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El Duque

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Concurso de Relatos 2015

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El DuqueConcurso de Relatos 2015http://tres-dias-de-kvothe.foroactivo.com

El Duque

Prólogo

Maroon corría por el bosque a toda velocidad. Las afiladas ramas de los zarzales le arañaban los brazos, las piernas y la cara, pero lo único que le importaba en ese momento era correr. Se ocuparía de las heridas más tarde.

Los Lobos le pisaban los talones.Debía haber hecho caso a su padre, no debía haber salido del pequeño

palacete. Pero tenía hambre. Y sus hermanas pequeñas también. Y su madre, y su padre, y los criados, incluso los pocos animales que quedaban estaban famélicos.

Los Lobos habían arrasado sus cosechas y habían acuchillado a sus campesinos, habían quemado aldeas y arrasado las tierras, lo habían devastado todo.

No les quedaba nada que llevarse a la boca, y por eso Maroon había salido a cazar junto con los tres criados que habían tenido el valor de acompañarle.

Ya estaban muertos. Y él no tardaría en correr la misma suerte.Escuchó caballos a sus espaldas, e instantes después fue derribado con

un potente golpe de alabarda. Oyó risas y distinguió el pálido fulgor del acero alzándose por encima de su cabeza. Levantó la mano izquierda en un intento desesperado de parar el golpe, y esta fue cercenada con un brutal golpe. La vió caer a su lado, con el fino anillo que le reconocía como miembro de la familia Greyhaer, de oro adornado con pequeños rubíes. Pronto adornaría la mano de algún Lobo.

Escuchó el crujir del cuero. Distinguió una lanza descender hacia su pecho.

Luego no pudo ver ni escuchar nada más.

Ruidos sordos

La noche había tendido su negro manto sobre el pueblo.Eso era bueno.La densa negrura la amparaba mientras cabalgaba sutilmente hacia La

Casa Roja, la única taberna que quedaba abierta en Ferrawell y en kilómetros a la redonda.

Por esa razón había extendido sus servicios a hostal, burdel, sala de juego y lugar de intercambio de artículos de dudosa procedencia.

Antes era un antro. Y ahora era diez veces peor. Pero no le quedaba alternativa.

Ella era mercenaria, y aunque todo el mundo pensase que era ruda y arisca como una amapola, en realidad era muy delicada.

No aceptaba trabajos comunes, como escoltar carros de trigo, o montar guardia en la puerta de algún grasiento mercader, no. Ella era mercenaria, con todas las letras, y, aunque rayase la vanidad, era de las mejores.

Ella había provocado que el pobre Barón Rato se resbalase, causándole una caída mortal, y que la duquesa Faerisa fuese ahorcada por un amante despechado. Ella había hecho desaparecer la Espada del Triunfo y había eliminado de un soplido a quince aspirantes a la corona de Atur.

Aunque, todo hay que decirlo, eran aspirantes muy remotos.Por todo eso y mucho más le asqueaba tener que hospedarse en un

simple burdel, pero, desgraciadamente, no tenía alternativa.         Andaba corta de ahorros, y por esa zona seguro que había trabajo para

ella.¿Por qué? Por el Duque de Gibea. Estaba armando mucho revuelo.Había contratado a un grupo de bandidos apodados “Los Lobos”, que se

encargaban de suministrarle las mercancías que requería para sus experimentos. Además, pagaba una moneda de plata por toda clase de cuerpos frescos y una de cobre por cualquier cadáver reciente. Eso estaba atrayendo a un sinfín de ladrones y forajidos de tercera, además de aumentar el número de robos, asesinatos y violaciones.

La mayoría de campesinos de los alrededores habían caído ya bajo las zarpas de los Lobos y solo unos pocos habían conseguido huir, incluso algunas muchachas habían decidido buscar trabajo y amparo en lugares como la Casa Roja. Los precios habían bajado mucho.

Pronto acabaron con todo ser viviente que caminase a dos patas por los alrededores, y tuvieron que irse a buscar más lejos. Pero algunos no quisieron hacer ese esfuerzo y empezaron a saquear las tierras y las gentes de los nobles de baja alcurnia.

Eran Lobos, les daba igual los títulos, la mercancía era mercancía.Y ahí es donde entraba ella.Había oído que muchos de esos noblecillos habían sobrevivido, y que

estaban furiosos. Por esa razón, el Duque se estaba rodeando de los mejores mercenarios

que podía pagar con oro para que le sirviesen de escolta personal.Ella era mercenaria. Se la podía pagar con oro. Y era de las mejores. Se apartó un fino y rizado pelo de la cara y siguió con su camino.

Un buen trago de vino

Ya llevaba allí varios días. Al principio el ambiente del lugar la había repugnado, pero poco a poco

se había ido acostumbrando, incluso había llegado a considerarlo agradable. Si se considera agradable el olor a humo, alcohol, denner y sexo, claro.

Estaba sentada en una mesa algo apartada, tomando una copa y observando a las putas llevarse clientes a las habitaciones, y a estos salir recolocándose los pantalones.

Hacía unos minutos había habido una pelea entre dos adictos por el poco denner que les quedaba en los baños, pero cosas así no resultaban extrañas en aquel tipo de lugar, y en unos pocos segundos el dueño los echó y nadie giró la cabeza interesado.

La mujer, acalorada por el vino, se quitó la capa y la colgó en la silla, se levantó y fue guardando en su macuto cada uno de los cuchillos que llevaba con ella, menos el de la bota, ese siempre lo conservaba por si acaso, y volvió a sentarse. Aunque en una lucha cuerpo a cuerpo le sería tan fácil ganar como quitarle un caramelo a un niño, pues ella era Adem.

Conocía el Ketan, lo dominaba, lo llevaba dentro, corría por sus venas y se mezclaba con su sangre.

Ella valía por cuatro hombres.Dejó el macuto junto a sus pies y se peinó distraídamente su sedoso

pelo, haciéndose una trenza. Cualquiera que la hubiera observado se habría fijado en que su ropa no

era propia de cualquier Adem que hubiera conseguido el rojo, pues ella no lo vestía. Las manos con las que volvió a coger la copa eran elegantes, de largos y rectos dedos, y su piel era blanca, suave y con el brillo níveo de una mañana de invierno. Su cara era menos inexpresiva que la de cualquiera de los suyos, pero seguía siendo impasible, como si nada de lo que ocurriera fuera con ella.

Después de terminarse su quinta copa se levantó, se colgó la capa al hombro y el macuto a la espalda, y se acercó a la barra.

Tras charlar tranquilamente con Otto durante un par de minutos, y entre risas negar por sexta vez la compañía de alguna de sus chicas, pagó sólo por una noche y un desayuno más.

Llevaba allí ya demasiado, y pese a las habladurías, aún no había aparecido nadie que buscase buenos mercenarios. Esperaría un día más, y después se marcharía.

Después de darle las buenas noches a él y a sus chicas, con las que había hecho muy buenas migas, subió a la habitación que tenía reservada, tendió su macuto en un rincón, guardó el cuchillo bajo la almohada, se soltó el pelo y se quitó las botas

Luego, se desplomó sobre la cama. Mañana sería otro día.

A oscuras

Maroon despertó en medio de la nada.Tenía frío.Y hambre.No recordaba nada de lo que había ocurrido.Intentó abrir los ojos. No, ya los tenía abiertos, en donde quiera que estuviese no había ni una

pizca de luz.¿Estaría muerto?Parecía muy probable. Posiblemente los muertos se quedasen vagando

en esa inmensa negrura hasta el fin de sus días.Pero no, el no podía estar muerto, pues sentía el hambre y el frío

contraer sus entrañas.La mano.Ya no estaba.La había perdido.Y de repente se acordó. Se la habían cercenado, los Lobos, el estaba

intentando conseguir algo de caza, su familia tenía hambre, su padre se lo había advertido.

Sintió como un gran peso se instalaba en su estómago.No estaba muerto. El hambre, el frío, y el suelo que notaba bajo sus pies

descartaban esa posibilidad.La única otra opción que podría ser factible le aterraba.Estaba prisionero en las mazmorras del Duque.Lo iban a usar como conejillo de indias.Le abrirían en canal y le extirparían los órganos. De repente, la posibilidad de estar muerto le resultaba mas tentadora

que nunca.Intentó incorporarse, pero unos firmes grilletes le mantenían sujeto a la

fría pared de piedra.Abrió la boca para decir algo, pero se contuvo. A lo mejor se habían

olvidado de él. Sería mejor estar en silencio, era más seguro.Y así se quedó, tumbado contra las losas de la pared, agachado,

hundido.Después de lo que a él le parecieron días, se hizo la luz.Una pesada puerta de roble reforzada con placas de acero se abrió a

varios metros a su izquierda.Parpadeó rápidamente para acostumbrarse a la claridad, y los ojos le

quemaron y lagrimearon. Ahora que una débil luz iluminaba la estancia, pudo observar que se

encontraba en medio de un largo corredor de piedra, esposado a la pared. La estancia tenía una leve inclinación hacia el centro, donde un canalón se encargaba de llevarse los desperdicios humanos. A ambos lados suyos y en el muro que se encontraba frente a él, había medio centenar de harapientos hombres encadenados todos con grilletes de piedra. La mayoría miraba aturdidos alrededor, pero muchos no levantaban la cabeza. Probablemente sus historias eran parecidas a la suya.

