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Los reyes malditos EL REY DE HIERRO Maurice Druon 1 L L L I I I B B B R R R O O O d d d o o o t t t . . . c c c o o o m m m Los reyes malditos I EL REY DE HIERRO Maurice Druon

Druon, Maurice - Los Reyes Malditos 1, El Rey de Hierro

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    Los reyes malditos

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    EL REY DE HIERRO

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    Titulo Original Le roi de fer Edicin original Del Duca, Plon 1965 by Atelier Littraire Maurice Druon Libraire Plon et Editions del Duca 1981 Javier Vergara Editor S. A. Juncal 691, Buenos Aires, Argentina

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    La historia es una novela que fue. E. y J. De Goncourt

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    Los reyes malditos es una novela cuyos personajes han existido. Apoyada en una vasta recopilacin de documentos, la obra revela tal como si fuera un acontecimiento que estuviera ocurriendo hoy los dramas polticos y apasionantes que opusieron a reyes y reinas, Papas, ministros, alta nobleza durante la tormentosa poca que se inicia con el proceso a los Templarios y termina al comenzar la guerra de los cien aos. EL REY DE HIERRO, primer tomo del ciclo, tiene por figura central al rey Felipe el Hermoso, quin est decidido a luchar contra el enorme poder que amenaza a la corona acumulado por la orden de los caballeros Templarios. Felipe fue un monarca implacable, pero cuya voluntad estaba guiada por su deseo de lograr la unidad nacional. En Francia, su pas de origen, esta obra recibi una acogida excepcional, acumulndose edicin tras edicin. Se ha traducido a diecisis lenguas. Los reyes malditos se considera hoy en el mundo entero el ms importante modelo de novela histrica que ha producido el siglo XX.

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    PROLOGO Al comenzar el siglo XIV, Felipe IV, rey de legendaria belleza, reinaba en Francia como amo absoluto. Haba domeado el orgullo guerrero de los barones, haba vencido a los flamencos sublevados, a los ingleses en Aquitania e incluso al papado, al que haba instalado por la fuerza en Avin. Los parlamentos obedecan sus rdenes y los concilios respondan a la paga que reciban. Para asegurar su descendencia contaba con tres hijos. Su hija habase casado con el rey de Inglaterra. Seis reyes figuraban entre sus vasallos y la red de sus alianzas se extenda hasta Rusia. Ninguna riqueza escapaba de sus manos. Etapa tras etapa, haba gravado los bienes de la Iglesia, expoliado a los judos y atacado al trust de los banqueros lombardos. Para hacer frente a las necesidades del Tesoro practicaba la alteracin de la moneda. Cada da el oro pesaba menos y vala ms. Los impuestos eran agobiantes y la polica se multiplicaba. Las crisis econmicas engendraban la ruina y el hambre que, a su vez, eran la causa de motines ahogados en sangre. Las revueltas terminaban en la horca del cadalso. Ante la autoridad real, todo deba inclinarse, doblegarse o quebrarse. Pero la idea nacional anidaba en la mente de este prncipe sereno y cruel, para quien la razn de Estado se sobrepona a cualquier otra. Bajo su reinado Francia era grande; y los franceses, desdichados. Slo un poder haba osado resistirse: la Orden soberana de los Caballeros del Temple. Esta formidable organizacin, a la vez militar, religiosa y financiera deba a la Cruzadas, de las cuales haba salido, su gloria y su riqueza. La independencia de los templarios inquiet a Felipe el Hermoso, mientras que sus inmensos bienes excitaron su codicia. Instaur contra ellos el proceso ms vasto que recuerda la historia. Cerca de quince mil hombres estuvieron sujetos a juicio durante siete aos; y en este periodo se perpetraron toda clase de infamias. Nuestro relato comienza al final des sptimo ao.

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    PRIMERA PARTE

    LA MALDICIN

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    I LA REINA SIN AMOR Un leo entero, sobre un lecho de brasas incandescentes, se consuma en la chimenea. Por las vidrieras verdosas, de reticulado de plomo, se filtraba un da de marzo, avaro de luz. Sentada en alto sitial de roble, cuyo respaldo coronaban los tres leones de Inglaterra, la reina Isabel, esposa de Eduardo II con la barbilla apoyada en la palma de la mano, miraba distradamente la lumbre del hogar. Tena veintids aos. Sus cabellos de oro recogidos en largas trenzas formaban como dos asas de nfora a cada lado de su rostro. Escuchaba a una de sus damas francesas, que le lea un poema de lsuque Guillermo de Aquitania: Del amor no puedo hablar, ni siquiera lo conozco, porque no tengo el que quiero... La voz cantarina de la dama de compaa se perda en aquella sala demasiado grande para que una mujer pudiera vivir dichosa en ella. Me ha pasado siempre igual, de quien quin amo no goc, no gozo no gozar... La reina sin amor suspir. - Qu conmovedoras palabras! exclam - Dirase que han sido escritas para m. Ah! Terminaron los tiempos en que un gran seor como el duque Guillermo demostraba tanta destreza en la poesa como en la guerra. Cundo me dijisteis que vivi? Hace doscientos aos? Se dira que ese poema fue escrito ayer... (El ms antiguo poeta francs conocido que escribi en romance vulgar, el duque Guillermo IX de Aquitania es una de las figuras ms sobresalientes e interesantes de la Edad Media. Gran seor, gran amador y muy ilustrado, su vida e ideas fueron excepcionales par su poca. El refinado fausto de que se rode en sus castillos dio origen a las famosas cortes de amor. Queriendo liberarse totalmente de la autoridad de la Iglesia, rehus al papa Urbano II, que fue a visitarlo expresamente a sus estados, participar en la Cruzada. Aprovech la ausencia de su vecino, el conde de Tolosa, para meter mano en sus tierras. Pero el relato de las aventuras lo incit a emprender, poco ms tarde, el camino de oriente, a la cabeza de una fuerza de 30,000 hombres que llev hasta Jerusaln.

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    Sus versos, de los que slo nos han llegado once poemas, introdujeron en la literatura de los pases latinos, principalmente en la francesa, un concepto idealizado del amor y de la mujer, desconocido hasta entonces. Son la fuente de la gran corriente de lirismo que atraviesa, irriga y fecunda toda nuestra literatura. La influencia de los poetas hispano-rabes se hace notar en este prncipe-trovador.) Y repti para s: Del amor no puedo hablar, ni siquiera lo conozco... Durante unos instantes permaneci pensativa. - Prosigo, seora? pregunt la dama con el dedo apoyado en la pgina iluminada. - No, amiga ma respondi la reina -. Por hoy mi alma ha llorado bastante. Se incorpor y cambi de tono: - Mi primo Roberto de Artois me ha hecho anunciar su visita. Cuidad de que sea conducido a mi presencia en cuanto llegue. - Viene de Francia? Estaris contenta, entonces, seora. - Deseo estarlo... siempre que las noticiad que me traiga sean buenas. Entr otra dama, presurosa, con semblante de gran alegra. Su nombre de soltera era Juana de Jounville y habase casado con sir Roger Mortimer, uno de los primeros barones de Inglaterra. - Seora, seora exclam -, ha hablado. - De verdad? pregunt la reina - Y qu ha dicho? - Ha golpeado la mesa y ha dicho... !Quiero Una expresin de orgullo ilumin el hermoso semblante de Isabel. - Tradmelo aqu dijo. Lady Mortimer sali de la estancia corriendo, y regres poco despus, con un nio de quince meses en los brazos, sonrosado, regordete que deposit a los pies de la reina. Vesta un traje color granate, bordado de oro, ms pesado que l. - De modo, meciere, hijo mo, que habis dicho: Quero! exclam Isabel inclinndose para acariciarle la mejilla -. Me agrada que sa haya sido vuestra primera palabra. Es palabra de rey. El nio le sonrea y balanceaba la cabeza. - Y porqu lo ha dicho? pregunt la reina. - Porqu me resista a darle un trozo de galleta que estaba comiendo respondi lady Mortimer. Isabel esboz una rpida sonrisa que se apag en seguida. - Puesto que empieza a hablar dijo -, pido que no se le anime a balbucear y a pronunciar tonteras, como por lo comn se hace con los

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    nios. Poco me importa que sepa decir pap y mam. Prefiero que conozca las palabras rey y reina. En su voz haba una gran autoridad natural. - Ya sabis, amiga ma continu -, qu razones me decidieron a elegiros para aya del nio. Sois sobrina nieta del gran Joinville, quien estuvo en la Cruzada con mi bisabuelo, monseor san Luis. Sabris ensear a este nio que pertenece a Francia como a Inglaterra. ( En 1314 haca 44 aos que el rey San Luis haba fallecido. Fue canonizado veintisiete aos despus de su muerte, reinando su nieto Felipe IV y ocupando el pontificado Bonifacio VIII). Lady Mortimer hizo una reverencia. En este momento se present la primera dama francesa, anunciando a monseor el conde Roberto de Artois. La reina se irgui en su sitial y cruz las manos blancas sobre el pecho en actitud de dolo. Su preocupacin para conservar la majestuosidad de su porte no lograba envejecerla. El andar de un cuerpo de noventa kilos hizo crujir el pavimento. El hombre que entro meda casi dos metros de altura, tena muslos semejantes a troncos de encina y manos como mazas. Sus botas rojas, de cordobn, estaban sucias de barro y mal cepilladas; el manto que penda de sus hombros era lo suficientemente amplio para cubrir un lecho. Habra bastado una daga en su cintura para que tuviera el aspecto de hallarse aprestado para ir a la guerra. Su barbilla era redonda, su nariz corta, su quijada ancha y el pecho fuerte. Sus pulmones necesitaban ms aire que la generalidad de los hombres. Aquel gigante contaba veintisiete aos, pero su edad desapareca bajo los msculos, lo que le haca aparentar treinta y cinco. Se quit los guantes mientras se adelantaba hacia la reina, y dobl la rodilla con sorprendente agilidad para tal coloso. Antes de que le hubieran invitado a hacerlo, ya se haba incorporado. - Y bien, Primo mo dijo Isabel -. Tuvisteis buena travesa? - Execrable, seora, horrorosa respondi Roberto -. Una tempestad como para echar tripas y alma. Cre llegada mi ltima hora, hasta el extremo de que decid confesar mis pecados a Dios. Por fortuna, eran tantos, que al tiempo de decir la mitad ya llegbamos a destino. Guardo suficientes para el regreso. Estallo en una carcajada que hizo retemblar las vidrieras. - Vive Dios! prosigui -. Mi cuerpo est hecho para recorrer la tierra y no para cabalgar aguas saladas. Si no hubiera sido por el amor que os profeso, prima ma, y por las cosas urgentes que debo deciros... - Permitid que concluya le interrumpi Isabel, mostrando al nio -. Mi hijo ha empezado a hablar hoy. Luego se dirigi a lady Mortimer: - Quiero que se habite a los nombres de sus deudos y que sepa, en cuanto sea posible, que su abuelo, Felipe el Hermoso, reina sobre Francia.

