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PATRONATO DEL ALCAZAR DE SEGOVIA EL ALCAZAR DE SEGOVIA Y EL ARMA DE ARTILLERIA por FRANCISCO- IGNACIO DE CACERES SEGOVIA - MCMLXXXVIII

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PATRONATO DEL ALCAZAR DE SEGOVIA

EL ALCAZAR DE SEGOVIA Y EL ARMA DE ARTILLERIA

por

FRANCISCO- IGNACIO DE CACERES

SEGOVIA - MCMLXXXVIII

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PATRONATO DEL ALCAZAR DE SEGOVIA

EL ALCAZAR DE SEGOVIA Y EL ARMA DE ARTILLERIA

por

FRANCISCO . IGNACIO DE CACERES

SEGOVIA • MCMLXXXVIII

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Imp. Vda. de Mauro Lozano

Conferencia pronunciada por Francisco Ignacio

de Cáceres y Blanco, en la Sala de Reyes del

Alcázar de Segovia, el día 22 de Junio de 1984,

con motivo del Primer Día del Alcázar.

Dp. Lg. SG 66- 88

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DEDICATORIA: A la memoria de mi padre, Francisco de Cáceres y Torres, Letrado, pero también Artillero Capitán de Complemento durante la Guerra de España.

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Mi General, Señoras y Señores :

Los edificios no son simples abrigos o "máquinas para vivir" como llegó a decir con chocante expresión un célebre arqui­tecto contemporáneo, Le Corbusier, sino algo con alma propia, tanto más viva y real cuanto mayores, más intensas e impor­tantes han sido las vidas y sucesos que entre sus muros se han desarrollado·. En el caso de edificios tan prestigiosos y sobre­cargados de historia como este Alcázar. en cuyo "palacio ma­yor", para emplear una expresión medieval, o sala principal nos encontramos, esta reflexión se nos impone por su eviden­cia. Y digo que se nos impone porque, personalmente, esta asamblea de reyes y reinas de León, de Castilla y de España, ya imperial bien que a su pesar, con Doña Juana La Loca, últi­ma de las reales personas aquí representadas, se me antoja siempre. junto con héroes de fama mundial, como el propio Cid, que aquí está también, compendio y resumen de la enor­me Historia de España.

Historia de España digo, pues no ocultaré que en esta "hora de España", como tituló Azorín uno de sus ensayos novelados, es necesario afirmar todo cuanto contribuya a recordar que esta monarquía sigue siendo una nación de glorioso pasado. Una sola, sea cual fuere su estructura político-administrativa, y que esta unidad es condición "sine qua non" para que noso­tros y nuestros hijos construyamos para ella, para España, un futuro también glorioso que ningún falaz determinismo histó­rico nos tiene vedado. Somos, en definitiva, lo que queremos ser y las naciones son lo que sus hombres y mujeres quieren también.

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Carlos 111 y La Artillería

Esta breve reflexión sirve a nuestro tema de hoy porque entre los múltiples avatares del Alcázar de Segovia, desde su protohistoria celta hasta su actual y hermoso servicio de "Libro de Piedra", y pasando por historias romanas, visigó­ticas, altomedievales, bajomedievales, modernas y contempo­ráneas, el del Colegio de Artillería, de cuya fundación se cum­plieron dos siglos hace ya veinte años, es uno de los más inte­resantes, pero menos conocidos.

Libro de piedra es el Alcázar en el que podemos leer las distintas etapas de nuestra Historia, conocer las funciones y servicios de las instituciones, admirarnos de los rasgos de va­lor y de energía, horrorizamos también de los dramas y tra­gedias que en este regio castillo-que tal significa la palabra alcázar- tuvieron escenario, y como antes decíamos, algo más que éso, en la medida en que el continente participa del contenido.

Hay una especie de tácito lugar común que da por concluida la etapa "importante" del Alcázar cuando los reyes desechan este palacio-fuerte en razón, precisamente, de las incomodida­des propias de toda fortaleza cuya antítesis, a escasos kilo­metros de aquí, menos de diez en línea recta, la encontramos en las delicias dieciochescas de La Granja de San Ildefonso.

Parece como si el arrogante Alcázar segoviano, al afirmarse, en parte gracias a él, la autoridad del Estado y el imperio de la ley, hubiera perdido su razón de ser. Así se le atribuyen cometidos dudosamente honrosos como el de cárcel de Estado. afín al de la Torre de Londres o al de la Bastilla parisina. Y así finalmente, no sabiendo qué hacer con él, se le destinó a Colegio de Artillería.

¿Es ésto así? De ningún modo. Antes, al contrario, la expli­cación puede ser la opuesta. es decir, que en aquel momento

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en que comienza el último tercio del siglo XVIII aquel gran reformador que fue Carlos III no encontró mejor asentamien­to para ordenar, palabra clave de toda obra bien hecha, la Real Artillería, que ceder para sede máxima de estudio y en­trenamiento de sus futuros Jefes y Oficiales, el Alcázar de sus antepasados.

Llegado de N ápoles, ya con larga experiencia de rey en aquel antiquísimo reino partenopeo "il Regno" por antonomasia en las crónicas medievales italianas, reino español también a tra­vés de los monarcas aragoneses y, por tanto, del gran Fernando el Católico,- Carlos III-trae como un rastro brillante de juris­tas, militares y eclesiásticos italianos, no solo de las Dos Sici­lias. sino también de aquellas otras regiones de la Península itálica más próximas geográfica y culturalmente a la Europa central.

