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Eduardo Galeano (1973) - Vagamundo y Otros Relatos

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relatos del pensador Eduardo Galeano este libro es subido como conmemoración de su fallecimiento

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  • Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccintotal o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (yasea grfico, electrnico, ptico, qumico, mecnico,fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisin de suscontenidos en soportes magnticos, sonoros, visuales o decualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

    Primera edicin: Siglo XXI de Espaa EditoresS.A., 1998Primera edicin de bolsillo, 2005Primera reimpresin, febrero de 2008Edicin digital: Grammata.es

    Eduardo Galeano

  • SIGLO XXI DE ESPAA EDITORES S.A. C/. Menndez Pidal, 3 bis, 28036 Madrid www.sigloxxieditores.comSitio del libro

    Diseo de cubierta:Sebastin y Alejandro Garca Schnetzer

    Diseo interior:Mari Surez

    Correccin:Raquel Villagra

    Edicin digital:Grammata.es

    DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LALEY

    I.S.B.N. digital: 978-84-323-1534-3

  • A Juan Carlos Onetti,Carlos Martnez Moreno

    y Mario Benedetti

  • Los relatos de "Vagamundo" se publicaron porprimera vez en 1973. En ediciones posteriores, seagregaron otros cuentos, escritos en 1974, 1975 y

    1980.

  • Secreto a la cada de latarde

    l se me vino al galope, en un alazn que no leconoca. Despus el alazn se alz en dos patas yse desapareci y mi hermano tambin sedesapareci. Yo haca tiempo que lo venallamando a l y l no vena. Lo llamaba y no loencontraba. Y ayer me fui al monte y vino y mehabl como antes, pero al odo.

    Yo le cuido las cosas que dej. Las escondpara que nadie se las toque. La honda, la caa depescar, el tambor, el revlver de madera, losclavitos para hacer anzuelos. Lo tengo todo

  • escondido y l cuando viene me pregunta. Yo tengomiedo de la gente que pasa y prefiero no salir.Vuelvo del rastrojo o de carpir la huerta y mequedo ac encerrado, en lo oscuro, cuidndole lascosas. Cuando encienden la lmpara de querosn,cierro los ojos pero los dejo un poquito abiertos, yla lmpara es una lnea brillante y toda peluda deluz. Y a veces converso con mi amigo perro, queno sabe hablar.

    Converso, para no dormirme. No quierodormirme. Siempre que me duermo, me muero, Yava para cinco aos largos que al Mingo se le vinoencima aquel camin en la carretera.

    l estaba pastoreando las dos vacas quetenamos. Yo lo hubiera defendido a mi hermano,si hubiera estado all y con mi espada amarilla. Yfue ah que me qued sin ganas de jugar para msnunca. Me qued sin ms ganas de nada.

    Porque con el Mingo siempre andbamos almedioda, como lagartos, y nos bamos a pescar y

  • a cazar pajaritos. Pero despus, ya no jugu ms.Se me quit el gusto.

    Para m que le hicieron el mal de ojo. Algunoque vino y lo mir mal justo cuando el Mingoestaba con la panza vaca y despus vino elcamin y lo aplast. A los rusos el mal de ojo noles viene, me contaron. Es que los de aqu dePueblo Escondido, la gente grande, tienen la vistamuy fuerte. Demasiado. Aqu toda la gente grandees mala. Los grandes pegan. Me pegan cuando yodigo que con el Mingo puedo conversar todavacuando quiero. Ni siquiera me dejan que lonombre.

    Yo no puedo hablar nunca de l, por eso.Aqu en Pueblo Escondido no hablo yo.

    Cuando pas aquello, yo agarr y me puse unacareta que el Mingo me hizo para el carnaval, queera una mscara de diablo con los cuernos detrapo y barba de verdad y me la puse para quenadie sepa quin soy y me tir con la bicicleta del

  • turco Ivn a toda velocidad por la barranca, parareventarme all abajo contra la basura. Pero mefue mal y ca bien. Y me pegaron. Y me pas lanoche temblando y a la maana me despert todomeado y me metieron en un tonel de agua helada.Me dejaron en el agua helada y yo no llor ni pedque me saquen. Y la primera vez que apareci mihermano, agarr y fui y se lo dije.

    Yo le contaba todo. Le cont que andbamoscomiendo naranjas verdes porque no haba otracosa. Y entonces mam vendi las vacas y un dame dio plata para ir a comprar azcar para enllenarnos bien llena la barriga, porque cuando unocome poco, la barriga se cierra y se queda chiquitay hay que hincharla para despus poder ponerlecomida. Y yo met la plata en el bolsillo de atrs,que estaba agujereado, y esa vez tambin mepegaron.

    Cuando me voy al monte a esperar al Mingo,tengo miedo que me descubra la gente. Y tengo

  • miedo de los caranchos. Tambin tengo miedo delos pozos, porque hay muchas trampas en el campoy el Diablo tiene la casa en el fondo de la tierra.Hay que tener cuidado de no caerse en el fondo delmundo, que es muy

    muy hondo. Y tambin le tengo miedo a latormenta. Me caen las primeras gotas gordas de lalluvia y ya me salgo disparando. A la tormenta letengo miedo porque es tan blanca.

    Estando mi hermano, es diferente. Estando l,yo no le tengo miedo a nada.

    Ayer me trep al brazo del rbol y me quedfumando y esperando. Yo estaba seguro de que nome iba a fallar. Y el Mingo se apareci a caballo,en el centro justo de una inmensa nube de polvo,cuando ya quedaba poco sol en el cielo. Y l mepidi que me acercara, me hizo seas con unbrazo, y me baj y ah abajo de un espinillo mehabl en secreto. En el aire del monte se senta elolorcito de las naranjas maduras. No se baj del

  • alazn. Se agach, no ms. Y me dijo que yo voy atener plata y voy a agarrar y me voy a comprar uncamin y lo voy a llenar todo de chala y barba dechoclo para tener para fumar para siempre. Y mevoy a ir. Y me voy a ir al mar.

    El Mingo me dijo que pasando el horizonteest el mar y que yo nac para irme. Para irme,nac yo. Agarras el camin y te vas, me dijo. Y alque no le guste lo pisas con el camin. As que mevoy. Al mar, me voy. Y me llevo todas las cosas demi hermano. Me monto en mi camin y hasta elmar no paro. Yo al mar s que no le tengo miedo.El mar me estaba esperando y yo no saba. Cmoser? Cmo ser el mar?, le pregunt a mihermano. Cmo ser mucha agua junta? Y el marrespira? Y contesta cuando le preguntan? Tantaagua que tiene el mar! Y no se le escapa?

  • El pequeo reyzaparrastroso

    Tarde a tarde, lo vean. Lejos de los dems, elgur se sentaba a la sombra de la enramada, con laespalda contra el tronco de un rbol y la cabezagacha. Los dedos de su mano derecha le bailabanbajo el mentn, baila que te baila como si lestuviera rascndose el pecho con alevosa alegra,y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendidaen el aire, se abra y se cerraba en pulsacionesrpidas. Los dems le haban aceptado, sinpreguntas, la costumbre.

    El perro se sentaba, sobre las patas de atrs, a

  • su lado. Ah se quedaban hasta que caa la noche.El perro paraba las orejas y el gur, con el ceofruncido por detrs de la cortina del pelo sin color,les daba libertad a sus dedos para que se movieranen el aire. Los dedos estaban libres y vivos,vibrndole a la altura del pecho, y de las puntas delos dedos naca el rumor del viento entre las ramasde los eucaliptos y el repiqueteo de la lluvia sobrelos

    techos, nacan las voces de las lavanderas enel ro y el aleteo estrepitoso de los pjaros que seabalanzaban, al medioda, con los picos abiertospor la sed. A veces a los dedos les brotaba, depuro entusiasmo, un galope de caballos: loscaballos venan galopando por la tierra, el truenode los cascos sobre las colinas, y los dedos seenloquecan para celebrarlo. El aire ola a hinojosy a cedrones.

    Un da le regalaron, los dems, una guitarra. Elgur acarici la madera de la caja, lustrosa y linda

  • de tocar, y las seis cuerdas a lo largo del diapasn.La prob, la guitarra sonaba bien.

    Y l pens: qu suerte. Pens: ahora, tengodos.

  • El deseo y el mundo

    Son los ltimos das de agosto. No muy lejosde aqu, se sabe que el invierno ha empezado amorir. El fro est impregnado por el olor de lasflores amarillas de los aromos y se anuncia parapronto el estallido de las glicinas, las floresazules, las flores blancas; pronto el aire oler aglicinas, no muy lejos de aqu, y oler a manzanasy a diabluras. Se alargarn los das.

    Si Gustavo pudiera, contara que aqu losvidrios de las ventanas de las celdas han sidoblanqueados con pintura para que los presos novean el cielo. Contara que eso es duro desobrellevar, pero es duro solamente mientras dura

  • el da. Durante la noche, no. A la noche, aqu, alfin y al cabo, es posible imaginarla, con la cruz delsur todava alta y las tres maras todavademoronas en mostrarse. Adems, contaraGustavo, a la noche es mejor no mirarla

    desde aqu, no vale la pena. Para qu? Paraver los reflectores girando y girando desde lascasamatas de las colinas? No. Si Gustavo pudiera,ms que contar, preguntara.

    Y de todos modos pregunta. Pregunta otrascosas:

    Cmo te va en la escuela?Te lastimaste la frente? Cmo fue?No trajiste ningn abrigo?Te cansaste? Son treinta cuadras...Es difcil hacerse or en medio del vocero de

    todos los dems presos que, vidos como l,aplastan sus rostros contra las alambradas.

    Hay dos alambradas separndolo de Tavito:Son alambradas de gallinero.

  • Yo no me canso nunca. Camino y camino yno me canso.

    Pero hace fro.Yo camino y no lo siento. No es verdad,

    pap? Cuando uno camina, el fro se asusta y se valejos.

    Gustavo permanece en puntas de pie y Tavito,a medio metro, tambin: no hay otra manera deverse las caras o, por lo menos, adivinarlas atravs de la rejilla: la cara de Tavito sobresaleapenas por encima de la base de cemento de laalambrada.

    Hay muchas cosas que escuchar y toda la gentehabla y las voces se confunden. A veces, se abrenunos pocos segundos de silencio, como si todas lasmujeres y los hombres y los nios se hubieranpuesto misteriosamente de acuerdo para tomaraliento al mismo tiempo, y entonces queda el jirnde alguna frase desprendida en el aire.

    Y los dibujos? No me trajiste dibujos? --

  • No tengo ninguno.Tavito intenta meter un dedo por entre los

    alambres, el dedo queda prisionero: no se puede.Cmo que no? Y todos aquellos dibujos

    que...Los romp.Qu?Estaba con rabia y los romp.Gustavo piensa que Tavito ha de tener fras las

    manos. Gustavo enciende un cigarrillo, se echahumo en las manos. Deseara que hubiera unamanera de mandarle calor a Tavito a travs de lamalla de alambre. Los dibujos. Un ojo que caminacon patas de pestaas. El doctor reloj usa lasagujas de bigotes. Viene el len y se los come atodos. El len agarra la luna con la pata. Te voy aexplicar. Estos tres payasos le pegan al len paraque suelte a la luna y la luna se cae y... El perro lemuerde la cola a una seora gorda. Los escuchs?O. La gorda est gritando guau, guau, y el perro

  • est diciendo ay, ay.Ahora Tavito tiene las dos manos abiertas

    contra los alambres y se las est soplando con elaliento.

    A la ta Berta se la tengo jurada dice.Detrs, hay una puerta pesada de rejas de

    hierro. Los soldados apuntan con las metralletas ytienen cachiporras y tambin revlveres en lascananas. Tavito dice:

    Ella me peg.El aire huele a humedad y a encierro.Por algo habr sido.Tavito patea el murete con la punta del zapato.

