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©Edición Febrero 2019

© Tracy Jane WarrenMÁS ALLÁ DEL TIEMPO© 2019 Grupo Quimera

Grupoquimeraservicios.comPara más información acerca del autor y de sus obras, visita:

https://lashermanaswarren.blogspot.com.es/Gracias por comprar este ebook.

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin laautorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones

establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra porcualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamientoinformático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o

préstamo público.@5-2-2019

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A mi hermana Ana.Por ser una luchadora nata,

Por demostrar lo que se puede lograr con voluntad,Y por no perder nunca la sonrisa.

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STOP ALL THE CLOCKS

Paren todos los relojes, corten el teléfono.

Eviten que el perro ladre dándole un hueso jugoso.

Silencien los pianos, y con un sonido suave traigan el ataúd,

dejen venir a los deudos.

Permitan a los aviones dar círculos en lo alto escribiendo en el cielo el mensaje: Él estámuerto.

Coloquen crespones alrededor de los cuellos blancos de los servidores públicos.

Permitan usar guantes negros de algodón a los policías.

Él era mi norte, mi sur, mi este, mi oeste,

Mi semana de trabajo y mi domingo de descanso.

Mi mediodía, mi medianoche, mi conversación, mi canción.

Pensé que el amor duraría para siempre: Me equivoqué.

Ahora no se necesitan las estrellas, sáquenlas todas.

Llévense la luna, desmantelen el sol.

Vacíen el océano y limpien el fondo.

Pues nada ahora podrá ser como antes.

Wystan Hugh Auden

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ÍNDICE

STOP ALL THE CLOCKSÍNDICECAPÍTULO 1CAPÍTULO 2CAPÍTULO 3CAPÍTULO 4CAPÍTULO 5CAPÍTULO 6CAPÍTULO 7CAPÍTULO 8CAPÍTULO 9CAPÍTULO 10CAPÍTULO 11CAPÍTULO 12CAPÍTULO 13CAPÍTULO 14CAPÍTULO 15EPÍLOGONOTA DE LA AUTORAOTRAS NOVELAS DE LA AUTORATAMBIÉN TE RECOMENDAMOS

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CAPÍTULO 1

Cementerio de Chicago22 de febrero del 2019 (Viernes)Desde que la tristeza llegó para instalarse en el corazón de Christine ya

nada había vuelto a ser lo mismo. Era increíble cómo un simpleacontecimiento podía cambiarte la vida y hacer que esta dejara de serapasionante, para convertirse en una desolada sombra de lo que fue.

Por eso ahora, mientras caminaba por el cementerio abatida y sumida enla nostalgia de los días felices, a Christine sólo le quedaba avanzar por unestrecho sendero que le conducía a donde reposaban los restos de su amadoesposo. Con cada paso que daba notaba la carga de una soledad cada vez máspesada, al saber que nunca más volvería a estar entre sus brazos o aescucharle decir cuánto la amaba.

Pero cómo podía olvidar a un hombre que la había enamorado con sumirada, su sonrisa, su contagiosa alegría y su forma de hacerte sentir la mujermás especial del universo. Una persona tan increíble que el mundo debiódetenerse cuando falleció en un accidente de coche mientras regresaba a suhogar, justo ahora hacía un año.

Era imposible seguir adelante con la vida cuando él se había llevadocon su muerte su felicidad, su esperanza y todo el amor que había sido capazde entregar, pues estaba segura que nunca volvería a querer como lo habíaquerido a él.

Christine jamás olvidaría cómo el ocaso de ese día no solo llegó con lapuesta de sol, sino con la noticia de que su marido la esperaba en el depósitode cadáveres para la comprobación de sus restos.

Después de eso el tiempo se detuvo convirtiendo su vida en unapesadilla, consiguiendo que cada día pasara sumergida en el dolor para tratarde olvidar la ausencia de su esposo.

Las imágenes de ella velándolo, siguiendo el ataúd hasta llegar a su

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tumba y la visión de la tierra cayendo sobre la pulida madera de su últimolecho, fueron más de lo que pudo soportar, y a punto estuvo de enloquecer acausa de la agonía.

Y ahora, tras sobrevivir a los peores doce meses de su vida tratando desalir adelante, solo podía pensar en los innumerables momentos felices quepasó a su lado.

Cada instante, por simple que este fuera, se había convertido en susustento y también en su tormento. Todo ello gracias a que sabía que no podríavolver a sentirlo, aunque fuera lo que más necesitara y estuviera dispuesta acualquier cosa con tal de conseguirlo.

Revivió con una nostálgica sonrisa cuando un frío día de principios denoviembre le conoció, y cómo este encuentro marcó el inicio de un amor quelo cambiaría todo. Un amor que nació del calor de una mirada y del escalofríoque esta le hizo sentir, pues esa mirada seguiría marcada a fuego en surecuerdo hasta el final de su vida.

Ciudad de Chicago17 de octubre del 2015Las gotas de agua resbalando por la ventana le indicaron a Christine que

la lluvia se había tomado el respiro que tanto estaba esperando. Había llegadoel momento de salir a la calle para hacer la compra, antes de que la tormentavolviera a descargar con fuerza sobre la ciudad, o de lo contrario se tendríaque volver a conformar con las sobras.

Christine prefería hacer cientos de cosas antes que ir al supermercadode su barrio, y más si tenía que hacerlo en un día frío y ventoso donde lasnubes no dejaban paso al sol, pero este era el precio que debía pagar al vivirsola y ser la única responsable de mantener el frigorífico lleno.

Solo esperaba que en esta ocasión el mal tiempo y la hora ya avanzadade la tarde mantuviera a la gente en sus casas, para que el establecimiento no

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estuviera muy lleno y no se entretuviera demasiado. Sobre todo si se topabacon algunos de los vecinos que la conocían de toda la vida y se paraban apreguntarle por su vida. Algo que por desgracia solía ser muy frecuenteaunque ella se esforzara por evitarlo.

Vestida de manera informal, y con un moño decaído que estaba a puntode darse por vencido dejando caer suelto su fino cabello, Christine saliódecidida a no tardar más de media hora, para así regresar pronto a su casa yvolver a centrarse en su trabajo.

Desde que su abuela falleció, hacía ya más de cuatro años, su vida habíacambiado drásticamente, no solo al haber recibido como herencia la casadonde se crió así como todo cuanto tenía, sino porque debió aprender avalerse por sí misma al no contar con nadie más en el mundo. Una tristerealidad a la que tuvo que acostumbrarse y que la hizo volverse másreservada, al no tener con quién compartir sus penas y alegrías.

Como cuando por fin consiguió terminar sus estudios después de añosde lucha y de haber renunciado a tantas cosas importantes, y no poderlocelebrar con su abuela al haberse graduado meses después de la muerte deesta.

Sus estudios de bellas artes le habían impedido permanecer junto a suabuela Corín y cuidarla como le hubiera gustado. Pero la anciana era unamujer obstinada, incluso más que Christine, y había insistido que lo primeroera terminar la carrera para así poder conseguir sus sueños.

Por desgracia ninguna de las dos imaginó que el corazón de Corín letenía guardada una trágica sorpresa, pues este no aguantó el tiempo suficientepara que nieta y abuela pudieran despedirse.

No haber estado al lado de la única persona que se preocupó por ella yla crió como a una hija, más que como a una nieta, la afectó mucho. Su muertefue un golpe muy duro que le costó superar, sobre todo porque se sintióculpable por dejarla sola y no estar a su lado cuando más la necesitaba.

Su abuela Corín había representado toda su familia ya que su madre,Evangeline, había sido repudiada por sus padres cuando esta se quedóembarazada a los diecisiete años de un chico de su instituto. El gran escándaloque se originó tras la noticia no tardó mucho en extenderse por todo el barrio,

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y los que hasta ahora habían sido unos padres amorosos le dieron la espalda asu única hija, y a la niña que esta tuvo y nunca la consideraron como nieta.

Después de esto a Evangeline no le quedó más remedio que mudarse acasa de Corín, la cual acabó convirtiéndose en su suegra tras una bodaapresurada para acallar los rumores. Desde entonces la vida de ambas pasó aser un auténtico infierno durante el año que aguantaron juntas, al ser difícil laconvivencia entre ellas. Sobre todo debido a los continuos cambios de humorque tuvo que soportar Corín de una adolescente, que hasta entonces habíavivido consentida pero ahora era repudiada por todos cuantos conocía.

Y es que Evangeline siempre fue una muchacha sin cabeza a la que legustaba vivir sin límites ni ataduras, y por eso no pudo con el peso de susobligaciones como madre. A nadie le extrañó que abandonara a Christinecuando esta contaba con menos de un año de edad, sin que jamás volviera ainteresarse por su hija.

Como consecuencia Christine nunca más volvió a verla o a tenernoticias de ella, convirtiéndose en un tema prohibido del que hablar al dolerledemasiado su abandono, pues nunca pudo perdonarle que no le diera unaoportunidad para quererla.

Por otra parte su padre, un adolescente de dieciocho años que nunca leinteresó la paternidad, acabó marchándose poco después de su nacimientopara buscarse un futuro mejor en el ejército, aunque en realidad su partida fuemás bien una huida de sus responsabilidades con una niña que nunca quiso yque no sabía qué hacer con ella.

La suerte siguió sin acompañar a esta familia cuando su padre regresó acasa en un ataúd cinco años más tarde, a causa de una herida mortal en unaincursión secreta en un país cuyo nombre nunca fue mencionado. Fue entoncescuando Christine quedó bajo la tutela oficial de la única pariente viva que seinteresó por ella, convirtiéndose su abuela en la única persona que sepreocupó en darle un hogar y tanto amor como su viejo corazón le permitióentregarle.

Sin padres ni otros parientes que se interesaran por ella, Corín seconvirtió en su mundo, transformando la relación de nieta y abuela en unvínculo inseparable que las mantuvo felices y les permitió salir adelante a

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pesar de tanto dolor. Aunque Christine para ello tuvo que callar durante añoslas veces que la marginaron por ser una bastarda, como también trató de nosentir envidia cuando contemplaba a las madres sonreír y jugar con sus hijos.

Pronto aprendió a ser fuerte y a expresar su dolor solo en sus cuadros,ya que por nada del mundo quería que su abuela viera el sufrimiento queencerraba en su interior a causa del abandono. Con su apariencia elegante y suporte distinguido heredado de Corín, Christine fue creciendo convirtiéndoseen una hermosa mujer que ahuyentaba a los hombres con su fríocomportamiento y su actitud déspota.

Sin duda heredado del duro corazón de su madre.Desde muy joven comprendió que el amor solo le serviría para cortarle

las alas al no necesitarlo para conseguir sus sueños, pues a ella únicamente leinteresaba despuntar en su trabajo y ser el orgullo de su abuela.

Algo que consiguió tras la muerte de esta, cuando milagrosamente suscuadros empezaron a llamar la atención de los críticos, convirtiéndose en unapintora de renombre bastante cotizada.

Por aquel entonces Christine creyó, tal vez debido a la soledad quesentía, que la causa de ese repentino éxito fue su abuela, que convertida en suángel de la guarda la cuidaba desde el cielo, acudiendo a ella cada noche ensueños que después plasmaba en el lienzo.

Pero esos recuerdos hacía tiempo que habían quedado en el pasado, delmismo modo que había dejado de soñar, y ahora Christine era una mujerfuerte, decidida y con una vida bien organizada donde las relacionessentimentales eran ocasionales y nada profundas. Actualmente Christine solose tenía a ella, y centraba su mundo en su exitoso trabajo y en seguir adelante,apartando todo lo emocional para evitarse el dolor de la pérdida.

Un dolor que aún guardaba en su interior y fluía a través de su obra.Dejando atrás el pasado comprobó que la lluvia había cesado, y sin

perder más tiempo salió de su casa cerrando la puerta y comenzando a caminarcon paso enérgico por la calle, tratando de que el frío y el viento no laretrasaran.

Refugiada en su suave abrigo de cuello alto, solo podía pensar en

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apresurarse para terminar cuanto antes la compra, y poder darle el últimotoque a su trabajo antes de que la noche le arrebatara la luz que tantonecesitaba para sus cuadros.

Con ese pensamiento entró en el supermercado sin ser consciente denada a su alrededor, y con la visión centrada en su único objetivo. Es por esoque cuando se dirigió directa a los carritos no se percató del desconocido quetambién tenía sus mismas intenciones, y acabó con la mano de ese hombresobre la suya.

El sobresalto que sintió le pilló por sorpresa, como también lo fue elescalofrío que notó cuando el tacto de este la dejó paralizada. Despacio fuesubiendo la mirada hasta unos ojos que la miraban sin recato, dándose cuentapor primera vez de que ese hombre la estaba sonriendo y que ninguno de losdos había apartado la mano.

Sin pensárselo dos veces Christine la retiró con un fuerte tirón,sintiendo como sus mejillas se sonrojaban a causa de la vergüenza y del calorque le recorría por todo el cuerpo. Una sensación completamente inesperada ynueva para ella.

—Perdona, no me había dado cuenta de que también lo querías —laprofunda voz del hombre la dejó en blanco, y como una boba no supo quécontestar.

Al desconocido pareció agradarle esta reacción, pues su leve sonrisaaumentó consiguiendo que su rostro resultara aún más atractivo. Christinequería apartar la mirada de su cara, pero era algo que por algún motivo leresultaba imposible de hacer.

No era solo porque sus ojos azules resultaran cautivadores, o porque sucabello de un rubio oscuro le diera un aire encantador a sus facciones, sinoque más bien se debía a algo en su interior que le avisaba que ese hombre noera como los demás.

Un pensamiento que debió ponerla sobre aviso, ya que le indicaba lopeligroso que podía llegar a ser para su corazón.

—Puedes quedártelo —le dijo él al ver que no le respondía y solamentele observaba.

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Brian estaba acostumbrado a que las mujeres se le quedaran mirando ycoquetearan abiertamente con él, pero jamás ninguna de ellas se habíaquedado tan paralizada que ni siquiera hubiera sido capaz de pestañear. Suespíritu seductor se puso en marcha de inmediato, al percatarse de que seríauna buena conquista para una tarde que se le presentaba solitaria.

Es por eso que decidió atacarla con su mejor sonrisa, convencido deque con ello la tendría cautivada.

—Al menos que quieras que lo compartamos —le insinuó con unamirada que le dejaba bien claro que podían compartir mucho más que elcarrito de la compra.

Al darse cuenta de cómo ese hombre trataba de seducirla la devolvió ala realidad, siendo más consciente que nunca de lo peligroso que este podíallegar a ser.

Intentando aparentar ser inmune a su sonrisa y su mirada sugestiva queconseguía que sus piernas temblaran, Christine se enderezó y sin decir ni unapalabra, cogió el carrito que tenía frente a ella, para después comenzar acaminar como si fuera una reina frente a su corte sin dignarse a mirarle a lacara.

—¿Ni siquiera vas a darme las gracias? —le preguntó sin poder dejarde sonreír mientras la veía caminar erguida y seria.

—Gracias —le respondió secamente, y por supuesto sin mirarle.—A su servicio majestad —le contestó él en tono burlón para hacerla

sonreír aunque por desgracia consiguiera justo lo contrario.Christine se sentía demasiado avergonzada ante ese hombre como para

sonreírle por su broma, además de notarse incómoda por la forma en que lamiraba.

Aun así no pudo evitar mirar por el rabillo del ojo para asegurarse deque no le seguía, quedándose desconcertada cuando le vio hacer unareverencia en su dirección; como si fuera un caballero ante una dama,logrando que se distrajera y estuviera a punto de atropellar a unas mujeres.

Estas se encontraban distraídas murmurando entre risas mientrascontemplaban al desconocido, sin darse cuenta que habían estado a punto de

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ser atropelladas por el carrito de la compra.

Enfadada como nunca antes lo había estado por haberla dejado enridículo, esquivó a las mujeres pidiéndoles disculpas, y se alejó presurosa deese lugar antes de que más personas se dieran cuenta y fuera el hazmerreír delbarrio.

Solo cuando estuvo a unos metros de distancia se reprendió por nohaberle dicho algo que lo hubiera acallado en el acto, y así haberse marchadosin su orgullo dañado. Suspirando pensó que había sido una auténtica lástimaque un hombre tan interesante como él en realidad fuera un engreído, ya queella odiaba a los mujeriegos que se creían irresistibles.

Por suerte con los años había aprendido a distinguirlos, y esedesconocido conseguía que todas sus alarmas saltaran ante el peligro. Aunquealgo en su interior lamentaba que ese encuentro hubiera sido tan breve ydesastroso, ya que había algo en él que le había atraído y le hubiera hechodudar en caso de que le hubiera pedido tomar un café.

Por otro lado el hombre tuvo la decencia de dejarla en paz al noperseguirla para ponerla en ridículo, algo que agradeció y por lo tanto, contodo en orden, decidió seguir adelante como si nada hubiera sucedido.

Diez minutos más tarde, y mucho más tranquila al no haberse vuelto acruzar con él, se dirigió a la pescadería con la idea de hacerse esa noche unalubina al horno con un buen vino para olvidar el incidente. Al fin y al cabo queviviera sola no significaba que no pudiera mimarse de vez en cuando con unabuena cena, y tras el mal trago pasado con el desconocido, estaba convencidade que se merecía un pequeño capricho.

—El siguiente —dijo el pescadero con un tono de voz que dejaba bienclaro que no le apetecía nada estar atendiendo.

Christine miró a la anciana que había llegado antes que ella y ahora letocaba el turno de pedir, pero por algún motivo permanecía callada. Pensó queposiblemente la pobre mujer estaba mirando el género indecisa, y sin quereratosigarla se mantuvo en silencio mientras esperaba a que se decidiera.

Por desgracia uno de sus defectos era su falta de paciencia, y al ver quela anciana no se aclaraba, ya que esta simplemente miraba el género como sifuera el propio pez quien resolviera irse con ella, comenzó a ponerse nerviosa

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y a no dejar de mirar el reloj, sin poder evitar quejarse de la mala suerte queestaba teniendo esa tarde.

Cuando pasados un par de minutos la anciana aún seguía callada y sinapartar la mirada del pescado, el aguante de Christine se agotó, y se dispuso aintervenir antes de hacer algo de lo que terminara arrepintiéndose.

—¿Qué le parece si mientras se decide la señora me atiende? —lepreguntó al pescadero, que como única respuesta simplemente se encogió dehombros dejando bien claro que no le importaba a quien atendía primero.

Como la mujer siguió sin decir nada, y no había más personas esperandosu turno, decidió aprovechar el tiempo mientras la anciana se decidía.

—Bueno —suspiró—, entonces póngame una lubina, pero que no seamuy grande.

—Perdone señora, pero creo que era mi turno.La voz inconfundible de Brian volvió a ponerle los pelos de punta,

consiguiendo que el escalofrío que anteriormente había sentido al escucharleregresara recorriendo todo su cuerpo. Aquel hombre había reaparecido a sulado como por arte de magia, y Christine estaba segura que su propósito eramolestarla o por lo menos ponerla nerviosa.

—¿Qué le hago? —le preguntó el pescadero y por un instante ella deseódecirle que le dejara la piqueta.

Christine se giró para encarar a Brian, el cual estaba sonriendo como simolestarla fuera muy gracioso, hecho que confirmó su sospecha de quepretendía fastidiarla.

—Perdone, pero cuando el pescadero ha preguntado de quién era elturno, aquí solo estábamos esta señora y yo.

Cuando Christine se apartó para que ese maleducado viera a la ancianaque estaba a su lado, esta había desaparecido.

Christine se giró en todas direcciones para tratar de encontrar a laanciana, pero parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Por un instantepensó que el universo le estaba gastando una broma, o que habían instaladouna cámara oculta y en cualquier momento alguien saltaría para anunciarlo.

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Por desgracia eso nunca sucedió, por lo que tuvo que soportar la sonrisaburlona de Brian, que incluso se atrevió a elevar una ceja para demostrarle suincredulidad.

—Me da igual que lo crea o no, pero aquí había una anciana que mirabafijamente a los boquerones.

Nada más decirlo se dio cuenta de lo estúpido que resultaba esaafirmación, y trató de retirarlo antes de que ese hombre estallara encarcajadas.

—Lo que quiero decir es que esa mujer estaba ahí mismo parada ycuando…

—No se moleste, no tiene que convencerme —le aseguró Brianconteniéndose para no echarse a reír delante de ella.

La verdad es que esa preciosidad estaba resultando toda una caja desorpresas, con esa actitud tan remilgada en contraste con su carita dulce y susojos del color de la miel.

—Si me regalas una sonrisa te cedo mi turno —le dijo tratando dehacerla sonreír, aunque lo único que consiguió fue que frunciera más elentrecejo.

Por suerte el pescadero se adelantó al comentario de Christine, el cualiba destinado a decirle dónde podía meterse su turno; Un lugar que estabasegura no le resultaría muy divertido e higiénico.

—¡Señora! ¿Qué le hago a la lubina?Con un humor de mil demonios Christine se volvió para mirar al

pescadero y con voz enérgica le dijo:—¡Córtele la cabeza! Al fin y al cabo no parece que la use —le indicó

al pescadero pero sin dejar de mirar enfadada a los ojos de Brian, el cualparecía cada vez más divertido.

El pobre hombre se encogió como si fuera él la víctima del enfado deesa mujer, y decidido a no entrometerse en los asuntos de esa pareja,simplemente calló y comenzó a mutilar al pobre pescado.

—No deberías haber sido tan dura con ese pobre animal. Al fin y al

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cabo él no tiene la culpa de que te hayas colado —le susurró Brian con suboca casi pegada a la oreja de Christine.

—¡Yo no me he colado! —se volvió para mirarlo quedando ambos aescasos centímetros.

Christine se sintió paralizada al tenerlo tan cerca y todo su geniodesapareció como por arte de magia. Podía oler su fresco aroma a jabón comotambién podía sentir su respiración en la cara, consiguiendo que el pulso se leacelerara y la vista se le nublara.

A Brian parecía pasarle algo parecido, pues también se quedóparalizado y mirándola como si fuera la primera vez que la veía. Sintió comosi algo dentro de él la reconociera o como si tirara de él para que se acercaramás a ella, consiguiendo que por primera vez en su vida se preguntara qué leestaba pasando para sentirse tan alterado.

Ninguno de los dos supo cuánto tiempo estuvo ahí parado observándose,como tampoco se percataron de las demás personas que pasaban por su lado ylos miraban, ya que para ambos solo existían ellos y el retumbar de suscorazones acelerados, que les hacía sentir cosas completamente desconocidas.

—Señora, ¿quiere algo más? —escuchó Christine a lo lejos.Durante unos instantes estuvo pensando qué era lo que quería,

concluyendo que solo deseaba un beso de esos labios tan lujuriosos. Porsuerte para ella la cordura llegó antes que pronunciara una sola palabra, y trascarraspear para conseguir hablar, le contestó al pescadero:

—Nada más, gracias.Con un esfuerzo sobre humano consiguió apartar la mirada del rostro de

ese adonis, el cual no dejaba de contemplarla absorto, e incluso había dejadode sonreír consiguiendo que se pusiera más nerviosa.

Sintiendo la mirada de ese hombre sobre ella no supo si debíadespedirse o si solamente tenía que marcharse, al no estar segura de nada delo que quería o tenía que hacer, por lo que decidió que primero cogería elpaquete que el pescadero sostenía ante ella, y luego ya pensaría en algo.

—¿Qué le pongo, señor?

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La voz del pescadero pareció que le hizo salir a Brian de su letargo, ypor fin apartó la mirada de ella para posarla en el pescadero.

—Me gustaría un besugo.Christine pudo volver a respirar tras notar que este ya no la miraba, y

tras colocar el paquete en su carrito, se dispuso a darse la media vuelta. Esossegundos sin notar la mirada de él clavada en ella le dieron la valentía paramarcharse, antes de seguir comportándose como una neurótica y quedar aúnmás en ridículo.

Nada más empezar a alejarse le pareció que el hombre hacía lasintenciones de detenerla, pero ese movimiento nunca llegó a su término, yChristine siguió caminando con la firme determinación de no girarse ni decirlenada.

La verdad era que nunca se había sentido tan trastornada por unamirada, y se preguntó si tendría la oportunidad de volver a verlo algún día, yaque algo dentro de ella comenzó a echar de menos esa extraña sensación deser admirada por un hombre atractivo.

Sin saber si había hecho bien en alejarse de él volvió a centrarse en sucompra, sin que ahora le importara el tiempo que tardaba y que antes se lehabía antojado tan escaso.

Pero el destino aún no había terminado de jugar con ella, y dedemostrarle que cuando se lo proponía nada ni nadie podía impedirle queuniera a dos personas.

No tuvo que esperar ni diez minutos para volverlo a ver comprandodelante de ella, mirando por los estantes como si estuviera paseándose por lacalle. Una actitud que a Christine le pareció graciosa además de curiosa, aldar la sensación de que para él cualquier cosa que hacía, por sencilla quefuera, le resultara gratificante.

En esta ocasión fue ella la primera en percatarse de su presencia,dándole la oportunidad de retroceder y esconderse antes de que él la viera.

Guarecida tras la sección de repostería, se asomó disimuladamente paracomprobar si aún corría el peligro de ser descubierta, pero al parecer élestaba más interesado por las galletas de chocolate que por descubrir si

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alguien le perseguía.

Disimuladamente Christine volvió a refugiarse tras una estantería que lamantendría fuera de su vista, permaneciendo ahí parada y con la respiraciónacelerada, como si estuviera protegiéndose de alguien que quisiera atacarla.

Sabía que se estaba comportando como una niña pequeña, pero no podíaevitar asustarse ante ese hormigueo que sentía por todo el cuerpo, al saber queél estaba cerca.

Solo cuando descubrió a una mujer que la observaba con extrañeza sedio cuenta del ridículo que estaba haciendo, y se irguió agarrando con fuerzaal carrito dispuesta a acabar de una vez por todas con todo aquello. Al fin y alcabo era una mujer adulta y libre de ir a donde quisiera, y no tenía porquéesconderse de nadie.

Y menos aún de ese hombre tan odioso.Armada de valor, y aprovechando que tras de ella se encontraban los

dulces, se armó de coraje llenando sus pulmones y salió de su escondrijodecidida a comportarse con la dignidad de una mujer adulta, y de pasoaprovechar para hacer acopio de chocolatinas.

Caminando tranquilamente prosiguió por el pasillo mirando al frente,hasta que se giró para quedar donde lo había visto por última vez y toparsecon que él ya no estaba.

La desilusión que sintió fue toda una sorpresa, ya que se habíailusionado con volver a hablar con él y dejarle bien claro que nadie se reía deella. Empezaron a pasarle extrañas ideas por la cabeza como la de buscarle yforzar un encuentro, o como atropellarle con el carrito y aparentar que habíasido un accidente.

Desalentada continuó por el pasillo, olvidándose de las chocolatinas yde los demás dulces que siempre la tentaban.

—¡Vaya! ¡Esto cada vez se parece más a un acoso!La voz del hombre la sobresaltó, casi tanto como encontrarlo frente a

ella cuando giró con su carrito a la izquierda. En ningún momento se habíaimaginado que la había visto escondiéndose de él, y por eso Brian habíadecidido meterse en uno de los pasillos para esperarla y pegarle un susto de

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muerte.

De pronto Christine se percató que el desconocido se había dado cuentade que se estaba escondiendo de él, y su rostro delató su culpabilidad alvolverse tan colorado como sus labios. Aunque bien pensado, a lo mejor él nose había dado cuenta y todavía podía salir de esta situación con ciertadignidad, algo que deseaba con todas sus fuerzas, pero que dudaba que asíocurriese.

—¿Me está acosando, señorita? —le volvió a hablar, al darse cuenta deque se mantenía callada y tardaba en recuperarse del susto.

La verdad es que Brian la había estado buscando disimuladamentedesde que la había perdido en la pescadería, y por casualidad la había vistoentrar por el pasillo justo cuando él giraba. Fue entonces cuando decidióesperarla, para así salir a su encuentro cuando pasara frente a él.

Lo que no se había esperado fue el susto que le dio y esos ojos que lemiraban como si fuera un ser con dos cabezas.

—¡Claro que no le seguía! —Señaló enérgica cuando segundos despuésse recuperó del susto—. Solo quería comprar…

Empezó a mirar a su alrededor desesperada para encontrar algo que lesirviera de cuartada, pero por desgracia estaban en la sección de congelados ysolo había un artículo a su lado.

—Espinacas congeladas —no pudo disimular el asco que sintió almencionarlas, y él debió notarlo al sonreírle con malicia e incredibilidad—.Además, soy libre de ir donde quiera —afirmó categórica mientras soltaba lahelada bolsa como si le quemara, dejando bien claro que las odiaba eindicando a Brian que no sabía mentir.

—Por supuesto que sí. ¿Quiere que le diga mi recorrido para que notenga que buscarme?

Verla tan azorada le hizo arder en deseos de sonreírle y sobre todo deabrazarla. Se la veía tan encantadora ruborizada y enfadada, que si por élhubiera sido la hubiera estado malmetiendo durante horas.

Pero no era ningún estúpido, y sabía que esa no era la manera deconvencerla para pedirle una cita, pues necesitaba con urgencia saber más de

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ella, y sobre todo, estar seguro de que volvería a verla ruborizarse.

—Es usted un vanidoso, presumido, egocéntrico…—Y afortunado si una mujer tan preciosa como usted quiere seguirme —

le dijo mostrando su mejor sonrisa para tratar de calmar el ambiente y hacerlas paces.

—¡Yo no quiero seguirle! Eso es algo que solo está en su imaginación—le aseguró temiendo que él se hubiera dado cuenta de que así había sido.

—Pues es una pena. Mi imaginación es muy creativa cuando pienso queestamos juntos… ¿Digamos en una cena? —le propuso sabiendo que no iba aaceptar la cita, pero aun así comprendiendo que debía intentarlo.

—Antes prefiero comerme un plato entero de este mejunje —le soltómientras señalaba a las espinacas, al mismo tiempo que alzaba la cabeza conactitud remilgada.

Sin más que decir, y sintiendo que las piernas y el orgullo le temblabanpor lo que él pudiera estar pensando, decidió poner fin a ese encuentro quecada vez la enfurecía más. No sabía qué tenía ese hombre que conseguía consolo una mirada o una palabra perturbarla tanto, pero estaba segura que estar asu lado no iba a ser bueno para su salud física ni mental.

Tratando de disimular el hormigueo que cada vez se hacía más intenso,así como sentía crecer el deseo de propinarle un bofetón para luego darle unbuen beso, se enganchó a su carrito, y empezó a tirar de él para alejarse cuantoantes de ese desconocido que la estaba volviendo loca.

—¡Espere! —La detuvo cogiéndola del brazo—. Ya que está aquí,¿puede ayudarme?

Christine frenó nada más notar su tacto en su brazo. No solo porque éltiraba de ella con suavidad para que parara, sino también porque elestremecimiento que percibió al sentirle le hizo detenerse.

Notándose alterada, y sin saber qué podía querer de ella, decidió darlelos cinco minutos necesarios para mirarle, aunque eso sí, mostrándoseescéptica.

—Le juro que es algo honorable —le aseguró, esperando que no se

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notara mucho que había buscado una excusa para que permaneciera unosminutos más a su lado.

—¡Está bien! ¿Qué quiere? —le dijo tratando de parecer resignadamientras que él trataba de contener su sonrisa.

—¿Puede ayudarme a elegir qué bolsa de guisantes es la mejor? Deboreconocer que todos los congelados me parecen iguales.

—¿Tiene un defecto?Solo cuando vio aparecer la sonrisa en el rostro de él se dio cuenta de

su error, pues acababa de decirle a la cara que le consideraba perfecto.—Me temo que unos pocos —le contestó divertido, y sintió cómo los

deseos de estar con ella aumentaban al verla cohibida.Tratando de disimular su desliz decidió hacer como si no hubiera dicho

nada, y le contestó con toda la naturalidad que le fue posible encontrar.—Los de la derecha los he comprado en alguna ocasión y salen muy

tiernos.—Entonces me llevaré esos.Sabiendo que ya no tenía más motivos para quedarse a su lado, y que

permanecer parada mientras le contemplaba no era una opción, Christinedecidió volver a reanudar su compra cuando pasados cinco segundos ningunode los dos dijo nada.

—¡Espere! —volvió a detenerla justo cuando ella comenzaba a caminar—. Me gustaría darle las gracias.

—No hace falta.—Claro que sí. Me ha salvado la vida —le aseguró llevándose una

mano al pecho tratando de parecer solemne, aunque la mirada pícara queapareció en sus ojos lo desmintiera.

Christine no pudo evitar reírse por su ocurrencia, y por notar cómo seesforzaba por hacer que no se marchara.

—No sea tonto. Solo son guisantes.—Un hombre jamás juega con la comida, y le aseguro que me ha

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salvado de tener que tragarme un puré verdoso incomible. —Y poniéndoseserio, y lo más firme que pudo, continuó diciéndole—: Señorita, le aseguroque no exagero cuando le digo que me ha salvado la vida.

Sin poder remediarlo a los pocos segundos los dos acabaron riéndosepor el ridículo pretexto que él había contado, notando como algo dentro deellos se relajaba. Después de aquello los ojos de ambos no tardaron enbuscarse, como tratando de averiguar qué era lo que el otro estaba pensando, ocomo si intentaran descubrir si también percibía ese algo extraño y excitanteen su pecho.

Lo cierto es que ese encuentro estaba siendo toda una sorpresa paraellos, y ninguno quería darla por terminada, sin antes averiguar por qué se lerevolucionaba el estómago cada vez que se miraban.

—Por favor permítame agradecérselo —le pidió mientras lacontemplaba, dejando al descubierto el deseo que sentía por volver a verla.

—Está bien —asintió Christine, pues en el fondo también lo deseaba.Volviendo a mostrarle su sonrisa Brian se le acercó y con voz profunda

le dijo:—Entonces te recojo mañana para ir a cenar.—Prefiero ir a tomar un café —le indicó ella temiendo que la cena

acabara siendo algo demasiado serio.—Un café en mi casa o cenar en un restaurante —le retó él cruzándose

de brazos para que viera que no bromeaba, y para que no tuviera ninguna dudade que solo tenía esas dos opciones.

Durante unos instantes Christine sopesó las posibilidades, decidiendo alfinal que estar a solas en su casa sería mucho más peligroso que estarrodeados de gente en un sitio público. Aun así no iba a ponérselo fácil.

—¿Siempre te funciona esta forma de ligar?—Nunca lo he intentado con los guisantes, pero las judías verdes

siempre me han dado muy buen resultado.El brillo en sus ojos y la traviesa sonrisa en sus labios le indicaron a

Christine que le estaba tomando el pelo, consiguiendo que el deseo por

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conocerle aumentara. Para ser sincera consigo misma le resultaba un hombremuy atractivo que además parecía tener buen humor, pues la había hechosonreír aun cuando se sentía enfadada, y eso era toda una hazaña si se tenía encuenta que hacía tiempo que no sonreía, ni encontraba a un hombre que lepareciera medianamente interesante.

—Está bien, cena mañana por la noche.La sonrisa satisfecha de él le hizo gracia, pues era como si el hecho de

haber logrado una cita con ella fuera toda una proeza.—Perfecto. Te llevaré a un restaurante donde preparan un entrecot

perfecto.—Muy bien —le dijo tratando de aparentar indiferencia mientras sacaba

de su bolso una tarjeta con sus datos y se la entregaba—. Aunque te aviso deque soy vegetariana.

Sabiendo que si no se marchaba enseguida él se iba a dar cuenta de queestaba conteniendo la sonrisa, Christine agarró su carrito y comenzó a caminarhacia la caja registradora.

—¡¿Estás de broma, verdad?! —le gritó desde donde se había quedadoparalizado.

—Tendrás que averiguarlo mañana —le respondió sin volverse paraque no la viera sonreír.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —Le preguntó olvidando adrede que ensus manos tenía una tarjeta con sus datos, pues su propósito era volver amirarla a los ojos.

Siguiéndole el juego Christine se detuvo y girándose despacio lecontestó:

—Christine.Brian, con su mirada clavada en la de ella y sintiendo que ese momento

lo recordaría durante mucho tiempo, se le acercó los pocos pasos que losseparaban y soltó:

—Yo soy Brian. Y tengo el presentimiento de que mañana descubrirémuchas cosas interesantes.

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CAPÍTULO 2

Cementerio de Chicago22 de febrero del 2019Sumida en los recuerdos de su primer encuentro, Christine caminaba de

forma automática por el sendero del cementerio como tantas otras veces habíahecho en ese año.

Vivir en el presente le dolía tanto, que su mente solía escapar de latristeza a través de las evocaciones de un pasado vibrante, del que solíaenvolverse para considerarse protegida de la realidad.

Solo en el recuerdo se sentía otra vez cerca de su marido, y podíavolver a escucharlo o estremecerse con su cálida mirada. Y aunque una partede ella sabía que se estaba engañando y que la realidad tarde o tempranoacabaría encontrándola, no podía evitar regresar una y otra vez a esos díasdonde el dolor y la tristeza eran solo palabras que jamás creyó comprender.

De esa manera Brian volvía cada día a estar vivo para ella,percibiéndolo a su lado cada vez que caminaba despacio por ese lugar tantétrico, y que ahora se había vuelto tan cotidiano.

Notarlo tan cerca era un regalo demasiado valioso para dejarlo pasar,ya que sabía que lo perdería para siempre si asumía su muerte y aceptaba unaexistencia sin él.

Por eso prefería seguir engañándose, y aparentar que junto ella seencontraba su esposo dispuesto a escucharla.

—Ayer me encontré al señor Ottis y volvió a preguntarme por ti —lehabló Christine a la nada aunque las palabras iban destinadas a Brian—. Séque debido a su enfermedad no puede acordarse de lo que sucedió, pero notuve el valor de recordarle que hacía un año que habías muerto.

Admitir que Brian había fallecido y caminaba sola le hizo callar por

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unos segundos, al haber vuelto a la fría realidad de su pérdida. Y es que esedía era importante sentirlo cerca pues, a pesar del tiempo transcurrido, sudolor aún no había mermado como le habían asegurado que ocurriría, y esamañana su pena se había vuelto más insoportable al ser el primer aniversariode su muerte.

Claro que encontrarse cada pocos días a su anciano vecino preguntandopor él, tampoco era algo que la ayudara a pasar página, más aun cuando ellamisma buscaba excusas para no asumir su pérdida, aunque ello significaraseguir sumida en su tristeza.

—Ya sabes que su Alzheimer le juega malas pasadas y no quise que sevolviera a entristecer. Aún se acuerda de ti, ¿sabes? Te tenía mucho cariño.

No pudo evitar que una solitaria lágrima resbalara por su mejilla, comotantas otras lo habían hecho antes.

—Le dije que estabas trabajando y que regresarías pronto a casa —nologró contener el sollozo por más tiempo y un reguero de lágrimas empezó ahumedecer sus mejillas—. No pude decirle que nunca más regresarías y quedebía dejar de esperarte. Brian, no supe cómo decirle la verdad.

Ante ella apareció la tumba de su marido y tuvo que parar al serconsciente de que no solo el señor Ottis vivía engañado esperando su regreso,sino que ella también lo anhelaba con todo su corazón, pues le era imposibleseguir adelante en este mundo sin tener la esperanza de que él regresaría algúndía.

—Brian —susurró mientras contemplaba la lápida, y sentía por primeravez el escozor de las espinas clavándose en su mano.

Había olvidado la rosa roja que le había traído a Brian por suaniversario, y a la que se aferraba con fuerza como si fuera un amuleto contrala nostalgia y la amargura.

Unas gotas de sangre cayeron al suelo, mientras ella las contemplabasumida en otros días ya lejanos. Unos en donde Brian se proponía conquistarlay donde una caricia suya significaba poner a sus pies todo el universo.

El recuerdo de esa otra rosa roja le vino a la memoria, y Christinevolvió a evadirse de la realidad refugiándose en otro tiempo donde sonreír era

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posible.

Ciudad de Chicago18 de octubre del 2015Verlo frente a ella, esperándola impaciente mientras se fumaba un

cigarrillo, hizo que su corazón diera un vuelco en su pecho. Había transcurridoun día desde su primer encuentro en el supermercado, y durante ese tiempoChristine no había podido dejar de pensar en él.

No era solo porque le pareciera atractivo o porque su descaro le hicierasonreír, sino porque algo dentro de ella le decía que ese hombre era diferentea cuantos había conocido, y estar a su lado podría ser tan peligroso comoacercarse a un fuego que te consumiría hasta las cenizas.

Tratando de serenar su respiración, y procurando tranquilizarse para queBrian no notara su nerviosismo, Christine inhaló profundamente y empezó acaminar hacia él demostrando una fortaleza que en realidad no poseía.

Habían quedado en la farola que se encontraba a un par de metros de sucasa, justo en su misma acera, para no tener que invitarle a entrar y asíahorrarse una situación embarazosa. No era la primera vez que quedaba con unhombre en este lugar, para así poder mantener las distancias, hasta estar biensegura de conocerle y de decidir por ella misma si quería algo más de esavelada.

Una norma que había tomado después de tratar con unos cuantosindeseables, que se tomaban la invitación como algo que no era, y desde elprincipio le exigían un acercamiento que prefería reservarse. Desde entoncesse había vuelto una mujer más precavida, y ahora prefería una actitud másrecelosa hasta no estar segura de si ese hombre le interesaba.

Con el sonido de sus tacones de fondo y el viento helado de febrero quele mecía los cabellos, Christine se fue acercando a su cita sin perderse ningúndetalle del hombre que la esperaba sumido en sus pensamientos. No pudo

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evitar sentir un hormigueo al verlo apoyado en la farola con el abrigo abiertocomo si estuviera retando al viento, con una mano dentro del bolsillo delpantalón de su traje y con su otra mano llevándose el cigarrillo a la boca.

Tuvo que tragar saliva tras el repaso que hizo por su cuerpo, y deseóque los pasos que lo acercaban a él fueran más lentos para recrearse por mástiempo ante su visión.

