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EL CEMENTERIO DE GUADUAS En una hermosa y apacible tarde del mes de agosto paseaba yo en sabrosa compañía con un buen amigo, rcontemporáneo y condiscípulo mío, una de las pocas elaciones de colegio que conservo. Hablamos elegido PI Agua Nueva, como el má, agradable y pintoresco P unto de vista que tienen los alrededores de Bogotá, y a paso lento segulamos las sinuosidades del camino que costea las faldas de las colinas, deteniéndonos de vez en cuando para admirar el hermoso panorama de la in- mensa sabana. Conversábamos, como era natural en estos tiempos de turbulencias, acerca de la suerte desgraciada de nuestra Patria, y nos explayábamos en tristes reflexio- nes sobre su porvenir, no obstante los grandes elemen- tos de prosperidad y de dicha que encierra por todas partes. Esa valiosísima planicie que se desplegaba a nuestra vista, hasta los pies de la Cordillera Oriental; esa riqulsima mina de sal gema que limitaba el norte de nuestro horizonte; y más allá los encantados valles, donde se produce en abundancia y de excelente calidad el metal más útil al hombre, el hierro; esas intermina- bles vetas de carbón mineral que, corriendo debajo de nuestros pies, se extienden por muchas leguas a lo lar- go de la cordillera que pisábamos, y que suelen aso- mar a largos trechos a la superficie .... -Oh! nuestra tierra es un inmenso emporio de ri- queza natural, decla mi amigo, pero no hay quien lo aproveche, ni aun quien lo admire, cosa para la cual no se necesita capital ni ciencia. e -Verdaderamente, no hay cifras con qué calcular las riquezas que en medio siglo producirla a nuestro pals el solo carbón mineral, si pudiese ponerse al al- cance del comercio y de la industria del mundo civi- lizado.

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EL CEMENTERIO DE GUADUAS

En una hermosa y apacible tarde del mes de agostopaseaba yo en sabrosa compañía con un buen amigo,rcontemporáneo y condiscípulo mío, una de las pocaselaciones de colegio que conservo. Hablamos elegido

PI Agua Nueva, como el má, agradable y pintorescoP unto de vista que tienen los alrededores de Bogotá, ya paso lento segulamos las sinuosidades del camino quecostea las faldas de las colinas, deteniéndonos de vezen cuando para admirar el hermoso panorama de la in-mensa sabana.

Conversábamos, como era natural en estos tiemposde turbulencias, acerca de la suerte desgraciada denuestra Patria, y nos explayábamos en tristes reflexio-nes sobre su porvenir, no obstante los grandes elemen-tos de prosperidad y de dicha que encierra por todaspartes. Esa valiosísima planicie que se desplegaba anuestra vista, hasta los pies de la Cordillera Oriental;esa riqulsima mina de sal gema que limitaba el nortede nuestro horizonte; y más allá los encantados valles,donde se produce en abundancia y de excelente calidadel metal más útil al hombre, el hierro; esas intermina-bles vetas de carbón mineral que, corriendo debajo denuestros pies, se extienden por muchas leguas a lo lar-go de la cordillera que pisábamos, y que suelen aso-mar a largos trechos a la superficie ....

-Oh! nuestra tierra es un inmenso emporio de ri-queza natural, decla mi amigo, pero no hay quien loaproveche, ni aun quien lo admire, cosa para la cualno se necesita capital ni ciencia. e

-Verdaderamente, no hay cifras con qué calcularlas riquezas que en medio siglo producirla a nuestropals el solo carbón mineral, si pudiese ponerse al al-cance del comercio y de la industria del mundo civi-lizado.

