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*. 5ÍOlmbc;rg. NELLY. FoUetín de "La Prensa" de Enero 27 de 1896. BUENOS_AYRES. COMPAÑÍA SUD-AMBR1CANA 1>E BILLETES DB BANCO. Calle Chile, 26,i. 1896.

Eduardo Ladislao Holmberg - Nelly

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Poesía

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  • *. 5Olmbc;rg.

    NELLY.FoUetn de "La Prensa" de Enero 27 de 1896.

    BUENOS_AYRES.COMPAA SUD-AMBR1CANA 1>E BILLETES DB BANCO.

    Calle Chile, 26,i.1896.

  • NELLY.NOVELA ESCRITA POR EL DR. EDUARDO L. HOLMBERQ.

    (POLLETN DE "LA PRENSA").

    Maana tendremos la satisfaccin de ofrecer nuestros lectores el primer nmero de la novela delDoctor Eduardo L. Holmberg, uno de los ms ori-ginales escritores de nuestra historia literaria,muchas veces enriquecida con obras suyas, en lasque el propsito trascendental se ha unido siempre la forma agradable, ligera, encantadora, que espatrimonio del autor, y en la cual se advierte unavigorosa fusin de la noble raza de origen con lariqusima naturaleza de nuestra salvaje Amrica.

    Holmberg no es de aquellos que deban ser pre-sentados con ceremonia, como uno de esos no-bles aparecidos de la noche la maana en la so-ciedad democrtica, como genio ignorado, autorde maravillas inditas: sus pergaminos literarios estan suscritos por las ms autorizadas firmas, y ni

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    se encierran en hermticos tarros de lata, para sal-varse de la descolorante accin del aire, cual sidijramos, de la destructora influencia del anlisis.

    No tal; este escritor es de los qu ponen sus t-tulos de nobleza y sus placas honorficas la dis-posicin del pueblo, seno fecundo de donde sali-mos todos y donde todos volvemos al fin, porms arriba que nos lleve veces el remolino de lacasualidad de nuestra inconsciente fortuna. Tam-poco hace comedia ni papel para aumentar en im-portancia social sus mritos positivos, como los qui-lates de fino que tiene una pieza de oro, que siem-pre de oro ha de ser donde quiera que se encuentre.El vale porque vale; y descuidado, mal vestido}franco, irreverente, supersticioso, sabio infantil, encualquiera balanza que se le ponga pesa lo mismo.

    Pero terminemos estos prolegmenos, y digamosque Nelly es una de esas creaciones propias deHolmberg, con mucho mas espritu novelesco quede ordinario acostumbra, llena de un inters viv-simo que se apodera del lector desde los primerospasajes para llevarlo de emocin en emocinhasta el ltimo, al cual el lector llega deslum-

  • V

    brado, enceguecido por la riqueza del elemento ima-ginativo, la variedad de los tipos y los cuadros, movi-dos muchas veces por magia diablica, aprendida enios misterios de Walpurgis, y por la pericia conque el autor, hombre de toda ciencia, ha sabidoaprovechar los recursos artsticos de las novsimasciencias psico-fsicas, que en los nebulosos tiemposde Raimundo Lulio habran hecho creer en la pre-sencia substancial de Lucifer.

    Narracin intensamente atractiva es esta, en lacual, gracias a la manera como han sido combinadoslos lugares de la accin, nos encontramos, ya en ple-na Europa, ya en plena Pampa argentina, y si sequiere, en pleno ideal, siguiendo la peregrinacin deun joven, sediento de conocer un secreto de ultra-tumba, secreto de mujer que slo all ser revelado,cuando estn de nuevo reunidos en el ltimo lechonupcial....

    Te lo dir al oido,que pudiera ser el ttulode la novela, te lo dir al oido, fueron las l-timas palabras de la dulce, amorosa y plida Nellyaquella almita tenue, pero clida y vibrante, que te-na la virtud de los verdaderos amores, la de adivi-

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    nar lo que su amado senta lejos de ella, y msan, de sentir ella misma distancia, y en esprituy en verdad, los efectos reflejos de las pasiones que su adorado amigo asaltaban en pueblos y climasremotos.

    Nelly ; ah, la dulce y melanclica criatura,hija de las nieblas septentrionales!se queda parasiempre en la memoria, en ese firmamento infinitode la fantasa, semejante una visin soada ensueo venturoso, alta, envuelta en tnica blancacomo las espumas de una ola, la ola de pasin casimstica que la arrebata, y la lleva al sepulcro, y leda, todava, ms alta existencia real en la vida desu esposo, de ese misterioso Edwin, ingls perfecto,aristocrtico, casi azul de puro noble, pero ligado la vida por su naturaleza, y la muerte por su des-tino y por aquel secreto de Nelly que slo te lodir al oido....

    Seguir mas all sera develar los encantos queslo al lector pertenecen: l le dejamos esa agra-dable tarea, seguros de que, al empezar la lectura deNelly, apenas podr perdonarnos el que no se la de-mos toda de una vez, para lersela de un respiro

  • VII

    El inters novelesco que despierta, las profundasemociones que procura, y los goces intelectuales queencierra para los que tal prefieren en los libros, soncosas que no debemos anticipar, porque son lasorpresa del obsequio.

    Entretanto, y pasando por sobre algunas reglasde modestia, pues se trata de la obra de un queridocolaborador de La Prensa, el autor de Nelly re-ciba nuestras ms sinceras felicitaciones por esteque ser, sin duda, uno de sus mejores triunfos li-terarios, aunque en l se vea que ha querido msbien hacer una narracin interesante y novedosa, queuna obra de intensa y atildada literatura.

    Al pblico, el juicio definitivo.j . v. G.

    Buenos Aires, Enero 26 de 1896.

  • DEDICATORIA.

    Sr. Profesor Baldmar F. Dobranich.Distinguido amigo:

    Cierta noche de Abril de 1895 leamos en la ca-sita rosada del Jardn Zoolgico los manuscritosde La bolsa de huesos. La luz de la luna llenainundaba el ambiente agitado de rato en rato porlos bramidos de los leones y leopardos enjaulados;y este conjunto, unido la placidez de la nochede Otoo, lo semittrico de la lectura y de la luzartificial que alumbraba los manuscritos, produjoen usted, y un poco en m, una sensacin extraaque suele experimentarse en los viajes, y las mis-mas horas, al escuchar en los mares el chasquidode los rizos en las velas, en los bosques el rumorde los rbolesun soplo de misterio que bien po-dra llamarse aura potica de inspiracin, gene-ratriz inmediata lejana de ciertas creaciones, enlas cuales, por ms que disfracemos las formas,queda siempre flotando nuestro propio sentimiento.

    Qu grande facultad es la atencin!Para ella todo es sujestivo, y cuanto ms creemos

    emanciparnos de su influencia, cuanto mayor es elesfuerzo que desarrollamos para sustraernos, en lasoperaciones de la imaginacin, los encadena-mientos de ideas que ella provoca en una fantasabien desenvuelta, tanto mayor es su actividad ava-salladora ; y as, cuando hay dos inteligencias queguardan entre s cierta armona, no es difcil quehaya tambin analoga en la filiacin de aquellasideas, por ms que las inclinaciones de la instruc-

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    cion y del carcter hayan sido aparentemente di-versas.

    As podemos explicarnos que, despus de aque-lla lectura, regresramos su casa ocupndonos*de temas que no tenan vinculacin aparente conaquella, pero que, en verdad, hoy podemos con-siderar como irradiaciones desprendidas de Labolsa de huesos. Conversamos de viajes, de pai-sajes, de lenguas orientales, de fakires, de ser-pientes , de msica, de poltica universal, y un po-co de Islandia , de California , de Australia y de laTierra del Fuegoy, cuando llegamos su casa,sin decir una palabra, tom un cuaderno, lo abrisobre el atril del piano y consagr sus impresionesde conjunto interpretando, como usted sabe hacer*lo , esa sublime explosin de amor la Naturaleza,esa nota grandiosa de un alma llena de profundi-dades de misticismo pantesta, la Sinfona pasto-ral de Beethoven... y no toc ms.

    Las impresiones que usted haba experimentadoen el Jardin, y que yo casi no advierto ahora porla fuerza de la costumbre, se sintetizaron quizpara usted al ejecutar aquella obra del eximio maes-tro , y as, lo que para su espritu completaba unaefemride mental, para el mi era una nueva fuentede insinuaciones que deban dispersarse en mi pro-pio panorama interno. El canto del Ruiseor enla Sinfona no me haba impresionado ms que losde los pastores, las danzas y el rumor de la lluviay de los arroyos.

    No s porqu; pero mi sntesis, mi desahogo,mi efemride mental, peda el canto del Chinglo,y con esa impresin me desped. He odo cantar la Patti y tambin la Calandria, aquella enlos esplendores del teatro y sta entre las som-bras de la selva, y para las dos cantatrices tengo elaplauso que les dedican el entusiasmo y la educacinuniversal; pero cuando, emocionado de algunamanera, se desenvuelve en m el sentimiento de la

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    patria con todas las proyecciones al asado y alporvenir, nia gloriosa que nace coronada de lau-reles entre los pliegues de azul y blanco, y maanamatrona soberana que tender esos minios coloressobre la multitud de millones de homb; s amantesdel derecho, de la justicia, de la libertad y de lasanta paz del trabajo; cuando escucho iodos esosrumores de la vida y de la civilizacin , confundi-dos en una gran sinfona intraducibie, oigo aquelcanto que me parece un smbolo, m-loda noc-turna, como una evocacin al porvenir y una pro-mesa de bendicin .

    No usted, pero alguien s, preguntar cmo lacontemplacin de una esplndida noche de Otooen Buenos Ayres, y el bramido de leor es enjaula-dos , podan vincularse con la Sinfona pastoralde Beethoven. Pues ah est una de las maravillasde la trama cerebral.

    De la misma manera podra preguntarse por qumotivo-, en aquella misma noche, y al regresar mi casa, me sent escribir, y escrib hasta la ma-ana siguiente, las pginas que, reunidas despusde otras sesiones de pendolismo , se agrupan en untodo que lleva el nombre de Nelly,

    De esto hemos platicado ms de una vez, y nohay para qu insistir.

    Pero, lo que he reservado para este momento,y se lo he reservado como una sorpresa amistosa,que usted aceptar sin duda, es que mi obra , talcomo es, se la dedico, ms que como un acto decortesa, como expresin de aquel conjunto de cir-cumstancias que alud al comenzar.

    Cierto dia, el Dr. Adolfo Dvila, que conoca suexistencia, se empe en publicarla corno folletnde La Prensa, y el 26 de Enero de este ao, elDr. Joaqun V. Gonzlez, de la redaccin del mis-mo diario, la anunci sus lectores por mediode un artculo que incluyo en este librito (y queapenas ha retocado su autor despus de auto-

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    rizar la publicacin aqui), porque es tambin unode los pergaminos de que l habla, y lo hagocon cierta vanidad infantil que debe parecer-se mucho la de llevar en el pecho condecoracio-nes y medallas. Si alguien me acusa de inmodestoal estamparlo como prlogo, recuerde sepa queel xito de Nelly se debi, ms que su propiomrito , esos prrafos elegantes y entusiastas deJoaqun Gonzlez, y si sto no le parece un motivo,dgaseme ganaron bien las cruces todos los que lasllevan? y en ltimo caso por qu no he de recordar nuestro compatriota el Coronel Rojas, cuando,al penetrar en un saln en que se hallaba Bolvar,dijo ste al verle hacer un saludo seco: Por-teo para no ser altanero! y dando frente al Dic-tador el guerrero Argentino, se desprendile!capote militar y mostrando sobre el pecho lospremios de cien combates, contest: Mi trabajome cuesta! ?

    Sea lo que fuere, jams he recibido felicitacionesms expresivas, ms sinceras y ms altas que las queha motivado Nelly ni tampoco he escrito pginasms discutidas en el sentido de determinar si es unaobra sentimental humorstica.

    Y yo qu s de esas cosas?La nica escuela literaria que puedo obedecer es

    la de la espontaneidad de mi imaginacin; mi nicaescuela cientfica es la de la verdad.

