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juventud rebelde LECTURA 08 DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 2020 texto y foto LISANDRA GÓMEZ GUERRA [email protected] «NO dejen solo al General», balbucea cer- ca de unos escasos arbustos uno de los protagonistas del combate del 18 de no- viembre de 1896 en el Paso de las Da- mas, en la margen izquierda del ro Zaza. «Calma, mira, estÆ con los generales Francisco Carrillo y Avelino Rosas», res- ponde otro mamb que intenta contro- larlo para revisarle una herida de bala. Con desasosiego, el soldado pide mÆs de una vez incorporarse para estar cer- ca de Serafn SÆnchez Valdivia, quien al mando de una tropa de menos de 800 hombres se bate en desigual enfrenta- miento contra 2 600 efectivos espaæoles. No le duele tanto el ori cio por donde se le escapa la vida como el triste presenti- miento que le corroe hasta los huesos. Relativamente cerca estÆ su lder del EjØrcito Libertador, quien observa el es- cenario de operaciones desde una ele- vacin entre el Paso de las Damas y el Paso de La Larga. Han transcurrido casi cuatro horas de duelo desigual, y aun- que han podido detener al enemigo, el general Serafn, con mÆs de 1 080 ac- ciones patriticas sobre sus hombros, sabe que solo una retirada ordenada de las huestes cubanas evitarÆ un inne- cesario nœmero de bajas. Da la orden sin titubeos y presiona todo su cuerpo sobre los estribos para alcanzar mayor altura y observar mÆs lejos, pues no se permita jamÆs dejar atrÆs a ninguno de sus hombres. Son pasadas las cinco de la tarde y so- bre las balas de un mÆuser cabalga la muerte. Corren perdidas en todas las direcciones y una de ellas atraviesa desde el hombro derecho hasta el iz- quierdo al Paladn espirituano. El cuer- po se sacude sobre el caballo. Teo, el ordenanza del general Carrillo, monta desde el suelo sobre las ancas del ani- mal de gran alzada, aguanta al ocial y JosØ InØs FernÆndez corre a sus pies para ayudarlo a depositar el cuerpo en un lugar seguro. «Mi abuelo impidi la cada al suelo de Serafn», cuenta a la vuelta de 124 aæos Jorgelina Mara Muæoz FernÆndez, y ase- gura que justo all se escuch la frase que hasta hoy estremece al pueblo espiritua- no por su profundo signi cado: «¡Carajo! Me han matado ¡Siga la marcha!». TRAS LA LUZ DE UN GU˝A JosØ InØs FernÆndez lleg desde la re- gin oriental a Sancti Spritus vestido to- dava con pantalones cortos y de manos de su mamÆ Mara Leonarda. Vivan gra- cias a las escasas monedas que reciba su progenitora por trabajar en las casas de las familias adineradas. Aœn con olor a cascarn sali para la manigua, donde encontr a su otra familia. «No hablaba mucho de la guerra Pero mi mamÆ, su primera hija junto a su hermana jimagua, nos contaba que s deca que Serafn era como su pa- dre», rememora a sus 70 abriles una de las descendientes del el mamb. Junto a la foto de su abuelo conserva cuanta evidencia ha podido recuperar, El ordenanza del Paladín de las Tres Guerras Jorgelina María Muñoz Fernández, nieta de José Inés Fernández, cuenta sobre la admiración de los soldados espirituanos hacia su prócer, Serafín Sánchez tanto del Archivo Nacional como de la Casa Natal Mayor General Serafn SÆn- chez Valdivia, en la urbe del Yayabo. Res- guardada con recelo, posee una fotoco- pia del documento emitido en 1958 por el entonces Ministerio de Defensa Nacio- nal, en el que se conrma que JosØ InØs