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EL DISCIPULADO

EL DISCIPULADO - ITePE · Y que el discipulado nace siempre y solo donde este absoluto es percibido como tal? Empiezo con la narración de la llamada de los primeros cuatro discípulos

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EL DISCIPULADO

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Una descripción del discípulo:

En un bonito libro sobre el discípulo, don Giovanni Moioli, empieza ofreciendo esta definición: “El discípulo es aquel por el cual el absoluto del hombre es el Reino”. Y luego explica la definición refiriéndose a dos textos del Evangelio:

1. La llamada del joven rico que muestra que el verdadero discípulo está llamado a poner en segundo lugar los bienes materiales respeto al servicio del Reino: Si quieres ser perfecto, tienes que vender todo lo que tienes y regalarlo a los pobres, …. Luego ven y sígueme!”; la vocación de este joven muere porque el sigue estando amarrado a sus bienes, no está en condición de percibir el Reino como un absoluto. Lo considera, verdad, como un valor, hasta que hizo a Jesús la pregunta: “Que tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?”: entonces, la vida eterna le interesa; para la vida eterna está dispuesto a hacer algo, pero no está dispuesto a vender y donar todo. El quiere la vida eterna y algo más, entonces no quiere la vida eterna como un absoluto. No logra hacerse discípulo.

2. El segundo texto es el de Mateo 19,12, un dicho de Jesús en relación al celibato: “Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para eso; otros porque los hombres los incapacitaron; y otros eligen no casarse por causa del Reino de los cielos. Quien puede poner esto en práctica, que lo haga!”. Según algunos comentadores, se trataría de una respuesta de Jesús a las críticas que le hicieron a El en relación a su celibato. El termino “Eunuco” es crudo, ofensivo y designa la persona castrada, impotente; entonces se entiende que el término era usado en forma despreciativa. Probablemente Jesús fue injuriado como un eunuco por sus adversarios por su vida de soltero, del mismo modo con el cual fue acusado de ser un comilón y un bebedor por sus banquetes con los publicanos, prostitutas y pecadores. El contesta presentando dos casos de eunucos que se presentan como desgracias y violencia, solo en un tercer caso es presentado como valor, un caso de impotencia que llega por la presencia dominante del Reino de Dios en la vida de las personas. También en este caso estamos frente a una relativización de un valor reconocido

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(el matrimonio), a favor del valor del Reino experimentado como absoluto! Moioli, entonces, pone la pregunta: donde está el absoluto del hombre? Donde está verdaderamente y absolutamente el hombre? O sea: que valor esta en grado de definir en forma última y absoluta la identidad de la persona humana? El contesta: el Reino, la irrupción de Dios en la vida, la soberania de Dios percibida en toda su intensidad; solo esto puede exigir al hombre una subordinación absoluta. Todo lo demás se mueve en la línea de lo relativo!

A este punto tenemos que hacer otro paso: donde, en concret,o se hace presente el Reino de Dios al hombre? Donde este Reino pone al hombre todas sus exigencias? Y la respuesta es que “el Reino es dado concretamente y esta presente en Jesucristo. El Reino está donde está Jesús. El Reino viene donde vive Jesús. El discipulado nace donde esta presencia del Reino en Jesús es percibida, entonces, donde la adhesión a Jesús asume los caracteres de una decisión total y definitiva. Prácticamente hay un discipulado cuando se percibe y se vive el hecho que el “absoluto del hombre es Jesucristo!”. Una verificación en el Nuevo Testamento:

Estas ideas o tesis de Moioli, son de verdad así?averiguamos con los datos del Nuevo testamento! Podemos decir que, según el Nuevo Testamento el Absoluto del hombre es Jesucristo? Y que el discipulado nace siempre y solo donde este absoluto es percibido como tal? Empiezo con la narración de la llamada de los primeros cuatro discípulos (Mc 1,16-20); es importante precisar la colocación del acontecimiento en cuestión: estamos exactamente al comienzo de la actividad pública de Jesús. Jesús empezó a proclamar el Evangelio: “el plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio!”. “La larga espera que las promesas de los Profetas suscitaron en Israel,se están cumpliendo; Dios se ha hecho cercano a los hombres con la fuerza de su voluntad de rey. Acepten, entonces, la soberania de Dios sobre su vida y confien en la fuerza del Evangelio que se les anuncia!”. Entonces Dios ahora está cerca, no lejano; es activo y operante, no inerte o muy lejos que no intercepta la historia y la vida de los hombres; este es

