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¿DOMINIO O EMANCIPACIÓN? El debate en torno a la herencia de la Teoría Crítica* JL/a Teoría Crítica clásica parece convertirse inexorablemente en un objeto histórico. La presentación de las obras de sus autores en impresionantes ediciones, un conjunto de archivos bien organiza- dos y una literatura secundaria que ha llegado a ser difícil de abar- car permiten pensar previsiblemente en un punto en el que llegue a estar documentado el contexto de su pensamiento y de su surgi- miento de manera completa. La Teoría^Crítica parece también deve- nir histórica en el sentido mediato de una virulencia político-inte- lectual decreciente. Colocarse hoy en día públicamente en el interior de su tradición no constituye un signo de disidencia radical. El establishment ha aprendido a vivir con la Teoría Crítica y ello quiere decir a vivir con varios de sus representantes contemporáneos. Esto no significa, sin embargo y de ninguna manera, que se haya dilui- do el potencial explosivo y cargado de conflictos que la Teoría Crítica clásica ocultaba en sus categorías esotéricas. Los conflic- tos que surgen hoy en las discusiones en torno a la Teoría Crítica se * Traducción de Gustavo Ley va.

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¿DOMINIO O EMANCIPACIÓN?

El debate en torno a la herencia

de la Teoría Crítica*

JL/a Teoría Crítica clásica parece convertirse inexorablemente en un objeto histórico. La presentación de las obras de sus autores en impresionantes ediciones, un conjunto de archivos bien organiza-dos y una literatura secundaria que ha llegado a ser difícil de abar-car permiten pensar previsiblemente en un punto en el que llegue a estar documentado el contexto de su pensamiento y de su surgi-miento de manera completa. La Teoría^Crítica parece también deve-nir histórica en el sentido mediato de una virulencia político-inte-lectual decreciente. Colocarse hoy en día públicamente en el interior de su tradición no constituye un signo de disidencia radical. El establishment ha aprendido a vivir con la Teoría Crítica y ello quiere decir a vivir con varios de sus representantes contemporáneos. Esto no significa, sin embargo y de ninguna manera, que se haya dilui-do el potencial explosivo y cargado de conflictos que la Teoría Crítica clásica ocultaba en sus categorías esotéricas. Los conflic-tos que surgen hoy en las discusiones en torno a la Teoría Crítica se

* Traducción de Gustavo Ley va.

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han desplazado solamente desde su relación exterior con otros pro-yectos teórico-políticos concurrentes "tradicionales" hacia la rela-ción interior entre sus propios partidarios. Los descendientes de la Teoría Crítica debaten hoy entre sí. El debate en el interior de esta tradición no tendrá la visibilidad pública que ha tenido el debate con los historiadores; tampoco habrá de limitarse, como la disputa en torno al positivismo, a las fronteras de la república de los sa-bios. Y es así porque en este conflicto vuelven a reactivarse con-flictos fundamentales de la intelectualidad alemana de izquierda bajo las condiciones dadas de desarrollo de las sociedades de capi-talismo tardío. La interpretación específica de la tradición prove-niente de la tradición crítica en relación con la sociedad actual es solamente un relieve posible (aunque quizá intelectualmente el más importante) sobre el que se destaca este conflicto fundamental.

Se requieren solamente algunas preguntas sintomáticas cuyas eventuales respuestas alternativas forman ya los puntos de una lí-nea de debate. Se trataría de preguntas tales como: ¿es domesticable la dinámica destructiva del capitalismo a través del Estado de De-recho y de un Estado Social (Sozialstaat)! ¿Es digna de defensa la democracia burguesa, incluso en un sentido no táctico? ¿Son las formas empíricas de la conciencia de los agrupamientos sociales, por ejemplo de los ocupados o de los jóvenes, solamente la copia de formas dadas de dominio o contienen también puntos de apoyo en dirección de una emancipación? ¿Es posible una subjetividad diferenciada bajo las condiciones de esta sociedad? Siempre que se concentran los debates teórico-políticos en tales puntos proble-máticos se polarizan los campos político-intelectuales en el inte-rior de la Teoría Crítica de acuerdo con una lógica peculiar. Es esta lógica la que me interesa analizar.

Si las respuestas a semejantes cuestiones centrales de la teoría del capitalismo tardío en cada caso se condensan en tipos y son re-feridas a la marcha del desarrollo de la Teoría Crítica desde sus orígenes hasta el presente, entonces puede constatarse algo de for-ma clara. Aquellos que no creen que la dinámica del capitalismo sea domesticable a través del Estado de Derecho, que ven a la de-

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mocracia en último término como una trama ideológica y que con-sideran improbables las formas emancipatorias de la conciencia en la sociedad dada, quienes sostienen esto favorecerán la variante radical de la Teoría Crítica que aparece en la Dialektik derAufklá-rung. Por el contrario, quienes contradicen semejantes respuestas tenderían más bien a la variante de la Teoría Crítica que Jürgen Ha-bermas ha presentado en la Teoría de la acción comunicativa. Desde un punto de vista general, el cisma en el interior de la Teoría Crítica del capitalismo tardío podría ser igualado con la oposición entre el pesimismo y el optimismo, entre el "Gran Hotel Abismo (Grand Hotel Abgrundf y una euforia comunicativa apolítica. Por supuesto que semejantes simplificaciones son inadmisibles. La diver-sidad de los motivos y la complejidad de ambas variantes de la Teoría Crítica se cierran en contra de una distinción clara entre una teoría del domino puro y una teoría de la emancipación abstracta. También la Dialektik derAujklaning está escrita desde la esperanza —aun cuando desesperada— en dirección de una liberación posible. En la categoría central de Jürgen Habermas de la "integración sistémica" se hayan integradas varias de las implicaciones teóricas de dominio de la Teoría Crítica clásica. Y, además, sin más absurdo, es el relacionar ambas direcciones de la Teoría Crítica de una manera adialéctica entre sí. Ambas reflejan, incluso en la estructura fundamental de sus categorías, la diversidad de sus contextos de surgimiento. La una es una teoría del capitalismo tardío totalitario, la otra es una teoría del Estado de Bienestar democrático de masas posfascista. No me inte-resa tanto el aspecto filológico. Me interesa más bien la caracteriza-ción de una precomprensión extendida en la intelectualidad crítica según la cual ambas variantes de la Teoría Crítica aparecen como irreconciliables entre sí. Para tratar solamente de caracterizar esta precomprensión querría bosquejar una suerte de perfil de polarida-des de la Teoría Crítica en relación con la teoría de Adorno y Hork-heimer, por un lado, y con la de Habermas, por el otro.

Hago esto en tres pasos. En primer lugar, debe ser cuestionada la autocomprensión metateórica de ambas variantes de la Teoría Crítica. En segundo lugar, me interesa la relación de ambas teorías

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con los procesos de la formación política de la voluntad. Y, en ter-cer lugar, deben ser comparadas las presuposiciones contenidas en cada una de ellas en torno a la marcha del proceso histórico.

1. En la Dialektik derAufklarung, Horkheimer y Adorno desa-rrollan una crítica abarcante que va a la raíz de la tradición racional occidental desde sus inicios en el comienzo de la historia hasta el presente de una racionalidad formal desplegada totalitariamente. Esta racionalidad no deja nada fuera de sí. Incluso las ciencias es-pecializadas y la filosofía académica son consideradas por Adorno y Horkheimer solamente como formas inconscientes de una apro-piación instrumental de la naturaleza. La forma de exposición de la Teoría Crítica —especialmente la de Adorno— es de manera cons-ciente paradójica. En efecto, se concibe a sí misma como ciencia y, al mismo tiempo, desmiente la posibilidad de que la ciencia coad-yuve a la emancipación. Ella existe y se mantiene en la praxis sofo-cada de un filosofar cuya posibilidad al mismo tiempo cuestiona. En los años treinta, años de fundación de la Teoría Crítica, sus ex-ponentes habían creído que en las instituciones y figuras diluidas en el capitalismo tardío totalitario estaban materializadas estructu-ras fundamentales a las que también la Teoría Crítica se podía en-lazar en forma inmanente. En la Dialektik der Aufklárung, diez años después, Adorno y Horkheimer habían desistido de esta espe-ranza. Se habían colocado sobre la precaria cuerda de equilibrio de una crítica radical de la razón que no estaba respaldada por ninguna red ofrecida por una razón materializada cultural o institucio-nalmente. Habermas se irrita por la ausencia de todo fundamento de una crítica radical de la razón delineada de esta manera. Cierta-mente admira en Adorno y Horkheimer el acto de balance que con-lleva una crítica fundamental de la razón que es al mismo tiempo heredera de ella. Teme, sin embargo, que inteligencias más débiles puedan extraer a partir de estas premisas consecuencias irracio nahstas de manera inmediata. La forma paradójica de exposición de la Teoría Crítica en la Dialektik derAufklarung, y especialmen-te en lai Dialéctica negativa, es designada por Habermas como una contradicción performativa. Habermas significa con ello una con-

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tradicción simple, a saber: el hecho de que la propia fatalidad de una imposibilidad de una autorreflexíón teórica real señalada en la Dialektik der Aufklarung tendría que haber hecho imposible tam-bién a esta misma obra. Pues, ¿cómo pueden garantizar sus autores que su propio trabajo teórico se preserve o se mantenga al margen de la distorsión de la razón instrumental? Interrogado en torno al motivo que organiza toda su filosofía, Habermas remite a la inten-ción de suministrar a la Teoría Crítica de la sociedad una base con-ceptual sólida. Este fundamento —que cree que no puede ser toca-do mediante traumas histórico-epocales— consiste en un concepto comunicativo de la razón, esto es en un concepto que apuntala, que mantiene las posibilidades del actuar racional en las estructuras antropológicas fundamentales y en las formas institu-cionales del entendimiento entre los hombres.