    Nelly flotaba.Cierto da, en 1893, la voluntad dijo: escribeI

    y escribe como los dems; es necesario someterse los preceptos I y di comienzo La casa endiabla-da ; pero los preceptos la hicieron dormir un aodespus del 2o captulo, hasta que la espontaneidadtriunf y la termin.

    Pero qued algo, y principios de 1895 escribLa bolsa de huesos.

    Pero tambin qued algo.Nelly flotaba.

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    Cmo se tradujo, cmo apareci y por qu causadeterminante, usted lo sabe ahora.

    Una observacin, para terminar.Nada ms grato que la crtica.Entre Jas numerosas personas que me han habla-

    do de Nelly, algunas me han dicho que es corta,que el final se precipita.

    No comprendo esto.En los dilogos, creo que los personajes dicen

    todo lo que tienen que decir. Cuando Nelly hablacon Edwin, se expresa, supongo, con la correccinde una seorita educada que no regala los lecto-res treinta pginas de dilogo amoroso, por temorde decir muchas tonteras, y me parece que en laconversacin que precede la despedida de Edwin,el tema no se puede desarrollar ms, so pena deescribir un tratado de filosofa. La narracin deEdwin corresponde su objeto. Si se extendierams, dejara de ser corts y hara olvidar el asuntoprincipal. El inters que despiertan el Egipto y laIndia se debe ms los temas que lo que l dice,y, en todo caso, los historiadores y los gegrafos loshan tratado muy bien. Los devaneos de turista como algn excelente amigo ha clasificado las aven-turas de Edwin con la Almea y la Bayadera, se en-cuentran bien tratados en el Kama-Sutra, en la Bi-blia y en otros libros anlogos, cuya lectura no espopular.

    El cuadro relativo la muerte de la madre de Mi-guel y de Serafina es tal vez lo ms discreto de todala obra, y, por ltimo, lo que ocurre en Inglaterra ysu desenlace son la consecuencia de lo anterior.

    Ms episodios ? Para qu ?Que los personajes, particularmente Miguel y sus

    compaeros, no se diferencian casi en su modo dehablar? Es natural. Individuos de la misma catego-ra social, de la misma educacin iguales porqu motivo han de hacer morisquetas propias em-plear trminos distintos, si eso no tiene objeto?

  • XIV

    Dos hoi bres de mucho talento han hallado enNelly dos t>)os opuestos. Uno, Joaqun Gonzlez, lallama dulcsima y melanclica criatura.... semejan-te una vis ion soada en sueo venturoso; otro(que no nombro, porque me lo ha dicho en carta)la considera < el tipo ms perfecto de la mujer ca-vo ......

    Qu mucho, si un mismo lector, en un mismolibro, encuentra veces dos espritus? A los quin-ce aos le ti Quijote, y fue tanto lo que me hizoreir desternillarme, que me enferm. A los veinti-trs no me hizo reir, pero me hizo pensar.

    Dir algo de los que afirman que Nelly no tie-ne desenlace, y que, despus de un examen prolijo,resulta que no han ledo los ltimos nmeros?

    Nelly no es una obra doctrinaria. Por qu ?Para qu?Doctrinas? En la ctedra en el libro de otro

    corte. Cmo! Porque usted es un excelente fillogo y

    un profesor incomparable no ha de poder tocar elpiano, leer sus chiquilines un cuento de hadas ?

    Ser tan desgraciado que por el hecho de haberprofesado la doctrina de la evolucin y porque aho-ra lidio con rejas, paredes, plantas y animales enel Jardin Zoolgico no he de poder asistir unarepresentacin del Juan Moreira de La verbe-na de la paloma ?

    Cada cosa su tiempo.En alguna otra ocasin le he de referir un cuento

    muy interesante de un Coronel sordo que castig toda la banda de msica; pero, como necesita unpoco de mmica, no puedo contrselo ahora.

    Antes de firmar, leo lo que precede y encuentroque comenc escribir con cierta gravedad y queahora tengo tentaciones de penetrar de lleno en misespontaneidades.

    Preceptos I Para preceptos sirvo yo.Con mucho ms por ahora, deseo que acepte

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    la dulcsima y melanclica Nelly y el abrazo deque es portadora tanto ms cuanto que hoy cum-ple un ao y la pobrecita quiere dar los primerospasos.

    E. L. HOLMBERG.

    Buenos Ayres, Abril 15/96.

  • I.

    EDWIN.

    El casern del viejo General pareca un cuar-tel,y lo haba sido en su tiempo;pero el andarde los aos y el cambio de las cosas, habiantransformado las grandes cuadras en depsitos deherramientas y de lanas, en bodegas y en graneros.

    Ningn recuerdo vivo palpitaba en sus mbitossombros; ningn eco de relaciones de guerra debatalla descenda de los gruesos tirantes de palme-ra, de los que colgaban, como flecos cendales,las telaraas empolvadas de cincuenta generaciones.

    En las paredes, muchas veces blanqueadas, sehabian borrado todas las marcas inscripciones,todos los smbolos de amor de queja, y solamentealguna vez, en el corredor, cuando la luz caa muyoblicua, y por depresin de la cal, se sealaba al-gn corazn flechado, un letrero enigmtico, queesculpieran artfices annimos, y que sin duda dor-man ya el ltimo sueo en algn rincn ignoradodel vasto mundo.

  • 2No tard muchas semanas el arquitecto en echarel plano sobre el papel, si es que lo hubo.

    Planta cuadrada, con un inmenso patio de igualforma en el centro, y corredores sostenidos por pi-lares de quebracho, hacia el patio y en el exterior.Techo de tejas. El costado que miraba al Esteofreca mayor nmero de aposentos, siendo de altoslos de la porcin central, y en esta parte del edifi-cio se adosaba, al cuerpo elevado, un mirador conalmenas.

    La propiedad era vastsima; pero toda ella aten-dida la moderna, lo que habra disgustado en ex-tremo al viejo General, si se hubiera asomado por lareja de su tumba de mrmol, despus de apartar,con los huesos del brazo, las coronas de siemprevi-vas que casi cubran su fretro.

    Los hijos respetaron el casern, concedindolesolamente algunas manos de cal para rejuvenecerlo,y quitaron la Pampa su aspecto uniforme, salpi-cndola de montes de duraznos, de eucaliptos, desauces, de lamos y acacias, y los nietos, mas tarde,adornaron la parte que quedaba del lado del Na-ciente con jardines y parques, y aumentaron loscultivos mayores con viedos.

    Algunas veces, la familia veraneaba all, y en-tonces, la animacin de la vida campestre reem-plazaban el movimiento y alegra de los puebleros.

    1 piano se dejaba oir con frecuencia; los caba-llos, los petizos, los carruajes, iban y venan, mien-

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    tras que las sombrillas y trajes vistosos daban lanota brillante de color.

    Pero cuando Mayo llegaba, todo sto se desva-neca; cerrbanse los armarios llenos de sombrerosde paja, de pantallas y de ltigos; los colchones sedoblaban sobre fas cujas y marquesas, y los caba-lletes, haciendo guardia en los aposentos, eran en-sillados con las monturas cubiertas por los mandiles;una funda de brin con vivos rojos envolva el piano,y millares de moscas condenadas daban comienzo sus bailes fantsticos entre los postigos cerradosy los vidrios.

    Entonces reinaba all el silencio, y se animabaen cambio la casa solariega de la ciudad.

    En las piezas altas, todo quedaba como antes,porque uno de los nietos, joven de 30 aos, visi-taba la estancia con frecuencia y aun se quedabaen ella semanas enteras, atendido por el sirvienteque le acompaaba siempre, mientras que la encar-gada de ventilar las piezas, de cuando en cuando,era la mujer del jardinero.

    Insigne cazador, surta de perdices, de patos yde chorlos la familia ausente; dedicaba una ho-ra, todas las tardes, al cuidado y limpieza de sus ar-mas, y el resto de su tiempo lo distribua en la lec-tura en paseos caballo.

    Poco tena que preocuparse de las atencionesrurales, porque para eso estaba all el Administra-dor, en el que la familia tena una f ciega.

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    Era muy raro que Miguel fuese solo la estancia,porque casi siempre le acompaaban uno mas desus amigos, los cuales, de un nivel social como elsuyo, gozaban all de la mas completa libertad ypodan entregarse sus respectivos gustos, sin quenadie les incomodara, de modo que, solos unasveces, y en compaa otras, se dedicaban la pes-ca, la caza, la msica lectura, segn so-plara el viento para cada uno.

    Por esto mismo nadie se fastidiaba, aunque Mi-guel y muchos de sus amigos eran hombres de club,parias de la alegra serena y sacerdotes del spleen.

    Porqu no me acompaas unos dias en la es-tancia? me voy maaname dijo en cierta ocasin.

    En qu tren te vas?En el primero.Muy bien. Si me animo, tomar contigo el

    primer tren.-Sale las 7; no lo olvides.A las 7 menos cuarto nos servirn el caf en

    la estacin.Conoca el modo de ser de mi amigo, y no ne-

    cesitaba hacerle preguntas. Por lo dems, aquelviaje sera un descanso,y no era poca la faltaque me haca.

    Cuando el primer tren se puso en marcha, Mi-guel y yo, en un departamento pequeo, hablba-mos de las maravillas que bamos realizar connuestras escopetas.

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    No estbamos solos, sin embargo. Tres jvenesms se ocupaban de lo que les parecia mas conve-niente.

    Leia el mayor un diario de la maana; el menordesarreglaba y arreglaba una balija, y el tercero,con las piernas cruzadas y estiradas, daba apoyo los talones bajo el asiento de enfrente.

    Su pipa de madera contena tabaco para diezleguas.

    Despus de un cuarto de hora de conversacin,Miguel se puso de pi y mir de cierto modo.

    Parece que ustedes no se conocen?pre-gunt.

    Quiz de vista.Mediaron las presentaciones. Al llegar al de la

    pipa, su formalidad alcanz lmites diplomticos:El seor Edwin Phantomton.Caballero Seor Con el nico antecedente de los nombres, era

    difcil hallar tema de conversacin; pero tratndosede un ingls, la tarea se facilitaba con esas mil tri-vialidades que sirven de prlogo expansiones masntimas y al desarrollo de temas mucho mas serios.

    1 seor Phantomton era rubio y delgado, usababigote cado, y en sus ojos vagaba una niebla demisteriosa sugestin. Vesta correctamente, comotodos los ingleses acomodados, y conversaba con lafranqueza de un hombre que dice lo que piensa.

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    lo cual no suele ser agradable para los que nopiensan lo que dicen.

    Todos bamos la estancia de Miguel, en cuyacompaa pasaramos diez das.

    Despus de unas tres horas de viaje, llegamos la estacin de parada. Dos carruajes estaban espe-rndonos. En uno de ellos se colocaron las balijas,las cajas y los perros, y en el segundo nos acomoda-mos nosotros.

    Estbamos fines de Junio. El aire fresco, perono fri; mas bien agradable y siempre puro. El cie-lo sin mancha, aunque, Poniente, una banda ne gra. Al Sudeste nubarrones blancos.

    A las once llegamos la estancia. El Adminis-trador sali recibirnos, y despus de los saludos,de estirar las piernas y un poco los brazos, Miguelnos invit subir los altos para arreglarnos, ba-jar y almorzar.

    La mesa estaba tendida y pronto la rodeamos.Cuando hubimos terminado, Miguel se levant

    antes que los dems y dijo:Caballeros: desde ahora haga cada uno lo

    que mejor le agrade. Hay perdices y mulitas en elcampo. En la cocina siempre hay huevos y carnefresca; en aquel armario, botellas y conservas; en laantesala est la biblioteca. Sr. Phantomton, ustedya sabe lo que nosotros entendemos por 'est us-ted en su casa', cuando se dice un amigo.

    -Oh! gracias. V usted cazar?

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    Si usted quiere acompaarme, tendr el ma-yor gusto.

    Yo lo tendr en acompaarlo, pero n encazar; su seorita hermana no me ha exigido quelas perdices que debo mandarle sean muertas pormi; es lo mismo que las mate usted.

