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LA DIVINA COMEDIA DANTE ALIGHIERI Ediciones elaleph.com

Ediciones elaleph - Lenguaje y Comunicación | Conocer ... · recióseme una pantera ágil, de rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi ... Siguió a

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  • L A D I V I N A C O M E D I A

    D A N T E A L I G H I E R I

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz
  • Editado porelaleph.com

    1999 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    INFIERNO

    CANTO PRIMERO

    A la mitad del viaje de nuestra vida me encontren una selva obscura por haberme apartado del ca-mino recto. Ah! Cun penoso me sera decir lo sal-vaje, spera y espesa que era esta selva, cuyo recuer-do renueva mi pavor, pavor tan amargo, que lamuerte no lo es tanto. Pero antes de hablar del bienque all encontr, revelar las dems cosas que hevisto. No s decir fijamente cmo entr all; tanadormecido estaba cuando abandon el verdaderocamino. Pero al llegar al pie de una cuesta, dondeterminaba el valle que me haba llenado de miedo elcorazn, mir hacia arriba, y vi su cima revestida yade los rayos del planeta que nos gua con seguridadpor todos los senderos. Entonces se calm algntanto el miedo que haba permanecido en el lago demi corazn durante la noche que pas con tanta an-gustia; y del mismo modo que aquel que, saliendoanhelante fuera del pilago, al llegar a la playa, sevuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla,

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    as mi espritu, fugitivo an, s volvi hacia atrs pa-ra mirar el lugar de que no sali nunca nadie vivo.Despus de haber dado algn reposo a mi fatigadocuerpo, continu subiendo por la solitaria playa,procurando afirmar siempre aquel de mis pies queestuviera ms abajo. Al principio de la cuesta, apa-reciseme una pantera gil, de rpidos movimientosy cubierta de manchada piel. No se separaba de mivista, sino que interceptaba de tal modo mi camino,que me volv muchas veces para retroceder. Era atiempo que apuntaba el da, y el sol suba rodeadode aquellas estrellas que estaban con l cuando elamor divino imprimi el primer movimiento a todaslas cosas bellas. Hora y estacin tan dulces me da-ban motivo para augurar bien de aquella fiera depintada piel. Pero no tanto que no me infundieraterror el aspecto de un len que a su vez se me apa-reci: figurseme que vena contra mi, con la cabezaalta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el airepareca temerle. Sigui a ste una loba que, en mediode su demacracin, pareca cargada de deseos; lobaque ha obligado a vivir miserable a mucha gente. Elfuego que despedan sus ojos me caus tal turba-cin, que perd la esperanza de llegar a la cima. Y ascomo el que gustoso atesora, se entristece y lloracon todos sus pensamientos cuando llega el mo-mento en que sufre una prdida, as me hizo pade-cer aquella inquieta fiera, que, viniendo a mi en-cuentro, poco a poco me repela hacia donde el solse calla. Mientras yo retroceda hacia el valle, se pre-

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    sent a mi vista uno, que por su prolongado silenciopareca mudo. Cuando le vi en aquel gran desierto:

    -Piedad de m- le grit- quienquiera que seas,sombra u hombre verdadero.

    Respondime:No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres

    fueron lombardos y ambos tuvieron a Mantua porpatria. Nac sub Julio, aunque algo tarde y vi aRoma bajo el mando del buen Augusto en tiemposde los dioses falsos y engaosos. Poeta fui, y cant aaquel justo hijo de Anquises, que volvi de Troyadespus del incendio de la soberbia Ilin. Pero,por qu te entregas de nuevo a tu afliccin? Porqu no asciendes al delicioso monte, que es causa yprincipio de todo goce?.

    -Oh! Eres t aquel Virgilio, aquella fuente quederrama tan ancho raudal de elocuencia?- le res-pond ruboroso-. Ah!, honor y antorcha de losdems poetas! Vlganme para contigo el prolongadoestudio y el grande amor con que he ledo y medita-do tu obra. T eres mi maestro y mi autor predilec-to; t solo eres aquel de quien he imitado el belloestilo que me ha dado tanto honor. Mira esa fieradebido a la cual retroceda; lbrame de ella, famososabio, porque a su aspecto se estremecen mis venasy late con precipitacin mi pulso.

    -Te conviene seguir otra ruta- respondi al ver-me llorar, si quieres huir de este sitio salvaje; porqueesa fiera que te hace prorrumpir en tales lamenta-ciones no deja pasar a nadie por su camino, sino

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    que se opone a ello matando al que a tanto se atreve.Su instinto es tan malvado y cruel, que nunca ve sa-tisfechos sus ambiciosos deseos, y despus de co-mer tiene ms hambre que antes. Muchos son losanimales a quienes se une, y sern aun muchos mshasta que venga el Mastn y la haga morir entre do-lores. Este no se alimentar de tierra ni de peltre,sino de sabidura, de amor y de virtud, y su patriaestar entre Feltro y Feltro. Ser la salvacin de estahumilde Italia, por quien murieron de sus heridas lavirgen Camila, Euralo y Turno, y Niso. Perseguir ala loba de ciudad en ciudad hasta que la haya arroja-do en el infierno, de donde en otro tiempo la hizosalir la envidia. Ahora, por tu bien, pienso y veo cla-ramente que debes seguirme: yo ser tu gua, y te sa-car de aqu para llevarte a un lugar eterno, dondeoirs aullidos desesperados; vers los espritus do-lientes de los antiguos condenados, que llaman agritos a la segunda muerte; vers tambin a los queestn contentos entre las llamas, porque esperan,cuando llegue la ocasin, tener un puesto entre losbienaventurados. Si quieres, en seguida, subir hastaellos, te acompaar en este viaje un alma ms dignaque yo, te dejar con ella cuando yo parta; pues elEmperador que reina en las alturas no quiere quepor mediacin ma se entre en su ciudad, porque fuirebelde a su ley. l impera en todas partes y reinaarriba; arriba est su ciudad y su alto solio: Oh!Feliz el elegido para su reino!

    Y yo le contest:

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    -Poeta, te requiero por ese Dios a quien no hasconocido, que me hagas huir de este mal y de otropeor; condceme adonde has dicho, para que yo veala puerta de San Pedro y a los que, segn dices, es-tn tan desolados.

    Entonces se puso en marcha, y yo segu tras l.

    CANTO SEGUNDO

    El da terminaba; la atmsfera obscura de la no-che invitaba a descansar de sus fatigas a los seresanimados que existen sobre la tierra, y yo solo mepreparaba a sostener los combates del camino y delas cosas dignas de compasin, que mi memoria tra-zara sin equivocarse. Oh Musas!, oh alto ingenio!,venid en mi ayuda: oh mente, que escribiste lo quevi!, ahora aparecer tu nobleza.

    Yo comenc:-Poeta, que me guas, mira si mi virtud es bas-

    tante fuerte antes de aventurarme en tan profundoviaje. T dices que el padre de Silvio, aun corrupti-ble, pas al siglo inmortal y pas sensiblemente. Siel adversario de todo mal le fue favorable, debise alos grandes efectos que de l deban sobrevenir; y elpor qu no parece injusto a un hombre de talento;pues en el Empreo fue elegido para ser el padre dela fecunda Roma y de su imperio: el uno y la otra, adecir verdad, fueron establecidos en favor del sitiosanto en donde reside el sucesor del gran Pedro.Durante este viaje, por el que le elogias, oy cosas

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    que presagiaron su victoria y el manto papal. Des-pus el Vaso de eleccin fue transportado hasta elcielo para dar ms firmeza a la fe, que es el principiodel camino de la salvacin. Pero yo por qu he deir?, quin me lo permite? Yo no soy Eneas, ni SanPablo: ante nadie, ni ante m mismo, me creo dignode tal honor. Porque si me lanzo a tal empresa, temopor mi loco empeo. Puesto que eres sabio, com-prenders las razones que me callo.

    Y como aquel que no quiere ya lo que quera, yasaltado de una nueva idea, cambia de parecer, desuerte que abandona todo lo que haba comenzado,as me suceda en aquella obscura cuesta; porque, afuerza de pensar, abandon la empresa que habaempezado con tanto ardor.

    -Si he comprendido bien tus palabras- respondiaquella sombra magnnima-, tu alma est traspasadade espanto, el cual se apodera frecuentemente delhombre, y tanto, que le retrae de una empresa hon-rosa, como una vana sombra hace a veces retroce-der a una fiera, cuando se introduce en la oscuridad.Para librarte de ese temor, te dir por qu he venido,y lo que vi en el primer momento en que me mo-viste a compasin. Yo estaba entre los que se hallanen suspenso, y me llam una dama tan bienaventu-rada y tan bella que le rogu me diera sus rdenes.Brillaban sus ojos ms que la estrella, y empez adecirme con voz angelical, en su lengua: Oh almacorts mantuana, cuya fama dura an en el mundo ydurar mientras su movimiento se prolongue! Mi

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    amigo, que no lo es de la ventura, se ve tan em-barazado en la playa desierta, que en medio del ca-mino el miedo le ha hecho retroceder; y temo (porlo que he odo de l en el Cielo) que se haya extra-viado ya, y que yo haya acudido tarde en su socorro.Ve, pues, y con tus elocuentes palabras, y con lo quese necesita para sacarle de su apuro, auxliale tanbien, que yo quede consolada. Yo soy Beatriz, la quete hace marchar; vengo de un sitio adonde deseovolver: amor me impele, y es el que me hace hablar.Cuando vuelva a estar delante de mi Seor, lo ha-blar de ti bien y con frecuencia. Call entonces, yyo repuse: Oh mujer de virtud nica, por quien laespecie humana excede en dignidad a todos los se-res contenidos bajo aquel Cielo que tiene los crcu-los ms pequeos! Tanto me place tu orden, que siya te hubiera obedecido, creera haber tardado: notienes necesidad de expresarme ms tus deseos. Masdime: por qu causa no temes descender al fondode este centro desde lo alto de esos inmensos luga-res, adonde ardes en deseos de volver? Puestoque tanto quieres saber, te dir brevemente- respon-dime- por qu no temo venir a este abismo. Slodeben temerse las cosas que pueden redundar enperjuicio de otros; pero no aquellas que no inspiraneste temor. Por la merced de Dios, estoy hecha detal suerte, que no me alcanzan vuestras miserias, nipuede prender en m la llama de este incendio. Hayen el Cielo una dama gentil, que se conduele delobstculo opuesto al que te envo, y que mitiga el

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    duro juicio d la justicia divina. Ella se ha dirigido aLuca con sus ruegos, y le ha dicho: Tu fiel amigotiene necesidad de ti, y te lo recomiendo. Luca,enemiga de todo corazn cruel, se ha conmovido eido al lugar donde yo me encontraba, sentada al la-do de la antigua Raquel. Y me ha dicho: Beatriz,verdadera alabanza de Dios, no socorres a aquelque te am tanto, y que por ti sali de la vulgar esfe-ra? No oyes su queja conmovedora? No ves lamuerte contra quien combate sobre ese ro, msformidable que el mismo mar? En el mundo no hahabido jams una persona ms pronta en correr ha-cia un beneficio ni en huir de un peligro, que yo, encuanto o tales palabras. Descend desde mi dichosopuesto, findome en esa elocuente palabra, que tehonra, y que honra a cuantos la han odo. Despusde haberme hablado de este modo, volvi llorandohacia m sus ojos brillantes, con lo que me hizo par-tir ms presuroso. Y me he dirigido a ti tal como hasido su voluntad, y te he preservado de aquella fieraque te cerraba el camino ms corto de la hermosamontaa. Pero qu tienes?, por qu te suspendes?,por qu abrigas tanta cobarda en tu corazn?,por qu no tienes atrevimiento ni valor, cuandotres mujeres benditas cuidan de ti en la corte ce-lestial, y mis palabras te prometen tanto bien?