Aprovechó ese instante de claridad para observar su mano, ahora inexistente. Se la habían amputado hasta la muñeca, donde el muñón, mal curado, estaba lleno de pus y despedía un apestoso olor acre.

Maroon sintió ganas de vomitar.Y lo hizo. Inmediatamente, el canalón se lo llevó lejos, cumpliendo su

tarea.Unos guardias fuertemente armados entraron en la estancia. Les

miraron con arrogancia y con asco, y le abrieron paso al que parecía ser su jefe.

-¡Muy bien, asquerosas ratas, escuchadme! –Maroon giró la cabeza hacia él, pese a que la claridad le seguía cegando- ¡Vamos a quitaros esos bonitos grilletes, y vosotros no vais a intentar nada! ¡Después haréis una fila en medio de la estancia y nos seguiréis de manera tranquila y ordenada! ¿Me habéis oído?

Nadie respondió.Maroon tragó saliva, estaba seguro de que se acercaba su hora.

Después de soltarles, les llevarían a que el Duque les operase vivos, y luego tirarían sus cadáveres a una fosa. Estaba seguro.

Los guardias empezaron a desencadenar presos. La mayoría se desplomaban sobre el suelo, y se masajeaban las muñecas. Después de levantaban a duras penas y formaban en el centro. Pero otros caían y no se levantaban. Esos recibían una patada de parte de los guardias, y si seguían sin reaccionar, les cortaban el cuello. Las cabezas rodaban hasta el canalón y se mezclaban con las heces, mientras los cuerpos se convulsionaban aterradoramente. Otros ya estaban muertos, cuando les acuchillaban, no tenían reacción alguna.

Y le llegó el turno a Maroon. Cuando el guardia le quitó los grilletes, se quedó tumbado sobre el áspero suelo, hasta que recibió la patada. Estaba decidido a seguir allí inmóvil, prefería que lo decapitasen a sucumbir a manos de unos científicos locos de manera atroz. Pero cuando el guardia desenvainó el arma dispuesto a seguir con el protocolo, un miedo tenaz se instaló en las entrañas de Maroon, el miedo a morir. El no era un cobarde, nunca lo había sido, pero en ese lugar de pesadilla hasta los hombre mas fuertes decaían. Aterrado se levantó a duras penas, con el horror pintado en el rostro, y el guardia le dedicó una espantosa sonrisa irónica.

Luego, formó fila junto a los otros.Cuando hubieron terminado con todos, volvieron a abrir la puerta y les

sacaron a los pasillos. Allí había una interminable lista de puertas iguales a la suya, probablemente con salas llenas de presos dentro.

Estuvieron caminando durante media hora, durante la cual ninguno de ellos opuso resistencia.

Y cuando terminó el trayecto, vieron a donde se dirigían.Al principio la luz del sol les cegó, pues era mas intensa que la de los

pasillos oscuros por los que habían estado caminando todo ese tiempo.Cuando por fin se les enfocó la vista, contemplaron cual sería su tarea.

El Duque no les iba a utilizar como conejillos de indias por el momento, pues tenía reservada otra horrible labor para ellos.

Desolados, contemplaron un patio lleno de cadáveres, apilados hasta formas montones de varios metros de altura. Veinte carros y treinta palas estaban colocados contra la pared, cerca de los cuerpos putrefactos.

Maroon ya se imaginaba cuál iba a ser su cometido.Y así terminó el día, durante el cual cavaron veinte fosas en un

embarrado terreno, y trasportaron varios cientos de cuerpos mutilados. La mitad de ellos no cumplió con las expectativas de los guardias, y fueron llevados a otros lugares. No mataron a ninguno. Probablemente les esperaba un final peor.

Maroon estuvo a punto de desmayarse unas cuantas veces, el muñón infectado le picaba y le dolía a mares, pero apretaba los dientes y continuaba con su trabajo. Por suerte para él le tocó el trabajo de los carros, se los enganchaban al torso con una especie de tiro modificado y tiraban hasta que el carro empezaba a moverse, o morían en el intento. Al parecer ellos eran más baratos que las bestias de tiro.

Cuando terminó la jornada, les llevaron a un barracón, en el que había doscientos presos más, y les dieron un odre medio vacío de agua y un chusco de pan duro a cada uno.

Así fue el primer día de Maroon en los dominios del Duque, el primero de los catorce que pasó allí. Cada noche, veinte presos menos volvían a los barracones.

Reunión clandestina

-¡Calma, señores, calma, calma! –dijo individuo alto y de aspecto desgarbado.

-¡No me pidas que me calme, maldita sea Fergund! ¿Has oído lo que ha dicho, tú lo has oído?

-Me has entendido mal, Skeiss –se disculpo un hombre enjuto y con ojos de ratón.- Yo no digo que no, yo no me opongo. Lo único que digo es que porqué es necesario liberarlos...

-¡¿Qué porqué?! ¿¿Pero tu eres idiota?! –el Conde Greyhaer era un hombre poderoso, y no le costó nada derribar al señor con ojos de ratón.- ¡Mi hijo está ahí dentro, y la mitad de los habitantes de este pueblo también! ¡¿Acaso se te ha olvidado?!

El hombre con ojos de ratón recogió los pequeños anteojos que se le habían caído al suelo con la caída, se acomodó las ropas y se levantó.

-No se me ha olvidado, Skeiss –habló con voz pausada.- Mi sobrina fue humillada por esos cerdos, eso lo recuerdo, y también que luego la degollaron. Pero liberarlos es un riesgo innecesario, si eliminamos primero al Duque, luego podremos sacarlos sin necesidad de batallar.

Un hombre gordo y con pinta de posadero le habló al enjuto y con ojos de ratón.

-El Duque es un hombre vengativo. Tiene muchos recursos a su alcance, mientras que nuestra economía es muy limitada. Sin descontamos los principales gastos, apenas nos quedan trescientas iotas con las que contratar un mercenario. Este mercenario será un hombre mortal, que puede fallar en cualquier momento. Imagina que le Duque le descubre. Imagina que le ejecuta. Imagina que consigue hacerle hablar antes de eso y suelta de parte de quién va. ¿Qué crees que es lo primero que haría?

El hombrecito de ojos de ratón se quedó en silencio.-Exacto, ejecutaría a nuestros familiares. Tampoco son tantos, a él no le

importa perder unos cuantos hombres, tiene de sobra para sus experimentos. Si eso ocurriese, te quedarías solo, y lo sabes bien, Marcus.

La estancia entera se sumió en el silencio.-Gracias Otto, me parece que le has convencido –dijo el hombre que

pedía calma.- ¿Estamos de acuerdo con el plan señores?Todos asintieron.-Un momento, un momento –dijo un hombre flaco y nervioso.- Si he

entendido bien, en teoría el mercenario se encargaría de liquidar a “nuestro objetivo” –soltó una risita después de eso.- ¿Cómo sabremos que el mercenario cumple con su misión y no nos traiciona por un puñado de monedas de oro?

-Ese riesgo existe –respondió el gordo.- Pero me parece que tengo a la persona ideal. Confiad en mí.

-Bien, bien –respondió el nervioso.- ¿Y quién se encargará de los prisioneros, entonces?

-Hemos contactado con un hombre muy cercano al Duque, que está horrorizado con los experimentos que allí se llevan a cabo. Él se encargará de esa parte de el plan.

-¿Es de fiar?

-Casi tanto como tú.-En ese caso, vamos apañados –el hombre nervioso sonrie.Todos rieron, se intercambiaron despedidas, y salieron del lugar.

La calma antes de la tormenta

Los primeros rayos de sol la despertaron por la mañana, día en el que, vista la poca suerte que había tenido, viajaría al próximo pueblo que le ofreciera el camino. Necesitaba un nuevo cliente, ya casi no le quedaba dinero en la bolsa, pero visto lo visto ese no era su ciclo.

