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Edición de Clara Obligado Prólogo de Raúl Brasca

Edición de Clara Obligado · 2020. 4. 26. · Embajada de la República Argentina Edición de Clara Obligado Prólogo de Raúl Brasca AUTORES Accame, Jorge Alurralde, César Anderson

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«La microficción en general y el microrrelato en particular no son resúmenes de narraciones más extensas, son una forma diferente de contar en la que un pequeño detalle, va-lorizado por el autor, da cuenta de una totalidad tan grande como la de las mayores novelas. Pero lo hacen a su modo. Por su vigoroso desarrollo, la microficción argentina cons-tituye quizá el más amplio catálogo de esta forma textual en su impresionante variedad».

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Edición de Clara Obligado

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Prólogo de Raúl Brasca

AUTORESAccame, JorgeAlurralde, CésarAnderson Imbert, Enrique Benegas, NoniBentivoglio, Alejandro Berti, EduardoBianchi, SandraBioy Casares, AdolfoBlaisten, IsidoroBorges, Jorge LuisBrasca, RaúlBruck, CarolinaCairo, MiriamCalifa, OcheCampra, RosalbaCañas, NélidaCazón, MónicaCompany, FlaviaCorrea Fiz, Valeria Cortázar, JulioDi Benedetto, AntonioDolengiewich, LeonardoDolina, AlejandroEstefan, Julio RicardoFernández, MacedonioFrancisci, SergioGallardo, SaraGardella, MartínGiardinelli, Mempo

AUTORESGoloboff, MarioGolombek, DiegoGotthelf, Eduardo Hidalgo, Leandro Iparraguirre, Sylvia Lagmanovich, David Lojo, María Rosa Lugones, LeopoldoMandrini, EugenioMarangoni, AgustínMontes, Juan ManuelMopty de Kiorcheff, Ana María Nasello, PatriciaNassr, Ildiko Valeria Neuman, Andrés Nicastro, Laura Paletta, Viviana Perinelli, Roberto Ramos Guzmán, María CristinaRekacz, NanimRomagnoli, JuanRomano, OrlandoScarpa Filsinger, NorahShua, Ana MaríaUhart, HebeValenzuela, Luisa Vázquez, Débora Vique, FabiánVitale, Carlos

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Mircros argentinos

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AAVVMicros argentinosClara Obligado, ed. lit.

Primera edición: diciembre de 2019Embajada de la República Argentina ante el Reino de España

Diseño y maquetación: Julieta González ObligadoCorrección: Camila Paz ObligadoTipografía: Manuale de Pablo Cosgaya y Eduardo Tunni

© de la presente edición, Embajada de la República Argentina ante el Reino de España© de los microrelatos: sus autores© del prólogo, Raúl Brasca© de los textos, sus autores y autoras© Macedonio Fernández. Ediciones Corregidor © Enrique Anderson Imbert. Ediciones Corregidor © Antonio di Benedetto. Adriana Hidalgo Editora SA © Hebe Uhart. Adriana Hidalgo Editora SA© Isidoro Blaisten. Agencia Schavelzon Graham© Eduardo Berti. Agencia Schavelzon Graham © Julio Cortázar. Agencia Literaria Carmen Ballcells SA © Mempo Giardinelli. Agencia Literaria Carmen Balcells SA© Adolfo Bioy Casares. Agencia Literaria Carmen Balcells SA© Alejandro Dolina. Productora Alejandro Dolina© David Lagmanovich. Editorial Ricardo Martín© Sara Gallardo. Julio Patricio Rovelli López Editor & Publishing Rights© Jorge Luis Borges. María Kodama© César Antonio Alurralde. Hijo del autor César Alurralde

Edición no venal. Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento reprográfico o informático sin la autorización escrita de los titulares del copyright.

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Mircros argentinos

Antología a cargo de Clara ObligadoPrólogo de Raúl Brasca

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Microficción

Un diminuto remolino de palabras que se consume en un instante. Todas, como quería Stevenson, miran hacia el mismo lado. Miran fijo el vórtice donde serán devoradas. Pero si ellas son el remolino, también son el vórtice. Un caso de canibalismo que se sacia con el propio cuerpo.

Raúl Brasca. Todo tiempo futuro fue peor

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PrólogoRaúl Brasca

Desde hace varias décadas, las artes en general muestran una marcada tendencia a la brevedad: los novelistas ya no necesitan diez tomos como re-quería Romain Roland, les alcanza con uno; esca-sean los largos poemas; se difunden el teatro que se desarrolla en diez o quince minutos, los cortos cinematográficos, el videoclip. En la ficción litera-ria hispanoamericana, esa tendencia se extremó a mediados del siglo xx por dos vías: el recorte de obras mayores para obtener un breve texto autó-nomo y la creación de piezas brevísimas escritas como tales por sus autores. Quizá el mejor ejemplo de los primeros sea «El sueño de Chuang Tzu», un recorte practicado en el libro del filósofo taoísta por Borges y Bioy Casares y publicado en sus Cuentos bre-ves y extraordinarios (1955). Esta antología señera, junto con El libro de la imaginación que publicó Ed-mundo Valadés en México en 1976 y las brevedades escritas en aquellos años por Borges, Denevi, Cortá-zar, Arreola, Monterroso, Piñera, sin olvidar a los es-

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pañoles Ramón Gómez de la Serna y Max Aub (resi-dentes en Argentina y México, respectivamente), son la base textual de lo que llamamos hoy microficción (o minificción), un tipo de composiciones literarias en prosa caracterizadas por una escritura de extre-ma concisión que ocluye un silencio significativo decodificable por el lector cuando la última línea lo habilita para producir sentido. De esta particular condición —ser escritas con pocas palabras y mu-cho silencio—, deriva la necesidad de que estas fic-ciones sean muy breves. Sin embargo, la inversa no es cierta, no cualquier ficción breve es una microfic-ción. Quiero decir que es la naturaleza misma de su escritura, y no el número de palabras que contiene, lo determinante al momento de decidir si un texto es microficción o no. Hay ficciones de dos líneas que resultan larguísimas y textos de una página (aun-que no mucho más que eso) que son microficciones cabales. Otra consecuencia del método constructivo descrito es que la microficción tiende más a provo-car la inteligencia del lector y activar sus saberes que a conmoverlo. La elipsis, las alusiones intertex-tuales, la ironía, los juegos con el sentido, diversos ti-pos de ambigüedades, recursos que la microficción utiliza extensivamente, residen siempre en su silen-cio y exigen operaciones intelectuales para alcanzar

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efectividad. Por eso la clase de emoción que pro-vocan las microficciones es predominantemente intelectual. Se han propuesto varios nombres para designar al autor que fundó esta forma literaria. De todos ellos, quien esto escribe encontró en el mexi-cano Julio Torri las piezas más antiguas que reúnen las características mencionadas arriba y que se in-tegran con comodidad con las escritas hoy.

Hay muchos tipos de microficciones según se aproximen a las formas breves fronterizas, pero las microficciones narrativas o microrrelatos son las más abundantes. Ellos, por su relación de per-tenencia, comparten los rasgos generales de la microficción descritos, lo que los diferencia de los cuentos muy breves; porque el silencio del cuento es diferente y, al menos para Ricardo Piglia, consiste en una historia que se desarrolla por debajo y pa-ralela a la explícita, con la que confluye en el final. Los microrrelatos han sido las microficciones que han recibido mayor atención de los académicos. Su ámbito es discutible y varía según se adopte una definición más o menos restrictiva del concepto de «narrativo», lo que va desde «exigir que algo le pase explícitamente a alguien en cierto lugar por un tiempo determinado» hasta admitir que la narrati-vidad quizá pertenezca al silencio del microrrelato.

