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EL APOCALIPSIS María Camila Peña Mesa Antes de que todo sucediera, la Tierra era el planeta más hermoso de toda la galaxia. Su diversidad de escenarios la hacía única. Había playas de arena tan blanca como la nieve, en la que yacían cientos de palmas, con sus hojas verdes y frutos redondos, que en ocasiones caían sobre la arena y eran arrastrados por la marea. El agua era tan cristalina que dejaba ver el encanto de los arrecifes, hogar de millones de peces de colores que se deslizaban unos tras otros por los pequeños agujeros. Los bosques estaban poblados por miles de árboles: altos, bajos, con flores y sin ellas. Pequeños animales corrían por sus ramas, para alimentarse de los hermosos frutos que colgaban de ellas. Era tal la paz en ese lugar que se lograba escuchar como el agua bajaba por la montaña y chocaba con grandes rocas mientras lo hacía. Los pájaros, aposentados en las copas de los árboles, cantaban en armonía, generando melodías que deleitaban los oídos del resto de los animales. Además, estaban esos lugares cerca de la cima del mundo, donde el color que predominaba era el blanco, pues blanca era la nieve y ella lo envolvía todo: los árboles, las piedras, las montañas e incluso los animales. En este lugar, el suelo era tan blanco y el cielo tan azul, que parecía salido de un cuento de hadas, en el que sus habitantes solían deslizarse por las colinas de nieve para pasar de un lugar a otro. Sin embargo, en la Tierra existía un lugar que no era apacible y sereno como todos los demás. Se trataba de la Zona Volcánica, que estaba habitada por estructuras geológicas llamadas volcanes. Esto últimos, eran montañas rocosas en forma de cono, que contaban con un orificio en la cima del que salían expedidos gases, lava y ceniza. Los volcanes no eran agradables a la vista, pero más que eso, el problema con ellos radicaba en que cuando se disgustaban (y lo hacían con mucha frecuencia) dejaban salir la lava, ceniza y gases a altas temperaturas, arrasando con cualquier forma de vida aun cuando se encontrara a

El apocálipsis

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María Camila Peña nos relata como el mundo era bello hasta que los 02 hicieron de las suyas.

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EL APOCALIPSIS

María Camila Peña Mesa

Antes de que todo sucediera, la Tierra era el planeta más hermoso de toda la

galaxia. Su diversidad de escenarios la hacía única. Había playas de arena tan

blanca como la nieve, en la que yacían cientos de palmas, con sus hojas verdes y

frutos redondos, que en ocasiones caían sobre la arena y eran arrastrados por la

marea. El agua era tan cristalina que dejaba ver el encanto de los arrecifes, hogar

de millones de peces de colores que se deslizaban unos tras otros por los

pequeños agujeros. Los bosques estaban poblados por miles de árboles: altos,

bajos, con flores y sin ellas. Pequeños animales corrían por sus ramas, para

alimentarse de los hermosos frutos que colgaban de ellas. Era tal la paz en ese

lugar que se lograba escuchar como el agua bajaba por la montaña y chocaba con

grandes rocas mientras lo hacía. Los pájaros, aposentados en las copas de los

árboles, cantaban en armonía, generando melodías que deleitaban los oídos del

resto de los animales. Además, estaban esos lugares cerca de la cima del mundo,

donde el color que predominaba era el blanco, pues blanca era la nieve y ella lo

envolvía todo: los árboles, las piedras, las montañas e incluso los animales. En

este lugar, el suelo era tan blanco y el cielo tan azul, que parecía salido de un

cuento de hadas, en el que sus habitantes solían deslizarse por las colinas de

nieve para pasar de un lugar a otro.

Sin embargo, en la Tierra existía un lugar que no era apacible y sereno como

todos los demás. Se trataba de la Zona Volcánica, que estaba habitada por

estructuras geológicas llamadas volcanes. Esto últimos, eran montañas rocosas

en forma de cono, que contaban con un orificio en la cima del que salían

expedidos gases, lava y ceniza. Los volcanes no eran agradables a la vista, pero

más que eso, el problema con ellos radicaba en que cuando se disgustaban (y lo

hacían con mucha frecuencia) dejaban salir la lava, ceniza y gases a altas

temperaturas, arrasando con cualquier forma de vida aun cuando se encontrara a

kilómetros de distancia. Por esta razón, los animales y plantas de la Tierra

decidieron aislar a los volcanes en un rincón desierto y oscuro del planeta, donde

no podrían herir a nadie.

Por miles de años, los habitantes de la Tierra vivieron en completa paz y armonía

porque todas sus generaciones respetaron la regla que les fue impuesta por las

anteriores: no acercarse a la Zona Volcánica por ningún motivo. Pero un día,

rebeldes O2 decidieron desobedecerla.

