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vicente esplugues ferrerodureza y ternura

primera ediciónmadrid

2013

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Una de las canciones que más me gustan del Verbum Dei es una que se llama Al ritmo de Dios. La compuso una misionera como regalo a una joven pareja que se iba a casar. En letra de la canción

se dice: “Se puede amar la luz y las tinieblas... Seguid al ritmo de Dios”. Así es como definiría todo el proceso de elaboración de este libro. Todo lo hemos intentado hacer al ritmo de Dios; no al ritmo de los hombres, que está cargado de prisas, de exigencias, de plazos, de ten-sión. Primero ha sido vivir, compartir, celebrar, reír, llorar, y después dejarlo plasmado en letras, tinta, papel. En ese sentido, es parecido al proceso en el que se fueron construyendo los Evangelios: primero, la vida; luego, la transmisión; después, la escritura de diferentes relatos y, por último, la reunión de todo ellos en un solo libro. No nos dedicamos a publicar, editar ni comercializar, pero sí nos hace mucha ilusión poder compartir con el mayor número de personas posible los caminos y las experiencias que nos regala el Buen Dios al caminar, siguiendo sus pasos, a su ritmo.

Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acer-ca del Verbo de la vida; pues la vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eter-

presentación

Dureza y ternuraVicente Esplugues Ferrero

© de la edición: Vicente Esplugues Ferrero, Pascua de 2013. www.nuestrasradelasamericas.org© de los textos: el autor.© de la fotografía de cubierta: Iria Martínez Maldonado.

Diseño de cubiertas: Luis Javier Pérez Palomo.Diseño y maquetación de interiores: Isabel Bravo Barahona. Impresión: Xnnnn d.l.: xxxxxxxxisbn: xxxxxxxxxImpreso en España.

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na que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Je-sucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo. 1ª Jn 1,1-4.

Este es un proyecto plural, donde todas las personas hemos puesto lo mejor que tenemos, desde las fotos que sirvieron para la cubierta, pa-sando por el diseño, la edición o la impresión. Todo ha sido cuidado con detalle, con cariño, para que el gozo que tenemos sea creciente, contagioso y llegue hasta ti, hasta tus manos, hasta tu corazón. Hablamos en plural porque aunque en el título del libro apa-rece sólo mi nombre, cada escuelilla, cada reflexión, cada momento, ha sido compartido con el regalo grandísimo que es mi comunidad. Como una pequeña semilla que crece y da frutos, cada página de este libro está viva y se desarrolla al ser leída, al ser comentada, al ser vivi-da. Si tenemos el gusto y el placer de conocernos, creo que al leer el libro sentirás que estamos cerca. Reviviremos muchos de los ratos que ya hemos pasado juntos. Si no nos conocemos, este libro te dará una idea de cómo la palabra de Dios es capaz de dialogar con lo más pro-fundo de nuestro corazón, en todos los momentos: en los de dureza y también en los de ternura.

Vicente Esplugues Ferrero. Madrid, marzo de 2013.

índice

alegría Para que nuestro gozo sea completo 13 Cada cierto tiempo 17 Ligeramente vulgares 21 Ojalá que llueva 25

nueva mirada Entre dos tierras 31 Paso a paso. momento a momento 35 De segunda mano 39 Ángeles del suelo 43 El ciclo de la vida 47 fraternidad Lo que Dios ha unido 53 La piel del alma 57 Ni indios ni vaqueros 61 Pedro en el Vaticano, Pablo Extramuros 65

miedos Confundir una pesadilla con un sueño 71 Desbloqueando los miedos 75

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alegría

Los bichos-bola 79 Tocar fondo 83

oración El museo de mi vida 89 Olvidar el cargador 93 El lenguaje de la Cruz 97 Cuando nadie me ve 101 Dialogar cara a cara con Dios 105

gratitud Qué bien se está aquí 111 Santa Bridget Jones 115 La sorpresa de la conversión 119 Dureza y ternura 123 No solo de pensar vive el hombre 127

gratuidad El azar es el pseudónimo de Dios cuando no quiere firmar 133 El Rastro 137 La fuerza de lo pequeño 141 Reconciliaos con Dios 145 Haced esto en memoria mía 149

renacer Hasta que la vida nos junte 155 El fin de mi mundo 159 He muerto y he resucitado 163 Es por ti 167 Aprender a renovar 171

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alegría

En muchas escuelillas comparto las ilusiones y los deseos que la palabra de Dios enciende en mi corazón: lo que nos dice esa pa-labra y cómo podemos vivirlo; lo que afecta y puede influir en

nuestra vida, en la convivencia, en la mirada que tenemos sobre las co-sas que nos ocurren. Se trata casi más de un deseo y una petición de que algún día lo vivamos que de algo ya conseguido, normal y cotidiano.Pero si toda nuestra historia de fe se llena de promesas y de propues-tas, sin ver resultados ni cumplir nuestras expectativas, puede ser que nos cansemos de esperar y abandonemos el sueño grande de Dios. Desmotiva y agota esperar a que las cosas cambien, como mi carácter o las circunstancias que acompañan nuestras vidas, y ver que pasa el tiempo, que mis problemas no se resuelven y que mi vida no mejora. La decepción nos invade y buscamos culpables a los que seña-lamos como los causantes de nuestras desgracias. Perdemos el interés por Dios, por la Iglesia, por lo espiritual, cuando vemos que no nos sirve para nada. Lo descalificamos y lo sentimos inútil. Por eso alegra mucho descubrir que Dios no falla ni engaña, y que lo que nos prometía al inicio de la Cuaresma se cumple. Nece-sitamos experimentar, vivir, reconocer, que seguir a Jesús nos regala la posibilidad de tener una vida nueva; una mirada nueva, unas am-biciones y unos deseos nuevos. Necesitamos reconocerlo en nuestra propia vida y en la vida de la comunidad. Aunque a nivel personal

para que nuestro gozo sea completo

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dureza y ternura alegría

En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”. Jn 21,18-19.

La juventud es maravillosa: todo es futuro, posibilidades, experiencias por vivir, caminos a recorrer. Pero la madurez es igual de maravillosa. No creo que sea sano pretender ser joven siempre, como un eterno Peter Pan inmaduro, incapaz de asumir responsabilidades, huyendo del compromiso y de la realidad. Me encanta ser consciente del cambio de etapa. Y poder, con libertad, dejar espacio en mi vida a la actuación de los demás. No es bueno salirme siempre con la mía. No es ni bueno ni sano. Porque creeré falsamente que soy yo el dueño de todo. Y no es verdad. No nos pertenecemos.

¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíri-tu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios? Y no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a buen pre-cio. Por tanto, ¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!1ª Cor 6,19-20.

No estamos solos en esta aventura del vivir. Tendríamos que acoger la vida como algo grande, que me trasciende; algo en lo que yo soy sólo una parte: ni la agoto ni todo se reduce a mi visión. Yo sumo, yo aporto... Mi sentir, ¡claro que importa!, y mi opinión es digna de ser escuchada, pero ni mucho menos es la única válida y verdadera. No soy el centro de todo lo que ocurre, no me está mirando todo el mundo, no se me exige la salvación global y universal a mí. Soy uno más, un hijo más, de un hogar inmenso del tamaño del corazón de Dios.

no lo estemos pasando bien, ver las maravillas que el Señor hace en la gente que me rodea es también fuente de alegría y de esperanza. Estamos aprendiendo a ser criaturas nuevas, revestidas de Cristo; testigos unos para los otros del cumplimiento de las promesas que se nos han hecho.

Lo que Dios nos dice:

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo. 1ª Jn 1,1-4.

Yo quiero compartir el paso, la Pascua que ha supuesto para mí esta Cuaresma, en la que he vivido la invitación a dejar de organizar yo mi propia vida, a extender los brazos y reconocer que hay una realidad que me espera, en la que vive Jesús, en la que viven mis hermanos y en la que se goza y se disfruta mucho más que en el pequeño mundo que yo me construyo. Agradezco profundamente el ver de cara mi orgullo y mi so-berbia de pensar que yo sé lo que me conviene vivir, cómo tienen que ocurrir las cosas, qué es lo mejor que me puede pasar. Y también doy gracias por reconocer el cansancio y la fatiga que me produce pensar que llevo las riendas de mi vida. Me da una profunda alegría saber que alguien me cuida, vela por mí y se preocupa, no de quitarme dificultades o peligros, sino de aprender a vivirlos con Él: ganando en confianza; expulsando temo-res, alejando los miedos.

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dureza y ternura alegría

Cómo podemos vivirlo: A veces es necesario que pase el tiempo para descubrir lo lentos y torpes que somos. ¡Cuánto sufrimiento inútil albergan nuestros co-razones por ese deseo de controlar, de asegurar...! ¡Cuántos enfados por no aceptar a las personas como son y los acontecimientos como vienen...! ¡Qué diferencia de mirada hay entre cómo ve las cosas Dios y cómo las vemos nosotros...! Por eso hay que fiarse más de la palabra y de la mirada de Dios.

Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo ne-cesidad de nada; y no sabes que tú eres desgraciado, dig-no de lástima y de compasión, pobre, ciego y desnudo. Ap 3,17.

¡Qué diferencia tan grande entre cómo nos vemos nosotros y cómo nos ve Dios!:

Sión decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. ¿Puede una madre olvidar al niño que ama-manta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te lle-vo tatuada en mis palmas, tus muros están siempre ante mí”. Is 49,14-16.

cada cierto tiempo

Cada cierto tiempo, y para que no me acostumbre a lo ale-gre y a lo agradable, vienen rachas de malas noticias que llegan todas de golpe. Instalado apaciblemente en la alegría

de un fin de semana lleno de vida y de misión, en muy poco tiem-po un vendaval de calamidades vuelve a situarme en el terreno de lo inestable y de lo que tambalea: decisiones dolorosas de gente cer-cana; malentendidos que enrarecen una relación aparentemente afa-ble; sentimientos internos de inutilidad y de vacío; personas que te confían sus problemas, para los cuales mi única respuesta es la im-potencia; el miedo a la muerte de una amiga mía, anciana, que ve que se acerca su final y no consigue ver lo acompañada que está... No encuentro en mí la respuesta mágica al dolor y la soledad, pero toda esta humanidad me despierta tal compasión, amor y ternura que, en vez de provocarme desolación o tristeza, me alienta, me despierta la esperanza y me empuja a vivir más convencido de que la compasión, el amor, la entrega de la propia vida, son más necesarios que nunca. Estamos viviendo tiempos inciertos. Cada día, la radio, la te-levisión, los periódicos llenan sus informaciones de dudas, sospechas, miedos y temblores, sembrando la inseguridad en los cimientos en los que hemos apoyado nuestra estabilidad. Por eso, somos más necesa-rios que nunca los hombres y mujeres de fe, convencidos de la bondad que llena el corazón de las personas, imágenes visibles de la bondad y

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dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Me preguntó: “Hijo de hombre: ¿Podrán revivir estos huesos?” Yo respondí: “Señor, Dios mío, tú lo sabes”. Él me dijo: “Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: “Huesos secos, escuchad la palabra del Señor. Esto dice el Se-ñor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis. Podré sobre vosotros los tendones, hará crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y com-prenderéis que yo soy el Señor”. Yo profeticé como me había ordena-do, y mientras hablaba se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenía espíritu. Entonces me dijo: «Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: “Esto dice el Señor Dios: Ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan». Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable. Y me dijo: «Hijo de hombre, estos hue-sos son la entera casa de Israel, que dice: “Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, ha perecido, estamos perdidos”. Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os llevará a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago». Ez 37,1-14.

Hay muchas situaciones sin vida: corazones endurecidos por las ma-las experiencias vividas; dolor por la pérdida y la separación; niños y niñas que crecen en ambientes de carencia de todo, sin amor, sin cuidado, sin sentirse valiosos nunca. Y la esperanza nos debe llevar no a huir de esos conflictos, sino a volcar nuestra capacidad de amar esas situaciones convencidos de que ocurrirá el milagro.

del amor de Dios. Somos necesarios para transformar los valles llenos de huesos secos, en cuerpos llenos de vida.

Lo que Dios nos dice:

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellos, porque es-taban extenuados y abandonados, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Mt 9,35-38.

Frente a las situaciones de falta de vida, lo más fácil es mirar a otro lado. Nos vemos incapaces de responder al dolor, a la soledad, a la muerte. Y es precisamente al sabernos acompañados por Jesús, al re-conocer su presencia, cuando nos sentimos capacitados para mirar de cara al dolor y a la fragilidad, y cuando sentimos que nuestra fe puede transformar las realidades faltas de vida.

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Mc 16,17-18.

La experiencia de los apóstoles es la de saberse portadores de un espíri-tu y de una fuerza que procede de Dios y que es capaz de transformar la realidad rota y enferma en situaciones de vida. Lo vieron hacer a Jesús, y continuaron ellos esa labor.

La mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me sacó en espíritu y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo

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Cómo podemos vivirlo: Podemos volver a creer en el amor los maltratados. Podemos volver a sonreír los rostros entristecidos. Podemos sentir cómo el Espíritu des-pierta creatividades, acciones nuevas que responden a nuevos problemas. Hay renovadas ganas de cantar que la bondad y el amor del Señor duran por siempre: los sepulcros que esconden muerte y dolor también acogen la alegría de la resurrección. Nos toca profetizar el Espíritu Santo, dinamismo que mueve el mundo, el que transforma el caos en cosmos. El que crea la comu-nión y el entendimiento, después de que Babel nos confundiera por la ambición y la arrogancia humana. Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra. Y renueva los rostros entristecidos y miedosos. Constatamos con frecuencia que nuestras preocupaciones y des-

velos pierden importancia en cuanto aparece una noticia de gra-vedad que nos toca de cerca, que nos altera nuestra organización,

que nos despierta de nuestras siestas y de nuestros adormilamientos. Vivimos ocupados y preocupados por muchas cosas, pero la prioridad de nuestras decisiones y de nuestras urgencias es muy cam-biable. Nos encanta sentir que tenemos bajo control las situaciones que nos rodean. Buscamos la calma y la paz social, familiar, labo-ral, comunitaria. Y de repente, sin esperarlo, hay noticias que dan un vuelco a la forma que tenemos de mirar la realidad, haciendo que lo que antes nos parecía lo primero se vuelva relativo. Es así como vamos aprendiendo que lo que importa de verdad no es tanto lo que hacemos, lo que poseo, la imagen que tienen los demás de nosotros, sino las personas que me rodean: cómo se encuen-tran, cómo están conmigo, cómo viven y afrontan sus luchas y sus sufrimientos. La vida es la escuela de ir pasando de vivir centrados en nosotros a ir descubriendo que la realidad es mucho más grande que lo que a mí me pasa y me afecta. Y es que, más allá de mis pensamientos, de mis sentimientos, de mis razones y motivaciones, hay todo un universo que nos llama y nos res-cata de esos ‘túneles’ que nos quitan alegría y nos hacen la existencia pesada y desalentadora.

ligeramente vulgares

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pensar la dirección por la que nos van llevando nuestros pasos; para marcar el inicio de una nueva forma de vida.

Os pido, pues hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Éste ha de ser vuestro auténtico culto. No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Os digo, además, a todos y cada uno de vosotros, en virtud de la gracia que Dios me ha con-fiado, que no os estiméis más de lo debido; que cada uno se esti-me en lo justo, conforme al grado de fe que Dios le ha concedido. Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y no todos los miembros tienen una misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo al quedar unidos a Cristo, y somos miembros los unos de los otros. Rom 12,1-5.

El amplio horizonte en el que nos sitúa la fe nos ofrece el vivir de for-ma integrada la relación personal e íntima con la comunitaria. ¡Claro que nos tenemos que amar a nosotros, cuidarnos, buscando el descan-so, la alegría, la realización de nuestros sueños y de nuestros deseos! Pero es que la verdadera felicidad pasa por la entrega y la comunión con los demás. El egoísmo es fuente de frustración, de soledad, de corrupción. La vivencia de depender amorosamente de los demás, el servir, el ayudar, el cuidar de los que nos rodean, es la fuente de la verdadera alegría.

El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que aca-bes con las tiranías, que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestidos al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz

Lo que Dios nos dice:

Pero lo que antes consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él con una salvación que no proce-de de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a través de la fe. De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos y moriré su muerte, a ver si alcanzo así la resurrección de entre los muertos. Flp 3,7-11.

Escuchar del mismo Pablo su conversión, su cambio de prioridades, nos sirve para iluminar nuestro propio proceso de quedarnos con lo verdaderamente esencial y aprender a relativizar. No todo lo que nos ocurre nos puede afectar de la misma manera. Y no a todo le tenemos que prestar la misma atención. Hay una tarea pendiente e inaplazable que cada uno debe realizar de forma personal e íntima, y que consiste en organizar nuestra prioridades. No siempre lo urgente es lo impor-tante. Y son demasiados los casos de personas que, al haber recorrido la mayor parte de sus años, reconocen con dolor y con pena que se han equivocado; que no han invertido el tiempo y los afectos en los demás; que no han tenido tiempo de ver crecer a sus hijos; que se han perdido el cultivar la amistad y el crecimiento mutuo junto a sus parejas; que no se han preocupado de sus padres o de sus hermanos. Y hay momentos donde despiertan a la conciencia de lo que se han perdido: “¡Si pudiera volver a empezar...! ¡Si pudiera volver hacia atrás las manillas del reloj y reescribir la historia de mi vida, aprendería, no volvería a cometer los mismos errores...!” Por eso hay situaciones que se presentan bajo la apariencia de desgracia, de negatividad, de fracaso, y a la larga las consideramos verdaderas bendiciones que nos han servido para hacer un parón; para

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como la aurora y tus heridas sanarán en seguida, tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor. Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias, si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía. Is 58,6-12.

Cómo podemos vivirlo: La humildad es andar en verdad, y si somos sinceros reconoceremos con facilidad la cantidad de sufrimiento inútil que vamos arrastrando a lo largo de nuestras vidas. Es vulgar y hasta injusto que nuestras vidas se apaguen y se entierren, cuando todo lo que nos rodea está pensado para que brille nuestra luz y nuestra vida. Seamos capaces de reconocer todo lo que, pensando en muchos, Dios nos regala a cada uno de nosotros.

Cuando nos paramos un poco a ver cómo estamos por den-tro, buscando con sinceridad hacer un buen examen de con-ciencia y nos preguntamos sobre cúal es la dirección a la que

nos van llevando nuestros pasos, rara vez nos sentimos satisfechos y plenos. Se alberga en la profundo del corazón cierta sensación de in-satisfacción, de sentir que van pasando los años, los meses, que se van logrando objetivos y clarificando opciones, pero que nada nos libra de la sombra del fracaso que sobrevuela nuestra vida. Vamos completando etapas, cumpliendo expectativas, pero siempre nos acompañan circunstancias que empañan y ensombrecen el éxito. Hace unos días disfruté de un partidazo de la selección espa-ñola de rugby. Ganó a Rumania por un punto, con un final emocio-nante. Con el pitido final del árbitro se desató la locura, porque era un rival que siempre nos ganaba. Invasión del campo por parte de los aficionados, euforia generalizada, abrazos, fotos... Al mismo tiempo que casi 10.000 personas celebrábamos la victoria, en un rinconcito un amigo mío atravesaba una de las experiencias más serias y doloro-sas de su vida: estaba padeciendo un infarto de miocardio que, gracias a Dios y por la rápida detección, se ha podido tratar a tiempo. Pasar de la alegría a la preocupación, al bloqueo, al miedo, puede ser inmediato. De estar planeando una fiesta en un bar para remojar el triunfo a pasar la tarde y la noche en urgencias de un hos-

ojalá que llueva

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fuera y tú estabas dentro”. El agua viva que ofrece Jesús no es algo inalcanzable o imposible. No es un espejismo, o una utopía. No es la proyección de nuestros deseos que se imaginan y se inventan un paraíso artificial. Es la acogida consciente de la vida, como regalo que procede de Dios y que siempre nos ofrece la posibilidad de sentir su amor y presencia, cuidadosa y providente, aunque lo que nos toque vivir sea duro, difícil, doloroso.

Jesús les propuso otra parábola: «Con el reino de los cielos sucede lo que con un hombre que sembró buena semilla en su campo. Mien-tras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Y cuando creció la hierba y se formó la espiga, apa-reció también la cizaña. Entonces los siervos vinieron a decir al amo: Señor, “¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?” Él les respondió: “Lo ha hecho un ene-migo”. Le dijeron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Él les dijo: “No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo. Dejad que crezcan juntos ambos, hasta el tiempo de la siega; entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo amontonadlo en mi granero». Mt 13,24-30.

¡Claro que hay cizaña...! ¡Claro que hay sufrimientos, noticias que nos desbordan y nos descolocan; llamadas que nos cambian en un segun-do el orden de nuestras prioridades! Pero la cizaña nunca podrá ahogar el trigo. Porque hay dema-siadas cosas buenas que nos ocurren: demasiada belleza en el mundo; demasiada magia en el encuentro entre dos personas que se quieren... Hay demasiada alegría viendo a los niños jugar, bailar, vivir... Demasiado bonito es el amor de un padre o de una madre; demasiada fiesta en el corazón de quien se enamora, como para dudar del valor del pedazo de regalo que nos ha hecho Dios al regalarnos la vida.

pital no transcurren ni cinco minutos. Esto me lleva a reconocer lo cortas y frágiles que son nuestras alegrías. O encontramos la raíz y el fundamento de nuestra felicidad en algo más estable y profundo que nuestros ridículos logros y metas o nos vamos a pasar la vida llenos de temor por que se acaben nuestras alegrías cortas y poco alegres.

Lo que Dios nos dice:

La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus gana-dos?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor que salta hasta a la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir a sacarla”. Jn 4,11-15.