    Y as como las florecillas, inclinadas y cerradaspor la escarcha, se abren erguidas en cuanto el Sollas ilumina, as creci mi abatido nimo, e inund tal

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    aliento mi corazn, que exclam como un hombredecidido:

    -Oh! Cun piadosa es la que me ha socorrido!Y t, alma bienhechora, que has obedecido con talprontitud las palabras de verdad que ella te ha di-cho! Con las tuyas has preparado mi corazn de talsuerte, y lo has comunicado tanto deseo de empren-der el gran viaje, que vuelvo a abrigar mi primerpropsito. Ve, pues; que una sola voluntad nos diri-ja: t eres mi gua, mi seor, mi maestro.

    As le dije, y en cuanto ech a andar, entr por elcamino profundo y salvaje.

    CANTO TERCERO

    Por m se va a la ciudad del llanto; por m se va aleterno dolor; por m se va hacia la raza condenada:la justicia anim a mi sublime arquitecto; me hizo ladivina potestad, la suprema sabidura y el primeramor. Antes que yo no hubo nada creado, a excep-cin de lo eterno, y yo duro eternamente. Oh vo-sotros los que entris, abandonad toda esperanza!

    Vi escritas estas palabras con caracteres negrosen el dintel de una puerta, por lo cual exclam:

    -Maestro, el sentido de estas palabras me causapena.

    Y l, como hombre lleno de prudencia, me con-test:

    -Conviene abandonar aqu todo temor; convieneque aqu termine toda cobarda. Hemos llegado al

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    lugar donde te he dicho que veras a la doloridagente, que ha perdido el bien de la inteligencia.

    Y despus de haber puesto su mano en la macon rostro alegre, que me reanim, me introdujo enmedio de las cosas secretas. All, bajo un cielo sinestrellas, resonaban suspiros, quejas y profundosgemidos, de suerte que al escucharlos comenc a llo-rar. Diversas lenguas, horribles blasfemias, palabrasde dolor, acentos de ira, voces altas y roncas, acom-paadas de palmadas, producan un tumulto que varodando siempre por aquel espacio eternamenteobscuro, como la arena impelida por un torbellino.Yo, que estaba horrorizado, dije:

    -Maestro, qu es lo que oigo, y qu gente es sa,que parece doblegada por el dolor?

    Me respondi:-Esta miserable suerte est reservada a las tristes

    almas de aquellos que vivieron sin merecer alaban-zas ni vituperio: estn confundidas entre el perversocoro de los ngeles que no fueron rebeldes ni fielesa Dios, sino que slo vivieron para s. El Cielo loslanz de su seno por no ser menos hermoso; peroel profundo Infierno no quiere recibirlos por la glo-ria que con ello podran reportar los dems culpa-bles.

    Y yo repuse:-Maestro, qu cruel dolor les hace lamentarse

    tanto?A lo que me contest:

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    -Te lo dir brevemente. Estos no esperan morir;y su ceguedad es tanta, que se muestran envidiososde cualquiera otra suerte. El mundo no conservaningn recuerdo suyo; la misericordia y la justicialos desdean: no hablemos ms de ellos, mralos ypasa adelante.

    Y yo, fijndome ms, vi una bandera que iba on-deando tan deprisa, que pareca desdeosa del me-nor reposo: tras ella vena tanta muchedumbre, queno hubiera credo que la muerte destruyera tan grannmero. Despus de haber reconocido a algunos,mir ms fijamente, y vi la sombra de aquel que porcobarda hizo la gran renuncia. Comprend inme-diatamente y adquir la certeza de que aquella turbaera la de los ruines que se hicieron desagradables alos ojos de Dios y a los de sus enemigos. Aquellosdesgraciados, que no vivieron nunca, estaban des-nudos y eran molestados sin tregua por las picadu-ras de las moscas y de las avispas que all haba; lascuales hacan correr por su rostro la sangre, quemezclada con sus lgrimas, era recogida a sus piespor asquerosos gusanos.

    Habiendo dirigido miradas a otra parte, vi nue-vas almas a la orilla de un gran ro, por lo cual, dije:

    -Maestro, dgnate manifestarme quines son ypor qu ley parecen sos tan prontos a atravesar elro, segn puedo ver a favor de esta dbil claridad.

    Y l me respondi:-Te lo dir cuando pongamos pies sobre la triste

    orilla del Aqueronte.

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    Entonces, avergonzado y con los ojos bajos, te-miendo que le disgustasen mis preguntas, me abstu-ve de hablar hasta que llegamos al ro. En aquelmomento vimos un anciano cubierto de canas, quese diriga hacia nosotros en una barquichuela, gri-tando: Ay de vosotras, almas perversas! No espe-ris ver nunca el Cielo. Vengo para conduciros a laotra orilla, donde reinan eternas tinieblas, en mediodel calor y del fro. Y t, alma viva, que ests aqualjate de entre esas que estn muertas. Pero cuan-do vio que yo no me mova dijo: Llegars a la playapor otra orilla, por otro puerto, mas no por aqu:para llevarte se necesita una barca. ms ligera.

    Y mi gua le dijo:-Carn, no te irrites. As se ha dispuesto all

    donde se puede todo lo que se quiere; y no me pre-guntes ms.

    Entonces se aquietaron las velludas mejillas delbarquero de las lvidas lagunas, que tena crculos dellamas alrededor de sus ojos. Pero aquellas almas,que estaban desnudas y fatigadas, no bien oyerontan terribles palabras, cambiaron de color, rechi-nando los dientes, blasfemando de Dios, de sus pa-dres, de la especie humana, del sitio y del da de sunacimiento, de la prole de su prole y de su descen-dencia: despus se retiraron todas juntas, llorandofuertemente, hacia la orilla maldita en donde se es-pera a todo aquel que no teme a Dios. El demonioCarn, con ojos de ascuas, haciendo una seal, lasfue reuniendo, golpeando con su remo a las que se

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    rezagaban; y as como en otoo van cayendo lashojas una tras otra, hasta que las ramas han devueltoa la tierra todos sus despojos, del mismo modo losmalvados hijos de Adn se lanzaban uno a unodesde la orilla, aquella seal, como pjaros que acu-den al reclamo. De esta suerte se fueron alejandopor las negras ondas; pero antes de que hubieransaltado en la orilla opuesta, se reuni otra nuevamuchedumbre en la que aquellas haban dejado.

    -Hijo mo- me dijo el corts Maestro-, los quemueren en la clera de Dios acuden aqu de todoslos pases, y se apresuran a atravesar el ro, espolea-dos de tal suerte por la justicia divina, que su temorse convierte en deseo. Por aqu no pasa nunca unalma pura; por lo cual, si Carn se irrita contra ti, yaconoces ahora el motivo de sus desdeosas pala-bras.

    Apenas hubo terminado, tembl tan fuertementela sombra campia, que el recuerdo del espanto quesent an me inunda la frente de sudor. De aquellatierra de lgrimas sali un viento que produjo roji-zos relmpagos, hacindome perder el sentido y ca-er como un hombre sorprendido por el sueo.

    CANTO CUARTO

    Interrumpi mi profundo sueo un trueno tanfuerte, que me estremec como hombre a quien se

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    despierta a la fuerza: me levant, y dirigiendo unamirada en derredor mo, fij la vista para reconocerel lugar donde me hallaba. Vime junto al borde deltriste valle, abismo de dolor, en que resuenan infi-nitos ayes, semejantes a truenos. El abismo era tanprofundo, obscuro y nebuloso, que en vano fijabamis ojos en su fondo, pues no distingua cosa algu-na.

    -Ahora descendamos all abajo, al tenebrosomundo- me dijo el poeta muy plido-: yo ir el pri-mero; t el segundo.

    Yo, que haba advertido su palidez, le respond:-Cmo he de ir yo, si t, que sueles desvanecer

    mis incertidumbres, te atemorizas?Y l repuso:-La angustia de los desgraciados que estn ah

    abajo, refleja en mi rostro una piedad que t tomaspor terror. Vamos, pues; que la longitud del caminoexige que nos apresuremos.

    Y sin decir ms, penetr y me hizo entrar en elprimer crculo que rodea el abismo. All, segn pudeadvertir, no se oan quejas, sino slo suspiros, quehacan temblar la eterna bveda, y que procedan dela pena sin tormento de una inmensa multitud dehombres, mujeres y nios. El buen Maestro me dijo:

    -No me preguntas qu espritus son los que es-tamos viendo? Quiero, pues, que sepas, antes de se-guir adelante, que stos no pecaron; y si contrajeronen su vida algunos mritos, no es bastante, pues norecibieron el agua del bautismo, que es la puerta de

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    la Fe que forma tu creencia. Y si vivieron antes delcristianismo, no adoraron a Dios como deban: yotambin soy uno de ellos. Por tal falta, y no por otraculpa, estamos condenados, consistiendo nuestrapena en vivir con el deseo sin esperanza.

    Un gran dolor afligi mi corazn cuando o esto,porque conoc personas de mucho valor que esta-ban suspensas en el Limbo.

    -Dime, Maestro y seor mo- le pregunt paraafirmarme ms en esta Fe que triunfa de todo error;-alguna de esas almas ha podido, bien por sus m-ritos o por los de otros, salir del Limbo y alcanzar labienaventuranza?

    Y l, que comprendi mis palabras encubiertas yobscuras, repuso:

    -Yo era recin llegado a este sitio, cuando vi ve-nir a un Ser poderoso, coronado con la seal de lavictoria. Hizo salir de aqu el alma del primer padre,y la de Abel su hijo, y la de No; del legislador Moi-ss, tan obediente; la del patriarca Abraham, y la delrey David; a Israel, con su padre y con sus hijos, y aRaquel por quien aquel hizo tanto y a otros muchos,a quienes otorg la bienaventuranza; pues debes sa-ber que, antes de ellos, no se salvaban las almashumanas.

    Mientras as hablaba, no dejbamos de andar; pe-ro seguamos atravesando siempre la selva, esto es,la selva que formaban los espritus apiados. Anno estbamos muy lejos de la entrada del abismo,cuando vi un resplandor que triunfaba del he-

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    misferio de las tinieblas: nos encontrbamos todavaa bastante distancia, pero no a tanta que no pudierayo distinguir que aquel sitio estaba ocupado porpersonas dignas.

    -Oh t, que honras toda ciencia y todo arte,quines son sos, cuyo valimiento debe ser tanto,que as estn separados de los dems?

    Y l a m:-La hermosa fama que an se conserva de ellos

    en el mundo que habitas, los hace acreedores a estagracia del cielo, que de tal suerte los distingue.

    Entonces o una voz que deca:Honrad al sublime poeta; regresa su sombra

    que se haba separado de nosotros! Cuando call lavoz, vi venir a nuestro encuentro cuatro grandessombras, cuyo rostro no manifestaba tristeza ni ale-gra. El buen maestro empez a decirme:

    -Mira aquel que tiene una espada en la mano, yviene a la cabeza de los tres como su seor. Ese esHomero, poeta soberano: el otro es el satrico Ho-racio, Ovidio es el tercero y el ltimo Lucano. Cadacual merece, como yo, el nombre que antes pronun-ciaron unnimes; me honran y hacen bien.

