijo de Dios, al estado de una varón perfecto, a la medida de la edad perfecta, según la
cual Cristo se ha de formar místicamente en nosotros» (Ef 4,13).
Para la reflexión personal:
1. ¿Estás de acuerdo con la afirmación: “la vida espiritual cristiana es
iniciativa de Dios”?
2. ¿Qué implicaciones prácticas para la vida personal y social conlleva
considerar al ser humano como imagen de Dios?
3. Reza una de las oraciones básicas del cristiano del Anexo 2.
1.3. La espiritualidad cristiana
«Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en temor;
antes bien, han recibido un espíritu de hijos adoptivos
que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!
El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu
para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si somos hijos, también herederos:
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herederos de Dios y coherederos de Cristo,
si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados»
(Rom 8,14-17)
La espiritualidad cristiana conlleva la integración de toda la persona desde la fe, la
esperanza y el amor, esto es, desde la vida teologal. La espiritualidad entendida desde
esta clave entraña una serie de implicaciones:
a) La espiritualidad se entiende en referencia a la estructura de toda la persona, no
como algo que se sobreañade o como algo accidental a la persona. En esta
estructuración de toda la persona deben estar presentes todas las dimensiones de la
persona; también la inserción en el mundo y las relaciones con los demás. Nada queda
fuera: actitudes, comportamientos, relaciones. La espiritualidad se presenta como
resultado de dicha integración; no como una programación que responde a un deseo o a
una aspiración. La espiritualidad es vida, se vive.
b) Esta estructuración se hace desde la fe, desde la madurez de la fe o desde la vida
teologal. Todo debe estar en coherencia con la realidad teologal de la persona: «hijo y
hermano en Cristo». La espiritualidad hace referencia a la misma identidad del cristiano.
c) Es la misma identidad de cristiano la que incluye espiritualidad. No es un
sobreañadido, ni tampoco es un ropaje adicional a lo que supone ser cristiano. La
espiritualidad es de la identidad de la persona cristiana. No se trata tanto de estar
imponiéndose una espiritualidad, cuanto de vivir la espiritualidad en consecuencia con la
propia identidad cristiana. La espiritualidad no es, pues, un dato previo, desde el cual se
fija la identidad de la vida cristiana, sino al revés.
Llegados a este punto, hemos de preguntarnos cuál es la especificidad de la
espiritualidad cristiana. Subrayaremos, a continuación, su carácter trinitario (1.2.1),
cristocéntrico (1.2.2), comunitario y eclesial (1.3).
1.3.1. Espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo15
Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el
sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es
15 CELAM. Documento final de Aparecida. Aparecida: Paulinas; 2007. 240-244. A partir de ahora DA.
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unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos
plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda
espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad.
Es Dios Padre quien nos atrae por medio de la entrega eucarística de su Hijo (cf.
Jn 6,44), don de amor con el que salió al encuentro de sus hijos, para que, renovados por
la fuerza del Espíritu, lo podamos llamar Padre: Cuando llegó la plenitud de los tiempos,
Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley, para
liberarnos del dominio de la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos
de Dios. Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros
corazones, y el Espíritu clama: ¡Abbá! ¡Padre! (Ga 4,4-5). Se trata de una nueva
creación, donde el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, renueva la vida de las
criaturas.
En la historia de amor trinitario, Jesús de Nazaret, hombre como nosotros y Dios
con nosotros, muerto y resucitado, nos es dado como Camino, Verdad y Vida. En el
encuentro de fe con el inaudito realismo de su Encarnación, hemos podido oír, ver con
nuestros ojos, contemplar y palpar con nuestras manos la Palabra de vida (cf. 1 Jn 1,1),
experimentamos que “el propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad doliente y
extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja
descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro de su hijo
pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino de la explicación de su
propio ser y actuar” (DCE 12). Esta prueba definitiva de amor tiene el carácter de un
anonadmiento radical (kénosis), porque Cristo “se humilló a sí mismo haciéndose
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8).
El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que
surge en la historia y al que llamamos discípulo: «No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE
12).
La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la
presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros
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discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la
excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al
hambre y sed de vida que había en sus corazones. El evangelista Juan nos ha dejado
plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que
lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: «¿Qué buscan?» (Jn 1,
38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: «Vengan y lo verán» (Jn 1,
39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano.
1.3.2. Cristocentrismo de la vida espiritual cristiana16
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», afirma Jesús en la conversación que
mantuvo con los discípulos después de la última cena. Y a continuación añade: «nadie va
al Padre si no es a través de mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi
Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto» (Jn 14,6-7). Es por Cristo y en Cristo el
modo como Dios Trino se comunica al hombre. Y es en Cristo y con Cristo como el
hombre, acogiendo el don del Espíritu Santo, crece en vida espiritual y llega a la plena
comunión con Dios Padre. El horizonte del caminar cristiano es la participación en el vivir
trinitario y Cristo, el Verbo hecho carne, nos conduce hacia la participación en ese vivir.
Somos hijos en el Hijo, y precisamente en el Hijo hecho hombre. Con otras palabras, la
existencia cristiana que es, ante todo, teocéntrica, puesto que culmina en Dios Padre,
fuente y origen de la Trinidad, es también, e inseparablemente, cristocéntrica, puesto que
para llegar al Padre se pasa por Cristo, única vía que conduce a esa meta del existir
humano que es la comunión con la Trinidad. Se puede, por eso, hablar de un
cristocentrismo o, en términos más clásicos, de una centralidad de Cristo respecto de la
vida espiritual.
16 Cf. J.L.Illanes. Cristo y la vida espiritual. En: Izquierdo C (dir.). Diccionario de Teología. Pamplona: Eunsa;
2007: 539-545.
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Cristo es
la
Verdad
Porque en Él, en su vida y en su persona, se
revela el amor infinito con que Dios ama al
hombre y, en consecuencia, la verdad de Dios y
del hombre, la realidad inefable de que la
participación en la vida divina es la meta a la
que Dios convoca al ser humano.
Cristo es
el
Camino
Porque, con su palabra y con su vida, nos
muestra la vía que permite llegar a la meta: se
accede a la participación en la vida trinitaria,
uniéndose a Cristo, reproduciendo en la propia
vida, bajo la guía del Espíritu Santo, la vida de
Jesús hasta llegar a formar una sola cosa con
Él.
Cristo es
la
Vida
Porque resucitado y ascendido a los cielos,
atrae hacia Sí, comunicando, mediante el envío
del Espíritu Santo y la efusión de la gracia, la
vida y la fuerza que permiten recorrer el camino
y llegar a la comunión con la Trinidad,
incoadamente durante el existir terreno,
plenamente, si se ha sido fiel al don de la
gracia, en la eternidad.
¿Cuáles son las actitudes espirituales que implica el cristocentrismo?
a. Creer en Cristo
La relación con Cristo se inicia con la fe. Más concretamente, con una fe plena en Él; es
decir, fe no sólo en su palabra sino en su persona, en su realidad de Hijo de Dios hecho
hombre y, por tanto, fe en el amor divino del que la encarnación es expresión y fruto.
«Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien Tú has enviado», declara Jesús en el contexto del pasaje que suele ser designado
como oración sacerdotal de Cristo (Jn 17,3). Ésa es la vida en el sentido más radical y
profundo, la vida que, iniciándose en el tiempo, está destinada a durar por toda la
eternidad. Tener fe en Cristo es reconocer, basándose en el testimonio del mismo Jesús,
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su condición de Hijo eterno de Dios Padre. Y, reconociendo esa realidad, elevarse desde
la contemplación de su humanidad, hasta el hondón de su misterio, hasta la persona del
Padre que le envía, y entrever, aunque sea en la fe y en la lejanía, la riqueza infinita del
vivir trinitario.
Creer en Cristo connota -como todo acto de fe- un momento intelectual: la comprensión
de un mensaje y la aceptación de su verdad. Pero en la medida en que ese mensaje
hace referencia no a una mera información, sino a una comunicación de vida, implica -si
el momento intelectual desemboca en un verdadero creer- mucho más: implica aceptar la
vida que se comunica y, en consecuencia, dejarse comprometer por esa vida, estar
dispuestos a vivir no sólo de acuerdo con ella sino a partir de ella. Ser cristiano, ser
creyente significa «estar aprisionados, estar dominados -en todas las dimensiones de la
voluntad de vivir- por la voluntad de vivir de Cristo, ser transplantados a su afirmación
infinita, nutridos de sus fuerzas personales originarias, y esto en todo el campo de la vida,
en lo sensitivo como en lo espiritual, en lo orgánico como en lo inorgánico, en lo ético
como en lo estético, en lo individual como en lo social. En el fondo, la fe en Cristo no es
otra cosa sino la actitud [... de quien] se sumerge en el yo de Cristo y en Él vive»
(K.Adam).
Creer en Cristo es, en suma, confesar con todas las veras del espíritu, de modo
existencialmente comprometido, la divinidad de Cristo. Más concretamente, la realidad
del hacerse presente la divinidad en la humanidad concreta de Jesús, para desde ella
redundar en todos los hombres. Y, en consecuencia, reconocer, con admiración y
gratitud, la plenitud con que Dios ama al hombre, a todo hombre, ya que eso es lo que
implica la encarnación. Con una fe así, con una fe que al menos incoativa y
germinalmente sea así, se inicia toda auténtica relación con Cristo y, con ella, la vida
espiritual cristiana. Sin olvidar que una fe así trae consigo, mejor dicho, implica
necesariamente, amor. No se es fiel al dinamismo propio de la fe en Cristo sin responder
con el propio amor al amor que en Cristo se desvela, y cuya realidad se reconoce y
confiesa en la fe. Cristo resucitado pidió a sus discípulos, no sólo que creyeran en Él y
continuaran la misión que Él mismo había recibido del Padre (cf. Mt 28,18-20; Mc 16,15-
16), sino que le amaran y que amándole a Él, amaran al Padre que le envía. «Simón, hijo
de Juan, ¿me amas más que éstos?», fue la pregunta que Jesús dirigió por tres veces a
Pedro, antes de confiarle la misión para la que le tenía destinado (cf. Jn 21,15-17). Y
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poco antes, en el mismo Evangelio: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése
es el que me ama, y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y me
manifestaré a él» (Jn 14, 21).
La vida espiritual puede por eso ser descrita como una vida que se desarrolla en la
medida en que, profundizando en la fe y dejándose guiar por el Espíritu Santo, se crece
en el amor a Cristo, y en Cristo y por Cristo, a Dios Padre, correspondiendo al amor
divino con el propio. De ahí que san Alfonso María de Ligorio escriba: «Toda la santidad y
perfección del alma consiste en amar a Jesucristo, Dios nuestro, sumo Bien y Salvador».
Ésa y no otra es, en efecto, la realidad que dota de consistencia a la vida espiritual
cristiana: adentrarse en Cristo de modo que el amor que en Él se desvela llene el corazón
y lleve a reconocerse amado y a amar.
b. Conocer la vida de Cristo
«Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: "Que busques a Cristo:
Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo". Son tres etapas clarísimas. ¿Has
intentado, por lo menos, vivir la primera?» (S.José María Escrivá). Estas palabras
esbozan todo un programa de vida espiritual regido por esa misma convicción, ya que la
fe en Cristo y el amor a Cristo están íntimamente unidos al progresar en el conocimiento
de Cristo; más concretamente, a la consideración reposada y orante, con espíritu de fe,
de las palabras y de los hechos de la vida Jesús, para, rememorándolos y haciéndolos
propios, penetrar cada vez con más hondura y con más participación personal en la
infinitud del amor divino que en ellos y a través de ellos se desvela. De hecho toda la
historia de la espiritualidad cristiana, desde la patrística hasta nuestros días, lo testifica.
Homilías litúrgicas, meditaciones sobre pasajes concretos de la vida de Jesús, obras
escritas con la intención de ayudar a contemplar la vida de Cristo y sacar de ella alimento
para la fe y estímulo para la acción, devociones y prácticas, y otras muchas
manifestaciones de piedad, diversas entre sí, pero concordes en la sustancia,
documentan con creces esa realidad.
