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25 de octubre de 2015 Cultural El escritor vuelve a las librerías con ‘Pureza’, en el que alerta de las ilusiones que las grandes corporaciones de Internet venden en todo el mundo. PÁGINAS 6 A 10 Jonathan Franzen, una cruzada contra Silicon Valley ®

Domingo Cultural 20151025

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25 de octubre de 2015

Cultural

el escritor vuelve a las librerías con ‘Pureza’, en el que alerta de las ilusiones que las grandes corporaciones de Internet venden en todo el mundo. PÁGInaS 6 a 10

Jonathan Franzen, una cruzada contra

Silicon Valley

®Cultural ®

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2Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 PSicologÍa

Domingo es un magazine semanal. Impreso en los talleres de Editora DEMAR, S.A. de C.V., ubicados en la calle Matías Canales No. 504, Código Postal No. 88620, Col. Ribereña, Apartado Postal No. 14, Cd. Reynosa, Tam. [email protected]

DIRECTOR GENERAL oRLAnDo TomÁS DEÁnDAR mARTÍnEZ

[email protected] Adrián Altamirano Jaime

[email protected]

DISEÑO Mariela Olvera Cultural

®

Por raimón SamsóEl PaÍS

En el libro Alicia en el país de las maravillas, la protagonista le pre-gunta al Gato: “¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?”, y el Gato le contesta: “Eso depende en gran medida del sitio al que quieras llegar”. “No me importa mucho el sitio…”, replica Alicia. “Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”, responde el Gato. En un mundo en el que hay ilimita-das posibilidades, si no se tienen prioridades, lo fácil es perderse.Más no siempre es mejor, puede ser menos. Y menos puede ser más. Para llegar a más partiendo de menos hay tres caminos para centrarse en las prioridades: sim-plificar la vida, decir “no” muchas veces y priorizar la agenda de tareas. Veamos cada uno de ellos.Menos es más se ha convertido en un mantra. En arquitectura lo lla-

Menos es másUna regla establece que el 20% de nuestros esfuerzos es responsable del 80% de lo que conseguimos. La clave está en identificar ese 20% crítico

maron minimalismo, una corriente caracterizada por la simplicidad de formas y líneas, utilización de colores puros, materiales naturales y la preferencia del espacio antes que la acumulación. En decoración, menos objetos y muebles es más espacio disponible para las per-sonas que habitan la casa. En la agenda, menos tareas irrelevantes es más energía y tiempo para los asuntos relevantes, significa más eficacia… En el feng shui, para reci-bir algo nuevo en la vida, antes hay que dejarle espacio, tanto física como psicológicamente.Aún así, la facilidad de complicarlo todo es un viejo hábito humano.Una de las primeras decisiones que tomó Steve Jobs cuando volvió a dirigir Apple fue reducir los productos de la compañía de unos tres-cientos a una docena, y en esa simplificación se basó el relanzamiento de la com-

pañía: pocos artículos, pero todos excelentes. De hecho, él mismo se felicitaba por haber pronunciado más veces la palabra “no” que “sí” en sus decisiones. Sabía muy bien que no se trataba de la cantidad de cosas que podía hacer su empresa, sino de la calidad con que las haría.El economista Vilfredo Pareto esta-bleció la regla del 80/20 que afirma que el 80% de nuestros esfuerzos consigue solo el 20% de nuestros resultados; y, por tanto, el 20% de nuestros esfuerzos es responsable del 80% de lo que conseguimos. ¿Entonces por qué no concentrarse en ese 20% y prescindir del resto? Porque primero hay que identificar ese 20% crítico responsable de casi todo. Sencillo, pero difícil. Aunque una vez reconocido, la vida y el tra-bajo se simplifican en gran manera.Es fácil darse cuenta de que muchas personas tienen expectativas sobre nosotros, como si cada una de ellas reclamara el extraño derecho de apropiarse de un trozo de nuestra vida. Los padres, los amigos, los hijos, los jefes y compañeros, la comunidad… Aprender a decir no a semejante alud de exigencias es un asunto urgente y de supervivencia.

Sabemos que cuesta decir no a otras personas, pero cuesta más

vivir el resto de la vida con ese sí que en realidad quería ser una negativa. Ese sí supone una negación a uno mismo, y una vez se pierde el auto-rrespeto, se repite el mismo

“Si dices sí cuando en realidad quieres decir no, te estás diciendo no a ti

mismo”Anónimo

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325 de octubre de 2015 / el mañana / DomingoPSicologÍa

Preguntas“Cualquiera que sueñe con una vida que se salga de lo común acaba por descubrir que no tiene otra opción que buscar una manera poco común de vivirla. ¿Qué es lo único que puedo hacer gracias a lo cual todo lo demás me resulte más fácil o innecesario? Esta pregunta esencial no solo puede llevarte a responder a la visión de conjunto (¿adónde voy?, ¿qué meta debería marcarme?), sino también a objetivos puntuales más pequeños (¿qué he de hacer ahora mismo para ponerme en el buen camino a fin de entender la visión de conjunto?, ¿dónde está el centro de la diana?). No solo te dice cuál debería ser tu cesta, sino que supone el primer paso para conseguirla. Te muestra lo grande que puede ser tu vida, pero también hasta qué punto debes simplificar para alcanzarla”.

Lo Único, Gary Keller y Jay Papasan

Para saber másliBroSEl derecho a decir no, de Walter risoCuaderno práctico para ir a lo esencial y simplifi-car la vida, de Marie-Hélène Laugier (Cuadernos de Ejercicios)

“Solo avanzan en este mundo aquellos que

se centran en una cosa cada vez”.

Og Mandino

comportamiento destructivo. En algún momento hemos mal apren-dido que decir no resulta poco edu-cado o que es señal de egoísmo. Por alguna razón creemos que al negarnos somos malos y al aceptar cualquier cosa que nos pidan somos buenos.Pero tal vez si nos entrenaran en la honestidad, y no en el deseo de agradar, seríamos más felices. No pasa nada por decir “no” de vez en cuando. Mejor dicho, sí ocurre: se toma el control de la propia vida. Como estamos entrenados desde niños a ser complacientes, pero no sinceros, un buen método para ace-lerar el aprendizaje es declarar “el día del no” y negarnos por sistema a todas las peticiones en las que no creamos durante esa jornada. Ya sean tareas, pedidos, invitaciones, favores, distracciones…Sabemos que las personas de éxito saben decir no y saben poner lími-tes a las exigencias de los demás. Hacen válido el viejo dicho de “Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar”. No lo hacen desde el egoísmo, sino desde la autentici-dad y honestidad que les otorga el sagrado derecho a elegir. Y saben que cuando dicen no a lo malo, a lo regular, incluso a lo bueno, están preparándose y haciendo espa-cio en sus vidas para decir sí a lo extraordinario.¿Cómo negarse a lo que no cuadra con uno? Basta con tener claras las cosas que queremos evitar, los lími-tes, y darles luz roja, mostrarles la puerta de salida de nuestra vida. En la práctica, bastará con llamar polí-tica de la casa o principios a todo aquello que haya caído en esa lista negra. Y cuando nos pidan algo a lo que deseamos negarnos, bastará aludir a la política de la casa como argumento. Ya no es uno quien se niega, sino que se lo impiden sus propias normas de funcionamien-to.Y para ayudar a llevarlo a la prácti-ca resulta bueno ofrecer una alter-nativa (cuando la haya) a esas nega-tivas sobre pedidos que no encajen con los valores, agenda, objetivos y prioridades. Pero nunca como una compensación, sino como un acto de generosidad. Ayuda mucho

