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El estruendo de Los 400 golpes de François Truffaut

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Reseña cinematográfica de la película Los 400 golpes (Les quatre-cents coups) del director francés François Truffaut, publicada en la columna Ovejas Eléctricas del periódico El Vigía, de Ensenada, B.C.

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Page 1: El estruendo de Los 400 golpes de François Truffaut

Ovejas EléctricasBenjamín Pacheco LópezEl estruendo de Los 400 golpes

La cámara es una pluma con la que el director escribe su visión personal del mundo, donde se pueden romper las reglas concebidas del montaje y la narrativa cinematográfica, para que el dios-artista presente un mundo libre de las ataduras académicas, clásicas, teóricas y simplemente entregue sus personajes y escenarios al ojo crítico del espectador. Parte de estas concepciones están detrás de Los 400 golpes (Les quatre-cents coups, Francia, 1959) del crítico y director François Truffaut (París, 1932-1984), a quien se le considera uno de los más importantes representantes de la llamada Nouvelle vague (“Nueva ola”) que posteriormente derivó en el llamado “cine de autor”.

La comparación cámara-pluma (caméra-stylo), similar al trabajo del escritor cuando vuelca sus ideas en un ensayo o novela, es una idea del periodista, realizador fílmico y teórico Alexandre Astruc para enfatizar la importancia del autor, más allá de la participación de guionistas, actores y productores, como la persona en la que cae la responsabilidad de elaborar el trabajo completo, juntar las piezas para contar la historia en una dirección precisa, para que al final lo que el espectador aprecie sea una visión personal que sobrepase la función básica de entretener. Sin estas ideas, Los 400 golpes sería una película más difícil de entender e interpretar, pues aunque aparentemente centra una visión crítica hacia varias instituciones sociales (familia, escuela, policía y justicia), puede resultar ambigua y hasta desconcertante para una persona acostumbrada a la estructura básica de planteamiento-desarrollo-conclusión. Truffaut, en apego a la Nouvelle vague, se enfrentó al cine comercial que a mediados del siglo pasado se difundía mucho en Francia y entregó una propuesta personal con un personaje que retomaría durante los siguientes años: Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), adolescente entre los 12 y 14 años, quien tiene problemas con las figuras de autoridad que le salen al paso: su profesor, sus padres y la policía. Debido a esto, el joven miente, roba, falta a clases, se inventa excusas hiperbólicas, se escapa de casa y prácticamente no tiene un momento de paz hasta que se encuentra de frente al mar, sitio anhelado y búsqueda de aquella época de encuentros y desencuentros con la vida.

La crítica especializada ha visto en Los 400 pasos una visión autobiográfica de Truffaut al ser Antoine Doinel una especie de alter-ego del realizador, pues lo dotó de aspectos personales como la de contar con un padre desconocido y una madre distante; abandono de los estudios a los 14 años, a la par de un gusto obsesivo por el cine y la literatura (en la película hay un homenaje al escritor realista Honoré de Balzac); desestabilidad en sus relaciones con las mujeres, así como de empleos hasta que cuenta con el protectorado del crítico André Bazin.

Sin embargo, Truffaut logra al mismo tiempo un relato honesto y sensible en el que –si aplicamos injustamente filtros de teorías modernas- apreciamos a un adolescente tratando de adaptarse a un París de la posguerra, de espacios opresivos, escenarios lluviosos y hasta sucios, donde los padres prácticamente ignoran a sus hijos y relegan su educación a los profesores (gritos, humillaciones, lanzar gises y hojas, castigos corporales) y a los jueces (encarcelar sin importar una investigación sobre las causas reales del mal comportamiento), en lugar de enfrentar su responsabilidad como formadores de una persona de temperamento volátil. Las acciones de Antoine se pueden interpretar más como un grito de atención que de maldad o delincuencia sistemática. Resulta memorable la escena del interrogatorio al que someten el adolescente, pues refleja inocencia pero también una comprensión lógica sobre el mundo de los adultos que lo relega. Este distanciamiento tomará forma en la expulsión, primero, del salón de clases, y posteriormente, de su casa; Antoine pasará a los separos, será fichado, llevado como reo a una correccional y, rumbo al final de la película, a un colegio militarizado del que también escapará rumbo al mar. Ahí, en un gesto totalmente Nouvelle vague, volteará a la cámara y mirará fijamente al espectador. El final es ambiguo. No sabemos que pasará con Antoine más adelante. Lo único cierto es que resuenan en el ambiente cuatrocientos golpes metafóricos, cuatrocientas marcas de vida, cuatrocientos reclamos al mundo adulto, cuatrocientas peticiones de ayuda de un joven que sabe que ha sufrido.