    Pero, hombre! y yo que haba creido queusted era un excelente tirador!

    Regular, regular; pero hoy no; maana, co-mo dicen ustedes los porteos.

    Y qu ms.tiene maana que hoy?Presiento un cambio atmosfrico, y, si he de

    decir la verdad, mis nervios no prometen nada bueno.Los nervios se le han de calmar con buenos

    churrascos y cimarrones. Cimarrones? qu es eso?Cmo! Usted que habla ya nuestro idioma

    como nosotros no sabe lo que es un cimarrn?Verdaderamente no.Mate amargo.Oh! mate! s cmo no? Yo tomar mate.Bueno, cuando usted lo desee, no tiene ms

    que hacer que pedirlo.Un momento despus, nos dispersbamos por el

    campo, como bandada de muchachos alegres, ydbamos una batida formidable las perdices, quecaan atravesadas por el plomo, como si ello hubie-ra sido su nica ocupacin.

    1 Sr. Phantomton haba elegido el parque. Lie-

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    vaba un libro bajo el brazo, y la pipa bien car-gada.

    A las dos y media regres al comedor. Tomuna copa de whisky con soda, y continu su paseo,su lectura y los carios su pipa.

    En uno de tantos zic-zags de cazadores, me en-contr con Miguel.

    Compaero, yo me planto. Esto peBa ya mu-cho.

    Yo tambin; regresaremos juntos entonces. Dime, Miguel: mas menos, yo conozco

    esos dos jvenes criollos que nos han acompaado;sus familias son bien conocidas, y fcilmente nosentenderemos; pero me haras un servicio si me di-feras quin es ese joven ingls que tiene un ape-llido tan'raro como su mirada.

    Por qu raro? Su apellido?S.Pero hombre! t sabes ingls.Es cierto! Phantomton% el sitio lugar del

    fantasma!Ya ves que es un apellido extrao.Pero me suena como Phantendon.Pero es Phantomton. As es! Y la mirada?No s lo que le encuentro; pero tiene algo de

    melancola agria; la expresin de un hombre quelucha con la vida y con el dolor; pero que quiere

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    vivir, y vivir feliz. En sus ojos no hay un solo des-tello del suicida.

    Me parece que si tu escopeta hubiese chin-gado como tus observaciones, no tendras una solaperdiz en el morral.

    No te he dicho que haya hecho observaciones;se han hecho solas al conversar con l; ni pretendoser infalible, porque sto se deja para el Papa.

    Y si yo te dijera que ese ingls est enamo-rado?

    Te dira que eso est de acuerdo con miidea de que lucha con la vida y quiere ser feliz.

    Bueno, pues: Edwin, segn dicen algunos, esel novio aceptado de n hermana Serana. Mimadre lo estima mucho, y nosotros tambin. Esun caballero perfecto, vinculado la Legacin Bri-tnica, y nos ha sido presentado por el Ministroingls.

    Mira, Miguel: mi pregunta no es la de unsimple curioso. Probablemente permaneceremos aquidiez das, y nada te cuesta comprender que no esal Sr. Phantomton quien voy preguntarle, parafacilitar nuestras relaciones, de dnde viene, quines, y dnde v.

    Es porque no eres diplomtico.- Y para qu necesito serlo?Para tener paciencia. l no me ha pregunta-

    do quin eres t, porque sabe que t mismo se lohars saber.

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    Es que l es un diplomtico del Norte. Y t del Sur.No faltara ms sino que ahora anduviramos

    con etiquetas para dirigirnos una pregunta.Esa no es la cuestin.dijo Miguel, tapan*

    dose una parte del bigote con el labio inferior,abriendo los ojos y balanceando la cabeza.Sa-bes? Si es cierto que Edwin est de novio con Se-rafina, no se casar con ella mientras yo no sepaqu motivos son los que coinunican sus ojos unaexpresin tan rara. Has odo ahora?

    Supongo que no me guardars resentimien-to por la pregunta?

    Lucidos estaramos!No; pero tratndose de una persona casi vin-

    culada tu familia Eso no importa. He querido dejar correrla

    broma slo por ver si algo se te ocurra; pero ten-go la obligacin de declararte que la mirada dEdwin me ha preocupado ms de una vez. Yo quie-ro que mi hermana se case con un hombre comotodos los dems, y el que tiene semejante mirada noes como los dems.

    Nuestros dos compatriotas que, de lejos, nos ha-ban visto regresar, nos imitaron, y un cuarto dehora despus descargbamos los morrales. El seorPhantomton lleg al poco rato.

    El sol se haba ocultado ya, no slo porque erahora, sino porque la banda negra de Poniente ha-

  • - l i -bia subido mucho sobre el horizonte. En la pe-numbra de Invierno veamos sacudirse los rboles delparque, y all, en el Sudeste, se amontonaban, ele-vndose, los nubarrones blancos. Las aves de co-rral buscaban refugio en los corredores del patio,mugian los toros y vacas con voces siniestras, loscaballos se mostraban inquietos, los balidos de lasovejas encerradas eran ms lastimeros, y se podiaobservar que los perros, despus de corretear conforio inusitado, buscaban la proximidad de sus amos,mostrndoles algo inslito en la noble mirada.

    Los relmpagos se desprendieron de los nim-bos, y el cielo de la noche se incendi con el ince-sante titilar de sus fulguraciones. Rod el trueno enlas alturas; y un viento furioso precedi uno deesos aguaceros que hacen poca en la provincia deBuenos Ayres.

    Despus de la sopa caliente, Edwin inici la con-versacin.

    Qu dicen ustedes de esto, seores?pre-gunt.Qu tal los nervios?

    Como barmetros. Con qu era que se curaba eso, don Mi-

    guel?Cimarrones.Oh! s, con cimarrones. Pues vea usted: no he

    tomado ninguno y observo que empiezan calmar-se; pero todava falta alguna cosa.

    Mientras comamos, conversbamos, vindonos

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    obligados alzar la voz para dominar el estruendode la gruesa artillera celeste. De pronto un ruidoinfernal se agreg los anteriores. Avanzaban losfusileros. Una descarga de granizo incesante, impla-cable, cubri los campos en pocos segundos, y sugran resplandor se animaba bajo el azote del relm-pago.

    Felizmente,observ Miguel, despus de unrato,las sementeras no han brotado an. Hoyes 21, no es verdad?

    21, justamente. Invierno lluvioso.Hay observaciones regulares que permitan

    afirmarlo?pregunt Phantomton.No: pero la experiencia la tradicin. A

    propsito saben ustedes que hace fro? No les pa-rece que sera muy bueno encender la chimenea?

    Sublime!Qu prefieren: lea fuerte carbn?La lea es mucho mas alegre,dijimos en

    coro.

    Pues trae lea, Nicols, y bastante eh? deolivo y de andubay,orden Miguel su criado.

    A los pocos minutos, las primeras lenguas dellama laman los trozos de madera que llenaban elhogar, saltaban las chispas, y estallaban, en frecuen-tes crepitaciones, las humedades en ellos encerra-das.

    Despus del caf, rodeamos la chimenea. Nicols

  • 13

    levant la mesa, coloc en el'a una bandeja con li-cores y copas, y pidi rdenes.

    Vete comer, y, cuando acabes, trae maslea.

    Sabes, Miguel, que se me ocurre una cosa?dijo uno de los compaeros.

    Cul? Que seria muy bueno que hicieras traer mu-

    cha ms, y, si hay quebracho, mejor. Tengo unaidea.

    Incendiar la casa? Mejor que eso. Aunque no soy friolento, pre-

    ferida dormir aqu. All arriba no hay chimenea.Pero, hombre! tienes razn; no se me haba

    ocurrido. Has odo, Nicols? S, seor.Bueno; ya sabes lo que hay que hacer.

  • 11.

    UN GEMIDO.

    En una noche como estadijo Miguelhace cinco aos, ocurri aqu un accidente singular.Nos hablamos venido pasar unos dias con mi pa-dre, y estbamos sentados en este comedor, cuandoel reloj dio las once.'No te parece que nos vaya-mos acostar?''Vamos.''Mira, hay mucha leaah; podra saltar una chispa, y es mejor apagar es-tas brasas; chales un poco de agua con la jarra.'As lo hice. Una nube de vapor se levant de losgruesos tizones que chirriaron bajo el chorro, y nosfuimos acostar, despus de apagar las luces. Iba yodelante para alumbrar con fsforos; llevaba la cajaen una mano y una cerilla encendida en la otra,cuando un trueno formidable, algn rayo que caycerca, me hizo extremecer y soltar la caja, que cayal piso bajo, pasando por la baranda de la escalera.Me preparaba bajar para buscarla, cuando o mipadre que me deca:'No te preocupes, yo tengoaqu.'En efecto, l hizo luz. Cuando llegamos alsaloncito, encendi la lmpara de kerosene, dej lacaja sobre la carpeta, y nos sentamos junto la mesa comentar nuestras impresiones. En eso estbamos,cuando se le ocurri alguna consulta.'Mira'me

  • 16

    dijo,'baja, y traeme de la biblioteca Les mteoresde Rambosson. Haba llegado la antesala, dondeest el armario con los libros, y ya llevaba la manoal que buscaba, cuando otro trueno, mas fuerte anque el anterior, me sacudi casi punto de hacermesoltar el candelero. Al mismo tiempo, un gato infa-me, que estaba sobre el armario, me salt encima yme apag la vela. En eso oigo la voz de mi padreque gritaba: 'Miguel! Miguel! ven pronto!'Corroentre las tinieblas, y, en la confusin, busco la esca-lera y no la encuentro.'Miguel! Miguel! pronto^gritaba mi padre. Busco, tanteo las paredes, llego una ventana y se me ocurre abrir un postigo. A laluz de un relmpago, reconozco que estaba en elaposento que precede al de la escalera. Llego sta,y apenas he trepado cinco escalones, siento pasos pre-cipitados hacia m.'Quin v?'grito, y un formi-dable 'auP se confunde con la voz de:'Fuego!'En un momento estoy arriba, y me encuentro mi pa-dre que procuraba extinguir un incendio con una al-mohada. Felizmente l estaba ileso. Arranco la car-peta con todo lo que haba encima, saco las cobijasde nuestras camas, y consigo dominar el fuego.'Yahora qu hacemos?''Luz!''S, pero usted tienelos fsforos!''Qu quieres que yo los tenga, mu-chacho, si han ardido como plvora?''Pues voy buscar los que se me cayeron.'Bajo la escalera yempiezo tantear por el suelo. Nada. Abro un pos-tigo, y, a) ver luz, se me avalanza el gato, me da un

  • - 17 -

    susto, atiopella un vidrio, lo rompe y se escapa. Des-pus de media hora de tarea intil, vuelta subir, ybuscando entre los bolsillos de una levita que habaen mi ropero, encuentro un fsforo. Ahora el pro-blema:'Qu se hace con este fsforo? Ir buscarel candelero y prenderlo en la antesala, bajar yencenderlo cerca de la caja de fsforos?''Esto'dijo mi padre. Bajo, y calculando por donde habracado la caja, enciendo el fsforo, y una racha, en-golfada por el vidrio roto, me lo apaga.'Y ahoraqu hacemos?'preguntaba desde arriba.'Y quhacemos?'le deca yo desde abajo.'Acostarnos altanteo.''Eso es muy bueno; pero y las cobi-jas?' 'Diantre, tienes razn: tomaremos las de tushermanas.''Y las llaves?''Otra!''Pero cmofue la cosa?''Ese gato maldito que entr corrien-do, salt por sobre la mesa, se llev la lmpara pordelante, la volte y la hizo pedazos sobre la carpe-ta; de aqu el fuego. Bien, hijo mi, si no se te ocu-rre algo mejor que m, yo, por mi parte, rae voy acostar sin cobijas.'Pues yo me quedo a buscarlos fsforos.'Hara media hora que buscaba, tan-teando el suelo, cuando oigo que mi padre se rea carcajadas.'Miguel! Miguel! ya tengo luz!''Dnde?'-'En poder de Nicols, hombre de Dios!''Yo crea que en Los Meteoros de Rambosson,'le contest con irona, al ver que ninguno delos dos se nos haba ocurrido empezar por ah. Lla-m Nicols, y todo se facilit entonces. Era la unade la maana.

