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El mercado de trabajo para los graduados universitarios recientes Marcelo Gómez EDUNTREF Buenos Aires, 2000 Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

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El mercado de trabajo para los graduados universitarios recientes

Marcelo Gómez

EDUNTREF

Buenos Aires, 2000

Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

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2. LAS ENCRUCIJADAS DE LA EDUCACIÓN Y LA ECONOMÍA

Entre las promesas de la sociedad del conocimiento y el deterioro del mercado de trabajo Los cambios en los procesos económicos y productivos del último cuarto de siglo han revolucionado

dos esferas institucionales centrales en tanto que estructuradoras de las sociedades basadas en el mercado y en la democracia: la del trabajo y la del conocimiento y la educación.

Justamente, la literatura y la investigación sobre el tema privilegian el análisis de los cambios económicos y sus impactos sobre el mercado laboral que dan la piedra de toque para profundizar el tema de los nexos entre la educación superior, la estructura ocupacional y las dinámicas de los mercados laborales de las distintas profesiones.

La sociedad del conocimiento y los cambios en los paradigmas productivos

Uno de los aspectos más preocupantes, tanto para legos como para expertos estudiosos de la

organización social en este fin de siglo, es la relación problemática entre conocimiento y trabajo. Las teorías de la sociedad posindustrial, o sociedad del conocimiento y los servicios en sus distintas versiones (Drucker, Toffler, Touraine, Bell), subrayan la centralidad que tienen la información y la capacidad de generar saber y conocimiento como estructuradores de las relaciones sociales y económicas. La riqueza comienza a reposar en la capacidad de agregar valor “abstracto” a los bienes y servicios, es decir, ideas, diseño, inteligencia. La producción comienza a ser cada vez más aceleradamente un proceso “cerebro-intensivo” en donde la velocidad de adaptación al cambio, e incluso la habilidad para cambiar es un activo rentable codiciado. Dentro de este imaginario, la extinción del trabajo no es más que su sustitución por el conocimiento mismo: finalmente el conocimiento objetivado en organización y máquinas acabará con el homo faber.

En el debate contemporáneo sobre las características de nuestra civilización se mencionan dos propiedades o principios que atraviesan todas las esferas de la acción social: la reflexividad y los sistemas expertos para la gestión del riesgo y la incertidumbre (Giddens, 1995 y también Luhmann, 1992).

Los cambios en el significado del trabajo, tanto en su representación cultural, como en el contenido concreto de las intervenciones humanas sobre el mundo material, muestran en forma acabada su subsunción real a estos principios. La reflexividad de los procesos productivos hacen del conocimiento un insumo, y del resultado un nuevo conocimiento. El monitoreo perpetuo y minucioso de los procesos y eventos producen la principal materia prima de los sistemas expertos: información sobre resultados de las intervenciones. Esto es lo que permite buscar una codificación e institutionalización de repertorios de soluciones que solamente son aplicables si se reconoce un rango de autonomía a los actores (Terssae, 1992: 67 y ss.). Así las cosas, trabajar pasa de ser una intervención directa de transformación de la naturaleza a ser una regulación compleja que vuelva gobernables los sistemas expertos, finalmente los verdaderos “efectores” directos de la transformación de la naturaleza. El hombre renuncia a gobernar la naturaleza para asumir el gobierno de los sistemas expertos.

Mientras el desarrollo posindustrial, posmoderno, de los países centrales los coloca en semejantes horizontes de reflexión, nuestros países en el contexto del mundo global, reciben los ecos de las nuevas formas de organización social de la producción y el trabajo, y son protagonistas de acelerados y muy profundos procesos de innovación, cambia tecnológico, reestructuración de sus sistemas productivos y económicos.

La literatura de la ultima década es elocuente acerca de la importancia de estos procesos de cambio que han silo etiquetados con distintos nombres: nuevos paradigmas técnico-productivos (economistas neoschumpeterianos), postfordismo (regulacionistas franceses), especialización flexible, automatización flexible, etc. En todos los casos se reconoce la combinación y las interrelaciones entre la utilización creciente de nuevas formas tecnológicas aplicadas a la producción y los productos, y nuevas formas de organización y gestión de los procesos de producción-trabajo. De todas las formulaciones sintéticas que describen condensadamente este fenómeno, elegimos: “...combinación de equipamiento flexible de base microelectrónica con una mano de obra polivalente... paso del modelo de gestión extensiva de una fuerza de trabajo semicalificada y disciplinada a un use intensivo de mano de obra calificada, polivalente y cooperativa” (Gitahy y Rabelo, 1992: 111 y ss.).

En todos los casos se reconoce también que estos nuevos modelos productivos impactan sobre los

patrones de utilización de la fuerza de trabajo en una forma muy visible, especialmente en relación al tipo de

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calificaciones, saberes, destrezas, habilidades, información, actitudes, y atributos de personalidad que se vuelcan en el proceso productivo. La importancia del conocimiento no se limita solamente al conocimiento incorporado a la maquinaria o la infraestructura de producción sino que el accionar mismo de los trabajadores, las prácticas en la situación de trabajo tienden a incorporar elementos cognitivos, técnicos, sociales y personales de carácter novedoso. Estas nuevas formas de utilización de la fuerza de trabajo tendrían importantes efectos sobre el mercado de trabajo y especialmente sobre la consideración de los atributos educativos o de las credenciales formales de los trabajadores, de allí la relevancia excluyente que tiene la vinculación entre el sistema educativo y el productivo y entre la educación y el trabajo.

Uno de los procesos que los especialistas remarcan de manera unánime es la modificación en el patrón de acumulación y en el paradigma productivo (Neffa, 1998). Se pasó de un sistema que buscaba la ganancia en una economía de escala de producción masiva, con métodos y organización de la producción basados en la estandarización para vender en mercados protegidos, a un sistema que orienta la ganancia hacia mercados abiertos, segmentados, por naturaleza turbulentos, sin mayor capacidad de predicción de consumo, con métodos y organización productiva basados en la flexibilidad y diversificación de productos y diseños (economía de gama). La ruptura del patrón de acumulación taylorista-fordista que caracterizo el gigantesco crecimiento industrial y el llamado Estado de bienestar en las dos décadas de posguerra, tiene implicancias no solamente políticas y económicas sino sociales y culturales.

El nuevo régimen económico emergente se centra en la capacidad de los agentes económicos de adaptarse de manera flexible al entorno, y no tanto de controlarlo que era el leit motiv del fordismo y el gigantismo industrial. La resolución del problema de los entornos turbulentos y la incertidumbre conjuga dos series de factores: cambios en la base tecnológica de los procesos y equipamientos productivos y cambios en la forma organizativa, el contenido de los procesos de trabajo y las formas de gestión de la fuerza de trabajo misma. La combinación de tecnologías duras (equipamientos con controles informáticos, nuevos materiales, biotecnología, medios de comunicación) con tecnologías blandas (gestión de los recursos humanos, formas flexibles de organizar procesos como sistemas de calidad, mejora continua, células de trabajo, etc.) terminan modificando tanto la estructura como la dinámica y el management de la moderna empresa capitalista. Los nuevos paradigmas productivos implican un desplazamiento desde la problemática del cambio del paradigma (cambios de modelos fijos) al paradigma del cambio. Las empresas dejan de representarse como cuerpos duros frente al entorno para extraer sus fuerzas de la modificación de sus relaciones con el entorno (Cappelli y Rogosvsky, 1994).

El principal rasgo de este nuevo planteo es la centralidad que adquiere el conocimiento, la información y los saberes de los sujetos. La capacidad de respuestas ante los cambios del contexto y ante las situaciones de incertidumbre que atraviesa a las empresas modernas desde la gerencia hasta el último de los operarios. Los procesos de trabajo se complejizan y están empezando a requerir de las personas diversos tipos de habilidades, destrezas, información, conocimientos, y hasta actitudes y rasgos de personalidad.

En este sentido, los estudios señalan la importancia que va adquiriendo la formación básica de tipo profesional y científica, toda vez que las nuevas formas de utilización de la fuerza de trabajo tiende a valorizar más las competencias genéricas y transversales a muchos procesos de trabajo y, por lo tanto, tienden también a valorizar más la capacidad potencial de aprendizajes diversos que los saberes específicos efectivos (Callan, 1995, Testa, 1996, Gitahy, 1992, Riquelme, 1992 y Terssac, 1995).