El fiel Tanucci, que le sigue como primer ministro a su nue­vo destino madrileño, le recordaría a Carlos III la nota que, éste le había escrito, el 3 de Marzo de 1761, acerca del Conde de Gazola del que decía: "Me servirá mucho el tiempo que esté aquí. pues la artillería está con un grandísimo desorden en todas partes". En efecto, y según otras misivas sobre el te­ma, la situación era verdaderamente caótica. Los oficiales se formaban a la buena ventura, sin programa ni método; los parques de artillería, por así llamar, sólo contaban con piezas anticuadas, muchas de las cuales, seguramente, habrían reven­tado al primer disparo; las fortalezas y castillos mostraban sus troneras vacías o bien pobladas por cañones de escasa efi­cacia militar.

Era preciso poner coto al "grandísimo desorden". Había que crear fábricas de cañones y municiones. Había que instruir oficiales competentes que uniesen al valor, que siempre se supone, la técnica que la eficacia exige.

La artillería. que ya contaba entonces con cuatro siglos de existencia como arma de fuego, alcanzaba entonces un mo­mento de perfección con las "ordenanzas" que ponían rigor

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racional en la pintoresca variedad de piezas fundidas con me­jor o peor fortuna por maestros campaneros metidos a caño­neros, que de bronce eran unas y otras. Arma de fuego por excelencia, su voz de trueno dirimía las querellas y la poesía se hacía realidad en las barrocas divisas que ornaban los ca­ñones bajo el blasón real o principesco: "Violati fulmina re­gis", los rayos del rey ofendido, o más realista aún, la famosa "última ratio regum", razón suprema de los reyes._

Para que esta razón hecha fuerza se convirtiera en realidad, hacía falta no sólo la fabricación de las piezas según las reglas de un arte en continua evolución, sino también la formación de los encargados de mandar, en última instancia, la carga, puntería y descarga terriblemente eficaz de los cañones.

El Conde Gazola y sus ca labor Jdores

Un italiano al servicio del rey de España, antes de Nápoles, se iba a encargar de ello.

Desde Colón, el máximo ejemplo, muchos italianos han contribuido al progreso de España, que entre una y otra pe­nínsula hay poca distancia aunque los caracteres difieran más de lo que muchos creen. Las mayores dificultades de D. Félix Gazola, conde de Gazola y Sparavara, señor de Cereto, Landi y Mancineso, nacido en Piacenza del Milanesado en 1698, le vendría precisamente de esta diferencia.

"Sería conveniente para las necesidades de esta nación, hombres de talento como el que me recomienda la marquesa Corsi, -escribía- y yo no carecería de ellos en la artillería, que hace tiempo quisiera poner en estado contra la ignorancia que la domina". ¿Se trataba, tal vez, del abate Giannini. que vino de profesor de matemáticas al Colegio fundado en el Alcázar?

Fuera él o algún otro italiano, flamenco o valón-que abun­daban en aquella España gigante servida por extranjeros,

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como es costumbre en los imperios- todos debieron de en­contrar gran resistencia. Para ello aconsejaba Gazola "tener pa­ciencia y no pretender correr porque yo necesitaré mucha pru­dencia y trabajo (y tenía entonces sesenta y cuatro años) para iniciarle en dar lecciones en mi colegio de Segovia, ya que allí está todo en batería para alejar a los extranjeros, y pretenden ensalzar al talento de los nacionales para demostrar que no se carece de nada".

He antepuesto este testimonio al dato mismo de la funda­ción del Colegio de Artillería en el Alcázar para que se vean las dificultades de la fundación, que de otro modo. aparecería como un simple acto administrativo.

Para instalar el Colegio de Artillería se dudó entre el Alcázar de Toledo, donde primero tanteó Gazola, y el de' Segovia. Parece como si la proximidad de La Granja y el rey pesaran más en su elección de este castillo, ya que a principios de 1763, un informe dirigido al Secretario de Estado y Guerra, Ricardo Wall, relataba favorablemente el resultado de su ins­pección distribuyendo ya las distintas estancias y clases para los "sesenta cadetes que iban a componer la primera promo­ción artillera de España".

Sólo un defecto le encontraba Gazola al Alcázar y era el "de no haber en todo el Alcázar en ninguna parte cocinas ni lugares comunes, los que será preciso que Su Majestad mande se hagan en algún lugar conveniente". Gazola habla del rey como de un gran propietario que tiene que arreglar su propie­dad para arrendada. Y es que el Alcázar era, no lo olvidemos, uno de los palacios de la Corona.

El 13 de Agosto de 1763, Carlos III. desde La Granja, re­mitía aprobada la "Ynstrucción" para admitir alumnos en el nuevo Colegio de Artillería, documento que constituye la ver­dadera acta fundacional de la Academia como luego se llama­ría. Otro italiano del séquito de Carlos III, el marqués de Squilace o Esquilache como escribimos en versión españoli-

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zada. aprobó los presupuestos como secretario de Hacienda, y varios extranjeros y españoles cubrieron los puestos del claustro de profesores. Es justo recordarles aunque sólo sea de nombre. El director era, por supuesto, el propio Gazola; sub­director, el conde de Tilly; segundo y tercer profesor, respec­tivamente Laso y Guglielmi; profesor de Matemáticas, el fa­moso jesuita padre Eximeno, luego sustituido, al ser disuelta y expulsada de España la Compañía de Jesús, por el citado Gianini; lenguas enseñaba Gosellini ; Dibujo. Chenard, y Es­grima, D'Orange.

De nuevo subrayamos la sorprendente ausencia de españoles en los comienzos de esta empresa. ¿Había un vacío real de compatriotas, o, pese a las quejas de Gazola, se trataba, por el contrario, de una liga de extranjeros, italianos sobre todo. llegados a hacer carrera en España?