El diálogo que mantiene Jesús con la mujer de Samaría es de perma-nente actualidad. La mujer, como muchos de nosotros, no entiende que podamos ser felices sin estar rodeados de cosas. Nos hacemos muy vulnerables a los constantes bombardeos de los publicitarios, de los mercados, que nos crean necesidades irrenunciables de cosas que anteayer no existían. Parece que sin móvil, sin tabletas, sin mil cargadores de mil aparatos electrónicos no se puede vivir. Y la respuesta de Jesús acierta completamente en el diagnós-tico de lo que le pasa a la mujer. Volvemos a tener sed, volvemos a necesitar de forma dramática planes espectaculares de ocio, de nove-dades, de fines de semana llenos de ofertas porque la cotidianeidad, la normalidad, nos mata. Hay otra agua, mucho más discreta, sencilla; hay otra mirada, otra vida que nace humilde del mismo corazón de Dios pero que cal-ma toda nuestra sed. Como decía San Agustín: “Yo te buscaba por

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Cómo podemos vivirlo:Yo recojo a diario la alegría ‘a puñados de a cien’, como para no re-conocer lo apasionante que es la aventura diaria de vivir. Lo que no hago es estar todo el rato mirando lo que no tengo, lo que me falta, lo que no hago, lo que fallo, lo que soy incapaz... No estoy compa-rándome todo el rato con los demás. No me pongo unas expectativas de vida incapaces de alcanzar. No intento impresionar ni deslumbrar a nadie. No me paso el día intentado agradar. Vivo sorprendido de lo que diariamente me pasa: de la buena gente que me acompaña en este camino de la vida. E intento estar disponible para quien pueda nece-sitarme. No voy a ocultar las maravillas de las grandes obras que hace el Señor en mi pequeñez porque yo sea un poco desastre para darme cuenta de cuántas son.

nueva mirada

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nueva mirada

entre dos tierras

Resuena en el mp3 la particular voz de Enrique Bunbury can-tando con los Héroes del Silencio la canción que ha inspirado esta escuelilla. Y me ayuda a ser consciente de que la cons-

trucción de lo que nosotros somos pasa por esa aceptación y acogida del continuo recorrido que nos lleva a lo largo de esas dos tierras que nos constituyen: la tierra del ‘yo’ y la del ‘nosotros’. La primera es la de la individualidad, la de lo particular, único e irrepetible que soy, resultado de la conjunción de factores que me han hecho así: la familia, los amigos, el lugar del que procedemos, nuestro físico, nuestro intelecto, con nuestra forma de pensar, de explicarnos, de sentir, de amar y de enfadarnos. La otra tierra es igualmente im-portante y esencial: es la de nuestra dimensión social, relacional, comunicativa con los demás que nos rodean, que nos esperan, que aportan y enriquecen. También que enervan, que nos quitan vida, que nos provocan los enfados y las iras, las decepciones y las heridas. Tenemos vocación de peregrinos, de eternos caminantes que, paso a paso, vamos acercando lo que deseamos ser y vivir a nuestros días; disfrutando del camino que recorremos, no sólo de las metas a las que esperamos llegar. Vamos uniendo esas dos tierras logrando que cada vez sean más una, la misma: la tierra prometida donde Dios ha-bita y a la que nos trae la alegría de su presencia. Es el Edén, el paraíso, donde se vive a gusto en todas las circunstancias: en la salud y en la

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No es que ya lo haya conseguido o que sea ya perfecto: yo lo per-sigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo bus-co una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándo-me hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.Flp 3,12-15.

De la más pequeña de las semillas puede brotar un gran árbol. De una idea repentina se puede componer una gran creación artística, literaria, social, económica. Los grandes proyectos nacen de iniciativas discretas y anóni-mas que nadie ve, que nadie reconoce. Y es el tiempo y la perseverancia en la idea y en la ilusión la que ve realizados muchos sueños.

Les propuso otra parábola: El reino de los cielos se pare-ce a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su cam-po; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando cre-ce es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas.Mt 13,31-32.

Y es que hay que valorar lo pequeño: nunca despreciarlo, nunca mar-ginarlo:

Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y to-mándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos. Mc 10,13-16.

enfermedad; en la alegría y en el gozo; en la tristeza y en la desolación; en soledad o compañía; con descendencia o sin ella; en la victoria, en la derrota y en el empate: todos los días de nuestra vida. Otros recorridos que también vamos realizando entre dos tie-rras son los que hacemos por la orilla de lo cotidiano, de lo real, de las horas, los lugares, las actividades, los diálogos, los estados de ánimo que suben y bajan según lo buenas o malas que sean las noticias que recibimos, de lo sencillo, de lo pequeño; y, por otra parte, los que ha-cemos por la orilla de los ideales, de los sueños grandes, de los deseos que inundan nuestras cabezas y nuestros corazones, de los proyectos, de ese sentido con el somos capaces de unir todo lo que vivimos, for-mando un paisaje, una historia recorrida llena de gratitud y de belleza. Esta segunda orilla es también la de cómo nos vemos cuando estemos terminados, la de meta hacia la que dirigimos todos nuestros esfuerzos y nuestros sueños. Comparo nuestra vida al zoom con el que nos acercamos con Google Earth a la calle donde vivimos y podemos alejarnos hasta ver la tierra como un planeta: de lo concreto a lo inmenso, de lo cotidiano a la plenitud.

Lo que Dios nos dice:

“Su Señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante, entra en el gozo de tu Señor”. Mt 25,23.

La relación entre lo poco, lo pequeño, lo sencillo, y lo grande, lo lo-grado, lo conseguido, es muy estrecha. Pensamos en los resultados de una vida plena, dichosa, fecunda, pero eso se logra a base de paciencia, de fidelidad, de constancia. No caen del cielo las vidas ya terminadas. No las trae una cigüeña de París. Se va logrando con un dinamismo diario. A veces este proceso parece lento, pero el que disfruta de cada paso que va dando se alegra de que cada vez está más cerca la meta.

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Cómo podemos vivirlo: Si no aprendemos a valorar lo pequeño, no nos daremos cuenta de que estamos siendo protagonistas de algo muy grande. La oración, la mirada creyente sobre la realidad que vivimos y las cosas que nos ocu-rren es la escuela en la que estando atentos a lo cotidiano, nos vamos reconociendo amados, salvados, acompañados por el todopoderoso, el eterno, el inmortal. María, nuestra madre, es maestra de acercarse a lo cotidiano y reconocer la presencia de toda la plenitud de la divini-dad en su pequeñez. Es dichosa por eso.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su ma-dre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Lc 2,51. Hay una expresión que usamos mucho y que expresa nuestro

deseo de aprender a vivir con intensidad: vivir la vida día a día, sin estar permanentemente organizando el futuro o re-

cordando el pasado. Reconozco que, más que una realidad, es un buen propósito, una buena intención. Estamos muy condicionados por lo temporal: forma parte de nuestra forma de ser y de vivir. Nuestra me-moria nos recuerda continuamente lo bueno y lo malo de lo que hemos vivido. Acumulamos y arrastramos todo lo que nos ocurre: tanto lo po-sitivo y agradable como lo negativo y doloroso nos afecta e influye. No somos como un ordenador al que se le puede formatear, borrar todos los datos y volverlo a programar. Si todo fuera tan fácil como seleccio-nar y enviar a la papelera de reciclaje, el valor de cada día sería mínimo. Dios se toma muy en serio cada una de nuestras vidas; a cada uno de nuestros días, de nuestras decisiones, de nuestros aciertos y de nuestros errores le da el valor y la importancia que tiene. Estamos hechos de momentos, de palabras, de escuchas y silencios, de lugares, de miradas, de lágrimas y risas; de rechazos y de invitaciones, de atracciones y de repulsas. Y todo sirve, todo nos va modelando y constituyendo. Nos vemos afectados por lo doloroso que es sufrir de-cepciones, equivocaciones, meteduras de pata. Nos avergüenza pen-sar lo ridículas y patéticas que son algunas de nuestras actitudes, de nuestras palabras, de nuestros comportamientos, y nos hacen daño los

paso a paso. momento a momento

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extraordinarias, cuando todas las circunstancias se nos vuelvan favorables, ideales, irreales. Nunca encontraremos todo perfecto y en orden. Solemos culpar a lo que nos envuelve de nuestra falta de vida. Si no fuera por tal persona, por tal vecino, por tal situación en el trabajo, o en la familia. El presente, mi realidad, es el lugar al que Dios decide acercarse para salvarlo.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no será condenado.Jn 3,16-18.

Dios ama a un mundo real, conflictivo, con luchas y alegrías, formado por hombres y mujeres que se cansan, que se fatigan, que se desesperan, pero capaces de reconocer lo que es amar y sentirse amados. Me encanta que Dios no busque circunstancias ideales para mos-trarnos su amor. No entrega su hijo al mundo cuando todo está pacificado y en orden. Al revés: lo entrega cuando todo está envuelto de oscuridad y en tinieblas, para que sean su amor y su luz lo que lo renueve todo. Nosotros sí que esperamos que nuestra vida sea salvada, lo que ocurre es que a veces confundimos en quien confiamos con el Salvador: ponemos nuestra espe-ranza en el dinero, en la seguridad, en la fama o en el placer; construimos paraísos artificiales creyendo que somos nosotros los que sabemos lo que más nos conviene, y los resultados son nuestra falta de alegría y nuestra resignación.

Que mi pueblo ha cometido un doble crimen: me han abandonado a mí, fuente de agua viva, para excavarse aljibes, aljibes agrieta-dos, que no retienen el agua. Jr 2,13.

Es tiempo de volver al Buen Dios, al que nos lo regala todo; al que convierte nuestra historia anodina en una historia de salvación; al que

fallos que acumulamos y que van dejando una determinada imagen sobre nosotros. De la misma manera, nos entusiasmamos fácilmente con los planes de futuro: estamos siempre necesitados de proyectos, de nuevos retos y estímulos, de alicientes para vivir y soportar un pre-sente muchas veces poco atractivo y poder así activar el principio de esperanza que nos despierta, que nos activa, que nos levanta.

Lo que Dios nos dice: El deseo de no vivir agobiados por el control, sino confiados en las manos de Dios, está inspirado en la cita de Mateo:

Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida? Y del vesti-do, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo; no se afanan ni hilan; y sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe? Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Esas son las cosas por las que se preocupan los paga-nos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis. Buscad ante todo el reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo de-más. No andéis preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán. Mt 6,25-34.

Se nos escapa mucha vida cuando posponemos nuestra cita con la alegría y con la felicidad para el futuro, a la espera de situaciones

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no tiene imposibles; al que transforma el desierto en fertilidad, y el sepulcro en el lugar del encuentro con el Resucitado.

Cómo podemos vivirlo: Yo experimento que necesito aprender a vivir la vida momento a mo-mento, minuto a minuto. Porque la cantidad de cosas que me pasan en un día es innumerable. Y no solo por los ritmos externos, sino por los movimientos propios de mi corazón. En un día hay mil emocio-nes, mil sentimientos, mil colores: desde la preocupación a la alegría desbordante; de la prisa , a la calma; de la satisfacción por el deber cumplido, a ver una agenda repleta de tareas. Pero lo que transforma toda la realidad es lo acompañados que estamos por nuestro Dios. En todas las circunstancias y vicisitudes de nuestra vida sentimos los pasos que nos guían, que nos cuidan, que nos acompañan.

de segunda mano

En el museo de mi vida casi todo lo que hay es de segunda mano: la cama en la que duermo, la mesilla de noche, la estantería de los libros, la mesa, la silla... No pegan nada; cada una es de su

padre y de su madre, pero juntas crean una armonía y un conjunto que para mí es espectacular. Seguramente, a los ojos de un buen de-corador o de una interiorista de prestigio, el conjunto de una vieja lámpara que iban a tirar y la estantería que me encontré en la casa cuando llegué será espantoso, pero a mí me encanta porque pienso que he dado a todos objetos una nueva oportunidad: estaban a punto de ser llevados al contenedor, pero alguien se fijó en ellos y los rescató. Descubro que eso que hago yo con los muebles que necesito es lo que hace Dios con mi vida y con toda la humanidad.

Jesús les propuso esta parábola: «Un hom bre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a buscar fruto en la higuera, no lo encontró. Entonces dijo al viñador: “Hace ya tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. ¡Córtala! ¿Por qué ha de ocupar terreno inútilmente?” El viñador le respon-dió: “Señor, déjala todavía este año; yo la cavaré y le echaré abono, a ver si da fruto en lo sucesivo; si no lo da, entonces la cortarás». Lc 13,6-9.

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nas y las circunstancias como son, incluyéndonos a nosotros mismos -que en muchas ocasiones somos nuestros peores jueces-, y no a re-chazarlas cuando no se amoldan a mis expectativas, gustos o intereses. No podemos pasarnos la vida intentando borrar las pági-nas de nuestra historia personal que no nos agradan; no podemos romper y destruir las fotos en las que no nos gusta cómo vamos vestidos; no podemos renunciar al camino que vamos recorriendo ni avergonzarnos de caídas y de errores. Al contrario: deberíamos agradecer todo lo que hemos vivido porque nos ha enseñado lo que queremos vivir, cómo queremos ser, en qué invertir los años de vida que nos quedan... Me encanta esta idea porque significa que el valor de las personas, de las cosas, no depende sólo de la novedad de conocerlas o de adquirirlas, sino que está en lo que somos. No está en las miradas que desde fuera hagan otras personas o incluso en los juicios que podamos hacer sobre nosotros mismos.

Precisamente para que no me sobreestime, tengo un agui-jón clavado en mi carne, un agente de Satanás encarga-do de abofetearme para que no me enorgullezca. He rogado tres veces al Señor para que aparte esto de mí, y otras tantas me ha dicho: “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad”. Gustosamente, pues, segui-ré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo fla-quezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, por-que cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte. 2ª Cor 12, 7-10.

El cambio que nos enseña Pablo es tremendo: de dar patadas a aquello que me hace sufrir y cada vez estar peor o más rotos se pasa a acoger y a aceptar lo que soy, lo que vivo, mi debilidad, mi fragilidad, y descu-brir que ahí soy fuerte porque me siento amado por Dios.

A nosotros nos sale enseguida la impaciencia, el juicio y la sentencia. Los “¡córtala!”, “¡apártate!”, “¡tíralo!”, “¡vámonos!”, “¡cierra la puerta!”, “¡apaga eso!”, “¡cállate!” son órdenes que traducen lo incómodos que nos ponemos con lo diferente, con lo distinto, con lo que no es como a mí me gustaría. Y el Señor nos invita a tener paciencia, a volver a intentarlo, a abonar, a regar, a esforzarnos para que el fruto del amor y de la comunión se vaya logrando. La vida es mucho más grande, boni-ta, sorprendente, mágica, y está más cuidadosamente preparada por el detalle y el cariño de nuestro Buen Dios que lo que nosotros podamos imaginar. Por eso, para dejarse amar por las personas y circunstancias que nosotros no elegimos ni organizamos, necesitamos una actitud de acogida, de humildad. Nuestros criterios, nuestros gustos, lo que conocemos y sabemos, es mínimo, casi ridículo comparado con la grandeza y la riqueza de formas de vivir, de pensar y de amar. Necesi-tamos aprender a vivir en la acogida, en la confianza, en la sorpresa de quien reconoce que la vida está esperándonos en todo lo que ocurre.

Lo que Dios nos dice:

Tú siempre puedes desplegar tu gran poder. ¿Quién puede resistir a la fuerza de tu brazo? Pues el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañane-ro sobre la tierra. Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Porque amas todo cuanto existe, y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías crea-do. ¿Cómo subsistiría algo si tú no lo quisieras? ¿Cómo perma-necería si tú no lo hubieras creado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque todas son tuyas, Señor, amigo de la vida. Sab 11,21-26.

Tenemos un Dios que es amigo de la vida en sus innumerables ma-nifestaciones. Y nos enseña a valorar, a aprender, a acoger a las perso-

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Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la prime-ra piedra. Después se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra. Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzan-do por los más viejos, y dejaron solo a Jesús con la mujer, que continuaba allí delante de él. Jesús se incorporó y le pregun-tó: “¿Donde están? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a conde-narte?” Ella contestó: “Ninguno Señor”. Entonces Jesús aña-dió: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar”.Jn 8,7-11.

Cómo podemos vivirlo: No podemos pedirle a la vida que todo lo que nos ocurra sea nove-doso, espectacular, exclusivo y emocionante. No podemos estrenar diariamente la vida: habrá que reciclar. Pero nuestra mirada sí puede ser nueva y agradecida cada día; podemos sentirnos cuidados y acom-pañados por los brazos providentes de nuestro Buen Dios, que nos acompaña día y noche durante toda nuestra vida.

ángeles del suelo

Me encanta aprender a reconocer que lo normal, lo coti-diano, lo que me pasa a mí y a la gente que tengo cer-ca, donde se me van las horas, los días y los esfuerzos, no

está pintado del color gris del fracaso sino del brillo y de la lumi-nosidad de lo sorprendente, de lo bien hecho, de lo bello. No me encuentro con ángeles del cielo en misiones extraordinarias y tras-cendentales, sino con ángeles de barrio, de a pie de calle, de car-ne y hueso, que a veces se confunden con los vecinos, con los an-cianos, con los niños, con los jóvenes, con los hombres y mujeres a los que Dios ha asociado mi vida. Son gente que se levanta cada día con misiones muy valiosas e importantes, personas que hacen que el mundo avance y que nuestras vidas crezcan y sean felices... Conozco padres y madres, abuelos, con una paciencia, con un detalle, con un cuidado sorprendentes, capaces de acompañar un proceso tan convulso y tan complicado como el de la adolescencia, en el que se pasa de chavalín juguetón a adulto responsable. Conozco ángeles del suelo que abren su vida y se muestran dispuestos para aco-ger con una ilusión contagiosa un nuevo embarazo, con lo que eso va a suponerles, con lo que va a trastocar sus vidas. Conozco profesores y educadores que cada mañana renuevan la motivación de volver a las aulas, convencidos de que sus esfuerzos no son en vano. Me rodean muchas personas que viven sus días acompañados de la cruz de la

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Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he desti-nado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.Jn 15,12-16.

Saber que la iniciativa de esta historia de amor que tenemos, de fe y de esperanza, tiene su origen en la voluntad de llamarnos por parte de Jesús debe llenarnos de confianza.

Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre voso-tros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo en el corazón, porque tanto en la prisión como en mi de-fensa, todos compartís mi gracia. Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús. Y ésta es mi ora-ción: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justi-cia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”. Filp 1,6-11.

Ojalá aprendamos a apreciar lo que vivimos, lo que conocemos, lo que nos rodea, las personas con las que nos encontramos y que no dan lo mejor que son y que tienen. Es precisamente en los momentos en los que peor lo pasamos, cuan-do más solos nos sentimos, cuando el dolor y el sufrimiento golpean nuestra vida, cuanod con más claridad reconocemos a quien nos ama y nos considera amigos.

enfermedad y de la vejez: ángeles pacíficos y serenos que reconocen lo frágil y limitada que es nuestra existencia y saben que cuando se acerca el final es cuando con más claridad se aprende a ver el abrazo de la presencia de Dios, cuya compañía a lo largo de una vida nos hace capaces de reconciliar todos los momentos, malos y buenos. Recuerdo ángeles que tienen forma de tía, de hermana, de madre y padre, de esposa, de amigo.

Lo que Dios nos dice: Jesús no quiere llamarnos siervos ni nada parecido: con Él podemos redescubrir el valor de la amistad. No podemos acostumbrarnos al hecho de ser amados, de tener gente a nuestro alrededor que nos cuida y se preocupa por nosotros, que va dando su vida por nosotros: “quien tiene un amigo tiene un tesoro”.

Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuen-tra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene pre-cio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor.Eclesiástico 6,14-16.

Que los amigos no nos quieran como a nosotros nos gustaría no sig-nifica que no lo hagan con toda su capacidad. Y es que hay amigos más desapegados, con los que nos vemos una vez al año; hay otros más ‘mensuales’ y otros más ‘semanales’... Hay algunos a los que echamos de menos y también otros a los que ‘echamos de más’. Pero ellos son el regalo de aprender a salir de nosotros mis-mos para abrirnos al compromiso y al amor real, no teórico. Nos decepcionan, nos enfadamos, surgen los malentendidos, pero tam-bién, después, las reconciliaciones. Los amigos son la familia que nosotros elegimos y es la relación y el parentesco que Jesús quiere tener con nosotros.

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el ciclo de la vida

Uno de los regalos más grandes de la vida misionera es que diariamente me veo envuelto en realidades humanas de lo más variadas, de lo más extremas, de lo más verdaderas.

Estas invitaciones que día a día se me presentan son lugares a los que Dios me llama y en los que me espera para enseñarme siem-pre esos regalos que Él me hace a través de las personas: desde una experiencia festiva y familiar como la celebración de un bautis-mo, un casamiento o un aniversario de bodas, a lo más difícil del mundo, como estar en un tanatorio por un bebé que ha fallecido o acompañando y tratando de transformar la desolación de un enfer-mo terminal que sabe que le quedan muy pocos minutos de vida. Paso de situaciones tremendamente brillantes y luminosas, como la decisión de dos personas de unirse para siempre con un com-promiso vital de amarse hasta que la muerte les separe, o la de herma-nos y hermanas de comunidad se consagran al Señor para toda la vida, a lo más oscuro, a lo más desesperanzador: un hospital, un tanatorio, un salón en el que ha habido una discusión y dos personas se han acuchillado moralmente, diciéndose cosas que hieren, que rompen, que separan. Sentir que recorro diariamente muchos de los estados de la vida humana creo que me aporta una mirada muy profunda sobre lo que somos, lo que nos constituye, nuestras fortalezas y nuestras mi-

Cómo podemos vivirlo:Estar rodeados de gente cuando el éxito me acompaña, cuando la vida me sonríe y me siento válido, útil, triunfador, es normal. Pero cuando las cartas salen malas y la vida se tuerce, vemos la cantidad de interés y de aprovechamiento que hay en las relaciones humanas: ya no llaman tanto, ya no hay tantas solicitudes de amistad; ya no hay cercanía, ni risas, ni invitaciones. Y es en esos momentos cuando se agradecen las presencias sin condiciones, los amigos ‘porque sí’, sin razones ni lógicas. Y Jesús es uno de los que no se van. Permanece en mí, incondicional. Sin reproche, sin censura.

Y ahora esto dice el Señor, que te creó, Jacob, que te ha forma-do, Israel: No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te que-marás, la llama no te abrasará. Porque yo, el Señor, soy tu Dios.Is 43,1-3.

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ción; donde todas las posibilidades, sueños e ilusiones están abiertas. Es una época en la que nos sentimos capaces de todo, con unos ideales en la cabeza que nos mueven y motivan. Luego, el paso del tiempo muchas veces hace que las concreciones de nuestros sueños se llenen de frustración y desconsuelo. Pero la vida se desarrolla en el terreno de lo real: lo que tene-mos que agradecer es lo que vamos logrando, lo que vamos viviendo, sencillamente porque es lo que ocurre. Y extender los brazos no es pasividad ni resignación: es con-fianza y seguridad de que el que me llama a vivir en lo real está con-migo y no me va a fallar.

La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago, se asustaron y decían: “Es un fantasma”. Y se pusieron a gritar de miedo. Pero Jesús les dijo en seguida: “¡Ánimo! Soy yo, no temáis”. Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas”. Jesús le dijo: “Ven”. Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús. Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has du-dado?” Subieron a la barca, y el viento se calmó. Y los que esta-ban en ella se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”. Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret. Mt 14,24-34.

Hay situaciones inesperadas que nos hacen gritar de miedo. Los mo-mentos de temor por tantas exigencias que nos superan y no nos sentimos capaces de afrontar son justo la ocasión ideal para levantar nuestra mirada y descubrir lo pendiente que está Jesús de cada uno de nosotros. Él vive con calma lo que a nosotros nos agobia. Por eso se vuelve maestro y guía para afrontar la vida con su paz y serenidad.

serias, eso que nos revela lo más profundo de nuestra identidad. Veo a muchos recién nacidos, salidos de la cálida trinchera que es el seno de su madre y su agradable sensación de protección, de seguridad, de bienestar; con la esperanza encarnada en la mirada de sus papás, que desconocen completamente lo que el futuro depara a su pequeña creatura. En ese momento todo es ilusión, futuro, idealización. Luego el tiempo hace el resto: lo que era novedad deja paso a los ritmos coti-dianos, cansancios y rutinas; a los primeros disgustos, preocupaciones y decepciones; a los castigos, tensiones y desesperación. El bebé que casi te querías comer a besos de lo bonito que era se acaba transfor-mando en el joven adolescente que se aleja, con su frialdad, silencios y miradas de desprecio; con su falta de gratitud por los años que los papas han invertido en ellos. Y la vida no deja de dar esos saltos: de lo conocido, de lo controlable, de lo que dominamos, a la novedad, a lo desconocido, a lo que nos descuadra y también nos renueva, haciéndonos empezar de nuevo. Intentar quedarnos solo con la parte bonita de la vida es una ingenuidad y un deseo imposible de cumplir. Porque la vida es dinámica, cambiable, y solo el que es capaz de mirar de frente la ne-gatividad, el conflicto y el dolor es el que será capaz de comprender el misterio de la vida.