2. La Dialektik der Aufklarung está dominada por un escepti-cismo fundamental en relación con la capacidad de los hombres de determinar, a partir de su propia voluntad y conciencia, las relacio-nes sociales y vitales correspondientes en cada caso. Reflexiones sobre las instituciones de la formación política de la voluntad no encuentran en la Teoría Crítica clásica ningún lugar. De acuerdo con la opinión de Horkheimer y Adorno, la cultura de masas del capitalismo tardío y el aparato de coerción del fascismo habrían limitado el espacio de posibilidad de una formación política de la voluntad autónoma, de una manera tal que los hombres ni siquiera serían considerados en el condicional utópico como sujetos de sus propias relaciones vitales.

Habermas se designa a sí mismo sin ironía como un hijo de la fitre-educación". Él ha convertido la sustancia moral oculta en los principios constitucionales de las sociedades occidentales en mo-tor propio de su filosofar. Su pensamiento teórico-político funda-mental es que tras la desaparición de los medios tradicionales de unificación de la voluntad, los plexos de acción política pueden ser coordinados solamente mediante actos del entendimiento colecti-vo. Habermas deduce de ello el principio de que solamente aque-llas instituciones políticas que garanticen este proceso de coordi-

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nación comunicativa podrán exigir el respeto de sus ciudadanos. Este motivo teórico-político de fondo, casi un motivo religioso, explica el destacado lugar que toman en su teoría el espacio públi-co político (politische Ójfentlichkeit), las decisiones estatales con-forme al marco suministrado por el Estado de Derecho y los fenó-menos de una cultura democrática.

3. Es, sin embargo, el tercer punto de diferencia el que más po-lémica genera en los debates entre los partidarios de la vieja y los partidarios de la nueva Teoría Crítica, los así denominados "revi-sionistas". Desde un punto de vista superficial, se podría designar esta diferencia como una diferencia entre un pesimismo y un opti-mismo en términos de filosofía de la historia. La Dialektik derAufk-lárung es una filosofía de la historia negativa. Formula enunciados sobre el desarrollo histórico del género humano en su totalidad. La constante negativa en el proceso histórico es para Horkheimer y Adorno el despliegue y el crecimiento del poder de la razón instru-mental. La historia es una historia de la decadencia. En la época del fascismo la curva de esta decadencia alcanza su cénit. Habermas, por el contrario, está convencido —aun en oposición a algunos de sus escritos tempranos-— de que los enunciados sobre el desarrollo del género humano en su totalidad no pueden ser serios científica-mente. A diferencia de la unilateralidad negativista de la Dialektik der Aufklárung, Habermas hace valer su opinión de que la historia es en cada punto temporal una unidad de tendencias contradicto-rias que jamás pueden ser acomodadas en el interior de un marco unilateral, sea de "progreso" o de "decadencia". Su distanciamien-to del negativismo en términos de filosofía de la historia de la "Dia-léctica de la Ilustración" (Dialektik der Aujklárung) tiene su fun-damento en su propia teoría. Especialmente en los escritos de los años setenta, Habermas manifestaba una marcada tendencia a uti-lizar figuras interpretativas en términos de una lógica de desarro-llo. El concepto de la "Lógica del Desarrollo" designa una pers-pectiva que ha sido tomada de la psicología social de Piaget y de Kohlberg, de acuerdo con la cual los procesos de formación indi-vidual y colectiva obedecen a una lógica orientada en una cierta

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dirección. Procesos de formación semejantes pueden ser descritos entonces —así lo dice la idea fundamental— como secuencia de niveles de desarrollo irreversibles. La dirección de estos niveles de desarrollo de las formas práctico-morales de la conciencia, la lógica de este desarrollo, se contrapone directamente a la perspectiva suministrada por la teoría de la decadencia de la Dialektik der Aujklarung. Y ello porque esta lógica de desarrollo apunta, tanto en el nivel de los individuos como en el de los grupos, no a un in-cremento del dominio sino de la autonomía, al crecimiento de las posibilidades de emancipación. La construcción de estos niveles de desarrollo sigue un esquema que el psicólogo americano Lawrence Kohlberg ha desarrollado a partir de la formación de la conciencia moral en niños y adultos. Ese esquema supone en el nivel más alto de desarrollo —esto es, en el nivel posconvencional— la capacidad de la autonomía, esto es, la energía moral para criticar y revisar convenciones sociales a la luz de principios propios. Cier-tamente que Habermas no está convencido de que exista realmente una lógica de desarrollo semejante en los procesos colectivos de formación. No obstante, la supone como un esquema de carácter heurístico —por ejemplo, en el análisis de las orientaciones cultu-rales valorativas, en el análisis de la dinámica del Estado de Dere-cho— y de la construcción de las formas democráticas de concien-cia. Incluso en el caso de una flagrante contradicción, Habermas mantiene la convicción de que hay en el desarrollo de los Estados de Bienestar democráticos algo así como la institucionalización de "diques" de contención, de seguros contra recaídas, que suminis-tran una cierta garantía para que una sociedad desarrollada de ma-nera democrática no recaiga en un nivel pre-democrático. De cara al transfondo del pesimismo radical de la Dialektik derAufklarung, este interés teórico por la sustancia moral de las instituciones y formas de conciencia democráticas y en el marco del Estado de Derecho aparece ahora como expresión de una actitud fundamental que es optimista en términos históricos.

Desde luego que ambas variantes de la Teoría Crítica no pue-den ser consideradas como teorías puras y complementarias del

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dominio puro, por un lado, y de la emancipación pura, por el otro. Especialmente Habermas se ha esforzado por integrar ambos pun-tos de vista en su teoría. Por supuesto que desde el principio en la formación de su teoría hay un primado de la coordinación desde el mundo de la vida de plexos de acción. De acuerdo con sus premisas, no es posible siquiera pensar una situación en la que semejantes la-bores de coordinación de la acción hubieran sido desplazadas ex-clusivamente a mecanismo sistémicos. Y es justamente desde una situación semejante que los autores de la Dialektik der Aufklarung desarrollan su Teoría Crítica.

Énfasis como éstos aparecen entonces como unilateralizaciones de la Teoría Crítica, si se les considera a la luz de la concepción originaria de Horkheimer. Horkheimer había tomado su concepto de crítica de la crítica de la economía política marxista. En la re-construcción que Horkheimer realiza del procedimiento de Marx se pensaban dos momentos en uno solo, momentos que en el desa-rrollo descrito de la Teoría Crítica se han separado: la fenomenología objetivista del plexo de dominio y la preparación teórica de la po-sibilidad de superar este plexo de dominio prácticamente por me-dio de la acción. En las orientaciones del público que recibe hoy a la Teoría Crítica, estos dos momentos se han separado.

Querría ahora alejarme de la inmediatez dada de las formula-ciones de la Teoría Crítica anteriormente analizadas y hablar más bien de los estereotipos a partir de los cuales se perciben como proyectos diversos de Teoría Crítica que concurren y que incluso se excluyen entre sí.

Los partidarios de la vieja Teoría Crítica describen la sociedad desde la perspectiva del dominio impuesto, aunque en detalle es con frecuencia poco claro si ellos consideran esta imposición como ya consumada o, más bien, como punto de llegada de una tendencia irreversible. Estas presuposiciones del dominio impuesto se refie-ren a estructuras de una subsunción real por el capital a estructuras de una dialéctica de la coerción de la naturaleza, de los imperati-V°1S"? n° dd deSarrOll° científíco-técnico, del patriarcado. La actitud desde la que se describen estas estructuras de dominio o

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coerciones es, en último término, la del observador no participan-te. Esta perspectiva del observador es necesaria puesto que tiene que ser explicado cómo es posible, en general, una Teoría Crítica como teoría del dominio total. De acuerdo con esto, es posible so-lamente en la medida en que reclama para sí una suerte de reserva al margen del plexo de dominio descrito —aunque esta reserva esté también por supuesto amenazada. Pues el status de la víctima del dominio total es irreconciliable con el concepto de un sujeto críti-co. La descripción de un plexo total de dominio desde la perspecti-va de la víctima participante es un absurdo teórico, pues tanto el acto de la orientación teórica como el acto de la orientación preteó-rica en el mundo de la vida en situaciones de acción problemáticas está necesariamente enlazado con la suposición de que el campo de acción en el que me muevo no está completamente cerrado. La relación interna entre la presencia de opciones alternativas de ac-ción, la posibilidad de asegurarme reflexivamente de ellas y la ex-periencia de mí como un sujeto capaz de acción, es algo funda-mental antropológicamente. Una situación social en la que estoy coercionado a experimentarme a la larga como una víctima del do-minio total, a la que le han sido robadas todas sus posibilidades de acción, me destruye como sujeto. Conocemos la figura de los "mu-sulmanes" en la literatura de los internados en los campos de con-centración. Con este concepto que remite a la fe islámica en el destino, se designaban aquellos recluidos que, debido a que habían in-teriorizado totalmente las condiciones de la reclusión, se habían convertido literalmente en objetos de dominio total. En Bruno Bettelheim y en Primo Levi se describe de manera estremecedora cómo esta autonegación de la naturaleza del sujeto producida por la coerción destruye también psíquicamente a la persona. Con su sometimiento total al dominio del campo de concentración, los mu-sulmanes se habían decidido simultáneamente a morir.

