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El Club Verne - Mario Escobar

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Mario Escobar

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¿Por qué interesaron los papeles deJulio Verne a los nazis?

El capitán Klaus Berg fue movilizadotras declararse la Segunda GuerraMundial. A pesar de tener un destinocómodo en París, Klaus echa demenos su vida como profesor deliteratura francesa en Hamburgo.Odia al régimen nazi, que hadestruido gran parte del legadoliterario de Alemania, pero cuandoencuentra a un antiguo alumnollamado Hans, miembro de las SS, yeste le comenta el proyecto en elque está involucrado, todo cambia

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en su vida.

Tras ser invitado por Himmler a unasesión del secreto Club Verne, eldirigente nazi le informará de queentre los papeles de Julio Verne ensu casa de Amiens, puedeencontrarse el verdadero manuscritode Arne Saknussemm, utilizado porel escritor francés para escribir sufamoso libro Viaje al Centro de laTierra. Himmler, practicante de laariosofía, cree que existe realmenteel Rey del Mundo, según describe elmito de Agharta y el Shambhala.Klaus tendrá que viajar a Amienscon su alumno Hans Miller.

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Mientras, los servicios secretosbritánicos descubren el plan deHimmler y mandan a dos espías,para hacerse con el manuscrito. Elprofesor Arthur Macfarland, profesorde literatura en Oxford y amigo deC. S. Lewis y J. R. R. Tolkien,ambos pertenecientes al Club de losInklings, será el elegido por elservicio secreto para hacerse con elmanuscrito. Su ayudante, la señoritaAgatha Drew, es una experta enescritura rúnica, con la que mantieneuna difícil relación, le ayudará ainterpretar las runas que seencuentren en su misión.

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¿Descubrirán toda la verdad sobreel libro más misterioso de JulioVerne?

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Mario Escobar

El club VerneMisión Verne - 1

ePub r1.0XcUiDi 23.02.15

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Título original: El club VerneMario Escobar, 2013

Editor digital: XcUiDiePub base r1.2

Este libro se ha maquetado siguiendo losestándares de calidad dewww.epublibre.org. La página, y suseditores, no obtienen ningún tipo debeneficio económico por ello. Si hallegado a tu poder desde otra web debessaber que seguramente sus propietarios síobtengan ingresos publicitarios mediantearchivos como este·

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«No necesitamos continentesnuevos, sino personas nuevas».

JULES VERNE

«Todo lo que una persona puedeimaginar, otros pueden hacerlorealidad».

JULES VERNE

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«El lector de ciencia ficciónpilla las ideas por anticipado, yespera más información, y tieneuna actitud diferente hacia lo quelee. Sabes que el mundo va adesplegarse delante de ti, yesperas a conocer las reglas. Unacadémico dice inmediatamente:¿Qué quiere decir con doslunas?. ¿Qué simboliza esto?.¿Está el personaje loco?. Porquela realidad, para el académico,no se cuestiona. Busca lametáfora. Y trata de leermetafóricamente lo que en la

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ciencia ficción se presentaliteralmente. La ciencia ficciónsigue llena de metáforas, pero sepresenta alegóricamente, conobjetivos en la historia, no soloen el estilo o la forma deescribir el autor».

ORSON SCOTT CARD

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PRÓLOGO

La famosa librería Shakespeare andCompany era uno de los pocos sitios deParís en los que aún se respiraba algode libertad. Klaus estaba paseandoaquella grisácea mañana del invierno de1941, cuando se encontró de frente conla librería en la Rue de l’Odéon. Habíaescuchado todas las leyendas quecirculaban acerca de aquel mítico lugary de la no menos mítica propietaria,Sylvia Beach. Aquella mujer era muchomás que una simple librera, su pequeñaeditorial había publicado por primeravez una obra magistral de El Ulises de

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James Joyce. Un libro prohibido enAlemania por considerarse una de lasobras degeneradas de la culturaoccidental. El cartel negro sobre un granfondo de madera marrón no destacabamucho, como si la librera prefirierapasar desapercibida, pero todos losamantes de la buena literatura conocíanaquel lugar. Sylvia había sido amiga deErnest Hemmingway, Ezra Pound, F.Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson yJames Joyce, pero Klaus imaginaba queSylvia era consciente de que corríanmalos tiempos para la literatura.

Klaus Berg había sido profesor deliteratura francesa en la Universidad deHamburgo hasta que la nazificación de

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la educación le sacó de las aulas, paraconvertirle en un simple profesor declases particulares de francés. Ladesgracia se había cernido sobre éldesde aquella fatídica noche del 6 deabril de 1933, que se había grabado afuego en su mente. No podía evitarrecordarlo cada vez que veía unalibrería. Los libros apilados en grandesmontañas, los estudiantes arrojando alas llamas todo el conocimiento de lacivilización mientras cantaban viejascanciones ancestrales que hablabansobre la raza y la nación.

El oficial de las Wehrmacht apartóde su mente aquellos recuerdos e intentóvolver a disfrutar de aquella mañana

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templada y gris parisina. Klaus se pusoa ojear las mesas de libros de la calle.Sus ojos saltaban de un título a otro,como un desesperado náufrago quehabía llegado de nuevo a casa tras unlargo viaje. Apenas media docena detranseúntes perdían su tiempo mirandolos lomos gastados de aquellos viejoslibros cuando Klaus notó la presencia deotro oficial alemán. Aquel hombreimponía con su largo abrigo de cueronegro. Su uniforme de las SS amedrentóal resto de lectores, que dejarondiscretamente las mesas y se alejaron dela librería. Klaus intentó concentrarse ensu búsqueda, pero a él también leasustaban los hombres de negro.

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Cuervos de mal agüero los llamaba supadre, cuando los veía desfilar por lacalles de Hamburgo.

Sylvia salió de la librería y se pusoa reordenar las mesas, cuando el oficialde las SS se le acercó y con un fuerteacento alemán le dijo:

Frau Beach, estoy buscando lafamosa obra de Joyce Finnegans Wake.

La librera frunció el ceño y su narizaguileña se arrugó en una desagradablemueca. El oficial, que hasta esemomento se mostraba sonriente, tornó surostro en un horrible rictus de desprecio,que no pasó desapercibido a la mujer.

¿Para qué quiere una obra como esa?¿Necesita algo para encender la

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chimenea, herr oficial? —preguntóSylvia muy seria.

El hombre se acercó a la mujer yseñalándola con el dedo le amenazó:

¡Maldita cerda comunista, amiga dejudíos! —gritó, mientras sus ojos grisescomenzaban a centellear.

Entráis en París con vuestras suciasbotas manchadas de sangre, paseáis porlos bulevares como turistas despistados,pero sois los mismos bárbaros quedestruisteis el Imperio Romano. Hordasde salvajes incapaces de apreciar labelleza o el arte. No venderé un libro aningún sucio oficial del ridículo AdolfHitler —dijo Sylvia totalmente fuera desí.

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El oficial de las SS sacó su pistolaLuger y apuntó a la cabeza de la mujer,pero esta no se inmutó. Le miródesafiante con un libro en la mano,mientras su flequillo le tapaba en partelos ojos. Klaus se acercó despacio hastael hombre. Sabía que no era buena ideainmiscuirse en la discusión de un oficialde las SS, pero no podía quedarse debrazos cruzados.

Herr oficial, no dispare —dijoKlaus alargando su brazo.

El hombre se giró por un momento,su rostro estaba amoratado por la rabiay no tardó en lanzar a su compañero dearmas una mirada de desprecio. Derepente el gesto del oficial de las SS

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cambió por completo y dijo en alta voz:—Klaus, viejo zorro. ¿Qué haces tan

lejos de Hamburgo?El oficial guardó la pistola y se

acercó a su viejo compañero para darleun abrazo.

Hans, no esperaba encontrartedespués de tantos años en París —dijoKlaus al reconocer a su viejo alumno.

Sylvia aprovechó el encuentro paraescabullirse, pero Hans miró por elrabillo del ojo a la librera y girándosede nuevo, le indicó que se quedaraquieta.

Olvídate de ella —le pidió Klaus—,es solo una librera.

¿Una librera? Esta maldita bruja es

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la editora de todos esos escritoresdegenerados. No entiendo qué haceabierto todavía este maldito antro —comentó Hans.

Antes disfrutabas con esos libros —le contestó Klaus.

Antes todos estábamos ciegos, peroahora no podemos consentir que unamaldita yanqui, medio judía y comunista,siga vendiendo este veneno a lajuventud. Le estaba preguntando por ellibro de ese degenerado irlandés, peromuy astutamente no ha queridovendérmelo. Pero me da igual, nonecesito una excusa para clausurar lalibrería y enviarla a ella a un campo dereeducación —dijo Hans con una

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sonrisa en los labios.Soy ciudadana norteamericana —

dijo Sylvia—, no puede cerrar este localsin incurrir en un incidente con miembajada.

Hans empujó una de las mesas delibros y todos los volúmenes sedesparramaron por el húmedo sueloempedrado. Los famosas obras de JulioVerne, Víctor Hugo, Voltaire, Dumas,Moliere, Flaubert, Henry James, JamesJoyce y otros muchos autorescomenzaron a mojarse cuando la mañanagris dejó lugar a un fuerte aguacero.Klaus tuvo la tentación de agacharse yrecoger los volúmenes, pero se quedóquieto. Hans observó desafiante a la

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mujer, que después de unos segundos, selanzó al suelo para recoger los libros.

Deja que hagan el trabajo sucio tushombres. Nosotros tomaremos una buenacerveza por los viejos tiempos —dijoKlaus, tomando del brazo a su amigo.

Frau Beach, su librería quedaclausurada y usted declarada personanon grata. Tiene cuarenta y ocho horaspara abandonar el país —dijo Hansmientras se abrochaba su largo abrigonegro.

Los dos oficiales alemanes sealejaron a grandes zancadas de lalibrería y se refugiaron en unacervecería cercana. Mientras Klaus sequitaba la gorra y colgaba el abrigo en

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el perchero junto a la mesa, no dejabade observar como al otro lado de lacalle Sylvia se afanaba por recoger loslibros mientras la lluvia le calaba loshuesos. El profesor apenas pudoaguantar el nudo en la garganta e intentódisimular delante de su viejo amigo.

Estimado Klaus, esto es un golpe deldestino —comentó Hans con una ampliasonrisa.

En la cervecería reinaba un silenciomolesto. Muchos de los parroquianoshabían abandonado el localdiscretamente y los pocos quepermanecían al resguardo de la lluvia,apenas se atrevían a susurrar entre ellos,mientras los dos oficiales hablaban en

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alemán en alta voz.¿Por qué dices eso Hans?No estoy en París de turismo. Soy el

enviado especial de Himmler pararecuperar obras de cierto valor literario.Ya me entiendes. Estos malditosfranchutes no tienen derecho a reservarpara ellos un legado que es universal.Justo en este momento estoy buscandociertas novelas de Julio Verne, algunasse encuentran en la Bibliothèquenationale de France, pero otras están enla vieja casa de Jules Verne en Amiens.

Una misión muy interesante, pero noentiendo porque consideras nuestroencuentro un golpe del destino —dijoKlaus.

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Eres el mayor especialista en JulesVerne de Alemania. ¿No te parece esoun golpe de suerte?

La pregunta quedó en el aire,mientras la lluvia al otro lado de loscristales bañaba la bella ciudad delSena. Klaus echó un último vistazo a lalibrería de enfrente, pero estaba cerrada.Después dio un largo suspiro e intentódisimular su pesar, mientras su alumnole informaba de los pormenores de sumisión. Lo que Klaus no podía imaginarera que aquel fortuito encuentro le iba acambiar la vida para siempre, ni que leharía vivir una de las aventuras másincreíbles que jamás había leído en loslibros de su amado y admirado Jules

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Verne.

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CAPÍTULO 1

LA TENTACIÓN

Un alemán siempre cumple su palabra,por eso Klaus no se extrañó cuando sucomandante le informó al día siguienteque el cuerpo especial de las SS-Ahnenerbe, en concreto elVolkserzählung, Märchen undSagenkunde[1] le había reclamado parael servicio. El oficial tomó su petate yse dirigió a la sede de la organizaciónen París, muy cerca del Instituto de

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Paleontología Humana.Klaus observó el impresionante

edificio neoclásico, muy cerca delMuseo del Louvre, que todavía no habíapodido visitar y sintió un escalofrío quele recorrió la espalda. Tenía la mismasensación que la que debió tener Faustoal entregar su alma a Mefistófeles. Aúnrecordaba la famosa frase del Diablointentando convencer a su víctima: «Loque hace estremecer al hombre es casisiempre lo que más le conviene».

Cuando penetró en el edificio, lerecibieron dos soldados negros con suscascos relucientes y con las famosasrunas en su cuello. Klaus conocía susignificado, la runa Sigel simbolizaba el

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rayo que cae sobre la tierra para quemary destruir o el sol que quema todo con suenergía. Mientras ascendía por lasescaleras tuvo deseo de escapar, pero selimitó a caminar en silencio hasta lapuerta del despacho principal. Apenasse apercibió de las paredes tapizadas alestilo Luis XIV, los bellos mueblesestilo imperio o las obras de artecolgadas a lo largo del pasillo.