Todos los autores y en todos los tiempos, aunque hayan evocado unos u otros aspectos
de la vida de Jesús, han puesto siempre un acento muy particular en la meditación de lo
que la liturgia designa como triduo pascual, es decir, el acontecimiento decisivo
constituido por la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Ahí culmina la vida de Jesús;
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ahí se desvela la infinitud del amor del Padre; de ahí dimana la efusión del Espíritu Santo,
y ahí encuentra su meta y su sentido la historia humana. Es, por eso, natural que la
tradición espiritual haya vuelto una y otra vez sobre ese misterio inefable. De ahí que
pueda afirmarse que toda contemplación de la vida de Cristo, sea cual sea el momento
de su vivir sobre el que verse concretamente la meditación, estará siempre informada, de
un modo u otro, por la revelación del amor que tuvo lugar en la cruz y por la alegría que
deriva de la resurrección.
c. Tratar a Cristo
El trato vivo con Cristo es de hecho uno de los ejes de la vida espiritual, ya que es fruto o
reflejo de dos realidades fundamentales. En primer lugar, y ante todo, la presencia real y
activa de Cristo, que sale al encuentro del hombre, llamando al trato con Él. En segundo
lugar, y presupuesto lo anterior, la acogida por parte del hombre, en la fe y en el amor, de
esa presencia activa de Cristo y, en consecuencia, el efectivo encuentro y trato con Él. La
contemplación de la vida de Jesús tal y como la venimos considerando -es decir,
meditación unida a la fe y al amor- desemboca de forma espontánea en la comunicación
y en el trato sencillo y confiado con Él. Sea el desarrollo del año litúrgico en el que la vida
de Cristo se actualiza, sean las narraciones evangélicas que nos permiten captar los
rasgos concretos de su figura y asomarnos a los sentimientos de su corazón, conducen al
diálogo con Él. Más aún, a confrontar con la vida del Señor la existencia concreta de
quien reza y medita, con sus incidencias y sus avatares, con sus momentos de exaltación
y de gozo y sus momentos de dolor o abatimiento, para compartir con Jesús alegrías o
sinsabores y encontrar en Él ayuda y consejo, luz, fortaleza y apoyo.
Pero si la meditación de la vida de Cristo conduce al trato personal e íntimo con Él, es
consecuencia de la conciencia clara que el cristiano tiene de la cercanía de Jesús. El
trato con Él tiene siempre como punto clave de referencia, la eucaristía en la que Cristo
se hace presente con la totalidad de su ser. Y, por tanto, la Misa, en la que se actualiza el
momento supremo de la entrega de Jesús, su muerte y su resurrección, con las que la
obra de nuestra redención llegó a su culmen. La comunión, en la que Cristo se da como
vida y alimento para aquél que lo recibe. El sagrario, donde Cristo permanece, ya
concluida la celebración eucarística, ofreciendo al cristiano la posibilidad de encontrarle
en cualquier momento del día. Situado ante su propia fe y a cuanto las narraciones
evangélicas le dan a conocer sobre Jesús, el cristiano -consciente de que Jesús vive y
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está presente en la Iglesia, en la eucaristía y, en virtud de la acción del Espíritu Santo,
también en su propio corazón sabe que está llamado no sólo a leer el Evangelio, ni
tampoco sólo a meditarlo, sino a revivir lo que allí se narra. Es decir, a proceder como
quien se introduce en una historia viva y se deja arrastrar por ella, puesto que Cristo vive
y se hace presente con la totalidad de su ser en la eucaristía.
A Soren Kierkegaard, en las Migajas filosóficas, se debe una expresión a la que puede
ser útil acudir en este contexto: «contemporaneidad con Cristo». Con ella el pensador
danés, en polémica con el pensamiento de Hegel y la reducción del ser humano a mero
individuo de una especie, deseaba afirmar al individuo concreto, que, yendo hacia lo
hondo, profundizando en la existencia, entra en comunión con lo eterno, es decir, en
términos concretos, con Dios. En la medida en que acoge en la fe la palabra que anuncia
a Cristo, el hombre, todo ser humano singular, trasciende al tiempo hasta colocarse en el
instante mismo en que Cristo, muriendo en la cruz, desveló la llamada a la comunión con
Dios e hizo posible el nuevo nacimiento y, de esa forma, hacerse contemporáneo con Él.
Cristo no sólo vive, sino que está presente, a través del envío del Espíritu, de la Iglesia y
del sacramento, en el hoy de la historia. En ese sentido la oración, también la oración que
consiste en revivir los momentos y escenas del Evangelio, no implica tanto un hacerse
del cristiano contemporáneo con Cristo, cuanto un reconocer que Cristo, el Jesús que
nació de María y murió y resucitó en Jerusalén, es contemporáneo nuestro y, vivo y junto
a nosotros, nos invita al trato con Él (cf. VS 25).
Esa realidad explica que, en la oración, el cristiano pase sin solución de continuidad de la
consideración de la vida de Jesús a la consideración de la propia vida. Más aún, que
advierta que la oración reclama, precisamente, relacionar ambas vidas. «Meterse» en el
Evangelio es revivir lo que el Evangelio narra, sintiendo y reaccionando como un
personaje más; pero es también, e inseparablemente, «introducir» en el Evangelio la
propia vida, hasta revivirla con Cristo y en Cristo, sintiéndolo cercano, más aún,
compañero del propio caminar. Es una contemporaneidad así entendida la que dota de
fisonomía al trato del cristiano con Cristo, con el consiguiente entremezclarse de fe y de
amor, de entrega y de confianza, de abandono y de afectividad, hasta llegar
verdaderamente a vivir en Cristo y por Cristo.
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d. Seguir e imitar a Cristo
Entre las expresiones usadas por las narraciones evangélicas para describir la vida de
Jesús, y más concretamente la relación de los discípulos respecto a Él, ocupa un lugar
destacado el término «seguimiento» (sequela, en latín; akolouthía, en griego). Los
discípulos seguían a Cristo, recorrían, siguiendo sus pasos, el camino por Él trazado. Ese
seguimiento fue, durante el caminar terreno de Jesús, de carácter físico -los discípulos
iban de hecho detrás del Maestro, con frecuencia a distancia de unos metros-, pero con
profundas resonancias existenciales. Jesús no se limitó a pedir a sus discípulos que
compartieran con Él la vida durante un cierto tiempo, como era usual en otros maestros
de la época, sino que confiaran en Él por entero, es decir, que no sólo confiaran en sus
palabras, sino que se adhirieran a su persona, hasta el extremo de compartir, desde el
principio al final, el mismo destino.
Las narraciones evangélicas referentes a los discípulos tienen un claro horizonte
escatológico. Seguir a Cristo no es sólo acompañarle físicamente, sino estar unido a Él
con lazos que deben llevar hasta el extremo de participar en su entrega, y de esa forma
acceder a la comunión perfecta con Cristo, y en Cristo con Dios Padre, en los cielos. No
es por eso extraño que, de una parte, seguimiento y fe tendieran a aproximarse (el
verdadero discípulo es el que cree en Jesús: cf. Jn 20,29), y que se acudiera al
vocabulario sobre el seguimiento también en referencia a acontecimientos pospascuales.
Desde esta perspectiva, el cristiano, todo cristiano, está llamado a seguir a Jesús.
Cabe plantear no obstante una cuestión. Al no estar Jesús físicamente presente, ¿cómo y
en qué se concreta el seguimiento? La respuesta a ese interrogante remite, ante todo a
la fe en Cristo. Pero también, a nivel del comportamiento, a las obras de la fe, a la ley
moral releída e interpretada desde las palabras y la vida de Cristo y, en ese contexto, a la
imitación del vivir y actuar de Jesús.
Los vocablos «imitación» o «imitar», así como otras expresiones análogas, no son
frecuentes en los textos neotestamentarios, aunque tampoco son excepcionales: los
encontramos de hecho en diversos pasajes, tanto en labios de Jesús (cf. Mt 11,29; Lc
6,37; Jn 13,34), como en declaraciones apostólicas (1 Pe 2,20-21; Flp 2,5; Ef 5,1-2). Por
lo demás, aunque el vocabulario sobre la imitación sea, en los escritos apostólicos, de
uso relativamente limitado, la realidad a la que ese vocabulario apunta ocupa un lugar
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central. El seguimiento físico no es ahora posible -Cristo ha subido a los cielos-, pero la
fe, que incorpora real y verdaderamente a Cristo, reclama vivir como Cristo vivía, seguir
sus huellas, tener sus mismos sentimientos, su misma disponibilidad a la voluntad del
Padre, su mismo amor, su misma entrega.
No es por eso extraño que, partiendo de los escritos apostólicos, el ideal de la imitación
de Cristo haya ocupado, desde los inicios del cristianismo, un lugar de primer plano. No
parece necesario alegar títulos y citas, aunque sí conviene señalar que la imitación de
Cristo como camino que conduce hacia el Padre, connotando el momento ético, lo
trasciende situándolo en un contexto teologal y trinitaria. La invitación a seguir a Cristo y
a imitar a Cristo, no es meramente invitación a tener presente su vida con el deseo de
tomar ejemplo de su modo de comportarse y de actuar, sino llamada a formar una sola
cosa con Él, con su vida y con su misión. En otras palabras, invitación a afrontar la
existencia no sólo recibiendo de la vida terrena de Cristo ejemplo e impulso, sino a
hacerla entrando en relación viva y vital con Él, es decir, abriéndose a la acción de su
espíritu y recorriendo en comunión con Él el propio y personal camino.
e. Identificarse con Cristo
Sea el seguimiento o la imitación, ambos se sitúan en un plano moral o existencial
(compartir un destino, hacer propio un determinado comportamiento o modo de vivir),
pero los escritos apostólicos apuntan, respecto al cristiano y a Cristo, a algo más: a una
incorporación a Cristo e incluso a una identificación, es decir, a una relación que no
suprime la distinción y la diferencia pero implica una unión profunda, la participación en
una misma vida, no sólo desde una perspectiva existencial, sino ontológica y teologal.
En el Evangelio de San Juan encontramos, en labios de Jesús, una de las formulaciones
más expresivas a este respecto: la parábola de la vid y los sarmientos. «Permaneced en
mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (Jn 15,4; ver toda la parábola:
15,1-7). Ese mismo Evangelio nos transmite la conversación con Nicodemo sobre la
necesidad de nacer de nuevo (Jn 3,1ss.) así como el largo discurso en el que Jesús,
dirigiéndose a un amplio y variado auditorio, habla del «pan de vida», de «comer su
cuerpo» y de «beber su sangre» (Jn 6,26 ss.). En esos pasajes la referencia a la fe, a una
fe radical y plena en las palabras de Jesús, es clara. Pero lo es también que en todos
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ellos se apunta a algo más: a una comunicación de vida, de la que los sacramentos del
bautismo y de la eucaristía, claramente connotados en el texto, son expresión y cauce.
Las narraciones evangélicas referentes a los acontecimientos posteriores a la
resurrección documentan, por lo demás, el cambio interior que el encuentro con el
resucitado produjo en los discípulos. De una u otra forma los capítulos finales de los
evangelios, así como la totalidad del libro de los Hechos, testimonian la conciencia que
poseen los apóstoles de encontrarse en una situación nueva, en la que el poder del
resucitado se extiende sobre ellos y los transforma profundamente.
Los escritos tanto joánicos como paulinos vuelven una y otra vez sobre esa realidad. Y
así San Juan recuerda con insistencia en sus cartas que el cristiano está llamado a unirse
a Cristo, a «permanecer» en Cristo (cf. 1 Jn 2,5-6 y 24-29; 4,7-16; 5,18). Y San Pablo
reitera, de forma casi incesante, que el cristiano está llamado a «vivir en Cristo», a «ser
en Cristo», a «vivir con Cristo» (cf. 1 Ts 5,10; Rm 8,9-11; Ga 3,28; 1 Co 1,30; 2 Co 4,5-
14; Ef 3,16-17; Col 2,11-13 y 3,1-4, etc.). Cristo está presente en el cristiano. Su poder
salvífico actúa en él a modo de un principio dinámico que le lleva a vivir según Cristo y en
Cristo, de modo que todo cristiano debe poder decir lo que el apóstol Pablo dice de sí
mismo: «vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20). El cristiano, en el
bautismo, se ha revestido de Cristo (Ga 3,26-29); ha sido injertado en el cuerpo de Cristo,
llamado a participar de su vida de modo que el cuerpo entero de la Iglesia, y cada uno de
los miembros vivos que la integran, crezcan hasta llegar «a la medida de la plenitud de
Cristo» (Ef 4,13).