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176 JOSE CAICEDO ROJAS

-¿Yen qué ~stado se hallan todos estos preciososveneros? En el mismo en que estaban hace cien años,poco más o menos, si se exceptúan algunas mejoras quese han hecho en la explotación de ciertos productos, yel mayor valor territorial que el transcurso del tiemponaturalmente ha dado a nuestra fértil Sabana.-y reduciendo el círculo de nuestras observaciones

para contraernos a los objetos que nos rodean, aquitiene usted, agregó mi compañero, este famoso acue-ducto, por sobre el cual vamos andando, construido entiempo del atrasado y tiránico Gobierno colonial, hoydestruIdo, arruinado, conduciendo trabajosamente a laciudad una menguada y asquerosa corriente de agua.Mire usted esa que fue pintoresca colina de Egipto, detan gratos recuerdos para todos los bogotanos, antescubierta y asombrada por numerosos árboles y arbus-tos, por entre los cuales descollilba su romántica ca-pilla, a manera de una ciudadela, hoy despojada desu verdor y sombra, desapacible y árida como todo lode este tiempo. Esa bella quinta que vamos a descu-brir dentro de pocos instantes, construIda por un suje-to rico y de buen gusto, para obsequiar a la esposa deun Virrey el dla de su cumpleaños. regalada despuésa Bolívar por la Municipalidad de Bogotá y cedida mástarde por éste a uno de sus más Intimos amigos; esaquinta hermoseada por él con fuentes de mármol, sur·tidores y estanques; esa quinta en otro tiempo tBn ani-mada, tan poética, hoy desierta y solitaria; llorandosus más hermosos árboles seculares, tronchados pormanos bárbaras, en ausencia de su dueño!.... ¡Todo hacambiado! ¡Un velo fúnebre parece que cubre cuantonos rodea para hacerlo triste y sombrío!

-Déjese usted de esas imaginaciones melancólicas,decla yo a mi interlocutor: es que la edad va haciéndo-nos ver las cosa8 de un modo distinto de aquel conque las veíamos en los dias rosados de nuestra niñezy juventud, cuando todo nos parecía dorado y llenode encantos. Nos quejamos de las bujlas que no danbastante luz, y son nuestros ojos los que ya no ven.

-¿Sí? me contestaba, pues 6igame usted, que toda-vía no he acabado. Sobre todas esas cosas de que es-tamos hablando, vamos viendo los restos o las huellasde sucesos infandos, las señales de nuestra barbaríepolltica. Mire usted esa misma quinta; estas colinas

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que pisamos; aquellos campos de San Diego; los queen segundo término se avanzan hasta El Chicó. hastaUsaquén.... Todo eso está cubierto r1e huesos huma-nos.... No hay duda que la po\ftica entiende mucho deagricultura y de abonar los campos con despojos ani-males.

Tuerza usted la vista por la izquierda, pase por elgran cementerio que tenemos enfrente, y verá que noson sólo los cráneos de los que pagan allí su entradalos que yacen amontonados: en sus alrededores tam-bién blanquean los de multitud de infelices que llevóal\[ la maldita polltica; infelices, si, porque no sablanpor qué morían, ni quién los mataba .... brazos arran-cados a la agricultura.

Pase usted adelante, y casi en \fnea recta descubrirálos campos de La Culebrera y Buenavista; vuelva a laderecha y hallará las colinas de Tenjo y Tíquisa •... yaún más allá la ciudad de los Zipas ..•.; la misma esce·na.... huesos y cráneos mezclados con balas ya oxida·das por la humedad.

Gire usted a la izquierda, y casi al frente nuéstro veráusted los campos de Subachoque, de odiosa recorda-ción; la extensa rambla de Santa Bárbara.

Haga usted un cuarto de conversión, y mirando frenote a frente al sol, que se pone en este momento, descu-bra usted, casi 'en el centro de la Sabana, el puenteGrande con su hermosa calzada y camellón, y el cerritodel Santuario .••. meme décoration!

Siga usted girando, como si estuviera ejecutandoun cuadro mimo plástico, y se encontrará con los cam-pos de Bosa y el puente del mismo nombre. Siempreel mismo rlo, callado y perezoso, teñido con sangregranadina.

Concluya usted la vuelta y verá Las Cruces y SantaBárbara, y San Juanito y las caBes y plazas de Bogo-tá.•..Siempre los mismos huesos, por dondequiera losmismos cráneos 111Y los más antiguos de esos huesosno cuentan todavía medio siglol (1).