Después de vestirse y colocarse todos los cuchillos, bajó a desayunar: salchichas y un huevo con pan recién hecho. También pidió un scutten para acompañarlo todo. Tenía que aprovechar la buena comida cuanto pudiera, pronto vendrían tiempos peores.

Valeria y Mía le acompañaron en el desayuno, la primera aún no tenía ningún cliente y la segunda era compañera de profesión, que había llegado a aquellos lares de la misma manera que ella, atraída por el rumor y el destello del oro. Charlaron de temas sin importancia, y rieron a carcajadas escuchando las historias que Valeria contaba sobre cosas que había tenido que hacer para cumplir fantasías sexuales y todos los hombres que había visto correr medio desnudos escapando de sus parientas o incluso los que saltaban por las ventanas para huir de ellas, olvidándose la ropa en la habitación.

A lo largo de la mañana el local se fue atestando poco a poco, y las conversaciones, murmullos, risas y el tintineo de las monedas comenzaron a llenar la habitación.

Emalee seguía sentada, ahora solo con Mía, y juntas compartían el silencio y la desesperación, a la espera de que apareciera alguien que las contratara. Normalmente no tenía tanta paciencia, ayer mismo estaba segura de que se iba a ir nada más terminar de desayunar, pero sentía del Lethani quedarse unas horas más.

Alzó la mano y le pidió una vaso más de cerveza a Otto. Después se marcharía, lo había decidido. Mía se mostró de acuerdo en su decisión, ella también haría lo mismo.

Charlaron un rato.Emalee miró apesadumbrada la jarra. No quedaba ni la mitad.Y en ese momento, un destello rubí captó la atención de ambas.

Con las manos manchadas de sangre

Le dolía la espalda de estar inclinado sobre la mesa de operaciones.Pero era un mal menor.No podía dejar ahora su trabajo.-Tenazas -pidió.Uno de sus ayudantes le pasó un extraño instrumento de metal forjado,

parecido a unas tenazas, pero con mayor longitud.El cuerpo gritó y se convulsionó sobre la mesa. Tiró brutalmente de las

cinchas de cuero que le mantenían sujeto a la mesa, intentando soltarse en vano. El Duque sostuvo las tenazas ante sus ojos, observando la muela sangrante que acababa de extraer.

-¿Señor? -dijo un alto y estirado caballero desde la entrada del laboratorio. El pálido fulgor de las antorchas podría hacer pensar que estaba pálido como la porcelana, pero aunque pudiese aparentar lo contrario, por dentro era impasible y frío como una estatua. El dolor ajeno le era indiferente. Por eso era el capitán de la escolta del Duque.

-Un segundo, Boggar -respondió sereno el Duque.- Guardad la muela en salmuera y almacenarla en el apartado 62. Etiquetarla con la siguiente anotación: “Ejemplar joven, 34 años de edad, sano, el diente presenta una ligera picadura en la parte superior frontal, se intentó una limpieza a base de ácido base y hierbas, sin resultado alguno. Se almacenará con la intención de observar el avance de la caries” -dictó a sus ayudantes. A continuación, se deshizo de los guantes empapados de sangre y se quitó el delantal de cuero.- Dime Boggar, ¿que deseas?

-Dinero, señor. Ya se han agotado las tres sacas que me proporcionasteis para que contratase a su escolta, señor, y…

-¿Cuántos conseguiste? -le interrumpió seco el Duque.-Diecisiete señor.-¡Maldita sea! -el Duque agarró un frasco de cristal y lo estampó contra

la pared.- ¡Son demasiados pocos Boggar, necesito más, más! ¡Ya escuchastes lo que me dijeron ellos, van a venir a por mí, puede que no hoy, ni mañana, pero vendrán, seguro que vendrán! -Boggar asistía a la escena impasiblemente. El Duque se derrumbó vencido sobre una silla.-¿Cuánto más necesitas?

-Un par de sacas serán suficientes.-Bien, pídeselas a Eskel, dile que te he dado mi consentimiento.-Muy bien señor. Antes de que caiga la noche estaré aquí con más

mercenarios, señor. -Bien Boggar, puedes retirarte.

Por cuatro hombres vale un Adem, sobre todo si es mujer

Emalee esquivó el puñetazo.Era el séptimo mercenario con el que peleaba, y el séptimo al que iba a

ganar, eso seguro.Dio un paso atrás y se movió casi imperceptiblemente hacia la derecha,

ejecutó Hoja que Gira y cuando encontró un espacio libre atacó con Romper León. Listo.

-¿Alguien más quiere morder el polvo? -exclamó mofándose mientras veía como el pobre hombre era ayudado a levantarse.

Habían visto cómo peleaba con cuatro hombres a la vez y como otros tres más por separado se habían atrevido a luchar contra ella.

Nadie pudo ganarla: eran lentos, pesados, y con pocos reflejos. Mercenarios de poca monta.No le gustaba hacer tanto espectáculo, pero lo necesitaba para

conseguir impresionar al hombre que había venido buscando alguien a quien contratar.

-¡Tú! -la dijo este. Era alto, y mostraba un semblante serio y alicaído. Lucía un anillo de oro con incrustaciones rubí en la mano derecha.- Lo que dicen de ti es cierto. Vente conmigo.

Emalee se ofendió. Nadie la hablaba de esa forma.-Perdone, pero soy una mercenaria, no una simple ramera. Tráteme con

respeto -le espetó Emalee. Se dirigió hacia la barra y depositó allí dos monedas.- Siento todo el desastre, Otto. -Se disculpó dirigiendo la mirada a las sillas rotas y a la sangre del suelo.

-Tranquila hija, ahora le digo a la parienta que lo limpie, -le guiñó un ojo y deslizó las dos monedas de vuelta a Emalee- tú vete a cerrar tu trato –esto último lo dijo con una sonrisa.- Además, tu no has roto todo eso, han sido esos brutos por caerse encima -y tras decir eso estalló en carcajadas.

-Gracias, eres el mejor -Emalee recogió las monedas y se volvió hacia la salida.

Dirigió la mirada hacia Mía, que se había mantenido apartada en un rincón, no había querido participar en la pelea. Le hizo un pequeño gesto con la mano, a modo de despedida, y ella le correspondió con una sonrisa.

Después, recogió el macuto que había dejado apoyado en una silla antes de la pelea, y fue con el espigado hombre que requería de sus servicios.

Este le abrió la puerta y se internó en la fría mañana invernal.Tenía un encargo que cumplir.Aunque en ese momento no tenía ni idea de que podía tratarse.

Apariencias

Mía observó a Emalee partir.Ella sabía quién era ese hombre.Había visto el brillo de las joyas en sus dedos, no le interesaba el trabajo

que él le pudiera ofrecer. Era demasiado arriesgado, y pagaban demasiado poco. Además, sospechaba que Emalee se acababa de unir al bando perdedor de la partida. Sintió lástima por ella. Le caía bien.

Recogió su macuto, que estaba tirado junto al lugar en el que momentos antes había estado el de Emalee y miró distraídamente por la ventana cómo nevaba mientras se peinaba el fino pelo, costumbre de cuando era pequeña, y terminó de un largo trago su cerveza. Tuvo la tentación de eructar, pero se contuvo, pues ella era una dama.

Pasó el tiempo.Debía irse.Pero tenía una corazonada.Y por fin, el hombre al que estaba esperando, entró en la estancia

buscando mercenarios que se pudiesen pagar con oro.Ella era mercenaria.Y se le podía pagar con oro.Esbozó una leve sonrisa.

Necesario

Maroon tenía el pecho en carne viva de tanto arrastrar carros.No aguantaría más, lo sabía. La herida del brazo se le había

gangrenado, y despedía un fuerte olor podrido. Si no moría a causa de las heridas del pecho o del esfuerzo sobrehumano que estaban llevando a cabo, moriría a causa de la infección.

De los doscientos que había en el barracón, solo quedaban sesenta. Cada día, sustituían a los caídos por nuevos hombres traídos de las mazmorras. Muchos se suicidaban. Se golpeaban contra la pared hasta la muerte. Si hubiese sábanas habrían podido ahorcarse con ellas, pero no tenían ni camas. En el barracón no había nada, solo cuatro paredes de piedra y una puerta. Ni una mísera venta, ni una antorcha. Cuando cerraban el portón, la estancia entera se sumía en la penumbra.

La comida era siempre la misma. Pan seco y un odre de agua. Si perdías el odre perdías el agua. Si perdías el agua perdías la vida.

Maroon estaba cansado. No sabía que esperaba. Suponía que lo único que quería era sobrevivir, era un impulso animal, pues era consciente de que cuando ya no les fuese útil, acabaría en el laboratorio del Duque, al igual que los otros.