    Luego alza la mirada. Esta manera peligrosa demirar. Aquella manera. La cara de Carmen, cara dechiquilina vida, quiero todo, quiero ms, los ojoscuriosos, hambrientos, devorndose al mundo.

    Me os?S, s.Gustavo siente un malestar en la garganta.

  • Carmen alza la mirada, el techo es alto y gris.Tavito dice:Escuch.S, s. Qu?La barriga. Me est hablando.Tavito les hace muecas a los soldados, lessaca la lengua.Por qu te peg?Quin?Berta. Me dijiste que te peg.Tavito permanece en silencio con la cabeza

    baja. Por fin dice, y Gustavo apenas puedeescucharlo:

    Ella se enoja porque me hago pich en lacama.

    Y el guila del Desierto, sabe que vos teands meando? A Tavito la sangre se le sube a lacara y le hace cosquillas hirvientes.

    Cuando yo sea grande, me las va a pagar.El guila del Desierto no va a querer ser tu

  • amigo.El guila no sabe que me hago pich.Ah, l se entera de todo.Pero no. No ves que l no vive en la misma

    vida que yo. l vive en la vida de la guerra.Mi vida es distinta. En mi vida hay una vieja

    con una cara de Berta.Gustavo no haba querido que Tavito viniera.

    Verlo, haba pensado, ser peor. Pero el ltimodomingo le haba pedido a su hermana que lotrajera y que ella lo esperara afuera.

    Y ese vendaje que tens en la frente?No puedo creer que... Pero... y la nariz? Si

    tens la nariz hinchada!Vos peleaste contra diez. En el diario deca.

    Yo tambin voy a ser fuerte y voy a pelear contratodos.

    Cmo fue?En la escuela, fue.Yo no pele contra diez ni contra ninguno.

  • Te quers parecer a alguno de esos maricones dela televisin.

    Ellos estaban hablando mal de vos.Ellos, quines?Ellos, en la escuela.Qu decan?Que te van a matar los soldados. Ellos

    decan eso y yo les pegu y por poco los mato atodos.

    Gustavo traga saliva. Siente una opresin enlas sienes. Las orejas le arden. Quisiera sentarse.Estar lejos. Estar antes. Antes, cmo era? Tavitoest hablando, est diciendo:

    La ta Berta me mostr una foto tuya decuando eras chiquito. Yo antes no te conoca dechiquito.

    Y entonces Gustavo siente que lentamenteretroceden los rostros del hijo y los compaeros ylos soldados y viaja, desde este da y esta crcel,hacia otro tiempo. El viejo tiempo regresa, el

  • viejo mundo, y antes de que huya Gustavo estbrincando por la orilla del mar, a su lado baila elenano Tachuela, baila con una escoba parada en lapalma de la mano: Gustavo persegua a la bandadel pueblo, los cuatro o cinco viejos destartaladosque iban desatando un bochinche de tambores, yadelante de todos marchaba un negro de dientesbrillantes que soplaba la trompeta como nadie; elnegro se detena, alzaba la trompeta con una manoy con la otra lo alzaba a Gustavo y se rea a lascarcajadas y tambin el sol, vindolos a todos, semora de la risa.

    Me quise quedar con la foto y ella me lasac.

    Y veinte aos despus, Tavito preguntaba porqu vienen los pinginos a morir a la costa,aprenda a presentir la lluvia: canta el benteveo sucanto quebrado y fugaz, los chingolos baten lasalas contra la tierra levantando polvareda; lashormigas atraviesan, desesperadas, los caminos.

  • Cundo vas a volver a casa? --No s.Pronto.

    El viento norte, que te da en la espalda, esviento de tierra, pero cuando el pampero viene,Tavito, viene para limpiar el aire. Mir. Hoy elmar tiene espuma de cerveza. Una gaviota le rozla cabeza con el ala. La espuma se hinchaba,temblaba, abra bocas, respiraba. Suba la marea:habr buen tiempo, Tavito. La espuma se echaba avolar, Tavito tena bigotes de espuma.

    Maana?Puede ser. No s.Tavito persegua las flores de cardo que suban

    y flotaban y suban por el aire y Gustavopreguntaba: quin canta?, y Tavito se detena,aguzaba el odo, deca: un pirincho. No, mir: yentonces Gustavo le sealaba la cabecita amarilladel carpintero entre las ramas de los rboles.

    Quin es el que sabe cundo vas a volver acasa? --Nadie sabe, Tavito.

  • Cuntos das han transcurrido? Cuntosmeses? Una noche se descubre que llevar la cuentaes peor. Antes, antes. Gustavo mira sin ver. Abolirel tiempo. Volver atrs. Quedarme, Carmen,quedarme en vos. Yo crea, Carmen, que no ibas aterminarte nunca. Te apret la mano y la manolata, estaba viva como un pjaro. Antes, antes detodo. Y las estrellas, pap, qu hacen durante elda? Por qu ponieron mosquitos en el Arca deNo? Por qu mam muri? Dos perros rodabanmordindose por los mdanos y Gustavo ya habaestado preso, no dorma en la casa, tres veceshaban venido a revolver las cosas unos tipos deuniforme, estaban armados como los que trabajanen la tele, esos de la serial de "Combate", dabanvuelta la casa y Tavito los miraba sin pestaar ysin abrir la boca, clavado contra la pared; elcuerpo le temblaba hasta los dedos de los pies.Gustavo le haba dicho: hay tantas cosas quetendrs que descubrir, Tavito. Las cosas invisibles,

  • las difciles, la brecha que te espera entre el deseoy el mundo: apretars los dientes, resistirs, nuncapedirs nada. No, no se vive para ganarle a nadie,Tavito. Se vive para darse.

    Tavito seala, con el mentn, a los soldados.Y stos, no saben cundo vas a volver?Tampoco saben.Darse. Pero, y l? Tengo derecho?, se

    pregunta, ahora, Gustavo. Y l, qu culpa tiene?He elegido por l sin consultarlo. Me odiaralguna vez? Gustavo lo ve aproximarse a uno delos soldados. Tavito le habla, el soldado se encogede hombros y luego le acerca una mano paraacariciarle la cabeza. Tavito pega un brinco, comosi la mano del soldado estuviera electrizada.

    Tengo derecho? He decidido por l. Habaotra manera? Gustavo mira a los costados, a loscompaeros, rostro por rostro, los hombres conquienes comparte la comida y la pena y laspalabras de aliento que se pasan unos a otros,

  • como el mate, de boca en boca. El tiempo de ahoray el tiempo de despus. Alguien le arroja, desde elotro extremo de la fila, un paquete de cigarrillos.Gustavo lo caza al vuelo.

    Y entonces Tavito dice:No te preocupes.Dice:Cuando yo sea astronauta, nos vamos a ir a

    la luna o nos vamos a ir a pescar.Afuera, el infinito camino de tierra se extiende,

    polvo y fro, por entre los muones de los rbolestalados. Hay un sol blanco en el cielo. Tavito mirafijo al sol, luego cierra los ojos, siente el solmetindose, estremecedor, en el cuerpo. La luz lopersigue y le calienta la espalda. Entre el sol yTavito, camina una mujer que lleva un atado deropa colgando de una mano.

    Al otro lado de las colinas, los aromos huelena miel. Y en la ciudad, no muy lejos de aqu, elviento alza papeles viejos, en remolinos, por las

  • calles. En los mercados pregonan las frutillas deSalto. Los perros dormitan, al sol, junto a losmendigos. Sentado en el cordn de la vereda, unchiquiln dibuja el mundo con un palito.

  • El monstruo amigo mo

    Yo al principio no lo quera porque crea quel iba a comerme un pie.

    Los monstruos son agarradores de mujeres, quese llevan una mujer en cada hombro y si sonmonstruos viejitos se cansan y tiran a una de lasmujeres en la cuneta del camino. Pero este que yodigo, el amigo mo, es un monstruo especial.

    Nosotros nos entendemos bien, aunque elpobre no sabe hablar y por eso todos le tienenmiedo.

    Este monstruo amigo mo es tan pero tangrandote que los gigantes le llegan nada ms quehasta el tobillo y l nunca agarra mujeres ni nada.

  • l vive en el frica. En el cielo no vive,porque si estuviera en el cielo, como Dios, secaera. Es demasiado grande para poder vivir porah por el cielo. Hay otros monstruos ms chicosque l y entonces viven en el infinito, cerca dedonde queda Plutn, o todava ms lejos, all en elonfinito o en el piranfinito. Pero este monstruoamigo mo no tiene ms remedio que vivir en elfrica.

    Dos por tres me visita. A l nadie lo ve, perol puede verlos a todos. Adems, se puedeconvertir en cualquier cosa que quiera. A veces esun cangurito que me salta en la barriga cuando mero o es el espejo que me devuelve la cara cuandome parece que la perd, o es una serpientedisfrazada de lombriz que me hace la guardia en lapuerta para que nadie venga y me lleve.

    Ahora, hoy o maana, el monstruo amigo mova a aparecer caminando por el mar, convertido enun guerrero que ms inmenso no puede ser y

  • echando fuego por la boca. De un solo soplido vaa reventar la crcel donde lo tienen preso a mipap y me lo va a traer en la ua del dedo chiquitoy me lo va a meter en mi cuarto por la ventana. Yole voy a decir: "Hola", y l se va a volver alfrica despacito por el mar.

    Entonces mi pap va a salir a comprarmecaramelos y chocolatines y una nena y se va aconseguir un caballo de verdad y vamos a salir algalope por la tierra, yo agarrado de la cola delcaballo, al galope lejos, y despus cuando mi papsea chiquito yo le voy a contar las historias delmonstruo amigo mo que vino del frica, para quemi pap se duerma cuando llegue la noche.

  • Hombre que bebe solo

    Los centinelas vigilan, los revolucionariosconspiran, las calles estn vacas. La ciudad se hadormido al ritmo monocorde de la lluvia; las aguasde la baha, viscosas de petrleo, lamen, lentas,los muelles. Un marinero tropieza, discute con unfarol, yerra el golpe. Al pie del cerro, arde comosiempre la llama de la refinera. El marinero caede bruces sobre un charco. sta es la hora de losnufragos de la ciudad y de los amantes que setienen ganas.

    La lluvia arrecia. Llueve desde lejos; la lluviase abate contra las ventanas del caf del griego yhace vibrar los vidrios. La nica lmpara,

  • amarilla, luz enferma, oscila desde el techo. En lamesa del rincn, no hay ninguna muchachatomndose un cortado ni fabricando un barquitocon el papel del azcar para que el barquitonavegue en el vaso de agua y naufrague. Hay unhombre que mira llover, en la mesa del rincn, yninguna otra boca fuma de su cigarrillo. El hombreescucha voces que caen desde lejos y dicen quejuntos somos poderosos como dioses, y dicen: asque no vala la pena, todo ese dolor intil, estabasura. El hombre las escucha, esta mentira,estatua de hielo, como si no llegaran desde lohondo de la memoria de nadie y fueran capaces desobrevivirlo y quedarse flotando en el aire, en elaire que huele a perro mojado, diciendo: me gustagustarte, hermosa ma, mi lindsima, cuerpo que yocompleto, me rozs con las puntas de los dedos yme sale humo, nunca me pas, nunca me pasar, ydiciendo: ojal te enfermes, que todo te salga mal,que no puedas seguir viviendo. Y tambin: gracias,

  • es una suerte que existas, hayas nacido, ests viva,y tambin: maldigo el da en que te conoc.

    Como ocurre siempre que las voces llegan, elhombre siente una acosadora necesidad de fumar.Cada cigarrillo enciende el siguiente mientras lasvoces van cayendo, trepidantes, y si no fuera porel vidrio de la ventana es seguro que la lluvia lelastimara la cara.