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el centro de la predicación de Jesús, el Evangelio del Reino, la buena noticia que transforma la vida! En la llamada de los primeros discípulos se manifiesta exactamente la fuerza activa del Reino de Dios, su atracción irresistible! Y como se manifiesta? Concretamente mediante el paso de Jesús: “Pasando Jesús junto al lago de Galilea …”: el acontecimiento es por si mismo banal; no es un discurso fascinante, ni tampoco un milagro excepcional; sencillamente Jesús pasa cerca de unas cuantas personas en la orilla del lago. Pero, este hecho normal, por el hecho de que se trata de Jesús, se hace capaz de alterar todo el equilibrio de la escena. Unos cuantos pescadores están hechando las redes en el mar, otros están reparando las redes: todas acciones normales y cotidianas, pero el paso de Jesús obra una revolución: redes, barco, familia, obreros que hasta aquel entonces constituyen el horizonte de la vida de estos pescadores se abandonan y se impone, prepotente, un nuevo centro de atracción: “vengan conmigo … ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron!”. Es el Reino de Dios en acto que atrae, que arranca desde las costumbre del pasado y ofrece un nuevo punto de referencia y este punto de referencia es Jesús. Es una presencia nueva que interpela no con palabras amables o invitaciones cautivadoras, sino que provoca al cambio y llama al discupulado inmediatamente. Podríamos decir que el discipulado es confiar en forma completa y total en el Señor sin perder tiempo en discusiones o problematizaciones. Podríamos relacionar esta narración con la de la vocación de Abraham en Genesis 12,1-3. Aquí se insiste sobre la necesidad de un abandono exigente: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre!”: tres términos en progresión que manifiestan la radicalidad de la separación; luego una triple promesas que va motivando la separación: un pueblo grande como descendencia, la bendición y un nombre grande. Todo esto es sencillamente la palabra de Dios puesta frente a Abraham y que tienen que arrancar a Abraham de sus seguridades. Esta promesa tiene un encanto tan grande que se deja todo lo demás: “y Abraham partió como le había dicho el Señor!”.

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También en la llamada de los discípulos se habla de separación, pero la mirada es distinta. Los discípulos parten no para alcanzar (lograr) una promesa puesta en el futuro, sino para seguir a Jesús, o sea para experimentar una condición nueva de vida! Las palabras “los haré pescadores de hombres”, no tienen que ser entendidas precisamente como una promesa (o sea un objetivo futuro que justifica las separaciones actuales), sino como una descripción de la aventura que los discípulos empiezan y por la cual están llamados a la misión al sequito de Jesús! Jesús es un pescador de hombres y los discípulos, siguiéndolo, se hacen participes de su condición. Y este es el elemento determinante: estar con Jesús, seguir a Jesús, compartir la experiencia de Jesús. En el Evangelio de Juan se lee: “Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre” (Juan 12,26). Dónde? En los lugares desiertos para orar? En la sinagoga para curar un endemoniado? En el templo a discutir con los fariseos? A lo largo del camino hacia el calvario llevando la cruz? En la gloria del Padre? Sí: en todos estos lugares y también en otros lugares porque lo esencial no es ser aquí o allá, sino el estar con Jesús en donde estamos (Rom 14, 7-9). Es tan decisivo esta relación que hasta en el libro del Apocalipsis, cuando se presentan los 144 mil salvados de la tierra, se dice: “Estos son los que se mantuvieron incontaminados y no se prostituyeron con la idolatría, los que siguen al Cordero a todas partes” (Ap 14,4): el discipulado tiene una dimensión escatológica, o sea definitiva, exactamente en el ser discípulo de Jesús! La relación que se establece entre los discípulos y Jesús es de equilibrio dinámico, como se llama en física: los discípulos poseen calidades, dotes, conocimientos, relaciones, reconocimientos que constituyen el patrimonio personal, pero su centro de gravedad no cae en el espacio constituido de todas estas realidades; el discípulo está proyectado fuera de sí mismo, hacía Jesús (“Vengan conmigo …. Y lo siguieron!”) y encuentra su equilibrio solo caminando, corriendo en forma tal que el lugar de Jesús se haga la direción de su movimiento! Hay un texto de San Pablo que describe en forma mucho mas eficaz esta condición sorprendente del discípulo (Fil 3,4 ss). Aquí, San Pablo presenta

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una cola impresionante de privilegios que el posee, unos por nacimiento, otros por su decisión y compromiso. Luego en vez de gloriarse de todo esto, o sea en vez de poner en este patrimonio impresionante de seguridades su presencia, el escribe: “lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero perdida por amor a Cristo” y describe una existencia transformada en donde la meta es Jesucristo, en donde las seguridades mundanas se han dejado atrás, donde el objetivo es “ser encontrado en Cristo”; este Cristo es el único lugar de su seguridad, la meta única de su corsa. “De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos hasta asemejarme a El en su muerte, a ver si así logro la resurrección de entre los muertos!”. Al comienzo de este extraño estilo de vida, hay una experiencia que Pablo define como “haber sido conquistado por Cristo Jesus”: creo que no haya una imagen más bonita de la experiencia del discipulado según los Evangelios! Discípulos se hacen por elección:

