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EL CERRO DE LAS ÁGUILAS El Cerro del Águila, o de las águilas como se denominaba hasta hace poco, es un pueblo dentro de la ciudad: "Pueblecito Guapeao" Paco Herrera sic. Su idiosincrasia tan particular viene dada por unos habitantes que, en la mayoría, son de pueblos de la provincia de Sevilla y cercanos a ésta, como Huelva y Badajoz. La inmigración desde éstas, lógicamente, es por falta de trabajo y el deseo, tan humano, de mejorar la situación personal y familiar. El gran salto a la capital andaluza se hace por los futuros Cerreños, unos años antes de la archifamosa Exposición Universal del 29, a la búsqueda del gran “dorado”. Como los bienes son pocos y el ingenio y la necesidad hace docto a cualquiera, estas personas se ubican en el extrarradio y con unos reales compran las parcelas que el padre de Manuel Quintana Guerrero, en nombre de los Marqueses de Nervión, propietarios del terreno, se encargaba de poner a disposición de los nuevos inquilinos de la naciente zona. Así mismo, el hijo de éstos, de los Marqueses, un tal Pablo Armero (que tiene su calle en El Cerro), delineo en cuadricula romana el diseño que tiene todo el Barrio. Como decíamos el ingenio, el tesón hace maestros albañiles a los propietarios que con cualquier ingreso compran o buscan ladrillos de edificios en ruinas o no. Esto da la variada estética del Barrio, en su línea de autoconstrucción tan marcada y heterogénea; Lástima, que se va perdiendo con la salvaje especulación de los últimos años. El carácter del Cerro es peculiar, aunque, no está ajeno al cambio de los tiempos que nos ha tocado vivir. De llamarse: El Cerro de las Águilas, se queda en del Águila. Si es un Cerro, que lo es, se entiende que más de un águila habría, que no una sola era el ama de tanto terreno. Su extensión es, aproximadamente, de dos millones de metros cuadrados, incluyendo la añorada fábrica de HYTASA. Los años, la modernidad de los ochentas trae que el Cerro en su nomenclatura popular pierde hasta el águila que le queda, quedándose en Cerro, El Cerro. Pero como dijimos al principio de este párrafo la gente del Barrio vive haciendo Barrio. Porque desde El Cerro, sepan ustedes, se va a Sevilla y no al centro de la ciudad, que sería lo normal. Ser del Cerro, es algo muy especial. Una manera de ser y entender la realidad única. Volviendo al tema del gentilicio, éste se transforma, porque hay como una proclama que ya no somos un Barrio del extrarradio gracias a la desaparición del puente de la Enramadilla. Y, como no, a la modernización de la Ciudad con otra gran Exposición Universal, la del 92. El Cerro y sus habitantes se vuelven más urbanitas y surge el término Cerreño; Que como pueden comprobar, con todo el cariño y con mucho orgullo, suena, más que nunca, a pueblo. Los Cerreños somos así, vecinos y vecinas con gran tradición en la solidaridad entre ellos, en las malas épocas de posguerra, cuando el hambre de estomago y la de libertad asfixiaba a una población marginada por su ideario progresista. Un Barrio que hasta hace poco en su viario reflejaba la España que nos había dejado el gris dictador Franco, con nombres de calles que recordaban el triste capitulo de la guerra civil y sus ganadores que para los vecinos y vecinas que paseaban por sus calles recordaban la opresión, la tortura y la falta de familiares fusilados por creer que podían pensar libremente. Gracias a los cambios políticos, la lucha en la calle, los movimientos vecinales, esas calles ya se han rotulado con nombres, con más o menos fortuna, más cercanos, a sus habitantes y gente querida en él. La lucha no acaba, puesto que a fecha de 1999, aun en El Cerro algunas de sus calles no tenían saneamiento, abastecimiento, y mucho menos, acerado. Éste, como sus casas, era de procuración propia, trozo de loza que sobraba de obras del interior de la vivienda, era bueno para adecentar la acera que servía para sentarse al fresquito las terribles noches de verano cuando aprieta la caló. Es difícil, hoy en día, ver en El Cerro a los vecinos practicar tan social y sana terapia. Tristemente, se va perdiendo esta y otras costumbres de no tan lejano recuerdo. Eso sí, pasear por las calles del Cerro aparte de ser una delicia, por su tranquilidad y siempre que no sea porque tengas que hacer alguna labor que requiera puntualidad en horas de trabajo, debe de hacerse con planeamiento de salir un buen rato antes. Puesto que, siempre habrá muchas paradas en el camino, para saludar a fulanito, preguntar por la familia, dar recuerdos efusivos cuando sólo nos separa unos metros de calle a los dialogantes. Y es que a los Cerreños y Cerreñas nos priva la conversación, transmitimos los deseos, los avances que cada uno tiene en su vida personal. Porque aun está en nuestro recuerdo colectivo que más que vecinos con puertas separadas éramos un todo, hombro con hombro ante la adversidad. Dándose que las vecinas y vecinos colindantes era más familia que la propia. Por ello, hoy en día en nuestro Barrio hay padrinos de bodas, de bautizos que son vecinos y con ello de una manera sincera han pasado a engrosar la verdadera familia que es la que cada cual debería tener y no la que en suerte o desgracia nos toca. La sociedad Cerreña siempre ha sido tolerante y ha vivido “como debe ser” sin prejuicios decimonónicos e integrando en ella sin complejos los avatares del tiempo. Porque por muy nuevo que seas en el Barrio, éste, te enreda, te abraza y te integra. . .te hace pertenecer a esta sociedad que cada día avanza con sus contradicciones, porque ante todo El Cerro del Águila es un Barrio para vivirlo y sentirse Cerreño. Pepe Rivas

