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1 El ARTE DE TENER SIEMPRE LA RAZÓN Arthur Schopenhauer La dialéctica erística es el arte de disputar de modo que uno siempre tenga razón por medios lícitos e ilícitos. Se puede tener la razón, pero no tenerla ante los ojos de los presentes ni ante los propios. Así sucede, por eso se toma como la refutación de mi tesis total, en apoyo de la cual se pueden presentar otras pruebas. En este caso, la situación del adversario es inversa: aparece como poseedor de la razón aunque no la tenga. En consecuencia, la verdad objetiva de una proposición y su aprobación por parte de los contendientes y oyentes son dos cosas distintas. ¿Cuál es el origen de esto? La perversidad natural del género humano. Si ésta no existiera, si fuésemos honrados, intentaríamos que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos de que ella resultara conforme a nuestra opinión o a la de otro, lo cual sería indiferente o, en todo caso, de secundaria importancia. Sin embargo, tener la razón se convierte en lo más importante. Nuestra vanidad congénita, especialmente susceptible en la capacidad intelectual, no quiere aceptar que lo que sostuvimos como verdadero resulta falso y que lo verdadero sea lo que sostuvo el adversario. Por consiguiente, cada uno sólo debería preocuparse de formular juicios justos, y primero debería pensar y después hablar. Pero la mayor parte de las personas, unen a su innata vanidad la incontinencia verbal y una innata falta de probidad. Hablan antes de pensar y, cuando después se dan cuenta de que su afirmación es falsa y no tienen razón, pretenden que aparezca como si fuese único motivo para sostener lo mantenido como verdadero, cede por completo ante la vanidad. Lo verdadero aparece como falso y lo falso como verdadero. Sin embargo, esta falta de honradez tiene una excusa. Muchas veces, estamos firmemente convencidos de la verdad de nuestra tesis; pero la argumentación del adversario parece derribarla y, si renunciamos a la defensa de nuestra causa, con frecuencia después advertimos que teníamos razón, Nuestra argumentación no era la correcta pero si podía existir una adecuada a nuestra tesis: pero el argumento del adversario parezca justo y convincente, lo atacamos confiando en el hecho de que su rectitud sólo sea aparente y que, a lo largo del debate, se nos ocurrirá otro argumento capaz de demoler la tesis con obligados a la deslealtad en el disputar.

El Arte de Tener Siempre la Razón

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El ARTE DE TENER SIEMPRE LA RAZÓN Arthur Schopenhauer

La dialéctica erística es el arte de disputar de modo que uno siempre tenga

razón por medios lícitos e ilícitos. Se puede tener la razón, pero no tenerla ante los ojos de los presentes ni ante los propios. Así sucede, por eso se toma como la refutación de mi tesis total, en apoyo de la cual se pueden presentar otras pruebas.

En este caso, la situación del adversario es inversa: aparece como poseedor

de la razón aunque no la tenga. En consecuencia, la verdad objetiva de una proposición y su aprobación por parte de los contendientes y oyentes son dos cosas distintas.

¿Cuál es el origen de esto? La perversidad natural del género humano. Si

ésta no existiera, si fuésemos honrados, intentaríamos que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos de que ella resultara conforme a nuestra opinión o a la de otro, lo cual sería indiferente o, en todo caso, de secundaria importancia. Sin embargo, tener la razón se convierte en lo más importante.

Nuestra vanidad congénita, especialmente susceptible en la capacidad

intelectual, no quiere aceptar que lo que sostuvimos como verdadero resulta falso y que lo verdadero sea lo que sostuvo el adversario. Por consiguiente, cada uno sólo debería preocuparse de formular juicios justos, y primero debería pensar y después hablar.

Pero la mayor parte de las personas, unen a su innata vanidad la

incontinencia verbal y una innata falta de probidad. Hablan antes de pensar y, cuando después se dan cuenta de que su afirmación es falsa y no tienen razón, pretenden que aparezca como si fuese único motivo para sostener lo mantenido como verdadero, cede por completo ante la vanidad. Lo verdadero aparece como falso y lo falso como verdadero.

Sin embargo, esta falta de honradez tiene una excusa. Muchas veces,

estamos firmemente convencidos de la verdad de nuestra tesis; pero la argumentación del adversario parece derribarla y, si renunciamos a la defensa de nuestra causa, con frecuencia después advertimos que teníamos razón,

Nuestra argumentación no era la correcta pero si podía existir una

adecuada a nuestra tesis: pero el argumento del adversario parezca justo y convincente, lo atacamos confiando en el hecho de que su rectitud sólo sea aparente y que, a lo largo del debate, se nos ocurrirá otro argumento capaz de demoler la tesis con obligados a la deslealtad en el disputar.

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De esta manera la flojeada de nuestro entendimiento y el torcimiento de nuestra voluntad se apoyan de forma mutua. De manera que, por regla general, quien entabla una disputa no se bate por la verdad sino por su propia tesis y procede con medios lícitos e ilícitos y, tal como lo hemos mostrado, no podría hacerlo de otra forma.

Por ello, cada uno se esforzará para que triunfe su tesis, aun cuando en el momento le parezca falsa o dudosa, y los recursos de argumentación los tiene en las manos cada uno, gracias a su astucia y malicia, que se los enseña la experiencia cotidiana en el arte de disputar. Cada uno está provisto de su dialéctica y su lógica natural.

Pero la primera no es una guía tan segura como la segunda. Ninguno

pensará o inferirá fácilmente contra las leyes de la lógica: los falsos juicios son frecuentes, pero los falsos silogismos son extremadamente raros.

Por eso, no sucede tan a menudo que alguien muestre una deficiencia de

lógica natural; en cambio, es común encontrar deficiencias en la dialéctica natural; esta última es un don de la naturaleza distribuido de manera desigual. Dejarse confundir, o dejarse refutar, por una argumentación aparente cuando uno tiene razón es un hecho que ocurre con frecuencia. Y quien resulta vencedor en una disputa lo debe, muchas veces, no tanto al rigor de sus juicios, sino a la astucia y destreza con la que se defendió.

