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Ciclo B
Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la Santísima Trinidad.
De hecho, todos los domingos y todos los actos religiosos son
para gloria de la Santísima Trinidad. Por eso
comenzamos “en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo”.
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y del Espíritu Santo.
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Pero en este día queremos sumergirnos en la grandeza de este misterio y adorar a Dios por todo lo que significa para nosotros: que Dios sea Uno, pero que sean tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tienen plena relación con nosotros.
Y lo primero que debemos decir es que es un misterio que supera toda
nuestra capacidad y que,
en esta vida, nunca podremos
llegar a comprenderlo.
Esto significa que debemos hacer un acto de humildad, porque reconocemos que Dios es tan grande que nuestro ser “pequeño” nunca podrá
llegar a abarcar toda la grandeza de Dios.
En el cielo nuestra
felicidad será adentrarnos
en la plenitud de amor, belleza y
alegría de la Trinidad.
Ese Dios, que es misterio para nosotros, no es algo abstracto o que esté lejano a nosotros, sino que está
dentro de nosotros. Y por lo tanto nuestra ocupación principal es poder comprender cuál es la relación con nosotros de ese Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento Dios no había revelado la realidad del Misterio. Hoy en la 1º lectura nos habla por boca de Moisés cómo Dios es grande y potente, pero al mismo tiempo está cercano, porque viene a salvarnos.
Por eso debemos cumplir sus manda-mientos.
Dt 4,32-34.39-40
Moisés habló al pueblo, diciendo: "Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.
En el Ant. Testamento hay algunas manifestaciones que nos recuerdan a la Trinidad, como en la creación
hablando en plural “Hagamos”; o la Sabiduría moldeada desde la eternidad.
O aquellos tres que visitan a Abraham y que hablan a veces al unísono.
Pero fue Jesús quien nos desveló cómo el Padre mandó a su Hijo, eterno como Él, para salvarnos. Y cómo Jesús enviará el Espíritu, que hará obras de Dios, para santificarnos.
Siendo Amor, podemos al menos atisbar que es más propio o conveniente que Dios no sea un solterón (o solitario) sino que sean tres personas unidas por el amor.
Sobre todo nos enseñó que Dios,
por encima de todo, es
Amor.
Este amor es infinito entre los Tres. Pero
no se queda encerrado, sino que
trasciende hacia creaturas que serán hechas “a imagen y semejanza” suya.
Esos somos nosotros.
Por eso hay una relación profunda entre Dios y nosotros. Y, como lo más importante en Dios es el amor, cuanto más amor haya en nuestro corazón, estaremos más crecidos en nuestro ser y valdremos mucho más.
Lo más verdadero y grandioso que hay en el hombre es su capacidad de amar, a pesar de sus instintos orgullosos, violentos y egoístas. Lo mejor que tiene el ser humano es su dinamismo de relación, de responsabilidad, de amistad y comunión. Aquí se ve el verdadero sello de Dios, que es el amor.
Por eso, al alabar hoy a Dios que es Padre, Hijo y
Espíritu Santo, alabamos y
bendecimos al Amor que no
tiene fin.
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Esta relación de amor tiene su particula-
ridad con cada una de
las tres Personas. Al Padre se le atribuye la creación.
Y sobre todo la participación en su vida por medio de la gra-cia. Todo ello nos las da con lo principal que tiene, el amor.
Dios Padre es creador
para nosotros. Nos da la naturaleza y todas las
cosas.
Por eso y porque nos ha hecho a “su imagen”, en verdad podemos llamarle Padre.
O quizá: Padre
y Madre.
Grande es Dios en la creación
del universo;
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en las estrellas y el sol del firmamento.
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Como usamos mal el tesoro tan grande que es la libertad, Dios mismo, que es Amor, se hace hombre para salvarnos.
Ese es el Hijo o la
Palabra o Quien
procede del Padre.
A Él le debemos
la Redención.
Jesús nos revela que la cercanía y la amistad de Dios es mucho más intensa que todo lo que podíamos imaginar. No sólo actúa a favor nuestro sino que se hace uno de nosotros y hace su morada en nuestro corazón.
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Jesús nos envía el Espíritu para ayudarnos a poder vivir la misma vida de Dios. El Espíritu Santo es nuestro santificador.
Y por medio de este Espíritu santificador,
podemos experimentar
el amor de Dios hasta
llegar a tener la misma vida de
Dios.
Santo es Dios santificador de lo creado;
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Si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, podremos tener plena confianza con Dios y podremos en verdad llamarle “Padre”. Así nos lo dice hoy san Pablo en la 2ª lectura de la misa:
Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: "¡Abba!" (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.
Rom 8, 14-17
Si sentimos el amor de Dios, nuestro Padre, le debemos corresponder también con mucho amor. Se lo digamos muchas veces. Y hagamos algo para que otros muchos amen a ese Dios, que nos ama de verdad.
Así nos vamos
preparando para el
amor eterno en el cielo. Esa es la vida del
alma.
Esta vida de Dios en nosotros comienza en el bautismo, aunque debemos ir creciendo continuamente más en unión de las tres personas divinas.
Jesús les mandó a
los apóstoles
que lo hicieran y
lo predicasen, como nos lo dice hoy
el evangelio.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Mateo 28,16-20
Para poder dar testimonio de esta verdad de la Trinidad y de su suave morar dentro de nosotros, es necesario vivirlo y dejarse empapar como una esponja metida en el agua, según decía santa Teresa de Jesús.
Y dejando las comparaciones,
continuaba santa Teresa diciendo
que había sentido como una voz de Dios que la decía: “No trabajes tu de
tenerme a Mi encerrado en ti,
sino de encerrarte tu en Mi”.
Es decir, que no tenemos que hacer a Dios a nuestra imagen, sino nosotros hacernos a imagen de Dios. Que es dejarnos llevar de ese Amor para entrar en el misterio sacrosanto.
Qué hermoso cuando una persona aprende a sumergirse en el amor de Dios, viviendo su presencia, que es verdadera y continua. Sumergirse en el amor del Padre, que nos creó, en el Hijo, que nos redimió y en el Espíritu que nos santifica. Y le podamos decir:
Dios mío,
Trinidad a quien adoro,
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la Iglesia nos
sumerge en tu
misterio.
Te confesamos
y te bendecimos,
Señor, Dios
nuestro.
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Por la creación estamos sumergidos en el amor de Dios. Mucho más por el bautismo. Y más si hemos sido consagrados, pues significa que Dios ha debido tomarnos en posesión, si le dejamos actuar.
Dejarse guiar por Dios Amor, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, no es encerrarse en sí, porque el amor no se encierra, sino que se difunde.
Vivir inmerso en el amor a Dios significa diálogo, cercanía y amor con los demás.
Dios es familia. También el ser
humano es más imagen de Dios cuanto con más
amor vive la vida
comunitaria.
El Dios que habita en mi habita también en el hermano.
De aquí el respeto a todos, pues toda persona es un signo de Dios. Por eso amando de verdad a las personas, estamos amando a Dios, para quien no hay personas odiosas.
Hoy debemos aprender no tanto a adorar este misterio cuanto a vivirlo, no tanto esforzarse por entenderlo cuanto extender el radio de su amor; no tanto cantar a la Trinidad, cuanto ser de la Trinidad.
Esto es lo que debe significar cuando alabamos y Dios. Terminamos alabando y diciendo: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Gloria al
Padre,
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Gloria al Espíritu Santo.
Gloria al Padre,
Gloria al
Hijo,
Gloria al
Espíritu Santo.
AMÉN