FernÆndez, natural de Tunas de Bayamo, prest servicios en el EjØrcito Libertador desde el 8 de agosto de 1895 hasta el 24 de agosto de 1898, cuando se licenci con el grado de sargento primero. «Enseæ a la familia a admirar a Sera- fn como un hombre inteligente, perspi- caz, y con nociones de la guerra, como si fuera un militar de academia», acota. Vuelven a su memoria aquellos das en que su mamÆ y 13 hermanos sobre- vivientes de los mœltiples partos de Ma- ra de la Caridad Marrero Gual rodea- ban al padre en el portal de la casa, en la nca La Caridad, cerca de Las Tosas, y con la curiosidad en la punta de la len- gua lograban sacarle alguna anØcdota. «Mi abuelo supo ganarse la conanza del Mayor General; tanto result ser as que fue su ordenanza. Nos leg, segœn cuentan mis tas tambiØn, que la tropa lo quera y respetaba mucho porque era un guerrero sin igual», reere. Jorgelina Mara Muæoz FernÆndez lamen- ta que los recuerdos del abuelo no ten- gan fuertes cimientos. Era aœn pequeæa cuando Øl, con 102 aæos, dej de contar historias. Mas no olvida cuando lo visita- ban en la casa de la actual calle Brigadier Reeve, de la ciudad espirituana. «Haca en la cocina un ruedo con to- dos los nietos y nos peda que lo imitÆ- ramos. Con el pie derecho marcaba el ritmo y entonaba: Seferino el manco/ Manuel Sanguily / el que tiene nigua / no puede caminar. El pobre, ya tena lagunas por los aæos», rememora. Pero su desmemoria no borr aquellos cantos nacidos en plena manigua, cuan- do los estmagos apenas se calentaban con un poco de canchÆnchara caliente. Y aunque prefera el silencio, no olvid su Øpica al lado del Paladn de las Tres Guerras, como la bœsqueda en Cienfue- gos del cargamento trado por la expe- dicin del brigadier Miguel Betancourt o el paso por la trocha de Jœcaro a Morn, ni tampoco su incorporacin a las fuerzas de Carrillo despuØs de la muerte del Ma- yor General espirituano. «Mi abuelo mencionaba mucho a Aquilino AmØzaga, el negro que Serafn alfabetiz en plena manigua, cuya gu- ra lo acompaæa en la estatua de la Pla- za de la Revolucin de Sancti Spritus». Como pasaje de orgullo de la familia descendiente de JosØ InØs estÆ el da en que lo buscaron para que, junto a otros testigos, seæalara el lugar en la mani- gua donde haban enterrado el cuerpo del lder espirituano, lejos del alcance del ejØrcito espaæol. «Dicen que mir y mir, hasta que apunt el sitio exacto», concluye la nie- ta, recordando historias que la familia se encarg de preservar. Segœn cuenta, y conrman las inves- tigaciones, esa noche fatdica de no- viembre lograron llegar con el cadÆver venerado y una parte de la tropa hasta la otrora nca Las Olivas, cerca del ro Jatibonico del Sur, despuØs de apabu- llar al enemigo y obligarlo a recruzar el ro Zaza y retroceder, tambiØn con sig- nicativas pØrdidas en sus las. La emocin del recorrido se perci- be en la œltima nota del diario del pro- pio Serafn, escrita por uno de sus her- manos: «Ha sido la mÆs triste marcha que la luna ha alumbrado, en silencio cruel que solo el llanto de los hombres interrumpa». Nota: Los pasajes narrados han sido corrobo- rados en el libro Serafn SÆnchez, un ca- rÆcter al servicio de Cuba, de Luis F. del Moral Noguera. Muerte del Mayor General Serafín Sánchez. Óleo de Francisco Rodríguez Jorgelina María Muñoz Fernández guarda la foto y documentos de su abuelo, ordenanza del mayor general Serafín Sánchez Valdivia.

DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 2020 juventud rebelde El ...2020/11/22  · «Mi abuelo impidió la caída al suelo de Serafín», cuenta a la vuelta de 124 aæos Jorgelina María Muæoz

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  • juventud rebeldeLECTURA08 DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 2020

    texto y foto LISANDRA GÓMEZ GUERRA [email protected]

    «NO dejen solo al General», balbucea cer-ca de unos escasos arbustos uno de los protagonistas del combate del 18 de no-viembre de 1896 en el Paso de las Da-mas, en la margen izquierda del río Zaza. «Calma, mira, está con los generales

    Francisco Carrillo y Avelino Rosas», res-ponde otro mambí que intenta contro-larlo para revisarle una herida de bala.Con desasosiego, el soldado pide más

    de una vez incorporarse para estar cer-ca de Serafín Sánchez Valdivia, quien al mando de una tropa de menos de 800 hombres se bate en desigual enfrenta-miento contra 2 600 efectivos españoles. No le duele tanto el oriÞ cio por donde se le escapa la vida como el triste presenti-miento que le corroe hasta los huesos.Relativamente cerca está su líder del

    Ejército Libertador, quien observa el es-cenario de operaciones desde una ele-vación entre el Paso de las Damas y el Paso de La Larga. Han transcurrido casi cuatro horas de duelo desigual, y aun-que han podido detener al enemigo, el general Serafín, con más de 1 080 ac-ciones patrióticas sobre sus hombros, sabe que solo una retirada ordenada de las huestes cubanas evitará un inne-cesario número de bajas.Da la orden sin titubeos y presiona

    todo su cuerpo sobre los estribos para alcanzar mayor altura y observar más lejos, pues no se permitía jamás dejar atrás a ninguno de sus hombres.Son pasadas las cinco de la tarde y so-

    bre las balas de un máuser cabalga la muerte. Corren perdidas en todas las direcciones y una de ellas atraviesa desde el hombro derecho hasta el iz-quierdo al Paladín espirituano. El cuer-po se sacude sobre el caballo. Teo, el ordenanza del general Carrillo, monta desde el suelo sobre las ancas del ani-mal de gran alzada, aguanta al oÞ cial y José Inés Fernández corre a sus pies para ayudarlo a depositar el cuerpo en un lugar seguro.«Mi abuelo impidió la caída al suelo de

    Serafín», cuenta a la vuelta de 124 años Jorgelina María Muñoz Fernández, y ase-gura que justo allí se escuchó la frase que hasta hoy estremece al pueblo espiritua-no por su profundo signiÞ cado: «¡Carajo! Me han matado ¡Siga la marcha!».

    TRAS LA LUZ DE UN GUÍA José Inés Fernández llegó desde la re-

    gión oriental a Sancti Spíritus vestido to-davía con pantalones cortos y de manos de su mamá María Leonarda. Vivían gra-cias a las escasas monedas que recibía su progenitora por trabajar en las casas de las familias adineradas. Aún con olor a cascarón salió para la manigua, donde encontró a su otra familia. «No hablaba mucho de la guerra

    Pero mi mamá, su primera hija junto a su hermana jimagua, nos contaba que sí decía que Serafín era como su pa-dre», rememora a sus 70 abriles una de las descendientes del Þ el mambí.Junto a la foto de su abuelo conserva

    cuanta evidencia ha podido recuperar,

    El ordenanza del Paladín de las Tres GuerrasJorgelina María Muñoz Fernández, nieta de José Inés Fernández, cuenta sobre la admiración

    de los soldados espirituanos hacia su prócer, Serafín Sánchez

    tanto del Archivo Nacional como de la Casa Natal Mayor General Serafín Sán-chez Valdivia, en la urbe del Yayabo. Res-guardada con recelo, posee una fotoco-pia del documento emitido en 1958 por el entonces Ministerio de Defensa Nacio-nal, en el que se conÞ rma que José Inés Fernández, natural de Tunas de Bayamo, prestó servicios en el Ejército Libertador desde el 8 de agosto de 1895 hasta el 24 de agosto de 1898, cuando se licenció con el grado de sargento primero.«Enseñó a la familia a admirar a Sera-