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    Comenzad a recitar delante de l el Padre Nuestro y el Ave Mara, as como la plegaria a monseor san Luis. Esas son cosas que deben aduearse de su corazn aun antes de que su razn las comprenda. No le desagradaba mostrar ante uno de sus parientes de Francia, descendiente a su vez de un hermano de san Luis, la manera como velaba por la educacin de su hijo. - Bella enseanza daris a ese jovencito dijo Roberto de Artois. - Nunca se aprende demasiado pronto a reinar respondi Isabel. El nio se diverta en caminar con el paso cauteloso y titubeante de las criaturas. - Y pensar que nosotros tambin hemos sido as! dijo de Artois. - Vidoos ahora, cuesta creerlo, primo mo dijo la reina, sonriendo. Por un instante, contemplando a Roberto de Artois pens en los sentimientos de la mujer, pequea y menuda que haba engendrado aquella fortaleza humana, y mir a su hijo. El nio avanzaba con las manos tendidas hacia el fuego, como si quisiera asir la llama con sus minsculas manos. Roberto de Artois le cerr el paso, adelantando su bota roja. Nada asustado, el pequeo prncipe aferr aquella pierna que sus brazos penas lograban rodear, y se sent en ella a horcajadas. El gigante lo elev por los aires, tres o cuatro veces seguidas. El principito rea, encantado con el juego. - Ah, meciere Eduardo! dijo de Artois -. Cuando seis un poderoso prncipe, osar recordaros que os hice cabalgar en mi bota? - Podris hacerlo, primo mo respondi Isabel -, podris hacerlo siempre, si siempre segus mostrandoos nuestro leal amigo... Que se nos deje solos, ahora aadi. Las damas francesas salieron, llevndose al nio que, si el destino segua el curso normal, sera algn da Eduardo III de Inglaterra. - Y bien, seora! dijo -. Para completar las buenas lecciones que dais a vuestro hijo, podris ensearle que Margarita de Borgoa, reina de Navarra, futura reina de Francia y nieta de san Luis, est en camino de ser llamada por su pueblo Margarita la Ramera. - De verdad? dijo Isabel - Era cierto, pues, lo que suponamos? - S, prima ma. Y no solamente Margarita. Lo mismo digo de vuestras otras dos cuadas. - Juana y Blanca...? - De Blanca estoy seguro. En cuanto a Juana... Roberto de Artois esboz un ademn de incertidumbre con su enorme mano. - Es ms hbil que las otras agreg pero tengo razones para juzgarla una consumada zorra... Dio unos pasos y se plant para decir sin ms: - Vuestros tres hermanos son unos cornudos, seora, cornudos como vulgares patanes!

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    La reina se haba puesto de pie, con la mejillas levemente coloreadas. - Si lo que decs es verdad, no he de tolerarlo dijo No permitir tal vergenza, ni que mi familia sea el hazmerrer de la gente. - Tampoco los barones de Francia lo soportarn respondi de Artois. - Tenis nombres y pruebas? De Artois respir profundamente. - Cuando el verano pasado vinisteis a Francia con vuestro esposo, para las fiestas las cuales tuve el honor de ser armado caballero, junto con vuestros hermanos... puesto que como ya sabis, no se escatiman honores que nada cuestan, os confi mis sospechas y me confesasteis las vuestras. Me pedisteis que vigilara y que os informara. Soy vuestro aliado; hice lo uno y vengo a cumplir con lo otro. - Decid: qu averiguasteis? pregunt Isabel, impaciente. - En primer lugar, que ciertas joyas desaparecen del cofre de vuestra cuada Margarita. Ahora bien, cuando una mujer se deshace de sus joyas en secreto, es para comprar algn cmplice o para pagar a algn galn. Su bellaquera est clara, no os parece? - En efecto. Pero puede fingir que las ha dado de limosna a la Iglesia. - No siempre. No, si cierto prendedor, por ejemplo, ha sido cambiado a un mercader lombardo por un pual de Damasco. - Descubristeis de qu cintura penda ese pual? - Ah no! respondi de Artois -. Indagu, pero le perd el rastro. Las pcaras son hbiles, os lo dije. Nunca, en mis bosques de Conches, he cazado ciervos tan diestros en confundir pistas y en tomar atajos. Isabel se mostr decepcionada. Roberto de Artois, previendo lo que iba a decir, extendi los brazos. - Aguardad, aguardad prosigui -. Soy buen cazador, y raramente se me escapa una pieza. La honesta, la pura, la casta Margarita ha hecho que le arreglen, como aposento, la vieja torre del palacio de Nesle. Dice que lo destina a lugar de retiro para sus oraciones. Slo que se dedica a rezar justamente las noches en que vuestro hermano Luis est ausente. Y la luz brilla en la torre hasta muy tarde. Su prima Blanca y, algunas veces, Juana, se renen con ella. Arteras, la doncellas! Si se interroga a una de las tres, se las compondra muy para decir: Cmo? De qu me acusis? Si no estaba sola!...Una mujer pecadora se defiende mal, pero tres rameras juntas forman una fortaleza. Y hay algo ms: hete aqu que cuando Luis se ausenta, en esas noches en que la torre de Nesle est iluminada, se produce cierto movimiento en el ribazo, al pie de la torre, en un lugar siempre desierto. Se ha visto salir de all a hombres que no llevan hbito de monje y que habran salido por otra puerta de haber venido a cantar los oficios. La corte calla, pero el pueblo comienza a murmurar, porque antes hablan los sirvientes que sus amos... Mientras hablaba, se agitaba, gesticulaba, caminaba, haca vibrar el suelo y henda el aire con aletazos de su capa. El despliegue de su exceso de

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    fuerza era un medio de persuasin para Roberto de Artois. Trataba de convencer con msculos al mismo tiempo que con las palabras; sumerga al interlocutor en un torbellino; y la grosera de su lengua, tan de acuerdo con su aspecto, pareca prueba de su ruda buena fe. Sin embargo, examinndolo con mayor atencin, uno llegaba a preguntarse, si todo aquel movimiento no era fanfarria de titiritero, juego de comediante. Un odio implacable, tenaz, brillaba en las grises pupilas del gigante. La joven reina se empeaba en conservar su claridad de juicio. - Hablasteis con mi padre? dijo. - Mi buena prima, conoces al rey Felipe mejor que yo. Cree tanto en la virtud de las mujeres, que sera preciso mostrarle a vuestras tres cuadas acostadas con sus amantes para que consintiera en escucharme. Y no soy bien recibido en la corte desde que perd mi proceso... - S que cometieron una injusticia con vos, primo mo. Si de m dependiera sera reparada. Roberto de Artois se precipit sobre la mano de la reina para posar en ella sus labios. - Pero, debido justamente a ese proceso agreg Isabel suavemente -, no podra suponerse que actuis ahora por venganza? El gigante se incorpor de un salto. - Claro que acto por venganza, seora! Decididamente el enorme Roberto desarmaba a cualquiera. Uno crea tenderle una celada y cogerlo en falta, y l abra su corazn ampliamente, como un ventanal. - Me han robado la herencia de mi condado de Artois exclam para entregrsela a mi ta Mahaut de Borgoa...! Maldita perra piojosa! Ojal reviente! Ojal la lepra carcoma su boca y el pecho se le vuelva carroa! Y por que lo hicieron? Porque a fuerza de astucias, de intrigas y de forzar la mano de los consejeros de vuestro padre con libras constantes y sonantes, mi ta logr casar a las dos rameras de sus hijas y a la ramera de la prima con vuestros tres hermanos! Se puso a imitar un imaginario discurso de su ta Mahaut, condesa de Borgoa y de Artois, al rey Felipe el Hermoso. - Amado seor, pariente y compadre, qu os parece si casarais a mi queridita Juana con vuestro hijo Luis? No queris? Bien! Dadle a Margot, y luego Juana ser para Felipe y mi dulce Blanquita para el hermoso Carlos. Qu dicha, que se amen todos a la vez! Luego, si me concedis el Artois, propiedad de mi difunto padre, mi franco condado de Borgoa ira a manos de esas avecillas, a Juana, si os parece; as, vuestro hijo segundo se convierte en conde palatino de Borgoa y vos podis empujarlo hacia la corona de Alemania. Mi sobrino Roberto? Dadle un hueso a ese perro! A ese patn le basta y sobra con el castillo de Conches y el condado de Beaumont.

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    Y soplo malicias al odo de Nogaret, y cuanto mil maravillas a Marigny... Y caso a una, caso a dos y caso a tres... Y en cuanto est hecho, mis zorritas empiezan a maquinar entre s, a enviar mensajes, a procurarse galanes ya a ponerle hermosos cuernos a la corona de Francia... Ah, seora!, si ellas fueran irreprochables, yo tascara el freno. Pero portarse tan suciamente despus de haberme perjudicado tanto; esas nias de Borgoa sabrn lo que les cuesta; me vengar en ellas de lo que la madre me hizo. (El caso de la sucesin de los Artois, que es uno de los dramas de herencia ms extraordinarios de la historia de Francia, y del cual hablaremos frecuentemente en este volumen y en los siguientes, se desarrollo as: En 1237, san Luis otorg el condado de Artois a su hermano Roberto, que pas as a ser Roberto I de Artois. Su hijo, Roberto II, cas con Amcia de Couternay, seora de Conches. De este matrimonio nacieron dos hijos: Felipe, muerto en 1298 de las heridas recibidas en la batalla de Furnes, y Mahaut, quien cas con Oton, conde palatino de Borgoa. A la muerte de Roberto II, acaecida en 1302 en la batalla de Courtray, la herencia del condado fue reclamada a la vez por su nieto, Roberto III hijo de Felipe nuestro hroe -, y por su ta Mahaut, quien invocaba una disposicin del derecho consuetudinario de Artois. En 1309 Felipe el Hermoso fall a favor de Mahaut. Esta, convertida en regente del condado de Borgoa a la muerte de su marido, haba casado a sus dos hijas, Juana y Blanca, con Felipe y Carlos, segundo y tercer hijos de Felipe el Hermoso. La decisin que la favoreci fue, por tanto, inspirada en gran parte por esas alianzas que sumaban a la corona, en primer trmino, el condado de Borgoa, llamado Franco Condado, recibido en dote por Juana. Mahaut se convirti pues, en condesa-par de Artois. Roberto no se dio por vencido, y durante veinte aos, con rara espereza, ya por accin jurdica, ya por accin directa, llev contra su ta una lucha en la cual fue empleado cualquier procedimiento, tanto por una como por otra parte: delaciones, calumnias, falsos testimonios, brujeras, envenenamientos, agitacin poltica, y que termin trgicamente para Mahaut, trgicamente para Roberto, trgicamente para Inglaterra y Francia. Por otra parte, en lo concerniente a la casa, o mejor casas de Borgoa, envueltas, como en todos los asuntos del reino, en ste de Artois, recordamos al lector que hubo en aquella poca dos Borgoas absolutamente distintas: la Borgoa-Ducado que formaba un palatinado importante del Santo Imperio. Dijon era capital del Ducado; Dole , del Condado. La famosa Margarita de Borgoa, perteneca a la familia ducal; sus primas y cuadas, Juana y Blanca a la casa Condal.) Isabel permaneca pensativa bajo aquel huracn de palabras. De Artois se aproxim a ella y, bajando la voz, le dijo: - A vos os odian. - Es verdad que, por mi parte, no las he querido desde el principio y sin saber por qu respondi Isabel. - No las queris porque son falsas, porque slo piensan en el placer y porque carecen del sentido del deber. Pero ellas os odian porque estn celosas de vos.