  • Confesin del artista

    Yo s que ella es un color y un sonido. Sipudiera mostrrtela! Dorma all, desnuda,abrazndose las piernas. Yo amaba en ella unaalegra de animal joven y al mismo tiempo amabael presentimiento de la descomposicin, porquetambin ella haba nacido para deshacerse y medaba lstima que nos pareciramos en eso. Se levea en la piel del vientre, que estaba comoraspada por un peine de metal. Esa mujer!Algunas noches le sala luz de los ojos y ella nosaba.

    Me paso las horas buscndola, sentado frenteal bastidor, mordindome los puos, con los ojos

  • clavados en una mancha de pintura roja que separece al entusiasmo de los msculos y a la torturade los aos. La miro hasta que me duelen los ojosy por fin creo que comienzo a sentir, en laoscuridad, las pulsaciones de la pinturahinchndose y desbordndose, viva, sobre la telablanca, y creo que escucho el crujido de los pasosde los pies descalzos sobre la madera del piso, sucancin triste, pero no. Mi propia voz me advierte:"El color es otro. El sonido es otro".

    Me alzo, entonces, y clavo la esptula en esavscera roja y desgarro la tela de arriba abajo.Despus de matarla, me acuesto boca arribajadeando como un perro.

    Pero no puedo dormir. Lentamente voysintiendo que vuelve a nacer en m la necesidad deparirla. Me pongo un abrigo y me voy a beber vinoa los cafetines del puerto.

  • Gara

    Haba sido la ltima oportunidad. Ahora losaba. De todos modos, pens, hubiera podidoahorrarme la humillacin de la llamada y el ltimodilogo, dilogo de mudos, en la mesa del caf.Senta en la boca un sabor a moneda vieja y pieladentro una sensacin de cosa rota.

    No slo a la altura del pecho, no: en todo elcuerpo: como si las vsceras se le hubieranadelantado a morir antes de que la conciencia lohubiera resuelto. Sin duda, tena todava muchasgracias que dar, a mucha gente, pero se leimportaba un carajo. La gara lo mojaba consuavidad, le mojaba los labios, y l hubiera

  • preferido que la gara no lo tocara de aquellamanera tan conocida. Iba bajando hacia la playa ydespus se hundi lentamente en el mar sin sacarsesiquiera las manos de los bolsillos, y todo eltiempo lamentaba que la gara se pareciera tanto ala mujer que l haba amado y haba inventado, ytambin lamentaba

    entrar en la muerte con el rostro de ellaabarcando la totalidad de la memoria de su pasopor la tierra: el rostro de ella con el pequeo tajoen el mentn y aquel deseo de invasin en los ojos.

  • Mujer que dice chau

    Me llevo un paquete vaco y arrugado decigarrillos Republicana y una revista vieja quedejaste aqu. Me llevo los dos boletos ltimos delferrocarril. Me llevo una servilleta de papel conuna cara ma que habas dibujado, de mi boca saleun globito con palabras, las palabras dicen cosascmicas. Tambin me llevo una hoja de acaciarecogida en la calle, la otra noche, cuandocaminbamos separados por la gente. Y otra hoja,petrificada, blanca, que tiene un agujerito comouna ventana, y la ventana estaba velada por el aguay yo sopl y te vi y se fue el da en que empez lasuerte.

  • Me llevo el gusto del vino en la boca. (Portodas las cosas buenas, decamos, todas las cosascada vez mejores, que nos van a pasar.) No mellevo ni una sola gota de veneno. Me llevo losbesos cuando te ibas (no estaba nunca dormida,nunca). Y un asombro por todo esto que ningunacarta, ninguna explicacin, pueden decir a nadie loque ha sido.

  • Tener dos piernas meparece poco

    Yo no saba cmo era la frontera. Cmosera? Nunca haba visto una frontera. Tendraorquesta? Tendra. Y baile y feria y tiro al blanco.

    Y circo? Orquesta, era seguro. Circo, nosaba.

    Ya llevaba varios das de a caballo, pero noestaba cansado. Coma lo que poda y me sobrabatabaco. Saba que la frontera quedaba rumbo alnorte y all iba; sin miedo ni apuro.

    Las estrellas, de nochecita, me corregan elrumbo. En realidad, era el caballo el que saba. Yo

  • lo conversaba, le peda que no se fuera aconfundir: mir que vamos al norte. l erabaqueano.

    Yo iba descalzo y sin espuelas, con el pantalnarremangado hasta arriba de las rodillas y mi pielpegada al cuero de l, as, como para pelear enmontonera.

    Cuando se haca la noche, desmontaba. Mehincaba al borde de un arroyo y tombamos agualos dos. No lo ataba nunca. Yo me tenda a picartabaco, abajo de un rbol, y lo vea irse a pastarpor ah. Nunca lo vi dormir. Ese caballo no dormanunca. No bien llegaba la maana, l medespertaba relinchando suave y empujndome laspiernas con el hocico, antes de que el sol pudierapicarme los ojos por entre la enramada. Entoncesarrancbamos, tempranito, al trote largo.

    Me haba ido porque quera cambiar. Si no, elda menos pensado me iba a ver adentro del cajnde muerto sin saber para qu existir. Pensaba en

  • los tipos que no tienen novedades nuevas paracontarse, y no les queda ms remedio que contarselas novedades viejas o sacarle al prjimo el cueroen tiras. Para m, ms vala morirme que seguirviviendo as, acarreando agua en las casas y metalustrar zapatos en la estacin del ferrocarril ysiempre con dolor en los riones. Vivir as, paraqu? Claro que si todos nos ponemos a morirnosestamos fritos.

    Hay que buscar la manera de no morirse.Pensaba en Cristo, que hace como dos mil aosque est en la lucha filosfica, y en la cantidad dedas que me estaban esperando para que yo losviviera. Por entre las orejas de aquel caballo, sepoda ver al mundo entero, que era enorme y noera de nadie y tena un olor a yuyos silvestres y acuero hmedo de animal de monte.

    Pensaba en la suerte que tena por habernacido hombre. Pensaba en mi hermana la mayor,que la jodieron porque no se casaron con ella, y en

  • mi hermana la menor, que la jodieron porque secasaron. Y en mi madre, que siempre quiso vivirotra vida pero no saba cul y dorma con los ojosabiertos desde la noche que mi viejo se la rob alos gitanos. Y en todas las mujeres de mi vidacorta pero poderosa y tristemente clebre. Porqueyo, mujer que veo, mujer que me dan ganas deponerla horizontal y meterme adentro, y me lasllevo a la loma de atrs del cementerio, ah entreDomingo Petrarca y la calle de las mulas, dedonde antes salan los carros del corraln. Lasmujeres nacen para eso, y por eso se enloquecensin necesidad del vino.

    Yo quera conseguir pintura, aunque no sabacmo, antes de llegar a la frontera. Me hubieragustado pasar al otro lado con el caballo todoverde y las crines amarillas, como un homenaje alpas hermano, porque esas cosas impresionanmucho. All los negros son todos doctores yseguramente me estaran esperando con una

  • parrillada gigante. Cerraba los ojos y vea loscostillares dorados chorreando grasa y unahoguera de troncos de espinillo y un brasero deesos que es lindo mirar de noche.

    Yo iba a entrar al galope con el pingo decolores por abajo de un arco de enredaderas yhabra por lo menos como veinte clarinesllamando a la fiesta.

    Cuanto ms me acercaba, ms contentazoestaba. Porque all las mujeres te desnudan ellas avos, de a poquito, como quien pela una banana, yte pintan paisajes en la barriga, de todos colores,el morro del Corcovado con Cristo y todo, ydespus baarte es una pena.

    Andaba por una picada angosta, loco por laspinchaduras de las espinas, los mangangaseszumbndome cerquita, y de buenas a primeras meencontr con una pradera de pelcula, muy salvaje,con unos pastos tamao gente que el viento movacomo olas bravas y por abajo andaban las liebres,

  • recalentadas, persiguindose como flechas.Cruc todo ese campo y despus atraves un

    arroyo crecido, y yo siempre con la impresin deque una cuestin muy importante estabadesparramndose por la atmsfera.

    Me baj del caballo, abr una tranquera y volva montar. Entonces, justo cuando estabarevoleando la pierna, vi que desde lejos se venaun jinete atravesando campo. Lo taloni al zaino,con toda emocin.

    El jinete vena para ac y yo iba para all.Senta como que el campo estaba dormido y yo

    lo iba despertando al pasar, con una alegrabrbara. Hasta ah, yo haba hecho siempre unrodeo cuando poda cruzarme con alguien; evitabaal humano como si fuese puma o culebra.

    Pero a este tipo lo vea acercndose, con sucapa negra volando al viento, envuelto en laneblina roja que levantaban las patas del caballo yqu quers que te diga: ramos como dos caudillos

  • que iban a encontrarse. As era de misteriosa mivida en aquellos momentos cruciales de laexistencia.

    El corazn me lata con muchas ganas y yo nosaba que me iban a encajar tres aos de crcelpor andar escapndome en caballo ajeno, aunques saba que el caballazo mo era propiedadprivada de otro. Yo estaba loco de alegra y notena ni idea de que la frontera haba quedadoatrs, que la haba pasado sin darme cuenta, nisaba que el hombre de la capa negra era un cana.Cmo iba a saber? Todos los policas tienen pintade policas, ya nacen as, y por eso no sirven paraninguna otra cosa. Todos, menos aquel tipo, quems bien, visto de lejos, pucha: pareca untremendo justiciero, como El Llanero Solitario,as.

  • Noel

    La lluvia nos haba sorprendido a mitad decamino; se haba descargado, rabiosa, durante dosdas y dos noches.

    Ya haca unas horas que haba vuelto el sol ylos nios andaban por las orillas del montebuscando el yacar cado del cielo. El sol atacabalos barriales de los sembrados y la espesuracercana, arrancndoles nubes de vapor y aromasvegetales limpios y mareadores.

    Nosotros estbamos esperando que un ruido demotores nos anunciara la continuacin del viaje, ydejbamos pasar el tiempo, entre bostezos,sentados de espaldas contra el frente de madera

  • del almacn o echados sobre bolsas de azcar omaz molido.

    De los brazos de una mujer, a mi lado, brotabaun dbil gemido continuo. Envuelto en trapos,Noel gema. Tena fiebre; un mal se le habametido por la oreja y le haba ganado la cabeza.

    Ms all de los campos amarillos de soja, seextenda un vasto espacio de cenizas y muones derboles talados y carbonizados. Pronto volveran aalzarse, por detrs de esos eriales, las espesascolumnas de humo de las hogueras que se abranpaso hacia el fondo de la maleza invicta, dondeflorecan, porque era poca, las campanillasmoradas de los lapachos. Esperando, esperando,me dorm.

    Me despert, mucho despus, la agitacin de lagente que gritaba y alzaba bultos, bolsas y valijas.El camin, rojo de barro seco, haba llegado. Yoestaba estirando los brazos cuando escuch, juntoa m, la voz de la mujer:

  • Aydame a subir.La mir, mir al nio.Noel no se queja dije.Ella inclin suavemente la cabeza y luego

    continu con la vista clavada, sin expresin, en lasaltas arboledas donde se rompan las ltimas lucesde la tarde.

    Noel tena la piel transparente, color sebo devela; la madre ya le haba cerrado los prpados.Sbitamente sent que se me retorcan las tripas ysent la ciega necesidad de pelearme a puetazoscontra Dios o contra alguien.

    Culpa de la lluvia murmur ella. Lalluvia, que cierra los caminos.

    Ms que la tristeza, era el miedo el que leapagaba la voz. Cualquier camionero sabe que damala suerte atravesar la selva con un muerto.

    Nos trepamos a la caja. Los contrabandistas,los hacheros y los campesinos celebraban concaa brasilea la aparicin del camin. Algunos

  • cantaban. El camin arranc y se callaron despusde los primeros sacudones.