La conferencia inicial, probablemente en esta misma sala de Reyes, corrió a cargo del ilustre matemático valenciano, padre Eximeno, el 16 de Mayo de 1764, en un acto presidido por el propio Gazola sin que el rey ni ninguno de los ministros que más habían intervenido en la creación del Colegio o los más indicados, como el secretario de Guerra, acudieran a solemnizado.

Un~versidad Militar de España

La compañía de caballeros cadetes-sesenta en un princi­pio, luego un centenar-se componía de alumnos selecciona­dos con preferencia entre hijos de artilleros, de probada hidal­guía. y de edades comprendidas entre los doce y los dieciocho años. Después del primer curso, se les ascendía a subtenientes, pero eran precisos dos años más para salir de tenientes con destinos en alguna guarnición, nombrados por el propio Ga­zola, que era, además. general en jefe del Arma de Artillería.

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En efecto, los poderes de Gazola debieron de ir en aumento, puesto que él mismo reformó el plan de estudios rebajando la parte humanística "para lograr que los oficiales sirvan al Rey -como el propio Gazola escribía -con conocimiento de la materia y no como se ha hecho hasta ahora con una desdi­chada práctica que ha originado malísimas consecuencias". Y proseguía D. Félix: "la base de la teoría que necesita la Artillería es la Física apoyada en la experiencia sobre las pól­voras y sus ingredientes, sobre los metales y sobre las made­ras".

Bien es verdad que a este empeño de dar preeminencia a las disciplinas más técnicas se añadían tres "marías", como habrían dicho los estudiantes de mi generación, que eran la religión, la historia y la danza pero no la gimnasia, puesto que la esgrima y la equitación materias obligadas para el arte militar de la época, la sustituían con ventaja.

El 4 de Mayo de 1780, cuando la sexta promoción de cade­tes iba a salir del Alcázar, moría en su casa de la Plazuela de la Compañía, hoy del Seminario, el fundador de la moderna Artillería española. Le sucedía en su cargo el Conde de Lacy, de origen irlandés, cuyas aportaciones principales al Colegio serían la ampliación de la biblioteca, dispuesta desde el prin­cipio en esta Sala de Reyes, y la inauguración de un labora­torio que por razones tanto de espacio como de seguridad, en previsión de incendios o de explosiones, recibió casa aparte en el pabellón de sobria traza neoclásica, que llamamos, des­de entonces, Casa de la Química.

Quizá no se ha insistido bastante en el nivel excepcional alcanzado por este centro de estudios en el páramo inculto que entonces semejaban las facultades científicas de España. El Real Colegio no era, seguramente-aunque para ello sería preciso estudiarlo a fondo y comparativamente-un centro más de estudios, sino uno de los más distinguidos de España y de Europa entera donde no existía, con la probable excepción de

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la Escuela Militar de París, nada semejante en cuanto a nivel de estudios.

Usando la anécdota como prueba, la presencia del químico francés Louis Proust en el cuadro de Profesores, ya al final de la centuria, y el ensayo hecho bajo su dirección de un globo cautivo destinado a la observación artillera, son datos nada frecuentes en el panorama científico de la época, donde el Alcázar servía, una vez. más, de proa avanzada como primera entre las academias militares.

En otra parte hemos resumido una breve relación de dis­tinguidos artilleros salidos de estas salas cargadas de gloria histórica, para cubrir los cuadros de mando de la Artillería española durante el medio siglo escaso que media entre la fun­dación del Colegio y el comienzo de la guerra de la Indepen­dencia. Además de Gazola y de Lacy, se hicieron famosos mu­chos artilleros. Así Maturana, ilustre científico y director ge­neral de Artillería, lo mismo que Tomás de Maria, cuyas obras fueron texto oficial; García de Arista, que también cul­minó su carrera en la Jefatura del Arma o del Cuerpo de Arti­llería, como entonces se llamaba, y que participó en todas las campañas importantes de su época: asedio de Gibraltar. recu­peración de Menorca, expedición a Argel y guerra de Por­tugal; Joaquín de la Pezuela, padre del Marqués de Viluma y del primer Conde de Cheste. prolongó aquella presencia espa­ñola en el Virreinato del Perú, donde fundó una artillería autónoma que la república peruana reconoce como propia.

Caso interesante, por la extraordinaria peripecia humana y política de su protagonista, es la de Antonio de Sequera, que, después de alcanzar el grado de mariscal de campo en el Ejército español, emigró por motivos políticos y fue contra­tado por el gran reformador egipcio Pachá Mohamed Alí para que fundara la academia de Artillería egipcia concediéndole el grado de Amir-Lewa, equivalente al de general de división, en 1831. Después de cumplir allí su tarea, volvió a España y

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llegó a ser director del mismo Colegio en el Alcázar donde recibió su formación militar.

Todo ello significa que la potencia de la institución que aquí tuvo su sede desbordaba los límites nacionales y se ex­tendía más allá. Dos academias que sepamos, fueron fundadas a su imagen y semejanza por antiguos alumnos del Alcázar en tierras y paises tan distantes como el Perú y Egipto. No haría falta más para demostrar la magnitud de la obra aquí iniciada como nueva andadura del histórico palacio de los reyes de Castilla y León.

El Alcázar en la Guerra de la Independencia

La tremenda tempestad histórica que se ha llamado la revo­lución atlántica, puesto que efectivamente, abarcó ambas ori­llas del océano a partir de la guerra de independencia de las trece colonias que han llegado a ser los actuales Estados Uni­dos de América, caería con toda furia sobre nuestra península. a principios del XIX.

