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El día en que la insurrección fue democracia Mientras la ciudad dormía ellos planeaban el golpe. Lo habían intentado 20 años atrás, pero el ejército, en cabeza de un coronel había salvado la democracia. Ese lejano noviembre había dejado en los insurgentes algo más que el rótulo de guerrilleros y asesinos, les había reforzado la convicción en su lucha. Durante 20 años planearon en silencio la segunda parte de aquel fallido golpe de estado. En la fría noche bogotana los comandantes daban las últimas órdenes. La guardia cuidaba muy bien todos los accesos, los perros olfateaban muy bien los carros en los que llegaban los visitantes prohibidos del presidente. Los guardias requisaban muy bien cada vehículo para verificar que no tuviera explosivos, y los francotiradores en el techo vigilaban las calles que rodeaban el palacio. La hora había llegado el comandante mandó a llamar a las tropas que durante meses estuvieron reclutando civiles en Bogotá, todos debían llegar a la Plaza de Bolívar antes de las 3: 00 am. La ciudad despertó derrepente cientos de personas salieron marchando desde todas partes, en sus manos no había armas, al encontrarse en la plaza se las entregarían. La carreta séptima, la calle 19, todas las vías del centro se atestaron de marchantes. Algunos camiones acompañaban la marcha, la policía no sabía que pasaba, no era normal pero hasta ese momento quienes estaban caminando por las calles no causaban problemas. De los camiones, que eran muchos, empezaron a bajar hombres que repartieron en los marchantes cientos de fusiles, granadas, la multitud estaba tan armada como quienes custodiaban la ciudad. Los marchantes se formaron en la plaza, los guardias miraban sin saber que hacer o a quién darle aviso. Fue en ese momento que el comandante evocó las palabras de Galán que años atrás, cuando hacía campaña hacia la presidencia, había dicho – Por la libertad, por la

El día en que la insurrección fue democracia

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De los camiones, que eran muchos, empezaron a bajar hombres que repartieron en los marchantes cientos de fusiles, granadas, la multitud estaba tan armada como quienes custodiaban la ciudad. Los marchantes se formaron en la plaza, los guardias miraban sin saber que hacer o a quién darle aviso. El día en que la insurrección fue democracia

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El día en que la insurrección fue democracia

Mientras la ciudad dormía ellos planeaban el golpe. Lo habían intentado 20 años atrás, pero el ejército, en cabeza de un coronel había salvado la democracia. Ese lejano noviembre había dejado en los insurgentes algo más que el rótulo de guerrilleros y asesinos, les había reforzado la convicción en su lucha. Durante 20 años planearon en silencio la segunda parte de aquel fallido golpe de estado. En la fría noche bogotana los comandantes daban las últimas órdenes. La guardia cuidaba muy bien todos los accesos, los perros olfateaban muy bien los carros en los que llegaban los visitantes prohibidos del presidente. Los guardias requisaban muy bien cada vehículo para verificar que no tuviera explosivos, y los francotiradores en el techo vigilaban las calles que rodeaban el palacio. La hora había llegado el comandante mandó a llamar a las tropas que durante meses estuvieron reclutando civiles en Bogotá, todos debían llegar a la Plaza de Bolívar antes de las 3: 00 am. La ciudad despertó derrepente cientos de personas salieron marchando desde todas partes, en sus manos no había armas, al encontrarse en la plaza se las entregarían. La carreta séptima, la calle 19, todas las vías del centro se atestaron de marchantes. Algunos camiones acompañaban la marcha, la policía no sabía que pasaba, no era normal pero hasta ese momento quienes estaban caminando por las calles no causaban problemas. De los camiones, que eran muchos, empezaron a bajar hombres que repartieron en los marchantes cientos de fusiles, granadas, la multitud estaba tan armada como quienes custodiaban la ciudad. Los marchantes se formaron en la plaza, los guardias miraban sin saber que hacer o a quién darle aviso. Fue en ese momento que el comandante evocó las palabras de Galán que años atrás, cuando hacía campaña hacia la presidencia, había dicho – Por la libertad, por la justicia, por la democracia y por la paz, ¡Siempre adelante, ni un paso atrás¡ Ya no era una marcha, era una estampida que corría hacia el Palacio de Nariño, era una carrera por la revolución. La primera bala salió del ak-47 del Comandante Romeo. Fue el primer disparo que ensordeció la plaza, la candelaria y la ciudad completa. Desde el cañón hasta el pecho del soldado Rivera, esa bala no fue simplemente la que dejó para la historia a este hombre como el primero de muchos muertos que habría esa noche, fue la bala que revivió la historia de los últimos cuatro quinquenios.