  • - 18 -

    Festejamos la narracin, por la rapidez con quefue hecha, y Edwin, ponindose de pi, y acercn-dose la mesa para servirse de una de las botellas,pregunt:

    Y Ja caja de fsforos? Cien veces haba estado un centmetro de

    En una noche como estadijo Roberto

  • 19

    Pero eso es inverosmil!Por qu? si las ropas, empapadas por el

    aguacero, estaban mas frias que el bao.jHem!Los que han recorrido ei Chaco cuentan co-

    sas semejantes, y con frecuencia.Lo que es por mi parteagreg Roberto

    justifico mi afirmacin con el testimonio del ejr-cito del Rio Negro en 1879. Lean, si no, el libritode Prado, al tratar de la inundacin. Ciento ochen-ta y cinco horas estuvieron algunos soldados conel agua helada hasta la rodilla.

    Es cierto;dijo Miguello he leido, y lohe odo.

    Edwin Phantomton haba guardado silencio hastaentonces. Sentado cerca de la chimenea, con la mi-rada fija en el fuego, y los dedos entrecruzados, apo-yaba los codos cerca de las rodillas.

    De pronto se incorpor.

  • - 20 -

    Edwin conservaba su misma actitud.Es un gatodijo Alfredo, procurando son-

    rer. Eso no es un gatodijimos los dems, me-

    nos Edwin,Ese quejido es de mujer,observ Miguel. Lo esrepetimos.Con mano nerviosa, Miguel se apoder del cor-

    don de una campanilla y tir de l.Todas las mujeres que hay aqu, son vie-

    jas,*agregy ese gemido es de mujer joven.Nicols entr precipitadamente.Hay ahora alguna mujer joven en esta casa?Ninguna, que yo sepa, seor.*Corre, y pregntaselo al Administrador, y, si te

    dice que n, toca en el acto la campana de alarma.No es un gatodijo Edwin; y por cada una

    de sus mejillas plidas corra una gruesa lgrima.Un minuto despus sonaba la campana, y se oian

    voces.Qu hay?Qu hay?*Qupasa?El patrn los necesita?contestaba Nicols

    todos.Miguel abri la puerta y sali al corredor.Numerosos peones venan de diversas partes.Acabamos de sentir un gemido de mujer jo-

    ven,dijo Miguel,y es necesario que ahora mis-mo recorran los alrededores para ver lo que hay.Nicols, pon luz en todos los cuartos, y abre lospostigos de las ventanas.

  • - 21 -

    Edwin estaba mudo.Revisamos todos los aposentos, altos y bajos.Nada. Yo voy la torredijo Roberto.Te acompao, agreg Alfredo.Tomaron una vela y se encaminaron la torre.

    En el aposento mas bajo se detuvieron y oimosluego sus pasos que continuaban la ascensin

    Al cuarto de hora estaban otra vez en el co-medor.

    No haba nada.Despus de hacer pesquisas en todo sentido, los

    peones regresaron.No hemos encontrado nada, patrn,di-

    jeron.Pero esto no puede ser ilusin; lo hemos oido

    bien los cinco. Dgame, seor Edwin, usted que esmas flemtico que nosotros, y que no se ha movidocree que pueda ser ilusin?

    Edwin estaba mudo, plido, fri.Aquella realidad palpable era mas grave. Miguel

    corri hacia un armario y sac de l un frasco deagua de Colonia, con la que empez frotarle lasmuecas.

    Tienes ter?le pregunt. S, en ese mismo armario, tercera tabla, la

    izquierda.Se le aplic la nariz un pauelo con ter, y

    Edwin volvi en s.

  • _ 22 -

    Se siente usted mal? No, seor; gracias; esto ya pas. Pero qu ha ocurrido?Nada, nada; hoy no; por favor, no me pre-

    gunten ms. Yo les advert que mis nervios noanunciaban nada bueno.

    La cortesa mas elemental nos obligaba guar-da silencio.

    Nicols, acompaado por uno de los peones,moceton gil y maoso, coloc la mesa un lado,y trajo camas que distribuy en el comedor. De laspiezas altas baj colchones y ropas, y despus detendidas, y todo dispuesto, pidi rdenes.

    Qu toman ustedes por la maana? T. Caf.Mate. Ya lo has oido. Echa unos trozos de quebra-

    cno en la chimenea, y acustate.Eran las once y media. Dime, Miguel, quin habita la torre?-pre-

    gunt Alfredo.Nadie, por qu me lo preguntas?Al subir al segundo aposento, hemos visto,

    junto una mesita de trabajo, un anciano que exa-minaba planos y manuscritos.

    Ests soando?Roberto lo ha visto tambin.Slo falta que les haya dicho: 'Buenas noches1.

  • - 23 -

    Y nos ha contestado el saludo, observRoberto.

    Acompenme; yo tambin quiero verlo.Miguel tom el camino del mirador en compaa

    de sus dos amigos. Y?pregunt cuando bajaron. Ilusiones de estos. Qu tipo tena el an-

    ciano? Un lindo tipo: frente despejada, nariz agui-

    lea, bigote blanco y poblado, cabellera de nieve,cejas abundantes y de pelos largos.

    Oscuros.Traje?Militar.Pero ese es el retrato de mi abuelo!Nunca lo he visto,observ Roberto.Yo tampoco,agreg Alfredo.Cmo n? Y no estuvieron en la sala, hace

    un rato, cuando el gemido?No hemos estado en la sala. Bueno: vamos all.Tom Miguel la vela y se encamin hacia la

    sala. All, en una de las paredes, estaba suspendidoun retrato al oleo del viejo General.

    Es idntico!exclamaron un tiempo losdos amigos.

    Si es asi, no hablemos ms de este asunto;maana tendremos oportunidad de hacerlo.

  • - 24 -

    Nos acostamos, abrigndonos bien, y habramosdormido si hubisemos podido.

    Pero las voces lejanas de los animales, el rumorde las hojas, los ruidos del viento al engolfarse enla chimenea, el azote de la lluvia en los techos, for-maban un gran coro misterioso, en el que pareca-nos distinguir aquel lamento, traduccin incom-prensible de un. dolor infinito. El sueo, blsamotibio, tenda sus grandes alas sol>re nuestras cabe-zas, y cuando estaba punto de envolvernos y do-minarnos, un nuevo rumor lo alejaba, como esasbrisas desiguales que levantan, de la superficieprxima, las grandes aves marinas.

    En la chimenea descenda el nivel de las brasascubiertas de ceniza; un resplandor cada vez mas te-nue anunciaba la prxima extincin, y la oscuridadcreciente borraba las formas indecisas de los cuerpos.

    De tarde en tarde oase la voz del trueno naci-do en la distancia, mientras el viento y la lluvia, mo-ntonos, frios, iguales, acariciaban nuestros odoscon sus tonos y nos filtraban un adormecimientofugitivo.

    En medio de la lucha por conciliar el sueo, y lainfluencia extraordinaria que ejercan en nuestroespritu inquieto el eco del gemido y la aparicindel anciano en la torre, se extingui la ltima brasa,y rein en el aposento la mas completa oscuridad,no interrumpida ni siquiera por el resplandor de losltimos relmpagos.

  • - 25 -

    Calm el viento, y par el aguacero, que se trans-form en llovizna, lo que se nos ocurra como in-terpretacin de un ruido de gotas que se sentancaer de una manera rtmica.

    Una modorra creciente nos anunciaba el triunfoinmediato del sueo, y estbamos punto de dor-mirnos, cuando reson la voz de Edwin, clara, lenta,solemne, y que deca en ingls:

    *En nombre de Dios, djame en paz.En nombre de Dios te lo be jurado,dijo

    en el mismo idioma una voz de mujer, blanda, sua-ve, argentina; pero firme y expresiva de una volun-tad inflexible.

    Si solamente hubiramos oido la voz de Edwin,habramos pensado que soaba, y le hubiramosdespertado; pero aquella voz de mujer nos llev la situacin extrema de la sorpresa. Todos untiempo encendimos una cerilla y preguntamos:

    Qu es eso?Phantomton, sentado en la cama, con las ma-

    nos cruzadas en el pecho y los ojos abiertos por elespanto, resplandeca de palidez.

    Est usted soando? se siente usted mal?le preguntamos.

    No, seores: no estoy soando. Me sientoefectivamente mal; pero no se incomoden ustedes,porque, para m, no hay remedio. Despus, des-pus; hoy n. Si ustedes me permiten, llevar lac&ma otro aposento, para no incomodarlos ms,porque yo debo dorrniT con luz.

  • - 26 -

    Ni pensarlo! la luz no ser una molestia.Gracias.Miguel se levant, encendi una vela y la co-

    loc sobre la mesa.Durante un cuarto de hora, conversamos de

    nimiedades, hicimos comentarios sobre la tormen-ta, y propusimos diferentes medios para dormir,excluyendo, como era natural, los recursos mdi-cos, cuando stos se manifiestan como pildoras bebidas.

    Yo cuentodijo unoy generalmente, alllegar doscientos, me quedo dormido. Pero hoyhe pasado de tres mil.

    Yo rezoagreg otroy empiezo ron-car medio rosario.*

    Pues yodijo el tercerohe hallado unlibro que es un blsamo. Jams he ido ms allde la primera pgina.

    Feliz autor; y cmo haces su elogio!El inconveniente que ofrece, es que me

    quedo con la vela encendida, porque su virulen-cia narctica es de una energa tal, que me duer-mo sin transicin: seco, zas! Bastante falta me hahecho hoy; pero qu idea! T lo tienes en la bi-blioteca, Miguel; voy traerlo.

    Pues yoobserv el cuartome duermocuando se me antoja, en cualquier momento, ydonde quiero. Pero es necesario que la voluntadsea firme y que nada la distraiga.

  • 27 -

    Yo duermo bien siempre,dijo Edwinpe-ro condicin de no estar oscuras. Sano, fuer-te y metdico, duermo la hora debida; pero, sila luz se apaga, horribles pesadillas me despiertan,y quedo mal por un tiempo variable.

    Alfredo trajo de la biblioteca el libro indicado.Qu excelente soporfico!Alfredo haba exagerado.Antes de terminar la mitad de la primera p-

    gina, dormamos como lirones.

  • III.

    LAS LUCES DE LA TORRE.

    Cuando despertamos al dia siguiente, era tardeya; ms de las nueve

    Conocedor de las costumbres de su patrn, Ni-cols no haba querido despertarle, ni tampoco nosotros. Era lo mismo. El viento se haba calma-do; pero la lluvia segua, alternando los chaparro-nes con la llovizna. Salir cazar, con tal tiempo,pareca una locura, y optamos por permanecer encasa, dedicndonos nuestras tareas de predi-leccin.

    El cielo cargado y oscuro tenda sobre los cam-pos su lgubre manto, y el espritu, sobrecogidopor la melancola del ambiente, pareca inclinarsems la meditacin que las emociones del pai-saje y del ejercicio.

    Repasamos las armas, arreglamos el productode la cacera de la vspera y nos dedicamos pa-sear por los corredores, conversar, y fumar.Cuando lleg la hora del almuerzo, nos asemej-bamos un grupo de penitentes, plidos, graves,cariacontecidos. Por suerte, el nimo se rehizo des-pus del primer plato, y, al terminar, prolongamosla sobremesa hasta las 2 de la tarde, cuando Miguel

  • _ 30 -

    orden que se encendiera la estufa, porque el fro,tolerable hasta entonces, se volva crudo.

    Roberto, sentado cerca del fuego, dijo Miguel:Me parece que anoche nos dejaste pendien-

    tes de una explicacin, y se me ocurre que no so-mos tmidos ni supersticiosos en suficiente gradocomo para que guardemos silencio sobre lo que serelaciona con el anciano de la torre.

