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1 Universidad Nacional de Colombia Departamento de Ciencia Política Doctorado en Estudios políticos y relaciones internacionales Proyecto de Tesis: El federalismo en Colombia (1853-1886). Una historia política conceptual. Presentado por: Edwin Cruz Rodríguez Tutor: Leopoldo Múnera Ruiz Octubre 7 de 2010

El federalismo en Colombia 1853-1886 Una historia política conceptual Edwin Cruz Versión Final(T)

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Universidad Nacional de Colombia

Departamento de Ciencia Política Doctorado en Estudios políticos y relaciones internacionales

Proyecto de Tesis:

El federalismo en Colombia (1853-1886). Una historia política conceptual.

Presentado por: Edwin Cruz Rodríguez

Tutor: Leopoldo Múnera Ruiz

Octubre 7 de 2010

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Contenido  1. Resumen:  .............................................................................................................................................................  3  

2. Problema de investigación y estado de la cuestión  ..............................................................................................  3  

2.1. Problema de investigación  ...............................................................................................................................  3  

2.2. Estado de la cuestión  ........................................................................................................................................  6  

2.2.1. Un vacío historiográfico  ................................................................................................................................  6  

2.2.2. La historiografía sobre la formación del Estado colombiano  ........................................................................  8  

2.2.3. Las explicaciones  ........................................................................................................................................  10  

2.2.4. Balance y perspectivas  ................................................................................................................................  12  

3. Hipótesis  ...........................................................................................................................................................  16  

4. Objetivos  ...........................................................................................................................................................  16  

4.1. General  ...........................................................................................................................................................  16  

4.2. Específicos  .....................................................................................................................................................  16  

5. Marco teórico  ....................................................................................................................................................  16  

5. 1. La formación del Estado: un proceso histórico contingente  ..........................................................................  17  

5.2. Un marco analítico para la historia de los conceptos políticos  .......................................................................  20  

5.2.1. De la pertinencia de un enfoque histórico y conceptual para el estudio de lo político  ................................  22  

5.2.2. La historia conceptual de Koselleck: límites y potencialidades  ..................................................................  23  

5.2.3. Arqueología, genealogía, discurso  ..............................................................................................................  25  

5.2.4. El análisis político del discurso  ...................................................................................................................  27  

5.2.5. Hacia una historia política conceptual del federalismo en Colombia  ..........................................................  28  

6. Metodología  ......................................................................................................................................................  29  

6.1. Fuentes  ...........................................................................................................................................................  30  

6.2. Etapas  .............................................................................................................................................................  30  

6.3. Instrumento para el análisis de discursos  .......................................................................................................  32  

6.4. Cuadro de resumen  .........................................................................................................................................  33  

7. Cronograma  .......................................................................................................................................................  34  

8. Resultados esperados  ........................................................................................................................................  35  

9. Bibliografía  .......................................................................................................................................................  35  

9.1. Fuentes primarias  ...........................................................................................................................................  35  

9.2. Fuentes secundarias  ........................................................................................................................................  42  

 

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1. Resumen: Los orígenes del actual Estado centralista en Colombia remiten a una historia de intensos conflictos entre proyectos de Estado enmarcados en el federalismo que, pese a la conflictividad del período entre 1853 y 1885, fue un principio de gobierno prácticamente incuestionable. Por eso sorprende el tránsito hacia el centralismo en 1886. Comprender este proceso es posible si se estudia la forma como los actores dieron significado al federalismo, problema no abordado sistemáticamente. La historiografía sobre el Estado ha asumido una perspectiva teleológica que, al proyectar hacia atrás el modelo de Estado moderno, lo ha asociado a la forma centralista que estableció La Regeneración y ha impedido comprender el significado del federalismo en los proyectos de Estado anteriores. La adopción del federalismo se ha explicado por su funcionalidad respecto de intereses instrumentales de élites regionales. Sin embargo, existen indicios de que a su alrededor se tejían significados sobre aquello que los actores de la época pensaban que debía ser la república, la ciudadanía y la democracia entre otros.

El objetivo de esta investigación es realizar un análisis histórico-político de los significados del federalismo en Colombia, entre 1853 y 1886, de las relaciones de poder en las que estos se forman y de la manera como esos significados influyeron en los conflictos políticos, con el propósito de aportar a la comprensión de la formación del Estado nación. Se parte de dos orientaciones teóricas y metodológicas: primero, una perspectiva no teleológica del proceso de formación del Estado que a partir de un diálogo con categorías de las ciencias sociales, permite estudiar los proyectos de Estado en su especificidad histórica. Segundo, elementos de cuatro perspectivas para estudiar los significados: la historia conceptual de lo político, la historia conceptual, la genealogía y la arqueología, y el análisis político del discurso, que permiten analizar la evolución de los significados del federalismo, los entramados de discursos en los que se insertan y los conflictos políticos que explican esta evolución. La investigación permitirá una comprensión de los significados que adopta el federalismo en el período y de sus implicaciones en el proceso de formación del Estado nación; realizará un aporte al conocimiento sobre la formación del Estado en Colombia, resaltando la existencia de proyectos de Estado diversos y en conflicto; y aportará herramientas para los estudios políticos desde la historia conceptual en una perspectiva interdisciplinaria. Palabras clave: Colombia, siglo XIX, Federalismo, Estado, historia conceptual, discurso.

2. Problema de investigación y estado de la cuestión

2.1. Problema de investigación

Aunque durante más de un siglo Colombia ha tenido una forma de Estado centralista, esto no siempre fue así. De hecho, los orígenes de esta forma de Estado remiten a un complejo proceso de pugnas entre distintos modelos frecuentemente enmarcados en el federalismo. La Constitución liberal de 1853 dio paso a una dinámica de unificación de las provincias que pronto redundó en la creación de Estados federales soberanos empezando por Panamá1. Bajo el gobierno conservador de Ospina Rodríguez (1858), el federalismo fue ratificado como ordenamiento constitucional por una convención                                                                                                                          1 La Constitución de 1853 entregó facultades a las provincias para que se dieran su propia constitución, como lo hicieron las 36 existentes entre 1853 y 1856, con un total 61 constituciones provinciales. (Tirado, 1983: 47). El presidente Obaldía sugirió, en marzo de 1855, consolidar las provincias existentes en 9 entidades. Al año siguiente, el acto legislativo que reformó la Constitución en su artículo 12 dejó abierta la puerta a la formación de nuevos estados. Desde ahí hasta la formación de los 9 estados soberanos se produjeron debates entre provincias para unificarse. A partir de la reunión de provincias, en 1855 se crearon los estados soberanos de Panamá y Antioquia, en 1856 se crearían los de Santander, Cauca, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar y Magdalena, y en 1860 el del Tolima (Pérez, 1959: 72).