Debía reconocer que Brian sobresalía por su aspecto atractivo, perosobre todo por la seguridad que emanaba de él, haciéndote desear tener esafortaleza que a su lado parecía tan natural.

Pero el retumbar de sus tacones debió alertarle de su presencia, puesgiró la cabeza para mirarla, y durante unos segundos se quedó quieto con elcigarrillo a escasos centímetros de sus labios. En ese momento todo pareciódetenerse alrededor de ellos, pues incluso el viento dejó de mecer suscabellos y de enfriar el ardiente calor que ambos comenzaron a sentir nadamás verse.

Por su forma tan descarada de contemplarla supo con toda certeza que lahabía reconocido, y casi la deja sin aliento cuando vio formarse en sus labiosuna ligera sonrisa.

Christine, nerviosa como nunca antes lo había estado, se preguntaba porqué Brian la estaba contemplando tan fijamente, y qué era lo que estabapensando al quedarse tan ensimismado mientras la observaba acercarse.

Tras esos eternos segundos donde ambos se examinaron, Brianreaccionó irguiéndose, para después tirar el cigarrillo al suelo y ampliar susonrisa de una manera que hizo que ella se tambaleara ligeramente.

Su pose era tan seductora que cortaba la respiración con solo echarle unvistazo, siendo imposible no sentirse atraída por ese hombre. Su mirada de unazul penetrante, sus facciones varoniles, el ancho de sus hombros, sucomplexión fuerte y musculosa, absolutamente todo en él, era sinónimo demasculinidad y deseo.

Cuando Christine estuvo lo suficientemente cerca de él como para ver elazul de sus ojos, se dio cuenta de que en la mirada de Brian se veía reflejadoun mar embravecido, indicándole lo mucho que le había perturbado su llegada.

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No hizo falta ninguna palabra para saber que él la había estadodevorando con la vista, como ella lo había hecho con él, y se sintió poderosaal saber que había conseguido excitarlo con solo verla caminar.

Y ahora, cuando apenas los separaba un metro, notaba cómo sus ojosrecorrían su cuerpo quemando por donde pasaban, causándole un calor que leresecaba la garganta. Lo sintió subiendo por sus piernas cubiertas de medias,por su cuerpo tapado por su entallado abrigo y por su rostro al sentirlo comose sonrojaba, y supo sin lugar a dudas, que la velada de esa noche no seríacomo ninguna que hubiera vivido antes.

—Creía que ya no venías —le dijo Brian cuando por fin habló—. Mealegro de haberme equivocado.

—Cuando se trata de la primera cita, no es elegante en una mujer serpuntual.

—Tampoco creo que sea muy elegante hacer que tu cita se muera defrío. Aunque después de calentarme la sangre al verte llegar con esos andares,te lo perdono todo —señaló mientras clavaba su mirada en la suya.

—Muy amable por tu parte —le contestó, tratando de disimular elestremecimiento que le atravesó hasta llegar a su corazón.

Estaban uno frente al otro sin que ninguno de los dos se atreviera ahacer o decir nada. Ya no les importó el viento ni la espera, ni que todo a sualrededor desapareciera, pues solo eran conscientes de que no volverían arespirar con normalidad, hasta que el fuego de sus ojos no se extinguiera.

Christine notaba que él quería acercarse para besarla, aunque no estabasegura de si solo se conformaría con su mejilla, o si le exigiría algo más, peroestaba convencida que Brian estaba cavilando cómo conseguir ese premio.

Lo sabía al ver el examen minucioso que hacía de sus labios, por suboca entre abierta como si estuviera anticipándose a algo que ansiaba, y por laforma en que tragó saliva como si estuviera a punto de degustar un suculentomanjar.

Pero lo más curioso fue darse cuenta de que ella también estabahaciendo lo mismo que él, y sin embargo ninguno de los dos se atrevía a darese paso que les conduciría a conseguir lo que tanto ansiaban.

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Solo cuando la mirada azul de Brian dejó sus labios, y vio que él semovía, se dio cuenta que sus inseguridades les habían hecho desperdiciar laoportunidad de besarse. Algo que lamentó mucho más de lo que creyó queharía.

Brian, dejando atrás ese momento desperdiciado al no querer atosigarla,metió una mano en uno de los bolsillos de su oscuro abrigo, para segundosdespués sacar algo pequeño y colocarlo frente a ella.

—Por suerte el frío la ha conservado tan roja como tus labios —le dijomientras le mostraba una rosa.

Christine se quedó mirando la flor con un corto tallo que Brian leofrecía, sin saber qué hacer o decir por la sorpresa. La verdad es que jamás sehabría imaginado que fuera un hombre detallista, y menos aún que le llevarauna rosa que parecía recién cortada cuando estaban en pleno invierno.

—Gracias —fue lo único capaz de decir casi susurrándole, mientras lacogía con cuidado y se la acercaba a su nariz para olerla—. ¡Es preciosa!

—La primera vez que vi tus labios me recordaron al capullo de una rosarecién abierta. Por eso no he podido resistirme a traerte una.

Christine le miró mostrando la curiosidad que empezaba a despertarsepor ese hombre, pues cuanto más tiempo pasaba con él menos creía conocerle,al ser completamente diferente de cualquier otro individuo con el que habíasalido.

—¿Dónde la has conseguido? —le preguntó para tratar de aligerar elambiente, aunque lo que de verdad deseaba era agradecerle el regalo como semerecía, y volvió a recordar ese beso que habían desperdiciado hacía escasosminutos y que jamás recuperarían.

—Uno de mis amigos trabaja en un invernadero y me ha conseguido una.—Pues dale las gracias de mi parte.—¿Y a mí no me las vas a dar? —le preguntó con picardía.—Ya te las he dado antes —le indicó para después llevarse la rosa a los

labios como defensa a un posible ataque.—Pero prefiero hacerlo a mi manera —señaló Brian mientras se le

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acercaba un poco más quedando a escasos centímetros de ella—. ¿Me dejashacerlo?

Durante unos segundos en el interior de Christine se declaró una batalla,entre el beso que deseaba con todas sus fuerzas y la sensatez de mantener lasdistancias, pues apenas se conocían. Por suerte pronto se llegó a un armisticioy ambas partes acordaron que, solo en esta ocasión, se olvidarían de lasnormas y el recato.

Habiendo ganado la parte que anhelaba el beso, Christine no pudo hacerotra cosa más que declararse vencida por el deseo y asintió sin condiciones.Luego, preparándose para recibir al vencedor, apartó lentamente la rosa desus labios para dejarle el paso libre hacia su premio.

Cuando este se acercó calmado a su rostro, y sintió el aliento de su bocacerca de la suya, Christine no pudo remediar cerrar los ojos y dejarse llevarpor los sentidos.

Pero el roce de sus labios nunca llegó a su destino, pues notó como sualiento se alejaba para poco después sentirlo posado en su mejilla en un sutilroce.

La sorpresa, unida al hormigueo que percibió en su piel, le hizo abrirlos ojos de golpe al mismo tiempo que Brian acercaba su aliento hasta su oído.

—Por esta vez me conformaré con esta caricia, para demostrarte que nosoy la clase de hombre que te robaría un beso, incluso cuando ambos lodeseamos.

Christine enrojeció ante estas palabras, pues sabía que desde la primeravez que le había visto en el supermercado, le había prejuzgado como un ligónque conseguía de las mujeres lo que deseaba. Sentirlo tan dulce y tan diferentea como se lo había imaginado en un principio, le hizo darse cuenta que si noapartaba esos prejuicios de su mente y de su corazón nunca llegaría aconocerlo.

Avergonzada por sus pensamientos, y manteniéndose en silencio al nosaber qué decirle, decidió empezar desde cero justo en ese momento y darle laoportunidad de demostrarle cómo era en realidad.

—Tranquila —le pidió tras contemplarla y ver su rubor.

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A Brian no le hizo falta ser muy perceptivo para darse cuenta delmalestar que ella estaba sintiendo, y demostrando ser todo un caballero, llevócon delicadeza su mano a su mejilla para acariciarla justo donde la habíabesado, y así tratar de calmar sus remordimientos o temores.

—No pretendía ponerte nerviosa o que te sintieras atosigada. Aún no meconoces y es lógico que desconfíes de mí.

Brian sonrió para hacerla sentir mejor, consiguiendo como recompensaque se relajara y le devolviera la sonrisa.

—¿Qué te parece si empezamos de cero? —le preguntó Christineponiendo voz a sus pensamientos, y consiguiendo que sus ojos brillaranemocionados, dejando a Brian sin aliento ante la belleza que estosdesprendían.

—Me parece una idea fantástica, ya que no me gustaría pasarme el restode la noche temiendo decir algo que te hiciera salir corriendo —le dijo sinpoder dejar de contemplarla y de mostrarle su parte seductora.

—No soy de las que salen huyendo —le respondió notando que latensión entre ellos iba desapareciendo por otra más relajada.

—Mejor, así me ahorro tener que perseguirte por toda la ciudad comoun loco —y ambos se echaron a reír disfrutando del momento—. ¿Nos vamosa cenar? Tengo un hambre canina —le preguntó Brian a continuaciónofreciéndole la mano.

Durante un segundo este temió haberse vuelto a equivocar al pedirle tanpronto ese contacto, pero por suerte Christine no lo tomó como un atrevimientoy en seguida colocó su mano sobre la suya, consiguiendo que todo rastro defrío se alejara de ambos cuerpos.

Sintiendo que el contacto de sus dedos entrelazados era algo a lo queninguno de los dos quería renunciar, comenzaron a caminar despacio sinimportarles las pocas personas que se cruzaban en su camino.

Era como si en esa calle, de ese barrio de Chicago, solo estuvieranellos y todo lo demás hubiera desaparecido.

Cuando unos metros después por fin regresaron de la nube en que sehabían envuelto, Brian se acordó de un comentario que Christine le había

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dicho antes de marcharse del supermercado.

—Por cierto, lo que dijiste el otro día de que eras vegetariana era unabroma ¿verdad?

La carcajada de Christine resonó por toda la calle, dejando atrás la vozpreocupada de Brian que se resistía a quedarse sin su entrecot.

Ese momento en la vida de Christine se convirtió en uno de susfavoritos, junto con el de la cena de esa noche en el restaurante cargada desonrisas y de miradas picantes. Y por supuesto, jamás podría olvidar la carade alegría que puso Brian, cuando comprobó que Christine también era unaapasionada del entrecot.

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CAPÍTULO 3 Cementerio de Chicago22 de febrero de 2019—Siempre supiste cómo hacerme sonreír —susurró Christine frente a la

lápida de Brian.Los recuerdos de esa mágica velada le hicieron comprender que nunca

volvería a enamorarse, al no haber en el mundo un hombre igual a su difuntoesposo. Él fue desde el primer momento una persona cautivadora que la hizosentirse especial, al haberle robado el corazón en esa noche inolvidable dondeya nada volvió a ser como antes.

Fue toda una sorpresa descubrir cada aspecto de su enigmáticapersonalidad, y notar cómo poco a poco iba cayendo presa de su encanto y deun amor que fue creciendo con cada una de sus miradas, sus caricias y de esaforma tan extraordinaria con que la trataba haciéndola sentir importante.

Brian fue, en esa ocasión y en otras muchas que se repitieron en loscuatro años que pasaron juntos, el hombre más tierno, comprensible y a la vezsinvergüenza que había conocido hasta entonces, y por eso resultaba imposibledejar en el olvido esa primera cita que siempre estaría presente en sumemoria.

Ciudad de Chicago20 de octubre del 2015Con el frío de la noche persiguiéndoles a cada paso y con sus manos aún

entrelazadas, Brian la condujo despacio hasta su coche tratando de disfrutar almáximo de la dulce sensación de caminar a su lado.

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Le gustaba sentir el roce de su mano junto a la suya, pero sobre todo leencantaba comprobar como ella trataba de mirarle disimuladamente por elrabillo del ojo, mientras él complacido la guiaba hasta su BMW que estabaaparcado a escasos metros de donde se encontraban.

—En coche tardaremos menos en llegar y estaremos más calientes —leaseguró mientras le abría la puerta de su vehículo y esperaba a que ellaentrara.

—¿Vamos muy lejos? —le preguntó al mismo tiempo que se sentaba enel asiento del copiloto, dejándole bien claro que era una mujer curiosa a laque le gustaba tener el control, y por eso Brian decidió provocarla un pocohasta que descubriera por ella misma a dónde la llevaba.

—Es una sorpresa —fue su única contestación, aunque durante todo eltrayecto Christine trató de sonsacarle alguna pista.

Por eso, cuando llegaron a uno de los embarcaderos del lago Michigan yaparcaron en él, la curiosidad de Christine se relajó al intuir lo que Brianhabía pensado, y aunque nunca le había llamado la atención surcar el lagomientras cenaba, se dio cuenta de que quería compartir con él esa experiencia.

—No sé si ya has estado aquí antes, pero quería que nuestra primeracita fuera en un sitio mágico.

—Es la primera vez —declaró mirando al gran barco que tenía frente aella y consiguiendo que Brian sonriera al haber acertado.

Al ser nativa de Chicago Christine sabía que había barcos restaurantesque surcaban cada noche el lago Michigan, ofreciendo cenas románticasmientras navegaban rumbo al atardecer. Ahora le resultaba extraño que nuncahubiera querido subir a uno de ellos, al parecerle una cursilería que estabapensada para atraer a los turistas, y sin embargo, al hacerlo con Brian no pusoningún impedimento.

Tuvo que reconocer que le gustó la idea de compartir una mesa con él,preguntándose por qué nunca antes le había atraído hacer con un hombre algoque fuera ligeramente romántico.

Al pensar en ello se alegró que fuera con Brian esa primera vez en laque dejaría la lógica y lo seguro a un lado, dándole una oportunidad a esa

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parte emocional que mantenía apartada de la gente por miedo a que la dañaran.

Mientras cruzaba la pasarela y sentía el ligero vaivén del barcohaciéndola mecer, se dio cuenta que con Brian no estaba sintiendo ese temorque siempre experimentaba en otras citas, y se propuso disfrutar de laexperiencia de dejarse conquistar por un hombre atractivo, que le estabarompiendo todos los esquemas sin que él lo supiera.

Fue con esta actitud abierta y decidida con la que se sentó a cenar enuna pequeña mesa colocada en una sala acristalada, y desde donde no seperdería ningún detalle de la travesía mientras la cálida luz del crepúsculo labañaba.

Acomodada allí mientras contemplaba la cercana costa, y sintiendocomo su piel se rizaba al notar el aire caliente de la calefacción, se dejó llevarpor una conversación abierta, divertida y en más de una ocasión picante.

Una velada con un toque inesperado al ser acompañada por los últimosrayos del sol, pues mientras el barco avanzaba derecho hacia el ocaso, elluminoso astro moría para dejar paso a las sombras que fueron cubriendodespacio la ciudad.

Cabe destacar que el vino y posteriormente el champán que se sirviódurante la cena, al igual que las tórridas miradas que Brian le lanzó durante lavelada, hicieron que Christine disfrutara como nunca antes lo había hecho.Pero lo más llamativo fue que a su lado se sintió como una mujer deseadacapaz de conquistar el mundo entero, y de paso, de seducir a ese hombre quecada vez que la miraba se la comía con los ojos.

—Me gustaría enseñarte la sorpresa que te prometí —le dijo Brian unavez que terminaron la copa de champán.

—Creía que la sorpresa era cenar en el barco —le contestó extrañada.Brian le sonrió de esa manera que tanto enloquecía a Christine al darle

un aire entre encantador y ladino, y tras dejar la servilleta sobre la mesa, selevantó de la silla y fue hacia ella.

—No, la sorpresa viene ahora cuando te enseñe como la noche cubreChicago mientras te tengo a mi lado —y extendiéndole la mano Brian la invitóa participar de una experiencia que marcaría el principio de su relación.

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Sin poder negarse a acompañarlo, pues ella también deseaba vivir esemomento, Christine colocó su mano sobre la de Brian y lentamente se levantóhasta quedar frente a él, para después comenzar a caminar con sus manos aúnunidas.

Una vez que se pusieron los abrigos y dejaron atrás las mesas, así comola comodidad del salón acristalado y caldeado, Brian guió a Christine hasta labarandilla de proa donde la luz era más tenue y la niebla más espesa, y dondelas olas del lago Michigan rompían contra el casco.

Desde ahí, rodeados de unas pocas parejas que como ellos ignoraban elfrío, pudieron contemplar la ciudad cubierta de pequeñas luces que parecíanluciérnagas.

—Una de las primeras cosas que hice cuando me mudé, fue subirme auno de estos barcos y contemplar Chicago mientras oscurecía —le susurró aloído una vez que se colocó tras ella—. Fue algo espectacular que meconmovió por su belleza. Por eso quería compartirlo contigo, porque cuandote miro me causas ese mismo efecto.

Christine escuchó silenciosa las palabras de Brian, las cuales lecausaron un escalofrío antes de que estas se alejaran con el viento. Sintió lacercanía de él como algo más intenso que un simple deseo carnal, al notarlocomo una necesidad que tiraba de ella para cobijarse entre sus brazos.

Quería responderle con algo coherente que no la dejara como una bobaque se había quedado paralizada, pues era una mujer con experiencia en citasy no quería quedar ante él como una novata. Sin embargo, estando junto a élestaba sintiendo sensaciones completamente nuevas que la confundían, sindejarla pensar con claridad y consiguiendo que todo cuanto conocía sequedara en nada.

Aun así, respiró profundamente para tratar de serenarse, y se propusomantener una conversación coherente con ese hombre que estaba poniendo sumundo patas arriba con solo susurrar cerca de ella.

—¿Esta era la sorpresa que me querías enseñar? —le preguntó sinatreverse a girarse para mirarle.

—Así es —le sintió decir más que escucharle pues su aliento en sucuello se estaba haciendo palpable.

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—Pues me encanta. Todo parece bañado por un aro de luz que le da unaapariencia sobrenatural. Es como si estuviéramos navegando sobre una nube, yviéramos a lo lejos un centenar de puntitos que imitan a las estrellas.

—¿Eres fotógrafa? Porque por tu forma de hablar das a entender quetienes una sensibilidad muy marcada, sobre todo con lo visual.

Christine sonrió, pues se dio cuenta que la pregunta era fruto de lasganas que tenía de saber sobre ella. Algo completamente normal, ya que a ellale estaba pasando lo mismo, y pensó que este era un buen momento para sabermás cosas de él.

—No, soy pintora.—¡Vaya! Notaba que emanabas algo especial, pero no me imaginaba

algo así.—¿A qué te refieres? —quiso saber intrigada.—Cuando te vi por primera vez en el supermercado me percaté de que

eras diferente a las demás. Y cuando me acerqué a ti en la pescadería, aúnnotaba más esa… energía que desprendes y que te hace tan peculiar.

—Es la primera vez que alguien me dice algo así —le contestó en vozbaja, como si no supiera cómo debía actuar después de esa declaración.

—Me alegro de ser el primero.Pero cuando Brian se dio cuenta de que ella permanecía en silencio, se

asustó, por si la había ofendido con su comentario, por lo que en seguida tratóde explicarse para que no hubiera ningún malentendido.

—Lo de que eres peculiar lo he dicho como un alago.Al ver que ella seguía sin decirle nada y sin moverse, se reprendió, al

haber sido tan directo con sus palabras, y deseó poder tenerla frente a él parasaber por sus ojos si realmente la había incomodado.

Pero Christine permanecía en silencio al haberle emocionado lo queacababa de escuchar, y se dio cuenta de que necesitaba mirarle a la cara paradecirle lo que pensaba y para que supiera que era sincera. Por eso, lentamentese giró, y para su sorpresa se encontró con Brian a escasos centímetros de surostro.

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Por suerte para el raciocinio de ambos Brian retrocedió un pasodándole espacio, para así poder mantener la conversación que a los dos lesinteresaba y que habían pospuesto durante toda la cena, ya que hasta ahora sehabían limitado a hablar sobre sus gustos y aficiones.

—Claro que no me has molestado. La verdad es que me gusta la idea deser diferente a los demás. De hecho, siempre lo he sido, y me complace que loveas como algo bueno.

—Es que es algo bueno. Yo personalmente odio los clones que siguen alos demás sin pensar y sin desarrollar su verdadera personalidad. Me gusta lagente auténtica como tú —le dijo mirándola fijamente para no perderse ningúndetalle de su expresión.

Christine no pudo hacer otra cosa más que sonreír, pues sus palabras lahabían hecho sentirse a gusto consigo misma y con él. Era muy agradable quealguien quisiera conocerla como persona, y que la mirara como si fuera únicay especial y no como un bicho raro al que no entendían.

Algo que llevaba sufriendo toda la vida, pues solo su abuela se habíadado cuenta de que era una persona que siempre marcaría sus propias normas,y le gustó que él hubiera visto en ella lo que nadie más había conseguidovislumbrar, a pesar de hacer poco que se conocían.

Sabía que había aspectos de su vida que la hacían diferente a las demásmujeres, como el hecho de que su carrera la llenara lo suficiente y por ello nosintiera la necesidad de encontrar a un compañero que le diera un hogar conhijos, o como que no le atrajera lo romántico en la vida real y sin embargo leencantaran las novelas y películas románticas.

Además le agradaba decir lo que pensaba sin tener que preocuparse delas consecuencias, así como tener una mente lógica y una vida ordenada que seintercalaba con la faceta imaginativa y abstracta de su trabajo.

Todo ello hacía que muy pocos la entendieran al tener unos gustos y unaforma de ser tan contradictorios, y por eso la consideraban una artistaexcéntrica a la que veían como una curiosidad o como un desafío.

—Debo confesarte que me acerqué a ti porque quería conocerte, y pusecomo excusa que te habías colado en la pescadería.

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Brian la observó esperando su reacción, pero como ella no le dijo nadacontinuó hablando.

—Espero que no pienses que soy un tipo raro que va detrás de lasmujeres en los supermercados, porque puedo asegurarte que has sido laprimera.

Christine se había quedado tan encandilada con sus primeras palabras,que le había costado reponerse de su declaración de querer conocerla.

Se había estremecido al darse cuenta de que por fin había encontrado aun hombre que veía en su interior, al contrario de otros que había conocido enel pasado y solo se quedaban en su aspecto físico. Al comprender que éltambién era diferente y de la suerte que tenía al haberle conocido, no pudocontrolar la sonrisa que marcó sus labios delatándola cuando por fin se atrevióa mirarle para decirle:

—¿Te refieres a si me importa que un hombre atractivo como tú se meacerque porque quiere conocerme?

Brian sonrió ante su pregunta y siguiéndole el juego asintió. La verdades que estaba consiguiendo sorprenderle y cuanto más conocía de ella más leintrigaba. Debía reconocer que no esperaba haberse encontrado con un regalocomo este, pues una mujer así solo aparecía una vez en la vida si la suerte teacompañaba, y hoy Brian se sentía el hombre más afortunado de la tierra.

—Pues no, no me importa en absoluto —terminó diciendo ella mientrasse miraban durante unos instantes sin querer salir de sus ensoñaciones—. Dehecho, yo también siento curiosidad por saber de ti.

—Puedes preguntarme lo que quieras —le contestó divertido, sobretodo al ver aparecer en la mirada de ella un ligero toque de malicia.

—¿Estás seguro? —le retó, aunque en realidad no pretendía profundizardemasiado en su vida.

—Completamente.—Entonces me gustaría saber en qué trabajas. Al fin y al cabo tú

también debes tener algo especial si has conseguido descubrir eso que mehace diferente.

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Brian sonrió ante la perspicacia de Christine, y queriendo mostrarseante ella tal como era le contestó sin censuras.

—Soy arquitecto. Por eso me mudé aquí hace algo más de un mes —luego mirando a la ciudad por encima del hombro de Christine le siguiódiciendo—: Quería montar una pequeña empresa constructora y Chicago mepareció la ciudad perfecta para ello.

—No quiero que pienses que soy una entrometida que me meto dondenadie me llama, pero por la forma en que lo has dicho es como si te hubierasmudado para empezar de nuevo.

Brian dejó de contemplar las luces de la ciudad para mirarla y se diocuenta que había acertado de lleno.

—¿No lo hacemos todos cuando nos mudamos?—Puede que tengas razón, aunque no sabría decírtelo ya que yo llevo

viviendo en esa casa toda mi vida —confesó Christine, contándole algopersonal

—¿Nunca has vivido en otro sitio? —le preguntó asombrado.—Estuve viviendo fuera cuando me fui a la universidad —el semblante

de Christine se oscureció, al ser en esa época cuando había perdido a suabuela y su simple mención la entristecía.

En el acto Brian se percató de que la conversación había girado haciaun asunto que le era doloroso, y sabiendo que si continuaban por ese camino lamagia de la velada acabaría desvaneciéndose, decidió cambiar de tema.

—Me imagino que tu casa está cerca del supermercado, ¿no?—Sí. Vivo a muy poca distancia de él —Christine volvió a iluminarse

con una pequeña sonrisa, dándose cuenta Brian de que había acertado al habercambiado de conversación.

—Entonces somos vecinos ya que yo también vivo cerca —y alpercatarse de que compartían vecindario le dijo con un tono socarrón paraprovocarla—: ¿No me digas que podré ir a tu casa a pedirte azúcar?

—Puedes venir a pedirme azúcar cuando quieras, aunque te aviso quecuando trabajo no hago caso ni al teléfono ni a la puerta —le comentó siendo

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sincera, ya que no quería parecer arisca cuando él estaba siendo tan amable ysimpático.

—Lo tendré en cuenta —le contestó guiñándole un ojo.—¿Has conocido a más vecinos? Al ser una zona residencial yo he

tratado con la mayoría desde que era pequeña, y puedo asegurarte que sonbuena gente aunque algunos son un poco chismosos —le preguntó un pocotemblorosa a causa de su cercanía y de ese guiño que le había dedicado.

—Todavía estoy familiarizándome con el vecindario, pero ya sepresentaron los Tuner y me parecieron agradables, aunque como has dicho laesposa resultó ser algo curiosa.

—Te advierto que Mildred es la pregonera del barrio y siempre andabuscando cotilleos nuevos.

—Pues conmigo se va a aburrir bastante, ya que no guardo jugosossecretos que puedan ser descubiertos.

Ambos sonrieron levemente, y durante unos segundos se quedaron ensilencio mientras ella se alegraba de que él no escondiera nada de la vida quehabía dejado atrás, y él se quedaba pensando cómo era posible que una mujertan sexy y enigmática como ella siguiera soltera.

Queriendo que el momento no acabara, Brian se dispuso a continuar laconversación que estaban manteniendo.

—También hablé hace dos días con un anciano muy simpático que vivea solo dos casas de la mía. El señor Ottis creo recordar que se llama.

—Sí, también lo conozco. Es un anciano encantador que vive con su hijay siempre estaba paseando a su perro.

—Me pareció un hombre muy simpático. De hecho, el día que lo conocíhabía perdido a su perro, y estuve ayudándole a encontrarlo.

—¿Ayudaste al señor Ottis a encontrar a su perro? —le dijo entredivertida e incrédula.

—Claro que sí, ¿O acaso crees que soy un mal vecino? —Sospechandode que algo se le estaba escapando al ver como a Christine le estaba costandocontener la sonrisa, terminó curioseando—: ¿Por qué lo preguntas?

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—Porque su perro murió hace más de diez años.Nada más escucharla Brian se quedó muy serio contemplándola,

mientras ella hacía cada vez más esfuerzos por no reírse.—¡¿Estás de broma?!Christine comenzó a negar con la cabeza confirmando sus sospechas, y

Brian se dio cuenta de que ella no aguantaría mucho más antes de estallar encarcajadas, por lo que decidió empujarla a que las soltara y rieran juntos.

—¡No me lo puedo creer! —Empezó a quejarse, aunque era evidenteque estaba sonriendo, pues él tampoco podía contenerse—. Le creí al llevar lacadena del perro en la mano.

La risotada de Christine estalló tras escucharle y Brian quedó cautivadoal oírla mientras sonreía encantado y sin poder dejar de contemplarla.

—¡Pues no le veo la gracia! —señaló aparentando estar molesto aunquetenía que hacer grandes esfuerzos para no seguir riendo.

—¿Por qué no? Yo lo veo graciosísimo —indicó Christine y volvió apartirse de risa. La verdad es que no hubiera podido parar aunque lo hubieradeseado, no solo por lo irónico de la historia, sino al verle esforzarse por noreírse como ella.

—Lógico, tú no te ofreciste para ayudarlo a buscar juntos al perrodurante horas.

La carcajada que volvió a soltar Christine acabó con la poca resistenciaque le quedaba a Brian, y ambos se dejaron llevar llenando la cubierta delbarco con sus risas.

Cuando pasados unos minutos se hubieron calmado, ella pudo notar quelos ojos de Brian brillaban como no lo habían hecho hasta ahora, mostrandouna expresión en su cara de puro deleite.

—Hacía mucho que no me reía así —le confesó mientras la observabacomo si ella hubiera conseguido hacer algo extraordinario—. Eres toda unacaja de sorpresas, señorita Christine.

—No lo creo. Suelo ser muy aburrida y nada interesante —señaló sinpoder apartar su mirada de los profundos ojos azules que la observaban.

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—Permíteme dudarlo. Una mujer que hace reír a un desconocido al queapenas conoce debe de ser como mínimo notable —por la forma deexpresarlo, y sobre todo de devolverle la mirada, se advertía que lo estabadiciendo completamente en serio.

—No olvides que también he aceptado una cita con un completodesconocido. Eso significa que además de notable tengo un ligero toque delocura.

—Por supuesto. ¿Qué sería del mundo sin mujeres atrevidas que selanzan sin miedo ante un desafío?

—Yo no diría que es un desafío cenar contigo. Aunque sí lo ha sidosubirme a un barco y permanecer en cubierta con este frío—le indicó mientrasle regalaba una dulce sonrisa y sus mejillas seguían sonrojadas.

—Lo que demuestra mi teoría de que eres especial, y por mucho quedigas no lograrás convencerme de lo contrario —señaló acercándose más aella—. La verdad es que ahora que lo pienso no me extraña que seas unaartista, ya que no muchas mujeres estarían tan a gusto contemplando la ciudadmientras se congelan de frío —le comentó, encantado de provocarle unsonrojo tan delicioso y una expresión tan dulce e ingenua.

—Solo pinto cuadros que se venden bien, pero no sé si tengo ese toqueque convierte a una persona en artista —murmuró sin poder aguantar por mástiempo la mirada profunda de Brian, teniendo que apartar la cabezaavergonzada al estar más acostumbrada a las críticas que a los elogios, a pesarde haber alcanzado el éxito en su trabajo.

Brian advirtió que ella se sentía desamparada cuando la ensalzaban, ynotó una sensación de protección que nunca antes había experimentado.

Conmovido como nunca antes lo había estado, le levantó la barbilla conel dedo índice para que le mirara a los ojos, y pudiera leer en ellos todas lassensaciones que en esos momentos estaba sintiendo.

—Por la forma con que miras las cosas estoy seguro de que tienes esetoque, e incluso me atrevería a decir que mucho más. Alguien con tu dulzura ytu sonrisa tiene que tener una sensibilidad extraordinaria.

—¿Te gustaría ver mis cuadros? —soltó sin pensar, pero no se

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arrepintió por haberlo dicho.

—Me encantaría —le contestó Brian sin necesidad de pensarlo.—Si quieres, cuando no tengas que trabajar puedes acercarte a mi casa

y te los muestro.No estaba segura de qué fue lo que la impulsó a hacer semejante

invitación, pero no se arrepintió de haberla hecho y menos aún cuando vio lasonrisa que él le dedicó.

—Eso sería perfecto —le respondió Brian encantado de su suerte—.Además, así me debes una cita y tendrás que acompañarme a conocer laciudad.

Christine no sabía si se había metido en un lío por ceder ante sus ganasde conocerla. En pocas ocasiones había repetido una cita al resultarlesaburridas, ya que solo encontraba individuos pretenciosos que se pasaban eltiempo presumiendo de lo que tenían. Pero no tuvo esa sensación con Brianaunque la había esperado.

Por otro lado, decirle que no era engañarse a sí misma, y aceptar suinsinuación de ir juntos significaba profundizar en ese hormigueo que sentíacuando estaba con él.

—Si lo ves muy repentino podemos dejarlo para más adelante —seapresuró a decir Brian al verla dudar.

No estaba muy seguro de saber qué era lo que esa mujer le hacía sentir,pero no podía negarse a sí mismo que le agradaba estar en su compañía y quequería saber más de ella.

Le parecía una mujer enigmática, atractiva y con un carisma que ledesconcertaba, pues aunque emanaba de ella una gran fuerza, también se podíadistinguir en sus ojos una dulzura tan genuina que te pillaba por sorpresa.

—No hace falta, me gustaría ver la ciudad contigo —dijo por finChristine, tras tomar la decisión de dejarse llevar por lo que su corazón sentíacuando estaba con él, ya que quería descubrir qué le había impulsado a confiartanto en ese hombre y a querer estar en su compañía, aunque debía admitir queesa sensación de un millar de mariposas en su estómago cada vez que lamiraba, había influido en su decisión de volver a verlo.

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Sólo entonces Brian notó que había estado reteniendo el aire, pues ahorapudo volver a respirar con facilidad tras saber que ella había aceptado.

—Entonces tenemos una cita pendiente —apuntó Brian sonriendo, yhechizado por la dulce sonrisa de ella y por sus mejillas ligeramentesonrojadas a pesar del frío.

Sin poder contenerse llevó su mano a la mejilla de Christine y laacarició con delicadeza, como si fuera una nube que no quería deshacer. Notócómo su piel se erizaba allí por donde su tacto pasaba, y deseó como nuncaantes lo había hecho que en vez de sus dedos fueran sus labios los causantesde ese estremecimiento.

—Eres tan hermosa que me haces dudar de que esto no sea un sueño —le susurró mientras observaba el camino que seguía su mano—. Christine, mealegro de que aceptaras venir conmigo esta noche —continuó diciendo cuandosus cuerpos comenzaron a acercarse en un acto reflejo, ya que ninguno de losdos reparó en ello.

Ambos sabían que permanecer medio a oscuras bajo las estrellas erasinónimo de acabar besándose, pero no habían caído en ello hasta que laconversación quedó a un lado, y solo existieron ellos sumidos en el silencio.

Nada más importó, pues solo deseaban ese beso. Ni los recelos por sertodavía desconocidos, ni por encontrarse en un lugar donde no estaban solos.Ante ellos solo se encontraba el deseo que sentían de notar el roce de suslabios para saborearse, hasta que ambos acabaran saciados y con el corazónlatiendo desesperado.

Y en pocos segundos, sin tiempo para una retirada cobarde, sus bocas sejuntaron en un choque de voluntades, donde el ganador se llevaría el alma delotro al haberla depositado en sus labios al besarse.

Durante un par de minutos el lago Michigan y la ciudad de Chicagofueron testigos de cómo ambos se entregaban por entero, sin que en ningúnmomento dejaran de abrazarse y de gemir a causa de un placer que lesencendía las entrañas, les consumía y les hacía exigir más.

En lo que pareció durar un instante, Brian y Christine fueron un solo serunido por la necesidad de sentirse parte del otro, y solo entoncescomprendieron que negarse ese placer en el futuro sería una misión

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disparatada, al haberse vuelto adictos a las sensaciones que estaban sintiendo.

—Christine —le dijo él cuando por fin se separaron casi sin aliento—.No estoy seguro de que es lo que me pasa cuando estoy junto a ti, peroprométeme que mientras estemos juntos no dejarás de ser tú misma, ya que nosoportaría descubrir un día que estaba viviendo en un engaño.

Emocionada por el estremecimiento de su cuerpo tras el beso y tambiénpor su petición, Christine solo pudo asentir mientras seguía colgada de sucuello, sin poder evitar preguntarse si fue una mentira lo que había llevado aBrian a empezar de nuevo en otra ciudad.

Fue entonces cuando se dieron cuenta que el barco ya había atracado yque eran los últimos que quedaban por desembarcar, notando lo tarde que sehabía hecho y de que lamentablemente la cita estaba llegando a su fin.

—Será mejor que nos vayamos antes de que nos llamen la atención.Sin resistencia Christine asintió, aunque en su interior lamentaba que esa

velada acabara, pues hubiera deseado permanecer en ese barco hasta que lasestrellas hubieran caído del cielo.

Solo entonces volvieron a darse la mano y juntos se encaminaron haciala pasarela, aunque Christine no pudo evitar mirar hacia atrás para contemplaruna vez más la visión de las miles de luciérnagas que brillaban ahora paraella.

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CAPÍTULO 4 Sentados en el coche que les conduciría hasta el final de la cita, no

dejaron de lanzarse miradas fugitivas, mientras ninguno de los dos quería quela velada acabara. Por ello trataron de alargarla con una conversación trivialque les permitiera olvidar que la despedida estaba cerca, hasta que el tiempose les agotó y su calle apareció demasiado pronto ante ellos.

—Ya hemos llegado —anunció Brian con voz apesadumbrada mientrasel coche paraba delante de la casa de Christine.

Despacio, como tratando de alargar el momento, ambos descendierondel vehículo y caminaron pausadamente sin apenas soltarse de la mano hastallegar a la puerta. Después, como esperando ver en el otro la respuesta queanhelaban, los dos se quedaron frente a frente sin apartar la mirada.

Ninguno de los dos supo muy bien qué fue lo que sucedió después, perolo cierto es que algo dentro de Brian estalló de pronto, y sin poder contenerserodeó la cintura de Christine con su brazo, le apretó la mano que aún sostenía,y la besó con una pasión que nunca antes había experimentado.

Un beso que los unió a través de sus labios, de sus cuerpos y de suscorazones, y los llenó de algo que hasta entonces ninguno de los dos habíanotado que les faltaba, pero que acogieron como si fuera el elixir de la vida.Una caricia que acabó con sus barreras, y les hizo entender que ante ellos sehabría la oportunidad de hacer realidad sus sueños.

Sin apenas aliento, y sintiéndose perdidos tras la sacudida desensaciones, se dieron cuenta de que ninguno de los dos entendía qué lesestaba pasando, pero comprendieron sin necesidad de explicaciones quemerecía la pena intentar encontrar la respuesta.

Y así, tras un par de besos más, y una última mirada se despidierondejando atrás esta primera cita que nunca olvidarían.

Tras esta vinieron otras muchas donde marcaron Chicago con recuerdos,y donde con el paso de los días, descubrieron que los sentimientos que les

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unían ya nunca más los separarían.

Unas emociones que se fortalecieron cuando cinco meses después deesta primera cita se casaron, y que les mantuvo juntos otros tres años hasta quela fatídica noche del accidente llegó, dejando a Christine sin el amor de suvida al tener que despedirse de él para siempre.

Ese fue su comienzo y su final, su historia de amor donde la felicidadfue interrumpida quedando solo la amargura de la soledad, y la tristeza desaber que nunca más volvería a sentir cómo una mirada lograba estremecertodo su cuerpo.

Cementerio de Chicago22 de febrero de 2019Sentir cómo una lágrima caía por su mejilla la hizo volver al presente,

percatándose de que se encontraba frente a la tumba de Brian.Atrás quedaron las noches pasadas entre sus brazos y las veladas frente

a unas velas consumidas junto a una buena botella de vino, donde hablabanhasta bien entrada la noche entre arrullos y sonrisas, para después hacer elamor sin premuras pero con la exigencia de una pasión encendida.

Su relación con Brian fue un sueño hecho realidad que le fue arrebatadodemasiado pronto, ya que hubiera dado cualquier cosa por haberle entregadoun hijo, y por haber pasado décadas enteras hasta que la vejez los hubieraalcanzado. Sin embargo, se había visto obligada a enterrar con él todos estosdeseos, quedándose como única compañera una abrumadora soledad y elrecuerdo de los mejores años de su vida.

Esa era la prueba más dura a la que tenía que enfrentarse cada mañanaal despertar y cada noche al irse a dormir, pues saber que jamás volverían losdías junto a él era una auténtica agonía que la consumía.

Pero esa mañana le había costado más de lo normal levantarse, al tener

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que enfrentarse al aniversario de la muerte del hombre que había dado sentidoa su mundo, al haberle ofrecido un futuro que pretendían disfrutar juntos peroque el destino se negó a entregarles.

Perdida, solo supo que tenía que estar cerca de él para tratar de mitigarel pesar que la estaba destrozando por dentro, al haber dejado de sentir loslatidos de su corazón en el mismo momento en que supo que él jamásregresaría.

Y ahora, mientras se sentaba en el banco que se hallaba próximo a sutumba, Christine contemplaba su lápida sin importarle la nieve ya caída, elfrío helado que la rodeaba y las sombras oscuras que se estaban acercandoindicándole que el sol pronto empezaría a retirarse.

Solo sabía que ese veintidós de febrero tendría que pasarlo sin lapersona que lo había significado todo para ella, produciéndole esta certeza undolor tan fuerte, que no se sentía preparada para ello. Devastada, colocó sobrela losa la rosa roja que le había llevado como regalo de aniversario, alhaberse convertido en un símbolo de su amor después de que él se la ofrecieraen su primera cita.

—¡Brian! —No pudo evitar llamarle aun sabiendo que él nunca más lecontestaría.

Estaba tan sumida en su pena intentando reunir las fuerzas necesariaspara seguir adelante, que no vio cómo una mujer se acercaba a ella.

—¡Tenga! —le dijo la desconocida mientras le ofrecía un pañuelo,sobresaltándola con ello al no haberse percatado de su presencia.

En el acto Christine giró la cabeza para observarla, y pudo distinguir auna mujer hermosa que le sonreía con dulzura, mostrando una expresión en surostro que reflejaba serenidad y ternura.

Al contemplar sus ojos detenidamente pudo apreciar que la desconocidatenía una mirada acogedora de un azul celeste, que recordaban al color delcielo en primavera, además de una cara que le resultaba familiar y le hacíadudar de si la conocía.

Su piel era blanca y de apariencia suave, recordando a los copos denieve que hacía escasos minutos habían caído cubriéndolo todo. Daba la

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sensación al mirarla de que no pertenecía al mundo de los vivos, al tener unaapariencia tan etérea y frágil que parecía que en cualquier momento pudieradesvanecerse.

