El Antropólogo de La Singularidad

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  • 8/18/2019 El Antropólogo de La Singularidad

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    El antropólogo de la singularidadLa enfermedad mental tuvo en él a un intérprete excepcional, primero resistido por susmétodos y luego ampliamente reconocido. Su trabajo inspiró la película Despertares (1990),

    con Robin Williams.

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     Foto Billy Hayes 

     

     

     

     

     

     

     

     

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      Oliver Sacks -  neurociencias -  En movimiento -  neuropsicología -  Despertares 

    Carlos María Domínguez01 abr 2016

    ES POSIBLE que revisen los incontables diarios y apuntes de Oliver Sacks, y dentro de untiempo los lectores reencuentren su tono asombrosamente comprensivo de los padecimientosneuronales, la honestidad descriptiva, y el relato de los casos clínicos que por distintosmotivos no incorporó a sus libros. Pero En movimiento es la última obra que escribió antesde morir el 30 de agosto de 2015, a los 82 años, una suerte de autobiografía que oficia dedespedida, relevante por varios motivos.

    Quienes se acercaron progresivamente a su obra, centrada en las experiencias de sus

     pacientes, aquí y allá pudieron conocer algunos datos biográficos desconcertantes, porinfrecuentes en los textos de divulgación científica. Sus migrañas infantiles (Migraña), su

     paso por un internado durante la segunda guerra (El tío Tungsteno), su accidente dealpinismo (Con una sola pierna), su vocación por la música (Musicofilia), el abuso de lasdrogas (Alucinaciones), más algunas señas de su condición homosexual. A la luz de esteúltimo tomo, su obra puede ser percibida como la zaga de un médico que encontró el caminomás original, también el más llano, para narrar enfermedades neuronales y psiquiátricas conla tensión de una aventura frente a los misterios del cerebro. Hacía falta que un científicotuviese una considerable formación humanística para que la ciencia recuperara, a la luz

     pública, su privilegiada condición de vanguardia frente a los más discretos secretos delhombre, y desde luego, que fuera también un talentoso narrador, y un tipo con suficientecoraje para privilegiar las confusiones de su vocación a las restricciones académicas. Duranteaños muchos lectores se preguntaron quién era este médico inglés capaz de narrar un casoclínico como un cuento fantástico, dibujar parábolas sobre el destino humano y difundir losavances en el estudio del cerebro con la amenidad de un novelista. Su autobiografía, muy

     poco formal, como la mayoría de sus escritos, resulta esclarecedora.

    EL MÉDICO BEAT

    Los viejos versos de François Villon ("a la gente le sienta mal que tenga un camino personal" ), el coraje de todos los pioneros que se apartaron de la tribu para seguir su

    intuición, acompañan la trayectoria de Oliver Sacks, hijo de una familia de médicoslondinenses, judíos, pronto comprometido con su curiosidad, el llamado de la literatura, unaextrema timidez, y la atracción por los hombres.

    Su padre era médico clínico, al viejo estilo del médico de cabecera, su madre fue una de las primeras cirujanas de Inglaterra, varios hermanos también abrazaron la medicina y uno padeció esquizofrenia. Cuando Oliver le dijo a su madre que le gustaban los hombres, ella lecontestó que ojalá no hubiese nacido y no le habló en muchos días. En los años 40 lahomosexualidad en Inglaterra era considerada una aberración — Sacks nació el 9 de julio de1933 —  y si su padre se mostró más indulgente, pronto entendió que estaba en problemas.Luego de recibirse y ejercer sus primeras prácticas en hospitales, hizo un viaje a Canadá y

    luego se radicó en California, donde alternó tres pasiones: la neurología, el mundo de lasmotos — los fines de semana viajaba hasta 1.500 kilómetros de ida y vuelta al Gran Cañón

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    del Colorado — , y el levantamiento de pesas en los gimnasios fisicoculturistas. La imagen esla de un médico beat, amigo de las camperas de cuero, las cilindradas, el viaje nocturno encarreteras solitarias, los gimnasios, las drogas, el ambiente liberal de la California de los añossesenta.