    De este modo vi reunida la hermosa escuela deaquel prncipe del sublime cntico, que vuela comoel guila sobre todos los dems.

    Despus de haber estado conversando entre sun rato, se volvieron hacia m dirigindome unamistoso saludo, que hizo sonrer a mi Maestro; yme honraron an ms, puesto que me admitieron en

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    su compaa, de suerte que fui el sexto entre aque-llos grandes genios. As seguimos hasta donde esta-ba la luz, hablando de cosas que es bueno callar,como bueno era hablar de ellas en el sitio en quenos encontrbamos. Llegamos al pie de un noblecastillo, rodeado siete veces de altas murallas, y de-fendido alrededor por un bello riachuelo. Pasamossobre ste como sobre tierra firme; y atravesandosiete puertas con aquellos sabios, llegamos a un pra-do de fresca verdura. All haba personajes de mira-da tranquila y grave, cuyo semblante revelaba unagrande autoridad: hablaban poco y con voz suave.Nos retiramos luego hacia un extremo de la pradera;a un sitio despejado, alto y luminoso, desde dondepodan verse todas aquellas almas. All, en pie sobreel verde esmalte, me fueron sealados los grandesespritus, cuya contemplacin me hizo estremecerde alegra. All vi a Electra con muchos de sus com-paeros, entre los que conoc a Hctor y a Eneas;despus a Csar, armado, con sus ojos de ave de ra-pia. Vi en otra parte a Camila y a Pentesilea, y vi alrey Latino, que estaba sentado al lado de su hija La-vinia; vi a aquel Bruto, que arroj a Tarquino deRoma; a Lucrecia tambin, a Julia, a Marcia y a Cor-nelia, y a Saladino, que estaba solo y separado de losdems. Habiendo levantado despus la vista, vi almaestro de los que saben, sentado entre su filosficafamilia. Todos le admiran, todos le honran; vi ade-ms a Scrates y Platn, que estaban ms prximosa aquel que los dems; a Demcrito, que pretende

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    que el mundo ha tenido por origen la casualidad; aDigenes, a Anaxgoras y a Tales, a Empdocles, aHerclito y a Zenn: vi al buen observador de lacualidad, es decir, a Dioscrides, y vi a Orfeo, a Tu-lio y a Lino, y al moralista Sneca; al gemetra Eu-clides, a Tolomeo, Hipcrates, Avicena y Galeno, ya Averroes, que hizo el gran comentario. No me esposible mencionarlos a todos, porque me arrastra ellargo tema que he de seguir y muchas veces las pa-labras son breves para el asunto. Bien pronto lacompaa de seis queda reducida a dos: mi sabiogua me conduce por otro camino fuera de aquellainmovilidad hacia una aura temblorosa, y llego a unpunto privado totalmente de luz.

    CANTO QUINTO

    As descend del primer crculo al segundo, quecontiene menos espacio, pero mucho ms dolor, ydolor punzante, que origina desgarradores gritos.All estaba el horrible Minos que, rechinando losdientes, examina las culpas de los que entran; juzgay da a comprender sus rdenes por medio de lasvueltas de su cola. Es decir, que cuando se presentaante l un alma pecadora, y le confiesa todas susculpas, aquel gran conocedor de los pecados ve qulugar del infierno debe ocupar y se lo designa, ci-ndose al cuerpo la cola tantas veces cuantas sea elnmero del crculo a que debe ser enviada. Ante lestn siempre muchas almas, acudiendo por turno

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    para ser juzgadas; hablan y escuchan, y despus sonarrojadas al abismo.

    -Oh, t, que vienes a la mansin del dolor!- megrit Minos cuando me vio, suspendiendo sus terri-bles funciones-; mira cmo entras y de quien te fas:no te alucine lo anchuroso de la entrada.

    Entonces mi gua le pregunt:-Por qu gritas? No te opongas a su viaje orde-

    nado por el destino: as lo han dispuesto all dondese puede lo que se quiere; y no preguntes ms.

    Empezaron a dejarse or voces plaideras: y lle-gu a un sitio donde hirieron mis odos grandes la-mentos. Entrbamos en un lugar que careca de luz,y que ruga como el mar tempestuoso cuando estcombatido por vientos contrarios. La tromba infer-nal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbe-llino a los espritus; les hace dar vueltas continua-mente, y los agita y les molesta: cuando se encuen-tran ante la ruinosa valla que los encierra, all sonlos gritos, los llantos y los lamentos, y las blasfemiascontra la virtud divina. Supe que estaban condena-dos a semejante tormento los pecadores carnalesque sometieron la razn a sus lascivos apetitos; y ascomo los estorninos vuelan en grandes y compactasbandadas en la estacin de los fros, as aquel torbe-llino arrastra a los espritus malvados llevndolos deac para all, de arriba abajo, sin que abriguen nuncala esperanza de tener un momento de reposo, ni deque su pena se aminore. Y del mismo modo que lasgrullas van lanzando sus tristes acentos, formando

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    todas una prolongada hilera en el aire, as tambinvi venir, exhalando gemidos, a las sombras arrastra-das por aquella tromba. Por lo cual pregunt:

    -Maestro, qu almas son sas a quienes de talsuerte castiga ese aire negro?

    -La primera de sas, de quienes deseas noticias-me dijo entonces-, fue emperatriz de una multitudde pueblos donde se hablaban diferentes lenguas, ytan dada al vicio de la lujuria, que permiti en susleyes todo lo que excitaba el placer, para ocultar deeste modo la abyeccin en que viva. Es Semramis,de quien se lee que sucedi a Nino y fue su esposa yrein en la tierra en donde impera el Sultn. La otraes la que se mat por amor y quebrant la fe pro-metida a las cenizas de Siqueo. Despus sigue la las-civa Cleopatra. Ve tambin a Helena, que dio lugar atan funestos tiempos; y ve al gran Aquiles, que al fintuvo que combatir por el amor. Ve a Paris y a Tris-tn.

    Y a ms de mil sombras me fue enseando y de-signando con el dedo, a quienes Amor haba hechosalir de esta vida. Cuando o a mi sabio nombrar lasantiguas damas y los caballeros, me sent dominadopor la piedad y qued como aturdido. Empec a de-cir:

    -Poeta, quisiera hablar a aquellas dos almas quevan juntas y parecen ms ligeras que las otras impe-lidas por el viento.

    Y l me contest:

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    -Espera que estn ms cerca de nosotros: y en-tonces rugales, por el amor que las conduce, que sedirijan hacia ti.

    Tan pronto como el viento las impuls hacia no-sotros, alc la voz diciendo:

    -Oh almas atormentadas!, venid a hablarnos, siotro no se opone a ello.

    As como dos palomas, excitadas por sus deseos,se dirigen con las alas abiertas y firmes hacia el dul-ce nido, llevadas en el aire por una misma voluntad,as salieron aquellas dos almas de entre la multituddonde estaba Dido, dirigindose hacia nosotros atravs del aire malsano, atradas por mi eficaz yafectuoso llamamiento.

    -Oh ser gracioso y benigno, que viene a visitaren medio de este aire negruzco a los que hemos te-ido el mundo de sangre! Si furamos amados porel Rey del universo, le rogaramos por tu tranquili-dad, ya que te compadeces de nuestro acerbo dolor.Todo lo que te agrade or y decir, te lo diremos yescucharemos con gusto mientras que siga el vientotan tranquilo como ahora. La tierra donde nac estsituada en la costa donde desemboca el Po con to-dos sus afluentes para descansar en el mar. Amor,que se apodera pronto de un corazn gentil, hizoque ste se prendara de aquel hermoso cuerpo queme fue arrebatado de un modo que an me ator-menta. Amor, que no dispensa de amar al que esamado, hizo que me entregara vivamente al placerde que se embriagaba ste, que, como ves, no me

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    abandona nunca. Amor nos condujo a la mismamuerte. Cana espera al que nos arranc la vida.

    -Tales fueron las palabras de las dos sombras. Alor a aquellas almas atormentadas, baj la cabeza y latuve inclinada tanto tiempo, que el poeta me dijo:

    -En qu piensas?-Ah- exclam al contestarle-; cun dulces pen-

    samientos, cuntos deseos les han conducido a do-loroso trnsito!

    Despus me dirig hacia ellos, dicindoles:-Francisca, tus desgracias me hacen derramar

    tristes y compasivas lgrimas. Pero dime: en tiempode los dulces suspiros cmo os permiti Amor co-nocer vuestros secretos deseos?

    Ella me contest:-No hay mayor dolor que acordarse del tiempo

    feliz en la miseria; y eso lo sabe bien tu Maestro. Pe-ro si tienes tanto deseo de conocer cul fue el prin-cipal origen de nuestro amor, har como el que ha-bla y llora a la vez. Leamos un da por pasatiempolas aventuras de Lancelote, y de qu modo cay enlas redes del Amor: estbamos solos y sin abrigarsospecha alguna. Aquella lectura hizo que nuestrosojos se buscaran muchas veces y que palidecieranuestro semblante; mas un solo pasaje fue el quedecidi de nosotros. Cuando leamos que la deseadasonrisa de la amada fue interrumpida por el beso delamante, ste, que jams se ha de separar de m, mebes tembloroso en la boca: el libro y quien lo escri-

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    bi fue para nosotros otro Galeoto; aquel da ya nolemos ms.

    Mientras que un alma deca esto, la otra llorabade tal modo, que, movido de compasin, desfalleccomo si me muriera, y ca como cae un cuerpo ina-nimado.

    CANTO SEXTO

    Al recobrar los sentidos, que perd por la tristezay la compasin que me caus la suerte de los doscuados, vi en derredor mo nuevos tormentos ynuevas almas atormentadas doquier iba y doquierme volva o miraba. Me encuentro en el tercer cr-culo; en el de la lluvia eterna, maldita, fra y densa,que cae siempre igualmente copiosa y con la mismafuerza. Espesos granizos, agua negruzca y nievedescienden en turbin a travs de las tinieblas; latierra, al recibirlos, exhala un olor pestfero. Cerbe-ro, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fau-ces de perro contra los condenados que estn allsumergidos. Tiene los ojos rojos, los pelos negros ycerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas deuas que clava en los espritus, les desgarra la piel ylos descuartiza. La lluvia los hace aullar como pe-rros; los miserables condenados forman entre s unamuralla con sus costados y se revuelven sin cesar.Cuando nos descubri Cerbero, el gran gusanoabri las bocas ensendonos sus colmillos; todossus miembros estaban agitados. Entonces mi gua

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    extendi las manos, cogi tierra, y la arroj a pua-dos en las fauces vidas de la fiera. Y del mismomodo que un perro se deshace ladrando al tenerhambre, y se apacigua cuando muerde su presa,ocupado tan slo en devorarla, as tambin el de-monio Cerbero cerr sus impuras bocas, cuyos la-dridos causaban tal aturdimiento a las almas quequisieran quedarse sordas. Pasamos por encima delas sombras derribadas por la incesante lluvia, po-niendo nuestros pies sobre sus fantasmas, que pare-can cuerpos humanos. Todas yacan por el suelo,excepto una que se levant con presteza para sen-tarse, cuando nos vi pasar ante ella.

    -Oh, t, que has venido a este Infierno!- me di-jo-; reconceme si puedes. T fuiste hecho, antesque yo deshecho.

    Yo le contest:-La angustia que te atormenta es quiz causa de

    que no me acuerde de ti; me parece que no te hevisto nunca. Pero dime, quin eres t, que a tantriste lugar has sido conducido, y condenado a unsuplicio, que si hay otro mayor, no ser por ciertotan desagradable?