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    - Mi suerte no tiene nada de envidiable, sin embargo dijo Isabel, suspirando -. Y su situacin me parece ms dulce que la ma. - Sois reina, seora. Lo sois por vuestra alma y por vuestra sangre. Vuestras cuadas, en cambio, podrn llevar corona; pero nunca sern reinas. Por eso os tratarn siempre como enemiga. Isabel elev hacia su primo sus bellos ojos azules, y de Artois sinti que esta vez haba dado en el blanco. Isabel estaba definitivamente de su parte. - Tenis los nombres de... en fin... de los hombres con quienes mis cuadas...? No se renda al crudo lenguaje de su primo y se negaba a pronunciar ciertas palabras. - Sin ellos nada puedo hacer prosigui -. Obtenedlos y os juro que ir a Pars con cualquier pretexto y que pondr fin a ese desorden. En qu puedo ayudaros? Habis prevenido a mi to Valois? De nuevo se mostraba decidida, precisa, autoritaria. - Me guard muy bien respondi de Artois. El seor de Valois es mi ms fiel protector y mi mejor amigo; pero no sabe callar nada y proclamar a los cuatro vientos lo que queremos ocultar. Dara la alarma demasiado pronto y cuando quisiramos atrapar a las pcaras, las hallaramos puras como monjas. - Entonces, Qu proponis? - Dos cosas dijo de Artois -. La primera, nombrar en la corte de Margarita una nueva dama enteramente de nuestra confianza, la cual nos tendr al corriente de todo. He pensado en la seora de Comminges, que acaba de enviudar y a la que se le deben toda clase de consideraciones. Para ello nos servir vuestro to Valois. Hacedle llegar una carta, expresndole vuestro deseo. Monseor tiene gran influencia sobre vuestro hermano Luis y har que la seora de Comminges entre bien pronto en el palacio de Nesle. As tendremos all una persona adicta, y como decimos la gente de guerra: Vale ms un espa dentro que un ejrcito fuera. - Escribir la carta y vos la llevaris- dijo Isabel - Y luego? - Habr que adormecer, al mismo tiempo, la desconfianza de vuestras cuadas con respecto a vos y halagarlas con hermosos presentes prosigui de Artois -. Presentes que puedan convenir del mismo modo a mujeres que a hombres y que les haris llegar secretamente, sin dar cuenta de ello a vuestro padre, ni a los respectivos esposos, como un pequeo secreto de amistad entre vosotras. Margarita se deshace de sus joyas a favor de un galn desconocido; no sera, pues, extrao, que, tratndose de un regalo del cual no debe rendir cuentas, nos lo encontraremos prendido del cuerpo del mozo que buscamos. Suministrmosles ocasiones de imprudencia. Isabel reflexion durante algunos segundos; luego se acerc a la puerta y dio unas palmadas.

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    Apareci la primera dama francesa. - Amiga ma dijo la reina -, traedme la escarcela de oro que el mercader Albizzi me ha ofrecido esta maana. Durante la corta espera, Roberto de Artois se desprendi por fin de sus preocupaciones e intrigas y se decidi a examinar la sala donde se hallaba, los frescos religiosos en forma de casco de navo. Todo era nuevo, triste y fro. El mobiliario escaso. - No es muy risueo el lugar donde vivs. Prima dijo -. Creerase una catedral y no un castillo. - Quiera Dios que no se me convierta en prisin! respondi Isabel en voz baja -. Cunto aoro a Francia, muchas veces! La dama francesa regres, trayendo una bolsa de hilos de oro entretejidos, forrada de seda y con un cierra de tres piedras preciosas grandes como nueces. - Qu maravilla! exclam de Artois -. Justamente lo que necesitamos. Un poco pesado para adorno de una dama y demasiado delicado para m; es exactamente el objeto que un jovenzuelo de la corte suea con colgarse de la cintura para llamar la atencin. - Encargaris al mercader Albizzi que haga dos escarcelas parecidas a sta dijo Isabel a su dama -, y que me las enve en seguida. Luego, cuando sta hubo salido, agreg, dirigindose a Roberto de Artois: - De esa manera podris llevroslas a Francia. - Y nadie sabr que habrn pasado por mis manos dijo l. Fuera resonaron gritos y risas. Roberto de Artois se aproxim a una de las ventanas. En el patio, un equipo de albailes se dispona a izar una pesada piedra clave de bveda. Unos hombres tiraban de la cuerda de una polea mientras otros, subidos a un andamiaje, se aprestaban a aferrar el bloque de piedra. La faena pareca realizarse en una atmsfera de buen humor. - Y bien! exclam de Artois -. Parece que al rey Eduardo sigue gustndole la albailera. Acababa de reconocer, en medio de los obreros, a Eduardo II, marido de Isabel, un hombre bastante apuesto, de unos treinta aos de edad, cabellos ondulados, anchos hombros y fuertes caderas. Su traje de terciopelo estaba manchado de yeso. (El rey Eduardo II fue el primer soberano de Inglaterra que llev el ttulo de Prncipe de Gales antes de su ascensin al trono. Segn algunos historiadores, contaba tres das de edad cuando los seores galeses acudieron a su padre, Eduardo I, para pedirle que les diera un prncipe que pudiera comprenderlos y que no hablara ni ingls ni francs. Eduardo I dijo que iba a complacerles y les indic a su hijo, que no hablaba an lengua alguna.) - Hace ms de quince aos que comenzaron a reconstruir Westminster - dijo isabel, colrica (pronunciaba Westmoustiers, a la francesa) -. Hace seis aos, desde que me cas, que vivo entre paletas y mortero. Lo que constgruyen en un mes lo destruyen el otro! No le gusta la albailera,

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    sino los albailes! Creis que lo llaman seor? No! Para ellos es Eduardo. Se burlan de l, y l est encantado. Miralo! Ah lo tenis! En el patio, Eduardo II daba rdenes, apoyado sobre el hombro de un joven. Reinaba a su alrededor una sospechosa familiaridad. - Crea dijo Isabel que haba conocido lo peor con aquel caballero de Gabastn. Aquel bearns insolente y jactancioso gobernaba de tal manera a mi marido que dispona del reino a su antojo. Eduardo le dio todas mis joyas de recin casada. Debe de ser costumbre familiar que, de un modo u otro, las joyas de las mujeres vallan a parar a los hombres! Teniendo a su lado a un pariente y amigo, Isabel se permita, por fin, desahogar sus penas y humillaciones. En realidad, las costumbres del rey Eduardo eran conocidas en toda Europa. - Los barones y yo conseguimos abatir a Gabastn el ao pasado; le cortaron la cabeza y me alegr de que su cuerpo fuera a pudrirse en los dominios de Oxford. Pues bien!, he llegado a aorar al caballero de Gabastn. Porque desde aquel da, como para vengarse de m, Eduardo atrae a palacio a los hombres ms ruines e infames de su pueblo. Se le ve recorrer las tabernas del puerto de Londres, sentarse con truhanes, rivalizar en luchas con los descargadores y en carreras con los palafreneros. Hermosos torneos los que nos ofrece! Entretanto, cualquiera manda en el reino, con tal que le organice sus bacanales y que participe en ellas. En este momento les ha tocado el turno a los barones de Despenser; el padre gobernando; el hijo sirviendo de mujer a mi esposo. En cuanto am, Eduardo, ni se me acerca, y si por casualidad viene a mi cama, siento tal vergenza sque permanezco absolutamente fra. Haba bajado la cabeza. - Una reina es el sbdito ms miserable del reino prosigui si el rey no la ama. Asegurada la descendencia, su vida ya no cuenta. Qu mujer de barn, de burgus, o de villano soportara lo que y debo soportar por ser reina? La ltima lavandera del reino tiene ms derechos que y: puede pedirme ayuda... - Prima, mi hermosa prima, y quiero brindaros mi ayuda dijo Artois con vehemencia. Ella alz tristemente los hombros como si quisiera decir Qu podis hacer por m? Estaban frente a frente; Roberto la tom por los brazos lo ms suavemente que pudo, y murmur: - Isabel... Ella pos sus manos sobre los brazos del gigante. Se miraron sobrecogidos por una turbacin imprevista. De Artois se sinti extraamente conmovido, y oprimido por una fuerza que tema utilizar con torpeza. Sinti bruscamente el anhelo de consagrar su tiempo, su vida, su cuerpo y su alma a aquella reina frgil. La deseaba,

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    con un deseo inmediato e incontenible, que no saba cmo expresar. Sus gustos no lo inclinaban, por lo comn, hacia las mujeres de calidad y el don de la galantera no se contaba entre sus virtudes. - Muchos hombres agradeceran al cielo, de rodillas, lo que un rey desdea, ignorando su perfeccin dijo Roberto -. Cmo es posible que a vuestra edad tan fresca y tan joven os veis privada de las alegras naturales? Cmo es posible que esos dulces labios no sean besados? Y estos brazos... este cuerpo...? Ha, Isabel tomad un hombre, y que ese hombre sea yo..! Ciertamente, deca con rudeza lo que quera y su elocuencia se pareca muy poco a la del duque Guillermo de Aquitania. Pero Isabel no separaba su mirada de la de l. La dominaba, la aplastaba con su estatura; ola a bosque, a cuero, a caballo y a armadura; no tena la voz ni la apariencia de un seductor y, sin embargo, la seduca. Era un hombre de una pieza, un macho rudo y violento, de respiracin profunda. Isabel senta que su voluntad la abandonaba y slo tena un deseo: apoyar su cabeza contra aquel pecho de bfalo y abandonarse... apagar aquella gran sed... Temblaba un poco. Se apart de golpe. - No, Roberto! exclam -. No voy a hacer y lo que tanto reprocho a mis cuadas. No puedo ni debo hacerlo. Pero cuando pienso en lo que me impongo, en lo que me niego, mientras ellas tienen la suerte de tener maridos que las aman... Ah, no! Es preciso que sean castigadas! Su pensamiento se encarnizaba con las culpables, ya que ella no se permita la misma culpa. Volvi a sentarse en el gran sitial de roble. Roberto de Artois se aproxim a ella. - No, Roberto dijo, extendiendo los brazos -. No os aprovechis de ni desfallecimiento; me enojarais. La extremada belleza, al igual que la majestad inspira respeto. El gigante obedeci. Pero aquel momento jams se borrara de la memoria de los dos. Puedo ser amada, se deca Isabel. Y casi senta gratitud hacia el hombre que le haba dado la certeza. - Era eso todo lo que debais comunicarme, primo? No me trais otras noticias? dijo, haciendo un gran esfuerzo para dominarse. Roberto de Artois, que se preguntaba si no haba cometido error al no aprovechar la oportunidad, tard algn tiempo en contestar. - S, seora, os traigo tambin un mensaje de vuestro to Valois. El nuevo vnculo que se haba creado entre ellos daba a sus palabras otras resonancias, y no podan estar completamente atentos a lo que decan. - Los dignatarios del Temple sern juzgados muy pronto continu diciendo de Artois -. Y se teme que vuestro padrino, el gran maestre