Hay otro elemento ya implícito en lo que hemos dicho en relación a la vocación de los discípulos, pero que quiero clarificar. Podríamos pensar que el discipulado es una decisión que la persona cumple liberadamente cuando entiende que tiene necesidad de un maestro. Así uno se hace discípulo de los rabinos de Israel! Cuando un estudiante, apasionado por la ley, deseaba profundizar su conocimientos se ponia al sequito de un maestro, de un Rabbí y buscaba aprender de él todas las riquezas de la tradición que interpretaba la ley. Empezaba en esta forma un camino que tenia como meta lograr el título de Rabbí por parte del discípulo. Con Jesús las cosas cambian; la iniciativa pertenece a Jesús; es el que pasando llama; a veces rechaza quien quiere seguirlo (Mt 5,18-20. En cada caso, la lógica está dicha explícitamente en el Evangelio según Juan: “no me eligieron ustedes a mi; fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre” (Juan 15,16). El discípulo que sigue a Jesús no espera ni desea un día emanciparse del maestro y hacerse maestro el mismo. Al contrario, el discipulado se hace una

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condición permanente, la realización plena del deseo del discípulo. Vale la norma de Mt 10,24ss y Ap 14,4): “El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su Señor!”. Si nosotros nos preguntamos el porque de esta lógica, tenemos que regresar a lo que decíamos antes: en la relación: discípulo/Rabbí/ley” el valor absoluto es la ley; el Rabbí vale si es experto de la ley y capaz de transmitir el conocimiento; el discípulo busca el conocimiento de la ley y escucha al Rabbí por este motivo. En la relación “discípulo/Jesús/enseñanza”, el valor absoluto es Jesús y la enseñanza sirve en cuanto lleva y empuja a conocer y a obedecer a Jesús. Pensamos en una espresión de Juan 8,31: “Dirigiéndose a los Judíos que habían creído en El, dijo Jesús: si permanecen fieles a mi Palabra, ustedes serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad les hará libres!”: la palabra de Jesús se hace instrumento para realizar la relación personal con Jesús y es en el vivir esta ralación que el discípulo conoce la verdad. No dice, de hecho: “si permanecen fieles a mi palabra, conocerán la verdad”, sino: “serán verdaderamente mis discípulos, entonces, en cuanto discípulos mios, conocerán la verdad!”. La verdad no está solo en lo que Jesús dice, sino en todo lo que El es; el discípulo no busca a Jesús para las Palabras que El dice, sino que escucha las palabras que El dice para encontrar a Jesús! Llamados a una relación personal con Jesús:

A todo esto se relaciona, me parece, una experiencia típica de la persona que encuentra a Jesús: la de sentirse conocido, pensado, buscado, amado por Jesús! El Evangelio de Juan es particularmente claro a este propósito. Pensemos en la Samaritana, cuando Jesús le manifiesta el conocimiento que El tiene de su pasado en Juan 4,18: “Cierto, no tienes marido! Has tenido cinco, y ese, con el que ahora vives, no es tu marido. En esto has dicho la verdad!”. Pero, también pensemos sobre todo en Natanael que Jesús, al primer encuentro, lo califica como un verdadero Israelita en el cual no hay engaño. “Por que me conoces?”(Juan 1,48) pregunta Natanael a Jesús y Jesús le contesta que no necesitas informaciones por parte de nadie en cuanto: “No necesitaba que le informaran sobre los hombres, porque El conocía bien el interior del hombre” (Juan 2,25).

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Estas palabras, el ex Santo Padre Benedicto XVI, las recordaba muchas veces y son significativas: la mirada de Jesús es capaz de penetrar en lo profundo del hombre y de iluminarlo a el mismo. Para entender esto, tenemos que entender y aceptar el hecho de que nadie se conoce profundamente a sí mismo. El hombre para sí mismo es una interrogación, un problema: “Et factus eram ipse mihi magna quaestio”: Decía San Agustin: quién soy? De dónde vengo? A dónde voy? Que cosa estoy llamado a hacer? Que sentido o valor tiene mi vida? Y mi muerte? Bueno: para comprenderse el hombre tiene que relacionarse con las realidades que lo arrodillan, con las personas, las cosas y las situaciones, las decisiones y los resultados de las decisiones y, sin embargo, no se disuelve totalmente su misterio! Solo cuando el hombre se encuentra frente a Dios, el valor de la vida se hace completo y lleno. Pensemos en la vocación de Jeremías en Jer1,5: “Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno de tu madre te consagré, te constituí profeta de las naciones!”. Hay un momento en la vida de este hombre en el cual le llega la vocación de Dios a ser “profeta de las naciones”; pero, en realidad, esta vocación es donada por parte de aquel que conocía a Jeremías, más antes que Jeremías se conociera a sí mismo. La vocación de Dios se hace, en esta forma, iluminante. Puede suceder que, encontrando a Jesús, el hombre perciba, con una claridad única el sentido de su vida, de su persona, de su vocación, entonces de lo que Dios espera de él. Cuando esto se dá, el hombre percibe al mismo tiempo su identidad y el misterio de Jesús como aquel en el cual Dios se hace cercano al hombre. Esta capacidad de hacer el hombre transparente a sí mismo es, en último analisis una característica divina; es de Dios que el Salmo dice: “Señor, tu me escrutas y me conoces; tu sabes cuando me asiento y cuando me levanto”; es de verdad muy significartivo que el encuentro con el hombre Jesús produzca aquel efecto que de por sí es proprio del encuentro con el misterio trascendente de Dios. Escribía Heschel en su precioso libro sobre la antropología que el verdadero problema del hombre es el martirio, saber se exista algo por lo cual vale la pena morir. Solo si existe algo por lo cual vale la pena morir,