    Contestme:-Tu ciudad, tan llena hoy de envidia, que ya col-

    ma la medida, me vio en su seno en vida ms sere-na. Vosotros, los habitantes de esa ciudad, me lla-masteis Ciacco. Por el reprensible pecado de la gula,me veo, como ves, sufriendo esta lluvia. Yo no soy

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    aqu la nica alma triste; todas las dems estn con-denadas a igual pena por la misma causa.

    Y no pronunci una palabra ms. Yo le respond:-Ciacco, tu martirio me conmueve tanto, que me

    hace verter lgrimas; pero dime, si es que lo sabes:en qu pararn los habitantes de esa ciudad tan di-vidida en facciones? Hay algn justo entre ellos?Dime por qu razn se ha introducido en ella la dis-cordia.

    Me contest:-Despus de grandes debates, llegarn a verter su

    sangre, y el partido salvaje arrojar al otro partidocausndole grandes prdidas. Luego ser precisoque el partido vencedor sucumba al cabo de tresaos, y que el vencido se eleve, merced a la ayuda deaquel que ahora es neutral. Esta faccin llevar lafrente erguida por mucho tiempo, teniendo bajo sufrreo yugo a la otra, por ms que sta se lamente yavergence. Aun hay dos justos, pero nadie les escu-cha: la soberbia, la envidia y la avaricia son las treschispas que han inflamado los corazones.

    Aqu dio Ciacco fin a su lamentable discurso, yyo le dije:

    -Todava quiero que me informes, y me concedasalgunas palabras. Dime dnde estn, y dame a co-nocer a Farinata y al Tegghiaio, que fueron tan dig-nos, a Jacobo Rusticucci, Arigo y Mosca, y a otrosque a hacer bien consagraron su ingenio, puessiento un gran deseo de saber si estn entre las dul-zuras del Cielo o entre las amarguras del Infierno.

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    A lo que me contest:-Estn entre almas ms perversas; otros pecados

    los han arrojado a un crculo ms profundo: si bajashasta all, podrs verlos. Pero cuando vuelvas aldulce mundo, te ruego que hagas porque en l se re-nueve mi recuerdo; y no te digo ni te respondo ms.

    Entonces torci los ojos que haba tenido fijos;mirme un momento, y luego inclin la cabeza, yvolvi a caer entre los dems ciegos. Mi gua medijo:

    -Ya no volver a levantarse hasta que se oiga elsonido de la anglica trompeta; cuando venga lapotestad enemiga del pecado. Cada cual encontrarentonces su triste tumba; recobrar sus carnes y sufigura; y oir el juicio que debe resonar por toda unaeternidad.

    As fuimos atravesando aquella impura mezcla desombras y de lluvia, con paso lento, razonando unpoco sobre la vida futura. Por lo cual dije:

    -Maestro, estos tormentos sern mayores des-pus de la gran sentencia, o bien menores, o segui-rn siendo tan dolorosos?

    Y l a m:-Acurdate de tu ciencia, que pretende que

    cuanto ms perfecta es una cosa, tanto mayor bien odolor experimenta. Aunque esta raza maldita no de-be jams llegar a la verdadera perfeccin, espera serdespus del juicio ms perfecta que ahora.

    Caminando por la va que gira alrededor del cr-culo, continuamos hablando de otras cosas que no

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    refiero, y llegamos al sitio donde se desciende: allencontramos a Plutn, el gran enemigo.

    CANTO SPTIMO

    Pape satn, pape satn aleppe comenz a gritarPlutn con ronca voz. Y aquel sabio gentil, que losupo todo, para animarme, dijo:

    -No te inquiete el temor; pues a pesar de su po-der, no te impedir que desciendas a este crculo.

    Despus, volvindose hacia aquel rostro hincha-do de ira, le dijo:

    -Calla, lobo maldito: consmete interiormentecon tu propia rabia. No sin razn venimos al pro-fundo infierno; pues as lo han dispuesto all arriba,donde Miguel castig la soberbia rebelin.

    Como las velas, hinchadas por el viento, caen de-rribadas cuando el mstil se rompe, del mismo mo-do cay al suelo aquella fiera cruel. As bajamos a lacuarta cavidad, aproximndonos ms a la dolorosaorilla que encierra en s todo el mal del universo.Ah, justicia de Dios!, quin, si no t, puedeamontonar tantas penas y trabajos como all vi?

    Por qu nos desgarran as nuestras propias fal-tas? Como una ola se estrella contra otra ola en elescollo de Caribdis, as chocan uno contra otro loscondenados. All vi ms condenados que en ningu-na otra parte, los cuales formados en dos filas, selanzaban de la una a la otra enormes pesos con todoel esfuerzo de su pecho, gritando fuertemente: d-

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    banse grandes golpes, y despus se volvan cada cu-al hacia atrs, exclamando: Por qu guardas? Porqu derrochas? De esta suerte iban girando poraquel ttrico crculo, yendo desde un extremo a suopuesto, y repitiendo a gritos su injurioso estribillo.Despus, cuando cada cual haba llegado al centrode su crculo, se volvan todos a la vez para empezarde nuevo otra pelea.

    Yo, que tena el corazn conmovido de lstima,dije:

    -Maestro mo, indcame qu gente es sta. Todosesos tonsurados que vemos a nuestra izquierda hansido clrigos?

    Y l me respondi:-Err la mente de todos en la primera vida, y no

    supieron gastar razonablemente: as lo manifiestanclaramente sus aullidos cuando llegan a los dospuntos del crculo que los separa de los que siguie-ron camino opuesto. Esos que no tienen cabellosque cubran su cabeza, fueron clrigos, papas y car-denales, a quienes subyug la avaricia.

    Y yo:-Maestro, entre todos sos, bien deber haber al-

    gunos a quienes, yo conozca y a quienes tan inmun-dos hizo este vicio.

    Y l a m:-En vano esforzars tu imaginacin: la vida sr-

    dida que los hizo deformes, hace que hoy sean obs-curos y desconocidos. Continuarn chocando entres eternamente; y saldrn stos del sepulcro con los

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    puos cerrados, y aquellos con el cabello rapado.Por haber gastado mal y guardado mal, han perdidoel Paraso, y se ven condenados a ese eterno com-bate, que no necesito pintarte con palabras escogi-das. Ah podrs ver, hijo mo, cun rpidamente pa-sa el soplo de los bienes de la Fortuna, por los quela raza humana se enorgullece y querella. Todo eloro que existe bajo la Luna, y todo lo que ha existi-do, no puede dar un momento de reposo a una solade esas almas fatigadas.

    -Maestro- le dije entonces-, ensame cul es esaFortuna de que me hablas, y que as tiene entre susmanos los bienes del mundo.

    Y l a m:-Oh necias criaturas! Cun grande es la igno-

    rancia que os extrava! Quiero que te alimentes conmis lecciones. Aquel, cuya sabidura es superior atodo, hizo los cielos y les dio un gua, de modo quetoda parte brilla para toda parte, distribuyendo laluz por igual; con el esplendor del mundo hizo lomismo, y te dio una gua, que administrndolo todo,hiciera pasar de tiempo en tiempo las vanas riquezasde una a otra familia, de una a otra nacin, a pesarde los obstculos que crean la prudencia y previsinhumanas. He aqu por que, mientras una nacin im-pera, otra languidece, segn el juicio de Aquel queest oculto, como la serpiente en la hierba. Vuestrosaber no puede contrastarla; porque provee, juzga yprosigue su reinado, como el suyo cada una de lasotras deidades. Sus transformaciones no tienen tre-

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    gua; la necesidad la obliga a ser rpida; por eso secambia todo en el mundo con tanta frecuencia. Tales esa a quien tan a menudo vituperan los mismosque deberan ensalzarla, y de quien blasfeman ymaldicen sin razn. Pero ella es feliz, y no oye esasmaldiciones: contenta entre las primeras criaturas,prosigue su obra y goza en su beatitud. Bajemosahora donde existen mayores y ms lamentablesmales: ya descienden todas las estrellas que salancuando me puse en marcha, y nos est prohibidoretrasarnos mucho.

    Atravesamos el crculo hasta la otra orilla, sobreun hirviente manantial, que vierte sus aguas en unarroyo que le debe su origen y cuyas aguas son msbien obscuras que azuladas; y bajamos por un cami-no distinto, siguiendo el curso de tan tenebrosasondas. Cuando aquel arroyo ha llegado al pie de laplaya gris e infecta, forma una laguna llamada Esti-gia; y yo, que miraba atentamente, vi algunas almasencenegadas en aquel pantano, completamente des-nudas y de irritado semblante. Se golpeaban no slocon las manos, sino con la cabeza, con el pecho,con los pies, arrancndose la carne a pedazos conlos dientes. Djome el buen Maestro:

    -Hijo, contempla las almas de los que han sidodominados por la ira: quiero adems que sepas quebajo esta agua hay una raza condenada que suspira,y la hace hervir en la superficie, como te lo indicantus miradas en cuantos sitios se fijan. Metidos en ellodo, dicen: Estuvimos siempre tristes bajo aquel

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    aire dulce que alegra el Sol, llevando en nuestro in-terior una ttrica humareda: ahora nos entristece-mos en medio de este negro cieno. Estas palabrassalen del fondo de su garganta, como si formarangrgaras, no pudiendo pronunciar una sola ntegra.

    As fuimos describiendo un gran arco alrededordel ftido pantano, entre la playa seca y el agua,vueltos los ojos hacia los que se atragantaban con elfango, hasta que al fin llegamos al pie de una torre.

    CANTO OCTAVO

    Digo, continuando, que mucho antes de llegar alpie de la elevada torre, nuestros ojos se fijaron en suparte ms alta, a causa de dos lucecitas que all vi-mos, y otra que corresponda a estas dos, pero des-de tan lejos, que apenas poda distinguirse. Enton-ces, dirigindome hacia el mar de toda ciencia, dije:

    -Qu significan esas llamas? Qu respondeaquella otra, y quines son los que hacen esas sea-les?

    Respondime:-Sobre esas aguas fangosas puedes ver lo que ha

    de venir, si es que no te lo ocultan los vapores delpantano.

    Jams cuerda alguna despidi una flecha que co-rriese por el aire con tanta velocidad, como una na-vecilla que vi surcando las aguas en nuestra direc-cin, gobernada por un solo remero que gritaba:Has llegado ya, alma vil?

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    -Flegias, Flegias, gritas en vano esta vez- dijo miSeor-; no nos tendrs en tu poder ms tiempo queel necesario para pasar la laguna.

    Flegias, conteniendo su clera, hizo lo que unhombre a quien descubren que ha sido vctima deun engao, ocasionndole esto un dolor profundo.Mi gua salt a la barca y me hizo entrar en ella trasl; pero aquella no pareci ir cargada hasta que reci-bi mi peso. En cuanto ambos estuvimos dentro, laantigua proa parti trazando en el agua una estelams profunda de lo que sola cuando llevaba otrospasajeros. Mientras recorramos aquel canal de aguaestancada, se me present una sombra llena de lodo,y me pregunt:

    -Quin eres t, que vienes antes de tiempo?A lo que contest:-Si he venido, no es para permanecer aqu; mas

    dime: quin eres t, que tan sucio ests?Respondime:-Ya ves que soy uno de los que lloran.Y yo a l:-Permanece, pues, entre el llanto y la desolacin,

    espritu maldito! Te conozco aunque ests tan enlo-dado.