    fín como un hombre inteligente, perspi-caz, y con nociones de la guerra, como si fuera un militar de academia», acota. Vuelven a su memoria aquellos días

    en que su mamá y 13 hermanos sobre-vivientes de los múltiples partos de Ma-ría de la Caridad Marrero Gual rodea-ban al padre en el portal de la casa, en la Þ nca La Caridad, cerca de Las Tosas, y con la curiosidad en la punta de la len-gua lograban sacarle alguna anécdota.«Mi abuelo supo ganarse la conÞ anza

    del Mayor General; tanto resultó ser así que fue su ordenanza. Nos legó, según cuentan mis tías también, que la tropa lo quería y respetaba mucho porque era un guerrero sin igual», reÞ ere.Jorgelina María Muñoz Fernández lamen-

    ta que los recuerdos del abuelo no ten-gan fuertes cimientos. Era aún pequeña cuando él, con 102 años, dejó de contar historias. Mas no olvida cuando lo visita-ban en la casa de la actual calle Brigadier Reeve, de la ciudad espirituana.«Hacía en la cocina un ruedo con to-

    dos los nietos y nos pedía que lo imitá-ramos. Con el pie derecho marcaba el ritmo y entonaba: Seferino el manco/ Manuel Sanguily / el que tiene nigua / no puede caminar. El pobre, ya tenía lagunas por los años», rememora.Pero su desmemoria no borró aquellos

    cantos nacidos en plena manigua, cuan-do los estómagos apenas se calentaban con un poco de canchánchara caliente. Y aunque prefería el silencio, no olvidó su épica al lado del Paladín de las Tres Guerras, como la búsqueda en Cienfue-gos del cargamento traído por la expe-dición del brigadier Miguel Betancourt o el paso por la trocha de Júcaro a Morón, ni tampoco su incorporación a las fuerzas

    de Carrillo después de la muerte del Ma-yor General espirituano.«Mi abuelo mencionaba mucho a

    Aquilino Amézaga, el negro que Serafín alfabetizó en plena manigua, cuya Þ gu-ra lo acompaña en la estatua de la Pla-za de la Revolución de Sancti Spíritus».Como pasaje de orgullo de la familia

    descendiente de José Inés está el día en que lo buscaron para que, junto a otros testigos, señalara el lugar en la mani-gua donde habían enterrado el cuerpo del líder espirituano, lejos del alcance del ejército español.«Dicen que miró y miró, hasta que

    apuntó el sitio exacto», concluye la nie-ta, recordando historias que la familia se encargó de preservar.Según cuenta, y conÞ rman las inves-

    tigaciones, esa noche fatídica de no-viembre lograron llegar con el cadáver venerado y una parte de la tropa hasta la otrora Þ nca Las Olivas, cerca del río Jatibonico del Sur, después de apabu-llar al enemigo y obligarlo a recruzar el río Zaza y retroceder, también con sig-niÞ cativas pérdidas en sus Þ las.La emoción del recorrido se perci-

    be en la última nota del diario del pro-pio Serafín, escrita por uno de sus her-manos: «Ha sido la más triste marcha que la luna ha alumbrado, en silencio cruel que solo el llanto de los hombres interrumpía».

    Nota: Los pasajes narrados han sido corrobo-rados en el libro Serafín Sánchez, un ca-rácter al servicio de Cuba, de Luis F. del Moral Noguera.

    Muerte del Mayor General Serafín Sánchez. Óleo de Francisco Rodríguez

    Jorgelina María Muñoz Fernández guarda la foto y documentos de su abuelo, ordenanza del mayor general Serafín Sánchez Valdivia.