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La presente antología contiene microficciones argentinas escritas como tales por sus autores (mi-croficciones de autor), es decir, no incluye recortes (microficciones de lector), y la mayor parte son microrrelatos. En Argentina, el desarrollo de la mi-croficción ha sido notable. Hace cuarenta años era posible una antología exhaustiva, hoy es casi impo-sible estar al tanto de todo cuanto se produce en el país. En las provincias de Buenos Aires, Tucumán, Salta, Jujuy, Formosa, Santa Fe, Santiago del Este-ro, Córdoba, Mendoza, Neuquén, Río Negro y en la Ciudad de Buenos Aires se escribe y se estudia la microficción. La selección de los textos da cuen-ta de esta amplitud territorial. También, pero sin ambiciones catastrales, muestra su evolución en el tiempo (las micros están ordenadas por fecha de nacimiento de sus autores, que van desde 1874 hasta fines del siglo xx), la variedad de recursos empleados y las diversas miradas que aportan los microficcionistas.

El afán por la precisa concisión que prohíbe in-formación innecesaria hace que los microrrelatos comiencen siempre in medias res, es decir, en un punto más o menos avanzado de la historia, según sean las necesidades narrativas. Por la misma cau-sa, sus títulos suelen muchas veces formar parte del

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texto narrativo. En «La puerta condenada», de Carlos Vitale, por ejemplo, el adjetivo del título contribuye al sentido, y en «Los vampiros del siglo xxi y el vih», del mendocino Leonardo Dolengiewich, el título re-sulta indispensable para comprender el texto.

Los finales emanan del silencio que los micro-rrelatos contienen, emanación que recién puede producirse después de que el lector leyó la última línea. Por eso se afirma con razón que están fuera del texto, como se comprueba en «A puertas cerra-das», de Rosalba Campra, donde la última línea solo induce la posibilidad de un final que queda a cargo del lector. El silencio es, entonces, responsable de ambigüedad en el significado, propiedad aludida cada vez que se atribuye a los microrrelatos finales sugerentes o paradójicos («Amor 77», de Julio Cor-tázar y «Tango», de Mario Goloboff). Esta polisemia hace del contenido de los microrrelatos materia opinable, lo que se manifiesta con frecuencia en la última línea con un comentario del narrador («Las golondrinas invernales», de Alejandro Dolina) o de alguno de sus personajes («Misterios», de Leandro Hidalgo). Tan extendida es esta propiedad que la Doctora Dolores Koch, quien con su tesis docto-ral (1981) atrajo la atención de la crítica sobre los micro-relatos (así los denominó ella), pensó algu-

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na vez que podía servir para diferenciarlos de los minicuentos, es decir, de narraciones tan breves como los microrrelatos pero que se ajustarían a los preceptos del género cuento.

Al igual que los géneros más extensos de la ficción narrativa (cuento, nouvelle, novela), el microrrelato puede ser realista («El llanto» de Ildiko Nassr), fan-tástico («La montaña», Enrique Anderson Imbert), maravilloso («El corazón del bosque», Sylvia Ipa-rraguirre) o apelar al absurdo (el de Macedonio Fer-nández incluido en este volumen).

Además de la narración clásica en tercera perso-na («Un lago», de Jorge Accame), la también habitual en primera persona («A mano», de Sara Gallardo), y la menos corriente en segunda persona («Ámbitos», de María Rosa Lojo), están ejemplificados aquí el diálogo («Crítica al crítico», de Orlando Romano) y el diálogo enmarcado («Invitación», de Juan Ro-magnoli).

Como su identidad no depende del formato sino más bien de la naturaleza y gravitación de lo no di-cho, el microrrelato suele tomar prestados procedi-mientos y formatos de otros géneros, literarios y no literarios, como el instructivo y el aviso clasificado. Esta compilación ofrece un ejemplo del formato carta («III», de Mónica Cazón).

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Salvo aquellos temas que irremediablemente re-quieren de la extensión, como podría ser el sutil cambio de personalidad de un personaje a lo largo del tiempo o la minuciosa crónica histórica, nada hay que el microrrelato no pueda contar. Incluso puede contar la vida entera de sus personajes. A ve-ces un título como «Una vida», el micro de Adolfo Bioy Casares, o una línea final como Así crecimos, del micro «El llanto» de Ildiko Nassr, hacen que lo anec-dótico trascienda a la vida entera. En otros casos, es la enciclopedia del lector lo que hace la diferencia: Eduardo Berti, a partir de la pequeña anécdota de «El bis», cuenta a un lector capaz de leer su silen-cio las penurias de toda una nación. También son los saberes del lector el presupuesto necesario en los casos de silenciada intertextualidad («Segundo tomo», Ana María Mopty).

La microficción en general y el microrrelato en particular no son resúmenes de narraciones más ex-tensas, no pueden serlo, no son lo esencial de nada, son una forma diferente de contar en la que fre-cuentemente un pequeño detalle, valorizado por el autor, da cuenta de una totalidad tan grande como la de las mayores novelas. Pero lo hace a su modo.

Actividades saludables del pensamiento, el juego y el humor son la intencionalidad de un elevado nú-

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mero de microrrelatos. Julio Cortázar y Marco Dene-vi fueron los maestros argentinos de este tipo de pie-zas. Los microrrelatos humorísticos más difundidos son reescrituras irónicas de textos famosos («Cróni-ca roja», Eduardo Gotthelf), juegos con el sentido de las palabras, por ejemplo el doble sentido («Rosas», de Martín Gardella y «Medicina moderna», de Laura Nicastro) y situaciones francamente cómicas («Statu quo», de Roberto Perinelli). Dos microrrelatos famo-sos, «Arriad el foque» de Ana María Shua y «La cosa» de Luisa Valenzuela, juegan con las palabras y el sen-tido: la dificultad para dar sentido en Shua, y el sen-tido «figurado» de la palabra «cosa» en Valenzuela.

El poder de las palabras es un tema obsesivo para los escritores y, de vez en cuando, lo ficcionalizan («Olvido», de César Antonio Alurralde, y «Escribir», de David Lagmanovich). Lo mismo sucede con el oficio del escritor. Escribir microrrelatos sobre la escritura de microrrelatos ha producido un número bastante nutrido de ejemplos. En «Gajes del oficio», de Juan Manuel Montes, el microrrelato se refiere a sí mis-mo y, de paso, le informa al lector que está leyendo ficción: un buen ejemplo de metaficción mínima.

La ciencia ficción y la fantasía han interesado a los microrrelatistas desde hace mucho tiempo. Quizá el más famoso autor de esta clase de micros

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sea el estadounidense Frédrik Brown. En Argentina Héctor G. Oesterheld los produjo tempranamente. Esta antología recoge un irónico microrrelato de fantasía, «Idea para un cuento», del argentino Oche Califa, que mezcla lo fantástico con la imaginativa construcción de mundos futuros.