Si Christine hubiera sido una mujer creyente o supersticiosa, cosa queno era, hubiera creído que esa muchacha era un ángel o una especie deaparición. Sobre todo teniendo en cuenta el lugar en donde se encontraban.

—No se preocupe, no soy un fantasma —le aseguró la muchachamientras esta le sonreía, como si hubiera adivinado lo que pensaba y leresultara gracioso.

Fue entonces cuando Christine se percató de que se había quedadofijamente mirándola con la boca abierta e inmóvil, como si le costara creerselo que estaba viendo. Menos mal que reaccionó a tiempo y le ofreció una tenuesonrisa, acompañada de una disculpa que pretendía no hacerla quedar comouna estúpida.

—¡Lo siento! No esperaba encontrarme a nadie y me ha asustado.—¡Tranquila! Es normal —trató de reconfortarla.—Aun así, no ha estado bien que me quedara mirándola fijamente.—Bueno, debo reconocer que no es la primera vez que me pasa. Suelo

venir a visitar a mi madre y en más de una ocasión me ha sucedido algoparecido —le confesó con aire divertido—. ¿Se imagina que pasaría si vinieravestida de blanco, con un vestido que me llegara hasta los pies y algún tipo decalzado que me hiciera parecer que andaba descalza?

—Entonces creo que me habría dado un infarto —le aseguró mientras lecogía el pañuelo que le había ofrecido, y le mostraba una tenue sonrisa comomuestra de gratitud por su amabilidad.

No estaba muy convencida de querer compañía en esos momentos, perola muchacha estaba siendo tan amable, y ella había sido tan mal educada alquedársela mirando de esa manera, que no se atrevió a hacerle otro desplanteal pedirle que se marchara.

—Si quiere puede sentarse —le ofreció finalmente Christine.—La verdad es que me vendría muy bien descansar un rato. Ya sabe,

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eso de vagar por el cementerio durante la eternidad cansa un poco.

La sonrisa de la desconocida se acentuó, y Christine sonrió por primeravez en meses con sinceridad, quizá porque había algo en esa mujer que lehacía sentirse bien y le inspiraba confianza.

Debía reconocer que estar en su compañía le hacía sentirse tranquila ysegura por primera vez en meses, y al final se alegró de haberla encontrado alser un día demasiado duro para sentirse sola.

—Me llamo Geline —se presentó la mujer mientras la miraba.—Yo soy Christine Marlow —le contestó y ambas quedaron un

momento en silencio contemplando la lápida—. ¿Vienes mucho por aquí? Note había visto hasta ahora —le preguntó Christine haciendo un esfuerzo pormantener una conversación. Algo poco frecuente en ella, ya que desde lamuerte de Brian rehuía el contacto con la gente.

—No tanto como quisiera, pero procuro acercarme en los díasseñalados y siempre que tengo un ratito libre.

Christine asintió sin querer decirle que ella iba casi a diario ya que erael único lugar donde su corazón no sangraba tanto. Sentada frente a la tumbade su esposo, se sentía más cerca de él, y a pesar de la escasa fe que aún lequedaba, le pedía a Dios el milagro de volver a verle o de poder sentirse entresus brazos. Un hecho que era evidente que jamás sucedería.

Sin querer llamar su atención la miró de reojo, percatándose de lomucho que se parecían físicamente. Ambas eran altas, de tez clara, con ciertascurvas y con un tono de cabello color arena similar, aunque el pelo de Gelinetenía reflejos más rubios que los de Christine. Pero había algo en la forma desu barbilla redondeada y en su nariz pequeña y coqueta que le recordaban a lasuya cuando se miraba al espejo, y decidió que debía hacer algo para nosentirse tan sola si no quería acabar perdiendo la cabeza, al ver cosasimposibles por donde mirara.

Pensar en su aspecto físico le hizo recordar las veces que Brian le habíainsinuado que ella estaba hecha a su medida, pues de haber sido menuditahubiera temido tocarla por miedo a romperla. La verdad es que Brian era unhombre apasionado, musculoso e impulsivo al que le costaba contenerse, yChristine se alegraba de tener la medida exacta para él. Es decir; “Con unas

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curvas bien puestas en los lugares exactos” según palabras textuales de Brian.

—¿Por quién llorabas? —le preguntó Geline interrumpiendo así suspensamientos.

—Por mi marido. Hoy hace un año que murió —no pudo evitar decirle.—Entonces todavía está cerca de ti —aseguró Geline sorprendiéndola

con este comentario.Por norma general cada vez que le decía a alguien que su marido había

fallecido, todos, sin excepción, le daban el pésame mientras la miraban concompasión, y le aseguraban que con el tiempo el dolor se mitigaría y podríaseguir con su vida.

Escuchar esas mismas palabras siempre la enfadaban, al no soportar queunos desconocidos le dijeran cómo debía sentirse, o trataran a su amor comoalgo insignificante que pronto olvidaría. Era como si nadie entendiera quepara ella Brian lo había significado todo, y deseara tras su muerte haberloacompañado.

Era por eso que prefería mantenerse apartada de los demás, al sentirsecansada de tener que sonreír y asentir ante sus consejos, como si nadatranscendental para ella hubiera pasado.

Pero Christine no vio nada de ello en la mirada de Geline, consiguiendoque se relajara un poco más, y sintiendo por primera vez en mucho tiempoganas de hablar con alguien. Pero sobre todo, notó una necesidad urgente deabrirse a ella, y contarle quién fue ese maravilloso hombre que tuvo la suertede conocer y que perdió por un estúpido accidente.

Un tema tabú hasta este momento.—Se llamaba Brian y fue el amor de mi vida. No fue amor a primera

vista, por lo menos para mí, aunque no puedo negar que me atrajo su físicodesde el principio. Él era un hombre obstinado que se enorgullecía deconseguir lo que quería, y no paró hasta que me tuvo completamenteenamorada —el recuerdo de esos días felices le oprimió el corazón—. Lo queél nunca supo es que enseguida me di cuenta de que era un hombre especialque estaba hecho a mi medida. Me encantaba como me miraba y como mehacía sentir, como me escuchaba y me aconsejaba, pero sobre todo me atraía

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la intensidad con que me amaba. La verdad es que no tardé en enamorarme deél, aunque le hice sufrir durante unas semanas por ser tan arrogante.

—Por tu forma de hablar de él se nota que lo querías muchísimo —afirmó Geline sonriéndole, aunque Christine no pudo devolverle la sonrisa acausa del dolor de su pecho.

Aun así, algo en su interior le obligaba a seguir hablando.—Fue el mejor marido que una mujer puede tener. Dulce, amable,

aunque a veces se mostraba tan cabezota que te daban ganas de abofetearlo.Pero si hubiera sido perfecto, entonces no se trataría de mi Brian.

Por un momento ambas callaron dejando que solo se escuchara elsonido del frío viento recorriendo el campo santo.

—Murió en un accidente de coche por mi culpa —no sabía por qué se lohabía dicho a una desconocida, pero la verdad es que al confesar lo queescondía en su interior sintió como si le quitaran un peso de encima—. Ya séque es frecuente que se tengan sentimientos de culpabilidad cuando un serquerido muere, pero en esta ocasión es la verdad.

El silencio volvió a reinar entre ellas, mientras Christine esperaba lapregunta que nunca fue hecha.

—¿No vas a preguntarme qué pasó o porque creo que soy culpable? —inquirió extrañada.

—Es un tema privado y no quiero que me cuentes algo que tú no quierasdecirme.

Christine asintió mientras la miraba preguntándose qué clase de mujersería esa desconocida de apariencia juvenil, pero con la serenidad y lasabiduría de una anciana. Quizá fue esa libertad de poder decidir si lo contabao no lo que la relajó, y sintió la necesidad de seguir relatando su historia.

—Había estado trabajando duro durante meses para un nuevo proyecto,al haber conseguido un cliente que podía abrirle muchas puertas en los nivelesmás altos de la ciudad, y por eso se quedaba hasta tarde para complacerlo —empezó a recordar Christine mientras retorcía el pañuelo entre sus dedos—.Yo no paraba de decirle que no hacía falta que se esforzara tanto ya que teníael proyecto asegurado, pero a Brian le gustaba ser perfeccionista y no le

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importaba quedarse hasta tarde.

Temblando al recordarlo todo de nuevo Christine necesitó parar unossegundos para recobrar fuerzas y luego… siguió hablando.

—En esos días faltaba poco para nuestro aniversario de boda, y yo leinsistía para que no se olvidara de comprarme un regalo. Solía meterme con éldiciéndole que estaba tan ocupado con el proyecto que al final se le olvidaría,pero lo que debió ser solo una broma para él fue algo más —y sin apenas vozcontinuó diciendo—: Ya que llegó el día sin que me hubiera comprado algo, yesa noche, aun saliendo tarde, quiso llegar a la tienda antes de que cerrasenpara que no me quedara sin mi sorpresa.

Tuvo que callar por un momento hasta que se sintió capaz de seguirhablando. Era la primera vez desde el accidente que confesaba en voz alta laculpabilidad que sentía y se le acumulaba en su pecho.

—Por desgracia se saltó un semáforo y un camión le arrolló. Ni siquierapude despedirme de él, ya que todos se empeñaron en no dejarme verle portener el cuerpo destrozado. Y todo por culpa de un maldito regalo que nuncame atreví a abrir —no pudo evitar echarse a llorar por el dolor que sentía acausa de la culpa.

Geline se acercó más a ella y le pasó un brazo por sus hombros paradarle su apoyo, brindándole así un hombro en el que llorar.

—Tranquila Christine, no es malo llorar, pero lo que no debes hacer esculparte por un accidente. Esas cosas pasan constantemente.

—Si me vas a hablar del destino o las razones que tuvo Dios parallevárselo, ahórratelo, pues ya lo he oído mil veces y no me sirve de nada.

—Está bien, entonces no lo haré. Pero ten en cuenta que cada uno debetomar sus propias decisiones y vivir o morir por ellas.

—¡Morir por un estúpido regalo!, ¿eso te parece justo?—Claro que no, lo que no me parece justo es que tú hayas dejado de

vivir por una culpa que no existe.—Pero él acababa de salir de la tienda y como era tarde…Un torrente de emociones se descargó dentro de ella y empezó a llorar

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sin poder contenerse. Sintió cómo algo dentro de ella se rompía con un dolorque hasta entonces no había sentido, y sin embargo, por primera vez desde lamuerte de Brian, notó cómo las lágrimas limpiaban su pesar e iban mitigandola culpa que llevaba arrastrando desde el accidente.

Geline la abrazó con fuerza como si tratara de absorber su dolor entresus brazos, o como si supiera cuánto estaba sufriendo y quisiera cargar con supena. La abrazó como una madre que sabe del sufrimiento de su hija y anhelaconsolarla con su cariño y su calor, ofreciéndole mucho más que unos brazosdonde llorar y poder reparar su alma herida.

Le rodeó con decisión y dulzura mientras callaba y dejaba que el dolorde Christine se calmara, ofreciéndole con ello un consuelo que hacía muchoque necesitaba y nadie más que Geline supo darle.

Si Christine no hubiera estado tan sumida en su tristeza, quizá se hubierapercatado de lo raro que resultaba que una extraña quisiera consolarla tandesesperadamente, o que sintiera como propio su dolor, pues ningún serhumano podría percibir una empatía tan grande por otra persona que acababade conocer.

Ninguna de las dos supo cuánto tiempo estuvieron ahí sentadas mientrasdejaban que el corazón de Christine empezara a sanarse, pero llegado elmomento Christine se volvió a sentir capaz de hablar.

—¡Lo siento! Te estoy estropeando el día —le dijo cuando pudoreponerse un poco.

Algo más calmada, y profundamente agradecida a esa desconocida quele había brindado su comprensión sin conocerla, Christine se separó un pocode ella y se secó las lágrimas con el pañuelo que antes le había entregadoGeline.

—Christine, no me estás estropeando nada, pero ojalá pudiera ayudarteen algo —apuntó Geline mientras le acariciaba el cabello con dulzura.

—Ya me estás ayudando, y te puedo asegurar que mucho más de lo queimaginas.

—Me alegro —declaró sonriéndola y colocándole un mechón decabello detrás de la oreja. Un acto que a Christine le recordó a su abuela.

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—¿Sabes? Ojalá fueras un ángel, un hada o algo parecido. Así podríapedirte un deseo.

—¿Qué me pedirías? —quiso saber Geline mirándola atentamente.La verdad es que Christine no tuvo que pensarlo mucho, ya que llevaba

deseándolo desde hacía un año.—Me gustaría retroceder un año en el tiempo para volver a despertarme

el veintidós de Febrero.—¿Para despedirte de Brian?—¡No! —Señaló segura—. Para impedir que muriera.Christine suspiró sabiendo que su deseo era un imposible, y miró a la

tumba de su marido con el anhelo de unirse a él cuanto antes. Estaba cansadade echarle de menos, de intentar seguir adelante aun sabiendo que era algoimposible y de continuar en un mundo que nunca volvería a ser el mismo sinél.

—Es una lástima que no crea en los milagros —repuso apenada.—Eso no importa mientras que aquellos que los realizan sí crean en ti.Las palabras de Geline le hicieron pensar y advertir que esa mujer era

mucho más de lo que aparentaba. Se dio cuenta por primera vez desde quehabían empezado a hablar, de que apenas sabía nada de ella y sin embargo nole había importado revelarle datos privados que nadie más sabía y queguardaba con recelo, preguntándose qué clase de muchacha andaría sola porun lugar tan tétrico, en vez de estar en su casa junto a su familia.

Fue entonces cuando advirtió lo tarde que era y de que el cementeriodebería de estar a punto de cerrar. No quería ser maleducada nidesagradecida, pero era evidente que deberían marcharse, aunque daba lasensación de que Geline no quería irse.

La verdad es que la conversación que habían mantenido había mitigadosu tormento, y en cierta manera también lamentaba tener que dejarla, pues algodentro de ella le decía que lo más probable es que nunca más la volvería aver.

—Deberíamos irnos —anunció Geline.

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—Sí, se me ha hecho tarde.Christine suspiró aliviada al no ser ella la que pusiera fin al encuentro,

aunque aún le quedaba la parte más dura del día. Despedirse de Briandejándolo en ese lugar lúgubre la carcomía, al hacerla sentir que loabandonaba mientras ella se marchaba a su hogar para tratar de seguirviviendo.

Aunque se dio cuenta que en esta ocasión el dolor en el pecho era máspequeño, menos angustioso, y supo que todo ello se lo debía a la misteriosaGeline.

—Gracias por tu apoyo, lo necesitaba.Geline no le respondió y solo se levantó del asiento, le sonrió de una

manera que reconfortó a Christine y se despidió de ella con palabras deesperanza.

—Regresa a casa y ya verás cómo mañana todo será diferente.Y algo en el interior de Christine supo que así sería y que mañana

marcaría el principio de un nuevo destino.Agradecida por todo lo que esa mujer había hecho por ella, se puso en

pie y la abrazó. No fue una sensación tan intensa como la anterior, perotambién consiguió reconfortarla y hacerla sentir con más ánimos paraenfrentarse a la larga noche que le esperaba.

—Me alegro de haberte conocido y espero que volvamos a vernos —ledijo Christine absolutamente en serio.

—Tal vez algún día.Y sin más Geline comenzó a andar entre las filas de tumbas que se

extendían delante de ella, adentrándose de esta manera cada vez más en elcementerio. Sabiendo que cada vez le quedaban menos minutos antes de quecerrasen, Christine se volvió hacia la lápida para despedirse de Brian.

—Hasta mañana amor mío y feliz aniversario —Y como era habitual enella, depositó un beso en su mano y luego lo lanzó al viento como si él pudieraalcanzarlo.

Fue entonces cuando vio que aún tenía el pañuelo de Geline en su mano

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y se giró para llamarla, pero por el camino por donde hacía escasos segundosse había marchado ya no encontró a nadie.

Miró a su alrededor para localizarla, al resultarle imposible que tanpronto hubiera desaparecido de su vista, pero solo sintió una brisa que leacarició la cara con la suavidad de una tenue y cálida mano.

No estaba segura que fue lo que había percibido en su rostro, al notarlocomo algo caliente en un entorno que estaba helado, pero fue como advertir lapresencia de alguien cerca de ella, y sin saber muy bien cómo tomarse lo queacababa de suceder, se encaminó hacia la salida tratando de encontrar unaexplicación al encuentro tan extraordinario que acababa de vivir, y a lasensación tan sorprendente que acababa de sentir en el rostro y que en vez deasustarla la había calmado.

Quizá los milagros sí existían, y esa mujer, con su presencia y su enormecorazón, había conseguido que empezara a curar sus heridas y su dolor.

“A lo mejor era un ángel” pensó, pero después sonrió pues ella no creíaen ellos.

Aunque tal vez ellos sí creyeran en ella.

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CAPÍTULO 5

Día del accidentePor quinta vez en esa hora, Christine volvió a comprobar que su

apariencia fuera perfecta. Esa noche iban a celebrar su tercero año decasados, y por eso quería que todo saliera como lo tenía planeado.

Habían reservado una mesa en uno de los mejores restaurantes de laciudad, donde cenarían en un reservado para que nadie les molestara. Para esaocasión, Christine se había comprado un ajustado vestido rojo que esperabadejar a Brian con la boca abierta, haciéndole desear no volver a llegar tarde.

También había comprado champán para cuando regresaran delrestaurante, y tenía preparadas unas velas en el dormitorio para darle unambiente más romántico a la noche. Todo ello seleccionado para pasar unencuentro especial donde pudieran dar rienda suelta a sus deseos y pasiones, yen donde pudieran compartir un gran número de sonrisas.

Le encantaba la idea de ir formando recuerdos que fueran solo de losdos, para que perduraran durante décadas y así, cuando fueran ancianos ymiraran hacia atrás, pudieran hablar delante de una buena copa de vino decómo había sido su vida juntos.

Lo malo era que Brian llegaba una hora tarde y ni siquiera se habíaacordado de llamarla para avisar de que se retrasaría, y ese recuerdo no era loque tenía previsto para esa velada.

Sabía que llevaba unas semanas de mucho trabajo por culpa de un nuevoproyecto, y por ello ya había contado con que llegaría con retraso, aunquedebía reconocer que Brian siempre había sido puntual, o por lo menos hastaese día siempre se había molestado en avisarla cuando se quedaba en laoficina a terminar un trabajo. Algo que hasta entonces solo había pasado encontadas ocasiones.

Conforme se fue impacientando le había intentado telefonear, peroninguna de las tres llamadas que le había hecho en el transcurso de la última

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media hora tuvo respuesta. Debía reconocer que le extrañó que Brian no leavisara con tiempo de su retraso, pero sobre todo le desconcertó que no ledevolviera las llamadas o que por lo menos le hubiera dejado el encargo a susecretaria de informarla para no preocuparla.

Cada vez más nerviosa, y tratando de controlar su carácter para noestropear la noche, Christine volvió a levantarse de su asiento para mirar porla ventana, pero como en las veces anteriores, no logró ver nada que leindicara que Brian había llegado.

No estaba segura de qué le estaba pasando, pero hacía un buen rato quehabía empezado a percibir una inquietud en la boca del estómago que no lepermitía estarse quieta por mucho tiempo. Le costaba encontrar un motivo paraese malestar, ya que algo dentro de ella le aconsejaba que no averiguara dequé se trataba.

Por ello, se negó a pensar en nada malo que le hubiera podido pasar, ysimplemente acusó esa sensación que no sabía identificar a la mezcla denervios por la noche que les esperaba y por la tardanza de Brian.

De pronto, cuando no había hecho nada más que correr las cortinas paraasomarse de nuevo, escuchó el timbre de la puerta deteniéndola en el acto.Algo dentro de ella se agitó de una manera tan intensa, que incluso sintió unpequeño pinchazo en el pecho al haberse sobresaltado como nunca antes lohabía hecho.

No estaba segura de porqué había reaccionado así, pero no pudo evitarque el miedo se empezara a apoderar de la razón y comenzara a temblarle todoel cuerpo de forma descontrolada, como si un miedo irracional se hubieraapoderado de ella, indicándole que tras esa puerta se encontraba el mayortemor al que tendría que enfrentarse en su vida.

Despacio, se giró hacia la puerta agitada y con la respiración acelerada,preguntándose cómo podía ser tan estúpida de asustarse por escuchar elsonido de un simple timbre. Respirando profundamente para intentarserenarse, se dijo que lo más seguro es que fuera Brian, que con las prisas sehabría olvidado las llaves y ahora vendría agobiado por llegar tan tarde.

Decidida a no dejarse llevar por esa sensación que la mantenía asustaday en alerta, se encaminó hacia la puerta tratando de que las piernas no le

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flaquearan a causa de lo mucho que le temblaban, y anhelando que tras ellaestuviera Brian a salvo y mostrando esa sonrisa que tanto le gustaba.

Algo desconcertante sucedió cuando ya frente a ella, cogió el pomo, einmediatamente comenzó a notar una especie de escalofrío que le empezaba asubir por la espalda poniéndole el vello de punta. Fue un estremecimiento quela hizo sentir frío y le acentuó el miedo, advirtiendo que nunca antes habíapercibido algo así, y por eso no supo cómo definirlo.

Pero, sin que le hubiera dado tiempo a reponerse de los temblores quela agitaban, también notó una sacudida tan intensa que le hizo dudar de si enese instante se encontraba sola. Fue tan fuerte esa sensación de que algo oalguien la observaba y le susurraba, que tuvo que asegurarse de quién estaballamando al otro lado de la puerta antes de abrirla, pues en su cabeza nodejaba de aparecer la idea de que una vez abierta ya nada volvería a ser lomismo.

Despacio, Christine se asomó temblorosa, y ante ella se encontró unaimagen que no olvidaría durante el resto de su vida, recordándola cada nocheen sus pesadillas. Por un momento, se quedó petrificada mirando sin quererreaccionar ante lo que sus ojos le mostraban, pues era como si algo dentro deella se paralizara, al no querer asumir lo que estaba a punto de sucederle.

Un segundo timbrazo la asustó consiguiendo que diera un respingo, y tuvo que llevarse la mano a la boca para sofocar el grito que a punto estuvo deescaparse de ella. Asustada por lo que le esperaba al otro lado de la puertaretrocedió un paso, tratando por todos los medios de volver a respirar connormalidad para tranquilizarse, pues sentía como si su corazón estuviera apunto de salírsele del pecho.

Aún sobrecogida miró la mano que sostenía el pómulo, sabiendo que nopodía posponer por más tiempo aquello que le esperaba y que seguro leprovocaría un profundo sufrimiento. Resignada a no poder cambiar aquelloque hubiera sucedido se armó de valor y, despacio, abrió la puerta dispuesta aenfrentarse a su destino.

Ante ella aparecieron dos hombres que permanecían en silencio a laespera de que les preguntara quién eran o les hiciera pasar, pero que tuvieronque conformarse con su silencio, ya que Christine se negaba a ver la realidad

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que sus ojos le mostraban.—Señora Marlow. Soy el detective Carter y el hombre que está a mi

lado es mi compañero el detective Williams. ¿Podríamos pasar para hablarcon usted?

Christine había oído cada una de sus palabras pero su mente aún noconseguía reaccionar a lo que estas significaban. En su cabeza solo aparecíauna idea que ocupaba cada uno de sus pensamientos, y estos eran repetirse unay otra vez dónde se había metido Brian; aunque una parte de ella supo larespuesta en cuanto vio a esos dos hombres.

—Señora Marlow, ¿se encuentra usted bien?Por primera vez consiguió reunir las fuerzas necesarias para mirarles a

los ojos, y tratando de aparentar una calma que estaba muy lejos de sentir,confirmó despacio al asentir con la cabeza, para después seguir en silencio ycon la mirada perdida observando la calle.

—¿Podemos entrar? —escuchó como el otro hombre le preguntaba.De forma automática volvió a asentir, pues en ese momento no era capaz

de articular ni una sola palabra, al no querer reconocer que esos dosdetectives debían traer malas noticias, ya que era muy sospechoso queaparecieran el mismo día en que Brian se retrasaba sin avisar por primera vezdesde que lo conocía.

Los dos hombres se miraron serios y algo cohibidos por el frío ypeculiar recibimiento que habían tenido, para después entrar con pasodecidido hacia el interior de la vivienda, dejándola a ella sola en la puerta ycon la mirada perdida en el exterior de la casa.

Christine empezó a notar cómo las lágrimas caían por su mejilla,mientras sus ojos vagaban por la calle ansiando encontrar a Brian queregresaba a ella como cada noche.

—Brian, ¿dónde estás? —susurró la pregunta al viento.Sabía que esos dos hombres la estaban esperando, como también era

consciente de que en cuanto se girara y los tuviera en frente le dirían algo queno quería creer. Esa noche no debería acabar así, no de esa manera, y por esose negaba con todas sus fuerzas a enfrentarse a ello.

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Un gemido de su garganta salió sin que pudiera detenerlo, y sin sercapaz de soltar el pomo se agarró con más fuerza a este para tratar de nocaerse. Era inútil esperar por más tiempo pues, aunque las lágrimas leimpedían ver con claridad, era evidente que Brian esa noche no regresaría a suhogar.

Se lo decía esa voz que le susurraba al oído desde que había intuido quealgo malo había sucedido, como también se lo decía su corazón, al notar comoeste se empezaba a sentir roto por un dolor que la oprimía y no la dejabarespirar con normalidad.

Despacio, pues sabía que no podía posponerlo por más tiempo,Christine se giró pidiendo encontrar las fuerzas necesarias para enfrentarse ala verdad.

Y así, con el acto más valiente que había hecho en su vida, alzó lamirada y la mantuvo erguida, mientras se les acercaba para escuchar cómohabía perdido al amor de su vida.

—Señora Marlow, lamento comunicarle que su esposo ha sufrido unaccidente de tráfico mortal. Si pudiera acompañarnos para…

Hasta ahí pudo soportar escuchar, antes de que su cuerpo cediera aldolor y todo a su alrededor dejara de tener luz para volverse oscuridad.

Solo unos segundos antes de caer inconsciente al suelo pudo formar unpensamiento, y por eso justo antes de desmallarse dijo su nombre, con laesperanza de que en cualquier momento Brian regresaría junto a ella.

Un grito desgarrador intentó salir de la garganta de Christine, pero esta

estaba tan seca y cerrada que el chillido nunca llegó a salir, teniendo queconformarse con un lamento.

Aturdida, temblorosa, y con la cara húmeda por las lágrimas, seincorporó sentándose en la cama mientras trataba de serenar su respiraciónacelerada. Le costaba saber dónde se encontraba y qué le había pasado, al

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notarse todavía aturdida tras lo que acababa de revivir. No fue hasta que sedio cuenta de que estaba en su habitación, acostada en su cama, cuando surespiración empezó a serenarse.

Había vuelto a tener esa horrible pesadilla donde la policía lecomunicaba la muerte de Brian, y esa noche en especial la evocación habíasido muy intensa.

Se imaginó que el recuerdo fue más vivido a causa de la conversacióncon esa mujer en el cementerio, pero aun así le costaba calmarse debido a laintensidad con que lo había sentido.

Viendo que los rayos del sol se colaban a través de la ventana, Christinededujo que un nuevo día ya había empezado y agradeció no tener que volver adormirse. Se alegró también de haber descorrido las ventanas, pues ver el soltras esa horrible pesadilla la había tranquilizado un poco.

De lo que no lograba acordarse era de cuándo lo había hecho, pues teníala costumbre de cada noche, antes de ir a acostarse, cerrar las cortinas de suhabitación para que los primeros rayos del sol no la despertaran.

Una manía que le fastidiaba a Brian y él, lo primero que hacía nada máslevantarse, era abrirlas de par en par antes de ir al baño para dejar paso al soly para que ella se fuera despejando.

De forma automática miró el reloj de su mesita, deteniéndose primeroen el pañuelo que esa mujer misteriosa llamada Geline le había entregado. Lohabía colocado antes de acostarse al lado de la cama, pensando que quizá letraería suerte, pero por la forma tan aterradora de despertarse, era evidenteque no había funcionado.

De pronto cayó en la cuenta de algo que hasta el momento no habíanotado, y se recriminó por ser tan estúpida. Había estado tan centrada en esapesadilla que no había escuchado como caía agua de la ducha, y ahora sepreguntaba cómo era posible que hubiera estado funcionando toda la noche sinque lo hubiera notado.

Cuanto más lo pensaba menos sentido tenía, ya que le resultabaimposible de creer que lo hubiera dejado abierto toda la noche sin haberescuchado caer el agua desde su habitación, Más aún con el silencio quereinaba en su casa desde el ocaso hasta el alba, y porque además no recordaba

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haberse duchado antes de ir a acostarse.

Le resultaba tan ilógico estar escuchando la ducha, que incluso seempezó a plantear si aún seguía despierta o estaba soñando, hasta que unaextraña sensación empezó a apoderarse de ella.

Algo en su interior le decía que no estaba sola en la casa y empezó atemblar al recordar que ya había notado antes algo parecido. Había sucedidoel día del accidente, justo unos instantes antes de que llegara la policía,cuando una especie de escalofrío se apoderó de su cuerpo y le hizo erizar cadaparte de su piel.

Y ahora, mientras se sentía asustada al percibir que no estaba sola,empezó a notar el olor tan característico de Brian, y estuvo a punto de lloraragradecida al volver a olerlo, ya que había creído que nunca más volvería ahacerlo.

Lo había echado tanto de menos que casi le dolía percibirlo, pues erauna de las cosas que más echaba en falta cuando se acostaba en la cama oentraba en la casa, al haber sido siempre lo primero que notaba de él.

La extraña sensación, el olor de Brian y la misteriosa mujer del díaanterior, eran demasiadas casualidades que habían pasado con pocas horas dediferencia. Christine se dio cuenta de que esa mañana estaba sucediendo algoextraño, pero no lograba encontrar ninguna explicación coherente.

De improviso, la profunda voz de un hombre se escuchó en el baño yChristine estuvo a punto de salir corriendo para pedir ayuda. Solo el terrorque la inmovilizaba se lo impidió, y oyó con toda claridad cómo esa vozmaldecía para después dejar de oír como el agua caía de la ducha.

Aterrada no sabía qué podía hacer hasta que advirtió que reconocía esadicción. Era típica del sur del país, y la había estado escuchando durante años,pues era la misma que tenía Brian al hablar.

Pero hubo otra cosa que vino a su cabeza en un flashback, y la dejóparalizada por lo que podía significar.

Sin poder apartar los ojos de la puerta cerrada del baño, Christinerevivió las veces que Brian se levantaba cada mañana, descorría las ventanaspara dejar pasar la luz, se marchaba al baño para ducharse dejando su olor, y

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se ponía a hablar consigo mismo cuando creía que nadie le escuchaba.

Lo había vivido durante los cinco meses que vivieron juntos antes decasarse, y en los tres años que estuvieron casados. Y ahora, a causa de unmilagro que no comprendía, volvía a revivirlo.

Fue entonces cuando, en cuestión de tres segundos, todo su mundo sevino abajo. Sin previo aviso, y sin estar preparada para lo que iba a pasar, lapuerta del baño se abrió de repente, y ante ella apareció Brian con el cabelloaún mojado y la toalla sujeta a sus caderas.

—Veo que ya te has despertado, dormilona. —le dijo mientras salía delbaño, la miraba y se acercaba a ella—. Me alegro, así podré besarte hasta queme supliques que pare.

Christine no pudo hacer nada cuando lo vio al sentirse paralizada acausa del shock. Le hubiera gustado lanzarse a sus brazos, gritar a plenopulmón o simplemente saltar como una loca sobre la cama de pura felicidad,agradecida por la más maravillosa alucinación que jamás había tenido.

Pero no pudo hacer nada de eso, ya que su cuerpo se negó a obedecerla,y sin poder hacer otra cosa se quedó sentada sobre la cama sin ser capaz ni derespirar, mientras contemplaba como Brian se le acercaba con andares defelino, para después ver como se sentaba a su lado, se inclinaba, y justo antesde besarla, le decía mostrando una gran sonrisa:

—¡Feliz aniversario, princesa!Después de eso no pudo percibir nada, pues todo se volvió oscuridad.

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CAPÍTULO 6 Cuando Christine abrió los ojos toda la ansiedad y el desconcierto

volvió a apoderarse de ella. Le resultaba imposible creer que Brian siguieravivo y que ahora estuviera a su lado como si nada hubiera pasado, o como siella no hubiera deseado morir a cada segundo que permanecía sin él.

Pero a pesar de que la lógica le decía que debía estar soñando, no podíaapartar de su cabeza la sensación de que algo extraordinario estabasucediendo, pues a pesar de darse cuenta de que todo le indicaba que estabaen un sueño, también era evidente que había vuelto al día en que Brian muriómarcando su vida para siempre.

No estaba segura de cómo había sucedido, pero tras lo que había visto yescuchado, todo señalaba que ahora se encontraba un año atrás en el tiempo alhaber retrocedido hasta el día del accidente, a pesar de saber que eso en lavida real era imposible.

Se había dado cuenta de ello cuando escuchó a Brian felicitándola porsu aniversario, y por una extraña sensación de déjà vu que la hizo recordarcomo fue esa mañana cuando, un año atrás, Brian salió del baño tras su duchadiaria, la despertó acariciando su mejilla con suavidad, para despuésentregarle un apasionado beso que la hizo comenzar la mañana con unasonrisa.

Sentía ese momento como algo lejano que pertenecía a sus recuerdos, ypor eso revivirlo ahora de nuevo se le antojaba como algo insólito que lecostaba asimilar. Tal vez por ese motivo había perdido el conocimiento, al nosaber su mente qué estaba pasando y no poder razonarlo.

Ver frente a ella a Brian había sido un shock, ya que durante unossegundos no supo dónde, cuándo, o cómo estaba. Solo fue consciente de quepodía verlo, escucharlo y sentirlo.

Por eso, todos los malos recuerdos junto al dolor y la pérdida habíanquedado suspendidos en un futuro incierto, y solo volvía a contar estar denuevo con él. No quería desaprovechar esta oportunidad que se le ofrecía, y se

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aferró con todas sus fuerzas a Brian antes de que este pudiera desvanecerse.

Pero lo que de verdad estaba notando era el miedo más aterrador quenunca antes había sentido, al no dejar de pensar que en cualquier instantepodría desaparecer llevándose con él su cordura. Aun así, pese al pavor quesentía, su corazón le gritaba repleto de alegría que aprovechara el milagro devolver a besarlo y de perderse entre sus brazos.

—Cariño, ¿estás bien? —el tono alarmado de Brian la hizo sonreír, alsentirse de nuevo protegida.

Christine seguía tumbada en la cama, como lo había hecho un año atrás,solo que ahora se estaba despertando de ese pequeño desmayo, y no de pasarunas horas durmiendo tras una noche de sexo que la había dejado exhausta ysatisfecha. Aunque por lo demás se parecía demasiado a ese primer día delaniversario.

En esta ocasión se encontraba entre los brazos de Brian y con la cara deeste a escasos centímetros de la suya. La estaba estrechando con todas susfuerzas, y la contemplaba como si fuera la cosa más maravillosa del universo.

Había echado tanto de menos esa mirada y sus abrazos, que notabacomo se le resecaba la garganta impidiéndole articular palabra, aunquetampoco estaba segura de que podía decirle. Y es que, ¿qué se le dice al amorde tu vida que ha vuelto a la vida como si nada hubiera pasado?

Por eso solo fue capaz de adentrarse en el azul cielo de sus ojos, y dedejarse llevar por la dulce sensación de sus caricias.

—Christine princesa, me estás asustando —le dijo Brian cada vez másperdido al no saber qué le estaba sucediendo a su mujer.

—¡Brian! ¡Brian! —Pudo decir por fin entre hipitos—. ¡Te he echadotanto de menos!

—¡Pero si solo he ido al baño! —repuso incrédulo.Christine se negó a pensar en nada, pues cuantas más vueltas le daba a

todo lo que estaba ocurriendo menos lo entendía, y simplemente se dejó llevarhasta que su cabeza volviera a pensar con claridad.

Cuando pasados unos minutos se sintió más calmada, aflojó su agarre y

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se le quedó mirando fijamente para tratar de asegurarse de que era real.Después, despacio, como temerosa de que se desvaneciera, empezó a pasarlela mano por la cara, los hombros y el pecho, mientras Brian se dejaba haceratónito.

—¿Te pasa algo nena? —inquirió Brian cada vez más intrigado.Christine, distraída por el roce de su tacto negó con la cabeza, hasta que

alzó la vista y volvió a contemplar sus ojos. La alegría que brillaba en elloshasta hacia unos minutos había desaparecido y ahora solo podía verse el temoren ellos.

Sin querer que ese momento se amargara, Christine decidió sosegar lapreocupación de su marido, y de paso también serenarse ella, antes de que lamagia se desvaneciera y Brian desapareciera o de que ella despertara delprofundo sueño que seguramente estaba viviendo, pues su mente lógica nolograba encontrarle otra explicación posible, a pesar de estar tocándole consus propias manos.

—No tienes de qué preocuparte —pudo por fin contestarle—, todo estábien.

Sin poder contenerse por más tiempo, y decidida a dejar atrás cualquierpregunta, Christine alargó su mano y tocó con suavidad el rostro de Brian; eseque tanto había ansiado besar y contemplar cada mañana.

Volver a notar el roce de su piel en la punta de sus dedos, sentir surespiración acelerada, oler su piel recién duchada y notar el profundo calorque le daba su mirada, era como volver a sentirse viva, al mismo tiempo queentendía lo vacía y desesperada que se había encontrado ese año sin Brian.

—Solo pido que esta vez cuando despierte, el dolor de perderte novuelva a partirme el corazón —le pidió con la voz entrecortada, pues sabíaque si eso sucedía le sería imposible soportarlo.

La caricia de Christine siguió su camino por la mandíbula, mientras unalágrima se le escapaba resbalando por su mejilla. Era tan intensa la sensación,tan pura su cercanía, que deseaba morirse mil veces antes que despertar deesta maravillosa visión que no comprendía, pero que deseaba con todas susfuerzas que fuera real.

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Fue entonces cuando estuvo segura que por mucho que lo intentara nopodría volver a perderlo, pues no podría soportar de nuevo la tortura de novolver a estar a su lado.

—¡Brian, te amo tanto! ¡Por favor, no vuelvas a dejarme!Brian no entendía qué era lo que estaba pasando. Había amanecido

como cada día, pero con la diferencia de que era su tercero aniversario debodas. Habían pensado celebrarlo cenando en un restaurante de lujo, paraseguir con una velada donde la intimidad le permitiera demostrarle cuánto laquería.

También tenía pensado comprarle un regalo especial cuando saliera deltrabajo, aunque para ello tuviera que cruzar toda la ciudad hasta conseguirlo.

Pero lo que nunca se imaginó fue que su esposa se despertara angustiadapor una pesadilla, que la estaba afectando hasta el punto de no saberdiferenciarla de la realidad. O al menos él pensaba que se trataba de un malsueño, ya que solo esa opción tenía sentido.

Quería poder consolarla y hacerla entender que todo había pasado, yque él se encargaría de apartar sus temores y protegerla como llevabahaciendo desde que se conocieron. Christine se había convertido en lo másimportante de su vida, y le dolía verla tan angustiada por algo tan ridículocomo un mal sueño, más aún cuando esa mañana era especial y no quería quenada enturbiara su felicidad.

Sin más dilación Brian la acercó a su pecho y la abrazó con fuerza paratratar de reconfortarla, ya que sabía que el refugio de sus brazos siempre lahabía consolado. Pero por primera vez la sintió temblar como nunca antes lohabía hecho, al mismo tiempo que notaba como las lágrimas caían por surostro y acababan mojando su hombro.

—Ya está cariño, ya pasó —intentó tranquilizarla poniendo su amor encada palabra.

Christine no perdió la oportunidad que tanto había ansiado y se abrazócon más fuerza, tratando de memorizar cada sensación que le producía tenerlotan cerca, ya que conforme se iba despertando más convencida estaba de queera un sueño y de que en cualquier momento la ilusión se desvanecería y lovolvería a perder.

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Por ello, y sin querer soltarse, hundió su rostro en el hueco de su cuello,para después cerrar los ojos y así sentirlo de forma más profunda, dejándosellevar por su calor y el latido de su corazón; que milagrosamente esa mañanavolvía a latir.

Solo cuando hubieron transcurrido unos minutos fue capaz de volver ahablar.

—Llévame contigo Brian, por favor. No quiero estar otra vez sin ti —sullanto hizo que detuviera su súplica.

—Ssssh! Cálmate cariño.—Por favor Brian, te lo suplico, no permitas que despierte y te vuelva a

perder.—Christine, solo has tenido una pesadilla, pero ya estás despierta —

trató de calmarla al verla tan desesperada.—No, es imposible. Si estuviera despierta tú estarías muerto.Al escucharla Brian se estremeció, al mismo tiempo que notó un ligero

hormigueo por su nuca. Cada vez más extrañado por todo lo que estabaocurriendo, se separó de ella para mirarla a la cara y así tratar de calmarla,pero sobre todo para acabar cuanto antes con este asunto que empezaba aasustarle.

—Mírame Christine —le pidió imperativo—. Estás despierta y yo estoyaquí contigo. No sé qué es lo que has soñado esta noche, pero como puedesver estoy vivo y no pienso dejarte.

Christine se fue apartando poco a poco de su abrazo y se le quedómirando, como tratando de comprobar si sus palabras eran ciertas o si por elcontrario seguía sumida en el sueño. No podía negar que todo resultaba muyreal y que se sentía aturdida por la gran cantidad de sensaciones que estabapercibiendo en ese momento, y la duda de no saber qué creer la estabadestrozando.

Brian parecía estar vivo y no saber nada de su accidente, y posteriormuerte, y daba la sensación de sentirse confundido y algo asustado por lo queestaba sucediendo. Además, no había desaparecido cuando había despertadodel desvanecimiento, haciéndole pensar a Christine que esta vez había algo

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diferente a las demás veces que había soñado con él; algo que hacía muy amenudo, aunque nunca lo había hecho con tanta intensidad.