Ohl si, como en otro tiempo, se hallara el Profetadonde estamos nosotros ahora, e interrogando a esoshuesos les mandara levantarse y hablar, ¡qué de cosas

(1) IV qué diríamos hoy 1I1

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178 lOSE CAl CEDO ROJAS

no diríanl ¡Cuántos testigos que depondrían contra lainfernal política de nuestra República! ¡Cuántos acusa·dores de la ambición y de las pasiones de algunos delos que han dirigido esa política!.. .. Venga, venga usteden una noche oscura, y verá brillar entre la neblina,con una luz opaca y azulada, esos huesos fosfóricos,y de entre esos cráneos de los infelices labriegos veráelevarse entre las tinieblas los fuegos fatuos que asus-tan a los ignorantes y que contristan al filósofo y alverdadero patriota!

- y yo agrego otra reflexión, no menos filosófica,repliqué: si los anacoretas y padres del yermo teniansiempre a su lado un cráneo, como objeto de medita-ción, que les recordaba constantemente la nada de estemur.do miserable y engañoso, sin ser Jnacoreta solita-rio, todo filósofo polftico debiera tener en su gabinete,como los méjicos, una de estas ruinas humanas, reco-gida en los campos de batalla, para meditar, en susmomentos de lucidez, sobre los espantosos efectos delas pasiones inherentes a su profesión. ¡Qué medita-ción tan fructuosa y benéfica seria esta, si los hombresfueran susceptibles de escarmentar en calavera ajena 1

-¡Si a lo menos les tocara en suerte, añadió mi ami-go, el cráneo de uno de esos militares calaveras, am-biciosos, agitadores y enredistas, habria tela cortadapara muchos dias, y aun años, de meditación.

-Mejor seria tal vez, repliqué, que les tocara la deun pobre indio, o del hijo único de una viuda desam-parada; uno de esos patriotas que van amarrados a laguerra, y se hacen matar sin saber por qué, ni paraqué, ni por quién; sin entender una palabra de princi-pios, ni de fines ni de medios; de esos que no tienenmás bandera que la veleta de la torre de su pueblo, nimás programa que su mujer y sus hijuelos y el cuidadode venir a la ciudad a hacer los recaudos necesariospara proveer a su subsistencia.

-Por desgracia, añadió, todas las calaveras se pa-recen, y en llegando a ese estado el hombre o la mujer,lo mismo son Alejandro, César o Napoleón, que cual·quiera de nuestros Presidentes, Prefectos o Alcaldes,y lo mismo es Catalina de Rusia o Madama Stael queuna india leñadora.

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APUNTES DE RANCHERIA 179

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-A propósito, me nace usted acordar -dije a micompañero, sentándome en una gran piedra, e invitán-dole a hacer otro tanto- me hace usted recordar una delas escenas de mi vida que jamás se borrarán de mi me-moria y que tengo anotada entre mis apuntes.- ¿Haestado usted en Guaduas?

-Como siete u ocho veces, me parece.-¿Conoce usted el cementerio de aquella villa?-Nunca he tenido curiosidad de visitarlo.-Es bonito el cementerio de Guaduas, si es que

puede serlo alguno, aun el del Padre La Chaise, enParls.

-Eso es según: la belleza es relativa, yen la mismamelancolla y pensamientos tétricos suelen hallarla al-gunas personas.

-Pues bien: yo estaba de paso en aquel lindo lugaren el mes de enero de 58. Seis años antes habla idotambién alll con una triste misión: la de exhumar losrestos de un amigp mio, muerto en esa villa, para con-ducirlos a Bogotá; y aquella circunstancia habia hechomi llegada en esta vez menos placentera que en otras.

Cuando entro a una población pequeña y tengo quedetenerme en ella, mi primera visita y mi primer salu·do es para el dueño de casa, o sea el señor del pueblo;me dirijo al templo, y entrando en él, me postro du-rante algunos minutos para orar. Si el viaje ha sidofeliz y agradable, doy gracias por ello; si ha habidocontratiempos o molestias, también doy gracias por-que éstos no han sido mayores. Si ha habido algúnacontecimiento desgraciado .... ¡que se haga la voluntadde Dios, y que no se repital

Después de esta visita, si he de quedarme algunosdlas, mi segundo saludo es para los muertos, antesde saludar a los vivos; y en Guaduas cuánto mayorrazón tenia para ser galante con ellos!¡Tántos amigoscomo ya no existian y cuyos restos descansaban enel lugar bendito, última morada de los cristianos! Losnombres de Acostas, Samperes, Guzmanes, Acevedos,Cabreras y otros, respetables o queridos, reclamabanmi presencia en el lugar santo.

