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1 | P á g i n a
Duna Encantada
Duna Encantada, dirigida por José Vásquez Peña, con una
orientación diferente, es una revista que desde su aparición
(1987, Junio) es editada en plaquetas monotemáticas. Está
dedicada, exclusivamente, a difundir la literatura iqueña. Han
aparecido varios números hasta el año actual (2012).
Pueden distinguirse cuatro épocas bien marcadas en su
trayectoria:
La primera, que abarca desde su aparición,
hasta octubre de 1996; en esta etapa aparecen 18
números en su serie mayor: He aquí el listado:
1. Fiesta del Huarango o del árbol en la vendimia.
/ Jesús Cabel.
2. Ayacucho (Hoy 1984) / Miguel Sevillano Díaz.
3. La soledad como límite para recuperar la
palabra que es la vida. / Manuel Pantigoso
Pecero.
4. Ica Germinal. / Orfelinda Herrera de Ángeles.
5. Canto a Ica. / Joel Muñoz García.
6. Homenaje Nacional al poeta Nicanor de la
Fuente. / Manuel Pantigoso Pecero.
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7. Dos voces para un ejemplo. / Jesús Cabel y
José Vásquez Peña.
8. Ica Homenaje Esencial. / Augusto Escalante.
9. Danza de los Párpados en la Oscuridad. / José
Vásquez Peña.
10. Ica Telúrica. / Augusto Rojas Gasco.
11. Nazca del mito al rito de la palabra y Líneas de
Nazca. / José Vásquez Peña y Miguel Sevillano
Díaz.
12. El Canto Eterno del Curaca. / José Vásquez
Peña.
13. Aproximación al mundo mítico del hombre
iqueño intemporal. / José Vásquez Peña.
14. Desandar los días. / Miguel Sevillano Díaz.
15. Homenaje al XVI Encuentro de Escritores ARPE-
Ica. / Miguel Sevillano Díaz y José Vásquez
Peña.
16. Hilandero Sur y Derrotero de una voz Gastando
el tiempo. / Miguel Sevillano Díaz y José
Vásquez Peña.
17. El Hipocampo de Oro, abriendo las puertas del
maravilloso universo de la narrativa Fantástica
infanto - juvenil Peruana. / José Vásquez Peña.
18. Silencio para el Maestro. / Juan Contreras Sosa.
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En esta etapa, igualmente, se editó un número de la serie
Eureka, dedicada a la poesía de Javier Nestares.
En su segunda época (1998) se llegaron a publicar
dos números, con el auspicio de la Universidad
Privada Abraham Valdelomar de Ica:
1. Homenaje al XVII Encuentro de escritores de
Literatura Infantil y Juvenil, APLIJ, realizado en
la ciudad de Tacna. / Varios
2. Homenaje la XVIII Encuentro de Escritores y
Poetas ARPE – Ica / Varios
En su tercera época ( a partir del 2004) se dieron a
luz los siguientes números:
1. El Canto eterno del Curaca. / José Vásquez
Peña.
2. Muestra antológica. / Erika Vásquez Miranda.
3. El Señor del Pisco. / Wigberto Peña Pérez.
4. Cantos de Arena. / Augusto Escalante.
5. La vida y casi muerte de Pascual Tipismana.
José Vásquez Peña
6. Desde el espejo de la Paraca. Breve antología
poética. Autores varios
7. Cantata al terruño. Antología. Autores varios.
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8. Homenaje a Vallejo. Autores varios.
9. A orillas del Sauce o el exilio al lejano país de
arena.
10. Eliseo Carbajo, el hombre, la música y el
tiempo.
11. En el nudo de tiempo o el hallazgo definitivo
de la identidad poética
12. Juan Donaire Vizarreta: venero de iqueñidad.
13. El príncipe Chaucato: tradición e imaginación
creativa.
14. Imagen literaria del Cristo de Luren.
15. A la sombra de un huarango: La ironía y el
humor como recurso. narrativo
16. La niña de los ojos más poderosos del mundo.
José Vásquez Peña.
17. ¡Yo tampoco! José Luis Morón Moquillaza.
18. El parral de las ánimas. José Vásquez Peña.
19. El Hijo del Arco Iris. Wigberto Peña Pérez
20. Odisea al país del nunca regreso. José Vásquez
Peña.
21. Ica, apuntes monográficos. Infalible fuente de
iqueñidad o el telúrico retorno a la heredad.
22. Desfile de Zenón sobre las aguas de la muerte.
José Vásquez Peña.
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En su cuarta época (2011) se continua con las
siguientes publicaciones.
23. Manonga arrojada del infierno. José Vásquez
Peña.
24. El cantar del ruiseñor: Permanente elogio
poético - musical a la tierra iqueña. José
Vásquez Peña.