Los grandes temas metafísicos, el principio y el fin, las insondables preguntas existenciales, han sido reiteradamente tratadas por los microficcio-nistas. Tenemos el caso de Macedonio Fernández, a quien Borges presentaba como «metafísico y humo-rista». El ejemplo antologado aquí es «Sueña Dios», del rosarino Sergio Francisci.

En el otro extremo, el de la realidad más próxima, el de las preocupaciones del aquí y el ahora, se sitúa el ámbito creciente de la microficción política. Se han escrito en Argentina libros enteros de micro-ficciones sobre este tema. Es el caso de Incisiones mínimas de Norah Scarpa Filsinger, de donde fue extraído «Elogio de la amnesia». Otros temas de actualidad tratados son: las opciones sexuales mi-noritarias («Primero nada, después poco a poco», de Miriam Cairo) y el respeto a la vida animal («Alada satisfacción», de Nanim Rekacz).

Quedaría incompleta la descripción de esta an-tología si a lo dicho sobre el microrrelato no dedi-

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cara algunas líneas a las microficciones argumen-tativas.

La naturaleza de lo silenciado alienta la aventura intelectual y conduce a la microficción argumenta-tiva. En ella, lo narrativo ha perdido peso en favor de lo argumentativo, hasta convertirse en el mero soporte de un razonamiento. En estas piezas, la úl-tima línea suele consistir en una conclusión («El principio es mejor», de Isidoro Blaisten), aunque esta conclusión no sea obligadamente el final. No está antologado aquí, pero en «Argumentum orni-thologicum» de Borges, que adopta el formato de de-mostración matemática por reductio ad absurdum, gracias a la ironía, el verdadero final es lo opuesto a la conclusión que proporciona la última línea. Las microficciones argumentativas se estructuran nor-malmente en base a razonamientos deductivos. Sin embargo, también las hay basadas en razonamien-tos inductivos, es decir: a partir de varias premisas particulares se arriba a una conclusión general («Posesión del ayer», de Borges).

Desde el mencionado microrrelato de Blaisten, de-cididamente argumentativo, pasando por «Prueba de vuelo» de Eugenio Mandrini, donde la conclusión confirma el argumento y, ambiguamente, revela que se trata de un texto poético, hasta «Mr. Bergeret» de

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Leopoldo Lugones, un verdadero microensayo fic-cional cuyo núcleo es la exposición de una teoría, la microficción despliega un fascinante abanico de posibilidades argumentativas.

Además de los nombrados, hay en este libro micros de otros grandes autores como Antonio Di Benede-tto, Hebe Uhart y Mempo Giardinelli, cuyas piezas podrían ejemplificar tan bien como las elegidas las cualidades de la microficción. Lo mismo puede de-cirse de las de Fabián Vique, Viviana Paletta, Débora Vázquez, Flavia Company, Noni Benegas, Diego Go-lombek, Alejandro Bentivoglio, Nélida Cañas, Patri-cia Nasello, Valeria Correa Fiz, Carolina Bruck, Agus-tín Marangoni y Sandra Bianchi, que pertenecen a generaciones posteriores. Y justo es mencionar las injustas ausencias que toda antología contabiliza. En este caso: Alba Omil, Marco Denevi, Javier Villa-fañe, Juan Filloy, Pedro Orgambide, Orlando Van Bredam, Angélica Gorodischer, Rodolfo Modern, Hé-ctor G. Oesterheld y muchos más cuyas obras enri-quecen la biblioteca de la microficción argentina y amplían los horizontes del género.

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(Sin título)Macedonio Fernández

—Mujer, ¿cuánto te ha costado esta espumadera?—1,90.—¿Cómo, tanto? ¡Pero es una barbaridad!—Sí; es que los agujeros están carísimos. Con esto

de la guerra se aprovechan de todo.—¡Pues la hubieras comprado sin ellos!—Pero entonces sería un cucharón y ya no servi-

ría para espumar.—No importa; no hay que pagar de más. Son arti-

ficios del mercado de agujeros.

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Mr. BergeretLeopoldo Lugones

Quizá, propuso el célebre profesor, con cautela de quien se arriesga y no a formular una teoría, quizá la idea de Dios proviene de la invención del espejo. Cuando el hombre pudo ver su imagen, comprendió la posibilidad de que existieran seres reales e incor-póreos a la vez. En suma, todo lo sobrenatural está ahí. Aquello explica el don de la ubicuidad, y hasta el misterio de la trinidad inclusive. En el espejo, soy simultáneamente uno y doble. Basta un sencillo bi-sel para transformarme en trino y uno.

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Le regret d’HéracliteJorge Luis Borges

Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.

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Posesión del ayerJorge Luis Borges

Sé que he perdido tantas cosas que no podría con-tarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pien-so en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Solo el que ha muer-to es nuestro, solo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la pla-ñe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

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La montañaEnrique Anderson Imbert

El niño empezó a treparse por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en su butaca, en me-dio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sen-tirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del niño una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, in-móviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.

—¡Papá, papá! —llamó, a punto de llorar.Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño,

hundido en la nieve, quería caminar y no podía.—¡Papá, papá!El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado

pico de la montaña.

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Amor 77Julio Cortázar

Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así pro-gresivamente van volviendo a ser lo que no son.

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Una vidaAdolfo Bioy Casares

La cocinera dijo que no se casó porque no tuvo tiem-po. Cuando era joven trabajaba con una familia que le permitía salir dos horas cada quince días. Esas dos horas las empleaba en ir en el tranvía 38, has-ta la casa de unos parientes, a ver si habían llegado cartas de España, y volver en el tranvía 38.

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DurmientesAntonio di Benedetto

En su interioridad tan guardada que ni murmura lo que está soñando, en la noche para nada inte-rrumpida en su silencio, el hombre sueña la muerte repentina de un ser querido.

La mujer, que duerme a su lado, da un grito des-garrado de pena.

El hombre despierta.Ella sigue durmiendo, pero soñando que llora.

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EscribirDavid Lagmanovich

Cuando era joven, escribía para llegar a ser. Hoy, cerca de la muerte, escribo para no ser. Mi meta es la inexistencia. Cada párrafo es un logro más en la búsqueda de la negrura a la que aspiro. Y el último párrafo, ese que quedará para siempre inconcluso, será también mi último triunfo, la definitiva au-sencia de mí mismo.

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OlvidoCésar Antonio Alurralde

Busco a mi perro que lo apodamos Olvido, cuyo mote jamás recuerdo. Mi mujer le colgó del cogo-te un collar con la palabra Olvido para ayudarme. Todo resultó en vano pues el perro se lo pasa en la calle. Yo en casa, y con mi falta de memoria, traté de llamarlo por su nombre que siempre olvido, aun-que de solo pensarlo, él viene.

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A manoSara Gallardo

El más tranquilo de los hombres, en el bar me con-sultan. Soy juicioso, por cierto. Acuclillado en el ca-jón de lustrador miro pasar la gente. O lustro. Co-nozco los zapatos de mis parroquianos.

«Estoy a mano con la vida», digo. Ellos me admiran.Estoy a mano, es cierto.A mi hijo —único— puse un nombre pensado. El

del abuelo, el mío, y el que decía la verdad en tercer sitio. Carlos Fidel Deseado. Apellido, González.

Pude costearle los estudios, escuela, colegio, me-dicina. Se recibió a los veintidós. Lo celebramos con asado. No faltó ni un vecino.