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continuaba, exista también algo por lo cual vale la pena vivir y la vida adquiere, en esta forma, un valor. A mi me parece que el encuentro con Jesús ofrezca al hombre exactamente esto: cualquier cosa que se hace en realidad alguno con el cual y para el cual vivir. En esta forma se podría leer el extraordinario versículo que Pablo escribe a los Corintios y en el cual resumió su experiencia de vida en 2 Cor 4,6: “Pues el Dios que ha dicho: brille la luz en la oscuridad, es quien ha encendido esa luz en nustros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios que se refleja en el rostro de Cristo!”: sobre la vía de Damasco, Pablo vió improvisadamente el rostro de Cristo luminoso de la gloria misma de Dios; entendió, entonces, que Cristo es la encarnación del amor de Dios para nosotros; entendió que por Cristo se puede vivir y morir; entendió en forma nueva el sentido de su vida, este me parece ser el valor profundo de la experiencia de “ser conocidos” por Jesús El grupo de los doce:

Creo sea útil decir dos palabras también en relación a la constitución del grupo de los doce (Juan 1,35-51). Es verdad que el grupo de los discípulos es más amplio que el del colegio de los doce, pero es verdad también que, en la perspectiva de Jesús los doce constituyen el núcleo central y el modelo del discipulado. Por qué? Porque naturalmente el número doce se relaciona inmediatamente a las doce tribus de Israel. Aparece, entonces, evidente en la decisión de constituir este grupo, la voluntad de Jesús de recoger alrededor suyo el pueblo de Dios disperso. De hecho, número y nombre de las doce tribus eran muy poco significativos en el tiempo de Jesús. Los acontecimientos de la historia habían disperso las tribus históricas de Israel y quedaba, prácticamente, solo la tribu de Juda. Pero el valor ideal de las tribus permanecía y desde este hecho se puede comprender la decisión de Jesús. Alrededor suyo, enviado desde los últimos tiempos, se reconstruye el pueblo de Dios según las promesas proféticas. Este hecho es importante en cuanto coloca la vocación de los discípulos en una perspectiva amplia. Hemos insistido hasta ahora en el rol central que tiene la persona de Jesús en el grupo de los discípulos y en la

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experiencia de cada discípulo: ser conocido por El. Llamado por El, seguirlo a El, buscar conquistarlo a El, etc… Pero sería un error pensar que el discipulado se cumple solo en una relación emotiva y de amistad con Jesús: Jesús no es la persona “privada Jesús de Nazareth” que el discípulo aprende a visitar y con el cual entretiene relaciones confortantes de afecto. Jesús es la presencia del Reino de Dios en medio a los hombres; es el enviado de Dios que cumple toda la voluntad del Padre; es el Mesías que recoge el pueblo de Dios; es el salvador que ofrece la salvación a todos los hombres. Adherirse, entonces a El, significa adherir y aceptar a toda esta realidad personal de Jesús; significa ser introducidos en el misterio mismo de su misión. Claro que cada discípulo tiene que contestar personalmente a la llamada y tiene que vivir una relación personal con Jesús (de amistad); es muy significativo que de los doce se especifican los nombres; significa que cada uno de ellos está presente en la mente y en el corazón de Jesús, no como número sino como identidad personal. Pero, al mismo tiempo, siendo parte de los doce se construye una realidad de pueblo que por su naturaleza está abierta a todos los hombres. Es el pueblo de Israel; en el mismo tiempo la humanidad entera de los creyentes redimidos. En el Apocalipsis el pueblo de los redimidos es presentado en dos modos: como un pueblo de 144 mil personas: 12 mil por cada una de las doce tribus de Israel; y una multitudes inmensa que nadie podía contar, de cada Tribu, lengua, pueblo y nación. Las dos descripciones que parecen muy distintas (una estrechamente israelita y la otra de carácter universal) pero, en realidad, se equivalen y, unidas juntas, ofrecen la medida verdadera del discipulado: un pequeño grupo, pero que contiene en sí mismo el germen de la humanidad hecha nueva por la presencia y por la obra de Jesús. Escogidos para ser enviados:

Se manifiesta, entonces, la función que los discípulos están llamados a desarrollar en la historia. El Evangelio de Marcos lo expresa en forma más clara con ocasión de la elección de los doce. Jesús dice en Mc 3,14 ss: “Así instituyó a los doce (a los que llamó también Apóstoles) para que

