8
2 L a escasez de datos fidedignos en la más remota Prehistoria, hace difícil seña- lar cómo, cuándo y dónde surgió la guerra por vez primera. Es cierto que debieron producirse choques hostiles entre grupos humanos durante el Paleolí- tico, ya fueran por motivos cinegéticos, rituales o depredatorios. Pero cabría preguntarse si sólo se trató de combates esporádicos, simples razias, o si bien poseyeron el grado de premeditación y planificación inherente a todo conflicto bélico. SERGI VICH SÁEZ

El carro de guerra en la Edad del Bronce - aresenyalius.com · ras distintas, la hitita y la egip-cia, de concebir el carro de guerra, que terminaría con la prevalencia de los primeros

  • Upload
    vuthu

  • View
    217

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

2

La escasez de datos fidedignos en la más remota Prehistoria, hace difícil seña-lar cómo, cuándo y dónde surgió la guerra por vez primera. Es cierto que

debieron producirse choques hostiles entre grupos humanos durante el Paleolí-tico, ya fueran por motivos cinegéticos, rituales o depredatorios. Pero cabría preguntarse si sólo se trató de combates esporádicos, simples razias, o si bien poseyeron el grado de premeditación y planificación inherente a todo conflicto bélico.

Sergi Vich Sáez

El carro de guerra en la Edad del Bronce

EL CARRO DE GUERRA EN LA EDAD DE BRONCE

No sería hasta la llegada del Neolítico, al sedentarizarse la población, cuando aparecieron excedentes agrícolas que

defender. Cuando el concepto de posesión terri-torial iría ligado a la suerte de grupo. Cuando la guerra, con toda su complejidad, to-maría carta de naturaleza en el devenir humano. Las repre-sentaciones del Arte Levan-tino de la Península Ibé-rica (10000-4500 a.C.), o las primitivas mura-llas de Jericó (8000 a.C.), así parecen atesti-guarlo.

Y es que para que tales conflictos se convirtieran en una realidad, era im-prescindible un notable grado de desarrollo socio-eco-nómico, como ya argumentara Arnold. J. Toynbee, en su momento: «la posibilidad de emprender una guerra presupone un mínimo de técnica y organi-zación, superior a la indispensable para mantener la vida, y estos nervios de guerra le faltaban al hombre primitivo.»

Tales presupuestos, se hallaban ya claramente establecidos en la sociedad sumeria, quien nos ha dejado destacadas representaciones iconográficas de los mismos. Como el «Estandarte de Ur» (2600 a.C.) o la «Estela de los buitres», erigida en honor

de Eannatum II de Lagash (2454-2425 a.C.). En ambas se apre-

cian, no sólo filas y falan-ges de guerreros perfectamente forma-dos y equipados, sino también, una serie de carros de guerra, in-cluido el de este último soberano.

Será precisamente a estos últimos, que el filó-

sofo alemán Oswald Spengler calificaría como

«la mayor transformación militar del mundo anti-guo» y que para el historiador francés Paul Gare-lli, bastarían para definir toda una época, a los que dedicaremos las páginas que siguen.

el carro Sumerio

En el período Dinástico primitivo (2850-2325 a.C.), y probablemente a causa de las disputas sobre los derechos de riego en una sociedad eminentemente agrícola, los enfrenta-mientos entre las distintas ciudades sumerias (Ur, Uruk, Lagash, Nippur,…) condujeron a un estado de guerra endé-mico. Pero, dada la imperiosa nece-sidad de atender las labores agra-rias de las que dependía la supervivencia de aquellas peque-ñas ciudades-estado, las mismas fueron siempre de corta duración, y escasa mortandad, a pesar de las exageraciones de los textos coetá-neos. Sin embargo, pronto se vio

la necesidad de

Arriba. Bajorrelieve de la estela de Solana de Cabañas (Cáceres) (1000-800 a.C.), con representación de carro. En la España de este período, los carros tuvieron, según parece, una función funeraria y de prestigio.