Los O2 eran habitantes con características particulares. Para empezar, eran malos

conductores de energía, es decir, no metales, pertenecientes a la familia de los

anfígenos. Además, se caracterizaban por ser muy propensos a reaccionar con

otros habitantes de la Tierra. En un principio los O2 se comportaban como todos

los demás, eran amables, pasivos y cordiales. No obstante, a medida que pasaron

los años se dieron cuenta que poseían características que los anteponían a ellos.

En primera instancia, eran los habitantes más electronegativos al reaccionar con

otros, sólo los superaban los F2, pero estos eran habitantes a los que no les

gustaba salir de su casa y por eso pocas veces reaccionaban con otros. Además,

los O2 eran el grupo de habitantes más abundante de la Tierra y eran esenciales

para la supervivencia de los animales, que los necesitaban para llevar a cabo el

proceso de respiración, y para las plantas, que requerían CO2 para realizar la

fotosíntesis.

Los O2 se volvieron soberbios, con un ego elevado que los hacía creerse mejor

que los demás. Flotaban por toda la Tierra buscando a habitantes que oxidar, es

decir, a quienes quitar energía de sus electrones de valencia. Así que, los O2

decidieron dirigirse a la Zona Volcánica, pues se rumoraba que allí había

habitantes a quienes no habían oxidado todavía. Los otros habitantes de la Tierra

suplicaron a los O2 que no fueran al lugar prohibido, pues temían que su presencia

en él pudiera desencadenar una catástrofe o su propia desaparición, que

ocasionaría la muerte de muchos organismos.

Pero los O2 hicieron caso omiso a todas las advertencias y cruzaron océanos y

continentes hasta llegar a la Zona Volcánica. Su primera impresión de dicho lugar

fue la de un espacio tenebroso y lúgubre. Sin embargo, para los O2 ya no había

marcha atrás, puesto que quedarían como unos cobardes frente al resto del

planeta. Por unos minutos, recorrieron los alrededores sin acercarse mucho a los

espeluznantes volcanes y al ver que nada malo les ocurría, decidieron

aproximarse a los agujeros en sus cimas. Al hacerlo, vieron la lava y ceniza

calientes de las que todo el mundo hablaba, pero más importante aún, lograron

ver a unos habitantes que les llamaron mucho la atención.

Se trataba de los S2, un grupo de habitantes en estado gaseoso con una tonalidad

entre rojo y naranja. Los O2 habían oído hablar de los S2, mas nunca los habían

visto en persona. Eran no metales con un olor muy peculiar, que le causaba a los

O2 un poco de aversión. No obstante, estos eran muy codiciosos y sólo se

preocupaban por oxidar a otros para obtener su energía por medio de sus

electrones de valencia sin importar las consecuencias. Así que, los O2 formaron un

grupo de tres átomos para atacar a uno de S2. Los tres átomos de O2 se

desplazaron con sigilo hacia el de S2 y lo tomaron por la espalda. El átomo de S2

reaccionó con los tres de O2, formando un compuesto nunca antes visto en el

planeta Tierra: el SO3. Al ver este resultado, los átomos de O2 optaron por formar

más grupos de tres átomos y reaccionar con uno de S2. De esta manera se fueron

produciendo más y más moléculas del óxido ácido SO3.

Los SO3 eran habitantes gaseosos e incoloros, que sentían gran curiosidad por

descubrir que había más allá de la Zona Volcánica. Sin embargo, temían que los

otros habitantes de la Tierra los rechazaran por sus orígenes. Para tranquilizarlos,

los O2 les dijeron que no tenían de que preocuparse, ya que si los demás veían

que eran sus amigos los aceptarían sin duda alguna. Los SO3 pensaron por un

momento lo que dijeron los O2 y concluyeron que tenían razón.

De esta manera, los SO3 salieron de la Zona Volcánica con la intención de

descubrir que había en el resto del mundo. Lo primero que notaron fue la gran

variedad de colores que lo componían. Hasta el momento ellos sólo habían visto el

rojo de la lava, el gris de la ceniza y el café de las grandes rocas que formaban a

los volcanes. Ninguno de ellos se comparaba al azul del cielo y del océano, al

verde de las plantas, al amarillo del sol, al blanco de la nieve y al morado, naranja,

rosado y demás colores de las flores y frutos. A medida que recorrían la Tierra, los

SO3 no dejaban de maravillarse. La belleza de los bosques y las selvas, la

imponencia de los glaciares y la serenidad de las playas los abrumaban.