Aquella noche lo mató un tranvía.Veintidós, ya lo dije.Tardé treinta y seis años en vengarlo. Veneno. Uno

por uno hasta llegar a veintidós. ¿Quién iba a sospe-char? La nieta de mi hermana completó la cuenta.

Estoy a mano con la vida, es cierto. En calma, miro pasar la gente. Los mozos me consultan. Soy juicio-so. Doy consejos, el corazón frío.

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El principio es mejorIsidoro Blaisten

En el principio fue el sustantivo. No había verbos. Nadie decía: «Voy a la casa». Decía simplemente: «casa» y la casa venía a él. Nadie decía «te amo». De-cía simplemente «amor» y uno simplemente amaba.

En el principio era mejor.

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Prueba de vueloEugenio Mandrini

Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda: es un ángel.

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El predicador y la isocaHebe Uhart

Las circunstancias imprevisibles de la vida, puestas esta vez de manifiesto en forma de un interminable aguacero, habían reunido en una oscura caverna a un predicador y a una isoca. El predicador decía así:

—Amados hermanos, debemos distinguir, según lo hiciera el sabio filósofo Spinoza, entre natura naturans. La segunda es engendrada pero no infun-dida por la primera, la primera es viceversa de la se-gunda.

La isoca decía que sí y mientras tanto comía el poco yuyo que crecía en la caverna. El predicador continuó:

—El ser primero contiene, sostiene, sobrevive y mantiene a todos los demás seres, y es razón y cau-sa non causata.

La isoca dijo que sí y que iba a ver si llovía.—Voy a ver si todavía llueve.Salió afuera y dijo:—No llueve más, pero me gustaría escuchar la crí-

tica del voluntarismo leibniziano.El predicador siguió:

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—El voluntarismo leibniziano ha engendrado toda una serie de disparates coherentes con la mo-derna teología, que difiere de la prístina en que…

—Esperá —dijo la isoca—, voy a ver si todavía llueve.El predicador continuó:—Los adversarios del agnosticismo caen, en con-

secuencia, en el mismo error que ellos al considerar que…

El predicador miró afuera y no llovía. Se sentía tremendamente inquieto, como si le faltara algo. De pronto preguntó bruscamente:

—¿Dónde estás, Regina Isocarum?Pero la isoca se había ido.

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La cosaLuisa Valenzuela

Él, que pasaremos a llamar el sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino), que como es natural llamaremos objeto, se encon-traron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comien-zos y por otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puen-te sea tendido y los abismos franqueados.

Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá —con un poco de suerte— se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron obje-to –objeto de palabras abusivas, objeto del comen-tario crítico de los que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido—. Fue ella un objeto que no objetó nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas más tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. Carne dentro de su carne, lo de siempre.

La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto

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asumió de inmediato —casi instantáneamente— la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Deslizamiento de sujeto y objeto en el mismo sentido, confundidos, si se nos permite la paradoja.

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TangoMario Goloboff

Aquel hombre bebió para olvidar a la mujer que amaba, y la mujer amó para olvidar al hombre que bebía.

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Statu quoRoberto Perinelli

Cierta mañana, un niño tocó el timbre y cuando la mujer le abrió la puerta, se metió dentro y se insta-ló con la desenvoltura de quien se siente en su ver-dadero hogar.

Hay que lamentar que, con su presencia, el niño quebró la frágil armonía matrimonial, porque el ama de casa lo encontró muy parecido a su marido y armó el escándalo, asegurando a los gritos que esa criatura era el fruto de un desliz del hombre con al-guna mujerzuela.

El esposo se resignó y aceptó el cargo. Cómo ne-garlo cuando el niño, además de ser su fiel reflejo, lo copiaba hasta en los menores gestos.

Varios días después un niño llamó a la puerta y también se alojó con la confianza del primero. Este era, a ojos de cualquiera, un calco de la mujer: una misma manera de caminar, de pararse, la misma seductora sonrisa y hasta el defecto de bizquear cuando se sorprendía.

Desde entonces la pareja permanece alerta, aten-ta al sonido del timbre. Cuando suena, y no importa

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cuál de los cónyuges sea el que atienda, si se trata de un niño lo echan a las patadas, escaleras abajo, puesto que estando las cosas a la par, un tercer hijo daría por tierra con la recuperada concordia con-yugal.

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A puertas cerradasRosalba Campra

Hay una ciudad donde los ríos nunca pasan. Ni los peregrinos, ni los pájaros que van hacia el Sur.

La ciudad está cerrada por tres filas de murallas cada una con una puerta, cerrada.

El rey las mandó cerrar cuando murió su hijo, pero era demasiado tarde, la muerte ya había sali-do, y no pudieron alcanzarla.

Tampoco volvió a entrar.Todos estamos ahí, y esperamos, y la arena se

amontona en los aljibes, pero lo peor de todo es la memoria.

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Elogio de la amnesiaNorah Scarpa Filsinger

Y éramos un pueblo casi feliz a pesar de esas locas Antígonas que pretendían enterrar y desenterrar muertos y se empeñaban en ignorar todos los de-cretos que ordenaban la general amnesia.

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Las golondrinas invernalesAlejandro Dolina

En el mes de mayo llegan a Flores algunas banda-das de golondrinas. Permanecen en el barrio du-rante todo el invierno. Cuando se vislumbran los calorcitos de octubre, las aves migran hacia el norte buscando la fresca. ¿Qué les pasa realmente? ¿Por qué andan con el vuelo cambiado?

Algunos piensan que esta especie odia el calor, como sucede con algunos canallas que no usan ca-miseta. Sin embargo, yo las he visto temblar y sufrir con los vientos de agosto. Me parece que las golon-drinas invernales han elegido el dolor y el padeci-miento por razones espirituales, como muchos se hacen guitarristas pudiendo ser agentes de bolsa.

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Crónica rojaEduardo Gotthelf

Necesitaban dinero para irse lejos. Ella estaba muy enamorada, pero sabía que su familia nunca iba a aceptar a un simple leñador, para colmo feo, de ojos saltones y dientes grandes. Esa tarde fueron juntos a la casa de la abuela para robarle sus joyas. Como la anciana los sorprendió, no les quedó más reme-dio que matarla. Después inventaron una historia, y le echaron la culpa al lobo.

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Medicina modernaLaura Nicastro

Le dolía la cabeza al caminar. Por error, le hicieron una radiografía de la cadera.

—Hay que operársela —diagnosticaron.Le sacaron la cabeza del fémur. Ahora camina sin

dolores y sin memoria.

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El corazón del bosqueSylvia Iparraguirre

Las botas del guardabosque hunden el tapiz de ho-jas marchitas. Es el fin del otoño. En el aire se huele el humo acre de las fogatas, que la madrugada ha sofocado con su aliento frío de huérfana. Un rayo de sol, recto y exacto, brilla verde sobre una hoja. Más en lo profundo, otros rayos disipan la tene-brosidad de las ramas entrelazadas. De pronto, un claro del bosque se abre y se ilumina. En el centro, una niña, sentada sobre su amplio vestido, apoya una mano en la corteza de la encina. La otra mano sostiene sobre la falda al pequeño unicornio, del-gado, trémulo, de delicados ojos grises. El cuerno es también gris, con una veta clara que sube como una cinta de plata de la base hasta el vértice.