Todo ello refuerza lo que ya hemos escrito sobre el amor a Cristo y sobre el trato con
Cristo, ya que el amor implica unión y, en consecuencia, identificación. En el caso
concreto del amor cristiano, presupone la acción del Espíritu Santo y, con ella, el don de
la gracia, que elevando la potencialidad del ser humano, lo abre a la participación en el
amar divino. «El amor de Dios -afirma el apóstol- ha sido derramado en nuestros
corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5), de modo que
«en Cristo Jesús no tienen valor ni la circuncisión ni la falta de circuncisión, sino la fe que
actúa por la caridad» (Ga 5,6). Identificarse con Cristo implica participar de su amor,
saberse y sentirse en Él hijo de Dios Padre, invitado a participar del vivir trinitario y, a la
vez e inseparablemente, amar al Padre es amar como el Padre ama y a quienes el Padre
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ama y ser llamado a participar de la misión de Cristo. «Como el Padre me envió, así yo
os envío» (Jn 20,21). El amor a Cristo y la identificación con Cristo trascienden al tiempo
y a la historia, pero revierten sobre el tiempo y sobre la historia, ya que reclaman
participación plena, identificación también en referencia a la misión.
La redención fue consumada por Cristo en su cruz y en su resurrección, pero el tiempo
de la historia, el tiempo que media entre la ascensión y la Parusía, no es un tiempo vacío.
Es un tiempo en el que el cristiano está llamado a continuar la misión de Cristo, lo que
reclama estar unido a Cristo, recibir de Cristo la vida, formar una sola cosa con Cristo, y
todo ello plasmarlo en la realidad del acontecer y del vivir. De modo que viviendo
cristianamente entre el conjunto de los hombres de una manera coherente con la fe, todo
cristiano sea, cada uno de acuerdo con su propia vocación, «Cristo presente entre los
hombres» (J.M. Escrivá), y contribuya, con sus palabras y con sus obras, a que la
reconciliación alcanzada por Cristo redunde en el conjunto de la humanidad.
Presentados cada uno de estos aspectos del cristocentrismo propio de la
espiritualidad cristiana, conviene señalar que creer en Cristo, meditar en la vida de Cristo,
tratar a Cristo, seguir e imitar a Cristo, identificarse con Cristo, no son realidades
aisladas, sino pasos de un único itinerario que presupone y concreta esa centralidad de
Cristo en la configuración y desarrollo de la vida espiritual cristiana. No obstante, junto al
marcado carácter trinitario y cristológico, no podemos obviar la dimensión comunitaria y
eclesial de la vida espiritual cristiana. «Donde dos o más están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos», promete Jesucristo (Mt 18,20).
Para la reflexión personal:
1. Teniendo en cuenta las características de la espiritualidad
cristiana, qué implicaciones para la vida cotidiana particular comporta la
afirmación: “La vida cristiana engloba todo lo humano; tiene como modelo
a Cristo; en Cristo es vida de relación real con la Trinidad”.
2. Los cristianos reconocemos que Jesucristo es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
¿En qué se nota en mi vida personal que conozco y sigo a Jesucristo? ¿Realmente dejo
que sólo Cristo sea el centro de mi vivir, actuar y convivir?
3. ¿Te atreves a decir, con sinceridad y plena confianza, la oración de San Ignacio
de Loyola?:
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«Toma, Señor, y recibe toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer.
Tú me lo diste, a ti, Señor, lo torno.
Todo es tuyo.
Dispón de todo según tu voluntad.
Dame tu amor y tu gracia, que ésta me basta».
1.4. La espiritualidad de comunión: la Iglesia.
«Que vuestra caridad no sea una farsa;
aborreced lo malo y apegaos a lo bueno.
Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros,
estimando a los demás más que a uno mismo.
En la actividad no seáis descuidados;
en el espíritu, manteneos ardientes.
Servid constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres;
estad firmes en la tribulación,
sed asiduos en la oración»
(Rom 12,9-12)
El discípulo que sigue a Jesucristo se sabe y reconoce condiscípulo, compañero
en el seguimiento y en la misión evangelizadora. Jesús hace una llamada personal a
seguirle, pero invita a la comunión, nunca a la soledad. Él es el Hijo único de Dios que
nos hace hijos y hermanos. Ser cristiano conlleva la vivencia gozosa de la fraternidad
como miembros activos de la comunidad eclesial.
1.4.1. Llamados a vivir en comunión17.
Jesús, al inicio de su ministerio, elige a los doce para vivir en comunión con Él (cf.
Mc 3, 14). Para favorecer la comunión y evaluar la misión, Jesús les pide: “Vengan
ustedes solos a un lugar deshabitado, para descansar un poco” (Mc 6, 31-32). En otras
17 DA 154-163.
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oportunidades, se encontrará con ellos para explicarles el misterio del Reino (cf. Mc 4,
11.33-34). De la misma manera se comporta con el grupo de los setenta y dos discípulos
(cf. Lc 10, 17-20). Al parecer, el encuentro a solas indica que Jesús quiere hablarles al
corazón (cf. Os 2, 14). Hoy, también el encuentro de los discípulos con Jesús en la
intimidad es indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad misionera.
Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn
1,3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Co 13,13).
El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “Un
pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo
“como un sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad
de todo el género humano”. La comunión de los fieles y de las iglesias particulares en el
Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad.
La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia.
No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de
ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos
que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una
familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento
del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del
acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos
vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los
Apóstoles y con el Papa.
Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo
que lleva a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”. Todos los
bautizados y bautizadas de América Latina y El Caribe, “a través del sacerdocio común
del Pueblo de Dios”, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad,
pues “la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria”.
Al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos
asiduamente para “escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la
fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). La comunión de la Iglesia se nutre con el
Pan de la Palabra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, participación
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de todos en el mismo Pan de Vida y en el mismo Cáliz de Salvación, nos hace miembros
del mismo Cuerpo (cf. 1 Co 10,17). Ella es fuente y culmen de la vida cristiana, su
expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión. En la Eucaristía, se nutren
las nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y hermanos y
hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es “casa y escuela de comunión”, donde los
discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la misión
evangelizadora.
La Iglesia, como “comunidad de amor”, está llamada a reflejar la gloria del amor
de Dios que, es comunión, y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el
ejercicio de la unidad querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se
sienten convocados y recorren la hermosa aventura de la fe. “Que también ellos vivan
unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17,21). La Iglesia crece no por
proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”.
La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán
reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12,4-13; Jn 13,34).
La Iglesia peregrina vive anticipadamente la belleza del amor, que se realizará al
final de los tiempos en la perfecta comunión con Dios y los hombres. Su riqueza consiste
en vivir ya en este tiempo la “comunión de los santos”, es decir, la comunión en los
bienes divinos entre todos los miembros de la Iglesia, en particular entre los que
peregrinan y los que ya gozan de la gloria. Constatamos que, en nuestra Iglesia, existen
numerosos católicos que expresan su fe y su pertenencia de forma esporádica,
especialmente a través de la piedad a Jesucristo, a la Virgen y de su devoción a los
santos. Los invitamos a profundizar su fe y a participar más plenamente en la vida de la
Iglesia, recordándoles que “en virtud del bautismo, están llamados a ser discípulos y
misioneros de Jesucristo”.
La Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y el signo por la cual está
llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad. El
nuevo mandamiento es lo que une a los discípulos entre sí, reconociéndose como
hermanos y hermanas, obedientes al mismo Maestro, miembros unidos a la misma
cabeza y, por ello, llamados a cuidarse los unos a los otros (1 Co 13; Col 3,12-14).
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La diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el
ejercicio cotidiano de la comunión, a través de la cual los dones del Espíritu son puestos
a disposición de los demás para que circule la caridad (cf.1 Co 12,4-12). Cada bautizado,
en efecto, es portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad
con los de los otros, a fin de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del
mundo. El reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones
asegurará mayor vitalidad misionera y será signo e instrumento de reconciliación y paz
para nuestros pueblos. Cada comunidad está llamada a descubrir e integrar los talentos
escondidos y silenciosos que el Espíritu regala a los fieles.
En el pueblo de Dios, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre
sí… La comunión es misionera y la misión es para la comunión”. En las iglesias
particulares, todos los miembros del pueblo de Dios, según sus vocaciones específicas,
estamos convocados a la santidad en la comunión y la misión.
1.4.2. La espiritualidad de comunión
«Os doy un mandamiento nuevo:
como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros.
En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os tenéis amor los unos a los otros»
(Jn 13,34-35).
Si este es el mandamiento nuevo de los cristianos, ¿cómo deberán vivir los
seguidores de Jesucristo? Al iniciar el tercer mileno, Juan Pablo II propuso al respecto un
programa pastoral-espiritual para la Iglesia en su carta apostólica Novo Millenio Ineunte.
Veamos sus recomendaciones18:
Será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la
Iglesia universal como de la Iglesias particulares, en la comunión (koinonía), que encarna
y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la
manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en
nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos
nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Realizando esta comunión de
18 Cf. Juan Pablo II. Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 42-45.
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amor, la Iglesia se manifiesta como “sacramento”, o sea, “signo e instrumento de la íntima
unión con Dios y de la unidad del género humano” (LG 1).
Las palabras del Señor a este respecto son demasiado precisas como para
minimizar su alcance. Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la
Iglesia también este nuevo siglo; pero si faltara la caridad (ágape), todo sería inútil. Nos lo
recuerda el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque habláramos las lenguas de
los hombres y los ángeles, y tuviéramos una fe «que mueve las montañas», si faltamos a
la caridad, todo sería «nada» (cf. 1 Co 13,2). La caridad es verdaderamente el «corazón»
de la Iglesia, como bien intuyó santa Teresa de Lisieux, a la que he querido proclamar
Doctora de la Iglesia, precisamente como experta en la scientia amoris: «Comprendí que
la Iglesia tenía un Corazón y que este Corazón ardía de amor. Entendí que sólo el amor
movía a los miembros de la Iglesia [...]. Entendí que el amor comprendía todas las
vocaciones, que el Amor era todo».
Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío
que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio
de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo. ¿Qué significa todo
esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero
sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas
concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola
como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano,
donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes
pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades.
• Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre
todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser
reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
• Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano
de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me
pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus
deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda
amistad.
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Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
• Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay
de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don
para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.
• En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando
mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones
egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de
hacer carrera, desconfianza y envidias.
No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los
instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de
comunión más que sus modos de expresión y crecimiento.
Los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos
los niveles, en el entramado de la vida de cada Iglesia. En ella, la comunión ha de ser
patente en las relaciones entre obispos, presbíteros y diáconos, entre pastores y todo el
Pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales.
Para ello se deben valorar cada vez más los organismos de participación previstos por el
Derecho canónico, como los Consejos presbiterales y pastorales. Éstos no se inspiran
en los criterios de la democracia parlamentaria, puesto que actúan de manera consultiva
y no deliberativa sin embargo, no pierden por ello su significado e importancia. En efecto,
la teología y la espiritualidad de la comunión aconsejan una escucha recíproca y eficaz
entre pastores y fieles, manteniéndolos por un lado unidos a priori en todo lo que es
esencial y, por otro, impulsándolos a confluir normalmente incluso en lo opinable hacia
opciones ponderadas y compartidas.
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1.4.3. Creo en la Iglesia 19.
«Iglesia», palabra que en labios de un cristiano resuena vibrante y emocionada,
como si pronunciara un nombre querido para él. Es el nombre de la Madre, de la santa
Madre Iglesia. Acuden a nuestra memoria las palabras de Henri de Lubac en su
Paradoja y misterio de la Iglesia: «La Iglesia es mi madre: y es mi madre porque me ha
engendrado a la vida, porque no cesa de alimentarme por poco que yo le corresponda,
ahondándome en la vida. Y si incluso mi vida es frágil y trémula, supero tal condición
gracias a la fuerza y la pureza que manan de ella».
Un lenguaje con tal resonancia supone evidentemente una conciencia precisa de
la Iglesia, un modo definido de entenderla como depositaria y titular de una vida
misteriosa y divina que sólo la fe es capaz de entender. 19 Cf. M.Semeraro. Misterio, comunión y misión. Manual de eclesiología. Salamanca: Secretariado trinitario; 2004: 12-16.
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«¡Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano!»
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo poner en cuestión la fe que le hace vivir? ¿Podría yo burlarme de una manera u otra de sus creencias?
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo hablar de libertad sin vivir el respeto?
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo rechazarle con actos de violencia contra su persona o sus bienes?
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo permitirme hablar de él negativamente a sus espaldas?¿Podría yo permitirme destruir incluso hasta su intimidad?
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, le podría encontrar en verdad, podríamos hablar simplemente, incluso sin estar de acuerdo en todo.
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, su encuentro me haría crecer; y estoy seguro que él también crecería.