    Sacks comenzó a consumir drogas con curiosidad médica y desarrolló una adicción a lasanfetaminas que logró vencer con esfuerzo cuando ya estaba en Nueva York, luego defracasar en el laboratorio científico de la Escuela de Medicina Albert Einstein, donde seespecializaba en neuroquímica y neuropatología. Le recomendaron que se dedicara a ver

     pacientes y recaló en una clínica de cefaleas del Bronx, bajo el entusiasta amparo de unespecialista que apoyó sus investigaciones sobre las migrañas pero le prohibió publicar susconclusiones, y luego las plagió. Migraña se publicó en Inglaterra con buena acogida, y deregreso a Nueva York, en 1966 Sacks comenzó a trabajar en el hospital de enfermedadescrónicas Beth Abraham. Entre sus quinientos pacientes, ochenta eran sobrevivientes de la

     pandemia del sueño que había matado a millones de personas en la década de 1920 y llevabanmás de cuarenta años en estado catatónico, paralíticos, afásicos, parkinsonianos, con extraños

    síndromes posencefalíticos. Se dedicó a ellos con devoción, también a los ancianos alojados por la congregación de las Hermanitas de los Pobres, compenetrado con la visión delneuropsicólogo ruso A. R. Luria, proclive a una comprensión integral de las afecciones de sus

     pacientes y dotado de una formación clásica y romántica que le permitía narrar sus casosclínicos con la penetración y la intensidad de un novelista. Con ese espíritu se dedicó atrabajar con la comunidad de enfermos, en las antípodas de la tendencia más prestigiosa entresus colegas, que sembraban de especializaciones la medicina. Entonces vivía de forma

     paupérrima, más allá de algunas experiencias puntuales no había consolidado ningunarelación amorosa estable, ya sabía que no iba a convertirse en una eminencia científica, ytodo lo que tenía delante era un paisaje de vidas arruinadas por la demencia. El trabajo consus pacientes lo rescató de las drogas y le dio sentido a su vida. Afirma Sacks que no volvió atener relaciones sexuales en treinta y cinco años.

    UN HOMBRE DESPIERTO

    En 1969, después de dos años de trámites, Oliver Sacks consiguió la autorización para probaruna droga que se usaba en los pacientes de mal de Parkinson, la L-dopa, entre la comunidad

    catatónica del hospital, con los espectaculares resultados que difundió en su libroDespertares y años más tarde la película del mismo título (1990), protagonizada por Robin

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    Williams y Robert De Niro. Los pacientes regresaron a la vida después de decenas de años de permanecer en estados casi vegetativos. Pero luego mostraron problemas de distinto orden,fluctuaciones repentinas e impredecibles, y efectos colaterales que un médico le aconsejó nodifundir para evitar el desprestigio de la droga. Todo lo contó Sacks en artículos que cobrarongran difusión en la prensa y le granjearon fuertes críticas de sus colegas. En el fondo de la

    discusión estaba en juego la predictibilidad de los medicamentos, y una nueva visión queaceptaba la contingencia singular en la recepción genérica de las drogas.

    Los primeros manuscritos de Despertares fueron rechazados por la editorial Faber & Faber,Sacks los guardó en un cajón y luego los perdió, pero un amigo llevó una copia al editoringlés Colin Haycraft, que lo alentó a reescribirlos y realizaron juntos un minucioso trabajode edición porque entonces Sacks era un escritor muy desordenado, lo siguió siendo, pese alo mucho que aprendió de libro en libro. Como le dijo un viejo amigo, ganó en empatía,aprendió a controlar el tono de sus asombros, a mejorar la precisión de sus descripciones, ano abrumar con la especificidad técnica, y como le aconsejó otro poeta amigo, el gran W. H.Auden, al ir más allá del aspecto clínico, "tendrás que ser metafórico, místico, lo que haga

     falta" .