Los procesos de multiprofesionalidad e interprofesionalidad, en donde los profesionales abordan áreas de aplicación de manera integrada para la solución o formulación de proyectos, así como la inclusión de profesionales en tareas operativas, significan importantes transformaciones en términos de contenidos de tareas, relación con otras áreas disciplinares, valoración de los aportes del personal operativo, conocimiento práctico de los procesos de trabajo concretos, etc.

Cambios en los procesos de acumulación

Hoy día ya algunos analistas están invirtiendo el tradicional esquema de las calificaciones que

habilitaban el ejercicio de tareas en un puesto de trabajo. En el modelo fordista tradicional, las calificaciones se deducían de las operaciones necesarias para la consecución de un objetivo productivo. Hoy muchos piensan que los objetivos mismos pueden muy bien estar conectados con las capacidades de las personas. El aprovechamiento integral del recurso humano y su potencial aparece como uno de los activos de la empresa y como su principal eje para desarrollar ventajas competitivas sistémicas.

Estos fenómenos en ciernes modifican completamente las relaciones entre los sistemas e instituciones formativas para la fuerza de trabajo y el sistema económico y productivo. La educación basada en la acopiacion de capital cognitivo, información o destrezas específicas tiende a perder adaptabilidad frente

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a los contextos cambiantes. La noción de competencia (Mertens, 1996) que tiende a reemplazar a la de calificación supone un proceso formativo bastante diferente. Los sujetos deben aprender no solamente a movilizar los conocimientos e información acumulada sino a producirla y analizarla de acuerdo a situaciones cambiantes. Se enfatizan nuevas habilidades y capacidades “transversales” que pueden facilitar el aprendizaje en el trabajo. Se tiende a valorar las capacidades dinámicas sobre las estáticas, es decir, aquellas capacidades genéricas que permiten generar aprendizajes específicos. Las capacidades dinámicas permiten el aprendizaje permanente y la variación de las competencias disponibles para mejorar la respuesta ante contextos nuevos.

Según estos planteos novedosos desarrollados en los países centrales y muy difundidos en nuestros países, los procesos de reestructuración y la vigencia de nuevos paradigmas empresariales generan un cambio en el patrón de la demanda de calificaciones.

Sin pretender agotar el tema mencionaremos: • el aumento de la densidad de capital y tecnología, aumenta los niveles de calificaciones y saberes

requeridos; las empresas demandan un mayor background de conocimientos básicos y solicitan mayor cantidad de anos de escolaridad;

• los comandos digitalizados de la maquinaria y los criterios de procesos flexibles obligan a mayores niveles de responsabilidad sobre las decisiones productivas que requieren crecientes capacidades cognitivas y de abstracción así como la velocidad en el procesamiento e interpretación de información, capacidad de plantear problemas y ofrecer alternativas fundadas de solución, mayor conocimiento de principios de funcionamiento del equipamiento y del sistema productivo de la empresa, etc;

• una mayor dosis de involucramiento del personal con las alternativas o los eventos ocurridos en la jornada laboral;

• la desaparición de instancias de supervisión y la reducción del personal administrativo les agrega funciones de control y registro aun al personal operativo;

• la complejidad de los sistemas integrados de flujos de fabricación obliga a una eficaz comunicación con otras secciones o estaciones de trabajo e inclusive a una capacidad de trabajar en equipo y tomar decisiones colectivas.

El nivel de identificación con la empresa que requeriría este tipo de respuesta productiva de la fuerza

de trabajo es sensiblemente más alto que en el modelo productivo anterior. De igual modo, los requerimientos de formación o instrucción formal se presumen muy superiores, ya que la formación básica y el dominio de competencias genéricas y transversales a muchos procesos de trabajo es el punto de partida inevitable para que se opere la flexibilidad productiva y el proceso de aprendizaje permanente en contextos cambiantes. Los altos niveles o rendimientos en la educación formal son percibidos por las empresas como señales de capacidad de asimilación y potencial de aprendizaje del personal. Se deja de hablar de calificaciones, puesto que se teme que la vieja defensa de las condiciones de trabajo en los Convenios Colectivos de Trabajo con sus categorías estrictamente definidas sobre la base de funciones y tareas conspire contra la flexibilidad y polivalencia de los trabajadores. Ahora se habla de “competencias”, como el potencial completo de talentos y habilidades individuales que time que ser captado, registrado, aprovechado y promovido por la empresa.

Sin embargo, no todo es armonía y plena valorización de las calificaciones y del capital cognitivo de la fuerza de trabajo en los nuevos modelos de organización de la producción. Diversas investigaciones han puesto de manifiesto el carácter contradictorio de los procesos:

• Muchos puestos de trabajo basados en el oficio o la pericia alcanzada por la experiencia

desaparecen directamente, absorbiendo el equipamiento las funciones del operario. • La introducción de maquinas programables con comandos digitalizados tuvo en muchos casos un

efecto de polarización de calificaciones (Aspiazu et al., 1988 y Gentili, 1992). En algunos casos, los operarios, capacitación mediante, se integran al proceso de programación, pero en muchos otros, sus puestos se redefines de manera empobrecedora reduciéndose a aumentar, preparar la maquina y estar atento a posibles inconvenientes (Casalet, 1988 y Lerch y Sercovich, 1989).

En algunos sectores la automatización en sus fases iniciales de implantación requiere mayores capacidades de la fuerza de trabajo, pero una vez instalada tiende a sustituir mano de obra calificada (Testa, 1987).

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La redefinición de perfiles profesionales y de competencias esperadas en los egresados de la educación superior tiene una importancia estratégica, toda vez que son los agentes intervinientes en los procesos de diseño tanto de procesos como de productos y servicios. Se puede decir que los futuros profesionales son los futuros “arquitectos” del paradigma del cambio. Son ellos los que justamente detentaran las posiciones superiores de dirección y elaboración de estas nuevas formas del trabajo. Las reformas de los sistemas educativos no se plantean simplemente como cambios de organización, currícula o contenidos de programas, sino como cambios en las practicas educativas; cambios en las formas de generar situaciones de aprendizaje efectivas, cambios en las formas de articular el proceso formativo con la empresa y la formación en el trabajo, desafío que afrontan las instituciones universitarias.

Las relaciones entre educación y economía constituyen un terreno muy transitado y sujeto casi a un credo de sentido común, basado en el lema “invirtamos en educación” como llave para el desarrollo y como política para combatir el desempleo y la pobreza.

Para los enfoques más ortodoxos las relaciones son bastante lineales: los mercados premian los comportamientos que maximizan beneficios y minimizan costos (racionalidad económica). Una forma de incrementar las aptitudes que generen comportamiento racional y eficiencia productiva es dotar a la población activa de mayores niveles educativos y calificaciones laborales. Estas ideas en general constituyen el sentido común vigente en la actual moderna sociedad pos-industrial. Se suele aceptar sin cuestionamiento ni matices que los nuevos paradigmas de organización económica tienen por factor dinámico (es decir, aquel factor que explica gran parte del crecimiento) a lo que denomina el capital humano (Becker, 1983).

Las teorías económicas del capital humano, basadas en los supuestos neoclásicos del diferencial de la productividad marginal del trabajo calificado sobre el no calificado, comenzaron a reparar en el hecho de que la elevación de los niveles educativos de la población se relacionaba con el aumento de la productividad de la mano de obra y con el aumento de las remuneraciones. El cálculo de la tasa de retorno o rendimiento de la inversión en educación es uno de los tópicos preferidos dentro de este encuadre teórico (Etchart, 1994 y Hamermesh y Rees, 1984: cap.3). También se empezó a estudiar la relación de sustitución negativa que mantiene la inversión en capital y tecnología con el trabajo no calificado y que, en cambio, la introducción de la innovación tecnológica aumenta la demanda de calificaciones y formación.