Hablo de península y no solo de España porque las guerras peninsulares, como los anglosajones las llaman, no habrían sido como fueron sin tener en cuenta el papel de Portugal, aunque pasivo, como playa de desembarco para los menguados ejércitos británicos y bastante mediocres desde el punto de vista militar que aquí se forjaron al mando de Wellington en lucha con los generales y mariscales de Napoleón hasta con­vertirse en el acero capaz de derrotar el Corso de Waterloo.

Pero nada hubiera logrado Wellington, excesivamente pre­miado por la Junta Suprema de Regencia Española, sin el apoyo en verdad decisivo de las guerrillas patriotas. La polí­tica hace mentir a la historia y, así, ni la resistencia supuso en la última guerra mundial tanto como dice y ha dicho la pro­paganda en imagen y en palabra, ni las guerrillas españolas

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fueron meras auxiliares de los ejércitos regulares en aquellas campañas.

El colosal esfuerzo del pueblo español para expulsar al inva­sor, entrando al socaire de una alianza torpemente aceptada, tuvo su origen en la rebelión de Madrid, organizada por dos antiguos alumnos del Alcázar: los capitanes de Artillería Pedro Velarde y Luis Daoiz. Se ha especulado recientemente sobre una insurrección cuidadosamente preparada. en vez de la romántica estampa del alzamiento espontáneo, popular y nacional, que encontró sus armas en el Parque de-Monteleón y su tétrico final en las tapias de la Casa de Campo frente a los pelotones de fusilamiento franceses.

En la propia Segovia. el hermano del héroe del Dos de Mayo, el coronel Joaquín Velarde, resistió en el Alcázar el asalto de la división Frére con cuarenta cadetes que colocaron las pie­zas destinadas a sus prácticas en las puertas de la antigua mu­ralla. Pero, con perdón de los ilustres artilleros presentes, de poco valen los cañones si no hay infantería que mantenga un esquema defensivo.

En aquella ocasión, aunque Segovia "confiando sobrada­mente en la escuela de Artillería establecida en su Alcázar", como escribió Toreno en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, "intentó con su ayuda hacer rostro a la fuerza francesa", la dispersión de los paisanos armados, a las primeras descargas, obligó a replegarse a los artilleros al Alcázar donde hubieron de rendirse aunque con todos los honores. Tristemente, el general Cevallos, director del Colegio de Artillería fue detenido al retirarse hacia Valladolid y, acu­sado por los guerrilleros de haber entregado el Alcázar a los franceses, fue apedreado y muerto salvajemente.

Esta negra pincelada es propia del estilo desgarrado y cruel, verdaderamente goyesco, de nuestra guerra de la Independen­cia. Guerra gloriosa en cuanto revela el vigor de un pueblo que los invasores. comenzando por el propio Napoleón Bonaparte,

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suponían decaído de su antigua energía y embrutecido (la fra­se es típica de los incrédulos de la época), "por la superstición y los frailes", la larga y cruenta lucha arrasó y ensangrentó España durante seis años largos. Cuando el humo de la batalla se disipó, el espectáculo era tan espantoso, que aún no nos hemos dado bastante cuenta del resultado.

España quedaba, para siempre, separada de su Imperio, a su vez cuarteado, no ya en los distintos Virreinatos, como era el sueño de Bolívar, sino en una veintena de repúblicas inermes algunas de las cuales, como las centroamericanas, apenas supe­raban el de una provincia española.

Sin ejército. sin escuadra que asegurase la comunicación con las tierras de Ultramar o simplemente el comercio con Europa, en España se habían sembrado además los gérmenes de una discordia que solo terminó por agotamiento, más que por otra cosa, después de medio siglo de guerras civiles y pronuncia­mientos, mas sucesivos cambios de gobierno, y aún de régimen, con una efímera república en medio.

Esta brevísima nota histórica nos sirve para colocar en su sitio la evolución del Colegio Militar por entonces unido, y desde su nacimiento, al Alcázar de Segovia. El nivel de ins­trucción no decayó, pero sí el de la nación a la que servía. Los artilleros se emplearon en luchar en las guerras civiles y adquirieron, sin duda, todo el nivel profesional que el entre­namiento práctico permite, pero excepto las campañas de México y Marruecos, ese entrenamiento no sirvió contra los enemigos de España. sino contra los enemigos en España. Tal es nuestra gran tragedia nacional decimonónica.

Sin recursos procedentes de las Indias, destruída la naciente industria por la guerra o desmantelada por enemigos franceses y aliados británicos a porfía. para evitar en el futuro cualquier clase de rivalidad económica, la agricultura devuelta a niveles neolíticos y la demografía estrujada por los horrores de la guerra, España ofrecía un triste espectáculo a la vuelta del

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séptimo rey Fernando al que, durante la guerra, se le llamó "el Deseado". Figura sin gracia ni atractivo humano. sobre él han caído culpas propias y ajenas por ambos bandos pues, como suele ocurnr en ocasiones extremas-y aquella lo era­la habilidad maniobrera es inútil y sólo recibe odos y despre­cios.

Se ha escrito con acierto que, así como el noventa y ocho causó una gran conmoción política y literaria en la conciencia nacional, España, quizá aturdida por la violencia de la guerra, no reaccionó entonces en justa medida a la terrible amputa­ción del imperio americano y al brusco descenso de gran po­tencia mundial a país de tercero o cuarto rango.

Por el contrario, aunque algunos más avisados fueron cons­cientes de la magnitud del cambio, la inmensa mayoría creyó ingenuamente que todo volvería a ser como antes.