Lo que Dios nos dice:

“Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, exten-derás los brazos y será otro quien te ciña y te conducirá adonde no quieras ir”. Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: “Sígueme”. Jn 21,18-19.

Me encanta la referencia que hace Juan a la juventud. Es una época de sueños, de futuro, de cierta arrogancia; donde hay mucho de expecta-

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Aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: “Pasemos a la otra ori-lla”. Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca, tal como es-taba. Otras barcas lo acompañaban. Se levantó entonces una fuerte borrasca y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse. Jesús estaba a la popa, dur-miendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Él se levantó, increpó al viento y dijo al lago: “¡Cállate! ¡Enmudece!” El viento amainó y sobrevino una gran calma. Y a ellos les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?” Ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?”Mc 4,35-41.

Cómo podemos vivirlo:No hace falta que busquemos nosotros tempestades. Ellas solitas vienen. Pero sí tenemos que aprender a vivirlas con la certeza y la confianza de que son oportunidades para crecer en el amor y en la confianza. Debemos extender los brazos, hacer el muerto y notar como los brazos de Jesús nos sostienen y nos cuidan.

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fraternidad

Últimamente me estoy empapando mucho de la realidad vital del matrimonio, una opción de vida en la que están inmersas la mayoría de las personas con las que camino en mi vida

cotidiana. Es una realidad al mismo tiempo divina y humana, en la que se viven las más grandes alegrías y las más profundas tristezas, hasta el punto de que puede ser fuente de salud o de perder la vida. Conozco matrimonios de todo tipo: desde los que viven su opción con el sentimiento de estar viviendo una misión como constructores de un proyecto familiar y en los que ellos actúan como colaboradores de Dios para desarrollar hijos sanos, amables, seguros, felices, hasta otros más edificados en lo práctico, en el cálculo, en el interés, con razones para estar juntos más relacionadas con la seguridad y lo económico que con el corazón, el enamoramiento y la afectividad. Hay matrimo-nios estéticos, superficiales, y otros llenos de fuerza y de compromiso. Pero más allá de la diversidad, hay algo que me parece impor-tante: la necesidad que tenemos todos de renovar las opciones que vamos haciendo en la vida. Como es algo tan de cada día, esta realidad en la que nos vemos envueltos la vivimos como normal, y corremos el riesgo de perder la perspectiva de la grandeza de lo que estamos viviendo. Me da pena que no disfrutemos más, tan preocupados de lo que no tenemos, de lo que no hacemos... No nos damos cuenta, por lo general, del maravilloso camino que ya llevamos recorrido.

lo que dios ha unido

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Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba. Él ha anulado en su propia carne la ley con sus preceptos y sus normas. Él ha creado en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz. Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad. Su venida ha traído la buena noticia de la paz: paz para vosotros, los que estabais lejos, y paz también para los que estaban cerca; porque gracias a él, unos y otros, unidos en un solo espíritu, tenemos acceso al Padre. Por tanto, ya no sois extranjeros o advene-dizos, sino conciudadanos dentro del pueblo de Dios; sois familia de Dios, estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas.Ef 2,14-20.

Todas las personas somos diferentes, pero esas diferencias pueden convertirse en un muro de enemistad o en la ocasión para descubrir la gran capacidad que tenemos de elasticidad, de generosidad y de gra-tuidad. Si amar fuera cómodo, fácil, espontáneo, nuestra capacidad de amar quedaría muy poco desarrollada. Crecemos y maduramos en la medida que vamos desplegando la identidad más profunda que nos constituye, que es el amor.

Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo. Gn 2,24.

Llegar a ser uno solo, una sola carne, partiendo de que somos indivi-duos diferentes, únicos e irrepetibles, es una tarea que nos introduce en esa maravilla misteriosa, paradójica, que consiste en que al perder-me gano, de forma multiplicada y resucitada.

Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único gra-no, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo enton-

Compartir desde fuera, como un testigo privilegiado, me ayuda a valorar la grandeza de esta vocación del matrimonio. Me admira la cantidad de amor que hay diariamente en cualquier hogar. Hace poco hablaba con una madre, inquieta por el deseo de responder al Señor con más generosidad, con más entrega. Y yo intentaba hacerle ver que estar al frente de una familia ya supone una respuesta de amor diaria y permanente. Y es que optar por compartir la vida con la pareja es un ejercicio diario de donación y de olvido de uno mismo. La rutina nos impide ser conscientes de la cantidad de amor que se emplea en vivir un vida compartida, en los esfuerzos de dejar nuestros gustos, nuestros intereses; en vivir para ayudar, para llevar a los hijos, para aprender a compartirlo todo. La organización y planificación de las jornadas, con sus ajustados horarios, es realmente una labor de ingeniería. Y nos mereceríamos escuchar más veces a la semana el ‘gracias’ que nos dice Jesús, la satisfacción de ir desgastando nuestra vida al servicio de las personas a las que Dios nos ha unido, no como un sacrificio.

A mí nadie me quita la vida. Yo la doy voluntariamente. Jn 10,18.

Lo que Dios nos dice: El regalo grande que nos hace Dios al asociarnos a personas con-cretas, desde las diferentes formas y estados de vida -tanto en el matrimonio como en la vida religiosa- nos rescata de una existencia estéril, egoísta, caprichosa. El amor cambia radicalmente el centro donde gravita nuestra existencia. Normalmente lo tenemos muy pegado a nuestra mirada, a nuestros intereses, a nuestros criterios y prioridades. El amor viene a nuestras vidas como un don que nos traslada al otro, a los otros, don-de residen nuestras decisiones, proyectos y sueños. Es la fuerza que nos invita continuamente a salir del terreno de lo conocido y de lo controlado y nos dispone continuamente al milagro de la confianza, del encuentro, de la creación, de la sorpresa.

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ces producirá fruto abundante. Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesiva-mente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna. Jn 12,24-25.

Cómo podemos vivirlo:Cada vez estoy más convencido de que la vocación a la que Dios nos llama es la misma para todos, aunque pueda ser vivida de muchas formas diferentes. Jesús nos llama a todos a lo mismo: a quitarle el plástico al corazón y a empezar a vivir descentrados de nosotros mis-mos, poniendo el corazón en las personas que se van asociando a mi vida: en sus necesidades, en sus sueños, en sus virtudes y defectos; en sus cosas agradables y despreciables. Y este corazón debe estar abierto a recibir toda esa vida y ese amor que acompañan al compromiso y a la fidelidad.

Escuché esta expresión hace poco a una amiga y me encantó porque funde dos realidades que conviven en nosotros y que muchas veces tenemos muy desintegradas: la piel y el alma.

Por una parte, nuestra vida externa, de relaciones, de expresiones, de lugares y momentos; de trabajo, de familia, de exigencias y conflic-tos, y por otra, la sede íntima y subjetiva de nuestra interioridad: lo que pensamos y sentimos, el alma que somos nosotros, nuestros sueños y deseos, aquello que emerge y que se presenta en nuestras soledades y en nuestros silencios; en nuestras fragilidades, vecina de la libertad y de las decisiones que vamos tomando. Es lo más “yo” que soy; nuestra percepción de la realidad, nuestros gustos e ilu-siones; la alegría, la esperanza, el amor, los miedos, los temores y las explosiones de júbilo y de placer: lo que no se ve. Es eso esen-cial, invisible a los ojos pero tan necesario, tan mágico, tan divino. Tenemos piel en el alma, como Dios tiene piel, como Jesús sudaba, se cansaba, lloraba, reía, soñaba y sufría. Y siento que a ve-ces somos muy injustos en la distribución de nuestro tiempo y de nuestra atención. Porque a la piel sí que le dedicamos bastante aten-ción. Somos muy cuidadosos con todo lo que ocurre por fuera: a los comentarios que hacen de mí, a las miradas, a las opiniones, a los acontecimientos. Pero descuidamos muchas veces esa otra salud, tan importante o más que la física, que es la salud del alma, del corazón,

la piel del alma

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nuestros sueños y nuestros deseos. Pero ocurre que nos vemos en la mitad de la vida y sin que se haya conseguido ninguno de los objetivos marcados. Y el conformismo, la resignación, van creando en nosotros ese ambiente de queja, de victimismo, de fracaso. Y Jesús es capaz de preguntar a nuestra tristeza crónica: “¿Qué quieres que haga por ti?” Ya basta de lamentos estériles y de quejas lastimosas. ¿Qué eres capaz de hacer para que tu vida cambie? Él se compromete a ayudarnos para salir de nuestras soledades y de nuestras muertes. Pero tenemos que querer. Tenemos que colaborar para que el milagro se haga posible.

Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor; Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestras tumbas y os saque de ellas, sabréis que yo soy el Señor. Infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis; os estableceré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago, oráculo del Señor”. Ez 37,12-14.

Hay una promesa y un compromiso de parte del Señor de darnos vida en abundancia, pero tenemos que quererla, que pedirla, que desearla. Igual que una manifestación de amor nos regala la energía y la alegría para vivir, el alma también recibe caricias. Pero hay que estar atentos a los besos y a los guiños de nuestro Dios.

Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. 1ªJn 3,14.

Es caricia de la piel del alma nuestro deseo sincero de amar, de com-partir, de entregarnos. Son huella de Dios en nosotros todos los momentos y ocasiones en los que abrimos nuestra vida a los demás; cuando cambiamos nuestras prioridades y planes; cuando acogemos, perdonamos, proponemos, creamos, saliendo de nuestra corta mirada

de la fe. Si no tenemos sentido, motivación, claridad, fortaleza, la vida se nos vuelve absurda e indescifrable. Nos pasamos épocas largas de desconcierto, de pérdida total de tiempo, de espera de no sé qué, de no sé a quién. Y necesitamos ver. Necesitamos comprender, como el ciego del Evangelio, al borde del camino y mendigando: él es la imagen de quien se ha olvidado de vivir.

Lo que Dios nos dice:

Llegaron a Jericó. Más tarde, cuando Jesús salía de allí acompaña-do por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Barti-meo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Cuando se enteró de que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron entonces al ciego, diciéndole. “Ánimo, le-vántate, que te llama”. Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que recobre la vista”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.Mc 10,46-52.

Al borde del camino y pidiendo limosna. Es la descripción de quien se siente fuera, apartado, perdido, rodeado de una oscuridad que le impide reconocer lo valioso que es él mismo y todo lo que le rodea; con la sensación de estar confundido y sin saber qué pasos dar, en qué dirección. Pidiendo a los demás que resuelvan todos nuestros proble-mas. Buscando fuera los culpables de mis desgracias. Mirando sin ver. Dejando que se escape la vida sin saber muy bien cómo aprovecharla, como compartirla. Hay muchas personas que atravesamos momentos así. Pensamos que el paso del tiempo va a lograr que se hagan realidad

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para acoger la más amplia que Dios nos regala. Las caricias de la piel del alma son todas las cosas bellas que somos capaces de descubrir. Es el encuentro con el humor, con la risa, con el gusto agradable que nos describen los incalculables sabores que reconocemos. Son los sonidos, la música, las personas, los paisajes, escenarios privilegiados para que el ser humano se despliegue y crezca, ame y se sienta acompañado siempre.

Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero tene-mos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Lc 15,31-32.

Cómo podemos vivirlo:Orar no es otra cosa que mirar alrededor y escuchar, y ser conscientes de que así como nuestra corporalidad necesita mimos, cuidados, des-canso, nuestras almas necesitan caricias, alimentos y momentos de ser escuchadas y valoradas.

Qué difícil es verse envuelto en un conflicto y discernir quién tiene razón cuando parece que todo el mundo la tiene; cuan-do los límites, los deseos, las circunstancias, hacen que tenga-

mos argumentos para ser compasivos con todos, para comprender a los dos bandos, sin lograr ver con claridad quién es la víctima y quién el verdugo. Estoy casi seguro que todos llevamos a las espaldas parte de los dos. En ocasiones ángeles, en ocasiones demonios, pero siem-pre, siempre, necesitados de manos amigas y brazos abiertos que nos acojan, que nos escuchen, que nos comprendan. La vida no es como en las pelis del cine americano, donde el bueno es muy bueno y los malos son muy malos. Todos tenemos luz y fragilidad, verdades y du-das, aciertos y errores. Sería tremendamente injusto que exigiéramos a los demás solo perfección y aciertos, cuando nuestra propia vida está llena de zonas oscuras que los demás soportan porque nos aman.

Lo que Dios nos dice:

No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo que, en busca de un cono-cimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su creador. Ya no existe distinción entre judíos y no judíos, circunci-dados y no circuncidados, más y menos civilizados, esclavos y libres,

ni indios ni vaqueros

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Jesús es claro al pedirnos que cambiemos nuestra inercia precipitada de evaluarlo todo de forma inmediata y que seamos acogedores y pa-cientes. Porque sabe que el que hace crecer el fruto es el Señor.

No juzguéis, para que Dios no os juzgue; porque Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado y os medirá con la me-dida con que hayáis medido a los demás. ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo? O ¿cómo dices a tu hermano: “Deja que te saque la mota del ojo” si tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano. Mt 7,1-5.

Nos encontramos con mucha facilidad en ambientes confrontados, tensos, abiertamente hostiles a lo diferente, con un claro rechazo a lo que no es como yo pienso: Catalunya frente a Estado Español; lo católico frente a lo ateo; la vida contemplativa frente a la res-puesta social y solidaria; la masculinidad frente a la feminidad, el gobierno frente a los trabajadores... Yo, poseedor de la verdad ab-soluta, frente a los demás, pobres ignorantes, a los que casi tolero su presencia y con cuya compañía me muestro condescendiente. La arrogancia y la soberbia con la que nos situamos frente a mu-chos temas nos aleja de la verdad. Sólo la humildad y la sencillez, el diálogo y la complementariedad nos permiten acercarnos a la belleza y a la alegría de la verdad.

El amor es humilde, es paciente, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, no lleva cuentas del mal. 1ªCor 13,4-7.

Nos tiene que regalar el Señor una oración que nos descentre de noso-tros mismos y nos invite a descalzarnos de lo que son nuestras seguri-dades para así salir, confiados y acogedores, al encuentro de los demás.

sino que Cristo es todo en todos. Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Sopor-taos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agra-decidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánti-cos inspirados. Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Col 3,9-17.

La fe ilumina la realidad y nos muestra la relación que nos une a los otros. Mucho más profunda que el hecho de caerme bien o mal al-guien, o que aparezca la química o no. No somos islas independientes, en las que no tengamos nada que ver con los demás. Cristo es todo en todos. Los demás forman parte de mi, son uno conmigo. Yo no puedo decirle a ninguna parte de mi cuerpo que no la necesito. Yo no soy nadie para decirle al otro cómo debe ser, cómo tiene que vivir, qué pensar, qué sentir. Aunque, claro que nos ayudamos unos a otros a ir caminando hacia una paz, un amor y una integración de lo negativo en nuestra propia vida. Juntos avanzamos hacia la plenitud. Pero cada uno a su ritmo. Me llena de alegría escuchar a Jesús pedirnos con insistencia que no juzguemos y que no nos situemos como árbitros. Porque no vemos el corazón, porque somos tremendamente desconocedores de las circunstancias que rodean la vida de los demás. Nos quedamos en las apariencias, y eso es tremendamente superficial. Cuántas veces el lobo se esconde bajo piel de oveja... Y es que las apariencias engañan siempre.

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Cómo podemos vivirlo:Diariamente se presentan muchos encuentros con las personas que nos rodean, y no todos son fáciles de vivir ni espontáneamente agra-dables. Hay relaciones de sumisión, de hacer lo que otros nos dicen. Hay encuentros desagradables, ofensas, malos entendidos, tensiones. Pero lo cierto es que es la escuela del amor. No me puedo desanimar de que no me salga. No me puedo exigir que me salga bien a la pri-mera. La escuela de aprender a amar dura toda una vida. Y es cierto que cuando más unido estoy a Jesús, y más me regala él su mirada, con más alegría y más confianza me encuentro con los demás. Ya no son rivales: son hermanos, a los que el buen Dios me acerca para vean mi amor, mi cariño, mi sincero interés,y con los que juntos tenemos que avanzar en este camino de llegar a ser hombres y mujeres de paz. En Italia he visitado lugares y espacios protagonistas de muchas

páginas de la historia universal y de la Iglesia en particular. Y algo que salta a la vista es el deseo de los dirigentes y de los

poderosos de dejar huellas imborrables de su paso por el mundo. Se hace patente la preocupación por la trascendencia, por huir del olvido y la voluntad de que las futuras generaciones les recuerden por sus obras, por sus decisiones, por su poder y riqueza; por lo que apoyaron, por lo que dejaron como herencia a los demás. Y llama la atención que en cualquier templo aparecen mausoleos, tumbas llenas de es-culturas grandiosas de mármol, con nombres de personajes que en la actualidad nadie conoce y que rivalizan en tamaño, en calidades, en esplendor. Puede que estos hombres ilustres, tanto del ámbito políti-co como papas, se entendieran a sí mismo como grandes personajes, imprescindibles para la historia de la humanidad. Pero su vida no ha calado tanto como para que se les recuerde. Solo los historiadores y especialistas saben quiénes son. La gente normal, no. Y sin pretender juzgar o corregir sus decisiones, me encanta reconocer cómo Jesús nos invita a seguirle por caminos que huyen de la arrogancia y de la osten-tación y nos anima a recorrer sus huellas de humildad y de gratuidad.

Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ella; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro

pedro en el vaticano, pablo extramuros

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Por lo que veo, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los úl-timos; como condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres. Nosotros, unos locos por Cristo, vosotros, sensatos en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros céle-bres, nosotros despreciados; hasta ahora pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos ago-tamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calum-nian y respondemos con buenos modos; nos tratan como basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy. 1ª Cor 4,9-13.

Con esta crudeza describe Pablo su misión. Es consciente de su último lugar entre los apóstoles. Y este último lugar es visible en Roma, en el Vaticano. La tumba de Pedro es visitada diariamente por cientos de mi-les de peregrinos. En cambio, la de Pablo está en las afueras, fuera de las murallas, olvidada, alejada del éxito y de los focos. Y me encanta que ese aparente olvido y ese último lugar no desmoralizaron a Pablo en absolu-to. Al revés: su entrega fue total. Porque no vivía de rivalizar con Pedro. Porque cada uno recorría un camino. Cada uno tenía unos talentos y es absurdo compararlos. También nosotros tenemos que recorrer nuestro propio camino y dar nuestra propia respuesta hasta el final.

Que la gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y adminis-tradores de los misterios de Dios. Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece. 1ª Cor 4,1-5.

Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace su derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Mt 6,1-4.

Es necesario aprender a vivir en la gratuidad y en la alegría de quien obra y hace las cosas no para ser visto por lo demás, sino quien actúa desde la generosidad de amar y entregarse porque sí. Vivir pendiente de los resultados, de las valoraciones, de si soy mejor o peor con-siderado, nos hace profundamente esclavos de ese aplauso y de ese reconocimiento. ¡Cuántas energías perdemos a lo largo de nuestros días y cuántos esfuerzos hacemos para no decepcionar, para que no se nos vean las debilidades, las fragilidades, las caídas! ¡Y qué profunda libertad da vivir bajo la mirada y la valoración de aquel que no juzga, sino que salva!

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juz-gar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Jn 3,17.

Lo que Dios nos dice: Nuestra alegría no puede depender de la crítica o del aplauso de los demás, porque ese cimiento es tremendamente efímero y cambiante: un día aparecemos como triunfadores, y al siguiente nos derrocan de nuestro pedestal y nos tumban. La motivación para vivir no puede ser sólo el deseo de éxito o de triunfo. ¡Claro que tenemos que aspirar a vivir haciendo las cosas lo mejor que sabemos! Pero una vez que ponemos lo mejor de nosotros, la libertad frente a los resultados y a las opiniones nos tiene que acompañar.

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Cómo podemos vivirlo:Nos dice Jesús que cada día tiene bastante con su propio afán. Por eso nuestra fuerza y nuestra motivación tiene que venir de poner todo el amor de que seamos capaces en lo que hacemos. El detalle, el cariño con que vivimos todo lo llena de sentido. Y ¡claro que es bonito que se nos reconozca ese amor! Nos llena de alegría que se den cuenta de nuestra entrega y de nuestra implicación. Pero si no te lo agradecen, peor para ellos, que no son capaces de reconocer todos los regalos que les rodean. Y nosotros a seguir. Nuestros nombres ya están escritos en el cielo.

miedos

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confundir una pesadilla con un sueño

Qué importante es decidir bien cómo queremos vivir y a quién queremos seguir; sentir que somos dueños de nuestras deci-siones, de nuestros éxitos y fracasos; conscientes de la multi-

tud de influencias que recibimos a lo largo de una vida y, al mismo tiempo, sabedores de que no estamos determinados ni predestinados. La libertad es uno de los regalos más grandes que Dios nos ha hecho a sus hijos. Pero esa libertad, esa capacidad de decidir, de construirnos, nos puede acercar a la plenitud, al sueño realizado, a la felicidad, a la gratitud y a la alegría que nadie nos puede quitar; o, por el contrario, nos puede hundir en la pesadilla, en la oscuridad, en la eterna insatisfacción y en la vida aislada de la realidad, solitaria, incomunicada.

Venid y lo veréis.Jn 1,39

Esta oferta que hizo Jesús a los primeros discípulos se ha vuelto a re-petir en innumerables ocasiones a lo largo de la historia. Esa llamada universal, a todos y a todas, sean de la edad, clase social, sexo, nación, raza, nivel académico, laboral, o económico que sean, se puede aco-ger positivamente o se puede rechazar. Pero las consecuencias de una decisión o de otra son tan radicalmente diferentes como un sueño o

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nuestro Dios. Y desde esa experiencia, compartir y construir junto con los hermanos y hermanas las diferentes riquezas y los diferentes talentos que Dios nos ha regalado al servicio de los demás. Elegir a qué señor queremos servir es un aprendizaje. A lo largo de nuestra historia hemos servido a muchos señores y señoras. Hay momentos donde nuestros modelos son deportistas, cantantes, actores y actrices, personajes triunfadores que se acercan a nosotros a través del cine o de la televisión. Según vamos creciendo, vamos de-jando paso a otros modelos, porque sentimos que son otros nuestros intereses. Se quitan las fotos de deportistas y aparecen las de las musas del amor, los guapos y guapas con poca ropa, que nos enamoran y nos hacen vibrar. Buscamos referencias en el mundo de la familia, de la empresa, del corazón, del trabajo. Hay épocas iconoclastas, donde no nos queremos parecer a nadie; donde vamos en contra de todo lo que se nos ofrece e impone, decepcionados por tantas promesas sin cumplir, por tantas ilusiones frustradas. Pero llega un momento donde tenemos que volver a agarrar la vida con nuestras manos y volver a preguntarnos: ¿Qué queremos vi-vir? ¿Qué queremos lograr? ¿Donde tenemos puesto nuestro corazón y nuestro tesoro?