    Han odo ustedes alguna vez que yo seasonmbulo, me han visto, en cualquier ocasin,levantarme y proceder como tal?

    Nunca,dijimos.Si lo fuera, mi familia me lo habra comuni-

    cado, se me hubiese sometido un tratamiento,no les parece?

    Seguro.-Bien, pues; cree que no soy sonmbulo, y

    que lo que voy referirles corresponde la pesa-dilla, al simple ensueo, la alucinacin en todocaso, y de ningn modo al sonambulismo.

    Estrechamos ms el crculo para oir mejor.Ms de una vez me ha sucedido recordar,

    al despertarme, que me haba levantado durante.lanoche, ido la torre, llevando en la mano unavela encendida, y que, al llegar al aposento dondeustedes vieron creyeron ver un anciano, me sen-taba junto la mesita que hay all, y que, un mo-mento despus, apareca ese anciano, retrato idn-tico de mi abuelo, espectro fiel mismo, tomaba

  • - 31 -

    asiento frente m, con aire grave, iniciaba lar-gas conversaciones, de las que jams he podidoconservar nada, con excepcin de algo relativo unos papeles que me recomendaba examinar. Laprimera vez que esto me sucedi fue, ms menos,permtanme: dgame, Phantomton: en qu pocafue presentado usted en casa?

    Casualmente har un ao el 25.Yo estaba entonces aqu, y regres la ciu-

    dad principios de Julio; de modo que debe habersido all por el 28 el 29 de Junio. Bueno, estono importa; el hecho es que har prximamente unao. Desde entonces, el fenmeno se ha producidocinco veces, y he guardado hasta ahora el mayorsecreto, pensando que no deba distraer la aten-cin de nadie con lo que consideraba un sueo.Pero, en vista de lo que ustedes dos han ob-servado anoche, debo romper el silencio, sea -lando, cuando menos, la extraordinaria circums-tancia de coincidir la alucinacin de ustedes conla mia.

    Y por qu llamas eso una alucinacin,Miguel?pregunt Alfredo.

    Por qu? porque hace veinte aos que miabuelo est enterrado en la Recoleta.

    Yo llamara eso una aparicin.Puedes darle el nombre que quieras; puedes

    creer en aparecidos; lo que es yo, soy duro paraaceptarlos.

  • - 32 -

    Dime una cosa, Miguel,pregunthassubido alguna vez la torre, llevando luz?

    Anoche, con Roberto y con Alfredo. Y antes?Nunca.Has averiguado si alguna persona ha visto

    luz all, estando t en la estancia?Ni se me ha ocurrido tal cosa --En tu lugar, yo lo averiguara.No hay inconveniente.Miguel toc un timbre y apareci el criado.Dme, Nicols has visto alguna vez, de

    noche, hallndome yo en la estancia, luz en latorre?

    S, seor; dos veces. Como qu hora? Despus de media noche.Y qu has pensado?Que era usted. Y nada has oido?S, seor; en esas dos ocasiones, otros haban

    visto lo mismo que yo., y, en tres ms, yo no lo ha-ba visto.

    En tres ms? de modo que son cinco?S, seor.Y qu decan?Los peones decan que e) patrn andaba por

    la torre, sin duda porque no tena sueo.Nos miramos y callamos.

  • - 33 -

    Puedes retirarteah! no, espera: es mejorque enciendas luces; esto se va poniendo oscuro.

    Bastante oscuro, s,agreg Roberto.Cuando Nicols se retir, Miguel estaba pen-

    sativo.Pero entonces, si yo he estado en la torre, es

    porque soy sonmbulo.Usted no es sonmbulo,dijo Edwinpor-

    que, si lo fuera, no recordara lo que le ha pasado.Pero es que yo no recuerdo. Usted recuerda, aunque haya olvidado las

    conversaciones; y n completamente, porque diceque el espectro le ha hablado de papeles que debeexaminar. Lo ha hecho usted?

    Qu quiere usted que examine? esos papelesque hay en la torre no se pueden examinar ni enun mes de tarea asidua Hay algunos que llevanfechas hasta del siglo pasado.

    Pues yo creo que usted debe examinarlos,aunque para ello tenga que emplear un ao. Nosera usted el primero que recibiera avisos de estaclase.

    De modo que usted me aconseja que mevuelva supersticioso?

    Por qu d usted eso el nombre de su-persticin? Le parece mejor guardar la espina delsonambulismo? Yo creo en esas visiones y en esosavisos, y creo firmemente.dijo Edwin, golpen-dose la rodilla derecha con la palma de la mano.

  • - 34 -

    Qu te parece?me pregunt Miguel. Que el seor tiene razn.Es posible? t tambin? Por qu no? No soy de carne y hueso como

    los dems? Piensas que no soy sensible las im-presiones de lo inesperado, mxime cuando perte-nece al mundo de los misterios, y cuando ello to-ma formas espeluznantes como el gemido de ano-che y la aparicin del anciano en la torre? No teha corrido un fri lo largo del espinazo cuandoel sirviente dijo que habian visto cinco veces luz?No has estudiado Qumica, como cualquiera de nos-otros? No te acuerdas de lo que es un fuego fa-tuo? No lo has visto repetido veinte veces enel laboratorio? Y, sin embargo, cuando recorriendoel campo, de noche, te has cruzado con uno, nohas sentido carne de gallina? no se te han paradolos pelos?

    A dnde vas con esa serie de preguntas quenada tienen que ver con el asunto de los avisos?

    Voy desviar un poco el tema, porque no espropio de jvenes alegres como nosotros que sea-mos tan pertinaces en una conversacin que man-tiene nuestros nervios tendidos como las cuerdas deun violin.

    No digas eso: antes, por el contrario, dimetienes algn motivo real que te autorice creer enlos avisos de las apariciones de las pesadillas?

    Si, y voy referirles uno. Cierta noche, un

  • - 35

    Comandante so que compraba un nmero de lo-tera. Al despertar por la maana, se acord queera el 22 del mes; que ese dia era el cumpleaos desu novia, y que poda tentar la suerte. Llam aiasistente y le orden fuese una agencia prxima yle comprara el primer nmero entero que encontra-se. Cuando volvi, ei Comandante qued perple-jo: era el 4963, el mismo que l haba soado.'Por qu has trado este nmero?''Porque fue elprimero que me cay la mano, como usted me orde-n.''Anda; si me saco la grande, no has de afligirtemucho.'El asistente sali, y el Comandante expressu alegra con movimientos infantiles:'4963!'re-peta sonriendo:'pero qu es esto? 4 y 9,13, y 6, 19,y 3, 22, y hoy cumple veintids aos fulanita!estoparece imposible!'Guard el billete, se visti y sali la calle. Sin querer, se fij en el nmero de su casa:796, suma 22. A la tarde fue comer con su no-via, y, al mirar el nmero de la puerta: 895, suma22 Antes de comer, le dieron 22 mates, y haba22 personas en la mesa, y, despus de los postres,

    /refiri todos cuanto le haba pasado, y todos ce-lebraron la cantidad de coincidencias, y l, bajo so-ore, entreg la novia el billete de lotera. Eldia 22 del mes siguiente se cas.

    S, pero.... y el billete?Qu diablos! no tena nada. La grande sa-

    li en el 18,544.Suma 22,observ Edwin, suspirando, lo

    que ocasion ms risa que el cuento.

  • - 36

    Miguel se mantuvo grave. En sus ojos lea laintencin de tratarme de impertinente, y yo teniagana de decirlo a todos ellos, para provocar una ri-a y abandonar as una conversacin tan lgubre.Mas no pude conseguirlo.

    Tu cuentodijoser tan gracioso comoquieras; pero no tiene nada que ver con nuestro te-ma. La verdad es que los avisos no me preocupanmucho; pero esas luces en la torre, eso me parecemas serio.

    Preocpate, Miguel;dijo Robertomien-tras el mal tiempo nos mantiene aqu encerrados, tepodremos ayudar poner esos papeles en orden.

    Ya lo estn; lo que tendra que hacer seraleerlos.

    La verdad es que hay lectura en ellos comopara algunas semanas.

    Dganme, estn ustedes seguros de haber vis-to al viejo General?*

    Por qu lo dudas?pregunt Alfredo. Piensas que hay en nosotros algn inters

    en engaarte?dijo Roberto.Es tan extraordinario todo esto! Pero, qu

    papeles examinaba?Tena un mapa de Inglaterra y un plano,

    respondi Roberto. Y el plano de qu? No s. Lo viste t, Alfredo?Lo vi, pero no s lo que era; tenia tambin

    junto s una carta escrita en papel azulado.

  • - 37 -

    Mientras Miguel conversaba con Alfredo y conRoberto, mir Phantomton que estaba de lado, mepuse de pi, y me dirig hacia la mesa.

    Seor Phantomton le dije quiere us-ted permitirme un momento?

    Cmo no?y se levant.Tomara usted mal que trazara su silueta

    en un papel? Por qu motivo habra de tomarlo mal?Entonces tenga bien sentarse aqu.Colocando junto la pared una silla de lado, Ed-

    win se sent, y despus de interceptar las luces, me-nos una, dibuj el peifil que se proyectaba en som-bra en la pared. Cuando hube terminado, le di lasgracias, mir el contorno, y volvi ocupar su asien-to junto la chimenea.

    Miguel, hazme el servicio de venir un momen-to. Sintate aqu; vas ver una cosa que llamartu atencin.

    Sin decir una palabra, se sent y trac su perfil enotro papel. Cuando hube terminado, dije los de-ms, que observaban la operacin:

    Ustedes han visto lo que acabo de hacer. Enuno de estos papeles, he trazado el perfil de Miguely en el otro el del seor Phantomton.

    As es, en efecto.Cul de estoses Miguel y cul el seor?Pero hombre! qu cosa tan particular!dijo

    Alfredo, que era el ms dibujante de todos,se

  • - 38

    confunden, como si el uno fuera la proyeccin delotro.*

    Es curioso, eh? Dos individuos de distinta raza,de diferente familia, nacidos en pases y climas tandiversos, y que tengan un perfil tan idntico!

    Alfredo superpuso las dos hojas de papel, hizocoincidir las siluetas al trasluz.

    Idnticas. Y sin embargo, no es posible confundirlos. Bueno fuera: el uno es rubio, el otro tiene

    pelo negro; el uno es blanco rosado, el otro casitrigueo; el primero tiene ojos azules, el segundopardos.

    Las mismas gotas de agua son diferentesobserv Roberto.

    Miguel qued ms pensativo que antes. Ni si-quiera se movi cuando Nicols entr tender lamesa, y guard un silencio ofensivo.

    Al traer la sopera y colocarla en su sitio, Nicolsse acerc l y le dijo:

    Seor, la comida est en la mesa. Ah!Se puso de pi y ocup su asiento, Al desdo-

    blar la servilleta, se sonri, y mirndonos con mali-cia, dijo:

    Yo supersticioso! Hoy brindaremos la sa-lud del viejo General. Pero, hombre! qu casua-lidad! Mi abuelo hubiera cumplido aos hoy, comola novia de tu Comandante.

  • 39

    A la salud de la novia!A la del General!A la del Comandante!A la del 18.544!*Vaya, hombre! al cabo parecen gente; la sa-

    lud de ustedes.Gracias.Por necesidad, por cortesa, no hubo caras l-

    gubres durante la comida. Cada uno ofreci sucontingente de chiste, y hubo ancdotas y cuentosazules mirados al travs de un cristal amarillo.

    Pero volvi la sobremesa, y en su compaa lasalusiones los temas graves. Hubiera sido pre-ferible dedicarse la msica, al ajedrez, y aun altruco, juego que, por parecerse tanto la poltica denuestra tierra, podra habernos sugerido el deseo deocuparnos des ella; precisamente para que los ni-mos se apasionaran y no se tocasen las escabrosi-dades de la supersticin sus anlogas

    Roberto arroj una vez ms entre nosotros la teaincendiaria, mirando Edwin, ya pensativo, y quien lanz boca de jarro las siguientes palabras:

    Tengo, seor Phantomton, un gusto marcadopor los temas horripilantes y me interesan tanto mscuanto mayor es el sufrimiento que me causan.