Esta premisa metódica del a priori de un dominio impuesto sin resquicio alguno lleva necesariamente a distorsiones específicas en la descripción de fenómenos empíricos. Para el exponente de la Teoría Crítica que insiste en este dominio total, los fenómenos cul-

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turales y morales, como la autointerpretación colectiva de los grupos sociales o su economía moral, aparecen en su perspectiva solamente como objetos de la aniquilación, como dispositivos de un proceso histórico independiente de la voluntad y de la conciencia de las personas que en él participan. En virtud de la dirección de este análisis, esta perspectiva de la subsunción presentada en forma tan radical convierte en imposible el tematizar la lógica propia de los ámbitos subsumidos de las acciones de resistencia y de protesta, de las disimultaneidades y rupturas en la imposición de las estructuras sistémicas. Una perspectiva teórica de subsunción en forma tan radical exige también del exponente de la Teoría Crítica un precio moral del que Adorno era bastante consciente, por ejemplo en su debate con Erich Fromm. Pues la lógica interna de la perspectiva del observador lo lleva necesariamente a considerar a la víctima del proceso de subsunción, a los objetos del dominio, con una frialdad neutralizada moralmente de la misma manera que lo harían aquellos que dominan en la medida en que fueran capaces de reflexionar sobre ello. La fascinación, abierta o discreta, de muchos partidarios contemporáneos de la Teoría Critica clásica por la visión deshumanizada del funcionalismo y del estructuralismo avanzado tiene aquí su causa. Desde luego que no puede ponerse en cuestión el que la teoría del dominio total desarrollada desde la perspectiva del observador está escrita desde la perspectiva suministrada por la identificación moral con sus víctimas. Sin embargo, este interés moral por las víctimas se le añade a la teoría desde afuera. No se produce desde la teoría misma. Esta problemática podría ser expresada, en forma por demás aguda, de la siguiente manera: ¿qué es lo que impide propiamente al analítico marxista del mercado mundial que analiza los movimientos especulativos del capital internacional en una pura perspectiva de observador utilizar su saber también como un especulador en la bolsa? El que no haga esto —si es que no lo hace— no es un problema trivial en forma alguna, sino que tiene algo que ver con la autointerpretación del exponente de la Teoría Crítica, a saber, con el hecho de que el lugar social y el impulso moral de la Teoría Crítica no pueden ser

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colocados en el exterior de su propio horizonte. La comprensión de la Teoría Crítica distinta por entero de la

anterior permanece relacionada en forma interna con la perspectiva del participante en las luchas sociales realmente existentes. En este sentido, la Teoría Crítica tiene que ver algo con el asegura-miento reflexivo de potenciales políticos de contrapoder. Esta acti-vidad específica puede desde luego ser estimulada o fortalecida por la Teoría Crítica, pero nunca puede ser apropiada por ella en forma monopólica. Una Teoría Crítica semejante construye la his-toria desde el interés siempre presupuesto por las posibilidades de resistencia en contra de la imposición del dominio total. La aten-ción se dirige a las barreras morales e institucionales que impiden o retardan esta imposición. A diferencia de la autocomprensión eli-tista y marginal de la "vieja" Teoría Crítica —que se define, de acuerdo con una formulación pregnante de Martin Jay, como "Exi-lio en permanencia"—, está otra comprensión de la Teoría Crítica que la sitúa en el contexto de la sociedad que ella describe. Ella no pretende, ni siquiera en una figura elaborada de manera concep-tual, suministrar definiciones esenciales y válidas de una vez y para siempre de la realidad (verhindliche [wesenkafte] Realitatsdefinitio-nen) que se contrapongan a la autocomprensión "aparente", "fenoménica" ("schein"-haft), de los actores sociales. La Teoría Crítica así entendida no dispone de ninguna certeza, en términos de filosofía de la historia, ni tampoco de procedimientos objetivistas, a partir de los cuales sería posible formular enunciados válidos últimos sobre la realidad social. La instancia por la que se orienta la formación de su teoría es en última instancia el razonamiento en el espacio público de los actores ilustrados (aufgeklarte Akteure), de los ciudadanos. El procesamiento cognitivo de sus condiciones externas de acción y la reflexión de sus móviles de acción no están prejuzgados por una racionalidad de la que solamente la teoría podría disponer. En esta lectura de la Teoría Crítica existe cierta-mente una diferencia entre opiniones mejor y peor fundamentadas. No existe, sin embargo, una diferencia entre juicios "verdaderos" y "falsos". El ámbito en el que se realizan las intervenciones de la

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Teoría Crítica y que no es susceptible de ser trascendido es el de la dis-cusión en el espacio público.

He intentado hacer claro el debate en torno a la perspectiva desde la que la Teoría Crítica puede ser formulada por medio de dos estilizaciones complementarias. Por un lado, con la figura de un observador no participante que no puede demostrar los motivos que lo llevan a la crítica del dominio en el marco de las premisas de su propia teoría y, por otra parte, con la figura de un participante casi ciego a la teoría, imaginando un proceso de formación de la voluntad que no está prejuzgado teóricamente —y por tanto abierto y no dirigido en un sentido determinado—en el que se relacionan por principio todas las opiniones a partir del punto medio del espa-cio político. Estas dos lecturas unilaterales tienen que ser presenta-das en forma extrema como lo he hecho aquí para poderse dar cuenta de que la Teoría Crítica de la sociedad puede ser formada solamente en la combinación de ambas perspectivas. Ella no hace abstracción de las interpretaciones de sí y de las interpretaciones de la situación de los actores colectivos con los que se relaciona en térmi-nos de ilustración reflexiva. Pero ella tampoco puede agotarse en la mera recepción acrítica, en el mero acompañamiento de las re-beliones y formas de resistencia contemporáneas. Cuando» en 1937, Horkheimer introdujo el concepto de "Teoría Crítica", hacía suya la tesis —dicha en forma extrema— de que el intelectual crítico, en razón de la claridad de su visión teórica, tiene que poder mante-ner la distancia social con respecto a aquellos a los que política-mente se dirige. Pero también le era claro a Horkheimer que la solidaridad moral del intelectual con los movimientos sociales reales —manteniendo la distancia simultánea en relación con la inmedia-tez de sus formas de conciencia empírica— se toma problemática en la medida en que el horizonte comunicativo entre el sujeto de la teoría y aquel a quien la teoría se dirige se diluye.

Una Teoría Crítica orientada teóricamente hacia el esclareci-miento del dominio se interesa especialmente en los mecanismos por los que los individuos reproducen sus relaciones de someti-miento. De ello resulta a su vez una selectividad empírica peculiar.

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Esta Teoría Crítica se interesa, por ejemplo, por los mecanismos pulsionales que llevan a los individuos a mantener una estructura de acción que se opone a su propio interés racional. Ella analiza las ideologías que disimulan la particularidad de un dominio ejercido detrás del velo de intereses supuestamente universales, al igual que las instancias de manipulación que posibilitan una dirección uni-forme de la conciencia colectiva adecuada al dominio.

Complementaria a esta comprensión, es una Teoría Crítica que se interesa predominantemente por los potenciales emancipatorios en individuos y grupos. Ella agudiza y dirige su mirada hacia las fuentes en el mundo de la vida que impiden su fiincionalización por la lógica del dominio, dirige su mirada a sus heridas morales, a sus potenciales de rebelión, a sus capacidades obstruidas en direc-ción de la autodeterminación. También esta versión de la Teoría Crítica interpreta con frecuencia las expresiones de los individuos en otro nivel distinto del nivel en el que ellas se articulan. En una sorprendente complementariedad con la universalización de la sos-pecha ideológica compartida por aquellos que se orientan por la Dialektik der Aufklárung, ella tiende a extender la sospecha de la racionalidad también a ámbitos prelingüísticos de la persona. Una parte de la fantasía social-psicológica de esta variante de la Teoría Crítica se coloca en el desciframiento de semejantes potenciales de resistencia, incluso en los actos silenciosos del rechazo a las funciones cotidianas, en el ausentismo de los trabajadores, en re-acciones corporales de descarga, en molestias psicosomáticas.