Cuando los soldados abrieron lapuerta, Klaus observó el inmensodespacho repleto de todo tipo de objetosinteresantes. Al fondo, en una gran mesade nogal, se encontraba un oficialtotalmente desconocido para él.

Herr Berg, le agradezco que haya

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venido tan rápido. Cada vez es másdifícil encontrar a personas realmenteresponsables y leales. Llevo toda lamañana leyendo su expediente —comentó el comandante mientras seaproximaba a él y le tendía la mano.Klaus esperaba el saludo nazi, peroaquel hombre rubio, de facciones suavesy ojos infantiles, se limitó a saludarlecon un fuerte apretón de manos.

Lamento… —dijo Klaus señalandoel informe.

No tiene nada que lamentar, todostenemos un pasado, Herr profesor.Algunos hemos visto más tarde que otroslos grandes logros delnacionalsocialismo, pero lo que importa

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es que en sus venas y en las mías correla misma sangre que la de nuestrosantepasados germánicos —dijo elcomandante—. Permítame que mepresente, mi nombre es Bohmers Assien,antes de pertenecer a la Ahnenerbe mededicaba a la paleontología, ahora sirvoal pueblo alemán desde este modestolugar.

Klaus levantó la vista y observó elinmenso despacho de nuevo. Bohmers letomó del brazo y se dirigió a la primeragran vitrina. Sobre un terciopelo rojodescansaba una hermosa estela enperfecto estado de conservación.

Estos tesoros pertenecen a lahumanidad, Francia es un país

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degenerado y el Führer quiere construirun inmenso museo en su ciudad natalLinz. Allí se reunirá todo el legado delhombre desde que habita en la tierra.Nosotros estamos contribuyendo connuestro modesto conocimiento a lagrandeza del Imperio Alemán —dijoBohmers mientras se acercaban a lasegunda vitrina.

Los ojos de Klaus se salieron de susórbitas al contemplar el manuscrito deBlanca de Beaulieu, la primera novelahistórica de Alejandro Dumas. ¿Cómohabían conseguido uno de losmanuscritos perdidos de Dumas?Muchos de sus libros se habíanextraviado, el genial autor francés había

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publicado más de 300 obras a lo largode su vida, aunque su libro más famosofue siempre el de Los tres mosqueteros.Ahora podía contemplar ante sus ojosuno de aquellos ejemplares únicos.

Bohmers observó la cara delprofesor y comprendió que no hacíafalta convencerle de nada, los hombrescomo él admiraban tanto la historia de laliteratura, que la simple lectura de unoriginal o una edición perdida, erasuficiente para que se entregara encuerpo y alma a su causa. En cambio élera muy distinto. No le movía el amor alconocimiento, lo suyo era puraambición. Bohmers no era alemán denacimiento, era natural de los Países

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Bajos e hijo de un enfermero menonita.El joven holandés se habíaespecializado en la cultura Frisia, perocuando se enteró del interés de los nazispor las civilizaciones de origen ario, sepresentó voluntario para acceder alDepartamento de Excavaciones de laSS; desde entonces había realizadovarias expediciones y ascendido en laorganización.

Su viejo amigo Hans estáinvestigando algunos manuscritos deJules Verne y cree que usted puedesernos de gran ayuda. Hoy mismo se lefacilitará un nuevo uniforme, se letriplicará su paga, obtendrá un paseuniversal, que le permitirá acceder a

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cualquier edificio público o privado.Tendrá que guardar secreto sobre susinvestigaciones y trabajos, me darácuentas únicamente a mí. En unas horasviajará a Berlín, el propio Reichsführer,Heinrich Himmler, se ha interesado porusted. El Reichsführer es un apasionadolector del autor francés Jules Verne yquiere conocerle personalmente —comentó Bohmers con una sonrisa en loslabios.

Aquellas palabras aterrorizaron aKlaus. El hombre más temido deAlemania deseaba conocerlepersonalmente. No estaba seguro depoder ponerse delante de él y proferir almenos alguna palabra inteligible.

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Bohmers le facilitó sus nuevos papeles,le indicó cuales eran sus habitaciones enel palacio y le informó de que su amigoHans le esperaba dentro de una hora enlas puertas de la Biblioteca Nacional,para indagar en los papeles de JulesVerne.

Klaus salió aturdido del despacho.No terminaba de creerse lo que habíasucedido. En unos minutos habíaascendido, vivía en lujoso palacio enParís y podía tener acceso a la obra delos mejores autores franceses de lahistoria. No sabía cómo tomarse todoaquello. Llevaba ocho años horribles,viviendo casi en la indigencia, destinadoa Francia, pero con posibilidades de ir a

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cualquier otro frente, si la guerracontinuaba, sin duda el encuentro conHans había sido un golpe de suerte deldestino. No podía desaprovechar esaoportunidad, al fin y al cabo lo únicoque se le pedía era que ejerciera sutrabajo. Se limitaría a buscar y estudiarlos viejos manuscritos de los grandesescritores de la humanidad, no deseabameterse en política ni destacarse en elrégimen nazi, pero a veces los sueñosvienen acompañados de terriblespesadillas.

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CAPÍTULO 2

LA BIBLIOTECANACIONAL

La grandeza de un país está en lasestanterías de sus bibliotecas o eso eraal menos lo que pensaba Klaus Berg,mientras se dirigía a la BibliotecaNacional de París. La entrada deledificio no era muy espectacular, peroen el interior, un gran patio de inmensosventanales con pequeños cristalitos

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animaba al transeúnte a recogerse, comosi entrara en algún lugar sagrado. Klauscaminaba al lado de Hans, que intentabaacelerar el paso. El sencillo y tímidooficial de la Wehrmacht, con sus ojosverdes y su pelo fino y rubio, habíadejado paso a un oficial de las SS,vestido todo de negro, con una gorra delmismo color, con su famosa calaveraplateada. En el brazo izquierdo lucía unabanda roja con la esvástica nazi sobrefondo blanco, en la hebilla plateada ellema Meine Ehre heißt Treue (Mi honores mi lealtad). El espectacular conjuntose completaba con unas botas altas decolor negro. Hasta el propio Hanspercibió la transformación de su amigo.

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Klaus ya no parecía el inseguro ydubitativo profesor de literatura quehabía conocido algunos años antes.

Atravesaron el gran recibidor y seencaminaron a la primera sala. Hansapretó impaciente una pequeñacampanilla y cuando le atendieronrequirió la atención inmediata delbibliotecario jefe. Mientras esperaban,Klaus miró sobre sus cabezas; losimponentes frescos de las bóvedas erantan fascinantes que se hubiera quedadohoras contemplándolos. Hans seentretenía hablando a una de las jóvenesayudantes del bibliotecario, una dulceparisién de grandes ojos azules, pielpálida y pelo negro.

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Un hombre gordo, calvo y conpequeñas lentes redondas se acercósudoroso, sacó un pañuelo de su bolsilloy comenzó a secarse el cuello.

Señores oficiales, ya tengo lo queme pidieron por teléfono. Si son tanamables de acompañarme —dijo elhombre, con voz temblorosa.

Klaus percibió perfectamente elpoder que aquel uniforme ejercía sobrelas personas. Ser oficial alemán en laFrancia ocupada le confería ciertaautoridad, pero aquel uniforme de latemida SS le convertía en un semidiós.

Siguieron al hombre hasta un cuartoprivado. El despacho estaba ricamenteengalanado con una mesa de madera

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marrón y sillas Luis XVI. En las paredeshabía varios cuadros originales del siglo XVIII y unas hermosas estanteríascon la forma de columnas clásicas.Sobre la gran mesa con tapete verde seencontraba una montaña de manuscritosy libros, cuidadosamente guardados encartapacios rojos, cerrados con cintasdel mismo color.

Esto es todo lo que tenemos del granautor Jules Verne, el resto está en sucasa-museo de Amiens —dijo elbibliotecario jefe.

Espero que no hayan ocultado nada.Mis hombres están rastreando susarchivos en este momento —dijo Hansen tono amenazante.

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El hombre comenzó a temblar, perola sonrisa de Klaus relajó un poco elambiente.

No se preocupe, puede retirarse —ordenó.

Hans frunció el ceño. Disfrutabaasustando a esos malditos franchutes,siempre engreídos y con aires desuperioridad. Después se acercó a lamesa y abrió el primer cartapacio. Surostro cambió de repente al reconocer laletra de Verne.

Son sus cartas —dijo Hans mientrascomenzaba a pasar los papeles por susguantes blancos impolutos.

Klaus se acercó con los ojos muyabiertos y tomó otro de los cartapacios.

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Apenas pudo aguantar el aliento cuandoextrajo varios papeles del escritor.

Los dos hombres permanecieronmedia hora sin levantar la vista deaquellos manuscritos. Sus ojos corrieronpor las cartas, las notas, los pequeñosborradores de obras de teatro y relatosinacabados. Parecía como si el espacioy el tiempo hubieran dejado de tenersentido. Ya no eran oficiales nazis,tampoco alemanes en un país ocupado,simplemente estaban dos estudiososdeseando desentrañar todos losmisterios del genial escritor francés.

¿Qué buscamos, Hans? —preguntóKlaus levantando la vista de lospapeles.

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No estoy autorizado todavía ainformarte, para eso tendrás que viajar aBerlín y hablar con el Reichsführer. Tesorprenderá el gran conocimiento quetiene de la literatura francesacontemporánea —comentó Hans.

Pero, tendrás que darme un criteriopara seguir leyendo. Aquí hay muchainformación —comentó Klaus, que semoría de curiosidad por saber qué eratan importante, para que uno de lospeces gordos del Estado se estuvieratomando tantas molestias.

Tienes que buscar información desdelos años 1861 al año 1864, cualquiercarta, nota, escrito o borrador quepuedas encontrar —dijo Hans sin

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levantar la vista de las cartas.La mente de Klaus comenzó a

calcular rápidamente. Si no seequivocaba, en los años sesenta JulioVerne había comenzado su famosa seriede Viajes Extraordinarios. En losprimeros años se concentró en algunosviajes realmente asombrosos de caráctercientífico como Cinq semaines enballon (Cinco semanas en globo),Voyage au centre de la Terre (Viaje alcentro de la Tierra) y De la Terre à laLune (De la Tierra a la Luna). Por eso,los intereses de Himmler debían estarcentrados en algunos de estos viajes. Enel primero, Cinco semanas en globo, eldoctor Samuel Fergusson se proponía

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recorrer todo el continente africano encompañía de su ayudante y un amigo. Enla segunda historia, tras encontrar unlibro titulado Heimskringla de SnorriSturluson por el profesor alemán OttoLidenbrock, sobre un supuesto caminopara llegar al centro de la Tierra. Eltercer libro trataba sobre un cañóngigante con capacidad para enviar uncohete a la Luna. Las tres historias eranmuy interesantes, aunque la másplausible era la primera. Sabía que losnazis buscaban grandes yacimientos depetróleo en África y Klaus pensó queesa podría ser el origen de aquellamisteriosa investigación, las otras doshistorias eran demasiado descabelladas,

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para que fueran útiles al Tercer Reich.El ser humano no podía viajar hasta laLuna y mucho menos al centro de laTierra, repleto de un magma caliente,capaz de fundir hasta un carro decombate.

Klaus miró hacia la ventana yobservó la noche cerrada sobre París.Su vida había dado un giro de cientoochenta grados, pero aquel misterioacaba de empezar. El viaje en avión aBerlín del día siguiente prometía sermucho más emocionante y peligroso. Lashoras pasaron volando y cuandoregresaron a la sede de las SS ya erancasi las once de la noche. Se sentíaagotado, pero con la certidumbre de que

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al día siguiente viviría una de los díasmás importantes de su vida.

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CAPÍTULO 3

LA CASA DEL DRAGÓN

Los motores del Junkers Ju 90 rugíancon fuerza en el aeropuerto de Paríscuando Klaus y Hans se aproximaronpor la pista. Los dos oficiales llevabanuna ligera maleta de mano y dos abrigosde paño negros. El invierno en Alemaniaera mucho más duro que en Francia y amedida que se acercaba la Navidad, elfrío seguiría incrementándose. Uno delos copilotos les acomodó en las tripas

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del avión. Ellos dos eran los únicosocupantes del aparato de cuarentaplazas, lo que hacía que el viajepareciera aún más tétrico. Seacomodaron en la primera fila, cada unoa un lado del pasillo, junto a lasventanillas. No cruzaron palabra en casitodo el trayecto, el ruido del viento y elmanto blanco que cubría el paisaje delcamino, fueron sus únicos compañeros.Klaus pensaba en las últimas horas, perosobre todo cómo sería el encuentro conel Reichsführer, Heinrich Himmler.Hans en cambio, lo único que quería eraver a su novia Gretel, aunque fueraúnicamente durante unas horas, llevabasemanas sin pisar suelo alemán.