  • juventud rebelde DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 2020 09LECTURA

    por GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

    HA sido una victoria mundial de la poesía. En un si-glo en que los vencedores son siempre los que pe-gan más fuerte, los que sacan más votos, los que me-ten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causa-do en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan. Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones la nuestra, la de nuestros hijos

    y la de nuestros nietos mayores teníamos por pri-mera vez la impresión de estar viviendo una catástro-fe común, y por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una seño-ra de 80 años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera 15: «La felicidad es una pistola caliente». Un chico que estaba viendo el programa dijo: «A mí me gustan todas». Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera 80 años: «Porque el mundo se está acabando».Así es: la única nostalgia común que uno tiene con

    sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no ol-vidaré nunca aquel día memorable de 1963, en Méxi-co, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces des-cubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Ángel, donde apenas si tenía-mos dónde sentarnos, había solo dos discos: una se-lección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escucha-ba un grito de muchedumbres «Help, I need some-body». Alguien volvió a plantear por esa época el vie-jo tema de que los músicos mejores son los de la se-gunda letra del catálogo: Bach. Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de

    siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debi-lidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla en favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es un oiseau de malheur, es decir, un pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmi-

    go y que es un crítico e historiador de cine con una lu-cidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: «Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida». Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba enton-ces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen. Como sucede siempre, pensábamos entonces

    que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostal-gia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner don-de ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde solo vemos con asom-bro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóve-nes, y no solo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles del fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados. El Che Guevara, conver-sando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero solo cuando se tiene hambre. En cambio, siem-pre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el

    momento en que nacemos, pero solo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco.Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana

    lúgubre donde cae la nieve, con más de 50 años en-cima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mun-do fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturali-dad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de otras drogas para soñar. Fue-ron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.El símbolo de todo esto al frente de los Beatles

    era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mun-do distinto poblado de imágenes hermosas. En Lucy in the sky, una de sus canciones más bellas, queda un ca-ballo de papel periódico con una corbata de espejos. En Eleanor Rigby con un bajo obstinado de chelos ba-rrocos queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de ce-lebrarse una boda. «¿De dónde vienen los solitarios?», se pregunta sin respuesta. Queda también el padre MacKensie escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una mucha-cha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho de-cir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.

    (Publicado en JR el 16 de octubre de 1988)

    Sí: la nostalgia sigue siendo Sí: la nostalgia sigue siendo igual que antesigual que antes

  • juventud rebelde DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 2020 11LECTURA

    por CIRO BIANCHI [email protected]

    FUNDADA el 16 de noviembre de 1519, La Habana, que hace unos días arri-bó a su cumpleaños 501, no tuvo títu-lo de ciudad hasta 1592 y demoraría aún más de 60 años para que se le con-cediese su escudo de armas. En efec-to, no fue hasta el 30 de noviembre de 1665 cuando Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y reina gobernadora de Es-paña, otorgó la merced del escudo, con lo que satisfacía el reclamo del cabildo habanero, guardián de los prestigios y las distinciones que iba mereciendo, primero la villa y luego la ciudad.

    UNA POSICIÓN DE PRIVILEGIOSu importancia se reconoció desde

    que el puerto de La Habana se convir-tió en lugar de tránsito de las travesías entre España y América, y ya en 1532 era la villa la localidad más importante de la Isla. Entre 1537 y 1541 se organiza el sistema de ß otas y La Habana se eri-ge como punto de reunión de los convo-yes. En 1561 el sistema queda estable-cido oÞ cialmente. La ciudad se convier-te en capital y en un foco de atracción para corsarios y piratas, lo que deter-mina su fortiÞ cación. Ya, desde 1550, era residencia extraoÞ cial del go-bierno, residencia que se oÞ ciali-zaría en 1556. Dice el historiador Emilio Roig que a lo largo del siglo XVI, los pobladores de la villa apenas pu-dieron presagiar el brillante porvenir de la urbe ni se daban cuenta de las ventajas que su privilegiada posición geográÞ ca proporcionaría a la ciudad.Durante sus primeras dos décadas a