Abajo. Moderna estatua erigida en honor de Argishti I de Urartu (785-763 a.C.). Si bien los urarteos utilizaron también el carro de guerra, como en la foto, estaban equipados al modo asirio, siendo la infantería y la caballería sus armas principales.

REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR

contar con una infraestructura mi-litar permanente, para hacer frente a tales contingencias.

Muy pronto, cada estado contó con una milicia, surgida de un sis-tema de obligaciones hereditarias, compuesta básicamente por tropas de infantería armadas con picas y hachas que combatían en forma-ción cerrada detrás de grandes es-cudos rectangulares. Tales unida-des, eran dirigidas por oficialidad profesional, y contaban con un re-ducido número de carros. Dado que su construcción y manteni-miento resultaban muy onerosos, en especial por lo que respecta al adiestramiento de los animales.

Tirados por yuntas de cuatro asnos o hemiones, y no de onagros como se ha venido diciendo con frecuencia, sujetos a las riendas por el labio superior, la cajas de estos pesados carros estaban construidas por un armazón de madera, unido con grapas del mismo material, y reforzado con tiras de cuero y clavos de bronce. Las mismas, se hallaban dispuestas sobre cuatro ruedas macizas,

también de madera, de entre 50 y 80 cm de diá-metro, con ejes fijos y llantas de cuero fijadas con remaches de cobre. Su velocidad podía estar entre los 16 y 20 km/h en línea recta y terreno lleno; y su tripulación estaba formada por dos hombres, armados con lanzas y hachas, pues los arcos eran considerados como un arma indigna

Arriba. Detalle de la rueda de seis radios del carro de guerra del faraón Ramsés II (1290-1224 a.C.)

Abajo. Relieve con carros de guerra asirios persiguiendo la enemigo. Obsérvese la mayor solidez de las llantas, y el hecho de que van tirados por tres caballos.

5

EL CARRO DE GUERRA EN LA EDAD DE BRONCE

por los sumerios. No así por los semitas acadios, que los acabarían ven-ciendo.

Los carros de combate sumerios, no estaban des-tinados a enfrentarse en-tre sí, sino a romper las falanges y líneas enemi-gas, tanto por el efecto psicológico de su carga, como por el choque en sí, siendo especialmente úti-les en caso de persecu-ción. Existe la posibili-dad, barajada por el especialista Quesada Sanz, de que uno de los tripulantes bajara del ve-hículo para lanzar jabali-nas contra sus enemigos o simplemente retarlos, siendo recogido a conti-nuación por el carro. Sea lo que fuere, su uso como arma no parece que fuera

más allá de los tiempos del gran rey Sargón de Akkad (2270-2215 a.C.), si bien se mantendría como vehículo funerario y de prestigio durante largos siglos.

Con todo, ello no supuso la desaparición defi-nitiva de esta revolucionaría máquina de guerra, sino sólo un imprescindible interregno, antes de su período de máximo esplendor.

loS hurritaS

Entre el 2000 y el 1750 a.C., y en una zona que podríamos situar al Norte del Cáucaso, diversos cambios socioeconómicos, llevaron a la apa-rición de un carro ligero y manio-brable, capaz de alcanzar notables velocidades, aprovechando los am-plios y llanos espacios de la región. Inicialmente, solía ser utilizado para la caza mayor por parte de las élites gobernantes, asociada a una nueva arma con gran poder de penetración: el arco compuesto. Pero con el tiempo, daría paso a la aparición de una casta guerrera de origen indoeu-ropeo y de estirpe hurrita: los mar-yanni. Si bien, no debemos descartar evoluciones paralelas en distintos puntos del Próximo Oriente.