Lo único claro que tenía en su mente era que todo lo que estabasucediendo debía de tener una explicación lógica, pues si de algo empezaba aestar segura, era que la muerte de Brian no había sido una alucinaciónproducto de una mala noche; aunque él le asegurara que ese era el motivo, yaque tanto dolor era imposible que fuera producto de su imaginación.

—Pareces tan real —le indicó aún desconcertada—, pero es imposibleque me haya imaginado algo así.

Sin saber muy bien qué más hacer para que Christine entendiera que yahabía despertado de la pesadilla, Brian cogió una de sus manos, y besándoselaprimero, la llevó después a su mejilla para que le tocara.

—Soy real Christine, ¿o es que no me sientes?Ella solo pudo afirmar, pues no sabía qué más podía decirle para

hacerle comprender que aunque lo estuviera tocando, no podía olvidar lasensación de estar segura de que tanto dolor no había sido una alucinación.

Entendiendo que a Christine le costaba asimilar que estaba en un error,Brian se llevó su mano a su pecho, para así demostrarle como este se movía yhacer crecer la duda.

—¿Notas mi respiración? ¿Cómo late mi corazón? ¿Acaso podríahacerlo si estuviera muerto?

Christine se sentía cada vez más perdida al ver las evidencias que lemostraba, pero aun así un millón de preguntas en su cabeza seguían sin tenerrespuesta.

—Pero sé que hubo un accidente —insistió ella—. Nunca podré olvidarlo duro que fue tu entierro, ni las noches que pasé llorando deseando ser yo laque hubiera fallecido. Pero sobre todo, jamás podré quitarme la culpa queaprisionó mi corazón al saber que fui responsable de tu muerte.

—No Christine, como puedes ver estoy vivo y no eres culpable de nada.¿O es que acaso no me sientes? —Le volvió a pedir mientras le apretaba lamano que sujetaba contra su pecho—. Estoy a tu lado y nunca te dejaré. Te loprometo.

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Christine estaba cada vez más perdida, pues era verdad que notaba cadalatido de su corazón pero, ¿acaso no latería si fuera todo producto de unsueño? Necesitaba una evidencia más fiable antes de que las dudas la hicieranenloquecer.

Sin saber cómo encontrar una respuesta a tanta incertidumbre, de prontose acordó de un detalle que podía aclararlo todo.

El día del aniversario de la muerte de Brian, en el cementerio, ellahabía hablado con esa misteriosa mujer y esta le había entregado un pañuelopara que se secara las lágrimas. Luego, en un instante la mujer habíadesaparecido sin dejar rastro, y Christine se había quedado con dicha prendaen la mano al no poder devolvérsela, llevándosela a casa cuando habíaregresado.

Por lo tanto, si como decía Brian todo había sido un mal sueño; y él erareal, entonces ese pañuelo no existiría al no haber sucedido nunca el encuentroentre esa mujer y ella frente a la tumba. Como también significaría que lamuerte de Brian había sido el producto de una pesadilla, y todo habríaacabado al despertarse.

Queriendo descubrir la verdad, pues la esperanza de que él viviera eralo más importante para ella en ese momento, miró hacia la mesita de nochedonde había dejado el pañuelo antes de ir a acostarse,

Paralizada por lo que sus ojos le mostraban, Christine contempló comojunto a su reloj se encontraba el blanco pañuelo que la noche anterior le habíaentregado Geline. No tuvo dudas de ello, pues estaba colocado en el mismolugar donde ella lo había puesto la noche anterior, y además era evidente deque se trataba de la misma prenda.

—¡Dios mío, no ha sido un sueño! ¿Pero entonces…?De pronto recordó otro dato importante que había sucedido esa tarde en

el cementerio, y que podía hacer que todo cobrara sentido.En su cabeza volvió a repetirse el encuentro con Geline, y rememoró

cuando le había preguntado, casi al final de su encuentro, cuál sería su deseoen caso de que algo o alguien pudiera concedérselo, y ella le había respondidosin dudarlo que regresar al día del accidente de Brian para intentar salvarlo.

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Empezó a recordar cada palabra que habían hablado y cómo podíainterpretarse. Ya en su momento, cuando escuchó su pregunta le había parecidoextraña, pero nunca se imaginó que algo tan imposible se pudiera hacerrealidad.

Emocionada por todo lo que aquello podía significar, comenzó a montarlas piezas del puzle en su cabeza, dándose cuenta de que su deseo se habíacumplido, y empezando a entender muchos elementos que hasta ahora nolograba descifrar.

Indudablemente no podía tratarse de una casualidad que ahora seencontrara en los brazos de Brian, justo en la fecha en la que ella había pedidoregresar.

—No Brian, no me he inventado nada. Llevas un año muerto —leaseguró Christine, ya que tras ver el pañuelo sus dudas se aclararon, mientrasque para él todo comenzó a volverse irracional.

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CAPÍTULO 7 El ambiente en la habitación había pasado de romántico y cándido a

gélido e incoherente en apenas unos minutos.Por un lado Brian contemplaba a Christine sorprendido por lo que le

acababa de decir, ya que le parecía insólito que ella creyera que él hubieramuerto cuando podía comprobar con sus propios ojos que estaba vivo. Eraevidente que esa mañana estaba pasando algo extraño que no lograbacomprender, y se propuso no marcharse de ahí hasta que estuviera todoarreglado y su esposa se hubiera tranquilizado.

Por otra parte, Christine empezaba a comprender qué era lo que estabaocurriendo, ya que todas las pruebas le indicaban que no se trataba de unsueño, como Brian tanto insistía, sino de un auténtico milagro que por algúnmotivo le habían concebido.

Algo dentro de ella le decía que escuchara a su corazón, pues estereconocería la verdad de lo que estaba pasando, y podía llevarla a resolvertodo este misterio que resultaba inverosímil.

Sentada en la cama frente a él, encogió sus piernas para poder acercarseun poco más y le agarró de las manos para no perder su contacto.

Había llegado el momento de hablar claramente de lo que estabaocurriendo, y tenía que hacer todo lo posible para que aceptara un hecho quehasta hacía unos instantes ni ella misma creía. Aun así, no tenía otra opción, siquería aprovechar esta nueva oportunidad que se le había ofrecido parasalvarle la vida.

—Brian, sé que no entiendes nada de lo que está pasando, y aunque tepuedo asegurar que a mí también me cuesta asimilarlo, no puedo pasar por altolas evidencias.

Brian negó con la cabeza como diciéndole que no entendía nada de loque le estaba contando. Para él lo ocurrido solo había sido un sueño,negándose a aceptar cualquier otra explicación que se alejara de esta

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evidencia, aunque ella le asegurara que había retrocedido un año en el tiempo.

—Quiero que me escuches atentamente, porque tengo que decirte algomuy importante. Tú me conoces bien y sabes que soy una mujer que se basa enla lógica y las pruebas empíricas, por lo que no soy dada a fantasear —Christine detuvo su discurso para que Brian le confirmara estas últimaspalabras.

Él, aún perplejo, solo pudo asentir en silencio y dejar que ella hablarapara tratar de llegar a la raíz de este disparate.

—Necesito que mantengas tu mente abierta a todo lo que te cuente, pormuy inverosímil que te parezca, pero te juro que lo que te voy a explicar no melo he imaginado, como también te puedo asegurar que no lo he soñado.

—Christine, no entiendo qué está pasando, pero estoy seguro de quetodo esto es solo fruto de un mal sueño que te ha parecido muy real.

—Por favor Brian, solo concédeme quince minutos, y luego te prometoque contestaré a todas tus preguntas y haré lo que me pidas. Pero ahora teruego que simplemente me escuches.

Brian se quedó pensativo por unos segundos tratando de encontrar unasalida para todo este sin sentido, pero al mirar a Christine comprendió quepara ella era importante que le diera la oportunidad de explicarse. Pensó quetal vez si hablaban de ello, y ella oía en voz alta sus ideas descabelladas,comprendería lo ilógico que eran y por fin entendería que no tenía sentidotemer una pesadilla.

—Está bien princesa, si es tan importante para ti, te escucharé.Christine le regaló una dulce sonrisa pues si lugar a dudas ese

maravilloso hombre que tenía frente a ella, y que ahora se aferraba con fuerzaa sus manos, era su amado esposo. Ese que tanto había echado de menos y porel que pensaba luchar hasta el final.

—Para que lo entiendas todo voy a empezar por el principio. —Y fuejusto en ese momento, cuando Christine se percató que tenía que convencer aBrian de un hecho que a ella misma le costaba asimilar—. Como sabes hoy esnuestro aniversario de bodas y pensábamos celebrarlo esta noche con unacena.

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Tuvo que detenerse al notar cómo se le empezaba a formar un nudo en lagarganta. Esta iba a ser la primera vez que contaría lo sucedido en voz alta, yestaba convencida que le costaría revivir los momentos más trágicos de suvida, a pesar de saber que estos podían cambiarse al tener ante ella a Brian, elcual la miraba con una mezcla entre recelo y expectación.

Las imágenes y sensaciones de lo que sucedió aquel día volvieron a sumente, y apretando las manos de Brian para darse fuerza comenzó a relatarlelo sucedido.

—Pero nunca llegamos a celebrarlo, porque tuviste un accidente decoche y jamás llegaste a casa —no pudo evitar sollozar al decirlo y notarcómo sus lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Brian no pudo ver por más tiempo el dolor en los ojos de su esposa y,pasándole una mano por su nuca, la acercó hasta que notó como se sentíaprotegida entre sus brazos.

Quería que todo lo que estaba pasando terminara para volver a ser lafeliz pareja que habían sido desde el principio, ya que detestaba verla sufrir ymenos aún por un simple sueño que solo le estaba ocasionando sufrimiento.

Contemplando como ella trataba de serenarse para seguir hablando uniósus frentes, mientras una mano permanecía aferrándola a la nuca y la otraacariciaba su mejilla para tratar de atrapar sus lágrimas.

—Sé que lo que te voy a contar es difícil de creer, pero tienes queconfiar en mí. Los recuerdos que tengo de esa noche son tan intensos, y mecausan tanto dolor, que es imposible que solo sean un sueño. Además, tengopruebas que demuestran que todo es cierto, pero antes de enseñártelas, megustaría seguir contándote lo que sucedió esa noche en que nunca regresaste acasa.

—Te he dicho que te escucharía y así lo haré, pero por favor, no quieroverte llorar —le pidió al ver la pena que ella arrastraba y que impotente élsolo podía contemplar.

Christine sintió la inmensa necesidad de besarlo al darse cuenta de supreocupación, y sin poder contenerse por más tiempo se acercó más a él,primero para unir sus labios, y después para perderse en ellos. Luego, cuandoambos estuvieron más calmados, Christine volvió a situarse en la noche del

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accidente, justo momentos antes de que la policía llamara a su puerta.

—Lo que voy a contarte no se lo he dicho a nadie. Durante este año hasido mi gran secreto al no saber cómo explicarlo, y sobre todo porque sabíaque no me creerían, pero sé que tú sí podrás hacerlo y además necesitocontártelo.

Durante unos segundos ambos permanecieron en silencio, él por nosaber qué decir, y ella por no encontrar las palabras apropiadas para empezar.

—No sé cómo sucedió, pero te presentí justo antes de que la policía sepresentara en casa para decirme que estabas muerto. Yo te noté…

—Tranquila pequeña —le susurró haciendo que callara, ya que estabatemblando y le costaba pronunciar las palabras.

—Viniste a mí para despedirte, para que dejara de esperarte, pero no hepodido dejar de aguardarte desde entonces. No puedo hacerlo cuando te amocon toda mi alma.

Sin poder soportarlo por más tiempo Christine se lanzó a sus brazossollozando, para tratar de cerrar un dolor que la estaba consumiendo desdehacía demasiado tiempo y que por fin podía sacar de su corazón.

Brian se quedó sin saber qué hacer. Estaba tan confundido y perdido porlo que acababa de escuchar, que solo se le ocurrió abrazarla con todas susfuerzas para que entendiera que estaba a su lado y que nada malo les iba apasar.

Empezaba a creer que ella había tenido una especie de sueñopremonitorio en donde él moriría, y por eso estaba tan alterada al temer queera algo que pronto se iba a hacer real.

—Christine, tienes que calmarte. Entiendo lo que me quieres decir. Séque tú crees que lo que has soñado es real, pero no es cierto. Seguro que hayuna explicación razonable para todo esto, y si nos tranquilizamos, juntospodremos encontrarla.

Al escucharle Christine comprendió que le costaría convencer a Briande que le decía la verdad, y decidida a hacerse entender; pues se estabanjugando demasiado, se dispuso a mostrarle los hechos conforme habíansucedido, con la esperanza de que comprendiera que en el caso de que fuera

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un sueño no podría haber recordado tanto.

El tiempo de ser sutil había acabado, pues era urgente que élcomprendiera el riesgo que corría, por si todo volvía a suceder como laprimera vez. Algo que ella estaba dispuesta a que no ocurriera, aunque paraello pusiera en riesgo su propia vida,

Mirándolo fijamente a los ojos, y haciendo lo posible por no temblar, lecontó cómo murió ese veintidós de febrero sin ocultarle nada, por muydoloroso que les resultara a los dos.

—Brian. Esta noche morirás cuando por culpa de las prisas entres en uncruce sin comprobar si todo está bien, y no veas a un camión que se ha saltadoel semáforo. Este te arrastrará doscientos metros por el asfalto destrozando elcoche, y causándote unos daños irreparables por todo el cuerpo. —por cómoBrian la miraba sabía que estaba siendo demasiado dura, pero debía continuar—. Según el médico forense tus heridas fueron tan graves, que solo aguantastecerca de diez minutos hasta que moriste asfixiado por la sangre que se teempezó a acumular en tus pulmones.

Algo extraño le pasó a Brian al escucharla, al empezar a sentir unaespecie de escalofrío que le dejó helado en segundos y le estremeció todo elcuerpo. No estaba seguro de que había percibido, pues nunca antes habíaexperimentado algo semejante, pero de lo que sí estaba seguro era que fue lasensación más espeluznante que había notado en su vida y que esta iba enaumento.

Empezó a sentir como el aire le faltaba y la vista se le nublaba, eincluso un dolor lacerante se instaló en su pecho atravesándoselo hasta acabaren la espalda. Segundos después, y sin que le hubiera dado tiempo parareponerse, percibió como si algo en su interior gritara y muriera desgarrándolepor dentro, mientras su mente solo podía pensar en volver a ver a Christinepor última vez, antes de que la oscuridad que se aproximaba le alcanzara.

Un miedo aterrador le invadió por completo al verse envuelto en unaoscura agonía, hasta que un espasmo doloroso le sacudió haciéndole sentir elfrío más intenso que nunca antes había experimentado.

—Sé que te cuesta creerme, pero te juro que todo cuanto he dicho escierto —le dijo ella cuando él se mantuvo en silencio y con la mirada perdida,

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al no percatarse Christine de la siniestra sensación que acababa de sufrir, einterpretando su silencio como incredulidad.

Tratando de no mostrar el terror que sentía en ese momento, Brianempezó a hablar como si no hubiera percibido su propia muerte, ya que algodentro de él le decía que eso era precisamente lo que había sentido, aunque noquisiera admitirlo en voz alta.

—Acabas de decirme que has soñado que voy a morir esta noche —indicó sin querer admitir lo que acababa de percibir, pero sin poder impedirque su voz delatara su miedo—. Como podrás imaginar, me cuesta un pococreer en ello.

Christine lamentó ser portadora de estas malas noticias, además decausarle a Brian este dolor, pero había demasiadas cosas en juego y no debíacallarse. Tenía una segunda oportunidad para salvarle y debía ser tajante,aunque notaba que le estaba hiriendo con su confesión.

Pero algo más había acontecido mientras Christine relataba la historia.Al ir contándole a Brian lo sucedido, algo en su cabeza comprendió que teníala oportunidad de hacer algo para cambiar el destino, pues era la únicaexplicación para el milagro de volver atrás en el tiempo.

Con cada palabra veía todo mucho más claro, y cada vez estaba másdecidida a hacerle ver a Brian la verdad de lo que había sucedido. Por ello, ysabiendo que el reloj corría en su contra, siguió relatando su historia.

—Lo que pasó esa noche no fue una ilusión. Para ti pasará esta nochecuando salgas del trabajo, pero para mí pasó hace justo un año.

Pero Brian se negaba a creerla, negándose a comprender cómo ellaseguía aferrándose a la idea de que había regresado del futuro para volver avivir ese día, al resultarle completamente imposible esa posibilidad.

Que hubiera sentido como su cuerpo moría, y que en estos momentosestuviera aterrado no era relevante para él, ya que su razón le indicaba que loque su esposa le decía no podía ser verdad, cerrándose a cualquierposibilidad que no fuera que había sufrido una pesadilla.

—No comprendo lo que me quieres decir —y sin poder aguantar pormás tiempo se levantó de la cama cada vez más confundido y horrorizado.

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Sabía que se estaba dejando llevar por la angustia de Christine, pero acada segundo que pasaba esa sensación de frío intenso se estaba apoderandode él, y estaba empezando a percibir como le volvía a faltar el oxígeno.

—Solo ha sido un sueño y no quiero seguir hablando de este tema tanabsurdo —señaló empezando a notar como se le entumecían las manos.

—Sé que es algo desagradable para ti, pero es importante que te sigacontando qué está sucediendo para que así comprendas el peligro que corres.

Christine no podía dejar de observar a Brian mientras este caminabanervioso de un lado a otro de la habitación, mientras miraba al suelo absortoen sus pensamientos y se pasaba la mano por el cabello. Había dejado la penaa un lado para pasar a estar preocupada por él, pues era evidente que algo leestaba ocurriendo y no quería contárselo.

—¿Brian, te encuentras bien?—Sí. Es solo que quiero acabar con este tema cuanto antes —le dijo

mientras se pasaba de nuevo la mano por la cabeza para tratar detranquilizarse.

Christine se levantó de la cama y se le acercó despacio, pues se diocuenta de que lo estaba pasando cada vez peor y la necesitaba. Lo notaba porcómo se movía y por cómo el cuerpo de su esposo temblaba, y le echó la culpaa la conversación que estaban manteniendo y que sin duda le estaba afectandomucho más de lo que quería admitir.

—Lo sé cariño, yo también quiero dejar atrás todo esto cuanto antes,pero es importante que me escuches.

—¿Aún hay más? —preguntó con cierta ironía para intentar quitarleimportancia a lo que estaba sucediendo. Aun así agradeció que ella se le acercara, pues la necesitaba con desesperación.

—Sí, hay algo más. Pero te va a costar creerlo.Christine le abrazó pasando sus brazos alrededor de su torso, y cobijó

su cabeza en el hombro de Brian mientras este correspondía a su abrazo.—Entonces acabemos con esto cuanto antes —señaló para después

apoyar la cabeza con delicadeza sobre la de Christine, y así empaparse de su

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cercanía, su fuerza y su aroma.

Anhelaba con urgencia sentirla cerca, pero sobre todo deseaba acabarcon todo este tema y así dejar de sentir como la muerte le llamaba y tiraba deél hacia el frío y la oscuridad.

—Cuando tú… te fuiste, me quedé destrozada. Durante meses sololograba salir de casa para estar contigo en el cementerio y así poder estarjunto a ti. No conseguía dormir, apenas comía y me pasaba las horasabrazando tus camisas o cualquier cosa que tuviera tu olor. Fueron los mesesmás amargos de mi vida y nunca creí que sobreviviera a ellos. Pero un día, aldespertarme, me di cuenta de que había pasado un año y volvía a ser nuestroaniversario, solo que esta vez tú no te despertaste a mi lado, ni me besastepara darme los buenos días como lo hiciste esa primera vez —se paró y,apartándose de su abrazo para poder mirarlo a los ojos, le siguió diciendo—:Como lo has vuelto a hacer hoy.

—¿Qué estás tratando de decirme? —quiso saber Brian cada vez másperturbado por lo que le estaba diciendo, al darse cuenta por primera vez de lapena que ella había experimentado; ya fuera en la pesadilla o en la realidad desu viaje por el tiempo.

—Tras tu defunción los días fueron pasando sin que quisiera seguiradelante con mi vida. El dolor era demasiado grande para soportarlo y porello me negaba a admitir que nunca más volverías. Pero los días fueronconvirtiéndose en meses y con ello llegó el primer año tras tu muerte, y justoese día, algo pasó cuando fui a verte al cementerio. No sé muy bien cómo hasucedido o el porqué, pero ha conseguido traerme de vuelta a este veintidós defebrero y a ti.

La cara de incredulidad de Brian no mermó las ganas que Christine teníade convencerle. Sabía que era una tarea casi imposible de realizar, pero ahoramás que nunca sentía que estaba por buen camino pues todo estaba empezandoa cobrar sentido para ella.

Tenía una misión que realizar, y nada ni nadie le impediría que lacumpliera, por lo que siguió diciéndole decidida:

—He retrocedido un año en el tiempo para salvarte la vida.

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CAPÍTULO 8 Brian no estaba seguro de haber comprendido lo que acababa de decirle

su esposa, al resultarle imposible creer en los viajes en el tiempo. Se sentíademasiado alterado como para asimilar lo que estaba sucediendo, y enespecial para entender qué tenía que ver esa sensación de terror, oscuridad yasfixia que acababa de experimentar hacía escasos minutos con todo ello.

En su cabeza no paraba de darle vueltas a la misma idea una y otra vez,pues si ya le resultaba ilógico que ella hubiera tenido un sueño premonitorio,mucho más absurdo era creer que había retrocedido un año para salvarlo de sumuerte. Todo esto se estaba convirtiendo en una auténtica locura de la quequería escapar cuanto antes, aunque no tenía ni idea de cómo conseguirlo.

—Christine, espero que entiendas que sea escéptico con esto.—Sé que suena a una especie de desvarío, pero tú me conoces bien y

sabes que yo nunca diría algo así si de verdad no lo creyera.Tratando de buscar una respuesta a tanto absurdo, Brian se separó un

poco de Christine al necesitar espacio para aclararse. Era cierto que ellasiempre había sido una mujer racional y muy poco dada a lo espiritual, puesdesde que la había conocido hasta ahora nunca le había dado muestras de quecreyera en temas relacionados con el más allá, y por eso le costaba tantoasimilar que fuera ella quien le hablara de estos temas.

También era cierto que él nunca había creído en lo paranormal, y poreso no conseguía entender cómo en unas horas ella podía haber cambiadotanto. Descubrir la causa de esta transformación tan repentina le asustaba, puestuvo que ser algo muy grave para que en tan solo una noche la mentalidad deChristine se transformara y ahora dijera algo tan disparatado.

Que él hubiera muerto, y que ella hubiera regresado del futuro era algodifícil de encajar, por mucho que confiara en su esposa y en su raciocinio, porlo que una gran parte de él se negaba a aceptarlo.

—Lo sé, conozco muy bien tu forma de pensar, y por eso me cuesta

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entender qué ha debido suceder para que me pidas algo así.

—Lo que sucedió es que descubrí como era la vida sin ti y no pudesoportarlo. Brian, admito que te estoy pidiendo un imposible, pero tengo unaprueba que demuestra que tengo razón —confesó mirándolo fijamente a losojos para que no viera duda o recelo en ellos.

Nada más escucharla la cara de Brian cambió, pues asumir que todopodía ser cierto era algo para lo que aún no estaba preparado.

—¿Una prueba que se pueda tocar y comprobar?—Sí —le indicó sin pensarlo, pues era cierto.—Entonces tendría que creerte —aunque el tono receloso de Brian

indicaba lo contrario.Sabiendo que solo tendría una oportunidad para convencer a su marido,

y que debía hacerlo por el bien de ambos, Christine se preparó para encarar laverdad con todas las consecuencias.

—Brian, todo esto es tan difícil para mí como lo está siendo para ti. Yono soy tu enemiga ni quiero gastarte una broma, pues solo deseo entender quéestá pasando y si tengo razón y las cosas van a suceder como te he contado,entonces debemos aprovechar la oportunidad de cambiar el futuro y salvarte.—Y tras abrirle su corazón para intentar convencerlo, Christine empezó allorar de nuevo—. ¿No crees que si hay una posibilidad de que esto sea cierto,no merece la pena intentarlo? ¿Te arriesgarías a perder tu vida por no confiaren mí, y por no darme la oportunidad de demostrarte que es cierto?

Brian se quedó contemplando a su mujer sintiéndose perdido, pues cadalágrima suya le partía el corazón y le hacía sentirse culpable. Con solo mirarlaera evidente que creía que él había muerto ese día y que podía salvarlo, comotambién estaba convencida de que había retrocedido un año en el tiempo conel fin de salvarle o por lo menos intentarlo.

No lograba comprender cómo había llegado a esa conclusión, pero siescuchándola conseguía que ella volviera a sonreír, entonces creería encualquier cosa que le dijera. Al fin y al cabo estaba haciendo esto por él, y lomenos que podía hacer era concederle unos minutos y tomárselo en serio.

—Perdóname pequeña. No quise hacerte llorar —le dijo mientras se

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volvía a acercar a ella para acobijar su rostro entre sus manos—. Sabes quepor ti haría cualquier cosa y que confío en ti como nunca antes lo he hecho connadie.

Se sintió tan miserable por ser la causa de su dolor, que se olvidó detodo lo que no fuera consolarla y darle lo que ella le pedía, aunque noestuviera seguro que fuera algo bueno seguir adelante con esta ilusión, peropor ella valía la pena intentarlo.

—Solo dime qué quieres que haga y te prometo que lo haré —lesusurró, volcando en cada palabra todo su amor.

—Pero supones que no es verdad lo que te he dicho. Lo único quequieres es darme la razón para que me tranquilice, pero es cierto Brian, yespero por el bien de los dos que acabes creyéndome.

Notó por su voz quebrada, y la necesidad que emanaba de ella, que leestaba pidiendo algo que consideraba muy importante y que si él se negaba aescucharla le haría mucho daño. Le estaba rogando que tuviera fe en lo que ledecía, y por consiguiente, que también tuviera fe en ella.

—Te prometo que haré lo posible por considerarlo y que mantendré mimente abierta, pero también te pido que entiendas que necesitaré tiempopara… asimilarlo —le indicó Brian tras meditarlo unos segundos.

Christine suspiró sabiendo que había ganado una batalla, pero temiendoque la victoria final sería mucho más difícil de conseguir. Conocía muy bien aBrian, y aunque sabía que él sería capaz de hacer cualquier cosa por ella,también estaba al corriente de su recelo a admitir que ese día se tendría queenfrentar a su muerte.

—Si no puedes aceptar que todo esto es verdad, entonces solo confía enmí.

—Eso sí te lo puedo prometer.Christine le sonrió regalándole una sonrisa cargada de esperanza, y

agradeció al cielo haber puesto en su camino a un hombre tan maravilloso ycomprensivo como él. Tener a alguien que la amara de una manera tan sinceray plena le llenaba el corazón de felicidad, y le daba la seguridad quenecesitaba para seguir adelante y conseguir encontrar la manera de salvarle.

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—Ven Brian, será mejor que nos sentemos. Para lo que tengo quecontarte necesito mirarte a la cara —le indicó mientras le cogía de la mano ylo conducía hacia la cama.

Una vez en ella ambos se sentaron y durante unos segundos un densosilencio se apoderó de la habitación.

Christine sabía que el momento había llegado. Tenía a su alcance eldeseo que tanto había pedido para poner punto final a tanto lamento, aunquepara ello tuviera que dejar al descubierto su corazón, pero sería un precio muypequeño a pagar con tal de salvarle.

Escogiendo muy bien por dónde empezar su historia, y seleccionandolas palabras apropiadas, empezó a decir:

—Si quiero que comprendas cómo ha sucedido todo esto, y que es loque me ha llevado a creer que vengo del futuro con una misión, entonces serámejor que te cuente qué pasó el día del aniversario de tu muerte.

—Es decir, lo que viviste ahora hace un año, justo antes de retrocederen el tiempo —afirmó Brian más que preguntar.

—Así es.Tras suspirar y aferrarse con más fuerza a la mano de Brian siguió con

su relato.—Como cada día iba a visitarte al cementerio, pero esa vez llegué algo

más tarde que de costumbre al haber salido con retraso de casa.A Brian le costaba mirarla al ver el sufrimiento en sus ojos, ya que le

hacía sentirse inútil por no saber cómo consolarla.—Caminaba por el sendero que conducía hasta tu tumba, mientras

hablaba contigo y recordaba cómo nos habíamos conocido. Me gustabahacerlo cuando iba a verte porque me ayudaba a sentirte más cerca, y ahacerme olvidar el dolor que solía oprimirme el pecho cuando me daba cuentade que nunca más volvería a verte.

Brian comprendió perfectamente a qué se refería, pues él también solíarecordar a menudo esos primeros días en que se conocieron, y cómo lanecesidad de estar con ella había crecido tanto que en solo cinco meses

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decidieron casarse.

Algo increíble al tratarse de Christine, al ser una mujer tanindependiente y tan poco acostumbrada a las relaciones largas y serias, quelanzarse sin miedos ni recelos a un compromiso formal le había demostrado aBrian que sus sentimientos debían ser muy profundos; justo como los que élsentía por ella.

Recordando esos días felices experimentó un anhelo urgente por notarlacerca, y sin poder resistirse la cogió entre sus brazos para colocarla sobre suregazo.

—¿Hablabas conmigo? —le susurró a su oído mientras la abrazaba parapegarla a él.

—Sí —le contestó también en un murmullo, al sentirse abrumada alencontrarse entre sus brazos.

—¿Y te contestaba?—Siempre —le dijo mientras buscaba sus ojos y se perdía en su mirada

—. Me decías que me querías y que estarías hasta la eternidad conmigo.—Entonces es verdad que te hablaba, porque si pudiera comunicarme

desde la otra vida te diría exactamente esas palabras.Advirtiendo como su ser clamaba por tenerla cerca la besó,

demostrándole con sus labios todo lo que su cuerpo sentía por ella. Pasión,entrega, ternura, amor, fe y necesidad, eran solo una pequeña muestra de lo queencerraba en su interior en ese momento.

La acarició, la abrazó y se perdió en su sabor olvidándose por unosinstantes de todo lo que no fueran ellos, pues solo Christine conseguía hacerque su corazón latiera con tanta fuerza a causa de su amor, que todo lo demásdejaba de tener importancia.

Cuando ambos volvieron a mirarse, esta vez con sus respiracionesagitadas, algo en sus ojos les indicó que ese beso había despertado en ellos unanhelo por descubrir la verdad, antes de que el destino pudiera arrebatarles lafelicidad que estaban sintiendo.

Dándose cuenta de que no podía posponer por más tiempo su relato,

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Christine siguió con su historia antes de que su voluntad se quebrara de nuevoy terminara perdida entre sus brazos.

—Brian, ese día en el cementerio sucedió algo extraño, y desdeentonces nada es lo que parece —le contó, pues necesitaba abrirle el corazóny escuchar de sus labios como le decía que todo iba a salir bien.

—Aquí me tienes pequeña, cuéntame lo que sucedió y seguro que juntosencontramos una explicación —le indicó Brian todavía convencido de quehabía sido una pesadilla, en donde él había muerto y ella le visitaba en elcementerio.

—Ese día, frente a tu lápida, se presentó una mujer joven que empezó ahablar conmigo. Era la primera vez que la veía, aunque algo en ella meresultaba familiar, y quizá por eso me sentí cómoda a su lado. El caso es queempecé a contarle cosas sobre ti, y como solía sucederme cada vez que terecordaba, acabé llorando. —Brian aprovechó la pausa que hizo para besarlaen la mejilla y así animarla a que continuara—. Fue entonces cuando meentregó un pañuelo, y recuerdo que tras secarme las lágrimas, lo sostuve entremis manos mientras conversábamos.

—No hay nada extraño en ello —le indicó Brian.—No, lo insólito no fue que me diera el pañuelo, sino que me

preguntara antes de desaparecer si creía que algo o alguien podía hacerrealidad los deseos. Yo le dije que no creía en los milagros, pero si lo hicieratendría muy claro que era lo que pediría.

—Espera, ¿desapareció? ¿Así sin más? —le preguntó escéptico, aunqueuna parte de él se alegró al escucharlo, al poder ser una muestra de que habíasido un sueño ya que algo así no sucedería en la vida real.

—Bueno, no exactamente.—¿Y pedirle a quién? —continuó preguntándole sin darle tiempo a

responder, ahora más animado al tener algo que le podía dar la razón.Christine sonrió sintiendo unas ganas enormes de abrazarle, pues así era

su Brian. Impulsivo, curioso y escéptico como nadie, pero sobre todo capaz desacarte de quicio por cualquier motivo, o de entregarse en cuerpo y alma porla cosa más insignificante.

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Un hombre capaz de hacerte sentir la mujer más feliz del universo, o dehacerte exasperar hasta desear cerrarle la puerta en las narices.

—Si me dejas terminar de contarte la historia, entonces podrás enterartede todo —le dijo seria, aunque la ternura que estaba sintiendo por él en esosmomentos se lo estaba poniendo difícil.

—Está bien, me callo —le dijo con una sonrisa cargada de amor.—Como te iba diciendo, esa mujer me entregó el pañuelo para que

secara mis lágrimas y continuamos hablando. Fue entonces cuando salió eltema de qué deseo pediría si fuera posible que algo o alguien los concediera.—Christine aprovechó ese momento para comprobar cómo se lo estabatomando, pero Brian solo le indicó con un gesto de la cabeza que continuara—. Yo le aseguré que no creía en milagros, pero que tenía claro que era lo quemás anhelaba en el mundo.

Y ahora, sabiendo que venía la parte más importante, lo miródirectamente a los ojos mientras le pasaba la mano por su mejilla.

—Le dije que deseaba retroceder en el tiempo para volver al día de hoyy salvarte la vida.

Brian suspiró y sin apartar su mirada le contestó:—Christine, eso no prueba nada. Pudo ser perfectamente un sueño que te

ha parecido muy real. Además, lo que me acabas de contar no demuestra queviajaras en el tiempo o que yo vaya a morir esta noche.

—Lo sé. Esa no es la prueba. Solo es un punto a tener en cuenta, ya quepienso que esa conversación en el cementerio tiene algo que ver con miregreso a este año. No puedo apartar de mi cabeza de que debe de ser más queuna simple coincidencia que le dijera que deseaba regresar a este día parasalvarte, y esa mujer me comentara que para conseguirlo solo debía tener fe.

—Pero tú no crees en esas cosas —insistió él.—Hasta esta mañana no creía en ángeles, espíritus, milagros, el cielo o

Dios, pero ella me aseguró que no hacía falta que creyera en ellos, sino quesolo importaba que ellos creyeran en mí. Además, esa mujer me hizo notarcomo si una herida en mi interior dejara de sangrar y empezara a curarse.Consiguió hacerme sentir bien por primera vez desde tu muerte y me dio

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esperanzas.

—Christine cariño, no quiero que pienses que no creo en ti, pero estoque dices no prueba nada.

—Ella desapareció, Brian. Nada más hablar sobre pedir el deseo ycontarme lo de tener fe, se despidió y desapareció. Te juro que en cuestión desegundos ella empezó a caminar y por más que la busqué no logré encontrarla.

—Nena yo…—Pero hay algo más —le dijo levantándose de su regazo—. Ese

pañuelo que me entregó, según tú en un sueño, no se lo pude devolver al noencontrarla.

Despacio se fue acercando a su mesita de noche sin dejar de mirar eltrozo de tela que se encontraba en ella, y que constituía la prueba de que no seestaba inventando nada.

Sintiendo cómo le temblaban las piernas y le sudaba las manos,Christine cogió el pañuelo entre sus manos, sabiendo de la importancia detenerlo en su poder. Luego, reconociendo que el momento de la verdad habíallegado, regresó junto a Brian y colocándose frente a él le dijo:

—Brian, si esta historia es producto de mi imaginación y no es real, sies solo una pesadilla debido a algo que he visto o sentido, entonces tú nohabrías fallecido, no habría pasado un año desde tu muerte, yo no habría ido alcementerio y esa mujer no me habría dado este pañuelo.

Nada más decirlo Christine extendió su mano, la abrió, y ante Brianapareció la prueba de que todo lo que le había contado era cierto.

—Esa mujer que me lo entregó se llama Geline, como indican las letrasbordadas del pañuelo.

Sin poder creérselo Brian se quedó mirando la mano que Christinemantenía extendida ante él, para después despacio, coger la prenda entre susdedos con delicadeza, e inspeccionarla minuciosamente como si se tratara deun misterio.

—Hay mil explicaciones para esto —consiguió pronunciar segundosdespués a pesar de tener la garganta reseca y sentir un ligero temblor por todo

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el cuerpo, así como notar cómo su seguridad se hundía en la duda.

—Sí. Y yo sé cuál es la verdadera porque he estado ahí —le asegurócada vez más convencida, y señalando el pañuelo continuó—: Esto prueba quelo que te he dicho es cierto y que he venido para salvarte.

—Christine yo… —no supo qué más decir, pues aunque ese pañuelopodría ser una evidencia, también podría tener muchas otras explicaciones,aunque en este momento no se le ocurriera ninguna al estar abrumado por eltemor que acababa de apoderarse de su mente y de su cuerpo.

Christine veía las dudas en la cara de Brian, y sabiendo lo mucho que sejugaba se agachó frente a él, le agarró las manos con fuerza; las cuales aúnsostenían el pañuelo, y le dijo con tono seguro pero a la vez suplicante:

—Necesito que me creas. Si no lo haces volveré a perderte y nosobreviviré esta vez, no cuando ya sé el dolor que me espera y sé que nadapodrá calmarlo. Por favor Brian, ¡confía en mí!

Brian se quedó mirando el pañuelo que aferraban entre sus manos ysintió algo en su interior que le asustó. Había una parte de él que creía en loque Christine le estaba contando, y en la extraña sensación de asfixia quehabía experimentado hacía pocos minutos. Pero no podía creer en ello sin más,ya que pensar que le quedaba unas horas de vida le hacía sentir verdaderoterror.

De pronto anheló con urgencia estar cerca de Christine, de acariciarla ybesarla como si no hubiera un mañana, de sentirla cerca, de poseerla y deestar tan adentro de ella, que nada ni nadie pudiera alcanzarlo.

El miedo se fundió con el deseo y la necesidad se unió al desamparo. Sesintió tan perdido e indefenso en ese instante, que estuvo seguro que solo sumujer lograría salvarlo de esa agonía en la que se estaba sumergiendo, y quesolo sabría detener protegido en los brazos de la mujer que amaba.

—Christine por favor, no me preguntes ahora qué es lo que pienso detodo esto, porque no podría darte una respuesta. La verdad es que estoy algoasustado y no sabría qué decirte.

Christine comprobó al mirar su rostro que le estaba diciendo la verdad.Sabía que le estaba costando aceptar su historia como cierta, al ser tan

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inverosímil, pero ella percibía que no podía rendirse. Debía mantenerse fuertepor él, ya que eso lo salvaría y además con ello protegería su futuro.

—Lo entiendo Brian, a mí también me está costando asimilar lo que nosestá pasando, pero hay demasiado en juego para dejarlo pasar sin más.

—Pequeña, solo sé que te amo con locura y que no deseo hacerte daño,pero me estás pidiendo que crea en cosas imposibles —le dijo con la vozcargada de emoción, pues la ternura en los ojos de ella le estaba llegandohasta lo más profundo de su alma.

—Lo sé, yo también te quiero y no quiero que te pase nada malo. Poreso, si hay una sola posibilidad de que sea cierto tenemos que tomárnoslo enserio y hacer algo al respecto.

—No voy a morir esta noche, ya lo verás.Y lo estaba diciendo en serio, pues por nada del mundo iba a permitir

que los separaran o que su esposa sufriera, aunque para ello tuviera quedesafiar al mismísimo cielo.

—Necesito que me lo prometas —le pidió deseosa de que él encontrarauna solución para todo esto.

—No solo te lo prometo mi vida, también te garantizo que haré cuantoesté mi mano para impedir que sufras.

Deseando de forma desesperada estar dentro de ella se levantó, la cogióen brazos y se dirigió hasta la cama, donde la besó con pasión antes dedepositarla sobre ella con cuidado.

—Pienso hacerte el amor hasta que no tengas ninguna duda de que voy apermanecer a tu lado, por mucho que las estrellas se empeñen endistanciarnos. Te amo mi cielo, y no permitiré que nada ni nadie nos separe. Telo juro.

Y sin más se tumbó sobre ella dispuesto a demostrarle que estabahablando en serio, y que desde ese mismo instante, dejaba de tenerimportancia si todo lo ocurrido había sido producto de un sueño, de unmilagro o del destino.

Ahora solo contaba que ambos estaban juntos y se amaban con un amor

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tan fuerte que nada podría separarles. Pero sobre todo, Brian estaba seguro deque pasara lo que pasase, siempre lucharían unidos para salvar ese amor quese sentían.

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CAPÍTULO 9

Tumbados en la cama piel con piel y corazón con corazón, se dejaron

llevar por la necesidad de sentirse parte del otro. Ninguno de los dos estabaseguro de cuál era el motivo exacto, pero algo en su interior les indicaba queestaban a punto de vivir una experiencia que los cambiaría para siempre.

Sintiendo la urgencia de evadirse de las dudas y el temor, se dejaronllevar por las caricias, consiguiendo en segundos que la sangre de amboshirviera de deseo.

Nada importaba ya, a parte de la pasión que provocaba el roce de suslabios y el calor que emanaba de sus manos cuando se tocaban. Esta era suoportunidad para decirse lo mucho que se amaban, no solo con palabras, ypara dejar atrás tantas lágrimas derramadas.

Había llegado el momento de dejarse llevar por el anhelo que sentía porsu mujer, para así perderse dentro de su cuerpo, hasta alcanzar el oasis de pazque tanto buscaba y nadie más que ella podía entregarle.

Solo Christine tenía el poder de calmarlo, reconfortarlo y salvarlo de unocéano de dudas y temores, pues solo ella había logrado conocerlo de unaforma tan intensa que hasta sus almas se reconocerían aunque hubieran pasadomil años sin verse.