    A partir de la publicación de Despertares, en 1973, Sacks se convirtió en un escritor dedivulgación científica y comenzó a publicar artículos en el New York Review of Books mientras una porción considerable de la comunidad médica callaba o le dedicaba críticaslapidarias. Pero conquistó al gran público, que se vio atraído por la comunicación personal desu experiencia médica y el compromiso sensible con sus pacientes. La muletilla ha sidorepetida: tenía un trato humano con el dolor. Nada de eso. La ajenidad institucional, técnica ydescomprometida de la medicina es humana. Lo que recuperó Oliver Sacks fue una visiónhumanística de la ciencia y el hombre, de modo que cuando se enfrentaba a un caso

     patológico reconocía el problema genérico y la singularidad de la persona, y en lasingularidad encontraba la más rica experiencia de la enfermedad, para el mundo de laciencia, para la aventura del paciente y para él mismo.

    Por entonces Sacks vivía en una casita que le prestaban al lado del hospital Beth Abraham, para médicos residentes, y cuando planteó su desacuerdo con el sistema de premios y castigosterapéuticos que se utilizaban con algunos enfermos, y cuando el director le pidió la casa paraalojar a su madre, se negó a irse y fue expulsado. Pero continuó visitando a su comunidad de

     pacientes.

     Nada más revelador del contraste entre la fama y las modestas condiciones de su vida que el

     pedido de un estudiante inglés de neurología, interesado en estudiar durante un año con él, ensu departamento de la universidad. Sacks le contestó que estaría encantado de recibirlo, perono estaba en ninguna universidad ni dirigía ningún departamento académico. Mientras nadabaalrededor de City Island vio una modesta casa de madera que estaba en venta, salió del agua ydescalzo, todavía goteando, entró en la inmobiliaria a preguntar el precio. Vivió en esa

     pequeña comunidad de pescadores y marinos por varios años.

    UN SOLO TRAJE

    El grueso de la comunidad médica pudo ignorarlo durante años, pero no prestigiosos hombresde ciencia de muchos países, que a partir de la publicación de El hombre que confundió a

    su mujer con un sombrero (1985), comenzaron a tener trato con él para realizar trabajos,consultarlo o compartir ideas. Su acercamiento al historiador de la ciencia Stephen Jay

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    Gould, que avanzaba sobre las teorías de la contingencia y el papel del azar en la evoluciónde las especies lo condujo a entablar relación con el neurocientífico Gerald Edelman, quedesarrolló la teoría de la selección de grupos neuronales, o darwinismo neural, y obtuvo elPremio Nobel por su teoría seleccionista en el sistema inmunológico. Edelman planteaba queel código genético era incapaz de especificar ni controlar el destino de cada célula del cuerpo,

    y sobre todo en el sistema nervioso, sometido a todo tipo de contingencias impredecibles. Lostrabajos de Sacks sobre la singularidad de cada paciente neurológico eran un tesoro deexperiencias clínicas para el teórico y ambos compartieron el laborioso esfuerzo en lasfronteras de los paradigmas que la ciencia arriesga y prueba con prudente lentitud a lo largode la historia.

    Por entonces los vínculos con científicos internacionales terminaron de abrirle las puertas enla comunidad neurológica norteamericana y la popularidad de sus libros acompañóinnumerables reconocimientos académicos en muchas universidades, tan insospechadoscomo el recibimiento del título de Comendador de la Orden del Imperio Británico que leotorgó la Reina Isabel II en 2008. "Aunque no soy propenso a vestir formalmente ni a otrotipo de formalidades

     —  suelo llevar ropa descuidada y decrépita, y solo tengo un traje

     —  ,

    disfruté con las formalidades de Buckingham" , escribió.