La 'Vieja" versión de la Teoría Crítica —incuestionablemente más radical— explicaba solamente el comportamiento conformista de los individuos. Según su concepción, las fuerzas impulsoras de los procesos históricos no son propiamente colectivos actuantes, sino estados de cosas institucionales (institutionelle Sachverhalte) o imperativos funcionales frente a los que aquellos colectivos re-accionan solamente de manera mecánica. El comportamiento em-pírico observado se reconstruye a partir de las necesidades inma-nentes de la autoproducción de sistemas de coerción. Los sujetos son solamente órganos de ejecución de una voluntad que es extra-

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ña a ellos —en sentido estricto, lo opuesto a su concepto. Por su-puesto que los partidarios de la "vieja" Teoría Crítica no niegan completamente la posibilidad de una formación autónoma del su-jeto o, dicho más exactamente: la formación de un sujeto que es aún suficientemente autónomo como para expresar conceptualmen-te el dominio al que está sometido. Sin embargo, esta "vieja" Teo-ría Crítica coloca los criterios para la posibilidad de la autonomía en un nivel tan alto que solamente pueden ser localizados en un su-jeto trascendental, pero que no pueden ser materializados en perso-nas empíricas. Entre el idealismo utópico de la teoría y la negati-vidad radical de sus descripciones empíricas se diluye la posibilidad del enlace con los planes de acción de actores colectivos reales.

Quien como yo critica lo anterior es confrontado por los parti-darios de XdiDialektik der Aufklarung con el reproche de una cegue-ra frente al dominio. Este reproche, sin embargo, no es justo. Los "revisionistas" de la Teoría Crítica de la Sociedad tienen solamente un concepto distinto de dominio. Ya que para ellos la crítica social es siempre una intervención comunicativa —un acto perfor-mativo que actúa transformando reflexivamente a lo criticado—, ellos localizan el dominio justamente en aquella dimensión simbó-lica en la que los individuos y grupos se hacen una imagen de su voluntad y de su situación. Para ellos el "dominio" no es algo sustraí-do al ámbito de experiencia de las personas concretas e impuesto a ellas como una fatalidad. En forma análoga a lo que ocurre en el plano de la. historia individual de formación, en donde el "domi-nio" neurótico se expresa en un bloqueo de la experiencia interna de sí, el dominio político moderno también se expresa precisamente en los bloqueos culturales e institucionales de los procesos de re-flexión en el espacio público por los que la sociedad se tematiza a sí misma.

La "vieja" Teoría Crítica—una versión, como hemos visto, más radical— aparece también como teoría de un dominio impuesto históricamente. Como teoría del valor de cambio que ha devenido ilimitado, del dominio total de la esfera pública por el poder; del dominio de la naturaleza destruida, del dominio de la subjetividad

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dirigida funcionalmente, como una teoría de esta clase, esta variante de la Teoría Crítica es, a la vez, filosofía de la historia. Y esto precisamente por que la historia es a sus ojos no la mera suma de acontecimientos contingentes, sino que está dominada por una teleología negativa. Ella es un plexo de catástrofes dirigido teleoló-gicamente. Los acontecimientos empírico-históricos se interpre-tan solamente como momentos de un campo de fuerzas que está determinado mediante la catástrofe ya programada. En este último sentido, esta "vieja" Teoría Crítica es una teoría de la pos-historia (Nachgeschichte, post-historie). De acuerdo con esto no puede ocurrir nada más que no haya sido previsto, porque incluso ello también ha tenido lugar ya. En la Teoría Crítica clásica esta catás-trofe se delinea con una figura susceptible de varias interpretacio-nes, la figura de un dominio expansivo de la naturaleza. De esta manera, según sea la interpretación de la Teoría Crítica en direc-ción de una crítica del capitalismo o en una interpretación eco-lógica, feminista o de crítica cultural, aparecen también fases his-tóricas distintas como acontecimientos que tienen un significado clave: el domino de la sociedad industrial capitalista, la polariza-ción de los estereotipos sexuales en la sociedad burguesa tempra-na, el surgimiento de los sistemas técnicos desarrollados, etc. La Teoría Crítica clásica interpreta su propio contexto histórico de surgimiento —el del nacional-socialismo— como un acontecimiento clave relevante en términos de filosofía de la historia. Para Adorno el carácter de dominio de la razón pudo ser claro solamente en el momento del cénit de la historia del mundo alcanzado en la época fascista. En forma similar como para Marx solamente el capitalismo suministraba la clave para el análisis de las formaciones precapi-talistas, para esta variante de la Teoría Crítica la catástrofe actual esclarece las estructuras de la evolución precedente. Los potencia-les utópicos contienen —sea en forma elaborada filosóficamente o sea en forma vulgar— versiones de una filosofía de la historia ne-gativa, aunque solamente en forma negativa, a saber en la forma de un recuerdo contrafáctico de aquel statu quo ante terminado mediante la catástrofe: de recuerdo de la economía de subsistencia

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libre de dominio, de la natura naturans integral, del matriarcado, de la relación simbiótica con la naturaleza, de la imaginación utó-pica del espacio público de la polis. Se trata en todos estos casos de imaginaciones utópicas negativas. Ellas remiten a algo perdido que no puede ser rescatado. No es posible asignarles un potencial posi-

tivo de orientación para problemas y situaciones actuales. No puede decirse que a este negativismo, en términos de filosofía de la historia,

se le contraponga en el campo de la otra variante de la Teoría Crítica una contrapropuesta simple, aun cuando la teoría haber-masiana de la evolución es malinterpretada por los críticos de Habermas precisamente en esta dirección. Este negativismo puede ser contraatacado solamente con una impresión de diagnóstico his-

tórico que aún no ha podido formarse como una perspectiva teórica propia. Buena parte del público de las ciencias sociales y del

espacio público político de los años ochenta se encuentra —en for-ma por entero distinta de las generaciones de izquierda de los años cincuenta y sesenta— en la vía de desarrollos sociales que no apo-yan sino más bien contradicen la tesis de una imposición del domi-nio total en sus diferentes formas de aparición. Mencionaré de manera poco sistemática solamente algunos de estos fenómenos:

el límite de la división taylorista del trabajo, la moralización pública del desarrollo de la técnica, la dramatización de la cuestión femi-nista y de las cuestiones sexuales, de género, la creciente diversi-

dad de las formas de vida y de los estilos de vida demostrados en forma enfática, la coyuntura de las orientaciones valorativas de carácter hedonista y las culturas del tiempo libre. Todos estos fe-nómenos son fenómenos extremamente heterogéneos e incluso en

su apreciación empírica particular fuertemente debatidos; se trata, sin embargo, de fenómenos cuyo valor sintomático radica en que contradicen las interpretaciones exageradamente negativistas en estos procesos históricos. Ninguno de estos fenómenos tomado por sí mismo, como tampoco la suma de todos ellos, expresa una supo-sición optimista de un progreso evolutivo tal y como aparece en los modelos de pensamiento positivista del siglo XIX y del inicio

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del XX. Sugieren solamente la concepción de que la totalidad del proceso civilizatorio no puede ser objeto serio de teorías.

Ahora bien, ¿qué significa la comprensión de la dialéctica poco fructífera entre una perspectiva unilateral que insiste solamente en la decadencia, por un lado, y una perspectiva que enfatiza la evolu-ción, por el otro? ¿Podrían imaginarse diagnósticos históricos fun-damentados teóricamente que, sin pérdida de su pretensión expli-cativa, puedan mostrar las ambivalencias, los diversos claroscuros, los desarrollos antagónicos de las sociedades actuales? ¿O, como Adorno lo sugería en su contribución al congreso de sociólogos, Capitalismo tardío o sociedad industrial?, son semejantes apertu-ras de la teoría solamente índices de una situación de transición, de las que no es capaz o ya no es más capaz una teoría cerrada?

Más allá del ideal metódico de una "descripción densa" de situa-ciones históricas, descripción teóricamente instruida pero por su-puesto abierta, se plantea la pregunta metahistórica de si tiene en general algún sentido la alternativa entre decadencia o progreso. Una imagen de la historia que está alejada por igual tanto de la es-peranza de la felicidad propia de la utopía, como de la imaginación de la catástrofe que está aconteciendo la ha suministrado Walter Benjamin en la metáfora de los ángeles que perecen tan pronto ter-minan de cantar. Esta metáfora abre la mirada para la fragilidad siempre presente del statu quo y para el hecho de que el "Balance de lo soportable" (Habermas) alcanzado en cada ocasión es siem-pre resultado de la acción de actores sociales que esperan el pro-greso sin saber, al mismo tiempo, si éste está mínimamente garan-tizado.

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LA ACTUALIDAD DE LA TEORÍA CRÍTICA*

LJ na traumática experiencia de crisis se halla en el origen de la Teoría Crítica de la Sociedad. El círculo que surgiera en la fase tar-día de la República de Weimar en torno a Max Horkheimer reac-cionó a la experiencia, "que produjera un shock a los marxistas", de que la gran crisis mundial no había conducido al derrumbe del capitalismo sino al establecimiento de un "totalitarismo tardío bur-gués" cuya crueldad y energía terroristas no tenían ejemplo en la historia precedente.