Desde que la conoció se había convertido en su fortaleza, su coraje, supasión y su felicidad, y estaba seguro que entre sus brazos conseguiríaencontrar la verdad que ahora tanto les angustiaba, pero que juntos sabríancómo enfrentarse a ella.

Anhelando sus besos se adentró en su boca, y la degustó deseoso detransformarla en un volcán con el roce de su lengua.

—Te amo Christine, y te necesito —le susurró mientras esta movía suscaderas al ritmo de sus embestidas, consiguiendo que Brian enloqueciera al iraumentando su placer, hasta profundizar tanto en ella que por un momento nosupo dónde terminaba él y empezaba ella.

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Solo entonces se dejó llevar por la pasión desatada de su locura,desencadenando el caos de su deseo cuando escuchó a Christine gritar sunombre tras un gemido.

Fue su momento de adentrarse en el paraíso de la carne, y sin podercontrolarse por más tiempo, derramó su resistencia en el interior de la mujer ala que amaba por encima de cualquier cosa.

Y así, perdido en su propio edén, disfrutando de encontrarse entre susbrazos y con su cuerpo cubriendo el de ella, Brian descubrió por fin la paz quetanto anhelaba después de una mañana tan intensa

Despacio, como resistiéndose a dejarse vencer por el sueño, la fueacariciando mientras disfrutaba de tenerla acurrucada a su lado. Luego,decidido a hacer de esos minutos los más tiernos hasta la fecha, le dedicó susmás apasionados besos hasta que agotada, a Christine se le empezaron a cerrarlos ojos quedándose dormida con una sonrisa complacida.

Sabiendo que esta podía ser la última vez que la contemplaba entre susbrazos, se la quedó mirando, pidiendo al destino que no fuera tan cruel comopara separarles.

Y sin saber cómo una bruma de ensoñación se apoderó de él, dejándoloen pocos minutos yaciendo junto al cuerpo de su esposa.

«Iba a llegar tarde».Con ese pensamiento se adentró con su coche en el tráfico, donde

centenares de conductores se afanaban por restarle un segundo al tiempo quetardarían en llegar a sus hogares.

Brian había tenido un día muy duro entre reuniones y ajustar algunosplanos, además de perder un tiempo muy valioso al salir a comprar el regalode aniversario para Christine.

Había cometido el error de esperar hasta el último día para acercarse a

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la joyería, pensando que con una hora lograría tenerlo todo arreglado. Perocon lo que no contó fue con que tardaría un buen rato hasta dar con la joya queandaba buscando, ya que quería algo especial para esa celebración.

No fue hasta que vio un precioso reloj de oro cuando supo que habíaencontrado el regalo perfecto, pues le pareció una manera muy elocuente dedecirle que a su lado cada segundo era puro oro.

Pero su caótico día no había terminado ahí. Para su sorpresa cuandollegó a su despacho unos clientes le estaban esperando, sin importarles quefaltara poco para la hora del cierre.

Ese fue el motivo de que saliera más tarde de lo normal de su trabajo,olvidándose incluso de que él o su secretaria avisaran por teléfono a Christinede su retraso, consiguiendo que sus nervios llevaran un rato crispados a causade las prisas.

Estaba visto que hoy su Karma iba en contra de él, pues desde que sehabía despedido de ella esta mañana dándole un beso, nada le estaba saliendocomo debía ser.

Exasperado, en esos momentos estaba saliendo por fin del centro deChicago para dirigirse a su urbanización, suspirando al haber dejado atrás laparte más concurrida de toda la ciudad.

Aun así, para su sorpresa se encontró con más tráfico de lo normal; apesar de no ser hora punta, temiendo que a ese ritmo les quedaría muy pocomargen para llegar al restaurante que habían elegido para cenar, por lo que suimpaciencia iba en aumento.

Pensando que por nada del mundo le estropearía a su mujer esta velada,y sabiendo que con una simple llamada podía solucionarlo, se decidió a avisaral restaurante de que llegarían tarde. Luego, con un simple mensaje lecomunicaría a Christine que no se preocupara y que estuviera preparada paracuando él llegara.

Decidido, y aprovechando que su semáforo se había puesto en rojo, seinclinó para coger el móvil de su cartera y marcó el número. Se sintió algomás tranquilo al haber encontrado una salida a su problema, y se centró en lallamada y en raspar unos segundos a ese tiempo que hoy se le escapaba deentre las manos.

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—Restaurante Sottoul, ¿en qué puedo ayudarle?Nada más escuchar la voz al otro lado del móvil suspiró pues por fin las

cosas volvían a funcionar con normalidad. El semáforo cambió a verde yBrian puso el coche en marcha sin importarle estar al teléfono.

—Tengo una reserva para dentro de media hora a nombre de BrianMarlow, y me gustaría posponerla treinta minutos.

La carretera se iba despejando y el tráfico comenzaba a estar másfluido, haciéndole pensar que definitivamente su suerte había cambiado.Queriendo aprovechar su buena estrella aceleró decidido mientras suspirabaalgo más calmado, sin dejar de estar pendiente de la conversación quemantenía por teléfono.

—No hay problema señor Marlow, le retraso su reserva y le esperamospara dentro de una hora.

Conduciendo algo más rápido de la velocidad permitida para así rasparal tiempo unos pocos segundos, vio cómo el semáforo que estaba frente a él; apocos metros de distancia, se ponía en ámbar para en breve cambiar a rojo, yaceleró el coche para tratar de cruzarlo mientras continuaba hablando por elmóvil.

—Perfecto, gracias —respondió satisfecho, pues su cena estaba salvaday concluyó la llamada.

Ahora solo le quedaba avisar a Christine y todo estaría solucionado.Pensó en el mismo momento en que veía por su lateral izquierdo cómo elcoche que estaba a su lado daba un frenazo.

Todo sucedió tan rápido, que Brian no entendió qué pasaba hasta que laluz cegadora de unos enormes faros le hizo girar la cabeza. Ante él vio comoalgo grande se le echaba encima, dándose cuenta de que ya era demasiadotarde para esquivarlo; o como debió haber hecho en su momento para frenar atiempo.

Lo siguiente que pasó fue que escuchó un fuerte ruido, seguido de unimpacto tan rotundo que sacudió su vehículo, para después notar como este eraarrastrado mientras los cristales saltaban frente a él y la chapa se arrugabaaprisionándolo. Un fuerte dolor se extendió por el cuerpo mientras se sentía

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como un muñeco de trapo, incapaz de hacer algo que no fuera sacudirse ygolpearse.

En esos últimos instantes de coherencia apretó el móvil que aún sosteníaen su mano, y pensó que nunca más hablaría con su esposa, ni compartirían esacena con la que celebrarían su tercer y al parecer último aniversario.

Había creído que su karma había cambiado trayéndole la suerte, sinimaginar que el destino no le permitiría regresar junto a su mujer, al perder lavida por raspar unos segundos que ahora se le escapaban de las manos sinpoder remediarlo.

—Christine —fueron sus últimas palabras antes de que su cuerpo dejarade obedecerle.

Contorsionado entre cristales rotos y metal aplastado, Brian sintió comotodo su cuerpo le dolía como si fuera una sola herida lacerante, notando comola sangre le caía por la cabeza, y como se iba empapando de un líquidopegajoso que se le escapaba por los múltiples cortes y heridas.

Resistiendo el deseo de moverse, pues le resultaba además de dolorosoimposible, pasó a estarse quieto al notar como si un millar de agujas lepincharan por todo el cuerpo y un frío aterrador le envolviera.

Después de eso percibió como poco a poco cada parte de su cuerpo seiba adormilando y apagando, hasta que empezó a costarle respirar y a sentirque se ahogaba al faltarle aire en los pulmones, mientras escupía por la bocabocanadas de sangre que le impedían volver a coger oxígeno con regularidad.

Llegado a este punto supo que estaba perdido, y se centró en tratar derespirar sin prestar atención a los gritos de los transeúntes que ahoraescuchaba lejanos, al saber que había llegado a un punto donde toda ayudaresultaría imposible.

Fue entonces cuando apartó de su mente cualquier cosa que no fueraChristine, y en lo mucho que le hubiera gustado envejecer a su lado, perosobre todo en cómo había perdido la oportunidad de pasar más años con ella.

Ya no tendrían hijos ni nietos, ni volverían a pasear por el parque nicomer palomitas mientras veían una película. Nunca más volvería a hacer conella esas cosas triviales a las que no le había prestado importancia, pero que

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conseguían alegrar sus vidas haciéndolas únicas.

Ahora solo le quedaba un tiempo limitado para estar en este mundo, y suúnico deseo era volver a verla y pedirle perdón por haber perdido laoportunidad de estar con ella.

Advirtió como el dolor se apagaba y que sus ojos solo distinguíansombras y luces sin forma, al mismo tiempo que el latido de su corazón seralentizaba. «Christine perdóname» pensó al saber que su cuerpo se rendía yno le daría tiempo para volver a verla.

Las sombras se encogieron y la luz blanca se volvió más intensa. Suspupilas se dilataron y su corazón intentó desesperado seguir latiendo, mientrasla sangre envolvía sus pulmones impidiendo que respirara.

«Te amo y te amaré siempre» fue su último pensamiento coherente antesde que la luz cegadora de sus ojos se apagara y su pulso callera en picado.

Y así, mientras se sentía caer en un abismo de paz y oscuridad, deseócon todas sus fuerzas poder volver a ver a Christine para llevarse al cielo elrecuerdo permanente de su sonrisa.

Un segundo después, o tras toda una eternidad, Brian despertó a laconsciencia y vio como una luz se extendía ante él. Se dio cuenta de que ya noestaba aprisionado en el coche y que su cuerpo no presentaba ninguna herida,al encontrarse de pie en medio de ninguna parte y completamente solo.

La sangre ya no se le escapaba por la boca llenándola de un sabormetálico, sino que sentía el sabor de algo fresco y agradable que no lograbadistinguir. No había dolor, ruidos o angustia, tan solo el deseo de caminarhacia la claridad que cada vez era más brillante y se abría solo para él.

Dentro de él sabía que le estaban esperando y que cruzando ese puenteencontraría la paz que tanto anhelaba, pero durante una fracción de segundo unpensamiento se coló en su mente, creciendo hasta convertirse en unanecesidad.

«Christine». De pronto la luz ya no le pareció tan brillante, ni percibióla urgencia de cruzarla para juntarse con los suyos. La imagen de una hermosamujer sonriéndole y mirándole con amor le inundó, y no deseó otra cosa másque reunirse a su lado sin importarle nada más.

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No necesitaba encontrar el paraíso si ella no estaba en él, porque sabíaque estando sin ella nunca lograría encontrar la serenidad de la que gozan loseternos.

«Christine». Volvió a repetir su mente y su corazón la reconoció en eseinstante. Él amaba a esa mujer, habría dado su vida por ella, y ahora estabadispuesto a entregarle la inmortalidad de su alma.

Sintió la urgencia de tocarla, aunque sabía que eso sería imposible, peroestaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de volver a sentirla.

De pronto le vino una idea. Sabía que ella también lo amaba y el dolorde su pérdida le sería desolador. Quizá incluso se culpara por su muerteresultándole imposible comenzar de nuevo con su vida, por lo que no podíamarcharse sin más sabiendo que le causaría un gran sufrimiento.

No podía irse sin antes intentar consolarla, y sobre todo, sin decirle quela estaría cuidando en lo que a ella le quedara de vida.

Y por primera vez desde hacía años rezó con toda su alma, para que lepermitieran regresar por una sola vez y decirle que no llorara por él, puessiempre estarían juntos hasta que sus destinos se volvieran a juntar al otrolado.

La necesidad de su deseo por estar con ella fue tan intensa, que notócómo el cielo comenzaba a temblar bajo sus pies y la luz que tenía ante él sevolvía cegadora.

«Solo dame unos segundos para decirle que la amo y poder tocarla. Nodejes que pierda su corazón por mi culpa». Fue la súplica de un hombredesesperado que se negaba a rendirse, al sentir que aún le quedaba algo porhacer en este mundo.

De pronto percibió como se iba consumiendo y dejaba de tener esencia.«¡No! ¡Por favor, un segundo! ¡Déjame decirle que la amo!» y aunque

sus ojos no pudieron llorar al saber que nunca más la volvería a ver, su almasí lloró por su ausencia.

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Un segundo.Solo pidió un segundo de entre toda la eternidad, pero, ¿cómo se puede

medir el tiempo en un lugar donde no existe el principio y el fin?Sin saber cómo lo había conseguido Brian notó como despacio su

esencia comenzaba a materializarse en su hogar, dejando atrás ese otro sitiolleno de luz y esperanza, pero que él no sentía como algo suyo. Sin embargo,al percibir que se encontraba en el salón de su casa; justo detrás de Christine,la cual estaba mirando por la ventana sin percatarse de su presencia, notó unafelicidad tan plena que por un instante se olvidó de lo que había sucedido y deporqué estaba ahí.

Anhelando hablar con ella y decirle todo lo que le había pasado esperóa moldearse con su nueva forma, ya que ahora no mostraba su carne al estarconstituido solo por su alma.

Fue en ese momento cuando supo que el cielo lo había escuchado,concediéndole ese segundo que tanto había deseado.

Decidió aprovechar la oportunidad que le ofrecían para calmar el dolorde Christine, al decirle que su amor siempre la acompañaría, aunque nocreyera en la otra vida ni en nada que tuviera que ver con lo paranormal, puesél tampoco había creído en ello cuando estaba vivo, y sin embargo ahora notenía ninguna duda de que todo era real.

Una vez con su forma definida, y sintiéndose como si estuviera cargadode energía, miró a su alrededor y percibió que todo estaba estático; como siestuviera en un museo de cera y él fuera un visitante. Se acercó a Christinedespacio para notar si le percibía, pero solo pudo ver preocupación en surostro mientras miraba hacia la calle como si estuviera buscando a alguien.

Brian se imaginó que estaba esperándole y por eso se la veía tan preocupada, notando además como del cuerpo de ella emanaba inquietud ymiedo. Se dio cuenta entonces de que Christine estaba como suspendida en esesegundo mientras contemplaba la calle, ya que no percibió ningún movimientoni respiración en ella, ni en los objetos que los rodeaban; como el viejo relojde cuco que no marcaba los segundos.

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Comprendió entonces de que el tiempo se había detenido para ella,aunque para él seguía en movimiento. Pensó que él debía de estar en otradimensión y por eso no coincidían, aunque en realidad no entendía nada de loque estaba pasando.

—Christine —la llamó, pero al darse cuenta de que no le escuchabacomprendió que no había usado su voz para hablar.

Se le acercó emocionado hasta estar a escasos centímetros tras ella paraasí poder sentirla, y poder percibir por última vez el olor de su cabello y de supiel, así como esa conexión que notaba cada vez más fuerte conforme se leacercaba.

En lo más profundo de su corazón sabía que había llegado el momentode decirle adiós, y por mucho que le doliera la despedida no podíadesaprovechar la oportunidad que se le estaba ofreciendo.

Por ello, con toda la dulzura que emanaba de su alma le dijo:—Te amo, no lo olvides nunca —suspiró y percibió la esencia de su

aroma—. Yo seguiré a tu lado aunque no puedas verme, pues tú serás desdeahora mi paraíso y permaneceré en él hasta que te reúnas conmigo.

Sintiendo el amor de su interior en estado puro, canalizó su deseo detocarla, y con la suavidad de una pluma, le pasó la mano por su cabeza hastabajarla por su espalda, sabiendo que esta sería la última vez que podríasentirla.

—Mi princesa, lamento dejarte sola en esta vida, pero te prometo queno me alejaré de ti —y con cada fibra de su ser temblando de pena le confesó—: Aunque tú no me notes, cuidaré siempre de ti.

Algo de sus anhelos tuvo que traspasar el velo que los separaba, puesadvirtió como Christine se estremecía y se le rizaba el vello. Percibió que ellale presentía y sonrió, pues solo un amor tan fuerte como el suyo lograríaatravesar las puertas de otras dimensiones.

—Te amo —le repitió para despedirse de ella, al intuir que el segundollegaba a su fin.

Se centró en volver a canalizar sus sentimientos y se los envió para queella los guardara en su corazón en forma de esperanza, hasta que algún día

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lejano volvieran a reunirse en el cielo. Tal vez estos lograrían calmarla en losmomentos de soledad y dolor que le quedaba por vivir, y le dieran la fortalezaque necesitaría para seguir adelante durante el entierro.

Brian no quería que ella le llorara ni dejara de buscar la felicidad en lanueva vida que se le presentaba, pero la conocía lo suficiente para saber queeso resultaría un imposible.

«Si pudiera retroceder en el tiempo y volver a empezar este día…»Dejó ese pensamiento suspendido entre el más allá y la tierra, a la espera deque alguien lo escuchara y le otorgara el milagro que ansiaba.

Sabiendo que debía dejar que la vida fluyera se acercó a ella parabesarla, consiguiendo que Christine se estremeciera al notarlo cerca.

«Adiós mi amor, hasta siempre»Y así Brian se fue apartando de ella mientras el segundo acababa y la

realidad volvía a marcar el minutero. De pronto todo comenzó poco a poco acobrar vida, y escuchó como alguien llamaba a la puerta de su hogar trayendoconsigo un aura de infortunio y desasosiego.

Siguió alejándose para darle más espacio a Christine a pesar de nodesear apartarse de ella, y pudo ver cuando esta se volvió, como sus lágrimasmarcaban sus tristes ojos, al igual que pudo comprobar como su rostromostraba una seriedad y una pena que nunca antes había visto en ella.

Y entonces lo supo; ella sabía que había muerto.Sintiéndose perdido al querer quedarse para consolarla, pero sabiendo

que su tiempo había terminado, siguió apartándose despacio al ser lo únicoque podía hacer a pesar de no desearlo.

Se percató de que ahora era él quien se movía a una velocidad muchomás lenta, mientras que para Christine todo comenzaba a ir cada vez másrápido. Era como si se hubieran intercambiado las realidades y ahora él seveía obligado a observarla de forma acelerada, como si esta pudiera moversea través de los años a su propio ritmo, mientras que para él el tiempo habíadejado de correr, y por muchas décadas que pasara, siempre pensaría quehabían transcurrido unos pocos segundos cuando volvieran a encontrarse.

La vio como comenzaba a caminar hacia la puerta e hizo el inmenso

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esfuerzo de acercarse a ella. Entonces sucedió algo extraño, al percibir sinsaber cómo había sucedido que ella ahora podía notarlo con más intensidad.

Era como si antes en la ventana él solo hubiera sido un pensamiento o unsueño, mientras que ahora ella podía sentirlo como una presencia. Observócomo un escalofrío recorría el cuerpo de Christine, e inmediatamente Brian seconcentró en estar a su lado para que le sintiera con más fuerza.

Se empezaba a notar cansado pero no le dio mucha importancia, ya quesu único objetivo era conseguir que le notara y así poder comunicarse conella.

Pero a pesar de sus esfuerzos Christine siguió caminando sin dar másmuestras de percibirlo, hasta que esta llegó a la puerta y alterada miró por lamirilla.

En ese mismo instante algo cambió en ella, pues ahora podía advertir cómo el pánico comenzaba a envolver su corazón apartando la esperanza.Aunque Brian estaba a un escaso metro pudo sentir los temblores que sacudíanel cuerpo de Christine, y hubiera entregado su alma a Lucifer con tal de poderdecirle que no se preocupara, que él estaba bien y que pronto todo pasaría.

El sonido distorsionado de un segundo timbrazo consiguió que ambos sesobresaltaran, e hizo que Christine retrocediera un paso asustada y se acercaramás a él.

«Tranquila pequeña, cálmate». Le dijo para tratar de serenarla un poco,a pesar de saber que no podía escucharle. Estaban a escasos pasos dedistancia, por lo que pensó que si se esforzaba pronto llegaría hasta ella.

Sin querer perder ni un solo instante se concentró en su necesidad detenerla cerca, para así poder tocarla y tratar de trasmitirle paz antes demarcharse.

Reparó en que Christine estaba respirando profundamente con el fin detranquilizarse, y se preguntó si le habría escuchado de alguna manera.

Ella parecía que estaba haciendo el esfuerzo de controlar sus nervios, yaparentando lo que no sentía, abrió la puerta de su casa a unos extraños apesar de intuir que le traían malas noticias.

Fue entonces cuando Brian se dio cuenta de que él percibía las cosas de

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manera diferente a cuando estaba vivo.

Esos dos hombres que debían ser policías los notaba como sombrasluminosas envueltas en un arcoíris, percibiéndolos como algo lejano a los queno se sentía unido, mientras que a Christine la veía con su forma de siemprepero rodeada de un aro de luz blanca, y sentía las emociones que emanaban deella como si hubiera algo invisible que los conectara.

Era como si algo los mantuviera unidos, a pesar de que él estabamuerto, pudiendo ver ahora con sus propios ojos como el amor sematerializaba a su alrededor, mostrándose como una fuerza asombrosa que losenvolvía, y que había estado uniéndolos sin saberlo desde que ambos habíannacido y hasta que se reunieran una vez muertos.

Era algo tan poderoso y profundo que sin dudarlo ni un segundo por élserías capaz de dar la espalda al mismísimo cielo, para pasar toda laeternidad junto a la persona a la que te ataba, aunque con ello te condenaras alinfierno.

Advirtió también que ella estaba como ausente. Era como si no leinteresara lo que esos hombres le decían, pues en su pensamiento solo estabaél. Quizás ese fuera el motivo de que Brian no se hubiera ido para poderatender su llamada, al estar ella reteniéndole mediante su deseo de no perderley al estar convencida de no poder seguir adelante sin él.

De pronto, Brian sintió una vibración en el aire que los rodeaba, y viocomo Christine gesticulaba con la boca pero sin llegar a oír su voz. Encuestión de un segundo observó perplejo como una onda expansiva iba directahacia él, atravesándole con la dulzura de una pluma y la potencia de un rayo,mientras sentía por todo su ser; más que escuchar, como la voz de ella ledecía: «Brian, ¿dónde estás?».

La sensación fue tan intensa y las ganas de abrazarla tan fuerte, queestuvo a punto de estallar en mil pedazos al no poder contenerse. Nunca anteshabía experimentado algo parecido mientras estuvo vivo, provocándole lanecesidad de que ella se percatara de que estaba cerca y así demostrarle lomucho que la quería diciéndole: «Estoy a tu lado pequeña»

No supo si sus palabras llegaron hasta ella, pero si vio las lágrimas queemanaban de sus ojos.

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Sin nada más que él pudiera hacer, solo le quedó observar comoChristine aún permanecía mirando hacia la calle como buscándolo, y lamentócon toda su alma no poder complacerla al serle imposible regresar junto aella.

«Lo siento». Fue lo único que pudo decirle, pues sabía que cualquierotra disculpa sobraría.

Despacio Christine se giró, dejando atrás la esperanza de que élregresara, mientras poco a poco iba siendo cada vez más consciente de que lohabía perdido. Fue justo en ese instante cuando el corazón de ella se rompióen mil pedazos, y deseara con todas sus fuerzas que el mundo se detuviera aldejar de tener sentido su vida.

Cuando Brian pudo verle el rostro se dio cuenta por su palidez y suexpresión de sufrimiento que algo dentro de ella se había desgarrado, dejandoun rastro en su mirada de puro dolor y abatimiento.

Brian distinguió el sonido de uno de esos hombres hablando, pero niquiso ni pudo averiguar lo que decía. Solo fue el sonido de una voz lejana ydistorsionada que nada le unía a él, y por tanto no estaba dispuesto a gastar laspocas energías que le quedaban en averiguar qué le estaban diciendo.

Sin saber el motivo se percató que cada vez se sentía más débil, y trashacer un último esfuerzo por tocarla, notó como su forma corpórea era cadavez más gaseosa y frágil. Se estaba disolviendo quedándole cada vez menostiempo, por lo que agrupó toda su esencia en una parte de su ser con laintención de acariciarla para consolarla.

Todo sucedió tan rápido, y él se sentía tan exhausto, que no pudo hacernada cuando por fin lo consiguió y descubrió el destrozado corazón deChristine. Solo fue un roce que lo conectó directamente con sus sentimientos yemociones, pero con la intensidad de un volcán de sensaciones que no cesabande emanar de ella.

Pena, soledad, angustia, temor, rabia, todo ello estaba en el interior deChristine. Notarlo le causó tal dolor a Brian, que solo pudo dar un gritodesgarrador mientras percibía como ambos se rompían por dentro hastaquedar destrozados, para después, con el bramido aún retronando en susoídos, ceder ante lo que sentían mientras aterrado observaba cómo ella caía

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desmayada al suelo.

Y justo en ese mismo momento Brian se desvaneció volviendo a la nada,llevándose consigo el inmenso amor que sentía por su mujer, y el desconsuelode saber que ella quedaría indefensa ante su muerte.

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CAPÍTULO 10 El atronador grito aún resonaba en su cabeza cuando Brian se incorporó

sudoroso y aterrado. Durante unos segundos le costó darse cuenta de dónde seencontraba o qué sucedía, pues su mente seguía sumergida entre las brumas deese brutal recuerdo donde se desvanecía para siempre.

Cuando por fin pudo serenarse se percató de que las luces del medio díaatravesaban las ventanas, demostrándole que sus miedos estaban infundados altratarse tan solo de una pesadilla. De forma automática miró hacia el ladodonde Christine siempre se acostaba, volviendo a respirar tranquilo cuandocomprobó que estaba profundamente dormida.

Contemplarla le dio la serenidad que necesitaba para calmar sustemores, y decirse un centenar de veces que ya había pasado y el sueño jamásregresaría; aunque en su interior sentía que algo de real había en él y que tardeo temprano este le alcanzaría.

Tratando de buscar una salida lógica a lo que le estaba pasando pensóque debió de haberse quedado dormido; tras haberle hecho el amor aChristine, y la conversación que ambos habían mantenido debió de haberlosugestionado.

Quería creerlo con todo su ser, pues admitir que había sido una visiónpremonitoria de lo que podría pasarle esa noche sería impensable. Pero nopodía olvidar que había otra explicación para lo que le había sucedido, y erala que Christine le había dicho y él se negaba a aceptar por ser la másinverosímil.

Y es que le resultaba imposible ceder ante la idea de que ella habíaretrocedido un año en el tiempo para salvarle de la muerte, pues eso podríasignificar que su destino ya podría estar escrito, quedándole unas horas paraque su vida acabara, o para que en otra dimensión ya estuviera muerto.

Un pensamiento aterrador a pesar de que él no creyera en asuntosparanormales, pero era evidente que esa mañana estaban sucediendo cosas queno lograba entender al escaparse de lo razonable.

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Estremecido y con la garganta reseca ante estos pensamientos se centróen contemplar a su esposa, ya que necesitaba con urgencia saber que ella seencontraba bien y que ese día seguiría transcurriendo con normalidad.

Verla dormir le dio la fortaleza que en esos momentos necesitaba, y setumbó pegado a ella para sentir el calor de su cuerpo junto al suyo. Despacio,pues no quería despertarla, le apartó de su cara un mechón de su cabello y condelicadeza acarició su mejilla.

Ella era lo más importante para él y no quería verla sufrir por su culpa.La había escuchado escéptico cuando se había despertado asustada, y aunqueestaba dispuesto a creerla dándole una oportunidad, una parte de él sabía quele estaba pidiendo algo impensable, al no poder creer en otra cosa que nofuera que había tenido un mal sueño.

Por eso ahora, tras haber pasado él por algo similar, comprendió elterror que debió pasar al despertar del sueño y la urgencia de tenerlo cerca.Sin poder contener la necesidad de sentir el sabor de su boca se acercó a suslabios, y con una suavidad extrema, los unió a los suyos perfilando con sulengua sus contornos.

Fue entonces cuando notó que Christine se había despertado, pues cedióante su beso y abrió su boca para acogerle.

—No quería despertarte —le dijo Brian, mientras ella rodeaba sucuello con los brazos para retenerle cerca de su rostro.

—Pues yo no lo lamento —fue su respuesta, acompañada de una sonrisa satisfecha.

De pronto Christine notó que algo no andaba bien en Brian, al notar sucabello sudoroso y su mirada preocupada, además de por la manera deaferrarse a ella con fuerza. Todo ello le indicaba que mientras había estadodormida, a él debió sucederle algo que lo había alterado dejándolopreocupado.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó al mismo tiempo que él semantenía pegado a su cuerpo y la observaba sin querer perderse ningún detallede su rostro.

—Estoy genial teniéndote tan cerca —le contestó para después quedarse

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callado contemplándola, como si quisiera memorizar cada detalle de su cara.

Brian no podía apartar su mirada de ella, e intentó formar una sonrisa ensus labios para demostrarle que no sucedía nada. Aunque Christine le conocíademasiado como para poder engañarla y ese truco no le sirvió de nada.

—Pues creo que me ocultas algo —le indicó enfrentándose a su miradapreocupada, retándolo así a que lo negara.

Sabiéndose vencido, pues le era imposible ocultarle algo a su esposa,suspiró resignado y por unos segundos escondió su rostro en el cuello de ella.Quería perderse en su aroma para así recuperar el valor que necesitaba paraenfrentarse a lo que les estaba pasando, y sabía que solo de esta manera loconseguiría, ya que ella siempre había sido su fortaleza.

Reticente a separarse, aunque sabía que era necesario, Brian seincorporó quedándose sentado en la cama junto al cuerpo de Christine,tratando de reunir toda su seguridad para enfrentarse a lo que les estabapasando.

Christine enseguida comprendió que necesitaba de alguna manerasacarse de su interior aquello que lo había perturbado, al haber algo que loestaba consumiendo por dentro, quizá al no poder admitir que ella habíaretrocedido en el tiempo, por lo que supo que solo ella podría ayudarle aaceptar lo que era evidente.

Por eso también se incorporó a su lado dejando su pecho desnudo aldescubierto, y apoyando el peso de su cuerpo en su brazo dispuesta aescucharle y a ser su apoyo.

—He tenido un sueño —fueron sus primeras palabras y, por la forma dedecirlas, Christine supo que en ellas guardaba muchos significados.

Sin atreverse a mirarla para así no perder la voluntad que necesitaba,comenzó su historia con su mirada fija al frente y las manos sudorosas.

—Salía del despacho con prisas y me metí en el coche para regresar acasa. Recuerdo que pensaba que no llegaríamos a tiempo al restaurante por miculpa, y cuando estaba parado en un semáforo llamé para retrasar la cita mediahora.

La parte fácil del relato había llegado a su fin, y suspirando supo que lo

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que tenía que contarle ahora le causaría un gran dolor a ambos.

—Luego todo sucedió muy rápido. Recuerdo que aceleré pensando quetenía suerte al no encontrarme con mucho tráfico. Estaba a punto de llamartepara avisarte de que iba a llegar tarde, cuando entré en un cruce a toda prisa yalgo grande que apenas pude ver se abalanzó sobre mí.

—Fue un camión —le cortó Christine, y él se giró para contemplarlacon una mirada que indicaba que no entendía cómo podía saber qué habíasucedido en su sueño—. Leí el informe de la policía, y al parecer un camiónse saltó el semáforo y arremetió contra ti, poco después de que tú hubierasacelerado para que no te pillara el semáforo en rojo.

El silencio se apoderó de la habitación por unos segundos, mientrasBrian trataba de asimilar como era posible que ella supiera lo que habíasucedido en el sueño que acababa de tener, dándose cuenta de que la únicaexplicación lógica era que su teoría de que había retrocedido en el tiempo eracierta, y por eso sabía todo lo que iba a pasar en ese día; incluido el accidentedonde perdería la vida.

Pero su mente se negaba a creer en esa opción, necesitandodesesperadamente más pruebas que lo refutaran, consiguiendo que cientos dedudas surgieran en su cabeza solicitando respuestas, como por ejemplo lapregunta que no pudo remediar decirle a Christine.

—¿Leíste el informe policial?—Tarde unas semanas en estar preparada, pero necesitaba saber qué te

había ocurrido y se lo pedí al detective que investigaba las causas de tuaccidente.

La forma de hablar era tan convincente que realmente parecía que lohabía vivido. También comprobó que aunque Christine quería sonar tranquila,en cada palabra era evidente que guardaba un gran dolor y que le costabadecirle lo que había sucedido por miedo a asustarle, aunque para ser honestos,él ya se encontraba bastante aterrado.

—Pero, ¿cómo puedes saber lo que me pasó en el sueño? Es imposibleque…

De pronto calló al comprender que lo que ella le había dicho desde el

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principio sobre su viaje en el tiempo era cierto, por mucho que él se negara acreerla, y algo dentro de él se hundió en un mar de desesperación.

—No puede ser cierto —señaló mientras la miraba a los ojos viendo enellos la confirmación de sus sospechas.

Un escalofrío recorrió su espalda, justo en el momento en quecomprendió que allí jugaban unas fuerzas que él no entendía, asimilando porprimera vez que Christine estaba en lo cierto y él estaba en peligro.

Sin poder aguantar ni un minuto más sobre la cama se levantó de golpe,sin darle importancia al hecho de estar desnudo, pues estaba tan alterado queni siquiera se dio cuenta.

—Solo fue un sueño. El accidente solo fue producto de nuestra charla,¡nada más! —su voz sonaba desesperada al no querer reconocer la verdad.

Christine lamentaba que Brian estuviera pasando este mal momento, alsaber lo aterrador que resultaba averiguar que ibas a perderlo todo en pocashoras, sintiéndote impotente y perdido al no concebir qué hacer o qué creer.

Lo sabía por el simple hecho de que ella también lo había vividocuando había despertado esa misma mañana, y se había sentido completamenteperdida al no entender cómo había vuelto de nuevo a revivir ese día, por loque comprendía que ante la perspectiva de la muerte Brian tendría que estaraún más horrorizado.

Además, en su caso pudo recapacitar y comprobar en lo más profundode su interior lo que realmente estaba pasando, al tener en el pañuelo laprueba de que era cierto y no producto de un mal sueño.

Pero Brian solo la tenía a ella para hacerle entender que no se estabavolviendo loco, y lo soñado esa mañana era la única forma que tenía eldestino de hacerle ver que le iba a pasar esa noche.

—Brian, sé que cuesta asimilarlo, pero es imposible que los dosestemos pasando por esto por una simple coincidencia. Debe de haber unaexplicación para ello, y las pruebas indican que mi teoría es la más probable.

Él seguía caminando de un lado a otro del cuarto sin prestar atención alas últimas palabras de Christine, ya que trataba de encontrar una explicaciónlógica a todo lo que estaba sucediendo.

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De pronto una idea se le pasó por la cabeza, y paró de golpe en mediode la habitación, para después girarse buscando a Christine con la mirada.

—Acabas de decirme que leíste el informe policial. Si como dices fuereal, entonces sabrás lo que me pasó.

Brian se la quedó contemplando con un brillo de esperanza en sus ojos,y como si la estuviera retando a que le demostrara que estaba en lo cierto y nohabía sido fruto de una pesadilla conjunta.

Christine no estaba segura de qué era lo que quería conseguir con estaprueba, ya que si ella le relataba los sucesos que él creía producto de susueño, esto le confirmaría que ella tenía razón, y era algo que había sucedidoen un futuro que para él aún no había llegado.

Por otro lado también podía significar que ambos habían tenido elmismo sueño premonitorio, pero entonces le quedaba descubrir de dóndehabía salido el pañuelo de esa tal Geline, por lo que llegaban al mismo puntode partida en que la teoría de ella era la cierta y había retrocedido en eltiempo

Sin querer pensar más en esto Christine supo que solo relatándole lo quesucedió ese día él se quedaría conforme, al ser una evidencia sólida de queella estaba en lo cierto. Por ello suspiró y cerró los ojos, preparándose pararetroceder en sus recuerdos, hasta llegar un año atrás cuando Brian falleció ytodo su universo desapareció con él.

—Un camión se saltó el semáforo y te embistió. Arrastró tu coche unosdoscientos metros y moriste unos minutos después, cuando te ahogaste con tupropia sangre.

Trató de verlo todo de una forma imparcial y fría, pero volver a pensaren ello le causó el mismo dolor que sentía siempre que lo hacía. No pudoevitar que las lágrimas picaran en sus ojos, y tuvo que hacer un enormeesfuerzo para no lanzarse a los brazos de Brian en busca de consuelo.

—No puede ser —susurró Brian bajito con la mirada perdida.Estaba tan pálido y asustado, que Christine no lo soportó por más

tiempo y se levantó de la cama para dirigirse hacia él.—Te perdí ese día Brian, pero tenemos otra oportunidad para empezar

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de nuevo —afirmó mientras se le acercaba.

—Pero es algo imposible. Yo lo acabo de soñar justo como tú lo hasdicho. Recuerdo perfectamente el camión arrollándome, el dolor, a ti ante laventana…

Y el universo de Brian cambió para siempre al asumir, por primera vezsin dudas, que ella estaba en lo cierto y había retrocedido en el tiempo.

—¡Todo es verdad! —logró susurrar, mientras contemplaba comoChristine se le acercaba despacio. —¿Pero cómo…? —empezó a decirangustiado.

—Tranquilo Brian, encontraremos la manera de salir de esta —leaseguró convencida, logrando que la mirada de Brian se suavizara y abrieralos brazos para que se refugiara en ellos.

Sin pensárselo dos veces Christine se cobijó buscando su calor y suconsuelo, acallando un poco esa necesidad que tenía de estar cerca de él cadavez que recordaba ese día. Lo abrazó con todas sus fuerzas resguardando sucorazón entre ambos, con la esperanza de que no volviera a ser dañado.

Lo quería tanto y le había echado tanto de menos, que le costaba nopermanecer para siempre a su lado.

—No sé qué pensar Christine. Estoy tan confuso.—Lo sé, yo también me siento así, pero estoy segura de que hay un

motivo para todo esto.Brian la abrazó aún más fuerte y la besó en el cuello. Por algún motivo

que no comprendía no podía apartar de su cabeza el momento en que falleció,sintiendo además la urgencia de compartirlo con Christine.

Quizá algo dentro de él le decía que solo ella le entendería y le podríaayudar, o tal vez solo buscaba desahogarse al sacar de su mente y de sucorazón todo lo que sintió tras el accidente.

—Cuando mi cuerpo cedió a lo inevitable y dejé de sentir, me invadióuna gran paz. No sé muy bien dónde estaba o cómo llegué hasta allí, perorecuerdo perfectamente la luz, la calma y a ti —calló unos segundos mientrastrataba de poner en orden sus emociones—. Era como si formaras parte de mí

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y no pudiera marcharme dejándote atrás, ya que sabía que nunca encontraría lapaz si no conseguía verte otra vez. Lo sentí de una forma tan potente, que todolo demás dejó de tener importancia, y ni siquiera entrar en el cielo me tentó losuficiente como para no volver a verte por última vez.

Christine se separó de él lo suficiente como para mirarle a los ojos,dejando al descubierto las lágrimas que mojaban sus mejillas.

—¿Querías verme antes de morir?—No solo eso, princesa. Era más bien que no habría un paraíso para mí

si tú no estabas en él —y tratando de secar con sus pulgares las lágrimas deella le siguió diciendo—: Te amo tanto, que no soportaba estar alejado de ti niun segundo más.

Con un amor tan grande que se le escapaba de su pecho, la volvió aestrechar entre sus brazos con la esperanza de no perderla jamás, pues sin ellaestaría completamente perdido.

—Te quiero Brian, te quiero muchísimo.—Yo también, mi cielo.Durante unos minutos ambos permanecieron en silencio, ya que ninguno

de los dos quería romper la magia en la que estaban envueltos.Para Christine sentirse así fue como volver a nacer, pues ahora estaba

convencida de que el destino había obrado el milagro de volver a unirlos, ypor nada del mundo iba a permitir que nadie los separara, aunque para ellotuviera que enfrentarse a todos los ángeles del cielo.

Por otro lado a Brian le costaba asimilar todo lo que estaba sucediendo,pero no podía desechar las evidencias de que algo fuera de lo normal estabaocurriendo. Debía asumir que él podría acabar muerto sin remedio esa mismanoche, dañando a Christine con ello de una manera irreparable.

Solo la voz de ella consiguió devolverle al presente, y al recuerdo deese día en que lo había perdido todo y sin embargo aún no había sucedido.

—Te presentí —afirmó Christine con su rostro resguardado en el pechode Brian—. Justo antes de que la policía se presentara en casa para decirmeque habías muerto, percibí que estabas a mi lado.

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—Quería verte por última vez. Lo deseé con todas mis fuerzas y sinsaber cómo, regresé a casa —le contestó sabiendo que para ella eraimportante recordarlo.

—Yo estaba mirando por la ventana buscándote.—Y aparecí detrás de ti. Estaba dispuesto a entregar mi alma por poder

tocarte una última vez.Christine se separó para mirarle a los ojos.—¿Y lo hiciste?Brian sonrió levemente mientras se perdía en la mirada de ella y le

contestaba:—Sí. Logré acariciarte y tú te estremeciste —nada más decirlo ella

sonrió, y él sin poder resistirse le acarició con dulzura la mejilla—. Sentí tuangustia y tu preocupación y quise consolarte.

Christine cerró los ojos para concentrarse en el roce de su mano por elrostro, volviendo a sentir ese escalofrío al que se refería Brian.

—Lo recuerdo. Sentí como si algo me tocara por dentro y supe en esemismo instante que eras tú —luego volvió a mirarlo con la pena marcada ensus ojos—. Fue entonces cuando supe que habías muerto.

Brian solo pudo asentir, pues tras el sueño que acababa de tenerrecordaba con todo lujo de detalles ese encuentro.

Se percató de que cuanto más recordaba lo sucedido más evidenteresultaba la teoría de Christine, al comprender que esa emoción tan fuerte quesintió cuando la percibió, jamás hubiera sido capaz de imaginarla, y que sinada cambiaba, la volvería a sentir en pocas horas.