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El monótono ruido de los motoresterminó por dormirles, pero unasturbulencias les despertó de repente.Cuando Klaus miró por la ventanilla leextrañó que no estuvieran cerca deBerlín.

¿Dónde nos encontramos? —preguntó Klaus a su amigo.

Hans se estiró y después miróbrevemente por la ventana. Inmensosprados nevados parecían alfombrar elsuelo de Alemania, pero no había nirastro de las bulliciosas calles de lacapital del Reich.

Hans se levantó de su asiento, abrióla puerta de la cabina y tocó en elhombro de uno de los copilotos. El

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soldado dejó la radio y con la mano leindicó que saliese.

¿Dónde vamos? Esto no es el caminohacia Berlín —comentó Hans sin hacercaso al copiloto.

No nos dirigimos a Berlín, lasórdenes son dejarles en Wewelsburg —dijo el copiloto enfadado, después sepuso de pie y empujó hacia fuera aloficial.

Hans se dirigió hasta su amigo conuna sonrisa en los labios. Sin duda elReichsführer quería ofrecerles su máscordial bienvenida. Muy pocos mortaleshabían estado alguna vez en el castillode Welesburg. Una vieja fortaleza del siglo XIV, remodelada por el príncipe

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obispo de Paderborn. El edificiopertenecía a las SS desde 1934 y estabaen proyecto que se convirtiese en lafutura escuela de adiestramiento delíderes más importante de Alemania,aunque hasta ese momento se utilizarapara centralizar las expedicionesarqueológicas que Himmler habíamandado por medio mundo.

Vamos a Wewelsburg —dijo Hansacercando su cara al oído de su amigo.

¿A dónde? —preguntó sorprendidoKlaus.

¿No has oído hablar deWewelsburg?

Sí, claro —comentó Klaus apoyandosu cabeza en el respaldo y cerrado los

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ojos. Aquel lugar era uno de los secretosa voces de la SS.

Cuando el avión aterrizó en una pistacercana al castillo, los dos pasajeros seprepararon para descender del avión. Elcopiloto abrió la puerta del avión y laluz del sol sobre la nieve les deslumbrópor unos instantes. A pie de pista habíauna docena de soldados de las SS. Unpaso por delante de ellos se encontrabael SS Obersturmbannführer, SiegfriedTaubert, comandante del castillo, junto aél estaba su ayudante el capitán GottliebBernhardt.

¡Heil Hitler! Bienvenidos aWewelsberg, son los últimos en llegar—dijo Taubert.

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Klaus se extrañó de las palabras delcomandante, pero se limitó a hacer elsaludo nazi y seguir a los oficiales hastael coche. El viento gélido de la mañanales enrojeció las mejillas, pero dentrodel vehículo se recuperaron de la gélidamañana.

El Reichsführer desea conocerleteniente Berg, se siente muy afortunadode tenerle en su nuevo proyecto —comentó el capitán Bernhardt.

Klaus se limitó a sonreír. Notaba lacabeza embotada, como si estuviera enmedio de una pesadilla y fuera adespertar de un momento a otro. Elcoche ascendió por la montañalentamente, la nieve cubría hasta casi

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medio neumático y los árboles blancosparecían estatuas amenazantes desde elborde del camino. En lo alto se alzaba elcastillo, con su impresionante formatriangular, presidido con un gran torreónorientado al norte y otras dos torresmenores.

Cuando el coche entró en el patio dearmas, las ruedas vibraron sobre elsuelo pavimentado, hasta que el cochese detuvo enfrente de la escalinata. Loscuatro hombres salieron del vehículo ypor en medio de una docena de soldadosen formación, entraron en la fortaleza.

El pasillo de piedra les llevó hastala gran escalinata de piedra. La únicaluz del edificio consistía en gigantescas

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antorchas en la pared, que brillabanentre grandes islas de sombras. Elsonido de las botas retumbaba entre lasparedes del edificio. Tras subir unaplanta llegaron a una inmensa salacircular con doce columnas, en el suelohabía un mosaico de esvásticas queformaban una gran rueda solar. El salónestaba amueblado con una mesa circular,con un gran espacio en el centro,cubierta con un mantel de terciopelorojo, una veintena de grandes sillasvacías y algunos estandartes de las SScubriendo las paredes.

Por favor, pasen por aquí —dijoTaubert señalando una puerta cercana.

Entraron en una biblioteca en

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penumbra, únicamente iluminada por unapequeña lámpara de mesa. Seaproximaron hasta la luz y contemplaronla pálida cara de Himmler, que se habíaquitado sus gafas redondas y les mirabacon sus pequeños ojos azules.

Encima de la mesa se encontraba unamaqueta en la que se podía observarcomo alrededor del castillo deWewelsburg, estaba proyectadoconstruir diferentes edificaciones y unamuralla.

Heil Hitler —dijeron los cuatrooficiales al unísono.

Himmler apenas les prestó atención,simplemente se quedó mirando lamaqueta con todo detalle, como si la

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observara por primera vez. Un silencioincómodo se apoderó del grupo, hastaque Himmler levantó la mirada y con ungesto indicó que se salieran todos menosKlaus.

El joven oficial tragó salivamientras escuchaba los pasos y elsonido de la puerta al cerrar.

Herr Klaus Berg, profesor deliteratura francesa en Hamburgo.Expulsado de la universidad al negarsea ingresar en el partido y por sus quejaspor la quema de libros. Su expediente noes muy brillante —comentó Himmlercon una voz suave, casi femenina.

Klaus se limitó a permanecer firme,sin mover ni una pestaña. Himmler se

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puso de pie, no era muy alto, su cuerpodelgado no parecía el del gran héroe dela nación, pero sin duda era uno de loshombres más poderosos del mundo.

Puede que usted no lo entienda, perome fío más de los hombres que medeben algo, que de los ideológicamentefieles al partido. Los hombres dócilesnunca han conseguido nada en la vida.No es que apruebe su actitud rebelde ysediciosa, pero el valor bien enfocadose constituye en la mejor baza delhombre. ¿No cree?

Sí, Reichsführer —contestó Klauscon voz temblorosa.

Himmler le rodeó sin dejar deobservarle y después le dijo:

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Tenemos en común varias cosas,Herr Berg. La primera nuestro amor porla historia, los libros y la literatura. Sinduda aprecio más la buena literaturagermana que la degenerada literaturafrancesa, pero el gran Jules Verne es uncaso aparte. Ese hombre debía tenersangre aria sin duda. ¿Conoce datossobre su genealogía? —preguntóHimmler, tras volverse a sentar en lasilla del escritorio.

Al parecer el apellido Verneprocede de los celtas y es el mismo quese utiliza para referirse a un pequeñoárbol que crece en Europa Central. Supadre era Pierre Verne, natural deProvins, era abogado y había estudiado

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en París, su madre era Sophie NanineHenriette Allotte de la Fuÿe,proveniente de una familia bretona yescocesa.

¡No lo decía yo! Tenía sangrebretona o lo que es mismo, sajona —dijo Himmler emocionado.

Klaus se quedó de nuevo en silencio,el líder nazi volvió a ponerse en pie yacercándose a él le sonrió y le dijo:

¿No tiene curiosidad por saber enqué consiste la misión para la que lehemos llamado?

La pregunta quedó en el aire porunos segundos, después Klaus se limitóa afirmar con la cabeza.

Tendrá que esperar un poco más,

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primero quiero presentarle a algunoscomponentes del Club Verne. Estoyseguro que estarán encantados deconocerle.

Los dos hombres se dirigieron haciala puerta. Klaus no podía dejar de darlevueltas a las últimas palabras deHimmler. Nunca había escuchado nadasobre el Club Verne, por unos momentossu curiosidad supero el miedo que sentíay tuvo la sensación de que estaba allímite de una crisis nerviosa, peromerecía la pena desvelar ese misterio.

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CAPÍTULO 4

EL CLUB VERNE

En contra de lo que imaginaba Klaus, lareunión del Club Verne no fue en elsalón circular por el que habían entrado.Himmler y una escolta de soldados leacompañaron hasta los sótanos deltorreón. El olor a humedad y un frío quele helaban los huesos, terminaron pordespejarle la mente. La entrada a lacripta fue apoteósica. Un fuerte aroma aincienso, música de Wagner de fondo y

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una docena de hombres vestidos con eluniforme de gala de las SS, inquietaronaún más al oficial. Himmler se situó enla silla de honor y él se puso justodetrás. Una pequeña nube de inciensoascendía, como una neblina entre ladocena de hombres, en el centro de lacripta de piedra. La voz de Himmlercomenzó a recitar unas palabras, queKlaus identificó con el sanscrito,después hubo un largo silencio y todosse sentaron.

Desde que comenzó la guerra nohemos tenido muchas oportunidades dereunirnos, pero esta es una ocasiónespecial. Un nuevo descubrimiento hacambiado por completo el objeto de

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nuestras investigaciones.Un murmullo recorrió la cripta y

todos los miembros del club miraronexpectantes a su maestre.

Por favor, que pase Herr Miller.Hans entró en la sala y se situó en el

centro del círculo, junto al altar delincienso. Después en un tono algodramático comenzó a narrar susrecientes descubrimientos.

En los últimos tiempos la divinaprovidencia nos ha dirigido hacia elobjetivo que tanto ansiábamos. Primerocon las noticias de que el famosomanuscrito de Snorri Sturluson existiórealmente, tal y como lo indica lafamosa obra de Jules Verne, Voyage au

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centre de la Terre. La mayoría de losaficionados a Verne ven en esta obra eltrabajo de un principiante, quesimplemente aplicó algunas de las ideasdel científico Charles Lyell’s tituladoGeological Evidences of the Antiquityof Man… Verne era ante todo undivulgador, pero todo lo que narrabatenía una base científica, muchos de losobjetos o ideas que defendía se hancumplido, exceptuando el fantásticoviaje de sus protagonistas al centro de laTierra.

Mientras Hans continuaba con sularga disertación, la mente de Klaus nodejaba de dar vueltas a todo el asunto.Naturalmente había leído el libro Viaje

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al centro de la Tierra de Julio Verne,también como especialista conocía losrumores acerca de las teorías de CharlesLyell’s y la influencia en esa obra deVerne, pero no entendía la importanciaque podía tener para Himmler y sushombres una novela sobre un viajeimaginario al centro del planeta. Verneno era el primero en escribir sobre unviaje a la tierra hueca, antes que él ya lohabían hecho Edgard Allam Poe, en sufamoso libro La narración de ArthurGordon Pym y Lovecraft en la novela Lasombra más allá del tiempo. Pero ¿porqué estaban interesados en una de lasnovelas menos importantes del famosoescritor francés? Era cierto que muchos

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de los pronósticos de Verne se habíancumplido, pero eso no quería decir quetodos fueran a hacerlo.

Las teorías sobre la tierra huecacada vez tienen más defensores. Hemoslogrado entrevistar a Richard Byrd, elpiloto que vio la entrada al inframundocon sus propios ojos. El segundo golpede suerte fue encontrar al mejorespecialista de Jules Verne que hay enAlemania, el profesor de la Universidadde Hamburgo, Klaus Berg —dijo Hans,como colofón a su intervención.Comenzó a aplaudir y el resto de losmiembros del Club Verne le imitaron.

Todos los ojos se dirigieron a Klaus,que permanecía sentado en silencio tras

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Himmler. El oficial notó como su rostrose ruborizaba bajo la tenue luz de lasantorchas.

Muchas gracias Herr Miller. Locierto es que Herr Berg nos ha venidocomo caído del cielo, si alguien puedeaveriguar si existió ese manuscrito es él—comentó Himmler, girándoselevemente hacia su invitado.

Por unos instantes Klaus no supo quéhacer ni qué decir, se puso en pie eintentando afinar la voz, carraspeó unpar de veces antes de ponerse a hablar.

Honorables miembros del ClubVerne es un placer y un honor asistir a sureunión. Soy un gran admirador delgenial escritor y visionario Jules Verne,

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pero sobre todo soy un profesor deliteratura que nunca se cansa deinvestigar, para poder entender elsignificado de los libros que hancambiado la historia del ser humano. Laobra que han comentado, Voyage aucentre de la Terre, fue una de lasprimeras que publicó el autor, al alborde su famosa primera novela Cinqsemaines en ballon. Voyages dedécouvertes en Afrique par troisanglais. Rédigé sur les notes dudocteur Fergusson. Verne era un granaficionado a la ciencia, se cuenta queentre sus amigos además del granAlejando Dumas, estaba Jacques Arago,un gran viajero y aventurero, que influyó

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en sus primeros libros. También Verneleía revistas científicas en la BibliotecaNacional de París y era un gran amantede los libros de Pierre Chevalier. Verneera miembro del Club de la PrensaCientífica…

Pero ¿existió realmente SnorriSturluson? —preguntó impaciente unode los miembros del club.

Himmler le miró con desaprobación,pero Klaus interrumpió su exposiciónpara saciar la curiosidad del hombre.