Fernando VIl en el Alcázar

Así, la vuelta de los cadetes, desterrados durante la guerra en Mallorca, al Alcázar Segoviano, en los últimos días de Noviembre de 1814, contribuía a confirmar la ilusión del re­greso a los "viejos buenos tiempos" como dicen los anglosa­jones. Más aún cuando, tres años después, la visita oficial de Fernando VII y la reina Isabel de Braganza al Alcázar, parecía renovar la antigua costumbre de las jornadas reales en el Alcázar.

¿Por qué y para qué visitó Fernando VII Segovia y "dis­pensó al Cuerpo (de Artillería) la singular fineza-como decía una crónica de la época-de pernoctar en el Real Alcázar sien­do notable que desde doscientos años a esta parte. en que los hizo el señor D. Felipe lll, no había ocurrido otro ejemplar"?

El Marqués de Lozoya explicó que "Fernando VII, influido ya por el gusto romántico, quiso vivir unos días en los salones

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medievales con la reina María Isabel de Braganza". Podemos sugerir la hipótesis de que el rey quisiera congraciarse con el elemento más "avanzado" del ejército, la Artillería, cuyas filas recorría el espíritu del siglo, el liberalismo romántico. Podemos aceptar que, desde La Granja, donde residía con su Corte, la curiosidad o el simple capricho de vivir un día y una noche en el Alcázar que fue morada de sus antepasados, tentara a su ánimo.

Fuera como fuese, y como suele ocurrir en estos casos, la visita regia sirvió para hacer arreglos y preparativos extraor­dinarios. Se derribó un caserón perteneciente al obispado y que permanecía aún entonces en medio del actual jardín de entrada como recuerdo de cuando la antigua catedral romá­nica ocupaba ese recinto. Se derribaron los cubos de la mu­ralla que sobresalían del nivel de esta plaza-y que luego ha habido que restaurar en parte-y se levantó la verja que hoy conocemos cuya puerta, con escudo real y atributos militares, fueron forjados por los herreros de la Real Maestranza de Artillería. y cuya cartela nos recuerda esta famosa visita.

Entre el doble estruendo de campanas y cañones, el cortejo real llegaba a Segovia el 23 de Octubre de 1817, presentando armas la compañía de cadetes con su vistoso uniforme en el patio de honor del Alcázar. No resisto la tentación de citar unos versos escritos para la ocasión y cuyo autor desconozco. pero que reflejan el espíritu de la época ya romántica, pero todavía clasicista.

Después de evocar

"A ese Alcázar que es justo se le aclame, N ove na maravilla eterna y grata, Monumento del árabe ostentoso".

sin que sepamos el por qué de esa atribución morisca, así en

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conjunto, el poeta habla-y por primera vez se le llama así al Colegio de Artillería-de

"Esta Academia en fin, que anduvo errando En la pasada y destructora guerra ... Esta que el tercer Carlos dio la vida Y que de nuestro Rey por el desvelo Hoy se ve restaurada, Eligió el mismo Rey por su morada.

Al margen del episodio histórico, lo cierto es que los chis­pazos liberales o constitucionalistas encontraban en el ejército materia inflamable. No entraremos en profundidad en el tema, que no es el de hoy, pero bien fuera por el ambiente ideo­lógico de parte del Ejército, bien por la sorda pugna de los nuevos grados procedentes de la guerra de la Independencia, y que habían ganado sus galones en los campos de batalla de la Península o de América, lo cierto es que, al fin, el pronun­ciamiento del general Riego. cuando paradójicamente estaba ya vencido por el nulo seguimiento popular que encontró en Andalucía, acabó inclinando al rey hacia el cambio, tanto más brusco cuanto que chocaba de frente con el llamado "manifiesto de los persas" que recién vuelto a España, había fulminado contra las innovaciones de los constitucionales gaditanos.

La revolución constitucionalista de 1820 abrió un foso entre el trono y parte del ejército que sólo la restauración alfonsina acabará de colmar. Por supuesto sólo una mínima parte de las fuerzas armadas participó en el pronunciamiento de Riego, como en los anteriores y en los siguientes, pero lo cierto es que Fernando VII desconfiará del ejército en su conjunto hasta el punto de disolverlo prácticamente.

A medida que sus relaciones con el gobierno revolucionario, falsas por ambas partes, se van deteriorando, crece en la Europa de la Restauración la inquietud por los sucesos de España y también por los de la América española. Recordemos

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que sólo el veto británico y la misma magnitud de la empresa, impidieron que las potencias de la Santa Alianza ayudasen a España a recuperar el pleno dominio de las provincias ameri­canas emancipadas.

Tres elementos componían el panorama nacional e interna­cional de la época: las potencias de la Santa Alianza, el pue­blo español y el gobierno constitucional con el ejército. Fer­nando VII en la última época del Trienio era prácticamente un rehén del gobierno que, en su retirada, se lo lleva hasta Andalucía y allí le bastará cruzar la bahía gaditana para pasar de una a otra España.

Hay un hecho importantísimo, y no es tanto el paso de la frontera por los "Cien Mil Hijos de San Luis", ordenados en cinco columnas, cuanto el cambio total de actitud en el pueblo. Esta es, quince años después, sólo quince años, una segunda invasión francesa. La primera comenzó disfrazada de alianza militar; ésta entra a banderas desplegadas y en orden de com­bate desde el comienzo.

Sin embargo, así como la primera encuentra una feroz resis­tencia en cada pueblo, en cada español, ésta de los "Cien Mil Hijos de San Luis" al mando del Duque de Angulema se con­vierte en un paseo militar. Más aún, le abren paso las fuerzas del llamado "Ejército Apostólico", que es un conjunto de gue­rrillas realistas, que ya operaban durante el Trienio constitu­cional contra las fuerzas gubernamentales.