añadir la palabra “gracias” y com-probar que suena de maravilla “no, gracias”.Hay muchas técnicas para apren-der a decir no desde la asertividad sin sentirse culpable, pero hay que entrenarse con la que nos sintamos mejor o cuadre en la situación.Para revelar qué cuenta y qué no cuenta tanto, es cuestión de hacer-se buenas preguntas (¿es esto… / lo que más quiero / importante /necesito / y que cambiará mi vida?) y decidir en base a los valores per-sonales. Y si esto no es lo que quiero / necesito / importante…, entonces ¿qué lo es? Hay otra buena pregunta que hacerse: ¿qué es lo único que se debe hacer, gracias a lo cual todo lo demás resulta más fácil o inne-cesario?Los valores son la brújula y las preguntas son el mapa hacia una vida más lograda. No importa la cantidad de cosas que hacemos o conseguimos, sino la calidad. Por ejemplo, en nuestra agenda, poner más de tres tareas o acciones dia-rias puede ser muy contraprodu-cente. Mejor elegir las tres accio-nes de mayor importancia y que crearán cambios consistentes y no trabajar en nada más hasta que se hayan completado.Lo prioritario es más sencillo de abordar si se divide en pasos. La mayoría de las veces no afrontamos lo importante porque nos sobrepa-sa su ejecución, parece demasiado o no sabemos ni por dónde empe-zar. Pero todos sabemos dar un solo paso. Desglosar lo prioritario en pequeños pasos es el modo de digerirlo.Si se acomete primero lo más com-plejo de la lista, probablemente se consigue la tarea de mayor retorno. Empezar por lo más difícil, no por lo más sencillo, es positivo. Una vez se ha subido a la colina más alta, se tiene más perspectiva glo-bal y el orgullo de haber dado un paso definitivo para el que ya no hay vuelta atrás. Aparecerán dis-tracciones, obstáculos, retrasos…, pero nada de eso debería importar demasiado, la simple consecución de pequeños logros es muy motiva-dora para dar los pasos que hacen falta. La sensación de estar avan-

zando, al margen de la velocidad, es suficientemente gratificante como para arrinconar las tentaciones de procrastinar o abandonar.Tanto en el trabajo como en la vida encontramos personas muy acele-radas a las que si les preguntas “¿a dónde vas?”, te responderán algo así como: “Te lo diré cuando lle-gue” o “Te cuento cuando tenga un respiro”. Corren mucho, pero la velocidad no es importante.No es la velocidad, sino la direc-ción.No es la cantidad, sino la calidad.La agenda de tareas no miente: es un sembrado de éxito futuro o de fracasos. Si la agenda no se acopla a los valores personales, es segu-ro que se acaba viviendo la vida de otro y siguiendo sus valores, pero no los propios. Urge revisar-la. ¿Todo lo que anotamos en ella nos lleva a una vida más plena y realizada? No debería haber una coherencia entre lo que se es y lo que se hace, a menos que se esté dispuesto a pagar un elevado pre-cio por semejante falta de integri-dad. Cada día deberíamos revisar la agenda y comprobar que cada tarea de la jornada está acompasada con una vida con sentido.

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4Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 oPinión

Por Juan cruzEl PaÍS

Ha reunido 95 artículos publicados en EL PAÍS Semanal bajo el títu-lo Juro no decir nunca la verdad (Alfaguara). Reflejan un periodo en que se ha acrecentado su des-asosiego civil.¿Qué le produce sosiego? Soy más bien desasosegado, inquieto, ner-vioso a veces. Desde la mañana. Quizá me sosiego cuando salgo a caminar sin móvil. Lo utilizo en los viajes. Me siento más a salvo cuan-do no estoy al alcance de nadie.

Decía Kafka que despertarse es el momento más arriesgado del día. Para mí es el peor. A los 25 ó 30 años era el de irme a dormir: me entraban preocupaciones sobre el porvenir. Ahora me despierto con temor: me cuesta hacerme a la idea de que debo empezar el día.Y ya no hay sosiego. Veo los titu-lares y todo me parece más grave de lo que es. El sobresalto me dura hasta que me mojo, hasta que me sumerjo en la bañera.Luego se moja escribiendo. Escribes en prensa para bañarte en lo que opinas o para no callár-

telo demasiado. Intento razonar, explicar por qué algo me parece estúpido, injusto o erróneo.¿Que le aporta la realidad como escritor? Me sirve para estar más atento. Si sólo fuera novelista correría el riesgo de estar en las nubes. Escribir en prensa me hace un poco más despierto.¿La clase literaria tiende a situarse en las nubes? Hay aquí tradición de novelistas que han colaborado en prensa. La manera de ver la reali-dad de un novelista puede ser útil en un país.¿Se puede interpretar por sus artí-

‘Internet ha organizado por primera vez la imbecilidad’

JaviEr marías, autor de ‘Negra espalda del tiempo’, novelista y académico, acaba de cumplir 64 años.

culos que ha crecido su enfado? ¡Es difícil saber si es porque me hago más gruñón! O porque hay más motivos para estar de mal humor. O que ahora llego a los 64, una edad que los Beatles creían indignante. Pero estos cuatro años de legisla-tura han sido irritantes e injustos.Califica este tiempo de inculto y cursi. ¿Adjetivos contradictorios pero complementarios? Si no están unidos, a veces se alternan en la misma persona. Hay una grosería deliberada y, después, el mismo individuo suelta una cursilería descomunal en el siguiente artí-culo, si hablamos de escritores de prensa.Habla también de vileza, de villa-nía. ¿Qué ha pasado, Marías? No hemos sido un país muy educado; los periodos democráticos reales han sido escasos, y han durado poco, a excepción de este. Y parece que ha habido una regresión. Hay un poco de vileza que ahora ha reemergido. Jóvenes que nacieron en los ochenta denuestan ahora este periodo; ese propósito de des-prestigio me llena de perplejidad: es el mejor de los que hemos teni-do. En esa actitud hay una especie de pulsión autodestructiva que se da aquí y que espero que no cuaje.¿Podría ser ufanía de la ignoran-cia? Sí. Se ignora la Historia, se fal-sea... Se me olvidó decirle: Internet tiene cosas maravillosas, pero hay algo novedoso: la imbecilidad por primera vez está organizada. Hubo imbecilidad siempre; imbéciles iban al bar, hacían públicas sus imbecilidades, pero es ahora cuan-do se organizan, con gran capaci-dad de contagio. Y hay un proble-ma añadido: la gente se acoquina ante los solitarios internautas y se disculpa cuando no tiene por qué. Y la gente sufre represalias. Es amenazante. Y no hay mejor manera de que la amenaza triunfe que callarse y asustarse.¿Estamos en peligro de regresión, dice? Siempre. Hay ahora síntomas de que esto se puede estropear. El estropeo es una constante de la vida: hay una especie de pulsión autodestructiva que ahora asoma la oreja de nuevo. Ojalá me equi-voque, pero sí, veo peligro.

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525 de octubre de 2015 / el mañana / Domingola iMagEn

Por Juan José MillásEl PaÍS

Nunca habíamos visto un corazón cosido, ni siquie-ra sabíamos que se podían remendar con un hilo negro de los que hay en casa: los que todavía encontramos en el canasto de costura de la abuela. Pues ahí lo tienen. Lo han abierto de arriba abajo, han entrado de puntillas en sus aurículas y en sus ventrículos, han corregido lo que estuvie-ra mal y ahora se encuentra en esas manos azules que quizá lo están devolviendo a su hueco de la caja torácica, el mediastino, con el afecto de quien devuelve al joyero el diamante con el que ha acu-dido a la entrega del Premio Nobel de Literatura. La foto de la víscera, sobre el acolchado protector de las palmas de las manos, resulta tan hermosa que sería un exce-lente logo para una empresa dedicada a las reparaciones de los corazones rotos, ahora en el sentido figurado de la expresión.Piénsenlo: cuidamos de sus sentimientos. Incluso cuan-do su curación exija una ciru-gía invasiva, cerramos tras la intervención la llaga con el mismo primor con el que en casa zurcimos una prenda querida (el del vestido, pon-gamos por caso, de la boda, que será también el de la mor-taja). Si a usted le han roto el corazón, confíelo a nuestros expertos, que recibirán sus pedazos como se recibe una joya en un estuche de tercio-pelo o seda. Lo recompondre-mos con cariño. La herida cicatrizará, los pun-tos se diluirán, y usted, tras la convalecencia o el duelo, podrá rehacer su vida como si nada hubiera pasado. Ponga su corazón en nuestras manos. O mejor: ponga en ellas sus emociones, que es lo que sim-boliza este músculo.