Jules Verne siempre mezclabarealidad con ficción, por eso utilizó a unfamoso jurista, historiador y escritorislandés del siglo XII para dar máscredibilidad a su relato. Snorri fue un

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personaje controvertido, ya que estuvoen el bando del rey Haakon IV deNoruega, lo que le valió el título detraidor, pero como escritor destacó alreunir las sagas islandesas y unacosmogonía de la mitología nórdica.

Snorri no solamente existió, este añose está conmemorando el 700aniversario de su muerte en Islandia —apuntó Himmler.

Es cierto —dijo Klaus.Otro de los miembros del club se

dirigió al profesor para plantearle unanueva pregunta.

Pero ¿Jules Verne se basó enargumentos científicos a la hora deescribir su libro? Muchos científicos

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han avalado la teoría de la Tierra hueca.Desde científicos como Edmond Halley,pasando por otros de la talla deLeonhard Euler, Le Clerc Milford, JohnCleves Symmes, Jeremiash Reynolds oWilliam Fairfield Warren, han afirmadoque la hay un inframundo que puedealbergar vida.

Otro de los miembros del club leinterrumpió poniéndose en pie ydiscutiendo acaloradamente:

El libro de Verne es ficción en estecaso, según las teorías de Fairfield y losotros autores que habéis nombrado, laentrada a la Tierra hueca se encontraríaen la Antártida y no en la isla deIslandia.

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La discusión pasó a ser acaloradahasta que Himmler golpeó su silla ytodos se callaron.

No estamos aquí para especular. Lamisión de Herr Berg y Herr Miller esencontrar el verdadero manuscrito deSnorri Sturluson. Espero que eso nosaclare dónde está la entrada a la Tierrahueca. Lo cierto es que desde la GreciaClásica, pasando por la Biblia, lasculturas mesopotámicas, hasta nuestraspropias leyendas germanas hablan deque el interior de la Tierra está habitada,incluso que el origen de nuestra razaproviene de allí. La propia SociedadThule intentó descubrir esa entrada sinéxito, pero estoy convencido que

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nosotros sí lo conseguiremos —dijoHimmler extasiado. Su rostro reflejabael placer que le causaba aquel tipo deasuntos. En algunos momentos parecíaun niño jugando con miles de piezassobre el tablero gigantesco en el que losalemanes habían convertido el mundo.

Cuando la reunión se terminó, Klausy Hans comieron algo ligero en una salade la planta baja y regresaron al aviónantes de que anocheciera. Himmler nosalió a despedirles, pero las inquietantespalabras del jerarca nazi no dejaban dedar vueltas en la cabeza de Klaus. Losmiembros del Club Verne eran unoslocos visionarios dispuestos a gastarmillones de marcos alemanes y vidas,

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con tal de ver sus delirios hechosrealidad. Mientras se dirigían en cocheal aeródromo, Klaus pensó que él nosería el que les dijera a aquellos locoslo que tenían que creer, en los próximosmeses se limitaría a hacer su trabajo eintentar pasar la guerra lo más lejos delfrente posible. Después retomaría suvida como profesor en Hamburgo, secasaría y disfrutaría del resto de unavida larga, tranquila y sin apuroseconómicos. Cuando el avión despegóde Wewelsburg, Klaus respiró aliviado.Había estado en las mismas puertas delinfierno y había salido con vida, ahoralo único que restaba hacer era seguir lashuellas de Jules Verne y descubrir todos

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sus secretos.

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CAPÍTULO 5

EL PROFESOR DEOXFORD

La niebla cubría gran parte de la ciudadde Oxford y un frío gélido helaba loshuesos. Las calles estaban desiertas ylos pocos estudiantes que no seencontraban sirviendo al ejército serefugiaban en sus habitaciones o en lospubs de la localidad. El oficial del MI6se aproximó a las puertas de Eagle and

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Child y observó por unos momentos elcartel de la entrada. El niño aferrado aláguila era una bonita metáfora de lo queestaba sucediendo en esa maldita guerra,pensó el oficial; mientras que los nazisestaban a punto de lanzarse sobre supresa inglesa, los británicos seagarraban a la ayuda de losnorteamericanos, antes de caer al vacíode la derrota. Cuando entró en el pubuna niebla aún más densa que la de lacalle hizo que sus ojos comenzaran allorar. Aquel lugar era muy acogedor.Grandes butacones marrones, mesasdesgastadas por las mil pintas servidasen todos aquellos años, una hermosachimenea disimulada en el friso de

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madera oscura y las paredes repletas deretratos y libros.

A esa hora de la tarde el pub seencontraba muy animado, mediocentenar de parroquianos hablaban,mientras el sonido de las jarras alchocar convertía aquel aislado refugioen un lugar perfecto para olvidar losrigores de la guerra.

El oficial caminó hasta la sala delfondo, en la que una docena de hombrescharlaban animadamente. El oficial sequedó en pie, frente a la mesa, hasta queuno de ellos, con la pipa en la mano, sedirigió a él:

Buenas tardes, ¿en qué podemosayudarle oficial?

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Buenas tardes, buscó al profesorArthur Macfarland —dijo el oficial enun tono cordial.

Arthur debe estar al llegar. Hoy teníauna clase por la tarde —contestó otro delos contertulios.

Muy amables. Le esperaré allísentado —comentó el oficial.

Por favor, siéntese con nosotros. Minombre es Owen Barfield —dijo elhombre, levantándose para acercar unasilla a la mesa.

Encantado. Yo soy el oficial MarkPreston —contestó el oficial.

Estos son mis amigos y colegas: elprofesor Tolkien, el profesor Lewis, elpoeta Charles Williams, el historiador

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Warren Lewis, Roger Lancelyn nuestroescritor infantil y el también escritorHugo Dyson —presentó Barfield.

El oficial les saludó y acto seguidocontinuaron con su tertulia, como si deun amigo más se tratase. Tras un par depintas y una agradable conversaciónacerca de las leyendas artúricas, sobrelas que Mark Preston sabía más bienpoco, ya que en su etapa de civiltrabajaba como bróker de la Bolsa deLondres, llegó el profesor.

Miré, allí esta Arthur Macfarland —comentó Tolkien sin dejar de aspirar supipa.

Preston se dio la vuelta y observó lacara pecosa y el pelo pelirrojo del

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hombre que se acercaba sonriente a lamesa. Arthur se quitó el abrigo y elsombrero y antes de sentarse hizo elsaludo ritual del grupo de los Inklings,nombre con el que se autodenominabaaquella tertulia literaria.

Arthur este oficial del ejército teestá buscando —comentó Lewis,poniendo su mano sobre el hombro deloficial.

Preston se puso en pie y tendió lamano al joven profesor. Arthur ledevolvió el saludo y le invitó a que sevolviera a sentar. El oficial dudódurante unos momentos, pero al finalcedió.

Esos muchachos van a volverme

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loco. ¿Tan complicado es aprenderfrancés? No quiero saber qué nivel delatín tienen —dijo Arthur mientraslevantaba el brazo para que le sirvieranuna cerveza.

El sistema educativo estáhundiéndose, dentro diez años habremosvuelto a la Edad de Piedra, eso si esosmalditos germanos no terminan antes conel mundo —dijo Lewis en tonosarcástico.

No hace falta maldecir —lereprendió Tolkien.

La charla continuó amigablementehasta que Arthur apuró el último sorbo,se disculpó antes sus colegas y salió conPreston del pub, para charlar sobre el

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asunto que le había llevado hasta allí.Caminaron en silencio entre la densaniebla por las solitarias calles deOxford, hasta que el oficial le lanzó laprimera pregunta.

Hemos descubierto que laAhnenerbe está investigando la obra delescritor francés Julio Verne. Uno denuestros confidentes en París ha visto ados oficiales de las SS consultando lospapeles del escritor francés, despuésacudieron a uno de los centros de laorganización en Alemania, paraentrevistarse con Heinrich Himmler, unode los lugartenientes del Adolf Hitler.¿Qué puede estar buscando?

Arthur miró con sus grandes ojos

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verdes al oficial y tras meditar unossegundos le contestó:

Es muy difícil determinarlo. JulioVerne fue uno de los escritores másprolíficos del siglo XIX y principios delXX. De su serie Viajes Extraordinariosescribió 64 títulos, su hijo editópóstumamente otros 9 libros, pero tienedecenas de cuentos, poemas, obrasteatrales y otro tipo de escritos, la cifraronda casi las ochenta historias —comentó Arthur, que cada vez sentía máscuriosidad por aquella historia.

Como sabrá, la Ahnenerbe es uncuerpo de científicos alemanes que seencarga de investigar mitos, buscarruinas y todo lo relacionado con los

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orígenes del pueblo Ario. ¿Hay algúnlibro de Verne que trate sobre este tema?—preguntó el oficial.

Arthur invitó al oficial a entrar en supequeño apartamento en la universidad.Dejaron sus abrigos en el perchero alpie de la escalera y después ascendieronhasta su habitación. El apartamento erapequeño pero acogedor. Amueblado algusto de la época Victoriana, repleto delibros, la mayor parte en francés y conun pequeño escritorio y un butacónnegro.

Siéntese, por favor —dijo Arthur,mientras su mente seguía buscando larespuesta.

¿No hay nada sobre los arios en sus

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obras? —insistió Preston.Sobre los arios no escribió nada,

aunque tiene un libro titulado Les cinq-cents millions de la Bégum, en los quede alguna manera preconiza la ideologíadel movimiento nazi —comentó Arthur,mientras su mente intentaba recordaralgún libro más en el que tratara temasde esa índole.

Verne era realmente un genio —dijoPreston sorprendido.

La novela trata sobre una fabulosaherencia, que termina por repartirseentre el médico francés Dr. Sarrasin y elquímico alemán Dr. Schultze. Losherederos utilizan el dinero paraconstruir dos ciudades muy distintas. El

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francés crea una ciudad avanzada,repleta de comodidades y en la que lagente es completamente feliz, pero elsegundo construye una ciudad de hierroy acero, cerrada al exterior y con unagran fábrica de armas. En el fondo esuna metáfora de la Alemaniabismarckiana y la república francesa,pero que yo recuerde ninguno de loslibros de Verne habla sobre los Arios osu origen —dijo Arthur.

El servicio secreto está interesadoen averiguar que trama Himmler, por esoquerríamos pedirle que se una a unequipo de investigación que lanzaremosantes de veinticuatro horas sobreFrancia —dijo el oficial.

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Arthur se puso pálido al escuchar aloficial; a su fobia a los aviones se uníasu pánico a los paracaídas. No habíasido llamado a filas por sus pies planos,pero a diferencia de muchos colegas, élno lo había lamentado mucho. Sabía queno tenía madera de héroe como lospersonajes de Julio Verne. Admiraba aaquellos seres de ficción, pero eraabsurdo pensar que tenía algo que vercon el altruista Phileas Fogg, el valienteMiguel Strogoff o el aventurero profesorOtto Lidenbrock.

No puedo hacerlo. Creo que se haequivocado de hombre —comentóArthur.

Necesitamos a un experto en Julio

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Verne, no se preocupe por su seguridad,estará rodeado de los mejores hombresdel servicio secreto —dijo Preston.

Lo siento, no me veo preparado parauna misión en tierra hostil —se disculpóArthur.

El oficial estuvo a punto de ponerseen pie, pero permaneció sentado. Selimitó a mirar directamente a los ojos elprofesor y tras unos segundos que aArthur se le hicieron interminables sepuso en de pie.

Agatha Drew me habló de usted,estaba segura que la acompañaría eneste viaje —dijo el oficial, mientras secolocaba la gorra.

¿Agatha? ¿Qué tiene que ver Agatha

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con todo esto? —preguntó inquieto elprofesor.

Ella lleva tres meses trabajando enel departamento de criptografía. Lamayor parte de la información militaralemana está encriptada y la labor de losespecialistas es descubrir esos códigossecretos. La señorita Agatha es unaespecialista en varios idiomas: clásico,jeroglíficos egipcios y runas, lo ciertoes que nos está siendo de gran ayuda —comentó Preston.

Arthur comenzó a moversenerviosamente por la habitación. Noveía a Agatha desde hacía seis meses.La joven había abandonado Oxford trassu ruptura y no había contestado ninguna

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de sus cartas. Él la sacaba casi diezaños y había sido su profesor. Si alguiense enteraba de su relación, sería unescándalo y él no quería perder a todossus colegas y amigos por una mujer,pero desde que ella se había marchadohabía perdido la ilusión por laenseñanza y la universidad.

Está bien, si tengo que lanzarmedesde un avión sobre territorio ocupadolo haré, pero al menos deje que cojaalgo de ropa, unos papeles y…

Nada de objetos personales, va enmisión secreta. Si les atrapan tienen quenegar su relación con nosotros e intentarno dar nombres. La vida de muchaspersonas puede estar en peligro —le

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interrumpió el oficial.Arthur miró por unos instantes al que

había sido durante diez años su pequeñoparaíso y después dando un largosuspiro, abrió la puerta. Los doshombres bajaron por las escaleras,tomaron sus abrigos y salieron alcallejón. Los adustos edificios de launiversidad parecían más sombríosentre la niebla, pero algunas pequeñafarolas iluminaban el camino que lesllevaba más allá de aquel reino invisiblede la universidad.