Se había planteado lanzarse de cabeza contra un guardia, esperando que le matase. Pero era demasiado arriesgado, lo mas probable era que el guardia le dejase tullido y luego le torturasen. Ya les había visto antes hacerlo. Si les parecía que la actitud de algún preso no era la correcta, le mataban. Aunque antes de eso le cortaban los miembros, o les sacaban los ojos de las cuencas, o simplemente les despellejaban y les arrojaban al foso. Dependía del humor que tuviesen ese día.

Maroon siguió tirando del carro, apretando los dientes e intentando hacer caso omiso al dolor.

En el campo reinaba el silencio. Solo se escuchaban las risas de los guardias, y el andar de los carros llenos de cadáveres. Ninguno de sus compañeros de barracón hablaba nunca. Él tampoco lo hacía. Algunas veces se cruzaban alguna mirada, una mirada llena de temor, horror, cansancio y pena. O peor aún, se miraban y no encontraban rastro de cordura en los ojos del otro.

Por eso a Maroon no le costó escuchar la conversación que mantuvo aquel anciano con los guardias. Este iba bien vestido, se notaba que era de dentro, no un objeto para experimentos. Probablemente fuera uno de los ayudantes del Duque.

-¡Tú, sí, tú! –le dijo el anciano a uno de los guardias.- ¿Eres el encargado de esta sección?

-No –respondió ese.- Jenkins está ahí dentro, al lado de una botella de vino y una hermosa muchacha –rió.- Espera que le llamo, supongo que no querrás ver lo que está pasando dentro de esa habitación –volvió a reír con aquella risa gutural que Maroon había escuchado tantas veces.

El guardia fue a buscar a ese tal Jenkins. Este volvió al cabo de un rato, anudándose los pantalones.

-¿Qué quieres? –preguntó seca y despectivamente, mientras miraba al anciano de arriba a abajo.

-Mis ayudantes se mataron ayer por la noche. Necesito dos nuevos.

-¿Se mataron? ¿Y como si puede saberse? –Jenkins soltó una sonora carcajada.

-Al parecer se pusieron de acuerdo, encontramos a ambos con una de mis plumas clavadas en la garganta.

Jenkins volvió a reir.-A lo mejor discutieron por ver quién de ellos te la chupaba primero –

exclamó de improviso, volviendo a reír, mientras los demás guardias prorrumpían en risas despectivas.

El anciano tomó un tono carmesí y exclamó indignado:-Yo no uso así a mis ayudantes.-¡Pues a lo mejor deberías, estoy seguro de que no lo catas desde hace

al menos noventa años! –llegados a ese punto, no se escuchaba otra cosa en el patio a parte de las risas.- ¿Quieres que te preste a la muchacha, para que te dé un poco de alegría? –Jenkins se dobló por la cintura, y tuvo que sostenerse en uno de sus hombres para no caer. A muchos les pasaba igual, la risa no les dejaba mantenerse en pie.

-¡Basta ya! ¡Silencio! ¡Soy el escriba del Duque, y vosotros solo unos míseros cerdos sin rango! ¡Como continuéis con vuestras chanzas, os juro que pagaréis por ello, a él no le importa perder a seis mierdas de su zapato!

Las risas se acallaron inmediatamente.-¿Qué has dicho, anciano? –el tono de Jenkins era ahora venenoso.

Escupió a sus pies y se acercó lentamente.-Me has oído bien –respondió este, palideciendo.Jenkins continuó acercándose.-Nos ha llamado mierdas, Jenkins –dijo uno de sus hombres.-Sí, házselo pagar –dijo otro.-Maldito viejo, nos ha insultado –coreó otro.-¡Silencio bastardos, no os he pedido vuestra opinión! –gritó. Se volvió

hacia el anciano hasta quedar a pocos centímetros de su cara.- ¿Sabes? Te salvas porque sé que si empalo tu bonito culo en una de esas asquerosas lanzas me mandarán colgar. Aprecio demasiado a mi cuello, pero te lo aviso anciano, la próxima vez que necesites algo, procura ir a otra sección –dicho esto, se alejó unos pasos.- Ahora dime a que has venido y lárgate.

El anciano tragó saliva, y tartamudeó ligeramente al hablar.-Dos hombres.Jenkins se dirigió hacia dos de sus hombres.-Gordo, Piesplanos, coged a dos presos y llevádselos a donde él os

indique. No pienso malgastaros a ninguno de vosotros en esa escoria –cuando terminó de hablar, se marchó de vuelta con la muchacha. Al rato se escuchó el golpear de la carne contra la carne y unos quedos sollozos.

Dos de los guardias cogieron unos collares de hierro y se dirigieron hacia ellos. Maroon vió como uno de los chicos de Jenkins se dirigía hacia el.

-Quítate las correas –le espetó.Maroon obedeció y se quitó las gruesas correas de cuero que servían de

tiro del carromato. A continuación, le pusieron uno de esos horribles collarines de hierro y le arrastraron hasta el anciano. Este les guió a través de varios pasillos y corredores. Observó al otro preso elegido. Era de esos que tenían la mirada vacía.

Cuando llegaron a su destino les ataron a una pared mediante grilletes. Los guardias se marcharon y entraron un par de ayudantes.

-Bien –dijo el anciano.- Lo primero es limpiarles las heridas, necesito que estén sanos.

Inmediatamente sus ayudantes se pusieron manos a la obra. Hacía poco Maroon estaba convencido de que iba a morir, pero ahora dudaba. Suponía que no se tomarían la molestia de lavarlos y curarlos para luego abrirles en canal, pero igualmente la duda seguía allí, y no estaba seguro de poder conservar su integridad física.

Le limpiaron las quemaduras producidas por las bastas correas de cuero. Luego, le ataron a una mesa y se pusieron con su brazo. Maroon estuvo a punto de aliviarse encima cuando vió que sacaban un serrucho.

El anciano debió ver su cara de terror, y al parecer le quedaba algo de humanidad, porque dijo:

-Lo siento hijo, pero es necesario. Tienes el muñón gangrenado y lleno de pus, además de que se te ha infectado gran parte del antebrazo. Es necesario –volvió a repetir.

Maroon dirigió la mirada hacia su brazo. Es verdad, tenía la mitad del antebrazo morado, a parte de que la herida tenía una pinta horrible. Durante todos esos días, Maroon había preferido ignorarla, pues sabía que no podía hacer nada.

En ese momento captó el brillo del serrucho. Apartó la mirada. Y luego gritó y se revolvió en la mesa.

Después, se desmayó.Cuando despertó estaba en otra mesa distinta, limpia. El otro preso se

encontraba cerca suya, en otra mesa parecida, con una gran cicatriz que le llegaba desde el hombro hasta el vientre. Al parecer le acababan de coser.

Dirigió la mirada al brazo. Ahora terminaba en el codo. Se lo habían cosido bien, dejando una tira de carne suelta para doblarla sobre la herida.

Le dolía mucho, pero ahora al menos tenía posibilidad de sobrevivir.El anciano vió que se despertaba. Tenía unas tenazas en la mano. Uno

de sus ayudantes se acercó a Maroon, y el otro cogió unas largas tijeras.-Mal momento para recuperar la conciencia hijo. Esto te dolerá, pero

también es necesario. No te preocupes, es solo un poco de dolor, luego saldrás de aquí. Te vas a venir conmigo al ala este, necesito gente que me ayude con mis transcripciones. Últimamente estoy muy viejo y necesito que alguien encienda el fuego, limpie la estancia, cocine... No será tan duro como el trabajo de ahí fuera, ni mucho menos. Pero esto es necesario, es necesario, él me obliga, debo hacerlo.

Mientras hablaba se fue acercando poco a poco a Maroon. Este se revolvió cuando uno de los ayudantes le obligó a abrir la boca, y gritó cuando el anciano le sujetó la lengua con las tenazas.

-Es necesario. Eso fue lo último que escuchó antes de que le cortaran la lengua.

La astucia de una mujer

Emalee se escondió entre los arbustos cercanos a las murallas para cambiarse.

El vestido de criada era blanco y de prominente escote. Se lo había pedido prestado a Valeria, que al parecer tenía todo tipo de ropajes en su armario. Era ajustado, casi le costaba respirar de lo apretado que lo llevaba, corto, y dejaba a la vista sus largas, tonificadas y níveas piernas. Hasta le había dejado unos bonitos zapatos negros algo gastados y con poco tacón, necesitaba poder moverse con ligereza y se suponía que era una simple criada que no podía permitirse unos tacones como Telhu manda. Ella solo tenía dos pares de cómodas botas de cuero, que según Valeria no pegaban para nada con su escotado atuendo, así que accedió a ponérselos, aunque antes tuvo que dar unos clasecillas de cómo caminar con ellos y después practicó por su cuenta como correr, saltar, y pelear. Aunque lo más seguro es que si tenía que pelear, se los quitaría.