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bipartidista. Al poco tiempo, en 1859, sectores liberales se levantaron contra el gobierno de Ospina por considerar que algunas de sus disposiciones vulneraban la soberanía de los Estados2, los cuales reasumieron su soberanía y establecieron pactos de unión federal (1861) que serían ratificados en la Convención de Rionegro. La Constitución de 1863, signada por el exclusionismo liberal, instauró un régimen federal radical acompañado de los más amplios derechos y garantías individuales y la limitación de los poderes del gobierno central para intervenir en los Estados. Esta forma de Estado estaría vigente hasta 1885, cuando otra guerra civil permitió la instauración de un régimen centralista bajo la Constitución de 1886.

Pese a la “hegemonía liberal” y a la conflictividad que caracteriza este extenso período entre 1853 y 18863, es sorprendente el acuerdo que existió entre los actores protagónicos del proceso político sobre la pertinencia del federalismo, principio prácticamente incuestionable de ordenamiento del Estado. Si bien el principal soporte del federalismo fue el ala radical del partido liberal, cuando su hegemonía fue cuestionada, a la altura de 1875, una de las acusaciones de los nuñistas, sus principales opositores, era que los radicales no respetaban la soberanía de los estados. Esto quiere decir que los críticos del radicalismo no tenían un desacuerdo fundamental con el federalismo4. Empero, todas las fracciones liberales habían manifestado la necesidad de fortalecer el poder del gobierno federal para permitir que interviniera en asuntos de orden público de los Estados. Si no lo hicieron fue por la dificultad de conciliar diversos intereses en pugna y los excesivos requisitos para la enmienda de la Constitución de 1863. Por su parte, ciertas fracciones del partido conservador aceptaron el federalismo cuando podían controlar uno o más estados soberanos, como los de Antioquia, y más adelante Tolima y Cundinamarca (Delpar, 1977: 348-349). Solo en 1878 el partido conservador se pronunció explícitamente en contra del federalismo, pero los conservadores antioqueños mantendrían una posición independiente y favorable hacia el mismo5. Incluso Núñez, pese a su insistencia en que las naciones civilizadas iban de la dispersión a la unidad mientras Colombia hacía lo contrario, no abanderó claramente el centralismo sino tras proclamar que la Constitución de Rionegro había dejado de existir después la guerra de 18856.

                                                                                                                         2 Las leyes nacionales de 1859 promovidas por Ospina contenían el control nacional de las fuerzas armadas y el derecho de inspección de las elecciones estatales, y se consideraron causas de la posterior Guerra. En junio de 1860 la Asamblea de Santander, el órgano entonces más poderoso del Estado, aprobó la propuesta de separarse de la Unión y reasumir su soberanía. Ospina ordenó intervenir el Estado. Posteriormente, el conflicto estalló Bolívar liderado por el General Juan José Nieto y en el Cauca en cabeza de Mosquera (Safford y Palacios, 2002: 423-427; Johnson, 1984: 168-169; Pérez, 1959: 94-95). 3 Tirado (1981: 41) sostiene que hay una “hegemonía liberal” desde 1849 hasta 1885, exceptuando los gobiernos de M.M. Mallarino (1855-57) y de Mariano Ospina Rodríguez (1857-1861) así como de Melo (1854). González (2006) afirma que en el proceso de formación del Estado las guerras de 1861, 1876 y 1885 estuvieron signadas por la definición del tipo de régimen político, unitario o federal. 4 En 1875, de cara a su postulación presidencial, Núñez prometió a los conservadores una reforma que acentuaría el federalismo dando mayor autonomía a los estados sobre las elecciones y asuntos religiosos (Melo, 1989: 28). 5 El programa del partido conservador en 1878 rechazó el federalismo en los siguientes términos: “Nuestro partido, que es decididamente defensor de la unidad nacional, no ha sido federalista ni lo es en su gran masa, por convicción y por temperamento, y considera que la actual federación de Estados soberanos es una verdadera anarquía y conduce a la república fatalmente a la disolución (…)” (Fundación Futuro Colombiano, 1986: 26). Se ha sostenido que los conservadores en general y Mariano Ospina en particular, no aceptaron el federalismo por convicción sino como una táctica política que les permitiera refugiarse en los Estados de las reformas liberales nacionales (Safford y Palacios, 2002: 412-413; Vega, 1952: 164-165). Varios autores en el siglo XIX sostuvieron que la aceptación de los conservadores antioqueños del federalismo en 1858, en cabeza de Ospina Rodríguez, más que en una toma de partido a favor de esa forma de gobierno se explicaba por consideraciones estratégicas para salvaguardar la religión y el conservatismo y luego proyectarse nacionalmente (Samper, 1880: 28; Arosemena, 1870: 36-37). Sin embargo, también es posible que el consenso bipartidista en torno al federalismo se explicara por la unificación temporal de las élites luego del golpe de Melo (Leal 1989: 129). 6 Hasta 1885 Núñez había visto la necesidad de moderar el federalismo introduciendo un principio de solidaridad en el orden público que le permitiera al gobierno de la unión intervenir en los Estados como lo había hecho con la ley de orden