¿Quién me el corazón ‘partío’?

va a curar

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6Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 EntrEViSta

Por iker SeisdedosEl PaÍS

Jonathan Franzen, novelista al que acostumbran a colgar el título de gran escritor americano de nues-tro tiempo y otros halagos enve-nenados, solía repartir sus días entre el espacioso apartamento de la parte alta de Manhattan y Santa Cruz, ciudad asomada al Pacífico entre las bahías de San Francisco y Monterrey donde el surf es una religión y la gente cultiva con mimo sus excentrici-dades. A este afortunado rincón llegó de la mano de su novia desde hace más de una década, Kathryn

6Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 EntrEViStaEntrEViSta

Una cruzada contra

Silicon Valley

visitamos a franzen Para habLar sobre invasiones masivas de nuestra intimidad, La vigencia de La ficciÓn Y Por qué éL nunca ParticiParÁ de La revoLuciÓn de Las redes sociaLes

Chetkovich, escritora como él; la “chica californiana” que es una presencia discreta en Zona fría, fragmentarias memorias del autor de Libertad. La madre de ella está “muy mayor”, así que hace tres años la pareja se instaló con aire casi definitivo en una casa unifamiliar de una calle residencial en curva. Un lugar histéricamente tranquilo con vistas a un bosque en el que los eucaliptos ganaron la partida. Aquí, los vecinos dejan la puerta abier-ta y el escritor, hombre de manías, vive razonablemente apartado del mundo.De esa “decisión, ni temporal, ni permanente”, tal y como la descri-

bió Franzen el pasado mes de agos-to en una larga entrevista celebrada en el pulcro salón de la casa, nace su nueva y esperada obra: Pureza, que él llama su “novela de la Costa Oeste”.Sus lectores, legión tras la publica-ción de su tercer libro, Las correc-ciones (2001), están acostumbra-dos a historias que transcurren en el Medio Oeste; escenario que en la literatura estadounidense ha ser-vido –de Willa Cather a Sherwood Anderson, de Jeffrey Eugenides a Saul Bellow– como metáfora equi-distante para atrapar el alma de un escurridizo país. Un terreno vasto, pero familiar. Franzen nació hace 56

años en Chicago y pasó su infancia y primera juventud en un suburbio de San Luis, capital de Misuri que protagonizó su primera y posmo-derna novela, Ciudad veintisiete (1988). Con ella cosechó tan buenas críticas como irrelevantes cifras de ventas.Las casi 700 páginas de Pureza, que edita Salamandra a media-dos de octubre con la traducción de Enrique de Hériz, están por el contrario pobladas por okupas de Oakland, hippies esquivos que evi-tan hacer y responder preguntas, visionarios de Silicon Valley y otras especies que tal vez solo puedan darse en hábitats californianos.

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7EntrEViSta 25 de octubre de 2015 / el mañana / Domingo

“Toda esa monserga de la democracia digital es

ofensiva y estúpida”.

“No pienso entrar en Twitter. Odio la calidad del

discurso tuteado”.

Franzen la define como una histo-ria “contra las ilusiones de libertad que nos venden desde las grandes corporaciones de Internet”, pero en su redacción el escritor parece haberse fijado otros objetivos de índole más política que literaria, una agenda marcada por asuntos de la actualidad como la conser-vación del medio ambiente, el fin de la intimidad en el imperio de los teléfonos inteligentes o la lucha entre el periodismo tradicional y las nuevas reglas de juego de fil-tradores como Julian Assange o Edward Snowden.Dicho de otro modo, si en Libertad y Las correcciones el escritor trató de intervenir en las agendas ínti-mas de lo contemporáneo, en el modo de vida de las sociedades occidentales, Pureza aspira a inci-dir en el debate público. La salida del libro en Reino Unido y Estados Unidos, empujada por una gigan-tesca atención mediática más pro-pia de un estreno de Hollywood que de un acontecimiento libres-co, probó la capacidad de su autor, fuera del alcance de la mayor parte de sus compañeros de profesión, de monopolizar las discusiones, aunque los vericuetos de estas se hayan mostrado, como se verá des-pués, un tanto incontrolables para Franzen.Purity, personaje con el que arranca la historia, es una recién licenciada ahogada por una deuda de 130.000 dólares contraída para pagarse la Universidad, práctica tan extendi-da entre los estudiantes en EE UU que la cosa ha alcanzado la cate-goría de debate nacional en una sociedad en la que la desigualdad avanza imparable. Todos la lla-man Pip, como al protagonista de Grandes esperanzas, de Charles Dickens, con el que la chica, a la que le ha sido hurtada la identidad del padre, comparte poco más que un borroso pasado y un espinoso por-venir. Franzen resta a la decisión la carga del homenaje al novelista

inglés (“vuelvo más sobre Austen o Dos toievski que sobre Dickens”) y, por delegación, a la narrativa de corte clásico de la que se ha erigido defensor, sobre todo tras la publi-cación hace cinco años de Libertad, un novelón que aplicaba técnicas decimonónicas a ansiedades de nuestro siglo.En su nueva obra ha jugado la baza de la construcción de per-sonajes que tan bien le resultó en sus dos anteriores novelas, hogar (en Libertad) de Patty Berglund, siempre empeñada en hacerse de menos, y el lacónico rockero Richard Katz, o de la memorable y paranoica familia Lambert de Las correcciones. En una trama arabes-ca y deslocalizada para sus estánda-res (el lector viaja a Denver, Bolivia y el Berlín Oriental previo a la caída del muro), el escritor nos presenta, entre otros, a Andreas Wolf, disi-dente por casualidad en los últimos días de la RDA, un hombre obse-sionado con las mujeres (o, mejor, con cierta idea de las mujeres) al que el mundo acabará convirtien-do en un filtrador de secretos que dirige a un ejército de volunta-rios en The Sunlight Project; una versión “luminosa” de Wikileaks, cuyo fundador, Julian Assange, es despachado en el libro como “un megalomaniaco autista con pertur-baciones sexuales”.A Wolf se oponen en el debate entre las revelaciones masivas de datos sin filtrar y el periodismo tradicional, el cultivo paciente de las fuentes y la presencia sobre el terreno, la pareja formada por Tom Aberant, editor de una web de investigación a la vieja usanza que sostiene una donación filan-trópica, y Leila Hedou, su mejor reportera. En boca de ella pone Franzen reflexiones sobre el ofi-cio como esta: “La investigación periodística era un sucedáneo de la vida; dominar una materia solo para olvidarla; trabar amistad con otras personas solo para abando-narlas luego. Y sin embargo, como tantos sucedáneos placenteros, era altamente adictiva”.La nómina la completan personajes como Annagret, que ejerce el pro-selitismo para Wolf, o el resentido

profesor Charles Blenheim, literato que fue para la crítica el heredero de John Barth hasta que dejó de serlo. En cierto momento pronuncia una de las frases más aplaudidas por los primeros reseñistas de Pureza: “Hay muchos Jonathans. Una plaga de Jonathans literarios. Si solo leye-ras el suplemento de libros de The New York Times, creerías que es el nombre masculino más común en Estados Unidos. Sinónimo de talento, grandeza. Ambición, vita-lidad”. En giros como ese, que mez-cla la autorreferencia irónica con la alusión a otros Jonathans de éxito, Safran Foer o Lethem, se apoya Franzen para considerar Pureza como una “comedia oscura”, que, dice, “no pretende ser graciosa todo el tiempo, pero aspira a ser hilaran-te por momentos”.