Se soltó el pelo y se lo cardó todo lo que pudo, luego se bajó el escote dejando que sus tetas saludaran. Eso obnubilaría a cualquiera que sospechara de ella, ventaja de que los guardias fueran todos hombres.

El plan era sencillo: infiltrarse en la fortaleza vestida de criada, encontrar el dormitorio del Duque, esconderse allí y esperar a que entrase. Le habían asegurado que a esas horas el Duque estaba en su laboratorio. Luego, solo debía clavarle una daga en la garganta.

Nadie sospecharía dónde la tenía escondida.Después tendría que bajar al piso inferior, donde el escriba del Duque,

un hombre de confianza según sus contratadores, le ayudaría a escapar.No tenía ningún misterio. Había hecho cosas más difíciles.La seguridad de la fortaleza constaba de dos guardias apostados en las

puertas de entrada y grupos de aburridos arqueros que vigilaban desde las almenas, más todos los que habría dentro. Aunque eso no la asustaba, pues ella podía ser silenciosa como el búho níveo en las largas noches de invierno, pero la mejor forma de pasar desapercibida era que la tomaran por una criada corriente que había estado toda la tarde recogiendo comida para la cena.

Una criada buenorra a la que por accidente se le caería todo lo que llevaba en la cesta y tendría que agacharse, vaya por Tehlu. Menuda suerte iban a tener los guardias de la entrada, con dos buenos puntos de mira que vigilar.

Listo. Estaba perfecta.Recogió la cesta llena de borrajas que estaba en el suelo junto a ella y

caminó erguida hacia el castillo.

Honor

Maroon caminaba silenciosamente por los corredores que llevaban a las mazmorras.

Llevaba las llaves de las celdas escondidas debajo del jubón.Y estaba muy nervioso.Dobló una esquina y atravesó cuatro corredores más. Conforme se iba

internando en la tierra, el frío y la oscuridad aumentaban. Pero estaba decidido.Eso no significaba que no tuviera miedo, no. Estaba aterrado, le

horrorizaba a tener que volver al lugar desde el cuál había comenzado la pesadilla. Pero el anciano escriba era un hombre amable, y se lo debía. Él le había sacado de aquel infierno.

Al principio le había guardado rencor. Por su culpa le habían cortado la lengua, a sangre fría, mientras estaba aún consciente. Pero también le habían curado el brazo, que había sanado maravillosamente y por fin le habían cicatrizado las tremendas laceraciones dejadas por las correas de cuero. También le habían dado ropa nueva, le habían lavado, y le daban de comer tres veces al día. La comida seguía siendo la misma, pero el pan no estaba duro y la ración se había multiplicado por tres. Al fin y al cabo, seguía en el castillo del Duque de Gibea.

El trabajo no era muy duro, en eso el anciano tenía razón. Pero Maroon sabía leer, pues era de noble cuna, y no pudo resistir la tentación de echar un vistazo a los documentos que transcribía el anciano. Cogió una página al azar y se encontró con un dibujo que no pudo identificar, pero tras leer la descripción le dieron arcadas. Prefería no imaginarse como habían calcado el bosquejo.

Su otro compañero era mudo. Bueno, el también era mudo, pero el otro no hacía ningún gesto. Solo trabajaba cuando debía trabajar, comía cuando debía comer, y dormía cuando debía dormir. A fin de cuentas, era el esclavo perfecto.

Después de pasar varios días de servicio con el anciano, habían cogido confianza. Maroon le confesó que sabía leer y escribir, y le contó su historia de esa manera. A partir de ese día, ayudó al anciano en sus documentos de transcripción, pero siempre que lo hacía procuraba ignorar lo que estaba copiando.

Y también pudo ver al Duque.Maroon estaba barriendo el suelo de la alcoba del anciano, mientras

este estaba encorvado sobre su escritorio. Y él entró.Estaba hecho una furia. Tiró varios documentos al suelo, y le gritó al

anciano. Le dijo que los necesitaba ya, más rápido, mucho más. Después se serenó un poco y le dijo que le esperaba en su estudio. Al salir, el anciano le dirigió una mirada triste. Y murmuró que debían acabar con él, que ya no era el mismo. Maroon lo escuchó, y el anciano le miró como si le entendiera. Al día siguiente le contó que debía ir a liberar a los presos. No se opuso, pero tampoco se mostró entusiasmado. Sabía que el anciano estaba cometiendo alta traición, y que si le pillaban acabarían todos mal. Pero él había estado allí abajo, y había visto aquella mirada en los ojos del anciano.

Bajó unas escaleras y llegó a la primera puerta. Esta daba a un primer grupo de celdas, y estaba custodiada por dos

guardias. Maroon se dirigió hacia ellos.-¿Quién va? –preguntó uno.

Maroon balbuceó algo ininteligible.-¿Quién es este imbécil? –le preguntó el de la derecha al de la izquierda.-Ni idea, pero como va vestido debe ser alguien de arriba –volvió a mirar

a Maroon. Este le tendió una carta.-¿Qué pone? –preguntó el de la derecha.-Ni idea –respondió el de la izquierda.-¿No sabes leer? –inquirió el de la derecha.-¿Acaso tu sí? –bufó el de la izquierda.-Anda, trae –el guardia le quitó la carta a su compañero.- Aquí dice: En...

hombre... Urkel... Dicea... –leyó lentamente.- Estamos prisioneros... d... dos. Restregárselos... ¿restregárselos? Al yudante. ¿Qué mierda es un “yudante”?

-Me parece que quieren sacar a un par de las mazmorras, ya sabes, para las cosas que hacen allí arriba, ¿verdad? –preguntó dirigiéndose a Maroon.

Este asintió. Le entregaron la carta y le abrieron la puerta.Mientras Maroon se alejaba pudo escuchar al de la derecha:-¿Yudante?Tuvo que pasar tres veces por un protocolo similar.Cuarenta y cinco minutos después, huía de las celdas con un centenar

de presos a sus espaldas, dejando ocho cadáveres tras de sí.Aun así, no pudieron evitar que el grito de alarma se propagase por todo

el castillo.Maroon los había liberado a todos, pero muchos de ellos no escaparon,

ni quisieron intentarlo. Se quedaron allí, tirados sobre las heces. El resto le seguía, pero con aquella mirada vacía, solo una treintena parecían cuerdos y dispuestos a luchar.

Junto con esos treinta, armados con el equipo de los guardias y de cualquier cosa que podía servirles, Maroon se abrió paso fuera de las mazmorras. Pero al llegar al exterior se encontraron con un gran contingente de guardias dirigiéndose hacia ellos.

Se replegaron hacia las puertas de las mazmorras, ya que allí solo podrían atacarles de seis en seis. Maroon lideró la lucha, mientras sus compañeros caían, poco a poco, y el número de guardias no hacía más que aumentar. Cuando ya lo creía todo perdido, los guardias empezaron a retroceder. Eso les encendió el ánimo, y consiguieron dejar de perder terreno. A pesar de que por cada guardia caído caían seis prisioneros, ellos avanzaron unos metros. Conforme avanzaba la escaramuza, mas presos despertaban de ese estado de shock, y se unían a la contienda. Triplicaban en número a los guardias.

Recogieron las espadas de los celadores caídos, y dieron un envite final. Maroon cercenó un brazo de un certero golpe, y cortó a zurdas varias caras que se le pusieron por delante. A pesar de estar manco, había sido educado en el arte de la espada, y eso contaba. Acabó con más de catorce vidas.

Pegó un grito de triunfo, y se sorprendió. Hacía tiempo que no escuchaba su propia voz. Varios de sus compañeros sonrieron y también lanzaron exclamaciones al aire.

Maroon aprovechó para tomar un respiro. Los guardias retrocedían.Y en ese instante, supo el porqué.Los guardias se abrieron en abanico, se alejaron rápidamente.Y varios Lobos les tomaron el relevo, armados con ballestas.

A Maroon se le demudaron las facciones.Giró presa de un ataque de pánico, y gritó “Corred”, pero en vez de eso

le salió un aullido ronco.Observó como varios de los prisioneros soltaban las armas y

retrocedían.Todo transcurrió a cámara lenta.Los ballesteros tensaron las cuerdas.Apuntaron.Y dispararon.Una de las saetas le impactó en el hombro, otra, en el estómago, y una

última en la rodilla izquierda.El dolor le cegó y calló al suelo junto con medio centenar de presos

abatidos por la lluvia mortal. Los Lobos eran muchos, demasiados. El Duque tenía recursos.