    Entonces extendi sus manos hacia la barca, pe-ro mi prudente Maestro le rechaz diciendo:

    -Vete de aqu con los otros perros.Enseguida rode mi cuello con sus brazos, me

    bes en el rostro y me dijo:

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    -Alma desdeosa, bendita aquella que te llev ensu seno! Ese que ves fue en el mundo una personasoberbia; ninguna virtud ha honrado su memoria,por lo que su sombra est siempre furiosa. Cuntosse tienen all arriba por grandes reyes, que se vernsumidos como cerdos en este pantano, sin dejar enpos de s ms que horribles desprecios!

    Y yo:-Maestro, antes de salir de este lago, deseara en

    gran manera ver a ese pecador sumergido en el fan-go.

    Y l a m:-Antes de que veas la orilla, quedars satisfecho:

    convendr que goces de ese deseo.Poco despus, le vi acometido de tal modo por

    las dems sombras cenagosas, que an alaba a Diosy le doy gracias por ello. Todas gritaban: A FelipeArgenti! Este florentino, espritu orgulloso, se re-volva contra s mismo, destrozndose con sus dien-tes. Dejmosle all, pues no pienso ocuparme msde l. Despus vino a herir mis odos un lamentodoloroso, por lo cual mir con ms atencin en to-mo mo. El buen Maestro me dijo:

    -Hijo mo, ya estamos cerca de la ciudad que sellama Dite, sus habitantes pecaron gravemente y sonmuy numerosos.

    Y yo le respond:-Ya distingo en el fondo del valle sus torres ber-

    mejas, como si salieran de entre llamas.A lo cual me contest:

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    -El fuego eterno que interiormente las abrasa, lescomunica el rojo color que ves en ese bajo infierno.

    Al fin entramos en los profundos fosos que ci-en aquella desolada tierra: las murallas me parecande hierro. Llegamos, no sin haber dado antes ungran rodeo, a un sitio en que el barquero nos dijo enalta voz: Salid, he aqu la entrada. Vi sobre laspuertas ms de mil espritus, cados del cielo comouna lluvia, que decan con ira: Quin es se quesin haber muerto anda por el reino de los muertos?Mi sabio Maestro hizo un ademn expresando quequera hablarles en secreto. Entonces contuvieronun poco su clera y respondieron: Ven t solo, yque se vaya aquel que tan audazmente entr en estereino. Que se vuelva solo por el camino que ha em-prendido locamente: que lo intente, si sabe; porquet, que le has guiado por esta obscura comarca, tehas de quedar aqu.

    Juzga, lector, si estara yo tranquilo al or aquellaspalabras malditas: no cre volver nunca a la tierra.

    -Oh, mi gua querido!, t que ms de siete vecesme has devuelto la tranquilidad y librado de losgrandes peligros con que he tropezado, no me de-jes- le dije- tan abatido: si nos est prohibido avan-zar ms, volvamos inmediatamente sobre nuestrospasos.

    Y aquel seor que all me haba llevado me dijo:-No temas, pues nadie puede cerrarnos el paso

    que Dios nos ha abierto. Agurdame aqu: reanima

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    tu abatido espritu y alimenta una grata esperanza,que yo no te dejar en este bajo mundo.

    En seguida se fue el dulce Padre, y me dej solo.Permanec en una gran incertidumbre, agitndose els y el no en mi cabeza.

    No pude or lo que les propuso; pero habl pocotiempo con ellos, y todos a una corrieron hacia laciudad. Nuestros enemigos dieron con las puertasen el rostro a mi Seor, que se qued fuera, y se di-rigi lentamente hacia donde yo estaba. Tena losojos inclinados, sin dar seales de atrevimiento, ydeca entre suspiros: Quin me ha impedido laentrada en la mansin de los dolores? Y dirigin-dose a m.

    -Si estoy irritado- me dijo-, no te inquietes; yosaldr victorioso de esta prueba, cualesquiera quesean los que se opongan a nuestra entrada. Su teme-ridad no es nueva: ya la demostraron ante unapuerta menos secreta, que se encuentra todava sincerradura. Ya has visto sobre ella la inscripcin demuerte. Pero ms ac de esa puerta, descendiendo lamontaa y pasando por los crculos sin necesidadde gua, viene uno que nos abrir la ciudad.

    CANTO NONO

    Aquel color que el miedo pint en mi rostrocuando vi a mi gua retroceder, hizo que en el suyose desvaneciera ms pronto la palidez inslita,psose atento, como un hombre que escucha, por-

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    que las miradas no podan penetrar a travs del den-so aire y de la espesa niebla.

    -Sin embargo, debemos vencer en esta lucha-empez a decir-; si no!. pero se nos ha prometido.Oh!, cunto tarda el otro en llegar!

    Yo vi bien que ocultaba lo que haba comenzadoa decir bajo otra idea que le asalt despus, y que es-tas ltimas palabras eran diferentes de las primeras:sin embargo, su discurso me caus espanto, porqueme pareca descubrir en sus entrecortadas frases unsentido peor del que en realidad tenan.

    -Ha bajado alguna vez al fondo de este tristeabismo algn espritu del primer crculo, cuya solapena es la de perder la esperanza?- le pregunt.

    A lo que me respondi:-Rara vez sucede que alguno recorra el camino

    por donde yo voy. Es cierto que tuve que bajar aquotra vez a causa de los conjuros de la cruel Erictn,que llamaba las almas a sus cuerpos. Haca pocotiempo que mi carne estaba despojada de su alma,cuando me hizo traspasar esas murallas para sacarun espritu del crculo de Judas. Este crculo es elms profundo, el ms obscuro y el ms lejano delCielo que lo mueve todo. Conozco bien el camino;por lo cual debes estar tranquilo. Esta laguna, queexhala tan gran fetidez, cie en torno la ciudad deldolor, donde ya no podremos entrar sin justa indig-nacin.

    Dijo adems otras cosas, que no he podido rete-ner en mi memoria, porque me hallaba absorto, mi-

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    rando la alta torre de ardiente cspide, donde vi deimproviso aparecer rpidamente tres furias inferna-les, tintas en sangre, las cuales tenan movimientos ymiembros femeniles. Estaban ceidas de hidrasverdosas, y tenan por cabellos pequeas serpientesy cerastas, que cean sus horribles sienes. Y aquelque conoca muy bien a las siervas de la Reina deldolor eterno:

    -Mira- me dijo-, las feroces Erinnias. La de la iz-quierda es Megera; la que llora a la derecha esAlecton, y la del centro es Tisifona.

    Despus call. Las furias se desgarraban el pechocon sus uas; se golpeaban con las manos, y dabantan fuertes gritos, que por temor me acerqu ms alpoeta. Venga Medusa, y le convertiremos en pie-dra, decan todas mirando hacia abajo: mal hemosvengado la entrada del audaz Teseo.

    -Vulvete y cbrete los ojos con las manos, por-que si apareciese la Gorgona, y la vieses, no podrasjams volver arriba.

    As me dijo el Maestro, volvindome l mismo; yno findose de mis manos, me tap los ojos con lassuyas. Oh vosotros, que gozis de sano entendi-miento; descubrid la doctrina que se oculta bajo elvelo de tan extraos versos!

    Oase a travs de las turbias ondas un gran ruido,lleno de horror, que haca retemblar las dos orillas,asemejndose a un viento impetuoso, impelido porcontrarios ardores, que se ensaa en las selvas y sintregua las ramas rompe y desgaja, y las arroja fuera;

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    y marchando polvoroso y soberbio, hace huir a lasfieras y a los pastores. Me descubri los ojos, y medijo:

    -Ahora dirige el nervio de tu vista sobre esa anti-gua espuma, hacia el sitio en que el humo es msmaligno.

    Como las ranas, que, al ver la culebra enemiga,desaparecen a travs del agua, hasta que se han reu-nido todas en el cieno, del mismo modo vi ms demil almas condenadas, huyendo de uno que atrave-saba la Estigia a pie enjuto. Alejaba de su rostro elaire denso, extendiendo con frecuencia la siniestramano hacia delante, y slo este trabajo pareca can-sarle. Bien comprend que era un mensajero delCielo, y volvme hacia el Maestro; pero ste me indi-c que permaneciese quieto y me inclinara. Ah!,cun desdeoso me pareci aquel enviado celeste!Lleg a la puerta, y la abri con una varita sin en-contrar obstculo.

    -Oh demonios arrojados del Cielo, raza despre-ciable!- empez a decir en el horrible umbral-; c-mo habis podido conservar vuestra arrogancia?Por qu os resists contra esa voluntad, que no dejanunca de conseguir su intento, y que ha aumentadotantas veces vuestros dolores? De qu os sirve lu-char contra el destino? Vuestro Cerbero, si bien lorecordis, tiene an el cuello y el hocico pelados.

    Entonces. se volvi hacia el cenagoso camino sindirigirnos la palabra, semejante a un hombre a quienpreocupan y apremian otros cuidados, que no se

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    relacionan con la gente que tiene delante. Y noso-tros, fiados en las palabras santas, dirigimos nues-tros pasos hacia la ciudad de Dite. Entramos en ellasin ninguna resistencia; y como yo deseaba conocerla suerte de los que esta encerrados en aquella for-taleza, luego que estuve dentro, empec a dirigir es-cudriadoras miradas en torno mo, y vi por todoslados un campo lleno de dolor y de crueles tor-mentos. Como en los alrededores de Arls donde seestanca el Rdano, o como en Pola, cerca de Quar-nero, que encierra a Italia y baa sus fronteras, ven-se antiguos sepulcros, que hacen montuoso el terre-no, as tambin aqu se elevaban sepulcros por todaspartes; con la diferencia de que su aspecto era msterrible, por estar envueltos entre un mar de llamas,que los encendan enteramente, ms que lo fue nun-ca el hierro en ningn arte. Todas sus losas estabanlevantadas, y del interior de aquellos salan tristeslamentos, parecidos a los de los mseros ajusticia-dos. Entonces le pregunt a Maestro:

    Qu clase de gente es sa, que sepultada enaquellas arcas se da a conocer por sus dolientes sus-piros?

    A lo que me respondi:-Son los heresiarcas, con sus secuaces de todas

    las sectas: esas tumbas estn mucho ms llenas de loque puedes figurarte. Ah est sepultado cada cualcon su semejante, y las tumbas arden ms o menos.

    Despus, dirigindose hacia la derecha pasamospor entre los sepulcros y las altas murallas.

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    CANTO DCIMO

    Mi maestro avanz por un estrecho sendero, en-tre los muros de la ciudad y las tumbas de los con-denados, y yo segu tras l.

    -Oh suma virtud- exclam- que me conduces atu placer por los crculos impos! Hblame y satisfa-ce mis deseos. Podr ver la gente que yace en esossepulcros? Todas las losas estn levantadas, y nohay nadie que vigile.

    Respondime:-Todos quedarn cerrados, cuando hayan vuelto

    de Josafat las almas con los cuerpos que han dejadoall arriba. Epicuro y todos sus sectarios, que pre-tenden que el alma muere con el cuerpo, tienen sucementerio hacia esta parte. As, pronto contestarnaqu dentro a la pregunta que me haces, y al deseoque me ocultas.

    Yo le repliqu:-Buen Gua, si acaso te oculto mi corazn, es por

    hablar poco, a lo cual no es la primera vez que mehas predispuesto con tus advertencias.

    -Oh toscano, que vas por la ciudad del fuegohablando modestamente!, dgnate detenerte en estesitio. Tu modo de hablar revela claramente el noblepas al que quiz fui yo funesto.