Habiendo llegado al caer de la tarde, la iglesia es-taba todavía cerrada y no pude entrar; dirigime, pues,

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al cementerio por la senda que ya me era familiar; paséel puente que atraviesa el río San Francisco, y prontollegué a la modesta, o más bien diré, a la Sublime Puer·ta que cierra el paso a los indiscretos. Aquella tarde,no sé por qué, la habían dejado abierta, y asf no tuvenecesidad de ir en busca del guardián. Entré como ami casa, aunque lleno del re3peto que inspiran taleslugares, mezclado con cierta melancolia producida portristes reflexiones y aumentada por la hora misteriosadel crepúsculo. Comencé a recorrer el sagrado recintocon mi sombrero en la mano, como lo acostumbrosiempre que hago una visita a los muertos.

Examinaba los nombres e inscripciones puestos enaquellos nichos. ¡Cuántos nuevos hUéspedes, decfa yo,han venido a este lugar desde la última vez que en élestuvel No me atrevía a hollar la hierba que crecfaprofusamente en el centro de aquel círco misterioso yque, al soplo de la brisa de la tarde, se mecfa comopara saludar al recién venido, acariciando al mismotiempo las humildes cruces de madera que salían deentre la tierra, algunas de las cuales se inclinaban so·bre ella como para abrazar los restos del que yadadebajo de ellas.

Hay otra cosa que no puedo dejar de hacer cuandoentro a un cementerio -después de rezar un De profun-dis, como recuerdo de los que alll están- y es recitarmaquinalmente alguna estrofa de aquel gran poeta in-glés que también, y mejor que otro alguno, ha sabidodescribir los encantos fúnebres de estas mansiones,tan pobladas y al mismo tiempo tan solitarias. cNoarde el hogar para ellos», decfa pensando en estas po-bres ruinas de la humanidad:

No arde el hogar para ellos, ni a la tardeSe afana la mujer, ni a su regreso,Los hijos balbuciendo hacen alardeDe trepar sus rodillas por un beso .•••••.•n' ••••••• ••.•••••••.••••••••••••••.•.•.•.•.•..•••••••••••••••••••••••••••

Boato de blasón, mando envidiable,y cuanto existe de opulento y pulcro,Lo mismo tiene su hora inevitable;La senda de la gloria va al sepulcro ••••••••••••••••••••••••• ••• '.CI.II ••••••••••••••••••••• • •••• • ••••••••••• • •••• ••

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Lejos del vil furor del vulgo insano,Nunca en vanos deseos se excedieron,y por el valIe de un vivir lejanoSu fresca senda sin rumor siguieron.

Mas, protegiendo contra todo insultoEstos huesos aquel túmulo escaso,De rústica escultura en verso incultoPide el tributo de un suspiro al paso». (1)

y por Ese estilo iba repitiendo cuantas estrofas mevenían a la memoria, de la sentida elegía de Gray.

Habla llegado a colocarme enfrente de una tumbaque me era muy conocida y en cuya puerta se lela unnombre querido. Mientras la contemplaba, sonó en elcampanario de la iglesia el toque de oraciones, vozelocuente que arranca de los labios del cristiano un in-voluntario Ave Maria, y esto, sacándome de mi abs-tracción, me hizo recordar que debla retirarme. No qui-se hacerlo sin acercarme a la modesta capilla y entréen ella para decir adiós al lugar bendito. Sall inmedia-tamente y me dirigf a la puerta; pero ¡cuál fue mi sor-presa al encontrarla cerrada!.. •••.••

Il

Mi primera impresión fue de terror, sentimiento pue-ril de que no puede prescindir el hombre en ciertosmomentos. Llamé inmediatamente, y viendo que nadieocurría, comencé a dar voces, pero en vano: no halla-ba respuesta, y solamente el eco las repetfa en el recin-to de los muertos, como burlándose de mi. Conociendoque eran inútiles mis esfuerzos por aquel lado, intentésubir sobre una de las paredes, pero no habla modo dehacerlo. Me dirigí de nuevo a la capilla, y colocandodebajo de una ventana una gran mesa que servía paradepositar los cadáveres, subl sobre ella y comencé allamar otra vez.