    Seor, yo no soy mdico; pero se me ocu-rre que esos temas, la larga, deben causar muchodao al sistema nervioso, si no es que ya est daa-do cuando tal gusto se desarrolla,

  • - 40 -

    Roberto no qued complacido con esta obser-vacin. Pensaba que la integridad funcional desus nervios era algo perfecto, y crey que aquelloenvolva una insinuacin maliciosa. Pero Edwinera tan correcto, tan corts, que se sinti desarma-do. A pesar de todo, le pareci que deba defen-derse.

    Yono he hablado,*dijodel horripilantevulgar, que ecpanta sin espiritualidad; sino de aquelque revela las gracias de la fantasa y la subyuga enlos lectores, en los oyentes, como en la noche lasombra de un bosque cargado de perfumes y de ru-mores..

    Ah! usted habla del pavor de lo sublime.Probablemente s. Oh, seor; usted seguramente ha buscado

    esas emociones en los libros, y no en la realidad, Es cierto: pero, para m, el gemido de anoche

    es de esa categora, y mayor su inters por lo mis-mo que es tan misterioso.

    Usted no encontrar jams, en los libros, na-rraciones tan pavorosas como las emociones de cier-tas pesadillas, y puedo asegurarle que, en muchoscasos, la realidad se sobrepone todo.

    Habla usted de una manera tan categrica,que cualquiera creera que ha sido vctima de algoreal que se sobrepone todo.

    Edwin mir Roberto de un modo extrao.Este continu:

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    Las voces que hemos odo anoche, la expre-sin de usted cuando pudimos verle, y lo que us-ted nos dijo, son signos que revelan algo muy grave.

    Oh! s, muy grave!Quiere usted hacernos depositarios de su

    secreto, si le inspiramos bastante confianza?Toda la confianza que usted se puede ima-

    ginar; pero abrigo la conviccin de que, el referirlas realidades que me afectan, podra autorizar cualquiera pensar que no procedo con toda urba-nidad.

    Si usted no le es agradable referrnoslas,le dijimoscualquier insistencia de parte nuestrasera una descortesa; pero, si lo que usted teme esafectarnos, sacudir nuestros nervios, abandonesemejante preocupacin.

    S, debo hablar; debo hablar al fin, porquemi secreto me consume y aniquila. Ustedes han si-do tan bondadosos conmigo, que lamentara afligir-los; pero, por otra parte, no crean ustedes que esta-r mi narracin privada de egosmo ni de gravesconsecuencias*

    Ante aquellas declaraciones se duplic nuestracuriosidad.

  • IV.

    NELLY.

    Seoresdijo Edwin con aire resueltoyoamo la vida, y tanto mas cada vez, cuanto mayoresson mis sufrimientos. Con el mismo apego ella,otros ya habran acabado con la suya.

    No conoc mi padre, y, siendo muy nio, per-d mi madre. Me educaron con severidad, y, cuan-do hube terminado mis estudios, viaj por Europa yme detuve con predileccin en Alemania, dondepractiqu el idioma, que llegu dominar, lo queme permiti adquirir un conocimiento relativamen-te profundo de su literatura extraordinaria. Goethe,Schiller, Hoffmann y Heine reinaron en mi espri-tu, y la imaginacin serena del estudiante ingls pe-netr en los mundos encantados de la fantasa ger-mnica.

    Volv Inglaterra.Me llamaba un afecto juvenil que no haban

    hecho palidecer los estudios ni los viajes. A mivuelta, Nelly me esperaba con los brazos abiertos,y en sus grandes ojos le su amor. Acababa de cum-plir ella diez y ocho aos, y pronto se form entrenosotros el nudo de un compromiso formal. Yo ha-ba saludado ya mis veintitrs, y mi posicin era

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    desahogada. Pens casarme. Pero una circumstan-cia imprevista me oblig suspender momentnea-mente tales proyectos. Yo tena un protector desconocido, una persona que no he visto jams, y cu-yos consejos, seguidos por inclinacin y sin violen-cia, me llevaron siempre como de la mano hastaobtener el xiti en todas mis empresas.

    Por indicacin suya entr en la carrera diplo-mtica, cuyo acceso me fue facilitado ccn buenasrecomendaciones. Quince dias despus del ingreso,deb partir con un Ministro Constantinopla en ca-lidad de agregado. Nelly llor mucho, y entoncestuve oportunidad de conocer que su sensibilidadera extrema. Su ndole teleptica causaba asombro,y muchos mdicos distinguidos se empearon enque la familia les permitiera examinarla y someterla prueba.

    Por mi parte, no atribua grande importancia esa clase especial de sensibilidad, y me bastaba quesupiera comprenderme y expresarme su afecto conuna dulzura y una profundidad que ms contribuan idealizar mi pasin que vincularla con las reali-dades de la vida.

    Paseando un dia con ella, nos sentamos junto una roca en la playa marina.'Tengo miedo delmar, Edwin'me dijo con aire triste.'Miedo delmar? y por qu tienes miedo?'No s; en el marhay abismos profundos, y, al pasar por ellos, el co-razn se endurece.''Oh, Nelly mia, el corazn de

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    tu Edwin no cambiar jams, porque ha de guar-dar, como un tesoro celeste, la imagen de su adora-da.''T hablas del porvenir como si lo hubierasencadenado tu destino. No me olvidars nun-ca?''Nunca.''En ningn momento?' 'Jams, ymi fidelidad ser un modelo; en nombre de Dios, telo juro.''En nombre de Dios, yo te lo juro tam-bin.'

    Nos pusimos de pi, y tomndola de la mano,la acarici, y continuamos nuestro paseo. En su ros-tro se borr toda huella de angustia, y slo vi, des-de entonces, que se exteriorizaba en l una tranqui-lidad da espritu digna de baar la cara de los n-geles pintados por Rafael.

    Lleg el momento de la partida, y entoncescomprend lo dolorosa que sera para Nelly nues-tra separacin, juzgar por m.

    Pens que sera mejor realizar nuestro enlace, yviajar juntos. Habl con el Ministro, y me aconse-j que desechara semejante idea.'Nuestra misinno es larga;'me dijo'pero debemos conservartoda nuestra libertad de accin, y una mujer, encompaa nuestra, y en particular una nia tan de-licada como la seorita Nelly, sera un inconve-niente grave.'No insist.'No insistas Edwin,'me dijo el padre de mi novia;'el Ministro no te hacomunicado cul es la misin que lleva, porque essecreta; pero seguramente ella est vinculada conasuntos del Egipto.'

  • - 46 -

    Part. Y cosa extraa! yo tambin tuve miedodel mar, lo que es indigno de un hombre, y espe-cialmente de un ingls. Aquellos abismos me perse-guan. Soaba, veces, que un monstruo verdesurga de su seno salado; que de sus ojos glaucosse desprenda un reflejo fro de perlas, y que, altocarme el corazn, lo transformaba en peasco y lomorda En el rumor de las olas oalos lamentos deNelly, y, veces, me despertaba con los ojos hme-dos de lgiimas.

    Poco poco, la alegra renaci en mi corazn;pero habra preferido viajar por el Continente, y nir Constantinopla penetrando en el Mediterrneopor el Estrecho.

    Nuestra permanencia en Constantinopla fue bre-ve. Cierta maana, al saludar al Ministro, me dijo:--'Hoy nos embarcamos; iremos Alejandra*.Desde entonces, estuve al corriente de los sucesos,que poco pueden interesar ustedes por ahora. Laidea del viaje Egipto me llen de ilusin, y, envez de soar con abismos y monstruos, ya no penssino en viajar. Antes de penetrar en los Dardane-os, haba mirado con indiferencia las costas y elcielo de Grecia, y aquellos campos del Asia Menorque en un tiempo fueron testigos de las hazaas deUlises y de Aquiles. Iba Egipto! Qu cambio!La Iliada tuvo para m un sentido ms sublime queantes, y, cuando nos detuvimos en Atenas, pensque renacan todas las glorias de sus hombres y to

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    do el esplendor de sus dioses. Se hubiera dichoque las montaas que veamos la distancia, y quenombrbamos, estaban envueltas en aureolas olim-picas, y entonces comprend cmo Byron habapodido ser subyugado por sus sentimientos po-ticos hasta sacrificar la vida en holocausto de laGrecia.

    Llegamos Egipto, y desembarcamos en Ale-jandra.

    Todos mis estudios sobre aquel pas misterioso,todo lo que de l haba oido ledo surgi en lamemoria como si lo evocara el encanto.

    Ustedes se encuentran en condiciones de apre-ciar mi situacin, y podrn imaginarse que nadiehubiera dicho sino que viajaba por vez primera. Sa-ben tambin todo lo que un joven estudioso y en-tusiasmado puede hallar en Egipto, ya sea por lasrealidades que se conservan, ya por sus recuerdos.Me ba, me satur de aquel aire pesado y ardiente,como una golondrina en el efluvio primaveral; y me-dida que la inteligencia se encantaba con el suelo, lasruinas, los itinerarios de Cambises, de Alejandro, deSesostris, con los Ibis, los jeroglficos, el Nilo y Moi-ss, las pirmides y el cielo puro....la imagen de Ne-lly se dilua en las transparencias de los sueos egip-cios. En aquel clima, en aquel medio, mi naturalezajuvenil me llam al desorden, y sent, con todo elvigor de un asitico, que la sangre me bulla, y queun capricho extraordinario, incomprensible, se apo-

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    deraba de mi razn. Vi una Al mea, y me trastorn.Ustedes han vivido, y saben lo que es un capricho.Conquista fcil, slo conservo, en mi espritu, el de-jo amargo de haberme vuelto loco. Aquella nocheo un gemido profundo y doloroso, el alma toda deNelly, que llegaba hasta m, en la brisa africana,como un reproche, y penetraba en mi conciencia,mordindome el corazn perjuro.

    Edwin guard silencio por algunos.instantes.Apoyando los codos en las rodillas, se apret las

    sienes con ambas manos, cual si estuviesen puntode estallar por la tensin extrema de sus recuerdosde dolor. Se puso de pi, y hall tanta sorpresa enlos ojos atentos, y un mundo tal de emociones con-tenidas por nuestros labios silenciosos, que se alejde la chimenea y empez pasearse por el come-dor sin decir una palabra.

    Quin de nosotros se hubiera atrevido dirigir-le una sola observacin?

    Seoresdijo de prontoustedes me per-mitirn que tome un vaso de cerveza.

    Mudos, como habamos permanecido hasta aquelmomento, nos levantamos tambin, hicimos saltaralgunos tapones, para ocupar luego las sillar en quehabamos estado anteriormente sentados.

    Edwin continu:Desde entonces, el Egipto ya no tuvo encan-

    tos para mi. En los sarcfagos y las arenas, los pa-piros y las cigeas, en las momias, las palmeras y

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    los crepsculos, ya no vi otra imagen que la deNelly, dolorida y moribunda.

    Poco tiempo despus recibimos corresponden-cia. En la mia reconoc, en un sobre, la Jetra demi novia.'He sufrido mucho, Edwin, Mi vida haestado en peligro, slo de pensar que, en tal dia, tal hora, te ha ocurrido una desgracia. Vuelve'agregaba'porque he tenido un ataque tan violentoal corazn, que, si se repite, me morir lejos de t.Escrbeme con ms'frecuencia, y dime que eres fe-liz1.S; Nelly haba estado punto de morir de do-lor, porque saba que yo lo estaba de morir de arre-pentimiento.'Querida mia'le contest'soy fe-liz, porque pienso en t. Si mis cartas no son msfrecuentes, ello es debido los transportes. No teaflijas; pronto nos volveremos ver.'En otras car-tas, de su padre y del mdico que la haba asistido,me referan cuanto poda interesarme.'Lo ms par-ticular'deca el mdico'fue un gemido tan extra-o cue nos pareci de agona. En el corazn no haynada, y el funcionamiento de sus nervios es tan de-licado como toda ella. Debemos pensar que la au-sencia de usted es la causa del mal; pero, fuera deeste ataque, goza de una salud tan perfecta, hay tan-ta serenidad en su espritu, su expresin de alegrajuvenil es tan franca y normal; habla de usted contal carino y confianza, que hemos convenido en co-municrselo para que no abrigue temor alguno.'