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristece Pedro de que le preguntara por tercera vez: “¿Me quieres? “Y le contesta: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde que-rías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte

una pesadilla; como el cielo o el infierno. Si no seguimos a Jesús, nos seguiremos a nosotros mismos: nuestros criterios de triunfo, de logros y realizaciones, de felicidad. Lo que seguro que no podemos hacer es vivir sin patrón, sin modelo, sin normas, sin caminos, prioridades ni criterios de discernimiento. Nadie vive en el aire. El tiempo, y toda nuestra vida, se lo va llevando aquello que valoramos y apreciamos. Y lo que es verdaderamente patético y da mucha pena es que invirtamos nuestra vida en algo que no deseamos, que no elegimos sino que nos imponen, y que nos da como resultado una apatía y una tristeza crónica: en definitiva, que en vez de darnos vida nos da muerte.

Lo que Dios nos dice:

Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivi-rás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla. Pero si tu corazón se aparta y no escu-chas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio y no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar. Hoy cito como testigos con-tra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a Él, pues Él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob.Dt 30,15-20.

El deseo de Dios es que hagamos la prueba de lo que significa vivir en su casa; experimentar lo que significa que venga a nosotros su Reino; saborear lo que es vivir seguros de un amor que no es condicionado o interesado, de un amor eterno, de una valoración, de una seguridad que nace de sabernos y de experimentar que estamos en las manos

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con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme” Jn 21,15-19.

Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros que-réis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; noso-tros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Jesús le contestó: “¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los doce?”Jn 6,67-70.

Cómo podemos vivirlo:Cada día es nuevo. Lo vivido ayer no me sirve para hoy: ni lo logrado en positivo ni la acumulación de fracasos y desgracias. Hoy puedo de nuevo elegir con quién quiero pasar el día, a qué señor quiero seguir: al que me da el ciento por uno de todo: de amigos, familia, el que me enseña ensanchar el corazón; o puedo seguir mi egoísmo, mi interés, a mí mismo. ¡Elige la vida!

Hace poco un amigo mío me llevó a dar una vuelta con su moto por los alrededores de Madrid. Se lo había pedido ha-cía tiempo, al enterarme de que se él mueve habitualmente

en moto. Como es una BMW enorme, calculé que esa máquina no tendría problema en aguantar mi peso. Y por fin estaba preparado, con mi casco, mis pantalones lar-gos, mis zapatillas bien atadas y dispuesto a la aventura. Era viernes, y la hora coincidía con la salida de toda la gente del trabajo. Las carrete-ras estaban llenas de tráfico y mi amigo empezó a caracolear, a meterse entre camiones, coches, arcenes. Y yo me empecé a poner rígido. La falta de experiencia enseguida me puso tenso, inseguro, me dolían los brazos de agarrarme a los estribos. En una palabra: me estaba entran-do un miedete que me impedía disfrutar de la ruta. No era culpa del piloto, que lo hacía superbién, ni del tráfico, ni de nadie. Sólo mía. Pensaba en la locura innecesaria de ir de paquete en una moto potente, sin más motivo que el disfrutar y el pasarlo bien. Estaba claro que una vez metido en harina, no había vuelta atrás. No iba a decirle a mi amigo que me dejara en casa. Y ahí, espontáneamente, me puse a orar: a ser consciente de que hay una presencia que vive conmigo todas las situaciones, tanto las de alegría como las de temor. Y empezaron a deshacerse los temo-res, a desbloquearse los miedos, y empecé a fluir con la moto, con el

desbloqueando los miedos

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pezar el recorrido más sinuoso de curvas y de tumbadas. Mis brazos se relajaron, la sonrisa y la emoción surgieron y empecé a fluir al ritmo de la vida. Este ejercicio continuo de pasar del temor a la confianza de-beríamos hacerlo no sólo yendo en moto, sino sentados en la oficina o dialogando con el vecino. Al día siguiente, sábado, me volvió a pasar lo mismo. La agen-da del fin de semana era especialmente exigente: retiro en la parro-quia, dos bautizos, confesar a dos parejas a las que iba a casar por la tarde, atender al de las flores, las bodas (una a las seis y otra a las siete, en lugares diferentes)... Y los fantasmas del temor volvieron a hacerse presentes. El temor ya no era que un camión me aplastara la cabeza; ahora el causante del miedo era fallar, no ser capaz de llegar a tiempo a todos los compromisos: “¿Y si no llego, y si defraudo, y si me sale todo mal?” Y el camino de la calma volvió a ser el mismo: diálogo con Aquel que me llama desde lo profundo del lago, desde lo profundo de la vida entregada. “Ven, Vicente, que soy yo. Ánimo, que si vives las cosas conmigo, es imposible que no salgan bien”. Y así, poco a poco, van saliendo las cosas, con la ayuda impa-gable de la comunidad, hermanos y hermanas que se disponen con toda su generosidad en la entrega, que se ofrecen, que colaboran, que asumen lo que yo nos soy capaz de hacer.

En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimo-nio de que el Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor”. 1ª Jn 4,13-18.

paisaje, con mi amigo; como Pedro al intentar por primera vez cami-nar sobre las aguas.

Lo que Dios nos dice:

Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era con-trario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Pedro contestó: “Se-ñor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!” Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has du-dado?” En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”. Mt 14,23.34.

Cuando uno se ahoga, sale de forma espontánea la petición de sal-vación. Cuando la vida nos lleva por situaciones donde con claridad reconocemos que no sabemos encontrar la salida por nosotros mis-mos es cuando oramos con sinceridad, y donde experimentamos con nitidez que estamos acompañados, que hay alguien que está atento y es cuidadoso con nuestras vidas. Poco a poco el corazón se calma, reconocemos con alegría que nuestra vida está puesta en otras manos, más fuertes, más estables. Y es entonces cuando experimentamos que nuestras vidas se apoyan en la roca firme del amor de Dios. Pasamos de vivir las cosas como un castigo a reconocer que son un regalo. Pa-samos del temor al humor, a gozar, a disfrutar. En este viaje en moto, la calma en el corazón vino poco antes de em-

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Cómo podemos vivirlo:Sabernos amados es lo que nos libra de los miedos y de las angustias. Necesitamos redobladas dosis de humildad para reconocer que somos frágiles y limitados. Pero necesitamos mucho más: la presencia y la cercanía de Jesús, que nos coge siempre con firmeza de las manos y nos salva, nos levanta, nos renueva su confianza y nos llama para seguir siendo la alegría de nuestro mundo. Ojalá que la confianza acompañe nuestro vida. Que cada vez caminemos más confiados, más alegres, controlando menos y gozando más de las continuas sorpresas que la vida nos prepara, siempre dispuestas para nuestro bien.

los bichos-bola

Uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi época de formación en aquellos lejanos años 90 son unos bichi-tos que nos acompañaban cada mañana en la capilla de

Siete Aguas. Eran unos bichos con muchas patas, lentos, con un caparazón laminado, amigos de humedades, de rincones, de os-curidad, y cuya característica más señalada era que al sentir una amenaza externa se replegaban sobre sí mismos y se quedaban he-chos una bola. Se paralizaban, se escondían, dejaban de caminar, pensando que con dejar de ver se diluía la amenaza. ¡Cuántas ve-ces mi oración estaba inspirada en ellos! Su nombre siempre queda-rá en mi memoria como los ‘bichos-bola’, los de la vida miedosa. Hay épocas en mi vida en las que mi forma de vivir se parece a la de esos animalitos. Miedoso, inseguro, sintiendo la amenaza con-tinuamente, pensando que todo lo que me rodea es hostil, enemigo, peligroso. El origen de los miedos está en lo frágiles y pequeños que nos vemos frente a la cantidad de exigencias y de retos que la vida nos pre-senta, sean cuales sean las situaciones vitales. Ya sea en la vida familiar, de esposos o padres, en la llamada a la vida religiosa, al sacerdocio, o en el ámbito profesional o, simplemente, en los círculos de amigos, estar a la altura de lo que se pide de nosotros es muy difícil.

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se arrepienta de algo. Y es que el camino de dejar de ser un bicho-bola y de construirnos como personas libres, maduras, humildes, pasa por lo amados que nos sintamos; por la agilidad y la humildad con la que nos volvemos a poner de pie las veces que haga falta, a pesar de las muchas caídas y de los muchos errores.

Nuestro amor alcanza la plenitud cuando esperamos confiados el día del juicio, porque también nosotros compartimos en este mundo su condición. En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no ha logrado la perfección en el amor. Nosotros debemos amarnos, porque él nos amó primero. 1ªJn 4,17-19.

A confiar se va aprendiendo a lo largo de la vida. Es verdad que sen-timos el dolor y el desgarro de que jueguen con nosotros, de que nos utilicen, de que nos traicionen. Pero encontrar en el camino de la vida personas que se comprometen con nosotros y que nos asumen en lo bueno y en lo malo nos hace más comprensible y cercana la fidelidad de Dios con nuestras vidas.

Escuchadme, linaje de Jacob; los que quedáis del linaje de Israel, con quienes cargué desde el seno materno, a quienes llevé desde el vientre de su madre. Seguiré siendo el mismo hasta vuestra vejez, os seguiré sosteniendo hasta vuestra ancianidad. Así he actuado, y así seguiré actuando, os sostendré y os liberaré.Is 46,3-4.

El bicho-bola se siente arrojado a la existencia con la única misión de subsistir, de ser un superviviente, de conquistarse un minuto más de vida. Nosotros somos Hijos de un Padre, que nos ha preparado todo para que vivamos de forma abundante. Con amor, con una alegría que nadie nos puede quitar. Con compañía adecuada, con ayuda para

No tengo muy claro si la exigencia viene de fuera o de noso-tros mismos, pero es muy cansino el despertarse cada mañana y que la mirada sobre el día se parezca a una dura carrera de obstáculos: pruebas a superar, peligros a esquivar. Ese mismo despertar podría ser alegre, novedoso, esperanzador. Podríamos comenzar el día ilusiona-dos por todo lo que nos puede ocurrir, el amor que voy a recibir, la cantidad de gente buena con la que me voy a encontrar... Si intento vivir la fe, la mirada sobre la realidad va cambiando. Y es que hay un esfuerzo de parte de Dios para que deje de vivir en el temor y sea capaz de desplegar las alas y los talentos que Él me ha regalado.

Lo que Dios nos dice:

Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga escla-vos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido el Espíritu que os hace hijos adoptivos y os permite clamar: Abba, es decir, Padre. Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que so-mos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: he-rederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él”. Rom 8,14-17.

Muchos de nuestros miedos tienen que ver con el fracaso. Nos da pánico hacer el ridículo, no llegar a las metas que nos proponemos. Y es que la frustración, sentirnos perdedores, tiene mucho que ver con las expectativas y los ideales que nos marcamos. ¡Cuánta exigencia por querer llegar a ser los mejores, los primeros, los que aciertan, cuando en la práctica todos caminamos en la duda y construimos a base de intentos y de arriesgarnos! No hay proyecto de vida que no cueste, que no se realice entre luces y oscuridades; no existe la persona que no se equivoque o que no

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nuestros pasos. Y si es cierto que la vida nos regala momentos de oscu-ridad, de falta de luz, siempre se nos brindan nuevas oportunidades.

Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro auténtico culto. No os acomodéis a los cri-terios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la volun-tad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.Rom 12,1-2.

Lo que está diciendo Pablo, que no asuste a nadie. Ofreceros como sa-crificio no es poner el cuello para que os peguen un tajo. Está dicien-do que no te escondas, que no entierres tus talentos, tus capacidades, tus virtudes; que no seas un bicho-bola asustado que no sabe, que no opina, que no expresa. Que, queriendo guardar las formas de lo co-rrecto, de “lo que Dios manda”, se está perdiendo mil oportunidades de vivir, no en lo teórico, no en lo meramente racional, que tanta vida desaprovecha.

Cómo podemos vivirlo:Desplegar las alas que siempre hemos llevado es no tener miedo a equivocarse; no tener miedo a empezar de nuevo. Es olvidar lo que he dejado atrás y lanzarme a lo que me espera por delante. Sólo por hoy. Mañana ya veremos.

tocar fondo

Para sentir de verdad la necesidad de un cambio radical y que la pa-labra ‘conversión’ se vuelva algo deseable y apetecible, nuestra vida tiene que tocar fondo. Tenemos que experimentar que no podemos

caer más bajo de donde nos lleva nuestra propia fragilidad. Tenemos que decepcionarnos de nosotros mismos y no poder soportar lo patético de nuestra forma de vivir, de pensar y de comportarnos. Tenemos que acabar aburridos y agotados de nuestras justificaciones, de las excusas y de los miedos que acompañan nuestra toma de decisiones. Es en esa situación límite, donde somos conscientes de que nos hemos quedado solos y que no hay ningún lugar al que ir ni persona a la que recurrir, donde con más claridad entendemos lo que es el desierto. Es la oportunidad de descubrir con una claridad diáfana que hay una presencia continuada por parte de Dios: su amor, su cuidado, su misericordia vuelve la aridez del desierto en el lugar de la alegría, del encuentro, de la fecundidad, de la liberación. El pueblo judío le está muy agradecido al desierto. Es el lugar donde en la Biblia se repite que Dios se encuentra con sus hijos: el desierto liberador del Éxodo, donde Moisés sacó al pueblo y lo rescató del domino del faraón; el desierto donde reciben la alianza, el pacto de pertenencia, de ser de Dios; el desierto, no sólo como un lugar físico, sino como un estado, en el que nos encontramos cara a cara con nues-tra verdad. Y es el lugar de la oportunidad, del nacer de nuevo, del ser reconstruidos del todo.

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sús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. Jn 8,3-11.

La adúltera fue al desierto no por su propia voluntad sino por obli-gación. La llevaron los que descubrieron su doble vida, su mentira, su pecado, un descubrimiento que sentencia, que juzga, que rechaza, que aleja. Debía morir. Nosotros también vivimos ocultando muchas cosas: pensamientos, palabras, obras, omisiones. Escondemos porque estamos seguros de que si se sabe lo que vivimos, lo que sentimos y pensamos, la gente dejará de confiar en nosotros; nos dejará de querer. Tapamos por mie-do, por vergüenza. Lo que no sabemos es que en el desierto no estamos solos. Está la presencia salvadora de Dios: su mirada que no juzga, que no condena; que conoce, que comprende, que levanta.

Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor per-manece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. 1ª Jn 4,16-18.

Si nos dejáramos alcanzar por la mirada con que Jesús nos mira, no nos alejaríamos jamás de su influjo y cercanía, porque es la que nos define, la que nos recuerda el verdadero valor de lo que somos. El pro-blema es que nos afectan otras miradas, otras palabras, otros juicios. Vivimos de intentar agradar a todo el mundo, olvidando que si nos separamos de Jesús nos hundimos.

En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo la pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por se-gunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?”Jesús le contestó: “En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. Jn 3,3-6.

Todos los terapeutas que acompañan adicciones afirman que para que una persona se plantee dejar el alcohol, las drogas, el juego, o cualquier tipo de dependencia es necesario que su entorno le haga el vacío; que no le tapen ni le disculpen; que no haya lugar al que ir, ni personas a la que sacarle algo de dinero. Solo en la más absoluta soledad se toma la decisión casi desesperada de pedir ayuda; de suplicar otra oportunidad. La Cuaresma es el tiempo en el que podemos nosotros voluntariamen-te buscar esos espacios de desierto, de desprendimiento de todo lo que disimula nuestro vacío y maquilla nuestra soledad; de todo lo que nos entretiene y nos anestesia, para poder encontrarnos a solas con aquel que nos ama, que nos renueva, que nos devuelve la vida.

Lo que Dios nos dice:

Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Je-

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Cómo podemos vivirlo:La Cuaresma es tiempo de alejarnos de los miedos. El amor nos los tie-ne que alejar y así poder vivir confiadamente la aventura de seguir al que es capaz de caminar sobre las aguas; al que es capaz de liberar nuestras vidas de la esclavitud del pecado; al que nos regala vida en abundancia.

Jesús les dijo enseguida: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Pe-dro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del veto, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”. En-seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿Por qué has dudado?” En cuanto subieron a la barca se postraron ante él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”. Mt 14,27-32.

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el museo de mi vida

Cada vez que me pongo a limpiar mi habitación vivo un momen-to de contemplación y de gratitud. Lo hago pocas veces por-que soy un desastre en el orden y en la organización; además,

se me va mucho tiempo, pero me encanta. Se me remueven y renuevan todos los ánimos y los sentimientos. Me sorprende y admira profun-damente cómo se va invirtiendo mi vida, cómo la voy gastando. Veo cómo van pasando los años y se despierta en mí una profunda gratitud al ser consciente de cómo voy dando pasos, por dentro y por fuera, en tantos sitios, lugares, personas, conversaciones. Tengo una caja de za-patos llena de fotos de las de antes. Salís en ellas muchos de vosotros, y me encanta que se me pasen las horas viendo, recordando, sintiendo. El paso del tiempo es evidente: cambios físicos, de ropa, de talla... También cambian el modelo de las gafas, los paisajes, el color de la piel de la gente que me acompaña, pero lo que no cambia es mi sonrisa. No cambia el entusiasmo, el brillo de la mirada, el deseo de llevar a todos los hombres y mujeres que se acercan a mi vida razones para vivir, para amar, para ser felices y alegres. Hay tanto tanto vivido, tanto compartido... No es nostalgia, o añoranza de tiempos pasados, sino saboreo, mirada satisfecha de todo lo que está siendo un regalo y una historia acompañada. Las fotos llevan a los recuerdos, y los recuerdos a la alegría que hace arder el corazón, y huir de miradas estériles y quejumbrosas.

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la mente, nuestra corporalidad, a esa presencia amorosa y delicada que nos cuida y nos acompaña. Si nos estropeamos, si salimos mal, si en nuestra vida aparece el sufrimiento, el fracaso, el dolor, siempre hay una enseñanza que aprender, un nuevo paso que dar. Esa es la esperanza a la que hemos sido llamados. Siempre podemos levantarnos de nuestras caídas, de nuestras rupturas, y empezar de nuevo a reconstruir la mara-villosa obra de arte que Dios esta modelando para los demás.

¡Ay del que pleitea con su artífice, siendo una vasija como otra cualquiera! ¿Acaso dice la arcilla al que la modela: “¿Qué es-tás haciendo?” O le increpa su obra diciendo: “No tienes destre-za”. ¡Ay del que dice al padre: “¿Qué es lo que engendras?” O a la mujer: “¿Qué das a luz?” Así dice el Señor, el Santo de Israel, el que lo modeló: “¿Vais a pedirme cuentas de mis hijos, a decir-me lo que debo hacer?” Yo hice la tierra y creé sobre ella al hom-bre; desplegué el cielo con mis manos, y domino sobre los astros”. Is 45,9-12.

Nos perdemos mucha vida y mucha alegría cuando nos ponemos a quejarnos y a rebelarnos contra personas que encontramos y circuns-tancias que vivimos. ¡Cuánto tiempo arruinado preguntándonos: “¿por qué a mí?”! ¡Cuánta comparación, cuánta rivalidad, cuánta envidia nos impide reconocer lo valioso que hay en mí! Si nos de-tuviéramos a reconocer todo lo vivido, todo lo construido, todo lo compartido y todo lo intentado, cambiaríamos nuestro luto en dan-zas. Y agradeceríamos ser una vasija sin terminar en manos del alfare-ro, para continuar sintiendo sus manos sobre nosotros: sin prisas, sin urgencias, sin quejas.

Tú cambiaste mi luto en danzas, me quitaste el sayal y me vestiste de fiesta; por eso te canto sin descanso: Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.Sal 30,12-13.

Y se dijeron uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” En ese mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde en-contraron reunidos a los once y a todos los demás, que les dijeron:“Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”. Lc 24,32-34.

Comprobar cómo nuestros pasos nos van conduciendo en el camino correcto es una fuente de ánimo y un modo de renovar la motivación. Supone darnos cuenta de que vamos bien por aquí, de que seguimos las huellas de quienes nos han precedido en el camino de la fe: una inmensa nube de testigos que nos impulsa a seguir. Tengo la habitación como un santuario erigido a la vida, al amor, a la historia de personas que ya forman parte de lo que soy. Son las cuerdas humanas, los lazos de amor, manos que colaboran con el Dios alfarero para darme forma, para ayudarme a crecer, a aprender a confiar, a vivir como necesarios tanto los momentos de éxito como los de fracaso.

Lo que Dios nos dice:

El Señor dirigió esta palabra a Jeremías: “Baja en seguida a casa del alfarero; allí te comunicaré mi palabra”. Bajé a casa del al-farero y lo encontré trabajando en el torno. Si se estropeaba la vasija que estaba haciendo mientras moldeaba la arcilla con sus manos, volvía a hacer otra a su gusto. Entonces el Señor me dijo: “¿Acaso no puedo yo hacer con vosotros, pueblo de Israel, igual que hace el alfarero? Oráculo del Señor: Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, pueblo de Israel”. Jr 18,1-6.

No venimos a este mundo terminados. Nuestra vida es un proceso de aprendizaje, de descubrimiento, de abrir progresivamente el corazón,

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Las prisas por estar terminados; el no aceptar que estamos en cami-no, que tenemos fallos, recaídas, lentitudes y torpezas, nos hace vivir incómodos con nuestra humanidad. Y la realidad es que al mismo tiempo Dios nos mira con un cariño, con una alegría tremenda.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que se esco-gió como heredad. Desde los cielos mira el Señor, y ve a todos los hombres; desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: Él modeló sus corazones y comprende todas sus acciones. Sal 33,12-15.

Como podemos vivirlo: Mirar al pasado sirve para reconocer que nuestra vida está bien acom-pañada. Nuestros días no son un deambular perdido y en tinieblas. No somos arrojados a la historia como meros accidentes. Los grandes personajes que han dejado huella en la historia de la humanidad dejan a su paso museos, casas natalicias, placas en las calles donde se nos informa de que aquí nació o vivió tal o cual persona. Nuestras vidas también son dignas de tener museos. Mi habitación es un museo de vida, de creatividad, de buenos y malos momentos; de risas, de lágri-mas, de aciertos y errores: pero todo acompañado y vivido junto a aquel que sabemos que nos ama, nuestro Buen Dios.

olvidar el cargador

Me imagino un teléfono móvil al que no le gustara nada que le conectaran al cargador: que lo viviera como una prisión, como un cortarle la posibilidad de comunicarse con el

mundo, que huyera de esas horas necesarias para alimentar la bate-ría descargada de tanto utilizarse. Habría que hacerle entender que cargarse no es una pérdida de tiempo; que es esencial, que es impres-cindible; que si no hay batería no puede funcionar ni ser útil; que si no pasa momentos enchufado a la red, no sirve para nada. Pues así me veo yo en algunas épocas de mi vida, en las que la alegría me vie-ne de lo que hago, de la actividad, de las eficacias, de los resultados, olvidando que mi valor no reside en lo que hago, sino en lo que soy. Sé que no tendría que ser así. Sé que tendría que equilibrar la actividad con la oración, con el alimento del corazón, pero lo cierto es que pasan los días, las semanas, envueltos en mil quehaceres que a ve-ces desgastan las fuerzas y erosionan las alegrías. Menos mal que cada cierto tiempo me espera el Señor y me regala un parón, un salirme de mis caminos y me vuelve a indicar por donde está el camino. Jesús es muy claro en ese punto:

Sin embargo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan; ale-graos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.Lc 10,20.

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mos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos.2ªCor 4,7-9.