Si el otro se convirtiera en mi hermano, nuestras miradas podrían cruzarse y una sonrisa verdadera iluminaría nuestros rostros.
Si el otro se convirtiera realmente en mi hermano, ¡qué mundo tan apasionante podríamos construir!
Monseñor Vincent Landel s.c.j,Arzobispo de Rabat (Marruecos)
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Pero ésta no es la única manera de hablar de la Iglesia y de referirse a su
realidad. Es una estructura visible, accesible a la contemplación de todos. La Iglesia es
una sociedad que forma parte del conjunto de sociedades, plenamente individualizada
desde sus diferentes ordenamientos, tradiciones y usanzas particulares consolidados a
través de los tiempos. Entendida así, tal vez muchos, llegarían a la convicción de que la
Iglesia es el término convencional de humanas convergencias o el resultado de un
acuerdo entre personas, cuya raíz estaría en la índole humana y en su naturaleza social.
El mismo sentimiento religioso que alberga el corazón humano tiende a manifestarse
claramente de forma social y comunitaria.
En sus aspectos fenoménicos y empíricos, la Iglesia puede ser objeto de estudio
por parte de historiadores, sociólogos y antropólogos. Sin embargo, existe otra
perspectiva a la que el cristiano no puede renunciar, y es aquella que destaca cuando al
pronunciar el Símbolo de la fe dice: creo en la Iglesia. Se le reconoce así un lugar
señalado en el plano de la salvación proclamando como un hecho pensado, querido y
realizado por Dios. «La Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera, puesto que
toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito
de Dios Padre» (AG 2). Este proyecto es promulgado por el cristiano en el Credo y lo
celebra para sí mismo y para el mundo entero.
La Iglesia ya no es una simple sociedad humana, sino la comunión trinitaria del
Padre y del Hijo en el único Espíritu. Para el concilio Vaticano II la iglesia es misterio, esto
es, una realidad empapada de la divina presencia y fruto de las operaciones trinitarias. Es
por eso que, como concluía R. Guardini, sólo cabe acceder al misterio de la Iglesia
después de haberla amado. Es necesario ser Iglesia, es decir, vivir en la Iglesia y sentir
con la Iglesia.
En perspectiva de fe, cuando se contempla la economía salvífica y la historia de
las maravillas realizadas por Dios a favor del hombre, la realidad y la faz de la Iglesia se
muestran más transparentes. En el Credo la mención a la Iglesia se abre a este mismo y
amplio contexto que admira y exalta la obra de Dios, desde su mismo inicio hasta su
perfección escatológica. En el Catecismo de la Iglesia católica, tras acentuar la
dependencia que la Iglesia tiene de Cristo, añade: «el artículo sobre la Iglesia depende
enteramente también del que le precede sobre el Espíritu santo. En efecto, después de
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haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente y el dador de toda santidad,
confesamos ahora que es Él quien ha dotado de santidad a la Iglesia. La Iglesia, según la
expresión de los Padres, es el lugar 'donde florece el Espíritu'» (Catecismo 749).
San Ireneo de Lyon enseñaba que, para participar en la vida del Espíritu, es
necesario ir hacia la Iglesia; por ello los que no participan del Espíritu no se nutren de los
pechos de la madre para la vida, ni beben de la purísima fuente que mana del cuerpo de
Cristo; ellos rehuyen la fe de la Iglesia para no ser desenmascarados y rechazan el
Espíritu para no ser instruidos (cf. Ireneo, Adversus haereses, 24).
La Iglesia es más que un objeto de fe. Es el lugar en el que la fe católica es
acogida, concebida y profesada. Es en la Iglesia donde los neófitos, todos reunidos,
reciben el Símbolo, y es en la Iglesia donde cada uno lo devuelve pronunciando «las
palabras en las cuales es constituida sólidamente la fe de la madre Iglesia sobre el firme
fundamento que es Cristo Señor» (S. Agustín). En la Iglesia se acoge y transmite el
evangelio. La fe de todos y cada uno es siempre y en todo caso «fe que escucha a la
Iglesia y cree en la Iglesia» (K. Rahner). La reflexión del cristiano no puede separarse de
la fe de la Iglesia, sino que tiene que convertirse en el ritmo que acompase su propia
respiración.
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“Creer en comunidad
para poder ver
al Resucitado”
«La aparición de Jesucristo a sus
discípulos (Jn 20,19-31) ofrece tres experiencias clave para acoger y asimilar la
novedad del Resucitado. En primer lugar, Jesús Resucitado se manifiesta en
medio de la comunidad que temerosa se había encerrado y les da su paz. En
segundo lugar, comunica su Espíritu a la comunidad y la transforma en signo de
su misericordia, dándoles poder de perdonar los pecados en su Nombre.
Finalmente, en el paso de Tomás de la incredulidad a la fe, Jesús nos explica en
qué consiste creer.
Habitualmente exigimos pruebas que autentifiquen la verdad de cualquier
acontecimiento o afirmación. Sin embargo, la resurrección de Jesús implica una
absoluta novedad que escapa a la capacidad de la razón científico-técnica; no se
prueba para que lleguemos a creer, sino que creyendo es cómo experimentamos
su verdad, su realidad viva y operante. Muchas veces decimos con Tomás, “hay
que ver para creer”. Pero esto no es válido para creer en el Resucitado, cuya
experiencia viviremos sólo si creemos en él.
El apóstol Tomás no ha dado crédito al testimonio de la comunidad que ha
visto al Resucitado; tampoco percibe los signos de la nueva vida que manifiestan.
Pone como condición una “prueba” particular para él. Jesús se la concede, pero
en el seno de la comunidad. Es decir, en la medida que Tomás vive la experiencia
del amor en la comunidad de los discípulos, en esa medida comienza a ver.
Así de novedosa es la experiencia de fe: el que no cree, no ve; su ceguera
espiritual le impide ver y experimentar la presencia y acción del Resucitado. Sólo
si creemos, empezamos a ver. Por la fe comenzamos a ver la acción
transformadora de Dios en las personas, en la Iglesia y en el mundo. Por la fe
comenzamos a ver la realidad como realmente es, dicho de otro modo,
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comenzamos a ver con los ojos de la fe, vemos todo como lo ve Jesús
Resucitado.
Las “pruebas” y demostraciones no dan la fe; ésta nace de la experiencia de la
nueva fraternidad en la Iglesia. La gran falta de Tomás no fue su incredulidad, sino
alejarse de la comunidad y no creer en su testimonio. La fe en el Resucitado
surge -para Tomás y para nosotros- del encuentro con los hermanos. La
comunidad de creyentes es un lugar privilegiado donde el Resucitado se
manifiesta e irradia su fuerza transformadora. Quien no vive la unidad con sus
hermanos ni comparte la alegría fraterna no tiene la paz ni la alegría que da el
Señor Resucitado»20.
A modo de síntesis de la Unidad I, podemos señalar las siguientes características
singulares de la espiritualidad cristiana:
Características de la vida espiritual cristiana 21
1. Es integradora de la persona.
2. Supone una experiencia personal de la fe.
3. Es vivida en el Espíritu.
4. Se desarrolla contando con la vida y con el mundo.
5. Es gratificante y gozosa.
6. Está abierta al diálogo y, al mismo tiempo, definida.
7. Profundamente realista.
8. Es fraterna y apostólica.
9. Es eclesial. Nace y vive en la Iglesia.
10. Es profundamente afectiva.
11. Entraña la relación con Dios Trino, en el encuentro y
seguimiento de Jesucristo.
12. Es pascual; afronta la cruz.
20 Rodríguez Ruiz J.R. Creer para ver. En: Diario de Chimbote (18 de abril de 2010): 721 S.Gamarra. Teología espiritual. BAC: Madrid; 1994: 46-51.
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Para la reflexión personal:
1. ¿Cuál de las características de la vida espiritual cristiana debo cultivar
más en mi propia vida espiritual?
2. ¿Cuál de ellas está más ausente en mi comunidad de fe?
3. ¿Qué puedo hacer para crecer espiritualmente a nivel personal y
comunitario?
4. Hago un sincero compromiso para cuidar mi vida espiritual y la de mi familia.
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PLAN DE APRENDIZAJE Nº 01
1. Unidad de aprendizaje
La espiritualidad cristiana.
2. Objetivo específico
3.4.0.3.2.3.1.1 Identificar la espiritualidad humana y cristiana.
3. Tema
La espiritualidad cristiana
4. Objetivos operacionales
3.4.0.3.2.3.1.1 Reconocer con gratitud y responder con gozo a la llamada de vivir
en comunión con el Dios de Jesucristo en su Iglesia.
5. Contenidos analíticos
1.1. Aproximándonos a la espiritualidad cristiana
1.2. La espiritualidad del ser humano.
1.3. Espiritualidad cristiana.
1.4. Espiritualidad de comunión: La Iglesia.
6. Programación
Un mes.
7. Estrategias de aprendizaje:
Actividad a distancia n° 01: Tarea de investigación “Llamados a vivir en
comunión”
1. Cada estudiante lee con atención los capítulos del 1.1. al 1.4. de la
presente guiatex y resuelve las interrogantes planteadas para la reflexión personal
(no se presentarán por escrito para ser evaluadas).
2. Elabora un mapa conceptual con las características principales de la vida
espiritual cristiana, describiendo brevemente cada una de ellas.
3. A la luz de lo estudiado, confecciona un cuestionario de 10 preguntas y
realiza una investigación en su entorno cercano, preguntando a 5 jóvenes acerca
de la importancia de la vivencia comunitaria de la espiritualidad cristiana. Algunos
ejemplos de preguntas:
• ¿Qué es lo que más admiras del Evangelio y de la vida de Jesucristo?
• ¿Te consideras un buen creyente?¿En qué se nota?
• ¿Se puede realmente creer en Jesús al margen de su Iglesia?
• ¿Por qué hoy muchos jóvenes no quieren saber nada de la Iglesia?
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• ¿Qué implicaciones tiene para la convivencia familiar y social la llamada a
cultivar la espiritualidad de comunión?
• Otras...
4. Presenta un Informe final con las respuestas obtenidas, una valoración
personal de las mismas, y señala qué llamadas descubre el estudiante para su
vida personal y universitaria.
5. El estudiante presenta las tareas (puntos 2, 3 y 4) como Actividad a
distancia n°1, colocando una carátula con los datos personales.
8. Evaluación
Los criterios de evaluación se indican en la guía de trabajo.
Guía de trabajo Nº 01: Actividad a distancia n° 01
Tarea de investigación “Llamados a vivir en comunión”
Objetivo Identificar la espiritualidad humana y cristiana
Lecturas I Unidad: capítulos del 1.1. al 1.4.
Insumo 1. Cada estudiante lee con atención los capítulos del 1.1. al 1.4. de
la presente guiatex y resuelve las interrogantes planteadas para la
reflexión personal (no se presentarán por escrito para ser evaluadas).
2. Elabora un mapa conceptual con las características principales de
la vida espiritual cristiana, describiendo brevemente cada una de ellas.
3. A la luz de lo estudiado, confecciona un cuestionario de 10
preguntas y realiza una investigación en su entorno cercano, preguntando
a 5 jóvenes acerca de la importancia de la vivencia comunitaria de la
espiritualidad cristiana. Algunos ejemplos de preguntas:
1. ¿Qué es lo que más admiras del Evangelio y de la vida de
Jesucristo?
2. ¿Te consideras un buen creyente?¿En qué se nota?
3. ¿Se puede realmente creer en Jesús al margen de su Iglesia?
4. ¿Por qué hoy muchos jóvenes no quieren saber nada de la
Iglesia?
5. ¿Qué implicaciones tiene para la convivencia familiar y social la
llamada a cultivar la espiritualidad de comunión?
6. Otras...
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4. Presenta un Informe final con las respuestas obtenidas, una
valoración personal de las mismas, y señala qué llamadas descubre el
estudiante para su vida personal y universitaria.
5. El estudiante presenta las tareas (puntos 2, 3 y 4) como Actividad
a distancia n°1, colocando una carátula con los datos personales.
Evaluación
Indicadores Puntajes
1. Presenta el Mapa conceptual y demuestra capacidad para
sintetizar las ideas principales. 7
2. Presenta un Cuestionario con 10 preguntas planteadas
sobre la espiritualidad de comunión, mostrando haber
comprendido las lecturas recomendadas.
4
3. Presenta un Informe final de investigación con los
resultados de por lo menos 6 entrevistas, una valoración
personal de las mismas, e indicando qué llamadas concretas
descubre en su vida personal y universitaria.