Las facultades innatas, como en todos los casos, son las mejores. No

obstante, el ejercicio y la reflexión sobre las fórmulas para derrotar al adversario, o sobre las que él utiliza para derrotar, pueden ayudar a conseguir gran maestría en ese arte. A pesar de que la lógica puede-en el fondo-no tener utilidad práctica, la dialéctica sí puede ser útil. Me parece que Aristóteles ha concebido su lógica, básicamente, como fundamento y preparación para la dialéctica y que para él ésta era el tema principal.

La lógica se ocupa de la mera forma de las proposiciones: la dialéctica, de

su contenido y su materia. Por eso, el estudio de la forma, en cuánto a la consideración de lo universal, debería preceder al estudio del contenido, en cuanto consideración de lo particular.

Aristóteles no define la finalidad de la dialéctica; le asigna como objetivo el

disputar y, al mismo tiempo, el descubrimiento de la verdad (Tópicos, 1,2). Y después añade: <Se tratan las proposiciones filosóficamente desde el punto de vista de la verdad, dialécticamente desde la perspectiva de la apariencia, la aprobación o la opinión de los demás> (Tópicos, 1,12).

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Él es conciente de la distinción y división que existe entre la verdad objetiva de una proposición y el arte de persuadir de su verdad o de conseguir la aprobación de otros. Pero no las distingue con nitidez para que se asigne la dialéctica. Esto merece admiración, si bien su objetivo no se puede considerar logrado.

Después de considerar en la analítica, pasa al contenido donde sólo se

ocupa de los conceptos, pues en ellos reside el contenido. Proposiciones y silogismos son mera forma; los conceptos son contenidos. Procede del siguiente modo: cada controversia tiene una tesis o problema y proposiciones que sirven para resolverlos. Se trata de la relación de los conceptos entre sí. Estas relaciones son cuatro.

De un concepto se busca: su definición, su género, su nota esencial o su

accidens; es decir, alguna propiedad, un predicado. El problema de toda disputa puede reducirse a una de tales relaciones. Ésta es la base de toda la dialéctica.

En los ocho libros de Aristóteles expone las relaciones mediante las cuales

los conceptos pueden hallarse en estas cuatro acepciones e indica las reglas para cada posible relación. Por ejemplo, un concepto debe relacionarse con otro para ser su proprium, su accidens su genus o su definitum; qué errores se pueden cometer en la exposición y qué normas se deben observar cada vez que establezcamos tal relación, y qué debemos hacer para demolerla cuando la expone otro.

Aristóteles llama locus a la exposición de cada una de esas reglas o relaciones generales, y señala de donde proviene el nombre Tópica.

A lo anterior añade algunas reglas sobre las disputas que distan de ser

completas. El locus no es algo materia, y no se refiere a un objeto o a un concepto

determinado, sino que comprende una relación de conceptos, bajo una de las cuatro aceptaciones mencionadas; como sucede en toda disputa. Estas cuatro acepciones poseen clases subordinadas.

El tratamiento es, en cierta medida, formal; aunque no tanto como en la

lógica, pues esta última se ocupa del contenido de los conceptos, pero de una manera netamente formal; es decir, indica- por ejemplo – cómo el contenido del concepto A debe referirse al del concepto B, con lo que éste puede ser presentado como carácter distintivo, o como accidens, definición, o cualquier otra forma prevista.

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En torno a esa relación gira toda disputa. La mayor parte de las reglas que

Aristóteles designa son connaturales a las relaciones conceptuales, de las cuales cada uno de nosotros es consciente y exige que el adversario las respete; lo mismo que en la lógica.

Es más fácil observar tales reglas en el caso particular, o advertir que han

sido traspasadas, que acordarse del locus abstracto correspondiente. Por eso, la utilidad práctica de esta dialéctica no es grande. Dice cosas casi obvias que se entienden por si mismas y cuyo cumplimiento observa por si misma una mente sana.

Para establecer la dialéctica con perfiles nítidos es necesario considerarla,

sin preocuparse de la verdad objetiva, como el arte de tener razón; lo cual será más fácil si efectivamente se tiene razón. Pero la dialéctica debe enseñar como defenderse de los ataques de todo género, especialmente de lo desleales, y cómo se puede atacar lo que otro afirma sin caer en contradicciones y, sobre todo, sin ser refutado.

Sin embargo, es menester distinguir con claridad el descubrimiento de la

verdad objetiva del arte de hacer que la propia tesis se acepte como verdadera. Lo primero es objeto de una actividad distinta, y es obra de la facultad de

juicio, la reflexión, la experiencia y, por ello, no existe un arte particular sobre la misma.

Lo segundo, en cambio, es el objeto propio de la dialéctica, la cual ha sido

definida como la lógica de la apariencia. Pero esto es falso, porque entonces sólo serviría para defender tesis falsas. De esta manera, aun cuando tengamos razón, necesitaremos de la dialéctica para defenderla, se deben conocer las estratagemas desleales para desenmascararlas; y, en ocasiones, emplear algunas de ellas para batir al adversario con sus mismas armas.

Por consiguiente, en la dialéctica se debe dejar de lado la verdad objetiva o

considerarla como accidental y sólo considerar cómo defender las propias afirmaciones y demoler las del adversario. En las reglas de este arte no se puede tener en cuenta la verdad objetiva, porque en la mayoría de las ocasiones es imposible decir de qué lado está. Con frecuencia no sabemos si tenemos razón o no; muchas veces creemos tenerla y nos engañamos, y con frecuencia esto lo creen ambas parte.

De hecho, la verdad está en lo profundo. En el origen del debate,

normalmente, las dos partes piensan que la verdad está de su lado; a medida que el debate se desarrolla, una y otra empiezan a dudar; tan solo al final se esclarece y confirma la verdad.

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La dialéctica no debe aventurarse en esta decisión de la misma manera

como un maestro de esgrima nos pregunta sobre la querella que dio lugar al duelo.

Lo mismo ocurre en la dialéctica, que es una esgrima intelectual. Sólo así, netamente considerada, puede establecerse como una disciplina autónoma. Si le asignamos como finalidad la verdad objetiva, volveremos al campo de la lógica.

Pero si le asignamos como objetivo la afirmación de tesis falsas, caemos en el

de la sofística. De esta manera, el verdadero concepto de la dialéctica es el señalado: una esgrima intelectual con el objeto de tener razón en la controversia. Aunque el nombre erística sería más adecuado, el más exacto es el de dialéctica erística.