    Y ahora, por qu vas? Fue la primera vezque ella me mir, y pareca asombrada:

    Adnde?Esto lleva hasta Corpus Christi.All voy. Voy hasta Corpus a rezar para que

    venga el cura. El cura me lo tiene que bautizar.Noel no est bautizado y yo voy a esperar al curahasta que l venga con las aguas sagradas.

    El viaje se hizo largo, bamos a los tumbos porla picada abierta en la selva. Ya era noche cerraday por aquellas comarcas tambin vagaban,disfrazadas de bichos espantosos, las almas enpena.

  • Ceremonia

    El Diablo est borracho y reumtico y tienemillones de aos de edad. Sentado encima de unafogata de astillas de vidrio, envuelto en llamas,transpira a chorros. Oficia con la espalda apoyadaen el tronco de aquella higuera que, condenada porCristo, no da frutos.

    "Que si caminando est, vea mi sombra.Que si durmiendo est..." Sacude la cabeza.Los cuernos de trapo le cuelgan sobre los ojos

    y un hilo de baba le cuelga del labio; a sualrededor, cuelgan los santos del infierno y delcielo. El humo ondula entre calaveras y amuletos yofrendas; los chivos beben vino negro, los gallos

  • gritan, los sapos se hinchan de humo de cigarro."Yo te conjuro por los nueve meses que tu madre tellev en el vientre, por el agua que te echaron ypor la sal que te dieron a comer. Hueso por huesoy msculo por msculo, vena por vena, nervio pornervio..." El Diablo se levanta crujiendo y se echaa andar cuesta arriba por los matorrales. Le sirvede bastn el cetro de siete dientes de hierro: lossiete soldados, guardianes de los portones delinfierno, lo guan en la negrura de la noche y leprestan fuerzas para sostenerse los msculos,mientras elude las piedras y los ramajes delmorro. Anda torcido, enredndose a los tropezonescon su propia capa rojinegra, chamuscada y rotosa,y a cada paso un dolor agudo le retuerce losriones.

    Se detiene a mitad de camino. Junto a lacascada, una mujer, de pie, lo est esperando.

    Ella carga una nia en los brazos.Tiene mucha fiebre.

  • No.La muerte, su larga lengua:Se est yendo. Demasiado dolor para su

    poco tamao."Gallo que canta, perro que ladra, pjaro que

    chilla, gato que malla, nio que llora, Satans..."El Diablo se rasca la oreja puntiaguda:

    No. Porque yo no quiero.Doce rosas blancas. Un pual virgen. Siete

    velas rojas, siete velas negras. Una toalla intacta.Un vaso no tocado por ninguna boca.

    A estrla e a lua so duas irmsCosme e Damio...

    Se encienden las velas. All abajo, antes delmar, tiemblan, dbiles, las luces de la ciudad.

    El alba comienza a dibujar la lnea delhorizonte.

    So que se mora.Quien duerme boca abajo, no suea.Un caballo me apoyaba las patas sobre el

  • vientre y luego, con manos de mujer, me cerraba lagarganta. Supe que si yo deca el nombre de ella,ella se iba a morir.

    Qu nombre tiene?El nombre de mi madre.El Diablo se rasca la barbita con la ua, larga,

    del pulgar. El Diablo no huele como el azufre.Huele como el aguardiente.

    Qu edad tiene?Edad, no tiene. Tiene das.La abuela viene a buscarla. Es ella quien

    quiere llevrsela.La nia yace sobre la tela blanca, rodeada por

    las flores y las velas. El Diablo se inclina, searrodilla, y con la punta de la daga le dibuja dostajos, en cruz, en medio de la cabeza. Apoya sobrela herida sus encas sin dientes y le sorbe lasangre. A la nia no le quedan fuerzas paraquejarse.

    Iara, que se llamar con otro nombre, no

  • morir. El da que se acabe el mundo, ella sesalvar en un carro de fuego. Los tiempos cambiantodos los das, pero de ahora en adelante, ella esmi nieta.

    Arroja las rosas a las aguas del manantial,para que se lleven las desgracias y las vuelquen enel mar.

    Oxal, Deus das Alturas, Creador do Cu,do Inferno, do Mundo, dos filhos, da tristeza, meajuda a criar esta filha. Ela tua filha e minhaneta e filha de minha tristeza a.

    Luego alza el puo hacia las ltimas estrellasdel cielo y apuntndoles con los siete dientes dehierro oxidado clama, la voz ronca:

    En la hora que recuerdes, Dios, que estania existe sobre la tierra, ella sufrir. Tuvenganza, que los maricones de la iglesia llamanmisterio! Pero por hechizo, no va a sufrir. Ni pormal de ojo. Ni por envidia, ni por conjuro, ni porquebranto. Ni por maldicin.

  • Escupe al suelo. Y contina increpando a lasalturas y sacudiendo el puo peludo, mientras laluz invade, lenta, el aire gris:

    Ah, Viejo verdugo! Carnicero! Ella entraren un jardn y dejar a la nia sobre el umbral deuna casa de ricos. Luego continuar caminandohacia la costa, hasta llegar a la praia do Diabo,que es pequea pero ha tragado a mucha gente. Yse pondr a buscar, en la arena todava fra yhmeda, el cordoncito con aquel signo que laprotega contra las penurias durante los das ycontra las pesadillas durante las noches. Y siIemanj la llama desde la lejana del mar, ella sedesnudar y se dejar ir, navegando como si sucuerpo fuera una vela blanca, tras la voz de ladiosa.

  • La tierra nos puedecomer cuando quiera

    Un puntito viene creciendo, muy de a poco,desde la lejana. En esta estepa helada, sin pasto nihuellas, de donde huyen hasta los cuervos, la luzquema los ojos. Tan alta es la puna que se puedetocar el cielo con la mano: la luz cae de muy cercay arranca a la lisa roca resplandores de colorprpura o azufre.

    El puntito se va convirtiendo, lentamente, enuna mujer que corre. Lleva un sombrero negro alestilo de Potos y un aguayo rojo, tan amplio comola vasta pollera. Ella corre desplazndose apenitas

  • en medio de estas desolaciones que no empiezan niterminan nunca, baada por la luminosidad que sedesprende del suelo, corre que te corre, a todopulmn, inexplicablemente, como si se le hicieratarde para llegar a una cita.

    Segn me han contado aqu, el yatiri se hizoyatiri aunque no lo quiso ni lo decidi. l fueelegido. Ni las ovejas vieron. No haba hombres nianimales: nadie haba. Una voz lo llam desde loalto de la noche cuando l todava no era yatiri yl subi tras ella caminando por la montaa hastamuy arriba, mucho ms all de las nubes. Se sental pie de una roca y esper.

    Entonces cay el primer rayo y l fue partidoen pedazos. Despus cay el segundo rayo y lospedazos se reunieron, pero l no poda pararse.

    Y por fin, cay el tercer rayo, que lo sold.As fue roto y hecho el yatiri, muerto y nacido

    de nuevo, y as ha sido siempre, segn me hancontado aqu, desde que Viracocha cre el mundo

  • y el rayo que cae, las piedras que se desploman,los ros que arrasan sembrados y corrales, lainundacin y la sequa, las epidemias y lostemblores de tierra. (Y desde que nos cre anosotros, los hombres, o nos so, porque paraentonces ya estaba dormido.) Una cortina de aguaborronea la hendidura larga y negruzca que separalos altos picos del horizonte. Un relmpago laatraviesa. Est lloviendo por el lado de Chayanta.

    Bajo tierra, metidos en los rajos, los hombrespersiguen a la veta. La veta asoma, se escurre, sebrinda, se niega: es una vbora de color caf y en

    su lomo brilla, titilando, la casiterita. Lacacera se hace en tres turnos bien adentro de lamontaa.

    En ella participan miles de hombres armadosde cartuchos de dinamita o anfo: esta mantecatambin se usa para pelear encima de la tierra ylos capataces desconfan de los bultos que losmineros suelen llevarse bajo sus casacas de

  • trabajo, que son de color amarillo rabioso.Una rata atrapada en un agujero hondo: una

    opresin entre pecho y espalda, un dolor quecamina por el cuerpo: la venganza del polvo deslice: antes de la tos y la sangre y la tempranaaniquilacin, los perseguidores de la veta pierdenlos sabores de la comida y el trago y los olores delas cosas.

    Llallagua: diosa de la fecundidad y laabundancia. Llallagua: un basural rodeado detinajas de chicha. Alguien atraviesa el puentesobre el ro Seco, arrastrando una carretilla llenade perros muertos con las fauces abiertas.

    Tengo, tengo, dice,y no tiene nada.Ni un centavoen el bolsillopara cigarrillos.El ro es un cauce gris y escaso que corre entre

    las piedras. Todas las aguas de Llallagua terminan

  • por parecerse a la lama espesa que brota de labocamina y todas las callejuelas de Llallagua,resbaladizas de barro, conducen al cenizal.

    Aqu el sol incendia, el viento rompe, lasombra hiela, el fro hiere, la lluvia cae apedradas.

    Durante el da, el invierno y el verano tecortan, a la vez, el cuerpo en dos.

    A la luz de las velas, una mujer baila el huaynosobre el piso de tierra. Las polleras flotan y lalarga trenza negra vuela hacia atrs y haciaadelante y ella se la acaricia con los dedos.

    Alguien secretea: "La Hortensia tiene amorpara un rato noms. Maravillas le va a ofrecer.

    Pero despus..." Todos beben:Aquicito! Seco, fondo seco! Srvete,

    srvete, no seas pollo, a ver!Hay que fusilarlos, carajo, a toditos,

    carajo!Brindemos por estito! Brindemos por los

  • que bailan! Pero que sea con aro!En la nuca, qu tantas huevadas pues

    carajo! Y a tiros, que es lo ms necesario! Y loms pedaggico, carajo!

    Brindemos por Camacho! Brindemos pornadita! Yo estoy en la cochina calle! El Lobo tienedos mujeres, pero todos saben que una, lajorobada, le sirve nada ms que de amuleto, y laotra quiere desnudarse cada vez que seemborracha.

    Cantar noms,bailar noms,no hay ni agua de chuo para m.Quin trabaja la maana del lunes? Los

    distrados y los suicidas. Los curas tampoco.Metieron dos llamas blancas, vivas, en lo

    hondo del socavn. El yatiri les hundi en elcuello su cuchillo de plata y bebi la sangrecaliente del cuenco de su mano y luego convidcon sangre a la tierra, porque la tierra nos puede

  • matar y comer cuando ella quiera. Con un cuernode caza, llam a los enemigos de los mineros y selos llev lejos.

    Hermanos, compaeros. Estamosconvidando buena presa para que aparezcan lasbuenas vetas y la buena suerte y contra losdesmoronamientos y los extravos. Ahora estamosbrindando por los tos y las tas y en este instanteellos estn haciendo la misma cosa por nosotros.Ellos estn emborrachndose en el infierno a lasalud de nosotros.

    Los mineros, sentados en rueda, miraban sinpestaear al To, su trono alumbrado por el lucerode las velas, sus sombras espantosas en lasparedes de la gruta. En las vasijas, a los pies delTo, el aguardiente iba bajando de nivel ydesapareciendo, las vsceras de las llamas sufrandentelladas invisibles y las hojas de coca seconvertan en una pulpa babeada. El cigarrillo sehaca ceniza en la boca del Diablo de barro.

  • Las dos llamas que hemos sacrificado, losdiablos las estn devorando, y todas las vrgenes,junto a ellos, estn tambin comiendo la carnesagrada. Y maana, al amanecer, vamos a recogerlos restos que les sobren, y nosotros vamos acomer. Y durante siete das nadie entrar aqu ynadie trabajar.

    Me preguntaban cmo era el mar. Yo lescontaba que en boca de los pescadores, el mar essiempre mujer y se llama la mar. Que es salada yque cambia de color. Les contaba cmo lasgrandes olas vienen rodando con sus crestasblancas y se levantan y se estrellan contra lasrocas y caen revolcndose en la arena.