Allf se presentó a mi vista el espectáculo, síempreimponente y bello, del día que se despide: el sol se ha-bía ocultado y sólo quedaban en el horizonte algunas

(1) Traducción de MiralIa.Ranchería-9

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fajas de oro, que figuraban los últimos galones de esemanto esplendente de luz, los cuales pronto también seocultarian.

La noche se venia más que de prisa; un enjambre deluciérnagas y otros insectos fosfóricos, y una nube demoscardones comenzaban a inundar el aire, y aquéllasbrillaban como diamantes puestos entre los arbustos.Era la escena microscópica del mundo: para tal ilumi-nación tales músicos. La orquesta se reforzaba conlas chicharras y los sapos, que hacian de bajos; todoslos buenos ejecutantes habian callado al acercarse lastinieblas. Pero en compensación, los ricos aromas deljazmin y del azahar, tan deliciosos en los climas templa-dos, penetraban en aquella mansión de la muerte.

No habia por alli cerca ni una casita, ni un rancho,ni habitante alguno que pudiera oirme. ¿Qué hacer entan critica situación? Volverme a la puerta negra, consus calaveras y huesos pintados en blanco, y ya mediodesteñidos por la acción del aire y del sereno. Al lle-gar a ella oigo a lo lejos, mezclado con el murmuriodel rio, el sonido de voces que vienen cantando unbambuco de aquellos que hacen vibrar todas las cuer-das del alma; aplico el oido, se acercan•••. ¡gracias,Dios miol¡Estoy salvol Qué habrla sido de mi en aquelrecinto fúnebre, a medianoche, cuando, según la frasede Hamlet, «es la hora en que los sepulcros se abren,las sombras se levantan!.. ..»

y no eran parte a tranquilizarme las reflexiones queme hacia a mi mismo, ni la idea de que me hallaba en-tre amigos y gente de paz, y en tierra bendita. Además,¿qué no pensarla mi compañero de viaje a quien habiadejado en la posada?

Las voces se acercaban más y más y eran de hombrey mujer, acompañadas por un sonoro tiple diestramen-te rasgueado. Al llegar a veinte pasos de distancia,percibi sus palabras, que eran coplas populares, y pa-recia que los cantores se desafiaban a improvisar, se-gún la costumbre del campo. La voz femenil de con-tralto, que parecía fresca, como de persona joven, de-cra en mal medidos versos:

Cada día se muere algunoy lo llevan a enterrar;Si de amor alguen se muere,Pronto a mi me llevarán.

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El tenor contestaba:

Ella vive allá en la loma,Yo vivo en el cementerio;Que por querer a una ingrataHace tiempos que estoy muerto.

¡Habrá cosa más rarat, decía yo. ¡Pues no parecenhechos a propósito estos versos para la situaciónl Estome hacIa hallar analogías con el sepulturero de Shakes-peare, que cantaba alegremente mientras cavaba unafosa. Sin duda los cantores que por alll solfan pasaracostumbraban ahuyentar el miedo, saludando a losmuertos con alguna cantinela.

Al llegar enfrente de la puerta, a cuatro pasos dedonde yo estaba, comenzaba de nuevo la mujer otracopla:

Para asustarme un difuntoSe salió del camposanto.