25. El increíble viaje al país de Duna Encantada:
Poesía, encantamiento e identidad cultural.
José Vásquez Peña.
26. Símbolos extraños y Canciones indestructibles:
Recuperación simbólica del universo marino.
José Vásquez Peña.
27. Danza de los Párpados en la oscuridad. José
Vásquez Peña.
28. Nohombre: Fulgurante visión polisémica de la
palabra poética y el acto lúdico. José Vásquez
Peña.
29. El muerto del mango rosado. José Vásquez
Peña.
30. Viaje hacia la realidad. José Vásquez Peña.
31. Aranvilca, el Curaca de la eternidad. José
Vásquez Peña.
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32. El arriero o el principio del camino. José
Vásquez Peña.
33. El camino encantado del amanecer. José
Vásquez Peña.
34. Inesperada tardanza en la cita. José Vásquez
Peña.
Explicitamos que en su cuarta época, urgidos por el reto de la
globalización e imbuidos por la necesidad de la defensa
indoblegable de nuestra identidad cultural, frente a la
globalización cultural, aparecemos en el ciberespacio,
contando para la realización de este proyecto con la
invalorable colaboración del plástico Oscar Paucas, actual
presidente de la ANEA- filial Ica.
En el ínterin, es decir entre las publicaciones ordinarias en
cada una de sus épocas, se han publicado ediciones especiales
de plaquetas, sin numeración, tales como:
- Hada de la Vendimia / José Vásquez Peña
- Despertar / El Vals de tiempo. Miguel Sevillano
Díaz, José Vásquez Peña.
- ¿Se acabó el caminito? / Miguel Sevillano Díaz.
7 | P á g i n a
- Desideratum. / José Vásquez Peña.
- Cabalgando sobre el horizonte. / José Vásquez
Peña.
- Poemas. / Erika Vásquez Miranda.
Igualmente, como información complementaria, cabe acotar
que con el sello de Duna Encantada se llegaron a editar dos
libros:
- La soledad del Viejo Huarango. José Vásquez
Peña. Ica 1988.
- Perrolandia. Juan Donaire Vizarreta. Ica, 1989.
Ica, Diciembre del 2012.
8 | P á g i n a
Danza de los Párpados en la
oscuridad
José Vásquez Peña
as mariposas rojas del sueño
revoloteando sobre sus ideas, en aspas,
eses, círculos. Sueño. Nebuloso
panorama. Su mano aplastando el séptimo
bostezo del amanecer. La perplejidad trepándose
a su rostro. Hiedra blanca. Sueño. Toda ella
asombro, asombro, luego que se desperezó y
me vio fatigado, con los ojos abiertos, muy
abiertos. Su sueño se metió en mi sueño y las
mariposas fueron entonces blancas nubes de
algodón y espuma en el blanquecino cielo de mi
¿pensamiento? dormido. Más allá del asombro
brotaron las palabras y dijo, ajá, qué milagro tus
ojos acostumbrados a mirar el mundo a media
mañana ahora compiten con los ojos de los
pájaros. Solamente falta que chauches como
chaucato. Mujer, respondí, anoche he sentido
que un minúsculo monstruo sigilosamente se
introdujo en mis huesos y después perdióse en
L
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ese laberinto óseo. Cada vez que yo hacía
amagos para conciliar el sueño, el endemoniado
tronaba mis huesos, mis articulaciones,
despertándome. Así me mantuvo en vigilia todo
el tiempo. Entonces pensé, lo que me sucede no
puede ser verdad. Esto definitivamente es una
terrible pesadilla, tengo que buscar la manera de
salir de ella, José Vega Veguita, en mejores
épocas, me había recomendado, muérdete
fuerte la punta de la lengua, es el mejor secreto
para lanzar la pesadilla lejos del umbral de la
conciencia. Hazlo y verás que pronto volando
sobre el níveo lomo de Pegaso, regresarás desde
la realidad onírica. Así lo hice, pero nada. No
encontraba la puerta para salir del maldito
sueño. Ese ni otros recursos dieron resultado y
sólo cuando agoté mis esfuerzos, entendí lo
incomprensible. Era realidad laberíntica y no
transparente sueño. Lo que cuento empezó ¡vaya
a saber cuándo! Desde ese perpetuo momento
no he podido fugar de esa cárcel con barrotes de
luz. ¿Habrá escape posible? Desesperación.
Angustia. Tiempo que discurre. Nuevamente
desesperación, hasta que ayer realicé un
experimento seductor, decidí apretarme el
10 | P á g i n a
cuello, fuerte, fuerte, para comprobar si por
asfixia podía dormir y sobre todo para arrojar al
diminuto engendro por la vértebra atlas, ahí lo
sentí, lo quise expulsar antes que su voracidad
corroyese mi cerebro. Evocación. Oigaoiga.