Mientras el soldado Rivera se desplomaba y Solórzano daba la espalda para avisar al oficial a cargo, el grito de batalla de los rebeldes daba aviso a los militares de que la carnicería esta vez no la sufrirían ellos. Los civiles que ahora eran insurgentes corrieron hacia la guardia presidencial disparando. La turba entró sin problema, no habría podido ser detenida ni por un batallón completo. Detrás de los civiles armados entró el grueso de la tropa, la guerrilla real, la que venía del monte. La que por más de 20 años se aguantó la corrupción de los de siempre, la oligarquía y la que venía a hacer de la insurrección una democracia. Un francotirador logró ubicar en su mira a Romeo, midiendo el viento y ajustando su tiro pensaba que esta vez sería él quien cargaría en su espalda la gloria de salvar la democracia. Su dedo palpitaba, en cuestión de segundos el líder de la delincuencia sería dado de baja, Sin pensarlo más apretó el gatillo y la bala salió, pero el viento y un sutil movimiento involuntario del comandante guerrillero evitaron que el tiro fuera letal. La bala no le atinó al corazón pero sí fue dañina para la causa, le Perforó un pulmón y dejo la moral del golpe herida de muerte. Respirando con dificultad el comandante siguió instando a sus hombres a seguir adelante, esta no era una batalla personal, era una batalla de un pueblo contra sus opresores.La guardia al ver que quien lideraba a los insurgentes respondió con lo que tenía, los francotiradores en el techo no sabían a quién disparar, por eso el estado fue participe de otra masacre, dispararon a todos los de la plaza, cientos cayeron, pero no los suficientes para detener el ataque. Mientras la tropa tomaba el control del interior del palacio, de las montañas bajaban hombres armados que iban a por el control del resto de la ciudad. Desde su despacho el presidente repetía las órdenes que su homólogo dio 20 años atrás –Tienen que recuperar el control a como dé lugar. Los tanques militares trataron de llegar a la plaza, atropellando a su paso cientos de revolucionarios, pero a la vez amortiguando las balas que a muchos tanques destruyó de nuevo en su intento por, “defender la democracia” A las afueras las órdenes eran sencillas de cumplir para los soldados. -Disparen a todo el que no esté uniformado. Los medios, que no tardaron en llegar, parecían registrar en sus lentes lo mismo que sus colegas dos décadas atrás. Un tanque que a la fuerza intentaba entrar al máximo recinto de la democracia, y un cañón que disparaba indiscriminadamente. Esta vez el tanque explotó antes de poder colarse. Los teléfonos de los medios empezaron a sonar, los insurgentes llamaban diciendo que lo único querían era hacerle un juicio al