Aqui se representó la escena muy al vivo, pues co-mencé yo a dar fuertes golpes en la puerta, y a gran-des voces decía: cholal tengan ustedes la bondad deacercarse-; con lo que la chanza de la cantora se vol~vió de veras, pues fue tal el espanto, que, creyendoque yo era, en efecto, el difunto que venIa a asustarla,puso pies en polvorosa, dando unos gritos descomuna-les. Pero el compañero, más reflexivo o menos miedo-so, aunque vaciló un poco, al fin se resolvió a acercarsepor ver lo que aquéllo podía ser; y como la luna co-menzaba a levantarse espléndida y limpia, penetrandopor entre las rendijas de la puerta, conoció que ni mitraje ni mi cara eran de difunto, y me preguntó quéhacfa alll. Yo le referí lo sucedido, y le supliqué mehiciese el favor de ir en busca de la persona que pu-diera sacarme del encierro; y para esforzar mi súplica,le arrojé por la rendija una moneda. Media hora des-pués estaba ya libre de mi prisión, y haciendo refrgrandemente a mi compañero con la relación de la fú-nebre aventura, la cual, si yo hubiera sido poeta, mehabría dado materia para escribir un Diálogo de losmuertos, o una oda como la de Quintana, El Panteóndel Escorial, o bien un Miserere como el de Núñez deArce, aunque no estaba yo allf entre reyes y potenta-

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dos, sino entre buenos cristianos y gentes honradasque poco habrían tenido que decir.

Uno de los circunstantes añadió entonces:-Pues sepa usted que se escapó de que la aventura

fuera más seria, como lo habría sido si se hubiera an-ticipado a llegar ayer, pues anoche estaban deposita-dos en la capilla del cementerio dos cadáveres. ¡Quéespectáculo tan triste y conmovedor! Figúrese ustedque en el camino de aquí a Chaguanf encontraron elcuerpo de una mujer, como de unos treinta años deedad, junto con el de un niño de pechos; tal vez porun accidente repentino, o por un paso falso, había des-cendido de lo alto de una barranca y recibido el golpeen la cabeza, cayendo sobre la pobre criatura!.... Dabacompasión ver aquella mujer, joven todavía, blanca yde facciones regulares, tendida sobre la mesa, con suhijo reclinado sobre el seno, como en actitud de bus-car el pecho de la madre l•.••

Confieso que, a pesar de mi despreocupación, nopude menos de horrorizarme al pensar que hubiera te-nido que pasar tal vez una noche entera al lado deaquellos cuerpos, que, por mucho que me interesaran,eran al fin, dos cadáveres.

III

-¡Vayal Que todo ha sido hoy calaveras y canillas,como si estuviéramos en noviembre, dijo mi compa-ñero de paseo, levantándose.

-¡Qué quiere ustedl eso somos todos, y en eso noshemos de convertir. Nuestra tierra misma no es másque un esqueleto disfrazado. Pero usted tiene razón:hablemos de cosas más risueñas. Cabalmente allí sealcanza a divisar la Quinta de Bolívar, que a la gene-ración que termina le recuerda risas y fiestas, amores yplaceres, como que por mucho tiempo durante la ausen-cia de sus dueños fue el punto favorito de reunión dela buena sociedad para frecuentes paseos.

-Lo recuerdo muy bien, agregó, como que entonceshabía venido yo a estudiar a Bogotá. Sus inmensosárboles seculares, sus bellos jardines, abundantes aguascristalinas, baños deliciosos, retretes y cenaderos asomobrados por enredaderas, sus tortuosos senderos forma-dos por millares de rosales que embriagaban Iiteral-

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mente con SU aroma: todo hacía de esta quinta la manosión sin rival, digna de Bolivar.

-Note usted que ha conservado este nombre, a des-pecho del tiempo, de las pasiones politicas y del cam-bio de dueños que ha tenido. En sus mocedades fuela Quinta de Portocarrero, nombre que conservó, aunsiendo de la Municipalidad de Bogotá; después fueQuinta de París, etc. Otro tanto ha sucedido con laPlaza de Balivar en la ciudad.