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Sin embargo, más sorprendente que el acuerdo en torno al federalismo es el cambio súbito hacia el centralismo a partir de la Constitución de 1886. El régimen centralista se impuso inicialmente por una alianza entre liberales independientes, muchos de los cuales habían abanderado el principio federal, y conservadores. ¿Qué fue lo que los hizo cambiar de parecer tan súbitamente? Varios hechos permiten inferir que el federalismo mantenía su fortaleza como principio organizador del Estado y que, en contraste con su adopción7, no hubo consenso en el momento de abrazar el centralismo: aún en 1886 se presentaban proyectos de constitución de corte federal8, se discutía la denominación de las entidades territoriales en el seno del Consejo de Delegatarios encargado de redactar la Constitución; delegatarios caucanos como Reyes y Ulloa se oponían a que los Estados pasaran a llamarse Departamentos (Academia Colombiana de Historia, 1983: 80-101); y más adelante, a la altura de 1898, las elites antioqueñas y caucanas se oponían a los intentos del gobierno central de dividir los departamentos (Melo, 1989: 58; Ortíz, 1986: 184-210). Estos hechos plantean que la discusión sobre el federalismo no se puede reducir a la oposición entre “federalismo de papel versus centralismo de papel” (Palacios, 2002: 149). Explicar esta paradoja, el acuerdo en torno al federalismo y el cambio súbito hacia el centralismo, no es posible si no se estudia la forma como los actores del período le dieron significado y lo experimentaron. Más allá de reducir el federalismo al resultado de sus estrategias políticas o de verlo como una teoría política que se aplica al diseño institucional en forma mecánica, es necesario comprender las concepciones, representaciones y significados que los actores dieron al federalismo y la manera como estos guiaron sus prácticas políticas e influyeron en los conflictos del período en torno a la construcción del Estado nacional. Así pues, el problema de esta investigación se estructura con las siguientes preguntas. En primer lugar: ¿Cómo influyeron los significados del federalismo en la configuración de los conflictos alrededor de la construcción del Estado nación en Colombia, entre 1853 y 1886? Desglosando este interrogante en sus componentes lógicos nos encontramos con cuestiones como: ¿Cuáles fueron los significados que los actores de este período dieron al federalismo? ¿Cómo estos significados influyeron en su praxis política, en los conflictos y en la construcción de órdenes institucionales? ¿De dónde provenían los significados del federalismo reivindicados por los actores y qué procesos de resignificación se operaron? ¿Cómo se articulaban estos significados del federalismo con los proyectos de construcción del Estado nación y con la conflictividad entre ellos? ¿Cómo evolucionaron en el tiempo, hasta dar cabida al centralismo? Así mismo, responder estas preguntas nos permitirá dar luz sobre otros interrogantes: ¿Qué papel juega el federalismo en la construcción del Estado nación? ¿Qué hizo que al final del período federal hubiese descontento con el federalismo?, ¿era impopular? ¿Qué papel juega el federalismo en los debates políticos del período y en los conflictos bélicos? Más allá de las tácticas políticas, ampliamente resaltadas por la historiografía, ¿qué explica las coaliciones interregionales que soportaron el radicalismo y La Regeneración? ¿Cómo se articulaba el significado del federalismo con otros elementos de la naciente comunidad política, tales como la república, la soberanía popular, la representación política, la democracia, la ciudadanía, la civilización y el progreso? Responder estos interrogantes pasa necesariamente por realizar un análisis del proceso histórico-político que vaya más allá de su descripción, del entramado de relaciones de poder en las que se forman los distintos significados del federalismo, del conflicto entre los actores que los reivindicaban y de la                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  público de 1880, pero se inspiraba en la Constitución de Estados Unidos, en consecuencia, seguía siendo federalista (Melo, 1986: 116). 7 La adopción del federalismo hasta cierto punto supuso un consenso entre los dos partidos tradicionales. Entre 1853 y 1858 los principales cambios tuvieron lugar con Congresos de mayoría conservadora. (Pombo y Guerra, 1951: 40). 8 Al Consejo de Delegatarios de 1886 se presentaron tres proyectos de Constitución. Los de José María Samper y Sergio Arboleda mantenían en mayor o menor grado el sistema federal, mientras el de Ospina Camacho retiraba la soberanía de los estados (Pombo y Guerra, 1951: 199).

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forma como alguno o algunos de estos significados lograron tornarse hegemónicos y cristalizar en los órdenes institucionales.

2.2. Estado de la cuestión

2.2.1. Un vacío historiográfico

En la historiografía política sobre el siglo XIX hay un vacío en el abordaje del problema del federalismo para el período en cuestión. La historiografía de corte tradicional sobre el radicalismo9 se ha centrado en el recuento de la evolución de los gobiernos sin llegar a tomar el federalismo como un problema central a explicar. En la historiografía moderna, la mayoría de las interpretaciones sobre el federalismo en este período se recogen como notas en trabajos dedicados a otros problemas como los partidos políticos, las alianzas entre elites políticas y la guerra10.

Un temprano estudio que abordó como eje central el problema del federalismo fue el de De la Vega (1952), presentado como tesis de grado en la Facultad de derecho de la Universidad Nacional en 1912. Aunque por sus características podría situarse en la historiografía tradicional, el autor hace una reconstrucción del pensamiento jurídico y constitucional que llevó a la instauración del federalismo y rastrea sus cambios en cada uno de los procesos constituyentes a lo largo del siglo basado en fuentes preponderantemente oficiales.

Por su parte, Gilmore (1995) hizo un estudio pormenorizado y rigurosamente documentado de la evolución del federalismo desde la independencia hasta la Constitución de 1858. Es una exploración centrada en los procesos que llevaron a la instauración de la forma de gobierno federal en las constituciones de este período que permite encontrar las continuidades y discontinuidades entre el primer federalismo y el federalismo posterior a la llegada de ideas liberales, socialistas, anarquistas y románticas en la segunda mitad del siglo XIX11. Además, el trabajo aborda el tema como eje central y lo explora en el extenso período de la primera mitad del siglo XIX y en todo el territorio nacional. Sin embargo, no llega al período posterior caracterizado por la radicalización del federalismo con la Constitución de Rionegro y la transformación hacia el centralismo producto del descontento con la misma12.

Un solitario esfuerzo interpretativo se encuentra en el estudio de Stoller (1998) sobre las ironías del federalismo en la provincia del Socorro. El autor plantea tres ironías, que pueden tomarse como hipótesis: contrario a lo que podría pensarse, el federalismo fue enemigo del poder local, del municipio o distrito, en la medida en que favoreció los poderes regionales intermedios, que eran federalistas hacia

                                                                                                                         9 Pérez (1941,1959), Rodríguez (1986), Mejía (2007). 10 Delpar (1977, 1994), González (1997: 189-208), Ortiz, et. al. ( 2002), España (1985, 2003). 11 En los casos de México, Argentina y Brasil, se ha corroborado que existió un “primer federalismo” postindependentista, y un federalismo liberal en la segunda mitad del siglo. El primer federalismo era de influencia gaditana, del liberalismo español y de las tradiciones pactistas que pugnaban por la “soberanía de los pueblos”. En la segunda mitad del XIX hay un redescubrimiento del federalismo americano con la lectura de Tocqueville. Ya no es la “soberanía de los pueblos” del primer federalismo. Ahora se enmarca claramente en las influencias ideológicas de mediados de siglo: el liberalismo, el romanticismo, el socialismo utópico, etc. (Carmagnani et. al., 1993). 12 Otras publicaciones que tienen el federalismo como eje central aunque no necesariamente desde una perspectiva histórica son: Vidal (1997), el cual lo aborda desde una perspectiva jurídica institucional y reproduce los pactos de unión de 1860-61 y la Constitución de Rionegro, y VVAA (1997), que trae algunos artículos con perspectiva histórica.

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afuera pero no hacia adentro; no hay coherencia en la articulación liberalismo-federalismo y conservatismo-centralismo que comúnmente se plantea; y, dado que Bogotá, por sus características económicas, políticas y demográficas en el siglo XIX, no podía imponerse a las regiones, el impulso hacia el centralismo provino muchas veces de centralistas de provincia. En el Socorro estas ironías tuvieron algún asidero, y estuvieron presentes en la conflictividad y la definición de antagonismos políticos, pero no siempre se explican por los intereses instrumentales de las élites locales y regionales, sino también por fuertes imaginarios en torno al federalismo.