Por otra parte, se ha difundido extensamente la Ramada tesis de la “empleabilidad”, según la cual, la manera de reducir los niveles de desempleo consiste en buscar aumentar las “competencias” de in fuerza de trabajo a los efectos de elevar la probabilidad de obtener un nuevo empleo. Demás esta decir, que este planteo se basa en la hipótesis del desempleo como fenómeno de anacronismo u obsolescencia de las capacidades laborales de los individuos, que son superados por el desarrollo tecnológico y la aceleración de la innovación. Asimismo, no hace falta aclarar que la solución de mejorar la dotación de competencias laborales de la fuerza laboral con problemas de empleo lo único que hace es mejorar la probabilidad individual de un desocupado de encontrar empleo. Sin embargo, ese aumento de la probabilidad, seguramente se realiza en perjuicio de la reducción de las probabilidades individuales de conseguir empleo de otro desocupado o, inclusive, de seguir empleado de otro ocupado. Todavía la vieja proposición de la economía clásica respecto de que la demanda laboral es una función atada a la demanda global de la economía no ha podido ser refutada. (Hamermesh, 1993: 405).

Según esto, los problemas estructurales del empleo estarán siempre vinculados a la marcha de la demanda global en general y del consumo en particular. Inclusive, podría pensarse que el incremento de las calificaciones de la mano de obra a un nivel fijo de demanda, aumentaría la productividad física del mismo y generaría desempleo, porque se necesitaría una cantidad menor de uso de mano de obra para satisfacer un mismo nivel de demanda.

El caso de los NICs (New Industrial Countries) es ilustrativo al respecto. Sin lugar a dudas han invertido mucho en educación y les ha dado excelentes frutos, a tal punto que son presentados como caso ejemplar. Sin embargo, lo que allí ocurre es que el aumento de las calificaciones, de la intensificación tecnológica del proceso de trabajo, se ve decisivamente impulsado y realimentado por el notable crecimiento de la demanda externa de sus productos durables. El aumento de las calificaciones de la fuerza de trabajo domestica no sustituye empleos dentro de las economías porque los sustituye fuera, a través del comercio internacional. Es poco conocido el hecho de que los NICs en líneas generales hicieron un proceso de sustitución de importaciones de electrodomésticos bajo condiciones de protección y que se orientaron a la exportación apenas dominaron las tecnologías de producto y proceso para ese tipo de bienes. El esquema fue importar libremente maquinaria, equipo e insumos, pero proteger fuertemente el mercado interna. El modelo de los “tigres asiáticos” ha sido caracterizado por los especialistas como “tecnología eficiente aplicada a productos de cada vez mayor requerimiento de calificación” y “tecnología eficaz en la incorporación secuencial de producciones competitivas cada vez más complejas”. (Soiffer, 1998) En este modelo el

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crecimiento del empleo y el mejoramiento del perfil de calificación de los puestos de trabajo generados sincronizado con un incremento de los niveles educativos de la población va de la mano de un desarrollo que incrementa la complejidad tecnológica de productos y procesos en el marco de un aumento sostenido de la demanda interna protegida y luego de la demanda externa en condiciones competitivas.

Los cambios en la economía argentina y la reestructuración del mercado de trabajo

Existe, tanto en la opinión pública como en el ámbito académico, la firme constatación de que la

última década ha significado para la economía y la sociedad argentinas una transformación estructural de vastos alcances y de consecuencias irreversibles. Las reformas promercado, el proceso de privatizaciones, desregulación, y las políticas de equilibrio fiscal y monetario combinadas con una fuerte apertura comercial externa, terminaron con una configuración histórica del capitalismo argentino, protegido comercialmente, asistido por transferencias de ingresos operadas por el Estado, estimulado desde la demanda interna por un estado benefactor y por políticas mercadointernistas que alentaban la sustitución de importaciones. Sin embargo, estos esquemas ya estaban agotados desde hacia muchos años. La posibilidad de asistir al capital productivo estaba agotada a través de la apropiación de la otrora rebosante renta agraria, las inestabilidades monetarias y cambiarias generadas por la lucha por la distribución del ingreso conspiraban contra la formación de expectativas favorables a la inversión productiva, y el predominio del sector financiero hicieron imposible la continuidad de aquellos esquemas directrices que hicieron de la argentina un país de semiindustrialización tardía y de fuerte desarrollo de un mercado interno que acompañaba una sociedad fuertemente urbanizada con altos niveles educativos, y de bienestar superior al resto de los países de la región.

El agotamiento del esquema anterior, patentizado por el fenómeno hiperinflacionario que hacia ingobernable la economía, derivó en una sucesión de patologías económicas que terminaron amenazando la integración social y licuando las capacidades de gestión y control estatal sobre la economía. Primero fue a través de una fuga gigantesca de capitales que con intermitencias abarcó casi toda la década del '70 y los '80 originando un grave proceso de descapitalización y endeudamiento simultáneos en un contexto de estancamiento. Finalmente, de la mano del Consenso de Washington, la apertura y desregulación de los mercados aparecieron como la forma de volver “gobernable” la economía. Los problemas de la gobernabilidad política (amenaza militar, débil institucionalización del sistema político, etc.) cedieron su paso a los problemas de la gobernabilidad de la economía. Las soluciones propuestas se basan en un concepto sencillo: la volorización del capital y del trabajo argentinos pasa a ser fijada, no por el proceso de acumulación local (basado en protecciones, rentas y transferencias), sino por el proceso de acumulación mundial. La Ley de Convertibilidad de 1991 más la apertura comercial de la economía implican la completa exposición de los agentes económicos que operen en territorio local a los parámetros vigentes en el mundo y especialmente en las economías del área del dólar.

Los conceptos de competitividad y productividad fueron el corolario necesario: las ecuaciones de rentabilidad de las empresas debieron racionalizarse contemplando costos y rendimientos bajo parámetros internacionales para no ser desplazadas por la oferta importada o para sostener y ganar mercados en el exterior.

El cambio de las reglas del juego y del patrón de acumulación (Neffa, 1998: 382) es acompañado por un fluido apoyo financiero externo. La renegociación de la deuda y las alias tasas de interés internas con tipo de cambio fijo desatan una corriente muy importante de flujo de capitales e inversión extranjera, en un contexto internacional donde las tasas de interés de los países centrales empezaban a bajar. La Argentina queda identificada como “mercado emergente” y se convierte en uno de los destinos beneficiarios del excedente de liquidez financiera de las plazas de los países centrales, especialmente de los inversores institucionales de los EE.UU.

La combinación de cambio estructural con financiamiento externo desato un proceso de reconversión interna en un marco de crecimiento y expansión, tal como lo demuestran elocuentemente las tasas de aumento del PBI, la producción industrial, las exportaciones, y la inversión (Porta, 1996). La importación de bienes de consumo, especialmente los durables, impusieron nuevas normas de calidad, variedad, y precio. La apertura fue un ordenador de la reconversión de la economía y no solamente un instrumento de control inflacionario. La abundancia de financiamiento, la apertura comercial externa y el tipo de cambio fijo abarataron enormemente la importación de bienes de capital, bienes intermedios e insumos, piezas y repuestos. Habida cuenta del rezago tecnológico del aparato productivo argentino derivado de décadas de proteccionismo y descapitalización, todos estos factores culminaron en una fuerte propensión a la modernización de las empresas sobre la base de la sustitución o mejora del equipamiento, la incorporación de

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tecnología, la modificación de procesos, la necesidad de adecuar productos a los parámetros internacionales en calidad y diversificación, la innovación en nuevas formas de gestión y organización productiva (tecnologías blandas: JIT, calidad total, mejora continua, células, MRP, etc.), los cambios en el mix national/ importado de los componentes, insumos o materias primas de los productos y, en muchos casos, inclusive, la sustitución completa de líneas de producción y su reemplazo por oferta importada de productos terminados introducidos y comercializados por la misma empresa.

Las estadísticas macroeconómicas y la amplia literatura disponible nos eximen de comentarios respecto de la importancia de los cambios introducidos en la organización empresaria y en la estructura económica de nuestro país. Solamente me gustaría agregar algunos datos significativos.