    Entonces pens volver mi pas y pedir perdn Nelly.

    5

  • Era mejor, empero, que, entre nosotros, hubie-ra un secreto.

    Pocos dias despus, el Ministro recibi orden detrasladarse la India.

    En esta ocasin, tambin, renaci mi entusias-mo por los viajes, y, con tal vigor, que Nelly pas ocupar un lugar secundario en mis visiones. Justi-fiqu Simbad el Marino, y adquiri algunos librosque me permitieran profundizar un poco los cono-cimientos relativos al pas maravilloso que iba vi-sitar.

    Recorrimos el Canal de Suez, y qued encan-tado al ver las aguas del Mar Rojo. En la bruma dela distancia, se perfilaba la cumbre del Sina, y suimagen despert en nuestras almas un sentimientode religioso respeto. No s, seores, si ustedes hanviajado, ni qu han visto; pero es tan caprichosa laimaginacin, que se extasa menos en presencia deun cuadro encantador de la Naturaleza* que en la deuna comarca con miles de aos de historia; y as laArabia, con su aridez y reflejos rosados, me domi-naba ms por ser la tierra del xodo, la tierra deIsrael, la tierra de Mahoma, que los bosques delicio-sos del Brasil, de Misiones y del Chaco.

    Penetramos en el Ocano Indico, y, en lasinterminables horas de languidez tropical, la fantasa volaba hacia el mundo de los fakires y yoguis, la selva con sus rugidos y sombras, los templosde oro y de marfil, los santuarios de los brac-

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    manes, y las delicias misteriosas en que la inte-ligencia del Hombre, baada por los primeros res-plandores de la Poesia, engendraba las aurorasfrescas y puras de los Vedas y del Ramayana. Oh,seores! disclpenme ustedes semejante lenguaje;estos recuerdos son ios nicos blsamos de mi vidainconsolable Cuando se tiene el orgullo de serhombre; cuando se puede sentir la belleza de todaslas literaturas; cuando se ha recorrido el mundo ycontemplado todos sus cuadros del presente y to-das las escenas del pasado, la India subyuga. LaCiencia no ha hecho de ella la cuna de la vida,porque la vida es universal; pero la razn, el sen-timiento y la historia, hacen de ella el protoplasmafecundo y ardiente donde se engendra el pensa-miento humano. Pobre Nelly! Qu criatura taninfinitamente pequea, dulce y delicada me parecaal proyectar su imagen querida en el Himalaya en Buda! La Grecia, con todas sus sonrisas, suspoemas, sus vicios, sus virtudes, sus hroes y susdioses, me haca la impresin de una jovenzuela co-ronada de flores del campo que sonre de lejos lamadre colosal, envuelta por las nubes del humo sur-gido de altares que perfuman la sangre de la civili -zacion con canela, con sndalo, con pimienta y beti-vcr, para darle, con el calor, la inmortalidad fecunda.jPobre Nelly! La India me aturdi, y acosado porel ardor de su cielo y las brasas de sus perfumes, fuillevado insensiblemente la presencia de la Baya-

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    dera. Ciego y loco, ca en sus redes de muselina ytul de seda. En aquella noche de horror y misterio,entre los rugidos de la selva y los cantos de los brac-manes, mis odos aterrados oyeron una vez msaquel gemido profundo y doloroso. Nelly se mora!'Maldita existencia!'exclam en un arrebato dedesesperacin sin limites. Desde entonces, la Indiafue un veneno para m. Lasitudes continuas, me-lancolas profundas, dolores difusos ilocables, dprimieron mi organismo tan fuerte y tan sano. Mal-dije Valmiky y su Sakntala, que me pareci unengendro monstruoso; y la grandeza del Himalaya,y la majestad de las selvas, se confundieron en uncaos abominable. Todo aquel mundo maravillosorod en un abismo negro de vergenza y arrepen-timiento, en el que las Bayaderas se arrastraban porel lodo, enroscndome lascivas como serpientes pon-zoosas y mordindome el corazn y la concienciacomo el monstruo verde del Mediterrneo. Pero estavez surgi en mi alma, como una luz del cielo, lavoluntad de diamante, y, con ella, la imagen deNelly, pura y radiosa, y ms angelical que aquellasserpientes del Kamayana.

    Edwin guardo silencio una vez mas.Todo su cuerpo se extremeci con la rapidez de

    un sollozo, y volviendo ponerse de pi, movi losbrazos con energa, como recordando actitudes degimnasta, y como si con tales movimientos hubieraquerido conjurar algn torrente oculto de lgrimasenclaustradas en su corazn.

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    Tom un cigarrillo, lo encendi, y anduvo pa-sendose por el comedor mientras lo fumaba.

    Nosotros, inmviles y callados, permanecamosen nuestros asientos.

    Cuando Edwin acab de fumar, bebi un tragode cerveza, y, colocando su copa sobre el marcode la chimenea, continu as:

    Pocos dias despus, regresbamos Ingla-terra. El Ministro, que me haba cobrado afecto,me pregunt varias veces lo que me pasaba.'Elclima de la India no me sienta,le contestaba in-variablemente. 'Pues m me parece'deca elMinistro'que usted hara bien en quedarse unosquince dias un mes en Espaa antes de entrar enInglaterra'.'Por qu, mylord?''Porque sus ojoshan adquirido una expresin tan rara, que su no-via no va creer, cuando le vea, que es su exce-lente amigo Edwin'.'Oh! eso pasar'.'As lodeseo'.

    Al fin volv encontrarme en mi pas.Loco de afliccin, mi primer cuidado u el

    de ir ver Nelly.'Edwin!'exclam al ver-me, y corriendo hacia m:'cunto has tardado!Sabes? tuve otro ataque cuando estabas en la In-dia, y los mdicos me dejaron casi por muerta. ;Oh,Edwin, si supieras cunto he sufrido! Ya nunca ms,nunca jams te separars de m no es cierto?''Nunca ms, sino en la hora de la muerte!''|Ohn! ni as! Como yo he de morir antes que t, mi

  • alma volar siempre tu lado,''Oh, mi Nellyquerida, no me aflijas ms con tales afirmaciones!'

    Los mdicos me repitieron lo mismo que unode ellos me haba declarado en la carta que re-cib en Egipto, asegurndome que otrar carta seme-jante iba en viaje la India. No saban de lo quese trataba. Para unos, era exceso de sensibilidad;para otros, una afeccin nerviosa de origen moral;y, dos de ellos, me espantaron con la expresin:histerismo teleptico.'Es mortal eso?'pre-gunt.'A la larga, y con persistencia de causa,s.''Yo espero que jams se volver repetir lacausa.''Si usted vuelve separarse de ella, se mo-rir/'No volver separarme7.

    Nelly estaba bien. Haba renacido su alegra.Sus ojos, tan dulces y llenos de ternura, irradiabanla felicidad en desbordamientos de relmpagos azu-les, y de sus labios de granada brotaba la cariciaen una Primavera de amores.

    Como los mdicos no se oponan, y hasta loaconsejaron, celebrse la boda con las ceremoniashabituales, y un buen dia, acompaados por misuegro, atravesamos el Canal y tomamos posesindel Continente, por algunos meses, enarbolando labandera de la felicidad.

    Pero, seores; yo he estado hablando solo, yustedes ni siquiera me han interrumpido con unaexclamacin. A esta hora, ya deben estar aburri-dosdijo Edwin.

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    Imposible! imposible! Si usted no desea con-tinuar por cansancio, tendremos paciencia; pero sies por nosotros, ni se le ocurra. >

    Ustedes tienen una ventaja social que, param, es una virtud, y que casi no se practica aqucuando hay ms de dos personas reunidas, y aunas: saben conversar; pero, sobre todo, saben escu-char. No les parece que sera bueno tomar otracopa de cerveza?

    Amn.

  • V.

    APARICIN.Edwin continu:Un ao despus, Nelly era madre de una her-

    mosa nia.Ms menos, todos sabemos cuntos carios y

    atenciones recibe un hijo, y me permitirn ustedesque no me distraiga de mi fin principal, recordn-doles lo que hicimos con nuestra primognita.

    A medida que se desarrollaba, su tipo iba acen-tundose, y llamando, por los caracteres de su ros-tro, la atencin de todos los que la veian. No erarubia y de ojos azules como los padres; antes bienera algo triguea, de pelo negro, ojos cortados obli-cuamente en almendra, y la carita larga y ova-lada.

    Aunque muy linda, y con expresiones del ros-tro materno, se hubiera dicho que haba resucitado,escapndose de un sarcfago, tan egipcia nos pa-reca.

    Cuando ya tena catorce meses, y que su bocase adornaba con la expresin de los dientes, se en-ferm de gravedad. El mdico de la casa le prestsus cuidados ms asiduos, pero el mal era profun-do, incurable. Lleg un momento en que sentimos

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    convulsionarse todo nuestro organismo. Cuando suvida se extingua en brazos del doctor, Nelly searroj en IQS mos, y dejando desbordar su inmensodolor en lgrimas y gritos desgarradores, mi propiapena se centuplic al oira exclamar:'Edwin! Edwin! se v mi Al mea!'

    Ustedes son demasiado perspicaces para quesea necesario pintarles la sorpresa y hasta el espantoque aquellas palabras me causaron.

    Ocho meses despus, Nelly tuvo otra nia.Su color eia como el de suhermanita; pero los

    ojos mas lnguidos y rectos; la boca mejor perfilada,y el cuerpo mas gracioso.

    Mayores cuidados; mayores mimos.A la edad de la otra, y en las mismas condicio-

    nes, muri.'Edwin! Edwin! me abandona tambin mi

    Bayadera!'exclam Nelly convulsa en mis brazos.Yo no poda creer que nuestra desgiacia vi-

    niera en castigo de mis culpas, porque habra sidoofender la Divinidad el sospechar, aun con el es-pritu mas piadoso, que la pena mayor fuese paraNelly. Desde entonces la alegra huy de mi hogar.Nunca volv ver la sonrisa en los labios de mi com-paera.

    La llev Escocia, Francia, Suiza, Italia.Todo fue intil.Se distrajo un poco, ms por la inteligencia que

    por el sentimiento, y si bien las expresiones de sudolor se calmaron, el fondo era siempre el mismo.

  • - 59 -

    Con el tiempo, volvi recuperarlas fuerzas; elcolor de sus mejillas se transparent como en unaporcelana} y si slo hubiera asomado en sus labios unasonrisa artificiosa, ficticia, se habra podido recono-cer aquella Nelly de antes, tan graciosa y tan jovial.

    Dos aos despus, tuvo otro hijo; mas esta vezun varn. Los cuidados que la madre le prodigabaeran perfectos; pero les faltaba un no s qu de es-pontaneidad y gracia, como si hubiera sido por cum-plir dignamente su deber, y nada ms. Era un pre-cioso nio. Disclpeme, Miguel, la interrupcin y elrecuerdo; pero el dia que su hermana Serafina ten-ga un hijo, se parecer al mi.

    De un ao, hablaba ya, tena todos los dientesy caminaba. Las seoras de nuestra amistad de-cian que era un prodigio. Para Nelly, tal cosa notena importancia.* Un hecho inesperado me oblig emprenderun viaje de quince dias. Mi mujer recibi la noticiasin asombrarse, y se despidi de m con la natura-lidad indiferencia que hubiera mostrado si le hu-biese dicho: 'Voy al club, hasta luego...'

  • - 60 -

    man.''Ests delirando, Nelly por qu te afliges?' 'Acrcate m, Edwin; no te me separes....espera unmomento slo un momento....acrcate ms....asi.... oyes?.... la muerte ha penetrado en m, y estimpaciente.... escucha.... yo te lo jur.... mi almavolar siempre tu lado Edwin! mi secreto vconmigo al sepulcro....tengo para t un secreto....enEgipto has visto muchos sarcfagos.... Cuando enuna noche negra y lgubre como mi vida te acues-tes junto al mo.... te lo dir al oido?