Evocación. Despacio, colóquenlo en la cama.
Visión borrosa, un mandil blanco con un
estetoscopio, reluciente, mi nariz se refleja en el
disquito en que termina la finísima manguera
como trenza fina de mujer. Algo frío se posa en
mi pecho desnudo, presiona, golpe de dedos,
presiona, avanza sobre mi corazón, presiona.
Una voz ¡ejem! Está bien. Otra vez el golpe de
dedos. Lo siento ahora sobre mis pulmones,
presiona, se retira. ¡Liberato! ¡Liberatooo!
Escucho, en este momento, voces lejanas, casi
inaudibles. Mi cuerpo sigue manteniéndose
rígido, no obedece al mandato de mi cerebro.
Oigo como si alguien con reiteración me
llamara, despierta, despierta. ¡Despierta! Pero yo
no estoy dormido. Hace mucho tiempo que no
sé lo que es dormir. La gente no quiere
comprender que permanezco ya por años
insomne. Y cada amanecer, cuando salgo de
casa, me preguntan ¿dormiste bien, Liberato
11 | P á g i n a
Luces? Como siempre no he cerrado los ojos,
respondo. Retrucan: Tu cara lo dice, has
dormido bien… no lo niegues. Entonces para no
contradecir, asiento. En verdad lo que ha
sucedido es lo siguiente, en sus primeros
tiempos, la obligada vigilia era extenuante,
después mi organismo se adecuó a ese ritmo de
vida y la falta de sueño, a partir de ese instante,
ya no me afectó. Para que ello suceda corrió
mucho tiempo. Corrieron y crecieron los
rumores, también. Imagínense como sería de
trágica la cosa que cuando los habitantes de la
ciudad, una mañana, supieron que yo había
cumplido veinticuatro semanas sin dormir,
empezaron a buscar culpables de mi desgracia.
Circularon comentarios diversos: seguro que sus
padres y antepasados tienen la culpa, a quien se
le ocurre ponerse el apellido Luces, habrá sido
por pura ostentación, ahora, ya lo fregaron al
pobre Liberato Luces. Luces, luces. Tal vez lo
han embrujado, decían otros. Quizá se está
preparando para la gran maratón del insomne,
aducían los demás. Esos son decires de la gente.
En suma, fueron pensamientos que a mí no me
convencieron. Por eso sigo buscando
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explicación y tratando de vérmelas con Morfeo,
obsesiva idea que me persigue, sin
materializarse, desde la noche en que ese
maldito fenómeno se metió en mis huesos y
recorre todo mi cuerpo, despertándome
abruptamente, cada vez que estoy para
dormirme. Luego de tiempo, cuando comprobé,
con indescriptible desesperación, que mis ojos
no se cerraban más, me dio por pensar en
cuanto hay de cierto en aquello de la
adivinación. Esa madrugada de la definitiva
constatación, antes que nada, evoque las
premonitorias palabras de la hechicera Saturnina
Cahua, que me anunció, llegará el momento en
que mirarás el sol día y noche. Y esos tus ojos
de azabache no podrán cerrarse por el resto de tu
existencia. Consolidó su vaticinio con esta
sentencia, no lo dudes, estoy viendo tu porvenir
con los ojos del alma. Fue aquella vez en que,
aturdido y preocupado, por no haber dormido
diez días con sus noches, decidí viajar al
misterioso caserío de Cachiche a resolver mi
problema. Y el viaje resultó otro sueño. Si, esa
vez soñé olores. ¿Qué raro verdad? Primero un
olor a palmeras, a dátiles. A la derecha, el
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camino, los coposos hurangos, las majestuosas
dunas como telón de fondo del sugestivo
paisaje, elementos que con extraño sortilegio me
subyugaron, distrajeron mi mirada, mientras yo,
percibiendo olor a tierra mojada mezclada con
sudor, fui encontrando la casucha de la
hechicera, ubicada casi en la falda de una
vaporosa duna. Era tan real ese sueño que casi
he llegado a la certeza de que estuve soñando
despierto, mientras caminaba por esas mágicas
tierras. Mirarás el sol día y noche, retumbaban
en mis oídos esas palabras, ya de regreso,
aproximándome a Ica-ciudad, casi cerca del
Coliseo Cerrado. Allí fue que nació mi otra
obsesión: ¿Cómo haré para morir? ¿Moriré
también con los ojos abiertos? Pertinaces
interrogantes que en esa ocasión, en primer
lugar, se me clavaron en las venas; luego,
discurrieron por mi torrente sanguíneo y
alimentaron la duda en mis neuronas cerebrales.