Cruje una rama. Los cuatro ojos alarmados miran al guardabosque antes de desaparecer.

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ConsejoMempo Giardinelli

La mañana del día en que murió el abuelo, general de brigada que supo luchar a las órdenes de Villa, Obregón y Carranza, llevaron al pequeño Agustín ante su lecho para que le diera el último beso. Eran los años cuarenta y el abuelo se moría dejando una leyenda de heroísmo, mentiras y arbitrariedades, como en cualquiera de tantas familias acomoda-das por la Revolución. El niño vestía pantaloncillos de terciopelo, abombachados y cortos hasta las ro-dillas, camisa de lino blanco con cuello de broderí y mancuernillas de oro. Calzaba medias de seda y za-patos de charol con hebillas de plata. Lo acercaron a la alta cama entarimada y allí se arrodilló sobre un cojín de finísimo terciopelo. Miró al anciano, que respiraba dificultosamente por la boca, sumergido en almohadones de plumas bordados de hilos de plata y oro, y esperó no sabía qué. No se atrevía a to-marle la mano, acción que por otra parte le hubiera producido repugnancia. El viejo primero lo miró de reojo, después ladeó la patricia y blanca cabeza, y con una seña hizo que todos salieran de la habita-

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ción. Cuando quedaron solos miró francamente al muchacho, hizo una mueca como de asco con los labios y estiró una mano flaca y huesuda que aga-rró el antebrazo del niño.

—Te voy a dar un solo consejo, muchacho —ca-rraspeó, casi sin fuerzas—: vende todo y huye.

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LetradaNoni Benegas

Iban a hacerla desaparecer a la manera egipcia, el detalle era que le cortaban la mano derecha porque había sido una letrada. Escondían el cuchillo den-tro de un pez color plata abierto a lo largo y lo lleva-ban hasta donde ella estaba. Luego, veía sus cenizas en una urna. Pero no la mano. Pensaba en esa mano que seguiría viva, tecleando. El aire era dulce como en Egipto.

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AmorRaúl Brasca

IA ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Le doy pa-sión envuelta en palabras. Muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impos-tor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con las apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.

IIPretende que yo estoy enamorada del amor y que a él solo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ar-dor. Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.

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ConjeturaNélida Cañas

Noche tras noche Águeda sueña un desierto blanco. Camina durante horas bajo un sol que deshace las formas, incluso la de su propio cuerpo.

Águeda extiende las manos para palpar lo que ha ido a buscar. De entre sus manos, algo alado y ligero se aleja sin dejar rastros. El dolor de la pérdida es insoportable; no obstante, Águeda solo quiere vol-ver a dormir para soñar otra vez con esa forma ala-da alejándose.

He pensado que tal vez sea otro su propósito: so-ñar para traer al mundo de la vigilia algo real, que corresponda a esa forma alada que se aleja.

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Segundo tomoAna María Mopty de Kiorcheff

Cuando vuelvas de tus aventuras o desventuras, te acudirán los amigos desconsolados. Son pocos. Fin-girás la ilusión de salir a acometer de nuevo y, tras los golpes, regresarás a un lugar de La Mancha.

La resignada pérdida de locura va quitándote la vida, aunque persistes en evocar un rostro, unos ca-bellos de mujer, un nombre, para pronunciarlo an-tes de que te alcancen la fatal cordura y la muerte.

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Arriad el foqueAna María Shua

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el se-gundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

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TraspatioMaría Cristina Ramos Guzmán

Estoy sentada en el umbral esperando que vuelva mi madre. Siento esta larga sed. Pasa un hombre vendiendo naranjas y nadie compra una para mí. Estoy sentada en el umbral, soportando el peso de mis útiles y la tirantez del guardapolvo. He traído el patio de la escuela pegado en los zapatos.

Estoy sentada en el patio de la escuela esperando que vuelva mi madre. Se oye chirriar el columpio y ha de ser el viento el que se hamaca. Pasa una niña sola con una naranja.

Estoy sentada en la sombra de mi casa esperan-do que vuelva mi madre. El tiempo ha carcomido la memoria de los árboles. El viento de la escuela se ha llevado mis lápices. Hay unos zapatos casados con el silencio en el traspatio de la memoria. Estoy esperando que vuelva, y nadie pasa.

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La puerta condenadaCarlos Vitale

De niño, en el barrio, se relataba la aventura de un vecino que había sobrevivido a un naufragio flo-tando durante una semana sobre una puerta. Des-conozco quién era e incluso si la peripecia acaeció de verdad, pero no dejo de meditar en ese hombre, azul y agua, negro y agua, asido a una puerta por la que no es posible huir.

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ÁmbitosMaría Rosa Lojo

Has vuelto a las calles de costumbres profundas, las arboledas con sus casas ocultas bajo un aroma numeroso y opaco, bajo oscuros colores que mur-muran. Has visto a las mujeres sentadas contra la verde lumbre de puertas y has sospechado los inte-riores umbríos, habitaciones frescas de penumbra donde el durmiente se desliza sin mancillar el or-den blanco, y su sueño no pesa lo que el aroma de los árboles vivos.

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Idea para un cuentoOche Califa

Los habitantes de un planeta remoto lo abandonan para ir a vivir a otro, pero en el apuro dejan olvida-das sus sombras. Tiempo después, llegan viajeros y ven deambular sombras que, en realidad, se mueven como hacen sus dueños en el nuevo planeta. Nadie logra explicar cómo esas sombras pueden moverse solas, qué leyes las dominan. Y nadie se animó nunca a colonizar el lugar, que resulta tenebroso. En algún momento (nadie sabe si transcurren días o años), los dueños regresan al país de las sombras (que es como se lo llama) a buscar las sombras, y se las llevan. Así se completa el misterio, porque es imposible expli-car, además, cómo ahora desaparecieron. La historia se sigue contando durante años. Un siglo después, se convierte en una leyenda y muchos consideran que es pura fábula o que, al menos, se cuenta de manera exagerada. A alguien se le ocurre decir que, tal vez, eran sombras olvidadas de antiguos habitantes que emigraron, cosa que nadie considera posible. Aun-que la idea le sirve a un escritor, que escribe un cuen-to fantástico. Y eso es todo.

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Un lagoJorge Accame

El viejo entró a su casa, apoyó suavemente el hacha contra alguna forma vertical y cerró la puerta.

Deslumbrado por la oscuridad, al principio solo escuchó olas y viento que rompían sobre una playa. Luego poco a poco, apareció a sus pies el lago buscan-do extensión hasta el horizonte. Antiguos bosques cubrían las márgenes y cortaban el aire cantos de pájaros exóticos.

No se inquietó: con los años había aprendido que el asombro demora inútilmente la fatalidad.

Extrajo anzuelos y tanza de un cajón y, arrugando la frente, definió una orilla para pescar.

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La cariciaPatricia Nasello

Quizá se debió a un ansia inconsciente de elevar-me hasta encontrarte, o a un efecto de la desespera-ción; el caso es que comencé a volar.

Sostener mi cuerpo en el aire, orientarme según los vientos, descubrir en las alturas un presagio de tormenta fue un aprendizaje arduo, un proceso peligroso que ocupó mi tiempo y dio sentido a mi vida.

En las montañas la vista es maravillosa y el si-lencio casi perfecto. Los cóndores ya no recelan mi presencia, sin embargo bajo a diario al llano. Visito el camposanto. Recorro con mis yemas las letras de tu nombre.