Por otro lado, existe una creciente historiografía regional que ha explorado distintas problemáticas políticas en los estados soberanos. Empero, más que un análisis de los significados que tenía el federalismo y de los conflictos en torno a la forma de Estado, estos trabajos se constituyen en historias políticas regionales que destacan las pugnas y alianzas entre facciones de las élites en el interior de los estados soberanos y de estas con las élites nacionales, entre otros. En esta historiografía regional se pueden destacar los trabajos clásicos de Johnson (1984) que describe la gestación del radicalismo en el estado soberano de Santander, en el período anterior a la Constitución de 1863 y analiza sus ideas políticas sobre temas como el libre cambio y su concepción de gobierno mínimo, mostrando que la experiencia política de los radicales en este estado se constituyó en una especie de laboratorio de lo que sería el federalismo entre 1863 y 1878. Ortiz (1985, 1988) ha estudiado el comportamiento de las élites en Antioquia y ha sostenido que allí se desarrolló un ideario federal particular ligado a los intereses de sectores de la élite conservadora y del clero para proteger su región de las reformas liberales desde 1851. Dada la economía minera relativamente autónoma de Antioquia, hubo un “autoaislamiento táctico de sus élites pragmáticas”, que la protegió de las crisis políticas y de las guerras civiles del período (Ortiz, 1986: 22). Un estudio similar para el caso del Cauca es el de Valencia (1988). Allí, además de las pugnas entre las élites liberales y conservadoras, existió una disputa en el interior del liberalismo a partir de la emergencia del independentismo en 1875, fracción que mantendría posiciones complejas alrededor de la defensa de la soberanía del Estado durante La Regeneración como una estrategia de fortalecimiento interno13.

La escasa historia de las ideas producida para el siglo XIX no ha consagrado un estudio a la evolución del significado del federalismo. El trabajo clásico de Jaramillo Uribe (2001), si bien desarrolla las concepciones que sobre el gobierno y el Estado tenían las élites intelectuales decimonónicas, no estudia en su particularidad el ideario federal. El otro clásico, el de Gerardo Molina, tampoco aborda el problema en su particularidad, aunque le dedica algunas líneas (1988: 67-83). Al estudiar el ideario liberal sobre el Estado pone más énfasis en la dicotomía proteccionismo/librecambismo que en la forma de gobierno y caracteriza la discusión como “dejar hacer” contra “socialismo de Estado”. Pero el federalismo no es una de sus líneas de análisis. Para él, los radicales estaban imbuidos por el caso de los EEUU sin apreciar las particularidades históricas de esta sociedad. No tuvieron en cuenta que antes de organizar el Estado, las colonias norteamericanas tenían experiencia de autogobierno, que el feudalismo allí había sido precario y que la coexistencia de varias religiones era un factor de tolerancia, entre otros. Además, coincide con la tesis tradicional según la cual los radicales llevaron el federalismo al extremo reconociendo una soberanía primaria a los Estados, lo que tuvo consecuencias negativas para el mantenimiento del orden público y, con la descentralización de rentas y las disposiciones constitucionales, dejaron la tarea del desarrollo a los estados en primer lugar y sólo en segundo lugar a la nación, lo cual contribuyó a la frustración de proyectos como los ferrocarriles. En fin, “…dado el tipo de organización federal aceptada, la anarquía era inevitable”. Empero, también señala que el ideario liberal sobre el federalismo no se agotaba en la forma de gobierno, sino que se articulaba a otros                                                                                                                          13 En esta perspectiva ver entre otros: Gómez (2009), Rodríguez Pimienta (1989); Mendoza, Ramírez y Pérez (2004), Park (1985), Ramírez (2002), Acuña (2008).

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problemas fundamentales de la forma como los liberales concebían lo político, como la libertad; así mismo, que el federalismo se vinculaba con un sentimiento regionalista fuertemente acendrado (Molina, 1988: 122).

Finalmente, el estudio de Kalmanovitz (2006) sobre el ideario federal adolece de graves problemas metodológicos. No se preocupa por comprender la forma en que se dio significado al federalismo en la época; por el contrario, usa una teoría neoinstitucional, “la teoría del federalismo desarrollista”, para demostrar por qué las instituciones federales fueron ineficaces en el trámite de los conflictos políticos y obstaculizaron el desarrollo económico. Según esa teoría, el federalismo es exitoso para tramitar los conflictos en la medida que todos los niveles de gobierno tengan limitado el ejercicio de su autoridad y existan instituciones y tradiciones parlamentarias que permitan una negociación entre ellos. Los liberales radicales presenciaron el colapso de las instituciones coloniales, pero dado que impusieron su proyecto por la fuerza, con la Constitución de 1863, no pudieron producir esos mecanismos institucionales de negociación. No sorprende que el federalismo se caracterice por los enfrentamientos militares entre los estados, los peajes, aranceles y trabas al mercado interno, y las restricciones presupuestales tanto del Estado central como de los Estados federales. En suma, concluye el autor, el experimento federalista colombiano fue totalmente opuesto al modelo de desarrollismo federalista (Kalmanovitz, 2006: 115). Este es un claro ejemplo en el que una categoría analítica y descriptiva deviene en prescriptiva y normativa. Esta imposición de un “modelo” federal que se asume como correcto impide cualquier comprensión del significado que los actores dieron al federalismo.

2.2.2. La historiografía sobre la formación del Estado colombiano

Algo similar ocurre con la historiografía sobre la formación del Estado y las instituciones políticas donde, además, el período federalista (1863-1886) es una suerte de anomalía. De acuerdo con Múnera (Múnera, 2009: 11-30), la historiografía sobre la formación del Estado se ha caracterizado por un enfoque teleológico y normativo que confunde las perspectivas y conceptos analíticos e interpretativos con categorías prescriptivas. Así, la mayor parte de la literatura establece cánones basados en las experiencias de la formación de Estados en ciertos casos occidentales, tales como la centralización política, el monopolio de la violencia física, la existencia de un mercado interno o la formación de un sentimiento de pertenencia nacional, que aparecen como características necesarias y, en muchos casos deseables, para identificar la existencia de un Estado moderno14. Este es asumido como una abstracción universal omnipresente y realizable en todas las sociedades. De esa forma, no se estudia el proceso histórico de formación del Estado colombiano, sino que se pretende adecuarlo a una matriz normativa. Se anula la contingencia de las acciones colectivas que llevan a la formación estatal porque se alejan del modelo escogido por el historiador. Por ejemplo, para Martínez (2001: 35) a lo largo del siglo XIX fracasaron los intentos de construir el Estado en Colombia: el neoborbónico de Mosquera (1845-1849), el de los radicales (1867-1875) y el de La Regeneración (1878-1900). Fracasaron respecto a un tipo ideal eurocéntrico que estuvo presente como referente para los actores del proceso pero que se confunde con el deber ser del Estado tal como lo concibe el autor. Por ello su conclusión es que la construcción del Estado fue más una empresa donde la retórica sustituyó a la realidad (Martínez, 2001: 194). Desconoce así los significados que las élites nacionales asignaron a los modelos estatales europeos, el proceso de resignificación que estos modelos adquieren según las necesidades y relaciones de poder locales, y la especificidad de sus propios proyectos de Estado.