6
4. Correcta expresión y ortografía. 3
5. Demora en la presentación (-)3
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I EVALUACIÓN A DISTANCIA
¡IMPORTANTE!
No dejes de presentarla en la fecha establecida en el cronograma de estudio.
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Lee la presente Guiatex desde el capítulo 1.1 al 1.4 (págs.15-52) y
desarrolla la actividad de aprendizaje que se encuentra el Plan de
aprendizaje n° 01.
La I Evaluación a Distancia está constituida por la presentación de la
actividad del plan de aprendizaje Nº 01, que tiene un valor del 10% del
promedio final del curso.
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AGENDA DE APRENDIZAJE
Mis interrogantes:
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Mis dudas:
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Mis opiniones:
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Mis aportes:
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Estimado estudiante: A continuación se te presenta un registro para que anotes las interrogantes, dudas, opiniones y aportes sobre tu aprendizaje. En la sesión de tutoría, compártelos y coméntalos con tu tutor y tus compañeros; así podrás enriquecer tu aprendizaje.
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II UNIDAD:
VIDA ESPIRITUAL CRISTIANA
Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor,
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa.
Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor;
a vosotros, en cambio, os he llamado amigos,
porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer.
No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca,
para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
Esto os mando: que os améis los unos a los otros.
Jn 15, 9-17
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2.1. Lugares del encuentro con Jesucristo
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga en su gloria el Hijo del
hombre y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas
ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas
de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces
dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis
de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te
alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te
hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de
éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y entonces dirá a los de su
izquierda: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de
beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y
en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces, también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo
te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te
asistimos?”. Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de
éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y éstos irán al castigo eterno y los
justos a la vida eterna» (Mt 25,31-46).
En el hoy de nuestro continente latinoamericano, se levanta la misma pregunta
llena de expectativa: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38), ¿dónde te encontramos de
manera adecuada para “abrir un auténtico proceso de conversión, comunión y
solidaridad?” (Eam 8) ¿Cuáles son los lugares, las personas, los dones que nos hablan
de ti, nos ponen en comunión contigo y nos permiten ser discípulo y misioneros tuyos?22
1. El encuentro con Cristo, gracias a la acción invisible del Espíritu Santo, se realiza
en la fe recibida y vivida en la Iglesia.
22 DA 245-257.
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Con las palabras del papa Benedicto XVI, repetimos con certeza: ¡La Iglesia es
nuestra casa! ¡Esta es nuestra casa! ¡En la Iglesia Católica tenemos todo lo que es
bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! ¡Quien acepta a Cristo:
Camino, Verdad y Vida, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y
en la otra vida! (Benedicto XVI, 12.05.07).
2. Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia.
La Sagrada Escritura, “Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo”
(DV 9), es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción
evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a
anunciarlo. De aquí la invitación de Benedicto XVI: “Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia
misionera de América Latina y El Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V
Conferencia General en Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo
y vivencial de la Palabra de Dios. Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y la
meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por propia
experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). De lo
contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a
fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la
roca de la Palabra de Dios” (Benedicto XVI, DI 3).
Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del
Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de
renovada comunión y solidaridad” (Eam 12). Esta propuesta será mediación de encuentro
con el Señor si se presenta la Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente
de evangelización. Los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra:
quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos, a emplearlos como
mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización y del
anuncio de Jesús a todos. Por esto, la importancia de una “pastoral bíblica”, entendida
como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento
de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización
inculturada o de proclamación de la Palabra. Esto exige, por parte de obispos,
presbíteros, diáconos y ministros laicos de la Palabra, un acercamiento a la Sagrada
Escritura que no sea sólo intelectual e instrumental, sino con un corazón “hambriento de
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oír la Palabra del Señor” (Am 8,11).
3. Entre las muchas formas de acercarse a la Sagrada Escritura, hay una
privilegiada a la que todos estamos invitados: la Lectio divina o ejercicio de lectura
orante de la Sagrada Escritura.
Esta lectura orante, bien practicada, conduce al encuentro con Jesús-Maestro, al
conocimiento del misterio de Jesús-Mesías, a la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al
testimonio de Jesús-Señor del universo. Con sus cuatro momentos (lectura, meditación,
oración, contemplación), la lectura orante favorece el encuentro personal con Jesucristo
al modo de tantos personajes del evangelio: Nicodemo y su ansia de vida eterna (cf. Jn
3,1-21), la Samaritana y su anhelo de culto verdadero (cf. Jn 4,1-42), el ciego de
nacimiento y su deseo de luz interior (cf. Jn 9), Zaqueo y sus ganas de ser diferente (cf.
Lc 19,1-10). Todos ellos, gracias a este encuentro, fueron iluminados y recreados porque
se abrieron a la experiencia de la misericordia del Padre que se ofrece por su Palabra de
verdad y vida. No abrieron su corazón a algo del Mesías, sino al mismo Mesías, camino
de crecimiento en “la madurez conforme a su plenitud” (Ef 4,13), proceso de discipulado,
de comunión con los hermanos y de compromiso con la sociedad.
4. Encontramos a Jesucristo, de modo admirable, en la Sagrada Liturgia.
Al vivirla, celebrando el misterio pascual, los discípulos de Cristo penetran más en
los misterios del Reino y expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y
misioneros. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Vaticano II nos muestra el lugar
y la función de la liturgia en el seguimiento de Cristo, en la acción misionera de los
cristianos, en la vida nueva en Cristo, y en la vida de nuestros pueblos en Él (cf. SC 7).
5. La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo.
Con este Sacramento, Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su
dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. Hay un estrecho vínculo entre las tres
dimensiones de la vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de
tal modo que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. En
cada Eucaristía, los cristianos celebran y asumen el misterio pascual, participando en él.
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Por tanto, los fieles deben vivir su fe en la centralidad del misterio pascual de Cristo a
través de la Eucaristía, de modo que toda su vida sea cada vez más vida eucarística. La
Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo, fuente
inextinguible del impulso misionero. Allí, el Espíritu Santo fortalece la identidad del
discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo
que ha escuchado y vivido.
6. Se entiende, así, la gran importancia del precepto dominical, del “vivir según el
domingo”, como una necesidad interior del creyente, de la familia cristiana, de la
comunidad parroquial.
Sin una participación activa en la celebración eucarística dominical y en las fiestas
de precepto, no habrá un discípulo misionero maduro. Cada gran reforma en la Iglesia
está vinculada al redescubrimiento de la fe en la Eucaristía. Es importante, por esto,
promover la “pastoral del domingo” y darle “prioridad en los programas pastorales”
(Benedicto XVI, DI 4), para un nuevo impulso en la evangelización del pueblo de Dios en
el Continente latinoamericano.
A las miles de comunidades con sus millones de miembros que no tienen la
oportunidad de participar de la Eucaristía dominical, queremos decirles, con profundo
afecto pastoral, que también ellas pueden y deben vivir “según el domingo”. Ellas pueden
alimentar su ya admirable espíritu misionero participando de la “celebración dominical de
la Palabra”, que hace presente el Misterio Pascual en el amor que congrega (cf. 1 Jn
3,14), en la Palabra acogida (cf. Jn 5,24-25) y en la oración comunitaria (cf. Mt 18,20). Sin
duda, los fieles deben anhelar la participación plena en la Eucaristía dominical, por lo cual
también los alentamos a orar por las vocaciones sacerdotales.
7. El sacramento de la reconciliación.
Es el lugar donde el pecador experimenta de manera singular el encuentro con
Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos da el don de su perdón
misericordioso, nos hace sentir que el amor es más fuerte que el pecado cometido, nos
libera de cuanto nos impide permanecer en su amor, y nos devuelve la alegría y el
entusiasmo de anunciarlo a los demás con corazón abierto y generoso.
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8. La oración personal y comunitaria.
Es el lugar donde el discípulo, alimentado por la Palabra y la Eucaristía, cultiva
una relación de profunda amistad con Jesucristo y procura asumir la voluntad del Padre.
La oración diaria es un signo del primado de la gracia en el itinerario del discípulo
misionero. Por eso, “es necesario aprender a orar, volviendo siempre de nuevo a
aprender este arte de los labios del Maestro” (NMI 33).
9. Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor
fraterno.
Allí Él cumple su promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).
Está en todos los discípulos que procuran hacer suya la existencia de Jesús, y
vivir su propia vida escondida en la vida de Cristo (cf. Col 3,3). Ellos experimentan la
fuerza de su resurrección hasta identificarse profundamente con Él: “Ya no vivo yo, sino
que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).
Está en los pastores, que representan a Cristo mismo (cf. Mt 10, 40; Lc 10,16).
Los Obispos han sucedido, por institución divina, a los apóstoles como pastores de la
Iglesia, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo, y quien los desprecia,
desprecia a Cristo y a quien le envío (LG 20).
Está en los que dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz y por el bien
común, algunas veces llegando a entregar la propia vida, en todos los acontecimientos de
la vida de nuestros pueblos, que nos invitan a buscar un mundo más justo y más fraterno,
en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y agobian.
10. También lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y
enfermos (cf. Mt 25,37-40).
Ellos reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el
sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que
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sufren realmente nos evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y
en la defensa de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia a
Jesucristo (NMI 149). El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión
constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en
ellos (cf. NMI 25) y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa
dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a
Jesucristo es la que nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino.
EL PEQUEÑO PEZ (Anthony de Mello)
«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted
más viejo y con más experiencia que yo y
probablemente podrá usted ayudarme. Dígame:
¿dónde puedo encontrar eso que llaman
océano? He estado buscándolo por todas partes,
sin resultado».
«El océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua. Lo que yo busco es el
océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se
marchaba nadando a buscar en otra parte.
Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar.
Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar.
No puedes dejar de verlo.
Seguramente sucede lo mismo en la búsqueda de Dios.
«Si deseas conocer al Creador, conoce la creación» (San Columbano).
Para la reflexión personal:
1. ¿He tenido un encuentro personal y significativo con Jesucristo?
2. ¿Dónde lo experimento vivo y presente en la actualidad?
3. Busca en la Biblia el Salmo 41 y recita con fe: “Como busca la cierva
corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío...”
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2.2. La oración en la vida del cristiano23
«Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama.
¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide pan?
¿O le daría una culebra cuando le pide un pescado?
Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo,
dará cosas buenas a los que se las pidan!
Tolo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos:
ahí está toda la Ley y los Profetas»
(Mt 7, 7-12)
2.2.1. La llamada universal a la oración.
¿Qué es la oración?
«La oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes» (S. Juan Damasceno). Pero es, sobre todo, la relación viviente y personal
con Dios vivo y verdadero. Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro
misterioso con Él. La oración acompaña a toda la historia de la salvación como una
llamada reciproca entre Dios y el hombre. Por eso, podemos decir que:
a) La oración es un Don de Dios, iniciativa suya. Dios tiene sed de que el hombre
tenga sed de Él (cf. S.Agustín).
b) La oración es Alianza, el lugar de encuentro entre Dios y el hombre en Cristo.
c) La oración es Comunión de vida, relación, estar en presencia de Dios.
Jesús y la oración.
1. Jesús ora con frecuencia a Dios, como un hijo a su Padre: ¡Abba!
Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús entraña una
adhesión amoroso a la voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser
escuchada.
2. Jesús nos enseña a orar al Padre con confianza: ¡Padre nuestro!
En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón
purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les
invita a presentar sus peticiones a Dios en su nombre.
23 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 2558-2682.
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3. Jesús escucha nuestra oración:
El mismo escucha las plegarias que se le dirigen. «Ora por nosotros como sacerdote
nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a
Dios nuestro» (S. Agustín).
La oración de la Iglesia
El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos,
«reunidos en un mismo lugar» (Hch 2,1), que lo esperaban «perseverando en la oración
con un mismo espíritu (Hch 1,14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo
que Jesús dijo, será también quien la instruya en la vida de oración.
En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes «acudían asiduamente a las
enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones»
(Hch 2,42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la
fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía.
Estas oraciones son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en la
Sagrada Escritura, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su
cumplimiento en Cristo. El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia
orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena y suscita nuevas formulaciones
que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, en los sacramentos
y en la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes
tradiciones litúrgicas y espirituales.
La oración cristiana es trinitaria y mariana.
Está dirigida principalmente al Padre, pero igualmente se dirige a Jesús, en
especial por la invocación de su santo Nombre. Pero «nadie puede decir: "Jesús es
Señor", sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). La Iglesia nos invita a invocar al
Espíritu Santo como Maestro interior de la oración cristiana.