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estuvieran con El y para enviarlos a predicar dándoles poder para echar a los demonios”. Estas dos dimensiones de la experiencia del discípulo (estar con Jesús e ir a predicar y curar) no están separadas entre ellas, por al contrario, se relacionan y se motivan recíprocamente. Jesús es su misión y los discípulos que están con Jesús están también con su misión. La acción Apostólica no aleja a los discípulos de Jesús, aunque sí físicamente los dispersa en cualquier lugar del mundo, sino al contrario hace la relación con Jesús estable y totalizante! Podemos coger como huella para nuestra reflexión el capítulo 10 de Mateo que generalmente es llamado el “discurso del monte”. Realmente, si se examina atentamente el texto, nos damos cuenta que al final del discurso los discípulos no son enviados en misión; es más bien Jesús mismo que “cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí para predicar y enseñar en las ciudades judías” (Mt 11,1). La misión de ellos será inaugurada, según Mateo, solo al término del Evangelio, en la aparición del resucitado a los doce (once) en Galilea. A que sirve, entonces, el largo discurso a los discípulos? Nos acercamos a la respuesta solo si se nota que el capítulo une exhortaciones que pueden ser válidas solo para el período inicial de la Iglesia (como las que limitan la misión a Israel) y exhortaciones que se refieren claramente al período sucesivo; igualmente encontramos palabras que se refieren a los misioneros itinerantes y palabras que se refieren a todos los creyentes, también para aquellos que no predican como itinerantes. Por esta motivación Ulrich Luz atribuye al capítulo un significado fundamental eclesiológico: en este texto, Mateo extiende el ministerio de Jesús en la Iglesia; habla de la Iglesia como la figura de Jesús; por este motivo el texto lo llama “el discurso de los discípulos”, más que el “discurso de la misión”. El concepto de “discípulo (mathetés) enmarca el discurso al comienzo (9,37; 10,1), en medio (10,24-25) y al final (10,42; 11,1). En esta forma el capítulo 10 se hace el paradigma no solo de la misión histórica de los doce a lo largo del ministerio de Jesús, sino de la misión de la Iglesia a lo largo de la historia; y las instrucciones se hacen indicaciones para vivir el

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discipulado en su radicalidad. Vamos a ver, entonces, las indicaciones más importantes! Sobre todo la motivación de la misión de los doce: 9,35-10,1: la raíz

de la misión apostólica es la compasión de Jesús; no permanece indiferente, sino que siente compasión. En los capítulos precedentes (Mt 8 y 9) hemos visto una muchedunbre de personas acercarse a Jesús: eran enfermos, pecadores, endemoniados. Parece que este muestras de las miserias humanas represente, para Mateo, la realidad de la condición de Israel y del hombre en cuanto tal. Se puede hablar del hombre en forma abstracta, resaltando su belleza o inteligencia o sus capacidades; en esta forma nos acercamos al ideal griego de hombre (Kalós kagathós) o sea, integro físicamente, formado intelectualmente , equilibrado espiritualmente. Pero, si se miran luego las personas nos damos cuenta que toda esta riqueza es acompañada por una miseria profunda: enfermedades, errores, vejez, muerte que son dimensiones inevitables de la existencia del hombre; incompleto, opacidad, fragmentariedad marcan su experiencia (fuertes son las expresiones usadas en Mt 9,36!), Jesús lo ve y siente compasión. Por la verdad su compasión parece ser la traducción en sentimientos humanos de aquella compasión que la Escritura reconoce ser una calidad propia de Dios mismo. Pensamos en el Salmo 103,8-16 y en muchos textos del primer Testamento. Pensamos a la narración del Éxodo donde se describe la atención de Dios por la suerte de su pueblo, una atención no solo emotiva sino eficaz, que se hace intervención salvadora potente (Ex 2,23ss). Jesús participa de la compasión del Padre y, empujado por esta compasión, llama a los discípulos para que ellos se hagan participes de su compasión. Una afirmación similar se puede hacer tomando la imagen del pastor. Jesús ve que las muchedumbres son como “ovejas sin pastor” (Num 27,17; 1 Rey 22,17; 2 Cor 18,16; Gdt 11,19; Ez 34,5); por eso enseña a curar y por la misma motivación llama unos discípulos y los envía. En el capítulo 34 de Ezequiel se lee la promesa que Dios mismo irá a apacentar su pueblo y lo sustraerá en esta forma a los pastores

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mercenarios e indignos que, más que preocuparse de la salvación del rebaño, se ocuparon solo de las ventajas que podían sacar! Ahora Jesús llama unos discípulos a prolongar su obra de pastor, a representar su figura de pastor. Se entiende, entonces, que obrar a favor del grey de Jesús no es otra cosa que establecer una relación auténtica con Jesús. Exactamente la profundidad de esta relación empuja a los discípulos a hacerse misioneros, son misioneros porque es misionero Jesús; experimentan compasión para la muchedunbre porque Jesús experimenta esta compasión; anuncian el Reino porque Jesús anuncia el Reino; curan y perdonan porque Jesús cura y perdona. De hecho, la sintonia que se creó entre ellos y el maestro ofrece la posibilidad de que continúen la obra del maestro.