    Tales palabras salieron sbitamente de una deaquellas arcas, haciendo que me aproximara con te-mor a mi Gua. Este me dijo:

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    -Vulvete: qu haces? Mira a Farinata, que se halevantado en su tumba, y a quien puedes contemplardesde la cintura a la cabeza.

    Yo tena ya mis miradas fijas en las suyas, l er-gua su pecho y su cabeza en ademn de despreciaral Infierno. Entonces mi Gua, con mano animosa ypronta, me impeli hacia l a travs de los sepul-cros, dicindome: Hblale con claridad.

    En cuanto estuve al pie de su tumba, examinmeun momento; y despus, con acento un tanto desde-oso, me pregunt:

    -Quines fueron tus antepasados?Yo, que deseaba obedecer, no le ocult nada, si-

    no que se lo descubr todo; por lo cual arque unpoco las cejas, y dijo:

    -Fueron terribles contrarios mos, de mis pa-rientes y de mi partido; por eso los desterr dos ve-ces.

    -Si estuvieron desterrados- le contest-, volvie-ron de todas partes una y otra vez, arte que losvuestros no han aprendido.

    Entonces, al lado de aquel, apareci a mi vistauna sombra, que slo descubra hasta la barba, loque me hace creer que estaba de rodillas.

    Mir en torno mo, como deseando ver si estabaalguien conmigo; y apenas se desvanecieron sussospechas, me dijo llorando:

    -Si la fuerza de tu genio es la que te ha abiertoesta obscura prisin, dnde est mi hijo y por quno se encuentra a tu lado?

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    Respondle:-No he venido por m mismo: el que me espera

    all me gua por estos lugares: quiz vuestro Guidotuvo hacia l demasiado desdn.

    Sus palabras y la clase de su suplicio me habanrevelado ya el nombre de aquella sombra: as es quemi respuesta fue precisa. Irguindose repentina-mente exclam:

    -Cmo dijiste tuvo? Pues qu, no vive an?No hiere ya sus ojos la dulce luz del da?

    Cuando observ que yo tardaba en responderle,cay de espaldas en su tumba, y no volvi a apare-cer fuera de ella. Pero aquel otro magnnimo, porquien yo estaba all, no cambi de color, ni movi elcuello, ni inclin el cuerpo.

    El que no hayan aprendido bien ese arte- me dijocontinuando la conversacin empezada-, me ator-menta ms que este lecho. Mas la deidad que reinaaqu no mostrar cincuenta veces su faz iluminada,sin que t conozcas lo difcil que es ese arte. Perodime, as puedas volver al dulce mundo, por qucausa es ese pueblo tan desapiadado con los mosen todas sus leyes?

    A lo cual le contest:-El destrozo y la gran matanza que enrojeci el

    Arbia excita tales discursos en nuestro templo.Entonces movi la cabeza suspirando, y despus

    dijo:-No estaba yo all solo; y en verdad, no sin razn

    me encontr en aquel sitio con los dems; pero s fui

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    el nico que, cuando se trat de destruir a Florencia,la defend resueltamente.

    -Ah!- le contest-: ojal vuestra descendenciatenga paz y reposo! Pero os ruego que deshagis elnudo que ha enmaraado mi pensamiento. Me pare-ce, por lo que odo, qu previs lo que el tiempo hade traer, a pesar de que os suceda lo contrario conrespecto al presente.

    -Nosotros- dijo- somos como los que tienen lavista cansada, que vemos las rosas distantes, graciasa una luz con que nos ilumina el Gua soberano.Cuando los cosas estn prximas o existen, nuestrainteligencia es vana, y si otro no nos lo cuenta, nadasabemos de los sucesos humanos; por lo cual pue-des comprender que toda nuestra inteligencia mori-r el da en que se cierre la puerta del porvenir.

    -Decid a ese que acaba de caer, que su hijo estan entre los vivos. Si antes no le respond, hacedlesaber que lo hice porque estaba distrado con la du-da que habis aclarado.

    Mi Maestro me llamaba ya, por cuya razn rogums solcitamente al espritu que me dijera quinestaba con l.

    -Estoy tendido entre ms de mil- me respondi-:ah dentro est el segundo Federico y el Cardenal.En cuanto a los dems, me callo.

    Se ocult despus de decir esto y yo dirig mispasos hacia el antiguo poeta, pensando en aquellaspalabras que me parecan amenazadoras. Se puso enmarcha, y mientras caminbamos, me dijo:

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    -Por qu ests tan turbado?Y cuando satisfice su pregunta:-Conserva en tu memoria lo que has odo contra

    ti- me orden aquel sabio-; y ahora estame atento.Y levantando el dedo, prosigui:-Cuando ests ante la dulce mirada de aquella cu-

    yos ojos lo ven todo, conocers el porvenir que teespera.

    En seguida se dirigi hacia la izquierda. Dejamoslas murallas y fuimos hacia el centro de la ciudad,por un sendero que conduce a un valle, el cualexhalaba un hedor insoportable.

    CANTO UNDCIMO

    A la extremidad de un alto promontorio, forma-do por grandes piedras rotas y acumuladas en cr-culo, llegamos hasta un montn de espritus mscruelmente atormentados. All, para preservarnos delas horribles emanaciones y de la fetidez que des-peda el profundo abismo, nos pusimos al abrigo dela losa de un gran sepulcro, donde vi una inscrip-cin que deca: Encierro al papa Anastasio, a quienFotino arrastr lejos del camino recto.

    -Es preciso que descendamos por aqu lenta-mente, a fin de acostumbrar de antemano nuestrossentidos a este triste hedor, y despus no tendremosnecesidad de precavernos de l.

    As habl mi Maestro, y yo le dije:

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    -Busca algn recurso para que no perdamos eltiempo intilmente.

    A lo que me respondi:-Ya ves que en ello pienso. Hijo mo- continu-,

    en medio de estas rocas hay tres crculos, que se es-trechan gradualmente como los que has dejado: to-dos estn llenos de espritus malditos; mas para quedespus te baste con slo verlos, oye cmo y porqu estn aqu encerrados. La injuria es el fin de to-da maldad que se atrae el odio del cielo, y se llega aeste fin, que redunda en perjuicio de otros, bien pormedio de la violencia, o bien por medio del fraude.Pero como el fraude es una maldad propia delhombre, por eso es ms desagradable a los ojos deDios, y por esta razn los fraudulentos estn deba-jo, entregados a un dolor ms vivo. Todo el primercrculo lo ocupan los violentos, crculo que estadems construido y dividido en tres recintos; por-que puede cometerse violencia contra tres clases deseres: contra Dos, contra s mismo y contra el pr-jimo; y no solo contra sus personas, sino tambincontra sus bienes, como lo comprenders por estasclaras razones. Se comete violencia contra el prji-mo dndolo muerte o causndole heridas dolorosas;y contra sus bienes, por medio de la ruina, del in-cendio o de los latrocinios. De aqu resulta que loshomicidas, los que causan heridos, los incendiariosy los ladrones estn atormentados sucesivamente enel primer recinto. Un hombre puede haber dirigidosu mano violenta contra s mismo o contra sus bie-

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    nes: justo es, pues, que purgue su culpa en el segun-do recinto, sin esperar tampoco mejor suerte aquelque por propia voluntad se priva de vuestro mundo,juega, disipa sus bienes o llora donde deba haberestado alegre y gozoso. Puede cometer violenciacontra la Divinidad el que reniega de ella y blasfemacon el corazn, y el que desprecia la Naturaleza ysus bondades. He aqu por qu el recinto ms pe-queo marca con su fuego a Sodoma y a Cahors, y atodo el que, despreciando a Dios, le injuria sin ha-blar, desde el fondo de su corazn. El hombre pue-de emplear el fraude que produce remordimientosen todas las conciencias, ya con el que se fa, yatambin con el que desconfa de l. Este ltimo mo-do de usar del fraude parece que slo quebranta losvnculos de amor, que forma la Naturaleza; por estacausa estn encadenados en el segundo recinto loshipcritas, los aduladores, los hechiceros, los falsa-rios, los ladrones, los simonacos, los rufianes, los,barateros y todos los que se han manchado con se-mejantes e inmundos vicios. Por el primer fraude noslo se olvida el amor que establece la Naturaleza,sino tambin el sentimiento que le sigue, y de dondenace la confianza: he aqu por qu, en el crculo me-nor, donde est el centro de la Tierra y donde sehalla el asiento de Dite, yace eternamente atormen-tado todo aquel que ha cometido traicin.

    Le dije entonces:-Maestro, tus razones son muy claras, y bien me

    dan a conocer, por medio de tales divisiones, ese

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    abismo y la muchedumbre que le habita; pero dime:los que estn arrojados en aquel laguna cenagosa,los que agita el viento sin cesar, los que azota la llu-via, y los que chocan entre s lanzando tan estri-dentes gritos, por qu no son castigados en la ciu-dad del fuego, si se han atrado la clera de Dios? Ysi no se la han atrado, por qu se ven atormenta-dos de tal suerte?

    Me contest:Por qu tu ingenio, contra su costumbre, delira

    tanto ahora?, o es que tienes el pensamiento enotra parte? No te acuerdas de aquellas palabras dela tica, que has estudiado, en las que se trata de lastres inclinaciones que el Cielo reprueba: la inconti-nencia, la malicia y la loca bestialidad, y de qu mo-do la incontinencia ofende menos a Dios y producemenor censura? Si examinas bien esta sentencia,acordndote de los que sufren su castigo fuera deaqu, conocers por qu estn separados de esosfelones, y por qu los atormenta la justicia divina, apesar de demostrarse con ellos menos ofendida.

    -Oh Sol, que sanas toda vista conturbada!- ex-clam-: tal contento me das cuando desarrollas tusideas, que slo por eso me es tan grato dudar comosaber. Vuelve atrs un momento, y explcame de qumodo ofende la usura a la bondad divina: desvaneceesta duda.

    -La filosofa- me contest- ensea en ms de unpunto al que la estudia, que la Naturaleza tiene suorigen en la Inteligencia divina y en su arte; y si con-

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    sultas bien tu Fsica, encontrars, sin necesidad dehojear muchas pginas, que el arte humano siguecuanto puede a la Naturaleza, como el discpulo a sumaestro; de modo que aquel es casi nieto de Dios.Partiendo, pues, de estos principios, sabrs si re-cuerdas bien el Gnesis, que es conveniente sacar dela vida la mayor utilidad, y multiplicar el gnero hu-mano. El usurero sigue otra va; desprecia a la natu-raleza y a su secuaz, y coloca su esperanza en otraparte. Ahora sgueme; que me place avanzar. Lospeces suben ya por el horizonte; el Carro se ve haciaaquel punto donde expira Coro, y lejos de aqu elalto promontorio parece que desciende.

    CANTO DUODCIMO

    El sitio por donde empezamos a bajar era un pa-raje alpestre y, a causa del que all se hallaba, todaslas miradas se apartaran de l con horror. Comoaquellas ruinas, cuyo flanco azota el ro Adigio, msac de Trento, producidas por un terremoto o porfalta de base, que desde la cima del monte de dondecayeron hasta la llanura, presentan la roca tan hen-dida, que ningn paso hallara el que estuviese sobreellas, as era la bajada de aquel precipicio; y en elborde de la entreabierta sima estaba tendido elmonstruo, oprobio de Creta, que fue concebido poruna falsa vaca. Cuando nos vi, se mordi a s mis-mo, como aquel a quien abrasa la ira. Gritle enton-ces mi Sabio:

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    -Por ventura crees que est aqu el rey de Ate-nas, que all arriba, en el mundo, te di la muerte?Aljate, monstruo; que ste no viene amaestrado portu hermana, sino con el objeto de contemplar vues-tras penas.