En este sentido, la dialéctica deberá ser una recapitulación y exposición,

reducida a un sistema y sus reglas técnicas, inspiradas por la naturaleza, y de las que hace uso la mayoría de la gente cuando advierte que, en una controversia, la verdad no está de su lado, pero quiere tener la razón. Por lo tanto, también sería muy inoportuno si, en la dialéctica científica, se quisiera tener en cuenta la verdad objetiva y sacarla a la luz, pues esto no sucede con la dialéctica cuyo objetivo sólo es tener razón.

La principal tarea de la dialéctica científica, en el sentido en que nosotros la

entendemos, es exponer y analizar las estratagemas de deslealtad al discutir, para que las podamos reconocer y aniquilar en las controversias reales. Por eso, su exposición debe asumir cono objetivo último sólo tener razón, no la verdad objetiva.

Aunque he buscado, no he descubierto que se haya realizado algún

progreso en este sentido. Es un campo virgen. Para lograr este objetivo es necesario inspirarse en la experiencia, observar cómo, en los debates que con frecuencia surgen en torno a nosotros, esta o aquella estratagema es empleada por las partes; a fin de reducirla a su principio común y establecer algunas reglas que servirán para utilizarlas en ventaja propia, o para aniquilarlas cuando el adversario las utiliza.

Lo que sigue debe considerarse como un primer intento en este sentido.

El primer término, es necesario considerar lo esencial en toda disputa, lo que en ella acontece.

El adversario(o nosotros mismos) expone una tesis. Para refutarla existen dos modos y dos métodos: LOS METODOS: Refutación directa, e indirecta. La refutación directa ataca

a la tesis en su fundamento base, la indirecta en sus consecuencias. La directa de muestra que la tesis no es verdadera, la indirecta que no puede ser verdadera:

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En la refutación directa estamos en condiciones de actuar de dos maneras:

demostramos que los fundamentos de su afirmación son falsos, o admitimos los fundamentos, pero negamos que de ellos se deduce la afirmación; es decir, atacamos la consecuencia, la deducción.

En la refutación indirecta, emplearemos la apagoge o la instancia: Apagoge: asumimos la tesis del adversario como verdadera y después

demostramos que la consecuencia que se sigue es falsa, porque contradice la naturaleza de las cosas, o a otras afirmaciones del adversario; por lo tanto, se revela como falsa ad re o ad hominem. Por consiguiente, la tesis también era falsa, pues de premisas verdaderas tan sólo pueden deducirse proposiciones verdaderas; aunque de premisas falsas no siempre se deducen conclusiones falsas.

Éste es el armazón básico de toda disputa; a esto se reduce, básicamente,

toda discusión. Pero ello puede suceder realmente o en apariencia, fundado en razones auténticas o no auténticas y, como no es fácil en este punto establecer algo como seguro, los debates resultan largos y obstinados. Tampoco podemos separar lo aparente de lo verdadero, pues los contendientes no lo saben de antemano.

Por esto, expongo las siguientes 38 estratagemas sin preocuparme por si el

contendiente tiene o no razón de manera objetiva; esto no puede saber con certeza hasta ser resuelto mediante el debate. Por lo demás, en toda disputa es necesario que los contendientes estén de acuerdo en alguna cosa que se toma como punto de partida para resolver la cuestión que se trata: no hay que disputar contra quien niega los principios.

ESTRATAGEMAS

È Estratagema 1

Ampliación. Esta estratagema consiste en llevar la afirmación del adversario

más allá de sus límites naturales, interpretarla del modo más general posible, tomarla en su sentido más amplio y exagerarla. En cambio, es reducido y a sus límites más estrechos. Una afirmación, cuanto más general es, más flancos ofrece al ataque. El antídoto es la exposición precisa de los puntos que se debaten o la manera de presentar la controversia.

Ejemplo 1. En cierta ocasión dije: <Los ingleses son la primera nación en el

género dramático.> El adversario intentó una instancia y rebatió con el siguiente argumento: <Todo el mundo sabe que en la música y, por consiguiente, en la ´’opera nunca han sido relevantes.> Yo le repliqué recordando <que la música no está comprendida en el género dramático; pues éste sólo corresponde a la tragedia y la comedia>, cuestión que él conocía a la perfección y por medio de ello pretendía generalizar mi afirmación a fin de que comprendiera todas las

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representaciones teatrales y , por tanto, a la ópera y la música, para

abatirme con seguridad.

Ejemplo 2. A dice <La paz de 1814 restituyó la independencia a todas las ciudades hanseáticas alemanas.> B replica in contrarium, es decir: con aquella paz, Danzing perdió la independencia que le concedió Napoleón. A se salva afirmando: <Yo dije todas las ciudades hanseáticas alemanas; Danzig era una ciudad hanseática polaca.>

Ejemplo 3. Lamarck afirma que los pólipos carecen de cualquier sensación

de nervios. Sin embargo, es cierto que perciben: siguen la luz cuando se mueven de rama en rama y atrapan a sus presas. Por esta razón, se ha supuesto que en los pólipos la masa nerviosa está extendida en todo el cuerpo y fundida con él, pues evidentemente tiene percepciones, sin contar con órganos sensoriales.

Dado que esto último rebate la hipótesis de Lamarck, él argumenta de la

siguiente forma: <Entonces todas las partes del cuerpo de los pólipos deberían ser capaces de ofrecer toda clase de sensaciones y de movimientos, de voluntad y de pensamientos; entonces el pólipo tendría, en cada punto de cuerpo, todos los órganos del animal más completo: cada punto podría ver, oler, gustar, oír, etcétera, y también pensar, juzgar, deducir: cada partícula de su cuerpo sería un animal perfecto, y el pólipo mismo estaría en un nivel superior al del hombre, pues cada una de sus células tendría todas las capacidades que el hombre tiene en su conjunto> Mediante el uso de tal estratagema dialéctica, un escritor revela que, en su interior, está convencido de que no tiene razón. Puesto que se dijo:<Todo su cuerpo tiene sensibilidad para la luz y, por tanto, es de naturaleza nerviosa>, él infiere que el cuerpo entero piensa.

È Estratagema 2

Utilizar la homonimia para hacer extensiva la afirmación presentada a lo que

poco o nada tiene en común con la cosa de que se trata; después refutar con énfasis esta última afirmación, da la impresión de que se ha refutado la primera.