El padre del invento comparte más de una opinión con algunos de sus hijos. Cree, como Leila, que “Internet está matando el periodismo”. “Quienes dicen que no es necesario el oficio ejercido a la vieja usanza, esa cosa propia de dinosaurios, no son capaces de explicar cómo lograrán extraer sentido de una tonelada de cables diplomáticos sin la ayuda de pro-fesionales”, explicará el escritor en la entrevista. “Y entonces te dicen: ‘Un grupo de voluntarios hará el trabajo’. ¡Voluntarios! ¡Nunca gente pagada! ¿Tienen esos voluntarios alguna experiencia en el tema que tratan los cables? ¿Llevan 20 años escribiendo sobre esos asuntos? ¡No! La prueba de ello es que las filtraciones de Wikileaks son irre-levantes desde que no las trabajan los grandes medios. Toda esa mon-serga de la democracia digital es ofensiva y estúpida y está logrando que sea cada vez más complicado que paguen a los reporteros por trabajar. La obscena riqueza de las grandes plataformas de Internet se sustenta en que los usuarios gene-ren contenido gratis. ¿Por qué iban

Google o Facebook a empezar a pagar? Les gusta que la gente rega-le su trabajo. ¿Creo que hay lugar para el periodismo de toda la vida? Desde luego. ¿Deberían pagar a la gente por ello? Sin duda. Si no tenemos un modelo que permita que los periodistas trabajen por un sueldo decente, la democracia se verá dañada. Y no estoy conven-cido de que los hackers sean tan indispensables”.¿Tampoco si, como en el caso Snowden, ayudan a desenmasca-rar una masiva recogida de datos del espionaje estadounidense que viola el derecho a la intimidad? “En mi opinión, los secretos son buenos. Basta con ser consciente de que cuando escribes un correo electrónico alguien puede acabar leyéndolo. Creo que la preocu-pación sobre la vigilancia de los Gobiernos está tremendamente exagerada. Si tuviese algo que ocultar me lo tomaría, supongo, más en serio”.Franzen también podría suscribir la larga reflexión que hacia el final de Pureza formula Wolf, el filtra-dor que vivió dos revoluciones, la comunista y la de Internet. Arranca con este paralelismo: “(En la RDA) podías cooperar con el sistema u oponerte a él, pero lo único que no podías hacer en ningún caso, tanto si disfrutabas de una vida agrada-ble y protegida como si estabas en la cárcel, era no relacionarte con él. La respuesta a cualquier pregunta, importante o banal, era el socialismo. Si sustituías la pala-bra ‘socialismo’ por ‘redes’, tenías Internet”. Escuchada la lectura del párrafo, el escritor añadió en la entrevista de un modo típicamente suyo de hablar de sus personajes como si fueran personas reales: “Andreas se refiere a un sistema, el de las redes sociales, del que no es posible sustraerse. Si te sales, te conviertes automáticamente en un disidente. Además, los teléfo-nos inteligentes introducen el sistema en tu vida más íntima las 24 horas del día. La cosa empeo-ra si eres un personaje público. Automáticamente desarrollas una personalidad online en cuya construcción estás obligado a

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8Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 EntrEViSta

DEtallE DEl salón de Jonathan Franzen en Santa Cruz, California.

participar. Si no lo haces, otros lo harán por ti, y te garantizo que el resultado no será precisamente halagador. Es un chantaje. O par-ticipas o serás castigado. En eso, el mundo actual se parece bastante a la vida en la RDA”.Incluso, sin tiempo para leer las críticas que contiene el libro al statu quo digital, la llegada de la novela a las librerías anglosajonas desató un chaparrón de opiniones encontradas en Twitter, red social en la que tienen cogida la medida al olímpico desprecio de Franzen por las nuevas formas de comuni-cación virtual. En una entrevista con este diario en 2012, con moti-

vo de la publicación en español de su recopilación de ensayos Más afuera, el escritor sentenció que Twitter le parecía “sobrevalorado”, antes de cargar contra la brevedad del discurso tuitero como uno de los grandes males de la civiliza-ción occidental. Meses después, publicó en el rotativo londinen-se The Guardian un ensayo de 5.600 palabras con el provocador e inmodesto título de Lo que mar-cha mal en el mundo moderno en el que hacía sonar las trompetas del Apocalipsis sobre un “momen-to histórico saturado de medios y entregado a la tecnología”.Aquellos temores suyos se hallan,

obviamente, en el germen de Pureza.También resultó determinante la escritura de The Kraus Project, un extraño artefacto literario compuesto por dos textos de Karl Kraus. El cáustico escritor y perio-dista vienés pasó a la gran historia de la literatura centroeuropea del Siglo XX como editor durante 37 años de Die Fackel (La Antorcha), revista que llenó casi en solitario de fieras críticas a la degradación de la sociedad y la prensa austria-cas (en español existe una formi-dable muestra de su ácido magis-terio en un volumen seleccionado por Adan Kovacsics y publicado

en Acantilado). Los textos de The Kraus Project, que figuran en su versión original en alemán y en la traducción al inglés del propio Franzen, se completan con unas prolijas notas al pie en las que se mezclan comentarios histórico-literarios con recuerdos del “infeliz año pasado en Berlín en los ochen-ta”, cuando el autor de Libertad descubrió la obra de Kraus. A las diatribas antitecnológicas (que llegan a equiparar la renuncia a comprar un ordenador Apple con una decisión ética) siguen las con-fesiones autobiográficas –“No nací enfadado. (…) No conocí la ira hasta los 22 años”–. “Cuando escribía ese libro”, explica Franzen, “la propa-ganda mesiánica de Silicon Valley se hallaba en su máximo apogeo. Me di cuenta de que hace un siglo Kraus ya criticaba la espinosa rela-ción entre comunicación de masas y tecnología y que sus advertencias siguen vigentes”. Resulta inevitable establecer paralelismos entre Kraus, El Gran Aborrecedor, y la tendencia de nuestro hombre a verse envuelto, voluntariamente o no, en desa-gradables polémicas. Cuando el escritor nos recibió otra sofocan-te tarde de la larga sequía con la que los habitantes de California han aprendido a vivir, la novela aún no había visto la luz, aunque su autor estaba preparado. “Sé que soy un objetivo fácil, un enemigo al que es muy divertido odiar. Pero no puedo culpar a nadie por criticar sin tomarse la molestia de leerme. Supongo que hacerlo les arruinaría la diversión”, explicó Franzen, con esa pinta extrañamente juvenil de abnegado moralista. “No pienso entrar en Twitter, la gente constan-temente me invita a hacerlo, dicen que debería meterme, defenderme. Pero odio el medio. La calidad del discurso tuiteado. Las redes socia-les son como las especies invasoras, simplemente toman el control. Las puedes fumigar, pero no servirá de nada. Es como esa tierra que hay ahí fuera. Era un precioso humedal y ahora está tomada por el hinojo y la mostaza. Si no quitas con cui-dado las especies invasoras, espar-cirás las semillas y agravarás el

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925 de octubre de 2015 / el mañana / DomingoEntrEViSta

El EscritOr estadounidense Jonathan Franzen.