Asimismo, en virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la
Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas
que Dios ha realizado en ella y para confiarle suplicas y alabanzas. María es la orante
perfecta, figura de la Iglesia: La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de
María.
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◦ 2.2.2. Formas de la oración
1. La bendición y la adoración:
La bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios
bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda
bendición. Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien la oración
asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le
bendecimos por habernos bendecido); o bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por
medio de Cristo, desciende de junto al Padre (es Él quien nos bendice).
La adoración es la actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador.
Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos
libra del mal.
2. La oración de petición:
Es pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso «luchar
en la oración». La petición de perdón es el primer movimiento de oración de petición. La
humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con Padre y su Hijo Jesucristo, y
de los unos con los otros: entonces interceder, pedir a favor de otro, es lo propio de un
corazón conforme a la misericordia de Dios.
La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del reino que
viene. Primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para
cooperar a su venida. Por tanto, la oración de petición tiene por objeto el perdón, la
búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera propia y ajena.
3. La oración de intercesión:
Jesús es el único intercesor ante el Padre a favor de todos los hombres. En el
tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo. En la intercesión, el
que ora busca «no su propio interés sino el de los demás» (Flp 2,49), hasta rogar incluso
por los que le hacen mal. Es la expresión de la comunión de los santos. La oración de
intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende
hasta los enemigos.
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4. La oración de acción de gracias:
La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia. Todo acontecimiento y
toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. «En todo dad
gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (1 Ts 5,18). «Sed
perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Col 4, 2).
5. La oración de alabanza:
La alabanza es la forma de orar que reconoce que Dios es Dios. Le canta por Él
mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. La alabanza integra las
varias formas de oración y las lleva hacia aquel que es su fuente y su término: «un solo
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros» (1 Co
8,6). La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y
le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque Él es.
La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la «ofrenda
pura» de todo el Cuerpo de Cristo «a la gloria de su Nombre»; es «el sacrificio de
alabanza».
2.2.3. Fuentes de la oración
1. La Palabra de Dios
La Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles... la lectura asidua de la
Escritura para que adquieran "la ciencia suprema de Jesucristo" (Flp 3, 8). La lectura de
la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el dialogo de Dios
con el hombre, pues «a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando
leemos sus palabras».
2. La Liturgia de la Iglesia
En la liturgia sacramental de la Iglesia se anuncia, actualiza y comunica el Misterio
de la salvación y se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a
veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante su
celebración y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive «en lo secreto» (Mt
6,6), siempre es oración de la Iglesia y comunión con la Santísima Trinidad.
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3. Las virtudes teologales
La oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la fe, la
esperanza y la caridad. Los salmos muy particularmente nos enseñan a fijar nuestra
esperanza en Dios: «En el Señor puse toda mi esperanza» (Sal 40,2). «El Dios de la
esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la
fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13).
La oración saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos
permite responder amando como Él nos ha amado. El amor es la fuente de la oración:
quien bebe de ella, alcanza la cumbre de la oración: «Te amo, Dios mío, y mi único deseo
es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y
prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo. Señor, y la única gracia que te pido
es amarte eternamente... Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos
que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro».
4. Vivir la oración en el «aquí y ahora»
Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y
participando en su Misterio Pascual. Sin embargo, en todo tiempo, en los acontecimientos
de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. Orar en los
acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino
revelados a los «pequeños», a los servidores de Cristo, a los pobres de las
bienaventuranzas. Es importante impregnar de oración las humildes situaciones
cotidianas.
Para la reflexión personal:
1. ¿Qué lugar ocupa en mi vida espiritual la oración?
2. ¿Cuál de las diferentes formas de oración suelo realizar?
3. Hago un compromiso por mejorar mi oración personal y en familia,
rezando juntos la Oración por la familia (ver Anexo II)
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2.3. Maestros, lugares y expresiones de la oración24.
«Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las
sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya
tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre
que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho
hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo
sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu
Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros
perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos
del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará
a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes»
(Mt 6, 5-14)
2.3.1.Maestros de la oración.
a) Testigos de la oración
Los testigos que nos han precedido en el Reino (cf. Hb 12,1), especialmente los
que la Iglesia reconoce como «santos», participan en la tradición viva de la oración, por el
testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración hoy.
Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la
tierra. Al entrar «en la alegría» de su Señor, han sido «constituidos sobre lo mucho» (cf
Mt 25,21). Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos
rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.
En la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo
largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de Dios hacia
los hombres puede transmitirse a fin de que sus discípulos participen de ese espíritu
24 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 2683-2719.
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como aconteció con el «espíritu» de Elías a Eliseo (cf 2R 2,9) y a Juan Bautista (cf Lc
1,17). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra también una
espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura la fe en un ámbito
humano y en su historia. Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición
viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad,
reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo. «El Espíritu es verdaderamente el lugar de
los santos y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con
Dios y es llamado templo suyo» (S.Basilio).
b) Servidores de la oración
La familia cristiana es el primer ámbito para la educación en la oración. Fundada
en el sacramento del Matrimonio es la «iglesia doméstica» donde los hijos de Dios
aprenden a orar «como lglesia» y a perseverar en la oración. Particularmente para los
niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la
Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo.
Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración
de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados
para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de Dios, la
liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones concretas.
Muchos religiosos han consagrado y consagran toda su vida a la oración. Desde
el desierto de Egipto, eremitas, monjes y monjes han dedicado su tiempo a la alabanza
de Dios y a la intercesión por su pueblo. La vida consagrada no se mantiene ni se
propaga sin la oración; es una de las fuentes vivas de la contemplación y de la vida
espiritual en la Iglesia.
La catequesis de niños, jóvenes y adultos está orientada a que la Palabra de Dios
se medite en la oración personal, se actualice en la oración litúrgica y se interiorice en
todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva. La catequesis es también el momento
en que se puede purificar y educar la piedad popular. La memorización de las oraciones
fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante
hacer gustar su sentido.
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Grupos de oración, es decir, «escuelas de oración», son hoy uno de los signos y
uno de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia, a condición de beber en
las autenticas fuentes de la oración cristiana. La salvaguardia de la comunión es señal de
la verdadera oración en la Iglesia.
El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento
dirigidos a este bien común que es la oración (dirección espiritual).
2.3.2. Lugares favorables para la oración.
La iglesia, casa de Dios es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad
parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de
Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente
para la verdad de la oración:
1. Para la oración personal, el lugar favorable puede ser un «rincón de oración», con las
Sagradas Escrituras e imágenes, a fin de estar «en lo secreto» ante nuestro Padre (cf
Mt 6,6). En una familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en
común;
2. En las regiones en que existen monasterios, una misión de estas comunidades es
favorecer la participación de los fieles en la Oración de las Horas y permitir la soledad
necesaria para una oración personal más intensa;
3. Las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo. Son
tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración. Los santuarios son,
para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares excepcionales para vivir en
comunión con la Iglesia las formas de la oración cristiana.
4. Sobre todo el templo, que es el lugar propio de la oración litúrgica para la comunidad
parroquial y el lugar privilegiado de la adoración eucarística.
2.3.3. Las expresiones de la oración
La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros,
sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres
espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración
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como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es
necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (S. Gregorio Nacianceno).
Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en
algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en
duración.
La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a
alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la
tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la
Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y
sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.
El Señor conduce a cada persona por los caminos que El dispone y de la manera
que El quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y
las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha
conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la
meditación y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el
recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer
en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de
oración.
a) La oración vocal
Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales
o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del
corazón ante Aquel a quien hablamos en la oración. «Que nuestra oración se oiga no
depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas» (S.Juan
Crisóstomo).
La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los
discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración
vocal: el «Padre Nuestro». Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la
sinagoga: los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para expresar su oración
personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11,25-26), hasta la agonía de
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Getsemaní (cf Mc 14,36).
Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una
exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la
necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo
nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible.
Esta necesidad responde también a una exigencia divina. Dios busca adoradores
en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que brota viva desde las
profundidades del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a
la oración interior, porque esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que
Dios tiene derecho.
La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y
tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría
prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos
conciencia de Aquel «a quien hablamos» (Sta.Teresa de Jesús). Por ello, la oración vocal
se convierte en una primera forma de oración contemplativa.
b) La meditación
La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el
porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide.
Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente se hace con la ayuda de algún
libro, que a los cristianos no les falta: las Sagradas Escrituras, especialmente el
Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, los escritos
de los Padres espirituales, las obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de
la historia. la pagina del «hoy» de Dios.
Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí
se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la
humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede
discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: «Señor, ¿qué quieres que
haga?».
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Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros
espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres
primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4,4-7.15-19). Pero un
método no es más que un guía: lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el
único camino de la oración: Cristo Jesús.
La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el
deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe,
suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración
su, cristiana se aplica preferentemente a meditar «los misterios de Cristo», como en la
«lectio divina» o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la
oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la
unión con Él.
c) La oración contemplativa
¿Que es esta oración? Santa Teresa responde: «No es otra cosa oración mental,
a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama».
La contemplación busca al «amado de mi alma». Esto es, a Jesús, y en Él, al
Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la
fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede
también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.
La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende
de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace
contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor
con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas
y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede
entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud,
trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la
pobreza y en la fe.
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La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística:
«recoger» el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar
la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la
presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver
nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos como una
ofrenda que hay que purificar y transformar.
La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que
consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a el amando
más todavía (cf Lc 7,36-50; 19,1-10). Pero sabe que su amor, a su vez es el que el
Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La
contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión
cada vez más profunda con su Hijo amado.
Así la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un
don, una gracia: no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La
oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de
nuestro ser (cf Jr 31,33). Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre,
imagen de Dios, «a su semejanza».
La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En
ella, el Padre nos concede «que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su
Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que
quedemos arraigados y cimentados en el amor» (Ef 3,16-17).
La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. «Yo le miro y Él me mira»,
decía a su santo cura un campesino de Ars ante el Sagrario. Esta atención a Él es
renuncia a mí. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los
ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión
por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la
vida de Cristo. Aprende así el «conocimiento interno del Señor» para más amarle y
seguirle (cf. S.Ignacio de Loyola).
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La oración contemplativa es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva,
esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión
amorosa del hijo. Participa en el “sí” del Hijo hecho siervo y en el “fiat” de su humilde
esclava.
La contemplación es silencio, este «símbolo del mundo venidero» (San Isaac de
Nínive) o “amor silencioso” (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración
contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este
silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo
encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la
oración de Jesús.
La oración contemplativa es unión con la oración de Cristo en la medida en que
ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en
la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea
manifestado por medio de la caridad en acto.
La oración contemplativa es una comunión de amor portadora de vida para la
multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la
resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. El Espíritu de Jesús, no la “carne
que es débil”, hace que llevemos a la vida en la oración contemplativa los tres tiempos
fuertes de la Hora de Jesús. Es necesario aceptar el «velar una hora con él» (cf Mt 26,
40).
Para la reflexión personal:
1. ¿Quién me enseñó a rezar? Le doy gracias a Dios por tan buenos
maestros espirituales y me comprometo a ser yo también maestro
para otros.
2. ¿En qué lugares y momentos mi alma se eleva en oración con
mayor facilidad?
3. ¿Cuál de las diferentes expresiones de la oración me resulta más
desconocida? ¿Qué puedo hacer para iniciarme en ella?
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2.4. Vivir la espiritualidad como discípulos y misioneros de Jesucristo
«En esto reconocemos que moramos en él y él en nosotros:
en que nos ha dado su Espíritu.
Y nosotros hemos visto y damos testimonio
de que el Padre ha enviado a su Hijo, como Salvador del mundo.
Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios mora en él, y él en Dios.
Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene.
Dios es Amor:
y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él»
(1 Jn 4,13-16)
«Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una
gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el
Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado» (DA 18)
2.4.1. Llamados al seguimiento de Jesucristo25
Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a participar de su vida y de
su gloria. Mediante Israel, pueblo que hace suyo, Dios nos revela su proyecto de vida.
