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EL DIOS DE LA LLUVIA OLMECA Karl A. Taube ORIGEN DEL DIOS DE LA LLUVIA Aunque J. Eric Thompson fue un arqueólogo especializado en la civilización maya del Clásico, sugirió que gran parte de los rituales y los simbolismos de la lluvia mesoamericanos comenzaron con los olmecas: “En mi opinión, el culto a la lluvia, con los colores del mundo, los rumbos característicos y las deidades cuatripartitas derivadas o fundidas con las serpientes, desarrolló su esencia durante el periodo Formativo, y probablemente fue creación olmeca” (Thompson, 1979). Sin embargo, el investigador que más vehementemente defendió el origen olmeca de los dioses de la lluvia mesoamericanos fue Miguel Covarrubias. En el famoso esquema que apareció por primera vez en 1946, Covarrubias atribuía el origen de los dioses de la lluvia –el Tláloc azteca, el Cocijo zapoteco y el Chaac maya– a un prototipo olmeca. Su esquema sigue siendo esencialmente válido, a la luz de interpretaciones y descubrimientos posteriores, excepto por sus ejemplos del Chaac del Clásico maya, que en realidad representa a una montaña zoomorfizada, witz ; este ser, sin embargo, se conjunta temáticamente con el dios maya de la lluvia. RASGOS DISTINTIVOS Uno de los rasgos distintivos de las deidades de la lluvia mesoamericanas es que suelen tener colmillos, rasgo que Covarrubias rastrea hasta el dios olmeca de la lluvia. Según Covarrubias, los colmillos y la boca que gruñe se relacionan con el jaguar, criatura que, por cierto, habita en montañas y cuevas, lugar de residencia legendaria de los dioses de la lluvia. Además de la boca dentada, la deidad de la lluvia olmeca muestra con frecuencia el ceño fruncido y ojos oblicuos que tienden a adelgazarse en los extremos tomando la forma de una L acostada. A veces, los párpados aparecen hinchados, como si el dios derramara lágrimas de lluvia. El Monumento 10 de San Lorenzo, Veracuz, de 1000 a.C. aproximadamente, es un imponente ejemplo del dios de la lluvia olmeca. Sostiene un par de manoplas, objetos que, al parecer, eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Aún hoy en día, en Zitlala y otras comunidades de la sierra de Guerrero, jóvenes ataviados de jaguar con cascos de cuero luchan a puñetazos sobre una montaña sagrada para propiciar la lluvia.

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EL DIOS DE LA LLUVIA OLMECAKarl A. Taube

ORIGEN DEL DIOS DE LA LLUVIA

Aunque J. Eric Thompson fue un arqueólogo especializado en la civilización maya del Clásico, sugirió que gran parte de los rituales y los simbolismos de la lluvia mesoamericanos comenzaron con los olmecas: “En mi opinión, el culto a la lluvia, con los colores del mundo, los rumbos característicos y las deidades cuatripartitas derivadas o fundidas con las serpientes, desarrolló su esencia durante el periodo Formativo, y probablemente fue creación olmeca” (Thompson, 1979).Sin embargo, el investigador que más vehementemente defendió el origen olmeca de los dioses de la lluvia mesoamericanos fue Miguel Covarrubias. En el famoso esquema que apareció por primera vez en 1946, Covarrubias atribuía el origen de los dioses de la lluvia –el Tláloc azteca, el Cocijo zapoteco y el Chaac maya– a un prototipo olmeca. Su esquema sigue siendo esencialmente válido, a la luz de interpretaciones y descubrimientos posteriores, excepto por sus ejemplos del Chaac del Clásico maya, que en realidad representa a una montaña zoomorfizada,witz; este ser, sin embargo, se conjunta temáticamente con el dios maya de la lluvia.

RASGOS DISTINTIVOSUno de los rasgos distintivos de las deidades de la lluvia mesoamericanas es que suelen tener colmillos, rasgo que Covarrubias rastrea hasta el dios olmeca de la lluvia. Según Covarrubias, los colmillos y la boca que gruñe se relacionan con el jaguar, criatura que, por cierto, habita en montañas y cuevas, lugar de residencia legendaria de los dioses de la lluvia. Además de la boca dentada, la deidad de la lluvia olmeca muestra con frecuencia el ceño fruncido y ojos oblicuos que tienden a adelgazarse en los extremos tomando la forma de una L acostada. A veces, los párpados aparecen hinchados, como si el dios derramara lágrimas de lluvia. El Monumento 10 de San Lorenzo, Veracuz, de 1000 a.C. aproximadamente, es un imponente ejemplo del dios de la lluvia olmeca. Sostiene un par de manoplas, objetos que, al parecer, eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Aún hoy en día, en Zitlala y otras comunidades de la sierra de Guerrero, jóvenes ataviados de jaguar con cascos de cuero luchan a puñetazos sobre una montaña sagrada para propiciar la lluvia.