Duda que hasta ahora no despejo. Creo que
sabré la verdad el día que sin cerrar mis ojos, dé
el paso hacia lo desconocido. ¿Cuándo ocurrirá
eso? Lo ignoro. Por lo pronto estoy
desconcertado. Tanto, que no sé dónde me
14 | P á g i n a
encuentro, ni qué me hacen. Si permanezco
despierto hace mucho tiempo, cómo es que
escucho, lejanamente, que hay un grupo de
gente empeñada en hacerme despertar. Hasta
suplican ¡Diosito lindo que despierte Liberato!
Siento unos tubos delgados, largos, que entran
por mi boca, pasan por mi esófago y depositan
líquido en mi estómago. Me estoy ahogando.
Advierto, ahora, que otros tubos ingresan por mi
nariz y llevan aire a mis pulmones. ¿Por qué
será? Claro, lo que sucede es que hasta el aire ha
encarecido en este país de mierda y como
medida de reajuste económico lo están
suministrando por gotas, gotas, gotas. Mi
cuerpo se arquea, es una náusea gigante, quiere
levitar, dejar la cama, pero logro domeñarlo
como a potro salvaje, lentamente, hasta que
vuelve a seguir el ritmo de mi respiración. La
adivina me dijo… ¡Eso ya lo recordé, estoy
volviéndome loco! Me relajo, trato de
concentrar mi pensamiento. Encuéntrome en ese
trance cuando aparece ante mí, tamaña boca,
seguida de millones de niños, boca angustiada
de niños pobres, pretendiendo engullir
alimentos, los mismos que esquivos e irónicos
15 | P á g i n a
se pierden en el espacio, elevándose más y más.
Contrasta con esa enorme boca hambrienta, una
boca pequeña, que haciendo un mohín de
alegría, alegría de pocos niños, expresa
satisfacción, luego de comer ingentes
cantidades de alimentos. ¿Sueño? ¿Realidad? El
olor de una crema de apio llega a mí de
improviso. Eso huele a dieta. Pero que me puede
importar la comida si yo sigo insomne,
preocupado, sin apetito. ¿Qué haré? ¡Mis ojos
no se cerrarán más! No podré morir tranquilo.
Dicen que cuando uno muere con los ojos
abiertos es señal que se llevará a la otra vida a
varios familiares o allegados. No, con esa
difundida superstición, mi gente no me dejará
morir. Y si acaso muriera, mujer, me apresuro a
devolverte la eternidad que me prestaste con tu
cariño.
- Silencio… Ya despierta, pensé que no
superaría el estado de coma – el médico
con su impecable mandil blanco.
Prosiguió
16 | P á g i n a
- Aún no podrá tomar la instructiva al
fallido suicida… Señor Juez… Sigue my
grave.
Los suaves colores de la sala de cuidados
intensivos, se refugiaron en los tenues ojos de
Liberato Luces.
17 | P á g i n a
Aranvilca, el Curaca de la Eternidad
José Vásquez Peña
n esa realidad pictórica la paraca empañaba el
paisaje; envolvía, el espacio y el tiempo, como un
torbellino sin final. El óleo de cinco por cuatro
metros, desde su marco tallado en plata, era imponente.
Su plenitud cromática -lo más sobresaliente del cuadro-
posibilitaba una explosiva sonoridad de colorido que
involucraba a los protagonistas y al motivo de la pintura.
Les daba tal verosimilitud que hasta supuse que ésa era
la verdadera realidad. Observábase, en él, un manejo
surrealista de los colores. Hasta me atrevería a decir que
el artista, virtuosamente, había logrado plasmar el exacto
color y sabor del sueño. Claramente se apreciaba que el
pintor era una proyección del espíritu de eximios artistas
como: los yungas, los paracas, los nazcas. No soy muy
inclinado a ponderar una obra de arte. Pero esta era
diferente. Me dejó alelado. Ejercía sobre mí una
irresistible atracción. Desde su título, El Canto Eterno
del Curaca, el lienzo, me introducía en un universo
E
18 | P á g i n a
prodigioso. Respiré hondo y pensé: ¿estos parajes
acaso no son iguales a aquellos juegos borgianos que
dislocan nuestra conciencia y arrasan con la noción
espacio-temporal? Antes de llegar al éxtasis
contemplativo, pude avistar al Curaca con su típica
vestimenta pre-incaica. Sus brazos ataviados con
brazaletes de oro, extendidos hacia el infinito, en señal
de oración; su adusta faz cetrina, denotando fiereza y su
colosal estatura, detallaban un primer plano, rodeado de
extrañas dunas y huarangos. De otra perspectiva
pictórica, un mar superpuesto, poblado de carabelas,
desembarcaban, pareciera que de un tiempo posterior,
centauros barbudos, empuñando una espada, en una
mano; y en la otra, una cruz. Su expresión era elocuente,
daba la impresión que gritaban: Santiago…Santiago.