    Como el toro que rompe las ligaduras en el mo-mento de recibir el golpe mortal, que huir no puede,pero salta de un lado a otro, lo mismo hizo el Mi-notauro; y mi prudente Maestro me grit:

    -Corre hacia el borde; mientras est furioso, bue-no es que desciendas.

    Nos encaminamos por aquel derrumbamiento depiedras, que oscilaban por primera vez bajo el pesode mi cuerpo. Iba yo pensativo; por lo cual me dijo:

    -Acaso piensas en estas ruinas, defendidas poraquella ira bestial, que he disipado. Quiero, pues,que sepas que la otra vez que baj al profundo In-fierno an no se haban desprendido estas piedras;pero un poco antes (si no estoy equivocado) de queviniese aquel que arrebat a Dite la gran presa delprimer crculo, retembl el impuro valle tan profun-damente por todos sus mbitos, que cre ver al uni-verso sintiendo aquel amor, por el cual otros creye-ron que el mundo ha vuelto ms de una vez a su-mirse en el caos; y entonces fue cuando esa antiguaroca se destroz por tan diversas partes. Pero fijatus miradas en el valle; pues ya estamos cerca del rode sangre, en el cual hierve todo lo que por mediode la violencia ha hecho dao a los dems.

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    Oh ciegos deseos! Oh ira desatentada que nosaguijonea de tal modo en nuestra corta vida, y asnos sumerge en sangre hirviente por toda una eter-nidad! Vi un ancho foso en forma circular, como lamontaa que rodea toda la llanura, segn me habadicho mi Gua, y entre el pie de la roca y este fosocorran en fila muchos centauros armados de saetas,del mismo modo que solan ir a cazar por el mundo.Al vernos descender, se detuvieron, y tres de ellosse separaron de la banda, preparando sus arcos yescogiendo antes sus flechas. Uno de ellos gritdesde lejos:

    -Qu tormento os est reservado a vosotros losque bajis por esa cuesta? Decidlo desde donde es-tis, porque si no, disparo mi arco.

    Mi Maestro respondi:-Contestaremos a Quirn, cuando estemos cerca.

    Tus deseos fueron siempre por desgracia muy impe-tuosos.

    Despus me toc y me dijo:-Ese es Neso, el que muri por la hermosa De-

    yanira, y veng por s mismo su muerte; el de enmedio que inclina la cabeza sobre el pecho: es elgran Quirn, que educ a Aquiles; el otro es el iras-cible Fol. Alrededor del foso van a millares, atra-vesando con sus flechas a toda alma que sale de lasangre ms de lo que le permiten sus culpas.

    Nos fuimos aproximando a aquellos gilesmonstruos: Quirn cogi una flecha, y con el rega-tn apart las barbas hacia detrs de sus quijadas.

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    Cuando se descubri la enorme boca, dijo a suscompaeros:

    -Habis observado que el de detrs muevecuanto toca? Los pies de los muertos no suelen ha-cer eso.

    Y mi buen Maestro, que estaba ya junto a l, y lellegaba al pecho, donde las dos naturalezas se unen,repuso:

    -Est en efecto vivo, y yo slo debo ensearle elsombro valle: viene a l por necesidad, y por dis-traccin. La que me ha encomendado este nuevooficio, ha cesado por un momento de cantar alelu-ya. No es l un ladrn, ni yo un alma criminal. Peropor aquella virtud que dirige mis pasos en un cami-no tan salvaje, cdeme uno de los tuyos para quenos acompae, que nos indique un punto vadeable ylleve a ste sobre sus ancas, pues no es espritu quevaya por el aire.

    Quirn se volvi hacia la derecha, y dijo a Neso:-V, guales; y si tropiezan con algn grupo de

    los nuestros, haz que les abran paso.Nos pusimos en marcha, tan fielmente escolta-

    dos, hacia lo largo de las orillas de aquella roja es-puma, donde lanzaban horribles gritos los ahoga-dos. Los vi sumergirse hasta las cejas, por lo que elgran Centauro dijo:

    -Esos son los tiranos, que vivieron de sangre yde rapia. Aqu se lloran las desapiadadas culpas:aqu est Alejandro, y el feroz Dionisio, que tantosaos de dolor hizo sufrir a la Sicilia. Aquella frente

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    que tiene el cabello tan negro es la de Azzolino, y laotra que lo tiene rubio es la de Obezzo de Este, queverdaderamente fue asesinado en el mundo por suhijastro.

    Entonces me volv hacia el Poeta, el cual me dijo:-Sea ste ahora tu primer gua; yo ser el segun-

    do.Algo ms lejos se detuvo el Centauro sobre unos

    condenados que parecan sacar fuera de aquel her-videro su cabeza hasta la garganta, y nos mostr unasombra que estaba separada de las dems, diciendo:

    Aquel hiri, en recinto sagrado, a un corazn,que an se ve honrado en las orillas del Tmesis.

    Despus vi otras sombras que sacaban la cabezafuera del ro, y algunas todo el pecho, y reconoc amuchos de ellos. Como la sangre iba disminuyendopoco a poco, hasta no cubrir ms que el pie, vadea-mos el foso.

    -Quiero que creas- me dijo el Centauro- que ascomo ves desminuir la corriente por esta parte, porla otra es su fondo cada vez mayor, hasta que llega areunirse en aquel punto donde la tirana est conde-nada a gemir. All es donde la justicia divina haarrojado a Atila, que fue su azote en la tierra; a Pi-rro, a Sexto, y eternamente arranca lgrimas, con elhervor de esa sangre, a Renato de Corneto y a Re-nato Pazzo, que tanto dao causaron en los cami-nos.

    Dicho esto, se volvi y repas el vado.

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    CANTO DECIMOTERCERO

    No haba llegado an Neso a la otra parte, cuan-do penetramos en un bosque, que no estaba surcadopor ningn sendero. El follaje no era verde, sino deun color obscuro; las ramas no eran rectas, sino nu-dosas y entrelazadas; no haba frutas, sino espinasvenenosas. No son tan speras y espesas las selvasdonde moran las fieras, que aborrecen los sitioscultivados entre el Cecina y Corneto. All anidan lasbrutales Arpas, que arrojaron a los Troyanos de lasEstrofades con el triste presagio de un mal futuro.Tienen alas anchas, cuellos y rostros humanos, piescon garras, y el vientre cubierto de plumas: subidasen los rboles, lanzan extraos lamentos.

    Mi buen Maestro empez a decirme:-Antes de avanzar ms, debes saber que te en-

    cuentras en el segundo recinto, por el cual continua-rs hasta que llegues a los terribles arenales. Portanto, mira con atencin; y de este modo vers cosasque darn testimonio d mis palabras.

    Por todas partes oa yo gemidos sin ver a nadieque los exhalara; por eso me detuve todo atemori-zado.

    Creo que l crey que yo crea que aquellas voceseran de gente que se ocultaba de nosotros entre laespesura; y as me dijo mi Maestro:

    -Si rompes cualquier ramita de una de esas plan-tas, vers trocarse tus pensamientos.

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    Entonces extend la mano hacia delante, cog unaramita de un endrino, y su tronco exclam:

    -Por qu me tronchas?Inmediatamente se ti de sangre, y volvi a ex-

    clamar:-Por qu me desgarras? No tienes ningn sen-

    timiento de piedad? Hombres fuimos, y ahora esta-mos convertidos en troncos: tu mano debera habersido ms piadosa, aunque furamos almas de ser-pientes.

    Cual de verde tizn que, encendido por uno desus extremos, gotea y chilla por el otro, a causa delaire que le atraviesa, as salan de aquel tronco pala-bras y sangre juntamente; lo que me hizo dejar caerla rama, y detenerme como hombre acobardado.

    -Alma herida- respondi mi Sabio-; si l hubierapodido creer, desde luego, que era verdad lo que haledo en mis versos, no habra extendido su manohacia ti: el ser una cosa tan increble me ha obligadoa aconsejarle que hiciese lo que ahora me est pe-sando. Pero dile quin fuiste, a fin de que, en com-pensacin, renueve tu fama en el mundo, donde lees lcito volver.

    El tronco respondi:-Me halagas tanto con tus dulces palabras, que no

    puedo callar: no llevis a mal que me entretenga unpoco hablando con vosotros. Yo soy aquel que tuvolas dos llaves del corazn de Federico, manejn-dolas tan suavemente para cerrar y abrir, que a casitodos apart de su confianza, habindome dedicado

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    con tanta fe a aquel glorioso cargo, que perd el sue-o y la vida. La cortesana que no ha separado nuncadel palacio de Csar sus impdicos ojos, peste co-mn y vicio de las cortes, inflam contra m todoslos nimos y los inflamados inflamaron a su vez yde tal modo a Augusto, que mis dichosos honoresse trocaron en triste duelo. Mi alma, en un arranquede indignacin, creyendo librarse del oprobio pormedio de la muerte, me hizo injusto contra m mis-mo, siendo justo. Os juro, por las tiernas races deeste leo, jams fui desleal a mi seor, tan digno deser honrado. Y si uno de vosotros vuelve al mundo,restaure en l mi memoria, que yace an bajo el gol-pe que le asest la envidia.

    El poeta esper un momento, y despus me dijo:-Pues que calla, no pierdas el tiempo: habla y

    pregntale, si quieres saber ms.Yo le contest:-Interrgale t mismo lo que creas que me intere-

    se, pues yo no podra: tanto es lo que me aflige lacompasin.

    Por lo cual volvi l a empezar de este modo:-A fin de que este hombre haga generosamente

    lo que tu splica reclama, espritu encarcelado,dgnate an decirnos cmo se encierra el alma enesos nudosos troncos, y dime adems, si puedes, sihay alguna que se desprenda de tales miembros.

    Entonces el tronco suspir, y aquel resoplido seconvirti en esta voz:

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    -Os contestar brevemente: cuando el alma ferozsale del cuerpo de donde se ha arrancado ella mis-ma, Minos la enva al sptimo crculo. Cae en la sel-va, sin que tenga designado sitio fijo, y all donde lalanza la fortuna, germina cual grano de espelta, ger-mina cual grano de espelta. Brota primero como unretoo, y luego se convierte en planta silvestre: lasArpas, al devorar sus hojas, le causan dolor, yabren paso por donde ese dolor se exhale. Como lasdems almas, iremos a recoger nuestros despojos;pero sin que ninguna de nosotras pueda revestirsecon ellos, porque no sera justo volver a tener lo queuno se ha quitado voluntariamente. Los arrastrare-mos aqu; y en este lgubre bosque estar cada unode nuestros cuerpos suspendidos en el mismo en-drino donde sufre tal tormento su alma.

    Prestbamos an atencin a aquel tronco, cre-yendo que aadira algo ms, cuando fuimos sor-prendidos por un rumor, a la manera del que sientevenir el jabal y los perros hacia el sitio donde estapostado, que juntamente oye el ruido de las fieras yel fragor del ramaje. Y he aqu que aparecen a nues-tra izquierda dos infelices, desnudos y lacerados,huyendo tan precipitadamente, que rompan todaslas ramas de la selva. El de adelante: Acude, acu-de, muerte! deca; y el otro, que no corra tanto:Lano, tus piernas no eran tan giles en el combatedel Topo. Y sin duda, faltndole el aliento, hizo ungrupo de s y de un arbusto.