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    Jacobo de Molay, sea condenado a muerte. Vuestro to Valois os pide que escribis al rey par suplicarle clemencia. Isabel no respondi. Haba vuelto a su posicin acostumbrada, la barbilla sobre la palma. - Cmo os parecis a l, en este momento! dijo de Artois. - A quin? - Al rey Felipe, vuestro padre. - Lo que decida mi padre, el rey, bien decidido est respondi lentamente Isabel -. Puedo intervenir en lo concerniente al honor familiar; pero no pienso hacerlo con respecto al gobierno de un reino. - Jacobo de Molay es un hombre anciano. Fue noble y grande. Si ha cometido faltas las ha expiado duramente. Recordad que os tuvo en sus brazos en la pila bautismal... Creedme, va a cometerse un gran dao, por obra una vez ms, de Nogaret y de Marigny! Al destruir el Temple, esos hombres salidos de la nada han querido atacar a toda la caballera francesa y a los altos barones... La reina segua perpleja; ostensiblemente el asunto era superior a su entendimiento. - No puedo juzgar dijo -. No puedo juzgarlo. - Sabis que tengo una gran deuda adquirida con vuestro to Valois, y l me quedara agradecido si obtuviera de vos esa carta. Adems, la piedad nunca sienta mal a una reina; es sentimiento de mujer, y serais alabada por ello. Algunos os reprochan vuestra dureza de corazn; as les darais cumplida respuesta. Hacedlo por vos, Isabel, y hacedlo por m. Ella sonri. - Sois muy hbil, primo Roberto, a pesar de vuestro aire ceudo. Escribir esa carta y podris llevroslo todo junto. Cundo partiris? - Cuando me lo ordenis, prima. -Supongo que las escarcelas estarn listas maana. Muy pronto es. La voz de la reina reflejaba cierto pesar. Se miraron de nuevo, y de nuevo ella se turb. -Esperar vuestro mensaje para saber si debo partir hacia Francia. Adis, primo. Volveremos a vernos durante la cena. De Artois se despidi y la habitacin, despus que l sali, pareca extraamente tranquila, como un valle tras la tempestad. Isabel cerr los ojos y permaneci inmvil durante largo rato. Los hombres llamados a desempear un papel decisivo en la historia de los pueblos ignoran a menudo qu destinos encarnan. Los dos personajes que acababan de sostener tan larga entrevista, una tarde de marzo de 1314, en el castillo de Westminster, no podan jams imaginarse que, por el encadenamiento de sus actos se convertiran en los primeros artfices de una guerra entre Francia e Inglaterra que durara mas de cien aos.

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    II LOS PRISIONEROS DEL TEMPLE La muralla estaba cubierta de salitre. Una vaporosa claridad amarillenta comenzaba a descender hacia la sala cavada en el subsuelo. El prisionero que dormitaba con los brazos plegados bajo el mentn se estremeci y se irgui bruscamente, hurao, palpitante. Durante un momento permaneci inmvil, mirando la bruma de la maana que se deslizaba por el tragaluz. Escuchaba. Ntidos, auque ahogados por el espesor de los enormes muros, llagaban hasta l los taidos de las campanas anunciando las primeras misas: campanas parisienses, de Saint Martn, de Saint Merry, de Saint Germain LAuxerrois, de Saint Eustache y de Notre Dame, campesinas campanas de las cercanas aldeas de la Courtielle, de Clignancourt y de Montmartre. El prisionero no percibi ruido alguno que pudiera inquietarlo. Era slo la angustia lo que le haba sobresaltado, aquella angustia que le sobrevena a cada despertar, as como en cada sueo tena una pesadilla. Cogi la escudilla de madera y bebi un gran trago de agua para calmar la fiebre que no lo abandonaba desde haca ya muchos das. Despus de beber, dej que el agua se aquietara y se mir en ella, como en un espejo. La imagen que logr captar, imprecisa y oscura, era la de un centenario. Permaneci unos instantes buscando un resto de su antiguo aspecto en aquel rostro flotante, en aquella barba macilenta, en aquellos labios hundidos en la boca desdentada, en la nariz afilada, que temblaban en el fondo de la escudilla. Se levant lentamente y dio algunos pasos, hasta que sinti el tirn de la cadena que lo amarraba al muro. Entonces comenz a gritar: -Jacobo de Molay! Jacobo de Molay! soy Jacobo de Molay! Nada le respondi, lo saba; nada deba responderle. Pero necesitaba gritar su propio nombre, para impedir que su espritu se disminuyera en la demencia, para recordarse que haba mandado ejrcitos, gobernado provincias, ostentando un poder igual al de los soberanos y que, mientras conservara un soplo de vida, seguira siendo, aun en aquel calabozo, el gran maestre de la Orden de los Caballeros del Temple. (La soberana Orden de los Caballeros del Temple de Jerusaln fue fundada en 1128, para asegurar la custodia de los Santos Lugares de Palestina y proteger las rutas de peregrinaje. Su regla, recibida de san Bernardo, era severa. Les impona castidad, pobreza y obediencia. No deban mirar demasiado, rostro de mujer, ni besar hembra; ni viuda, ni doncella, ni madre, ni hermana, ni ta, ni ninguna otra mujer. En la guerra deban aceptar el combate de uno contra tres y no podan ser rescatados con dinero. Slo les estaba permitida la caza del len.

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    nica fuerza militar bien organizada, estos monjes-soldados eran los cuadros permanentes de las hordas informes que se reunan en cada Cruzada. Colocados en la vanguardia de todos lo ataques y en retaguardia de todas las retiradas, embarazados por incompetencia o las rivalidades de los prncipes que mandaban estos ejrcitos improvisados, perdieron, en el lapso de dos siglos, ms de 20,000 hombres en los campos de batalla, cifra considerable en relacin con los efectivos de la Orden. Pero tambin cometieron hacia el fin funestos errores, de carcter estratgico. Siempre fueron buenos administradores. Como se les necesitaba, el oro de Europa afluy a sus cofres. Provincias enteras fueron confiadas a su cuidado. Durante un siglo aseguraron al gobierno efectivo de reino latino de Constantinopla. Viajaban por el mundo como amos, sin pagar impuestos, tributos ni peaje. Slo obedecan al Papa. Tenan encomiendas en toda Europa y en todo el Medio Oriente, pero el centro de su administracin estaba en Pars. Cuando las circunstancias los obligaron a dedicarse a la banca, la Santa Sede y los principales soberanos europeos tuvieron cuentas corrientes con ellos. Prestaban con garanta y adelantaban los rescates de los prisioneros. El emperador Balduino les dio, como fianza, la Vera-Cruz. Todo es desmesurado en el caso de los Templarios: expediciones, conquistas, fortuna... Todo, hasta la manera misma como fueron suprimidos. El pergamino que contiene la transcripcin de los interrogatorios a que fueron sometidos en 1307, mide veintids metros con veinte centmetros. Desde el extraordinario proceso, las controversias no han cesado jams. Ciertos historiadores han tomado partido contra los acusados; otros, contra Felipe el Hermoso. No hay duda de que las imputaciones hechas a los Templarios fueron exageradas o falsas en gran parte; pero tampoco se puede negar que hubo entre ellos profundas desviaciones dogmticas. Su larga estancia en Oriente los haba puesto en contacto con ciertos ritos de la primitiva religin cristiana, con la religin islmica que ellos combatan, y con las tradiciones esotricas del antiguo Egipto. La acusacin de brujera, idolatra y de prcticas demonacas se origin, por una confusin muy habitual en la inquisicin medieval, a causa de sus ceremonias de iniciacin. El caso de los Templarios nos interesara menos si no tuviera prolongaciones en la historia del mundo moderno. Es sabido que la Orden del Temple, inmediatamente despus de su destruccin, fue reorganizada en forma de sociedad secreta internacional, y conocemos los nombres de los grandes maestres secretos hasta el siglo XVIII. Los Templarios son el origen de las cofradas, institucin que an subsiste. Necesitaban obreros cristianos en sus lejanas encomiendas y los organizaron de acuerdo con su propia filosofa, dndoles una regla llamada deber. Estos obreros que no llevaban espada, vestan de blanco. Participaron en las cruzadas y edificaron, en el Medio Oriente, formidables ciudades segn lo que se llama en arquitectura aparejo de los cruzados. Adquirieron en esos lugares mtodos de trabajo heredados de la antigedad que sirvieron en Europa para levantar las iglesias gticas. En Pars, los cofrades vivan dentro del recinto del Temple o en el barrio vecino, donde disfrutaban de franquicias y que sigui siendo durante quinientos aos el centro de los obreros iniciados. La Orden del Temple, por medio de las cofradas, se relaciona con los orgenes de la masonera, en la que encontramos huellas de sus ceremonias de iniciacin y sus emblemas, que no slo pertenecen a las antiguas compaas de obreros, sino que tambin, hecho mucho ms sorprendente, se ven en los muros de ciertas

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    tumbas de arquitectos del antiguo Egipto. Todo hace pensar, pues, que los ritos, emblemas y procedimientos de trabajo de ese perodo de la Edad Media fueron introducidos en Europa por los Templarios.) Por un exceso de crueldad o de escarnio, se vea encerrado, lo mismo l que los principales dignatarios, en las salas bajas, transformadas en crcel de la torre mayor del palacio del Temple, en su propia casa matriz! -Y fui y quien hizo construir esta torre! murmur el gran maestre, colrico, golpeando la muralla con el puo. Su gesto le arranc un grito; se haba olvidado de que tena el pulgar destrozado por las torturas. Pero qu lugar de su cuerpo no se haba convertido en una llaga o en asiento de un dolor? La sangre circulaba mal por sus piernas y senta calambres desesperantes desde que lo haban sometido al suplicio de los borcegues. Con las piernas atadas a unas tablas, haba sentido hundrsele en las carnes las uas de roble sobre las cuales sus torturadores golpeaban con mazos, mientras la voz fra, insistente, de Guillermo de Nogaret, guardasellos del reino, lo apremiaba a confesar. Pero confesar qu...?, y se haba desvanecido. Sobre su carne lacerada, desgarrada, la suciedad, la humedad y la falta de alimentos, hicieron su obra. Haba padecido tambin, ltimamente, el tormento de la garrucha, tal vez el ms espantoso de todos los que sufriera. Ataron a su pie derecho el peso de ochenta kilos y por medio de una cuerda y de una polea, lo izaron, a l, a un anciano!, hasta el techo. Y siempre con la voz siniestra de Guillermo de Nogaret: Vamos, messire, confesad... Y como se obstinara en negar, tiraron de l una y otra vez, ms fuerte y ms rpido, del suelo a la bveda. Sintiendo que sus miembros se desgarraban, que le estallaba el cuerpo, comenz a gritar que confesara, s, todo, cualquier crimen, todos los crmenes del mundo. S, los Templarios practicaban la sodoma entre ellos; s, para entrar en la Orden deban escupir sobre la cruz; s, adoraban a un dolo con cabeza de gato; s, se entregaban a la magia, a la hechicera, al culto del diablo; s, malversaban los fondos que les haban fomentado una conspiracin contra el Papa y el rey... Y qu ms, qu ms? Jacobo de Molay se preguntaba cmo haba podido sobrevivir a todo aquello. Sin duda las torturas, sabiamente dosificadas, nunca haban sido llevadas hasta el extremo de hacerle correr peligro de muerte, y tambin porque la constitucin de un viejo caballero hecho a la guerra tena mayor resistencia de la que l mismo supona. Se arrodill, con los ojos fijos en el rayo de la luz del respiradero. -Seor, Dios mo dijo -, por qu pusisteis menos fuerza en mi alma que en mi cuerpo? He sido indigno de dirigir la Orden? No me evitasteis caer en la cobarda, evitad, Seor, que caiga en la locura. Ya no podr resistir mucho tiempo, siento que no podr.