La cabeza le explotó en miles de luces cuando impactó contra el suelo. Notaba la vida escapársele entre los dedos. El chasquido de las ballestas volvió a sonar, junto con el caer de los cuerpos. Estaban siendo masacrados.

Y escuchó otro sonido.Algo parecido al caer de unas gigantescas puertas de roble y al de

cascos de caballos. Cuernos de guerra, eso también.Luego, todo se volvió negro.

Tras el Biombo

Jodidos tacones, ya le dolían los pies. Y encima hacían mucho ruido al andar.

Todo había salido según el plan, y ahora estaba en el dormitorio del Duque, escondida tras lo que era, al parecer, un biombo. No estaba muy segura qué hacía ahí, no era muy masculino por su parte, pero bueno, a ella le venía de perlas.

Se quitó los tacones y los tiró debajo de la cama, bien podrían ser de alguna mujer con la que hubiera compartido el lecho, en el caso de que le fueran las mujeres, claro.

Por Telhu, que bien se sentía caminar por el frío y dulce suelo. Suspiró y aflojó un poco el ajustado corsé que la impedía respirar. Mucho mejor. Ahora no moriría asfixiada.Al parecer el Duque iba a tardar lo suyo, pero no podía relajarse, por

mucho que estar constantemente alerta fuese muy cansado. Había tendido una gruesa manta sobre el biombo para que, al encender la luz, no la delatara su sombra, y se mantenía agachada en una posición felina, desde la cual podría saltar en segundos.

Reprimió un bostezo.Qué aburrimiento. Llevaba por lo menos media hora ahí escondida y la estaba entrando

hambre. Maldijo por dejar la cesta con comida olvidada por ahí en algún lugar en vez de habérsela llevado, aunque poco podría hacer con los ruibarbos crudos.

Se puso de pie, ¿qué podría estar fallando? Todo el mundo necesita dormir, incluso un chiflado como el Duque.

En medio de sus cavilaciones un grito de alarma comenzó a extenderse por todo el castillo, llenando el silencio que antes lo inundaba. De repente un enorme estruendo comenzó a sonar e hizo que se irritara aún más: alaridos, gritos de dolor y de júbilo junto con choques de espadas.

Una maldita batalla. Eso no era lo que habían acordado. Iban a esperar a que ella saliera.

Emalee se dispuso a salir de su escondrijo.Si el Duque no iba a ella, ella iría al Duque, así de sencillo. El mercenario busca y mata, en eso consiste su trabajo.En el instante en el que iba a poner un pie fuera del biombo, escuchó la

puerta abrirse suavemente, casi de manera imperceptible. Rápidamente, volvió a su posición y desenfundó la daga.

Pero no era el Duque, eso estaba claro. Nadie entraba a su habitación con tanto sigilo y precaución.

Ni siquiera había encendido la luz.Qué raro. ¿Otro mercenario al que habían pagado para matarle?Se asomó con cuidado y vio una negra figura aproximarse a una de las

estanterías que estaban al lado de la cama, frente a su biombo.Pareció trastear un poco, y tras tirar varios libros al suelo, metió la mano dentro de uno de los huecos que habían quedado vacíos. Se escuchó un largo y quedo gemido y las dos altas estanterías que había en la habitación se

separaron y entre la penumbra pudo distinguir que una puerta había aparecido en la pared.

Toma ya. Qué ingenioso. Tendría que habérsele ocurrido a ella.Se escondió de nuevo tras el biombo, mirando cautelosamente por una

esquina. Y cuando vió desaparecer a la figura a través de la puerta, la siguió con cautela y sigilo.

La ventaja de estar descalza es que no hacía ni pizca de ruido. Podría incluso adelantarse un poco y matarle, pero se lo pensó mejor y esperó a ver a donde iba.

Así que lo siguió por entre los numerosos pasadizos que se iban abriendo a ambos lados del camino, al parecer había una red secreta de túneles rodeando el castillo. Se alegró de haber seguido al hombre en vez de matarlo. de haberlo descubierto sola no habría llegado a ninguna parte, pero al parecer él sí sabía muy bien qué dirección tomar.

Estaba que explotaba de curiosidad. Quería saber era quién era ese misterioso individuo, porque no se movía como cualquier mercenario, por muy diestro y seguro de sí mismo que fuera. Ni siquiera se le escuchaba respirar. Se acercó un poco más.

Mierda. Apoyó la espalda contra la pared y pasados unos segundos se asomó a mirar. Debería haber hecho menos ruido. La figura se había girado, menos mal que no la había visto.Intentó acompasar su respiración de nuevo. Caminó sigilosamente y al rato le vió. Volvió a ajustar su zancada a la de él, para no provocar ecos, y se centró en respirar lentamente.

Al rato, la figura volvió a detenerse, pareció empujar algo y desapareció.Esperó durante el tiempo que se tarda en respirar tres veces y se acercó

con cuidado.Una puerta. El hombre la había dejado abierta. Se acuclilló junto a ella y miró dentro.¡Lo sabía! ¡El laboratorio secreto del Duque!Estaba rodeado de paredes de fría piedra y húmedo musgo. Se

escuchaba el contínuo y melódico caer del agua. En todas partes había mesas llenas de instrumentos extraños, junto con batas blancas manchadas de sangre y miembros y extremidades amputados esparcidos por el suelo. Un montón de cadáveres se apilaban en una esquina, junto a un carro. En la otra había varios presos encadenados a la pared, seguramente, después de pasar por las manos del Duque, acabarían en el lado opuesto de la sala. Una gran puerta de roble decoraba la pared izquierda, debía ser la entrada principal, por la cual iría y vendría el carro. En la pared opuesta, en una especie de oasis en medio de todo ese caos de sangre y muerte, una gran mesa de oscura madera negra junto con varias sillas y mesillas, todas ellas llenas de papeles y cuadernos, rodeaban una gran chimenea de piedra. Y en el centro de la estancia, una gran mesa de medicina bien iluminada con esposas y grilletes de acero sujetos a ella. Aquella debía ser el centro de operaciones del Duque, en el sentido literal.Contuvo la respiración y abrió un poco más la puerta.

Allí, cerca de la chimenea, había un hombre anciano tirado en el suelo, y otro un poco más joven erguido ante él. Por un segundo Emalee pensó que era el individuo al que había estado siguiendo, que había acorralado al Duque, pero le parecía muy improbable. No le podía haber dado tiempo. En todo caso,

Emalee entró en la estancia y permaneció escondida, esperando a ver como se desarrollaba la escena.

El anciano tenía un estilete clavado en el pecho, y respiraba entrecortadamente.

-Cuanto has cambiado, Adolf -dijo.El otro respondió propinándole una patada.-¡Silencio! ¡Soy el maldito Duque de Gibea, y siempre lo he sido! ¡Yo no

he cambiado, ¿me oyes?! ¡Yo no he cambiado!El anciano tosió y se incorporó a duras penas.-El chico que yo conocí nunca habría permitido esto, nunca habría

orquestado esta masacre.-Es por el bien común -respondió el otro, en un susurro.-Sí, sí, ya me lo has dicho un montón de veces. Esos caballeros errantes

te metieron esa idea en la cabeza solo para aprovecharse de ti. Te han estado utilizando. -sentenció.

-¡A mi no me ha utilizado nadie! -el Duque volvió a tirar al anciano al suelo.- ¡¿No lo entiendes?! ¿Que importan unos pocos campesinos sacrificados, unas pocas tierras arrasadas? ¡El mundo es amplio, y miles de personas mueren a causa de enfermedades desconocidas, muchas más que las pocas que han perecido aquí! Yo las salvaré a todas, gracias a mis investigaciones podremos impedir epidemias y enfermedades mortales, ¡la fiebre nunca más será algo de lo que asustarse! -el Duque se apoyó en su escritorio.- Yo, yo he hecho todo esto, sí, y pagaré por ello, pero también pagaré por todas las vidas que voy a salvar en el futuro, ¡las gentes me alabarán agradecidos! ¡Erigirán estatuas en mi honor, y miles de compendios de medicina se basarán en mis teorías! ¡Mi nombre será repetido durante decenios de años!

-Sí, tienes razón. Repetirán tu nombre. Pero para maldecirte Adolf, nadie te agradecerá nada -respondió quedamente el anciano.

-¡Aaaaaaaaaaaah! -el Duque lo empujó contra la pared.- ¡Mientes, mientes estúpido anciano! ¡Mientes! -le agarró de la pechera y le golpeó repetidamente contra ella.- Mientes. -tras decir esto, agarró un bisturí de una mesa cercana.- A partir de este momento, quedas relegado de tus servicios como escriba, Ghaer. Descansa en paz -y le clavó el cuchillo en el cuello.