Ellos, los centauros del fin del imperio inca, se
mostraban eclipsados por la asombrosa presencia del
Curaca Aranvilca, líder y descendiente de la antigua
raza yunga. Al lado, en un plano circunstancial,
desprendiéndose de una nube, los Curacas menores,
prolongando sus cabelleras y sus manos
interminablemente hacia un feto, festejaban la siembra
de la semilla; celebraban, también, el fermento de la
19 | P á g i n a
heráldica rebeldía de nuestra raza yunga. La
admiración me poseyó… lentamente. Fue en ese
instante que exclamé: ¡Por qué los artistas, con sus
obras, almacenarán así el pasado! Sentí un ruido cerca
de mí… ¿un golpe? Pero sentí que la conciencia no me
abandonó. De improviso se me nubló la visión. Luego,
creí encontrarme en un sueño o realizando un viaje, que a
diferencia de los muchos que realicé durmiendo; éste, se
producía en pleno estado de vigilia. A partir de ese
instante, el tiempo, se doblo ¿o desapareció? La duda me
atrapó. Ya no sabía si ahora era ahora y aquí era aquí: o
ahora, era entonces; y aquí era allí. O sea, insólitamente,
me cercioré que en los otros planos del cuadro, el tiempo
ya no era tiempo, era espacio, y... caminos. Muchos
caminos. Convengo en que, desde ese segundo, empecé
a introducirme en un laberinto pictórico. Los vivísimos
colores utilizados, eran tan reales, que mis retinas se
tiñeron de rojo brillante; y el olor de aceite de linaza,
convirtióse en olor a huarangos de ruinosas cortezas
que escoltaban otro camino, desde el cual sustrajeron
sutilmente mis pasos. Fue allí ¿creo? que contacté con un
extraño paisaje de: dunas, huarangos y tiempo inédito.
La paraca, otro elemento avistado en el panorama, me
20 | P á g i n a
sitió. Percibí un rumor de siglos, y una voz,
repentinamente, asaltó mis oídos. Fue entonces que desde
la orilla de otro sueño, Aranvilca me miró fijamente,
para luego hablar: ¡Otra vez he nacido, dónde estoy!
Dijo. Su voz desplazóse cual hoja impelida por la
suavidad de la paraca, inaugurando la nueva vida.
¿Dónde está el tiempo, dónde está el espacio? Continuó.
Sus palabras se agigantaron; tanto, que fueron advertidas
por las dunas inmensas, que celebraban ya el nuevo
nacimiento de Aranvilca, danzando animadas, alegres,
incitantes. Todo esto sucedió a un palmo de mi cara.
Naturalmente, ésa voz, se hizo palabra viva,
persuadiéndome que yo irremediablemente estaba
integrado ya a esa atmósfera; era parte de ese cuadro.
No me explico qué sucedió, pero me persuadí: ése
segmento de realidad constituía ya una más de mis
vivencias. Miré detenidamente a Aranvilca. Colegí, por
su expresión, que él en ese momento sintió que un
lejano e infinito cansancio le sacudía. Era la fatiga
ocasionada por el permanente vivir y morir; por el
constante morir y vivir. Oí que musitaba, fastidiado: ¡Oh,
otra vez he nacido a la vida perecedera! Pero digo –
dijo- yo soy la encarnación del mito; provengo de Kon,
21 | P á g i n a
dios/hombre, dios sin huesos, incansable, veloz, alado
caminante, que acortaba los caminos, haciendo decrecer
las montañas y elevar los desiertos, sólo con su voluntad
y con su palabra. Estoy convencido que lo prodigioso
me viene desde los inicios del universo, proviene de
Kon, creador de mundos, que le confirió a esta tierra, de
enormes dunas, un singular encantamiento.
Reponiéndose del evidente cansancio, tomando nuevos
arrestos, prosiguió: Andando el tiempo, hasta Inkarri,
nutrióse de mis cualidades, aprendiendo a: convertirse
en piedra, a desaparecer, a dominar el tiempo, hasta
lograr ser más viejo que él. Por eso, erigid cantos sobre
mí. Erigidlos, descendientes, aunque sólo sea con sus no
nacidas y borrosas imágenes en el firmamento de mi
vida. Erigidlos, ancestros, aunque sólo sea con sus
sombras de tiempo. Sólo así serán dignos de que yo me
reencarne en ustedes o de que sea su reencarnación. El
soliloquio se detuvo. Las últimas palabras, fueron
silabeadas, enfáticamente. Se instauró el silencio.