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    Haca siete aos que estaba encadenado; slo sala de la prisin para ser arrastrado ante la comisin inquisidora y sometido a toda clase de amenazas de legistas y presiones de telogos. Con semejante trato, no era de extraar que temiera volverse loco. A menudo haba intentado domesticar una pareja de ratones que acuda todas las noches a roer los restos de su pan. Pasaba de la clera a las lgrimas; de la crisis de devocin, al deseo de violencia; del enervamiento, a la furia. -Lo pagarn! se repeta -. Lo pagarn! Quin deba pagar? Clemente, Guillermo, Felipe, el Papa, el guardasellos, el rey... Moriran. Molay no saba cmo, pero seguramente en medio de atroces sufrimientos. Tendran que expiar sus crmenes. Remachaba sin cesar los tres nombres aborrecidos. Todava de rodillas y con la barba alzada hacia el tragaluz, el gran maestre suspir. -Gracias, Seor, Dios mo, por haberme dejado el odio. Es la nica fuerza que me sostiene. Se incorpor con esfuerzo y volvi al banco de piedra empotrado en el muro, que le serva de asiento y de lecho. Quin hubiera imaginado que llegara a ese extremo? Su pensamiento lo llevaba continuamente hacia su juventud, hacia el adolescente que fuera cincuenta aos atrs, cuando descendi por las laderas de su Jura natal para correr gran aventura. Como todos los segundones de la nobleza, haba soado con vestir el largo manto blanco con la cruz negra que era el uniforme de la Orden del Temple. El solo nombre de Templario evocaba entonces exotismo y epopeya; los navos con las velas henchidas singlando hacia Oriente sobre el mar azul, las cargas al galope en las arenas, los tesoros de Arabia, los cautivos rescatados, las ciudades tomadas y saqueadas, las fortalezas gigantescas. Se deca tambin que los Templarios tenan puertos secretos donde embarcaban hacia continentes desconocidos... Jacobo de Molay haba realizado su sueo; haba navegado y haba habitado fortalezas rubias de sol, haba marchado orgullosamente a travs de ciudades lejanas, por calles perfumadas de especias e incienso, vestido con el soberbio manto, cuyos pliegues caan hasta las espuelas de oro. Haba ascendido en la jerarqua de la Orden mucho ms de lo que nunca se habra atrevido a esperar, sobrepasando todas las dignidades, hasta que por fin sus hermanos lo eligieron para desempear la suprema funcin de gran maestre de Francia y de Ultramar, al mando de quince mil caballeros. Todo para concluir en aquel stano, en aquella podredumbre y desnudez. Pocos destinos mostraban tan prodigiosa fortuna seguida de tan gran decadencia... Jacobo de Molay, con ayuda de un eslabn de su cadena, trazaba en el tabique del muro vagos diseos que figuraban las letras de Jerusalem,

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    cuando oy pesados pasos y ruido de armas en la escalera que descenda hasta su calabozo. La angustia volvi a oprimirlo, pero esta vez con motivo. La puerta rechin al abrirse y, detrs del carcelero, Molay distingui a cuatro arqueros con tnica de cuero y la pica en la mano. Delante de sus caras el aliento formaba tenues nubecillas de vapor. -Venimos en vuestra busca, messire dijo el jefe del pelotn. Molay se levant sin decir palabra. El carcelero se acerc, y con grandes golpes de martillo y buril hizo saltar el pasador que una la cadena a las anillas de hierro, que aprisionaban los tobillos del prisionero. Este ajust a sus hombros descarnados su manto de gloria, ahora simple harapo grisceo cuya cruz negra se deshaca en girones sobre la espalda. Luego se puso en marcha. An le restaba a aquel anciano agotado, tambaleante, cuyos pies entorpecidos por el peso de los hierros suban los escalones de la torre cierta apostura del jefe guerrero que, desde Chipre, mandaba a todos los cristianos de Oriente. Seor Dios mo, dadme fuerzas murmuraba en su fuero ntimo. Slo un poco de fuerza. Para encontrarla iba repitiendo los nombres de sus tres enemigos Clemente, Guillermo, Felipe... La bruma colmaba el vasto patio del Temple, encapuchaba las torrecillas del muro exterior, se deslizaba entre las almenas y acolchaba la aguja de la gran iglesia de la Orden. Un centenar de soldados con las armas en el suelo se hallaban reunidos alrededor de una carreta abierta y cuadrada. De ms all de las murallas llegaba el rumor de Pars y, algunas veces, el relincho de un caballo cruzaba los aires con desgarradora tristeza. En medio del patio, messire Aln de Pareilles, capitn de los arqueros del rey, el hombre que asista a todas las ejecuciones, que acompaaba a los condenados hacia los juicios y al palo del tormento, caminaba con paso lento impasible el rostro, con expresin de fastidio. Sus cabellos de color de acero le caan en cortos mechones sobre la frente cuadrada. Llevaba cota de malla, espada al cinto y sostena su casco bajo el brazo. Volvi la cabeza al or que sala el gran maestre, y ste al verlo, sinti que palideca, si an era capaz de palidecer. Por lo general no se desplegaba tanto aparato para los interrogatorios; nunca haba carretas ni hombres armados. Algunos guardias del rey iban en busca de los acusados para pasarlos en una barca al otro lado del Sena, comnmente a la cada de la tarde. -Entonces, es cosa juzgada? pregunt Molay al capitn de los arqueros. -Lo es, messire respondi ste. -Sabis cul es el fallo, hijo mo? dijo Molay, tras breve vacilacin.

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    -Lo ignoro, meciere. Tengo orden de conduciros a Notre Dame para escuchar la sentencia. Hubo un silencio, y luego Jacobo de Molay volvi a preguntar: -En qu da estamos? -Hoy es lunes, despus de san Gregorio. La fecha corresponda al 18 de marzo de 1314. (El calendario utilizado en la Edad Media no era el mismo que se emplea actualmente y variaba en los distintos pases. En Alemania, Espaa, Suiza y Portugal, el ao oficial empezaba el da de Navidad; en Venecia, el 1 de marzo; en Inglaterra, el 25 de marzo; en Roma, tanto el 25 de enero como el 25 de marzo; en Rusia, en el equinoccio de primavera. En Francia el ao oficial comenzaba por Pascua. Esta singular costumbre de tomar una fecha mvil como punto de partida del ao (llamado mtodo de Pascuas, mtodo francs o mtodo antiguo) determinaba que los aos tuvieran una duracin variable, entre trescientos treinta o cuatrocientos das. Algunos aos tenan dos primaveras, unas el comienzo y otra al final. Este mtodo antiguo es fuente de innumerables confusiones y de grandes dificultades para establecer una fecha exacta. De acuerdo con el antiguo calendario, el final del proceso de los Templarios tuvo lugar en 1313, puesto que Pascua el ao 1314 cay el 7 de abril. Hacia 1564, durante el reinado de Carlos IX, penltimo rey de la dinasta de los Valois, fue fijado el primero de enero como fecha de comienzo del ao. Rusia adopt el mtodo nuevo en 1725, Inglaterra en 1752, y Venecia, la ltima en adoptarlo, lo hizo despus de ser conquistada por Bonaparte. Las fechas de este relato corresponden, naturalmente, al mtodo nuevo.) Me llevan hacia la muerte? se preguntaba Molay. De nuevo se abri la puerta de la torre y, escoltados por guardias, hicieron su aparicin otros tres dignatarios de la Orden, el visitador general, el preceptor de Normanda y el comandante de Aquitania. Tambin ellos tenan cabellos blancos, blancas barbas hirsutas y prpados entornados sobre enormes rbitas; sus cuerpos flotaban embutidos en los mantos harapientos. Durante unos instantes permanecieron inmviles, parpadeando como grandes pjaros nocturnos deslumbrados por la luz del da. El primero en precipitarse para abrazar al gran maestre, enredndose en sus cadenas, fue el preceptor de Normanda, Godofredo de Charnay. Una larga amistad una a ambos. Jacobo de Molay haba apadrinado en su carrera a Charnay, diez aos ms joven que l, en quin vea a su sucesor. Una profunda cicatriz cortaba la frente de Charnay. Era una huella de antiguo combate, en el que un golpe de espada le haba desviado tambin la nariz. Aquel hombre rudo de rostro cincelado por la guerra hundi la frente en el hombro del gran maestre para ocultar sus lgrimas. -Animo, hermano mo, nimo dijo ste, estrechndole en sus brazos-. Animo, hermanos mos repiti luego al abrazar a los otros dos dignatarios. Se acerc un carcelero.