—¿Te das cuenta que solo podía saber esto si realmente sucedió? ¿Quéno puede ser solo un sueño? —le preguntó ella con la voz tomada por lassensaciones que estaba sintiendo, e indicando que estaban pensando en lomismo, es decir, que estaban en medio de un ciclo que volvería a repetirse porsegunda vez.

Él asintió al percatarse de que era cierto, pues solo si ella lo habíavivido podría saber tantos detalles de lo que había sucedido. No cabía otra

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explicación, pues no solo se refería a los hechos del accidente, sino asituaciones donde ella estaba sola y donde sintió como él la tocaba.

También supo que era la única explicación para que él recordara contanta nitidez cada segundo y cada sentimiento. Lo veía en su mente como unapelícula donde cada sensación la sentía amplificada, y donde las imágenespasaban a un segundo plano como si no tuvieran importancia.

—Recuerdo haber rogado para poder verte por última vez, y antes deeso, recé para que me dieran otra oportunidad de volver a la vida.

Los ojos de Christine de pronto se iluminaron de esperanza, y sonriendopor primera vez en ese año de forma plena, ya que por fin entendió lo quehabía sucedido.

—Yo también recé para que nos dieran otra oportunidad. Aquel día enel cementerio, le dije a Geline que mi único deseo era retroceder en el tiempopara poder salvarte. Además, recuerdo que me habló de los milagros y decreer en ellos. ¿Crees que nos escucharon?

Brian le devolvió la sonrisa, sin poder resistirse a cogerle el rostroentre sus manos para besarla en la boca.

—Es evidente que nos escucharon o no estaríamos aquí.Con una amplia sonrisa, y el sabor del beso de Brian aun en sus labios,

Christine se lanzó a sus brazos sin poder evitar sentirse feliz.—¡Dios mío Brian, nos han escuchado!—Así es princesa. Así es —susurró mientras la estrechaba entre sus

brazos y le daba las gracias al Dios que rezaba de pequeño.Cuando por fin pudieron serenarse y asimilaron lo que esto significaba,

ambos se dieron cuenta de que habían tenido esta conversación desnudos y serieron por ello.

—Espero que no nos estén observando en estos momentos —dijo Brianmientras le guiñaba un ojo.

Christine se sonrojó al mismo tiempo que miraba a su alrededor, comosi esperara que en algún momento un coro de ángeles saliera de debajo de lacama o del armario, para regañarles por ser tan impúdicos.

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—¡Eh! —Exclamó Brian para llamar su atención—. No tienes de quépreocuparte, seguro que en el cielo están acostumbrados a ver ángeles tanpreciosos como tú.

Christine le sonrió sintiendo como su corazón se ensanchaba alescucharle. Había echado tanto de menos esa manera tan suya de hacerla sentirúnica y especial, que le costaba creérselo.

—Pues tú deberías taparte un poco, ya que no creo que en el cielo sevean muchos hombres tan bien dotados —indicó guasona mientras fijaba sumirada en el pene de él—. Algo así debe ser pecado y solo deben verse en elinfierno.

La carcajada de Brian no se hizo esperar, y tirando de Christine larefugió en sus brazos para después besarla con toda su pasión, demostrándolecon todo su corazón lo mucho que la amaba.

—Princesa, ¿cómo no te iba a echar de menos en el cielo?—Entonces no me dejes nunca —le pidió ella volviéndose otra vez

seria.—Nunca más lo haré —le respondió convencido, y por unos segundos

la habitación volvió a sentirse fría.Fue entonces cuando la magia de su amor se desvaneció, apareciendo en

su lugar esa extraña emoción que les indicaba que aún estaban en peligro.—¿Qué vamos a hacer ahora? —quiso saber Christine volviendo a

sentirse insegura y asustada.—No tienes de qué preocuparte. Tenemos la ventaja de saber qué es lo

que va a suceder y solo tenemos que evitarlo —le comentó para tratar decalmarla, aunque en realidad no sabía qué hacer para detener el ciclo.

—¿Te refieres al accidente? —le preguntó esperanzada.—Exacto. Sabemos que ese día salí tarde del trabajo y dónde sucedió

todo. Por lo que estaré más atento y…—¡No! —Le cortó ella sobresaltada—. No es suficiente. Tenemos que

cambiar todo lo referente a esa tarde, porque no sabemos si alterando algopuede impedir el accidente, o si por el contrario solo se alterará la hora o la

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forma en que mueras. No debes coger el coche y no tienes que acercarte a esaparte de la ciudad. Tenemos que ser muy precavidos con todo esto.

Christine comenzó a caminar por la habitación tratando de encontrar laforma de romper la cadena. Debía de pensar en algo que lo mantuviera a salvode todo riesgo, no solo cuando llegara la hora en que murió, sino durante loque quedaba de día, ya que no podían cometer ningún error pues cualquierpequeño descuido podría ser crucial.

Brian mientras tanto la observaba convencido de estar a salvo, al saberqué era lo que no debía hacer; como evitar estar en el coche cuando llegara lahora del accidente. Aun así, estaba dispuesto a hacer todo lo que ella quisieracon tal de tranquilizarla y de asegurarse de que no le ocurriría nada malo.

—Déjame pensar un minuto —le pidió ella—. El accidente sucedió enla ciudad cuando tú saliste del trabajo y cogiste el coche. Sabemos haciadónde ibas y qué estabas haciendo, así que tenemos que hacer todo lo posiblepara que no sigas cualquiera de estos pasos.

—¿Qué quieres decir?—Si no vas a trabajar y salimos ahora de la ciudad, a la hora del

accidente no estarás conduciendo y estarás a salvo. Además, debemos ir a unlugar seguro donde nada pueda pasarte hasta que todo esto suceda.

Brian se quedó pensando en lo que esto significaba. Si hoy no iba atrabajar podría perder un tiempo muy valioso que le podía costar su nuevoproyecto. Reconocía que correría mucho riesgo si se empeñaba en hacerlo,pero no creía que por acercarse unas cuantas horas para dejarlo todopreparado se pusiera en peligro.

Pero solo tuvo que mirar a Christine para darse cuenta de que esa ideaera descabellada, pues lo único que conseguiría era angustiarla y complicarlas cosas. Se recriminó por ser un estúpido que anteponía el trabajo a suseguridad, arrastrando con ello a su mujer, cuando ella debía ser en todomomento lo más importante.

Se juró en ese mismo instante que a partir de ahora cambiaría su formade ver la vida, aprovechando esa segunda oportunidad que se le presentabapara estar más tiempo con su esposa, y de paso, para formar la familia que ellatanto anhelaba, pero que siempre posponían hasta haber alcanzado los

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objetivos que se habían fijado en sus trabajos.

—Tienes toda la razón. Si nos alejamos del foco del accidente, y nosrefugiamos en un sitio seguro, entonces no me pasará nada —y tras decirleestas palabras sonrió para infundirle seguridad—. Además, tengo el sitioperfecto a donde podemos ir.

—Yo también creo que lo tengo —repuso Christine, aunque sin llegar aestar tan segura como Brian de que todo acabaría pasando sin repercusiones.

—¿La cabaña? —le preguntó él, aunque sabía que la respuesta eraafirmativa.

—¡La cabaña! —confirmó ella al saber que era el lugar perfecto.—Entonces decidido. Voy a llamar al restaurante para anular la reserva

y preparamos las maletas para pasar unos días en nuestro refugio.Christine sonrió al darse cuenta de que iban a preparar una escapada al

lugar que más amaban de toda la ciudad. Esa cabaña al lado del lago, era sulugar especial desde que la vieron en una escapada por el bosque, y nopudieron evitar comprarla al saber que estaba a la venta.

Desde el principio se había convertido en su refugio especial al queacudían siempre que podían, sobre todo desde que tras cenar una noche, secolocaron frente a la chimenea para hacer el amor lentamente, y Brianaprovechó ese momento inolvidable para pedirle en matrimonio.

Sin ninguna duda, si había un lugar sobre la faz de la tierra donde sesentían seguros, ese era su cabaña a las orillas del lago Michigan.

—Mientras llamas al restaurante voy a coger provisiones —señaló ellaal mismo tiempo que salía disparada hacia la cocina sintiendo por fin que todopodía acabar bien.

—Que no se te olvide el champán para brindar por nuestro aniversario—apuntó Brian sonriendo al verla marchar tan feliz.

Pero algo dentro de él le impedía sentirse a salvo, y decidió no contarlenada a Christine para no preocuparla. Al fin y al cabo la decisión de alejarsede la ciudad y refugiarse en ese lugar era una idea brillante, y no tenía porquépreocuparse de que el destino le jugara una mala pasada y le negara la

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posibilidad de salvarse.

A causa de esa extraña sensación que le oprimía el pecho y le hacíadudar, decidió estar atento y no permitir que un descuido le volviera a costarla vida. Esta vez sabía lo que se jugaba, y no estaba dispuesto a perderlo todopor una imprudencia, más aún cuando conduciría junto a Christine y no queríaponerla en peligro.

Sintiendo que ante él se habría una oportunidad de dejar atrás el dolorse aferró a la esperanza, y se propuso disfrutar del aniversario de bodaconvirtiéndolo en un acontecimiento especial que siempre recordarían.

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CAPÍTULO 11 Eran las primeras horas de la tarde cuando Brian y Christine llegaron a

la cabaña. La claridad de esa hora de la tarde todavía dejaba ver como losrayos del sol se filtraban por los árboles desnudos de hojas, y el sonido delviento meciéndolos llenaba el ambiente con un singular encanto.

La calma que emanaba ese lugar se palpaba nada más llegar a él,contagiándote de su encanto con solo respirar la fresca fragancia del bosque ydel lago. Además, la luz de últimos de febrero le daba un aire mágico a lastranquilas aguas, las cuales se hallaban en calma al ser surcadas solo por unasuave brisa, que aunque resultaba algo fría, también te revivía al rozarte lassonrojadas mejillas.

Lo primero que hicieron al llegar fue aparcar frente a la entrada de lacabaña, para que así les fuera más sencillo descargar el coche. Nada máspisar el suelo se dieron cuenta de que tenían que pasar por encima de unagruesa capa de hojas, al haber transcurrido buena parte del otoño y estar enpleno bosque.

Era por eso que allá donde miraran descubrían que cada rincón de tierraestaba cubierto por un manto de múltiples tonos de marrones y amarillos,haciendo juego con las luces de la tarde, y consiguiendo que ese lugar sequedara arraigado en el corazón con una simple mirada.

La cabaña se alzaba ante ellos dándoles la bienvenida, como si loshubiera reconocido y su presencia fuera motivo de júbilo. Era unaconstrucción de dos plantas en madera que encajaba perfectamente con suentorno, al estar construida con un estilo rustico pero elegante, donde lasformas y el color de la casa se adaptaban a las del bosque.

Su acogedor refugio tenía amplios ventanales para dejar pasar el sol ypara poder disfrutar en cualquier momento de la belleza que les rodeaba,además de disponer de todas las comodidades de los nuevos tiempos, comopor ejemplo la calefacción, el aire acondicionado, un generador, una antenaparabólica y una cocina eléctrica con todo lo necesario.

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Ambos habían insistido en que querían una especie de híbrido entre loclásico y lo moderno, donde el estilo no estuviera en contra de lo funcional ydonde pudieran sentirse en su propio hogar.

Una de las cosas que notaron nada más llegar fue la buena energía quetransmitía ese sitio, y por primera vez en ese día pudieron relajarse y respirarcon normalidad. A cada paso que daban más agradecían haberse acercado aeste rincón especial para pasar esta terrible experiencia, percibiendo en él laesperanza que tanta falta les hacía.

Christine no pudo resistirse por mucho tiempo a esa calma que emanabade cada rincón de ese lugar, y tuvo que acercarse al embarcadero para ver decerca las tranquilas aguas del lago Michigan. Con solo respirar profundamenteese aire que les rodeaba, sintió como una parte de la tranquilidad que losenvolvía se filtraba por cada poro de su piel, dándole una sensación de frescory serenidad que le hizo cerrar los ojos y dejarse llevar.

Mientras, Brian empezó a sacar las maletas y las bolsas del coche, paradespués dejarlas dentro de la cabaña, como hacía cada vez que pasaban unosdías en ese refugio alejado de la ciudad, y donde podían relajarse y ser ellosmismos.

Pensó que a Christine le vendría bien permanecer unos minutos a solasfrente al lago, para así poder dejar atrás la locura de las primeras horas de lamañana, y para que pudiera reponerse de la triste experiencia que había vividoal creerlo muerto.

Por ello no le pidió que le ayudara como hacía en otras ocasiones, puessabía que había sido difícil para los dos todo por lo que estaban pasando, peroalgo le decía que para ella era el final de un largo camino del que necesitabareponerse.

Cuando todo estuvo recogido, y sabiendo que ese tenue sol no erasuficiente para calentar un cuerpo, Brian se acercó a Christine y la abrazó pordetrás para cobijarla y compartir su calor.

Christine suspiró encantada de sentirse entre los brazos de su marido,dejándose llevar por la calidez que manaba de él y que ella tanto necesitaba.No solo por el frío que empezaba a filtrarse por sus ropas, sino también poresa sensación de la que por mucho que lo intentaba no podía desprenderse.

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—Nunca me canso de contemplar el lago —confesó Brian cerca de suoído, mientras ella reposaba la cabeza en su hombro.

—Es precioso —le contestó ganándose con ello un beso en la mejilla.Durante unos breves minutos ambos se mantuvieron en silencio,

contemplando la espectacular vista del sol acercándose despacio al ocaso. Unescalofrío de Christine hizo que Brian se percatara de la temperatura que cadavez descendía más rápido, al ir perdiendo intensidad el sol, y al estarlevantándose cada vez más viento helado.

Fue entonces cuando decidió que había llegado el momento de poner fina esa espléndida contemplación y refugiarse frente a un buen fuego.

—¿Qué te parece si nos vamos a dentro y encendemos la chimenea? —le preguntó abrazándola con más fuerza, como si quisiera protegerla de lasráfagas de aire frío que atravesaban el lago.

—Me parece una idea brillante.Y así, sin soltarse de la mano al sentir la necesidad de no separarse, se

encaminaron hacia la cabaña que les esperaba para refugiarles, no solo delviento sino también de sus temores.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Brian cuando ya se estabanacercando.

—No. Aún tengo sin digerir ese chuletón que me has obligado a comerpor el camino —le contestó consiguiendo que él soltara una carcajada.

—No seas exagerada, ¡si apenas podía considerarse un filete! —le dijodivertido para después seguir diciendo—. El que sí era grande era el que mehan puesto a mí.

—El tuyo no era un chuletón cariño, sino más bien media vaca.Los dos soltaron una carcajada al recordar el intento de Brian por

terminarse la enorme pieza de carne, pues si lo conseguía no tenían que pagarel menú, por lo que intentó por todos los medios terminarse su plato.

Llevaban probando suerte desde la primera vez que pararon en eserestaurante de carretera, y descubrieron encantados que a todo aquel que seterminara su menú especial no tendría que pagarlo.

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Está de sobra decir que para comerte semejante chuletón tenías quehaberte pasado una semana entera sin probar bocado, o tener un silo porestómago al que podías echar todo lo que quisieras sin que este se llenara.

—La próxima vez que paremos pienso conseguirlo —comentó Brian yfue como si algo dentro de ellos estallara en mil pedazos.

Al instante de decirlo a los dos se les pasó por la cabeza que quizánunca más Brian volvería a entrar en ese restaurante, consiguiendo que toda laalegría que hasta entonces estaban sintiendo se acabara dejándoles inquietos.

Brian se percató de que una suave capa de duda había caído sobre ellos,y se dispuso a apartarla pues no estaba dispuesto a volver a pasar miedo, opor lo menos no volver a sentir el terror que había notado tras despertar delsueño de esa mañana.

Por eso, en un impulso salido del corazón, y estando ya frente a lapuerta de entrada, cogió a Christine en brazos tomándola por sorpresa, y laadentró en la cabaña cargándola con cuidado.

—Brian, ¿pero qué haces? —le preguntó riendo mientras se agarraba asu cuello.

—Estoy metiendo a mi esposa en nuestro hogar —le indicó categóricopara después besarla.

—Estás loco cariño, eso solo lo hacen los recién casados —repusocautivada por el arrebato romántico de su marido.

—Bueno, hoy celebramos nuestro tercer aniversario de bodas, así queprácticamente es como si volviéramos a ser recién casados.

La sonrisa pícara de Brian volvió a enamorar a Christine, la cual notuvo más remedio que rendirse ante el encanto de su esposo.

Una vez dentro de la cabaña Brian la dejó en el espacioso salón, desdedonde se podía ver la cocina americana a la derecha, y una amplia chimenea ala izquierda. Esta era de piedra rústica y bastante grande, que estabaflanqueada por un conjunto de anchos y cómodos tresillos.

Todo en el interior de la habitación era de madera clara que le daba unasensación de amplitud y calidez. La estancia estaba adornada de forma que los

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muebles resultaran cómodos y funcionales, donde los colores y adornos seadaptaban a la idea de hacerla más hogareña.

Nada más entrar resultaba evidente que más que una simple vivienda decampo era un hogar diseñado para relajarse, al haberse convertido en surefugio frente al mundo, pues era donde podían ser ellos mismos y disfrutar delas cosas sencillas que ofrecía la naturaleza.

Christine se quedó parada observando cada detalle que la rodeaba, almismo tiempo que recordaba como en todo el año que estuvo de luto no tuvolas fuerzas necesarias para enfrentarse a este sitio. Se había negado a pasarunos días en este lugar como le habían aconsejado que hiciera, pues para ellaesa cabaña representaba algo muy especial que solo podía compartir conBrian.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó al verla inmóvil mientras loobservaba todo.

—Te parecerá estúpido, pero tengo la sensación de no haber estado aquídesde hace mucho tiempo.

Brian intuyó a qué se refería y temió preguntar. Por lo que le había dichoal despertarse, para ella había pasado un año desde esa misma fecha dondetendría el accidente, y estaba convencido de que en la mente de Christine aúnperduraban los recuerdos de esa experiencia tan dura.

—Ya sé que para ti solo han pasado dos semanas desde que estuvimosaquí por última vez, pero no puedo evitar sentir lo que siento, al notar quepara mí ha transcurrido poco más de un año —le siguió comentando ella.

Brian vio el dolor que volvía a aparecer en sus ojos y, sin querer queeste se apoderara de ella, se la acercó y la besó con toda la pasión queemanaba de su interior. Estaba dispuesto a apartar todo aquello que lesrecordara lo que habían vivido esa mañana, con la esperanza de dejar atrás elpeligro que los acechaba.

—¿Te acuerdas de cuando nos hicimos esa foto? —le dijo Brian conella aún en sus brazos, y señalando con su mirada una pequeña foto enmarcadasobre la chimenea, donde se les podía ver riéndose a carcajadas.

Christine se giró para mirarla; había cinco fotos juntas en la repisa, pero

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nada mas ver esa imagen supo que Brian se refería a ella en concreto. Ese díasiempre lo recordaría como uno de los más felices de su vida, pues marcó unantes y un después en su relación.

Habían salido a pasear como otras muchas veces por el lago, pero enesta ocasión habían descubierto la cabaña medio escondida entre los árboles.Al comprobar que no había nadie por los alrededores, Brian se había dejadollevar por la curiosidad y se había acercado a ella, seguido de cerca deChristine, al no haber tardado mucho en acompañarle para fisgonear a su lado.

Tratando de no ser descubiertos habían estado mirando por las ventanasmaravillados por su amplitud y su belleza, contemplando cada esquina y cadadetalle con la misma ilusión con que un niño descubriría un tesoro.

Después de haber curioseado cuanto habían querido se habían acercadoal pequeño embarcadero, donde estuvieron sentados por un buen rato,chapoteando con los pies metidos en el agua mientras hablaban y reían portonterías.

Entre risas y abrazos comenzaron a excitarse, y acabaron haciendo elamor hasta que el ruido de un coche les avisó de que no estaban solos.Sintiéndose atrapados se vistieron deprisa; ella muerta de vergüenza y él derisa.

Por suerte el dueño de la cabaña resultó ser un anciano viudo muycomprensivo, que les dirigió una burlona sonrisa cuando los descubrió mediodesnudos en su propiedad. Por desgracia no les quedaba otro remedio quepasar por su lado para poder marcharse, y tuvieron que aguantar la burlonarespuesta del anciano que les hizo sentir como si volvieran a ser un par deadolescentes.

—Joven, creo que mañana tendré buena pesca gracias a su espectáculofrente al lago —le soltó a Brian sin poder contener por más tiempo lacarcajada.

El propietario era un anciano de cabello cano, que por el brillo burlónde sus ojos debía de tener un espíritu alegre, a pesar de haber algo en sumirada que delataba su soledad.

—Me alegro de haberle servido de utilidad. Puede contar con nuestrosservicios cuando lo necesite.

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Ese fue el comienzo de su velada en la cabaña junto al anciano, el cualno admitió una negativa a su invitación para cenar. En esas horas de risas ycharlas, Christine y Brian se enteraron de que la cabaña iba a ponerse a laventa, al haberse convertido en una carga demasiado pesada para el hombre.

Por la forma de hablar de ella, ambos llegaron a la conclusión de que élhabía vivido una vida feliz junto a su esposa en ese lugar y, aunque le dolíavenderla, había decidido seguir hacia adelante al lado de sus hijos y nietos enBoston.

Algo les hizo hacerle una oferta esa misma noche, asegurándole alhombre que ellos la cuidarían como se merecía y que le volverían a dar vida.

—Jóvenes, llevo buscando un comprador desde hace unos cuantos años,y estoy convencido de que vosotros pertenecéis a este lugar del mismo modoen que mi Lucy y yo pertenecíamos a él.

De esta manera ambos hombres se estrecharon la mano como muestradel acuerdo al que estaban llegando.

—Además, mi Lucy y yo también escandalizamos en más de una ocasióna los peces en ese embarcadero —indicó el anciano guiñándoles un ojo, yconsiguiendo que Brian se riera a pleno pulmón mientras Christine sesonrojaba.

La foto fue hecha por el anciano esa misma noche, justo después debrindar frente al fuego por su acuerdo y su amistad.

Tres meses más tarde, con la cabaña siendo ya de su propiedad, Brian lepedía matrimonio a Christine frente a esa chimenea con la esperanza puesta enque ella aceptara, para dos meses después; ya de recién casados, hacer unapequeña escapada antes del viaje de novios, convirtiéndose ese pequeñorincón en algo que representaba su amor.

—¿En qué estabas pensando? —quiso saber Brian al observar la miradaperdida de Christine con un brillo especial en sus ojos.

Christine salió de sus recuerdos cuando escuchó la voz de Brian, yvolvió a refugiarse entre sus brazos al notar la necesidad de tenerlo cerca.

—Estaba recordando ese día que descubrimos la cabaña, y tambiéncuando me pediste en matrimonio.

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Brian sonrió al evocar ese momento, y abrazó con fuerza a la mujer quehabía puesto patas arriba su mundo, consiguiendo que este cobrara sentidodesde que compartían sus vidas.

—Recuerdo que habíamos hecho el amor frente a la chimenea y que teestaba contemplando desnuda. Fue entonces cuando me armé de valor y medije: Chico, como se te escape esta preciosidad no vas a levantar cabeza.

Christine se separó de él inmediatamente mientras se le quedabamirando con los ojos como platos.

—¡¿En serio pensaste eso?!—Prácticamente —le respondió él sonriendo—. ¿De verdad quieres

saber lo que pensé en ese momento? —le susurró mimoso acercando su boca ala de ella.

Christine se quedó paralizada al sentir su cercanía, pero sobre todo alnotar como su cuerpo reaccionaba ante él. Sin poder hacer otra cosa soloasintió, y se lamió los labios a la espera de su explicación.

—Me dije; Brian, has tenido la inmensa suerte de conocer a esta mujer yde hacer que se abra a ti. Así que da el paso para hacerla tu esposa antes deque descubra que solo eres un pobre hombre, y que lo único de valor quepuedes entregarle es tu vida y tu corazón.

Sus miradas se unieron en ese instante, reflejando en ella todo el amorque ambos sentían. Si poder contenerse, Brian acarició el rostro de Christine,como tratando de memorizarlo, mientras observaba embelesado como la pielde ella se erizaba a su paso.

—Menos mal que fui una chica lista y te dije que sí —le contestó ellaregalándole una brillante sonrisa tras sus palabras.

—Menos mal, sino te hubieras perdido a un tío tan encantador como yo.Ambos rieron y Brian no pudo evitar besarla con toda la fuerza y la

pasión que sentía. La amaba tanto y la necesitaba con tanta intensidad, que leresultaría imposible seguir adelante en un mundo donde ella no estuviera.

—Te amo Brian. Y nunca me arrepentiré de haberte dicho que sí ese día.El pecho de Brian se hinchó de puro amor al escucharla, y la abrazó con

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fuerza agradecido por haberla encontrado. Con ella entre sus brazos trató dellenarse con el dulce aroma que emanaba de su piel, mientras evocaba esemomento que siempre permanecería grabado en su corazón.

—Según recuerdo, no solo me dijiste que sí, sino que te abalanzastesobre mí sin que apenas pudiera reaccionar, y me tuviste haciéndote el amortoda la noche sin darme descanso —le dijo tratando de darle a su comentarioun tono lastimero.

—Pobrecito —señaló ella disimulando su sonrisa mientras se colgabade su cuello—, cuánto te hice sufrir esa noche al someterte a mis bajos deseos.

Brian tuvo que hacer serios esfuerzos para no echarse a reír, o para nocomérsela a besos al ver su mirada remilgada que intentaba provocarlo.

—Mucho, así que sería un detalle por tu parte, si esta noche dejas quesea yo quien te adentre en mis más bajas pasiones.

Los dos no aguantaron por más tiempo y acabaron soltando unacarcajada, para después perderse en un profundo beso que los dejó sin apenasaliento, y en donde se dijeron sin palabras que se encontraban en el preludiode una velada que iba a resultar inolvidable.

—Esta noche seré completamente tuya y podrás hacer conmigo lo quequieras.

Brian sonrió con su peculiar mirada pícara, y observando por la ventanacomo la tarde iba avanzando le comentó:

—Entonces será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tenemos queencender la chimenea y preparar la cena antes de tenerte solo para mí. Ypequeña, voy a necesitar toda la noche para mostrarte algunos de mis secretos—señaló alzando una ceja y riendo como si fuera el villano de un cuento.

Luego, le dio un cachete en el trasero, y antes de que ella pudierareaccionar, se dirigió a la puerta para ir a por leña al cobertizo que estabacerca.

—Por cierto —comenzó a decir cuando estaba ya frente a la salida—,prepara una cena rápida que no podemos perder ni un minuto.

Christine no pudo evitar reírse al darse cuenta de las ganas de jugar de

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Brian, y se le quedó mirando mientras este cerraba la puerta.

Durante unos minutos permaneció quieta y en silencio disfrutando de esamaravillosa sensación que estaba sintiendo, y que tanto había echado de menosdurante ese año de luto. Volver a estar a su lado, ser parte de su vida, reírjunto a él, compartir esos momentos donde la chispa de su pasión saltaba, eralo más parecido a la plena felicidad que conocía.

Sin querer que el dolor volviera a aparecer por esa noche apartó de sumente los malos recuerdos, y se dirigió a la cocina decidida a que esa veladafuera un nuevo comienzo.

Suspirando trató de llenarse de la tranquilidad que emanaba de lacabaña, y comenzó a sacar la comida de la nevera para tenerlo todopreparado. Sabía que Brian tardaría aproximadamente un cuarto de hora enregresar cargado del leñero, y así, mientras él encendía la chimenea yguardaba la ropa de las maletas, a ella le daría tiempo de preparar la cena.

Esa noche Christine sentía que sería una velada que nunca olvidarían, ypor eso quería que todo fuera perfecto. Pero lo que no se imaginaba era que eldestino aún no se había olvidado de ellos, y les tenía preparada una últimajugada donde lo volverían a arriesgar todo.

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CAPÍTULO 12 No tardaron mucho tiempo en tenerlo todo preparado, ya que ambos

sentían una urgencia feroz en que llegara la noche, para así perderse entre losbrazos del otro y demostrarse su amor.

Pronto Brian empezó a preparar la leña para que el calor del fuego seconvirtiera en una luz que cubriera sus cuerpos, cuando estos se colocaranfrente a la chimenea olvidándose de todo su pudor. Brian quería revivir entrelos brazos de su esposa esa ocasión en la que tumbados frente a la lumbre lehabía pedido matrimonio, y habían consumado su amor hasta que el amanecertiñó de mil colores el cielo.

Quería que esta noche de vital importancia para ellos tuviera el mismofinal, pues en ella celebrarían que habían ganado a las fuerzas del destinogracias a su amor.

Christine también se hallaba pletórica de felicidad al encontrarse en unlugar donde se sentía a salvo. Si bien era cierto que algo dentro de ella ledecía que el final de tanto espanto aún no había llegado, también era verdadque creía que permaneciendo dentro de esa cabaña nada podría dañarlos.

Es por eso que se dispuso a preparar una rápida cena a base de ensaladay pasta, con el fin de nutrir sus cuerpos como después se nutrirían con susbesos.

Para acompañar este ambiente de júbilo Brian puso música de fondo,que pronto llenó sus corazones de esperanza. La música se extendió por lahabitación consiguiendo que Christine sonriera y se meciera mientras latatareaba encantada.

Brian mientras tanto observaba embelesado como ella se movía por lacocina preparándolo todo, sin dejar de contemplar como movía las caderas alritmo de la canción que tatareaba.

—¿Vas a quedarte ahí parado toda la noche? —le preguntó coqueta.—Aún no le he decidido. Estoy esperando a que tú me des la respuesta

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—le comunicó sin perderla de vista, mientras la observaba desde el otro ladode la habitación apoyado en la chimenea, con los brazos cruzados sobre supecho y una mirada de lobo hambriento.

—¿Yo? —le provocó Christine sin querer mirarle para que no viera susonrisa.

—Sí. Si sigues moviéndote así tengo muy claro lo que voy a hacercontigo.

Christine soltó una carcajada al sentirse pletórica de felicidad. Deseabacon todas sus fuerzas estar sometida al placer que su marido le daba con sucuerpo, pero sabía que tendrían toda la noche para disfrutar de él.

No le quedó más remedio que hacerse con una gran cantidad de fuerzade voluntad para no sucumbir a la necesidad de sus caricias, pues ahora habíallegado el momento de una cena romántica frente al fuego. Algo que tambiénhabía añorado cuando tuvo que vivir bajo la ausencia de Brian.

—¿Y por qué no te acercas y me echas una mano con la cena?—Princesa, si me acerco en estos momentos, las manos te las voy a

echar a ti y no a la cena.—¡Serás bobo! —le dijo ella sin dejar de provocarle con el movimiento

de sus caderas.Christine siguió con sus tareas pensando que Brian se habría marchado a

la habitación para deshacer las maletas, pero cuál fue su sorpresa cuando ni unminuto después, sigiloso, se había acercado por detrás y sin previo aviso larodeó con sus brazos.

El grito de sorpresa no se hizo esperar, y Christine vació sus pulmonesal compás de una especie de alarido, a medio camino entre el susto y lasorpresa.

—Ahora ya no te ríes tanto —le señaló burlón, mientras arrimaba elcuerpo de Christine al suyo.

—Me has dado un susto de muerte —le contestó enojada, acompañandosus palabras con un manotazo en el brazo de Brian que solo le causó unasonrisa.

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—Te lo tienes bien merecido por provocarme —le indicó para despuésbesarla por el cuello—. Así aprenderás a no jugar con fuego a menos quequieras quemarte. Porque te aseguro princesa, que como sigas con estejueguecito, no vas a salir ilesa.

—El que no va a salir ileso eres tú, si te vuelves a acercar de esamanera cuando estoy manejando un cuchillo.

Estando aún a sus espaldas la aferró fuerte entre sus brazos, paradespués darle un último beso cargado de deseo y decirle con un tono quepretendía ser afligido:

—No hay nada que enfríe más rápido el calentón de un hombre, que vera su mujer amenazándole con un cuchillo.

Christine no pudo evitar reír ante el comentario burlón de su marido, ydisfrutar de esos momentos junto a él. Brian era un hombre que desde elprimer día había conseguido ganársela con su encanto y su picardía, y jamás secansaría de ser el centro de todas ellas.

Lo amaba tanto y estaba tan dispuesta a hacer lo que fuera por él, queincluso había atravesado el tiempo para volver a su lado.

Sin poder perder la oportunidad de besarlo se giró despacio, yrodeándole el cuello con todas sus fuerzas se perdió entre sus brazos.

—¿Ya me has perdonado? —le susurró Brian aún rozando sus labios.—Cómo no iba hacerlo si solo tú consigues que mi corazón se vuelva

loco.Los dos quedaron en silencio perdidos en sus miradas, dejando atrás la

música, el fuego y la cena. En esos momentos en todo el universo solo seencontraban ellos sin que nada más les importara, y sin que nada pudierainterferir en sus elecciones.

Pegados cuerpo con cuerpo, unieron sus respiraciones en una sola, paraque desde ese instante sus corazones latieran bajo un mismo ritmo. Algo queles hizo sentirse parte del otro, y en silencio sus almas se juraron que nuncamás se separarían.

—Te amo Christine, y no pienso dejarte jamás.

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—Prométemelo. Necesito oírte decir que pase lo que pase tú siemprelucharás por permanecer a mi lado.

—Te lo prometo, princesa.Con todo su amor emanando de sus cuerpos se abrazaron, dejando que

las lágrimas de ella y el pulso acelerado de él marcaran sus emociones.Habían sellado un pacto en ese lugar que consideraban sagrado, con la

esperanza de crear un vínculo tan fuerte que nunca más las fuerzas celestialesosarían separarles.

—Si te perdiera —murmuró Christine aún entre los brazos del hombreque había cambiado su vida.

—Nunca pasará. Vamos a envejecer juntos y vendremos a esta cabañacon nuestros hijos —le aseguró Brian, para después besar sus labios con undulce y ligero beso.

Luego, separándose de ella el espacio suficiente para que le mirara alos ojos, le siguió diciendo:

—Además, aún tenemos por delante una larga lista de cosas por hacer, ycuando seamos unos ancianitos con largas historias que contar a nuestrosnietos, vendremos a este refugio para hacer el amor en el embarcadero yescandalizar a los peces.

Christine rió ante estas palabras que deseaba hacer realidad.—No sé si me convencerás para hacer eso último, pero estoy dispuesta

a vivir todas esas aventuras a tu lado.—Entonces, cerremos el trato con un beso —y Brian se dispuso a

demostrarle a su esposa todo el amor que guardaba solo para ella.Llevados por el calor que emanaba de ellos se perdieron entre besos y

caricias, sin darse cuenta del paso de los minutos ni de otra cosa que no fueranlos jadeos del otro.

Durante unos apasionados minutos sus bocas solo pronunciaron palabrasde amor, que fueron selladas con el fuego de su deseo. Una locura donde cadavez más se perdían, olvidando en esos instantes sus planes para una nocheinolvidable.

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—Tenemos que parar —señaló entre beso y beso Brian, cuando sepercató que cada vez se le hacía más difícil pensar en detenerse.

—¿Por qué? —replicó ella.—Porque quiero hacerte el amor durante toda la noche de una forma que

nunca olvidarás. Y encima de la encimera no me parece un sitio muy romántico—le explicó sin separarse ni un centímetro de ella y sin dejar de besarla.

Christine sonrió dejándose llevar por las incesantes caricias de sumarido, mientras exponía su cuello para que él lo besara al no querer que sedetuviera.

—¿Quién te ha dicho que no es romántico? —le preguntó cegada por esearrollador deseo, consiguiendo que Brian sonriera.

—Eres única princesa —y haciendo acopio de toda su fuerza devoluntad Brian se separó, antes de que la pasión le impidiera ver con claridad—. Y ahora sé buena y termina de preparar la cena mientras yo pongo la mesa.

Brian no quería privar a su esposa de esa noche tan especial y románticaque había planeado esa misma mañana, al ser lo único que podía ofrecerlepara esa ocasión tan especial, y no estaba dispuesto a negárselo por dejarsellevar por un arrebato de pasión.

Christine se merecía el firmamento entero después de todo lo que habíasufrido, y él estaba dispuesto a dárselo aunque para ello tuviera que alejarsede ella en esos momentos.

Habiendo decidido el paso a tomar, y dispuesto a no caer en latentación, Brian se separó de ella sintiéndose como si le faltara una parte de suser.

—Voy a preparar la mesa —volvió a decir, pero esta vez sonó como sitratara de convencerse a sí mismo de lo que tenía que hacer.

—Tú te lo pierdes machote —afirmó Christine sin más, al mismotiempo que se daba la vuelta para seguir con su tarea como si nada hubierapasado, aunque todavía le estuvieran temblando las piernas y no consiguierarespirar con normalidad.

Y es que a ella también le estaba costando separarse de él al desearlo

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con desesperación, por lo que tuvo que girarse para no verle, pues de locontrario no estaba segura de haber podido permanecer separada de suslabios.

El gruñido que Brian le dedicó a modo de respuesta le confirmó que éltampoco quería parar, pero entendía que Brian quisiera que esa noche fueraalgo especial para ambos.

Además, no muchas veces un hombre quiere regalarte las estrellas enuna velada con velas, sin conformarse con desnudarte con prisas y poseertecomo si la vida le fuera en ello. Brian sabía que a Christine como a otrasmuchas mujeres le gustaba el romanticismo, y por eso no quería precipitarse yofrecerle a Christine una noche especial como regalo.

Al fin y al cabo Brian no había tenido la ocasión de comprarle el relojesa mañana antes de viajar a la cabaña, y había pensado que una veladaromántica sería un regalo perfecto para su aniversario.

Christine reconocía que la idea de pasar una noche especial leencantaba, aunque no podía evitar provocarle, pues le gustaba verle deseosode tenerla entre sus brazos.

Tratando de no pensar en la sensual mujer que tenía delante, Brianempezó a coger los cubiertos para preparar la mesa, y queriendo crear unambiente divertido se puso a bailar mientras se dirigía a la mesa.

Para asegurarse de que Christine le viera y se riera de su ocurrencia, sepuso a canturrear la melodía a la misma vez que colocaba todo en su sitio.Luego, sabiendo que ella ya lo estaba observando, siguió con el juegocontoneándose torpemente frente a la mesa.

—¡Ves como yo también sé provocar! —le dijo al mismo tiempo que seiba acercando a ella bailando.

—Cielo, ¡estás loco! —le contestó ella sin poder dejar de reír.Brian fue acercándose poco a poco acompañando sus movimientos con

su voz hasta llegar a Christine, que embelesada no podía dejar de mirarle y dereír encantada con su sentido del humor.

A un escaso metro se paró ofreciéndole su mano, invitándola de estamanera a que se acercara a él y empezaran a bailar juntos.

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Sin pensárselo dos veces ella aceptó encantada el ofrecimiento,dispuesta a aprovechar cada oportunidad que tuviera de disfrutar a su lado.

Cuando Brian tuvo la mano de Christine encima de la suya tiró de ella,para después unirla a su cuerpo y pasarle el otro brazo por su cintura. De estamanera quedaron bailando unidos al son de la música, sin cesar de girar por lasala, de reír encantados, y como punto final, de hacer una pirueta donde él tuvoque agarrarla con fuerza para inclinarla hacia atrás sin que esta se cayera.

Luego, despacio, la volvió a elevar dejándola frente a sus ojos, loscuales se perdieron en la profundidad de su mirada de color miel.

—Tenemos que bailar más a menudo. Me gusta tenerte entre mis brazos—le susurró Brian.

—Lo que de verdad te gusta es tenerme a tu merced —le contestóChristine con unos ojos brillantes a causa de la felicidad que sentía.

—Eso también —confirmó Brian divertido, para después regalarle unbeso en la punta de la nariz y soltarla de su agarre—. Y ahora bella dama, sime permite, seguiré con mis tareas antes de que vuelva a importunarme.

—¡Tendrás cara! ¡Pero si has sido tú quien me ha provocado con tujueguecito! —Exclamó Christine colocándose en jarras delante de él, haciendoun gran esfuerzo para no echarse a reír por su osadía.

La carcajada que escuchó de Brian le confirmó que estaba tratando deprovocarla, y sin pensárselo dos veces, le tiró el trapo de cocina que teníadelante.

—Da las gracias al cielo de que solo tenía a mano ese trapo y no uncazo. ¡Caradura!

Riéndose con más fuerza Brian cogió el paño, y precavido, se lo llevóconsigo por si su esposa se lo volvía a tirar como forma de castigo.

—Princesa, eres una mala perdedora.—¡Yo no he perdido nada! —aseguró, mientras le dejaba por imposible

y se volvía a la cocina para terminar de preparar la salsa de los espaguetis.El ambiente relajado había sustituido con este despliegue de sonrisas al

que antes había sido erótico, y ahora la alegría de ambos inundaba la cabaña.

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—Ya está puesta la mesa —le dijo Brian acercándose despacio paracolocarse detrás de ella y poder ver por encima del hombro qué estabacocinando—. Tiene una pinta buenísima.

—En cinco minutos estará terminada —le aseguró Christine.—Entonces aprovecho ahora para ir a por más leña. Así no tendré que ir

en bolas cuando se nos agote esta noche —comentó divertido, al mismotiempo que elevaba una ceja dándole un toque pícaro a su mirada.

Christine rió por su ocurrencia y se giró para echarle de la cocina.—Date prisa Casanova, no vaya a ser que termine enfriándose.—Princesa, en esta cabaña, esta noche, nada ni nadie va a enfriarse —le

señaló burlón.Dispuesto a seguir provocándola se acercó a la ensalada, y con todo el

descaro que pudo cogió un trozo de tomate llevándoselo a la boca.—¡Eh! ¡Deja en paz a mi ensalada! —le dijo Christine dirigiéndose a él

para empujarle y así conseguir alejarlo.—¡Es que está buenísima! —afirmó con la boca llena, mientras seguía

robando trozos de lechuga y aceitunas.Divertida por fin pudo apartarlo de su ensalada, antes de que este

acabara con ella.—Está bien, me marcho, pero te advierto que me muero de hambre, y si

para cuando vuelva no está la cena terminada, ¡te comeré a ti! —le asegurólanzándose a ella para abrazarla y después morderla en el cuello.