    Les contaba de la bravura del mar, que noobedece a nadie ms que a la luna, y les contabaque en el fondo guarda buques muertos y tesorosde piratas.

  • Los soles de la noche

    El minero es un pjaro de plumas negras quelos mineros persiguen y nunca ven. Vuela muy altoy va alborotando con su grito duro las cumbres delas montaas. Se sabe que descansa en las ltimasramas de los cedros y los algarrobos.

    Hay otros pjaros, el campanero y la piscua,que tambin anuncian el escondite de losdiamantes. Cuando la piscua est muy alegre ycanta piiiiiscua, piiiiiscua, por algo bueno es, perocuidado con este pajarito manso, de plumas grises,cuando se pone triste y canta bajo, como conrencor: ms vale irse. En cambio, cada vez que elminerito arisco grita su nico grito, est sealando

  • al diamante que huye, para que los hombres seabalancen sobre la piedra y la levanten en el puo.El minero conduce a los mineros hacia el fondo dela selva del Guaniamo, donde l vive. Cuando salea la sabana, vuela apenas un rato y se muere,porque le pega en el pecho el aire de los llanos.

    El diamante es una piedra que mgicamenteaparece en el centro de los cernidores,desprendida de una masa de piedras intiles ybarro, despus de ocultarse en los cauces de arenade los ros o en las profundidades de la tierra,entre los signos que la delatan: cosas que parecengrafito de lpiz, lentejas, mierda de loro, trozos demetal y semillas de fruta bomba. Para encontrar aldiamante, ese seor, hay que tener sangre.

    El minero es un negro viejo que protestaporque son las tres de la maana y en la calle deLa Salvacin ya no se puede beber. Lo mo es mo,grita. Yo tengo reales, no necesito pedirles reales aestos bodegueros. Uno es bueno, pero cuando a

  • uno le da rabia, le da rabia.Tengo un diamante grande como el frica, aqu

    en el bolsillo, y no me atienden. Que canten lasmquinas! Que salgan las mujeres! Creen queMarchn es un perro, en este negocio? No me dennada. Yo tengo ms reales, ms que esos que tienennegocio y verga, yo tengo reales en el bolsillo y enel banco de Caracas y en todas partes. Aqu estoycon mi burrito y quiero que las mujeres sedesnuden y lo baen con

    brandy, como a l le gusta! Don Marchn es elhombre ms rico de todas las minas de este pas,qu carajo, y yo me llamo Dionisio Marchn. Elque quiera dormir en este pas, que haga casa.Aqu hay mucho palo. Usted me va a hacer callara m? Yo no le tengo miedo a usted ni a nadie. Yolo mando a callar. Yo lo voy a hacer callar amachete. Yo nunca, en ninguna mina, le he pedidolimosna a nadie. Y al que me tenga rabia, me matocon l a machete o a bala, como sea. Y el hombre

  • que me salga, que me salga frente a frente, as,porque mam no me pari sirviente. Yo soy unhombre sin amo! Soy un hombre sin hambre! Unhombre sin miedo! Al tigre ms bravo que salga,yo lo he amamantado. Yo soy Marchn. Yo aprendpara saber. Que nadie se meta de enemigo mo.Algunos han querido, pero no han podido. Quesalgan las mujeres, todas las mujeres! En cueros,que Marchn paga esta noche la fiesta de la mina!Que salgan la Nena y la Turca y la Rosa! Aqu lamquina tiene que cantar! Sea doctor, sea capitn,sea lo que sea, nadie en La Salvacin me va acerrar la puerta a m. Porque yo soy Marchn. Yavoy cumpliendo los setenta, pero soy como burrobueno, el bro no lo he perdido, yo conozco lavida! Yo soy un hombre que mata de frente!

    Hoy ya no quedan hombres, qu va. Hoy lo quehay son puros habladores de pajas. Que canten lasmquinas, he dicho! A romperles el cuello a lasbotellas! A las mujeres, que bailen! Hoy soy lo

  • que ayer no fui y lo que puedo ser no soy, pues esteda de hoy es cuanto digo de m. Que DionisioMarchn se muri de viejo.

    A se no lo mataron, no! El diamante es unaplanta que brota en cualquier parte, porque para lestar, no precisa tierra bonita. Pero tiene misterio.Se hace perseguir por los tneles a golpes de lanzay apaga cuando quiere la vela o los pulmones delminero.

    El diamante est en la cumbre de un cerroinvicto, al que muchos quisieron trepar y rodaroncuesta abajo por los pedregales. El cerro, que sealza en las costas del Caura, muestra, sin embargo,cicatrices de escalas que se pierden de vista muyarriba, y de lo alto se desprende, por las maanas,una cascada de naranjas muy dulces (en estastierras donde slo crecen el caucho y la sarrapia).

    El diamante yace en el fondo del lecho arenosodel ro Paragua, en el exacto sitio no reveladodonde una mujer encontr, cuando la bajante, un

  • can de bronce con la curea rota, un tremendocan de aquellos que los conquistadorescargaban por la boca y les daban fuego a mecha.El can estaba all aunque

    era imposible que estuviera all, porque en lascataratas del ro hubieran sucumbido los galeoneso las corbetas y nadie hubiera podido abrirninguna pica, desde tan lejos, a travs de aquellaselva cerrada.

    Don Sifonte! Saludos le mandan.Cmo le ha ido?Hasta el presente, no me ha ido.Cmo est usted?Ms viejo que ayer, ms murindome.Pastelitos calientes! Para viejos que no

    tienen dientes! Los caraqueos son muy pendejos.Las luces que nacen del diamante cortan como

    cuchillos. Los mercaderes los investigan con lupasgruesas. A veces el diamante no es un diamante: esun casi casi.

  • El minero es un rumor que brota por lasnoches, mientras todos duermen, y se alzalevemente y flota sobre el sueo de todos.

    El minero es el murmullo de las surucas en lasmanos de los fantasmas; la sorda agitacin delpedrero lavndose y filtrndose por los trescernidores sucesivos; el sonido casi secreto de laarena que, de filtro en filtro, va cayendo.

    El minero es el ruido de fierros de las palas ylas lanzas que solas se levantan, bailan, se frotanentre s y se ponen en movimiento hacia los pozosy van penetrando la tierra y cavan los socavonesmientras todos duermen.

    Y es el elegido que escucha con el rostrocrispado y todos los msculos en tensin, hastaque por fin el ruido cesa y huyen los fantasmaspara que no los sorprenda y los mate la luz del da.Y entonces, desesperadamente, el elegido se hundeen el socavn donde el diamante lo espera.

    El diamante es una presa que se esconde

  • debajo de la lengua de un hombre muy flaco, quetiembla de miedo. Otros hombres lo handesnudado, le han arrancado la ropa a los tirones."Cinco baldes nos robaste", le dicen. "Te hemosvisto." Hablan con los dientes apretados. "Todos tevieron", dicen.

    El hombre muy flaco niega agitando la cabezay musita algunas palabras sin que se note que tieneel diamante debajo de la lengua.

    Nadando, en esta agua inmunda? Ni t tecrees. Estabas robando. Eso es lo que estabashaciendo. Robando. Y eso no se hace. Eso especado. Es muy feo, eso.

    El hombre muy flaco est rodeado por ellos, unanillo de hombres de miradas encendidas.

    Uno de ellos enhebra cuidadosamente el nudocorredizo de una cuerda larga, larga, que le cuelgade una mano, y cuando arroja la cuerda hacia larama alta de un rbol, el hombre muy flaco se tragael diamante robado y se condena.

  • El minero es un hombre con un arco y unaflecha tatuados en el pecho.

    El minero habla, movimiento del arco entensin: Barrabs abri una poca. All por losaos cuarenta, dice, Barrabs encontr en ElPolaco un diamante del tamao de un huevo depaloma, que vala medio milln de dlares.

    Esa maana, dice, los comerciantes le habannegado el desayuno.

    Alto vuelo de la flecha en direccin al blanco:el diamante era perfecto, trasparente y con reflejosazulados, aunque tena los bordes irregulares.Nunca visto.

    Alegra de la flecha en el aire: Barrabs leofreca banquetes al presidente y daba grandesfiestas en Caracas. Paseaba por las calles y legustaban las muchachas en los balcones: lescompraba una mirada y un vaso de agua por cienbolvares. Se hizo arrancar todos los dientes y sehizo poner una dentadura de oro puro.

  • Se enamor de la hija del presidente.La flecha choca: el minero dice que Barrabs

    ofreci diez mil bolvares para entrar en lossalones del Tamanaco y que no lo dejaron, pornegro. Pero el Tamanaco no exista.

    La flecha rota: Barrabs languidece, pobre yviejo, en una mina perdida de la frontera.

    Aniquilacin de la flecha: cuando volvi deCaracas, no le fiaban ni un quilo de arroz. Y ya nopuede servirse ni de s mismo.

    El diamante es un espejo profundo donde losmuertos de hambre creen que encuentran susverdaderos rostros.

    El diamante es un recin nacido que se ofrendaa las putas colombianas de la zona roja o seevapora en ron o whisky escocs o cae en laemboscada de los naipes marcados en las tiendasde los tahres. El diamante hace bailar losmillones a la luz de la luna y, cuando sale el sol,en el bolsillo no queda ni una moneda con la cual

  • comprar la bala que hara falta.El diamante espera, dormido, entre las races

    de un mangle que arde, al pie de los ramajes enllamas, en el centro del delirio de un hombre quedesesperadamente sabe que no recordar.

    El minero es un cuerpo caliente y helado quetiembla en una hamaca, a la intemperie, con losojos quemados por la fiebre. El minero cree quellueve. Pero la lluvia es una hoja de yagua que unhombre arrastra por un camino polvoriento, recinabierto a machete y ya rajado por el sol, y la hojaavanza y suena como una lluvia que rueda. Si lalluvia cayera, la verdadera lluvia, quizs aliviaralos hervores de la fiebre del minero que quisierasalirse de la hamaca y de la fiebre pero est preso,las piernas no contestan, el mentn tiembla, losdientes se han enloquecido y chocan entre s, esediamante es mo, una mano en la garganta lo ahogay le reseca la boca, ese diamante grande como unpen, necesita vomitar lo que no ha comido ni

  • bebido, lamido por el fuego, yo, yo que me baen viernes santo y no me convert en pescado,adnde me van a llevar, los poros se dilatan,estallan, adnde, la transpiracin salta a chorros,si aqu no tenemos ni siquiera cementerio, eldiamante reina en el incendio de las racesespantosas de los mangles y en el incendio de lafiebre en la cabeza del minero, la cabeza se parte,yo que dorm con mujer en viernes santo y no mequed pegado, adnde van a llevarme, una tenazacaliente que tritura el crneo y suprime larespiracin, me quieren despojar, la transpiracina chorros, abusadores, coos de su madre, lapiedra nacida para m ah abajo del rbol quearde, la muerte, cuando los que no han voladovuelan, adnde, cuando los que no han corridocorren, las flores replegadas, los pjaros mudos, ybruscamente irrumpe entonces la invasin de lasmariposas negras, grandes como buitres, apagan elcielo y cortan los caminos y el minero se siente ir,

  • se abre paso por entre las mariposas a golpes demachete, invencible y veloz, a soplos de puroviento se abre paso, se deja ir rumbo a la piedraque lo llama, fulgurante, desde la hoguera de losmangles al borde del ro y desde la terminacin detodas las cosas.

    El diamante es una piedra maldita. El diamantees una piedra sola. Con sus lenguas de diamante,las antiguas brujas poderosas cortan el hueso y elacero y atraviesan la carne de los planetas.

  • Ellos venan desde lejos

    Si hubieran conocido la lengua de la ciudad,habran podido preguntar quin hizo al hombreblanco, de dnde sali la fuerza de losautomviles, cmo se sostienen los aviones, porqu los dioses nos negaron el acero.