La guerra civil se había internacionalizado con la entrada de los franceses, que avanzaron rápidamente hacia Madrid. Segovia está en el camino guardando los pasos de la sierra. Consciente de la situación, el gobierno no ordenó resistir siho, por el contrario, que el Colegio de Artillería abandonase el Alcázar y se dirigiera hacia Badajoz. A finales de Abril, el inquieto Bassieres, militar francés, nacionalizado en España, que pasó de las filas revolucionarias al más exagerado realismo

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absolutista, entraba en Segovia y ocupaba el Alcázar sin resis­tencia.

El Colegio General Militar

Mientras Angulema proseguía su rápido avance hasta el extremo sur de la Península, donde el asalto al gaditano fuerte de El Trocadero fue el único episodio militar digno de mención y pretexto para colocar su nombre en el paisaje urbano de París, el errante Colegio artillero remontaba a lo largo de la frontera portuguesa hasta Santiago de Compostela donde le alcanzó, como un rayo administrativo, el Decreto de disolución.

Cuando todo parecía terminado, otro Decreto no sólo repo­nía el Colegio en su primitivo estado sino que hacía al Alcázar sede de una Academia General para todas las armas, que se inauguraba solemnemente el primero de Junio de 1825.

La reforma militar de la llamada "década absolutista" cuando paradójicamente se instalan los constitucionales en el poder, sobre todo a partir del famoso "casamiento napolitano" de Fernando VII con María Cristina, afectaba de lleno al Colegio fundado por Carlos III.

Ya hemos mencionado la desconfianza de Fernando VII por las fuerzas armadas y no por antimilitarismo precisamente. Dos años antes de volver a España, en 1812, escribía el conde Búlgari: "lo primero que hay que hacer es regenerar al ejér­cito ... porque la oficialidad está casi toda corrompida y él es el que forma y protege al partido revolucionario".

Durante el Trienio Constitucional y en el Alcázar existió, al parecer, una logia masónica, pero no se ha probado bien. Lo cierto es que, después de la derrota del régimen liberal, Fernando VII no quiso más fuerzas regulares y mantuvo en España guarniciones francesas mientras le fue posible, al tiem­po que formaba unas milicias populares, los Voluntarios Rea-

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listas. y ampliaba y mejoraba el que sería núcleo y semillero del futuro ejército de las guerras carlistas: La Guardia Real.

La Guardia Real. que instintivamente se relaciona con cere­monias y lucimiento militar, tuvo entonces un extraordinario desarrollo. Bien mandada, equipada y entrenada, podía com­pararse a las mejores unidades militares de Europa. Lo que ocurría es que, con sus veinte mil hombres-granaderos y cazadores de Infantería, dos brigadas de Caballería oon cara­ceros, húsares y dragones, más cuatro baterías de Artillería­era todo el ejército de que disponía España en aquel momento. Por eso resulta exagerada la entusiasta frase de Fernández de Córdoba, que perteneció a la entonces Guardia, al elogiarla como "la mejor milicia que desde los famosos Tercios había tenido nunca España".

Antes del Trienio, el ejército español, aunque no se podía comparar ya con el magnífico ejército dieciochesco de Fer­nando VI, el de "neutralidad armada", o con el de Carlos III, tenía una cierta importancia con sus casi ciento cuarenta mil hombres sin contar con las milicias particulares entre las que destacaban las milicias provinciales de larga tradición.

Después del Trieno, este ejército había desaparecido. pero de la Guardia Real iba a salir la reforma más importante des­pués de la guerra de la Independencia. Pieza clave de esa re­forma debida al ministro de la guerra. Marqués de Zambrano, era la Academia de Segovia, o Colegio General Militar creado por iniciativa de Venegas. Durante doce años saldrían de sus aulas los oficiales que luego iban a ganar gloria y renombre en los frentes de batalla, lamentablemente, como antes decía­mos, en lucha fraticida.

Sorprende comprobar la diferencia de tamaño y extensión ocupada por aquella Academia y la moderna Academia Gene­ral, sin ir en nuestras comparaciones más allá de nuestras fronteras. Todo cabía en estas salas y en estos patios. Esta, la de Reyes, era la biblioteca con seis mil volúmenes especiali-

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zados. La inmediata, de las Piñas, contenía instrumentos de física. La de la Galera servía de clase de dibujo y tenía en el centro una gran maqueta de una plaza fuerte. La Casa de la Química seguía sirviendo de laboratorio, y el corralón inme­diato, de picadero.

Pués bien, de este recinto salió el ejército reformado cons­tituido por Real Decreto de 23 de Abril de 1828, con un total de sesenta mil hombres y cuyo presupuesto global ascendía a poco más de doscientos cincuenta millones de reales de vellón. A ellos había que añadir los veinte mil hombres de la Guardia Real y los Cuerpos de Carabineros de Corps y fronteras, deri­vados de los Reales Carabineros de Felipe v.

La Artillería, tan perseguida por su liberalismo, volvía a dar fuerza al conjunto entero como se demuestra por los muchos nombres de artilleros que figuran en las listas del Colegio Ge­neral Militar del que apenas se conserva el recuerdo en el propio Alcázar.