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CAPÍTULO 6

UN SALTO PELIGROSO

El aeródromo estaba en total oscuridad.Los bombardeos eran continuos y elejército no quería que sus aviones fuerandestruidos en tierra. Preston y ArthurMacfarland descendieron del vehículo yse dirigieron a una de las casetas de lospilotos. La única luz que brillaba en laoscuridad era la pequeña ventana deledificio y una torre de mando a unosmetros de distancia. Preston abrió la

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puerta y Arthur pasó primero. En la salahabía un sillón, una gran mesa con sillasy una diana colgada en la pared. Otrapuerta daba a un aseo y una pequeñacocina donde los pilotos hervían el aguapara hacerse el té. Al fondo del ampliosalón se encontraban cuatro hombres yuna mujer rubia, todos ellos vestidoscon monos de paracaidistas.

Señores, señora. Les presento alprofesor Arthur Macfarland —dijo eloficial señalando al hombre.

Encantado —dijo el profesor dandola mano a todos los soldados, pero sedetuvo enfrente de la mujer sin saberqué hacer, ella le sonrió levemente y élpareció relajarse de repente.

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Arthur, sabía qué vendrías —comentó Agatha.

¿Qué otra cosa podía hacer? —dijoel profesor encogiéndose de hombros.

El oficial les invitó a que seacercaran al gran plano que había sobrela mesa. La luz del techo alumbraba todoel mapa de Francia. Una gran x en rojoseñalaba una ciudad al norte del país, lahermosa ciudad de Amiens.

El objetivo es Amiens, pero no lespodemos lanzar en la misma ciudad,tendremos que hacerlo a una media horade allí, en Picquigny. En ese pueblo lesesperan tres miembros de la Resistencia.Ellos les llevarán en coche hastaAmiens. El objetivo es la casa del

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escritor Julio Verne en la Rue CharlesDubois, muy cerca del centro de laciudad. Los hombres de las SS ya seencuentran allí —dijo el oficial.

¿Quiénes son? —preguntó Agatha.Klaus Berg y Hans Miller son los

dos profesores. Al parecer pertenecen alas SS y la Ahnenerbe. Imaginamos queestán buscando algún tipo de carta deJulio Verne, que interesa a Himmler,deben hacerse con ella y traerla aquí —comentó el oficial.

Arthur miró el mapa y despuéslevantó la vista para contemplar lablanca piel de Agatha, pero al hacerlosintió un escalofrío. Llevaba mesespensando en cómo sería ese encuentro,

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pero nunca hubiera imaginado que severían en los hangares de un aeródromode una base militar.

Una vez que recuperen el objeto laResistencia les esperará a las afueras dela ciudad para transportarlos hastaCalais —dijo el oficial.

¿No sería mejor que nos recogieranen Bulogne-sur-Mer? —dijo el sargento.

No, en cuento den la voz de alarmales buscarán por la costa, creerán quehan subido río arriba, pero ustedesescaparan por el norte. Saldrán ocultosen un barco pesquero —dijo el oficial.

El sargento consultó su reloj.Es la hora —dijo señalando su reloj.Pero, nadie me ha explicado cómo

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arrojarme en paracaídas —dijo Arthurnervioso.

No se preocupe señor, únicamentetendrá que tirar de la anilla. Nosotrosles ayudaremos a lanzarse —bromeó elcabo.

Mientras Arthur se ponía el mono yel resto se ajustaba los paracaídas,Preston se aproximó hasta el sargento yen voz baja le comentó:

Tienen 48 horas para salir deFrancia, el barco no les esperará mástiempo, en el caso de fracasar, serámejor que intenten llegar a Bélgica y quebusquen un transporte alternativo.

Sacaré a estos novatos antes de queesos alemanes nos cierren todas las vías

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de escape, señor —respondió elsargento.

Vigile especialmente al profesor, noes muy valiente y puede que cometaalgún error. La señora y él hablan unperfecto francés, será mejor que ustedesse mantengan en un segundo plano yúnicamente actúen si es imprescindible—dijo el oficial.

El grupo salió de la caseta y sedirigieron hasta uno de los ArmstrongWithworth Whitley que estaban en lapista. El oficial Preston se despidió deellos. Arthur miró al avión y pensó queaquel aparato parecía viejo y mediodestartalado, mientras entraban en lasbodegas. Después se sentaron en fila y

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el sargento enganchó sus correas a unabarra en el techo.

Nos quedan casi dos horas de vuelo,este pájaro es lento y pesado, cuandolleguemos al objetivo tendrán que serrápidos, cada segundo puede suponervarios cientos de metros de diferencia.¿Entendido? —preguntó el sargento.

Todos afirmaron con la cabeza,mientras los motores rugieron. Arthurnotó como su estómago daba un vuelcocuando el avión comenzó a elevarse enmedio de la niebla.

¿Es seguro volar con este tiempo?—preguntó al sargento.

Sí, de otra forma nos verían losantiaéreos.

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Pero…Estese tranquilo. En Gran Bretaña se

hacen cientos de operaciones como estacada noche y el 90% de ellas salen bien.

El avión tomó velocidad y en unossegundos estaban sobrevolando la isla.Agatha, que se había sentado al lado delprofesor, le agarró la mano y le pidióque se tranquilizara. Él se limitó acerrar los ojos y murmurar una oración.El resto de los soldados charlabantranquilamente, sobre el fútbol o lohermosas que eran las chicas francesas,sin prestar mucha atención a la pareja.

¿Por qué te has enrolado? —preguntó Arthur a la joven, cuando logrócalmarse un poco.

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Nuestro país nos necesita —respondió ella muy seria.

No creo que te saliera esa venapatriótica de repente —dijo Arthur, conun gesto de disgusto.

Me fui de Oxford y me sentíaperdida en Londres, todo lo que conozcoestá en esa pequeña ciudad, peroprefería no volver a verte. Nunca mehabía sentido tan despreciada. Pensabasque ese maldito grupo de profesores deliteratura era más valioso que yo —lereprochó Agatha.

Estaba confundido. Habías sido mialumna y después mi ayudante. No mepareció ético que fuéramos novios. Losprofesores debemos de respetar ciertos

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códigos de conducta —se justificóArthur.

Éramos adultos y libres, nosqueríamos. ¿Qué tiene eso de malo? —contestó la mujer con un nudo en lagarganta.

Arthur se quedó en silencio mientrasobservaba los ojos vidriosos de lajoven. La amaba con todo su alma, sinella su vida carecía de sentido, pero erademasiado cobarde para cambiar susviejos hábitos de profesor soltero.

El avión dio un giro brusco y elsargento les advirtió que quedaban diezminutos para el salto.

Quiero que vuelvas. Nos casaremosy compraremos una pequeña casa a las

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afueras…Demasiado tarde, Arthur…El avión comenzó a descender y

cuando Arthur miró por la ventana, pudoobservar algunas luces a lo lejos.

Amiens está muy cerca. Pónganse enpie —ordenó el sargento.

Los dos estaban tan absortos queparecieron no escuchar lasinstrucciones.

¿Por qué? —preguntó Arthur con elrostro ensombrecido.

¡Maldita sea, pónganse en pie! —bramó el sargento. Tiró del brazo delprofesor y le acercó a la parte trasera.Abrió la compuerta y un frío gélidopenetró en el aparato.

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El cielo estaba nublado, pero eso noimpedía que entre los claros se viera elsuelo de Francia a varios cientos demetros por debajo. Arthur comenzó atemblar, pero el sargento le puso al filodel abismo y le gritó al oído.

Espere diez segundos antes de tirarde la anilla, si lo hace demasiadopronto, puede enredarse en el avión.

El profesor hizo un gesto afirmativocon la cabeza, pero estaba demasiadonervioso para escuchar lo que le decían.El sargento le dio un empujón, laarandela rozó con la barra hasta que seabrió y el profesor sintió como el vacíole absorbía con toda su fuerza. Cerró losojos mientras su cuerpo flotaba en el

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aire helado de la noche. No sentía quevolaba, simplemente que caía en un pozosin fondo. El pulso se le aceleró ycomenzó a faltarle el aire. Entoncesrespiró hondo, abrió los ojos ycontempló los campos bajo la luz de lasestrellas y un pequeño pueblo cercano.Tiró de la anilla y sintió como su cuerposalía disparado hacia arriba, esomovimiento brusco le aturdió aún más,pero a los pocos segundos comenzó acaer de nuevo, esta vez pausadamente.Durante los últimos segundos disfrutó,pero la cercanía a la superficie, le hizoasustarse de nuevo. Cuando pisó suelofrancés y el paracaídas le cubrió porcompleto, dio gracias a Dios por no

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haberle dado alas a los hombres.

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CAPÍTULO 7

LA CASA DE AMIENS

Aquella noche durmieron en Francia enla sede de las SS en Amiens. Allí lesesperaban los diez hombres que seencargarían de su seguridad y lesayudarían a encontrar el manuscrito.Todos ellos eran miembros de bajorango de las SS y fanáticos del partidonazi, menos el capitán Martin Neisser,un antiguo oficial del ejército prusianoque se había alistado en las SS para

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salvar a Alemania de los comunistas,pero que en ese momento no se sentíamuy cómodo sirviendo bajo la banderade la esvástica. Las habitaciones de lapequeña villa se encontraban muypróximas a la hermosa catedral góticade Amiens. Klaus pensó que si teníatiempo visitaría la iglesia y se pasearíapor el hermoso casco viejo antes deregresar a Alemania. Le sucedía como amuchos alemanes, que pensaban que laguerra eran unas vacaciones pagadas enFrancia, pero las cosas no tardarían encomplicarse.

Después de tomar un suculentodesayuno con huevos, leche, queso yunos deliciosos croissants, Klaus y Han

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se reunieron con sus hombres en losjardines del edificio. Tomaron dos delos coches y se dirigieron directamente ala casa, que se encontraba a poco menosde dos kilómetros de distancia.

Cuando Klaus observó la fachada deladrillo rojo, adornada con frisos depiedra blanca y contraventanas delmismo color, se sintió un pocodecepcionado. La casa se encontraba enuna calle vulgar, rodeada de otrasviviendas de pequeños burgueses, consus patios enrejados y sus jardinesminúsculos, pero cuando el vehículogiró por la otra calle, sus ojos seabrieron como platos. El patio interiordaba a una hermosa torre rematada con

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un bello techo circular. Tras la verjahabía un porche acristalado desde el queVerne debió ver pasar los crudosinviernos de la ciudad.

Los dos hombres se bajaron delcoche y ordenaron a los soldados queles esperaran en la puerta, pero elcapitán les acompañó hasta el edificio.Llamaron a la puerta y les abrió unaanciana dama de llaves, vestida con unanticuado uniforme negro.

¿Qué desean los señores? —preguntó la anciana, sin prestar muchaatención a los uniformes de losoficiales.

Estimada dama, necesitamosregistrar la casa —dijo el capitán

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Neisser.Los señores no están en la casa.

Durante el invierno viven en París, noestoy autorizada para dejarles entrar.Buenos días —dijo la mujer intentandocerrar la puerta.

Hans se abalanzó sobre ella y de unempujón la derrumbó al suelo, la señorase golpeó en la frente y comenzó asangrar. Klaus sacó un pañuelo y le tapóla herida.

¿Qué haces? —preguntó Klausindignado.

Esta maldita vieja no sabe que nadiepuede negar la entrada a su casa a unoficial de las SS —dijo Hans.

Tranquilízate Hans, ya estamos

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dentro —dijo el capitán Neisser.El hall estaba iluminado por una

claraboya y la escasa luz del día apenasiluminaba los muebles tapados consábanas. Hans se acercó de nuevo a laanciana y en tono amenazante lepreguntó dónde estaba el despacho deJulio Verne.

En la torre —dijo la dama con voztemblorosa.

Hans subió a grandes zancadas lasescaleras, mientras Klaus y el capitánseguían atendiendo la mujer.

¡Dejad a esa vieja y subid de unavez! —Se escuchó gritar a Hans desdela segunda planta.

Klaus frunció el ceño y haciendo

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caso omiso ayudó a la anciana a sentarseen una silla y después la dejó al cuidadodel capitán Neisser.

Si ve que no se recupera, que uno desus hombres mande venir a un médico—dijo Klaus mientras ascendía por laescalinata en espiral.

En la parte más alta de la torre habíauna habitación circular muy espaciosapintada de un color verde oscuro, Klauspensó al verlo en los aposentos delcapitán Nemo en el Nautilus. Hansestaba desordenando los cajones comoun loco y lanzando los papeles por todaspartes.

¿Te has vuelto loco? —preguntóKlaus.

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Tenemos que encontrar alguna cartao manuscrito —dijo Hans sin hacer casoa su amigo.

Si es algo importante no estará a lavista; debemos de pensar antes deactuar. Esos papeles son valiosos: si sedestruyen, parte de la historia de lahumanidad desaparecerá —dijo Klaus.Después se puso de rodillas y comenzóa recoger las cartas, fichas y cartelesque había por el suelo.