El oscurecimiento de sus textos en los años sesenta, especial-mente de los trabajos de Max Horkheimer como de la Dialektik der Aufklarung, estaba caracterizado por una peculiar relación en-tre la inmediatez enfática de su apropiación y la ignorancia de su núcleo histórico de experiencia. El que la recepción en aquella época tomara estos textos solamente como un modelo para un proceso político de socialización demuestra en su curso que estaba caracte-rizado como la temprana infancia a través de una dialéctica de apro-piación sin distancia y de rechazo del objeto de identificación. En forma distinta, la teoría que recibía la atmósfera revolucionaria de los estudiantes de 1968 no correspondía a una experiencia de crisis

* Traducción de Gustavo Leyva.

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propia y específica de una generación. La situación de 1968 era cualquier otra cosa, pero no revolucionaria. Solamente los debates en torno a la legislación del estado de emergencia podían tal vez empañar la visión de que la precaria transformación de una socie-dad posfascista en una democracia formal mostraba sus primeros éxitos, en forma semejante a cómo también la primera recesión digna de mención de la República Federal Alemana distorsionaba la visión de su fortaleza económica. En aquel momento no podía hablarse de una "crisis comparable" a aquella de la época tardía del tiempo de Weimar o ni siquiera de la posibilidad de una "ruptura estructural" revolucionaria.

La crisis del presente

Si hoy nos extraña ese silencio en torno a la Teoría Crítica de la So-ciedad, esto se debe a que hoy, treinta años después, se delinea una constelación político-histórica que, si bien no en su contenido, por supuesto sino en su potencial dramático, recuerda aquellos tiem-pos en los que la Teoría Crítica surgiera: el derrumbe del mundo de Yalta ha dejado tras de sí un orden internacional peligrosamente frágil. Los estados que han seguido a la antigua Unión Soviética y algunos estados de la Europa Central del Este se orientan tanto en sus relaciones internas como en sus relaciones externas por un nacio-nalismo etnocéntrico. La relación norte-sur de la sociedad mundial está determinada poruña confrontación aparentemente sin alterna-tiva entre un universalismo tecnocrático de las sociedades indus-triales del Este con una comprensión de la legitimidad imbuida de nuevo por el tradicionalismo agresivo de muchas sociedades peri-féricas cuya situación económica no tiene perspectiva. A través de los éxodos de miseria, que históricamente no tienen un ejemplo precedente, esta confrontación adquiere en todo momento nueva fuerza. A esta tendencia global de una política interna y externa et-nicizada se añade un desarrollo de crisis que ya se había delineado desde antes de 1989. La destrucción industrial de los fundamen-

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tos naturales de vida es, a pesar de haberse convertido en un agudo problema en la conciencia de varios hombres, aparentemente imparable. A la vista de las enormes necesidades de desarrollo de las sociedades aún no desarrolladas industrialmente, las catástro-fes globales parecen ser evitables solamente mediante una trans-formación de nuestra forma de vida que hoy es difícil de imaginar.

Un grupo de factores adicionales de crisis resulta del desarrollo de la nueva fase del capitalismo y del Estado de Bienestar que se

observa desde hace aproximadamente dos décadas. Aquella que Ralf Dahrendorf denominara "Cultura política de la integración", que había determinado la política económica en el periodo de la posguerra, ha sido relevada por una política de la desintegración

social, de la segregación y de la segmentación. La causa sistemática de este desacoplamiento relativo entre el Estado de Bienestar y la

democracia reside en un capitalismo modernizado tecnológica-mente, cuyo despliegue de la productividad corre paralelo con la reducción de los costos de trabajo. En todas las sociedades indus-triales occidentales se ataca el bienestar creciente de una mayoría

de la población (que desde luego se va reduciendo) a través del dra-mático empobrecimiento de una minoría que crece rápidamente. Este desarrollo contradictorio se muestra en forma simbólica en todas las metrópolis del mundo occidental en las que los pobres sin hogar se agrupan para pasar la noche en los dispendiosos portales

de los palacios de los bancos y de las aseguradoras. Un conjunto adicional de crisis está enlazado con él fenómeno de la erosión de las formas de hábitos propios de ciertos grupos, fenómeno que se designa como "individualización". Las críticas consecuencias de esta nueva formación de medios morales y sociales dificultan de una forma masiva las condiciones de organización de aquellos gran-des grupos, como partidos, sindicatos y también iglesias, que hasta

entonces podían confiarse a una lealtad de sus integrantes dada en una forma prepolítica. A través de la atmósfera socializatoria de las sociedades modernas éstos influyen también en el desarrollo de

la identidad y la motivación política de aquellos que se van convir-tiendo en adultos. Ambas tendencias, la erosión de las disposicio-

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oes de lealtad que han crecido en forma natural, al igual que los daños recientes del proceso de socialización, actúan en forma con-junta en una crisis de aceptación de la democracia liberal, que ape-nas ha sido vista en sus facetas.

La dramática problemática del orden internacional de las rela-ciones naturales de las sociedades industriales, de su organización político-económica y social-política, al igual que la erosión y la nueva reconfíguración de sus fundamentos social-morales, se acu-mulan al fin del siglo XX para conducir a una experiencia de crisis de la que falta aún un análisis teórico-social.

En síntesis: porque a partir de los años del movimiento estu-diantil, en que acontecimientos relativamente poco dramáticos se contrapuntean con un discurso teórico-social más bien dramático, la relación que hoy encontramos es exactamente la opuesta. La exigencia, la presión histórico-real del problema producido por el desarrollo actual, es ciertamente descomunal. Sin embargo, el len-guaje de los herederos de aquella tradición parece haber enmude-cido, parece haberse reducido al silencio.

La mayoría de las veces sólo aquellos que han nacido con pos-terioridad ven en qué medida se cristalizan en las grandes teorías sociales experiencias histórico-epocales. Para Horkheimer y Ador-no, y también para los otros exponentes de la Teoría Crítica que permanecieron en Estados Unidos, esto era la experiencia de la época fascista en la emigración. La Teoría Crítica de la Sociedad era ante todo el intento por desterrar, por conjurar este shock exis-tencial en una teoría. Ellos se mantuvieron en los años cincuenta y en los años sesenta en su teoría de las actitudes autoritarias, en su crítica radical de la cultura de masas y en la forma de su crítica po-lítica al capitalismo y esto aun cuando el motivo inmediato de esta teoría se había diluido a través o mediante la derrota militar de Alemania y el establecimiento de una democracia formal. La ex-periencia de la época fascista los había marcado tan profundamente como para que aquella impresión de que con la vieja República federal quizá había sido introducido un desarrollo histórico-políti-co por propio derecho, esta impresión siguiera teniendo una enorme

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fuerza en el desarrollo de la Teoría Crítica del tiempo de la posgue-rra. Esta vía teórica fue posible solamente para generaciones pos-teriores. Jürgen Habermas la ha inaugurado de manera enérgica.

Incluso en sus trabajos escritos después de la época fascista Adorno y Marcuse no cesaron de orientarse por el modelo de una sociedad herméticamente integrada con medios coercitivos totali-tarios. Desde luego que no pudieron evitar la concesión empírica de que las funciones políticas de integración se habían desplazado a instancias no totalitarias como el Estado de Bienestar, la cultura del consumo y una democracia liberal funcional. Muchos de los observadores contemporáneos que conocían la Teoría Crítica sólo a partir de sus libros se extrañaron en su momento sobre la paradoja de que una teoría que había sido impregnada en el centro de sus categorías por la experiencia del fascismo había llegado a ser en la época posterior al fascismo un pionero cultural y un vigilante de una sociedad civil. Cierto que la ecología, el movimiento por la paz y el movimiento feminista, como el movimiento de los verdes, no eran productos inmediatos de la Teoría Crítica, sin embargo, la recepción de sus patrones de pensamiento y argumentación había creado evidentemente un clima intelectual en el que —en conjunto con otros factores— se había podido desarrollar la modernización político-cultural de la República de Bonn. Quien se extraña por los efectos democratizadores de la Escuela de Frankfurt desconoce en qué medida sus miembros han participado en el desarrollo de una conciencia democrática a través de la praxis de su enseñanza en las instituciones de educación superior a través de actividades publi-cistas y de debate político.

La teoría crítica al final del siglo XX

Desde luego que notamos esto con la triste conciencia de una cen-sura histórica, pues era justamente la cultura política de la vieja República Federal sobre la que la teoría critica habría podido ejer-cer alguna influencia. Desde la unificación alemana y la rápida di-solución del mundo de Yalta se ha transformado el clima político

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en Alemania y en Europa de una manera tan abarcante que el lugar político de aquella tradición en la conciencia del presente ha devenido de nuevo en algo poco claro.