Aqui volvíamos el recodo que hace el camino haciael Oriente. La perspectiva que teníamos a la vista nopodía ser má~ hermo~a ni más varíada: enfrente,en primer término, el sólido edificio de la fábricade tejidos, que tiene cierto aire extranjero; en se·guida el río del Boquerón, que baja por entre grandespiedras; pocos metros más allá la encantada quintacon los árboles frondosos que aún quedan de su tupidobosque, y su mirador o kiosco; en último término, lascolinas por donde sube la indecisa senda que conducea Monserrate, salpicada a trechos con sus ermitas depiedra, descanso y escala del devoto peregrino. A laderecha la maciza cordillera, que parecía desplomarsesobre nosotros con sus enormes rocas, y coronada enotro tiempo por dos capillas, como dos fortalezas queguardaban la ciudad (l), A la izquierda el extenso marde verdura que se prolonga por ocho leguas al Occj·dente, alfombra riquísima tendida a los pies de la capi-tal, y en lontananza, escalonadas, las dos grandes cor-dilleras, Oriental y Central, descollando en esta últimael cono del Tolima con su peluca blanca, y las demásalturas nevadas que ciñen el horizonte como una fajade plata.

A nuestros pies se extendia la ciudad, que en levecurva recorre de Norte a Sur, dos millas, y una deOriente a Occidente. Desde alli habríamos podido con-tar sus veintiséis torres y campanarios, que en aquelmomento nos alegraban con sus repiques. Sólo faltabapara completar tar¡ grandioso panorama la vista delas colinas de Egipto, y de los pintorescos paisajes deLlano de Mesa, Fucha y Casablanca que se nos ocul·taban a la espalda.

(1) Aún no estaba reedificada la de Guadalupe cuandoesto Se escribía,

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Permanecimos buen espacio en silencio, contem·pIando esa belleza siempre nueva, iluminada oblicua-mente por los últimos rayos del sol, y respirando condelicia el aire delgado y puro que desciende del bo-querón. Sólo nos moviamos de vez en cuando paraceder el paso a algunas indias orientales -que asípueden llamarse las de Choachí y Ubaque-, las cualesbajaban al mercado con sus jaulas y atiflos, o sus bes-tiecitas parcamente cargadas.

-Amigo mío, dije al fin, suspirando, ¡cómo me re-cuerda esa quinta los regocijados dlas de mi juventudy las dichosas horas que pasé debajo de esos árboles,a la sombra de aquellos curubos, tendido sebre la es-pesa grama, o al pie de aquel gran chorro bulliciosoen que me lavaba las manos y la cara sin necesidad, ysólo por el placer de ponerme más en contacto con él.¡Cuántas historias y episodios más o menos románti-cos me vienen a la memoria, de aquella época feliz dela vida en que todo se ve al través de un velo perfu·mado y luminosol

-Pero no me ha dicho usted cuál fue el fin de laaventura aquella del cementerio de Guaduas.

-A eso iba yo. Lo principal de la aventura délo ustedpor terminado; pero tiene una segunda parte, bien tris-te por cierto. Me habla vuelto el alma al cuerpo conmi salida de aquel lugar fúnebre, que durante el dla meparecia poético, pero que con la ausencia de la luz to-maba un aspecto espantoso y aterrador. Contento, peropreocupado, como un ratón que ha logrado escapar dela trampa, me hallaba esa misma noche con mi com-pañero de viaje en el balcón de la casa de un excelen-te amigo, que nos habla ofrecido hospitalidad. Habla·mas salido a tomar el fresco, no obstante que el climade Guaduas es, como usted sabe, sl:lave y apenas tem-plado, aun durante el dla, y como desde alli se domi-naban por sobre las casas bajas de enfrente las pare-

. des, la portada y capilla del cementerio, contemplába-mos a la suave luz de una blanca y perezosa luna aquelsitio que tántas impresiones me hgbla causado ese mis-mo dla. ¡Qué extraño contraste, qué caprichosa mez-cla de sensaciones agradables y tristes! Respirábamosun¡aire fresco y puro, embalsamado con el perfume delos jazmines de todas las huertas de las casas circun-vecinas, y de los naranjos y demás plantas aromáticas

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propias de los climas templados. Percibíamos, en me·dio del silencio solemne de la noche, el grato rumordel cercano rlo que hasta nosotros trala el viento. Mul-titud de luciérnagas atravesaban en todas direcciones;en fin, los mil ruidos nocturnos, misteriosos e indes-criptibles, nos anunciaban por todas partes la vidaexuberante, el movimiento incesante de los seres queviven; y todo ello hacia contraste con la paz y el silen-cio de la muerte, asilada en el estrecho recinto de unahectara de tierra solitaria que tenlamos enfrente.