    partir de su ubicación a la vera del puer-to llamado entonces de Carenas, La Ha-bana no fue más que un pobre caserío de bohíos que se extendía desde el fon-do de lo que sería el Castillo de la Fuer-za hasta el lugar donde se erigiría la Lon-ja del Comercio. Para crecer, la ciudad fue apoderándose de montes que la cir-cundaban y también de espacios gana-dos al mar. La plaza que entonces era el centro de la villa se situaba donde des-pués se construyó La Fuerza. Fue trasla-dada a un sitio aún no precisado y, con el tiempo, encontró asiento deÞ nitivo en lo que es hoy la Plaza de Armas. Desde allí irradió la población. Se ex-

    tendió por las calles OÞ cios y Merca-deres. La calle Real (Muralla) era la sa-lida al campo cuando se proseguía por el camino de San Antonio (Reina). Otra salida llevaba al torreón de la caleta de San Lázaro. En 1584 La Habana tenía cuatro calles, y OÞ cios era la más im-portante. Surgirían otras: la del Sumi-dero (OReilly), la del Basurero (Tenien-te Rey) y la de las Redes (Inquisidor).

    TABLA Y GUANOLa mayor parte de las casas de La Haba-

    na primitiva eran de tabla y guano, si bien hacia 1550 algunos vecinos ricos como Juan de Rojas y Diego de Soto construye-ron sus viviendas de piedra y tejas. La ciudad estaba rodeada de sitios que

    se dedicaban a la agricultura o a la cría de animales. Tala indiscriminada que obli-gaba a los habaneros a trasladarse a lu-gares cada vez más distantes cuando se

    disponían a construir o a reparar sus ca-sas. Las personas que recibían solares para construir sus moradas debían aco-meterlas en un plazo de seis meses. Si no ejecutaban la obra en dicho término se les retiraba el permiso de fabricación, se les multaba y se les quitaba el terre-no entregado.En 1544 La Habana tenía 40 vecinos.

    El número de habitantes, sin embargo, no era tan bajo. Porque en ese tiempo, la población se dividía en vecinos, mo-radores y estantes. Los estantes equi-valían a la población ß otante. Eran los que vivían en la villa sin casa ni mujer ni hacienda ni padre ni madre. Los mora-dores tenían mayor estabilidad y el de-seo de quedar establecidos como ve-cinos, en tanto que estos residían con carácter permanente y gozaban de pre-ferencias: podían votar en las eleccio-nes para alcalde y ser electos para ese cargo y disfrutar de solar y tierra para ediÞ car, sembrar y criar ganado. Te-nían derechos y debían cumplir los de-beres y las obligaciones que les impo-nía su condición de vecinos. La población masculina blanca la confor-

    maban las autoridades, los hacendados, los artesanos y los criados que vivían agre-gados en las casas de los ricos como sir-vientes, secretarios, ayudantes o sim-ples protegidos. Los negros eran casi todos esclavos, aunque los había libres los llamados horros, a los que se les concedían terrenos para que ediÞ caran sus casas y licencia para ejercer algunas

    actividades. En las Actas Capitulares, todas posteriores al primer semestre de 1550 no existen las anteriores, apenas hay menciones a los indios resi-dentes en La Habana, y es que aparte de los que venían de fuera y se asentaban en el barrio de Campeche, la gran mayoría ra-dicaba en Guanabacoa.