Entonces fue que me acordé. ¡Vaya recuerdo! ¡Yo no
pertenecía a esa realidad! Empecé a titubear. La extraña
realidad se impuso. Me envolvió, nuevamente. Me orilló
a aceptar que yo era, definitivamente, una tesela de ese
22 | P á g i n a
paisaje. Pero antes que los hechos me hicieran abrigar
la absoluta aceptación de convivencia con esos tiempos,
Aranvilca me preguntó: ¿De dónde vienes? De lejos, o
tal vez de mi mismo, contesté. A las márgenes del día,
caía la lluvia. Caían voces. Caían ruidos, que nacían y
se diluían. Caía tiempo y tiempo. El paisaje variaba.
Oscuro atrás, oscuro adelante. Al lado de la noche,
Aranvilca, seguía hablándose: Otra vez he nacido,
aunque he tenido que desandar una ruma de años. Otra
vez he sentido que mis cenizas han sido esparcidas por la
paraca, como hojarascas color arcoíris; y ellas, han
volado, como antes, hacia todos los rumbos del horizonte
dilatado. Otra vez tendré que acudir a la memoria de los
sueños. Si él hubiera sabido que su cabalgata de sueños
y sus palabras, eran la anticipada visión de sus muchas
vidas posteriores, hubiera comprendido quizá cuál era su
misión en esta vida: nacer mil veces o más, del vientre
de la tierra en el desierto de Yauca. Hubiera intuido, al
menos, que desde allí el tiempo inmóvil le habría de
otorgar muchas vidas más, enfundándolo en la piel de
otros líderes para enfrentar siempre al invasor; sea éste,
el fiero Inca, o Zenón el fantasma del opresor español; o
ahora, en estos tiempos, resistir frente a los predicadores
23 | P á g i n a
de la utopía de la globalización. Hubiera entendido que
su sino era resurgir, cíclicamente, manteniendo intactas
la raíces de nuestra identidad cultural, enarbolando el
espíritu del triunfo, hasta una nueva vida. Él no lo sabía.
Pero lo digo Yo, que he viajado a mis raíces. Eso lo sé
ahora. Cómo no lo supe antes, me dije. Prontamente, me
enfrasqué en reflexiones como estas: ¿Habré encontrado
la llave del arcano? O ¿Habré dominado el tiempo?
Estas cogitaciones, fueron convirtiéndose en visiones.
Entonces, pude ver que al otro lado de la alameda de los
huarangos, apareció otro camino. Al notar mi propósito
de encaminarme por él, los Curacas menores, me
advirtieron: No vayas, no sabes que más allá está el
sueño absoluto. Desistí. Me propuse más bien, fijar el
momento exacto en qué había empezado a transitar por
esta fracción de siglos. En eso estaba, cuando sentí que se
¿nublaba o aclaraba? el paisaje. Volví a percibir olor a
aceite de linaza y aguarrás, confundido con olor a alcohol
empapado en un algodón que acercaban a mi nariz. - Para
que se reanime, decían. Oí correrías, gritos,
desesperación. Voces: La arista del marco de plata le
cayó de golpe en el tabique nasal. Llévenlo al hospital.
24 | P á g i n a
Luego de un tiempo ¿o de varios? Me quitaron las
vendas. Dejé de tener la cara enfardelada.
El Galeno acercándome un espejo, dijo:
- Le tuvimos que operar, para contenerle la hemorragia.
¡Mírese cómo ha quedado!
Al hacerlo, grité asombrado:
- ¡Aranvilca ha pintado su rostro en el mío!
25 | P á g i n a
El muerto del mango rosado
José Vásquez Peña
I
La búsqueda fatigó sus pasos. Los rastros de sus viejos zapatos
convoyaban su cansino caminar. Siguiéndolo o precediéndolo, éstos le
señalaban el derrotero a seguir en el vericueto de innumerables rastros
que perdían vigencia, fundiéndose con los polvorientos caminos.
El calor circundaba su cuerpo. Ígneos anillos estimulaban sus glándulas
sudoríparas. Su modesta camisa de costalillo de harina se poblaba
gradualmente de lagunas que amenazaban convertirse en lago.
Un vaho ardiente de invisible geiser, emergía de la tierra en implacable
persecución. Belisario Huamán tenía la plena convicción que éste le
acompañaba constantemente como si estuviera en todas partes:
- Será ubico peé. Así llaman los curas a lo que está en todas
partes. – dijo para sí.
Belisario, mocetón fuerte y entusiasta, aupado en el limbo de la
pubertad y la juventud accedía a la edad de la responsabilidad
campesina. En ese momento, recorría premioso, la fanegada de
extensión del Fundo San Andrés.
26 | P á g i n a
Buscaba, afanosamente, a su tío Benjamín y a su primo Santos, para
comunicarles que los abuelos ordenaban que ya no recogieran más
algodón en la poza del piano, pues se habían completado las arrobas
necesarias para la venta semanal.
