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El debate sobre Literatura entre Ángel Rama Pilar Roca y Mario Vargas Llosa en el periódico Marcha EL DEBATE SOBRE LITERATURA ENTRE ÁNGEL RAMA Y MARIO VARGAS LLOSA EN EL PERIÓDICO MARCHA. Pilar Roca Escalante Universidade Federal da Paraíba Desde mil novecientos treinta y siete hasta el exilio que en mil novecientos setenta y seis obligó a su editor a continuar sus actividades en México, el semanario uruguayo Marcha salió interrumpidamente bajo la supervisión del espíritu riguroso y sistemático de Carlos Quijano, que estimulaba la investigación y el debate en las más diversas áreas de la vida intelectual de aquellos años. El periódico, que había comenzado en Montevideo como una hoja informativa para los obreros del gremio de transportes, se convirtió a lo largo de los años en un excelente espacio de discusión de temas políticos, sociológicos y literarios. Escritores y críticos de los más diversos campos enfrentaban sus ideas y puntos de vista en el foro que el semanario les ofrecía y en él conseguían expresarse, sin limitaciones en cuanto a su enfoque ideológico se refería. El hecho de que alguien pueda echar en falta voces de corte más conservador se puede deber más a que éstos no se sentían tan atraídos por este tipo de debates ni estaban tan acostumbrados a practicar la sana polémica. 1

EL DEBATE SOBRE LITERATURA ENTRE RAMA Y VARGAS LLOSA EN EL PERIÓDICO MARCHA

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El debate sobre Literatura entre Ángel Rama Pilar Rocay Mario Vargas Llosa en el periódico Marcha

EL DEBATE SOBRE LITERATURA ENTRE ÁNGEL RAMA Y MARIO VARGAS LLOSA EN EL PERIÓDICO MARCHA.

Pilar Roca EscalanteUniversidade Federal da Paraíba

Desde mil novecientos treinta y siete hasta el exilio que en mil novecientos setenta

y seis obligó a su editor a continuar sus actividades en México, el semanario uruguayo

Marcha salió interrumpidamente bajo la supervisión del espíritu riguroso y sistemático de

Carlos Quijano, que estimulaba la investigación y el debate en las más diversas áreas de

la vida intelectual de aquellos años.

El periódico, que había comenzado en Montevideo como una hoja informativa para

los obreros del gremio de transportes, se convirtió a lo largo de los años en un excelente

espacio de discusión de temas políticos, sociológicos y literarios. Escritores y críticos de

los más diversos campos enfrentaban sus ideas y puntos de vista en el foro que el

semanario les ofrecía y en él conseguían expresarse, sin limitaciones en cuanto a su

enfoque ideológico se refería. El hecho de que alguien pueda echar en falta voces de

corte más conservador se puede deber más a que éstos no se sentían tan atraídos por

este tipo de debates ni estaban tan acostumbrados a practicar la sana polémica.

Intelectuales como Marta Traba, Ángel Rama, Julio Cortázar o José María

Arguedas1 desplegaron entre las páginas del informativo sus propuestas sobre arte y

literatura. También participó en él el grupo de escritores que había formado la revista

Contorno en Argentina durante la década de los cincuenta, como David e Ismael Viñas,

Noé Jitrik, Oscar Masotta, Juan José Sebreli. Con mayor o menor presencia, todos ellos

continuaron en Marcha temas iniciados en la revista argentina, tales como las relaciones

entre literatura y política, o escribían sobre la ciudad letrada. A ellos se unían otros

autores que ya alcanzaban renombre internacional, como el novelista peruano Mario

1 Entre estos dos últimos, Marcha abrió otro debate sobre el realismo en literatura. Véase Polémica entre dos escritores, 30 de mayo, 1969. Págs. 29-30; y Literatura en la revolución (I), 9 de mayo, 1969. Págs. 30-31 y (II), 16 de enero, 1970. Págs. 30-31.