    Pero no conocan la lengua de la ciudad.Hablaban el viejo idioma de los antepasados,

    que no haban sido pastores ni haban vivido en lasalturas de la sierra nevada de Santa Marta. Porqueantes de los cuatro siglos de persecucin y dedespojo, los abuelos de los abuelos de los abueloshaban trabajado las tierras frtiles que los nietosde los nietos de los nietos no haban podido

  • conocer ni siquiera de vista o de odas.De modo que ahora ellos no podan hacer otro

    comentario que el que les naca, en chispasburlonas, de los ojos: miraban esas manospequeitas de los hombres blancos, manos delagartija, y pensaban: esas manos no saben cazar, ypensaban: slo pueden regalar regalos hechos porotros.

    Estaban parados en una esquina de la capital,el jefe y tres de sus hombres, sin miedo. No lossobresaltaba el vrtigo del trfico de las mquinasy los transentes, ni teman que los edificiosgigantes pudieran desprenderse de las nubes yderrumbrseles encima. Acariciaban con lasyemas de los dedos sus collares de varias vueltasde dientes y semillas, y no se dejaban impresionarpor el estrpito de las avenidas.

    Sus corazones se compadecan de los millonesde ciudadanos que les pasaban por encima y pordebajo, por los costados y por delante y por

  • detrs, sobre piernas y sobre ruedas, a todo vapor:"Qu sera de todos ustedes preguntabanlentamente sus corazones si nosotros nohiciramos salir el sol todos los das?"

  • Tourist guide

    En la otra costa del lago, el arzobispo clama:"Una maldicin se abalanza sobre la ciudad!",denuncia: "Los hijos reniegan de los padres!" Dosgenerales acompaan al arzobispo hasta elaeropuerto y en la sala de espera una mujer letironea la tnica: le pide la bendicin, padre, quelas iguanas se vayan del techo de mi casa y losdolores se vayan de mi cuerpo. Los fotgrafos delos diarios rodean al arzobispo, el arzobispotranspira, la mitra se le tambalea sobre la cabeza.

    Desde esta costa, vaca, alzo la mirada y veoel avin: el arzobispo atraviesa las nubes y sepierde en el cielo. A mis espaldas, en el lago,

  • junto a las infinitas torres de hierro, arden lasllamas de los mechurrios y los balancinescontinan su cabeceo eterno; los cables cuelgan delos picos de los balancines como babas depetrleo. Aqu el sol arde con furia y arranca a latierra una niebla de aceite y humo, cada vez msespesa y ms difcil de atravesar. En este desiertonegro, brilloso de petrleo, no crece el pasto nicrece nada, nada queda: las suelas de las botas seme pegotean al suelo, pero las huellas de los pasosse borran, comidas por el petrleo, antes deimprimirse. Hay algunos carteles rotos, restos deletras que han dicho: "Cuidado. No pase. Perrosbravos", han dicho: "Se prohbe votar basura", handicho: "Tierra Negra reclama El Prometido." Aqulos pjaros no cantan: se quejan. Unos pocos patosflotan, sin moverse, en los charcos pantanosos. Loscuervos son lo nico vivo que les queda a laspalmeras.

    Ya estoy cumpliendo noventa y siete. Ya estoy

  • ah cerquita, pero voy a ver, no?, si hablo con elSeor para que me d ms plazo.

    Cmo no me voy a acordar de cuando llegaronlas compaas. Ah fue que empez a correr laplata. Los vivientes de aqu todava trabajaban latierra, en aquellos aos, me se olvidan las fechas,pero esto era muy bonito, los hombres pescaban enel lago y del lago beban el agua. En aquella pocahaban capitanes y doctores. All en la cinagacomamos huevos de caimn; matbamos elcaimn, lo salbamos y hacamos mojito. Que siramos felices? Nadie es feliz. Y cuanta msposicin tenga el hombre, peor. Pero todostenamos vida propia y haba mucha unin. Ahorael agua est envenenada y vivimos acorraladosentre la zanja y el dique. La nueva generacin yano se siembra aqu. Los muchachos van creciendoy se van saliendo.

    Irme, yo no me voy. Yo nac aqu, aqu me criy aqu estoy, siempre vendiendo man en el

  • establecimiento "La mano de Dios", como lo ves,que antes era una tiendecita para comer y que lagente bailara sus bailecitos. Aqu me quedo. Mihija se fue, ella s, y es muy sobrada mi hija, meescribi un verso que dice:

    "Es tanta mi inteligencia, y misimprovisaciones, que nacen en las regiones, azulesdel firmamento." Ella est en la capital. Por quno? Es que cada uno vive la capacidad de cadauno. Y no me preguntes ms, porque las escuelasde antes slo enseaban a contar hasta cien.

    Ni siquiera hay cerdos escarbando el suelohinchado de basura. Me acosan las moscas,borrachas de calor, zumbando fuerte; las moscasme golpean la cara, se me pegotean a la pielaceitosa de sudor. Gotas gordas de sudor mecuelgan de las pestaas. Me dejo guiar por elolfato. Estas ruinas exhalan un aliento demoribundo; los olores, cada vez ms agrios, mevan anunciando, mareadores, el lugar donde el

  • primer chorro de petrleo brot hace sesenta aos:el agujero. Parece que hubieran transcurrido siglosdesde que se escuch por aqu el rumor de losltimos pasos de un hombre y ahora slo persistenlos sonidos de la demolicin, el desmoronamientode todas las cosas, el rodar de piedras de la cada,pero lenta, lentsima, el moribundo est roncando yse oye un siseo de dientes de ratas que serruchanlas maderas y los muros, lepra que avanza, lepradel tiempo, el zumbido de las moscas y elborboteo del sol que fre la basura y hace hervirlos charcos de petrleo, el estallido de lasburbujas de petrleo hinchndose y reventando enestas marmitas y alrededor de los charcos de sopanegra el crujido de la tierra que se raja, en grietasabiertas por el calor, como arrugas, a lo largo y alo ancho y hasta el hueso de la cara de la tierra.

    El chorro haba brotado hasta las nubes y elviento hizo llover petrleo sobre toda la comarca.Caa el petrleo sobre las techumbres de hojas de

  • palma de las casas y los labradores y losleadores y los cazadores se ahogaban enpetrleo, atnitos, con los ojos fuera de lasrbitas, porque nunca supieron que aquello leshaca falta.

    Y vino gente del oriente, del sur y del centro.Los campesinos arrojaban a las zanjas los

    lazos y las azadas y se venan por los ros y atravs de la selva. A los de Coro los trajeron parael monte, a devastar los bosques a golpes de hachay machete, y la culebra guayacn y el paludismolos devastaban a ellos; los de la isla Margarita serompan los pulmones atando caeras en el fondodel lago.

    Hombres de todos los colores y de todos losidiomas asomaban desde el mar en buques negros,de proas de hierro. Aparecieron las mquinas, deruedas dentadas y cuchillas lustrosas, mejores quelos hombres para resistir las mordeduras deserpiente y las fiebres. Las torres eran de madera y

  • despus fueron de hierro y brotaban una al lado dela otra. Tambin trajeron automviles gramfonos,mesas de pao verde y mujeres capaces de hacerel amor veinticinco horas por da: ellas sellamaban Llavefija, Rompeguayas, Sietevlvulas,Tubera. Despus de la guerra, los baresabandonaron Tasajeras y se trasladaron a AltaGracia, luego llamada Corea, ms all deLagunillas. Ah se trasladaron los bares, enormes,y ah estn; parecen prisiones o fortalezas. Cuandocay la dictadura, surgieron en el pas revuelto lasjuntas pro-mejoras y las juntas pro-desarrollo yuna ecuatoriana, que haba sido dama de alto vueloen Quito, organiz aqu una huelga de piernascerradas. Se llamaba la Monosabia. Ellastriunfaron.

    Se desprendi y se quebr y se precipit alvaco. stos son los pedazos de una nica cosa,hoy rota, pero que fue. (Haba habido entusiasmo ypelea, vida viva.) Los restos: como un

  • arrepentimiento: dientes de gras forrados deherrumbre, cadveres de automviles, envases deleche en polvo Milk, aceite Diana, matacucarachasEfetan, jugo de naranja Ella, montaas de envases,los harapos de un vestido de fiesta colgando de unclavo, cabinas de camionetas sin camionetas, unaespuma de baba seca sobre los tablones verdosos,guantes de trabajo que han perdido los dedos,neumticos rados, el cable y la cpsula de unaparato de venoclisis, zapatos ahogados en elbarro, huesos de gallinas y de perros, jeringas, uncadillac reducido a moho, cscaras de coco,jirones de impermeables, un autobs sin ruedas niguardabarros hundido contra un arbusto y queahora forma parte del arbusto con los tirantes deltecho al aire como vrtebras o ramas secas,elsticos de sillones, botellas con sus picos enastillas, chatarra de cabrias y de balancines,monstruos en cartn piedra que antes fueroncajones de Veuve Clicquot o Ye Monks y ahora

  • tienen mandbulas y brazos y estn encogidos y alacecho, hilos negros de cscaras de

    bananas, vegetacin podrida, pieles de vacassin vacas acometidas por ejrcitos de moscas,taladros abandonados con sus bases de cementocomo ruinas indgenas despus de un incendio, lashordas de gusanos asomando por debajo de cadacosa, un letrero de Cafenol, el camello de Camel,la moldura de escayola de un frontispicio con tresdedos de una mano y la boca de una cara, pilaresde mampostera, un muro deshecho del que cuelgauna lengua de papel floreado y un busto de maniquerguido sobre los escombros, alzndose, diosa deyeso, sin brazos ni piernas, con su mueca dedespecho y sus pocos cabellos todava pegoteadosal crneo: ella sonre.

    Es una trampa, pienso. Ya no me muevo.Estoy rodeado de basura por el norte y por el

    sur, la basura me asalta desde el este y desde eloeste. Es la basura la que avanza, no yo, o quiz

  • son los hedores a fermentos y tripas endescomposicin que me acometen y me vanencerrando para asfixiarme y yo pienso que es unacelada, el primer pozo de petrleo no ha existidojams, nunca hubo, nunca podr salir, no s pordnde he venido y no hay estrellas para guiarme.Me dejo caer bajo el sol en llamas y, con la cabezaapretada entre las rodillas, ruego que caigan lanoche o la lluvia.

  • El esperado

    Yo nac el da de la invencin de la Santa Cruzy por eso me pusieron de nombre Mara, Mara dela Cruz. Fue a los doce aos justos, el da de micumpleaos, cuando la mata creci y le brotaronlos frutos amarillos y me hall. Y a la noche de eseda so el sueo hermoso y al da siguiente metrajeron para la ciudad. Fue en el ao sesenta yocho que me trajeron, para cuidar a los nios. Enaquella casa de la calle Obispo estuve treinta aosmirando pasar a los hombres y a los caballosdesde atrs de las rejas de las ventanas. Eran lostiempos de Espaa y por pobre que fuera unblanco, ningn negro ni negra poda mirarlo.

  • Yo nunca supe si a m me vendieron o meregalaron. Porque a muchos negritos los regalaban,los entregaban en una bandeja: era una fiesta decasamiento, sonaba un golpe de aldaba en la puertay ah entregaban al negrito desnudo, con unoslistones de colores que colgaban, largos, de labandeja de plata. Pero yo ya era crecida cuandome trajeron para aqu y ya la mata me habahablado y haba tenido el sueo.

    Los amos me arrancaron un collar que yo mehaba trado de la plantacin, un collar grandsimo,de semillas de peonas. Las peonas tienen doscaras, una cara roja, grande, y otra cara negra, msescondida. Las peonas, como la mscara deEleggu, tienen la vida y tienen la muerte. El collarperteneca a Santa Brbara, era tan lindo, me lohaba regalado el moreno viejo que tocaba eltambor en el bemb del ingenio. l deca: "Yo tococuando me pica la mano." Deca: "Mi tambor mecree, me cree todo, todito.