Entonces, los discípulos continúan la misión de Jesús empujados

por su misma compasión. Pero cómo? En Mateo 10,7-8 se dice: “a lo largo del camino proclamen: el Reino de los cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar!”: la observación de fondo es que la actividad de los discípulos encuentra su modelo en la actividad de Jesús y se debe continuar. Es suficiente leer los capítulos 5-7 (discurso de la montaña) y los capítulos 8-9 (sección de los milagros) para encontrar el fundamento de la misión! Los discípulos tienen que predicar y obrar curaciones como Jesús predicó y curó los enfermos (Mt 11,3-6). Las dos dimensiones de la actividad de Jesús y de los discípulos son complementarias y caminan juntas. Cuando se anuncia el Evangelio, de hecho, no se trata de decir solo palabras o de enseñar ideas; se trata de que la cercania del Reino, entonces de Dios mismo, se manifieste en la historia del mundo y pueda ser experimentada por los hombres. Por esta motivación las obras son indispensables: solo a través de éstas se averigua la verdad y la eficacia de las palabras. Tenemos que notar que los milagros de Jesús son todos signos de una misericordia que quiere el bien y la vida del hombre, que lucha

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en contra del mal y en contra de todos los germenes de muerte que hieren la condición humana. El Reino, como hemos dicho, es Jesús; el Reino tiene que manifestarse en la actividad de los discípulos; entonces, Jesús tiene que hacerse presente mediante la obra de los discípulos. Se entiende bien, entonces, que no se trata solo de conferir una autorización jurídicamente válida que pone los discípulos en posesión de un poder de salvación. Se trata, mientras tanto, de hacer actual el acontecimiento Jesús, su presencia en el mundo y en la historia. En los Hechos de los Apóstoles la importancia de la relación entre predicación y obras es evidente. Sería suficiente leer toda la sección que habla de la curación del paralítico en Hechos 3 con lo que sigue: el anuncio del Evangelio y la defensa en el sanidrín.

Una gran importancia, luego, se dá a la gratuidad con la cual los discípulos tienen que actuar: Mt 10,8: “gratis lo han recibido, entréguenlo también gratis!”. Podríamos preguntarnos: porque Jesús dice: “gratis lo han recibido”?: en realidad el discipulado cuesta, requiere una notable serie de renuncias, requiere también un compromiso personal de vida. No obstante dice: “gratis lo han recibido!”. El hecho es que la esencia del discipulado, como habíamos dicho, está en el don que Jesús hace de sí mismo al discípulo y este don es absolutamente gratuito. Claramente, el discípulo tiene que pagar el precio de dejarse aferrar (agarrar) por Jesús; pero esto no es el fundamento del discipulado y no es el camino mediante el cual se conquista la posición de discípulo. La amistad de Jesús permanece un don inmerecido y acogido con reconocimiento lleno. Cuando el discípulo logra tener conciencia, capta inmediatamente la necesidad de la gratuidad: no puede hacer pagar a los demás lo que el recibió gratis. No puede hacer pagar un don que consiste esencialmente en la relación con Jesús! En esto el discípulo de Jesús se diversifica de los discípulos de los filósofos itinerantes. También los sofistas tenian sus discípulos! A

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ellos se enseñaba el uso de la palabra y el discípulo que había acogido la enseñanza, a su vez se hacía maestro. Todas estas personas enseñaban haciendo pagar y uno lo entiende en el sentido que se había fatigado para aprender un arte y vendían este arte a quienes deseaban aprenderla. Pero para el discípulo es distinto. Lo que se le entregó es un tesoro que no le pertenece y que lo hace vivir; predicando admite otras personas a experimentar un tesoro que tiene un valor infinito. La gratuidad no es un precepto moral, sino un precepto que corresponde a la naturaleza del Evangelio. El evangelio puede alcanzar al hombre solo como don; responsabilidad del discípulo es mantener esta dimensión del don en el momento en el cual se transmite el evangelio a los demás!

“No se preocupen ni del oro ni de la plata …”: una de las actitudes más importantes entonces es la pobreza. Sería seguramente superficial aceptar las indicaciones de Jesús a la letra (no podemos tener ni mochilla, ni sandalias para el camino); pero sería también superficial descuidar o desatender por principio estas prescripciones considerándolas superadas, relacionadas solo a los primeros tiempo de la Iglesia. Lo que Jesús quiere obtener es un testimonio creíble para el Reino. Como anunciar la cercanía del Reino de Dios, que significa salvación plena y actual, permaneciendo amarrados a las cosas. Aquí vale la parábola del tesoro escondido en el campo: quien lo encuentra, empujado por la alegría y el gozo, va, vende todo lo que posee y compre aquel campo. Exactamente el hecho que el vendió todo lo que tenía demuestra el valor de aquel tesoro que anuncia! La pobreza manifiesta el valor que se atribuye al Reino no tanto con palabras sino en la realidad. No se trata naturalmente de una pobreza de tipo ascético, que quiere mostrar y robustecer la fuerza de carácter de las personas; es más bien la expresión de una libertad de las cosas que florece necesariamente en quien ha encontrado algo que vale más que las cosas (Fil 4,11-13). A esto se añade una motivación más y es la disponibilidad total al servicio del Evangelio. La preocupación por las cosas, por cuanto son en sí mismas buenas, arriesgan de llenar la atención del discípulo y