“Sé que soy un objetivo fácil, un enemigo que es

muy divertido odiar”.

problema”. El espectro de comen-tarios que ha merecido la obra en EE UU y Reino Unido se ha movi-do entre las críticas abiertamen-te positivas y las que como poco celebran su sobrada destreza como novelista, pasando por el vituperio abiertamente hostil, por decirlo de un modo educado. “Pureza es una mierda irrelevante”, tituló Gawker, web-tabloide cuyo lema es: “Los chismes de hoy son las noticias de mañana”.Más allá de las invectivas que invi-tan a pensar que el odio a Franzen debe de ser también un negocio rentable, hubo otra polémica recu-rrente que no quiso perderse el acontecimiento literario. Cuando, a raíz de la publicación de Libertad, el escritor se convirtió en el pri-mero en ocupar en una década la portada del semanario Time (bajo el título de ‘Gran novelista ameri-cano’), se sucedieron las críticas entusiastas, también la de Michiko Kakutani, de The New York Times, y se inició un movimiento de escri-toras encabezado por Jodi Picoult (en cuya cuenta de Twitter se pre-senta como “autora, madre y won-derwoman”) que se quejaban de la excesiva atención que el diario neo-yorquino brindaba a los escritores blancos y, en especial, a Franzen. Las lecturas feministas de Pureza han afeado el retrato que se ofre-ce de las ansiedades de la mujer madura (Elaine Blair, Harper’s), así como los “tediosos estereoti-pos de los personajes femeninos: madres locas, mujeres de mediana edad atormentadas por el dilema de tener hijos o renunciar a la materni-dad, esposas y novias que prefieren discutir incansablemente acerca de sus sentimientos antes que man-tener relaciones sexuales” (Curtis Sittenfeld, The Guardian).Durante la entrevista, Franzen recalcó en cuatro ocasiones que no lee nada de lo que escriben, bueno o malo, sobre él, adverten-cia que repitió cuando, transcu-rridas varias semanas de nuestro encuentro, le escribí por correo electrónico en busca de una res-puesta a quienes lo pintan como a un misógino sin remedio. “Dado que no las he leído, no sé en qué

se basan esas acusaciones. ¿En el hecho de que un personaje masculi-no que no soy yo se comporta de un modo misógino? ¿En que mis per-sonajes femeninos son seres huma-nos que no siempre se conducen de un modo admirable? Sospecho que esas acusaciones provienen de alguien que no entiende lo que implica leer ficción”.También pedí a Franzen su reacción a un texto del traductor al espa-ñol de Las correcciones, Ramón Buenaventura, que recogió sus recuerdos de aquel encargo en una serie aparecida en la Red entre finales de 2003 y principios de 2004. El Mundo entresacó en un artículo publicado en los días previos a la aparición en inglés de Pureza las partes en las que el tam-bién novelista y poeta detallaba las intervenciones de Franzen. “Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en español no es error sintáctico colocar un adjetivo delante del nombre”, escribió Buenaventura. “Una amiga de habla hispana leyó el primer capítulo de la versión española de Las correcciones y señaló siete posibles errores”, recuerda Franzen. “La respuesta de mi entonces editor (Seix Barral) y de Buenaventura fue iracunda. El primero llegó a decir que yo, nativo inglés, no comprendía la variante americana del idioma. Esas siete preguntas fueron toda mi implica-ción en la traducción”. Requerido por este diario, Buenaventura manifestó su “nulo interés” en abundar en el asunto.El tercer punto del correo electró-nico de Franzen no fue la respues-ta a ninguna pregunta, sino una puntualización a uno de los temas tratados en la entrevista. De nuevo, una agria controversia. El escritor publicó en abril un ensayo en The New Yorker en el que lamentaba que todos los esfuerzos de la lucha medioambiental se centrasen úni-camente en el cambio climático y olvidasen el conservacionismo. “Tan solo propuse que una pequeña parte de ese valioso trabajo, ¿qué tal un 10%?, se enfocase en acciones como la preservación de la flora y la fauna o el paisaje. Algo que

dé verdaderos resultados y no una guerra perdida como la del calen-tamiento del planeta. Nada de lo que hagamos podrá impedir ya que la temperatura global supere la barrera de lo realmente preocu-pante mucho antes de que acabe el siglo. Me contaron que la reacción en las redes fue extremadamente violenta, pero lo siento, no me inte-resan las acciones cuyos resultados tardan 100 años en notarse”.A la pregunta de si ese punto de vista cortoplacista nacía de su condición de hombre sin descen-dencia, el escritor respondió con una vaga disertación que luego aterrizaría por correo electrónico: “Desde la perspectiva del cambio

climático, lo peor que un indivi-duo puede hacer por el planeta es reproducirse”.Franzen es muy probablemente el aficionado a avistar pájaros más famoso del mundo, como volvió a demostrar al recitar desde el por-che trasero de su casa todas las especies que frecuentan el lugar, una hondonada entre dos colinas que desemboca en el Pacífico. La preocupación por el medio ambiente es uno de los temas centrales de su obra. En su coci-na, como en el cubículo en el que la protagonista de Pureza trabaja para una empresa de energía reno-vable, una inscripción reza bajo la escultura de hierro forjado de una cámara callejera de vigilancia: “Al menos la guerra contra el medio ambiente va bien”.La combativa ironía de la inscrip-ción se ajusta al espíritu que se respira en las calles de Santa Cruz,

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10Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 EntrEViSta

El salón de Jonathan Franzen en Santa Cruz (California).

que fue clave durante el movimien-to hippy, una revolución que, si se atiende a la cantidad de colgados de todas las edades que pueblan sus aceras, es más un estado men-tal que una opción generacional. Cincuenta años después, sus habi-tantes se reafirman elección tras elección en su romance con el Partido Demócrata. Como demos-tración del compromiso con esa comunidad, Franzen escogió para la primera presentación pública de la novela más esperada de la rentrée anglosajona Bookshop Santa Cruz, una de esas formida-bles librerías independientes que, repartidas por ciudades de tamaño medio de todo el país, desmienten muchos de los tópicos que circu-lan sobre la pobreza intelectual del estadounidense medio. Uno de sus encargados, Patrick O’Connell, cuenta que el escritor es un habi-tual del establecimiento. “Es buen lector y un hombre cercano. Tiene amigos entre los empleados”.

La librería podría ser el punto de partida de uno de esos tours literarios que hacen realidad en las tres dimensiones los escena-rios de una novela. La carretera que hay que tomar para llegar a Santa Cruz desde el aeropuerto de San Francisco deja a ambos lados topónimos familiares como Palo Alto, Cupertino o Mountain View, escenarios de la revolución digital contra la que se alerta en Pureza. La confluencia de ambos mundos no es, para Franzen, inocente: “Parte del problema con Silicon Valley es que incorporan algo de ese ethos hippy californiano. Y eso es pre-cisamente lo que los diferencia de otras corporaciones consagradas a acumular dinero, que los vemos como tíos enrollados que solo quieren cambiar el mundo, como en los sesenta, cuando en realidad exhiben ideas libertarianistas de lo más reaccionario”.La misma carretera que atraviesa el tecnológico valle comunica Santa