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Sueña DiosSergio Francisci

Sueña Dios que existe. Presiente sombras bajo la forma de un cielo. Dibuja ángeles con su mano izquierda y los increpa. Despierta y no recuerda el sueño. Los ángeles aprovechan la ocasión para crear un infierno que los ampare. Y nunca jamás hablarán de sueños ni de dioses. Queda en pie la in-finita paradoja de ese soñador.

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Primero nada, después poco a pocoMiriam Cairo

En el bar encuentro a la muchacha rubia con vesti-do negro y gesto de hoja que se desprende del árbol. Encuentro a la morena alta, de cabellos cortos y de-dos largos. Entre las mesas se abren pequeñas ca-lles humeantes y mal iluminadas. Ellas las recorren de tal modo que siempre las pueda ver. Yo evalúo cuestiones de peso e ingravidez. Cuando todos se marchan, me dan de comer frutos fuera de estación y bebemos ron con sabor a pelo de montaña. Las tres usamos las bocas para algo más que pronun-ciar palabras. La rubia me llena el crepúsculo con pétalos viejos para que yo no sueñe con músicos ni con boxeadores. Hago todo para que la morena no hable mientras mete sus dedos en mi madrugada.

Mi debilidad por las meseras jóvenes y la escritu-ra en espiral es simétrica e ingobernable.

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InvitaciónJuan Romagnoli

Pedro regresa a su casa con un compañero de traba-jo, al que ha invitado para que conozca a su joven esposa.

—Es acá —anuncia—, entrá…—Permiso —dice el educado compañero y ambos

ingresan a un living.De inmediato Pedro se queda tieso. El compañero

nota su gesto de extrañeza.—¿Pasa algo? —pregunta.—No me vas a creer —dice Pedro—, pero esta no

es mi casa.—¿Cómo que no? —El compañero está confundido.Por una puerta aparece un anciano. Antes de que

diga nada, Pedro lo ataja:—Lo siento, lo siento, disculpe usted; se trata de

un error, no quise entrar en esta casa.Toma al compañero de un brazo y salen.Una vez afuera, Pedro continúa disculpándose. Fi-

nalmente, dice:—No te preocupes, me pasa seguido, pero ya le co-

nozco la maña.

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Toma el picaporte y lo sacude con firmeza, hasta que se oye un clic.

—Ahora sí —asegura—, entremos.Entonces, mientras cierra la puerta, dice:—Te presento a mi esposa…

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Trastornos literarios. La última citaFlavia Company

Ha sido terrible, cariño, iba por la carretera tan tranquilo, un coche me adelanta fiuuu, y luego otro fiuuu, cuando justo ring, ring, el móvil, freno un poco para contestar y al otro lado guau, guau, guau, miau, miau, una tienda de animales, un error, total que cuelgo con una taquicardia que ni te cuento, bum, bum, bum sin parar, y yo con los nervios de punta cuando de pronto cof, cof, cof, cof, una tos increíble seguida por no sé cuántos achís, achís y achís que me hacen cerrar los ojos un momento y chas, tras, paf, zas, cuando los abro estoy con el co-che estampado en una señal de tráfico, maldita sea, por qué las ponen en medio, intento arrancar otra vez pero aquello no hace ni run ni ran así que ring, ring, llamo a la grúa que llega acompañada, ni-ii-noooo, niii-noooo, por una ambulancia, le duele aquí, ¡ay!, le duele allá, ¡uy!, tráguese esto, glup, glup, firme aquí, chas, chas, ya puede marcharse, cojo un taxi, se mete en un embotellamiento, mec, mec, todo el mundo tocando la bocina y a mí que la ca-beza está a punto de estallarme, pum, me bajo del

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taxi con tan mala suerte que me resbalo, catapún, tengo un aspecto deplorable y no llego ni en broma a nuestra cita. ¿Cariño? Clonc. Ha colgado.

Diagnóstico: mimología. (Término con que se de-signa la onomatopeya. Onomatopeya es el signo creado para imitar un sonido natural).

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Chuang-Tzu despiertoJulio Ricardo Estefan

Chuang-Tzu abrió los ojos, ahuyentó a la mariposa con la brisa de su mano y dijo: «Este viejo sauz, en-corvado y torcido, no debe ser juzgado por su made-ra, sino por la sombra que ha brindado».

Después bostezó y volvió a su sueño de lepidóp-tero.

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Alada satisfacciónNanim Rekacz

Ciento un pájaros volando y mis manos felizmente vacías.

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El bisEduardo Berti

Siempre que le solicitaban un bis, el renombrado violinista húngaro tocaba aquella melodía entre lastimera y quebradiza que nadie había escuchado antes, ni siquiera los melómanos más empeder-nidos. De nada servía preguntarle el título de esta obra, que inexorablemente clausuraba sus concier-tos, siempre fuera de programa. Fue a veinte años de su muerte cuando un joven musicólogo —como él, húngaro— cayó en la cuenta de que el bis tan in-trigante no era sino el himno de su país, interpre-tado a la inversa (igual que un mapa reflejado boca abajo en un espejo) nota por nota, de atrás para adelante y en tiempo de adagio.

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La suela y el cieloDiego Golombek

Llevo un insecto estampado en la suela de mi za-pato. Se atravesó en mi camino, y lo sepultaron mis pasos.

Vive aún: escucho sus latidos, sus aleteos. Piso toda la ciudad con mi insecto a cuestas, recorro las calles, entro en los mercados, camino por las azo-teas y los zaguanes. A veces me parece que todo mi recorrido no es sino un largo mensaje. Tal vez pue-da leerse mi escritura caminante, tal vez las nubes sean testigo de los periplos de mi insecto y yo. Tal vez desde lo alto pueda leerse: llevo una suela de za-pato encima de mi cuerpo.

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CerraduraDiego Golombek

Hubieran hecho una pareja perfecta. Ella tiene la llave que abre los cerrojos; él la que solo sirve para cerrar. Pero quedaron cada uno del lado equivoca-do de la puerta.

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RepartoSandra Bianchi

Debería matarlos con la indiferencia y comenzar otra etapa, pero la mágica felicidad que transmiten me impide olvidarlos. Si bien ella se ve bonita no es eso lo que me preocupa, estoy segura de que la favorece una luz especial. Tampoco me afecta que esté usando los elegantes vestidos que me estaban destinados.

Se trata de una historia de amor, mía por derecho propio. Y me la robaron.

A ellos dos no puedo dejar de cruzármelos a dia-rio, y siempre espero leer en sus ojos un signo de re-mordimiento, o espero que me mencionen siquiera como una sombra en sus vidas. Nunca lo harán, lo sé. Cuando cayó el avión en el cual yo viajaba a Mia-mi, morí en el acto. Me lloraron por un tiempo pero enseguida retiraron mi nombre de los créditos. Fue en el capítulo trece, mal número por cierto.

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ImaginariaFabián Vique

La tropa duerme. Sus sueños obscenos fornican en-tre las sábanas. Yo camino entre las camas, elijo a la soñada más bella, salimos del cuartel y hacemos el amor como se debe: en privado y a la luz de las estrellas.