Hans se cruzó de brazos y miródirectamente a su amigo. Klaus secomenzó a tocar la barbilla y despuésmiró detenidamente el despacho. Habíauna extensa biblioteca, una primeraedición de todos sus libros, un armario

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de fuelle, el escritorio, varios cuadros.En uno estaba representado el capitánNemo en otro una hermosa reproducciónde la portada del libro Viaje al centro dela Tierra. Klaus se detuvo frente alcuadro y lo contempló en silencio. Unospersonajes se movían entre gigantescassetas y después ascendían por unasgrutas. Después se dirigió al mueble defuelle y lo abrió. No se veía gran cosa,algunos papeles en blando, variasplumas, uno secadores de tinta y variostinteros. Abrió los pequeños cajones yvio varias brújulas, algunos relojesestropeados y una medalla: la Legión deHonor que se había concedido alescritor antes de su muerte. En ese

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momento fue consciente que estaba anteuno de los lugares en los que Julio Vernehabía dejado reposar sus apasionantesmanuscritos. Sintió un escalofrío,levantó la vista y contempló de nuevo elestudio. Ya no le importaba el secretoque había ido a buscar, lo que realmentequería era mirar cada uno de losrincones de aquella casa y respirar elmismo aire que el gran escritor, peroHans no estaba dispuesto a perder másel tiempo. Comenzó de nuevo a arrojarpapeles al suelo, mientras resoplabacomo un toro a punto de envestir.

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CAPÍTULO 8

LOS PRIMEROS VIAJESDE VERNE

La sorpresa era su mejor baza. Losalemanes no sabían que se encontrabanallí y cuanto más tiempo tardaran enenterarse, más posibilidades tendrían seconseguir su objetivo. Los habíanrecogido en el punto convenido y habíanllegado hasta Amiens sin ningúnpercance. Los miembros de la

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Resistencia conocían perfectamente loscaminos secundarios, para evitar loscontroles. Tras llegar a la ciudad lesalojaron en una casa cuya fachada estabaenfrente de la de Julio Verne; desde lasventanas podían observar losmovimientos de la casa e intentarpenetrar cuando fuera posible.

Cuando comenzó a amanecer, Arthurapenas había dormido un par de horas.Las emociones del último día le habíanexcitado demasiado y lo único quedeseaba era conseguir el manuscrito yregresar cuanto antes a Inglaterra. Lapresencia de Agatha le inquietaba yemocionaba al mismo tiempo.Disfrutaba estando de nuevo a su lado,

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pero temía que todos esos meses deseparación los hubieran alejado parasiempre. Él se había declarado en elavión, pero la joven no había aceptadosu ofrecimiento.

El profesor se puso los zapatos,había dormido vestido sobre la colchablanca de la habitación de la segundaplanta que daba enfrente de la casa deVerne, después bajó a la cocina y trastomar algo de pan con mantequilla y uncafé, regresó a su cuarto, para orar unosmomentos. Apenas había comenzado susoraciones cuando el sonido de doscoches llamó su atención. De losvehículos descendieron unos docehombres. Tres de ellos eran oficiales de

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las SS, seguramente los especialistasque había comentado el oficial Prestonen el aeródromo. El profesor tomó unosprismáticos pequeños y vio como uno delos soldados empujaba al ama de llavesy se introducían en la casa. Arthur sesintió indignado al ver a la pobre mujeren el suelo, corrió escaleras abajo yllamó a sus compañeros.

Los alemanes están en la casa,esperemos que no sean capaces deencontrar lo que buscan —dijo elprofesor.

Agatha le miró con el café en lamano. Aquella mañana estabaespecialmente atractivo, pensó mientrasle saludaba. Su pelo despeinado y rojizo

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estaba cortado en forma de tazón, peroel traje de corte francés destacaba susformas perfectas. Arthur no era un grandeportista, el único ejercicio quepracticaba de joven era el remo, perodesde que era profesor se limitaba ajugar a las cartas con sus colegas o tirara los dardos en el pub.

¿Qué información interceptasteis?¿Qué es exactamente lo que vinimos abuscar? —preguntó Arthur.

Agatha sacó del bolsillo un papel yescribió brevemente una serie desímbolos y después comentó:

Nuestra información proviene de dospartes. La primera es nuestro informadoren la Biblioteca Nacional de París. Los

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profesores alemanes pidieron todos losdocumentos relacionados con Verne y lacorrespondencia entre los años 1860 y1864.

El periodo en el que escribió susprimeras tres novelas. Si no recuerdomal estas son: Cinco semanas en globo,Viaje al centro de la Tierra y De laTierra a la Luna —dijo Arthur.

¿Qué pueden estar buscando sobreestos libros? —preguntó Agatha.

Arthur se lo pensó un poco antes decontestar. Los temas eran muy distintos,pero ninguno de ellos parecía encajarcon la forma de pensar de los nazis.

El primero trata sobre un viaje englobo, la primera novela del escritor. La

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historia relata el viaje del doctorSamuel Fergusson, un explorador inglésy su criado Joe y un amigo llamado DickKennedy, que deciden recorrer elcontinente africano en un globo dehidrógeno. Hoy existen dirigibles yaviones, pero en aquella época latécnica era muy rudimentaria. Losglobos ascendían calentando el aire desu interior, pero nadie había pensadoque con un artefacto como aquel sepudieran recorrer grandes distancias —comentó Arthur.

¿Qué encontraron en el viaje? —preguntó Agatha, que nunca había sidomuy aficionada a las novelas deaventuras, ella prefería las obras de

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Balzac.Los viajeros recorren desde la isla

de Zanzíbar en Tanzania, hasta losMontes de la Luna, que realmente nuncaexistieron, después al lago Victoria, ellago Chad, el desierto del Sahara, el ríoNíger, hasta las cataratas de Guinea enel río Senegal —terminó de resumirArthur.

Por lo que parece, los protagonistaspasaron por el corazón de África, pero¿qué interés tiene este viaje para losalemanes y en especial para Himmler?—comentó Agatha.

La mente de Arthur no dejaba de darvueltas al asunto, pero no sabía quepodía interesarles.

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¿El petróleo? —preguntó elsargento.

No, la Ahnenerbe busca reliquias yel pasado del pueblo ario, no tiene nadaque ver con materias primas… —dijoAgatha.

Entonces las minas del Rey Salomón—comentó Arthur.

Puede ser una opción. ¿Cuáles sonlas otras dos historias?

La segunda historia era uno de loslibros más famosos de Julio Verne. Sufamoso viaje al centro de la tierra, peroArthur pensaba que aquella era la másdescabelladas de las obras del escritor.

Viaje al centro de la Tierra tratasobre la expedición del profesor

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Lidenbrock con su sobrino Alex alcentro de la Tierra, por una abertura quese encuentra en la isla de Islandia, cercade Reykjavík, en el cráter Jolull deSneffels, allí contrata al cazador y guíaHans Bjelke, que les ayudará ainternarse en el centro de la Tierra. Yaconocen la historia, el profesorLidenbrock descubrirá un mundoprehistórico que se ha conservadogracias a una serie de condicionesambientales y a los grandes monstruosque antiguamente poblaban el Planeta —dijo Arthur.

Una idea descabellada —comentó elsargento.

En la novela De la Tierra a la Luna,

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nadie llega realmente a la Luna,simplemente se lanza un proyectil con ungigantesco cañón. También esdescabellado llegar con un cohete a laLuna, por eso lo más factible es queestén buscando algo en África —dijoArthur.

Lo que me llama la atención de estelibro es que habla de un manuscrito y latrascripción de unas runas. En elmensaje interceptado decíatextualmente: «Viaje de Klaus Berg a lafortaleza, conocimiento sobre JulesVerne, claves de las escrituras denuestros ancestros…» —leyó Agathadel papel.

Puede que sea una pista, pero el

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mensaje es muy confuso —dijo Arthursin mucho convencimiento.

Arthur leyó el papel. Despuésmeditó unos breves segundos e intentórecordar cómo se llamaba el escritorislandés al que hacía referencia Verne enViaje al centro de la Tierra.

Creo que el escritor del que hablaJulio Verne existió realmente, se tratadel islandés Snorri Sturluson —dijoArtur.

Tengo entendido que algunos nazispiensan que Islandia puede ser la cunade la cultura aria. Mientras investigabapara este viaje descubrí que laAhnenerbe hizo un viaje en 1938 a laisla, para estudiar a sus habitantes y

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posibles restos arqueológicos. Uno delos jefes de la expedición fue el eruditoBruno Schweizer. Los nazis creen que enla isla se ha conservado la parte máspura de la raza aria, ya que su poblaciónapenas se ha mezclado —dijo Agatha.

Puede que los nazis piensen que enla isla hay algún resto de los orígenes desu raza —comentó Arthur.

La isla está en la actualidad ocupadapor nuestras tropas. Se declaró neutralen la guerra, poco después de quecayera Dinamarca en poder de losalemanes —comentó el sargento.

Todas las pistas parecían indicar queel objetivo de las SS era algún tipo demanuscrito o libro de Snorri Sturluson,

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pero seguía sin entender la importanciaque eso podía tener para el gobiernobritánico.

Buscaremos cualquier escrito o cartasobre Snorri Sturluson y todo loreferente a África que encontremos —comentó Arthur.

El cabo entró en la cocina y anuncióal grupo que los oficiales habían salidodel edificio, pero que no llevabanningún papel u objeto encima. Losalemanes habían estado toda la mañanaregistrando el edificio, pero debían irsea comer.

No lo han encontrado —dijoeufórica Agatha.

Julio Verne debe haberlo ocultado en

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alguna parte —comentó Arthur.El problema es que los alemanes han

dejado dos hombres vigilando la casa—dijo el cabo.

Tendremos que improvisar —dijo elsargento, mientras vigilaba con losprismáticos el edificio.

Arthur se asomó a la ventana,todavía no había pasado el mediodía,pero la tarde sería larga. Únicamente enla oscuridad de la noche podrían burlarla guardia, pero eso les dejaba a pocomás de veinticuatro horas para llegarhasta el barco que les sacaría deFrancia. El tiempo era demasiadoajustado, ellos tenían que hacer enveinte minutos lo que dos especialistas,

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con todos los medios no habíanconseguido descubrir en una mañana.

El profesor subió a su habitación yreleyó de nuevo la novela de Viaje alcentro de la Tierra, conocía pasajesenteros, pero esperaba que una lecturaminuciosa le diera alguna nueva pista.La lectura le envolvió de tal manera, quejusto al terminar el libro, las últimasluces de la tarde comenzaban a declinar,convirtiendo las sombras en sus mejoresaliadas para combatir la oscuridad en laque se estaba sumiendo Europa y elMundo entero.

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CAPÍTULO 9

UNA IDEA INGENIOSA

El mal humor de Hans había empeoradoa lo largo del día. No habían encontradonada importante para su misión, pero eloficial de las SS creía que la clavepodía estar en los nietos del escritor.Ellos debían tener en su poder lospapeles más secretos del abuelo.Cuando salieron de la casa mandaronuna orden, para que capturaran yenviaran cuanto antes a todos los nietos

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de Verne a Amiens. Sabía que eso podíademorar el hallazgo del manuscrito unpar de días, pero no veía otraalternativa.

Klaus intentó apaciguar la ira de suamigo, sabía que en ese estado denervios era capaz de cometer cualquierlocura, los tipos como Hans tenían cartablanca, pero él no permitiría que nadiesaliera perjudicado.

Comieron en la sede de las SS y ainiciativa de Klaus visitaron la catedralde Amiens, una de las construccionesgóticas más bellas de Francia. En laiglesia se encontraba el cráneo de SanJuan bautista, que un caballero habíatraído de las cruzadas en el año 1204,

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por la que la catedral se convirtió en unlugar de peregrinación.

La imponente fachada de la catedralles recordó a algunas joyas de laarquitectura del gótico alemán. Labelleza y ligereza vertical de la catedralterminó por hacerles olvidar aquellaamarga mañana en la residencia deVerne. La fachada era impresionante, enella se narraba buena parte de losepisodios bíblicos más importantes.

Los dos oficiales se quedaron al piede la fachada sin poder dejar de admirarsu hermosa belleza. Los tres portalescon doble puerta, convertían en formasperfectas aquellos triforios. Un pocomás arriba la galería de los reyes y

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encima el gran rosetón con cientos decristales de colores. Los triforiosestaban rematados con unos frontonestriangulares. El portal central estabadedicado al Juicio Final. Se podía ver alos muertos resucitando en tres registrosconsecutivos. En el primero se percibíacomo se levantaban los muertos alsonido de la trompeta, mientras que elarcángel San Miguel con una balanzamedía sus buenas obras, un demoniointentaba cambiar el peso de la balanzapara condenar a los hombres. En lasegunda parte, ya estaban divididos losjustos e injustos, unos eran arrastradospor los demonios al Leviatán, mientrasque los otros eran llevados al Paraíso.