    'Qu es esto, Doctor?' pregunt, lleno deangustia, al mdico que entraba en aquel instante.

    'Esto, seor, es una nueva desgracia.'Con un gesto, arranc de mi corazn toda es-

    peranza.Al acercarse Nelly, estaba ella sin pulso.Nelly haba muerto.Despus de un momento de estupor, ped al

    mdico me explicara lo que haba ocurrido.u'En los aos de prctica que llevo'dijo

    'jams me he encontrado en una situacin seme-jante. Estoy perplejo, indeciso; no s lo que debohacer. Se me llam medioda; me dijeron que laseora se haba enfermado ayer; he recetado, y treshoras despus.... la encuentro muerta! Pero esto noes todo. Su hijo de usted ha desaparecido!'

    'Mi hijo!'Esto fue un rugido.Busqu mi suegro. No estaba. Oh! pero yo

  • - 61

    saba dnde podra encontrarle. Cuando volvi, surostro, habitualmente sereno, tena impresas las se-ales de la desesperacin. Me arroj en sus brazosy lo comprendi todo. Inclinndose luego sobre suhija, le levant la cabeza, la bes en la frente yabrazndola en una expresin de dolor:

    'Pobre Nelly.... hija de mi alma!'exclam.'Edwin, nuestra situacin es horrible. Acabo de es-tar con el Jefe de Polica de Londres. En este mo-mento funcionan todos los telgrafos, y si tu hijoest vivo, lo encontrar el poder de Inglaterra quelo busca.'

    Edwin no pudo contenerse. Un sollozo convul-sivo le arranc gruesas lgrimas que corrieron abun-dantes por sus mejillas y que slo parecan interrum-pir los rumores de la noche y los estallidos de la lefia.

    A los pocos minutos continu.Si al penetrar en mi casa hubiera encontrado

    juntos el cadver de mi mujer y el de mi hijo, eldolor y la sorpresa habran podido fulminarme conla muerte con la locura; quiz en presencia deuna catstrofe semejante habra podido resignarme,despus de pagar el tributo de la afliccin y delas lgrimas; pero ecibir tales infortunios en do-sis desiguales, mezclarse la negra realidad con elmisterio de la desaparicin de mi hijo y el secretode Nelly, oh! seores! esto era superior lo que yopoda resistir.

    Cuando tuve conciencia de que mis actos no

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    eran los de un loco, y que reapareci la reflexinserena, me encontr ante una multitud de enigmas,que se sintetizaban todos en este:'Qu hago aho-ra?' Con mi suegro.... era intil hablar. Su aflicciny la mia eran hermanas. Se lo pasaba encerrado ensu gabinete, y ni siquiera iba al comedor lashoras de costumbre. Al fin resolv acercarme l,'Qu hago ahora?'le pregunt.'Creo, hijo mi,que, no habindote vuelto loco, debes continuarprocediendo como cuerdo;'dijo'es necesario quevayas visitar al Jefe de Polica y l te dir laconducta que debes observar.'

    Sin decir una palabra ms, me retir para cum-plir su indicacin.

    El Jefe me recibi como recibe un caballero.En sus expresiones de condolencia fue parco, peroprofundo.'Seor',me dijo, cuando le dirig lapregunta'usted se encuentra en una situacinextraordinaria. Como pienso que usted viene pe-dirme consejo, se lo voy dar: Cree usted que susinvestigaciones personales, sin experiencia en lapesquisa, sin la serenidad del deber, porque anle ahoga su mltiple dolor, podrn tener ms xi-to que todo el poder de la Gran Bretaa paraencontrar su hijo?''No seor, jams,!'le con-test.'Est usted dispuesto seguir al pi de laletra mis indicaciones?''S, seor'.'Bien, enton-ces, vayase usted inmediatamente de Inglaterray viaje. Vinculado al cuerpo diplomtico como est,

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    le ser ms fcil que cualquier otro el cambiar depas y de domicilio, hacindomelo saber inmediata-mente. Usted ya sabe para qu. No se olvide desto, pero olvdese de su hijo, y piense que hamuerto; pero pinselo con energa y con toda suvoluntad, porque, si su accin individual, inexperta yafligida, se entrecruza con la de nuestros agentes,puede ocasionar quiz disturbios insuperables yproducir un fracaso, all donde tal vez nos encon-trramos en el camino del xito*.'Seor'le ob-serv'quiere usted concederme veinticuatro horasde meditacin?'*S, seor.''Gracias; no las hepedido sino para comunicarle en cuntos das po-dr dar cumplimiento su consejo; porque hevenido resuelto aceptarlo, cualquiera que lfuese7.'Oh! si es as, puede usted disponer deltiempo que quiera, con tal que cumpla mis indica-ciones'.

    Salud y me retir. Inmediatamente despus dellegar casa, penetr en el gabinete de mi suegro, quien refer lo que acababa de suceder.

    El viejo me escuch con atencin, y, cuandohube terminado, toc un timbre. Vino un criado.'Averige usted inmediatamente cundo sale unvapor para Sud-Amrica'.'Maana, seor.''Estbien; Edwin, arregla tus papeles y tus balijas'.'Pero.... usted queda solo!'.'Eso nada tiene quehacer'. - Dos horas despus, estaba listo.

    Cuando lleg la noche, visit nuevamente mi

  • - 64 -

    suegro. l saba que mis libros estaban en orden yque no haba necesidad de examinarlos,

    Me desped de l y pas mi dormitorio.A media noche me acost.Una inquietud extraa se haba apoderado

    de m.Procur dormir.Imposible.Entonces apagu la luz.Hara media hora que luchaba por conciliar

    el sueo, cuando sent que en un lado de la camahaca fri. Por qu? Volv palpar, y el fro eramayor, v el aire pareca mas denso. Cre que so-aba y me sent. Pero no estaba soando. Palpuna vez ms y la mano encontr un obstculo.

    Presa del terror, quise gritar y no pude. A milado haba un cuerpo humano, fri, helado.... uncadver.

    En vez de levantarme encender luz, confi altacto la solucin de aquel misterio. Tena el cuerpouna larga cabellera suave, y un vestido de seda.

    'Nelly!'rug, ms que grit.Te lo haba prometido, Edwin, por qu hu-

    yen de mi contacto tus manos temblorosas?''Nelly! Nelly mia! en nombre de Dios!....

    si tu alma irritada busca mi alma.... espera....''No, Edwin, mi alma no est irritada; pero

    he llevado un secreto al sepulcro, y te lo dir aloidoP

  • 65

    ~ 'Ahora?''No! en el sepulcro!'En un movimiento involuntario toqu la caja

    de fsforos y prend uno.Nada.Era posible que aquello fuese ilusin?Me levant, encend una lmpara y volv

    acostarme. No s cmo, ni cundo me dorm.Al da siguiente me embarqu, y, los pocos

    dias me encontr en el Brasil, donde he permaneci-do algunos meses, entregado la vida de, los bos-ques, cazando y coleccionando. Ms tarde vine Montevideo, y luego Buenos AyreSj donde me heestablecido; pero ya he visitado las Misiones y elChaco, y espero realizar un viaje las Provinciasdel Norte.

    Este clima me agrada ms que cualquier otro; elcarcter de los habitantes no encuentra rival, y laspersonas realmente educadas no tienen nada queenvidiar la mejor aristocracia europea.

    Mi vida es la de un autmata, suspendida deun solo hilo: la palabra final de la Polica deLondres.

    Soy corts, mi modo, sin esfuerzo, porque,para mi educacin, el esfuerzo real estara en pro*ceder como un guarango, segn dicen ustedes.

    Dos ilusiones solamente me sostienen, comopadre y como ingls: encontrar mi hijo y pensarque, para un ciudadano de cualquier nacin, del

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    mundo, no hay mayor ideal poltico, ni mayor or-gilo, que el de poder depositar toda su conanzaen su gobierno, con razn, con motivo y con cri-terio, como yo lo he hecho.

    Mi posicin social me ha permitido tener ami-gos como Don Miguel, y encontrar personas comoustedes, cuyos actos benvolos y caballerescos hanobligado mi gratitud hasta el punto de confiarlesel secreto de mi vida. Y ya que hemos llegado este terreno, revelar tambin ustedes que abrigouna simpata de reflejo: la seorita Serafina, her-mana del seor, porque, cuando la veo, me pareceencontrar en ella algo de la cara de mi hijo. Algunaspersonas dicen que le hago la corte; pero yo sos-tengo que cualquier hombre que afirme habermeodo decirle una palabra ajena al lenguaje de la bue-na sociedad en rueda, es un mal caballero.

    Abrumados por las revelaciones de Phantomton,nos mantuvimos en silencio.

    Su mirada haba cambiado, y en vez de aque-lla melancola agria de la vspera, nos pareci veren ella una expresin de esperanza, serena y tran-quila.

    Miguel permaneci mudo, y los nicos movi-mientos que haca eran para revolver las brasas encender un cigarrillo.

    Algo le preocupaba.Por nuestra parte dirigimos Edwin un serie de

    preguntas.

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    Cuntas veces ha sentido usted la presenciadel cadver?

    Muchas. Basta para ello que me encuentrecompletamente oscuras

    Y no ser algo esencialmente subjetivo?{Subjetivo! eso es muy vago. Cmo quiere

    usted que yo lo sepa, si nunca lo ha comprobadonadie?

    Quiere usted que lo comprobemos?*SUEst bien: colocaremos su cama en medio de

    este aposento. Usted se acostar ocupando la mitaddel colchn y dejar libre la otra mitad; de este lado,pondremos nuestras sillas; y, cuando su voz lo anun-cie, aproximaremos las manos.

    Miguel se levant y se acerc nosotros. Aceptas? le preguntamos.Porqu n? Con echar una jarra de agua en

    la chimenea y apagar las luces, quedaremos per-fectamente oscuras. A propsito, yo propondraun agregado la comprobacin. Tengo ahi ter-mmetro de mxima y mnima; lo colocaremos enla parte desocupada de la cama y veremos hastadonde llgala objetividad de la fria aparicin.

    Muy bien ideado.Inmediatamente preparamos todo. La cama se

    coloc donde se haba convenido, y as tambinlas sillas, distribuyndonos del modo siguiente: la cabecera, Alfredo para examinar el cabello y la

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    cara; luego yo para las manos y el pulso; enseguidaMiguel para el vestido, y Roberto los pies.

    Convinimos en guardar el ms completo si-lencio.

    Miguel trajo el termmetro, el cual, algunos mi-nutos despus, sealaba la temperatura del comedor,23 grados, y lo coloc en la cama. Una jarra deagua sirvi para extinguir el fuego de la chime-nea; apagamos las lmparas, dejando slo una vela nuestro alcance.

    Si en aquel momento hubiera reinado una tem-peratura de hierro fundente, no habra sido bastan-te para calentarnos las espaldas.

    Edwin se acost, y nosotros ocupamos nuestrosrespectivos asientos. Cada uno estaba provisto deuna caja de fsforos.

    Se apag la vela.

  • VI.

    LA SOMBRA DEL GENERAL.

    Hara diez minutos, un sigloesto no se puededeterminar con precisinque estbamos oscuras,cuando omos el gemido.

    Se oy el ruido de una caja de fsforos quecay al suelo.

    Esperamos. Nelly! Nelly! en nombre de Dios, djame

    en paz!decia Edwin en ingls. Era lo mismo,todos entendamos este idioma.

    Cada uno de nosotros avanz ua mano.Por qu te molesta mi proximidad? Se ha

    convertido acaso en odio tu amor tan profundo?Nelly! si el poder de tu juramento es tan

    grande que no conoces las distancias para encon-trarte mi lado, dme, entonces dnde est nuestro

    Tu hijo? te lo dir al odo/Pero, por favor, querida mia, por qu no

    me lo confias ahora que estoy tu lado y que meaproximo tu cuerpo fro?

    N, jams; slo en el sepulcro.Roberto encendi un fsforo y en seguida la

    vela.

  • 70 ~~

    No haba nada.Edwm estaba plido; pero su s