• La Argentina importó a partir de 1991 cantidades crecientes de maquinarias y equipamiento. Las

empresas se aprovisionaron y renovaron su stock de capital de manera acelerada y a bajos costos (arancel 0, cambio fijo sobrevaluado y abundante financiamiento). La importación en el rubro bienes de capital saltó de 637 millones de dólares en 1990 (Datos de Estadística Mensual del INDEC, Enero de 1993) a 4746 millones en 1995, y a 8433 millones en 1998 (Datos de INDEC Informa, Octubre 1996 y Febrero de 1999). Este incremento acelerado ni siquiera amenguo con la crisis del Tequila.

• Una encuesta realizada por el INDEC (Encuesta sobre la conducta tecnológica de las empresas industriales argentinas, INDEC, 1998.) sobre una muestra representativa de 1639 empresas industriales, indica que entre 1992 y 1996 se registro un fuerte proceso de mejora tecnológica basada en la inversión en incorporación de equipamiento de producción con aumentos del 70%. La importación de bienes de capital se duplico (100% de aumento), la importación de insumos creció un 54 % y de bienes finales un 74%. Los bienes de capital importados que incorporan nuevas tecnologías aumentaron un 102% y pasaron a representar casi el 15% de la inversión total de las empresas. La expansión y el cambio de perfil productivo se revela en que en el mismo periodo las ventas totales aumentaron un 35% y las exportaciones lo hicieron un 88%. Asimismo, el gasto total en actividades de innovación (investigación, desarrollo de productos y procesos, ingeniería de proyectos, etc.) aumento un 47%.

• La aplicación de diversas técnicas de organización fue mucho menos utilizada por las empresas que la introducción de equipamiento: en 1996 apenas el 25% aplicaba el muy difundido control estadístico de procesos (CEP), el 17% sistemas de calidad total, el 8% el MRP, y el 7% el archiconocido JIT. Entre estos tres tipos de innovación en la gestión apenas se invirtieron 108 millones cuando la inversión en bienes de capital para esas mismas empresas había llegado a los 4175 millones y solamente en informatización y automatización se invirtieron 114 millones. Puede decirse que la modernización del aparato productivo se basó fundamentalmente en la incorporación de tecnología y en la renovación del equipamiento aprovechando ventajas coyunturales de reducción del costo del capital fijo. Indudablemente desde el punto de vista de la gestión de la fuerza de trabajo la estrategia más utilizada fue la racionalización: el precio relativo de la mano de obra se encareció en relación al costo del capital y esto derivo en una muy cruda estrategia de sustitución de mano de obra por capital. Según cálculos realizados los costos del capital disminuyeron un 22% respecto de los costos salariales entre 1991 y 1994.

• En el mismo sentido, aparecen los datos de inversión en actividades de innovación: las empresas encuestadas apenas invirtieron 43,7 millones en desarrollo de productos y 17 millones en ingeniería de productos. Indudablemente las empresas han preferido “comprar” innovación antes que ser innovadoras, y sigue habiendo un terrible bache en el desarrollo propio de tecnologías de productos y procesos.

• Según esta misma fuente, entre 1992 .y 1996 los incrementos de productividad monetaria (ventas por empleado) fueron de un 37% y los de productividad física (unidades de producción por empleado) fueron de un 33%.

En síntesis, tenemos un proceso de reconversión centrado en la sustitución de mano de obra por

capital con un modesto dinamismo en términos de innovación que responde a un patrón de especialización de la economía basada en el aprovechamiento de recursos naturales y elaboración de manufacturas con bajo

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nivel de complejidad y valor agregado local.1 Aspectos tales come la terciarización del producto, el deterioro de la estructura de precios relativos internos en perjuicio de los productores de bienes transables, y una estrategia de inserción en mercados internacionales muy basada en la competitividad-precio de bienes alto grade de difusión y estandarización, introduce una seria llamada de atención acerca de las características de la estructura económica emergente de este modelo. En este marco se opera una verdadera reestructuración del mercado de trabajo en su conjunto.

Los procesos de reestructuración y desregulación de los mercados de trabajo derivados de las reformas económicas neoliberalizadoras y de los cambios en la base tecnológica y la gestión productiva, han sido por demás estudiados por la literatura tanto local como internacionalmente.

En Argentina, ya en los '80 se empezaban a mostrar tímidamente algunos procesos de cambio en la dinámica del mercado de trabajo especialmente a partir de las problemáticas de la precarización y la informalidad, la terciarización y el cuentapropismo. Pero recién con el Plan de Convertibilidad y el profundo proceso de reestructuración económica global, se manifiestan de manera evidente.

Aunque el efecto inicial de expansión de la demanda y el consumo interno en 1991 y 1992 contribuyo a encubrir los procesos de modificación de los mecanismos del mercado laboral que se gestaban de forma subterránea, a partir de 1993, cuando en 6 meses la Casa de desempleo salta del 7 al 9,9%, se produce la irrupción del problema del desempleo en la opinión publica aunque no tanto en el debate económico.

Con las severas perturbaciones que la crisis mexicana introdujo en la marcha del plan económico y la tendencia a la caída en el nivel de actividad económica por severa restricción en el financiamiento global de la economía a partir del encarecimiento del crédito internacional y la reversión del movimiento de los flujos de capitales externos, la situación recesiva derive en forma explosiva en un incremento espectacular de la tasa de desempleo abierto. El aumento de la tasa de desocupación del 10,7% en mayo de 1994 a 18,4% en mayo del ano siguiente no tiene correlatos conocidos en los procesos agudos de aumento de la desocupación que sufrieron o sufren otros países. España, tuvo variaciones de la tasa de desocupación que no llegaron a pasar el 30% anual.

Este fenómeno, con su impacto sobre la opinión publica, llevó la discusión política y económica sobre el desempleo a la categoría de preocupación prioritaria.

Sin embargo, in velocidad y la magnitud de los cambios que reflejan las cifras han sorprendido y en gran medida desorientado no solamente a los decisores políticos sino inclusive a los propios especialistas. Los estudios sobre la desocupación y el mercado de trabajo (Monza, 1995, Beccaria y López, 1996 y especialmente Cortes, 1996, Monza, 1998 y Marshall, 1997) se han orientado a explicar el fenómeno a través de factores tales como:

• las racionalizaciones derivadas de las reformas administrativas en el Estado nacional y de las

privatizaciones de empresas publicas; • las rigideces de legislaciones laborales protectivas y ritmos muy lentos de negociaciones

convencionales en relación a los cambios en el contexto económico; • el abaratamiento de la importación de las maquinarias, equipos y bienes intermedios o insumos

que, come consecuencia de la apertura arancelaria y de la estabilidad del tipo de cambio, incentivan la sustitución de mane de obra por capital aumentando la productividad laboral;

• la tendencia de largo plazo de aumento de la tasa de actividad de las mujeres; • las tendencias demográficas que presionan al aumento de la población activa sobre todo en los

aglomerados urbanos del interior del país; • la flexibilización de hecho progresiva de las relaciones laborales que tienden a aumentar la

velocidad de rotación de la mano de obra dentro del mercado y la velocidad de entrada y salida del mismo;

• la disminución de los ingresos reales de los jefes de hogar o la perdida de los puestos de trabajo de los mismos que obligan a otros componentes de la unidad familiar a convertirse en ofertantes de trabajo presionando hacia arriba la tasa de actividad;

• la propensión empresaria a abusar del use de horas extras para no asumir riesgos de aumento de costos laborales indirectos.

1 Baste señalar que el segundo rubro en importancia de exportaciones manufactureras de origen agropecuario es el de “residuos y desperdicios de la industria de la alimentación”, que alcanzo en 1998 los 2000 millones y que constituye la materia prima principal para la fabricación de alimento para mascotas.

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Todos estos elementos han sido certeramente mercados come condicionantes globales que señalan las causal mayores de los desequilibrios en el mercado de trabajo cuya tasa de desocupación es suficientemente elocuente al respecto.

Las cifras de desempleo y todos los parámetros para medir el comportamiento del mercado de trabajo indican que estamos frente a una realidad distinta en términos de patrones de estructuración de la fuerza de trabajo.

La lógica de la asignación del factor trabajo bajo la vigencia del plan de convertibilidad (Martínez, 1995) es la que enmarca el conjunto de estos fenómenos.