Hay momentos de la vida en que nos sentimos abatidos, en apuros, derribados, pero que forman parte de nuestro camino de aprender. La invitación que he recibido del Señor en este tiempo ha sido la de disfrutar de todo lo que vivo y sorprenderme de todo lo que ocurre, sin estar esperando planes ideales o experiencias novedosas; la de en-contrar en la sencillez de lo conocido razones suficientes para la ale-gría y la gratitud, sustituyendo las palabras ‘exigencia’ y ‘obligación’, por ‘oportunidad’ y ‘ocasión’. Cuando nos falla la salud, empezamos a apreciar lo bueno que es lo normal. En la ausencia de lucidez, de agilidad mental, lo que queda es la gratitud de sentirme muy acompañado y muy amado en mi de-bilidad. Solemos empeñarnos en hacer muchas cosas para que se vea lo muy buenos que somos, y la sorpresa es que el amor de Dios se percibe en su mayor nitidez cuando no lo merezco, cuando no me lo he ganado.

Los fariseos y sus maestros de la ley murmuraban con-tra los discípulos de Jesús y decían: “¿Por qué coméis y be-béis con publicanos y pecadores?” Jesús les contestó: “No ne-cesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.Lc 5,30-32.

La alegría cada vez la asocio más a con quién vivo las cosas que a las cosas que hago. Reconozco que nuestras ganas de amar, de actuar, de ser eficaces, a veces esconden otra necesidad más subliminal que es la búsqueda de valoración, de utilidad, de sentido. Nuestras agendas apretadas, nuestras vidas exigidas pueden deberse a la cantidad de gente que nos necesita, a la demanda que hay de obreros para una mies tan abundante. Pero muchas veces también suponen la necesi-

Tristemente aún soy muy deudor de una mirada de mi propia vida y de la de los demás en términos de eficacia. Todavía tengo una visión de Dios exigente, que me ama si logro hacer méritos para ello. ¡Como si el amor que me tiene me lo tuviera que ganar...! Todavía, después de tantos años, me cuesta vivir en la gratuidad y en la alegría de un amor que desborda toda lógica y toda explicación. Y siempre hay situacio-nes que me recuerdan la necesidad de volver a empezar; de volver a conectarme al cargador, porque sin él no puedo hacer nada.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permane-ce unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fru-to; porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permane-ce unido a mí es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados. Jn 15,5-6.

Es propio de este tiempo el resfriarse, el congestionarse, el tener ma-lestar general, y yo he pasado una semana flojillo, espeso, debilitado. Y me ha servido mucho para entender que mi vida no puede apoyar-se en mis fuerzas, en mis capacidades, en mis estados de ánimo. La fragilidad es un elemento que nos constituye. Por eso no podemos apoyarnos en lo que nos sentimos capaces de hacer, sino en el que nos ama conociendo nuestra fragilidad.

Con amor eterno te amo. Jr 31,3.

Lo que Dios nos dice:

Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no queda-

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dad que tenemos de valoraciones, de aprecios. Cuanto más hago, más siento que valgo. Con la actividad apago las voces que me preguntan por mí, por quién soy, por mi sentido.

Cómo podemos vivirlo: En el Evangelio, Jesús aparece en muchas ocasiones buscando la so-ledad, dirigiéndose a un lugar solitario, fuera del bullicio. Y es que necesitaba apartarse y hacer distancia de su propia obra, de sus éxitos y de sus fracasos. Necesitaba escuchar de nuevo a aquel que le había confiado la misión.

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros solos a un lugar solitario para descansar un poco”. Porque eran tan-tos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer.Mc 6,30-31.

No podemos olvidarnos el cargador porque quedarnos sin móvil nos aísla. Pero más importante todavía es no olvidarnos de orar, de mirar la realidad con la mirada de Dios, para vivir con la sorpresa de un amor que nos acompaña siempre, lo merezcamos o no.

Cada vez que oigo las palabras ‘evangelización’, ‘misión’, ‘anuncio’ o ‘comunicación’, siento que se habla de algo muy cercano y esencial en mi vida; de algo que surge des-

de lo más profundo del corazón, que me constituye e identifica.Al mismo tiempo supone una dificultad: en un momento en que mu-chísima gente rechaza abiertamente la religión y muestra una hostilidad y aversión explícitas a todo lo sagrado y trascendente, siento que se nos ha encomendado una tarea que a veces no sabemos hacer demasiado bien. Son tiempos de desconfianza y sospecha de todo lo que suponga verdades absolutas. Son tiempos duros para anunciar una palabra muy pobre, muy sencilla, muy escuchada: que solo el amor sana y cura, que solo el perdón y la misericordia salvarán al mundo. Escuchar esta palabra despierta el deseo más sincero de encarnar la mirada de cariño y de com-pasión que el Señor tenía cuando pasaba entre los pueblos y las aldeas. Se renueva la certeza, nacida de la experiencia, de que cuando uno se siente enviado por Jesús, sin apoyarse en fuerzas humanas sino en el poder del Espíritu de Dios, las puertas de los corazones se abren sin resistencia.

Lo que Dios nos dice:

Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la buena noticia del reino y curando todas las enferme-

el lenguaje de la cruz

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es poder de Dios. Como está escrito: “Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la inteligencia de los inteligentes. A ver: ¿Es que hay alguien que sea sabio, erudito o entendido en las co-sas de este mundo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabi-duría del mundo? Sí, y puesto que la sabiduría del mundo no ha sido capaz de reconocer a Dios a través de la sabiduría divina, Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura del mensaje que predicamos. Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo cruci-ficado, que es escándalo para los judíos y locura para los paga-nos. Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres”. 1ª Cor 1,18-25.

Nuestra forma de acercarnos a nuestro mundo debe desbordarse de humildad y de sincera actitud de servicio. No podemos ir desde la superioridad de quien se siente poseedor de la verdad, considerando a todos los demás unos ignorantes. Nuestro mensaje es verdad en la medida en que se vive, no en que se sabe. La verdad solo se verifica en el amor. Si no soy capaz de amar a la gente a la que Dios me envía, es imposible que mi mensaje se acoja y se crea. Solo el amor es digno de credibilidad, y nuestra nueva evan-gelización será eficaz en la medida en que nos interese de verdad y nos insertemos en lo que están viviendo nuestros hermanos; en que se nos despierten las ganas de cuidar a la gente y nos preocupe lo que viven los demás.

Siendo como soy plenamente libre, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos los que pueda. Me he hecho judío con los judíos para ganar a los judíos; con los que viven bajo la ley de Moisés, yo, que no estoy bajo esa ley, vivo como si lo estuviera, a ver si así los gano. Con

dades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Mt 9,35-38.

Compartir la buena noticia de Jesús sólo puede nacer de conocer a las personas a las que la vida nos asocia y de tener la seguridad de que hay respuesta a todas sus necesidades en la forma de vida que nos ofrece la fe. Y es que la misión es cuestión de amor: la sinceridad de lo que vivimos y de lo que compartimos es lo que despierta la confianza de los que nos acogen.

Porque anunciar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es una obligación que tengo, ¡ y pobre de mí si no anunciara el evan-gelio! Merecería recompensa si hiciera esto por propia iniciativa, pero si cumplo con un encargo que otro me ha confiado ¿dónde está mi recompensa? Está en que, anunciando el evangelio, lo hago gra-tuitamente, no haciendo valer mis derechos por la evangelización. 1ª Cor 9,16-18.

En estos días en Roma se han reunido los obispos en un sínodo sobre la Nueva Evangelización, expresión que utilizaba mucho Juan Pablo II y que Benedicto también señala como el principal reto que tiene la Iglesia de nuestro tiempo: buscar ofrecer la experiencia de la fe con un nuevo impulso, una nueva expresión, un nuevo ardor y un nuevo método. Creo que la preocupación de nuestra Iglesia es la misma que tengo yo. Cómo puede ser que algo tan valioso, tan grande como la experiencia de conocer al Señor, su palabra, su vida, su amor, tenga pocos oyentes y seguidores.

El lenguaje de la cruz, en efecto, es locura para los que se pier-den; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros,

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los que están sin ley, yo, que no estoy sin ley de Dios pues mi ley es Cristo, vivo como si estuviera sin ley, a ver si también a estos los gano. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. He trata-do de adaptarme lo más posible a todos para salvar como sea a algu-nos. Y todo esto lo hago por el Evangelio, del cual espero participar”. 1ªCor 9,19-23.

Cómo podemos vivirlo:La actitud de escucha, de cercanía, de ausencia total de juicios y de re-chazos, es algo que tenemos que integrar en nuestra vivencia de la fe. La vida nos ofrece innumerables ocasiones para ser testigos de nuestra experiencia del Señor. En el autobús, haciendo cola frente a alguna ventanilla, en la compra o en el bar. Todo es terreno sagrado en el que podemos, con gratuidad y con ausencia total de interés, compartir gratis lo que hemos recibido gratis: hablar de corazón del amor que diariamente recibimos de nuestro buen Dios. Ojalá que nos sintamos cada día más obrero de la mies.

Hay momentos en que Dios me regala la experiencia de reconocer de forma muy clara que Él es, de verdad, el verdadero compañero de mi vida. Por diferentes mo-

tivos, he pasado unos días en que mi comunidad estaba ausen-te. Aunque me encontraba solo al frente de toda la actividad de la parroquia, lo hacía sin tensión, sin miedos, sin agobios, y eso ha sido posible porque me siento profundamente acompañado. Es cierto que la comunidad es necesaria para la vivencia cre-ciente de nuestra fe. Pero es que la comunidad es algo mucho más am-plio que los misioneros que viven conmigo: no es un ente externo al que yo me agrego, sino lo que llena mi corazón, lo que yo vivo con las personas. Es la forma de relacionarme, de escuchar, de compartir, de festejar y de vivir las preocupaciones y los sufrimientos. ‘Comunidad’ son todos los hombres y mujeres que la vida va asociando a nuestros días y que, de muchas maneras diferentes, se van comprometiendo conmigo, ayudándome para que el proyecto del Reino se vaya concre-tando en nuestro mundo. Reconozco que quien me da la fuerza, la capacidad de orga-nizarme, de priorizar, de discernir, es el diálogo sincero y eficaz de la oración. Cuando nadie me ve, me paso ratos calmados, junto al Señor, en la capillita de la parroquia, y experimento su presencia, que lo llena todo, que lo ilumina todo. Pero no es menos verdad que me

cuando nadie me ve

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dureza y ternura alegría

¿Qué Dios hay como tú, que absuelve del pecado y perdone la culpa al resto de su heredad, que no apure por siempre su ira, porque se complace en ser bueno? De nuevo se compadecerá de nosotros; sepultará nuestras culpas, y arrojará al fondo del mar nuestros pe-cados. Así manifestará tu fidelidad a Jacob, y tu amor a Abrahán, como lo prometiste a nuestros antepasados, desde los días de antaño. Miq 7,18-20.

Si tuviéramos un poco más de fe, nos situaríamos frente a la realidad que nos envuelve confiados, abandonados, fluyendo con las fuerzas de las personas que nos acompañan; sin resistencias que hieren, sin acusaciones, juicios o descalificaciones. El miedo nos hace injustos y solemos culpar y descalificar a personas que no tiene culpa de nada. El miedo desfigura tanto la mi-rada que en vez de ver a Jesús, vemos fantasmas. Y, en vez de sentirnos hijos de Dios, nos convertimos en pobres víctimas abandonadas.

Sión decía: “Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvi-dado”. “¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvi-daré. Fíjate en mis manos: te llevo tatuada en mis palmas; ten-go siempre presente tus murallas. Se dan prisa quienes te re-construyen; ya se marchan los que te demolieron y te asolaron”. Is 49,14-17.

Justo cuando más tristes y solos nos vemos es cuando más cerca se encuentra de nosotros la posibilidad de reconocer sorprendidos la presencia de quien nos compaña y nos guía: la misma sorpresa de los discípulos de Emaús.

“Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Enton-

siento muy amado por las personas que me rodean, atentas a cual-quier necesidad que aparezca: desde lo más material, hasta el interés por cómo estoy por dentro de alegre, de cansado, de feliz. Vivo en la confianza de que, junto a la prueba, está Jesús, que que me da la fuerza para superarla.

Ninguna prueba habéis tenido que rebase lo soportable, y po-déis confiar en que Dios no permitirá que seáis puestos a prue-ba por encima de vuestras fuerzas; al contrario, junto a la prueba, os proporcionará fuerzas suficientes para superarla. 1ª Cor 10,13.

En medio de los trabajos, los líos, el teléfono que no deja de sonar, las agendas que se empiezan a llenar, aparece el permanente recuerdo de que no estamos solos; de que hay un viajero que recorre a nuestro lado las cuestas de cada día.

Lo que Dios nos dice:

Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos. Mientras hablaban y se hacían pre-guntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo.Lc 24,13-16.

Nos ofuscamos con mucha facilidad. En cuanto aparece un imprevisto, un sobresalto, algo que no controlamos, nos invade la sensación de ines-tabilidad: de vértigo, de caída sin fondo al abismo. Olvidamos que esta-mos apoyados en unas manos y en una fuerza mucho más grande que la nuestra. Hay cimiento, hay razones para la confianza; hay una presencia continua del Amor, que recorre nuestra historia personal y comunitaria; que nos renueva la esperanza y las fuerzas cuando las perdemos.

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dureza y ternura oración

ces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desa-pareció de su lado. Y se dijeron uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las escrituras?” En aquel mis-mo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Lc 24, 29-33.

Cómo podemos vivirlo: Cuando nadie nos ve podemos ejercitar la confianza y el abandono de todo aquello que nos preocupa y que nos agobia. Podemos comer el pan que cada día Dios nos regala. Tenemos cerca las palabras que hacen arder nuestro corazón. Y sobre todo, podemos estar atentos a las personas que nos revelan continuamente el rostro misericordioso de Dios. ¡Cuántas buenas noticas recibimos a través de los hermanos! ¡Cuántas historias que nos tocan el corazón, cuántas miradas, cuántas sonrisas! Que el déficit de atención no nos robe las continuas señales que Dios nos regala de su amor y de su cuidado.

dialogar cara a cara con dios

Estamos de vuelta después de un verano lleno de vida, de amor, de regalos sencillos pero muy bien aprovechados. He celebrado el amor casando a amigos en León, en Zaragoza, en Mallorca.

He estado junto a mis hermanos y mis hermanas celebrando los 50 años de existencia de mi comunidad Verbum Dei. He saboreado tardes de piscina junto a familias que ya son parte de la mía; conversaciones, alegrías y problemas. Ha habido buenas y malas noticias, como el res-to del año, pero he podido dedicarles más tiempo, más atención. He estado haciendo ejercicios espirituales y predicándolos. Y lo que más deseo compartir es la alegría que me produce renovar la experiencia propia, y compartida con mucha gente, de poder escuchar de primera mano, sin mediaciones, sin interferencias, la voz de Dios en mi corazón. Orar es dialogar con la voz de Dios, cercana, palpable, enten-dible en su Palabra. La biblia, ese viejo libro aparcado en los estantes de nuestra casa, está viva. Llena de Espíritu, de Sabiduría divina. Y cuando dedicamos un poco de nuestro tiempo a abrirla, leerla, enten-derla, se convierte en el canal a través del cual descubrimos quién es Dios y quienes somos nosotros. Así lo explica la Iglesia:

"La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vo-cación del hombre al diálogo con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; existe pura y simple-

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en las ocasiones en que juzgamos, criticamos, despreciamos personas o situaciones. Y Jesús, impaciente, nos espera a las puertas de nuestra libertad para abrir, para entrar, para sentarse y dialogar cara a cara, como un amigo que nos escuchara y hablara.

Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al ven-cedor lo sentaré en mi trono, junto a mí, lo mismo que yo también he vencido y estoy sentado junto a mi Padre, en su mismo trono.Ap 3,20-21.

Para escuchar al Señor lo único que necesitamos es desearlo, abrir la puerta de nuestra vida: mostrar todo lo que somos, lo que tenemos, con alegrías y fracasos, y estar dispuestos a que opine, a que cambie, a que libere y sane todo lo que está enfermo. ¿De qué hablamos en la oración? Pues de lo que está lleno nuestro corazón: de gozos y alegrías, de llantos y preocupaciones, de la gente a la que amamos, de lo que nos quita la vida: de lo mismo que hablamos con nuestros mejores amigos.

En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube des-cendía y permanecía a la entrada de la tienda mientras el Señor hablaba con Moisés. El pueblo contemplaba la columna de nube, que permanecía a la entrada de la tienda; entonces todo el mundo se postraba, cada uno a la entrada de su tienda. El Señor habla-ba con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Ex 33,9-11.

Se puede orar desde la alegría y la plenitud:

Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has es-condido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Mt 11,25-26.

mente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva, y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador". GS 19,1.

Es algo que mucha gente todavía siente como una gran novedad; es un descubrimiento que necesitamos hacer todos para ser cristianos del siglo XXI. Hay demasiado siervo en la Iglesia, y faltan de forma apremiante los amigos, los que escuchan la Palabra, la viven, la com-parten, la celebran. “A Dios escuchamos cuando leemos su palabra”, decía ya San Jerónimo hace mucho tiempo, y lo que es tristemente sorprendente es que no integremos ese espacio en nuestros horarios. Si somos sinceros, dedicamos muy poco tiempo a nuestra vida espiritual. Llegamos incluso a hacer cosas de Dios, pero sin Él. La gran noticia es que cualquier tiempo es bueno para empezar.

Lo que Dios nos dice:

Según iban de camino, Jesús entró en una aldea, y una mujer, lla-mada Marta, lo recibió en su casa. Tenía Marta una hermana lla-mada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su pala-bra. Marta, en cambio estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio. Entonces Marta se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude”. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará". Lc 10,38-42.

¡Cuánto tiempo dedicamos a los quehaceres, a los trabajos, a las ur-gencias, y qué poco a escuchar a nuestro corazón, que no deja de lanzar gritos buscando valoraciones! ¡Cuánto hambre desprenden nuestros deseos... Lo herido que está nuestro corazón queda patente

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También desde la desesperación, la soledad, el conflicto, y hasta la locura:

Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encon-tramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a re-matarnos. Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.2ª Cor 4,8-10.

Cómo podemos vivirlo:Con el nuevo curso, debemos tener el firme compromiso de ayudar-nos a orar. Acudir diariamente a la Palabra de vida nos garantiza la fuerza, la alegría, la luz y la claridad para afrontar cada nuevo día. Es algo fácil, asequible. No se nos piden esfuerzos titánicos, sino la humidad de reconocer que solos nos perdemos con mucha facilidad, mientras que orando en comunidad, en familia, se nos garantiza la presencia y la cercanía de Jesús todos los días de nuestra vida. Ojalá seamos conscientes de la falta que nos hace.

Una palabra tuya bastará para sanarnos.Mt 8,5.

gratitud

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El camino que vamos recorriendo en nuestra vida siempre lo forman días de luz y días más oscuros llenos de tinieblas: cla-ridades, certezas, impulsos hacia delante, y dudas, sospechas,

miedos e inseguridades. Y tenemos que aprender a vivir en las dos situaciones: éxito y fracaso; popularidad y olvido de los demás; efica-cia, resultados, objetivos cumplidos, y sentimiento de no llegar, de no poder, de no saber. De hecho, son las dos caras de la única forma de vivir: acompañados del amor permanente de Jesús en todos los mo-mentos y circunstancias de la vida. Su presencia es la que nos enseña a sacar lo precioso de lo vil; el tesoro que se esconde en lo que apa-rentemente es barro. No conozco ninguna vida que sea sólo felicidad, gozo, plenitud, facilidad. Ni ninguna, por desgraciada que parezca, que no tenga nada rescatable, nada precioso, limpio, saludable, fe-liz. No existe la persona que sólo tenga virtudes, cualidades, talentos y habilidades. Junto al talento viene el látigo que nos ayuda a no apro-piárnoslo, a no endiosarnos, a no volvernos arrogantes y prepotentes. El aprendizaje para acoger toda la realidad, seguros de que todo nos forma, todo nos vale, todo sirve para enseñarnos a vivir y amar, lo tenemos que integrar y asimilar en lo más profundo del co-razón. Porque nosotros somos muy selectivos. Y sólo nos gusta una parte de lo que es vivir y rechazamos lo que nos cuesta. Lo mismo nos pasa con las personas. Nos gusta la parte que nos aporta, que

qué bien se está aquí

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mos infectados por el virus de la ira, de la competencia, de la rivali-dad. Nos manejamos en una comprensión de nosotros mismos como supervivientes de una lucha por subsistir: depredadores de afectos, de valoraciones, de comparaciones odiosas, de halagos, de primeros puestos, de ocupar un lugar privilegiado en el corazón de alguien... Lo que es imposible para los hombres no es imposible para Dios. Y Él nos regala la posibilidad de sentirnos llenos de vida y de amor, de tal modo que nos podamos acercar a los demás, a la convi-vencia, sin temer, sin exigir, sin juzgar. Solo acogiendo, solo amando. Y es que la fuerza de Cristo, si con humildad le dejamos espacio, puede habitar en nosotros y nos puede enseñar a amar a todos. Si ya no somos nosotros con nuestros criterios viejos los que gobernamos nuestra vida, sino que dejamos a Jesús vivir en nosotros, entonces aparece el milagro de la transfiguración, del amor que es más fuerte que las muertes y los enemigos.

Aunque, si quisiera gloriarme, no me comportaría como un necio, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que nadie me considere su-perior a lo que ve u oye de mí. Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha res-pondido: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debili-dades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 2ªCor 12,6-10.

Cómo podemos vivirlo:La vida, como la Cuaresma, tiene momentos de desierto y momentos de Tabor, de consolación, de gozo, de claridad, de sentirnos plenamen-te saboreando el Reino de Dios. Pero no podemos ni apropiárnoslos,

nos entretiene, que nos divierte o que nos atrae. Pero las personas no somos como los pollos, que se pueden despiezar y vender por partes. Somos una unidad donde se encuentra lo mejor y lo peor, lo amable y lo rechazable. Y sólo en la acogida amorosa de todo lo que somos es donde nos sentimos salvados, rescatados, plenificados.

Lo que Dios nos dice:

En cambio, a vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Y como queráis que la gente se porte con vosotros, de igual manera portaos con ella. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué merito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro padre es mi-sericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros”. Lc 6,27-38.

Una calidad de amor de ese tipo a nosotros no nos sale. Vivimos este texto como una asignatura pendiente, incapaces de aprobarla. Porque nuestra humanidad está enseñada a vengarse: desde pequeños esta-

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ni meterlos en una cajita. Somos dinamismo, pasos, caídas y vueltas a levantarnos. Pero lo que posibilita el milagro de la transformación de nuestra vida en el amor es la cercanía de Jesús. Si aprendemos a reco-nocerle, entonces de todo nos sentiremos capaces, como dice Pablo:

Todo lo puedo en aquel que me conforta. Filp 4,13.

Y es que con el regalo de mirada de Jesús podemos hasta reconciliar las partes más feas de nuestra historia. Mucho ánimo, pues, en el ca-mino cuaresmal.