Los ubicó, luego de intenso trajinar, en la parte alta de un árbol,
empeñados diligentemente en colocar, lo más alto posible, un amorfo
objeto metido en un costal. Lo lograban, en ese instante.
Ante su presencia, mostrándose turbados sin exhibir pánico, presurosos
le endilgaron una explicación.
- Murió en forma casual, luego de un forcejeo que se inició con
nuestra intención de capturarlo – le dijeron, emulando una “incentivada”
declaración policial.
- Le sorprendimos, anoche, robando algodón en la poza larga.
Corrimos tras él hasta darle alcance y en ese momento, al atenazarlo
para evitar que escapara, sentimos una detonación apagada, proveniente
de su cuerpo, que se acalló sólo cuando su humanidad entera terminó de
desplomarse pesadamente sobre el bordo del ciruelo viejo. ¡No tuvimos
culpa alguna!
Estaban bajo la sombra de una planta de mango rosado, frondoso y
altísimo. Los candentes rayos solares, atravesando su copiosidad, caían
atenuados hasta la debilidad, al igual que delgados hilos de telaraña.
27 | P á g i n a
El enorme tronco del mango con su arrugada y dura corteza –símbolo
inequívoco de su presencia longeva- conservaba señas indelebles del
paso finito de generaciones de campesinos.
Ora, mudo testigo de amoríos perennizados en corazones, atravesados
por las flechas de Cupido, tallados aquí y acullá, adornados con las
iniciales o los nombres de los enamorados, como inmarcesible huella del
amor campesino.
Ora, memoria colectiva, pues contiene tallados de fechas importantes:
nacimientos, matrimonios, muertes.
Asimismo, este árbol de mango, ha prestado, desde sus primeros
tiempos, el más pragmático de los usos: brindar su exquisito fruto a la
par de cobijar al campesino, bajo su agradable y refrescante sombra,
luego de agotadoras sesiones de contacto laboral con la fructífera
naturaleza
Sus ramas se apartan del macizo tronco, con estimable grosor.
Siguiendo infinitas sendas, cual intrincado dédalo, se yerguen en el
espacio, como proyección arbórea de la naturaleza, alcanzando altura
inimaginable. Llegan a la copa sólo delgadas ramificaciones que pugnan
por elevarse aún más lejos de la matriz, en abierta lid competitiva con el
pacay: el coloso de los árboles frutales.
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II
Casi en la copa del árbol divisábase el bulto de regular tamaño envuelto
en un costal de yute.
Benjamín, joven veinteañero, corpulento y temeroso para enfrentar la
soledad, resuelto le dijo a Belisario
- No vayas a decirle a nadie lo que has visto ¡Menos a mi Papá! –
enfatizó.
Señalando con el índice el bulto entre las ramas alojado, continuó
- Ahí está el muerto. Esperaremos algunos días para sepultarlo.
Para entonces nadie lo buscará. ¡No vayas a decir nada! -
repitió.
- Tú, te encargarás que nadie se acerque a este lugar. - Díjole
a Santos, quinceañero de estatura esmirriado, ojos vivaces y tendencia
al seguidismo.
Estas indicaciones fueron el preámbulo a su retiro… Se alejó.
Belisario, quedó petrificado. Un escalofrío recorrió su cuerpo en sentido
multidireccional. Estoy vivo, pensó. Respiraba y exhalaba sudor. El
sentirse cerca a un cadáver, definitivamente le inspiraba terror infinito.
Pasmado, miraba la parte alta del árbol, para comprobar si
efectivamente estaba el muerto allí. Lo comprobó con una furtiva mirada
dirigida al bulto. No era una visión. Era realidad proyectada a su mundo
29 | P á g i n a
psíquico, destrozando estructuras mentales y originando irrefrenable y
pavoroso temor, que secretaba por los poros.
Santos, se marchó también. Belisario, quedó sólo. Intentó caminar para
seguirlo. Sintióse clavado en el suelo, a la vez que desde lo alto suponía
recibir fuerte presión. Tuvo la impresión que el árbol se le venía encima.
La fricción de las hojas impulsadas por el viento, percibida en otra
circunstancia cual sinfonía de sutil textura musical, sentíala como
agónicos llamados del más allá, que lo transformaban en improvisado
médium del desconocido muerto.
Esfuerzo le costó despegar un pie. Luego otro. Caminaba. ¡Camino…
camino! Pensó. El movimiento se demuestra andando.
Le parecía imposible caminar, dada la intensa emoción de miedo que le
embargaba y la sensación de rigidez absoluta que se apoderó de él. Por
momentos sintió que su cerebro no era obedecido por sus músculos;
hasta que paulatinamente todo volvió a la normalidad. El cerebro retomó
su condición de rey de todos los órganos y Belisario dominó nuevamente
su accionar psico-motriz.