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    Detrs de ellos estaba la selva llena de perras ne-gras, vidas y corriendo cual lebreles a quienes qui-tan su cadena. Empezaron a dar terribles dentella-das a aquel que se ocult, y despus de despedazar-le, se llevaron sus miembros palpitantes. Mi Guame tom entonces de la mano, y llevme hacia elarbusto, que en vano se quejaba por sus sangrientasheridas:

    -Oh, Jacobo de San Andrs!- deca-. De qu teha servido tomarme por refugio? Tengo yo la culpade tu vida criminal?

    Cuando mi Maestro se detuvo delante de aquelarbusto, dijo:

    -Quin fuiste t que por tantas ramas rotasexhalas con tu sangre tan quejumbrosas palabras?

    A lo que contest:-Oh, almas, que habis venido a contemplar el

    lamentable estrago que me ha separado as de mishojas!, recogedlas al pie del triste arbusto. Yo fui dela ciudad que cambi su primer patrn por San JuanBautista; por cuya razn aquel la contristar siemprecon su terrible arte: y a no ser porque en el puentedel Arno se conserva todava alguna imagen suya,fuera en vano todo el trabajo de aquellos ciudada-nos que la reedificaron sobre las cenizas que de elladej Atila. Yo de mi casa hice mi propia horca.

    CANTO DECIMOCUARTO

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    Enternecido por el amor patrio, reun las hojasdispersas, y las devolv a aquel que ya se haba calla-do. Desde all nos dirigamos al punto en que se di-vide el segundo recinto del tercero, y donde se veel terrible poder de la justicia divina. Para explicarmejor las cosas nuevas que all vi, dir que llegamosa un arenal, que rechaza toda planta de su superficie.La dolorosa selva lo rodeaba cual guirnaldas, ascomo el sangriento foso circundaba a aquella. Nues-tros pies quedaron fijos en el mismo lindero de laselva y la llanura. El espacio estaba cubierto de unaarena tan rida y espesa, como la que oprimieron lospies de Catn en otro tiempo. Oh venganza deDios! Cunto debe temerte todo aquel que lea loque se present a mis ojos!

    Vi numerosos grupos de almas desnudas, quelloraban miserablemente, y parecan cumplir senten-cias diversas. Unas yacan de espaldas sobre el sue-lo; otras estaban sentadas en confuso montn; otrasandaban continuamente. Las que daban la vuelta alcrculo eran ms numerosas, y en menor nmero lasque yacan para sufrir algn tormento; pero stastenan la lengua ms suelta para quejarse. Llovanlentamente en el arenal grandes copos de fuego, se-mejantes a los de nieve que en los Alpes caen cuan-do no sopla el viento. As como Alejandro vio enlas ardientes comarcas de la India caer sobre sussoldados llamas, que quedaban en el suelo sin extin-guirse, lo que le oblig a ordenar a las tropas que laspisaran, porque el incendio se apagaba mejor cuanto

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    ms aislado estaba, as descenda el fuego eterno,abrasando la arena, como abrasa a la yesca el peder-nal, para redoblar el dolor de las almas. Sus mserasmanos se agitaban sin reposo, apartando a uno yotro lado las brasas continuamente renovadas. Yoempec a decir:

    -Maestro, t que has vencido todos los obstcu-los, a excepcin del que nos opusieron los demo-nios inflexibles a la puerta de la ciudad, dime,quin es aquella gran sombra que no parece cuidar-se del incendio, y yace tan feroz y altanera, como sino la martirizara esa lluvia?

    Y la sombra, observando que yo hablaba de ellaa mi Gua, grit:

    -Tal cual fui en vida, soy despus de muerto. Auncuando Jpiter cansara a su herrero, de quien tomen su clera el agudo rayo que me hiri el ltimo dade mi vida; aun cuando fatigara uno tras otro a to-dos los negros obreros del Mongibelo, gritando:Aydame, aydame, buen Vulcano, segn hizo enel combate de Flegra, y me asaeteara con todas susfuerzas, no lograra vengarse de m cumplidamente.

    Entonces mi Gua habl con tanta vehemencia,que nunca yo lo haba odo expresarse de aquel mo-do:

    -Oh! Capaneo, si no se modera tu orgullo, l se-r tu mayor castigo. No hay martirio comparable aldolor que te hace sufrir tu rabia.

    Despus se dirigi a m, diciendo con acento msapacible:

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    -Ese fue uno de los siete reyes que sitiaron a Te-bas; despreci a Dios, y aun parece seguir despre-cindole, sin que se note le ruegue; pero, como le hedicho, su mismo despecho es el ms digno premiodebido a su corazn. Ahora, sgueme, y cuida de noponer tus pies sobre la abrasada arena; caminasiempre arrimado al bosque.

    Llegamos en silencio al sitio donde desembocafuera de la selva un riachuelo, cuyo rojo color anme horripila. Cual sale del Bulicame el arroyo, cuyasaguas se reparten las pecadoras, as corra aquel ria-chuelo por la arena. Las orillas y el fondo estabanpetrificados, por lo que pens que por ellas debaandar.

    -Entre todas las cosas que te he enseado, desdeque entramos por la puerta en cuyo umbral puededetenerse cualquiera, tus ojos no han visto otra tannotable como esa corriente, que amortigua todas lasllamas.

    Tales fueron las palabras de mi Gua; por lo quele supliqu se explicase ms claramente, ya que habaexcitado mi curiosidad.

    -En medio del mar existe un pas arruinado- medijo entonces-, que se llama Creta, y tuvo un rey,bajo cuyo imperio el mundo fue virtuoso: en l hayun monte, llamado Ida, que en otro tiempo fue deli-cioso por sus aguas y su frondosidad, y hoy est de-sierto, como todas las cosas antiguas. Rea lo escogipor cuna segura de su hijo; y para ocultarlo mejor,cuando lloraba, haca que se produjesen grandes

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    ruidos. En el interior del monte se mantiene en pieun gran anciano, que est de espaldas hacia Damie-ta, con la mirada fija en Roma como en un espejo.Su cabeza es formada de oro fino, y de plata purason los brazos y el pecho; despus es de broncehasta la entrepierna, y de all para abajo es todo dehierro escogido, excepto el pie derecho, que es debarro cocido, y se afirma sobre ste ms que sobreel otro. Cada parte, menos la formada de oro, estsurcada por una hendedura que mana lgrimas, lascuales, reunidas, agujeran aquel monte. Su curso sedirige hacia este valle, de roca en roca, formando elAqueronte, la Estigia y el Flegetn; despus des-cienden por este estrecho conducto, hasta el puntodonde no se puede bajar ms, y all forman el Co-cito: ya vers lo que es este lago; por eso no te lodescribo ahora.

    Yo le contest:-Si ese riachuelo se deriva as de nuestro mundo,

    por qu se deja ver nicamente al margen de estebosque?

    Y l a m:-T sabes que este lugar es redondo, y aunque

    hayas andado mucho, descendiendo siempre al fon-do por la izquierda, no has dado an la vuelta a to-do el crculo; por lo cual, si se te aparece alguna cosanueva, no debe pintarse la admiracin en tu rostro.

    Le repliqu:

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    -Maestro, dnde estn el Flegetn y el Leteo?Del uno no dices nada, y del otro slo me dices quelo origina esa lluvia de lgrimas.

    -Me agradan todas tus preguntas- contest-: peroel hervor de esa agua roja debiera haberte servidode contestacin a una de ellas. Vers el Leteo; perofuera de este abismo, all donde van las almas a la-varse, cuando, arrepentidas de sus culpas, les sonperdonadas.

    Despus aadi:-Ya es tiempo de que nos apartemos de este bos-

    que; procura venir detrs de m: sus mrgenes nosofrecen un camino; pues no son ardientes, y sobreellas se extinguen todas las brasas.

    CANTO DECIMOQUINTO

    Nos pusimos en marcha siguiendo una de aque-llas orillas petrificadas: el vapor del arroyuelo for-maba sobre l una niebla, que preservaba del fuegolas ondas y los ribazos. As como los flamencos quehabitan entre Gante y Brujas, temiendo al mar queavanza hacia ellos, levantan diques para contenerle;o como los Paduanos lo hacen a lo largo del Brentapara defender sus ciudades y castillos, antes que elChiarentana sienta el calor, de un modo semejanteeran formados aquellos ribazos; pero su construc-tor, quienquiera que fuese, no los haba hecho tanaltos ni tan gruesos.

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    Nos hallbamos ya tan lejos de la selva, que nome habra sido posible descubrirla, por ms quevolviese atrs la vista, cuando encontramos una le-gin de almas, que vena a lo largo del ribazo: cadacual de ellas me miraba, como de noche suelen mi-rarse unos a otros los humanos a la escasa luz de laluna nueva, y aguzaban hacia nosotros las pestaas,como hace un sastre viejo para enfilar la aguja.

    Examinado de este modo por aquellas almas, fuiconocido por una de ellas, que me cogi el vestido,exclamando:

    -Qu maravilla!Y yo, mientras me tenda los brazos, mir aten-

    tamente su abrasado rostro, de tal modo que, a pe-sar de estar desfigurado, no me fue imposible cono-cerle a mi vez; e inclinando hacia su faz la ma con-test:

    -Vos aqu, ser Brunetto?Y l repuso:-Oh hijo mo!, no te enojes si Brunetto Latini

    vuelve un poco atrs contigo, y deja que se adelan-ten las dems almas.

    Yo le dije:-Os lo ruego cuanto me es posible; y si queris

    que nos sentemos, lo har, si as le place a ste conquien voy.

    -Oh hijo mo!- replic-; cualquiera de nosotrosque se detenga un momento, queda despus cienaos sufriendo esta lluvia sin poder esquivar el fue-go que le abrasa. As, pues, sigue adelante; yo cami-

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    nar a tu lado, y luego me reunir a mi mesnada, queva llorando sus eternos tormentos.

    No me atrev a bajar del ribazo por donde ibapara nivelarme con l; pero tena la cabeza inclina-da, en actitud respetuosa. Empez de este modo:

    -Cul es la suerte o el destino que te trae aquabajo antes de tu ltima hora? Y quin es se que teensea el camino?

    -All arriba, en la vida serena- le respond-, meextravi en un valle antes de haberse llenado miedad. Pero ayer de maana le volv la espalda; ycuando retroceda otra vez hacia l, se me aparecise, y me volvi al verdadero camino por esta va.

    A lo que me contest:-Si sigues tu estrella, no puedes menos de llegar a

    glorioso puerto, dado que yo en el mundo predijerabien tu destino. Y a no haber muerto tan pronto,viendo que el cielo te era tan favorable, te habradado alientos para proseguir tu obra. Pero aquelpueblo ingrato y malo, que en otro tiempo descen-di de Fisole, y que aun conserva algo de la aspere-za de sus montaas y de sus rocas, ser tu enemigo,por lo mismo que prodigars el bien; lo cual es natu-ral, pues no conviene que madure el dulce higo en-tre speros serbales. Una antigua fama les da en elmundo el nombre de ciegos; raza avara, envidiosa ysoberbia: que sus malas costumbres no te manchennunca! La fortuna te reserva tanto honor, que losdos partidos anhelaran poseerte; pero la hierba esta-r lejos del pico. Hagan las bestias fiesolanas forraje

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    de sus mismos cuerpos, y no puedan tocar a laplanta, si es que todava sale alguna de entre su es-tircol, en la que reviva la santa semilla de aquellosromanos que quedaron despus de construido aquelnido de perversidad.

    -Si todos mis