Siempre que estrenamos año me acuerdo de la película “El Diario de Bridget Jones”, en la que la protagonista empezaba con una lista innumerable de propósitos ambiciosos para el nuevo año:

dejar de beber alcohol, comenzar una dieta saludable, matricularse e ir al gimnasio, comprar lencería fina y cuidar su aspecto tanto inte-rior como exterior, buscar novio... En definitiva, reordenar su vida y encauzarla por los caminos de la moderación y de la normalidad. Todo se vuelve brillante y esperanzador cuando la imagina-ción nos lleva a vernos cumpliendo todo lo que deseamos y soñamos. En la escena siguiente aparecía la protagonista despertando cualquier día del inicio de enero y sacando al contenedor del vidrio cuatro bo-tellas de vino tinto vacías, con una resaca brutal, luego comiendo hamburguesas y helado de litro, con una mirada llena de tristeza y decepción; con un odio a su propia vida y a la humanidad en general, fruto de saltarse a la torera todo lo que eran buenos propósitos, pero inalcanzables y utópicos. Podríamos perfectamente poner en boca de Bridget Jones las palabras de Pablo:

En efecto, no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco; y si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena. En efec-

santa bridget jones

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ser autónomo y autosuficiente, y nace la compañía, el abrazo, el apo-yo. Jesús enseña a sus discípulos en qué consiste esa vida nueva llena de Espíritu y de gracia derramada:

Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sar-miento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Jn 15.1-5.

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se realizará. Con esto recibe gloria mi Pa-dre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos. Os he hablado de esto para que mi alegría este en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Jn 15,7-11.

¿De qué frutos está hablando San Juan? Todas las personas dejamos huellas e influimos en los demás. Podemos dar frutos de vida, de amor, frutos del Espíritu; o, por el contrario, frutos de la carne, del egoísmo que atenaza: frutos de dolor, de rencor, de división, de rivalidad, de olvido. Perdemos la alegría porque vivimos muchos de nuestros años con una autoexigencia que nos desgasta y destruye; insatisfechos con lo que logramos, siempre ambicionando más. Queremos que todo nos salga bien, según nuestros proyectos y nuestros planes; juzgando y rechazando los fallos y los errores de los que nos acompañan; buscando y mendigando reconocimiento de los demás, prestigio, éxito, triunfo, sentirnos valiosos... Pero muchas veces en proyectos equivocados.

to, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Rom 7,15-18.

Es una liberación grande el reconocer que los pasos sanadores en nuestra vida se pueden dar y alcanzar si invertimos tiempo y deseos en aquel que nos puede ofrecer los frutos que nuestra vida necesita. No basta con desear, no basta con imaginar, con entender. Hay caminos para la curación y la sanación, pero hay que recorrerlos, con humildad, al lado de quien mejor nos conoce y de quien más nos ama y nos cuida; del que nos llama por nuestro nombre y nos promete arrancarnos de nuestras esclavitudes y de nuestras opresiones; con la confianza depositada completamente en su palabra y en su presencia.

Lo que Dios nos dice:

Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor Dios, Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi Espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y compren-deréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago” -oráculo del Señor-. Ez 37,12-14.

Sentirnos incapaces de cambiar, de salvarnos solos, es un paso necesa-rio. Dicen los terapeutas que del alcoholismo, de las drogodependen-cias, sólo se sale si se pide ayuda. Y eso sólo se logra cuando tocamos fondo, cuando ya nos hay atajos, cuando nos sentimos verdaderamen-te perdidos y desolados. Mientras tengamos recursos, nos vamos au-toengañando y pensamos que controlamos, que no es para tanto, que son travesuras de jovencillo. Sólo en el llegar al límite de mis fuerzas y de mis recursos nace la posibilidad de apoyarme de verdad en otro; de sentir que la vida la recorro con alguien a mi lado. Cae y se pierde el

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Cómo podemos vivirlo: La mejor herencia que podemos dejar a la gente que nos sigue es el de tener un corazón habitado, lleno de nombres. Las posesiones se olvidan, cambian de dueño, se pierden, la polilla y la herrumbre las desgastan. En cambio, una vida amada, reconciliada, que vive con paz los propios errores, que no se condena, que se siente aceptada incluso en lo feo y en lo enfermo, es una vida llena de frutos. Al inicio de año se nos invita no a llenar la agenda de buenos propósitos, que seguramente dejemos en el olvido, sino a aprender a permanecer: permanecer bajo la mirada misericordiosa de nuestro Dios; permanecer en la confianza de que estamos rodeados de familia, no de rivales o competidores, sino de hombres y mujeres, hijos de Dios como yo, con los que camino, con los que comparto, junto a los que aprendo. Se nos invita a permanecer en la novedad de la mirada que es capaz de captar la belleza y el amor que nos rodea y que nos desborda. Bridget Jones, eres muy amada.

Cuando oímos la palabra ‘conversión’, uno siente una especie de pellizco en el corazón, como si la culpabilidad hiciese su aparición en nuestra vida y se nos señalase como únicos res-

ponsables de las cosas que no funcionan bien a nuestro alrededor: “¡Atención, aviso!: Mañana empieza la cuaresma y, con ella, la audi-toría de parte de Dios, que busca sacar a la luz nuestros movimien-tos ocultos”. Sentimos como si el punto de partida fuera que somos unos estafadores, unos delincuentes, y que, en nosotros, a poco que se busque, seguro que se encuentra una multitud de pecados y de muerte que acompañan nuestras acciones. Nos parece que Dios bus-ca desvelar lo que nosotros ocultamos: “Viene a por ti, prepárate”. Y lo cierto es que ése no es el Espíritu de la Cuaresma. Si no la vivimos con el escudo de la justificación y del orgullo que se siente amenazado -hostil a todo lo que son propuestas de mejora y de cre-cimiento-, sino que la acogemos con humildad, es la oportunidad de vivir cada vez más libres, más en verdad, creciendo en nuestra capaci-dad de amar y de conocernos mejor a nosotros y al amor de Jesús que nos rodea.

No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto que no lle-gue a descubrirse; ni nada hay escondido que no llegue a sa-berse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que

la sorpresa de la conversión

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mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su represión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hi-jos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?”.Heb12, 1-7.

Dependiendo de quién sea nuestro juez, es verdad que podemos sen-tirnos más o menos confiados. Pero sabemos que el que nos invita a preguntarnos sobre cómo estamos es el que más nos conoce y nos ama. Y nos ofrece este tiempo de especial atención sobre nosotros mismos y nos regala la posibilidad de que seamos testigos de su cura-ción en nosotros. La mayoría de los errores que cometemos o de los líos en los que nos vemos envueltos tienen que ver más con la igno-rancia, la confusión y la debilidad que con la maldad, el deseo de herir o el odio visceral y la crueldad. Por eso el amor es capaz de rescatar lo más auténtico de nosotros y de sanar todas las heridas y cicatrices de nuestro pasado.

Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña; y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?” Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar». Lc 13,6-9.

Cómo podemos vivirlo:Me encontré hace unos días con una vecina que iba al gimnasio. Me explicaba que con una mañana tan fría le daba una pereza tremenda, pero que si no lo hacía se sentiría peor, porque ha engordado seis ki-los y se los quiere quitar. Y esa revelación cotidiana me ha ayudado a entender cuál es el espíritu de este tiempo de Cuaresma. Es la ocasión de preguntarnos, con sinceridad, cómo estamos. Y de poder experi-

os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis mie-do a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Mt 10,26-28.

Y lo más cierto es que la búsqueda de verdad y de luz, a los primeros que beneficia es a nosotros mismos. La Cuaresma no es un castigo: al contrario, es una oportunidad de abrir las puertas de nuestras vidas a la acción del Espíritu y dejar que la tiniebla desaparezca y nos llene la luz. La Iglesia es madre, y madre sabia que nos conoce perfectamente y sabe que sí existe una distancia grande entre lo que nos gustaría vivir y lo que vivimos. Sabe de nuestra mediocridad, de nuestros miedos a amar; del pánico que nos da el compromiso; de lo ambiguos que somos y de cómo podemos tener a Dios en los labios y los deseos más horribles en el corazón. Sabe que vamos sirviendo habitualmente a varios señores, intentando agradar, caer bien a todo el mundo; na-dando en un mar de apariencia y de superficialidad. Y nos brinda este tiempo para que nos adentremos, acompañados de su misericordia y de su bondad, a lo profundo de nosotros: al corazón, la sede de todos los movimientos importantes que da nuestra vida. Y lo hace para que allí, en lo secreto, experimentemos la liberación profunda y la recons-trucción de la obra de Dios en nosotros.

Lo que Dios nos dice:

En consecuencia: teniendo una nube tan ingente de testigos, co-rramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciado la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea con el peca-do, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo

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mentar que hay caminos que nos llevan a la sanación, a la liberación de aquella cadenas que nos impiden correr y volar libres. Si ir al gim-nasio es una ayuda a mi bienestar, por mucho que me cueste, tengo que ir. Lo mismo nos pasa con la oración, con los sacramentos, con la formación, con mi compromiso comunitario. Puede que en un prin-cipio haya otras ofertas que me parezcan más atractivas; otras formas de invertir el tiempo, de pasar el rato. Pero luego vuelvo a mi casa y me siento igual o peor, porque lo que he hecho ha sido evadirme de un problema. Hay espacios que nos ayudan a ponernos en nuestra verdad, y ésa es la forma de entrar en la humildad.

Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puer-ta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y mu-chos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué an-gosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos. Mt 7,13-14.

Aprovecho mis cumpleaños para tener una revisión gene-ral de mi vida. Hago una especie de itv para ver por dón-de van los pasos que voy dando; cómo está mi nivel de

satisfacción, de alegría, de compromiso, de fidelidad. Es un día que dedico a hacer balance y en el que suele brotar con mucha espontaneidad la gratitud a Dios, a mis compañeros y compa-ñeras de camino, a mi familia y amigos, por lo mucho que re-cibo de ellos cada día y lo bien que me sienta el paso del tiempo. También descubro con cierto dolor mis fragilidades, mis len-titudes a la hora de aprender a amar; mis incoherencias, mis ambi-güedades. Pero pesa mucho más lo amado que me siento que el poco amor que soy capaz de dar. Cada año que pasa estoy más contento porque las razones para vivir, para creer, para esperar, para entregarme, siguen intactas. Y no es que sea un ingenuo y no vea las desgracias, los desastres o las incoherencias, propias y de los demás. Pero toda la negatividad, el sufrimiento, la tristeza, son las penúltimas palabras de la humanidad. La última, la definitiva palabra que Dios pronuncia sobre nosotros es: “Vive”.

Yo pasé junto a ti, te vi revolviéndote en tu sangre y te dije: “Vive”.Ez 16,6.

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conjunto nos ahoga. Y muchas veces sentimos un frustración que no es justa. Sentimos que nuestras manos están vacías. Que se escapa el tiempo. Que pasan los años sin hacer nada. Y es muy posible que la gente que nos rodea agradezca repetidamente nuestras vidas, nuestros gestos y nuestras palabras. Metidos en el trajín diario, en la toma de decisiones, en los éxitos y en los fracasos, en lo convulso de nuestros sentimientos, en lo cambiantes que son nuestros estados de ánimo, no somos conscientes de que nuestra historia está siendo de salvación. Necesitamos días en los que dejemos que Dios nos cargue sobre sus hombros y nos regale su mirada sobre nuestra vida.

Entre tanto, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban: “Este anda con pecadores y come con ellos”. Entonces Jesús les dijo esta parábola: “¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando da con ella, se la echa a los hombros lleno de alegría, y al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alegraos conmigo, porque he encontra-do la oveja que se me había perdido”. Pues os aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Lc 15,1-7.

La oveja se lleno de alegría por dos motivos: porque la rescataron de la dureza de su vida perdida y porque, con la ternura del Buen Pastor, la subieron a la altura de sus ojos para compartir perspectiva, mirada, horizonte. Precisamente estas dos palabras acompañan y resumen mi vida: dureza y ternura. Dureza de muchas situaciones no elegidas, no queridas, en las que me he visto envuelto, que duelen y llenan la vida de oscuridad. Si quisiera escribir mi biografía en clave lastimera lo podría hacer sin mentir. Pero esas mismas circunstancias vividas

Cada día que la vida me regala, cada encuentro que tengo con uno de vosotros es un tesoro al que tengo que quitarle el envoltorio para descubrir el regalo que me prepara el buen Dios y qué me ofrece para que aprenda a convivir. Sigo descubriendo, con una novedad que a veces me estremece, que el que se ha comprometido con mi vida para llenarla de dicha y de plenitud es el Señor. Este año tuve un regalo superoriginal. Me invitaron a subir a una de las cuatro torres de la antigua ciudad deportiva del Real Ma-drid. Es un rascacielos impresionante, desde el que se puede ver con claridad un horizonte amplísimo. Y entendí que Jesús me invitaba a subir, a levantar la mirada, a reconocer mi propio Tabor; a descubrir que, si soy capaz de mirar con sencillez y humildad, Él está cum-pliendo, con grandísimas obras que está haciendo en mi pequeñez, las promesas que me hizo al inicio de mi vocación.

Lo que Dios nos dice:

El Señor dijo a Abrán: “Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré: Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra”. Gn 12,1-3.

Después lo llevó afuera y le dijo: “Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: así será tu descenden-cia. Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber”. Gn 15,5-6.

Hace falta levantar la mirada porque, a ras de suelo, metidos en la inmediatez de lo que vivimos, somos incapaces de reconocer el cami-no que estamos construyendo. La falta de perspectiva y de mirada de

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desde la fe, desde la historia acompañada por la ternura de Dios, por la confianza, por la cantidad de amor recibido de muchas manos, de muchos rostros, de muchas miradas, me hace sentirme, no una pobre víctima, sino un privilegiado. La dureza se me ha vuelto ternura. Como Metallica puede tocar Masters of Puppets y luego Nothing else matters.

Cómo podemos vivirlo:Me siento muy cerca de María cuando proclama abiertamente el Magnificat:

Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo, y es misericor-dioso siempre con aquellos que le honran. Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio. Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los ham-brientos y a los ricos despidió sin nada. Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y sus descendientes para siempre.Lc 1,47-55.

no solo de pensar vive el hombre

Escucho a menudo la expresión: “Esto yo no lo entiendo”, ha-ciendo referencia a los misterios de nuestra fe: la Santísima Trinidad, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Vida Eterna, el

Espíritu Santo... Y no deja de sorprenderme la excesiva confianza que tenemos en nuestra capacidad de comprender. Delegamos en nuestra capacidad intelectual todo el peso y la responsabilidad de lo que cree-mos como cierto; convivimos con la dictadura de la mente, de lo ra-cional, que empequeñece otras muchas formas de acceder a la realidad, y despreciamos muchas veces lo afectivo, lo emocional, lo sensitivo. El criterio sobre la verdad o la falsedad de las cosas está en si soy capaz de entenderlas o no. Y reconozco que mi punto de partida al acercarme a la fe, a la Palabra de Dios, es otro. Son muchísimas las cosas que yo no sé explicar, pero no sólo de las verdades de la fe, sino de la vida en general. Casi me atrevo a decir que no entiendo nada de casi nada. No entiendo el amor. No entiendo cómo las personas nos asociamos en diferentes niveles de afectividad. No entiendo el misterio de la amistad, de la pareja, la posibilidad de ser padres y madres. Me supera el mundo de las co-municaciones: podría hasta decir, bromeando, que Internet es lo más parecido al Espíritu Santo: no sabes de dónde viene ni adónde va, pero envía sus mensajes con fidelidad. La ciencia intenta dar explica-ción a todo lo que ocurre, pero sigo sin entender lo que es la alegría,

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buena noticia, una enseñanza que posibilite vivir más abundantemen-te. Y es que tenemos un don, un regalo que nos acerca a experimentar con más intensidad y más plenitud esta maravillosa aventura que es vivir. Trato de no exigir: agradezco y me sorprendo. Porque vivir es estar agradablemente sorprendido por todo. Hace unos días celebré una primera comunión y pregunté a los dos primitos qué significaba la palabra Eucaristía. Hubo nervios, miradas hacia los papás buscando un chivatazo... Al final contesté yo: Eucaristía significa ‘acción de gracias’; se trata de un ejercicio cons-ciente de agradecer; de no querer vivir acostumbrado a lo que ocurre y verlo normal, como si fuera un derecho, casi una exigencia; pensando que todo lo que vivo lo merezco, lo he logrado con mi esfuerzo y que todo es mérito mío. Esta actitud consiste en vivir con el espíritu de quien redes-cubre cada día el milagro de ser, de estar, de tener cuerpo, de tener memoria, de poder relacionarme con la realidad que me rodea.

A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado?1ª Cor 4,7.

Vivir es un don, un regalo que no adquiero a base de méritos y de logros, sino que gratis lo recibo y gratis lo tengo que compartir.

Pues yo os digo a vosotros: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿ O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Lc 11,11-13.

la esperanza, el ánimo y la fortaleza para emprender un proyecto. No sé por qué disfruto tanto de una canción, de una conversación, de una lectura, de un paisaje. La tristeza, el miedo, el temor, la soledad, no se solucionan con un analgésico: todo es mucho más profundo y bello que las explicaciones que le queremos dar a la vida. Toda la realidad es un misterio maravilloso que nos envuelve. Y la fe nos posibilita acercarnos al autor de toda esa realidad y agradecerle de forma sincera y personal todo el amor con que nos trata y que nos regala.

Lo que Dios nos dice:

Lo tomaron y lo llevaron al Areópago, diciendo: “¿Se puede sa-ber cuál es esa nueva doctrina de que hablas? Pues dices cosas que nos suenan extrañas y queremos saber qué significa todo esto”. Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: Al Dios desconocido. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es Señor de cie-lo y tierra, no habita en templos construidos por manos huma-nas, ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y aliento, y todo. De uno sólo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determi-nando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares, con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos. Somos estirpe suya. Hch 17,19-28.

La actitud con la que me acerco a las verdades de nuestra fe no es la de la sospecha, en busca de dónde se esconde la mentira o el error. Es más bien la de la respuesta agradecida de quien espera recibir una

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Cómo podemos vivirlo:Cada día sobran los motivos para la sorpresa y para la admiración. Pasan muy cerca de nosotros muchas situaciones que nos recuerdan que el amor sigue moviendo los corazones. Cada día es una oportu-nidad de conocer gente que nos revela algo del rostro misericordioso de Dios. Nos acercamos a personas que merecen muchísimo la pena: aprendemos, sentimos, nos involucramos, participamos de este baile milenario de hombres y de mujeres que cada día se despiertan y se entregan, se dan, se ofrecen, a través del trabajo, de la familia, de las conversaciones, de la creatividad. El mundo no está hecho: lo hace-mos diariamente, como nuestra vida. No está diseñada a priori, sino que la vamos descubriendo en cada paso que damos. Ojalá abramos cada día el regalo que la vida nos brinda.

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el azar es el sinónimo de dioscuando no quiere firmar

Por las calles de Florencia, Venecia, Asís y Roma he pensa-do muchas veces en vosotros, en las personas con las que cada semana comparto la escuelilla. Lo que me gustaría con-

taros es lo que he sentido, lo que me ha impactado y se me gra-bado en la retina y en el corazón. La fe me hace vivir ya de forma comunitaria. Nada es sólo para mí. Todo siento que es de todos. Y la verdad es que si intento resumir en una palabra estos diez días de peregrinación a Italia, lo que me saldría es: “Gracias, Se-ñor, por la gran nube de testigos que acompañan nuestros pasos”. Lo que me ha regalado este viaje ha sido el sentir que forma-mos parte de una familia muy amplia, protagonista de una historia de salvación que dura ya muchos siglos. Siento que tener fe, seguir a Jesús en nuestra época, conocer la Palabra de Dios y entender lo que es la oración, la misión y la vivencia comunitaria se lo debo a la vida entre-gada y a la fidelidad de todos los hombres y mujeres que han seguido a Jesús en sus diferente épocas. Y que todos nos han revelado a través de sus intuiciones y de sus riesgos lo que es vivir en abundancia. Desde el principio he sentido la llamada a ser fieles en nuestra vivencia de la fe, porque somos responsables de la fe del futuro. Las personas entenderán lo que es el Evangelio según nosotros lo traduz-camos y lo vivamos. Somos portadores de un mensaje de vida, que es vivible, que se puede experimentar y creer. Se entenderá lo que son los

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Las pinturas, la arquitectura, las esculturas, tanta belleza reunida me traslada al esfuerzo y la inspiración de tantos artistas que han dejado lo mejor de sus talentos como legado y como herencia a los que veni-mos detrás. Al sentir ese agradecimiento a tantos que sin conocernos nos han regalado lo mejor de ellos, nosotros no podemos vivir sólo pendientes de nosotros mismos. Nuestros días pasan muy empobreci-dos por nuestra falta de perspectiva, traducida en reducirlo todo a lo que nosotros sentimos, a si nos gusta o nos disgusta. Hay mucha más vida de la que nosotros tenemos.

Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia.Jn 10, 10.

Esta vida abundante no surge de mí; es vida abundante que va mucho más allá de lo que yo sé o de lo que yo hago; es vida abundante que pasa por los talentos de la gente que me rodea y que, si no soy un auténtico ignorante, seré capaz de contemplar, de gozar, de acoger. Ojalá no veamos rivales en las personas que hacen las cosas mejor que yo. No estoy rodeado de enemigos. Estoy rodeado de hom-bres y mujeres que me acompañan en el camino de la vida y que me complementan, me enriquecen, me acercan cada vez más a entender lo amado y valorado que soy. Toda la historia de la humanidad está llena de trigo y de cizaña: de santos que brillan para toda la eternidad y de mezquindades, engaños, mentiras y traiciones. Muchos de los personajes de la historia han sido corruptos. La Iglesia tiene entre sus filas de todo: páginas que emocionan y enorgullecen, como los márti-res que entregan su vida por no negar su fe, y épocas de ostentación, derroche y desenfreno que avergüenzan. Pero lo que me apasiona es la confianza radical que Dios tiene depositadas en sus Hijos. Apren-demos no porque nos impidan equivocarnos. No tenemos un Dios protector que nos evite el sufrimiento: es un Dios padre que sabe que sus hijos aprenden desde la libertad y la confianza. Al mucho pecado le sigue la gracia, el cuidado y la ternura del redentor.

hijos de Dios cuando dejemos a los demás el testimonio de una vida feliz, solidaria, compartida, entregada. Se entenderá para que sirve tener fe viendo nuestras vidas transformadas al ritmo del Espíritu, llenos de sus frutos y de sus dones.

Lo que Dios nos dice:

Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redac-tada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíri-tu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazo-nes de carne. Pero esta confianza la tenemos ante Dios por Cristo; no es que nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la ley, sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. 2ªCor 3,2-6.

Sentimos que formamos parte de una familia muy grande que ha ido pasando el relevo de la fe, del amor, de la esperanza, generación tras generación. Han ido dando gratis lo que han recibido gratis en todos los aspectos: mejorando cada uno lo recibido, aumentando, crecien-do, respondiendo a las necesidades que se les iban presentando. Han constituido la Iglesia dinámica, renovada, ágil, para dar respuestas a los cambios y a las nuevas problemáticas con las que se convivía. Lo que recibimos de la fe de los que nos han precedido son los frutos que ya prometía el Señor.

Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, sino permanece en la vid, así tampoco vosotros, sino permanecéis en mi. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Jn 15,4-5.

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Cómo podemos vivirlo: La vida de Dios ha tocado a la humanidad a lo largo de la historia a pesar de nuestras durezas, de nuestras resistencias, de nuestro pecado. La semilla del Reino se abre paso como un manantial de agua limpia, sanadora, curadora. Ya no hay desierto, muerte, llanto ni dolor que no sea transformado en amor.

Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda”. Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie dando brincos y alabando a Dios. Hch 3, 6-8. Dice Silvio que a la más profunda alegría a veces le sigue la

rabia ese día. Y describe muy bien lo cambiantes y volubles que son nuestros estados de ánimo y la percepción que te-

nemos de nosotros mismos y de la realidad que nos rodea. Por lo menos yo me siento así. Paso de sentirme torero triunfador, dando la vuelta al ruedo recibiendo aplausos y ovaciones, a sentirme el más desgraciado de todos los hombres en décimas de segundo: lo que dura escuchar una crítica, recibir una llamada o enterarte de las alte-raciones y de los cambios de planes. Y reconozco que voy haciendo camino, y que poco a poco se van equilibrando los picos de eufo-ria y de desdicha. Pero me sigue pasando en cuando me descuido. En cuanto dejo que la fe sea la luz que me informa de lo que vivo, comienza a dirigir mi vida otra mirada, otros intereses y surge otra definición de quién soy y de para qué he venido a este mundo. Pero es tan fácil despistarse...

¡Oh, insensatos Gálatas! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, a cuyos ojos se presentó a Cristo crucificado? Solo quiero que me contestéis a esto: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber escuchado con la fe? ¿Tan insensatos sois? ¿Empezasteis por el espí-ritu para terminar con la carne? ¿Habéis vivido en vano tantas experiencias? Y si fuera en vano...Vamos a ver: el que os concede el

el rastro

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cansados, ciudadanos cansados. Pero no es solo el tiempo el culpable de nuestras tristezas: somos responsables de dónde buscamos el ali-mento y la motivación para vivir y para desarrollar nuestra vida.

Lo que Dios nos dice:

Mientras tanto sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis”. Los discípu-los comentaban entre ellos: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dice: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo: Levantad los ojos y con-templad los campos, que están ya dorados para la siega; el sega-dor ya está recibiendo salario y almacenando para la vida eterna.Jn 4,31-36.

Nosotros solemos buscar la fuerza y la energía para vivir en el amor y en la valoración de las personas. Lo que piensan de nosotros, de forma favorable, nos da alas. La crítica, el olvido y la indiferencia nos paraliza. Que alguien a quien queremos no nos corresponda a ese amor nos duele muchísimo. Y como nuestra hambre de valoración y de cariño es infinita, acabamos por darnos de frente con la decepción, con la sorpresa de que nada ni nadie nos completa... Con esa radical inquietud estamos hechos. Pero lo que alimenta a Jesús también está disponible para que nos alimen-te a nosotros: el amor de Dios que no se apaga, ni cambia, ni se debilita.

Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes so-portar a los malvados y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo, y has descubierto que son mentirosos. Tienes per-severancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérda-te, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras. Ap 2,2-5.

Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿Lo hace por las obras de la ley o por haber escuchado con la fe? Gal 3, 1-5.

Es muy fácil comenzar el día movido por la gratuidad, por la alegría del servicio, de la entrega, de la donación y que en el camino, si uno no está atento, empiece a buscar recompensas, propinas, valoraciones y afectos que van desvirtuando lo que al origen era libre y sincero. En todas las profesiones pasa. Pero llama más la atención en unos casos que en otros. Pongo como ejemplo a esos estudiantes de medicina que tuvieron como vocación ayudar a los demás, sanar, curar, especial-mente a los más pobres, y que con la dureza de la carrera han acabado peleando por los puestos que más prestigio, dinero y reconocimiento dan, olvidando cuáles fueron las razones que motivaron su elección. Su máxima aspiración acaba por ser la mejor nota, la mejor plaza para asegurar el futuro. También me viene a la cabeza el caso de esos jóvenes estudian-tes de magisterio y de pedagogía que quisieron un día dedicar su cari-ño y su creatividad a la enseñanza porque les encantaban los niños y que, con el paso del tiempo, se han vuelto supervivientes en las aulas, deseando que suene el timbre para salir del centro educativo, hartos de los niños y de sus familias; agotados, vacíos, extenuados... Hay también religiosos y seminaristas que comenzaron su vo-cación ilusionados, sin tener ni idea de nada, pero fiados de la palabra del Señor que les llama a dejarlo todo y a seguirle: alegres, generosos, creativos, cariñosos... Y luego los años, los estudios, la formación van apagando la ilusión va volviéndolos cada vez más miedosos, acartona-dos, menos espontáneos, con pánico a equivocarse por la pérdida de credibilidad que puedan tener frente a sus superiores, buscando más la aprobación de los hombres que la alegría de Jesús. Podría seguir describiendo en todos los ámbitos esa erosión y ese desgaste que va provocando el tiempo, los fracasos y las decepcio-nes. Hay matrimonios cansados, sacerdotes cansados, profesionales

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Cómo podemos vivirlo: Me gusta pasear por el rastro y por los mercadillos ambulantes porque lo que se vende no son las últimas creaciones ni las novedades recién estrenadas. Se vende de todo: pasado, utilizado, reciclado... Incluso estropeado. Y me encanta porque nuestra vida tiene que aprovechar todo lo que hemos vivido: los aciertos, los fracasos, las victorias y las derrotas. Logramos la paz y el equilibrio después de haber vivido mucho, reído mucho, llorado mucho; cuando al mirar hacia atrás descubrimos que lo que de verdad merece la pena es sencillo: sentir que nuestras fatigas y cansancios se sosiegan al descansar en las manos de Dios, que nos acompaña y nos cuida.

Como un niño recostado en el regazo de su madre. Sal 131,2. Cada vez que me encuentro en el Evangelio con la parábola en

la que se habla de la semilla que crece sola, siento una gran alegría y una gran confianza.

Y decía: “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla ger-mina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuan-do el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega. Mc 4,26-29.

Y es que aquí se explica con mucha claridad que la fuerza creativa del Reino de Dios es imparable y no tiene marcha atrás. Demasiadas veces vivimos agobiados y temerosos, con un miedo muy arraigado al fraca-so, al ridículo; preguntándonos continuamente, llenos de inseguridad, si hacemos bien las cosas; buscando palabras de aprobación que desde fuera nos confirmen que hacemos las cosas bien. Vivimos pensando que casi todo depende de nosotros. Proyectamos cómo ha de ser el devenir del futuro, lo imaginamos, lo visualizamos. Ponemos los medios para conseguir que nuestros sueños se hagan realidad. Y lo que suele ocurrir es que hay mil factores que se escapan a nuestro control. Y acabamos reconociendo que nosotros proponemos, pero es la vida quien dispone.

la fuerza de lo pequeño

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Me encanta saber que nuestras vidas dan fruto incluso aunque noso-tros no nos demos cuenta. Somos héroes cada vez que salimos de noso-tros mismos y nos disponemos a la entrega y a la generosidad. El fruto de nuestra vida no es evidente ni reconocible a primera vista. Y es que hace falta dedicar un poco de tiempo a recordar; a mirar nuestra vida, nuestro pasado, y reconocer que la compañía fiel de nuestro Dios nos permite estar orgullosos de todo lo vivido y aprender de los errores, de las locuras, de las caídas y de volver a empezar una y otra vez.

Lo que Dios nos dice:

Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, con quie-nes cargué desde el seno materno, a quienes llevé desde las en-trañas. Hasta vuestra vejez yo seré el mismo, hasta que tengáis canas os sostendré; así he actuado, así seguiré actuando, yo os sostendré y os liberaré. ¿A quién me podéis comparar o igualar?Is 46,3-5.

Os invito a recordar vuestro bautismo. Alguna foto vuestra habréis visto, de bebés, junto a la pila, en brazos de vuestros padres o padri-nos. En ese momento, esa semilla empezó a crecer y se ha ido ha-ciendo grande hasta convertirnos en personas maduras, responsables, sensibles; en héroes que dedican sus mejores energías a la construc-ción de un mundo mejor. En la comunión vivimos otro momento de presencia de Dios, de fiesta, de alegría: la familia nos acompañaba; nos sentíamos valio-sos, importantes, héroes por un día. Y es que las manos de nuestro Dios alfarero nos va modelando en todo: en cada ruta que nos lleva al cole; en las primeras amistades; en el trabajo, en el esfuerzo de los estudios; en el deporte, en los amigos; en el el primer cigarro clandestino; en el primer beso robado, en el despertar de la afectividad y de la sexualidad; en los enamoramientos, en las travesuras, en los castigos...

Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Flp 1,6.

Nuestro tiempo se convierte en la oportunidad de conocernos a noso-tros mismos, a los demás y al Buen Dios que ha puesto en marcha esta apasionante aventura de vivir. Las cosas son como son; las personas también. No están sujetas a nuestro gusto y a nuestro interés. La bon-dad se hace sitio entre las páginas oscuras de la historia. Pero la buena noticia que acompaña nuestras vidas es que estamos llamados a dar fruto. Y ese fruto lo garantiza la fecundidad y la fertilidad que Dios le da a nuestros gestos, a nuestras palabras, a toda nuestra intencionalidad.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vues-tro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros. Jn 15,16-17.

Hay una canción del grupo mallorquín Anegats que se llama Héroes cuya letra me encanta: "Somos héroes del anonimato. No somos protagonistas de portadas. ¿Dónde han ido a parar aquellos años de juventud? ¡Coraje, mucha-chos que escribís vuestra historia con dignidad, que el prólogo yo ya os lo he empezado! Somos gotas dentro de un océano, la rutina es el peor villano. Somos puntitos en la inmensidad, somos recortes de la eternidad, somos aire y somos fragilidad. Pero somos grandes, somos buenos, somos... héroes. Siempre las pasamos canutas. ¿Quién reputas dice que no lo somos? Héroes, siempre con el viento de cara. Dejamos huellas en la arena. Héroes, siempre las pasamos canutas. Somos héroes, sin superpoderes, con los asuntos del día a día. Héroes que lloran cuando se equivocan... Porque somos gente tan usual, fre-cuente, corriente, y así vamos haciendo, a tientas".

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Cómo podemos vivirlo: Todo nos va formado: las lágrimas por los seres queridos que vamos perdiendo; sentirnos amados y deseados; amar y desear; la timidez, los excesos; los amores secretos no correspondidos; la rebeldía, la protes-ta; la música que escuchamos, los ambientes que frecuentamos; lo que leemos, el cine que vemos... Todo son caricias continuas de nuestro alfarero que nos va dando forma, que cuida nuestra alma y nuestro cuerpo. Y junto a todas esas ofertas viene nuestra responsabilidad de acogerlas, de disfrutarlas y optar libre y voluntariamente por hacer de nuestra existencia una entrega y una donación. Todo está diseñado para que amemos: la opción de vivir en pareja, la vida consagrada, la paternidad y la maternidad... Cualquier circunstancia es un regalo que nos invita a la entrega, a vivir para otros. Somos héroes de lo coti-diano que nos levantamos cada día dispuestos a amar, a veces a sufrir, pero siempre agradecidos por vivir.

Estuve confesando en un colegio cercano a mi parroquia. Era una clase de chavales de cuarto de la eso, y la verdad es que vol-ví feliz. Me parece maravillosa la posibilidad que nos regala Je-

sús de reconciliarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios; la posibilidad de mirar de frente nuestra vida, con sus errores, omisio-nes, meteduras de pata, y que lo que encontremos no sea el reproche, el juicio, la condena, sino el ánimo, el aliento, el deseo de seguir ca-minando cada vez más cerca del buen Dios, que nos cuida y nos salva. Porque el error, la equivocación, el rencor, el odio, la mentira, la calumnia y la crítica sin fundamentos o el orgullo son elementos que acompañan nuestras vidas y nuestras relaciones. Son lugares co-munes de la experiencia humana, y aprender a vivir el fracaso y el ridí-culo con esperanza y con misericordia, no con el juicio y la sentencia, es algo que libera y sana.

Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio. Stgo 2,12-13.

Una de las personas me ha contado una historia entrañable de un amor imposible, a distancia, que ha provocado un enfrentamiento

reconciliaos con dios

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menta y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad vuestro oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, las misericordias firmes hechas a David: lo hice mi testigo para los pueblos, guía y soberano de naciones. Tú llama-rás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti; porque el Señor tu Dios, el Santo de Israel te glorifica. Is 55,1-5.

Buscando la paz en el corazón, la serenidad y la calma que da el sa-berse acompañado y amado, nos dejamos fortunas. Acudimos a te-rapeutas, autoayudas, sicólogos, siquiatras, maestros de yoga y zen, sexólogos, astrólogos, ‘profesionales’ de las regresiones y viajes astrales, de las energías y piedras milagrosas, especialistas en masajes, reikis, feng-shuis y vinoterapias... Llamamos a las puertas de cualquiera que nos pueda ayudar a que tengamos paz. Y la reconciliación se ofrece gratuita donde siempre. En esa mirada liberadora y amable de quien nos recuerda que no nos condena.

Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigé-nito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que ten-ga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Jn 3, 16-17.

En esa vieja institución que es la Iglesia católica, con tantos que la dan por muerta por obsoleta, por trasnochada; en ese embalaje tan poco atractivo, en ese barro poco valioso se esconde el tesoro de la oferta franca, clara, directa: “Vete en paz, yo te perdono de todos tus pecados. De todos”.

Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era blasfemo, un

con sus padres y su desobediencia, movida por el amor. Me ha ha-blado de proyectos, de sueños... Y de verdad que he sentido como un regalo el poder compartir las entrañas de amor de Dios, que es Padre y Madre. Me enternecía escuchar la ilusión y ver el brillo que desprendían esos ojos al hablar de lo que le estaba pasando, con un entusiasmo propio de esa edad -y tan escaso en la mía-, en la que no se ven peligros, dificultades, ni la palabra ‘imposible’ se entiende. Todo era decisión, fuerza, ilusión de apostarlo todo por ese amor por lo que merece la pena dejar el resto. Y me salía espontáneamente compararlo con otros diálogos de gente mayor, que tienen como ingrediente principal la queja, la decepción, el escepticismo; la duda y la sospecha de todo lo que huela a oferta de felicidad, a respuesta salvadora a nuestros interrogantes. Me entristece profundamente pensar que el paso de los años solo nos haga fruncir el ceño y envejecer corazón; me da pena la idea de que vivir únicamente provoque la erosión de las ilusiones. Porque justo el paso de los años nos tiene que servir para experimentar de forma gozosa que se van cumpliendo todas las promesas que Dios nos ha ido haciendo a lo largo de una vida. Yo puedo afirmar sin engaño que estoy recibiendo mucho más de lo que nunca pensé. El ciento por uno en amistades, en palabras de corazón, llenas de verdad y de vida; en familias, en alegrías, en experiencias felices y satisfactorias. Ciento por uno en lugares donde me siento útil y amado. Ciento por uno también en sufrimientos y en lágrimas, no sólo mías, sino de todas las gentes que me las confían. Pero todos esos sufrimientos están envueltos en la esperanza y en la promesa de resurrección con que el Señor nos acompaña.

Lo que Dios nos dice:

Oíd, sedientos todos, acudid por agua; venid también los que no tenéis dinero: comprad trigo y comed, venid y comprad, sin dinero y de balde, vino y leche. ¿Por qué gastar dinero en lo que no ali-

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perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí por-que no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí; para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convir-tiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna. 1ª Tim 1,12-16.

Cómo podemos vivirlo:Viniendo de un cura, decir que es una maravilla confesarse suena a búsqueda de clientela. Muy lejos de esa intención, lo que quiero transmitir es que una manera muy concreta de experimentar el abra-zo misericordioso de Dios hacia nuestra humanidad es acercándonos al sacramento de la reconciliación. Al poder experimentar la voz de Dios, que, por boca del sacerdote, nos renueva, oímos que podemos vivir en paz, porque nuestra historia de pecado, de sufrimientos, de dolor, es asumida por Jesús, que carga con ella y nos devuelve la nueva oportunidad de volver a caminar con la alegría de sentirnos nuevos.

Siempre los sacramentos están unidos a la vida, a la real, a la cotidiana. El pan que se parte, la uva que se aplasta para que salga el vino, la conversación sincera e íntima en una cena al-

rededor de una mesa, rodeados de amigos y de algún traidor... El gesto de levantarse espontáneamente, coger la jofaina y ponerse a lavar los pies... Jesús, a orillas del Jordán, puesto en la fila de los pecadores, rodeado de la humanidad más rota y desfigurada y ex-presando con sinceridad el deseo de cambiar de vida, de comenzar de nuevo, de dejarse limpiar por Juan el Bautista... Escuchar la voz de Dios reconociendo a la humanidad, que desea crecer y cambiar, como algo propio, como sus hijos, los amados, los predilectos... La liturgia de la Iglesia no puede quedarse en un universo pa-ralelo o distante de nuestra vida. No podemos hablar lenguajes desco-nocidos para la mayoría de la gente. No son nuestras celebraciones un culto secreto, una logia, de uso exclusivo, sólo para iniciados, una élite elegida, que se reúne de forma privilegiada. Lo divino que acompaña a los sacramentos no puede convertirse en un misterio. Dios no juega al escondite.

Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó, no la creó vacía, sino que la formó habita-ble: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No te hablé a escondidas, en un

haced esto en memoria mía

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fundamente amado. Después de comer el pan que Jesús me ofrece, tengo capacidad de dialogar con Dios en mis Getsemanís y de elegir la voluntad de Dios y sus caminos, antes que la huida, la cobardía o la evasión.

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí. Cuando hablo, tengo que gritar, pro-clamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario. Pensé en olvidarme del asunto y dije: “No lo recordaré; no volveré a hablar en su nom-bre; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardien-te encerrado en mi huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía". Jer 20,7-9.

Los caminos que a diario recorremos tienen de todo: verdes pra-deras, momentos gozosos, alegrías contagiosas junto a valles tene-brosos, fracasos y soledades. Son demasiado largos para nuestras pobres fuerzas. Construir nuestra vida desde la libertad y llevarla a la madu-rez, a la salvación, a la entrega gratuita, son tareas que nos superan. Es imposible para nuestras fuerzas, pero no para el señor. Por eso hay una invitación:

El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nue-vo dijo: “Levántate y come, pues el camino que te que-da es demasiado largo para ti”. Elías se levantó, co-mió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. 1ª Rey 19,7-8.

La vivencia de la eucaristía nos une directamente con el corazón de Jesús dispuesto a ofrecerse a sí mismo como ofrenda permanente.

país tenebroso, no dije a la estirpe de Jacob: “Buscadme en el vacío”. Yo soy el Señor que pronuncia sentencia y declara lo que es justo». Is 45,18-19.

Los gestos y las palabras de Jesús están profundamente arraigados en la vida humana: la experiencia de la donación de uno mismo, de la entrega de lo que somos. Nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestra atención y nuestro cuidado nos sirven para entender qué significa el sacramento del cuerpo de Cristo: es la fiesta de la reconciliación con nuestra corporalidad. El Corpus Cristi nos recuerda que nosotros también tenemos cuerpo. Tenemos tiempo, tenemos talentos y capa-cidades. Y los beneficiarios de lo que somos tienen que ser los demás. Ya no vivimos para nosotros mismos. Porque es el egoísmo lo que nos hace enfermar. Los que queremos salvar y guardar nuestra vida la acabamos perdiendo, mientras que los que participamos de la mesa de Jesús vamos aprendiendo a experimentar su entrega, hasta que nuestra vida también se pueda entregar en lo que cada día se nos presenta como oportunidad. La eucaristía impulsa a la entrega consciente de lo que somos. Después de la cena Jesús tuvo la certeza interior y la fuerza para entregarse hasta el extremo. Para eso celebramos la eucaristía.

Lo que Dios nos dice:

Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: “Ardientemente he deseado comer esta Pas-cua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios". Lc 22, 14-15.

Una fuerza nos inunda por dentro, y nos hace salir de nuestros mie-dos, cálculos y programas, y nos introduce en la bendita locura de la cruz. Dando, recibo; entregando, crezco; amando, me siento pro-

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Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presen-téis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; éste es vuestro culto espiritual. Y no os amoldéis a este mundo, sino trans-formaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Rom 12, 1-2.

Cómo podemos vivirlo:Nos tiene que librar el Señor de acostumbrarnos a su amor, a su entre-ga y a su donación total en la eucaristía. Yo le pido cada día que no me vuelva un funcionario de los sacramentos. No quiero estar rodeado de entrega, de amor, y tener el corazón seco, como una piedra sumergida en el cauce de un río: rodeada de agua por todos los lados pero con el corazón seco. Que lo que nos llame la atención no sea el cura que preside, lo gracioso o lo aburrido, los ornamentos sagrados, lo larga o corta que se nos haga la misa, los cantos, las flores... Todo eso es periferia. Nuestra atención se la tiene que llevar la pregunta de Jesús:

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?. Vosotros me llamáis el maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.Jn 13, 13-15.

renacer

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Noviembre es un mes necesario en nuestra vida. Es verdad que es frío, otoñal, oscuro, un poco gótico, nostálgico, ro-mántico: gris como el granito de los cementerios, negro

como los cuervos que revolotean en mis sueños... Difuntos, calaveras, halloween, telas de araña y zombis nos sitúan cara a cara con nues-tra fragilidad y caducidad, recordándonos que somos pasajeros, pe-regrinos; que venimos a este mundo en un momento dado y que, después de un tiempo, nos iremos de él. Pero vuelvo a decir que es necesario porque nos ayuda a relativizar muchas de nuestras preocu-paciones o urgencias y nos invita a pensar en lo escatológico, en lo definitivo, en el fin último al que nos van llevando nuestros pasos. Es necesario de vez en cuando frenar los acelerados ritmos de nuestros días -las decisiones, las altas velocidades de nuestros hora-rios, las bandas anchas por las que se nos cuelan las informaciones y las prisas- y situarnos como buscadores de conciencia y de luz para encontrar respuestas a para qué vivir, quién soy, cómo, con quién o hacia dónde. La fe lo ilumina todo con una nueva luz y, si bien es cierto que no nos ahorra ningún sufrimiento ni nos evita derramar lágri-mas, sí que nos ofrece la posibilidad de entender y experimentar la compañía y el amor salvador de quien asume nuestras vidas y toda la existencia humana.

hasta que la vida nos junte

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de su pueblo -lo ha dicho el Señor-. Aquel día dirán: “Este es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación, este es el Se-ñor en quien confiábamos; alegrémonos y hagamos fiesta pues él nos ha salvado. Se ha posado en este monte la mano del Señor.Is 25,6-10.

Hay una promesa firme que Dios le hace a la humanidad. Quien nos ha dado la vida pide nuestra respuesta confiada para llevarnos a la plenitud de esa Vida en nosotros. La muerte no es un error o un fallo en el proyecto de Dios. Como no es un error que la semilla tenga que germinar y romperse para convertirse en un gran árbol, o que el gusano se convierta en mariposa después de un tiempo oculto en la crisálida. Es parte del ciclo de la vida. Y la muerte es la oportunidad que nos lleva al nuevo y definitivo nacimiento. El que nos conoce, el que nos ha formado, nos ofrece su mano, su cuidado, y todo lo que necesitamos para reconocerle y para amarle.