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de no dejarle espacio suficiente para el compromiso apostólico. La experiencia demuestra claramente la verdad de esta percepción. Si el discípulo quiere empezar una vida itinerante junto con Jesús no puede traerse consigo muchas cosas y, tampoco, puede seguir en la situación de tener muchas posesiones! Las cosas que poseemos, de hecho, piden, poco o mucho, una atención (a no perderle, a que no nos la roben, a custodiarlas por el degrado, etc….).

El anuncio del Evangelio hace un llamamiento a la libertad de las personas y las pone frente a una responsabilidad grande. En Mateo 10,12-15: el discípulo trae (lleva?) la paz; deberiamos sentir toda la riqueza de gozo, de libertad, de esperanza que es contenida en esta palabra. Es la síntesis de todas las promesas de Dios. Entonces, el anuncio del Evangelio produce la experiencia de la salvación de Dios. Pero, por el hecho que es así grande el don, se hace tremendamente serio el rechazo. Aquí encontramos la aplicación a los discípulos del dinamismo que acompaña el ministerio de Jesús. Nos pasan por la cabeza unas cuantas palabras impresionantes de Juan: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo unigenito para quien cree en El no muera, sino tenga la vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de El. Quien cree en El no será condenado, pero quien no cree ya está condenado porque no cree en el nombre del unigénito Hijo de Dios!”. Dicho en otros términos: la intención de Dios y del Evangelio es una sola: la salvación del hombre mediante su participación en la vida de Dios. Mediante el Evangelio al hombre es ofrecida la vida misma de Dios, pero propio porque está en juego esto, el rechazo sel Evangelio significa privarse voluntariamente de la salvación: Hechos 4,12: “nadie más que El puede salvarnos, pues, solo a través de El nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra!”. El discípulo tiene que ser conciente de este dinamismo que su actividad pone en movimiento (2 Cor 2,15ss). Tiene que tener la pasión de Pablo cuando suplicaba a los Corintios a aceptar la reconciliación con Dios (2 Cor 5); y tiene que tener la

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humildad de Pablo cuando escribía a sus hermanos judíos en Romanos 9,2-3: “Al afirmar que me invade una gran tristeza y es continuo el dolor de mi corazón. Desearía incluso verme yo mismo separado de Cristo como algo maldito por el bien de mis hermanos de raza que son descendientes de Israel!”.

Participes de la pasión de Cristo: Hay un punto importante en la existencia del discípulo que no podemos olvidar y es su participación en los sufrimientos de Cristo: Mateo 10,16-23. Al centro del discurso sobre el discipulado, Mateo puso dos versículos decisivos: “El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su Señor. Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su Señor. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebú, cuanto más a los de su familia!” (Mt 10,24-25): entonces, el discípulo no puede sentirse exonerado de padecer las persecuciones que padeció Jesús. De hecho, una gran parte del discurso es dedicada a desarrollar este tema. El encargo de predicar el Evangelio lleva (trae) consigo el riesgo de la vida; se puede encontrar todo esto en cuatro dichos de Jesús que tienen al centro el tema del temor (vv. 26-27; 28; 29-31; 32-33). Es el temor que agarra el testimonio cristiano cuando tiene que profesar su Fe; la tentación es la de tener escondidas aquellas cosas que necesariamente tienen que ser conocidas por todos los hombres. El discípulo no puede pretender por sí un destino distinto de lo de su maestro; entonces, el miedo, en sí mismo es comprensible, no puede bloquear el testimonio. De hecho solo Dios, decide el destino de la persona, entonces, a El solo tenemos que temer. Por otra parte, el discípulo debe saber que Dios no esta ausente de su vida y de su sufrimiento y se sucederá que debe sufrir, no sucederá casualmente! Dios estara cerca y también el sufrimiento se hará un modo providencial de ofrecer testimonio. En esta línea, el discípulo, tiene que poner como posibilidad también el martirio y es exactamente aquí, en el martirio, que la existencia del discípulo encuentra su cumplimiento. Por dos motivaciones: sobre todo porque exactamente en el martirio la semejanza con Jesús se hace plena y definitiva.