Cruz con las montañas. Allí, en una cabaña en la pequeña localidad de Felton, cruce de caminos entre bos-ques de secuoyas como edificios de 20 plantas, rascadores pardos y otras aves paseiformes, vive y tra-baja (de cajera de un supermercado orgánico) la misteriosa madre de la protagonista. Una visita al pueblo, con su iglesia ortodoxa, sus tiendas de té ecológico y sus salones de acupuntura sirvió para comprobar que, al menos en eso, la novela está basada en hechos reales.Al principio de la relación, Franzen venía al pueblo de al lado, Boulder Creek, a ver a su novia, Kathy, más o menos en la época en la que ella publicó en la revista Granta un ensayo titulado Envidia sobre una escritora sin éxito que convive con un autor laureado. Más tarde llega-ría la decisión de él de alquilar una oficina para escribir en el campus universitario de Santa Cruz, donde, cuenta la leyenda, Libertad se gestó en una habitación con las venta-nas cegadas y sin acceso a Internet para esquivar distracciones. Y la leyenda, como buena leyenda, no es toda la verdad. “No es que estuvie-se durante nueve años encerrado en un cuarto oscuro escribiendo. Hubo cierta lucha, pero no tanta como para ser descrita como un bloqueo. Me molesta esa imagen de escritor bloqueado, porque implica que nuestro estado natural se ase-meja a un grifo siempre abierto que mana a borbotones, salvo cuando se atasca”.Terminó Libertad en el año que siguió al suicidio de su amigo David Foster Wallace (1962-2008), autor de La broma infinita (1996), gran novela sobre la perplejidad con-temporánea. Con su trágica des-aparición se esfumó también la sana competencia que existía entre ambos. “Tras su muerte, solo quedó la rabia. Trabajar obsesivamente en Libertad me pareció la manera de mantenerlo vivo”.En la semana previa a la entrevista se estrenó en EE UU, bendecida por la crítica, la película The End of the Tour. El filme se basa en Although of Course You End up Becoming Yourself, reportaje en forma de libro que narra los cinco días en

los que el periodista David Lipsky acompañó a Foster Wallace en la parte final de un viaje para promo-cionar La broma infinita. El encar-go de la revista Rolling Stone, que nunca publicó el texto, se tradujo en las 15 horas de entrevista que sirven de base al guión de la pelí-cula. Karen Green, viuda de Foster Wallace, trató de impedir sin éxito la adaptación cinematográfica. “No leí el libro”, dice Franzen. “Y no, no pienso ver la película; no necesito ver a un actor disfrazado de David para saber cómo era mi amigo”.En los cuatro años que han bastado a Franzen para completar Pureza, el autor ha publicado, además del libro sobre Kraus, un volumen de ensayos titulado Más afuera, como el reportaje en el que cuenta el viaje para esparcir las cenizas de Foster Wallace a la isla chilena Alejandro Selkirk, donde Daniel Defoe situó Robinson Crusoe. También han sido los años de la infructuosa incursión televisiva de un admi-rador de la nueva narrativa de las series (su favorita es Breaking Bad y cree que The Wire naufraga en un exceso de ambición). La cadena de cable HBO compró los derechos para adaptar Las correcciones, pero no pasaron del episodio piloto. La experiencia le dejó “muy mal sabor de boca”, explica.Luego, cuando el sol empiece a aflo-jar y la conversación toque a su fin, Franzen llevará la charla a su terre-no: la vigencia de la ficción literaria: “Las novelas son fuentes de expe-riencias. Cuando la gente dice que no le sirve la ficción, interpreto que prefieren mantener las emociones a distancia. Las audiencias para las que significo algo envejecerán con-migo y entonces habrá que ver si la gente seguirá necesitando novelas. Algún día, por fallos en la educa-ción o porque la destrucción total de la tecnología haya culminado su trabajo, probablemente deje de interesar la ficción”, añade antes de despedirse y cerrar la puerta que separa su casa de la realidad de ahí fuera. Ese lugar lleno de teléfonos conectados, redes inalámbricas y cambiantes estatus de Facebook que hace algún tiempo conocemos como el mundo real.

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1125 de octubre de 2015 / el mañana / DomingoEditorial

No te metas con TexasLos norteamericanos no Pueden resignarse aL absurdo de que un hombre

soLo cambiara La historia de su País

Por Javier cercasEl PaÍS

Los países con poca historia la cuidan mucho; los países con mucha historia la cuidan poco. No paré de repetirme esta frase, que no sé quién la acuñó, durante la semana de septiembre en que anduve dando vueltas por las vie-jas llanuras y las flamantes ciudades de Texas. La recordé mientras visi-taba las instalaciones de la NASA en Houston, donde se conserva intacta la sala de control de las primeras misio-nes espaciales, las de los años sesenta, con sus armatostes prehistóricos y su tecnología antediluviana, igual que se conservan intactas las hileras de buta-cas raídas desde las cuales asistían los grandes dignatarios a los momentos álgidos de la carrera espacial.También recordé la frase en el Capitolio de Austin, imponente edifi-cio gubernativo de 1888 en cuya entra-da se exhibe un gran retrato de Davy

Crockett, héroe de la libertad de Texas –participó en la revolución contra los mexicanos y murió en 1836, peleando en El Álamo– y personificación de ese feroz individualismo norteamericano que los europeos no entendemos muy bien, porque a menudo se confunde a la vez con el anarquismo y con el neoliberalismo, como en su última reencarnación conservadora: el Tea Party. Pero donde sobre todo me acor-dé de esa frase fue en Dallas.O más exactamente: en la plaza Dealey de Dallas. O más exactamente aún: en el museo que, en la plaza Dealey de Dallas, recuerda el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Se llama The Six Floor Museum y está en la sexta planta de un antiguo almacén de libros, el lugar exacto desde el que, el 22 de noviembre de 1963, Lee Harvey Oswald disparó asomado a una ven-tana la bala que mató al presidente, quien acababa de doblar la esquina de Houston y Elm a bordo del coche

presidencial. El museo, magnífico, permite hacerse una idea bastante exacta del acontecimiento, desde sus prolegómenos hasta las teorías de la conspiración que suscitó.Éstas, como se sabe, son virtualmente infinitas: en realidad, no hay un nor-teamericano que no tenga una; en realidad, un norteamericano viene a ser un tipo que tiene una teoría del asesinato de Kennedy. La razón super-ficial es que algunas zonas del hecho permanecen todavía en sombra, lo que deja un espacio abundante a la fanta-sía; la razón profunda es otra. En 1864, en Apuntes del subsuelo, Dostoievski escribió: “Sobre la historia universal se puede decir cualquier cosa, todo cuan-to se le ocurra a la imaginación más

desvariada. Lo único que no puede decirse es que sea racional”.Es verdad, pero es una verdad inso-portable, espantosa, así que hacemos lo posible por ocultarla, dotando a la historia de una racionalidad inven-tada. Nada más fácil. Treinta y cua-tro años antes de que Dostoievski denunciara la irracionalidad de la historia, Hegel observó al principio de sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal: “A quien mire el mundo de modo racional, el mundo le mirará de modo racional”. Llevada al extremo, esta voluntariosa racionali-dad conduce a la paranoia: a pesar de las innumerables teorías de la conspi-ración sobre el asesinato de Kennedy, los historiadores más solventes con-cluyen que lo más probable es que Oswald actuara por su cuenta y ries-go; los norteamericanos, sin embargo, no pueden resignarse al absurdo de que un hombre solo –y encima un hombre tan absurdo e insignificante como Oswald– cambiara la historia de su país, así que, para que el mundo no deje de mirarlos de forma racio-nal, urden teorías según las cuales detrás de Oswald estaban la mafia, la CIA, los castristas, los anticastristas, Lyndon B. Johnson, qué sé yo. El caso es dar sentido al sinsentido.Texas apenas cuenta con dos siglos de vida, pero tiene casi el doble de extensión que España, la mitad de sus habitantes, y conserva aún en su ADN una cultura de frontera que el western de Hollywood inmortalizó y que en el fondo remite a la cultura de frontera que los conquistadores llevaron con-sigo a América. En Texas mucha gente lleva armas; mucha gente habla en Texas español: en 2050, el 75% de los menores de 20 años serán hispanos, lo que provoca un pánico injustificado en algunos, porque el español sigue siendo allí una lengua sin prestigio, la lengua de los pobres. La bandera de Texas luce una estrella solitaria. En Texas triunfa un lema: “No te metas con Texas”.