Esta estratagema puede considerarse idéntica al sofisma ex homonymia.

Pero el sofisma evidente de la homonimia no conducirá de manera seria al engaño: Toda luz puede ser apagada, El entendimiento es luz, El entendimiento puede ser apagado. En este argumento advertimos que existen dos términos: luz en sentido

literal y luz en sentido figurado. Pero en casos sutiles puede llevar a engaño, sobre todo cuando los conceptos designados por la misma expresión son afines y se funden.

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Ejemplo 1. Los casos imaginarios no son suficientemente sutiles para que

puedan confundir. Por ello es necesario tomarlos de la experiencia concreta. Sería excelente poder dar a cada una de las estratagemas un nombre conciso y adecuado, con lo cual se podría rechazar al momento tal o cual estratagema.

A: < ¡Ah! Donde hay misterios no quiero saber nada.> Ejemplo 2. Yo critiqué como incomprensible el principio del honor, según el

cual, uno lo pierde si recibe una ofensa, a menos que responda con una mayor o la lave con sangre. Lo consideré poco razonable, alegando que el verdadero honor no puede ser ofendido por algo que uno padece, sino sólo por lo que uno hace, pues a cada uno de nosotros puede sucederle de todo.

El adversario atacó el fundamento de mi afirmación: mostró de modo

brillante que, cuando un comerciante es falsamente acusado de engañar sufre un ataque a su honor por algo de lo que es víctima pasiva, y sólo puede recuperar ese honor haciendo que el calumniador sea castigado y desmienta la acusación.

Aquí suplantó, gracias a la homonimia, el honor civil, también llamado buen

nombre, que puede mancharse con la calumnia, por el concepto del honor caballeresco, también llamado point d´honneur, que resulta ofendido con la injuria. Como el ataque al primero no puede ser tolerado sin reaccionar, sino que debe ser rechazado con una refutación pública, con el mismo derecho no debe quedar impune un ataque al mayor o un duelo. En resumen: una confusión de dos cosas distintas en virtud de la homonimia de la palabra honor. La homonimia-en este caso- ha originado un cambio del punto de conflicto en la discusión.

È

Estratagema 3 Tomar la afirmación que fue presentada en modo relativo, como si fuera

presentada en modo absoluto, o al menos, entenderla en un sentido diferente y refutarla en este segundo contexto. Aristóteles ofrece el siguiente ejemplo: el moro es negro, pero en cuanto a los dientes, es blanco. Por tanto, al mismo tiempo es negro y no negro. Éste es un ejemplo imaginado que a nadie engañaría: tomemos, en cambio, uno que proviene de la experiencia concreta.

Ejemplo 1. En una conversación sobre filosofía reconocí que mi sistema

defendía y elogiaba a los quietistas. Poco después surgió la conversación sobre Hegel y entonces afirmé que una buena parte de sus escritos carecen de sentido o, al menos, que en muchos pasajes el autor pone las palabra y el lector tiene que poner el sentido. Mi adversario no intentó refutar esta crítica ad rem, se contentó con formular el argumentum ad hominem: <Yo había elogiado a los quietistas y ellos también han escrito muchas cosas insensatas.>

Acepté su afirmación, pero lo corregí diciendo que no elogiaba a los

quietistas como filósofos y escritores, ni por sus méritos intelectuales, sino como personas y sus actuaciones desde un punto de vista práctico.

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En cambio, en el caso de Hegel, sí se trataba de méritos teóricos. El ataque

fue frenado de esta manera. Las primeras tres estratagemas son afines. Comparten el hecho de que el

adversario habla distinto de lo que se había planteado. Se comete una ignorancia del contra argumento cuando se hace uso de esta estratagema. En todos los ejemplos presentados, lo que dice el adversario es exacto y está en contradicción – no real sino aparente – con nuestra tesis. Negamos que la conclusión sea correcta; que de la verdad de su afirmación se deduzca la falsedad de la nuestra. Se trata de una refutación directa de su refutación.

È Estratagema 4

Si se busca llegar a cierta conclusión, se debe evitar que ella sea prevista y actuar de tal modo que el adversario, sin darse cuenta, admita las premisas dispersas en la conversación; de lo contrario buscará argucias; o cuando es dudoso que el adversario las admita, presentaremos las premisas de estas premisas, haciendo presilogismos, procurando que admita las premisas de muchos de estos presilogismos sin orden y de manera confusa, ocultando el propio juego, hasta que sea aceptado lo que se pretendía. De esta manera se llega a este punto partiendo de lejos.

En este caso, no es necesario dar ejemplos.

È

Estratagema 5

Para demostrar la propia tesis, también se puede hacer uso de falsas premisas cuando el adversario no quiere aceptar las verdaderas, porque no reconoce que sean verdaderas o porque ve que de ellas se deducirá –como consecuencia inmediata – la tesis. Entonces se adoptarán proposiciones que son falsas en si mismas pero que son verdaderas ad hominem, y se argumentará a partir del modo de pensar del adversario.

De hecho, lo verdadero puede también deducirse de premisas falsas, pero

no lo falso de premisas verdaderas. De esta forma, también se puede refutar tesis falsas por medio de una tesis falsa que el adversario acepta como verdadera, es necesario adaptarse a él y utilizar su modo de pensar. Si, por ejemplo, es militante en alguna secta con la cual no estamos de acuerdo, podemos adoptar contra él, como principia, las máximas de esa secta.

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È Estratagema 6

Se opone una simulación de petitio principal, al postular lo que se quiere

probar[1] usando un nombre distinto, por ejemplo, buena reputación en lugar de honor, virtud en lugar de virginidad, o también empleado conceptos intercambiables: animales de sangre roja en lugar de vertebrados; [2] haciendo que se acepte de modo general lo que es causa de controversias en un caso particular; por ejemplo, se afirma la incertidumbre de la medicina postulando la incertidumbre de todo saber humano; [3] pero si dos cosas son una consecuencia de la otra, se demostrará una postulando la otra: [4] si es necesario demostrar una verdad general y hacemos que se admitan todas las particulares.