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    -Messire, tenis derecho a ser desherrados dijo. El gran maestre separ las manos con gesto amargo y fatigado. -No tengo el denario respondi. Pues para que les quitaran las argollas a cada salida los Templarios deban pagar un denario de la cantidad que se les destinaba para pagar la innoble pitanza, el jergn de la celda y el lavado de la camisa. Otra crueldad supletoria de Nogaret, muy acorde con sus procedimientos! Eran inculpados, no condenados, tenan pues derecho a una indemnizacin por su mantenimiento; pero estaba calculada de tal forma que ayunaban cuatro das de cada ocho, dorman sobre piedra y se pudran en la suciedad. El preceptor de Normanda sac de un viejo bolso de cuero que penda de su cintura los dos denarios que le quedaban y los arroj al suelo, uno para sus hierros y otro para los del gran maestre. -Hermano! exclam Jacobo de Molay, intentando impedrselo. -Para lo que nos va a servir... repuso Charnay -. Aceptadlos, hermano; no veis en ello ningn mrito. -Si nos deshierran, puede ser buena seal dijo el visitador general -. Tal vez el Papa haya intercedido por nosotros. Los pocos dientes y rotos que le quedaban le hacan emitir un silbido al hablar, y tena las manos hinchadas y temblorosas. El gran maestre se encogi de hombros y seal los cien arqueros alineados. -Preparmonos a morir, hermano respondi. -Ved lo que han hecho gimi el comandante de Aquitania, recogiendo su manga. -Todos hemos sido torturados respondi el gran maestre. Desvi la mirada, como lo haca siempre que se le hablaba de torturas. Haba cedido y firmado confesiones falsas y no se lo perdonaba. Con los ojos recorri el inmenso recinto, sede y smbolo del podero del Temple. Por ltima vez- pens. Por ltima vez contemplaba aquel formidable conjunto, con su torren, su iglesia, sus edificios, casas, patios y huertos, verdadera fortaleza en pleno Pars. (El palacio del Temple, sus anexos, sus cultivos y las calles vecinas formaban el barrio del Temple que an conserva este nombre. En la misma gran torre que sirvi de calabozo a Jacobo de Molay fue encarcelado Luis VI, cuatro siglos y medio despus. Slo sali de all para ir a la guillotina. La torre desapareci en 1811.) Era all donde los Templarios, desde haca siglos, haban vivido, orado, dormido, juzgado, organizado y decidido sus lejanas expediciones; en ese torren haba sido depositado el tesoro del reino de Francia, confiado a su cuidado y administracin. All haban hecho su entrada, despus de las desastrosas expediciones de san Luis y la prdida de Palestina y de

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    Chipre, arrasando en pos de s sus escuderos, los mulos cargados de oro, los corceles rabes y los esclavos negros. Jacobo de Molay volva a revivir aquel retorno de vencidos, que conservaba an aire de epopeya. Nos habamos vuelto intiles y no lo sabamos pensaba el gran maestre -. Seguamos hablando de cruzadas y de reconquistas... Tal vez conservbamos demasiada altanera y privilegios, sin que nada lo justificara. De milicia permanente de la Cristiandad se haban convertido en banqueros omnipotentes de la Iglesia de la realeza. Cuando uno tiene muchos deudores, adquiere rpidamente enemigos. Ah, la maniobra real haba sido bien llevada! El drama se inici el da en que Felipe el Hermoso pidi ingresar a la Orden, con la evidente intencin de convertirse en gran maestre. El cabildo haba respondido con una negativa tajante y sin apelacin. Me equivoqu? se preguntaba Jacobo de Molay por centsima vez -. No fui demasiado celoso de mi autoridad? No, no poda proceder de otra manera; nuestra regla era terminante: ningn prncipe soberano poda gozar de mando en nuestra Orden. El rey Felipe jams haba olvidado aquella insultante repulsa. Comenz a actuar con astucia, y sigui colmando de favores y de pruebas de amistad a Molay. Acaso el gran maestre no era padrino de su hija Isabel? No era, por ventura, el sostn del reino? Pero pronto el tesoro real fue transferido del Temple al Louvre. Al mismo tiempo, se inici una sorda y venenosa campaa de denigracin contra los Templarios. Se deca, y se haca decir en los lugares pblicos y en los mercados, que especulaban con la cosecha y que eran responsables del hambre; que pensaban ms en acrecentar su fortuna que en reconquistar el Santo Sepulcro de mano de los paganos. Como usaban el rudo lenguaje de la milicia, se les tildaba de blasfemos. Se invent la expresin Jurar como Templario. Y de la blasfemia y la hereja slo hay un paso. Se deca que tenan costumbres contrarias a la naturaleza y que sus esclavos negros eran hechiceros... Claro que no todos nuestros hermanos olan a santidad y que a muchos la inactividad les perjudicaba. Se deca, sobre todo, que durante las ceremonias de recepcin obligaban a los nefitos a renegar de Cristo a escupir sobre la Cruz y que se les someta a prcticas obscenas. Con el pretexto de acallar estos rumores, Felipe haba propuesto al gran maestre, por el honor de la Orden, iniciar una investigacin. Y acept pensaba Molay -. Fui despreciablemente engaado... me mintieron. Pues un cierto da del mes de octubre de 1307... Ah, cmo recordaba Molay aquel da!... Era un viernes da 13... La vspera, todava me

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    abrazaba y me llamaba su hermano, otorgndome el primer lugar en el entierro de su cuada, la emperatriz de Constantinopla... El viernes 13 de octubre de 1307, el rey Felipe, mediante una gigantesca redada policial preparada con mucha anticipacin, haca detener al alba a todos los Templarios de Francia, bajo inculpacin de hereja, en nombre de la Inquisicin. Y el mismo Nogaret haba venido a apresar a Jacobo de Molay y a los ciento cuarenta caballeros de la casa matriz. El grito de una orden hizo sobresaltar al gran maestre. Messire Aln de Pareilles haca alinearse a sus arqueros. Se haba puesto el yelmo; y un soldado sostena su caballo y le presentaba el estribo. -Vamos dijo el gran maestre. Los prisioneros fueron empujados hacia la carreta. Molay subi primero. El comandante de Aquitania, el hombre que haba rechazado a los turcos en San Juan de Arce no sala de su aturdimiento; fue preciso izarlo. El hermano visitador mova los labios hablando a solas sin cesar. Cuando a Godofredo de Charnay le lleg el turno de subir, un perro invisible comenz a aullar del lado de los establos. Luego, tirada por cuatro caballos a la pesada carreta se puso en movimiento. Se abri el gran portal y se elev un inmenso clamor. Varios cientos de personas, todos los habitantes del barrio del Temple y de los barrios vecinos se apretujaban contra las paredes. Los arqueros de la vanguardia tuvieron que apelar a golpes de pica para abrirse camino. -Paso a la gente del rey! gritaban los arqueros. Aln de Perilles dominaba el tumulto, erguido en su cabalgadura y con su sempiterna expresin impasible y ceuda. Pero al aparecer los Templarios, ces el clamor en el acto. Ante el espectculo de aquellos cuatro hombres viejos y desencarnados, que las sacudidas de la carreta lanzaban unos contra otros, los parisienses tuvieron un momento de mudo estupor, de espontnea compasin. Luego se oyeron gritos de: Muerte a los herejes!, lanzados por guardias reales mezclados entre la multitud. Entonces, aquellos que siempre estn dispuestos a apoyar al poderoso y mostrar bravura cuando nada se arriesga, iniciaron su concierto de voces destempladas: -A la hoguera! -Ladrones! -Idlatras! -Miradlos! Hoy no estn tan orgullosos esos paganos! A la hoguera! Insultos, burlas y amenazas surgan al paso del cortejo. Pero la furia no era general. Gran parte de la multitud segua guardando silencio, y ese silencio, por prudente que fuera, no resultaba menos significativo. Pues en siete aos el sentimiento popular haba cambiado. Se saba cmo haba sido llevado el proceso. Muchos se haban topado con Templarios a la puerta de las iglesias, mostrando al pueblo los huesos quebrados en el

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    potro de los tormentos. En varios pueblos de Francia se haba visto morir a los caballeros por decenas en las hogueras. Se saba que algunos eclesisticos se haban negado a participar en el juicio y que fue necesario nombrar nuevos obispos, como el hermano del primer ministro, Marigny, para llevar a cabo la tarea. Se deca que el propio Papa Clemente V, haba cedido contra su deseo, porque estaba en manos del rey y tema padecer la misma suerte de su predecesor, el Papa Bonifacio, abofeteado en su trono. Adems, en aquellos aos, el trigo no se haba vuelto ms abundante, el pan se haba encarecido, y era preciso admitir que los Templarios no tenan la culpa. Veinticinco arqueros, con el arco en banderola y la pica al hombro, marchaban delante de la carreta, veinticinco ms iban a cada lado, y otros tantos cerraban el cortejo. AH, si an nos quedara un pice de fuerza en el cuerpo!, - pensaba el gran maestre. A los veinte aos hubiera saltado sobre un arquero, le habra arrancado la pica y hubiera intentado escapar o bien habra luchado hasta morir. Detrs de l, el hermano visitador murmuraba entre sus dientes rotos: -No nos condenarn. No puedo creer que nos condenen. Ya no somos peligrosos. El comandante de Aquitania, en medio de su atontamiento murmuraba: -Qu agradable es salir! Qu agradable, respirar aira fresco! Verdad, hermano? El preceptor de Normanda pos la mano sobre el brazo del gran maestre. -Messire dijo en voz baja -, veo que en medio de la multitud algunas gentes lloran y otras de persignan. No estamos solos en nuestro calvario. -Esas gentes pueden compadecernos; pero no pueden hacer nada por salvarnos respondi Jacobo de Molay -. No. Busco otras caras. El preceptor comprendi a qu ltima e insensata esperanza se aferraba el gran maestre. Sin proponrselo tambin se dedic a escrutar la multitud. Pues un cierto nmero de caballeros del Temple haba escapado de la redada de 1307. algunos se refugiaron en los conventos, otros se enclaustraron y vivan en la clandestinidad, ocultos en la campia y en los pueblos; otros huyeron a Espaa, donde el rey de Aragn, negndose a cumplir las imposiciones del rey de Francia y del Papa, reconoci sus encomiendas a los Templarios y fund con ellos una nueva Orden. Y restaban, por fin, aquellos que, despus de un juicio ante los tribunales relativamente clementes, fueron confiados a la custodia de los Hospitalarios. Muchos de esos caballeros seguan vinculados entre s y mantenan una especie de red secreta. Y Jacobo de Molay se deca que tel vez... Tal vez haban preparado una conspiracin... tal vez en la esquina de Blancs-Manteaux, o en la calle de la Bretonnerie, o del claustro de Saint Merry, surgiera un grupo de hombres, que, sacando sus armas de debajo

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    de las cotas, se abalanzara sobre los arqueros; mientras otros, apostados en las ventanas, arrojaran proyectiles. Un carro, lanzado al galope, podra bloquear el paso y acabar de sembrar el pnico... Mas, por qu habran de hacer nuestros antiguos hermanos tal cosa? pens Molay -. Para liberar a su gran maestre que los ha traicionado, que ha renegado de la Orden, que ha cedido a las torturas...? No obstante, se obstinaba en observar a la multitud lo ms lejos posible; pero slo distingua a padres de familia con sus nios sobre los hombros, nios que ms tarde cuando se mentara delante de ellos a los Templarios, slo recordaran a cuatro ancianos barbudos y temblorosos rodeados de soldados como pblicos malhechores. El visitador general segua murmurando para s, y el vencedor de San Juan de Arce no cesaba de repetir lo agradable que era dar un paseo por la maana. El gran maestre sinti que se formaba en su interior la misma clera semidemente que lo asaltaba con frecuencia en la prisin, hacindole gritar y golpear los muros. Seguramente ejecutara un acto de violencia. No saba qu... pero senta la necesidad de realizarlo. Admita su muerte casi como una liberacin, mas no acertaba a morir injustamente y mucho menos, deshonrado. El prolongado hbito de la guerra agitaba por ltima vez su sangre de anciano. Quera morir combatiendo. Busc la mano de Godofredo de Charnay, su amigo, su compaero, el ltimo hombre fuerte que tena a su lado, y la estrech. El preceptor, alzando los ojos, vio sobre las sienes hundidas del gran maestre las arterias que latan serpenteando como azules culebras. El cortejo llegaba al puente de Notre Dame.