El Alcázar en las Guerras Carlistas

A la muerte de Fernando VII, el estallido de la guerra civil libera las presiones contenidas por uno 'y por otro bando. Cristinos y Carlistas se enfrentan con saña en casi todas las regiones, pues todavía el fenómeno realista es general y no se circunscribe, como luego ocurrirá, a las Provincias Vascon­gadas, Navarra y focos aislados en Galicia, carlistas, columnas que avanzan sin resistencia hasta los núcleos urbanos y libe­rales defendidos por guarniciones cristinas. ·

El régimen se siente amenazado, también por su izquierda y así, en Septiembre de 1835, los disturbios de Segovia se con­tagian al Alcázar, donde el teniente coronel Mackenna tiene que encarcelar a algunos cadetes ·rebeldes y cerrar las puertas durante dos días para evitar toda comunicación con la ciudad.

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Medio año después, se celebraba la entrega del sable del general Lacy (otro Lacy, como vimos, fue el segundo director del Colegio de Artillería, después de Gazola), el que fuera fusi­lado en los fosos del castillo de Bellver, en Palma de Mallorca, en 1817, por su fracasado pronunciamiento. Su viuda lo dedi­caba "al guerrero decidido y virtuoso por los derechos de la Reina Doña Isabel ll". Es decir, que la lucha partidista mar­caba de política lo que sólo un cuarto de siglo antes era indis­cutible institución sagrada y factor clave de unidad nacional.

Una semana después de los sucesos de La Granja, cuando los sargentos de la Guardia Real se sublevaron en combinación con los liberales progresistas para restaurar la Constitución gaditana el 12 de Agosto de 1836, la columna carlista de Don Miguel Gómez se acercó peligrosamente a Segovia, que habría tomado sin dificultad, pues los cañones del Alcázar habían sido emplazados en La Granja en previsión de una reacción moderada desde Madrid.

Casi un año justo después, el 4 de Agosto de 1837, los car­listas estaban de nuevo ante Segovia, en maniobra de diver­sión en favor de la llamada "expedición real" que, con Don Carlos al frente, estuvo a punto de tomar Madrid cuyos subur­bios se pronunciaban ya por el Pretendiente. Generales pres­tigiosos, y no simples guerrilleros, mandaban esta columna. Elío y Zariátegui dirigían las tres Brigadas castellana, vizcaína y guipuzcoana, que, aunque sin apoyo artillero, lograron pene­trar por la puerta de San Cebrián en arrolladora carga.

Mientras tanto en la ciudad se producía el consiguiente re­levo de mandos. Pasaba a ser alcalde Don Luis Thomé de la Infanta, que junto con su compariente Doña María Dolores de Meneos, marquesa de Lozoya, navarra y pariente del general Elío, impidieron el temido saqueo de la ciudad por las tropas vencedoras.

El Alcázar se preparaba una defensa que sería corta. Tanto, que los jefes del Colegio, responsables del castillo, fueron con-

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finados luego en Ciudad Rodrigo y castigados por su falta de combatividad. Todo ello no fue obstáculo para que, a los pocos años, se acuñara una medalla conmemorativa cuyo título, "Segovia por la Libertad", "4 de Agosto de 1837" conmemo­raba el último hecho de armas en que ha participado nuestro Alcázar.

También entonces, el asalto fue ocasión de una nueva ausen­cia del Colegio Militar, que pasó a Madrid donde ocupó duran­te dos años largos el Seminario de Nobles de la Capital del Reino. Cuando volvieron-y ya se ve que a Segovia vuelven siempre los artilleros-hicieron obras de ampliación que mo­dificaron en parte el histórico perfil de la fortaleza.

Incendio y reconstrucción El Archivo General Militar

El resto sería no-historia, aunque estamos seguros de que el relato de las carreras de los oficiales artilleros que allí se for­maron durante aquellos años darían materia para muchas narraciones de aventuras. La guerra no volvió a asomarse a los muros segovianos y quizá todo habría seguido más o menos intacto si un accidente casual no hubiese cambiado totalmente el signo de la vida del Alcázar y el de la Academia.

Un siglo después de que el Conde Gazola recibiera la real autorización para reconocer el Alcázar de Segovia como sede del Colegio de Artillería, el 6 de Marzo de 1862. el tubo de hierro de una chimenea puesto al rojo, incendió una viga de la techumbre del Alcázar que, a las pocas horas, era, todo él, una gigantesca pira. Todo ardió a excepción de la torre del ángulo Sudeste, que se mantuvo intacto a causa de la dirección del viento, que de allí venía.

Al día siguiente, entre volutas de humo y rescoldos que

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ardieron aún mucho tiempo, quedaba claro que el Alcázar era una ruina y que el Arma de Artillería había perdido su casa natal.

No es este el momento para recordar los esfuerzos para lograr la reconstrucción del Alcázar en contra de la barbarie administrativa resumida en estas líneas del informe redactado en 1869, donde decía que " ... quemado el Alcázar de Segovia, el Ramo de la Guerra aconseja al de Hacienda que se incaute de los terrenos circundantes por no ser necesarios, ya que no sirven para Colegio Militar, pudiendo obtenerse de su venta grandes productos y contribuyendo así al embellecimiento de la capital".

Mientras se arrastraban las decisiones sobre la reconstruc­ción del castillo, cuyos trabajos comenzaron veinte años des­pués del incendio, el Colegio de Artillería. encontró nuevo hogar, sin marcharse de Segovia, en el desamortizado convento de San Francisco que, sin embargo, hubo de sufrir, para aco­modar salas y clases, el destrozo de la iglesia con sus capillas familiares de bella traza gótica y plateresca, como la de los Thomé y la de los Cáceres.

Reconstruida su arquitectura, el Alcázar encontraba otro nuevo destino militar cual era el de conservar entre sus muros, como en un arcón de piedra, el incomparable tesoro del Archi­vo General Militar en cuyos legajos hay mucha historia de España por descubrir e investigar.