Es una verdad insoportable, espantosa, así que hacemos

lo posible por ocultarla.

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12Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 cultura

Por Manuel VicentEl PaÍS

Nietzsche fue un tipo enamoradizo que ejerció a lo largo de su vida una misoginia muy singular. “El hombre ama dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer, el más peli-groso de los juegos”. Este aforismo lo sacó de sus entrañas y lo puso en boca de Zaratustra después de conocer en Roma a Lou Andreas-Salomé y haber recibido de ella la suficiente cosecha de calabazas. Zaratustra fue el profeta que lanzó la proclama del superhombre, un ejemplar humano que, según la teoría de Nietzsche, debería ser profundamente culto, bello, fuer-te, independiente, poderoso, libre, tolerante, a semejanza de un dios epicúreo, capaz de aceptar el uni-verso y la vida como es. Pues bien, este modelo de superhombre apli-cado por Nietzsche a sí mismo, en la vida real babeaba ante cualquier mujer atractiva que se pusiera a su alcance y si era rubia y rica la pedía en matrimonio de forma compulsi-va, casi como un reflejo condicio-nado. El consiguiente rechazo le despertaba una descarga agresiva contra todo el género femenino. “Hasta aquí hemos sido muy cor-teses con las mujeres. Pero, ¡ay!, lle-gará el día en que para tratar con una mujer habrá primero que pegarle en la boca”. Y una vez vomitada la invectiva literaria, el superhombre quedaba tranquilo.Su padre fue pastor protestante, de quien recibió una educación muy religiosa y que al morir temprana-mente de enfermedad mental dejó a su hijo Friedrich, de cuatro años, tal vez inoculado con el germen de la locura. Durante la infancia y adolescencia del filósofo en Röcken (la actual Alemania), su lugar de nacimiento, estuvo rodeado de un férreo círculo femenino compuesto por la madre Franziska, la hermana Elizabeth, la tía Rosalie y la abuela Erdmunde. Fue un paisaje familiar agobiante, que le dejó unas secuelas de las que no se recuperaría nunca. Además de Lou Andreas-Salomé, una galería de mujeres pasó por su vida, unas como amor platóni-co, otras a través de una relación

La mujer es “el más peligroso de los juegos”

así amaba nietzsche a Las mujeres. Los rechazos amorosos Le desPertaban una descarga agresiva contra eL género femenino

El filósOfO Friedrich Nietzsche.

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1325 de octubre de 2015 / el mañana / Domingocultura

El filósofo se enamoró de Lou Andreas-Salomé, que solo le aceptó como amigo.

epistolar erótica, otras bajo la espe-cie de amor maternal, otras como amor imposible y cada una de ellas formaba una ola sucesiva de un solo tormento. A todas adoraba en la práctica, a todas zahería literaria-mente y pese a su misoginia, lejos de aborrecerle, ellas se sentían atraídas por su talento y su bondad enloque-cida, pero al final siempre termina-ban por pararle los pies. Tampoco él estaba muy seguro de su virilidad. Por ejemplo, cuando una de sus amigas, Rosalie Nielsen, lo citó en la habitación de un hotel y comenzó a insinuarse Nietzsche tuvo que huir saltando por una ventana.Nietzsche estudió Teología en el internado de Schulpforta e imbuido de religión se adentró después en la filología griega en las Universidades de Bonn y de Leipzig. Su cerebro no encontró la forma de asimilar la mezcla explosiva de cristianismo y belleza socrática. Deslumbrado por los mármoles de una Grecia imagina-da, se convirtió al paganismo, que le obligó a gritar a los cielos el aforismo famoso: “¡Dios ha muerto!”.

Convencido de que el Crucificado era el adalid de una religión de escla-vos, se abrazó a Apolo, el dios de la línea pura, y a Dionisios, el sátiro de la pasión y la orgía, corrientes con-trarias que comenzaron a luchar en el interior de su espíritu. A la hora de enfrentarse a una mujer, también se debatía entre el ideal de belleza y la convulsión entusiasta. En este caso siempre ganaba Dionisios, el dios del caramillo y las patas de cabra.Seriamente enfermo de sífilis, en 1882 Nietzsche abandonó la Universidad de Basilea y repartió su vida erran-te entre la nieve suiza y el sol de Italia. Fue en Roma, en la mansión de Malwyda van Meysenburg, una famosa feminista alemana, que había abierto un salón literario, donde conoció a Lou Andreas-Salomé.Esta rusa de 18 años era una joven que después de una adolescencia mística se había propuesto ejercer la libertad a toda costa como una forma de salvación personal más allá de la práctica del feminismo militan-te. El choque entre esta mujer libre y el misógino recalcitrante fue el

esperado. Nietzsche se rindió ante su talento y le pidió matrimonio a primera vista con una declaración cursi y telúrica: “¿De qué astros del universo hemos caído los dos para encontrarnos aquí uno con el otro?”. Esta descarga poética solo provo-có una sonrisa en aquella mujer extraordinaria, que en ese momen-to estaba enamorada de Paul Rée, discípulo del filósofo.Como forma de consolación, Nietzsche propuso vivir con ellos un triángulo estético con un amor traspasado de idealismo pagano en la soleada Capri, con viajes a Niza y Venecia. Tampoco cuajó la idea. Lou Andreas-Salomé fue una colec-cionista de amantes famosos, hipo-téticos, extraños, entre ellos Rilke y Sigmund Freud. Huidiza e imposi-ble, en esta escalada Nietzsche fue para ella el primer peldaño.Por otra parte, el paganismo estéti-

co de Nietzsche le costó la amistad de Richard Wagner, que recorría el camino contrario. Desde los dioses nórdicos regresaba al cristianismo llevándose con él a su mujer Cósima, otro de los amores imposibles de Nietzsche. Enamorarse de la mujer del amigo era ese juego peligroso que al parecer más le excitaba. El desaire le arrancaba de las entrañas un aforismo cruel.En la puerta del retrete de un bar de carretera, alguien había escri-to: “Dios ha muerto. Firmado: Nietzsche”. Debajo de este aforis-mo otro usuario había añadido: “Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios”. Ante este par de sentencias inexorables Woody Allen comen-tó: “Dios ha muerto, Nietzsche ha muerto y yo no me encuentro muy bien de salud”. Es una bonita forma de bajarle los humos al superhom-bre.