1989 fue el año de la libertad, 1990 el de las ilusiones. Por lo menos desde 1991 no puede dejarse de ver esa desestabilización digna de pesadilla de la situación mundial: el retorno de la guerra en Europa, el renacimiento de un nacionalismo agresivo y de un racismo no menos agresivo, y esto no solamente en los estados que suceden o que sucedieron al ya disuelto imperio comunista, sino también en algunas sociedades de Europa Occidental, la fortaleza no sospechada de movimientos de extrema derecha que, por ejem-plo en el caso de Italia, participan ya en el gobierno. La transfor-mación de la constelación total de la política mundial está concen-trada una vez más en la República Federal Alemana, el Estado que sucede a aquel sistema totalitario a partir de cuya derrota militar había surgido ese orden mundial que hoy está diluyéndose. Como consecuencia de las descomunales cargas sociales de la unifica-ción alemana la democracia en la República Federal Alemana se haya expuesta por primera vez en su historia a una prueba real-mente difícil. Varios integrantes de las élites culturales y políticas apuestan en esta situación —sea de una manera cínica y estratégica o estando convencidos de manera subjetiva—; apuestan a la fuente de legitimidad de lo nacional, fuente de legitimidad que ha ganado a través de la unificación alemana aparentemente de nuevo un fun-damento. Con esto ellos se distancian de aquel consenso tácito que había conducido a la vieja República Alemana por el camino de una democracia de tipo occidental. Por supuesto que la situación política actual en Europa no es, como algunos opinan, una mera revisión de la historia del tiempo de entre guerras. Otros peligros tanto a nivel de política interna como a nivel de política externa del mundo después de Yalta tienen que ser equilibrados, compensados con la lucha de la libertad política en Europa Oriental y Central al igual que con el peligro, por el momento suspendido, de una auto-destrucción atómica de la humanidad.

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El grupo de intelectuales que fundó hace setenta anos el Institu-to de Investigaciones Sociales en Frankfurt se encontraba en ex-pectativa cercana del derrumbe capitalista. Nosotros, la tercera generación de la Escuela de Frankfurt, nos encontramos bajo la im-pronta de los problemas del derrumbe de una clase completamente distinta, a saber: justamente el orden social que había presumido haber superado el capitalismo de una vez por todas. Por supuesto que la constelación histórica del tiempo en el que surge la Teoría Crítica está peculiarmente emparentada con la nuestra a pesar de las diferencias en las relaciones económicas y políticas. Y son es-pecialmente las transformaciones sociales después de 1989 las que nos llevan a destacar esta relación de parentesco.

Se trata por lo pronto de la semejanza de un clima cultural. En los escritos tempranos de Max Horkheimer aparece con frecuencia la apreciación, con un carácter de diagnostico histórico, de que la cultura intelectual de la fase tardía de la República de Weimar es-taría desgarrada entre formas de conciencia y mentalidades que, por un lado, expresan una racionalidad formalmente cosificada y, por el otro, se constituyen en la forma de una crítica sustancial de la razón. Estos miembros separados de una crítica abarcante de la ra-zón que se expresan en la coexistencia paradójica de la filosofía vitalista y el positivismo, del neorromanticismo y de la tecnocra-cia, determinan de nuevo el rostro cultural de nuestro presente. Hoy nos encontramos atónitos ante la simultaneidad de un chauvi-nismo y de un neotradicionalismo religioso que actúan a escala mundial con, al mismo tiempo, una aceleración inacabada de la modernización capitalista y técnica. El lamento de Horkheimer so-bre la disolución de la modernidad, por un lado en el racionalismo y por otro lado en la razón instrumental, continúa siendo actual —por lo pronto tras la experiencia del nacionalsocialismo que ad-quiría su fuerza a partir de la combinación de ambas formas distor-sionadas de la modernidad.

Hay aún un segundo punto de vista bajo el cual la vieja Teoría Crítica sigue manteniendo una nueva actualidad. Ya que esta teoría fue formulada cuando la tardía República de Weimar transitaba a

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un sistema totalitario de dominio, Max Horkheimer, Herbert Mar-cuse y especialmente Franz Neumann y Otto Kirchheimer tenían una sensibilidad teórica altamente desarrollada para los peligros autoritarios que están anclados en las sociedades de mercado orga-nizadas de una manera liberal-democrática. Esta afinidad interna de la democracia de la competencia con formas de dominio popu-listas autoritario-corporativas y dictatoriales estuvo casi medio si-glo distorsionada por la teoría del totalitarismo. Las dificultades actuales del establecimiento simultáneo de la democracia y de la economía de mercado en las sociedades poscomunistas y la fragi-lidad de la democracia —en el último tiempo ha vuelto a ser cla-ra— también en Europa Occidental, especialmente en Italia y en la nueva República Federal Alemana iluminan en forma llamativa esta mancha ciega de la teoría del totalitarismo. Ciertamente que la Teoría Crítica desarrollada de acuerdo con el modelo del nacionalso-cialismo no puede suministrar recetas analíticas inmediatas para el presente. Sin embargo sus categorías y perspectivas pueden abrir cuestionamientos que han sido olvidados por la ciencia política contemporánea.

El tercer motivo de la Teoría Crítica clásica, que es especial-mente estimulante bajo las nuevas condiciones históricas hoy exis-tentes, es el de la conexión entre la estructura autoritaria del carác-ter y el comportamiento político. El fortalecimiento de los partidos de extrema derecha en Europa, la formación de movimientos so-ciales de derecha, al igual que los síntomas de una descivilización preocupante en el comportamiento de muchos jóvenes de hoy han vuelto a llamar nuestra atención en los últimos años al hecho de que la estabilidad de las relaciones democráticas está en-lazada con condiciones de socialización específicas. La muestra de expli-cación de la Teoría Crítica a este respecto pertinente ha sido desa-rrollada ya en los años treinta en los "estudios sobre autoridad y familia-. Bajo el concepto de "sociedad sin padres" esos análisis han dominado aun la discusión en la época de la posguerra La tesis era que la disolución de la autoridad paterna en la República de Weunar, provocada por factores culturales, socio estructurales y

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demográficos, había creado las condiciones sociopsicológicas para el nacionalsocialismo. En este punto es también válido que la psicología social crítica no suministra un mero saber de recetas que fuera sin más aplicable al presente. De este modo la tesis de la "sociedad sin padres" ha sido criticada desde la perspectiva feminista con buenos argumentos. Pero en el debate que se ha desarrollado a partir de ello se ha puesto al descubierto una fantasía teórica y empírica que puede suministrar elementos para el análisis de cómo nosotros hoy tendríamos que concebir la relación entre las condiciones de socialización, por un lado, y la democracia, por el otro. De una actualidad penetrante es finalmente la Teoría Crítica de la cultura, de masas y sus señalamientos en dirección de la tendencia de una escenificación de la política a través de los medios de masas. El que Berrusconi con su poder medial haya tenido éxito y en tan sólo ocho meses haya podido constituir una formación partidista victoriosa es en realidad más preocupante que la atmósfera política que le permitió acceder al poder. La tesis de la Teoría Crítica de la. cultura de masas consistía en que la lealtad política en el siglo XX es un artefacto de los medios de masas. En relación con los años cuarenta, cuando esta teoría fue desarrollada, puede decirse que la plausibilidad empírica de presupuestos semejantes se ha desarrollado aún más. La influencia constante de la sociedad mundial a través de las telecomunicaciones, a lado de la erosión masiva de las reglas naturales de comportamiento han creado una constelación en que las formas políticas de la conciencia actúan casi como una masa susceptible de ser formada arbitrariamente por las manos de los magnates de los medios masivos de comunicación. En forma distinta de como lo hicieran los exponentes de la Teoría Crítica en s\i momento —y supusieran en relación con el nacionalsocialismo—, hoy no podemos desde luego asumir que el mercado capitalista de los medios reproduzca simplemente en forma mecánica el statu quo político de una sociedad unificada totalitariamente. Hoy se reproducen más bien orientaciones consumistas difusas, diversos patrones de vida e ideologías políticas concurrentes de una manera muy contradictoria y fugaz. A pesar de esta numeración

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susceptible de ser continuada aun con afinidades internas entre la Teoría Crítica clásica y los problemas sociales actuales yo manten-go, después de 1989, reservas en relación con su comprensión de la crítica política.

La Teoría Crítica formulada en la "Dialéctica de la Ilustración" (Dialektik der Aufklarung) fue escrita casi exclusivamente desde la perspectiva del dominio impuesto, donde con frecuencia perma-necía poco claro si eran cinco antes de las doce o cinco después de las doce; esto es, donde permanecía poco claro si la imposición del dominio totalitario se consideraba como ya consumada o solamente como un punto de llegada, como una meta de una tendencia histórica irreversible. En el marco de esta Teoría Crítica aparecen los fenómenos culturales, morales y político-institucionales siem-pre como objetos de la aniquilación, como materia inflamable para un proceso histórico independiente de la voluntad y la conciencia de los seres humanos que en él participan. Esta perspectiva hace imposible a través de la dirección de análisis, ya dada de antema-no, la tematización de la propia lógica de los ámbitos subsumidos, de las acciones de resistencia y de protesta, de las di-simultaneidades y rupturas en la imposición de estructuras sisté-micas, de los desa-rrollos ambivalentes e históricamente abiertos.