El Archivo, hemos escrito en otro lugar, tuvo una función importantísima como fue la de conservar el Alcázar en espera de mejores días. Podemos suponer lo que la incuria o, por el contrario, un excesivo celo restaurador podían haber hecho de no haber existido este freno.

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El Patronato: la restauración del Alcázar

Fue después de la guerra de España cuando, en feliz conjun­ción de autoridades civiles y militares, siendo Director de Be­llas Artes Juan de Contreras, Marqués de Lozoya, se creó este Patronato.

No cito los nombres de sus componentes por estar la ma­yoría de ellos presentes en este acto y porque la lista se haría larga si nos extendiéramos a cuantos, desde puestos aparen­temente menos significativos han contribuido a que el Alcázar sea hoy, de nuevo, uno de los centros o claves en cuyo derre­dor se ha ido tejiendo la densa historia española.

No hay, seguramente, espacio suficiente en el Alcázar para dedicar un recuerdo auténtico. es decir, con materiales y docu­mentos originales, a cada una de sus épocas gloriosas, pero ése es vuestro magnífico empeño.

Roma, primero, sin olvidar los ignotos pastores celtas que levantaron aquí, tal vez, las piedras ciclópeas de un primitivo castro. Roma, primero, porque es deber de buen europeo bus­car por todos los medios la resurrección del Imperio Romano y pocas ciudades europeas como Segovia están marcadas tan profundamente por la huella romana presente en los profundos cimientos del Alcázar.

Y el primer Alcázar de los Trastamara, casi ausentes aún de recuerdos en nuestras salas. Y aquel "mago prodigioso" que fue Don Alfonso el Sabio, codicioso de poder y de saber, enamorado de la Osa Mayor y de la Corona Imperial para ser "rey de romanos" por español y germánico. El solo necesita una torre en recuerdo de sus largas observaciones nocturnas buscando en las estrellas y en las piedras preciosas el secreto del "fecho del Imperio".

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Recordemos aquí la melancolía de Enrique IV y la audacia de Isabel combinadas con la tenacidad de "El Príncipe" por antonomasia, modelo del de Maquiavelo, quizá el mejor político y estadista de nuestra Historia, Fernando de Aragón. Que avivemos la memoria del imperio universal de 'los Austrias españoles, y el de los Barbones de España en sus distintos rei­nados, desde Felipe V hasta el primer Juan Carlos.

Y tengamos presente a la Artillería española, primera de Europa en tener Academia propia. Los mejores cañones de bronce, como ese "Cruel" y ese "Holofermes" que montan guardia a la puerta de la actual Academia. deberían tener aquí un lugar de honor. Que si algo importante nos falta a los espa­ñoles es sentido y reverencia de la Historia. Así, a los que quizá nos sobra, nos parece que estamos fuera de lugar porque entre nosotros no se lleva tener memoria colectiva.

Siempre tengo presentes en estos casos a los pueblos anglo­sajones, americanos y británicos, que tan fiel devoción mues­tran por sus tradiciones antiguas o recientes. Nos cansamos de oir repetir esa verdad a medias de que los Estados Unidos son un pueblo joven, pero lo cierto es que conservan con tal fuerza sus recuerdos que parece como si su historia fuera varias veces centenaria, además de atribuirse, sin complejos indigenistas, la historia británica.

Por el contrario parece como si una de las causas de la invertebración de España fuera precisamente la de su escaso interés por la historia. Como si abrumado o hastiado de tan gran abundancia de recuerdos gloriosos, el español les diera la espalda desdeñoso. ¿Es pereza o simple ignorancia?

Por eso es siempre optimista el espectáculo de esos auto­buses cargados de turistas que desembarcan ante la torre de Juan Segundo al pacífico asalto de los muros del Alcázar. Por breve y apresurada que sea la visita, por desatentos que se muestren a las minuciosas explicaciones de los guías, algo queda siempre.

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Y eso es bueno. Cualquiera de nosotros reconoce, desde, niño los uniformes de la caballería americana de la época romántica en que luchaban con las bravías tribus amerindias por la con­quista del espacio más allá del Misisipi, o los de los granaderos de la guardia real británica, por citar los más conocidos.

Pero casi nadie, ni aun los propios artilleros, pueden recor­dar a veces los uniformes de los cadetes dieciochescos o in­cluso los más modernos de la Academia General que tuvo sede en el Alcázar. Luego nos pedirán entusiasmo o interés por las instituciones. ¿Cómo tenerlo si no nos han enseñado a conocerlo? ¿No es cierto que sólo se ama lo que se conoce?

Esta es pues, señores del Patronato del Alcázar de Segovia, vuestra hermosa tarea de dar a conocer, embelleciéndole cada día, uno de los monumentos más significativos y ricos en re­cuerdos de nuestra Historia. Así vosotros continuáis la his­toria del Alcázar para mayor gloria de Segovia y de España.

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IN DICE

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Carlos III y la Artillería . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8

El Conde Gazola y sus colaboradores . . . . . . 1 o

Universidad militar de España . . . . . . . . . . . . 12

El Alcázar en la Guerra de la Independencia . . . t 5

Fernando VII en el Alcázar . . . 18

El Colegio General Militar . . . 22

El Alcázar en las guerras carlistas . . . . . . . . . 24

Incendio y reconstrucción. El Archivo General Mili-tar ... . .. ... ... . .. .. . ... ... ... ... ... ... ... ... 26

El Patronato: la restauración del Alcázar . . . . . . . . . 28

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