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El paisajista [Cuento. Texto completo.] Anónimo chino Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana, desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador era conocer así aquellas provincias. El pintor viajó mucho, visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una sola imagen, sin siquiera un boceto. El emperador se sorprendió, e incluso se enfadó. Entonces el pintor pidió que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques. Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco en el paisaje, que se hacia más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro desnudo. El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio. FIN El árbol maravilloso

El Armario

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El paisajista[Cuento. Texto completo.]

Anónimo chino

Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana, desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador era conocer así aquellas provincias.

El pintor viajó mucho, visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una sola imagen, sin siquiera un boceto.

El emperador se sorprendió, e incluso se enfadó.

Entonces el pintor pidió que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques.

Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco en el paisaje, que se hacia más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro desnudo.

El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio.

FIN

El árbol maravilloso

En una pequeña placetuela del pueblo de Concoverno, había un precioso árbol, al que centenares de los habitantes de la localidad, habían trepado en su más tierna infancia. Tan viejo era ya el árbol, que las autoridades del pueblo decidieron darle un merecido descanso, colocando a su alrededor una pequeña valla, para impedir que los niños continuaran subiéndose a sus ramas.

 

Una medida, que no le gustó nada al árbol, ya que él disfrutaba enormemente de la compañía y las ocurrencias de los más pequeños del lugar. Días y días pasaron, hasta

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que un osado niño llamado Guillermo decidió hacer caso omiso a las prohibiciones y trepar a una de sus fuertes ramas, en compañía de su amigo Agustín.

 

Tan feliz estaba, al escuchar las confidencias que los dos amigos se hacían, que la vieja savia de su cuerpo, parecía rejuvenecer con cada palabra de los pequeños. Agradecido por la audaz acción de Guillermo, decidió ayudarle a conseguir eso que el niño tanto deseaba: ganar a las canicas, para evitar que todos se rieran de él y conseguir la atención de Carlota.

 

A la mañana siguiente, todos quedaron sorprendidos por la gran pericia de Guillermo con las canicas. Incluso Carlota se dio cuenta de lo bueno que era, regalándole su más preciada canica. Más feliz que una perdiz, regresó por la tarde al árbol, para contarle a Agustín sus proezas.

 

Fue así como el viejo árbol, descubrió lo mágico y maravilloso que podía ser, transformándose en el Árbol de los Sueños.

La nuez de oro

Un día, mientras la pequeña María daba un agradable paseo por el bosque, descubrió una preciosa nuez de oro, a un lado del camino.

 

Justo cuando se disponía a guardarla en su bolsillo, alguien dijo a su espalda:

 

-Siento comunicarte, que esa nuez que portas en tu mano es mía.

 

Al escuchar estas palabras, María se dio la vuelta para conocer, al que decía ser el dueño de la nuez. Cuando lo hizo, se topó con un personaje bastante extraño, de un tamaño bastante más pequeño que el suyo, que iba vestido con unos llamativos ropajes de color rojo y un gorro con forma apuntada.

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-Siento haberte asustado pequeña humana. Soy el Duendecillo de la Floresta y en cuanto me devuelvas lo que me pertenece, dejaré de molestarte.

 

-Si es tuya, segura que sabrás cuantos son los pliegues de su corteza. Solo te la devolveré si aciertas el número exacto, si fallas aunque sea por uno solo, me la quedaré para mí y la usaré para comprarles ropas a los niños pobres del pueblo.

 

-No hay problema, la nuez tiene mil ciento un pliegues.

 

Cuando la niña vio que estaba en lo cierto, le devolvió con mucha pena la nuez.

 

-Puedes quedártela-dijo el duendecillo-ya que tus propósitos con ella son nobles. De ahora en adelante, pídele a la nuez lo que desees y ella te lo concederá.

 

Sin saber cómo, la pequeña nuez de oro, se encargaba de darles ropas y comida a todo el que lo necesitaba. Desde entonces, la niña fue conocida en todos los contornos como María la Nuez de Oro.

El campesino y el diablo

Había una vez un simpático campesino, al que todo el mundo conocía por su aguda inteligencia y su capacidad para sacar ventaja de toda situación. Muchas son las historias que cuentan de él, pero ninguna hay, como aquella en la que consiguió burlar al mismo diablo.

Un tarde, mientras admiraba con orgullo el trabajo del día, se dio cuenta de que en una de sus tierras, había un extraño resplandor. Al acercarse al lugar, descubrió a un pequeño diablillo, con el que comenzó a entablar esta conversación:

-¿Qué estás guardando bajo debajo de ti? ¿Se trata de algún tesoro?

-No debería decírtelo, pero estás en lo cierto, guardo el más grande tesoro que puedas imaginar.

-Siendo así, ese tesoro es mío, puesto que está dentro de mis tierras

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-Será tuyo, siempre y cuando me des la mitad de los frutos de estas tierras durante 2 años.

-No hay problema, pero para evitarnos malentendidos, yo me quedaré con la parte de arriba y tú con la de abajo.

El incauto diablillo aceptó encantado el trato, sin saber que el campesino había plantado remolachas, cuyas hojas a la hora de la cosecha están secas y amarillas. Al ver que su trozo de terreno no tenía nada que cosechar, se fue muy enfadado, pidiéndole al campesino el cambio de la tierra.

En esta ocasión el campesino sembró un hermoso trigo, que segó antes de que llegara el diablo. Cuando este llegó y no vio nada más que la tierra vacía, se marchó muy enfadado, para no volver jamás.

Así fue como el campesino se hizo con el tesoro, sin pagar nada a cambio.

El gallo,el pato y las sirenas

Hace mucho tiempo, un pato y un gallo, que eran grandes amigos, discutían a menudo sobre la misma cuestión: la existencia de las sirenas.

Hartos de discutir, decidieron ir hasta el mar y comprobar con sus propios ojos, cual de los 2 tenía razón. Con esa intención se adentraron en el fondo marino, viendo a su paso a gran cantidad de peces de colores, próximos a la superficie. Conforme iban bajando, encontraban peces de mayor tamaño y de aspecto más terrorífico, hasta que llegaron a un lugar en el que todo estaba tan oscuro, que no podían ver ni su propia mano.

Tanto les asustaba esta situación, que salieron lo más deprisa que pudieron del agua, prometiendo el gallo, que nunca más volvería a intentar buscar a las sirenas. El pato, que era mucho más valiente, consiguió hacerle romper su promesa y cargados con una gran linterna, volvieron a bajar a las profundidades submarinas.

Cuando llegaron al lugar que tanto los asustaba, iluminaron la oscuridad con su linterna y se encontraron con una gran familia de sirenas, que estaban confundidas por su comportamiento anterior, ya que ellas solo querían ser sus amigas.

Así fue como el pato y el gallo, se hicieron amigos de las sirenas y nunca volvieron a discutir.

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