Conversábamos a intervalos, fumando un cigarro,recostados sobre la baranda del balcón, cuando, enun momento en que la luna se ocultó enteramente entreuna espesa nube, vimos elevarse por sobre las paredesdel cementerio un globo o 1Iama de una luz azulina,como la del azufre o el fósforo, la cual anduvo algúntrecho a poca altura, y en dirección a nosotros, queera la misma del aura que soplaba, hasta que al fin seextinguió.

-Si los esplritus viniesen a este mundo, dije yo, ytomasen alguna forma, creerla que esa llama es de al-guno de los amigos que duermen al1f su último sueño.y que esta noche ha venido a visitar los restos morta-les que dejó en este mundo.-y si yo fuera preocupado o supersticioso, agregó

mi amigo, creerla que este era un aviso para alguno delos dos.

--Vaya!, repliqué, una cosa tan natural y tan fre-cuente como los fuegos fatuos, no tiene significaciónninguna, y solamente los niños y las gentes vulgarespueden temerles.

-Sin embafgo, hay momentos en que el ánimo estádispuesto a preocuparse con cualquier cosa, por insig-nificante que sea.

Al dla siguiente salimos muy temprano a respirar elaire de la mañana y dar un paseo. Maquinalmente nosdirigimos hacia el puente que atraviesa el rlo y segui-mos el camino que conduce al cementerio. Al llegar alfrente de la puerta, que en aquellos momentos estabaabierta, mi compañero, curioso de conocerlo y de verel lugar de mi aventura de la vis pera, se dirigió allá, yjuntos entramos cuando los primeros rayos del sol re-flejaban oblicuamente en sus blancas paredes. Mi ami-

Page 14: EL CEMENTERIO DE GUADUAS · EL CEMENTERIO DE GUADUAS En una hermosa y apacible tarde del mes de agosto paseaba yo en sabrosa compañía con un buen amigo, rcontemporáneo y condiscípulo

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go se detuvo a leer algunas místicas in~cripciones, yse paró distraído delante de una de ellas; al acercarmeyo, me dijo:

-Aquí está enterrado un tocayo mío;-y nota otracoincidencia: tenia la misma edad que yo.

Acerquéme y vi que, en efecto, decía Luis Oonzález.Luis se llamaba también mi compañero y tenia veintio-cho años, la misma edad, según la cuenta que hici·mas, del que allí había sido enterrado hacia cinco.

-Se diría que es mi epitafio -dijo Luis-, queriendodisimular su preocupación con una sonrisa.

-¡Vaya, hombre! no digas disparates. Vámonos deaquí, interrumpí.

y tomándolo por el brazo salimos a continuar nues-tro paseo, lo cual nos distrajo un tanto de las tristesimpresiones de aquella visita matinal.

Ese mismo día siguió Luis para Honda, y yo perma-necí en Guaduas, donde un negocio importante me rete-nía. Al cabo de ocho días regresó aquél, y en el pro-medio del camino comenzó a sentirse indispuesto. Alllegar al Guaduas ya la fiebre era ardiente, y continuóagravándose sin intermisión. Al fin se declaró una deaquellas malignas que allí suelen ser epidémicas, y deque han sido víctimas muchas personas del interior.Inútiles fueron todos los recursos de la ciencia y losmás exquisitos cuidados, míos y de los habitantes deese villa. Luis sucumbió al cabo de nueve días....

Lleno de dolor asistí a sus modestas exequias, y des·pués lo conduje al camposanto para depositarlo en lala bóveda que se le había destinado. ¡Era la misma enque había estado Luis González I

Desde entonces jamás he podido burlarme de lo quese llama presentimientos del corazón.

Al siguiente día comenzaban las afamadas fiestas de. agosto que anualmente se celebran en Guaduas, y yo

monté a caballo, no para asistir a los encierros de lostoros, sino para regresar a buen paso a Bogotá.