Lo primero que hay que entender es que dentro del régimen de conversión monetaria garantizada y apertura de la economía, la variable de ajuste para el sostenimiento de los equilibrios macroeconómicos fundamentales (tasa de rentabilidad del capital y estabilidad monetaria, financiera y fiscal) es el nivel de empleo y no el precio de la fuerza de trabajo.

El esquema de la convertibilidad rompe con un patrón histórico de ajuste del mercado de trabajo:2 a partir de 1991 la variable de ajuste que permite restaurar la estabilidad monetaria, cambiaria y de precios no es el salario sino el nivel de empleo.3 La raíz de este proceso debe interpretarse, desde un punto de vista económico, como una alteración cualitativa que introduce la convertibilidad en la llamada función de la oferta en la economía argentina. El factor trabajo cambia de postillón y de articulación respecto de los restantes factores productivos.4

Sintéticamente, la combinación de apertura comercial, tipo de cambio fijo, cambio en la estructura de precios relativos y estabilidad monetaria, impusieron un nuevo punto de equilibrio en el nivel de utilización del factor trabajo. Desde el punto de vista clásico se diría que el componente trabajo domestico de la función de la oferta global de la economía disminuyo porque la conjunción del tipo de cambio fijo con la apertura arancelaria externa y la disponibilidad de financiamiento tuvieron como consecuencia un profundo proceso de reequipamiento y tecnologización sobre todo en las grandes empresas. La incorporación de bienes de capital, sustitutiva de mano de obra, y la perdida de integración nacional de la producción por incorporación de partes e insumos importados, significó una clara merma de la cantidad de trabajo domestico por unidad de producto y un claro estimulo a agregar unidades de capital (corno inversión en equipos o como materias primas, insumos y partes) antes que unidades de trabajo. La utilidad marginal de agregar unidades adicionales del capital comenzó a superar holgadamente la utilidad esperada del use de unidades adicionales del factor trabajo.

Los factores que, en el median y largo plazo, coadyuvarian a mantener deprimido el componente trabajo de la función de la oferta:

• una estructura de precios relativos que estimulaba las actividades de servicios con menor valor

agregado y con menores efectos multiplicadores sobre el nivel de actividad, • un tipo de función de oferta de exportaciones muy ceñida a los recursos naturales, sean

directamente materias primas o insumos, o manufacturas de origen agropecuario que tienen menores niveles de valor agregado por el trabajo local,

• un incremento espectacular de las importaciones de bienes de capital aprovechando tanto los bajos aranceles como el rezago cambiario y la abundancia de financiamiento tanto en el mercado internacional como en el local,

• un encarecimiento del precio relativo del trabajo en relación con el costo del capital fijo que genera una propensión a la sustitución de mano de obra por capital. Según algunas estimaciones el costo laboral total relativo del trabajo se encareció un 22% entre 1991 y 1994. Este factor intento ser contrarrestado luego por la política de reducción de aportes patronales a la seguridad social y de costos indirectos del trabajo (indeminazaciones por despido, costos de incorporación,

2 Los mecanismos de ajuste de la economía argentina y las problemáticas derivadas de las crisis cambiarias e inflacionarias están magistralmente tratadas en Diamand (1979). 3 Infortunadamente el INDEC dejó de publicar las series de salarios medios desde enero de 1991. Las fuentes privadas más reconocidas son las encuestas de remuneraciones que realizan la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), y también la consultora Broda y Asociados cuyos resultados se publican mensualmente en Carta Económica. En ellos la baja del promedio de salarios reales oscila entre el 10 y el 15% desde 1991. 4 Lo que sigue puede ser interpretado también como una simple aplicación de las “condiciones marshallianas” sobre la elasticidad de la demanda de trabajo. Ver Marshall y otros: “Economía Laboral”, Ministerio de Trabajo de España, 1984, pag. 378. Especialmente significativos para la situación de la argentina son factores tales como la elasticidad de la oferta de otros factores de producción, la facilidad con que se puede sustituir el factor trabajo por otros factores, y la proporción del costo de producción correspondiente al trabajo.

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etc.) a través de la flexibilización de las relaciones laborales y del contrato de trabajo. Igual efecto tienen las generalizadas reducciones de beneficios y cambios en las condiciones de trabajo a través de las modificaciones de los convenios colectivos de trabajo (Ver Rúfolo, 1998).

El movimiento conjunto de abaratamiento del costo del equipamiento producto de la apertura

arancelaria y el tipo de cambio fijo, y el encarecimiento de los costos laborales producto del retraso del tipo de cambio frente a los precios internos y los salarios, genera una presión estructural hacia el ajuste del nivel de empleo de la economía.

Los procesos de reestructuración también tienen vastas consecuencias a nivel de los patrones de utilización de la fuerza de trabajo y no solamente como ajuste de cantidades y precios. De esta forma la reconversión no implica solamente cambios en los niveles de incorporación y expulsión de fuerza de trabajo, sino también modificaciones en la composición sociodemográfica y perfiles de los puestos de trabajo. Los procesos de feminización por aumento de la tasa de participación de la mujer, incentivada también por la mayor generación de empleo en los sectores de servicios y comercio, junto con las tendencias al rejuvenecimiento de la fuerza de trabajo vinculado a las políticas de incorporación de personal que se orientan a bajar la edad promedio de la dotación de personal y apuntar a una fuerza laboral “implicada” en los objetivos de la empresa, alienta a incorporar jóvenes con mayores niveles educativos formales y con competencias básicas vinculadas a las nuevas tecnologías, al mismo tiempo que se desprenden del personal de mas edad (Gómez y Contartese, 1996).

Tenemos aquí una variante del denominado “efecto fila” desarrollado por Thurow y Lucas en 1972 y vulgarizado hasta boy. Simplificado al extremo significa que las mayores credenciales educativas permiten aumentar las oportunidades de empleo e ingresos en perjuicio de las oportunidades de los que tienen menores niveles educativos. Así, los niveles educativos superiores permiten mejorar el puesto en la “fila” de los oferentes de trabajo (Filmus y Miranda, 1999: 127). También en Jacinto (1996) aparecen certeras observaciones a propósito de los jóvenes de bajos niveles educativos acerca de como las situaciones de recesión en el mercado laboral aumentan el poder discriminador de las credenciales educativas, desplazando a jóvenes de sectores populares con menores niveles educativos de puestos de trabajo de menor calificación que eran los que desempeñaban tradicionalmente. Por otra parte, habría que mencionar el efecto “puerta giratoria” por el cual se produce simultáneamente a las empresas un ingreso de personal más joven de altos niveles educativos en condiciones de precariedad, flexibilidad y bajos salarios y un egreso del personal antiguo de mayor edad y en condiciones de estabilidad laboral.

Por supuesto, no solamente el sexo, la edad y las políticas de incorporación de personal de las empresas intervienen en este proceso de reestructuración del mercado laboral. El comportamiento del mercado de trabajo en relación a los niveles de calificación y de educación formal también muestra fenómenos muy significativos.

Podría pensarse que la combinación de crecimiento económico y modernización de la estructura productiva y de servicios con el sostenido incremento de los niveles educativos de la población, iban a derivar en un proceso de retroalimentación positiva o sinergia y en una elevación de la estructura ocupacional hacia un perfil más a la altura de los parámetros del avance tecnológico.