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En tránsitoViviana Paletta

El embalaje y el traslado resultaban fundamenta-les: personal idóneo, material acolchado para en-volver los muebles, anclajes y tensores, rampa, la grúa. El contenedor metálico. El medio de transpor-te: marítimo, me resultaba demorado; aéreo: tuve la imagen de un piano lanzado contra las nubes. Pre-ferí el terrestre, ya que los muebles y ella no aban-donarían Europa, solo yo. Luego, las condiciones de mantenimiento, la temperatura adecuada para maderas nobles, custodia veinticuatro horas, el se-guro, la domiciliación bancaria del pago bimestral.

Rastreé las mejores empresas del sector. La excu-sa: mi urgente traslado para dirigir una orquesta. Una abultada nómina envuelta en el celofán del prestigio. Por cuatro años, en principio, lejos de las orillas del Rin.

El inventario incluía: vitrina china del xvii, cabe-cero hecho con ojos de buey de un galeón, vajilla heredada y anodina, un sillón Swan…, y nuestra reliquia: un piano Grotrian-Steinweg de dos alas, donde preparábamos las audiciones, y sendos ta-

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buretes, de palisandro. Fui quisquilloso con los ope-rarios especialistas. Que lo envolvieran y trasladaran casi sin tocarlo a su habitáculo 201, «la suite nupcial del guardamuebles», como lo llamaban. No podían adivinar que su amplia caja de resonancia escondía el discreto silencio del cadáver de una pianista.

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IIIMónica Cazón

Señor padre:Cuando lleguen estas líneas estaré en algún lugar

de Europa. Sé que va a llamarme cobarde, que seré su vergüenza, dado el orgullo que le provoca ser un general y el presidente de esta nación. Pero ¿cómo se le ocurrió pensar que iría a combatir a las Mal-vinas?

Leopoldo (h)

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InicialesDébora Vázquez

Se encendió la luz en el living comedor. La certeza de que había alguien más. La policía secreta nos tomó por sorpresa. Íbamos a comenzar una nueva etapa en nuestras vidas. Eso dijeron. Una etapa de la que nuestros padres no nos habían advertido, justamente porque la ignorancia era la clave. O, tal vez, porque una vez vivida es olvidada. Supimos entonces que nos embarcábamos en un presente desplazado. Se nos permitió una llamada telefóni-ca. Me comuniqué con mis padres. Se alarmaron. En el pequeño hotel en que vivíamos las condicio-nes eran precarias. Recuerdo un ascensor exiguo y oscuro y la humedad del subsuelo trepando por mis piernas mientras dormía. Recuerdo el sabor amargo de los narcóticos y la proximidad de las ratas. Y por último, la luz intensa y dolorosa del día en que nos dieron de alta porque habíamos aprendido. No supe qué pero tampoco me atreví a desmentirlo cuando aquel doctor nos lo comuni-có. Y eso fue todo, al menos todo lo que hasta hoy recuerdo de vez en cuando. Pero aún conservo en

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mis pijamas esas extrañas iniciales que todavía al-gunos confunden con una marca de ropa.

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Ars domésticaCarolina Bruck

Constelaciones de hongos alucinógenos en el cie-lorraso de mi baño. Una de ellas es, uf, el perro se-mihundido, de Goya. La otra es más action painting, tipo Pollock. Luchan, ambas, para que no las tape una nube color sepia producto de la pérdida de un caño roto (quién sabe debajo de qué cerámico) de la vecina de arriba. El hijo de la vecina hace arte digital, creo que lo llama «intervenciones»; no es-toy muy segura: lo veo poco, trabaja de noche. Pero siempre que nos encontramos con su madre en el ascensor yo le pido que arregle el caño y ella, para distraerme, me habla de los nuevos logros de su hijo.

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DevociónValeria Correa Fiz

Me gusta su carne levísima, los ojos que se secan, el sudor cuando es rocío y huele a hongo. Todo es presagio.

Me gusta que se sepan sin futuro, que ya no sue-ñen, que la noche los encuentre desprovistos de ju-guetes.

Me gustan sus madres en el ocio tenso de los hos-pitales, los tejidos de breves agujas hipodérmicas, los médicos y sus sagradas magias inútiles. Hace siglos, gracias a Dios, que fui expulsado del Paraíso y me gusta. Con mi lengua negra, a la hora exacta, los beso.

Me gusta acariciarles el pelo rígido casi pluma, el vientre redondeado, el sexo para siempre inodoro.

Me los llevo en volandas (hay que ver cómo ríen sus bocas) y los dejo en sus jaulas en las nubes. Los despido, no sin pena, porque me gustan los niños. Qué duda cabe.

Me gustan los niños, especialmente así, bien muertos: los adoro.

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Crítica al críticoOrlando Romano

PERIODISTA: El crítico Miguel Leivass opina que su novela está escrita en un lenguaje obscenamen-te violento, vulgar y de muy mal gusto. ¿Usted qué piensa?

ESCRITOR: Yo opino que el señor Leivass es un vie-jo feo, estúpido, impotente y con cara de mono.

PERIODISTA: No creo que esta sea la mejor mane-ra de defenderse de la crítica.

ESCRITOR: Descuide, cuando lo encuentre le daré unos garrotazos.

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RosasMartín Gardella

Todas las rosas tienen espinas, pero esta Rosa tiene un cuchillo, y viene corriendo detrás de mí.

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El llantoIldiko Valeria Nassr

Mi mamá lloraba a la orilla de la cama mientras yo tenía que conjurar el sueño y dormir. No sabía, en-tonces, las palabras de consuelo, y ella dejaba que las lágrimas le cayeran por la cara y le mojaran las piernas.

Ella permanecía mansa ante lo salvaje del llanto. Y yo oscilaba entre la vigilia y la pena.

Así crecimos.

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Novela de terrorAndrés Neuman

Me desperté recién afeitado.

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El abueloAlejandro Bentivoglio

Está en la sala familiar. Permanece inmóvil, in-cluso luego de oscurecer. No responde a los que le hablan, ni siquiera a sus más íntimos amigos. Con el transcurso de los días descubrimos que ya no se alimenta. Sabemos que aún respira, pero ya hemos desistido de buscarle conversación. Su mutismo es irreversible.

Finalmente alguien lo coloca en una maceta y allí lo dejamos. 

Procuramos regarlo dos o tres veces por semana.

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MisteriosLeandro Hidalgo

Debo confesar que cuando nos vimos en malla co-mencé a ser más amable con ella. Inversamente, ella emprendió un catálogo de indiferencias, primero a cuentagotas y luego del todo. No hay dudas: la playa separa lo que el café une.

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(Sin título)Agustín Marangoni

Al día siguiente de la matanza, un mensajero se pre-sentó ante Herodes. Pidió disculpas por la demora y le entregó la dirección del pesebre.

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Gajes del oficioJuan Manuel Montes

El arte de la brevedad permite ciertos placeres. Hoy mutilé mi cuento original, lo cercené desde el enca-bezado hasta el pie de página. En el camino enterré a tres posibles protagonistas que nada valían y por último, con un exceso de cólera, encerré perpetua-mente a un personaje sin nombre en este microrre-lato que nunca terminaré de escribir.

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Los vampiros del siglo xi y el vihLeonardo Dolengiewich

Hallaron la cura contra la fotofobia, una mutación genética dejó atrás la alergia al ajo, el rostro de Cristo ya les resulta familiar y han generado en el pecho una costra dura que rechaza la estaca más firme.