Christine no pudo evitar soltar un grito y luego una carcajada, mientrasveía como Brian la soltaba y se dirigía a la puerta.

—Te doy cinco minutos —le indicó cuando ya estaba prácticamentefuera.

—Con dos me sobran —le aseguró ella.—Eso ya lo veremos —le contestó guiñándole un ojo y terminando de

cerrar la puerta.Y con una sonrisa Christine se quedó sola en la cabaña, mientras

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terminaba de preparar la cena y el sol empezaba su ocaso.

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CAPÍTULO 13 Ya hacía más de quince minutos que Brian se había marchado a por la

leña, y aún no había regresado. En la cabaña todo estaba dispuesto para lacena, y Christine temía que la salsa para la pasta se enfriara si tenía queesperarlo por más tiempo.

Algo inquieta se asomó por la ventana para comprobar si desde ahípodía verlo, pero la puesta de sol ya estaba muy avanzada y los escasos rayosde luz apenas iluminaban la parte del cobertizo, al estar rodeado de árbolesgrandes y frondosos.

Miró hacia el lago con sus tranquilas aguas de color turquesa, y depronto empezó a nacer en ella una intensa inquietud, al sentir una especie depresentimiento de que algo no estaba bien. Volvió a mirar hacia el lado pordonde Brian tenía que aparecer, pero no vio ningún rastro de él, consiguiendoque ese extraño nerviosismo se acrecentara en su pecho.

Tenía la sensación de que se le olvidaba algo; como cuando sales decasa y de pronto miras por si llevas las llaves, aunque Christine no sabía porqué motivo sentía esa intranquilidad que la estaba asustando. Solo sabía queBrian le había dicho que volvería pronto, y sin embargo, aún no habíaregresado.

De pronto recordó un detalle que la dejó paralizada. Hacía justo un añoque Brian había salido por la puerta de la habitación como cada mañana,despidiéndose de ella con un beso y diciéndole que esa noche llegaríatemprano para ir al restaurante, pero nunca cumplió su promesa por culpa delaccidente.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se preguntó el motivo por el cualsu mente trajo en ese instante ese recuerdo. Volvió a mirar a través de laventana, pero las sombras cada vez eran más espesas y no pudo ver nada. Consu mente tratando de entender lo que sentía, intentó centrarse para buscar laexplicación que se le escapaba.

Esa fatídica mañana Brian se había marchado ajeno a lo que le

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sucedería, asegurándole que llegaría temprano, pero el accidente le impidióllegar a tiempo sin que pudiera avisarla. Aun así, ella también habíapresentido algo en el ambiente a última hora de la tarde, que como ahora leindicaba que algo no andaba bien, enterándose por las malas que eseperturbador presentimiento había sido producido por la muerte de Brian.

Pero hoy Brian no había ido a trabajar para romper la cadena deacontecimientos que le llevaría al accidente, y se hallaban en un lugar seguroalejados de la ciudad y del tráfico. De hecho, él estaba cogiendo leña y noconduciendo, por lo que estaba convencida de que habían roto el círculo y nodebía tener miedo al estar a salvo. ¿O acaso se equivocaba?

Con su mente pensando a mil por hora, y sus ojos buscándolo a travésde la ventana cada vez más inquieta, Christine volvió a tratar de encontrar unaexplicación para la sensación que cada vez era más fuerte en su pecho.

La idea de ir a la cabaña era para alejarse de la ciudad, del tráfico ycon ello del peligro pero, ¿acaso podía morir por cualquier tipo de accidenteo solo por uno de tráfico? ¿Y si se habían precipitado al creerse seguros yBrian aún estaba en peligro? ¿Y si la muerte le acechaba ese día sin importarel lugar, el modo o la hora?

Y de pronto palideció. ¡La hora!Con un último vistazo contempló el lago, y descubrió que el sol se había

ocultado mientras las sombras empezaban a extenderse. Había cometido unerror que podría ser imperdonable, al no recordar que en la ciudad elanochecer llegaba antes que en el campo.

Eso quería decir que Brian tuvo que morir cerca de la hora del ocaso,justo en el momento en que se encontraban, y no cuando la oscuridad cubría elbosque. La sensación de inquietud se triplicó en su pecho asfixiándola, y sinperder ni un segundo más salió corriendo hacia la puerta, dispuesta aencontrarlo antes de que fuera demasiado tarde y fracasara en su misión.

Nada más llegar al linde del bosque las sombras la envolvieron,dejando atrás la seguridad de la cabaña que se encontraba a escasos metros.Sorprendida, Christine notó que esa negrura no la ocasionaba los escasosrayos de luz, sino que más bien procedía de una espesa bruma que la envolvía,saliendo de la nada y sumiéndola en el terror.

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Miró en todas direcciones sin verle aparecer, y cada vez másdesesperada, comenzó a gritar su nombre en pleno ataque de pánico. Pordesgracia, el bosque, ajeno a su reclamo no le devolvió ninguna respuesta,obteniendo de él únicamente el silencio perturbador y escalofriante.

Angustiada, decidió caminar hacia el cobertizo donde estaba la leña,con la esperanza de encontrarlo dentro sano y salvo. Aunque no conseguía verel edificio a causa de la niebla, sabía que estaba a escasos metros yendo enlínea recta, por lo que no perdió más tiempo y se encaminó decidida en esadirección.

En sus ansias por llegar cuanto antes no vio una piedra que teníadelante, y cayó al suelo al tropezar con ella. Resignada y con ganas de gritarde frustración, trató de situarse, pues no estaba dispuesta a rendirse tanfácilmente.

Sin comprender cómo era posible, se dio cuenta de que la oscuridad eracada vez más espesa, e incluso hubiera jurado que el sol esa tarde se habíaretirado con más rapidez que de costumbre, como si tratara de impedir queencontrara a Brian.

Decidida a seguir adelante, se levantó del suelo sin importarle elrasguño de sus manos ni el dolor en la cadera a causa del golpe, ya que en eseinstante en lo único que pensaba era en encontrar a Brian, y nada ni nadie ladetendrían.

Tras haber conseguido avanzar un par de metros localizó ante ella elcobertizo, y respiró aliviada al ver que las luces estaban encendidas. Con másímpetu que antes corrió hacia sus puertas, mientras gritaba con todas susfuerzas el nombre de Brian.

La esperanza que hasta hacía poco se le había empezado a marchitarvolvió a florecer de nuevo, al creer que Brian estaba dentro entretenido concualquier cosa, y por eso no se había percatado del tiempo transcurrido ni desus gritos. Ya que, ¿qué otra explicación tendría que estuvieran las lucesencendidas y él no contestara?

Pero su mente le volvió a jugar una mala pasada y empezó a descubrirpeligros donde antes no estaban. Deseó poder correr más rápido paradescubrir el misterio de la desaparición de su esposo, y aceleró el paso al

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anhelar con todas sus fuerzas que esta pesadilla acabara.

Por algún extraño motivo parecía que el destino estaba en su contra,pues el escaso recorrido que la separaba del edificio le pareció alargarse acada paso que daba. Aun así, no tardó mucho en encontrarse frente alcobertizo, y sin pensarlo dos veces cruzó sus puertas.

Necesitaba saber que su esposo estaba bien, que simplemente se habíaentretenido, pero cuál fue su sorpresa cuando al mirar por todas partes no loencontró. Si antes Christine había sentido pánico al pensar que estaba enpeligro, ahora, al no saber dónde estaba y no tener respuesta suya cuando lellamaba, la sensación de terror se quedaba en nada.

—¡Brian! —gritó con todas sus fuerzas, mientras las lágrimas cubrían sucara y cada músculo de su cuerpo se tensaba.

Se acercó a cada esquina, hueco y altillo, buscando desesperada portoda la habitación alguna pista que le indicara que había sucedido, y sobretodo que le mostrara hacia donde se había ido. Y es que si de algo estabasegura era de que Brian había estado en su interior, pues era la únicaexplicación para que la luz estuviera encendida.

Pero por mucho que revisó por todas partes no encontró ni rastro de él,empezando a sentir como la esperanza volvía a desaparecer para tomar sulugar la incertidumbre.

Cada vez más desesperada, lo volvió a llamar sin obtener respuesta, einmediatamente miró su reloj para comprobar el tiempo que llevabadesaparecido.

—Ya hace más de media hora —susurró asustada, pues a cada segundoque pasaba sabía que más cerca estaba de perderlo—. Aquí dentro no está y lohabría visto si hubiera regresado a la cabaña —se lo dijo a sí misma, ya quenecesitaba serenarse para pensar con claridad.

Su cabeza empezó a pensar en posibilidades, quedándole en pocotiempo solo una opción, aunque era la que menos le gustaba, pues era la quemás dificultad le traería para encontrarle.

—Tengo que ir al bosque, debe de haber escuchado o visto algo paraadentrarse en él, y ahora no sabrá volver. Debe de ser esa la explicación —se

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volvió a decir para convencerse.

Aun así, sin querer perder la poca seguridad que le quedaba, decidióprobar por última vez antes de adentrarse en el bosque para buscarlo.

Decidida pero muy asustada, salió del cobertizo y con todas sus fuerzasle llamó una vez más. El silencio fue la única contestación que obtuvo en cadaintento, sabiendo que cada segundo jugaba en su contra y la sensación depeligro aumentaba.

No pudo evitar sentir náuseas al percatarse que debía estar lejos para noescucharla, y convencida de que el tiempo estaba en su contra se dispuso abuscarlo, aunque para ello tuviera que andar en círculos toda la noche.

Fue una suerte que su mente tuviera un segundo de lucidez y se detuvieraunos segundos para coger una linterna, pues de lo contrario no le hubiera sidoposible avanzar por el bosque sin caerse, y tarde o temprano hubiera tenidoque regresar.

Solo cuando estuvo equipada de algo de luz y unas cuerdas saliódecidida a encontrarlo, dispuesta a enfrentarse a cualquier adversidad que sele cruzara por el camino, aunque tuviera que emplear hasta sus últimas fuerzaspara conseguirlo.

Fue entonces, en ese justo segundo en que decides hacer algo, enciendesla linterna y te giras para ponerte a andar, cuando tropezó con unos troncos quehabía en el suelo. No los había visto al entrar, al estar apartados a un lado, ypor ello la caída resultó más aparatosa al acabar sobre ellos.

Esta vez con el resbalón se hizo más daño, y Christine lloró al sentirsela mujer más estúpida del mundo al no haber tenido cuidado. Le dolía uno delos tobillos al habérsele enganchado el pie entre unos troncos, y aguantando eldolor trató de incorporarse despacio al no poder perder más tiempo.

En ese instante en que tomaba aliento para continuar advirtió un detalle.Desde que había salido de la cabaña era como si todo a su alrededor sepusiera en su contra, al no ser normal que encontrara tantas dificultades desdeque se había acercado al bosque.

Era cierto que estaba muy oscuro y que estaba nerviosa, pero caerse dosveces seguidas, las sombras que la envolvían obstaculizando su avance y esa

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extraña sensación que le decía que llegaba tarde por mucho que corriera, lehizo soltar toda su frustración con un grito.

—¡¿Por qué quieres que muera?! ¡Él es todo lo que tengo! ¡Por favor!No estaba segura de a quién le gritó desesperada o si alguien le

escuchaba, pero necesitaba desesperadamente rebelarse ante todo lo queestaba sucediendo. Solo de esa manera consiguió soltar toda la frustración, eldolor y la angustia que sentía, quedándose después sin apenas fuerzas, tantomental como físicamente.

—No me lo vuelvas a quitar —consiguió decir entre lágrimas, mientrasmiraba al interior del oscuro bosque como si esperara a que alguien lecontestara.

De pronto, en su interior, notó como poco a poco se iba serenando, ycomo esa inquietud que solo había aumentado desde que había salido parabuscarle se iba diluyendo.

No sabía a qué se debía ese cambio, ya que no vio nada, ni escuchónada a su alrededor, pero estaba segura de haber percibido una especie depresencia positiva, la cual solo quería apoyarla y conseguía que sus miedosdisminuyeran. Alguien que estaba segura que no era Brian, pues era unasensación completamente diferente a la que había sentido la noche de sumuerte.

—Si eres real, ayúdame a encontrarlo.Una ráfaga de viento se levantó de pronto y sintió como si algo le rozara

la mejilla con sumo cuidado, consiguiendo que se estremeciera al notarlocomo si fuera algo muy íntimo y muy humano.

Rodeada de una densa oscuridad, y percibiendo que no estaba sola, loúnico que fue capaz de hacer fue quedarse paralizada. Algo en lo másprofundo de ella le dijo que esa presencia que estaba a su alrededor no queríadañarla, al sentirlo como algo completamente diferente a esa otra sensaciónque había experimentado desde que había salido al bosque.

Aun así le costó tomar la decisión de seguirla adentrándose aún más enlo que la oscuridad escondía, y extrañada contempló como un remolino dehojas muertas se formaba en el suelo ante ella.

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Resultaba curioso como esas hojas pasaron a ser mecidas por el vientocon suavidad, dejando un reguero de hojas por el suelo que iba formando uncamino que se alejaba unos metros en dirección a un viejo pozo.

Y de forma instintiva lo supo. Brian estaba ahí.Con la linterna aún en sus manos, pues no la soltó en ningún momento,

Christine siguió el remolino de hojas mientras trataba de ignorar el dolor quesentía en su tobillo.

Fue avanzando lo más rápido que pudo al sentir una urgencia desmedidapor encontrar a Brian, pero a unos escasos metros el remolino se deshizo antesus ojos quedando solo una ligera brisa. Un hecho que a Christine no leimportó, pues ya sabía hacia dónde debía dirigirse.

Acababa de recordar cuando habían comprado la cabaña y el ancianoles habló de un pozo que estaba algo alejado de la propiedad, y que era unpeligro al encontrarse tapado solo con unas viejas tablas de madera, que encualquier momento podían ceder con facilidad.

El anciano hacía tiempo que no pasaba por ahí y por eso nunca seacordaba de arreglarlo, y luego, cuando ellos compraron el terreno, lo fuerondejando al centrarse en las reformas de la casa, ya que no lo consideraronimportante al no tener hijos.

Lo que Christine no lograba entender era cómo Brian se había podidodirigir hacia ese lugar, cuando sabía que era un sitio peligroso y ese día éldebía de cuidarse de cualquier accidente.

—Tal vez no esté ahí, sería un estúpido si se hubiera arriesgado tanto —le habló al viento por si este volvía a contestarle, pero esta vez no obtuvorespuesta y aceleró el paso.

Cuando se fue acercando al pozo observó que en ese lugar se estabaempezando a levantar una espesa bruma, y supo con toda certeza que Brianestaba cerca al comprobar que volvían a empeñarse en retenerla.

Era como si dos fuerzas ocultas lucharan juntas, una para ayudarla y laotra para entorpecerla, y se preguntó si alguna vez entendería todo lo queestaba sucediendo. Aun así estaba decidida a seguir adelante, dispuesta aenfrentarse a las fuerzas que jugaban en su contra con tal de conseguir salvar a

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su marido.

—Brian —le volvió a llamar, mientras con la linterna enfocaba portodas partes y avanzaba despacio para no volver a tropezar.

Sabía que estaba cerca del pozo y que era cuestión de segundos que selo encontrara, por lo que decidió tener cuidado, por si era ella la que caía enél y definitivamente perdía a Brian al no poder ir a socorrerle.

—Brian —insistió en el silencio de la noche, hasta que escuchó unaespecie de gruñido y se detuvo en seco.

Por unos segundos dudó de lo que había escuchado. ¿Era un sonidohumano? ¿Animal? Aun así iluminó por donde lo había oído, y siguiócaminando en esa dirección intentando demostrar un valor que en realidad nosentía.

Estaba tan asustada que le temblaba todo el cuerpo, aunque el frío y eldolor también la hacían sacudirse. Necesitaba saber qué había sido ese ruido,saber si era o no Brian, pues debía de estar muy cerca y no quería pensar quese había alejado y un animal salvaje le había atacado.

Si eso era verdad y ese animal aún estaba junto al cuerpo, el hecho deque Brian no le contestara solo podía significar que… Pero tuvo que apartarese pensamiento, pues no pudo soportarlo.

—Brian —gritó desesperada, en un intento de apartar de su mente lalocura.

Y otra vez escuchó ese sonido, solo que esta vez fue más claro y supocon total certeza que era humano.

—¡Brian! —gritó sabiendo que estaba cerca, y sobre todo, que estabavivo.

Acelerando el paso se dirigió hacia el lugar desde donde provenía elruido, y alumbró cada hueco, árbol y roca que se encontró a su paso.

El extraño sonido volvió a escucharse por el bosque y Christine supoque estaba cerca.

—Ya voy Brian, aguanta un poco más.—Chris... —le pareció escuchar y su corazón estuvo a punto de salirse

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de su pecho.—Estoy cerca —no pudo evitar llorar—. Puedo oírte.—Chris…Y de pronto vio un oscuro agujero en el suelo con tablas de madera

rotas a su alrededor.—¡Brian! —lo llamó desesperada, pues supo a ciencia cierta que él

estaba dentro y podría estar muy grave.En realidad, que se hubiera caído y aún estuviera vivo era todo un

milagro, ya que el pozo tenía mucha profundidad y estaba recubierto conpiedras. La posibilidad de golpearte en la cabeza con un saliente o contra elsuelo era tan elevada, que daba las gracias al cielo por haber sido tanvehemente.

Christine iluminó bien el pozo para no caerse también en él, al estar elsuelo recubierto de hojas húmedas debido a la niebla y la proximidad dellago. Era consciente de que si no tenía cuidado podían acabar los dos muertos,ya que Brian solo contaba con ella para salvarlo, y destrozada por la caída nopodría ser de mucha ayuda.

Solo cuando se acercó unos pasos pudo ver con claridad que era lo quehabía sucedido, y se quedó inmóvil y espantada al comprobar lo cerca quehabía estado Brian de morir en ese lugar apartado y solitario.

De pie frente al pozo, mientras iluminaba la negrura de su interior, pudocomprobar con espanto como las manos de Brian se aferraban con todas susfuerzas a un saliente, el cual estaba formado por raíces que daban la impresiónde que en cualquier momento podrían romperse, y con ello hacer que Brian seprecipitara al fondo del abismo.

Ver sus manos ensangrentadas agarradas con desesperación a esesaliente, el cual estaba a punto de ceder llevándose consigo a su esposo, hizoque el corazón de Christine dejara de latir por unos segundos, mientras unligero mareo hacía que se tambaleara y temiera por su equilibrio.

Sin pensarlo ni por un instante y olvidándose del dolor de su tobillo, delfrío que la invadía y el desfallecimiento que aún sentía, se tiró al suelo aldarse cuenta de que no podía perder ni un solo segundo, y agarró por las

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muñecas a Brian rezando para tener las fuerzas necesarias para sostenerlo.

—¡Ya estoy aquí cariño! ¡Ya estoy aquí! —Solo fue capaz de decir, puestras mirarle a los ojos y ver el terror reflejado en ellos no se sintió capaz depronunciar más palabras.

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CAPÍTULO 14 Había sido un estúpido al haberse alejado del cobertizo. Recordaba con

toda claridad haber salido cargado con los troncos, cuando le parecióescuchar a una mujer pidiendo auxilio no muy lejos de donde él se encontraba.Sin embargo ahora, después de lo sucedido, estaba convencido de que tan solodebió tratarse del bramido de algún animal nocturno.

Sabía que había cometido un error imperdonable y por eso no podíadejar de reprocharse ese impulso sin sentido, cuando ese día había tantascosas en juego y el destino parecía dispuesto a no concederle una segundaoportunidad.

Estuvo convencido de ello cuando se había alejado unos metros, y la luzhabía sido cubierta en cuestión de segundos por una espesa niebla. Pero sobretodo lo había comprendido cuando al adentrarse unos metros en el bosque, ytras haber dado unos pasos inseguros, había escuchado el crujir de unas tablasmientras sentía como el suelo se hundía bajo sus pies.

Fue entonces cuando entendió que había vuelto al momento donde debíaenfrentarse al hecho de perder la vida.

Por suerte esta vez el ingenio y los sentidos estuvieron atentos, y pudoaferrarse con todas sus fuerzas a un saliente. Fue pura suerte encontrar estasujeción, pues pudo escuchar perfectamente como las tablas que antes lemantenían caían a bastantes metros de profundidad en el interior del pozo.

De eso hacía más de media hora a juzgar por la escasez de luz en esosmomentos, y por las limitadas fuerzas que aún le quedaban.

Al principio, tras el inicial susto al sentir que caía, había conseguidoserenarse confiado en poder salir ayudándose de sus manos y sus piernas. Perono contó con no hallar ningún punto de apoyo bajo sus pies, y que esas ramasque habían sido su salvación, fueran cediendo con cada uno de sus intentos porsubir.

También tenía que enfrentarse con otra dificultad, pues con cada impulso

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sus fuerzas mermaban, y las manos se le iban raspando hasta conseguir quesangraran.

Y ahora, a causa de esa sangre que empapaba las raíces estas se habíanvuelto más difíciles de agarrar, y poco a poco se iba escurriendo sin poderremediarlo.

Se sentía un inepto por haber pedido al firmamento una segundaoportunidad y haberla desaprovechado de una forma tan necia. Solo lequedaba la esperanza de que alguien le encontrara antes de que fuerademasiado tarde, aunque sabía que por los alrededores solo se hallabaChristine, y ella jamás sospecharía que había sido tan iluso de adentrarse en elbosque a la hora del ocaso.

Por desgracia, con el sol ya oculto y al encontrarse apartado de lacabaña y del camino, la posibilidad de que ella lo localizara, aunquesospechara que se había adentrado en el bosque, era escasa.

Por eso fue una sorpresa cuando la creyó escuchar en la lejanía, y seresistió a contestar por miedo a que solo fuera una ilusión y agotara su escasaresistencia en contestarla.

Tuvo que oírla un par de veces más, hasta que empezó a dudar de si se trataba de un delirio al encontrarse tan cansado, o si por el contrario podríaser cierto lo que estaba sucediendo.

Su cabeza empezó a pensar en las posibilidades, y cayó en la cuenta deque había varias. Por un lado podía haber calculado mal la distancia que loseparaba de la cabaña, o quizás estaba empezando a perder la noción deltiempo.

Aun así, su alivio fue tan grande que estuvo a punto de llorar, pero secontuvo por miedo a demostrar un desahogo precipitado. Antes tenía queasegurarse que no pasara de largo, o que callera por el mismo agujeroarrastrándolos a ambos a una muerte segura.

Sacando fuerzas de donde ya no le quedaban la llamó, con la esperanzade que le escuchara esta vez con más claridad, y así poder poner punto final aesa pesadilla.

Pero estaba tan agotado, y se sentía tan confundido, que todo se

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transformaba en bruma. Sabía que se acercaba al haber escuchado su voz, aligual que sabía que él había conseguido llamar su atención. Pero a pesar de laspruebas su mente aún seguía dudando, pues le costaba distinguir si todo erareal, o si solo era el deseo de volver a verla antes de precipitarse al vacío.

No fue hasta que vio el resplandor de una linterna y la escuchó con másclaridad, cuando su mente despertó del infierno donde se hallaba y supo concerteza que lo había encontrado.

Percibió el tacto de sus manos sobre las suyas y, aunque tenía los brazosentumecidos, notó cómo su esposa le aferraba con fuerza de las muñecasmientras le decía:

—¡Ya estoy aquí cariño! ¡Ya estoy aquí! —y fue justo en ese instantecuando estuvo a punto de llorar de alivio.

—¿Christine? —logró decir, pues necesitaba confirmar que ellarealmente estaba frente a él.

—Sí, soy yo mi amor. Te he encontrado —Christine no quería llorar yaque era su turno de ser fuerte, pero verle en esas condiciones tan lamentablesle impedía mostrarse serena.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado Brian luchando por suvida en ese pozo, pero calculaba que a esas alturas debía de llevar cerca deuna hora.

No podía verle con claridad, ya que tenía todo el cuerpo metido en elinterior del agujero negro, quedando solo a la vista su cabellera oscura y susmanos ensangrentadas. Pero lo que más le asustó era escucharle, puesresultaba evidente su profundo agotamiento y su desesperación por salir deahí.

Pero tras contemplarle lo que más la aterró fue saber que si él no laayudaba ella sola jamás lograría sacarlo de ese lugar, y no estaba convencidade tener las fuerzas necesarias para alzarlo y ponerlo a salvo.

—Ahora solo tienes que impulsarte para salir. Yo estoy aquí paraayudarte y juntos lo lograremos —trató de infundirle ánimos, aunque ellatambién los necesitara.

—De acuerdo, pero estoy muy cansado.

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—Lo sé mi amor. Solo tienes que esforzarte un poco más y todo habráacabado.

El silencio, solo roto por el sonido de sus respiraciones aceleradas,dejó a Christine angustiada, al no poder saber qué estaría pensando Brian enese momento. Lo que sí notó fue como él se debatía por luchar o rendirse, ytemió haber llegado demasiado tarde para ayudarle.

Un centenar de imágenes viendo caer a Brian al no poder sacarle leatormentaron, y temió que él también pensara que sus esfuerzos serían inútiles.

—Está bien Chris, lo intentaremos juntos —dijo por fin, aunque su vozno sonara muy convincente.

Aun así el alivio de ella fue evidente, y con todas sus fuerzas le agarrópor sus muñecas, decidida a no rendirse por ningún motivo.

—A la de tres impúlsate hacia arriba, y no te preocupes, yo te ayudarépara que te sea más fácil salir. —Estaba tan nerviosa y le temblaba tanto lasmanos, que no estaba segura de ser de gran ayuda, pero sabía que no era elmomento de tener dudas sino de hacer por él hasta lo que creyera imposible—.Una, dos y tres.

Ambos volcaron toda su voluntad en salir de ese pozo oscuro, peroChristine vio espantada cómo la tierra cedía cayendo sobre la cabeza deBrian, y cómo este iba perdiendo el agarre de la raíz donde se sujetabaarrastrándole más hacia el interior del agujero.

Lo escuchaba gruñir y notaba como él intentaba elevarse mermando laspocas fuerzas que le quedaban, al mismo tiempo que la tierra caía sobre élimpidiéndole respirar con normalidad. Oía también como sus pies raspaban lapared del pozo buscando un enganche, mientras la desesperanza cada vez ibaganando más terreno.

Pero ella no estaba dispuesta a rendirse a pesar del terror que estabasintiendo. Se aferró a sus muñecas, aun cuando empezó a darse cuenta de queél no lograría salir, pues era evidente que estaba perdiendo sujeción.Lentamente el cuerpo de Brian comenzó a retroceder al interior de su prisión,llevándose con él a Christine.

Por unos segundos el pánico se apoderó de ellos, pues Brian notó como

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por su culpa la estaba arrastrando hacia dentro. Por otro lado Christine se diocuenta del peligro, pero sabía que si en esos momentos lo soltaba, él caería sinremedio al interior del pozo y volvería a perderlo para siempre.

Fueron unos instantes que parecieron eternos hasta que el cuerpo deChristine hizo de freno, cuando este ya tenía su cabeza, sus brazos y sushombros dentro del pozo que parecía querer tragársela.

El alivio que notó Christine al percibir como su caída cesaba le hizo darlas gracias al cielo, pues por unos segundos creyó que había llegado su hora ymoriría en ese lugar.

Pero Brian no obtuvo ningún alivio al haber puesto en peligro aChristine, ya que por unos segundos estuvo seguro de que su cuerpo al caerarrastraría al de su esposa, y ambos acabarían en el fondo del pozo.

El pánico que sintió al darse cuenta de que ella no iba a soltarle le hizodesear desasirse de sus manos para que no cayera con él, pues por nada delmundo estaba dispuesto a que ella sacrificara su vida para salvarle.

Cuando la tierra dejó de caer sobre la cabeza de Brian y lasrespiraciones de ambos lograron serenarse un poco, fue el momento deenfrentarse a la verdad, y comprobar cuánto más se había hundido Brian en elpozo, y si Christine podía retroceder sin problemas hasta estar en una posiciónmás segura.

—¿Estás bien? —logró decir Brian, pues la tierra en su boca leprovocaba tos y sabía que si cedía a sus espasmos los arrastraría hacia lamuerte.

—Sí, ¿y tú?Por unos segundos él calló, pues no sabía cómo decirle lo que para él

era evidente, pero estaba convencido de que para su esposa sería muy duro deasimilar que apenas tenía fuerzas para sostenerse, y por lo tanto no habría unfinal feliz para ellos.

—Estoy muy cansado.—Lo sé Brian, pero no podemos rendirnos ahora.Christine tenía la cabeza dentro del pozo, y aunque la luz de la linterna

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era escasa, cuando el polvo se aplacó pudo distinguir la cara de Brian.

Su rostro estaba manchado de tierra y sangre a causa de múltiplesarañazos, pero lo que más la impresionó fue la tristeza que vio en sus ojos.Nada más contemplarlo se percató de que Brian ya se había rendido, y ahorale tocaba la doble misión de convencerlo para hacer otro intento además desacarlo del hoyo.

Sentía cómo algo húmedo empezaba a mojar sus manos haciéndole másdifícil el agarre, por lo que supo que estas seguían sangrando y no le serían demucha ayuda al ser escurridizas. No pudo evitar sentir un fuerte deseo dellorar y de gritar de frustración, pero no podía permitirse aparentar debilidadante Brian, al estar solo ella para inspirarle confianza.

Decidida a no dejarse vencer por las dificultades y permanecer a todacosta junto a su marido, Christine guardó toda la pena y desolación que sentíaen lo más profundo de su corazón y se centró solo en la esperanza.

—Brian, tenemos que probar otra vez, ya que estoy segura que esta vezlo lograremos.

—Christine, suéltame —apenas logró decirle.Ella no podía creer que Brian le pidiera algo así, y menos sabiendo lo

mucho que lo amaba y lo mal que lo había pasado el año tras su muerte.—¡No! —exclamó categórica.—Christine, por favor, no puedo condenarte a caer conmigo —su voz

sonó desesperada y se notaba que estaba apenas sin aliento.—No vamos a caer ninguno de los dos. No pienso consentirlo —y como

prueba de ello le agarró de las muñecas con más fuerza.—Princesa, mírame —le imploró al no poder permitir que se sacrificara

por él, no cuando la amaba más que a su propia vida.Pero Christine se negó a mirarle, al saber que si lo hacía ella también

sucumbiría a su deseo y ambos necesitaban de su fortaleza para salir adelante.—No voy a dejarte —repitió Christine como prueba de su obstinación,

aunque su voz temblorosa y sus manos sudorosas no eran prueba de sudeterminación.

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—Mi amor, por favor. Mírame —la dulce voz de Brian bañada ensúplica le hicieron ceder a su petición, pues algo en su interior le decía que talvez esos momentos serían los últimos que compartiría con su esposo.

Cuando sus ojos se enfrentaron a la verdad al ver a Brian sucio,agotado, y con una tristeza tan profunda en su mirada que le cortaba larespiración, se dio cuenta de que estaba convencido de que caería y no queríaarrastrarla con él.

—Lo siento mi vida. Siento volver a fallarte pero no hay otra salida.—No puedes hacerme esto, otra vez no —las lágrimas empezaron a

rodar por su rostro, pues ya no pudo seguir siendo valiente.—Lo siento —siguió lamentando al mismo tiempo que acompañaba las

lágrimas de Christine con las suyas.—¡Me lo prometiste! ¡Dijiste que lucharías por mí, que siempre estarías

a mi lado!—Lo sé princesa, pero no puedo hacerte esto. No creo que aguante

mucho más y no puedo…—Intentémoslo otra vez. Por favor. Hazlo por mí.—Christine no me pidas eso. No puedo arrastrarte conmigo.Desesperada, trataba de encontrar algo que le convenciera para que se

arriesgara a salir sin importar que ella cediera, por lo que necesitaba hallaruna sola idea que le volviera a dar esperanzas. Pero estaba tan agotada; tantomental como físicamente, y se sentía tan enfadada con el destino por volver aponerlo en peligro, que no se le ocurría nada más que seguir insistiendo en quelo intentaran.

—Suéltame, por favor —susurró Brian sin dejar de mirarla, para quecomprobara que por nada del mundo estaba dispuesto a ponerla en peligro.

Fue al mirarle cuando comprendió que él solo estaba pensando en ella,y por nada del mundo la pondría en peligro para salvarse. Pero Christineestaba decidida a ello, y haría todo lo posible para demostrarle que aunque élse opusiera, ella terminaría sacándole de ese pozo.

—No voy a soltarte. O lo intentamos de nuevo, o nos quedamos aquí

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toda la noche hasta que lo comprendas.La mirada de Brian no le dio buena espina, al dar la impresión de que él

estaba contemplando su rostro por última vez, o como si quisiera que su carafuera lo último que viera al caer. En solo un segundo el cuerpo de Christine setensó al comprender qué pretendía hacer, consiguiendo que el pánico seapoderara de ella.

Sin pensárselo dos veces empezó a tirar con fuerza de él hacia arriba,antes de que le diera tiempo a soltarse las manos y cayera al vacío.

—¡No! —gritó Brian cuando notó el empujón y la tierra volvió a caersobre su cabeza.

Pero Christine no logró su objetivo, y solo consiguió asustar a Brian alver como ambos cuerpos eran arrastrados unos centímetros más hacia elinterior.

—No seas tonta y suéltame —le pidió cuando pudo volver a respirar,pero sobre todo cuando se hubo serenado del susto que experimentó al vercómo ella cedía al abismo.

—No voy a perderte de nuevo —le respondió Christine seriamente.—Y no lo harás pequeña, yo siempre estaré a tu lado cuidándote.

Christine, cariño, mírame —le rogó él de nuevo—. Te he amado con todo micorazón y me niego a ser la causa de tu muerte. No me pidas eso por favor.Déjame morir sabiendo que tú te has salvado.

—Es que no comprendes que no puedo hacerlo. Me hablas de que meamas con todo tu ser, pero, ¿qué quedaría de mí si tú te murieras? Me estaríascondenando a una vida en muerte y sé que no podría volver a pasar por eso.Por favor, te suplico que no me lo pidas.

—¿Acaso me estás pidiendo que te mate? ¡Porque es eso lo que estáshaciendo! —le reclamó, sintiendo como algo dentro de él se rompía en milpedazos, al pensar que por su culpa ella también podría morir.

—Te estoy pidiendo que luches por nosotros. Que nos des otraoportunidad, y si no lo conseguimos, te ruego que respetes mi decisión y medejes morir contigo.

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—Pero…—¡Por favor! Déjame decidir a mí.Durante unos segundos todo quedó en silencio. Brian se sentía

entumecido, exhausto y muerto de miedo por ella. No soportaba la idea decaer al interior del pozo, pero menos aún toleraría matar en su caída al amorde su vida.

Tenía las manos sangrando, el cuerpo magullado y la cabeza a punto deexplotarle. Le costaba respirar y tenía que hacer grandes esfuerzos para notoser, pues de lo contrario caerían ambos sin remedio. Sabía que hacer otrointento por salir sería un suicidio, y era inaceptable dejar que ella muriera.

—Christine, ¿de verdad crees que esta segunda oportunidad nos fuedada para que tú también murieras? ¡Porque yo no lo creo! —fue su últimointento para convencerla y con ello salvarla.

—No sé cuál fue el motivo, solo sé que no puedo volver a perderte. Túno sabes lo duro que fue, por lo que no me puedes pedir que vuelva a pasarpor eso.

Brian comprendía perfectamente lo que ella sentía, pues él se angustiabasolo de pensar en que le pasara algo malo. Debió ser un auténtico infiernopara Christine pasar sola por eso, pero estaba convencido que con el tiempo eldolor cedería y volvería a ser feliz, aunque no fuera a su lado.

Pero debía reconocer que en el caso de que las tornas fueran diferentes,y hubiera sido su princesa la que hubiera muerto, él jamás se repondría de supérdida y también preferiría haber muerto con ella.

Sé sentía tan confuso, tan cansado y lamentaba tanto verla sufrir, quecuando Christine le volvió a hablar sintió en su pecho la necesidad decomplacerla. Se lo debía al recordar todo el amor que le había entregadodesde que se habían conocido, así como por el sacrificio que estaba dispuestaa hacer por él, y por supuesto, por la forma tan desesperada de luchar paraconseguir salvarle.

—Brian. Tú siempre has sido un hombre de convicciones, un luchador.Por eso te pido, por el amor que dices sentir por mí, que no te rindas. ¿Meoyes? —Esta vez fue Christine quien lo miró a los ojos desafiándolo—.

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¡Lucha! Por mí, por nuestro amor, pero sobre todo por nuestro futuro. ¡Lucha!

La rabia en la mirada de Christine y las palabras dichas entre lágrimasde frustración, consiguieron que aparecieran algunas dudas en la resolución deBrian. Empezó a pensar que tal vez ella tuviera razón y debían intentar salirpor última vez antes de rendirse, ya que habían caminado juntos un caminodemasiado largo, como para darse por vencidos en el último minuto.

Aun así el precio a pagar era excesivo, y por ello la incertidumbreseguía atormentándole.

—¿Y si no lo conseguimos? —le preguntó angustiado y con las manosresbalando a causa de la sangre que empezaba a manar cada vez con másfuerza.

—Entonces, caeremos los dos.—¡No! —se resistió a ceder al no soportar que en caso de que fallaran

ella lo pagaría con su vida.—En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Pero esta

vez no permitiré que la muerte nos separe —y desafiándolo con la mirada ledijo absolutamente convencida—: Si tú caes yo también lo haré, porque nopienso soltarte.

La lucha de miradas fue encarnecida, ya que ninguno de los dos queríaceder en algo tan importante. Hasta que Brian se dio cuenta de que ella nuncacedería y el tiempo jugaba en su contra.

—¿Cómo puedes ser tan cabezona?—¡Porque no me querrías si fuera de otra manera!Ambos se miraron ya sin el desafío en sus miradas, pues en sus ojos

solo podía verse el gran amor que ambos sentían.—Te amo con toda mi alma, ¿lo sabes verdad? —le preguntó él.—Lo sé, como tú también sabes que lo eres todo para mí.Decidir si tu mujer muere contigo o si se salva es una decisión sencilla,

ya que por nada del mundo le harías daño. Pero decidir si la dejas cumplir sudeseo de matarse contigo, o por el contrario la dejas vivir con el dolor desaber que no pudo ayudarte, era la cosa más difícil a lo que jamás una persona

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podía enfrentarse, y ahora Brian estaba en esa vicisitud, al tener que decidir enpocos segundos sobre la vida o la muerte de la mujer que amaba.

Era una deliberación tan drástica y dolorosa, que aunque le hubierandado mil años para deliberar sobre ella no lo hubiera logrado. Hasta que solole quedó un camino para seguir.

—Lo intentaremos de nuevo —afirmó resuelto.

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CAPÍTULO 15 La sonrisa en el rostro de Christine le dio a Brian la esperanza que tanto

necesitaba para seguir adelante, y rogó al cielo para que volvieran a ayudarlessacándoles de ese apuro.

Por su parte Christine sintió un gran alivio, al estar convencida de quesu historia de amor no podía acabar de una manera tan dramática. Algo en suinterior le hacía confiar en esas fuerzas misteriosas que les habían dado unanueva oportunidad para permanecer juntos, pues para ella no tenía sentido quetanto sacrificio solo se quedara en otra forma de matar a su marido.

No podía dejar de pensar que debía haber una razón para todo esto, yaque de otra manera el destino no le hubiera preparado esta dura prueba.

Reconocía que su fe hacía años que se había disipado, pero traspresenciar sucesos sin explicación que le habían hecho dudar de todo lo queella creía conocer, estaba convencida de que había algo más grande ycomplejo que regía su vida, siendo la fe la única conclusión posible para todoeste enigma, y esa fe que ahora sentía renacer en su corazón era la queimpulsaba su esperanza.

—Vamos a conseguirlo Brian, estoy segura. —Aun así no era ningunaingenua, y una parte de ella sabía que todo podía acabar en el fondo de eseoscuro pozo—. Pero si no lo logramos no te culpes de nada. Fue mi decisión yprefiero morir a tu lado que vivir mil vidas sin ti.

—No voy a dejarte caer. Si ves que no puedes sacarme y notas que tucuerpo cede, entonces suéltame antes de que te arrastre conmigo.

—Pero no puedo…—Por favor Christine, no condenes mi alma. No soporto la idea de ser

el causante de tu muerte, por mucho que no quieras verlo de esa manera.—Entonces haremos un pacto —le desafió mirándolo a los ojos—. Tú

pondrás todo de tu parte por salir, y yo a cambio te ayudaré hasta que me veaen peligro. Pero solo te soltaré cuando no nos quede otra opción, así que será

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mejor que te esfuerces al máximo.

En ese instante contempló sus ojos color ámbar mirándolo con todo suamor, y se dio cuenta que por ella debía intentar salvarse. Rezó por segundavez en su vida encomendando su alma a un Dios que le estaba dando pruebasde su existencia, y le pidió que no le dejara morir para poder tener una vida allado de una mujer tan maravillosa como la suya.

—Trato hecho —solo pudo decir confiando en que sus fuerzas aúnresistieran otro intento, y que Christine cumpliera su promesa de soltarlo.

El alivio de Christine fue más que evidente, y cerró sus ojos paraagradecer al cielo esa segunda oportunidad. Dedicó sus últimos segundos pararogarles su ayuda, pues sabía que ellos solos no lo conseguirían, aunque seempeñara con todo su alma en creer lo contrario.

—A la de tres tiramos con todas nuestras fuerzas —le dijo ella sinquerer perder más tiempo, pues sabía que a cada segundo que pasaba ambosse sentían más cansados. Además, no quería que Brian recapacitara y senegara a volver a intentarlo.

—De acuerdo —aunque el tono cansado de su voz no inspiraba muchaconfianza.

