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Página | 1 Los esclavos y el Evangelio - Dolores Aleixandre [Pintura: Cristo sana a la suegra de Pedro, John Bridges] "Este hombre no ha venido a que le sirvan sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos" (Mc 10,45).

Dolores Aleixandre - Los esclavos y el Evangelio

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Dolores Aleixandre - Los esclavos y el Evangelio.

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    Los esclavos y el Evangelio - Dolores

    Aleixandre

    [Pintura: Cristo sana a la suegra de Pedro,

    John Bridges]

    "Este hombre no ha venido a que le sirvan

    sino a servir y a dar la vida en rescate por

    muchos" (Mc 10,45).

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    As haba definido Marcos en la comunidad

    el sentido de la vida de Jess, pero sus

    palabras provocaron en m rebelda y

    resistencia. Pertenezco a una familia de

    patricios de Roma y siempre me he sentido

    orgullosa de pertenecer a la condicin de los

    libres y de conocer de cerca la bajeza de

    origen de los esclavos. Senta hacia ellos un

    desprecio invencible.

    Empec a frecuentar la reunin de los

    cristianos porque los cultos mistricos que se

    practicaban en el Imperio haban terminado

    por resultarme insufribles a fuerza de

    ridculos. Se me haba hecho imposible

    rendir homenaje o respetar a unos dioses tan

    llenos de pasiones y miserias como los

    humanos y sus mitos y leyendas terminaron

    por parecerme infantiles.

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    Conoca a Ester, una juda convertida al

    cristianismo que me invit a participar en

    una de sus reuniones y, desde el principio,

    me qued tan deslumbrada ante una

    doctrina tan absolutamente nueva y

    atrayente que pens haber encontrado la

    respuesta a las preguntas que vena

    hacindome desde tanto tiempo atrs.

    Nos reunamos en casa de Ester y Marcos

    que al parecer conoca bien las tradiciones en

    torno a Jess y nos hablaba de l con tanta

    pasin, que pronto ped ser admitida en el

    grupo de los que se preparaban para el

    bautismo.

    Tengo que reconocer que me cost vencer mi

    repugnancia a la hora de integrarme en un

    grupo en el que haba todo tipo de personas:

    no me importaba mezclarme con griegos o

    judos, siempre que fueran gente noble y

    culta, pero sentirme al mismo nivel de

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    esclavos y gente de baja extraccin, me

    resultaba duro y humillante.

    Fue creciendo en m el convencimiento de

    que Jess vena de parte de Dios y me

    entusiasmaba escuchar el comienzo de lo que

    Marcos llamaba su "evangelio" y que deca

    as: "Buena noticia de Jesucristo, Hijo de

    Dios".

    Me llenaba de alegra poder invocarle como

    un ser celestial, anterior a todo, mediador

    entre Dios y sus criaturas. Por fin haba

    encontrado una religin noble, propia de

    hombres y mujeres libres y dignos, y por eso

    me sent tan defraudada al ir oyendo hechos

    y dichos de Jess que no poda comprender

    y que me iban alejando de las ideas sobre l

    que me haba formado al principio.

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    Yo poda aceptar que Dios se comunicara

    con los humanos y la idea de un "Hijo de

    Dios" no me repugnaba como les ocurra a

    los judos, pero el que esa filiacin no fuera

    manifestacin de fuerza y de gloria, sino a la

    manera de un siervo, me produca escndalo

    y rechazo. El abajamiento de la divinidad me

    resultaba inaceptable y, ahora que se me

    haban cado mis antiguos dioses, no poda

    tolerar otro descenso semejante.

    Me reafirm en mi idea mientras cenaba un

    da en mi casa y mis esclavos me servan: me

    puse a contemplar atentamente a una joven

    esclava nubia que me haba trado mi esposo

    en uno de sus ltimos viajes antes de morir.