    LA VERGÜENZA Y EL HÁBITODos hechos contribuyeron a modelar de

    manera notable la Þ sonomía moral de La Habana naciente, abriendo vías a cauces posteriores y marcándola con males que llegan hasta hoy, escribía Emilio Roig en sus Apuntes históricos (1963).El sistema comercial de exclusivismo y

    monopolio, contrario al desarrollo na-tural de cualquier sociedad, obligó a los habaneros, por necesidad imperiosa, a burlarlo a como diera lugar, lo que los llevaba a vivir en la ilegalidad, la trans-gresión y el irrespeto a la ley. El con-trabando fue así válvula de escape de una población oprimida y agobiada por el monopolio. Para el habanero, con el consentimiento tácito o explícito de las autoridades, se hicieron habituales el tráÞ co clandestino, el fraude, el co-hecho y el robo de los bienes públicos, todo aceptado y justiÞ cado por razones de necesidad suprema, lo que disolvió la vergüenza en el hábito. Provecho-sa y fatal fuente de ingresos, el contra-bando fue tónico para la vida y agen-te formidable de perturbación moral. Vicios actuales en la sociedad cubana

    encuentran su raíz en esa práctica del contrabando.Alude Roig al segundo hecho que a su

    juicio marcó la vida habanera, y es que la ciudad, por su privilegiada posición geográÞ ca, fue escogida como punto de reunión de la ß ota de Indias. Esa Habana escogida como escala de

    todas las Indias, era, a mediados del si-glo XVI, una ciudad pequeña, de esca-sa vecinería y marcada pobreza. Sus habitantes vivían en buena medida del alquiler de sus casas a los tripulantes y pasajeros de la ß ota y de la venta de bastimentos para los navíos. Hacia 1532 había de ordinario entre 19 y 30 navíos en el puerto habanero. La ma-rinería era de nacionalidades muy di-versas y hábitos relajados. La ciudad mercado, garito, lupanar, dice un historiador, engullía oro y volcaba con-cupiscencia, lo que fue fuente de daños morales que entronizaron el hábito de vivir sin trabajar, la corrupción, los es-cándalos, las bacanales.

    VELONES DE SEVILLAUna crónica de 1598, atribuida a un

    tal Hernando de la Parra y que se publi-có por primera vez en 1846 como parte del Protocolo de antigüedades, de José Joaquín García, da cuenta de la vida ha-banera a Þ nes del siglo XVI.

    En aquel tiempo, dice De la Parra, solo en algunas calles las casas aparecían construidas en línea. En otras vías se plantaban a capricho del propietario.

    Eran de paja y cedro, las protegían mu-rallas de tunas bravas y todas dispo-

    nían de un sembrado de árboles fruta-les. La plaga de mosquitos era insufrible y los cangrejos, en cantidades impresio-nantes, en busca de desperdicios, se acercaban en la noche a las viviendas.

    No se salía de noche, y si había necesidad impostergable de hacerlo, nadie se aventu-raba a salir solo, sino en compañía de gen-te armada y provista de antorchas a Þ n de protegerse de los perros jíbaros y de los ci-marrones que incursionaban en la villa en busca de comida y determinados recursos.Los muebles eran rústicos, meros ban-

    cos de cedro o caoba sin espaldar. La cama se limitaba a una estructura de cuatro patas que sujetaba el pedazo de cuero crudo a modo de bastidor. Aun-que los más acomodados traían mue-bles de España, sobre todo las camas lla-madas imperiales. Los pobres se alum-braban con velas de sebo. Los ricos se valían de velones traídos de Sevilla y que alimentaban con aceite de oliva.

    TRES CASTILLOS Y UNA LLAVEEl cabildo habanero solicitó a la reina

    gobernadora la gracia del escudo, y la soberana, complacida de que sus vasa-llos de la capital cubana, le hicieran tal requerimiento, accedió al pedimento en términos lisonjeros para la ciudad.Ese escudo primitivo estuvo forma-

    do por tres castillos y una llave en cam-po azul, exacta alegoría de sus primeras fortiÞ caciones la Fuerza, La Punta y El Morro y de ser su puerto la llave del paso para América. Quedaba grabada en el escudo de armas de La Habana su signiÞ cado como llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales.

    Fuentes: Textos de Emilio Roig, Alicia García San-tana, Emeterio Santovenia y José María de la Torre

    Cumpleaños de La Habana

    22jr08.pdf24jr09-2.pdf24jr11.pdf