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Vargas Llosa, que en aquellos años se daba a conocer como crítico y también como

objeto de la crítica textual. El semanaria concedía a todos ellos un generoso espacio para

la defensa y la contra argumentación de sus posturas sobre la realidad americana en

todos sus campos.

Esta iniciativa de incluir artículos polémicos sobre política y literatura, con derecho

a réplica y contrarréplica, creó numerosas oportunidades para que los intelectuales, que

en aquella época se encontraban en plena búsqueda de propuestas sobre la identidad de

lo hispanoamericano, pudieran exponer y discutir nuevas teorías con las que definir el

concepto de literatura en una nueva realidad social que se creía común en el continente

hispánico, además de encontrar parámetros que dirigiesen la función del escritor en

América Latina. Un enfoque de esta hondura pudo formar sin duda un círculo de lectores

que presenciaban-leían los debates en un ir y venir de argumentos y puntos de vista

múltiples y enriquecedores.

Fue en esta atmósfera de ideas en la que tuvo lugar la discusión entre el director

de las páginas literarias de Marcha, el crítico uruguayo Ángel Rama, y el novelista Mario

Vargas Llosa. La polémica se inició a partir de las críticas que Rama hiciera a su Historia

de un deicidio, elogioso estudio de Vargas Llosa sobre la obra de García Márquez. Este

estudio crítico, como es bien sabido, sólo se puede encontrar hoy en día en las

privilegiadas estanterías de algún sagaz librero de viejo, por la negativa del propio autor a

su reimpresión. Tal vez Mario Vargas Llosa se rindiera al despliegue argumentativo de

Ángel Rama sobre su trabajo, lo que sería un elogio para el novelista, cuyo talento crítico

y mente abierta al debate no creo que sea propenso a dejarse llevar por desencuentros

ideológicos hasta el punto de bloquear el pensamiento.

A Rama le sorprendió el estudio de Vargas Llosa y no le gustó la sorpresa. Por un

lado le parecía inusual e interesante que un autor joven hiciera un estudio contemporáneo

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a la obra tratada, pero encontró su lenguaje demasiado teológico y plagado de términos

que consideraba inadecuados para la realidad histórica en la que se encontraba América

Latina. Durante los años sesenta y setenta, la frecuencia e intensidad de debates en torno

a la identidad del continente hispano habían ido creciendo rápida y compulsivamente en

discusiones y entrecruzamientos ideológicos de los nuevos intelectuales americanos. Se

buscaba la formulación de los valores genuinos de la enorme comunidad hispánica y se

tenía la convicción de que acuñando un nuevo lenguaje los valores que éste cargaba se

manifestarían como corolario.

La tesis, y no el libro, con que Vargas Llosa encaraba la lectura de García

Márquez era para Rama una peligrosa vuelta a tras para la nueva generación de críticos y

creadores que despuntaba en estos años. De entre las muchas afirmaciones de Rama,

ésta y la de ser acusado de usar un lenguaje teológico que contrariaba la idea de arte

como trabajo humano y social, que aporta el marxismo, (…) reedifica la tesis idealista del

origen irracional -sino divino, al menos demoníaco- de la obra literaria2, enojó seriamente

al novelista y provocó un debate que se extendió desde mayo a septiembre de mil

novecientos setenta y dos. Y no era para menos. Rama invalidaba en los puntos más

esenciales el punto de vista crítico sostenido por Vargas Llosa.

Como hemos apuntado, los intelectuales de América latina por aquella época

intentaban nuevos caminos para la definición de su trabajo como productores y

conductores sociales. Comenzaban a cuestionar los parámetros estéticos y, por lo

general, europeos con los que se había interpretado su realidad social, una realidad cuya

definición resultaba prioritaria antes de entrar en otros mares de fondo. Para los escritores

de entonces era importante saber teorizar sobre la obra y sus resonancias, no sólo ser

creadores. Y ese saber teorizar sobre sí mismo y sobre su obra o la de sus compañeros

de generación era una manera de manifestar su responsabilidad en lo que hacían, 2 En A propósito de Historia de un deicidio. Vade Retro. Marcha, 5 de mayo de 1972. Pág. 31.