El anciano calló al suelo con los ojos muy abiertos, sorprendido, entre espasmos. Antes de morir, consiguió murmurar unas palabras, y alargar la mano hacia él. Una explosión de luz cegó a Emalee momentáneamente, y pudo observar como el Duque ardía con llamas rojas.

-Has cambiado Adolf, has cambiado… -dijo el anciano. Luego murió.El Duque gritó de dolor y rodó por el suelo, incendiando varios

documentos a su paso. Luego corrió despavorido y dando tumbos hacia su mesa de operaciones, mientras su carne era devorada por las llamas.

Emalee estaba horrorizada. No sabía como lo habría hecho, pero el caso era que el anciano iba a llevarse al Duque por delante.

En ese momento, el extraño hombre al que había estado siguiendo, apareció junto al Duque. Parecía que llevase todo el tiempo ahí, pero Emalee estaba segura de que hacía unos segundos no se encontraba junto a la mesa de operaciones.

El individuo, que como pudo observar ella iba ataviado con una armadura, caminó tranquilamente hacia el Duque. De improviso, las llamas se apagaron, y el Duque calló al suelo humeando.

-Lo… l… sabía. Sabía que vendrías. Oh, muchas gracias señor, sin ti hubiera estado perdido, gracias, gracias -el Duque se arrastró hasta el caballero.

-No he apagado las llamas por tí Gibea, sino por los documentos -desenfundó la larga espada que llevaba colgada al cinto, y le decapitó de un limpio tajo.

Emalee reprimió un grito. Lo había matado. El hombre que había causado tanto terror y orquestado todo aquello, quien había matado a cientos de personas sin que le temblaran las manos, el responsable de arrasar las tierras y secuestrar a los campesinos, estaba muerto con un simple movimiento. No había opuesto resistencia. No había gritado. No había suplicado clemencia. Nada. Muerto, así sin más, gracias a un caballero que había entrado misteriosamente en escena.

Emalee no sabía si alegrarse. Técnicamente, ella ya había cumplido su trabajo, acabar con el Duque, aunque la mano ejecutora hubiese sido otra.

El caballero cogió varios documentos, se los guardó bajo el jubón, y volvió a susurrar una palabra. El fuego inundó de nuevo el lugar. Después se dirigió a la salida.

Emalee agachó la cabeza. Mierda. Tenía que esconderse.Volvió sobre sus pasos y se acurrucó en una esquina en diagonal a la

puerta, amparada por la densa oscuridad. Esperó a que el caballero desapareciera de su vista y después entró en el laboratorio.

Se dirigió hacia las llamas y cogió varios documentos al azar, si el caballero quería quemarlos sería por algo. Luego, se dirigió hacia el cadáver del Duque y sin que la temblaran las manos, guardó su cabeza en un saco de arpillera. Ella era mercenaria, ese era su trabajo. Si querían pruebas del asesinato, en el saco las encontrarían.

Tosió.El humo estaba inundando la estancia, se iba a asfixiar.Corrió hacia la salida, pero justo en el momento en el que iba a cerrar la

puerta tras de sí, se acordó de las personas encadenadas a la pared.Joder. Iban a morir. Quemados. Sin poder liberarse.Apretó los dientes y volvió a la estancia.Se acercó corriendo a ellas, y sacando la daga que había mantenido

escondida, cortó las cuerdas y los liberó.-¡Venga, vamos! Seguidme todos, os guiaré hasta la salida. -Exclamó

intentando aparentar seguridad, pues no estaba muy segura de poder recordar el camino de vuelta a los aposentos del Duque.

Pero había que intentarlo.Derecha. Derecha. Izquierda. Derecha. Recto. Recto. Izquierda. Callejón

sin salida. Atrás. Derecha. Izquierda. Izquierda. Abajo. Abajo. Recto. Izquierda. Derecha. Imposible pasar. Atrás. Izquierda.

¡Manos negras! ¿Se puede saber por qué hacía tanto calor?El incendio, estaba segura de que se estaba extendiendo.Siguieron la marcha de manera incansable, impulsados por el ferviente

deseo de salir del castillo de los horrores, aquel que seguro protagonizaría sus próximas pesadillas.

¡Por fin! ¡De esto sí que se acordaba!Al principio había bajado una empinada cuesta, siguiendo al caballero y

ahora estaban frente a ella, ¡gracias Tehlu!Casi corrieron de la emoción al subir por la cuesta, pero algo los detuvo:

hacía muchísimo calor, tanto que incluso costaba respirar.-¡Un segundo! -gritó.Subió lo que quedaba de cuesta y pudo ver a cierta distancia lo que

pasaba, a través de la puerta que estaba entreabierta.Fuego.La habitación del difunto Duque estaban ardiendo. Literalmente.¡El caballero, el caballero la había prendido fuego! Le maldijo a él y a

toda su familia.Se acercó con cuidado y echó un vistazo, intentando valorar la situación

de manera fría y positiva.-¡Acercaos! -esperó a terminaran de llegar todos y después continuó- Al

parecer la habitación por la que se sale de aquí está ardiendo, así que tenéis dos opciones: quedaros o arriesgaros. Es decisión vuestra. -miró atentamente a aquel grupo de desgraciados que solo querían que terminara su pesadilla de una vez por todas y les dio la espalda- Yo me voy.

-Al menos ayuda al niño, él no podría conseguirlo solo. -escuchó decir a una mujer cuando ya había abierto la puerta lo suficiente como para pasar.

Lo miró: había perdido el brazo y tenía la cara tan manchada que apenas podían distinguirse sus facciones, salvo unos grandes ojos azules que cuando los abrió y la miró, no hubo parte de su cuerpo que no se estremeciera.

No era la mirada propia de un niño, los niños son inocentes, alegres y despreocupados, la mirada de aquel niño, en cambio, parecía la de un soldado tras ver todos los horrores de la guerra y la de una madre tras perder a su hijo.

Reflejaba cada atrocidad cometida y cada agonía sufrida, el miedo y la indefensión padecidos, los reflejaba a todos y cada uno de ellos.

Fue en ese momento cuando vio realmente al grupo al que había estado guiando: cinco mujeres, la más pequeña aparentaba unos 15 años y la más mayor 70, cansadas, con las miradas perdidas y las ropas destrozadas, sujetándose unas a otras, había también tres hombres, un joven tullido al que los otros dos le ayudaban a caminar, y el niño, que solo podría tener como mucho 7 años y que iba recargado en la espalda de una de las mujeres.

A la mercenaria se le conmovió el alma y no pudo más que apartar la mirada que no podía sostener.

Ahora sí que deseaba poder haber matado al Duque con sus propias manos.

-La puerta de salida está justo enfrente, -aconsejó a media voz, intentando que no se le quebrara- solo pasad corriendo y no os detengais, aunque sintáis que el fuego os quema. Y protegeros con las manos y los brazos la cara. Yo pasaré primero y dejaré la puerta abierta, cuando me escuchéis gritar empezad a salir. -hizo una seña al niño para que se acercara, instándole con una sonrisa que esperaba que no pareciera muy forzada- Vamos, pequeño, te sacaré vivo de aquí.

El niño bajó de la espalda de la mujer y se acercó lentamente a ella, mirándola con aquellos asombrosos ojos, que parecían examinarla muy concienzudamente.

Se lo cargó a la espalda y le dio instrucciones de mantener la cara pegada a su cuello, y agarrarse cuanto pudiera a ella, y sin pensárselo dos veces echó a correr.

El fuego quemaba en su piel, pero no se detuvo, las llamas y el humo casi le impedían ver y respirar, pero debía seguir, por ella y por el niño.

Extendió un brazo y al segundo llegó a la puerta.Giró el picaporte, pero la puerta no se abría.Joder.Empezó a toser, se le estaba acabando el aire.-Escúchame un segundo. -el pequeño levantó apenas la cabeza y la

miró- Te voy a bajar solo un momento para poder abrir la puerta y enseguida salimos, ¿de acuerdo? -el niño asintió, tosiendo- Tranquilo, pronto estaremos fuera.

Lo bajó al suelo y apartándolo un poco de la puerta, sacó de nuevo la daga y cogiéndola de manera que no se cortase, le dio un fuerte golpe al picaporte con el mango.

Se escuchó algo caer al suelo.Listo.Cogió al niño de la mano y juntos salieron de la habitación del Duque.-¡YA ESTÁ, YA PODÉIS SALIR! ¡RÁPIDO!Tras unos segundos en los que ambos no pararon de toser el primero de

ellos salió, seguido por un segundo, y después un tercero.-Necesitamos tu ayuda para llevar a Evan, con la pierna no puede

apenas andar, soy el único que ahora mismo puede hacer algo, y no puedo solo. -dijo uno de los hombres que acababa de salir.Le miró a los ojos e intentó respirar con normalidad.