È

Estratagema 7

Cuando la disputa se desarrolla con un estilo riguroso y formal, y se busca que nos comprendan con gran claridad, quien ha presentado la afirmación y debe demostrarla procede contra el adversario haciendo preguntas para, de las admisiones del adversario, obtener la verdad como conclusión.

Este método erotemático era empleado entre los antiguos (también se llama

método socrático). A esto se refiere la presente estratagema y algunas de las siguientes.

Para emplear esta estratagema, es necesario hacer muchas preguntas a la

vez, sin orden ni concierto, y ocultar lo que queremos que sea admitido. Se debe en cambio, exponer rápidamente la propia argumentación, fundada en las concesiones de la otra parte, pues los lentos en comprender no podrán seguir con exactitud la discusión y no captarán las lagunas en la demostración.

È

Estratagema 8

Provocar la cólera del adversario, ya que, en su forma, no será capaz de juzgar de manera correcta y por ello será incapaz de percibir su ventaja. Se irrita su cólera haciéndole, sin disimulo, algo injusto, vejándolo y, sobre todo, tratándolo con insolencia.

È Estratagema 9

Hacer las preguntas, con un distinto orden del que exige la conclusión que

de ellas se pretende; de esta forma, el adversario no logrará saber a dónde queremos llegar y no podrá prevenir a los ataques. También podemos servirnos de sus respuestas para deducir conclusiones diversas, y hasta contradictorias, según sus respuestas lo permitan.

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Este procedimiento es afín a la estratagema 4, en la medida en que trata de

enmascarar el modo de preceder. È

Estratagema 10

Si advertimos que el adversario responde de manera negativa a las preguntas cuya respuesta afirmativa podría confirmar nuestra tesis, entonces se debe preguntar lo contrario, como si buscase su aprobación o, al menos, poner ambas a elección, de forma que no advierta cuál de ellas queremos afirmar.

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Estratagema 11

Si razonamos de manera inductiva, y el adversario admite los casos particulares, no debemos preguntarle si también admite la verdad general que de estos casos se deriva, sino que debemos introducirla como algo ya establecido y aceptado, pues a veces podrá creer que la ha admitido, y lo mismo puede ocurrir a los oyentes, quienes recordarán preguntas sobre casos singulares que no pueden menos que llevar a la conclusión.

È

Estratagema 12

Cuando la conversación se ocupa de un concepto general que no tiene un nombre propio sino que es designado por un término metafórico, es necesario escoger aquel término que más favorezca nuestra tesis. Así, por ejemplo, en España los nombres con que son designados los dos partidos políticos, serviles y liberales, han sido elegidos por los últimos. La denominación protestante fue elegida por ellos mismos y también el término evangélico. El nombre herejes, en cambio, fue elegido por los católicos.

Este principio también vale para el nombre de cosas aun cuando se aplique

de manera más literal a ellas. Si el adversario, por ejemplo, propone un cambio, se le designará <trastocar>, porque se trata de una palabra odiosa, y, al contrario, actuaremos de modo inverso si somos nosotros los que hacemos la propuesta. En el primero de estos casos, lo opuesto se llama <orden constituido>, en el segundo <régimen opresor>. Lo que una persona sin intención ni parcialismo llamaría <culto> o <doctrina pública de la fe>, alguien que quiere hablara a favor lo llamaría <devoción>, <piedad>, y un adversario <beatería>, <mojigatería>.

En el fondo se trata de una sutil petitio principii: lo que se quiere probar se

introduce en la palabra, en la denominación. Lo que uno llama <tener en seguridad a una persona>, <ponerla en custodia>, su adversario lo llama <encarcelarla>. <un orador con frecuencia delata su intención en los nombres que da a las cosas. Uno dice: <el clero>, el otro: <los curas>. De todas las estratagemas, ésta es la que más frecuentemente se usa de manera instintiva.

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Estratagema 13

Para que el adversario acepte una tesis, también debemos presentarle la contraria y dejarle que elija, resaltando esta oposición con estridencia, de modo que, si no quiere ser contradictorio, tendrá que decidirse por nuestra tesis que resulta mucho más probable. Por ejemplo: deseamos que admita que uno tiene que hacer todo lo que su padre dice.

Para ello, le preguntamos: < ¿Se debe obedecer o desobedecer a los

padres en todas las cosas?>. O si de algo se dice <frecuente>, preguntamos que si por frecuente entiende muchos o pocos casos. El adversario dirá <mucho>. Es como cuando el gris se coloca junto a lo negro y parece blanco; y si se coloca junto a lo blanco, parece negro.

È Estratagema 14

Un golpe descarado es cuando, después que el adversario respondió

muchas preguntas sin favorecer la conclusión que teníamos en mente, se proclama triunfador como demostrada la conclusión que se pretendía, aunque de hecho no se deriva de sus respuestas. Si el adversario es tímido de pocas luces, y uno tiene una gran dosis de frescura y buena voz, este golpe puede resultar bien. Esta estratagema corresponde a la falacia de tratar como prueba lo que no es una prueba.

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Estratagema 15

Si presentamos una tesis paradójica y nos encontramos en apuros al probarla, propondremos al adversario, para que la acepte o rechace, una tesis correcta pero cuya exactitud no es del todo evidente, como si de ella quisiéramos deducir la demostración. Si él la rechaza, lo reduciremos ad absurdum y triunfamos; pero, si la acepta, ya hemos dicho algo razonable y después se verá. O bien aplicamos la estratagema precedente y declaramos que nuestra paradoja está demostrada. Para esto se requiere un gran descaro, pero en la experiencia humana hay quienes lo practican de modo instintivo.

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Estratagema 16

Argumento ad hominem. Si el adversario hace una afirmación, es necesario preguntarse si esto no está, aunque sólo sea en apariencia, en contradicción con algo que anteriormente dijo o acepto, con los principios de una escuela que ha elogiado, o con el comportamiento de los miembros de esa escuela, aunque sólo sea de los miembros no auténtico o aparentes, o con la misma conducta del adversario. Si, por ejemplo, defiende el suicidio, de pronto: <¿Por qué no te vas inmediatamente con la primera diligencia?> Siempre será posible hallar alguna forma de vejación.

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Estratagema 17

Cuando el adversario nos acosa con una contraprueba, podemos salvar la situación mediante una distinción sutil, en la que no habíamos pensado.