                                                                                                                         14 Pérez (2007), Laguado (2002), Garrido (1983), Palacios (1986).

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El federalismo se ha leído mediado por la imagen de nuestro presente, como un estadio preliminar hacia este presente centralista. La perspectiva teleológica no se ha preocupado por explicar la “discontinuidad” del federalismo. Para esta literatura, el Estado moderno en Colombia es una realidad que empieza con la Regeneración, la cual hace posible el inicio de un proceso de centralización estatal (Urrego, 1993: 22-23)15. En contraste, existe un cierto sentido común, que empezó a construirse desde los discursos de Núñez y Caro, según el cual la Constitución federal de 1863 habría engendrado el desorden, la anarquía y, en últimas, impedido la unidad nacional16.

La Constitución de 1863 consagró un federalismo a ultranza17, libertades absolutas, libre comercio de armas, la prohibición al gobierno central para intervenir en el mantenimiento del orden público interno de los Estados soberanos, y estableció criterios rígidos de reforma que la hicieron prácticamente irreformable (Pérez, 1941: 50; Rodríguez, 1986: 61; Delpar, 1994: 29-30). Estas características se han visto como defectos del orden constitucional federal pues habrían alentado el enfrentamiento de los caudillos regionales y, a partir de 1875, cuando los liberales radicales vieron cuestionada su hegemonía en los gobiernos de los estados, que a su vez les aseguraba el gobierno federal, la intervención armada en los estados y la manipulación de las elecciones. Todo ello habría hecho imposible la unidad nacional y fortalecido los obstáculos para la formación de un Estado nacional moderno: enfrentamiento entre caudillos; centralización estatal débil; unidades subnacionales fuertes en moneda, fuerza pública, administración de justicia y aduanas; mercado interno y comunicaciones débiles, etc. (Laguado, 2004: 31-32).

Aunque el federalismo estuvo presente en los proyectos de Estado de las élites a lo largo de todo el siglo XIX, aunque haya sido un ordenamiento casi incuestionable entre 1853 y 1886, aunque en últimas fuese una especie de norma sobre la organización estatal para los constructores de Estado y nación en el siglo XIX, la historiografía lo ha construido como una suerte de anomalía18. En suma, la referencia a una categoría de Estado que se impone en forma anacrónica al proceso histórico ha impedido comprender y explicar el significado del federalismo en los proyectos de Estado en contienda en ese período del siglo XIX.

                                                                                                                         15 Para la mayoría de la literatura sobre la formación del Estado, el proceso de centralización política empieza con la Regeneración. Vélez (1987: 12). Para Laguado (2004: 67) es durante la Regeneración donde puede hablarse de la formación de un Estado moderno con la institucionalización de un ejército más profesional que asegura el monopolio de la fuerza, además instauró un “período de paz”, apaciguó el problema religioso y los conflictos interregionales y creó un banco nacional que garantizó el control del Estado sobre la moneda. 16 Núñez afirmó en varias oportunidades que el orden constitucional de 1863 había traído anarquía y fragmentación nacional (Academia Colombiana de Historia, 1983: 35-41; Núñez, 2006: 49-52,383-387,485-488). Caro, hizo lo propio tanto en varios artículos de prensa como al recordar el discurso de Núñez en su mensaje al Congreso de 1898 (Caro, 1951: 10; 1898, 324). Estas afirmaciones hicieron carrera en la historiografía. Ver por ejemplo: Nieto (1996: 361-365), Liévano (s.f: 95), España (1985: 51 y 57), Kalmanovitz (2006: 105). 17 La soberanía de los estados significaba la potestad para tener su propia constitución, legislación civil propia y una corte suprema de justicia. El Estado central debía guardar neutralidad frente a las alteraciones del orden público en los estados y “en caso de ocurrir diferencias entre dos o más estados, de ser imposible una resolución pacífica, debían someterse a la decisión del gobierno central”. Estaba prohibida la declaración de guerra entre los miembros de la federación y todos los estados debían garantizar los derechos y libertades individuales (Rodríguez, 1987: 11). 18 El federalismo estuvo en discusión durante todo el siglo XIX tomando diversos significados en los distintos períodos. Con la Constitución de Rionegro “triunfó una tendencia que había existido desde el principio de la nación y que, sólo temporalmente y con dificultad, había sido frustrada en la guerra de 1839-1841” (Deas, 2006: 211). En efecto, antes de la Constitución de 1886, el centralismo había sido prácticamente una excepción en el ordenamiento constitucional nacional con las constituciones de 1821 y 1843, esta última posterior a la Guerra de los Supremos. La Constitución de 1853 se ha caracterizado como “centro-federal” y dio paso a la formación de Estados soberanos a partir de la unión de provincias, que posteriormente ratificarían la Constitución de 1858 plenamente federal (Gilmore, 1995: TII).

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2.2.3. Las explicaciones

Aunque la mayoría de los trabajos no han tomado el federalismo como una variable dependiente, como un fenómeno a explicar, es posible encontrar algunas interpretaciones. Así, la historiografía liberal tradicional explica la adopción del federalismo por dos hechos coyunturales. Pérez (1941: 38), para citar sólo un ejemplo, explica el acérrimo federalismo del 63 porque los estados vieron atacada su autonomía económica, rentística y administrativa por el gobierno conservador de Ospina Rodríguez, y por la intención de los radicales, en plena Convención de Rionegro, de evitar una dictadura de Mosquera, el caudillo de la guerra de 186019.

Por su parte, las hipótesis predominantes en la “nueva historia” han explicado el federalismo por dos vías. En primer lugar, como una consecuencia natural del dominio de oligarquías o círculos regionales que se afianzan durante el período federal. El federalismo era la mejor forma de hacer compatible la dominación de distintas “oligarquías”, “círculos” o caudillos regionales (Valencia, 1988: 21; Tirado, 1981: 49-50; España, 1985: 54; Vélez, 1986: 133). Prueba de ello es que con la Constitución de Rionegro cada estado definía su propia ley electoral, lo cual le aseguraba al partido mayoritario la representación en Cámara y Senado, excluyendo al partido minoritario y haciendo de la violencia virtualmente la única forma de producir el cambio político (González, 1997: 202; Palacios, 1980: 1677). Por ejemplo, para Guillén (1986: 26) el federalismo se explica porque con el auge de la exportación tabacalera en la segunda mitad del siglo emergieron élites agroexportadoras a quienes convenía este arreglo institucional para el mantenimiento del poder en sus regiones de influencia: “El poder político de esas élites regionales, monopolizadoras del poder económico surgido del tabaco y del comercio exportador e importador, resultó así vigorosamente asegurado por la disposición regional autónoma de los recursos públicos como incentivos para la formación y enriquecimiento de la clientelas adscritas”. Por eso la crisis económica de los 70s y la caída de las exportaciones planteó para esas élites la necesidad de un gobierno central “solvente y dadivoso” para mantener su poder pese a las adversas circunstancias económicas. De ahí también que las políticas económicas de la Regeneración tendieran a favorecer a estas élites afectadas por la crisis económica: terratenientes, grandes exportadores agrarios, comerciantes y banqueros, y los consiguientes escándalos de corrupción que las caracterizaron. Ello explicaría también porqué las élites antioqueñas no tuvieron participación en el gobierno regenerador haciendo parte de los conservadores históricos: Antioquia, cuya economía descansaba en la economía aurífera, no resultó tan afectada por la crisis como otras regiones (Guillén, 1986: 50-51).