Aunque los hurritas crearon su propio estado, Mitanni, que rivalizó durante siglos con los im-perios vecinos de Hatti, Egipto o Asiria, por el control de la actual Siria, su casta guerrera de maryanni se extendió con fuerza por las distintas ciudades-estados cananeas, convirtiéndose en el núcleo fundamental de muchos de sus ejércitos durante la última mitad del segundo milenio an-tes de Cristo, y de lo que tanto nos habla el Anti-guo Testamento.

Fabricados en madera y cuero, y revestidos de metal, estos artilugios se sostenían sobre dos ruedas de cuatro radios, y eran extremadamente veloces merced a los dos caballos uncidos a un timón central, y controlados mediante bocados. Un ancho eje situado bajo la caja en una posición muy retrasada, les confería una gran maniobra-bilidad. Su dotación, estaba formada por dos hombres cubiertos, al igual que los caballos, por un arnés revestido con placas de bronce a modo de escamas, portando además, cascos del mismo metal, tocados con penachos o plumas.

La táctica preferida de los hurritas, organiza-dos en unidades de estructura decimal que no solían superar las cincuenta unidades, era lan-zarse a toda velocidad contra el enemigo y dispa-rar sus flechas, para replegarse inmediatamente. Sin que por ello, eludieran el combate singular, ni el enfrentamiento directo contra unidades dis-persas. Sin embargo, tales premisas sólo podían

Abajo. Relieve pintado de un faraón con la corona del Bajo Egipto, que arremete con un «khopesh» desde su carro.

6

resultar efectivas en un terreno llano, de ahí algu-nos de sus enemigos, como los israelitas en tiem-pos de Josué, rehuyeran el combate abierto, y buscaran el hostigamiento en zonas montañosas, donde sus enemigos cananeos no podían hacer efectiva la superioridad que les otorgaban sus vehículos. Algo parecido les ocurriría a los hititas, con los feroces montañeses gasgas.

Con todo, quizás la más trascendental de las aportaciones hurritas, fuera la compleja logística con la que Mitanni apoyó a sus unidades de ca-rros, que eran de propiedad estatal, y la compleja estrategia que se escondía detrás. Manuales de adiestramiento de caballos, como el «Tratado de

Kikuli» (1300 a.C.) que alcanzando un promedio de 1,40 m en cruz, eran más pequeños que los actuales. Los arsenales con piezas de repuesto distribuidos por todo el país, y que como señalan las Tablillas de Nuzi (siglo XV a.C.) preveían para cada carro dos aljabas con 37 flechas cada una, dos arcos compuestos, dos espadas, una lanza, un látigo, un juego de riendas de asalto y dos gual-drapas. Así como los escuadrones acantonados en las principales ciudades, demuestran la importan-cia que tales unidades llegaron a tener.

Todos los estados del Próximo Oriente, acaba-ron contando con tales agrupaciones, depen-diendo su número del tamaño de los mismos,

convirtiendo la guerra en el se-gundo milenio antes de Cristo en un acontecimiento eminen-temente dinámico, que eclosio-naría en la batalla de Qadesh (1285 a.C.), que iba a significar, no sólo el mayor enfrentamiento bélico del periodo del que tene-mos noticias, sino también el banco de prueba de dos mane-ras distintas, la hitita y la egip-cia, de concebir el carro de guerra, que terminaría con la prevalencia de los primeros.

Arriba. Detalle de un kilix con pinturas negras (s. VII-VI a.C.) en la que se puede apreciar un carro griego, sin función mili-tar aparente.

Abajo. Carro de guerra del reino neo-hitita de Zinjirlí. (1000-700 a.C.)

7

EL CARRO DE GUERRA EN LA EDAD DE BRONCE

egipcioS contra hititaS

La introducción de los carros de guerra en Egipto, habría ido parejo a la llegada de los hic-sos, que se asentaron en la zona del Delta durante el Segundo Período Intermedio (1640-1532 a.C.), a tenor de la terminología no egipcia usada para describir sus partes. Siendo prontamente asimi-lados por los monarcas autóctonos durante el Imperio Nuevo (1550-1070 a.C.), quienes crearon un parque permanente, con sus correspondientes cuadras y personal adscrito a las mismas, amén de conductores y tropas entrenadas en su manejo. Un nutrido grupo de escribas, tuvo asignada la tarea logística y el control de los mismos. Algo habitual en una sociedad tan burocratizada como la egipcia.