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    III LAS NUERAS DEL REY Un sabroso olor a harina tostada, a miel y a manteca perfumaba el aire en torno al azafate de mimbre. -Calientes, barquillos calientes! No todos los comern! Probadlos, burgueses, probadlos!Barquillos calientes! gritaba el buhonero, accionando detrs del horno al aire libre. Lo haca todo a la vez: estiraba la masa, retiraba del fuego las galletas cocidas, devolva el cambio y vigilaba a los pilletes para impedirles sus rateras. -Barquillos calientes! Tan atareado estaba que no prest atencin al cliente cuya blanca mano deposit un denario sobre la tabla, en pago de una delgada galleta. Pero s se fij en que la misma mano dejaba el barquillo, que apenas mostraba la huella de un mordisco. -Mal gusto tiene! dijo atizando el fuego -. El se lo pierde: trigo candeal y manteca de Vaugirard... De pronto se irgui y qued boquiabierto, con la ltima palabra detenida en su garganta, al ver a quin se haba dirigido. Un hombre de elevada estatura, de ojos inmensos e inmviles, que llevaba caperuza blanca y tnica hasta las rodillas... Antes de que pudiera esbozar una reverencia o balbucir una excusa el hombre de la caperuza se haba alejado. El pastelero, con los brazos cados, lo miraba perderse entre la multitud, mientras la hornada de barquillos amenazaba quemarse. Las calles que comprendan el mercado de la ciudad, segn decan los viajeros que haban recorrido frica y Oriente, se parecan mucho en esos tiempos al zoco de una ciudad rabe. Igual bullicio incesante, iguales tiendas minsculas pegadas unas a otras, iguales olores a grasa cocida, especias u cuero, igual parsimonia de los compradores y de los mirones, que a duras penas se abran paso. Cada calle, cada callejn tena su especialidad, su oficio particular; aqu los tejedores, cuyas lanzaderas corran sobre los telares en la trastienda; all los zapateros, claveteando sobre las hormas de hierro; ms lejos los guarnicioneros tirando de las leznas, y los carpinteros moldeando patas de banquetas. Haba la calle de los pjaros, de las hierbas, de las legumbres, y la de los herreros, cuyos martillos resonaban sobre los yunques. Los orfebres se agrupaban a lo largo del muelle del mismo nombre, trabajando en torno de sus pequeos braceros. Estrechas franjas de cielo asomaban entre las casas hechas de madera y de argamasa, con las fachadas tan prximas que de una ventana a otra era fcil darse la mano. Por todas partes el pavimento estaba cubierto de

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    un fango maloliente, por el cual la gente, segn su condicin social, arrastraba los pies descalzos, las suelas de madera o los zapatos de cuero. El hombre de altos hombros y caperuza blanca segua avanzando lentamente por entre la turba, con las manos a la espalda, despreocupado, al parecer, de los empellones que reciba. Por otra parte, muchos le cedan el paso y lo saludaban. Responda entonces con un leve movimiento de cabeza. Tena figura de atleta; sus cabellos rubios, ms bien rojos, sedosos, terminados por rizos que le caan casi hasta los hombros, enmarcaban su rostro regular, impasible, de una rara belleza de rasgos. Tres guardias reales, vestidos de azul y llevando colgado del brazo el bastn terminado por la flor de lis, insignia de su cargo, seguan al paseante a cierta distancia sin perderlo de vista jams, detenindose cuando l de detena y reanudando la marcha al mismo tiempo que l. (Los guardias (sergents en el original) eran funcionarios subalternos encargados de diferentes tareas de orden pblico y de la ejecucin de la justicia. Su misin se confunda con la de los hujieres (guardianes de las puertas) y la de los maceros. Entre sus atribuciones se contaba la de preceder o escoltar al rey, los ministros, los miembros del Parlamento y profesores de la Universidad. La vara de los actuales agentes de polica francesa tiene su remoto origen en el bastn de los guardias de antao. As como la maza que llevan los maceros en las ceremonias universitarias. En 1254 haba sesenta guardias de este gnero adscritos a la polica de Pars.) De pronto, un joven de jubn ceido, arrastrado por tres grandes lebreles que llevaba atados a una correa, desemboc de una callejuela lateral y vino a chocar contra l, derribndolo casi. Los perros se enredaron y comenzaron a ladrar. -Fijaos por donde caminis! grit el joven, con marcado acento italiano -. Poco falt para que me atropellarais los perros! Me habra gustado que os hubieran mordido. Dieciocho aos a lo sumo, bien moldeado a pesar de su pequea talla, de ojos negros y fina barbilla, plantado en medio del callejn, levantaba la voz para hacerse el hombre. Mientras desenredaba la tralla continu: -Non si puo vedere un cretino peggiore... (No se puede ver un cretino mayor) Pero ya lo rodeaban los tres guardias reales. Uno de ellos lo tom por el brazo y le murmur un nombre al odo. Al instante, el joven se quit el gorro y se inclin con grandes muestras de respeto. Se form un pequeo grupo. -En verdad, unos perros muy hermosos, de quin son? dijo el paseante, midiendo al muchacho con sus ojos inmensos y fros. -De mi to, el banquero Tolomei... para serviros - respondi el joven, inclinndose de nuevo.

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    Sin decir ms, el hombre de la caperuza blanca sigui su camino. Cuando se hubo alejado, as como sus guardias reales, la gente rode al joven italiano. Este no se haba movido del lugar y pareca digerir mal su equivocacin. Hasta los perros se mantenan expectantes. -Vedlo, ya no est orgulloso! se decan unos riendo. -Por poco no derriba al rey, y encima casi lo insulta! -Puedes irte preparando para dormir esta noche en la crcel, muchacho, con treinta latigazos en el cuerpo. El italiano hizo frente al coro de mirones: -Y qu querais? Jams la haba visto. Cmo poda reconocerlo? Adems, sabed, burgueses, que vengo de un pas donde no hay rey que nos haga pegarnos a las paredes. En mi ciudad de Siena, cada uno puede ser rey a su debido momento. Si alguien quiere algo de Guccio Baglioni, no tiene ms que decirlo! Haba lanzado su nombre como un desafo. La orgullosa susceptibili-dad de los toscanos ensombreca su mirada. En la cintura levaba una daga cincelada. Nadie insisti; el joven hizo chasquear los dedos para despabilar a los perros y prosigui su camino, menos seguro de lo que pretenda, preguntndose si su tontera no le acarreara molestas consecuencias. Pues acababa de atropellar al propio rey Felipe. El soberano, a quien nadie igualaba en podero, sola pasearse por su ciudad, como un simple burgus, informndose acerca de los precios, gustando las frutas, tanteando telas, escuchando las opiniones de la gente... Le tomaba el pulso a su pueblo. Los forasteros que ignoraban quin era, se dirigan a l para pedirle una simple informacin. Cierto da, un soldado lo detuvo para reclamarle la paga. Tan avaro de palabras como de dinero, era raro que, a cada salida, pronunciara mas de tres frases o gastara ms de tres monedas. El rey pasaba por el mercado de carnes cuando la campana mayor de Notre Dame comenz a sonar, al mismo tiempo que se elevaba un gran clamor. -Ah vienen! Ah vienen! El clamor se acercaba. La turba se agit y las gentes comenzaron a correr. Un obeso carnicero sali de detrs de un mostrador, cuchillo en mano, gritando: -Muerte a los herejes! Su mujer le asi de la manga, y le dijo: -Herejes? No ms que t! Qudate aqu haciendo tu oficio, que ms te conviene, gran holgazn! Se trabaron de la lengua; y en seguida se form un corro en torno a ellos. -Confesaros delante de los jueces! . segua diciendo el carnicero.

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    -Los jueces? replic alguien -. Siempre hacen igual. Juzgan por la boca de los que pagan. Todo el mundo comenz a hablar a la vez. -Los Templarios son unos santos. Siempre practicaron la caridad. -Bien estaba sacarles el dinero; pero no atormentarlos. -El rey era su principal deudor; acabados los Templarios, acabada la deuda. -El rey ha hecho bien. -El rey o los Templarios dijo un aprendiz -, lo mismo da. Que los lobos se devoren entre s; as no nos devorarn a nosotros. En este momento una mujer se volvi, palideci, e indic a los dems que se callaran. Felipe el Hermoso estaba detrs de ellos y los observaba con su mirada inmvil y glacial. Los guardias se haban acercado a l, dispuestos a intervenir. En un instante el grupo se dispers y sus componentes salieron a escape, exclamando a grandes voces: -Viva el rey! Mueran los herejes! El semblante del rey no haba cambiado de expresin. Se dira que no haba odo nada. Si sorprender a la gente le causaba placer lo mantena en secreto. El clamor creca sin cesar. El cortejo de los Templarios asomaba por el extremo de la calle, el rey, por el espacio abierto entre las casas, pudo ver durante unos instantes al gran maestre. De pie en la carreta, junto a sus tres compaeros, se mantena erguido; su aspecto era de mrtir pero no de vencido! Dejando que la turba se precipitara a contemplar el paso del cortejo, Felipe el Hermoso, con su mismo paso tranquilo, regres a palacio por calles bruscamente vacas. Bien poda el pueblo refunfuar un poco y el gran maestre erguir su viejo cuerpo quebrado. Dentro de una hora habra terminado, y la sentencia, en general, sera bien recibida. Dentro de una hora quedara colmada y rematada la obra de siete aos. El Tribunal Episcopal se haba pronunciado: los arqueros eran numerosos, las guardias vigilaban las calles. Dentro de una hora el caso de los Templarios sera borrado de los asuntos pblicos, y el poder real resultara acrecentado y reforzado. Incluso mi hija Isabel estara satisfecha. He atendido a su splica y he contentado a todo el mundo; pero ya era tiempo de acabar con esto, se deca el rey Felipe. Regres a su morada por la Galera Merciere. El palacio, arreglado cien veces, en el transcurso de los siglos, sobre viejos fundamentos romanos, acababa de ser renovado totalmente por Felipe y considerablemente agrandado.