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Estratagema 18

Si descubrimos que el adversario emplea una argumentación con la cual nos abatirá, no hay que admitir que el debate tome este giro y llegue hasta el final, debemos interrumpir la disputa, salir de ella y desviarla a otra cuestión.

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Estratagema 19

Si el adversario exige que presentemos alguna objeción contra un punto concreto de su tesis, pero no encontramos nada apropiado, es necesario enfocar el aspecto general del tema y atacarlo. Por ejemplo, si hay que decir por qué una hipótesis física no es creíble, hablaremos de la incertidumbre del saber humano ilustrándolo con gran cantidad de ejemplos.

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Estratagema 20

Si el adversario aceptó la validez de nuestras premisas, no hay que pedirle que saque la conclusión que de esas premisas se deduce, sino que nosotros debemos deducirla. Así, aunque falte todavía una de las premisas, la asumimos como aceptada y obtenemos la conclusión.

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Estratagema 21

Si advertimos que el adversario emplea un argumento aparente o sofístico, podemos anularlo al evidenciar su carácter ilusorio. Pero es mejor abatirlo con otro argumento sofistico y aparente: no se trata de la verdad, sino de la victoria. Si, por ejemplo, presenta un argumento ad hominem, es suficiente quitarle su fuerza con un contra argumento ad hominem. En general, se abreviará el debate si, en lugar de una larga discusión sobre la verdadera naturaleza de las cosas, se replica con un argumento ad hominem.

È Estratagema 22

Si el adversario nos pide admitir algo que se deriva del problema que se

debate, rechazaremos su petición considerándola una petitio principii. No será difícil que él considere idéntica al problema una tesis afín. De este modo le quitamos su mejor argumento.

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Estratagema 23

La contradicción y el enfrentamiento orillan a exagerar la afirmación. Por ello, podemos provocar al adversario contradiciéndolo a fin de inducirlo a exagerar una afirmación, y una vez refutada la exageración, es como si refutáramos su tesis primitiva.

En cambio, cuando el adversario nos contradice, es necesario prestar

atención a no exagerar o extender nuestra tesis. Con frecuencia el adversario también buscará extender nuestra afirmación más allá de los términos que habíamos fijado. En tal caso hay que atajarlo y conducirlo a los límites de nuestra afirmación con una precisión: <yo sólo he dicho esto y nada más>.

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Estratagema 24

El arte de deducir consecuencias. De la tesis del adversario se obtienen, mediante falsas deducciones y deformando los conceptos, otras tesis que allí no están contenidas y que no corresponden con la opinión del adversario y que son absurdas o peligrosas. Como parece que de su tesis se deducen estas proposiciones, que están en contradicción entre sí o con verdades generalmente admitidas, esto equivale a una refutación indirecta.

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Estratagema 25

La inducción requiere un gran número de casos para asentar el principio general: la deducción, en cambio, sólo requiere de un caso, por el cual el principio no es válido, para que éste sea demolido. Por ejemplo, la proposición <todos los rumiantes tienen cuernos>queda demolida mediante el único ejemplo del camello.

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Estratagema 26 Dar un golpe brillante cuando el argumento, que el adversario quiere utilizar,

puede ser utilizado en su contra. Por ejemplo, dice <es un niño, hay que dejarle hacer lo que quiera>. Retorció: <precisamente porque es un niño, hay que corregirlo a fin de que no conserve sus malos hábitos.

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Estratagema 27

Si el adversario se enfurece ante un argumento, se debe insistir en este mismo argumento: no solo porque es ventajoso lograr que sea presa de la cólera, sino también porque se puede suponer que hemos tocado el flanco débil de su razonamiento y se le puede acosar en este punto más de lo que suponíamos.

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Estratagema 28

Esta estratagema se puede emplear sobre todo cuando una persona culata disputa ante un auditorio inculto. Si no se cuenta con ningún argumentum ad rem o ad hominem, se formula uno ad auditores; es decir, se avanza una objeción no válida, pero cuya inconsistencia sólo puede captar un experto. Si bien el adversario es un experto, no lo son los oyentes. A los ojos de éstos que dará derrotado, si nuestra objeción logra que su afirmación aparezca bajo una luz ridícula. La gente llega fácilmente a la res apronte, y los que ríen generalmente está de parte de quien habla. Para demostrar que la objeción es nula, el adversario deberá entrar en una larga discusión y remontarse a los principios de la ciencia o a cualquier oteo recurso. Pero no es fácil encontrar un auditorio interesado en esto.

Ejemplo: el adversario dice: <En la formulación de la corteza rocosa primaria, la masa que más tarde cristalizó para formar el granito y oro tipo de rocas era líquida por el calor y, por tanto, estaba fundida. La temperatura tenía que ser de unos 250° c, el mar estaría hirviendo y se habría evaporado. Los oyentes ríen. Para batirnos, el adversario tendrá que demostrar que el punto de ebullición no sólo depende del grado de calor, sino también de la presión atmosférica. Pero él no logra demostrarlo porque, para oyentes sin conocimientos de física, sería preciso exponer un tratado.

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Estratagema 29

Ejemplo: En cierta ocasión alabé que en China no exista nobleza hereditaria y que los cargos sean asignados sobre la base de exámenes. Mi adversario afirmó que el conocimiento no prepara más para ejercer un cargo que los privilegios de nacimiento. Pero aquí se torció: adoptó una diversión diciendo que en China todos los ciudadanos están sujetos a castigos corporales, y asoció esto con la extendida costumbre de beber té, reprochando ambas cosas a los chinos. Quien desea responder a todas las objeciones terminará extraviándose y perderá una victoria.

Sin embargo, la diversión resulta descarada cuando abandona el objeto de

la discusión y comienza, por abandonar el objeto de la discusión y comienza, por ejemplo, así <Sí, pues bien, como ustedes decía hace poco, etcétera…> Esto es un <ataque a la persona>, que se tratará en la última estratagema.

Hasta qué grado esta estratagema es instintiva, lo muestra cualquier pelea. Si uno lanza reproches personales a un individuo, éste responde, no con una refutación de los mismos, sino con reproches personales al primero, permitiendo que subsistan los lanzados contra él y, por tanto, casi admitiéndolos. En una discusión esto no es conveniente, pues no resulta útil para rechazar los improperios recibidos y el oyente sólo escucha las peores cosas de una y otra parte.