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En la parte alta estaba Cristo sentado enel trono, con San Juan Bautista y laVirgen María. También había una visióndel cielo y los cuatro jinetes delApocalipsis. Las otras dos puertas noeran tan impresionantes como la central,pero las proporciones perfectas lasconvertían en verdadera delicias para lavista. El portal de San Fermín, uno delos santos de la ciudad, representaba alos mártires y grandes personajescristianos de Amiens. El otro portalsimbolizaba la vida de la Virgen Maríay su ascensión a los cielos.

Entremos en la catedral antes de quese haga de noche —dijo Hansimpaciente.

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La iglesia les dejó aún másdeslumbrados. Los techos altísimos leshicieron sentir como insignificantesmortales ante un Dios todo poderoso,pero la luz comenzaba a flaquear y elgran rosetón se apagaba como un solagonizante. Entonces la mente de Klausencontró la respuesta que llevaba todoel día buscando.

Ya sé dónde se encuentra elmanuscrito. ¿Cómo no lo he pensadoantes? —dijo mientras se llevaba lasmanos a la cabeza.

Su amigo le miró sorprendido, perosin comentar palabra se limitó a seguirlemientras ambos salían precipitadamentea la calle. La oscuridad había caído

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sobre la ciudad, pero no tenían tiempoque perder. La clave estaba justo delantede sus narices, pero no habían sabidoreconocerla.

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CAPÍTULO 10

LA CLAVE

El plan que habían trazado era sencillo.Agatha entretendría a los soldadosmientras Arthur y el sargento seintroducían en la casa. Ellos tenían pocomás de quince minutos para encontrar elmanuscrito y salir. El resto de lossoldados británicos vigilarían desde lacasa, pero si surgía algún problematendrían que dar el aviso y ayudarles aescapar de allí antes de que las cosas se

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complicaran.Agatha se acercó a los dos soldados

y en un excelente francés les pidiófuego. Su esbelta figura entallada en unafalda de tubo, que sobrepasabaligeramente la rodilla, el abrigo ajustadode color gris y un gorro negro, le dabanun aspecto deslumbrante. Los dossoldados nazis se quedaron fascinadospor la belleza de la mujer y ellacomenzó a preguntarles por Alemania,cuánto tiempo llevaban en Francia y sitenían novia. En unos minutos losguardas estaban tan embelesados en laconversación que no se percataroncuando Arthur y el sargento saltaron laverja y se dirigieron sigilosamente a la

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puerta de la torre. El sargento forzó lacerradura y entraron en silencio. Todoestaba a oscuras, la casa olía a cerradoy la poca luz que entraba por losventanales se reflejaba en las sábanasblancas que cubrían los muebles. Arthurapenas tuvo tiempo de disfrutar de aquelmomento. En varias ocasiones habíaimaginado como sería la guarida delgenial escritor francés, pero verlo consus propios ojos aunque fuera a la luz dela Luna o caminar por los mismos sitiosque su admirado Verne, era un inmensoprivilegio.

Subieron hasta el despacho. Lapuerta estaba cerrada. Cuando entraroncontemplaron el caos que reinaba en el

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cuarto. Enfocaron con las linternas yobservaron todos los papeles delescritor por los suelos, los cajonesvolcados y algunos objetos personalesrotos.

Arthur notó como la ira le invadíapor completo. ¿Qué tipo deinvestigadores eran esos nazis? Sepreguntó mientras intentaba revisar lashojas que había desperdigadas por todaspartes.

Después de diez minutos debúsqueda infructuosa los dos hombrescomenzaban a desesperarse.

¿Dónde lo habrá guardado ese viejozorro? —preguntó Arthur en voz alta.

Tiene que haber una clave o algo que

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nos lleve hasta el manuscrito —dijo elsargento.

El profesor se quedó pensativo unosmomentos. Estaba claro que a JulioVerne le encantaban los acertijos y losmisterios, tenía que intentar pensar comoél, meterse en su cabeza.

Pensemos. El libro trata sobre unaexpedición al centro de la Tierra —dijoArthur.

¿Qué objetos hay en la sala sobreese tema? —preguntó el sargento.

Los hombres echaron una rápidaojeada. En el despacho habíaescafandras de submarinismo, muchosutensilios marinos y otros objetospersonales, pero nada relacionado con

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el interior de la Tierra. Arthur examinódetenidamente los cuadros, todos ellosestaban centrados en Veinte mil leguasde viaje submarino y en Cinco semanasen globo. Hasta que una pintura le llamópoderosamente la atención. Era unaespecie de jardín de las delicias,parecida a la portada del libro Viaje alcentro de la Tierra. En la parte inferiordel cuadro había una leyenda del propioVerne: «A partir de ahora no viajaré másque en sueños».

¿Qué quiere decir con esta frase? —preguntó el sargento.

El sargento se aproximó al cuadro ylo enfocó con su linterna.

¿Qué estaba viejo y cansado de

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viajar? —dijo Arthur confuso—. La citaes del libro de París en el siglo XX, unade sus obras inéditas, pero este jardínme recuerda a las ilustraciones del libroViaje al centro de la Tierra.

El profesor no lograba dar con laclave, pero el tiempo apremiaba. Ajenosa todo ello, desconocían que un coche sedirigía hacia la casa a toda velocidad,para que el oficial Klaus corroborara laidea que había tenido en la catedral.Aunque lo que estaba empeorando pormomentos era la actitud de los dossoldados alemanes hacia Agatha. Uno deellos intentó besarle, ella le pegó unabofetada, pero el otro la cogió por laespalda y entre los dos la introdujeron

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en el jardín de la casa. Los soldadosbritánicos reaccionaron rápidamente ycruzaron la calle, cuando llegaron aljardín vieron a los dos alemanes sobrela mujer. No les costó mucho dejarlesfuera de combate, pero la situacióncomenzaba a complicarse, tenían queescapar de allí cuanto antes.

Un coche enfiló la calle, sus lucesbrillaron en medio de la oscuridad de lanoche. El motor alertó a los soldadosque estaban en el jardín y puso sobreaviso a Arthur, que se asomó a laventana al ver el resplandor en elcristal.

Tenemos que salir de aquí —dijo elsargento.

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Arthur echó un último vistazo alcuadro, entonces estuvo seguro de haberencontrado la respuesta, pero erademasiado tarde. El coche de losoficiales nazis se había detenido frente ala verja y ya no podían huir de la casa.

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CAPÍTULO 11

DE LA MUERTE

Los dos oficiales descendieron delvehículo y apenas prestaron atención alos guardas. Se dirigieron hasta la casa yabrieron con la llave que habían pedidoa la Ama de llaves. Mientras subían laescalinata de madera, Klaus no podíadisimular su euforia. Después de variosmeses rellenando informes y dedicandosu vida al ejército, por primera vez sesentía revivir.

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Arthur y el sargento salieron alpasillo y escucharon los pasos sobre lamadera crujiente. Por un momento sequedaron paralizados en medio de laoscuridad, pero después una leve luz alfondo y un susurro les llamaron laatención.

Por aquí —dijo una voz apenasimperceptible.

Se acercaron hasta la puerta delfondo y observaron a una anciana damavestida con un camisón blanco y unabata rosada. La siguieron hasta lo queparecía una pequeña biblioteca, la mujeraccionó un mecanismo y se abrió unatrampilla.

Esto da directamente al jardín. Mi

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amo estaba obsesionado con que algúndía vendrían a por él los habitantes deAgartha y diseñó esta salida secreta.Tengan suerte y que Dios les acompañe.

Los dos británicos se miraronsorprendidos, pero sin decir palabraentraron en el túnel, que bajaba en formade espiral hasta el jardín y bajaroncorriendo la escalera. Cuando salierondetrás de un seto, se encontraron a dossoldados alemanes medio desnudos yamordazados, a su lado estaba Agathacon el pelo despeinado y una pistola enla mano.

La mujer se dio un buen susto alverlos salir de la nada y estuvo a puntode disparar, pero el inconfundible rostro

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pecoso de Arthur hizo que se detuviera atiempo.

Tenemos que huir —dijo el profesormientras salían del jardín.

El sargento se acercó por detrás asus hombres y les susurró que sedeshicieran del chofer del vehículo. Unode los soldados británicos se acercó alconductor y con una sonrisa le pidió quebajara la ventanilla, le pidió uncigarrillo, pero mientras buscaba en elcoche el encendedor, le degolló, abrió lapuerta y le arrojó al suelo adoquinadode la calle.

Klaus miró el cuadro y sonrió denuevo. Después señalo con la luz de sulinterna el jardín y la frase.

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Esa es la clave —dijo a su amigo.No entiendo nada —comentó Hans.El viejo zorro ocultó el manuscrito

muy bien. Quería leer de nuevo el textopara asegurarme: «A partir de ahora noviajaré más que en sueños».

Hans frunció el ceño e intentó pensaren el mensaje oculto de la frase, perofue inútil.

¿No lo entiendes Hans? ¿Cuándo esimposible hacer más viajes? —preguntóKlaus algo impaciente.

Cuando eres viejo, estás enfermo…No, lo único que impide viajar es la

muerte, Hans. El manuscrito está en lafamosa tumba que le hizo su amigo elartista Dominique Roze, poco antes de

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morir. Tenemos que ir a «LaMadeleine», el cementerio de la ciudad—comentó Klaus.

El ruido de un motor sacó a los dosoficiales de sus reflexiones. Hans moviólos visillos y observó cómo su coche sealejaba calle arriba. Reaccionórápidamente, pisando entre los papelescaídos y dirigiéndose a la puerta deldespacho.

Alguien más está buscando elmanuscrito y me temo que ha llegado atu misma conclusión —comentó Hansmientras salía al pasillo.

Los dos hombres corrieron escalerasabajo, pero cuando llegaron a la calle,lo único que pudieron ver fue el cuerpo

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inerte de su conductor y las lucestraseras del coche. Hans sacó su pistolay la disparó, pero era inútil. Tenían queconseguir un coche cuanto antes y llamaral capitán Neisser para que diera la vozde alarma.

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CAPÍTULO 12

HACIA LAINMORTALIDAD

Una de las balas estalló en el cristaltrasero y cientos de fragmentos cayeronsobre los soldados y la joven. El sonidode las balas sonó como fogonazos de unpueblo en fiestas, pero nadie se atrevióa asomarse a las ventanas de las casas,para ver qué ocurría. El sargentoconducía a toda velocidad por las calles

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desiertas de Amiens sin tener muy clarohacia donde se dirigían. Arthur miró elmapa de la ciudad y le indicó quetorciera a la izquierda. Al fondo de lacalle vieron un puesto de control yvolvieron a torcer a la izquierda.

¿Cómo evitaremos los controles? —preguntó Agatha que estaba aplastadaentre los soldados en la parte trasera.

La única manera es saliendo por elpuente viejo, por Rue Saint Leu —dijoArthur, intentando hojear el mapa con laescasa luz de la calle.

El coche entró a toda velocidad porel puente y salió disparado por los aires,hasta aterrizar al otro lado, cayendojusto en medio de un puesto de control.

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Los soldados alemanes apenas tuvierontiempo de reaccionar. El sargento apretóel acelerador y el vehículo derrapóantes de tomar velocidad y tirar labarrera. Escucharon algunos disparos,pero unos segundos más tarde habíanabandonado las calles de la ciudad paraentrar en un camino, hasta que vieronuna verja sobre un murito de ladrillos.

Cabo —dijo el sargento con vozcortante—, lleve a dos de sus hombresal encuentro con los miembros de laResistencia. Tienen que venir abuscarnos dentro de veinte minutos. Nocreo que tarden mucho en llegar losalemanes —dijo el sargento.

Sí señor —contestó el cabo,

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ocupando el lugar del sargento en elcoche.

El resto abandonó el vehículo en laentrada y comenzaron a salta la tapia,pero Agatha se enganchó con la falda.La mujer intentó liberarse, pero seescuchó un fuerte desgarrón.

Arthur, ayuda —pidió la joven.El sargento y el profesor ayudaron a

Agatha, que tiró después del vestidodejando la falda más corta. Los hombresse quedaron por unos momentosobservando las medias de sus piernas.

¿Nunca han visto unas piernas demujer? —refunfuñó la joven.

Los dos hombres reaccionaron ytodos corrieron hasta el centro del

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cementerio. Estaba oscuro y tardaronunos minutos en descubrir la tumba. Unafarola cercana alumbraba la figurablanca de Verne que intentaba escaparsede la lápida. Cuando se aproximaron, latumba pareció darles la bienvenida. Lafigura de Julio Verne escapaba con elbrazo en alto señalando al cielo,mientras su lápida se hacía añicos.

Parece que Julio Verne no queríaestar bajo tierra —bromeó el sargento.

À l’immortalité et la jeunesseéternelle —contestó Agatha.