Cada vez que Israel buscó y necesitó a su Dios, sobre todo en las desgracias nacionales,
25 DA 129-135.
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tuvo una singular experiencia de comunión con Él, quien lo hacía partícipe de su verdad,
su vida y su santidad. Por ello, no demoró en testimoniar que su Dios -a diferencia de los
ídolos- es el «Dios vivo» (Dt 5,26) que lo libera de los opresores (cf. Ex 3,7-10), que
perdona incansablemente (cf. Ex 34,6; Eclo 2,11) y que restituye la salvación perdida
cuando el pueblo, envuelto «en las redes de la muerte» (Sal 116,3), se dirige a Él
suplicante (cf. Is 38,16). De este Dios –que es su Padre– Jesús afirmará que «no es un
Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12,27).
En estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de Jesús su Hijo (Hb 1,1ss),
con quien llega la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4,4). Dios, que es Santo y nos ama, nos
llama por medio de Jesús a ser santos (cf. Ef 1,4-5).
El llamamiento que hace Jesús, el Maestro, conlleva una gran novedad. En la
antigüedad, los maestros invitaban a sus discípulos a vincularse con algo trascendente, y
los maestros de la Ley les proponían la adhesión a la Ley de Moisés. Jesús invita a
encontrarnos con Él y a que nos vinculemos estrechamente a Él, porque es la fuente de
la vida (cf. Jn 15,5-15) y sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). En la
convivencia cotidiana con Jesús y en la confrontación con los seguidores de otros
maestros, los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación
con Jesús. Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro fue Cristo
quien los eligió. De otra parte, ellos no fueron convocados para algo (purificarse,
aprender la Ley...), sino para Alguien, elegidos para vincularse íntimamente a su Persona
(cf. Mc 1,17; 2,14). Jesús los eligió para «que estuvieran con Él y enviarlos a predicar»
(Mc 3,14), para que lo siguieran con la finalidad de «ser de Él» y formar parte «de los
suyos» y participar de su misión. El discípulo experimenta que la vinculación íntima con
Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del
Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf.
Lc 6,40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas
las cosas.
Con la parábola de la Vid y los Sarmientos (cf. Jn 15,1-8), Jesús revela el tipo de
vinculación que Él ofrece y que espera de los suyos. No quiere una vinculación como
«siervos» (cf. Jn 8, 33-36), porque «el siervo no conoce lo que hace su señor» (Jn 15,
15). El siervo no tiene entrada a la casa de su amo, menos a su vida. Jesús quiere que su
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discípulo se vincule a Él como «amigo» y como «hermano». El «amigo» ingresa a su
Vida, haciéndola propia. El amigo escucha a Jesús, conoce al Padre y hace fluir su Vida
(Jesucristo) en la propia existencia (cf. Jn 15,14), marcando la relación con todos (cf. Jn
15,12). El «hermano» de Jesús (cf. Jn 20,17) participa de la vida del Resucitado, Hijo del
Padre celestial, por lo que Jesús y su discípulo comparten la misma vida que viene del
Padre, aunque Jesús por naturaleza (cf. Jn 5,26; 10,30) y el discípulo por participación
(cf. Jn 10,10). La consecuencia inmediata de este tipo de vinculación es la condición de
hermanos que adquieren los miembros de su comunidad.
Jesús los hace familiares suyos, porque comparte la misma vida que viene del
Padre y les pide, como a discípulos, una unión íntima con Él, obediencia a la Palabra del
Padre, para producir en abundancia frutos de amor. Así lo atestigua San Juan en el
prólogo a su Evangelio: «A todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad
para ser hijos de Dios», y son hijos de Dios que «no nacen por vía de generación
humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios» (Jn 1,12-13).
Como discípulos y misioneros, estamos llamados a intensificar nuestra respuesta
de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad, en
el aspecto más paradójico de su misterio, la hora de la cruz. El grito de Jesús: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34) no delata la angustia de un
desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la
salvación de todos (NMI 25-26).
La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc
10,29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que
sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con
publicanos y pecadores (cf. Lc 5,29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc
10,13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1,40-45), que perdona y libera a la mujer
pecadora (cf. Lc 7,36-49; Jn 8,1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4,1-26).
2.4.2. Configurados con el Maestro26
La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan
26 DA 136-142.
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suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo,
una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10,3).
Es un «sí» que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a
Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6). Es una respuesta de amor a quien lo
amó primero «hasta el extremo» (cf. Jn 13,1). En este amor de Jesús madura la
respuesta del discípulo: «Te seguiré adondequiera que vayas» (Lc 9,57).
El Espíritu Santo, que el Padre nos regala, nos identifica con Jesús-Camino,
abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de
otros; nos identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y
propias ambiciones, y nos identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de
amor y entregarnos para que otros «tengan vida en Él».
Para configurarse verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la
centralidad del Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: «Ámense los
unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15,12). Este amor, con la medida de Jesús,
de total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano, no puede dejar de ser la
característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad
fraterna será el primero y principal anuncio, «reconocerán todos que son discípulos míos»
(Jn 13,35).
En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas
del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su
compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños,
su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy
contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que
Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias.
Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: «Donde yo esté
estará también el que me sirve» (Jn 12,26). El cristiano corre la misma suerte del Señor,
incluso hasta la cruz: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que
cargue con su cruz y que me siga» (Mc 8,34). Nos alienta el testimonio de tantos
misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir
la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.
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Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo,
es la Virgen María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda
que la belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la
plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos.
En América Latina y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el
Señor al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el
Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y de los
demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos más necesitados y en la vida
de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor en medio de ellos.
2.4.3. Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de vida27.
Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su
muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que
alcanzará su plenitud allí donde no habrá más «muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque
todo lo antiguo ha desaparecido» (Ap 21, 4). Durante su vida y con su muerte en cruz,
Jesús permanece fiel a su Padre y a su voluntad (cf. Lc 22,42). Durante su ministerio, los
discípulos no fueron capaces de comprender que el sentido de su vida sellaba el sentido
de su muerte. Mucho menos podían comprender que, según el designio del Padre, la
muerte del Hijo era fuente de vida fecunda para todos (cf. Jn 12,23-24). El misterio
pascual de Jesús es el acto de obediencia y amor al Padre y de entrega por todos sus
hermanos, mediante el cual el Mesías dona plenamente aquella vida que ofrecía en
caminos y aldeas de Palestina. Por su sacrificio voluntario, el Cordero de Dios pone su
vida ofrecida en las manos del Padre (cf. Lc 23,46), quien lo hace salvación «para
nosotros» (1 Co 1,30). Por el misterio pascual, el Padre sella la nueva alianza y genera
un nuevo pueblo, que tiene por fundamento su amor gratuito de Padre que salva.
Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar
el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28,19; Lc 24,46-48). Por esto, todo
discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo
vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del
Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él
27 DA 143-148.
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vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la
identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.
Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y
alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese
encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la
experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de
persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del
mundo (cf. Hch 1,8).
Benedicto XVI nos recuerda que: «El discípulo, fundamentado así en la roca de la
Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus
hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando
el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él
nos salva (cf. Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay
esperanza, no hay amor, no hay futuro» (Benedicto XVI, DI 3). Esta es la tarea esencial
de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción
humana integral y la auténtica liberación cristiana.
Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y
mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores..., invitándolos a todos a
su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo,
el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor
misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores.
Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la
misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso, la santidad no es una fuga hacia el
intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente
de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del
mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente
espiritual (cf. Benedicto XVI, DI 3).
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2.4.4. Animados por el Espíritu Santo28
Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por
el Espíritu Santo al desierto para prepararse a su misión (cf. Mc 1,12-13) y, con la oración
y el ayuno, discernió la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros
caminos. Ese mismo Espíritu acompañó a Jesús durante toda su vida (cf. Hch 10,38).
Una vez resucitado, comunicó su Espíritu vivificador a los suyos (cf. Hch 2,33).
A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones
del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1 Co 12,1-
11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1 Co 12,28-
29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor
hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1 Co 1, 6-7). El Espíritu en
la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4, 13) y Pablo (cf.
Hch 13,9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben
hacerlo (cf. Hch 13, 2).
La Iglesia, en cuanto marcada y sellada «con Espíritu Santo y fuego» (Mt 3,11),
continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la salvación (cf. 1
Co 6,11). Pablo lo afirma de este modo: «Ustedes son una carta de Cristo redactada por
ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo» (2 Co 3,3). El
mismo y único Espíritu guía y fortalece a la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la
celebración de la fe y en el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo de Cristo alcance
la estatura de su Cabeza (cf. Ef 4,15-16). De este modo, por la eficaz presencia de su
Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta de vida para hombres y mujeres de
todos los tiempos y lugares, impulsando la transformación de la historia y sus
dinamismos. Por tanto, el Señor sigue derramando hoy su Vida por la labor de la Iglesia
que, con «la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo» (1 P 1,12), continúa la
misión que Jesucristo recibió de su Padre (cf. Jn 20,21).
Jesús nos transmitió las palabras de su Padre y es el Espíritu quien recuerda a la
Iglesia las palabras de Cristo (cf. Jn 14,26). Ya, desde el principio, los discípulos habían
sido formados por Jesús en el Espíritu Santo (cf. Hch 1,2); es, en la Iglesia, el Maestro
28 DA 149-153.
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interior que conduce al conocimiento de la verdad total, formando discípulos y misioneros.
Esta es la razón por la cual los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente
por el Espíritu (cf. Ga 5, 5), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la
Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los
cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (cf. Lc 4,18-19).
Esta realidad se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu Santo que,
también, a través de los sacramentos, nos ilumina y vivifica. En virtud del Bautismo y la
Confirmación, somos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo y entramos a la
comunión trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su cumbre en la Eucaristía, que es principio
y proyecto de misión del cristiano. «Así, pues, la Santísima Eucaristía lleva la iniciación
cristiana a su plenitud y es como el centro y fin de toda la vida sacramental» (SC 17).
Para la reflexión personal:
Dijo Jesús a sus discípulos: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a
otros; como yo les he amado. En esto reconocerán todos que ustedes son mis
discípulos: en el amor que se tengan unos a otros»
(Jn 13,34-35)
1. De acuerdo a lo que indica Jesús a sus discípulos y lo que nos proponen los obispos
latinoamericanos en Aparecida, ¿soy un verdadero discípulo y misionero de Jesucristo?
¿Por qué sí y por qué no?
2. ¿Qué puedo hacer para llegar a seguirle y servirle con más convicción y dedicación
en la familia y en la universidad? Hago un sencillo y sincero compromiso para crecer
como discípulo y misionero en el hogar y en la ULADECH Católica.
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PLAN DE APRENDIZAJE Nº 02
1. Unidad de aprendizaje
La vida espiritual cristiana.
2. Objetivo específico
3.4.0.3.2.3.1.2 Promover la vivencia gozosa y comunitaria de la espiritualidad
cristiana.
3. Tema
La vida espiritual cristiana.
4. Objetivos operacionales
3.4.0.3.2.3.1.2 Promover el seguimiento de Jesucristo como discípulos y
misioneros a través del cultivo de la oración personal y comunitaria.
5. Contenidos analíticos
2.1. Lugares del encuentro con Jesucristo.
2.2. La oración en la vida del cristiano.
2.3. Maestros, lugares y expresiones de la oración.
2.4. Vivir la espiritualidad como discípulos y misioneros de Jesucristo.
6. Programación
Un mes.
7. Estrategias de aprendizaje:
Actividad a distancia n° 02: Tarea de responsabilidad social “Llamados a ser
discípulos y misioneros de Jesucristo”
1. Cada estudiante lee con atención los capítulos del 2.1. al 2.4. de la presente
guiatex y resuelve las interrogantes planteadas para la reflexión personal (no se
presentarán por escrito para ser evaluadas).
2. Escribe una “Carta a Jesucristo” recordando y agradeciendo los lugares,
momentos, personas, ocasiones, dificultades, logros... en los que a lo largo de su
vida ha experimentado su presencia y ayuda misericordiosa (Extensión de 2
_______________________________________________________________________________ 86 Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote / Sistema de Universidad Abierta
Jaume Benaloy Marco Vida Espiritual___________________________________________________________________________________
páginas).
3. A la luz de las indicaciones que presentan los obispos latinoamericanos en
Aparecida (capítulo 2.4), ¿Qué puedo hacer para llegar a seguir y servir a
Jesucristo con más convicción y dedicación en la familia y en la universidad? ¿A
qué te comprometes? Confecciona una oración propia de intercesión por alguna
de las situaciones y/o personas necesitadas de la actualidad.
4. Al terminar el curso, ¿tienes alguna propuesta de mejora o sugerencia para el
Servicio de Pastoral y Espiritualidad de la ULADECH Católica?