III
Subió al bordo. Tomó el camino grande que conducía a su hogar
campestre. Las cenefas de parras se extendían a cada flanco,
configurando un carrusel natural con tramos: rectos, curvos, sinuosos.
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Lentamente recuperó su estado de ánimo normal. El caminar pausado
coadyuvó a lograr ese equilibrio necesario. El camino otras veces se
hacía corto, se había alargado.
Al fin entre platanales, formando escuadra con un cerezo, perspectivose
la casa. Nunca había sentido tanta alegría al divisarla. Esta vez era como
si una enorme piedra se le quitara de encima.
Al entrar, los abuelos, notaron su alterado estado de ánimo e inquirieron
a la vez
- ¿Qué te pasa muchacho, que estás pálido? ¿Te ha sucedido
algo?
Decidió contarlo todo. Pero la mirada prohibitiva de Benjamín lo cohibió.
Fingió.
- Se trata de un vértigo. Voy a descansar. Luego almorzaré.
Permiso.
Durmió toda la tarde. Entre sobresaltos logró descansar, disipando el
temor que le asolaba. A la hora del crepúsculo, salió a la orilla de la
acequia La Toledo a contemplar la caída del sol. Visualizó un espléndido
panorama: una inmensa sábana verde con aplicaciones blancas se
extendía a la distancia. Los vehículos que transitaban por la
Panamericana Sur, veíanse diminutos. Más allá continuaban los
algodonales hasta toparse con los cerros de arena que majestuosos
ponen fin a esta parte del valle.
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En medio de dos altas dunas, agotado, se alejaba el sol, coloreando el
espacio con un rojo encendido que se reflejaba en las nubes; éstas,
debido a este fenómeno adquirían una tonalidad pomo-rojiza.
A la claridad crepuscular advino la oscuridad. Lentamente la campiña se
pobló de entes mágicos que acosan la imaginación de los campesinos.
La noche impenetrable, hizo su aparición. La tensión sufrida durante el
día se incrementó sensiblemente. La persistente idea del muerto
desconocido se hizo fija y constante. A pesar de estar distante del árbol
en que se encontraba, Belisario tenía la extraña sensación que el bulto
pendía sobre su cabeza en todos los lugares.
Avanzó la noche. Belisario estaba recostado en su camastro, en oscuras,
con los ojos abiertos. Pensando. Pensando. ¿Cómo lo harán
desaparecer? ¿No ocasionará problemas con la policía este suceso?
Interrogantes insolubles. No se le ocurría forma alguna para resolver el
problema. Sopor. Sueño profundo.
IV
Al día siguiente se semi-despertó temprano. Soñoliento. Ojeras
enormes rodeaban sus ojos como antifaces circulares. La tensión
emocional había disminuido.
Era sábado. Día de venta de algodón. El ruido de un vehículo que
estacionó en la puerta; y el vocerío de los abuelos conversando con el
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comprador de algodón, terminaron de despertarlo. Son cincuenta
arrobas destaradas Les giraré el cheque. Carguen los sacos, escuchó.
Se levantó.
En la salita logra ver que Benjamín llama a un costado y conversa con el
comerciante. Este asiente con la cabeza. Terminaron de cargar los
sacos.
Con premura, Benjamín, dirigiéndose a Belisario y a Santos,
dijo:
- Vamos a dar vuelta a la chacra.
Salieron. Tomaron el Camino con mucha prisa. Belisario, remolón, quedó
atrasado.
Llegaron al mango rosado. Subieron rápidamente. Cogieron el saco.
Bajaron.
Belisario llegó en el momento que tocaban tierra. Pensó: llegó el
momento del entierro. Comienza a temblar. Incontenible temor. No le
dicen nada. Con el costal al hombro, caminan.
Belisario, asustado pregunta:
- Donde vamos.
Benjamín y Santos, no respondan. Avanzan con el pesado bulto.
Cerca de la cruz de Conuca, se divisó la camioneta del comprador de
algodón. Belisario cavila, Se llevará el muerto.
Se detiene distante. Los otros dos avanzan.
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En la camioneta, pesan el costal. Qué raro, soterradamente dijo
Belisario. Observa que le entregan dinero a Benjamín. Regresan.
- Toma tu parte por el silencio - le dijeron, entregándole unos
billetes. Belisario no sale de su estupor. Recibe.
- Era algodón y no un muerto, Te la creíste, cojudo.
Riendo, riendo, continúan hablando.
- Es la sisa que le sacamos al viejo. Si no te mentimos nos
hubieras divulgado.
Retornan a desayunar, perdiéndose en el verdor de la campiña.