  • Mi tambor me cree aunque yo le mienta." ltocaba el tambor y, cuando la ceremonia estababuena, la msica se sala del tambor y se meta enlos cuerpos de los bailarines y entonces la msicanaca de los cuerpos de los bailarines. Al viejo yole cont mi sueo y tambin las palabras de lamata y l fue quien me dijo que yo no me iba amorir sin ver al esperado. Me dio el collar paraque contara los aos. se fue el collar que mearrancaron. De todos modos las peonas nohubieran alcanzado para contar casi un siglo.

    La vez que descubr la mata, ah en el batey,ella estaba chiquitica, y tocaron la campana y tuveque irme corriendo. La campana la

    sabamos de memoria todos, los grandes y loschicos. Porque antes no haba mquinas. Ni habacarbn. Los negros chiquitos con canastas grandesy los negros grandes con canastas grandsimashacamos todos unas montaas de bagazo y nospasbamos el da regando el bagazo para que se

  • secara y ardiera bien. Las carretas se llevaban elbagazo y lo echaban a la hornalla para que tuvieracandela y se moliera la caa. Los machostrabajaban ms que nosotras las hembras. Desdenios, los machos ya servan para guiar los bueyesde las carretas. Haba una romana muy grande,grande como esta casa, y ah entraban y pesabanlas arrobas de caa. Cuando sonaba la campana,haba que estar. Si no, eran veinticinco azotes en laespalda con ltigo de cuero crudo. Para castigar alas embarazadas abran un hoyo y las acostabancon el vientre adentro del hoyo.

    Despus de los azotes, les embadurnaban laespalda con tintura de Francia. El amo queratodos los aos un negrito. O dos. Si salan dos,mejor.

    Tocaba la campana y el mayoral nos contaba atodos. Los negros grandes estaban muy vigilados,porque se huan. El mayoral traa perros y loslargaba a las cuevas de los indios, donde los

  • negros se escondan. Despus, les pegaban concuero crudo o les cortaban una oreja.

    La matica estaba en medio de un claro y, paraverla haba que atravesar el matorral. Yo volv.Me mora de miedo, pero al da siguiente volv.Sola. Me sent en un pedrusco y la contempl. Elaire estaba clarsimo; cuando sala el sol ya nosencontraba trabajando. De un da para el otro, lamata haba crecido. Tena todas las ramas llenasde botones con punticas amarillas, hinchadas,como si fueran a reventar, y ese da yo cumpladoce aos y senta un calor raro, que no era dehambre, adentro del cuerpo. No le contest nada,pero yo estaba quieta y sin embargo estabacaminando. Desde aquel da, tengo ese poder decaminar cuando quiero aunque no mueva un pie. Yesa noche me qued dormida en el barracn yentonces del cuerpo me brotaban hojas ycaracoles.

    As que yo saba. Tantos aos que pasaron

  • desde los tiempos de Espaa y nadie saba pero yos. Yo saba que l iba a venir. Estuve casi un sigloesperando y sabiendo. Yo lo estaba esperandoaunque no lo conoca. Saba que faltaba uno y queiba a llegar para salvarnos a todos.

    El da que l lleg, yo iba vestida con el trajelargo, blanco. A m no me gusta sino vestirme delargo: me parece ms majestuoso. Yo ibacaminando y el gento comentaba: "Mira, mira."Todo el mundo deca: "Ah va." l lleg desde lasierra con una barba negra y palomas sobre loshombros. Antes haban llegado muchos hombres,que llevaban melenas y barbas como las quellevan los profetas y disparaban tiros al aire. Lo villegar a l y para m no fue ningn asombro.

    Ahora pienso en la mata y no s qu habr sidode ella. Ha de haber seguido creciendo, en algunaparte. Una vez volv a buscarla, pero no laencontr. Yo le haba entendido todo lo que ellame haba dicho. Pero no s si despus ella habr

  • sido un flamboyn, que se le encienden las flores.O un cupey, que tiene hojas para mandar mensajes,que una las escribe con un palito y no se borran. Ouna gusima, de esas que son buenas para darsombra y para ahorcar.

  • Las fuentes

    Hubieras podido quedarte lejos y a salvo.Pero volviste. Entraste sin bigotes, con el pelo

    teido y cortado al rape y lentes de utilera y unnombre cualquiera. Haban pasado dos aoslargos. Pudiste caminar por las calles de la ciudad,aunque fuera poco y con cuidado, y el corazn tedaba trompadas contra el pecho y la ciudad tereconoca en secreto y te aceptaba. Y me dijiste,con voz de toro, mientras mordas una manzana:"Tena que volver. Uno no puede quedarse sentadoen su propia seguridad como si fuera un granculo". Estabas muy nervioso y te proponas rerte ylo conseguas.

  • Poco despus vino el verano, me enviaste unmensaje, nos encontramos a beber cerveza heladaen un caf. Hablaste frente a un ejrcito de botellasvacas. Habas podido moverte apenas, pero tehaba bastado: habas olido la furia en los barrios,la ciudad tena los dientes apretados: "Si medemoro un ao ms, encuentro solamente lascenizas. Y todava no estn dadas lascondiciones? Hay caraduras que... Querscontradicciones ms superantagnicas? De aqu apoco la gente se va a pelear hasta por el pasto quecrece en las veredas".

    Las moscas deambulaban, lentas, por el airepegajoso.

    Toda esta desgracia viene embarazada dijiste.

    Bebiste el vaso de cerveza de un sorbo y tesecaste la espuma de la boca con el dorso de lamano.

    No te quiero decir que sea cosa de soplar y

  • hacer botellas. Ya s que el hambre puede tambinproducir faquires. Vos sums miseria ms miseriay a veces puede darte nada ms que miseria. Ya s,hay que respetar la realidad. Fue difcilaprenderlo. Y ms difcil aprender que ella notiene por qu respetarnos a nosotros. Y si hay quejoderse, hay que joderse, y chau, no? Fue difcilaprenderlo.

    Un vaho de humedad caliente pesaba sobre lascalles. Tarde o temprano llovera, tendra quellover, reventaran de golpe los vientres de lasnubes paridoras de tormenta. Me dijiste:

    Ser cierto que en el fondo somoscristianos apurados? Bajar el cielo con las manos.

    Tambin nosotros traemos una buena noticia.El reino de los justos y los libres... A Juan le

    hubiera gustado la idea. Digo, si estuviera vivo.La cerveza estaba densa, la espuma era una

    crema fra, se saboreaba en el paladar y en lagarganta y en las tripas. "Las cosas son ms fciles

  • dijiste, estn ms claras." Y luego dijiste:"Pero sern ms difciles, tambin, ahora, para m.Ya estn siendo, sabs?" Y luego dijiste:

    Porque fue muy duro venirme, sabs?Estabas sentado contra la pared.

    Porque ahora tengo mujer.Nunca le dabas la espalda a nadie.Ni siquiera podemos escribirnos. No me

    quejo. Es un precio que se paga y est bien y lespasa a muchos otros.

    Hablabas con los ojos fijos en la puerta delcaf, estabas tenso, no se te mova ni un msculo,dijiste:

    Quin sabe si la veo de nuevo.Y luego, mirndote la palma de la mano

    abierta:Son los riesgos de la profesin, como deca

    un samurai amigo.En la ventana ondulaba una bandada de

    gaviotas. Las gaviotas se precipitaron sobre el

  • puerto, un alboroto blanco entre los mstiles y lashumaredas y decas: "Parece broma", decas: "Yohaba conseguido lo que buscaba y no me animabani a decirlo. Nunca se lo dije.

    Fijate vos. Deben ser problemas de carcter. Osent que no tena derecho. No s. Es unadesgracia. Ni siquiera eso".

    Pesaste las palabras:Ya s que si me hubiera quedado, me habra

    sentido como un traidor.Las gaviotas alzaron vuelo hacia ms all de

    las nubes que colgaban, oscuras de lluvias, delcielo.

    Y ya s, tambin, porque me enter, porqueyo no saba, que no estamos peleando solamentepor un montn de cosas muy grandes y muy nobles.No es que quiera nada para m, no. Es mucho mssencillo. Y fijate si sera bruto, digo yo, lo quedemor en enterarme. Aos.

    Aos sin saber que tambin se poda estar en

  • esto por la sonrisa triste de una mujer y por lacintura libre de revlver.

  • La iniciacin

    Fernando haba forzado la aleta con eldestornillador y haba abierto la puerta delRenault. Haba desconectado la luz roja del freno,haba encendido el motor con un puente dealambre. Con tira emplstica y cinta aisladora,trocitos blancos, trocitos negros, Pancho habacambiado los nmeros de la patente: habaconvertido el cinco en un tres, el ocho en un seis,el seis en un nueve.

    El viento empujaba las olas violentamentecontra los muelles y multiplicaba el estrpito de larompiente en todo el mbito de la ciudad vieja.

    Aull la sirena de un barco; por un par de

  • segundos, ustedes quedaron paralizados y con losnervios de punta. El Gato Romero mir el reloj.Eran las dos y media, exactas, de la maana.

    No habas comido nada desde el medioda ysentas mariposas en el estmago. El Gato te habaexplicado que es mejor con la panza vaca, y queconviene tambin vaciar los intestinos, por si entrael plomo, sabs. El viento,

    viento de enero, soplaba caliente como desdela boca de un horno, y sin embargo un sudorhelado te pegaba la camisa al cuerpo. La sueerate paralizaba la lengua y los brazos y las piernas,pero no era sueera de sueo. Se te haba resecadola boca, sentas una flojedad tensa, una dulzuracargada de electricidad. Del espejito del Renaultcolgaba un diablo de alambre, que se bamboleabacon el tridente en la mano.

    Despus, no reconociste tu propia voz cuandote escuchaste decir: "Si te movs, te quemo",dejando caer como martillazos una slaba detrs

  • de la otra, ni tu propio brazo cuando hundiste elcao de la Beretta en el cuello del polica deguardia, ni tus propias piernas cuando fueroncapaces de sostenerte sin temblar y luego fuerontambin capaces de correr sin darse por enteradasde que una de ellas, la pierna izquierda, tena unagujero calibre treinta y ocho que te atravesaba eltensor del muslo y manaba sangre. Fuiste el ltimoen salir, vaciaste tres peines de balas antes demeterte al automvil en marcha y en cada curvatodo se caa y se levantaba y volva a caer y alevantarse, las gomas mordan los cordones de lasveredas, huan hacia atrs las hileras de losrboles y las caras de los edificios y el centelleode los faroles; arrojados por el viento, los pedazosdel mundo se atropellaban y se confundan yvolaban en rfagas oscuras. Y slo entonces,cuando te quedaste hecho un ovillo y jadeando enel asiento de atrs, descubriste, extenuado y sinasombro, que la primera vez de la violencia es

  • igual a la primera vez que se hace el amor.

  • Donde ella estabaocurra el verano

    Cree que suenan pasos en la escalera y seaplasta de espaldas contra la pared. Contiene larespiracin: espera cuatro golpes espaciados en lapuerta o una rfaga de tiros. Transcurren lossegundos, tic-tac, tic-tac, tracatrac, mientras se leoscurece la camisa celeste en las axilas y lascachas de nogal de la Colt 45 le van imprimiendosus marcas, a presin, contra la palma hmeda dela mano.

    Luego resopla, con alivio, y se deja caer en lasilla. Arroja la pistola sobre la mesa y se le

  • aproxima, lento, como quien se acerca a un bicho.La tantea, la acaricia, la recoge, confirma que pesamenos de un quilo y que las siete balas duermen,limpias y ordenadas, en el cargador.