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    Corran tiempos de reconstruccin, y los prncipes rivalizaban en ese punto. Lo que se estaba haciendo en Westminster haba sido terminado ya en Pars. De los antiguos edificios slo qued la Sainte Chapelle, construida por su abuelo san Luis. El nuevo conjunto de la Cit, con sus grandes torres blancas reflejndose en el Sena, era imponente, macizo, ostentoso. Aunque Felipe era muy cuidadoso con los gastos menores, no tacaeaba cuando se trataba de afirmar la pujanza del Estado. Pero como no despreciaba el menor provecho, haba concedido a los merceros, mediante el pago de una buena renta, el privilegio de vender en la gran galera del palacio, llamada por esa razn Galera Merciere, despus Galera Marchande. (Esa concesin, hecha a algunas corporaciones de mercaderes, de vender en la morada del soberano o en sus cercanas, parece porvenir de Oriente. En Bizancio, los mercaderes de perfumes gozaban del derecho de levantar tiendas frente a la entrada del palacio imperial, pues sus esencias era la cosa ms agradable que pudiera llegar hasta las narices del Basileus.) Este inmenso vestbulo alto y ancho como una catedral de dos naves, provocaba la admiracin de los visitantes. Sendos pilares servan de pedestal a las cuarenta estatuas de los reyes que se haban sucedido en el trono del reino de los francos, desde Faramundo y Moroveo. Frente a la estatua de Felipe el Hermoso se haba levantado la de Enguerrando de Marigny, coadjutor y rector y rector del reino, el hombre que haba inspirado y dirigido las obras. La galera, abierta para todos, se haba convertido en lugar de paseo, de citas de negocios y de encuentros galantes. Uno poda hacer all sus compras y codearse al mismo tiempo con prncipes. All se decida la moda. La multitud deambulaba incesantemente entre los azafates de los vendedores, bajo las grandes estatuas reales. Bordados, encajes, sedas, terciopelos y rasos; pasamanera, artculos de aderezo y pequea joyera se amontonaban all, tornasolaban y refulgan sobre los mostradores de encina, cuya trampa se quitaba por la tarde o se ponan sobre mesas de caballetes, o se colgaban en prtigas. Damas de la corte, burguesas y sirvientas iban de un escaparate a otro. Era un hervidero de discusiones, regateos, parloteos y risas, dominado todo por la charlatanera de los vendedores para cerrar el trato. Abundaban los acentos extranjeros, sobre todo los de Italia y de Flandes. Un mozo flacucho ofreca pauelos bordados, dispuestos sobre una harpillera de camo en el mismo suelo. -Ah, hermosas damas! exclamaba -, no os apena sonaros con los dedos o las mangas, cuando existen preciosos pauelos ideados para tal fin, que podis anudar graciosamente alrededor de vuestro brazo o de vuestra limosnera?

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    Poco ms all, otro entretenedor haca juegos malabares con bandas de encajes de Malinas y las alzaba tan alto que sus blancos arabescos rozaban las espuelas de Luis el Gordo. -Lo regalo, lo doy! A seis denarios la pieza. Quin de vosotras no tiene seis denarios par hacerse pechos provocativos? Felipe el Hermoso atraves la Galera en toda su extensin. La mayora de los hombres se inclinaban a su paso, y las mujeres esbozaban una reverencia. Sin darlo a entender, al rey le placa esa animacin y las muestras de deferencia que reciba. La grave campana de Notre Dame segua taendo; pero su sonido llegaba all atenuado y disminuido. Al final de la galera, no lejos de la gran escalinata, haba un grupo de tres personas, dos mujeres muy jvenes y un mozalbete, cuya belleza, presencia y prestancia atraan la discreta atencin de los paseantes. Las muchachas eran dos de las nueras del rey, a quienes el pueblo llamaba las hermanas de Borgoa. Se parecan poco. Juana, la mayor, casada con el hijo segundo de Felipe el Hermoso, tena apenas veinte aos. Era alta, esbelta y de cabellos de color entre castao y ceniciento, con porte un poco estudiado y grandes ojos oblicuos como de lebrel. Vesta con sobria simplicidad, casi rebuscada. Aquel da llevaba un largo vestido de terciopelo gris claro, con mangas ajustadas, sobre el cual luca una sobrevesta bordeada de armio hasta las caderas. Su hermana Blanca, esposa de Carlos de Francia, el menor de los prncipes reales, era ms pequea, ms torneada, ms sonrosada, ms espontnea. A sus dieciocho aos conservaba todava los hoyuelos de la niez en las mejillas. Tena cabellos de un rubio clido, ojos de color castao claro, muy brillantes; y sus dientes eran pequeos y transparentes. Vestirse representaba para ella ms una pasin que un juego. Se entregaba a ello con cierta extravagancia que no siempre era de buen gusto. En la frente y en el cuello, las mangas y la cintura, exhiba la mayor cantidad de alhajas posible. Sus vestidos estaban siempre bordados con hilos de oro y perlas. Pero tena tanta gracia, y pareca tan contenta de s misma que se le perdonaba de buen grado esta tonta profusin. El joven que estaba con las princesas vesta como un oficial de casa soberana. Haba una cuestin en este pequeo grupo sobre un asunto de cinco das, que se discuta a media voz con tendencia a agitacin. Acaso es razonable atormentarse tanto por cinco das?, preguntaba la condesa de Piotiers. El rey surgi detrs de una columna que haba ocultado su proximidad. -Buenos das, hijas mas dijo. Los jvenes callaron bruscamente. El hermoso muchacho hizo una profunda reverencia y se apart un paso, con los ojos fijos en el suelo. Las

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    dos jvenes, luego de doblar la rodilla, se quedaron mudas, ruborizadas, un tanto confundidas. parecan tres personas sorprendidas en falta. -Y bien, hijas mas! agreg el rey -. Se dira que estoy de ms en vuestra charla. Qu estabais contando? No le sorprenda la acogida. Estaba acostumbrado a ver a todo el mundo, aun a sus familiares ms prximos, intimidados con su presencia. Un muro de hielo se alzaba entre l y los que lo rodeaban. Ya no se sorprenda; pero lo apenaba. Sin embargo, crea hacer todo lo posible para mostrarse asequible y amable. Blanca fue la primera en recobrar su aplomo. -Debis perdonarnos, sire dijo -. Pero no es fcil repetir nuestras palabras! -Por qu eso? -Porque estbamos hablando mal de vos respondi Blanca. -De verdad? dijo Felipe, no sabiendo si bromeaba. Lanz una ojeada al muchacho, quien, un poco apartado, pareca incmodo, y lo designo con la barbilla. -Quin es ese doncel? pregunt. -Messire Felipe de Aunay, escudero de nuestro to de Valois respondi la condesa de Poitiers. El joven volvi a saludar. -No tenis un hermano? dijo, dirigindose al escudero. -Si, sire. Est al servicio de monseor de Poitiers respondi el joven Felipe de Aunay, enrojeciendo y con voz insegura. -Eso es; siempre os confundo dijo el rey. Luego, volvindose a Blanca: -Y qu decais de malo, hija ma? -Juana y yo estbamos de acuerdo en no perdonaros, padre mo, pues van cinco noches seguidas que nuestros maridos nos descuidan, ya que los retenis hasta muy tarde en las sesiones del consejo o los alejis por asuntos del reino. -Hijas mas, hijas mas, sas no son palabras para decir en voz alta. Era pdico por naturaleza y se deca que guardaba absoluta castidad, desde que haba quedado viudo haca nueva aos. Pero no poda enojarse con Blanca. Su vivacidad, su alegra y su audacia para decirlo todo, lo desarmaban. Estaba divertido y perplejo a la vez. Sonri, cosa que raramente suceda. -Y qu dice la tercera? - Aadi. Aluda a Margarita de Borgoa, prima de Juana y de Blanca, casada con el heredero del trono, Luis, rey de Navarra. -Margarita? exclam Blanca -. Se encierra en su aposento, pone cara triste y dice que sois tan malvado como hermoso. Otra vez volvi el rey a sentirse indeciso, preguntndose cmo deba tomar las ltimas palabras. Pero eran tan lmpidas y tan cndida la mirada

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    de Blanca! Era la nica que se atreva a bromear con l, que no temblaba en su presencia. -Pues bien! Tranquilizad a Margarita y tranquilizaos, Blanca; Luis y Carlos os harn compaa esta noche. Hoy es buen da para el reino dijo Felipe el Hermoso -. No se celebrar consejo esta noche. En cuanto a vuestro esposo, Juana, que ha ido a Dole y a Salins a vigilar los intereses de vuestro condado, no creo que tarde ms de una semana. -Entonces me preparo a festejar su vuelta dijo Juana, inclinando su bella cabeza. Para el rey Felipe, la conversacin que acababa de sostener era muy larga. Volvi la espalda bruscamente a sus interlocutores y se alej sin despedirse, hacia la gran escalera que conduca a sus habitaciones privadas. -Uf! dijo Blanca, con la mano sobre el pecho, vindolo desaparecer -. De buena nos hemos librado. -Cre desfallecer de miedo dijo Juana. Felipe de Aunay estaba rojo hasta la raz de los cabellos, no ya de confusin, como poco antes, sino de clera. -Gracias por vuestras palabras al rey dijo secamente a Blanca -. Son cosas muy agradables de or. -Y qu querais? exclam Blanca. Acaso vos lo hubierais hecho mejor? Os quedasteis pasmado y tartamudeante. Se nos vino encima sin que lo notramos; tiene el odo ms fino del reino. Por si haba escuchado las ltimas palabras, era la nica manera de engaarlo. En lugar de recriminarme deberais felicitarme, Felipe. -No empecis de nuevo dijo Juana -. Caminemos, recorramos las tiendas, dejemos este aire de conspiradores. -Messire prosigui Juana en vos baja -, os har notar que vos y vuestros estpidos celos son la causa de todo. Si no os hubierais puesto a gemir tan alto por los sufrimientos que os hace padecer Margarita, no habramos corrido el riesgo de que el rey nos oyera. Felipe conservaba su expresin sombra. -En verdad dijo Blanca -, vuestro hermano es ms agradable que vos. -Sin duda lo tratan mejor, de lo que me alegro por l respondi Felipe -. En efecto, soy un estpido, al dejarme humillar por una mujer que me trata como un lacayo, que me llama a su lecho cuando la vienen ganas, que me aleja cuando le pasan, que me tiene das enteros sin dar seales de vida, y que finge no conocerme cuando se cruza conmigo. Cul es el juego, a fin de cuantas? Felipe de Aunay, escudero de monseor el conde de Valois, era desde cuatro aos el amante de Margarita de Borgoa. La mayor de las nueras de Felipe el Hermoso. Y si osaba hablar de tal modo delante de Blanca de Borgoa, esposa de Carlos de Francia, era porque Blanca era la amante de su hermano, Gualterio de Aunay, escudero del conde de Poitiers. Y si

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    poda descararse delante de Juana, Condesa de Poitiers, era porque sta, aunque no era amante de nadie, favoreca, un poco por flaqueza y otro poco por diversin, las intrigas de las otras dos nueras reales, combinando entrevistas y facilitando encuentros. As, en aquel anticipo de primavera de 1314, el da mismo en que los Templarios iban a ser juzgados, cuando tan grave asunto era la principal preocupacin de la corona, dos hijos del rey de Francia, el Mayor, Luis, y el menor Carlos, llevaban los cuernos, por obra y gracia de dos escuderos, pertenecientes uno a la casa de su to, el otro a la de su hermano, y todo bajo la tutela de su hermana poltica, Juana, esposa constante, aunque benvola celestina, que senta un turbio placer viviendo los amores ajenos. -En todo caso, nada de torre de Nesle esta noche dijo Blanc