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Por camila MoraesEl PaÍS

Cuando Netflix en su afán de con-quistar suscriptores en América Latina decidió producir Narcos —la serie de la que todo el mundo está hablando—, no imaginaba que atendería una vieja demanda de los latinoamericanos: estar unidos. Para el programa, Netflix esco-gió, no en vano, a Pablo Escobar, colombiano célebre y el mayor mafioso de la región que dirigía el omnipotente cártel de Medellín que fue abatido en 1993, y así los productores dieron en la diana de

‘Narcos’ y el espíritu panamericanoLa serie sobre PabLo escobar ha conseguido satisfacer una vieja

demanda de Los Latinoamericanos: estar unidos

un cáncer regional: la fundación de la industria del narcotráfico en América Latina, promovida por una locura criminal y también por la política de Estados Unidos de combatir la oferta de drogas olvi-dándose de su demanda. Una enfer-medad que sigue activa en nuestros días: los traficantes siguen siendo perseguidos, mientras los usuarios son ignorados.Netflix hizo lo obvio, que además nadie se había atrevido a hacer hasta ahora: una superproducción latinoamericana de cabo a rabo. La serie está encabezada por la pro-ducción ejecutiva de José Padilha —

cineasta reconocido en el mercado audiovisual mundial tras del éxito generalizado de Tropa de élite y de sus películas hechas en Hollywood, como Robocop— que dirigió dos de los 10 episodios de la primera temporada. En el papel principal, cuenta con Wagner Moura, otro talento brasileño reconocido fuera del país por su papel en la misma Tropa de élite, actuando en español, en un acto de valentía y de calidad artística que pocos actores se atre-verían a enfrentar.Alrededor de Moura hay un reparto formado por colombianos (en su mayoría), mexicanos, argentinos,

chilenos que encarnan narcotrafi-cantes, policías, políticos y demás víctimas y victimarios de este con-flicto. Un origen panamericano que se repite en el equipo técnico, combi-nando, por ejemplo, con guionistas estadunidenses (Chris Brancato, Carlo Bernard y Doug Miro), con un director colombiano (Andrés Baiz), un mexicano (Guillermo Navarro) y otro brasileño (Fernando Coimbra, del excelente largometraje El lobo detrás de la puerta), además de Padilha. La producción, original de la empresa, es una perfecta Babel pero esta vez es latinoamericana.

EscObar, fichado por la policía colombiana en los años setenta como narcotraficante.

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Organigrama del cartel de Medellín en los años ochenta.

Además, la serie es entretenida. Bien hecha desde el guión hasta la edición, Narcos inyecta acción en las venas del espectador, sin olvidar las altas dosis de drama que están a cargo de Colombia. No es absurdo darse cuenta, a pesar de estar delan-te de un producto de entretenimien-to, de que es una historia que hace a mucha gente llorar en frente a su televisión, tableta o computadora. Son pujantes y ultrajantes la matan-za, las esperanzas cortadas de raíz y la búsqueda ciega de un país por una posibilidad de futuro en medio del caos violento. Violencia que se traduce en miles de vidas descar-tadas como si fueran basura, en los ataques de guerrilleros al Palacio de Justicia de Bogotá o contra un avión comercial rumbo a Cali que explotó en el aire para derrumbar a un candidato presidencial. En un sistema de recompensas para matar a policías, al que adhirió todo ciu-

dadano pobre dispuesto a romper la última barrera ética a cambio de dinero. Todo esto, según cuenta la historia, promovido por el cártel de Pablo Escobar.¿Quién era al fin y al cabo este tipo? Un líder, sin duda, tanto por su carrera meteórica y millonaria en la industria narcótica, que él mismo fundó, como por las acciones que promovió para tapar la sangría de gente miserable a la que ayudaba con casas populares y fajos de bille-tes, pero a quienes también usaba para cometer crímenes. Un asesi-no frío y tan egocéntrico que no se contentaba con el poder del tráfico y soñaba despierto en ser presiden-te del país que (paradójicamente) amaba.Muchas personas —hispanos, espe-cialmente colombianos, y brasile-ños también— torcieron la nariz con el acento de Wagner Moura al hablar el español de Medellín, pero

lo que el actor entrega, más que por los diálogos, es la verdad un antihé-roe altamente reflexivo. El espec-tador ve quién es Pablo Escobar al sentir las punzadas que él mismo siente en el estómago: durante los largos segundos en que reacciona, en silencio aunque colérico, en su guerra personal para adentrarse en la política colombiana, o con las sonrisas y breves comentarios bien humorados cuando saborea algu-na victoria. Sin hablar del hecho de que la Babel de Narcos inclu-ye —además del acento de Moura, superado (por el espectador o tal vez por el propio actor) allá por el tercer episodio— los varios acen-tos del reparto extranjero, al que le costó trabajo generalizado actuar en paisa.Quien nació en Colombia sabe exac-tamente lo que significa la expre-sión dolor de patria. Es apartarse de ella lo suficiente para percibir

la desgracia nacional, dejando de lado la rutina diaria que acostum-bra a todos a todo, incluso al absur-do de la violencia. Para poder ver a Narcos y sentir algo parecido, hay que ser colom-biano o conocer a Colombia más de cerca —para entonces mirarla con distancia. ¿Quién era capaz de hacer eso, siendo brasileño, mexi-cano, argentino... antes de Narcos? Poquísimos. Porque, para las masas, es principalmente la pren-sa, con sus titulares, la que se ha encargado de contarnos que son nuestros vecinos. Aún sin ser inge-nuos creyendo que detrás de todo existe una buena intención, no hay dudas al decir que gracias a una historia como esta, que promueve un star system latino sin excluir a Brasil de la fórmula, estamos un poco más unidos. El dolor de patria colombiana puede ser, finalmente, más latinoamericano.

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16Domingo \ el mañana \ 25 de octubre de 2015 artE

tula, tam. Como parte de una política edito-rial en Tamaulipas se han editado, publicado y distribuido más de 140 mil libros de manera gratuita. Dentro de las actividades patri-moniales, de celebración, que se realizaron el domingo pasado en el Altiplano tamaulipeco, se presen-tó el libro La Cuera Tamaulipeca, escrito por el historiador Francisco Ramos Aguirre, en el cerro de la

Cuera tamaulipeca, un vínculo a la historia de nuestra identidad

cruz del municipio tulteco.“Por la voluntad de un Gobernante lector, que ha creído en la cultura como un instrumento fundamental para constricción de ciudadanía y la construcción de escenarios de armonía y bienestar”, comentó Libertad García Cabriales, titular del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes (ITCA).La obra fue editada por el Gobierno de Tamaulipas, a través del ITCA, y hace un reconocimiento que advier-te la importancia de la cuera tamau-lipeca, desde la Época Antigua, que pasa por la Colonial, la Reforma y la Revolución. Este libro es una mirada que recoge en sus páginas, no sola-mente la manera de vestir, sino tam-bién tiene una enorme presencia en el cine y en el cancionero popular, la literatura y el habla mexicano.“La idea de la escritura de este tra-bajo me nació porque considero que es una prenda que se encuen-tra muy vinculada a la historia de nuestra identidad. El origen de este vestuario, no es solo un símbolo tradicional, sino que encontramos raíces históricas”, agregó Francisco Ramos Aguirre, escritor del libro.A la presentación de este trabajo

se sumaron Raúl González Zapata y Aseret Lucio Guevara, quienes compartieron sus puntos de vista.“La cuera tamaulipeca nos hace vigentes por su contenido que nos proporciona patrimonio intangible, identidad y pertenencia”, mencionó Zárate. Por su parte Lucio Guevara puntualizó, “este libro nos enseña como al paso del tiempo se ha ido perfeccionando, elaborando y como ha permanecido su elaboración en las familias como la de los Reyes”. En los diversos apartados del libro La cuera tamaulipeca se encuen-tra una ligera prosa documentada, recuperada de voces de escritores, historiadores, viajeros y periodis-tas, a través de textos, revistas y artículos que ofrecen tradiciones, costumbres, andanzas, hazañas y proezas sobre el vestigio que emana esta prenda tradicional de la vesti-menta de Tamaulipas.“Señor Gobernador, muchísimas gracias porque con estos eventos se fortalece lo mejor que tenemos, nuestra gente, nuestra cultura. Siempre que portamos esta cuera nos sentimos muy orgullosos, por-que en ella está radicada la historia de nuestro estado, está aquí lo que

somos y lo que soñamos”, finalizó García Cabriales durante la presen-tación.Con estas acciones el Gobierno de Tamaulipas refrenda el compromiso de impulsar acciones orientadas a la investigación y difusión de la iden-tidad tamaulipeca, orientadas a la formación de lectores que amplíen el nivel cultural de la sociedad y fomenten el acceso de la población a la información del patrimonio tan-gible e intangible de la entidad.