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conscientes de que se debían a una comunidad y eso les hacía dirigir su texto hacia un

objetivo más abiertamente comprometido con la comunidad donde estuvieran insertos.

Para Rama se estaban definiendo nuevos géneros literarios porque los nuevos productos

culturales así lo indicaban, mientras que Vargas Llosa consideraba la tradicional división

de géneros como algo consumado, y la literatura como una manifestación cuyo abordaje

crítico no podía ser comparado a otras producciones textuales.

El enfoque globalizante de Rama ya entonces empezaba a incluir en su balance

una definición de lo americano, unas manifestaciones culturales y producciones

discursivas que Vargas Llosa no contemplaba y que incluso criticaba. EL novelista

peruano no podía admitir que la definición de escritor como productor y el tratamiento

sociológico de la literatura valiera lo mismo para una película, una teoría filosófica, una

revista de tiras cómicas, un manual de zoología, un catecismo, un reportaje periodístico y

un folleto con instrucciones para el uso de un insecticida3. Dejando de lado la evidente

ironía de estas palabras, que Rama supo rodear, en el fondo sí, era lo mismo. El texto

literario entendido como una manifestación social y no como una obra suelta e

individualista de un genio casual e imprevisible, según la comprensión romántica, debía

ser leído como cualquier otro producto, como una película u otro resultado discursivo que

vendría como consecuencia de los nuevos medios de comunicación y de una cultura que

se encontraba en formación, en efervescencia. Y si las instrucciones del insecticida, como

Vargas Llosa ironiza a la hora de cuestionar lo que considera un enfoque demasiado

amplio de Rama, ejercían alguna influencia quizás debería incluirse en los anales de la

historia de la humanidad. De hecho, la genialidad aparece donde menos se la espera. Un

alcalde de un pueblo del interior del nordeste brasileño, Palmeira dos Indios, elevó a pieza

literaria un informe anual de su ayuntamiento y fue el canal para descubrir uno de los

3 El regreso de Satán. Respuesta a Ángel Rama., 21 de julio, 1972. Págs. 29-31. Pág. 31.

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mejores escritores de la historia literaria del país. Se llamaba Graciliano Ramos. Él

demostró que un escritor y su realidad se esconden detrás de cualquier texto.

Pero lo que inquietaba a Rama no era tanto esos detalles como el enfoque y

el punto de vista, el lenguaje y la ideología del que se valía Vargas Llosa en aquel

momento para analizar una producción americana, porque lo hacía a partir de un lenguaje

de contenido eminentemente romántico que impedía la lectura de una cultura propia,

diferenciada de la europea, de su historia y sus valores. Vargas Llosa entendía el escritor,

según Rama y según su análisis de Historia de un deicidio, como un disidente, y no como

un productor de discursos que canalizase los valores dominantes de su cultura. Una

cultura, como la hispanoamericana, que se encontraba en proceso de definición y cuyas

señas de identidad debían hacerse en un proceso inclusivo de distintas razas y culturas,

es decir, desde el mestizaje y desde lo comunitario, no desde una acción creativa que se

autoproclamaba individualista e irracional. Y es importante señalar que el mestizaje del

que Rama más tarde hablará no era tanto el derivado de la mezcla literal y biológica de

varias etnias, sino aquel ser social que había sido curtido en el contexto del nuevo

continente, y que producía un discurso y un lenguaje que expresaban esa nueva manera

de estar en el mundo, de actuar como un ser que creaba nuevas relaciones en su entorno

y también nuevos productos culturales.

La reivindicación de Rama no era otra sino el progresivo camino hacia la

racionalización de los temas y producciones culturales, incluyendo entre ellos a la propia

literatura. Para él este era el camino de la modernidad.

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