Max Horkheimer, Theodor Adorno y de manera especialmente clara Herbert Marcuse se orientaron, en sus obras fundamentales durante y después de la guerra, por criterios de una trascendencia política. Esto es, eran incapaces de reconocer en las sociedades a las que se refería su teoría social, los actores, los movimientos, las mentalidades, las fuentes morales sobre las que habría podido apo-yarse de manera positiva el exponente de la Teoría Crítica.

Desde luego que en la época posfascista Adorno fue inconse-cuente en la praxis literaria de esta trascendencia política y ello de un modo que es singularmente revelador. En muchos de sus escri-tos exotéricos, así como en sus intervenciones políticas en la cultu-ra política de la República Federal Alemana naciente, anticipó ya la perspectiva del intelectual crítico comprometido democrática-mente.

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La comprensión de la teoría social y de la política que se ha impuesto en la última década tiene que ver (correspondiendo con ello a la segunda descripción de la función de la teoría en el escrito programático de Horkheimer) ante todo con el aseguramiento co-lectivo del espacio de configuración y acción democráticos. Esta actividad democrática puede ser fortalecida o estimulada, desde luego que siempre de manera intelectual, por la Teoría Crítica, pero jamás puede ser monopolizada. Una Teoría Crítica semejante cons-truye la historia a partir de aquel interés, siendo presupuesto por las posibilidades de resistencia en contra de la imposición del do-minio total. A diferencia de la autocomprensión marginal y elitista de la Teoría Crítica clásica que, según una formulación pregnante de Martín Jay, se concibió siempre como en un "exilio en perma-nencia", la nueva Teoría Crítica se localiza en el contexto de la sociedad que ella critica. De manera análoga no presupone como una teoría con pretensiones el suministrar definiciones "esencia-les" de la realidad que tendrían que ser contrapuestas a la autocom-prensión "aparente" de los hombres normales. La nueva Teoría Crítica ha renunciado a las certezas suministradas por la filosofía de la historia. La última instancia que orienta la formación de su teoría es el razonamiento en el espacio público, del público demo-crático. Ella mantiene ciertamente la diferencia entre opiniones peor o mejor fundadas, pero no mantiene más la diferencia en el ámbito político entre juicios "verdaderos" y "falsos"; es por esto que la praxis adecuada a ella no es solamente la acumulación académica del saber ni tampoco la praxis de la lucha estratégica de las van-guardias revolucionarias, sino solamente la praxis de la interven-ción inteligente en el debate público.

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¿TEORÍA CRÍTICA DEL NUEVO

CAPITALISMO? Esbozo de una perspectiva*

En sentido sistemático, el prefijo "crítico" significa que la inda-gación científica sobre los problemas sociales no se realiza de una manera pasiva, neutral, al registrar simplemente los hechos, sino como una evaluación práctico-normativa o, incluso, en forma de una intervención política que impulsa cambios. Desde luego, "críti-ca" ha significado para los distintos representantes de esta tradi-ción cosas distintas. En ninguna parte se ha fijado definitivamente si "crítica" se refiere, como en el caso de Marx, a una praxis de los cambios sociales de manera revolucionaria o, como en el caso de Horkheimer y Adorno, a la proyección intelectual de una sociedad completamente diferente, o, como en el caso de Habermas, a estra-tegias de una civilización democrática y en el marco del Estado de Bienestar de las relaciones capitalistas (eine wohlfahrtsstaatliche

und demokratische Zivilisierung des Kapitalverhaltnisses). En el siguiente esbozo se trata de demostrar brevemente cuáles

son las variaciones del significado del prefijo "crítico" desde Marx hasta Habermas. Esto no se hace a partir de un interés filológico,

* Traducción de Oliver Kozlarek.

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sino con el objetivo de preguntar por la forma de "crítica" adecua-da para el capitalismo actual Lo que significa "crítica" en los ca-sos en cuestión se puede deducir a partir de la constelación de dos dimensiones a las cuales Marx hace referencia en una famosa frase de El dieciocho brurnaño, según la cual los seres humanos, si bien hacen su historia, la hacen a partir de condiciones dadas y no esco-gidas. La teoría social crítica se orienta por dos posibilidades de interpretación de esta frase: por un lado, describe los hechos socia-les como un conjunto de relaciones de coacción externas que se presentan al ser humano. Al mismo tiempo, se trata de organizar esta descripción de tal manera que por lo menos no se excluya la posibilidad de conectarla con la disposición y capacidad de acción de actores colectivos, esto es cop seres humanos que están decidi-dos a hacer realmente su historia con voluntad y conciencia.

Siguiendo una idea de Volker Heins, a continuación quiero re-sumir de manera esquemática la variación de la relación entre la construcción de la volutad política, por una parte, y la dominación capitalista, por la otra, que se presupone en las diferentes expresio-nes de la tradición de la Teoría Crítica. La variación de estas explica-ciones no significa necesariamente que se trate de contradicciones. Más bien se refieren a diferentes etapas del desarrollo capitalista.

1. El marxismo tradicional, que se refería todavía a la fase del ca pitalismo liberal, enunciaba la anarquía total, la imposibilidad de principio de controlar la economía capitalista. Al mismo tiem po, sus seguidores estaban convencidos de que los procesos de construcción de la voluntad en la sociedad burguesa son gene ralmente manipulables o, dicho de manera negativa, que no hay espacios autónomos para la formación de la voluntad democrá tica. Nada más eso expresa la famosa frase de Marx de que las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes.

2. La Teoría Crítica clásica de Horkheimer y Adorno, que se remi te históricamente a la fase del capitalismo totalitario (o sea, fi nalmente a la constitución económica del sistema del nacional socialismo) pensaba realmente que las sociedades capitalistas

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podrían encontrar estabilidad dentro de su marco establecido al precio de sacrificar completamente la sustancia del derecho li-beral. Al mismo tiempo, sus representantes adoptaron la idea —todavía más radical que sus predecesores marxistas— de que los imperativos de la dominación del capitalismo tardío totali-tario no permiten la formación de una voluntad política autóno-ma. En esta versión de la Teoría Crítica, por la que se orientaba Herbert Marcuse hasta los años setenta, la formación de la vo-luntad política institucionalizada, la democracia, no encuentra ningún lugar.

3. La siguiente variante de una Teoría Crítica renovada, que se relaciona con el nombre de Jürgen Habermas y se refiere al ca-pitalismo del Estado de Bienestar de la posguerra, se comporta como la imagen en el espejo del marxismo tradicional. En la tradición de la Teoría Crítica, Habermas cree en la capacidad de autoestablecimiento y de resistencia a la crisis de capitalis-mo (ahora de índole del Estado de Bienestar). Pero en fuerte oposición a la tradición marxista-crítica, Habermas enfatiza los límites de las posibilidades de manipular a la población. El con-junto de instituciones del Estado de derecho, así como las insti-tuciones democráticas, pueden poner límites al capitalismo.

En forma resumida, lo anterior se muestra en el cuadro de la pág. 122*

Debemos admitir que las variaciones en el análisis crítico del capitalismo, que todavía hoy se cita en ocasiones, se quedaron en muchos casos atrapadas en los principios de los años setenta. Ellas están analítica y empíricamente fijadas en la fase del Estado de Bienestar capitalista que, no obstante, ya fue superado por los acon-tecimientos reales.

La fase claramente nueva del desarrollo capitalista, de la que podemos hablar desde hace más o menos veinticinco años, ha sido etiquetada de maneras distintas. Sin embargo, a pesar de todas las diferencias, las etiquetas como "neoliberal", "posfordista", desor-

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Fase Teoría Formación de Planificación m v oluntad económica d democrática Capitalismo Marx ~~ ~ liberal Capitalismo Teoría Crítica _ + totalitario Capitalismo Habermas _ -del Estado de Bienestar "Pos" ¿? + capitalismo

ganizado" o "poskeynesiano" sugieren que la nueva fase del capita-lismo organizado se introduce por una ruptura frente a las anterio-res. Pero así como la cultura "posmoderna" no rompe simplemente con la cultura de la "modernidad", sino que radicaliza los rasgos do-minantes de esta última, el nuevo capitalismo expresa también una mezcla sui generis de discontinuidades y continuidades radicales:

1. Así, por ejemplo, la drástica reducción de la capacidad de in versión nacional es solamente una reacción frente a la orienta ción al mercado mundial que las empresas dominantes han im pulsado. Esta globalización del capitalismo, que se independiza del manejo económico nacionalista tradicional es, desde luego, solamente la continuación de una estrategia de expansión de mercados que, desde un primer momento, acompañaba y posi bilitaba la creación del capitalismo organizado dentro del mar co nacional.

2. La fuerte disminución de políticas corporativistas y el retroce so de la influencia de los sindicatos solamente arrojó más luz

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sobre formas de agregación de intereses que ya existían bajo las condiciones del capitalismo organizado, a saber: movimien-tos sociales, iniciativas de ciudadanos, movimientos de protec-ción del consumidor, organizaciones no gubernamentales,^etc. En realidad, el dramático retroceso de los seguidores y de la in-fluencia de los intereses del trabajo salarial no se compensa me-diante estas nuevas formas políticas, sino que se ve contrariado por ellas.