Cuando los SO3 pensaron que nada podría asombrarlos más, divisaron a lo lejos

dos pequeñas criaturas blancas que corrían una detrás de la otra a lo largo de una

pradera. Colmados de curiosidad se acercaron a ellas y notaron que tenían cuatro

patas y dos largas orejas. Al ver con más detalle, percibieron que tenían finos

bigotes que salían por encima de sus diminutas narices rosadas. Además,

apreciaron que sus dientes eran muy grandes considerando su tamaño corporal y

que sus ojos eran negros como el carbón. Los SO3 llegaron a estar tan cerca de

las dos criaturas que pudieron notar que una de ellas tenía una minúscula mancha

color café en su lomo. De un momento a otro, las pequeñas criaturas empezaron a

mover sus cuellos de arriba abajo como si algo les estuviera obstruyendo la

garganta. Los SO3 no sabían cómo ayudar, así que se quedaron impávidos

mirándolas. Después de unos cuantos segundos pudieron apreciar que sus ojos

se estaban tornando rojos en los extremos y que salía sangre de sus narices. Los

SO3 estaban aterrorizados, se preguntaban qué podía estar pasándole a las

pequeñas criaturas que minutos atrás habían estado corriendo dichosas por la

pradera. En un abrir y cerrar de ojos una de las criaturas cayó al piso inmóvil y la

otra hizo lo mismo a los pocos segundos. Los SO3 miraban hacia todas las

direcciones con la esperanza de encontrar lo que había ocasionado la muerte de

las criaturas y después de varios minutos concluyeron que lo único que parecía

inusual en ese lugar era su presencia.

Al ver lo que los SO3 le habían hecho a los conejos, los demás habitantes de la

Tierra los acorralaron guardando su distancia, pues temían acabar como ellos.

Todos exigieron a los SO3 una explicación a lo que habían hecho, pero estos no

sabían que decirles, ya que ni ellos mismo sabían con exactitud qué había

sucedido. Los habitantes de la Tierra tomaron el silencio de los SO3 como

hostilidad, así que les demandaron que volvieran al lugar del que había venido. Al

oír la exigencia, los SO3 cayeron en un llanto incontrolable y suplicaron que no los

hicieran regresar a la Zona Volcánica.

Los habitantes de la Tierra se mostraron indiferentes a las súplicas de los SO3,

pero ninguno se sentía capaz de sacarlos a la fuerza porque temían morir en el

intento. Sin embargo, un grupo de habitantes, conocidos como los gases nobles

dieron un paso adelante y se ofrecieron a combatir a los SO3. Los gases nobles

(He, Ne, Ar, Kr, Xe y Rn) recibían ese nombre debido a que tenían ocho

electrones en su último orbital, es decir, su octeto completo, lo que significaba que

tenían su ultimo nivel de energía lleno. Esta característica hacía que fueran muy

estables. Dichos habitantes, se aproximaron con lentitud hacia los SO3 que

temblaban de miedo. De un momento a otro, aparecieron los O2 enfurecidos.

Estos reprochaban al resto de los habitantes de la Tierra que estuvieran

expulsando a los SO3, que según ellos eran como sus hijos. No obstante, a todos

les seguía pareciendo que los SO3 eran peligrosos y por eso debían volver a la

Zona Volcánica.

Después de horas de discutir sin llegar a un acuerdo, los O2 y los gases nobles

optaron por resolver sus diferencias por la fuerza. Fue una batalla muy reñida. A

pesar de que los gases nobles tenían su octeto completo, los O2 eran más

abundantes y por esa razón les costaba mucho someterlos. Al ver que los gases

nobles estaban teniendo dificultad al combatir a los O2, el vapor de H2O, que se

producía por el calentamiento del agua que bajaba por la montaña, decidió tomar

a los SO3, elevarlos y llevarlos él mismo de vuelta a la Zona Volcánica. Pero al

entrar el contacto, los SO3 y el vapor de H2O reaccionaron formando H2SO4, en

forma de nubes blancas y densas que rápidamente se precipitaron. Se trataba de

uno de los integrantes de la lluvia ácida, una sustancia con un pH menor que 5,

que al entrar en contacto con la superficie terrestre le ocasionaba daños

irreparables.

Debido a la gran cantidad de SO3 y vapor de H2O que reaccionaron, la abundancia

de H2SO4 que se produjo fue igual de grande, haciendo que lloviera sin cesar por

siete años y cinco meses. Por desgracia, para el momento en que dejó de caer

lluvia ácida, la Tierra ya no era el lugar hermoso y lleno de vida que solía ser. Sus

bosques ya no eran verdes, pues todos los árboles y plantas habían muerto. Los

nevados se habían derretido. La arena de las playas ya no era blanca, sino oscura

y rígida. Toda forma de vida sobre la Tierra había muerto y esta había quedado

reducida a un cuerpo sombrío y lúgubre.