Fue entonces cuando un miedo atroz se apoderó de su resoluciónllenándola de dudas, al fijarse en las muestras de agotamiento de Brian, en susmanos ensangrentadas, su respiración agitada, y en su mirada asustada ydudosa que quería aparentar fortaleza.

Por primera vez se preguntó si realmente había vuelto al pasado parasalvar a su marido, o si por el contrario solo le habían concedido su deseopara que pudiera despedirse de él antes de que este muriera.

Pero se negó a pensar en ello en un momento tan decisivo, ya que estabaconvencida de que necesitaría de toda su voluntad y coraje para sacar a Briandel pozo, por lo que decidió apartar de su cabeza cualquier duda al ser lo quemenos necesitaban.

De pronto, cuando ya se disponía a agarrarle con todas sus fuerzas paratirar de él, se acordó de la mujer del cementerio, y de cómo estaba convencidade que ella tenía algo que ver con su viaje al pasado.

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Recordó como la hizo sentirse segura con solo hablar con ella, ynecesitando toda la ayuda que fuera posible, la invocó para volver a percibiresa magia que le había ofrecido en un momento tan desesperado.

—Geline, si puedes oírnos, ayúdanos. Ponte de nuestro lado una vezmás y protégenos.

Sin nada más por hacer o a quién acudir, y sabiendo que estos podíanser sus últimos minutos juntos, Brian y Christine se contemplaron con todo elamor que sentían fluyendo de sus miradas. Ninguno de los dos quiso ser elprimero en romper el contacto, no cuando aún les quedaba tanto por decirse ytan poco tiempo para hacerlo.

—Te quiero, princesa.—Te quiero.Se dijeron con lágrimas en los ojos y con el anhelo de que esa noche

terminara para siempre y nunca más volviera a repetirse. Que ambos acabaranentre los brazos del otro estando vivo o muerto, era ya cosa del destino.

Brian notó cómo Christine le aferraba con fuerza de las muñecas, y sepreparó agarrándose a la rama más cercana para ayudarse de ellas en elimpulso. Estaba dispuesto a darlo todo por la mujer que amaba con todo suser, aunque para ello tuviera que desgarrarse las manos.

Sin decir ni una palabra, pues estas ya no eran necesarias, amboscomprendieron que el momento de intentarlo había llegado. Sin apenaspestañear, ya que querían que el rostro del otro fuera su último recuerdo sobrela tierra, se prepararon, y en cuestión de segundos, a la par, hicieron acopio detodas sus fuerzas e impulsados por un ansia luchadora lo entregaron todo.

Brian tiró con ahínco hacia arriba ayudándose de sus pies, que hacían loposible por aferrarse a la pared de piedra del pozo. Por suerte un pequeñoagujero le permitió tener un punto de apoyo, y su impulso cobró más fuerzapudiendo alzarse unos centímetros hacia arriba.

Christine por su parte le agarró convirtiéndose en su apoyo para que noretrocediera, y volcó todas sus energías en tirar de él para sacarlo en cuantonotó como se elevaba un poco.

No le importó la punzada de dolor en los brazos y en la espalda, pues en

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su mente no había cabida para ello al estar más pendiente de lograr sacar aBrian. Proyectó toda su rabia y su desesperación en aferrarse a sus manos,notando con alivio que el cuerpo de Brian empezaba a deslizarse despaciohacia arriba.

La esperanza empezó a surgir entre ellos cuando vieron que realmenteera posible salir de esa experiencia con vida, y reanudaron los envites conmás fuerza para acabar con esa pesadilla.

Pero la suerte se resistía a estar de su lado, y el agarre del pie de Briancedió, consiguiendo que este se deslizara peligrosamente hacia el interior delpozo, arrastrando en su caída a Christine junto a raíces, tierra y rocas.

En cuestión de segundos todo había cambiado, ya que ahora era evidenteque ambos se despeñarían sin remedio encontrando la muerte, apareciendo ensus miradas un terror tan intenso que toda muestra de esperanza desapareció enel acto.

Al verle ceder Christine gimió resistiéndose a soltarlo, mientrascontemplaba impasible como Brian iba perdiendo agarre y se adentrabadespacio en ese agujero oscuro sin que pudiera impedirlo, y con la agonía dereconocer que no habría posibilidad de salir de ahí con vida.

Lo más duro de todo fue ver en la mirada de Brian la súplica de sus ojospidiendo que cumpliera su promesa de soltarle, ya que parecía inevitable queél terminara aplastado en el fondo del pozo.

Resistiéndose a dejarle morir gritó un no rotundo, que le desgarró elcorazón al comprender que iba a volver a perderlo sin que por segunda vezpudiera impedirlo. Recordó en un solo instante la agonía que sintió al saberque había muerto, y cómo estuvo a punto de desfallecer al vislumbrar un futurosin la persona que lo era todo para ella.

Fue entonces cuando supo, de forma instintiva y sin ninguna duda, quehabía llegado el momento de cumplir su promesa y soltarle.

Quería decirle que lo sentía por haberle fallado, que siempre le amaríay que cada noche lo esperaría en sus sueños, pero solo pudo mirarle entrelágrimas al quedarse sin palabras, mientras los ojos de Brian le asegurabanque él también sabía que había llegado la hora de la despedida.

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Y entonces algo pasó.De pronto sintió como el tiempo se paraba y Brian quedaba suspendido

en el aire, como si estuviera sujeto por unas manos invisibles que impedíanque se moviera.

El ambiente se electrizó volviéndose caliente y pesado, así como losruidos del bosque cesaron de pronto y el viento simplemente se calmó. Todose paralizó por un segundo, hasta que el latido del corazón de Christine palpitóal unísono con el de Brian, consiguiendo que la realidad volviera a ponerse enmarcha.

Pero esta vez había algo diferente en el ambiente y en ellos, pues ahorapara Christine el cuerpo de Brian no le resultaba tan pesado, y ella misma senotaba más cargada de energía y mucho menos dolorida.

Por otro lado Brian no entendía qué era lo que le estaba pasando, ya queen solo un segundo pasó de estar cayendo; mientras se negaba a apartar lamirada del rostro de su esposa, a estar suspendido en el aire para despuéspercibir cómo era impulsado hacia arriba por una energía extraña.

Podría jurar sin temor a equivocarse que notaba unas manos sujetandosus pies, pero en vez de tirar de él hacia el interior, lo que hacían era ser unsoporte que lo impulsaba hacia arriba. No tenía ni idea de qué podría tratarse,pero no quiso mirar hacia abajo para comprobar si realmente había alguien oalgo ahí con él que lo estuviera ayudando.

Se conformó con saber que gracias a esa fuerza misteriosa que le servíade apoyo, estaba consiguiendo un agarre seguro y la fuerza necesaria parasubir, negándose a pensar en ese momento si era obra de alguna clase deestímulo infundado por el miedo, de algún ángel o enviado, o quizá se tratarade una fuerza misteriosa procedente de un ser superior.

Ahora lo único que contaba era que le parecía posible salir de esapesadilla, al sentir cómo unas fuerzas que creía perdidas le hacían afianzarseen el agarre para poco a poco ir subiendo por el agujero. Se dio cuentacomplacido y maravillado que las manos seguían sangrando pero no le dolían,al igual que la respiración ya no le resultaba tan costosa y los pies no perdíanla sujeción.

No tenía ni idea de a quién le debía este extraordinario milagro, pues lo

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único que en ese momento le importaba era que tanto Christine como élsalieran de allí con vida. Aun así, una parte de su cabeza no podía olvidar quejusto en el instante en que sintió esas manos ayudándole, la esperanza habíavuelto a inundar cada hueco de su mente, de su cuerpo y de su almacambiándolo todo.

Poco a poco fue ascendiendo con la ayuda de su esposa y de esas manosmisteriosas que le impulsaban hacia arriba, y así, con cada centímetro ganadoal destino, Brian logró contra todo pronóstico salir de lo que sin duda hubierasido su tumba.

Exhaustos, sudorosos y bañados en lágrimas se arrastraron por el suelohasta estar bien seguros de estar fuera de peligro, y solo entonces dieronrienda suelta a su alegría abrazándose entre risas y temblores.

—Brian, Brian —repetía una y otra vez Christine, sin poder creerse quelo hubieran conseguido.

—Ya pasó todo —le indicó a su mujer mientras la abrazaba, aunque enrealidad también lo dijo por él, al necesitar oírlo para creérselo.

Ninguno de los dos sabía qué había sucedido realmente en ese lugar,pero en las circunstancias en las que se encontraban no les importaba, pues loúnico que querían era sentir que estaban a salvo y que habían vuelto a vencer ala muerte.

—¡Dios mío, Brian! ¡Creí que te había vuelto a perder!—Esta vez no, princesa. Esta vez no.Sin poder soltarse se besaron con la determinación de un amor que

rompe todas las barreras haciéndote más fuerte, y es capaz de enfrentarse aldestino con ilusión y esperanza.

Ambos sintieron como sus manos les temblaban, pero a pesar de ellonecesitaban con urgencia recorrer el cuerpo del otro en busca de rasguños yheridas. Sollozaban, reían y suspiraban sin comprender qué había pasado,pero se sentían profundamente agradecidos por esa ayuda que milagrosamenteles había salvado, poniendo a su alcance una nueva oportunidad depermanecer juntos por muchos años.

Cuando quedaron convencidos de estar a salvo, y la adrenalina empezó

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a desaparecer de su organismo, se percataron del frío y del cansancio quesentían, llegando a la conclusión de que sin esa ayuda que les habían ofrecidoellos nunca hubieran logrado salvarse.

Como si fuera un acto reflejo ambos se volvieron hacia el pozo, y unescalofrío les recorrió la espalda dejándolos helados. Sabían que en ese lugarhabía sucedido algo inexplicable, ya que esa ayuda que consiguieron y esassensaciones que sintieron no tenían una explicación lógica.

—¿Qué fue lo que pasó? —le preguntó Christine, pues sabía que eraimposible que Brian detuviera su caída y se impulsara de pronto hacia arribasin ayuda.

—No lo sé, pero alguien me ayudó ahí abajo y le estaré eternamenteagradecido —fue lo único capaz de decir, al no saber cómo explicar lo que lehabía sucedido.

En ese momento se sentía tan confuso y tan cansado, que prefirió apartartodo este asunto para cuando se sintiera más preparado para pensarlo yasumirlo, ya que ahora lo que más anhelaba era estar con su esposa.

Abrazados, pues se resistían a separarse, se volvieron a mirarperdiéndose en la mirada del otro.

—Te amo —le confesó Brian y Christine solo pudo pegarse a su cuerpopara abrazarle con fuerza.

—Prométeme que nunca más te pondrás en peligro —le rogó ella aúntemblando entre sus brazos.

—Te lo prometo siempre y cuando tú también me lo prometas.—Te lo prometo —le juró ella convencida de que cumpliría su promesa,

ya que por nada del mundo estaba dispuesta a volver a perderle.Tras unos minutos dedicados a sentir el calor que emanaba del cuerpo

del otro volvieron a mirarse, y Brian no pudo resistirse a contemplarlamientras acariciaba su rostro y le besaba los labios con dulzura.

—Gracias por quererme tanto —le dijo Christine emocionada.Brian le dedicó esa sonrisa que ella tanto amaba y que creyó que nunca

más vería. Esa que le hizo enamorarse de él hasta el punto de entregárselo

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todo sin importarle perder su propia vida, pues estaba convencida de que seencontrarían en el cielo, al nacer este en el azul celeste de los ojos de Brian, yen esa sonrisa traviesa que desde ahora siempre la acompañaría.

Luego, tras darle un ligero beso en los labios y secarle una lágrima desu mejilla, Brian le respondió emocionado al haber sido testigo del inmensoamor que le procesaba:

—Gracias a ti por amarme de una forma tan intensa, que incluso hasconseguido romper las barreras del tiempo, pero sobre todo, gracias porseguir luchando cuando parecía que todo estaba perdido.

—Siempre lucharé por nosotros —le confesó sin apartar su mirada,pues aún le costaba asimilar que habían vencido al destino.

Christine comenzó a pensar cómo era posible que después de tantosufrimiento hubieran conseguido sobrevivir a esa terrible experiencia,percatándose de que quizá todo ello había sido una prueba para determinar elalcance de su amor y de su sacrificio. Esa suposición consiguió que unescalofrío recorriera su cuerpo, al intuir que solo su obstinación les habíahecho aprobar el examen.

Sin querer pensar más en ello, al sentirse cansada tras un día tan largo ydramático, Christine se perdió en un beso donde expresó toda su gratitud y suamor, sellando por fin un capítulo de su vida que nunca podría olvidar alhaberla marcado para siempre.

Ambos eran conscientes de que se les había ofrecido la oportunidad dedemostrarse cuánto se amaban, y de cómo deberían aprovechar cada segundodel día al ser la vida algo demasiado frágil y valioso.

Después del beso y sintiéndose ahora más tranquilos, decidieron dejaratrás ese lugar que siempre permanecería en sus pesadillas, para regresar alcalor de la cabaña sin querer soltarse de las manos.

Abrazados, no volvieron a hablar de lo que ahí abajo había sucedidohasta horas más tarde, ya que por el momento no necesitaban una respuesta asus miles de preguntas, sino sentir que todo había pasado y estaban a salvo.

Esa noche hicieron el amor con lentitud y anhelo recorriendo cada tramode sus cuerpos, saciándose de ellos y de esa nueva oportunidad que tenían por

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delante. Después, exhaustos, permanecieron abrazados entre las sábanasrevueltas mientras contemplaban en silencio la salida del sol.

Habían sobrevivido a ese día tan terrorífico, y esperaban que la muerteno les volviera a perturbar durante muchos años.

De madrugada, con los rayos de luz anunciando un nuevo comienzo,hablaron entre susurros de lo que había ocurrido, y decidieron guardarlo solopara ellos aunque sabían que no lo podrían olvidar jamás.

La suerte que tuvieron de ser ayudados, hasta en dos ocasiones por unafuerza misteriosa, era algo que agradecerían siempre, y por ello acordaron queese día lo celebrarían no solo como su aniversario de boda, sino como la vezen que su ángel de la guarda les había concedido de nuevo la vida.

Una vida que pensaban disfrutar y compartir hasta el fin de sus días,cuando la vejez llevara años siendo su compañera, y rodeados de nietos ehijos que se despidieran de ellos con una sonrisa en los labios.

Ellos guardarían en sus corazones el secreto de que ni el mismísimocielo consiguió separarlos, y por eso ya no temerían a la muerte, pues estabanconvencidos de que se estarían esperando al otro lado del tiempo y de lasnubes.

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EPÍLOGO Cementerio de Chicago22 de Febrero del 2019Había pasado un año desde aquel veintidós de febrero en que había

cambiado su vida. Aún podía recordar con total nitidez esa ocasión en la quecaminó sola por el cementerio para visitar la tumba de su esposo, al igual quenunca podría olvidar la tristeza y la soledad que la acompañaron a cadainstante durante su año de duelo.

Un largo y desolado periodo que marcó un antes y un después en suforma de ser y de sentir, pues desde entonces le habían sucedido tantas cosasextraordinarias, que jamás podría volver a ser la misma. Ahora creía ensucesos inexplicables, en las segundas oportunidades y en que el amor era lamayor fuerza del universo capaz incluso de desafiar el espacio y el tiempo.

Ese era el motivo por el que Christine se encontraba de nuevo en elcementerio en esa fecha tan señalada, al querer saldar la deuda de gratitud quesentía por esa fuerza misteriosa que la había ayudado.

Y es que si de algo estaba convencida tras haberlo pensado durantedías, era de que la mujer del cementerio era la clave para resolver el misterio,de qué o quién les había ofrecido una segunda oportunidad para permanecerjuntos.

Por eso ahora, justo doce meses más tarde, Christine volvía en busca deuna tumba cargada de preguntas y de deseos, aunque esta vez no caminaba solay abatida por el dolor, sino que andaba cogida de la mano de su marido Brian.

Ambos habían decidido que era necesario saber si la pesadilla habíaterminado y por fin estaban a salvo, y por ello habían pensado ir al cementerioesa mañana, en busca de esa mujer que en su corazón la evocaban como a suángel de la guarda.

—Aún recuerdo el dolor que sentía cuando venía a verte a este lugar, ysin embargo, era donde más cerca de mí te percibía. En casa me hacía daño tu

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ausencia, pero aquí te notaba a mi lado —le confesó Christine mientrascaminaban.

Como un acto reflejo Brian apretó su mano para demostrarle que élpermanecía cerca, y para mostrarle que no debía temer al futuro pues élsiempre lucharía por estar con ella.

—Ya no volverás a estar sola —le aseguró—. Además, pienso estar a tulado durante los próximos cincuenta años.

—Eso espero, porque voy a obligarte a cumplir tu promesa.Brian comprendía lo duro que debió ser para Christine ese año de luto

por su muerte, pues cada vez que él pensaba en perderla se le oprimía elcorazón. Por eso no le extrañaba que su esposa hubiera desarrollado unaespecie de fobia al futuro, al temer que transcurrido un año y volver a esafecha, algo volvería a cambiar y Brian acabara muerto.

Sabía que ese miedo a que el pasado se repitiera y él volviera a morir,se iría desvaneciendo con el paso del tiempo, pero entendía la necesidad deponer un broche a todo lo que les había pasado desde su accidente de tráfico.

Ese era el motivo de estar esa tarde en el cementerio, pues necesitabanpoder mirar con ilusión y sin miedo al futuro.

—Además, ahora no solo me tendrás a mí, sino también a nuestro hijo—le aseguró Brian para calmarla, ya que en las pocas ocasiones en las quehabían vuelto a hablar de ese día ella se alteraba mucho.

Christine se llevó la mano a su vientre plano para tocarse el lugar dondesu hijo crecía, y no pudo evitar sonreír al saber que dentro de ella se estabaproduciendo un nuevo milagro. Hacía solo dos meses desde su embarazo, ydesde entonces cada vez sentía más la necesidad de volver a mirar sin miedohacia adelante.

No quería volver a temer cada vez que Brian llegaba tarde, o cuandocogía el coche o tenía una pesadilla. Necesitaba darle a su hijo la seguridad deun mañana junto a unos padres cariñosos, y no tener que conformarse con unamadre recelosa de cada sombra.

—Lo sé, y te prometo que desde hoy mismo, pase lo que pase en estelugar, pienso dejar atrás el pasado para empezar a mirar al futuro sin miedo.

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Brian la detuvo en medio del camino y, sin soltarla de la mano, leacarició la mejilla.

—Te amo sin importarme tus miedos, porque para mí siempre serás esamujer valiente que me dio las fuerzas para luchar y seguir hacia adelante.Puede que tú aún no la veas, pero te aseguro que yo sí puedo contemplarlacada vez que te miro a los ojos.

Y sin poder resistirse a la mirada de su esposa Brian la besó parademostrarle que sus palabras eran ciertas, y que su amor por ella era cada vezmás fuerte.

—Te doy mi palabra de que a partir de hoy dejaré de comportarmecomo una cobarde.

—¿Y me dejarás hacer paracaidismo? —le preguntó Brian con tonodivertido.

La cara pálida que puso Christine contestó a su pregunta maliciosa, y nopudo hacer otra cosa más que reírse y abrazarla con todas sus fuerzas.

—Tranquila pequeña. Yo tampoco me atrevería a desafiar así a la suerte—y besándola en la punta de la nariz continuó diciendo—: Puedes estar segurade que lo más arriesgado a lo que me subiré será al metro en hora punta.

Ambos sonrieron y volvieron a caminar en busca de una tumba situadaen un lugar exacto, pero cuyo nombre desconocían.

—¡Esa es! —indicó Christine minutos después señalando a una lápida.Con aire solemne los dos se acercaron despacio a la tumba, sintiendo un

escalofrío al hallarse ante ella.Era la primera vez que Brian se acercaba a ese lugar, al no haber

querido saber dónde lo habían enterrado tras su muerte. Por eso ahora, leresultaba extraño contemplar lo que en otro espacio y tiempo había albergadolos restos de su cuerpo, estremeciéndose al ver ese trozo de tierra que antestenía su nombre.

Christine, nada más llegar a la tumba, había notado como Brian setensaba poniéndose rígido, comprendiendo lo duro que debía estar siendo para él estar frente a lo que había sido su tumba. Es por eso que permaneció en

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silencio a su lado sin querer soltar su mano, y sin dejar de contemplar lalápida repitiéndose por milésima vez lo afortunados que eran por seguirjuntos.

—Tu nombre ya no está inscrito, ¿crees que significa que no vas a morirhasta dentro de muchos años, o que quizá mueras pero te entierren en otrolugar?

Durante unos segundos Brian se quedó mirando el nombre del fallecidoque habían enterrado en esa tumba, mientras pensaba en la pregunta de suesposa y recapacitaba sobre cómo se sentía.

—No estoy muy seguro, pero dentro de mí intuyo que tengo una segundaoportunidad, y quiero pensar que eso significa que me quedan muchos añospor delante.

—Yo también quiero pensar que es así, pero no puedo evitar temerperderte.

—Lo sé cariño, pero la vida sigue y debemos aprender a no tener miedoa lo que nos depare el futuro —le dijo Brian mientras se colocaba tras ella yla cobijaba entre sus brazos.

El viento frío de febrero les rodeó haciéndoles estremecer, llevándosecon él un centenar de deseos.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Brian al notarla callada yabstraída.

Christine soltó un suspiro y mirando a su alrededor le contestó:—Creía que al regresar en esta fecha volvería a ver a Geline. Supuse

que estaría aquí visitando la tumba de su familia, como lo hizo la vez en que laconocí.

—Tal vez esté pero no la veamos. O tal vez su futuro haya cambiado yhoy no haya podido venir.

—Tienes razón. La verdad es que no lo había pensado de esa manera —Christine se giró y quedó frente a su marido, que la miraba sin querer perderseni un detalle de su rostro—. Tenía tantas cosas que preguntarle y tantas ganasde verla.

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—Entonces esperaremos un poco más —indicó Brian al ver que eraimportante para ella.

—No hace falta, además, estoy empezando a sentir frío.Sin poder remediarlo la besó en la frente y la estrechó contra su cuerpo

para darle parte de su calor.—Esperaremos cinco minutos y luego nos vamos a casa —afirmó Brian

dándole tiempo a que esa misteriosa mujer apareciera.Durante esos minutos los dos miraron esperanzados en todas

direcciones, mientras se sentían protegidos al estar en los brazos del otro.Pero el tiempo fue pasando sin que nadie apareciera y poco a poco la ilusiónde Christine se fue marchitando.

—Lo siento, cariño —le dijo Brian cuando ya habían esperado bastantemás tiempo, y el frío se empezaba a notar más severo—. Si quieres podemosvenir a probar suerte mañana.

—No hace falta, en realidad ha sido una idea estúpida. Será mejor queregresemos a casa.

—¿Estás segura? A mí no me ha parecido una tontería venir a buscarla.De hecho, ha sido una idea brillante comprobar si esa mujer es real o si esnuestro ángel de la guarda.

Christine le sonrió, pues le encantaba esa forma de ser de su marido. Élsiempre la había apoyado en todo, incluso cuando se presentó ante él con lahistoria increíble de su accidente y muy pocas personas hubieran dado comoválida.

—Regresemos a casa —le aseguró, pues empezaba a comprender quelos milagros debían considerarse un regalo del cielo sin explicación y sincondiciones.

Dispuestos a dejar atrás el pasado comenzaron a caminar, pero eldestino aún no había terminado de jugar con ellos, y justo en ese instante lepareció percibir la silueta de una mujer que estaba parada tras ellos.

Era como si hubiera salido de la nada, pues estaba convencida que algirarse para alejarse de la tumba no había visto a nadie que viniera hacia

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ellos, y sin embargo ahora, justo detrás suyo, había alguien de pie quieta y ensilencio mientras les observaba.

Fue entonces cuando las pulsaciones se le aceleraron, y hubiera juradocomo escuchó pronunciar su nombre al viento.

En un acto reflejo Christine se paró, y mirando recelosa sobre suhombro comprobó si realmente ahí había alguien o se lo había imaginado,apareciendo ante ella una mujer joven vestida de blanco, con el cabello largoy suelto y la mirada fija en ellos.

Brian no pareció darse cuenta de esa presencia, pues le pilló porsorpresa que su esposa se detuviera, y la observó extrañado sin percatarse dela mujer que estaba parada de pie tras ellos.

Con solo una mirada de Christine, Brian advirtió que algo estabasucediendo, y se quedó sorprendido cuando al girarse vio a una mujer que lessonreía a escasos dos metros y no había visto antes.

—¿Puedes esperarme aquí? Necesito hablar con ella —le pidióemocionada, y para su sorpresa sin nada de miedo o recelo.

—¿Es ella? —Christine asintió con la cabeza, y Brian le soltó de lamano al no ser capaz de hacer o decir nada más.

Despacio Christine acortó la distancia que las separaban, y colocándosejusto frente a ella le dijo:

—Me alegro de que hayas venido.La mujer simplemente asintió, confirmando que era la misma persona

que había conocido un año antes y supo, por la forma misteriosa de aparecerante ellos, que algo tenía que ver con su viaje en el tiempo.

—Quería darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Séque fuiste tú quien me dio la oportunidad de regresar para salvar a mi marido.

Las dos permanecieron en silencio mirándose, sin que ningún ruido seatreviera a interrumpir el silencio del campo santo.

Christine se preguntaba cada vez más alterada por qué en esta ocasiónno le hablaba. Ella tenía tantas cosas que preguntarle y tanto que agradecerle,que no sabía por dónde empezar. Quería acercarse a ella y tocarla, pero le

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parecía en esta ocasión tan etérea, que temió que se desvaneciera con unsimple roce perdiendo así la oportunidad de obtener respuestas.

Decidida a no esperar por más tiempo para saber la verdad, se decidióa ser ella la que empezara con las preguntas.

—Me gustaría saber…—¿Es ese tu marido? —la interrumpió con su voz dulce y aterciopelada.Christine se giró y observó cómo Brian las contemplaba atónito.—Sí. Es Brian.—¿El hombre al que amas?—Sí.Geline se quedó mirando por unos segundos a Brian, para después

sonreírle y volver a mirar a los ojos a Christine.—Se nota que te quiere mucho —le dijo Geline al fin.Christine solo pudo asentir, pues en ese momento se percató que había

algo diferente en esa mujer. No estaba segura de lo que era, pero resultócurioso que no lo hubiera percibido la primera vez que la vio.

—Sé que tienes muchas preguntas, pero yo no tengo las respuestas.Tendrás que aprender a vivir con las dudas, y con el tiempo, tratar decontestarlas por ti misma.

—¿Entonces por qué has venido?Geline sonrió y se acercó un paso más a ella.—Siempre te ha gustado ser directa —comentó Geline sorprendiendo

con estas palabras a Christine—. Pero hay muchas cosas que no sabes y que esmejor que nunca sepas, aunque también hay otras que desconoces y me gustaríadecirte.

Christine simplemente asintió sintiéndose cada vez más confusa, ya quela forma en que Geline se refería a ella implicaba que la conocía desde hacíaaños, y sin embargo, ella no la recordaba.

—Quería darte un mensaje de parte de tu madre.

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—¿De mi madre? —preguntó extrañada y sintiéndose cada vez másperdida al comprender cada vez menos lo que pasaba.

Geline asintió y le sonrió.—Así es. Ella nunca te abandonó, Christine.Por unos instantes el corazón de Christine se detuvo al escucharla.

Desde la adolescencia no había vuelto a hablar de ella apartándola de sumente, para nunca más volver a querer saber qué le había sucedido o qué lehabía impulsado a abandonarla.

Le resultaba demasiado doloroso pensar que la mujer que le había dadola vida la había abandonado sin regresar jamás a buscarla, y por eso leextrañaba que esa desconocida sacara el tema, y más que la conociera, puesera algo que pertenecía a su pasado y siempre lo había mantenido en secreto.

Sin embargo algo en la mirada de Geline le hizo sacar de su corazón esaamargura que siempre la había acompañado, y por primera vez en muchosaños, habló de su madre.

—Me dejó cuando solo contaba con unos meses y nunca más regresó nisupe de ella —le dijo resentida por esa mujer que nunca conoció.

—Ella se asustó y se marchó, pero en realidad no quiso dejarte.—Entonces, ¿por qué no volvió nunca? —le preguntó cada vez más

enojada.—Ella murió Christine, por eso nunca regresó a tu lado. Pero antes de

morir comprendió su error y quería volver contigo —Geline con sumo cuidadoacarició su mejilla como tratando de consolarla—. Te quería muchísimo, peroera demasiado joven y le dio miedo afrontar las responsabilidades.

A Christine le dolía escucharla hablar y más cuando le estaba diciendoque la habían querido. Durante toda su vida su mayor deseo fue tener unamadre, pero solo pudo contar con el amor incondicional de su abuela,sintiendo un gran pesar al saber que ninguno de sus padres la había querido.

Por eso se había convertido en una mujer tan fría, y por eso le agradecíatanto a Brian que hubiera descongelado su corazón, pues sin él estabaconvencida que hubiera pasado la vida sola, desconociendo lo que era la

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felicidad de ser amada y de amar.

—Tienes que comprender que cuando te tuvo era muy joven, y tardó enaveriguar lo que significaba ser madre. Pero lo entendió, Christine, ella supolo que era entregarse sin esperar nada a cambio. —Sin apartar su mirada de lasuya, y mostrando la ternura que guardaba en sus ojos, Geline le siguiódiciendo—: Su último deseo antes de morir fue cuidarte, y es a ella a quientienes que agradecérselo todo.

—¿Te refieres a que ella me hizo regresar al pasado? —le preguntótratando de retener las lágrimas.

—Me refiero a que fue ella la que te cuidó desde que eras una niña, laque te animaba en sueños a que siguieras adelante, y la que te apoyó dándotesu energía cuando te sentías decaída. Ella siempre ha estado contigo en todoslos momentos de tu vida, aunque no pudieras verla.

—No lo sabía —consiguió decir antes de que las lágrimas comenzaran aresbalar por su mejilla—. Siempre pensé que ella…

—Lo sé, mi niña, pero tú para ella siempre fuiste su alegría.—Esa frase también me la decía mi abuela —le contestó con una

pequeña sonrisa al mencionarla.De pronto, al contemplar cómo Geline la miraba con cariño, sintió la

necesidad de saber algo sobre su madre, a pesar de estar segura que conocerla verdad de lo sucedido la dañaría.

—¿Cómo murió?—Eso ya no importa y saberlo solo te traerá dolor. Solo te diré que el

mundo es un lugar muy duro para una muchacha sola y confiada.—¿Sufrió? —necesitó saber, a pesar de que intuía que así había sido.—Solo cuando en sus últimos instantes de vida comprendió que nunca

más volvería a verte.Christine asintió sin poder evitar llorar, por esa madre a la que nunca

pudo abrazar y que sin saber había odiado durante años por haberlaabandonado, cuando en realidad, de alguna manera, siembre había estado conella.

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Pensó que quizá su madre Evangeline al morir se había transformado ensu ángel de la guarda, y una idea se le empezó a formar en la cabeza.

—Geline, ¿cómo pudo hacer ella todo eso, cómo me cuidó y me ayudó aregresar junto a Brian?

—Porque te ama muchísimo y el amor lo puede todo.La contestación la dejó sin aliento, al imaginarse la profundidad de ese

amor para conseguir semejantes logros.—Podrías decirle que yo también la quiero y que lamento haber

pensado mal de ella durante todos estos años.Geline asintió, y Christine notó como si un enorme peso se le quitara de

encima. Fue entonces cuando comprendió que ese ángel de la guarda que tantoles había ayudado en realidad había sido su madre Evangeline.

Ella la había hecho retroceder un año en el tiempo, la había guiado hastaBrian en el bosque, y le había sostenido e impulsado para que este saliera delpozo. Todo lo había hecho su madre por amor, cuando ella solo le habíaguardado reproches.

—Ojalá pudiera rectificar tantos años de acusaciones y de dolor. Megustaría poder mirarla a los ojos y decirle que lo siento.

—Sé que lo sientes mi niña, y por eso estoy hoy aquí.—Gracias Geline. No sé cómo podré compensarte por ser su mensajera.Geline sonrió y le dijo:—¿Qué te parece si le pones el nombre de tu madre a tu tercer hijo?Christine sonrió llevándose la mano a su vientre pues le resultaba

extraña esa petición cuando ya estaba embarazada. Y más cuando se suponíaque Geline, como mensajera celestial debería saberlo.

—¿Y por qué no se lo pongo al primero?Geline soltó una carcajada y le dijo entre susurros:—Porque no quedaría bien que un niño se llamara Evangeline —y

acercándose a su oído le murmuró para que nadie la escuchara—: Prefieroesperar a tu tercer hijo que será una niña.

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La cara de Christine se volvió blanca al comprenderlo. Iba a tener comomínimo tres hijos y los dos primeros serían varones, por eso tendría queesperar a que naciera su hija en tercer lugar. Al pensar en ello sonrióencantada, al imaginarse a Brian y a ella formando una gran familia llena deniños; un sueño que ambos querían y que al parecer tendrían la suerte deconseguir.

—Así que vas a ser un niño —le habló a su hijo no nato mientras seguíaacariciando su barriga.

Cuando volvió a mirar al frente vio como Geline se había girado yestaba alejándose despacio de ella como si flotara ayudada por el viento.

Christine avanzó unos pasos como queriendo retenerla, ya que aún teníaque preguntarle muchas cosas que eran importantes para ella.

—¡Espera!, aún tengo muchas cosas que decirte —pero la mujer siguiócaminando sin detenerse—. Geline, por favor, dime por lo menos si mi madreseguirá estando a mi lado.

Geline se volvió despacio mientras el viento la envolvía removiendo sucabello y su vestido blanco, y mirándola a los ojos con una dulzura inmensa, lemandó en un susurro su respuesta para que solo ella pudiera escucharla.

—Yo siempre estaré a tu lado.Y entonces las piezas del rompecabezas encajaron de golpe. Geline era

el diminutivo de Evangeline, el nombre de su madre. Había sido ella desde elprincipio y ni siquiera se había dado cuenta, a pesar de que al mirarla veíaalgo familiar en ella.

Ese era el motivo por el cual se sentía tan a gusto a su lado y no latemía, la causa de que solo ella la escuchara cuando susurraba, y por eso habíaaparecido cuando más la necesitaba.

Esa mujer misteriosa que creyó una desconocida en realidad era lamadre a la que siempre reprochó que la hubiera abandonado, cuando enrealidad siempre estuvo a su lado convirtiéndose en su guía y su guardiana.

—¡Mamá! —La llamó cuando vio que volvía a girarse para marcharse—. Te quiero.

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Geline le sonrió diciéndole sin palabras que ella también la amaba, paradespués simplemente girarse, y comenzar a caminar hasta desvanecersellevada por el viento.

Christine no supo cuánto tiempo se quedó ahí parada esperando a queella volviera, ya que transcurrido algún tiempo solo fue consciente de losbrazos de Brian sobre ella para cobijarla, y de las sombras que poco a pocoempezaban a cubrirles.

—Tenemos que marcharnos preciosa, está oscureciendo y cada vez hacemás frío —le dijo Brian bajito en su oído, aún impactado al haber vistodesaparecer a esa mujer ante sus ojos.

—Era mi madre —le susurró ajena a la llegada del ocaso y la posteriorbajada de las temperaturas, pues en esos instantes se encontraba sumida en suspropios pensamientos al tratar de asimilar todo lo que había descubierto.

—Lo sé cariño. Escuché como la llamabas así.—Fue ella quien nos ayudó —le aseguró tras volverse para mirarle a

los ojos—. En realidad, ella siempre me protegió de todo, aunque nunca losupe.

—Entonces tienes suerte de tenerla como ángel de la guarda.—Sí, ella me dijo que siempre estaría a mi lado.Le costaba hablar al notar un nudo en el pecho a causa de la inmensa

emoción que estaba sintiendo, pero sobre todo al percibir cómo el dolor quehabía guardado toda la vida se iba transformando en una inmensa alegría, alsaber que su madre siempre la quiso y había estado cerca.

Suspirando se abrazó a Brian, y sin poder evitar sonreír al recordartodo lo que había hablado con Geline, le dijo a su marido:

—Ella siempre me quiso. Pensé que era mi abuela la que desde el cielome guiaba, al haber creído que mi madre se había olvidado de mí. Pero no fueasí, y me alegro que sea ella la que me cuide, aunque sé que mi abuela tambiénestá en el cielo ayudándonos.

Emocionada, se abrazó con más fuerza a su esposo al necesitar sentirle,permaneciendo así durante unos segundos hasta que por fin pudo seguir

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hablando.

—Brian, ahora sé que no tengo de qué preocuparme. Te tengo a ti y lastengo a ellas, pronto también tendremos una gran familia, y estoy segura de queseremos muy felices durante el resto de nuestras vidas.

—Yo también lo creo princesa, y estoy seguro de que tendrás quesoportarme durante muchos años.

Ambos sonrieron y se besaron, marcando así un nuevo comienzo en susvidas, donde cualquier cosa era posible y donde juntos lograrían saliradelante.

Cargada de esperanzas e ilusiones para el nuevo futuro que lesesperaba, Christine dejó atrás los miedos, y se juró a sí misma que nunca másse dejaría llevar por el dolor y las dudas, confiando más en las personas queestaban a su lado y la querían.

Estaba convencida de que desde ese mismo instante el destino solodependía de Brian y de ella, pues solo ellos podían decidir la manera de vivirsu vida, y ella, después de lo ocurrido, estaba decidida a ser feliz cada día,por lo que le dedicó a su marido una gran sonrisa y le dijo:

—Entonces regresemos a casa —y tirando de él se encaminaron hacia lasalida—. Además, tengo muchas cosas que hacer, como pintar la habitacióndel niño en azul.

—¿Estás segura? Creí que ibas a pintarla de amarillo al no saber si serániño o niña —le preguntó cogiéndola de la mano, y sonriéndola encantado conesa actitud alegre que no mostraba desde lo ocurrido en la cabaña, hacía justoun año.

—Sí. Según mi madre, ese color quedará perfecto.—¿Y qué más te ha dicho? Desde donde yo estaba apenas he podido

escuchar gran cosa.—Cariño, tendrás que esperar hasta que lleguemos a casa para que te lo

cuente.Y sin más salieron del cementerio para no volver a visitarlo, pues

sabían que en él ya no encontrarían respuestas. Para ello solo tendrían que

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mirar hacia el futuro, y preguntarle al corazón qué deseos guardaba en suinterior para cumplirlos.

Christine nunca más volvió a temer al destino, y mucho menos a sentirsesola, pues ahora tenía a una familia que la adoraba y a una madre que estaríapor siempre cuidándola. Pero sobre todo porque tenía el amor de un hombreque le hacía comprender que por ella, vencería a las barreras del tiempo y dela muerte.

Lo sabía porque ella así lo había hecho, y lo volvería a hacer si fueranecesario.

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NOTA DE LA AUTORA

Más allá del tiempo es la primera novela paranormal que escribo, porlo que os pido perdón si no os ha convencido.

Quería mostrar un amor tan fuerte que incluso venciera a la muerte,dando esperanzas cuando todo parece perdido. También quería hacer pasar alos protagonistas por unas situaciones que solo el amor podía hacerllevaderas, no solo haciéndoles más fuertes, sino también enseñándoles loafortunados que son por tener a alguien a su lado.

Soy consciente de que esta historia que os relato es imposible quesuceda en la vida real, pero lo que sí quería mostrar es la fuerza del amor y lafamilia.

Sé que muchas de vosotras habéis sufrido una enfermedad o, como en micaso, habéis tenido a un familiar que ha pasado por ello. Yo tuve la suerte deque mi hermana saliera adelante y se le haya ofrecido otra segundaoportunidad, y por eso quería dedicar este libro no solo a ella, sino a ese Dioso destino que fue indulgente con nosotros.

La fuerza del amor es algo maravilloso que puede hacerte la personamás fuerte del mundo, o conseguir que desesperes y desfallezcas. Este libro esun canto a esa fuerza, a ese valor y a esa resistencia, que te da saber que tienesa alguien que te ama y que está dispuesto a todo por ti.

Me gustaría que cada una de vosotros sintiera lo que es ese amor, ya seamediante un esposo, un hijo, una abuela, una madre o una hermana. Pero, si pordesgracia os resulta imposible tener a vuestro lado a esa persona especial queos dé apoyo y consuelo, aquí os dejo esta novela para que podáis amar através de ella.

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OTRAS NOVELAS DE LA AUTORA

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SINOPSIS¿Crees en el amor a primera vista?Christian era un empresario solitario y egocéntrico que vivía en un

mundo sin amor, hasta que en la noche de acción de gracias un accidentecambió su destino al poner en su camino a la patosa, sexy y vulnerable Mary.

Ambos vivirán una apasionada historia de amor, donde el romance y laobsesión les harán cometer errores que deberán pagar con su corazón. Caminajunto a ellos por calles nevadas, veladas de en sueño, y dulces noches depasión.

Ríe, siente y emociónate en una navidad donde los milagros se puedenhacer realidad.

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SINOPSIS¿Crees en el “felices para siempre”?Christian y Mary por fin habían encontrado el amor en sus vidas y

creyeron que nada ni nadie podrían separarles. Pero justo en el momento másromántico, cuando estaban celebrando su primer San Valentín, Mary tendrá queenfrentarse a su pasado pagando un precio muy elevado.

Más apasionada y sensual, el milagro de tenerte nos muestra como lossecretos y los miedos pueden convertir unq relación perfecta en algoimposible.

Ríe, siente y emociónate con esta segunda entrega.

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SINOPSIS¿Puede haber algo más romántico que un “sí quiero” cuando te lo pide el

amor de tu vida?Después de enfrentarse a tantas pruebas, de tanto sufrimiento por vencer,

y de intentar encontrar el camino que lleva hasta el corazón de la personaamada, Christian y Mary pueden mirar al futuro con ilusión.

En esta tercera y última entrega descubrirás que son capaces de hacerdos personas enamoradas para conseguir la felicidad, y como un “sí quiero” essolo el comienzo de su bella historia.

Ríe, siente y emociónate con el final de esta trilogía.También te recomendamos

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