5. El estudiante presenta las tareas (puntos 2, 3 y 4) como Actividad a distancia n°2,
colocando una carátula con los datos personales.
8. Evaluación
Los criterios de evaluación se indican en la guía de trabajo.
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Guía de trabajo Nº 02: Actividad a distancia n° 02
Tarea de responsabilidad social
“Llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo”
ObjetivoPromover el seguimiento de Jesucristo como discípulos y misioneros a
través del cultivo de la oración personal y comunitaria .
Lecturas II Unidad: capítulos del 2.1. al 2.4.
Insumo
1. Cada estudiante lee con atención los capítulos del 2.1. al 2.4. de
la presente guiatex y resuelve las interrogantes planteadas para la
reflexión personal (no se presentarán por escrito para ser evaluadas).
2. Escribe una “Carta a Jesucristo” recordando y agradeciendo los
lugares, momentos, personas, ocasiones, dificultades, logros... en los que
a lo largo de su vida ha experimentado su presencia y ayuda
misericordiosa (Extensión de 2 páginas).
3. A la luz de las indicaciones que presentan los obispos
latinoamericanos en Aparecida (capítulo 2.4), ¿Qué puedo hacer para
llegar a seguir y servir a Jesucristo con más convicción y dedicación en la
familia y en la universidad? ¿A qué te comprometes? Confecciona una
oración propia de intercesión por alguna de las situaciones y/o
personas necesitadas de la actualidad.
4. Al terminar el curso, ¿tienes alguna propuesta de mejora o
sugerencia para el Servicio de Pastoral y Espiritualidad de la ULADECH
Católica?
5. El estudiante presenta las tareas (puntos 2, 3 y 4) como Actividad
a distancia n°2, colocando una carátula con los datos personales.
Evaluación
Indicadores Puntajes
1. Presenta una “Carta a Jesús” indicando sinceramente su
experiencia de encuentro personal con Él.7
2. Presenta una oración de intercesión propia. 7
3. Indica sugerencias o propuestas de mejora al SPES 3
4. Correcta expresión y ortografía. 3
5. Demora en la presentación (-)3
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II EVALUACIÓN A DISTANCIA
¡IMPORTANTE!
No dejes de presentarla en la fecha establecida en el cronograma de estudio.
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Lee la presente guiatex desde el capítulo 2.1 al 2.4 (págs.58-85) y desarrolla
la actividad de aprendizaje que se encuentra el Plan de aprendizaje n° 02.
La II Evaluación a Distancia está constituida por la presentación de la
actividad del plan de aprendizaje Nº 02, que tiene un valor del 10% del
promedio final del curso.
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AGENDA DE APRENDIZAJE
Mis interrogantes:
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Mis dudas:
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Mis opiniones:
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..……………………………………………………………………………………………….......
..……………………………………………………………………………………………….......
Mis aportes:
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…………………………………………………………………………………………….........…
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Estimado estudiante: A continuación se te presenta un registro para que anotes las interrogantes, dudas, opiniones y aportes sobre tu aprendizaje. En la sesión de tutoría, compártelos y coméntalos con tu tutor y tus compañeros; así podrás enriquecer tu aprendizaje.
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Anexo 1:
Los símbolos de la fe cristiana. El credo
1. Credo de los Apóstoles
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar
a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
2. Credo de Nicea-Constantinopla
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo
visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos
los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no
creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros,
los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
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y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a, vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la
resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
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Anexo 2:
Oraciones básicas del cristiano
1. PADRE NUESTRO
Jesús nos enseñó a rezar (Mt 6,5-15):
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
No nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
2. DOXOLOGÍA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
3. SEÑAL DE LA CRUZ
Por la señal de la Santa Cruz,
de nuestros enemigos,
líbranos Señor Dios nuestro.
En el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
4. ACTO PENITENCIAL
Yo confieso ante Dios Todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
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que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mi ante Dios, nuestro Señor. Amén
5. ACTO DE CONTRICCIÓN
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre, Redentor mío,
por ser vos quien sois, bondad infinita
y por que os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido,
también me pesa porque podéis castigarme con
las penas del infierno.
Animado con tu divina gracia,
propongo firmemente
nunca mas pecar, confesarme
y cumplir la penitencia que me fuera impuesta,
para el perdón de mis pecados. Amén
6. AVE MARÍA
Dios te salve María,
llena eres de gracia
El Señor es contigo,
bendita tu eres entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte,
Amén.
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7. SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida y dulzura y esperanza nuestra:
Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos
y, después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce Virgen María!
V. Ruega por nosotros santa Madre de Dios,
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas
de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
8. ACORDAOS (S.Bernardo)
Acordaos, oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando tu auxilio, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos acudo,
Madre, Virgen de la vírgenes,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos.
Madre de Dios, no desechéis mis súplicas,
antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
9. ANGELUS
V. El Ángel del Señor anunció a María.
R. Y concibió del Espíritu Santo.
Ave María.
V. He aquí la esclava del Señor.
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R. Hágase en mi según tu palabra.
Ave María.
V. El Verbo se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Ave María.
V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
*Oración:
Te suplicamos, Señor,
que derrames tu gracia en nuestras almas
para que los que, por el anuncio del Ángel
hemos conocido la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su Pasión y Cruz
seamos llevados a la gloria de su Resurrección.
Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.
10. Regina Coeli - Reina del cielo
V. Alégrate, Reina del cielo. Aleluya.
R. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.
V. Ha resucitado, según predijo. Aleluya.
R. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya.
V. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.
R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.
Oremos:
Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,
te has dignado dar la alegría al mundo,
concédenos por su Madre, la Virgen María,
alcanzar el gozo de la vida eterna.
Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.
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11. ¡Estate, Señor, conmigo!
Estate, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.
Llévame en tu compañía,
donde tu vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tú
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tu das
sé que alcanzarla no puedo
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mí te vas. Amén.
12. Cántico de las criaturas (San Francisco)
Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
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Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor.
13. Oración de confianza (Carlos de Foucauld)
Padre:
Me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
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Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo,
con tal que tu voluntad
se realice en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi vida,
te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y me es una necesidad de amor
darme,
ponerme en tus manos sin reservas,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
14. Oración por los sacerdotes
Jesús, Buen Pastor,
que has querido guiar a tu pueblo
mediante el ministerio de los sacerdotes:
¡gracias por este regalo para tu Iglesia y para el mundo!
Te pedimos por quienes has llamado a ser tus ministros:
cuídalos y concédeles el ser fieles.
Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo,
siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos.
Te rogamos por quienes se están preparando
para servir como pastores:
que sean disponibles y generosos
para dejarse moldear según tu corazón.
Te pedimos por los jóvenes a quienes también hoy llamas:
que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte,
que no sean indiferentes a tu mirada tierna y comprometedora,
que te descubran como el verdadero Tesoro
y estén dispuestos a dar la vida "hasta el extremo".
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Te lo pedimos junto con María, nuestra Madre de Luján,
y San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars,
en este Año Sacerdotal. Amén.
15. María, ¡bendita sea tu pureza!
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza.
A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María,
te ofrezco en este día, alma vida y corazón.
Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía.
Amén.
16. Veni Creátor Spíritus (Ven, Espíritu creador)
Ven, Espíritu creador,
visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia
los corazones que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
Don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
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sé Tú mismo nuestro guía y,
puestos bajo tu dirección,
evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.
Envía tu Espíritu Creador
y renueva la faz de la tierra.
17. Oración por la familia
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Anexo 3:
Los sacramentos de la Iglesia católica
a) Sacramentos de la Iniciación Cristiana
1. Bautismo
2. Confirmación
3. Eucaristía
b) Sacramentos de Curación
4. Perdón, Penitencia, Confesión o Reconciliación.
5. Unción de los enfermos.
c) Sacramentos al servicio de la Comunidad
6. Matrimonio
7. Orden Sagrado
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Anexo 4:
Las bienaventuranzas y los mandamientos
a) Las bienaventuranzas.
Las solemnes bienaventuranzas (beatitudines, benedictiones) marcan el inicio del
Sermón de la Montaña, el primero de los sermones de Nuestro Señor en el Evangelio de
San Mateo (5,3-10).
Cuatro de ellas reaparecen en una forma ligeramente diferente en el Evangelio de
San Lucas (6,22), de igual modo al comienzo de un sermón, y que discurren
paralelamente a Mateo, 5-7, si no a otra versión del mismo. Y aquí se ilustran con la
oposición de las cuatro maldiciones (24-26). El relato más completo y el lugar más
destacado que se da a las Bienaventuranzas en San Mateo están bastante de acuerdo
con el alcance y la tendencia del Primer Evangelio, en el que el carácter espiritual del
reino mesiánico -la idea suprema de las Bienaventuranzas- es continuamente destacado,
en agudo contraste con los prejuicios judíos. La peculiarísima forma en la que Nuestro
Señor manifestó sus bienaventuranzas las convierte, quizás, en el único ejemplo de sus
dichos que puede ser calificado de poético al ser inequívocamente claro el paralelismo de
pensamiento y expresión, que es la característica más notable de la poesía bíblica.
El texto de San Mateo (Mt 5,3-10) dice:
•Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.
•Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra.
•Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados.
•Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados
•Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia.
•Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios.
•Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
•Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de
los cielos.
b) Los diez mandamientos de la Ley de Dios:
1. Amarás a Dios sobre todas las cosas
2. No tomarás el nombre de Dios en vano
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3. Santificarás el día del Señor
4. Honrarás a tu padre y a tu madre
5. No matarás
6. No cometerás actos impuros
7. No robarás
8. No levantarás falsos testimonios ni mentirás
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros
10. No codiciarás los bienes ajenos
«"Mirar a Cristo". Si lo hacemos, nos damos cuenta de que el cristianismo es algo
más, algo distinto de un sistema moral, una serie de preceptos y leyes. Es el don de una
amistad que perdura en la vida y en la muerte: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn
15, 15) dice el Señor a los suyos. Nos fiamos de esta amistad. Pero, precisamente por el
hecho de que el cristianismo es más que una moral, de que es el don de la amistad,
implica una gran fuerza moral, que necesitamos tanto ante los desafíos de nuestro
tiempo. Si con Jesucristo y con su Iglesia volvemos a leer de manera siempre nueva el
Decálogo del Sinaí, penetrando en sus profundidades, entonces se nos revela como una
gran enseñanza, siempre válida. El Decálogo:
• Es ante todo un "sí" a Dios, a un Dios que nos ama y nos guía, que nos sostiene y
que, sin embargo, nos deja nuestra libertad, más aún, la transforma en verdadera
libertad (los primeros tres mandamientos).
• Es un "sí" a la familia (cuarto mandamiento);
• un "sí" a la vida (quinto mandamiento);
• un "sí" a un amor responsable (sexto mandamiento);
• un "sí" a la solidaridad, a la responsabilidad social y a la justicia (séptimo
mandamiento);
• un "sí" a la verdad (octavo mandamiento);
• y un "sí" al respeto del prójimo y a lo que le pertenece (noveno y décimo
mandamientos). En virtud de la fuerza de nuestra amistad con el Dios vivo,
vivimos este múltiple "sí" y, al mismo tiempo, lo llevamos como señal del camino
en esta hora del mundo»29
29Benedicto XVI. Homilía en el Santuario de Maritzell de Austria (08.09.07).
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c) Los mandamientos de la Iglesia30
Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a
la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas
promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo
indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor
de Dios y del prójimo. Los mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son
cinco:
1. Oír misa entera los domingos y fiestas de precepto.
Exige a los fieles participar en la celebración eucarística, en la que se reúne la
comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en
aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor, la
Virgen María y los santos.
2. Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de
muerte, y si se ha de comulgar.
Así se asegura la preparación para la Eucaristía mediante la recepción del
sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón
del Bautismo.
3. Comulgar por Pascua de Resurrección.
Este mandamiento garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre
del Señor en relación con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia
cristiana.
4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre
Iglesia.
Asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas
litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la
libertad del corazón.
5. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades.
Señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las
necesidades materiales de la Iglesia.
30Catecismo de la Iglesia Católica 2041-2043
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/may/documents/hf_
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• Benedicto XVI. Homilía en el Santuario de Maritzell de Austria (08.09.07).
Disponible en:
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Disponible en: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
• Celam. Documento final de Aparecida. Aparecida: Paulinas; 2007. Disponible en:
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Chimbote; 2006.
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• Castellano J. Vida espiritual. Diccionario Teológico Enciclopédico. Estella: Verbo
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• The power of faith. How religion impacts our world. Der Spiegel special N° 9
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