En segundo lugar, la adopción del federalismo se ha explicado por la imposibilidad de forjar una clase hegemónica nacional que unificara los distintos intereses económicos de las clases dirigentes regionales, dado que estas se encuentran fragmentadas en las distintas regiones y no existen condiciones “objetivas” para la formación de una clase hegemónica nacional, como vías de comunicación o la integración nacional por la vía del mercado (Palacios, 1980: 1664-1665,1682; Vélez, 1987: 36-37; Leal, 1989: 148).

Esta explicación se ha conjugado con aquella que aporta como una de las causas para la adopción del federalismo las barreras geográficas que tendieron a forjar economías regionales y la imposibilidad de desarrollar un sistema de comunicaciones que facilitara los intercambios económicos (Palacios, 2002: 137; Tirado, 1983: 45; Melo, 1989: 21; Safford y Palacios, 2002: 15-34, 413-415). Para Jaramillo Uribe

                                                                                                                         19 Mosquera asumía la “soberanía” del estado del Cauca en mayo de 1860 por considerar que ciertas disposiciones del gobierno de Ospina habían roto el pacto federal (Pérez, 1951: 114).

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(1983: 191), los estados federales no fueron una creación artificial de los radicales, “correspondían a regiones no sólo con su propia geografía, sino con su individual estructura económica y social y sus rasgos culturales propios”. Para los radicales el federalismo habría sido el modelo de organización que más convenía al país dada su fragmentación regional (Rodríguez, 1985: 13)20.

Finalmente, aunque su eje no es el federalismo, el estudio de Miguel Borja sobre el papel de la región del valle y el cañón del Cauca en las dinámicas de la guerra entre 1858 y 1885, plantea hipótesis sugerentes para analizarlo. Borja sostiene que más que federalismo, en este período hubo una organización confederal (Borja, 2010: 32). Así, en el período federal no existía el proyecto de construir una nación o una república; por el contrario, se intentaba formar una serie de estados y naciones en los contenedores territoriales de los estados soberanos, de forma que el proceso de formación de cada uno de los Estados explica la Guerra Federal. El Estado central no era reconocido como primus inter pares sino como un jugador más y el monopolio de la violencia legítima no estaba en manos del gobierno central sino de los estados federales. Sólo después de la guerra de 1885 se emprende un proyecto viable de centralización del poder.

La hipótesis de que los actores del período tenían en mente un sistema confederal más que federal tiene fundamento. No en vano, ello quedó plasmado en las Constituciones de 1858 y 1863. Empero, es necesario investigar qué significado daban los actores a estos términos. Aunque, como lo sugiere el autor tomando como referencia el concepto de Carl Schmitt (Borja, 2010: 32), bajo la confederación las entidades políticas se asocian sin renunciar a su soberanía, en la época este concepto no era contrario al proyecto de construir “una nación soberana” como consta también en los textos constitucionales. Además, aunque la palabra nación fuese más usada a fines del siglo XIX que en el período federal, el término estaba presente en las Cartas políticas y existía una idea de comunidad que en la época se hacía equivalente a patria o república según el caso. Así, es posible que al lado del proyecto de construir estados soberanos e identidades protonacionales en el interior de la república, las élites también tuvieran proyectos de construcción de una república en todo el territorio y ello también podría explicar las dinámicas de la guerra. Las guerras no sólo se producían por salvaguardar la soberanía en el proceso de construcción de los estados, sino también por el intento de imponer los distintos proyectos de Estado nacional que tenían las élites de cada uno de los estados. Por ejemplo, los radicales no se conformaron con construir una república liberal en el Estado de Santander sino que pugnaron por imponer ese proyecto a nivel nacional, lo mismo podría decirse del liberalismo caucano o del conservatismo antioqueño. Además, si bien es cierto que en la época federal se produjo una continua disputa por el monopolio de la fuerza entre los estados federales y el gobierno de la unión, patente en las discusiones por la intervención en asuntos de orden público, de ello no se infiere que los actores no tuviesen un proyecto de Estado nacional o no existiese un Estado. Habría que preguntarse si en los modelos de Estado confederal que disputaban las élites era tan importante el monopolio de la violencia como en la teoría sociológica. Ello implicaría estudiar en su especificidad histórica esos proyectos de Estado, que son distintos al que consigue imponerse tras la guerra de 1885, tomando distancia de los postulados de las teorías basadas en el estudio de la formación de los modernos estados occidentales.

Como puede verse, la historiografía no ha tomado el federalismo como un fenómeno a explicar. Antes bien, lo ha asumido como una variable explicativa del “desorden” y la “anarquía” producidos por el enfrentamiento entre las distintas “oligarquías” y favorecido por ciertas disposiciones constitucionales. Estas perspectivas no permiten comprender la evolución de los significados del federalismo ni cómo fue experimentado por los actores de este período o el conflicto entre los distintos significados que                                                                                                                          20 Stoller (1998: 14) sostiene que más que por una pugna entre regiones, como sería de esperarse en un “país de regiones”, el federalismo Colombiano se explica por “la manifiesta incapacidad del Estado para gobernar”.

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tenía, pues derivan de una concepción realista de la política que hace énfasis exclusivamente en los intereses instrumentales, políticos y económicos de las élites como elemento explicativo. Como afirma Stoller (1998: 11), “ver el tema como la mera instrumentalización oportunista de otras preocupaciones, de otros intereses, conduce fácilmente a la conclusión de que no merece ser estudiado «en sí»”. Si bien el término “oligarquía” fue muy utilizado por los opositores del radicalismo a partir de 1875 es necesario preguntarse por las implicaciones que esa categoría tenía en la forma como los actores del período entendían el federalismo, más allá de su uso estratégico. Así mismo, aunque para los historiadores las distancias geográficas y las dificultades de transporte y comunicaciones son explicaciones “objetivas” para la imposibilidad de centralizar el poder, es necesario estudiar si en efecto los actores del período daban preponderancia a estas dimensiones en sus concepciones del federalismo o si estas obedecían a otros factores. Finalmente, será necesario indagar por los significados que los actores asignaban a conceptos como federación y confederación, y el papel que ellos jugaban en la estructuración de los conflictos alrededor de la construcción del Estado.