    En diciembre de 2005 un melanoma en el ojo derecho había acabado con las confianzas deSacks en su salud. Tenía 72 años y combatió el cáncer con radioterapia, pero finalmente

     perdió la visión del ojo. Luego tuvieron que reemplazarle la rodilla izquierda, que le quedórígida, y unos insoportables dolores de ciática lo obligaron a escribir de pie, sobre una

     plataforma improvisada con diez volúmenes del Oxford English Dictionary. Trabajaba en sunuevo libro, Los ojos de la mente, pero el dolor se hizo tan insostenible que pensó en elsuicidio. Lo operaron en diciembre de 2009 y recuperó al menos una parte de su vida. Parecíaun resto y sin embargo, entonces conoció al escritor californiano Billy Hayes, de 60 años, y eldestino singular de Oliver Sacks, como una alegoría, volvió a desmentir todos los pruritos dela vejez: se enamoraron.

    Durante su juventud Billy Hayes había sido encarcelado en Turquía por vender hachís ycondenado a prisión perpetua, y logró escapar a Grecia. Contó esa experiencia en su libroMidnight Express (1977), luego malversada en la exitosa película de Alan Parker y OliverStone, El expreso de medianoche (1978). Pero entonces trabajaba como actor y guionista enla industria de Hollywood, y acompañó a Oliver Sacks, notoriamente agradecido de conocerfinalmente el amor, hasta su muerte en 2015. A él le dedica esta autobiografía que narra conelemental sinceridad el extraordinario destino de un hombre que se animó a contar lo que

    aprendió, y lo que no sabía.

    EN MOVIMIENTO. UNA VIDA, de Oliver Sacks, Anagrama, 2015. Barcelona, 446págs. Distribuye Gussi. 

    El tintero.

    Oliver Sacks 

    DE NIÑO me llamaban Tintero, y a mis setenta años todavía parece que siempre voymanchado de tinta.

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    Comencé a llevar un diario cuando tenía catorce años, y la última vez que los conté habíallegado casi a mil. Los tengo de todas las formas y tamaños, desde esos pequeños de bolsilloque llevo conmigo, hasta enormes tomos. Siempre guardo un cuaderno junto a la cama, paraanotar mis sueños y también mis reflexiones nocturnas, y procuro tener uno junto a la piscina,o cuando nado en un lago o en la playa; nadar también suele producir muchos pensamientos

    que debo anotar, sobre todo si se presentan, como ocurre en ocasiones, en forma de frases o párrafos enteros.

    Cuando escribía Con una sola pierna, extraía mucho material de los detallados diarios quehabía llevado como paciente en 1974. También el Diario de Oaxaca se basaba en granmedida en mis cuadernos escritos a mano. Pero lo más habitual es que casi nunca repase losdiarios que he llevado durante gran parte de mi vida. El acto de escribir es suficiente en símismo; sirve para clarificar mis pensamientos y sentimientos. El acto de escribir es una parteintegral de mi vida mental; las ideas surgen y cobran forma en el acto de escribir.

    … Una gran parte de lo que he escrito han sido mis notas clínicas... y durante muchos años.

    Con una población de quinientos pacientes en el Beth Abraham, trescientos residentes en elhogar de las Hermanitas de los Pobres, y miles de pacientes externos e internos en el HospitalEstatal del Bronx, he escrito más de mil anotaciones al año durante muchas décadas, y me haencantado; mis notas son prolijas y detalladas, y otros han dicho que a veces se leen como sifueran una novela.

    Para bien o para mal, soy un narrador. Sospecho que esta afición a las historias, a la narrativa,es una inclinación humana universal, que tiene que ver con el hecho de poseer un lenguaje,una conciencia del yo, y una memoria autobiográfica.

    El acto de escribir, cuando ocurre con fluidez, me proporciona un placer, una dichaincomparable. Me lleva a otro lugar — da igual cuál sea el tema —  en el que me hallototalmente absorto y ajeno a pensamientos, preocupaciones y obsesiones que puedandistraerme, incluso al paso del tiempo. En esos raros y celestiales estados mentales puedoescribir sin parar hasta que ya no veo el papel. Sólo entonces me doy cuenta de que haanochecido y me he pasado el día escribiendo.

    A lo largo de mi vida he escrito millones de palabras, pero el acto de escribir me sigue pareciendo algo tan nuevo y divertido como cuando empecé, hace casi setenta años.

    (fragmentos de las páginas finales de En movimiento  )