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Escuchamos el Evangelio según Marcos 8,34ss: “Si algunos quiere venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Porque, el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi y por la buena noticia, la salvará”. Era conocida a los antiguos la costumbre romana de obligar a los condenados a la crucifixión a poner sobre sus hombros y a llevar la cruz hasta el lugar del suplicio. Y es a esta costumbre que se refiere Jesús cuando exige del discípulola disponibilidad a recorrer todo el camino del discipulado con la cruz sobre los hombros, como si fuera ya condenado! Claro que el discípulo no busca el sufrimiento: más bien el Evangelio excluye un deseo de martirio en cuanto tal: “cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra” (Mt 10,23); sin embargo, el discípulo encuentra inevitablemente el sufrimiento a causa de Jesús; el sufrir hace parte del discipulado; mejor dicho, se hace lugar de la plenitud del testimonio! También aquí podemos referirnos al Apocalipsis donde se dice a los redimidos que “Ellos mismos lo vencieron (a satanás) por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron, sin que el amor a su vida les hiciera temer la muerte” (Ap 12,11). El sufrimiento para el Evangelio aparece, en esta forma, un elemento esencial en la fisionomia del discípulo. Es significativo, en esta lógica, el texto de 2 Corintios 11,21ss: Pablo se encuentra contstado a propósito de su ser apóstol; se dice que su vocación es tardía y su ministerio secundario respecto a lo de los otros apóstoles. Bien! Como se defiendo Pablo? Presentando un elenco impresionante de los sufrimientos que el vivió por el Evangelio: “Son ministros de Cristo? (claro, los adversarios de Pablo?) voy a decir una inpertinencia: más que ellos lo soy yo! Los aventajo en fatigas, en prisiones, no digamos en palizas y en las muchas veces que he estado en peligro de muerte,. …”: y el texto sigue el elenco! Lo que Pablo sufrió por el Evangelio es el signo de cuan profundo es en él el mismo apostolado. En la misma línea Pablo escribía a los Galatas 6,17: “Y en adelante no me ocasionen más preocupaciones que ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las marcas de Jesús”: estas marcas, nota la Biblia de Jerusalem, son las “cicatrices de los malos tratos soportados por

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Cristo… a los ojos de Pablo estos signos son más gloriosos que cualquier otro signo imprimido (grabado) en la carne!”. Para comprender exactamente esta dimensión del discipulado sería oportuno leer y reflexionar los capítulos 8-10 del Evangelista Marcos. Se presenta el camino de Jesús hacia Jerusalem, un camino profundamente marcado en relación a la cruz. Los discípulos están invitados a entrar ellos mismos en la lógica de la pasión, invitados a seguir a Jesús no solo en el sentido de estar con El en el camino, sino también para entender y compartir la decisión de Jesús: Mc 8,31: “Luego comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que sería condenado a muerte y resucitaría a los tres días!”: es muy conocido como los discípulos se hayan fatigado a entrar en esta lógica, mejor dicho, como de hecho no hayan logrado aceptarlas. Se hace así un tema constante aquel de la incomprensión de los discípulos. Cada vez que Jesús habla de pasión, su reacción es negativa. Pedro:”lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo” (Mc 8,32); todos los discípulos: “no entendían lo que les hablaba, y tenían miedo de preguntarle que quería decir!” (Mc 9,32) y “continuaron el camino subiendo a Jerusalem, y Jesús marchaba delante de ellos. Los discípulos estaban desconcertados y los demás que lo seguían tenían miedo. Otra vez Jesús reunió a los doce para decirles lo que le iba a pasar!” (Mc 10,32). La comparticipación de la experiencia de Jesús, que es esencial para la definición del discípulo, llega también a comprender la comparticipación de su sufrimiento y de su cruz. Es evidente a todos los lectores del Evangelio, de hecho, que la cruz no está presente en la vida de Jesús como un acontecimiento contingente que habría podido faltar! Para nada! Como consecuencia, también en la experiencia del discípulo la cruz asume el mismo valor. Estamos frente no a un elemento accesorio, sino a una dimensión esencial! Conclusión: empezamos con una provocación de Moioli que presenta el discípulo como aquel por el cual Jesús es el absoluto. Creo que la lectura de los Evangelios nos haya ayudado a ver como efectivamente la figura del

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discípulo cristiano se especifique en la relación con Jesús por el cual el cristiano asume la forma. El discípulo encuentra en Jesús el centro de su vida; contesta a una llamada suya; encuentra frente a Jesús el valor y el sentido de su vida, comparte la misión de Jesús en sus motivaciones, en su contenido y en su estilo; asume también el sufrimiento de Jesús y el martirio en las posibilidades concretas de su vida. Todo lo restante tiene su medida en esta relación con Jesús, entendido como la verdad, entonces, la medida absoluta de las cosas. Podemos terminar esta reflexión con las mismas palabras del Padre Moioli que dice: “la figura característica del creyente cristiano es especificada por su relación a un personaje reconocido como la verdad, como el absoluto, el único. Y este personaje, es referencia a Jesucristo, desde el cual toma marco (contorno) nuestra vida, nuestros criterios y los juicios de nuestras actitudes!”.