Sin embargo, en nuestro país, el proceso de reestructuración y modernización económica de la última década y las necesidades de orientar el sistema productivo hacia parámetros de competitividad y productividad no ha derivado en una reformulación del papel de los recursos humanos. Se sigue enfatizando los problemas de costos como desventajas estáticas en vez de explorar y aprovechar el reservorio de ventajas dinámicas en materia de competencias disponibles de la fuerza de trabajo. Así, los fenómenos de sobreeducación y subcalificación siguen siendo muy acentuados, y la subutilización de mano de obra, expresada en tasas elevadísimas de desocupación, son motivos suficientes para que tanto la problemática del empleo como la de la modernización educativa sean desde hace ya varios años los ejes centrales de la agenda política publica. Sobreeducación y subutilización de cualificaciones

La principal información empírica disponible muestra muy claramente que en nuestro país, el

proceso de transformación estructural y modernización productiva caracterizado mas arriba, no alcanzó ni tiene correlatos cuantitativos visibles en el mercado de trabajo, especialmente en la demanda de calificaciones y niveles educativos de la mano de obra. Por el contrario se han generado una serie de fenómenos ciertamente distorsivos o “patológicos” que hacen temer por la acumulación de desequilibrios en el mercado de trabajo, que corre el riesgo de convertirse en el verdadero pato de la boda del esquema

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económico vigente. La demanda de calificaciones y su relación con los niveles de educación formal muestra una “pobreza” de la respuesta de nuestro mercado de trabajo ante la abundancia de oferta de calificaciones y formación. Vamos a revisar algunos datos extraídos de la Encuesta Permanente de Hogares correspondientes al conglomerado urbano del Gran Buenos Aires5, para las mediciones realizadas en los meses de octubre de los años 1990, 1994 y 19976 que permiten tener información empírica que va a contramano de algunos ideas o preconceptos circulantes.7

Del análisis de algunos datos básicos del funcionamiento del mercado de trabajo durante la última década, surge una tendencia al dislocamiento entre las capacidades de la población y las demandas de la estructura económica emergente. Ha habido una importante incorporación de tecnología y de capital a los procesos de producción y de servicios. Ha habido un incremento de los niveles de escolarización y de los niveles de alfabetización e instrucción de la población, y sin embargo, la tasa de desempleo pasó del 6% en 1990 al 18% en 1995, y ahora esta próxima al 14%. La población argentina ha seguido sosteniendo un proceso de elevación de sus niveles de educación formal. Observando la evolución del perfil educativo de la población activa, tenemos que si en 1986 solo el 9,5% de la PEA del Gran Buenos Aires había completado el nivel terciario, en 1991 dicha proporción había subido al 11% y en 1997, era del 13,2%. La misma tendencia claramente ascendente se daba para los niveles de terciario incomplete y secundario completo. En cambio los niveles inferiores de educación cayeron en cuanto a proporción de la población total: el primario incompleto pasó del 15,8% en 1986 al 9% en 1997. Aun el primario completo cayo del 31,4% al 27,5%. El siguiente Cuadro 1 específica más estos datos al desglosar los porcentajes según la condición de actividad de la población. Cuadro 1. Evolución de la composición porcentual de ocupados y desocupados según nivel de instrucción -GBA Onda octubre de 1990, 1994 y 1997

Octubre 90 Octubre 94 Octubre 97 Nivel de instrucción

Ocupados% Desocupados% Ocupados% Desocupados% Ocupados% Desocupados%

Sin instrucción 1,5 1,2 0,7 0,6 0,6 0,3 Primaria incompleta

9,5 13,4 8,0 9,2 8,0 10,9

Primaria completa

32,3 35,1 30,2 32,7 26,8 31,9

Secundada incompleta

18,3 23,5 19,3 26,4 19,7 21,9

Secundaria completa

16,8 16,7 19,1 18,6 18,1 17,0

Superior incompleta

9,2 8,1 10,0 9,4 12,4 12,6

Superior completa

11,8 2,0 12,8 3,1 14,5 5,4

Nota: se excluyen los casos sin especificar o sin datos.

5 Es la principal concentración urbana del país que abarca 14 millones de habitantes de la zona metropolitana con una población trabajadora de 6,3 millones. La EPH constituye un relevamiento representativo de esta población. 6 La elección de los años tiene un pleno sentido metodológico. Se toma el afro 1990 como punto de referencia ya que constituye un piso de situación de inflación y recesión inmediatamente previo a la entrada en vigencia del Plan de Convertibilidad y las políticas de reestructuración. El afro 1994 previo a la crisis del Tequila es considerado como la cúspide de la fase expansiva y el año 1997 constituye afro de crecimiento record del PBI, cercano al 10% culminando la plena recuperación después de la crisis recesiva postequila. En este sentido, los años 94 y 97 pueden considerarse de plena estabilidad expansiva del modelo, haciéndolas aptas para verificar las hipótesis referidas a los alcances de la modernización del mercado de calificaciones y niveles de formación de la mano de obra. En algunos casos, por no disponibilidad de la fuente, se utilizan los relevamientos de mayo/91 (justo el arranque del Plan de Convertibilidad) y octubre/96, de recuperación del crecimiento postequila. 7 Estos análisis y el procesamiento de la información de la EPH se realizaron en el marco del proyecto PIP¬CONICET “Evolución de la demanda laboral durante el Plan de Convertibilidad en el GBA” dirigido por E. Villanueva y con sede en el Centro de Estudios e Investigaciones de la Universidad de Quilmes.

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Como vemos, para los ocupados existe un incremento notable de los niveles educativos. Inclusive la

mayor tasa de aumento es para el nivel terciario completo (+22,9%) e incompleto (+34,8%). La secundaria completa apenas aumento un 7,7%. Pero el nivel educativo de los desocupados aumento a un ritmo aún mayor que en los ocupados. En efecto, el porcentaje de desocupados con el máximo nivel educativo aumento nada menos que un 170% y en el caso del terciario incompleto, los desocupados aumentaron su participación un 55%. La conclusión inicial es sencilla: el mercado de trabajo no logra absorber íntegramente los niveles crecientes de instrucción formal de la oferta laboral. La oferta de la fuerza de trabajo es bastante más educada de lo que la demanda de empleo necesita.

Veamos, ahora, la estructura de esta demanda de empleo a partir de los datos de evolución de la calificación laboral de los puestos en que se desempeña la población ocupada. La variable calificación designa el nivel de complejidad de las tareas que desempeña la persona.8 Esta variable describe el nivel de exigencia del puesto de trabajo desempeñado, y es uno de los indicadores de la evolución de la complejidad del contenido de los puestos de trabajo que se entiende esta relacionada con el proceso de reestructuración y reconversión bajo parámetros de modernización tecnológica.

Cuadro 2. Evolución de la estructura de calificaciones de la población ocupada según sector de actividad –GBA-

. Sector Bienes Servicios Total Nivel de calificación Mayo 91 Octubre 98 Mayo 91 Octubre 98 Mayo 91 Octubre

98 Científico-profesional

6,6 5,0 10,5 11,5 9,2 9,7

Técnico 10,8 10,8 20,6 18,9 17,4 16,7 Operativo 65,8 65,0 36,7 37,4 45,7 44,6 No calificado 15,3 18,9 31,6 31,7 26,4 28,1 Nota: se excluyen los casos sin especificar sector productivo. Fuente: El perfil ocupacional del área metropolitana de Buenos Aires en 1991 y 1996, INDEC, 1997.

Como podemos observar, la estructura de calificaciones que se proyecta del proceso económico

permanece relativamente inmóvil, e inclusive con una leve tendencia a la descualificación de los empleos, sobre todo en el sector productor de bienes. En el sector de servicios existe un leve incremento de los niveles de calificaciones superiores.

De esta forma, vemos que la modernización que evidencian fenómenos tales como las inversiones en equipamiento y tecnología en la industria manufacturera no llegan a compensar los efectos destructivos de la apertura sobre el tejido industrial. La reconversión no generó empleo altamente calificado en el sector productivo sino todo lo contrario: es aquí en donde aumento más la proporción de empleo de menor calificación y donde disminuyó más el empleo científico y profesional.

Los datos de la EPH refuerzan los de la encuesta industrial. Aunque las tasas de desocupación por ramas y nivel de calificación o instrucción no soportan niveles razonables de error muestral, existen múltiples indicios de que la modernización del aparato productivo se hace en desmedro de la calidad tecnológica y ocupacional de las tareas. Entre mayo de 1991 y octubre de 1996, la ocupación de personal con formación científica y profesional en la industria manufacturera pasó de 7,6% al 5,7% del total. En octubre de 1997, en pleno auge y crecimiento de la producción industrial, el porcentaje había caído al 5,1%. Entre mayo de 1991 y octubre de 1997 se pasó de 77 mil puestos de trabajo de calificación científica o profesional en la industria manufacturera a algo más de 50 mil puestos, y su porcentaje de participación en la ocupación

8 Sintéticamente y de acuerdo a la categorización utilizada por el INDEC y siguiendo los estandares estadísticos internacionales en la materia, en un nivel científico-profesional las tareas requieren conocimientos teóricos generales; en el nivel técnico, se requieren conocimientos teóricos específicos, y en el nivel operativo bastan solamente conocimientos prácticos. Para detalles mayores, ver: Clasificador Nacional de Ocupaciones: antecedentes, características y perspectivas, Serie Metodologías N° 7, 1994; Clasificador Internacional Uniforme de Ocupaciones (ClUO), OIT, 1988; Cuadernos de la Serie Estructura Ocupacional del Programa de Medición y Análisis de la Estructura Ocupacional del INDEC.