El carro egipcio era de construcción liviana, con una base de madera, reforzada en algunas partes con cuero y metal, que le permitía alcanzar más de 40 km/h. Dotado de dos ruedas de cuatro o seis radios, la ubicación retrasada del eje, per-mitía a los conductores efectuar giros muy cerra-dos, sin perder la estabilidad. Para lo que se les había entrenado en taburetes móviles hasta el agotamiento.

Amén del conductor, que solía portar un cuchi-llo, muy útil para cortar las riendas cuando éstas quedaban trabadas, el combatiente estaba ar-mado con lanza y arco, preferentemente este úl-timo, y en algún caso llevaba un escudo de mim-bre trenzado. Tal vehículo, dada su endeblez, no era muy adecuado para el ataque frontal contra carros más pesados, como demostraría la batalla de Qadesh, sino que se empleaban para romper las compactas formaciones de infantería, y perse-guirlas una vez deshechas, o para acercarse a los carros contrarios lanzando flechas, y retirarse

seguidamente, dada la superior velocidad y ma-niobrabilidad que les otorgaba su poco peso.

También los carros, constituían el elemento fundamental de los ejércitos hititas, que si bien comenzaron siendo ligeros, pronto fueron más pesados que los de sus enemigos, sin por ello perder maniobrabilidad, dada su sabia construc-ción. Sus ruedas, provistas de ocho radios, tenían unas llantas muy consistentes, mientras la caja iría desplazándose progresivamente hacía la parte delantera del eje. Del mismo modo, el tiro pasaría de dos a tres caballos, y en algunos casos a cuatro,

Arriba. Bajorrelieve en el que se ve a un faraón tocado con su casco de guerra, a la hora de disparar contra sus enemigos.

Abajo. Detalle del arcón de Tutankamón (1333-1323 a.C.), en la que le ve derrotando a sus enemigos nubios.

REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR

8

que solían ir protegidos por petos de cuero, de los que carecían sus homólogos egipcios.

Su tripulación, que sólo solía desmontar excepcionalmente en combate, estaba for-mada por tres hom-bres: el conductor, un lanzador de venablos o jabalinas, y un escudero o arquero, estos últimos equipados también con espadas. Organizados en unidades de seis a ocho vehículos, su función principal era la del ataque directo, no sólo contra las filas de infantes ene-migos, sino frente a los vehículos de combate contrarios, dado que su solidez les otorgaba una mayor seguridad en el envite. Otra forma de ac-tuación, era la que combinaba carros ligeros en los extremos, y los más pesados en la parte cen-tral, que avanzando en formación de cuña, limi-taban la capacidad de la infantería a la hora de resistir tal ataque. Era precisamente entonces, cuando la tarea del portaescudo adquiría su ver-dadera función como protector del conductor, pues si éste perecía durante la galopada por una flecha o lanzada enemiga, no sólo se perdía el carro, sino que se quebraba la formación, y se malograba el ataque.

La infantería hitita solía operar como soporte a los carros. Aproximadamente la mitad formaba en secciones de diez hombres que constituían una suerte de falange, e iba armada con lanza, escudo rectangular con entrantes en sus lados mayores y redondeado en los menores, al modo aqueo, y espada. El resto, estaría integrado por aliados, arqueros y tropas ligeras. Los guerreros hititas solían llevar una larga y espesa cola de cabello trenzado en la nuca, que probablemente no tu-viera sólo un carácter étnico o decorativo, sino que serviría para proteger esta parte del cuerpo de los golpes dados por la espalda.