    La vea moverse con agilidad y sigilo, con la

    misma naturalidad con que se mueve un pez

    en el agua, quiz porque era ya descendiente

    de esclavos y estaba habituada a servir desde

    nia.

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    Yo intentaba imaginarla situada en mi lugar,

    reclinada en mi triclinio, mientras yo me

    acercaba para servirla, pero el solo pensarlo

    me resultaba ridculo e inapropiado y me

    reafirmaba en mi conviccin de que entre

    esclavos y libres haba una distancia

    infranqueable y era intil intentar superarla.

    Segu volviendo a la comunidad, pero creca

    en m la resistencia ante la insistencia de

    Marcos en recordarnos que Jess haba

    muerto crucificado, sin darse cuenta de que

    un crucificado no era para m, lo mismo que

    para cualquier persona culta de mi tiempo,

    ms que expresin de necedad, vergenza y

    escndalo.

    Pero era a l a quien constantemente se

    refera Marcos, rechazando los intentos de

    los que como yo, pretendamos pasar por

    alto un final tan humillante. Cmo puede

    ser Jess, a la vez, Hijo de Dios y siervo?, le

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    preguntbamos. Por qu en vez recalcar

    tanto su existencia sufriente y anonadada, no

    nos hablas ms de su poder, su exaltacin y

    su seoro sobre toda la creacin? Por qu

    tanto empeo en hacernos ver la

    participacin de Jess en la debilidad

    humana y eso, no como algo que le

    sobrevino por necesidad, sino como elegido

    libre y conscientemente, como talante y

    orientacin de su vida entera?

    Todo aquello me iba separando

    progresivamente de mi primer entusiasmo

    hasta tomar la decisin de dejar de participar

    en las reuniones; pero volv finalmente a una

    para despedirme y dar mis razones de por

    qu haba determinado abandonar la

    comunidad. Lo hice con la mayor sinceridad

    y respeto que pude para no herir a nadie y,

    despus de un silencio, Marcos dijo que iba a

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    contarnos otra historia ms de las referentes

    a Jess:

    "Un da en Cafarnam, al salir de la sinagoga

    se fueron derechos a casa de Simn y Andrs

    llevando a Santiago y a Juan. La suegra de

    Simn estaba en cama con fiebre, y se lo

    dijeron en seguida. Jess se acerc, la cogi

    de la mano y la levant. Se le pas la fiebre y

    les estuvo sirviendo" (Mc 1,29-31).

    Cuando termin se hizo un largo silencio y,

    de pronto, me di cuenta de que aquella

    narracin me estaba dirigida: aquella mujer

    enferma era yo, aquejada por una malfica

    fiebre de soberbia, distanciada de la vida que

    circulaba por la comunidad, imposibilitada

    para acoger aquella fraternidad sanante

    capaz de romper las barreras de

    discriminacin entre sus miembros.

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    Y sin embargo, Jess no se haba alejado de

    la mujer enferma, sino que se haba acercado

    a ella, la haba tomado de la mano,

    levantndola, y ella se haba incorporado de

    nuevo al mbito del servicio (diakona le

    llaman en el grupo), y haba entrado de

    nuevo, rehecha y libre, en la esfera de los

    seguidores del Maestro.

    Ped un tiempo de reflexin durante el que

    or y supliqu luz y fuerza para acoger el

    camino de servicio y humildad del Seor

    Jess que es tambin el Servidor de todos. Y

    ahora que me he bautizado en la noche

    pascual, puedo decir que tambin yo, lo

    mismo que aquella mujer de Cafarnam, he

    vivido la experiencia de ser liberada de mi

    fiebre: Jess me ha tomado de la mano y me

    ha levantado con el poder de su

    Resurreccin.

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    Y ahora estoy aprendiendo, con la luz de su

    Espritu, que la mayor dignidad a la que

    podemos ser llamados consiste en hacernos

    servidores unos de otros.

    http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/349-los-

    esclavos-y-el-evangelio.html

    [07/08/2015]