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total industrial cayó desde el 7,6% al 5,1%.9 El proceso de reconversión industrial en el principal aglomerado urbano del país tuvo como consecuencia una destrucción de casi el 36% de los puestos de trabajo de mayor calificación. Si bien la ocupación industrial cayó en todos los niveles, fue en el nivel de mayor calificación en donde lo hizo de la manera más pronunciada. La estructura de calificaciones para la industria manufacturera muestra el fenómeno de descualificación de los puestos ya que los puestos no calificados pasaron de representar un 15,8% en 1991, a un 18% en 1996.

Por otra parte, y contrariamente a lo que podría esperarse de la vigencia de los nuevos paradigmas productivos, tampoco se registran tendencias de terciarización del empleo o el contenido de las tareas: en la industria hay reducción de puestos administrativos, directivos y de supervisión, informáticos, financieros y jurídicos, que pasaron de un 10,7% a un 8,1% entre 1991 y 1996. En cambio, credo la participación de puestos relacionados con tareas de transporte, comercialización, comunicaciones, y vigilancia, que subieron del 8,1% al 14,8%. Es decir, que la escasa terciarización de tareas se limita a actividades de menor complejidad donde los requerimientos de calificaciones son menores.

Por ultimo, tenemos que el contenido tecnológico de las ocupaciones en la industria manufacturera también declinó, a pesar del aumento espectacular de la inversión en equipamiento importado. El INDEC utiliza dos indicadores para establecerlo: la presencia de personal al mando de maquinaria de producción, es decir operadores de equipo, y la presencia de personal de apoyo tecnológico, esto es, personal que investiga, planifica, capacita, instala, mantiene y repara o hace posible el funcionamiento de maquinaria y equipo. Estos tipos de empleos de mayor “carga” tecnológica no solamente no han crecido en términos absolutos sino que pasaron del 24,5% al 22% con una perdida neta de 16 mil puestos entre 1991 y 1996, es decir, una caída del 12%.

El deterioro de la estructura ocupacional y los perfiles profesionales se observa también en las empresas de más de 100 empleados donde pasaron de representar el 8,9% del empleo en 1990 al 5,7% en 1997. Lo mismo ocurre con la descualificación de los puestos: la mane de obra sin calificación aumentó en estas empresas de un 6,9% en 1990 a un 13,9% en 1997.10

El incremento de la participación de ejecutores directos sobre operarios de maquinaria y apoyo tecnológico y el proceso visible de descualificación nos habla a las claras de los efectos del esquema de apertura económica y patrón de especialización basado en el ajuste de costos come criterio excluyente. Las tareas se empobrecen y pierden contenido y complejidad, subutilizando calificaciones por la sencilla razón que el reequipamiento y modernización de maquinaria vía importación se orienta al ahorro de costos laborales y no a abrir nuevas líneas de producción o diversificar productos, y el ingreso de partes, insumos y repuestos hace que muchas industrias se conviertan en armadurías o sencillamente importadoras que aprovechan las redes de comercialización en funcionamiento para distribuir productos importados o con escasos contenidos de trabajo domestico. Esto desarticula toda la cadena de valor y arrastra a proveedores y otros servicios conexos. Este proceso de empobrecimiento técnico del empleo fue más agudo en las PyMES que en las grandes empresas y en las microempresas: las ocupaciones con contenido tecnológico cayeron del 21% al 17,4% en las empresas industriales de entre 6 y 50 empleados.

Este “raquitismo” de nuestra estructura ocupacional es la que explica la incapacidad de absorción de los niveles crecientes de educación de la población activa.

El siguiente Cuadro 3 muestra las medidas de esta insuficiencia de la demanda de calificaciones en relación a la oferta de credenciales educativas de la población ocupada. La relación de sobreeducación significa que los niveles educativos de los ocupados exceden el nivel de calificación, la correspondencia significa que son adecuados y la subeducación significa que el requerimiento de nivel de educación del puesto es superior al de los ocupados en los mismos.11

9 “El perfil ocupacional del área metropolitana entre 1991 y 1996,” INDEC, 1997. En estas magnitudes, el coeficiente de variación de la estimación es superior al 10%; sin embargo, la magnitud de las diferencias ínterperiódicas es suficiente para despejar dudas acerca de la naturaleza del proceso. 10 Es interesante notar la escasa capacidad del sector industrial para generar puestos con mayor calificación. Ver el caso de México a principios de esta década en H. Muñoz García y M. Suárez (1992) que midieron una correlación negativa entre proporción de trabajadores en la industria y altos de escolaridad. También en este estudio esta analizado et problema de la desvalorización de las credenciales educativas ante el aumento de los niveles educativos de la población impulsados por la creencia colectiva en que mejora las oportunidades ocupacionales individuales. 11 Se ha tornado el criterio de correspondencias del INDEC: el nivel de calificación profesional requiere un nivel educativo universitario completo; la calificación de nivel técnico requiere una educación secundaria completa, terciaria no universitaria completa o incompleta o universitaria incompleta; el nivel operativo requiere educación secundaria incompleta o primaria completa; y los puestos no calificados no requieren nivel educativo completo alguno. Por

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Cuadro 3. Evolución de la relación educación/calificación: subeducación, correspondencia y sobreeducación (%). Gran Buenos Aires -onda octubre de 1991, 1995 y 1997 Subeducación Correspondencia Sobreeducación 1991 1995 1997 1991 1995 1997 1991 1995 1997 No calificada 19,0 16,9 15,2 80,6 83,1 83,2 Operativa 11,0 8,3 7,6 61,3 59,8 56,2 28,0 31,7 35,6 Técnica 26,0 23,7 19,4 61,2 65,3 66,2 12,8 11,0 14,3 Profesional 38,6 36,0 30,7 61,4 63,8 69,3 Total 13,0 11,6 6,4 49,3 49,2 47,5 36,0 38,0 41,2 Fuente: La calificación ocupacional y la educación formal entre 1991 y 1995: ¿una relación difícil?, 2da. Parte, INDEC, 1998. Nota: no se incluyen casos sin información.

Del análisis del cuadro surge que: a) Ya desde 1991 una parte sustancial de los puestos menos

calificados (81%) eran cubiertos por fuerza de trabajo con mayores niveles educativos que los necesarios. Sin embargo, esta tendencia se agudizó en vez de revertirse con el proceso de reestructuración de la última década. Ahora, más del 83% de los puestos sin calificación son desempeñados por ocupados que tienen exceso de educación formal; b) lo mismo ocurre con las calificaciones operativas que de manera creciente se van ocupando con fuerza de trabajo sobreeducada, aunque la correspondencia aquí es mucho mayor llegando a superar el 50% del total; c) los niveles técnicos y profesionales registran mayores niveles de correspondencia, pero la tendencia a la sobreeducación también es visible en el nivel técnico.

En conjunto, existe una tendencia creciente a la subutilización de niveles educativos por una demanda de calificaciones que es insuficiente para aprovecharlas. La sobreeducación abarca al 41% de los ocupados, cuando en 1991 estaba en el 36%. Al mismo tiempo, se observa que se ha reducido significativamente el nivel de subeducación, es decir aquellos puestos que eran cubiertos por personas sin los niveles de instrucción formal correspondientes al nivel de complejidad del puesto. Eran los casos de desempeño por antigüedad o aprendizaje por experiencia en el puesto, que cayeron del 13 al 6%. La abundancia de niveles educativos en la oferta de empleo produce el reemplazo de aquellos que teniendo menores niveles educativos desempeñaban tareas de calificación excedida y también estimula el reemplazo de todos aquellos con escaso nivel de instrucción aunque los trabajos que realicen no contemplen calificaciones de ningún tipo.