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Estratagema 30

El que apela al sentido del honor. En lugar de razones, se utilizarán autoridades, de acuerdo con los conocimientos del adversario. Dice Séneca: <Cualquier quiere mejor creer que juzgar.> Por eso uno tiene el juego más fácil cuando se cuenta con una autoridad respetada por el adversario, pues para él habrá más autoridades de personas competentes que para él son poco conocidas o ignoradas; y aún así con desconfianza.

En cambio la gente común tiene un profundo respeto ante los expertos de

cualquier genero. Ignoran que, quien de algo hace profesión no ama la cosa misma, sino lo que esta le reporta.

Así pues, si no se puede alegar autoridad adecuada, se alega una

aparentemente adecuada o se cita lo que alguien ha dicho en otro sentido o en un contexto diferente. Las autoridades que el adversario no entiende son las que mas efecto tiene.

Los ignorantes tienen un gran respeto por los floreos retórico griegos y

latinos. Se puede también, en caso necesario, no solo de formar el sentido de estas autoridades sino falsificarlas y citar algunas que son pura inversión: el adversario no tiene libro a mano y tampoco sabe consultarlo. El mas bello ejemplo de esto nos lo da el cura francés que, para no pavimentar la calle delante de su casa, como tenia que hacer lo demás ciudadano, cito una frase de la Biblia; pabeant illi, ego non pavebo, (sientan pavor ellos, yo no sentiré pavor). Esto convenció al Consejo de la comunidad. Los perjuicios generales también pueden usarse como autoridad.

No existe ninguna opinión, por absurda que sea que lo hombros no hagan

propia apenas se ha llegado a convencerles que tal opinión es universalmente aceptada. El ejemplo vale para sus opiniones y conductas: son ovejas que van detrás del carnero guía a donde las lleve. Le resulta más fácil morir que pensar.

Es extraño que la universalidad de una opinión tenga tanto peso para ellos:

les basta con observarse para constatar como aceptan opiniones sin juicio y solo en virtud del ejemplo. Pero, en realidad, no lo ven porque están desprovistos de toda reflexión.

Solo los mejores dicen con Platón: los muchos tienen muchas opiniones es

decir, el bulbos tiene muchas patrañas en la cabeza, y quien quiera tenerla en cuanta hallara una gran tarea.

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La universalidad de una opinión no es una prueba ni un índice de su

veracidad. Lo que eso afirman deben admitir: [1] que el tiempo priva aquella universalidad de su fuerza probatoria; de lo contrario, deberían de estar en vigor todos los antiguos errores que antiguamente eran considerados como verdad. Por ejemplo, abría que aceptar de nuevo el sistema tolemaico o , en todos los países protestantes el catolicismo; [2] que la distancia en el espacio produce el mismo efecto; de lo contrario, la diversidad de opinión entre los que profesan el budismo, el cristianismo y el islamismo los pondría en apuros.

Lo que se llama opinión general se reduce a la opinión de dos o tres

personas y nos convenceríamos de ello si pudiéramos ver la manera como nacen las opiniones universalmente validas. Descubriríamos que, en un primer momento, fueron dos o tres personas las que asumieron y presentaron y que se fue tan benévolo con ellos que se asumió que las habían examinado a fondo.; otros aceptaron otra opinión y a estos creyeron muchos a quines la pereza mental los empujaba a creer de golpe antes que tomarse la molestia de examinar las cosas con rigor. De esta manera creció el número de seguidores perezosos y crédulos.

Incluso una vez que la opinión tenía un buen numero de adeptos, los que

vinieron después que solo podrían tener tantos seguidores por el peso de sus argumentos. Los demás para no pasar por espíritus inquietos que se revelaban contra opiniones universalmente aceptadas fueron obligados a admitir lo que todo el mundo aceptaba: la aprobación es un deber. En adelante, los pocos que son capaces de mantener un sentido critico estarán obligados a acallar solo pueden hablar quienes- incapaces de tener una opinión y juicios propios- no son mas que el eco de las opiniones ajenas, o solo los defensores mas apasionados de dichas opiniones.

En aquel que piensa de modo diferente, ellos no odian tanto la opinión

diversa sino la audacia del juzgar por sí mismo, cosas que ellos no pueden hacer, y que en su interior lo saben pero no lo confiesan.

Son pocos los que piensan, pero todos quieren tener opiniones. ¿Y que les

queda más que tomarlas de otros en lugar de formárselas por su propia cuenta?. Dado que esto es lo que sucede, ¿qué puede valer la voz de cintos de millones de personas?

Sin embargo, cuando se discute con gente común se puede hacer uso de la

opinión general como autoridad.

En términos generales, encontraremos que, cuando dos cabezas ordinarias disputan entre sí, lo que en común han elegido es la autoridad. Si una cabeza más refinada tiene que enfrentarse con alguien de ese tipo, lo mejor será aconsejarle que también se resigne a utilizarla, escogiéndola según los flancos débiles de su adversario.

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Estratagema 31

Cuando no se sabe oponer ningún argumento frente al del adversario, se puede declarar con fina ironía incompetente: <Lo que usted dice supera a mi débil capacidad de comprensión; desde luego será ciertos, pero no lo puedo entender y renuncio a cualquier juicio.> Con esto se insinúa que se trata de algo insensato. Muchos profesores de la vieja escuela ecléctica, al aparecer la Crítica de la razón pura afirmaron: <No entendemos nada de esto>, y con ello pensaron que la había demolido. Pero cuando algunos profesores de la nueva escuela les mostraron que tenía razón y que no la habían comprendido, cambiaron de humor.

Esta estratagema se puede tan sólo utilizar cuando se está seguro de que,

ante los oyentes, se goza de una estimación superior a la del adversario. Por ejemplo: un profesor frente a un estudiante. El contraataque es: <Permítame, con su gran penetración no tendría usted el menor problema para comprenderlo y sólo puede ser culpa de mi exposición deficiente> y desmenuzarle el asunto de formas que tiene que entenderlo y quedará claro que él, al principio, en realidad no lo había entendido.