presidente. El presidente por supuesto no pensaba dejar que eso fuera así, de manera que la retoma del palacio se intensificó. Helicópteros, como 20 años atrás, llegaban a la terraza desde donde intentaban amilanar a los rebeldes. Esta vez no fue tan fácil. La primera nave aterrizó con éxito, aunque sus tripulantes fueron dados de baja rápidamente. Las naves que venían secundando la misión fueron derribadas por quienes custodiaban el palacio desde las alturas y las casas vecinas. El desespero se apoderó del presidente, parecía el fin del mundo, el enjuiciamiento final. Las calles ya estaban dominadas por civiles armados. El Cantón Norte ya se había sublevado y estaba dispuesto a combatir al presidente para no ser juzgados por los comandantes que llegaban al poder. Con el ejército en contra los únicos que respaldaban al mandatario eran los miembros de su gabinete de gobierno. Los Estados Unidos condenaban el ataque insurgente pero inmersos en su crisis financiera se veían impedidos para darle apoyo militar a un presidente que por sus acciones había perdido todo el respaldo popular. Bajo las indicaciones del comandante Romeo, quien cada vez agonizaba más, los militares fueron en busca del presidente. Para sorpresa de los ellos al presidente lo protegía su familia, sus ministros y un séquito oligarca que se había beneficiado de las decisiones que habían inspirado el golpe. Esos soldados que aún obedecían eran los mismos que el pueblo pedía que fueran juzgados por sus abusos de poder. Eran los mismos que más que ser obedientes al presidente, parecían casados a una ideología de muerte. Algunos fueron capturados por los rebeldes, para poder enjuiciarlos, otros murieron por los tiros revolucionarios que protegían la cruzada que después de 200 años quería liberar la patria, liberarla de los líderes nefastos que hasta ese día habían gobernado.La ciudad parecía una gran morgue, un anfiteatro lleno de cadáveres. Al lado del facho estaba el comunista, lo único que los unía era la muerte. El hedor comenzaba a hacerse insoportable, tan insoportable como las injusticias que hizo de la revuelta un clamor popular. El sol que ya salía, encendía las luces de una noche hizo de la guerra un lugar común. Romeo se unió a la pila de cadáveres, un disparo fue suficiente para segar la vida de quien había dado vida al golpe. Que el asalto al palacio terminara como se planeó ahora estaba en manos de la camarada Lucero, ideóloga del movimiento y experta en explosivos y estrategia militar.Lucero no dejó que sus hombres se amedrentaran por la muerte del gestor de la acción militar. En vista de que sus hombres no llegaban

con el presidente para enjuiciarlo ella misma formó una compañía para ir a buscarlo personalmente. Tardaron un par de horas en llegar, pero no fue fácil capturar al presidente. Al mejor estilo de los bandidos más buscados el mandatario se atrincheró detrás de mujeres niños y ancianos. Cuando lucero llegó prometió respetarle la vida si salía a responder por los crímenes que por ocho años cometió. La negociación tardó horas hasta que por fin salió. Un revolver en su mano lo acompañaba, apuntándose a la sien le decía a la guerrillera que no se dejaría asesinar. Sus ministros, con lágrimas en los ojos pedían a gritos que bajara el arma, el de defensa le decía que ya todo estaba bajo control y se le restituirá el poder en cuestión de horas, la mentira fue la piedra angular de su gobierno y sus ministros estaban bien adoctrinados. Como no era idiota ignoró a todos y al mejor estilo hitleriano apretó el gatillo y dejo su cuerpo como testigo de infamia que por casi una década amedrantó a un país. Las tropas al ver el cuerpo tendido en el suelo dieron un grito de victoria, la revolución había vencido. La insurrección era democracia. Durante un año y unos meses Lucero llevó las riendas de la patria, mientras se llamaba a elecciones en busca de un candidato honesto capaz de acabar la desigualdad social y de enjuiciar a los violentos.

El 11 de septiembre fue la posesión. Rogelio Linares asumió la presidencia de Colombia, y su primera acción como primer mandatario fue capturar a todos los involucrados en la toma al palacio, la violencia no podía ser la solución a las irregularidades sociales, por eso quienes dieron pie a esta nueva democracia serían los primeros en ser testigos de que esta vez no habría indultos para los asesinos. Un nuevo golpe se veía venir.