-De acuerdo.Volvió a entrar seguida del hombre, corrieron lo más rápido que pudieron

y en apenas unos segundos ya estaban otra vez dentro de la puerta entre las estanterías.

Cogieron entre los dos al tal Evan, cada uno de un costado, y cruzaron de nuevo la habitación, en la que ya no podía distinguirse nada por culpa del humo.

Después de salir lo sentaron en el suelo y recuperaron las fuerzas.Fueron saliendo los que quedaban, los contó. Faltaba alguien.-¿Quién queda dentro aún? -preguntó a la mujer que acababa de salir

mientras cerraba la puerta de la habitación del Duque.-Mary, que no ha podido con todo esto. -agachó la cabeza y tosió

compulsivamente- He cerrado la puerta para que el fuego no la tocara, al menos.

Mary. Miró a su alrededor. La anciana.Joder.Pestañeó con fuerza.-Bien, hay que salir de aquí ahora mismo, sé que no estamos en las

mejores condiciones, pero apuesto que estáis deseando salir de aquí.Volvió a coger al niño de la mano, manteniéndolo junto a ella, y visualizó

mentalmente su recorrido por el castillo, intentando invertirlo.Empezaron a caminar, guiados por ella, depositando todas sus

esperanzas en Emalee.

Sangre y ceniza

Voces. Miles de voces. El chasquido de las ballestas y el retumbar de cascos de caballos.

Gritos de horror y gritos de pánico. Gritos de muerte.El olor a humo, a fuego, a madera quemada. El olor a sangre, el olor de

los cadáveres recientes y el olor de sus tripas esparciéndose sobre el suelo.Una batalla.Él se ha muerto.Aparentemente.Pero no, no está muerto.Los muertos no pueden oír, no pueden oler, ni tampoco pueden sentir

dolor. O al menos eso cree.Y entonces despierta y se disipan las dudas.Maroon yace sobre un incómodo catre de madera. A su alrededor varios

hombres bien vestidos discuten acaloradamente. Tiene el estómago vendado, le duele mucho.

-Dime la verdad, Skeiss, no me mientas –dice una voz a su lado.- ¿Sobrevivirá?

Un hombre enjuto y con ojos de ratón responde al que ha hablado primero.

-Lo siento mucho Greyhaer, pero está perdido. La herida es demasiado profunda.

El primer hombre calla.-Lo sabía. Gracias por tu sinceridad Skeiss, gracias -en ese momento

tres hombres más entran en la tienda.- ¿Cómo va la batalla? –pregunta lúgubre.

-Señor, hemos tomado el patio y las caballerizas. Los presos se encargaron de limpiar las mazmorras, también son nuestras. Gracias a su hijo más de la mitad sobrevivieron. El torreón oeste está en llamas, y los hombres del Duque se han hecho fuertes en el Torreón principal.

-¿Él sigue vivo?-Según nuestras fuentes, no, señor.-¿Nuestras fuentes?-La mercenaria que contrataste, señor. Dice que vió con sus propios ojos

como un caballero de armadura gris lo asesinaba. Estaban ambos en un laboratorio secreto, contiguo a las alcobas del Duque.

-¿Hemos recuperado algún escrito?¿Algo que haya hecho que merezca la pena esta masacre?

-Lo siento señor, pero la mercenaria dice que el caballero prendió fuego a todo. Ella ha traído consigo unos cuantos documentos, pero la mayoría son ininteligibles. También dice que consiguió liberar a varios prisioneros que se encontraron en el laboratorio, pero que murieron cuando les atacaron los hombres de la escolta personal del Duque. Reclama el pago que le prometieron, y pide también dos monturas y diez talentos mas, para la otra mercenaria que la ayudó.

-Muy bien, pagadla los treinta talentos que se la prometieron, y dadla las dos monturas, pero decidla que no tenemos nada para la otra, ella no había hecho trato alguno con nosotros. Si reclama algo más, decidla que no estoy para bromas, y que haré empalar su cabeza como siga quejando –suspiró.-

Con respecto al Torreón Principal, prendedle fuego también, si el Duque ya ha muerto, y no hay documentos de valor allí, ya no hay nada que debamos proteger.

-Los hombres del Duque están ahí dentro, señor. Y es posible que queden algunos documentos más escondidos.

-Me da igual, quemadlo todo y a todos. Y ahora, dejadme solo –los tres hombres salieron, después del correspondiente saludo.- Incluido tú Skeiss –añadió mirando al hombrecito enjuto y con ojos de ratón.

-Gre... Greyhaer, si me lo permite –tragó saliva.- Su hijo está sufriendo. Esa herida en el vientre es mortal y muy dolorosa. En su caso, yo cortaría su agonía –y tras decir, esto, se marchó apresuradamente.

El Conde miró a Maroon.-Ya lo has oído hijo mío. Lo siento. Todo esto es culpa mía, nunca debí

dejarle tomar tanto poder, debería haberle cortado cuando aún podía. Lo siento –desenfunfó la daga.- Adiós hijo, estoy orgulloso.

Y tras decir esto, le clavó la daga.Negro.Y silencio.

Otro camino, otro pueblo

Estaba destrozada y cansada, y no solo físicamente.La muerte de toda aquella gente por la que había arriesgado su vida y se

había molestado tanto en salvar, sobre todo aquel niño, la había dejado totalmente marcada.

Nadie se merecía todo aquello.Jamás olvidaría la mirada confiada de aquel niño al que intentó proteger.

Él realmente confiaba en ella, creía que lo salvaría, y lo peor de todo era que ella misma se lo había dicho.

Estaba cansada y se odiaba a sí misma por aquello. Siempre cargaría con la muerte del niño de intensos ojos azules sobre su conciencia.

Todo iba bien. Se dirigían hacia la salida, Emalee no había errado en ninguna ocasión la dirección que había que tomar. Pero cuando llegaron a una de las puertas que daba a los patios, la encontraron cerrada. Volvieron sobre sus pasos, y mientras atravesaban un largo corredor, un grupo de Lobos entró en la Sala. Iban ataviados con capas y yelmos, además de armaduras de acero. Debían ser la guardia personal del Duque. Eran doce.Emalee mató a seis, pero no pudo proteger a los presos. Mía estaba entre los Lobos, a ella también la habían contratado, pero el bando contrario. Cuando se enteró de que el Duque había muerto, se pasó al lado de Emalee. Ellas dos fueron las únicas que abandonaron el largo corredor. Todos los demás, presos y Lobos, se quedaron tendidos sobre la moqueta.

Emalee cabalgaba en silencio.Ya había cobrado sus treinta talentos, les había entregado la cabeza y

los documentos a los hombres que la habían contratado y les había pedido dos monturas, una para Mía y otra para ella. No podía quejarse.

Pero mientras se alejaba de aquel escenario intentaba no llorar, por respeto a ellos, a los que habían creído en ella y habían sido defraudados.

No.Por eso se aguantaba las lágrimas.Por eso caminaba con la cabeza gacha, sin saber a dónde, solo hacia

delante, siguiendo el rumbo marcado por el sendero.Mía había decidido tomar otro camino, tenía otros asuntos que atender

en otro lugar, así que solo se despidieron y se desearon buena suerte. Le había comentado la mala fama que tenía un lugar llamado Tarbean, y

eso en su lenguaje significaba dinero, así que no se lo pensó demasiado y tomó la dirección que le había indicado.

Algo nuevo le esperaba allí, así que decidió sepultar el pasado, guardar aquella historia en lo más profundo de su mente y corazón, y jamás derramar aquellas lágrimas, decidió mirar al futuro, comer y dormir bien, y seguir ganando dinero.

En eso consistía la vida del mercenario: en seguir sobreviviendo, a pesar de todo.

Epílogo

El caballero cabalga hacia el sur.Lleva los escritos del Duque guardados en las alforjas.Badea un río, y se desvía hacia un concurrido camino. Es de piedra.Le llevará varios días llegar hasta su final, pero a él no le importa.En ese camino hay gente nueva y piedra vieja. Será entretenido.Cuando llegué a su destino, le entregará los escritos a sus compañeros. Ellos los guardaran bien.No podía dejarlos a manos de los invasores, probablemente no verían su

potencial y acabarían en la hoguera.Por eso lo hizo.Por el bien común.El caballero pone al trote su caballo.Los cascos producen una extraña cadencia sobre los adoquines.La sombra de los viejo robles le acompaña en el camino.El caballero se aleja.El caballero de montura blanca, armadura gris, y una torre en llamas en

la pechera.