È Estratagema 32

Un modo de eliminar o hacer sospechosa una afirmación del adversario es

reducirla a una categoría generalmente detestada, aunque la relación tan sólo sea de vagamente detestada, aunque la relación tan sólo sea de vaga semejanza y poco rigurosa. Por ejemplo: esto es maniqueísmo, arrianismo, pelagianismo, idealismo, espinosismo, panteísmo, brownianismo, naturalismo, ateísmo, racionalismo, espiritualismo, misticismo, etcétera. Con esto damos por supuesto dos cosas: [1] que aquella afirmación es idéntica a esa categoría o que está comprendida en ella y estamos diciendo: <Esto no es nada nuevo>; [2] que esta categoría ya está refutada del todo y no puede contener ninguna verdad.

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Estratagema 33

<Esto puede ser verdad en teoría; pero en la práctica es falso.> Con este sofisma se aceptan las razones pero se niegan las consecuencias; en contradicción con la regla: si una razón es justa, la consecuencia que de ella se deriva es válida. Esa afirmación expresa algo que es imposible: lo que es cierto en teoría también tiene que serlo en la práctica.

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Estratagema 34

Si el adversario no ofrece una respuesta directa a un argumento, o no toma una posición, sino que la evade con una contra pregunta o refugiándose en una proposición que nada tiene que ver con el tema, quiere esquivar el ataque, lo cual es un signo indudable de que hemos puesto el dedo en un punto débil. En este caso es necesario persistir sobre el tema que hemos planteado, aun cuando no veamos en qué la debilidad que se nos revela.

È Estratagema 35

Esta estratagema, si puede utilizarse, hace superfluas a las demás: en lugar

de influir con razones en el entendimiento se influye con motivaciones en la voluntad, y el adversario es súbitamente ganado para nuestra opinión aunque ésta se hubiera tomado de un manicomio. Para la mayoría pesan más unas migas de voluntad que un quintal de razones y convencimientos. Naturalmente sólo funciona en circunstancias muy particulares. Se hace comprender al adversario que su opinión, en el momento en que sea aceptada, haría un daño notable a sus propios intereses, la dejará caer con la misma rapidez con que soltaría un hierro candente. Por ejemplo: si un eclesiástico defiende un dogma religioso, le hacemos observar que está en contradicción con un dogma fundamental de su Iglesia.

Así sucede cuando los oyentes, pero no el adversario, pertenecen a una

secta, corporación, sindicato, etcétera. La tesis que sustenta puede ser justa, pero es suficiente aludir que va contra los intereses comunes y todos los oyentes encontrarán los argumentos del adversario flojos y mezquinos, aunque sean excelentes, y los nuestros justos y acertados, aunque estén fabricados de aire. El coro se proclamará a nuestro favor, y el adversario tendrá que abandonar el campo. En realidad, lo que nos desfavorece parece absurdo al entendimiento: <El entendimiento no es una luz que arde sin aceite, sino que es alimentado por la voluntad y las pasiones>

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Estratagema 36

Desconectar al adversario con palabras sin sentido. Esto se basa en que:< con frecuencia creen los hombres, cuando sólo escuchan varias palabras, que se trata de hondos pensamientos> (Goethe, Fausto).

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Si el adversario está convencido de su debilidad, si está habituado a

escuchar cosas que no comprende y hace como si las entendiera, se le puede impresionar ofreciéndole, con aire grave, un desatino que suene como algo docto y profundo, frente al cual carece de pensamiento, y por ello es posible presentando como una prueba incontestable de la propia tesis.

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Estratagema 37

Si el adversario tiene razón y ha elegido para defenderse –afortunadamente para nosotros- una prueba inadecuada, nos resultará fácil refutar esa prueba y daremos esto como una refutación de la tesis misma. En el fondo, estamos presentando un argumentum ad hominem por uno ad rem. Si al adversario a los asistentes no les viene a la mente una prueba mejor, hemos triunfado. Esta es la forma en que los malos abogados pierden un buen juicio. Quieren defenderlo con una ley que no es aplicable y la que sí es aplicable no les viene a la mente.

È Última estratagema

Cuando se descubre que el adversario es superior y que no nos dará la razón, se adoptará un tono ofensivo, insultante, áspero. El asunto se personaliza, pues del objeto de la contienda se pasa al contendiente se ataca a la persona. Pudiera llamarse argumentum ad personam, para distinguirlo del argumentum ad hominem. Esta regla es muy popular y se emplea con frecuencia. Pero es necesario preguntarse qué contra regla puede emplear la parte contraria, pues, si quiere pagar con la misma moneda, se llegará a una riña, un duelo o un proceso por injurias.

Nada supera para el hombre la satisfacción de su vanidad y ninguna herida duele más que las que se infligen a ésta. Esta delectación de la vanidad proviene de la comparación con los demás en todos los aspectos, pero especialmente en los referentes a la capacidad intelectual. Esta delectación de la vanidad proviene de la comparación con los demás en todos los aspectos, pero especialmente en los referentes a la capacidad intelectual. Esta comparación tiene lugar de manera efectiva y violenta en las controversias. De a qué el furor del derrotado, y de aquí que se acoja a esta última estratagema, sin que se pueda evitar con simple gentileza por nuestra parte. Tener sangre fría puede ser de enorme utilidad en estas ocasiones si, cuando el adversario pasa a los ataques personales, uno responde con calma que eso no tiene nada que ver con el tema discutido y retorna a éste y continúa demostrándole que no tiene razón, sin prestar atención a sus ofensas.

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La única contra regla segur es no entra en controversia con el primero que

llega, sino sólo con aquellos que se conocen y de los que uno sabe que tienen la inteligencia suficiente para no proponer cosas absurdas que lleven al ridículo, y tienen suficiente talento para discutir a base de razones y no con baladronadas, para escuchar y admitir razones, y que aprecien la verdad aunque esté de la otra parte. De esto se sigue que, entre cien personas, apenas hay una con la que valga la pena disputar. A los demás hay que dejarlos que digan lo que quieran porque el ser idiota es uno de los derechos del hombre.

En todo caso, la controversia es, con frecuencia, útil para las dos partes,

como una colisión de cabezas que sirve para rectificar los pensamientos y también lograr nuevos puntos de vista. Pero los dos contendientes deben ser similares en cultura e inteligencia. Si uno carece de la primera, no pacta todo; si carece de la segunda, el rencor que ello produce lo instigará a la deslealtad, a la astucia, a la villanía.