La administración, era la encargada de proveer al ejército de tales vehículos, siguiendo la tradi-ción hurrita. De ahí que uno de los impuestos que solía pedir el «Gran Rey», eran partes de carros de guerra que, una vez ensamblados, formaban

Arriba. Faraón egipcio arre-metiendo contra sus enemigos. Los cuatro radios de sus rue-das, corresponden a una pri-mera fase evolutiva del carro.

Abajo. Bajorrelieve egipcio del Imperio Nuevo, en el que aparecen numerosos carros de guerra.

EL CARRO DE GUERRA EN LA EDAD DE BRONCE

una reserva capaz de ser utilizada en cualquier momento. Del mismo modo que se reiteraban las peticiones de caballos a sus aliados babilónicos, por ser estos mayores y más resistentes.

aSirioS y micénicoS

El cataclismo que para los pueblos del Próximo Oriente supuso la llegada de los Pue-blos del Mar a finales del se-gundo milenio, no representó la desaparición de los carros de guerra, pues tanto los sub-siguientes estados neohititas, como los filisteos, israelitas, egipcios y asirios siguieron utilizándolos, aunque en me-nor medida. Ésto, a la postre, supuso la pérdida definitiva de su categoría de arma fun-damental, en favor de la caba-llería, que cobraría carta de naturaleza en el ejército asirio allá por el siglo VIII a.C.

Sería precisamente en Asi-ria, donde el carro de guerra sufriría sus últimas transformaciones. Su carácter sería cada vez más pesado, con ruedas mayores de hasta ocho radios, cajas capaces de contener hasta cuatro guerreros, y, como no podía ser de otra forma, un mayor número de caballos: cuatro, si bien se mantuvie-ron también algunas bigas. Todo ello, y el hecho de que las armas arrojadizas dejaran paso a gran-des lanzas, y escudos sujetos a las cajas, hacen pensar en que debían ser utilizados como fuerza de choque. Su canto del cisne, tendría lugar en la batalla de Qarquar (853 a.C.) en la que, si nos atenemos a las fuentes, siempre demasiado gene-rosas, los asirios alinearían más de mil carros, lejos ya de los 3.700 que presentaron los hititas en Qadesh.

También en el mundo micénico (1600-1200 a.C.) el carro de guerra habría tomado carta de naturaleza, a imitación del mundo oriental, de donde provendrían los primeros modelos. Sin embargo, no parece que se empleara como pla-taforma de lucha, sino para llevar a guerreros pesadamente armados al combate, en algún caso singular, tal como nos relatan los textos homéri-cos, y en donde mantendrían su carácter de prestigio.

Con todo, el carro de guerra nunca desapareció del todo. Siendo utilizado por algunos estados helenísticos que les añadieron falcas cortantes y

otros aditamentos, y por los persas, ya en plena Edad del Hierro. Pero esta es ya, otra historia.

BiBliografía Sumaria

FIELDS, Nic: Bronze Age War Chariots, Lon-dres, Osprey, 2006.

GARCÍA PELAYO, Manuel: Las formas políticas en el Antiguo Oriente, Caracas, Monte Ávila, 1978.

HARMAND, Jacques: La guerra antigua (de Sumer a Roma), Madrid, Edaf, 1976.

HEALY, Mark: Qadesh 1300 a.C., Madrid, Del Prado, 1995.

KEEGAN, John: Historia de la guerra, Barce-lona, Planeta, 1995.

QUESADA SANZ, Fernando: “Carros en el Anti-guo Mediterráneo: De los orígenes a Roma”, en GA-LÁN DOMINGO, Eduardo (coord.,) Historia del Carruaje en España, Madrid, FCC, 2005. Pág.: 16-71.

TOYNBEE, Arnold J.: Guerra y civilización, Madrid, Alianza, 1976.

WISE, Terence: Ancient Armies of the Middle East, Londres, Osprey, 1987.

Arriba. Soberano asirio cazando un león. Ésta era otra de las funciones de los carros de guerra reales.

9