2.2.4. Balance y perspectivas

La historiografía del período ha descuidado otros aspectos que contribuirían a tener una explicación más comprensiva de los significados del federalismo y los conflictos que suponía en este período. No se ha estudiado el significado que éste tenía para actores distintos a las élites, tales como los intermediarios políticos, las clases populares emergentes y la Iglesia. No se han indagado las consecuencias que la construcción racialista y jerarquizada de las regiones y de la geografía tuvo sobre la forma como se concebía y experimentaba el federalismo. No se ha cuestionado el lugar común según el cual el federalismo colombiano es una trasposición acrítica del modelo norteamericano. Tampoco se han puesto en relación los idearios y concepciones del federalismo con la forma como los actores concebían la construcción de un orden civilizado que limitara los conflictos violentos. No se han explorado las articulaciones del federalismo con la construcción de otros significantes nodales de los proyectos políticos del período como la libertad, la soberanía popular, la república, la democracia, la representación, la ciudadanía, el progreso y la civilización, entre otros, que configuraban una “cultura política” a su alrededor. Finalmente, no se ha indagado sobre la forma como el federalismo era concebido en el interior de los estados soberanos, los cuales, con posterioridad a la Constitución de 1863, podían adoptar el federalismo como forma de gobierno.

Con preocupaciones historiográficas distintas, varios trabajos han planteado estas líneas de análisis y posibles variables explicativas de la adopción del federalismo, que de estudiarse contribuirían a la comprensión de los significados que tenía en el período y de los conflictos que conllevó.

Palacios (2002: 105-106) sostiene que la tradición localista hispánica se habría mantenido a lo largo del siglo XIX para obstaculizar el proceso de centralización estatal y dicha tradición estaría en la base de la recepción del federalismo, o de un tipo de reivindicación que se articula al gobierno local, en las clases populares. Empero, si no se ha estudiado a fondo el significado que el federalismo tenía entre las élites políticas, mucho menos en el caso de las clases populares que emergen a mediados de siglo. Aguilera y Vega (1998) hacen una reconstrucción de la mentalidad política popular sobre la democracia partiendo de la influencia de la Revolución Francesa y se preguntan cómo los sectores populares utilizan expresiones, símbolos y conceptos apropiándolos y resemantizándolos o resignificándolos (pueblo, república, soberanía, libertad, igualdad, fraternidad) influenciados por doctrinas como el romanticismo, el socialismo y el anarquismo que producen una “revolución lingüística” desde mediados de siglo. Es

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de esperar que así como se pronunciaban sobre ello, opinaran sobre las formas de gobierno más allá del republicanismo, sobre centralismo o federalismo, pero este problema no se ha estudiado21.

En el mismo sentido, no se ha examinado la forma como uno de los actores centrales de este período, los “mediadores políticos” u “oligarquías regionales”, experimentaron y concibieron el federalismo, más allá de su intención instrumental de dominar parte de su región22. La historiografía se ha centrado preponderantemente en las élites, pero como ha resaltado Gómez (2009: 56-59), los intermediarios tenían percepciones y concepciones distintas sobre aspectos como la ciudadanía y es de esperar que también tuviesen sus interpretaciones del federalismo. En fin, hay un enorme vacío en lo que se refiere a la forma como la Iglesia católica, un actor protagónico del período federal, concibió el federalismo.

Así mismo, las explicaciones dominantes han descuidado el hecho de que las regiones en el siglo XIX se estructuraban alrededor de identidades raciales, religiosas y partidistas (Rojas, 2001: 217; Arias, 2005: 107). Aunque la historiografía ha señalado que existían fuertes obstáculos objetivos hacia la centralización que harían deseable un sistema federal, tales como las dificultades de comunicación y transporte o la complejidad de la geografía, no se ha planteado la forma como los mismos actores relacionaban estas realidades con sus concepciones del federalismo23. Como expone magistralmente Múnera (2005), las élites de la segunda mitad del siglo XIX, empezando por los hermanos Samper y Camacho Roldán, construyeron una geografía humana para representar la nación como un ordenamiento jerárquico que iba del centro andino a la periferia de las fronteras, de los climas fríos a los cálidos y de las razas civilizadas a las bárbaras. De esa manera, indios, negros y regiones “periféricas” no sólo quedaban excluidos de su proyecto de nación sino se constituían en el principal obstáculo hacia la civilización24. No habría que extrañarse del hecho de que justamente representantes de estas regiones se articularan luego en contra del proyecto radical. Por otro lado, autores como Posada Carbó (1999: 332)25, han enfatizado en el regionalismo como un discurso político que justifica                                                                                                                          21 Gilmore (1995, TI: 214) cita algunas peticiones a favor del federalismo de provincias y Sociedades Democráticas en el debate constitucional de 1852, aunque no ahonda en el significado que le atribuían. Destaca que “gran parte del ímpetu hacia la reintegración fue suministrado por petición local” (Gilmore, 1995, TII: 36), y que en la época una de las justificaciones para el federalismo era que “cada individuo es el mejor árbitro de sus propios intereses y cada localidad es el mejor árbitro de sus intereses” (Gilmore, 1995, TII: 3). Para Restrepo Piedrahita (1986: 66-67), la alocución “poder municipal” era muy popular en el siglo XIX, aunque no necesariamente presuponía un entendimiento de federalismo. La idea de federalismo, más que en la experiencia de Estados Unidos estaría acendrada en el sentimiento popular de “gobierno propio”. Así lo presentaba en su historia de la idea federal de 1871 Felipe Pérez (1871: 113). Según José María Samper, luego del acto adicional que permitía la creación de Estados, una ley de 1855 decidió preguntar a las legislaturas de las provincias que se manifestaran sobre la conveniencia de la federación. Panamá y catorce provincias más se pronunciaron a favor del federalismo (1.535.741 almas), cuatro provincias se pronunciaron en contra (434.147 almas) y cinco no emitieron su opinión (292.092 almas). El total de población era entonces de 2.241.980 (Samper, 1881: 289). 22 En este período de la historia colombiana jugaron un papel destacado personalidades como: en Cundinamarca, Ramón Gómez y Daniel Aldana; en Antioquia, Eusebio Borrero, Pedro Nel Ospina, Marceliano Vélez, Pedro Justo Berrío, Recaredo de Villa; en Cauca, Julián Trujillo, Eliseo Payán; en la costa Santodomingo Vila, Luis Antonio Robles; en Santander Solón Wilches, entre otros. Entre la limitada historiografía sobre los intermediarios políticos en Colombia sobresale el trabajo clásico de Malcom Deas (2006: 209-233), quien estudia el caciquismo o los mediadores justo en el período federal y resalta que el cacique tenía intereses materiales como el control de ciertas rentas locales y regionales dependientes de la administración pública, pero también tenía concepciones hasta cierto punto originales sobre problemas políticos. 23 Los representantes más destacados de las élites estaban preocupados por la geografía, los liberales TC de Mosquera, Santiago y Felipe Pérez, JM Samper, M. Ancízar, redactaron tratados de geografía o corografía, pero también líderes conservadores se preocuparon por el estudio de esta materia de cara a la promoción de “mejoras materiales”. Por eso, sin distinción partidista los gobiernos apoyaron la Comisión Corográfica (Sánchez, 1998: 626-627). 24 En particular, la geografía humana de J.M. Samper pretendió atenuar el federalismo constituyendo un centro dominante y “civilizado” en los andes que se definía en antagonismo con los territorios “bárbaros” de frontera (Múnera, 2005: 106). 25 Ver también Bell (1987: 21).