«Hacia la inmortalidad y la eternajuventud» —tradujo Arthur—, el famosoepitafio Será mejor que encontremos elmanuscrito —dijo el sargento

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apremiando a sus compañeros.Las primeras luces comenzaban a

iluminar el horizonte y la estatua parecíabrillar con más fuerza. Arthur y Agathase quedaron mirando la tumba sin saberpor dónde comenzar. Examinaron cadadetalle, intentaron probar algún resorte,pero no encontraban nada. Después sedirigieron a la lápida. Una sencillaconstrucción con un gran frontón,coronada con una sencilla cruz.

Que tontos somos. Él lo estáseñalando con su mano. Ayúdeme asubir hasta la cruz —dijo Arthur.

El sargento impulsó al profesorhasta lo alto de la lápida, este se aferróa la cruz y comenzó a moverla

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circularmente, cuando la sacó porcompleto de su interior surgió unmanuscrito enrollado. Arthur saltó alsuelo y todos corrieron en dirección a lasalida. El tenebroso bosque se habíaconvertido en un hermoso jardín, aunqueen parte cubierto por la escarcha de lafría mañana.

A lo lejos escucharon pasos yladridos de perros. Los alemanes habíanllegado al cementerio, los ingleses seescondieron tras un mausoleo yesperaron a que pasaran susperseguidores. La media docena desoldados alemanes corrieron por elcamino hasta la tumba y ellosaprovecharon para dirigirse a uno de los

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laterales del cementerio, volvieron asaltar el muro y se dirigieron al final delcamino. No había ni rastro del cabo ylos miembros de la Resistencia.Entonces vieron acercarse un camión,parecía un viejo cacharro quetransportaba madera y carbón endirección a Amiens, pero el sargento vioasomarse entre los cristales a sushombres. Subieron al vehículo y este sepuso en macha en dirección a Calais.

Les quedaban diez horas para que elbarco pesquero saliera del puerto, laciudad estaba a dos horas y media encoche, pero tendrían que evitar loscaminos principales y aquel viejocamión no parecía demasiado rápido,

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pensó Arthur mientras apretaba elmanuscrito protegido en un fino tubo demetal entre sus brazos.

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CAPÍTULO 13

LA BÚSQUEDA

Klaus no pudo contener la rabia cuandovio la cruz hueca en el suelo. Esosmalditos le habían quitado su trofeo.Apretó los puños y apenas hizo caso a laimponente estatua de su admirado JulioVerne. Hans comenzó a dar órdenes asus hombres para que registraran losalrededores de la tumba, pero losingleses ya se encontraban seguros en sucamión en dirección a Doullens, de allí

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partirían a Frévent, después Burbure,desde allí hasta Calais el viaje seríamás directo.

Hans y Klaus regresaron a Amiens,para planificar la caza de los ladrones.Una vez en la sede de las SS estudiaroncon el comandante de la guarnición y elcapitán Neisser las supuestas rutas defuga.

Hacia el sur es imposible, seinternarían más en Francia y la FranciaLibre nos devuelve a todos losdisidentes que entran en su jurisdicción.Los más lógico sería que fueran porAbbeville hasta Le Crotoy o Fort-Mahon-Plage, pero saben que ese es elprimer sitio que buscaríamos. También

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podrían ir a Dieppe, pero lo más seguroes que se dirijan a Bélgica o a algúnpuerto cercano a Inglaterra como Calais,Bolungne o Dunkerque —dijo elcomandante mientras revisaba el mapa.

Yo me decanto más por un puerto dela zona norte. ¿Cuál es en el quepasarían más desapercibidos? —preguntó el capitán Neisser.

En Dunkerque o Calais, de allí salencientos de barcos comerciales ypesqueros, el control del tráficomarítimo es mucho más problemático —dijo el comandante.

Klaus señaló con el dedoDunkerque.

Necesitamos un avión. Primero

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viajaremos aquí, después a Calais. Lepido que avise a los puertos para queextremen las medidas de precaución ytambién en las entradas de lasprincipales ciudades costeras de esazona —dijo Klaus, mientras su miradase centraba en el mapa. Después nopudo evitar pensar en aquellosinvisibles competidores que le habíanrobado el manuscrito. No sabían loobstinado que podía llegar a ser,aquellos papeles eran su pasaporte a unavida tranquila y los encontraría a todacosta.

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CAPÍTULO 14

CERCA DE CALAIS

Cuando entraron en Lumbres apenas lesquedaban dos horas para tomar su barco.La noche había llegado trayendo lluvia ymás frío. El motor del camióncomenzaba a calentarse peligrosamentey ellos tenían la sensación de queaunque llegaran hasta Calais, seríaimposible entrar en la ciudad. Su plande huida estaba condicionado a ladiscreción, pero ahora medio ejército

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alemán les buscaba por todo el norte deFrancia y les estarían esperandoespecialmente en los puertos del país.

La mejor manera de entrar en laciudad es que el último tramo lo haganen bicicleta, en grupos reducidos, paraencontrarse poco después en el puerto,justo antes de embarcar —dijo elconductor francés de la Resistencia.

Nos estarán esperando —comentó elsargento.

Pero al menos no vigilarán a un parde novios, dos amigos y otros treshombres que llegan en bicicleta —dijoel francés.

El sargento sopesó el plan antes dedar su opinión, si se dispersaban era

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más sencillo que algunos de elloslograran escapar, pero Agatha y Arthurno tenían experiencia y caeríanrápidamente en manos de los soldadosalemanes.

Yo iré con ustedes, les seguiré decerca. El resto estarán al mando delcabo —comentó el sargento.

Me parece una buena idea —dijoArthur.

Agatha se apoyó en el hombro de suamigo. La cercanía de la muerte le habíahecho replantearse muchas cosas, peroahora se sentía más confundida quenunca. Arthur miró de reojo a la joven,sentirla contra su cuerpo era el mejorpremio de aquel viaje. No le importaba

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morir junto a ella, después de meses deapatía, había recuperado la ilusiónperdida. Poco le importaba encontrarseen mitad de las líneas enemigas,escapando hacía Inglaterra, mientras lasSS les pisaban los talones. Lo másimportante era sentirse vivo y aquellaaventura le había despertado de su largoletargo.

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CAPÍTULO 15

EL PUERTO

La ciudad de Calais parecía hervir deactividad. A diferencia de Amiens, lascalles estaban repletas de franceses,soldados alemanes y marineros, queimprimían a la ciudad una actividadfrenética. Para ellos era mucho mejorpasar desapercibidos entre aquellamultitud. Antes de llegar al puertotuvieron que atravesar varios controles.El grupo del sargento pasó sin

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problemas todas las inspecciones,gracias a su perfecto francés, a que notenían una descripción detallada deellos, ya que no sabían cuántos eran, nisi les acompañaban una o variasmujeres. El grupo del cabo llegó unosminutos después al último control.Todos los soldados estaban algonerviosos, aunque no era su primeramisión en Francia y sabían lo que teníanque hacer, los soldados con lasametralladoras y los perros les imponíanrespeto. Los soldados pasaron primero yel cabo entregó los papeles cuando sushombres ya se habían alejado algunospasos.

Klaus, Hans y el capitán Neisser

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acababan de llegar de Dunkerque, nohabían encontrado nada. Calais parecíamucho más propicio para una huida,pero los dos oficiales sabían queaquello era como buscar una aguja en unpajar. Miles de personas pasaban cadadía por el puerto. Estaban a punto deregresar a su vehículo, cuando derepente la suerte les sonrió. Uno de losguardas que los ladrones habían abatido,señaló con el dedo a un hombre rubio,de ojos grises y que llevaba un abrigomarrón oscuro. Hans se acercó alhombre y sacó su pistola.

Se parece al abrigo del hombre quenos asaltó, únicamente pude verlo unossegundos, pero creo que es él —dijo el

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soldado.Hans sacó al hombre de la fila, este

levantó las manos, pero Klaus vio comohacía una señal. Tres hombres a lo lejosaceleraron el paso.

¡Son ellos! —gritó Klaus.Los ingleses comenzaron a correr, el

cabo intentó escapar, pero Hans le pegóun tiro en la cabeza.

No los maten, tienen que contarnoslo que saben —ordenó Klaus.

Corrieron por las estrellas calles delpuerto detrás de los fugitivos. En elcruce de una calle, dos corrieron a laderecha y otro por la izquierda. Hans, elcapitán Neisser y el resto de lossoldados alemanes siguieron a los dos

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fugitivos, pero Klaus siguió al otrohombre.

Agatha, Arthur y el sargentoescucharon los disparos a lo lejos yvieron a unos hombres correr. Intentaronmantener la calma y llegar al barco, sinser descubiertos. Cuando contemplaronel pequeño pesquero llamado«Concorde» dieron un suspiro de alivio.El barco pintado de blanco y azulparecía un viejo cascarón inservible,pero era su única esperanza de salirvivos de allí.

Se aproximaron al barco y con unsilbido llamaron a los tripulantes. Unviejo y barbudo capitán se asomó por laborda. Una densa niebla comenzaba a

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cubrir el puerto, pero su barba gris y elsucio traje blanco, brillaron bajo la luzde su candil de aceite.

Suban lo más rápido que puedan.Zarparemos de inmediato —dijo elcapitán.

Pero, faltan más hombres —dijoAgatha.

No podemos esperar ni un minutomás. Los alemanes están registrandotodos los navíos —dijo el capitán.

Comenzaron a subir al barco, cuandoescucharon una voz a su espalda. Uno delos soldados corría hasta ellos. Elsargento se detuvo y corrió hasta elsoldado, sacó su arma y disparó,errando el tiro.

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Klaus se agachó en el últimomomento, pero logró abatir al hombreque venía hacia él corriendo, despuésapuntó a los dos fugitivos que se habíanpuesto a cubierto en medio de laconfusión, pero estaban demasiadolejos. Cuando se levantó del suelo, vioel barco y a dos figuras que subían abordo. Corrió lo más rápido que pudo yles alcanzó justo cuando la mujer poníaun pie en la borda, tiró de ella y logróderribarla. Arthur agarró a la mujer deun brazo, pero Klaus seguía tirando deuna pierna, cuando el barco comenzó asepararse del muelle.

Dame el manuscrito o la chica nosubirá a ese barco —dijo Klaus,

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mientras tiraba con todas sus fuerzas.Arthur observó el rostro horrorizado

de la joven, intentó tirar más fuerte, perola pasarela estaba en el borde delmuelle y la chica caería a las heladasaguas del puerto si no hacía algo. Conuna mano tomó el tubo metálico y lolevantó en alto.

Suéltala primero —dijo Arthur.No, dámelo tu primero —dijo Klaus.Arthur lanzó el tubo sobre sus

cabezas y el sonido metálico retumbósobre el suelo empedrado. Klaus dudóunos instantes, miró a los ojos de suoponente y con un gesto de rabia soltó ala chica. Agatha cayó dentro de lacubierta, Arthur lanzó la pasarela al mar

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y el barco se alejó un palmo más delpuerto. Cuando Klaus cogió elmanuscrito con sus manos, se giró yapuntó a las dos figuras que se movíanen la cubierta. Dudó unos instantes, perocuando comenzó a disparar, la niebla yahabía devorado al barco y la nadaocupaba su lugar.

Nos volveremos a ver —masculló eloficial, mientras se guardaba elmanuscrito bajo su abrigo de cueronegro.

Klaus caminó bajo la densa nieblacomo una sombra fantasmagórica,mientras sus hombres abatían a los otrosladrones. El proceso se habíacompletado. El profesor alemán como

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en el Fausto de Goethe, había vendidosu alma al Diablo, un Mefistófelesvestido con el impecable uniforme delas SS, llamado Heinrich LuitpoldHimmler.

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MARIO ESCOBAR Golderos (Madrid,23 de Junio de 1971). Novelista,ensayista y conferenciante. Licenciadoen Historia y Diplomado en EstudiosAvanzados en la especialidad deHistoria Moderna, ha escrito numerososartículos y libros sobre la Inquisición, laReforma Protestante y las sectas

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religiosas. Publicó su primer libroHistoria de una obsesión en el año2000. Es director de la revista Historiapara el Debate Digital, colaborandocomo columnista en distintaspublicaciones.

Apasionado por la historia y susenigmas ha estudiado en profundidad laHistoria de la Iglesia, los distintosgrupos sectarios que han luchado en suseno, el descubrimiento y colonizaciónde América; especializándose en la vidade personajes heterodoxos españoles yamericanos.

Su primera obra, Conspiración Maine(2006), fue un éxito. Le siguieron El

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mesías Ario (2007), El secreto de losAssassini (2008) y La Profecía deAztlán (2009). Todas ellas parte de lasaga protagonizada por HérculesGuzmán Fox, George Lincoln y AliciaMantorella. Sol rojo sobre Hiroshima(2009) y El País de las lágrimas (2010)son sus obras más intimistas. También hapublicado ensayos como Martín LutherKing (2006) e Historia de la Masoneríaen Estados Unidos (2009).

Sus libros han sido traducidos a cuatroidiomas, en formato audiolibro y losderechos de varias de sus novelas se hanvendido para una próxima adaptación alcine.

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Notas

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[1] Volkserzählung, Märchen undSagenkunde. Instituto de la Ahnenerbecentrado en cuentos populares, cuentosde hadas y mitos. <<