Es en este sentido en que debe interpretarse la necesidad de mantener una equitativa distribución de oportunidades educativas. En un contexto de crecimiento del nivel de educación de la población con estancamiento en la estructura ocupacional se genera: a) un efecto de devaluación de las credenciales educativas en términos de características del puesto de trabajo (sobreeducación) y condiciones de trabajo y remuneración (precarización contractual y bajas remuneraciones iniciales); y b) un efecto de sustitución de mano de obra sin educación o de discriminación en perjuicio de aquellos con menores niveles de instrucción (correlación de desempleo y pobreza con bajos niveles educativos). El rezago educativo de segmentos de la población en un contexto de aumento general del nivel educativo los deja prácticamente sin chances de inserción ocupacional.

Es interesante ver que en un contexto como el presentado, el incremento de niveles de instrucción alcanzados, es decir, la inversión en educación, tendrá un rendimiento incremental decreciente. Cuanto mas invertimos en educación menor es el incremento del valor económico de mercado esperado y mayor el efecto de selectividad en el mercado de trabajo. Este efecto se acentúa cuanto mas inmóvil es la estructura ocupacional de la demanda de empleos. Por lo tanto la mayor inversión en educación de los sectores populares más desfavorecidos es un recurso de defensa para no profundizar las asimetrías de oportunidades laborales con respecto a otros sectores, pero no tiene el más mínimo efecto para incrementar globalmente estas oportunidades.12 La problemática de la desvalorización de las credenciales educativas no obedece

supuesto, estas correspondencias son teóricas y tienen un valor general indicativo y no taxativo. Ver “La calificación ocupacional y la educación formal entre 1991 y 1995: ¿una relación difícil?”, INDEC, 1998. 12 Diversos estudios han registrado el fenómeno del desplazamiento de jóvenes de los sectores populares de algunos puestos de baja calificación que tradicionalmente ocupaban (atención en estaciones de servicio, kioscos, bares, mozos, vendedores ambulantes, choferes, etc.), a favor de jóvenes provenientes de estratos medios con mayores niveles educativos (Jacinto, 1996).

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únicamente al hecho del incremento general de niveles educativos, sino que se potencia por el estancamiento o la regresión en la estructura de calificaciones de los puestos demandados.

El siguiente Cuadro 4 muestra el reverso de la relación nivel educativo/calificación del puesto. Allí se observan los porcentajes de población que desempeñan distintos niveles de calificación para cada nivel de instrucción alcanzado.

Se proyecta en estos datos el correlato de la sobreeducación: la subcalificación, que salta del 36% al 41% entre puntas. Sin embargo, este fenómeno, por el cual se observan los porcentajes de personas que ejercen tareas por debajo o por arriba de su formación, tiene características diferenciales.

Los ocupados con máxima educación superior han mejorado muy levemente su correspondencia y han reducido en algo más de un punto su nivel de subcalificación, que se localiza en una ten era parte de los graduados universitarios. Esto los diferencia de lo que ocurre con los niveles de secundaria completa y superior incompleta, en donde la subcalificación ha crecido casi 6 puntos porcentuales, y también los diferencia del nivel de primaria completa o secundaria incompleta que aumentó sus niveles de subcalificación en casi 3 puntos. Estas diferencias pueden interpretarse como una medida de la desvalorización diferencial de las credenciales educativas. Las tendencias indicarían que son los que no lograron terminar la educación superior las principales víctimas de la subcalificación, inclusive con mayores porcentajes de subutilización que el de los trabajadores con primaria completa o secundaria incompleta. Es notable que la terminación de la secundaria completa no signifique proporcionalmente mucho en términos de mejorar las probabilidades de inserción ocupacional con respecto a los que no terminaron la secundaria o los que no tienen mas que primaria (Filmus, 1999: 138). El otro aspecto interesante es el proceso nítido de reducción de la sobrecalificación, que se explica por la sobreabundancia de formación educativa que hace superfluo a las empresas mantener en puestos de mayor complejidad de tareas a personal que tiene solamente experiencia o antigüedad. A pesar de la notable reducción de los porcentajes de sobrecalificación, aquí se puede prever que el proceso seguirá sobre todo en los niveles educativos más bajos en donde los porcentajes de sobrecalificación están próximos al 45%.

Cuadro 4. Evolución de la relación educación/calificación: subcalificación, correspondencia y sobrecalificación (%). Gran Buenos Aires -onda octubre de 1991, 1995 y 1997 Subeducación Correspondencia Sobreeducación 1991 1995 1997 1991 1995 1997 1991 1995 1997 Sin instrucción y Primaria incompleta

47,8 54,7 55,4 51,5 46,3 44,6

Primaria completa y Secundaria incompleta

34,3 34,8 37,0 54,7 54,7 54,0 11,0 10,2 8,3

Secundaria completa y Superior incompleta

53,2 54,4 59,0 36,8 36,2 32,9 9,9 8,2 7,2

Superior completa

34,8 33,3 33,5 64,1 66,6 65,5

Total 36,0 38,0 41,2 49,3 49,2 47,5 13,0 11,6 6,4 Fuente: La calificación ocupacional y la educación formal entre 1991 y 1995: ¿una relación difícil?, 2da. Parte, INDEC, 1998. Nota: no se incluyen casos sin información.

La reducción de la subcalificación en los niveles superiores de educación, se hace mas acentuada en

las ocupaciones relacionadas con la producción. Allí, la subcalificación para el nivel superior completo cayó del 35.9 al 28.7%. Esto significa que la industria, la construcción y los suministros de agua y energía, no tienden a incorporar personal universitario para desempeñar tareas por debajo de su calificación, sino todo lo contrario. Esto explicaría lo que se verá en el cuadro siguiente respecto del gran aumento de las tasas de desocupación para los niveles superiores de educación. En cambio, si se observan aumentos muy importantes de la subcalificación para los niveles de educación del secundario completo y superior incompleto. Esto indicaría que la mayor subutilización de credenciales educativas corresponde al nivel medio del sistema educativo.

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Cuadro 5. Evolución de la tasa de desocupación según nivel de instrucción. GBA -octubre de 1990, 1994 y 1997 Nivel educativo Octubre 90 Octubre 94 Octubre 97 Variación % 90-97 Sin instrucción 5,8 13,8 7,1 22,4 Primaria incompleta 8,5 14,8 18,4 116,5 Primaria completa 6,5 14,1 16,7 156,9 Secundaria incompleta 7,5 17,2 15,7 109,4 Secundaria completa 6,0 12,9 13,6 126,7 Superior incompleta 5,3 12,5 14,4 171,7 Superior completa 1,1 3,6 5,8 427,3 Fuente: elaboración propia sobre la base usuario de la EPH, INDEC.

Veamos por fin el comportamiento de las tasas específicas de empleo y desempleo para cada nivel de

instrucción y de calificación. Hay una cuestión básica a entender: el aumento de los niveles educativos aumenta la

“empleabilidad” de la gente, pero esto no es sinónimo de aumentar la demanda de empleo agregada de la población, sino que en todo caso lo que aumenta es la selectividad dentro del mercado. Además, el aumento de las calificaciones junto con procesos de trabajo tecnológicamente intensivos, en realidad tienden a sustituir la fuerza de trabajo. Por lo tanto, si aumentan las calificaciones educativas de los ofertantes disminuye la empleabilidad de los menos calificados, y además puede disminuir la demanda total de fuerza de trabajo desplazada por un incremento de la productividad de cada puesto de trabajo.

Las tasas de ocupación y desocupación específicas por nivel de calificación muestran desde el lado de la demanda de empleo un problema similar al de la oferta de niveles educativos. Aquí vemos que la estructura ocupacional de todos los ocupados mas los que estuvieron ocupados y buscan trabajo tiene un notable componente regresivo: la tasa de desocupación aumenta más para los niveles de calificación más altos. La oferta de calificación excedente aumenta más rápidamente en los niveles superiores que en los inferiores de la pirámide ocupacional.

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