3. Sin embargo, parece que lo históricamente nuevo es una forma de organización del trabajo radicalmente tecnológica. Los mo-dos convencionales de la división del trabajo taylorista se aban-donan en favor de modos más flexibles de racionalización que se apoyan en la aplicación de computadoras. Esta reestructura-ción impulsada tecnológicamente es la causa de una disyun-ción entre el desarrollo de empleos y el crecimiento de la pro-ductividad, es decir, la causa de un desarrollo económico en el que la dinámica de la productividad y el desempleo de masas coexisten. Eso implica, al mismo tiempo, el distanciamiento económico-político de una visión democrática por la que se habían orientado las organizaciones del trabajo asalariado, por lo menos en la fase del capitalismo democrático, a saber: la inclusión de aquellos círculos de la población que anteriormente quedaron excluidos mediante la participación en el bienestar social, sociopolíticamente organizada.

Si relaciono esta fenomenología de la nueva fase del desarrollo capitalista, —que aquí solamente esbozo superficialmente—, con mi esquema de evaluación dual presentado anteriormente, llama la atención lo siguiente: respecto a su capacidad de regulación eco-nómica-política homogénea, el nuevo capitalismo (¡neoliberal!) recae nuevamente en su estadio liberal originario. La nueva cara del capitalismo es muy bien conocida; especialmente el regreso de su violencia dinámico-anárquica que se encuentra en el constante rehacer de sus propios fundamentos que crea, a su vez, nuevas des-igualdades sociales, sectoriales y regionales. Sin embargo, al mismo

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tiempo, parece que la base de validez cultural-normativa y políti-co-organizativa de la formación democrática de la voluntad se encuentra históricamente establecida, se ha convertido en un fac-tor independiente y determinante de las sociedades posliberales actuales. Justamente eso es históricamente nuevo en comparación con la época clásica del liberalismo. Esta coexistencia de un capi-talismo nuevo, que se caracteriza sobre todo por la producción de heterogeneidades sociales, con una cultura democrática relativa-mente establecida representa una mezcla explosiva.

Con T.S. Marshall se puede presuponer que, desde la constitu-ción de la democracia de masas en los principios del siglo XX, las sociedades industriales capitalistas representan un campo de bata-lla de dos dinámicas opuestas que, por lo general, se limitan mu-tuamente, que a veces se complementan y que en ocasiones se tras-lapan y se neutralizan. Quien reconoce la dinámica autónoma del Estado de Derecho y de la democracia, no desconoce por eso el mecanismo productivo-destructivo que impulsa continuamente al capitalismo y que se reproduce gracias a la oposición entre capital y trabajo, así como por la producción de nuevas y múltiples formas de desigualdad y exclusión. Apenas desde hace pocos años es po-sible encontrar también teóricos críticos que están dispuestos a ad-mitir que esta dinámica social de producción y distribución de la riqueza social está atravesada por una dinámica política de demo-cracia, es decir, de la expansión y del reclamo autoconsciente de derechos de libertad, de derechos de participación y comunicación, de la inclusión de grupos que anteriormente estaban excluidos, de la expansión del abanico de temas en la comunicación pública, etc. Sin embargo, estas dos dinámicas no están nunca balanceadas. No se encuentran en la relación con una armonía preestablecida ni tampoco con una complementariedad inmutable. Así parece, por ejemplo, que las características específicas del desarrollo de la es-tructura social actual se caracterizan por los procesos de exclu-sión, económicamente inducidos, que se traslapan de manera con-flictiva con procesos de inclusión (democráticos) políticamente inducidos.

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El nuevo capitalismo no es un orden idéntico consigo mismo. Solamente se deja definir a partir de su capacidad de cambio, histó-ricamente singular, a partir de la capacidad (que Marx celebra en el Manifiesto) de revolucionar constantemente las condiciones de su propia existencia. A los economistas políticos ortodoxos, inde-pendientemente de si son de descendencia marxista o liberal, les gusta extraer y exponer el núcleo "lógico" del modo de produc-ción capitalista que se despliega como un proceso histórico. Parte de este núcleo lo forman el derecho a la propiedad, el trabajo asa-lariado, la producción mediante el mercado o la separación entre productores y medios de producción. Sin embargo, el contexto de la política económica, el de la sociología de clases y el cultural, en los que están colocados los rasgos constitutivos del capitalismo, son tan radicalmente distintos de los contextos en los cuales sur-gieron históricamente, que ya no se puede hablar de un núcleo in-variable del orden capitalista que se pudiera aislar claramente de su dimensión histórica. Quien parte dogmáticamente de la presu-posición de que el capitalismo como sistema dispone soberanamente sobre las condiciones de las transformaciones, no comprende en qué medida el capitalismo, sobre todo en su fase de desarrollo ac-tual, se ve forzado a denunciar los aspectos de su propia crítica de-mocrática. En las sociedades capitalistas en las que una gran parte del rendimiento económico está todavía mediado por el Estado, en las que muchas élites de los sectores públicos y privados se orien-tan por los imperativos de la racionalidad científico-tecnológica y en las que se observa una nueva sensibilidad de las estrategias empresariales frente a las actitudes culturales y políticas de los consumidores, se puede separar cada vez menos un núcleo "eco-nómico", acuñado dentro de la estructura, de un "margen" políti-co. Este fenómeno de un aumento en la programación política y cultural del (de los) orden(órdenes) capitalista(s) solamente desig-na posibilidades de acción (Chancen) en el sentido de Weber. El aumento de sus relaciones de intercambio con el entorno político y cultural, en comparación con fases anteriores de su desarrollo, no significa ya que sean eo ipso más democráticos.

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La pregunta central de mis consideraciones es, entonces, ¿cómo se deben transformar las estrategias socialistas, anticapitalistas tra-dicionales, bajo las condiciones de una desdiferenciación de la re-lación entre política y economía? ¿Cuál sería entonces una contra-estrategia política y científica-analítica que fuera adecuada para el nuevo capitalismo? O, ¿cuál sería una forma históricamente ade-cuada de crítica} La estrategia por la que yo abogo no se orienta más por la imagen de un fin revolucionario del orden capitalista, sino que trabaja para un fortalecimiento de las potencialidades de-mocráticas, social-políticas (sozialstaatlicheri) y ecológicas sin cualquier garantía de éxito en el sentido de la filosofía de la historia.

A partir de trasfondos teóricos muy diversos y con implicaciones sistemáticas muy distintas, propuestas como la de la "historicidad" (Touraine), de la "racionalización del mundo de vida" (Habermas), de las "relaciones de asociación" (Offe), de la "modernización reflexiva" (Beck) y finalmente de la "sociedad civil" (Arato/Cohen, Ródel et al.) han tematizado la posibilidad de programar política-mente las condiciones de la vida moderna. Teóricamente estas pro-puestas tienen en común una oposición frente a cualquier funcio-nalismo estructural o marxista. Normativamente se parecen en su orientación radical-democrática, es decir, en su rechazo doble de la vertiente fundamentalista de las "politics of redemption", así como de la vertiente que sigue creyendo en la capacidad de la autorreparación tecnocráticamente limitada de la modernidad.

Un concepto programático central de estas estrategias políticas y analíticas es el de la autolimitación {Selhstbeschrankung). Este concepto nació en el contexto de los debates sobre la "civil society" en Europa oriental. El pronombre reflexivo "auto" tiene, en este contexto, un significado doble. En primer lugar, se quería obligar al Estado totalitario a limitar su poder de acción. Al mismo tiempo los actores de la "sociedad civil" renunciaron a ocupar el lugar del Estado. También, después de la revolución, la sociedad civil debe-ría ser lo que era antes, a saber: una arena conflictiva de auto-orga-nización y articulación de grupos sociales. Desde luego, los con-ceptos que Occidente desarrollaba al mismo tiempo se aplicaron a

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sus propias condiciones de economía del mercado y de democra-ciaiiberal. Estaban inspirados en las necesidades de orientación de los movimientos sociales que buscan una tercera vía entre una re-volución fandamentalista y una reforma tecnocrática. En el con-texto occidental el objeto/sujeto de la autolimitación no era sola-mente el Estado, sino también otros sistemas funcionales como la economía y la alta tecnología. En el contexto occidental el pro-nombre "auto" también se refiere a dos cosas: por una parte se re-fiere a las fuerzas sociales que quieren "contener", "civilizar" y "humanizar" al poder del Estado, de la economía y de la alta tecno-logía, pero sin abolirlos. Por la otra, el pronombre "auto" se refiere a las instituciones estatales y empresariales que deben ser conteni-das en sus intentos por apoderarse burocráticamente de la sociedad o de entregarla al dictado de la mercancía o de una dinámica eco-nómica ciega. Ello se hace por medio de la implantación de sensores democráticos "en el interior", así como por la ocupación "desde afuera". Mediante la democratización interna como la garantía ju-rídica de una esfera civil (zivile Sphá're), que no obedezca a una lógica estatal, tecnócrata y capitalista, se debe, pues, impedir que Estado, economía y alta tecnología encierren sus criterios de racio-nalidad de manera autorreferencial.