El Cerro de las Águilas

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EL CERRO DE LAS ÁGUILAS El Cerro del Águila, o de las águilas como se denominaba hasta hace poco, es un pueblo dentro de la ciudad: "Pueblecito Guapeao" Paco Herrera sic. Su idiosincrasia tan particular viene dada por unos habitantes que, en la mayoría, son de pueblos de la provincia de Sevilla y cercanos a ésta, como Huelva y Badajoz. La inmigración desde éstas, lógicamente, es por falta de trabajo y el deseo, tan humano, de mejorar la situación personal y familiar. El gran salto a la capital andaluza se hace por los futuros Cerreños, unos años antes de la archifamosa Exposición Universal del 29, a la búsqueda del gran “dorado”. Como los bienes son pocos y el ingenio y la necesidad hace docto a cualquiera, estas personas se ubican en el extrarradio y con unos reales compran las parcelas que el padre de Manuel Quintana Guerrero, en nombre de los Marqueses de Nervión, propietarios del terreno, se encargaba de poner a disposición de los nuevos inquilinos de la naciente zona. Así mismo, el hijo de éstos, de los Marqueses, un tal Pablo Armero (que tiene su calle en El Cerro), delineo en cuadricula romana el diseño que tiene todo el Barrio. Como decíamos el ingenio, el tesón hace maestros albañiles a los propietarios que con cualquier ingreso compran o buscan ladrillos de edificios en ruinas o no. Esto da la variada estética del Barrio, en su línea de autoconstrucción tan marcada y heterogénea; Lástima, que se va perdiendo con la salvaje especulación de los últimos años. El carácter del Cerro es peculiar, aunque, no está ajeno al cambio de los tiempos que nos ha tocado vivir. De llamarse: El Cerro de las Águilas, se queda en del Águila. Si es un Cerro, que lo es, se entiende que más de un águila habría, que no una sola era el ama de tanto terreno. Su extensión es, aproximadamente, de dos millones de metros cuadrados, incluyendo la añorada fábrica de HYTASA. Los años, la modernidad de los ochentas trae que el Cerro en su nomenclatura popular pierde hasta el águila que le queda, quedándose en Cerro, El Cerro. Pero como dijimos al principio de este párrafo la gente del Barrio vive haciendo Barrio. Porque desde El Cerro, sepan ustedes, se va a Sevilla y no al centro de la ciudad, que sería lo normal. Ser del Cerro, es algo muy especial. Una manera de ser y entender la realidad única. Volviendo al tema del gentilicio, éste se transforma, porque hay como una proclama que ya no somos un Barrio del extrarradio gracias a la desaparición del puente de la Enramadilla. Y, como no, a la modernización de la Ciudad con otra gran Exposición Universal, la del 92. El Cerro y sus habitantes se vuelven más urbanitas y surge el término Cerreño; Que como pueden comprobar, con todo el cariño y con mucho orgullo, suena, más que nunca, a pueblo. Los Cerreños somos así, vecinos y vecinas con gran tradición en la solidaridad entre ellos, en las malas épocas de posguerra, cuando el hambre de estomago y la de libertad asfixiaba a una población marginada por su ideario progresista. Un Barrio que hasta hace poco en su viario reflejaba la España que nos había dejado el gris dictador Franco, con nombres de calles que recordaban el triste capitulo de la guerra civil y sus ganadores que para los vecinos y vecinas que paseaban por sus calles recordaban la opresión, la tortura y la falta de familiares fusilados por creer que podían pensar libremente. Gracias a los cambios políticos, la lucha en la calle, los movimientos vecinales, esas calles ya se han rotulado con nombres, con más o menos fortuna, más cercanos, a sus habitantes y gente querida en él. La lucha no acaba, puesto que a fecha de 1999, aun en El Cerro algunas de sus calles no tenían saneamiento, abastecimiento, y mucho menos, acerado. Éste, como sus casas, era de procuración propia, trozo de loza que sobraba de obras del interior de la vivienda, era bueno para adecentar la acera que servía para sentarse al fresquito las terribles noches de verano cuando aprieta la caló. Es difícil, hoy en día, ver en El Cerro a los vecinos practicar tan social y sana terapia. Tristemente, se va perdiendo esta y otras costumbres de no tan lejano recuerdo. Eso sí, pasear por las calles del Cerro aparte de ser una delicia, por su tranquilidad y siempre que no sea porque tengas que hacer alguna labor que requiera puntualidad en horas de trabajo, debe de hacerse con planeamiento de salir un buen rato antes. Puesto que, siempre habrá muchas paradas en el camino, para saludar a fulanito, preguntar por la familia, dar recuerdos efusivos cuando sólo nos separa unos metros de calle a los dialogantes. Y es que a los Cerreños y Cerreñas nos priva la conversación, transmitimos los deseos, los avances que cada uno tiene en su vida personal. Porque aun está en nuestro recuerdo colectivo que más que vecinos con puertas separadas éramos un todo, hombro con hombro ante la adversidad. Dándose que las vecinas y vecinos colindantes era más familia que la propia. Por ello, hoy en día en nuestro Barrio hay padrinos de bodas, de bautizos que son vecinos y con ello de una manera sincera han pasado a engrosar la verdadera familia que es la que cada cual debería tener y no la que en suerte o desgracia nos toca. La sociedad Cerreña siempre ha sido tolerante y ha vivido “como debe ser” sin prejuicios decimonónicos e integrando en ella sin complejos los avatares del tiempo. Porque por muy nuevo que seas en el Barrio, éste, te enreda, te abraza y te integra. . .te hace pertenecer a esta sociedad que cada día avanza con sus contradicciones, porque ante todo El Cerro del Águila es un Barrio para vivirlo y sentirse Cerreño.

Pepe Rivas