Sin embargo, se encuentran al borde de la extin-ción.

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Índice

Prologo, Raúl Brasca 11

Macedonio Fernández, (Sin título) 23

Leopoldo Lugones, Mr. Bergeret 24

Jorge Luis Borges, Le regret d’Héraclite 25

Jorge Luis Borges, Posesión del ayer 26

Enrique Anderson Imbert, La montaña 27

Julio Cortázar, Amor 77 28

Adolfo Bioy Casares, Una vida 29

Antonio di Benedetto, Durmientes 30

David Lagmanovich, Escribir 31

César Antonio Alurralde, Olvido 32

Sara Gallardo, A mano 33

Isidoro Blaisten, El principio es mejor 34

Eugenio Mandrini, Prueba de vuelo 35

Hebe Uhart, El predicador y la isoca 36

Luisa Valenzuela, La cosa 38

Mario Goloboff, Tango 40

Roberto Perinelli, Statu quo 41

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Rosalba Campra, A puertas cerradas 43

Norah Scarpa Filsinger, Elogio de la amnesia 44

Alejandro Dolina, Las golondrinas invernales 45

Eduardo Gotthelf, Crónica roja 46

Laura Nicastro, Medicina moderna 47

Sylvia Iparraguirre, El corazón del bosque 48

Mempo Giardinelli, Consejo 49

Noni Benegas, Letrada 51

Raúl Brasca, Amor 52

Nélida Cañas, Conjetura 53

Ana María Mopty de Kiorcheff, Segundo tomo 54

Ana María Shua, Arriad el foque 55

María Cristina Ramos Guzmán, Traspatio 56

Carlos Vitale, La puerta condenada 57

María Rosa Lojo, Ámbitos 58

Oche Califa, Idea para un cuento 59

Jorge Accame, Un lago 60

Patricia Nasello, La caricia 61

Sergio Francisci, Sueña Dios 62

Miriam Cairo, Primero nada, después poco a poco 63

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Juan Romagnoli, Invitación 64

Flavia Company, Trastornos literarios. La última cita 66

Julio Ricardo Estefan, Chuang-Tzu despierto 68

Nanim Rekacz, Alada satisfacción 69

Eduardo Berti, El bis 70

Diego Golembek, La suela y el cielo 71

Diego Golombek, Cerradura 72

Sandra Bianchi, Reparto 73

Fabián Vique, Imaginaria 74

Viviana Paletta, En tránsito 75

Mónica Cazón, III 77

Débora Vázquez, Iniciales 78

Carolina Bruck, Ars doméstica 80

Valeria Correa Fiz, Devoción 81

Orlando Romano, Crítica al crítico 82

Martín Gardella, Rosas 83

Ildiko Valeria Nassr, El llanto 84

Andrés Neuman, Novela de terror 85

Alejandro Bentivoglio, El abuelo 86

Leandro Hidalgo, Misterios 87

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Agustín Marangoni, (Sin título) 88

Juan Manuel Montes, Gajes del oficio 89

Leonardo Dolengiewich, Los vampiros del siglo xxi y el vih 90

Índice onomástico 97

Bibliografía 100

Bibliografía complementaria 107

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Índice onomástico

Accame, Jorge | 60

Alurralde, César | 32

Anderson Imbert, Enrique | 27

Benegas, Noni | 51

Bentivoglio, Alejandro | 86

Berti, Eduardo | 70

Bianchi, Sandra | 73

Bioy Casares, Adolfo | 29

Blaisten, Isidoro | 34

Borges, Jorge Luis | 25, 26

Brasca, Raúl | 52

Bruck, Carolina | 80

Cairo, Miriam | 63

Califa, Oche | 59

Campra, Rosalba | 43

Cañas, Nélida | 53

Cazón, Mónica | 77

Company, Flavia | 66

Correa Fiz, Valeria | 81

Cortázar, Julio | 28

Di Benedetto, Antonio | 30

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Dolengiewich, Leonardo | 90

Dolina, Alejandro | 45

estefan, Julio ricardo | 68

Fernández, Macedonio | 23

Francisci, Sergio | 62

Gallardo, Sara | 33

Gardella, Martín | 83

Giardinelli, Mempo | 49

Goloboff, Mario | 40

Golombek, Diego | 71, 72

Gotthelf, Eduardo | 46

Hidalgo, Leandro | 87

iparraguirre, Sylvia | 48

Lagmanovich, David | 31

LoJo, María Rosa | 58

Lugones, Leopoldo | 24

Mandrini, Eugenio | 35

Marangoni, Agustín | 88

Montes, Juan Manuel | 89

Mopty de Kiorcheff, Ana María | 54

Nasello, Patricia | 61

Nassr, Ildiko Valeria | 84

Neuman, Andrés | 85

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Nicastro, Laura | 47

Paletta, Viviana | 75

Perinelli, Roberto | 41

Ramos Guzmán, María Cristina | 56

Rekacz, Nanim | 69

Romagnoli, Juan | 64

Romano, Orlando | 82

Scarpa Filsinger, Norah | 44

Shua, Ana María | 55

Uhart, Hebe | 36

valenzuela, Luisa | 38

vázquez, Débora | 78

vique, Fabián | 74

vitale, Carlos | 57

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Bibliografía

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Page 108: Edición de Clara Obligado · 2020. 4. 26. · Embajada de la República Argentina Edición de Clara Obligado Prólogo de Raúl Brasca AUTORES Accame, Jorge Alurralde, César Anderson

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«La microficción en general y el microrrelato en particular no son resúmenes de narraciones más extensas, son una forma diferente de contar en la que un pequeño detalle, va-lorizado por el autor, da cuenta de una totalidad tan grande como la de las mayores novelas. Pero lo hacen a su modo. Por su vigoroso desarrollo, la microficción argentina cons-tituye quizá el más amplio catálogo de esta forma textual en su impresionante variedad».

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Prólogo de Raúl Brasca

AUTORESAccame, JorgeAlurralde, CésarAnderson Imbert, Enrique Benegas, NoniBentivoglio, Alejandro Berti, EduardoBianchi, SandraBioy Casares, AdolfoBlaisten, IsidoroBorges, Jorge LuisBrasca, RaúlBruck, CarolinaCairo, MiriamCalifa, OcheCampra, RosalbaCañas, NélidaCazón, MónicaCompany, FlaviaCorrea Fiz, Valeria Cortázar, JulioDi Benedetto, AntonioDolengiewich, LeonardoDolina, AlejandroEstefan, Julio RicardoFernández, MacedonioFrancisci, SergioGallardo, SaraGardella, MartínGiardinelli, Mempo

AUTORESGoloboff, MarioGolombek, DiegoGotthelf, Eduardo Hidalgo, Leandro Iparraguirre, Sylvia Lagmanovich, David Lojo, María Rosa Lugones, LeopoldoMandrini, EugenioMarangoni, AgustínMontes, Juan ManuelMopty de Kiorcheff, Ana María Nasello, PatriciaNassr, Ildiko Valeria Neuman, Andrés Nicastro, Laura Paletta, Viviana Perinelli, Roberto Ramos Guzmán, María CristinaRekacz, NanimRomagnoli, JuanRomano, OrlandoScarpa Filsinger, NorahShua, Ana MaríaUhart, HebeValenzuela, Luisa Vázquez, Débora Vique, FabiánVitale, Carlos