    No piensa en la revolucin, aunque piensa quedebiera. Se investiga los moretones del fro en lapiel erizada. No piensa en lo que ser de

    l sin cigarrillos, ese pnico, ni piensa en quetampoco le queda comida para continuaresperando, ni en cmo har. Si lo cercaran, al fin yal cabo, no podra escapar por la azotea ni porningn stano con pasadizos: est lejos del ltimopiso y de la planta baja.

    ste es el ltimo cigarrillo que le queda. Lofuma con un apuro que sera inexplicable, pitadatras pitada, si no se tuviera en cuenta que siente laurgencia de inundarse de humo tibio todo elcuerpo, desde la cabeza hasta los dedosentumecidos de los pies.

    Quisiera recordar al hijo, pero el hijo es una

  • mancha blanca, sin rasgos, en el fondo de loslargos corredores de la memoria. El hijo ya tenatres aos cuando lo vio por primera vez.

    "Quin es este seor?", pregunt, y l no seanim a decirle nada y los dems tampoco ledijeron nada porque estar ausente, ya se sabe, esestar muerto.

    Est acorralado, ahora, entre cuatro paredesmugrientas, y por la ventana entreabierta slo seve un pedazo de otro muro baboso de humedad. Elaire huele a humo fro y a fermentos de comida.Cuntos das hace que no ve a nadie? En qucarajo se parece este cochino panorama a lospaisajes invictos que se pueden contemplar msall del hombro del compaero que uno abraza?Se abraza a s mismo, ahora, envuelto en la nicafrazada, temblando por culpa del fro y tambin,aunque piensa que no debiera, por culpa delmiedo. Haba aprendido, tiempo atrs, a ser msfuerte que cosas tan fuertes como la necesidad de

  • fumar y el miedo de morir.Mira el saco y la corbata que cuelgan de un

    clavo ante sus ojos y mira la pared, gastada porlos aos y el descuido pero todava no trituradapor las balas. Se mira la mano, todava viva.

    Mira la lapicera entre los dedos, la necesidadde escribir algo, el papel en blanco, la impotenciade escribir algo, el capuchn de la lapiceramordisqueado por alguien que se llamaba Luca.(La lluvia sonaba como un trote continuo decaballos y hacan el amor hasta que los recogancon un cucharn y despus les dolan los huesospor tres das. Luca esperaba, apoyada en el troncode una acacia, con medias marrones hasta lasrodillas, medias de chiquilina de liceo, y un collarde piolines de colores anudados para acordarse delas cosas.

    Luca se alejaba, corriendo, en la neblina.Luca se disculpaba: "Yo no lloro nunca. Pordeshidratada. Porque nunca tomo agua".).

  • Este hombre desliza la lengua por detrs de susdientes resecos y piensa en aquel estado de graciacon Luca, ms contagioso que cualquierenfermedad, y en aquella secreta manera deconocer los acontecimientos todava noacontecidos: aquella capacidad que tenan pararecordar de antemano las horas y los das que lesiban a venir, cuando estaban juntos y eraninvencibles.

  • Te cuento un cuento deBabal

    Una bruma fresca, la anunciacin del alba, seva desprendiendo de la tierra y vaga, gris, por elaire. Ella ha pasado toda la noche con los ojosabiertos. Por fin ha salido de la nica sbana, tansuavemente como le ha sido posible; la cama haaullado, como de costumbre, con todo ese griterode vieja loca de los elsticos rotos, pero l no seha despertado. Es raro que l siga durmiendo.Realmente raro que pueda. Ella lo ha mirado,tomando distancia;

    ha hecho un largo esfuerzo por sentirlo lejos o

  • ajeno o no sentirlo. El aire estaba un poco fro yella se ha envuelto en la camisa de l, que haencontrado a tientas, cada junto a una de lasabsurdas patas de bronce, patas como garras, de lacama. En esta casona abandonada por sus dueos,los tablones podridos abren trampas mortales en elpiso o lanzan golpes sbitos al rostro de losincautos; los ratones han ledo y vaciado toda unabiblioteca de libracos amarillos; los generales ylos coroneles, pintados al leo con monculos,bigotones y medallas, todava parecen creer en supropia inmortalidad y lucen impvidos, aunque losmanchones de mugre y humedad los han dejadotuertos o mancos o leprosos y ya no queda ni unsolo marco de bronce en torno a los antiguoscuadros.

    Ella nunca ms pisar, lo sabe, este lugardonde ha sido feliz. sta es la nica clase depeligros que realmente teme: estar prohibidomirar, prohibido retroceder hacia este tiempo que

  • ahora se est terminando y hacia este casco de unahacienda en ruinas. Se ha puesto a caminar,descalza, por la terraza, hasta que se ha aburridode los pasos de preso, cinco, seis, ida y vuelta, yse ha quedado sentada sobre el alfizar de laventana abierta. En el dormitorio hay un silln demonarca, con la herldica todava visible en lasmolduras de caoba, pero no tiene asiento; lequedan uno o dos resortes saltados, como a unacaja de sorpresas sin payaso.

    Ella apoya la cabeza, suavemente, contra elmarco de madera de la ventana. Mira hacia el este,all arriba, en direccin a las arboledas que sealzan en el horizonte de montaas. El bosque seconfunde todava con la negrura porfiada de lanoche; pronto las primeras estras del sol partirnlas sombras en pedazos y la naturaleza recobrarsus formas y sus lmites. Ah, cmo quisieradejarse ganar por el pulso de la tierra, lento, lento.Se frota los prpados, enciende el cigarrillo que

  • tiene desde hace rato apretado entre los dientes:ah, si pudiera, el pulso de la tierra que duermetodava, sin ansiedades ni sonidos, si pudieraflotar, hacer suya la profunda respiracin de latierra.

    l sigue durmiendo. Es raro que duerma tanto.Nunca puede dormir ms de un par de horas, yhasta eso le resulta difcil, por culpa del malditozumbido que no se le apaga nunca en el centro dela cabeza. La camisa de l, abierta sobre lospechos de ella, parece un camisn de fantasma; lellega casi a las rodillas. El viento sopla, enrfagas leves, y entonces la camisa se hace vela debarquito, y a ella el cosquilleo de la tela de hilo dealgodn le estremece la piel:

    la camisa blanca de l, que tiene el olor de l yla forma del cuerpo de l. Ella piensa que lepedir que le deje la camisa. No, un regalo no, note pido que me la regales: quiero tenerla, pero quesiga siendo tuya. l no la ve, no ve nada, ni

  • siquiera sabe que por primera vez desde aquellavez est pudiendo dormir largamente: dormir, qufiesta, parece mentira.

    l abre, por fin, los ojos, y los cierra enseguida. Parpadea, no quiere creer: hadesaparecido esa furia de abejas en el crneo. Laluz recorta el cuerpo de ella contra el vano de laventana y enciende un aura dorada que le baja todoa lo largo del perfil. Est toda luminosa, desde elmentn erguido y el largo cuello en arco hasta larodilla donde descansa la mano con un cigarrilloabandonado entre los dedos.

    Las flores blancas de los malabares,desprendidas de la mano de San Jos, se alzanjunto a la terraza. La camisa aletea; los malabaresse balancean suavemente. l escucha el silencio,lo disfruta. Ella vuelve la cabeza, lo mira sinsonrer. Una suave rfaga de viento le empuja elpelo negro. Es como verla al galope, la primeravez que la vio, al galope lento y con el pelo negro

  • galopando y el rostro que se volvi para mirarlo,sin asombro, balancendose al ritmo del caballoque l no vea, por encima de la fronda de laslanzas todava verdes del maz. l s sonre. Habaestado preso del sonido; recibe el silencio comouna libertad. Devora con los ojos esta imagen deella, brillante de luz dorada, para imprimir esteresplandor por encima de todas las demsimgenes de la memoria: esta ventana, esta bocadel da. Respira hondo, se deja invadir por elintenso aroma de los malabares. Abre la boca peroella se adelanta y, sin mirarlo, dice:

    Ya s que te vas. S que te vas hoy, ahora.l se asombra. Lo haba olvidado. Es

    increble. La voz baja, casi ronca, de ella, suena anoticia, no a reproche. Pero, realmente, lo habaolvidado? Esta mujer, esta nia: me deslizaba enella como por una vena. Se muerde los labios:

    Sabes? No siento para nada la tortura delzumbido. Iba a decirte eso. No siento nada.

  • Te das cuenta? Ahora puedo pensar, puedohablar, puedo... Es como un regalo! Estaba tanacostumbrado. Siempre despertaba acosado porese rumor intenso, insoportable. En los primerostiempos se apretaba los odos con las palmas delas manos: gritaba.

    Haba gritado el primer da, cuando desperten aquella hamaca, con el cuerpo deshecho y undolor como de todos los nervios al aire.

    Despus supo que estaba bajo un cobertizo dehojas de yagua, lejos de todo, a salvo de todo, yque aquellos rostros nebulosos pertenecan a labuena gente que lo haba recogido, medio muerto,en el terrapln. Ellos lo curaron. Durante ms dedos meses, le dieron de beber agua por gotas, loayudaron a moverse de a poco, le cubrieron lapiel, segn la zona y segn la herida, con algas,ungentos, aceites vegetales. Desaparecieron lasllagas, se compusieron los huesos, y los dientes,que le bailaban en la boca, recobraron su firmeza.

  • Pero lequed la renguera al caminar, recuerdo de los

    palos que los soldados le haban pegado portoneladas, y le qued el zumbido. El zumbido loacompaaba da y noche, a veces muy intenso,enloquecedor, a veces lejano y apenas perceptible,como si lo necesitara para no olvidar las sesionesde das y noches de los interrogatorios, los cablesamarrados a las orejas y a los testculos o metidoshasta el fondo de los odos y de la nariz y del culo,las mordeduras de la electricidad arrancndole lasvsceras de a pedazos a cada golpe de palanca dela batera que manejaba aquel oficial de bigotesrojos.

    Con las manos en la nuca, l dice:Quiz no sea ms que una tregua, no s.Pero me siento tan bien. Tan diferente.Y dice:So con un pjaro gigante, que llevaba una

    ciudad adentro. El pjaro suba y suba y...

  • Ella mueve la cabeza, los ojos tristes, la bocacontenta. Hay tantas cosas que quisiera decirle.

    Vas a enfermarte, ah, en la ventana.Decirle: desde que te conozco, todos me

    encuentran cambiada. Decirle: quiero tenerte comotengo mis piernas o mis manos. Decirle: ya s quetambin para ti ser difcil. Pero yo no s lo quequiero ni para qu nac, para qu estoy hecha, porqu...

    Y simplemente comprueba, sin el menordramatismo:

    Yo saba que te ibas a ir.l frunce las cejas, no dice nada. La mira.Quisiera lamerla, como a un helado. Nunca

    haba sentido, con nadie, lo que siente con ella.Ser posible, ahora, volver a ser nada ms

    que la mitad de algo? Ser necesario arrepentirsede haber sido feliz? Ella, que ni siquiera conoce suverdadero nombre.

    Te traigo caf.

  • Todava nos queda?Un poco.Bueno.Escucha el breve trajn de la cocina y al rato

    ella regresa, precedida por el aroma del caf y loscrujidos del piso, con dos tazas humeantes en lasmanos. Se sientan frente a frente, en cuclillas,sobre la cama. Ella, que quiz cree que el crneode l vibra porque s. Ella, que ni siquiera sabecul ha sido el lugar donde l ha nacido. Ella, queno hace preguntas. Que acepta que l le diga:"Vengo de la luna". Que pone cara de creer,cuando l cuenta: "De la luna, como los motilonesdel Zulia. Desde all arriba yo vea la tierra, losvalles verdes, los rboles llenos de frutas, unamujer igual a ti. Y me tentaba y quera venir.Entonces me desped de mi gente y me descolgupor un bejuco largo, largo, y cuando ya estaba porllegar a la tierra la liana se rompi. Y por eso nopuedo volver, y por eso me he quedado as, rengo,

  • con esta pierna demorona, por la cada". Ella, quele dice: "Mago".