¡Da gritos de alegría, Sión, exulta de júbilo, Israel, alégrate de todo corazón, Jerusalén! El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha barrido a tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya ningún mal. Aquel día di-rán a Jerusalén: No tengas miedo, Sión, que tus brazos no fla-queen; el Señor tu Dios en medio de ti es un salvador poderoso. Dará saltos de alegría por ti, su amor te renovará, por tu causa danzará y se regocijará, como en los días de fiesta. Yo he aparta-do de ti el día que te trajo el oprobio; y esto es lo que voy a hacer con todos tus opresores: aquel día salvaré a las ovejas cojas y reu-niré a las dispersas. Yo te daré honor y fama en todos los países.Sof 3,14-19.

Se alegra por nosotros quien se ha comprometido con amor eterno. Quien nos va asociando a otras personas a lo largo de la vida y nos enseña a descubrirle en el rostro de los demás. Hasta que la vida junte

Comenzamos con el día de Todos los Santos, recordando la llamada universal a la santidad y que la bienaventuranza, la dicha, la felicidad, es el estado al que Dios nos ha destinado. Y es que aceptando la par-ticularidad y la individualidad de cada uno, reconociendo nuestros talentos y virtudes, defectos y límites, se nos invita a desplegarlos y a ponerlos al servicio de los demás. Ser santos no es formar parte de una élite de privilegiados que ha llegado a no sé qué meta, a un olimpo reservado solo a unos pocos. Santos son hombres y mujeres de todas las edades, de todos los estados, de todas las razas, de todas las nacio-nes y clases sociales, que han vivido y han amado como han sabido, en medio de sus circunstancias, y de su época histórica, haciendo la voluntad de Dios. Y siendo lo más felices que han podido. El dos de noviembre celebramos Todos los Fieles Difuntos, el afrontar con sinceridad y valentía uno de los misterios más profundos de la vida humana: nuestra muerte, la de los seres a los que quere-mos. Aprendemos a reconocer nuestra fecha de caducidad, nuestra impotencia para mantener el fino y delicado hilo que nos conecta a la vida. La muerte nos humilla a los humanos porque... ¡Mira que inventamos, que descubrimos, que avanzamos por los mágicos cami-nos de la ciencia, de la tecnología...! Pero nos enfrentamos a algo que no sabemos ni vencer ni erradicar: la enfermedad, los accidentes, lo imprevisto, lo sorprendente. Ahí es donde recibimos la invitación hu-milde de parte de Dios a confiar en Él; a saber que lo que es imposible para nosotros es posible para Él.

Lo que Dios nos dice:

El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pue-blos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de sole-ra, manjares exquisitos, vinos refinados. Y en este monte destrui-rá la mortaja que cubre todos los pueblos, el sudario que tapa a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre, secará las lágrimas de todos los rostros, y borrará de la tierra el oprobio

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Estamos viviendo días inciertos, convulsionados, con noticias que nos devuelven la duda y la sospecha sobre la bondad del ser humano: matanza en un colegio de Estados Unidos,

empresarios en la cárcel, puestos de trabajo amenazados por decisio-nes políticas hechas por pésimos gestores y administradores del di-nero público, privatizaciones, amiguismos, falsedad documental... Hasta nuestros líderes religiosos parecen estar más pen-dientes del pasado, de la tradición, hablando de la infancia de Jesús, de la historia, del origen, que de la respuesta actual que la comunidad creyente tiene que dar con urgencia a los nuevos retos y a las nuevas necesidades que diariamente se nos presentan; pre-ocupados por los números, por las estadísticas, por los resultados, más que por dejar que la luz que brilla en la oscuridad sea diáfana, clara, creíble. Todas las previsiones anuncian de forma alarmante que el futuro es aún peor que el presente. Se debilitan las ilusiones, aumenta el miedo, el temor se hace fuerte. La tristeza se instala en muchos hogares. Y estos tiempos se parecen mucho a todos los tiempos, a todas las épocas. Seguimos necesitando la aparición de un salvador; la vuelta a la ilusión, a la esperanza, a las razones sóli-das que devuelvan la alegría. Es necesaria como nunca la llegada de la Navidad.

el fin de mi mundo

a los bebés y a sus ilusionados papás que le esperan durante largos nueve meses. Nos junta a la vida de los amigos que vamos necesitando en las diferentes épocas de nuestra vida. Nos junta a las familias que tenemos, que es la escuela donde se aprende a convivir, a confiar, a perdonar. La vida nos une a las personas que dejan una huella imbo-rrable en nuestra memoria y en nuestro corazón.

Cómo podemos vivirlo: La muerte puede ser la gran enemiga que cubre con su sombra toda nuestra vida o puede convertirse en hermana, en compañera, en la que nos recuerda continuamente el regalo que es la vida y el tesoro que supone estar unidos y caminar juntos hacia la casa definitiva del Padre.

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proximidad y la compañía de nuestro Dios, que se despoja de todo lo que son distancias y separaciones y se acerca tanto a nuestro corazón que llega a ser uno con nosotros.

El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codi-ciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nom-bre, para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda la len-gua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.Flp 2,6-11.

Más allá de interpretaciones apocalípticas, de calendarios mayas, de predicciones catastróficas, algo que es real es que nuestra vida es un permanente cambio, es dinamismo, es evolución. Es cierto que vivi-mos muchos finales a lo largo de nuestras vidas, muchas despedidas, muchas rupturas y separaciones. Pero siempre suponen el comienzo de algo nuevo. Perdemos personas, amigos, familiares, pero siempre aparecen nuevas personas que siguen acompañando nuestros pasos. Con el paso imparable de los años, de los días, de los meses, perdemos habilidades, flexibilidad, memoria, pelo, pero ganamos en sabiduría, en humildad, en dejarnos amar. Toda pérdida engendra una ganancia. Todo final nos invita a reconocer un nuevo inicio, una nueva aventura.

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Habían desaparecido el pri-mer cielo y la primera tierra y el mar ya no existía. Vi también ba-jar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente, salida del trono, que decía:-Esta es la tienda de cam-

Lo que Dios nos dice:

El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado. Has multiplicado su alborozo, has acrecentado su alegría: se alegran ante ti con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse el botín. Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería. He aquí que todo calzado de guerra, todo manto empapado en sangre, está siendo quemado, devorado por el fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y es su nombre: Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz. Is 9, 1-5.

La Navidad no es sólo un recuerdo nostálgico de algo que ocurrió. Es celebrar en riguroso directo, en tiempo real, que Dios sigue amando a nuestra humanidad, sigue iluminando las noches oscuras de nuestro mundo, sigue abrazando y dando calor a la frialdad de muchas vidas.

Cuando Eliseo llegó a la casa, el niño estaba muerto, echado en su cama. Eliseo entró, se cerró por dentro con el niño, boca con boca, ojos con ojos, palmas con palmas. Y estando así sobre él, el cuerpo del niño entró en calor. Eliseo de apartó y se puso a pasear por la habitación. De nuevo se tendió sobre él. En-tonces el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. Eliseo lla-mó a Guejazí, y le dijo: “Toma a tu hijo”. Ella entró y se echó a sus pies, postrada en tierra. Después tomó a su hijo y salió. 2 Re 4, 32-37.

Entra en calor nuestra vida cuando reconocemos con sorpresa y gra-titud lo amados y valorados que somos. Se va el frío, la soledad, la tristeza, el vacío y el sinsentido cuando descubrimos la cercanía, la

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he muerto y resucitado

“He muerto y he resucitado, con mis cenizas un árbol he plantado, su fruto ha dado, y desde hoy algo ha cambiado. He roto todos mis poemas, los de tristezas y de penas, lo he pensado y hoy, sin dudar, vuelvo a tu lado. Ayúdame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado. Ya no persigo sueños rotos...” Los Secretos

Esta canción siempre me invita al agradecimiento y a la ale-gría, y me traduce de forma musical este tiempo de Pascua que nos envuelve y nos acompaña. Tenemos que dedicar

atención a la Pascua porque hablar de lo que nos mata, de nues-tras muertes, de nuestros miedos es algo que hacemos muchas veces a lo largo de un año. Pedir al Señor que nos convierta, que nos cambie, que nos ayude a crecer, a mejorar, lo hacemos casi es-pontáneamente. Porque sabemos lo que nos falta, lo que no tene-mos, lo que no podemos. Convivimos con cierto pesimismo an-tropológico que nos hace sospechar de todo lo que son ofertas y promesas que nos hacen los demás o que lanzamos nosotros mismos.

paña que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lá-grimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido. Y dijo el que estaba sentado en el trono: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”. Y añadió: “Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito”. Ap 21, 1-5.

Como podemos vivirlo: Tenemos que renovar la ilusión. Buscar las razones profundas de nues-tra alegría. No quedarnos en lo más externo y rechazable de estas fechas. Huir de los tópicos, de las compulsivas compras innecesarias, de las comilonas y de los excesos. Pero sí que es tiempo de admirar lo humano. De abrazar la humanidad pequeña, miedosa, frágil. Como la del bebe Jesús, como las de los ancianos, los moribundos, lo roto, lo frío, lo enfermo. Es tiempo de llenar los ojos de lágrimas de alegría, porque el amor es más fuerte que todas las muertes, y su luz inunda de sentido todos los episodios sangrientos y tristes de la historia.

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calcule, que olvide la balanza, el reloj y la cinta de medir. Y viva al momento: en la sorpresa, sin horarios y sin orden del día, porque el tiempo se lo va llevando la gente que me necesita, de día, de noche... Y puede que no vuelva a poner en la puerta del corazón el cartelito de: “No moleste”. La Pascua coincide con la primavera, con la explosión de vida en los campos, en los jardines. Se llena de alegría el entorno en el que vivimos para que levantemos la mirada de nosotros mismos. Y es que estamos tan centrados en lo que nos pasa que nos creemos los ombligos del mundo: lo nuestros es lo más duro, lo más doloroso, lo más grave. Todo debería detemerse porque yo sufro y lo paso mal. Y la tierra, las personas, los pueblos, nos están invitando a levantar al mirada y a ver los campos llenos de flores, de signos de vida, y a que dejemos de llorar por sentirnos personas abandonadas y solas. Y a reconocer la presencia discreta del Buen Jesús, que nos acompaña, nos guía, sin gritos ni órdenes, y nos invita a pasar de mis muertes a su vida.

Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida por-que amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva permanentemente en sí vida eterna. En esto hemos conocido al amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. 1Jn 3,14-16.

La mayoría de las tristezas nos las provocan las relaciones interperso-nales: las tensiones familiares, las pérdidas, las confrontaciones y los malentendidos. Nos duele que nos dejen de llamar, cortar con una pareja, que de repente se convierte en un ‘ex’. Las separaciones, los enfados nos alejan de los demás y fragmentan una familia. Resucitar no es algo etéreo y fantasioso. Es aprender a recon-ducir los éxitos y los fracasos en nuestras amistades y nuestros amores,

Tan acostumbrados estamos a que nos defrauden y nos mientan que ya no esperamos nada de nadie. Ni siquiera de nosotros mismos. Pero hoy la invitación es a ver lo que sí tenemos, lo que nos ha conseguido la bondad y la gratuidad de nuestro Dios; lo que sí podemos, lo que sí hacemos. Ya estamos resucitados, ya estamos vivos, con un vida abundante. Ya no hay razón para el llanto, para la duda, para el temor. Hemos resucitado con Cristo. Y nos merecemos vivir con la esperanza y la confianza de que no hay situación que no pueda ser vivida en clave de amor, de reconciliación, de alegría que nadie nos pueda quitar. Hay una invitación a tener una mirada nueva sobre la realidad, en la que dejemos de ver sepulcros y huesos secos y empece-mos a reconocer los signos de la resurrección.

Lo que Dios nos dice:

Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bie-nes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la dere-cha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo es-condida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, enton-ces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él. Col 3,1-4.

La alegría de la resurrección sí que nos tiene que cambiar nuestras prioridades y nuestros intereses. Lo que antes nos parecía deseable, objetivo prioritario de nuestra vida, puede que se vuelva relativo o incluso deje de tener interés. Y no porque nadie desde fuera nos lo indique, sino porque nosotros mismos nos sentimos y somos criaturas nuevas. Es lógico dejar de pelear por los primeros puestos, por el éxi-to, por la fama, por la rivalidad como forma de relacionarnos. Es normal que si encuentro una forma de invertir el tiempo llena de generosidad, de entrega, de donación, ya no me vuelva un tacaño de las emociones y de los afectos: que ya no mida, que no

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es por ti

Todos los años me pasa lo mismo al celebrar la Pascua: en los momentos previos, antes de comenzar, me acompaña un cierto sentimiento de duda o de inseguridad sobre si somos,

de forma personal y comunitaria, capaces de transmitir, reflejar y con-tagiar toda la Vida y todo el Amor con que nuestro Dios se acerca a nosotros. Vivo el temor y el temblor de sentirme demasiado frágil y torpe para introducir a las personas en la atmósfera de amor que rodea todos los gestos y las palabras de Jesús y posibilitar el sentir y el gozar el misterio de nuestra fe. Y como todos los años escucho de Jesús el mismo reproche cariñoso y al mismo tiempo exigente:

¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? Mt 14,31.

El que es capaz de vencer la muerte, las tinieblas, la soledad y el peca-do no somos nosotros, es Él.

“Es el Señor”. Jn 21,7.

Y es fácil reconocer que Jesús es el protagonista principal de la Pascua. Todos los demás somos simples colaboradores, testigos afortunados de la acción de Dios en medio de nuestro mundo.

y que no nos dejen resabios amargos. Resucitar singnifica que convir-tamos nuestra historia en algo que agradecemos profunda y sincera-mente: reconciliados, alegres, seguros de que todo lo vivido ha sido necesario para ser quienes hoy somos.

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hi-jos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavi-tud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espí-ritu de hijos de adopción, en el que clamamos: Abba, Padre. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que so-mos hijos de Dios; y, sí, hijos coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él. Rom 8,14-17.

Cómo podemos vivirlo:Las puertas a la vida alegre las podemos cerrar por miedo a mucha gente: los discípulos tenían miedo a los judíos. Nuestros miedos pue-den ser hacia el futuro que nos espera, a la enfermedad, la soledad, la pérdida, los abandonos... Pero ese miedo se expulsa cuando soy consciente de lo amado que soy; de lo acompañado, de la presencia amorosa que hay detrás de toda mi historia. Lo vemos en una peli como Ghost y se nos hace bo-nito y creíble. Sin embargo, no nos creemos tanto lo que nos promete el Buen Dios en el Evangelio:

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.Mt 28,21.

Aprendamos a vivir saboreando los signos continuos que nos recuer-dan que el amor y la vida son más fuertes que las muertes.

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el de los discípulos, lleno de temor, de egoísmo, de traición. Tanto cariño inmerecido, tanta gratuidad por parte de Jesús solo pueden ser acompañados hasta el final: amor que se vuelve pan, cotidianidad, cercanía. Nos encontramos acompañando a Jesús por la Vía Dolorosa de nuestros entornos cercanos y familiares con sus diferentes cruces: la de las enfermedades terminales; la de la viudedad; la del paro, la falta de recursos, de esperanza; la de las adicciones, mentiras, decisio-nes que dejan huella en nuestra mente y en nuestra memoria. Todas son cicatrices imborrables que nos recuerdan el dolor que acompaña nuestra existencia. Y vemos que Jesús recorre ese camino a nuestro lado, animándonos, consolándonos, invitándonos a cargar junto a Él la cruz y a ser capaces de convertirla en suave yugo.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Mt 11,28-30.

¡Cuánta gratitud arranca la donación del Señor! ¡Cuánto deseo de seguirle, de acompañarle, de imitarle! Y, de nuevo, mi respuesta es la misma: ¡Gracias, Señor, por darme razones para creer: por no sentir-me solo; por darme una comunidad que es capaz de creer que un valle lleno de huesos secos se puede convertir en una comunidad viva y re-sucitada! Somos invitados privilegiados de una larga nube de testigos que nos acompañan en el camino de la vida y de la fe y nos ratifican día tras días que merece la pena creer; que merece la pena esperar, aun con cierto miedo e impaciencia, la manifestación llena de vida de nuestro Dios.

Cómo podemos vivirlo: Me siento como en la mañana del Sábado Santo, con esa ansiedad y tensión de quien quiere que ocurra algo grande, algo maravillo-

En definitiva, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Servidores a través de los cuales accedisteis a la fe, y cada uno de ellos como el Señor le dio a entender. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni el que riega tampoco; sino Dios, que hace crecer. Nosotros somos colaboradores de Dios. 1ª Cor 3,5-9.

De nuevo la humanidad se ha sentido desbordada de tanto amor y de tanta generosidad. Todas las personas que hemos participado de la Pascua, en el lugar que la hayamos celebrado, hemos tenido la oportu-nidad de acompañar a Jesús, al hombre capaz de vivir todas las situacio-nes que a nosotros nos bloquean y nos paralizan, dando una respuesta llena de esperanza y de seguridad. Hemos aprendido a descubrir la capacidad que tenemos de no cerrarnos a nuestra propia carne, de no reducir la vida a lo que a mí me ocurre, a mis problemas y preocupa-ciones, para vivir al servicio y atentos a las necesidades de los demás, acompañados por la fuerza y el amor providente de nuestro Dios.

Lo que Dios nos dice: Jesús lavando los pies, en actitud de siervo, de humilde esclavo, se con-vierte en el camino que nos libera de nuestro afán de protagonismo y de superioridad y nos introduce en el regalo de la humildad, de la fraternidad.

Y llamándolos, Jesús les dijo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vues-tro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Mt 20,25-28.

La Última Cena está llena de gestos, palabras y ambigüedad en los co-razones: el de Jesús, desbordante de amor, de entrega, de generosidad;

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Nos decimos muchas veces “año nuevo, vida nueva”, re-flejando nuestros propósitos, planes, ilusiones, deseos... Pero solemos ser realistas y reconocer que nuestras fuer-

zas, motivaciones e ilusiones son tan frágiles que no podemos ase-gurar que todo lo que nos proponemos lo cumplamos. Ojalá apre-niéramos la forma de permanecer, de ser fieles a las luces y a las claridades que en un momento dado de nuestra vida tenemos, sin cambiarlas ni negociarlas por pereza, desánimo o cansancio. Escuchaba en estos días a un papá joven, con su pequeño en brazos, disfrutando de las risas del niño: “Qué guapo y qué precioso eres cuando te portas bien. Pero son tan pocas veces...” Y me sentía identificado en mi manera de valorar y de juzgar mi vida y la de los demás. Cuando las personas sacamos lo mejor de nosotros mismos, la verdad es que nos quedamos admirados de lo grande que es el ser humano: el padre capaz de dar un riñón a su hijo; el hombre que se juega la vida tirándose al metro para salvar a alguien; los bomberos que arriesgan la vida en el incendio; los médicos que se entregan; las parejas que se implican del todo en la educación de los hijos; las mi-sioneras y misioneros que lo dejan todo para llevar a lejanos lugares la Buena Noticia de Jesús; los trabajadores anónimos que hacen bien su trabajo; los artistas que, tocados por la magia de lo divino, son capaces de acariciarnos el alma con sus músicas, sus cuadros o sus esculturas...

aprender a renovar

so. Quiero que la resurrección inunde de luz y de claridad todos los rincones del mundo. Quiero que todos los ‘lázaros’ que todavía per-manecen ocultos en sus sepulcros, amortajados, paralizados, sin vida, puedan salir de su letargo y volver a vivir.

Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me ro-dea, para que crean que tú me has enviado”. Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal afuera”. El muerto sa-lió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuel-ta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar”. Jn 11,41-44.

Después del grito de Jesús, seguro que pasaron unos segundos llenos de tensión: ¿Saldrá? ¿No saldrá? A veces la voz de Dios tarda en oírse. A veces los milagros y las conversiones no son tan automáticas. Pero si esperamos llenos de confianza, experimentaremos el milagro. La vida es más fuerte que todas las muertes: “Aleluya cantará quien perdió la esperanza. Y la tierra sonreirá. Aleluya”.

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con amor eterno te quiero -dice el Señor, tu libertador-. Aun-que los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz -dice el Señor que te quiere-. Is 54,1-10.

Es el Buen Dios el que se ocupa de dar fecundidad y de capacitarnos, para que podamos amar todas las circunstancias, todas las personas, todas las realidades que nos va a tocar vivir: comenzando por nosotros mismos. Nuestra estima y nuestra valoración no pueden depender de los resultados que conseguimos. Somos mucho más valiosos que lo que diga de nosotros una nota académica, una placa en un despa-cho, la opinión de unos jueces o de unos jefes. No somos solo lo que ganamos, la ropa que vestimos, el coche que conducimos o las visitas que hace la gente a nuestro perfil. Somos, sobre todo, lo amados que somos y la cuenta que nos damos de ese amor. Isaías habla de situa-ciones límite: abandono, esterilidad, ultraje, soltería, repudio, abati-miento, pero esas situaciones acompañadas por aquél que nos quiere, que nos llama, que nos enseña, se vuelven en algo fácil de olvidar comparado con la alegría y el júbilo que se nos ofrece.

Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden compa-rar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la crea-ción, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la co-rrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Rom 8,18-21.

Los momentos de crisis, de sentir nuestros límites y nuestras caren-cias, son los que nos enseñan dónde tenemos puesta nuestra confian-za. Cuando todo se tambalea es donde descubro qué y quién no me deja ni me abandona y quién solo se mueve por el interés y la utilidad.

Pero... ¡Son tantas las veces que aparece también en nuestra vida lo feo, lo malo, la mentira, la violencia, la explotación, la injusticia...! Convivimos con lo peor de nosotros y de los que nos rodean: con esas tristezas que nos encierran en nosotros mismos cuando nos sentimos incapaces de sonreír, de escuchar, de esperar; con ese orgullo que hie-re a través de comentarios que descalifican; con esos egoísmos que utilizan y cosifican; con la mentira como forma de no sufrir; con el engaño como disfraz de cobardías. Y es que ese niño precioso que juega confiado en brazos de su papá es el mismo que en su momento caprichoso se enrabieta y rompe con todo; que se enfurece y se desgañita entre aullidos y llantos desesperados. Y nuestro amor tiene que llegar a amarlo en todas las circunstancias y situaciones. No lo podemos devolver. Somos capaces de amar así, pero no por nuestras capacidades, sino porque alguien nos regala ensanchar el corazón y la capacidad de amar hasta que lle-gue a la medida del de Dios.

Lo que Dios nos dice:

Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada -dice el Señor-. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuer-das, afianza tus estacas, porque te extenderás de derecha a izquier-da. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sientas ultrajada, porque no deberás sonrojarte. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, no re-cordarás la afrenta de tu viudez. Quien te desposa es tu Hacedor: su nombre es Señor todo poderoso. Tu libertador es el santo de Israel; se llama Dios de toda la tierra. Como mujer abandonada y abatida te llama el Señor; como a esposa de juventud, repudiada -dice tu Dios-. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuni-ré. En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero

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Cómo podemos vivirlo:Un año nuevo supone confianza renovada; vida nueva y pura; de-dicación a lo que en realidad siempre ha estado pero que nosotros, muchas veces deslumbrados por lo nuevo, hemos olvidado o arrinco-nado. Este año debería renovar nuestra gratitud y capacidad de reco-nocer lo bello y bueno que nos rodea; la buena gente que hay en todos los espacios de mi vida: familia, trabajo, comunidad de fe, amigos... Ojalá sea un año de no juzgar, de no quejarse, de no criticar si no es para construir y buscar soluciones: año nuevo para reír, para sumar, para construir, para amar.

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