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el federalismo, por ejemplo en el caso del caudillo costeño Juan José Nieto. Sin embargo, este hecho no ha sido explorado en relación con el significado que tanto las élites andinas o centrales como las regionales daban al federalismo. Así mismo, no se ha explorado la influencia que podría tener el imaginario de ciudad en relación con los significados del federalismo, teniendo en cuenta que las élites políticas estaban imbuidas en una matriz de pensamiento según la cual la ciudad, además de coincidir con el espacio de la civilización es el escenario privilegiado para la acción de las élites, mientras el campo es un entorno más próximo a la barbarie y el escenario típico del pueblo (Arias, 2005: 38)26.

En general se ha asumido acríticamente que el ideario federal de las élites colombianas era una trasposición de los argumentos que lo habían soportado en el debate constitucional de Estados Unidos y que les llegaron por las lecturas de El Federalista y La democracia en América27. Por ejemplo, Mejía (2007: 234-235) sostiene que los radicales, influidos por las lecturas de Tocqueville, relacionaban el gobierno central con el despotismo y creían que la fragmentación del poder evitaría un ejercicio autoritario del mismo garantizando que el gobierno no afectara la vigencia de los derechos y libertades individuales. En su lectura, para los radicales el centralismo propiciaba la toma de decisiones alejadas de la realidad, disminuyendo la eficacia de la acción del gobierno y el control de este por parte de los ciudadanos, mientras el federalismo propiciaba la cercanía del gobierno a la realidad aumentando su eficacia.

Como sostiene Quinche (2004: 9-13) todo este ideario federalista anglosajón penetró en las mentes de los estudiantes del Colegio del Rosario, que se convertirían en dirigentes políticos radicales, por medio de la lectura de Tocqueville que hacía Florentino González en sus Elementos de ciencia administrativa (1840); sin embargo, incluso la adopción de su texto fue cuestionada por la publicación de los Principios de administración (1847) de Cerbeleón Pinzón que, a diferencia de González, no tomaba partido por el federalismo. Además, aunque no es posible negar de plano la influencia anglosajona, hay elementos más que suficientes para pensar que la adopción de las instituciones federales no se hizo de manera acrítica y que por el contrario el tema estuvo en el centro de la discusión. Aunque la historia constitucional del período también es escasa, algunos estudios arrojan pistas para pensar la recepción del ideario federal más allá de una trasposición simple. El estudio de Restrepo Priedrahita (1986), pese a no realizar un análisis del significado del federalismo o de las condiciones que llevaron a su implantación en la mayoría de las constituciones del siglo XIX, ofrece una valiosa información sobre los proyectos constitucionales en varias coyunturas. Particularmente, de esa información y de las discusiones que deja entrever, puede inferirse que el significado del federalismo iba más allá que una simple imitación de EEUU, como se ha asumido28.                                                                                                                          26 Para un acercamiento a esta problemática desde una perspectiva jurídica ver: Malagón (2007). 27 Hasta hace poco esa era también la tesis predominante sobre el federalismo en otros países latinoamericanos. Para Marcelo Carmagnani (1993: 398), el federalismo latinoamericano, aunque es la imagen preponderante, no es una copia del modelo norteamericano a secas, tampoco es un producto autóctono, “es un proceso de tipo interactivo según el cual las propuestas doctrinarias provenientes de otros contextos son reelaborados a la luz de las necesidades y realidades mexicanas, brasileñas y argentinas”. En Colombia la influencia de EEUU se manifestó desde el principio. Ver por ejemplo: De Pombo (1811). El texto de Tocqueville fue tempranamente traducido en la Nueva Granada (1842). Editado dos años después de haberse publicado en francés. El federalista circuló por entregas en el periódico oficial La Escuela Normal entre 1872 y 1873 al lado de las lecciones de Santiago Pérez que luego se convertirían en el Manual del Ciudadano. 28 Particularmente de la polémica entre Florentino González y el constitucionalista Antonio del Real en 1852 (Restrepo, 1986: 65). El debate sobre la adopción del federalismo en relación con la influencia norteamericana también se hizo presente en la Convención de Rionegro. No sólo el federalismo norteamericano tuvo influjo en Colombia, en el debate constitucional se presentó un proyecto de Constitución que, además del federalismo, consagraba un ejecutivo colegiado en forma de dieta, inspirado en la Constitución Suiza, y probablemente obra de Justo Arosemena (Correa, 1937: 110-111, 161-179). Además, los principales promotores anglófilos del federalismo, Florentino González y Manuel Murillo Toro, en varias oportunidades llamaron la atención sobre la necesidad de que la emulación de las instituciones que para ellos eran las más

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Algunos autores han sostenido que la adopción del federalismo se explicaría por el ánimo de los radicales de limitar los conflictos bélicos. Para Jimeno (2006: 186) los radicales estaban convencidos de que aplicando los principios de federalismo y control de las autoridades, limitando su poder y autorizando a los ciudadanos la tenencia de armas, la violencia sería desterrada. En el mismo sentido, para Tirado (1983: 48) el sistema federal fue una medida para descentralizar o localizar la guerra y evitar los desastres nacionales que anteriormente se habían presentado, de ahí que en todo el período de predominio radical no se desatara sino una guerra de alcance nacional, la de 1876.

Estudios de casos latinoamericanos han destacado que en el siglo XIX el federalismo no es sólo un principio de organización institucional, es una cultura política capaz de regular derechos y deberes, participación política y presencia social de los actores. Es dinámico, aglutina las dimensiones institucionales, de las prácticas políticas y de la cultura política (Carmagnani, 1993: 10). Este aspecto tampoco ha sido examinado en el caso colombiano, aunque en algunos trabajos pueden encontrarse indicios de algo similar29.

Finalmente, con la instauración del federalismo la lucha política hasta cierto punto se traslada al interior de los estados (Delpar, 1994: 185). Ello también implicaba una discusión interna sobre las formas de gobierno que se adoptaban a nivel constitucional. Revisando las constituciones estatales Moreli (1997)30 arguye que una de las más grandes contradicciones del período se produjo entre el orden federal nacional y el centralismo napoleónico que caracterizó los órdenes constitucionales de la mayoría de los estados y opacaron el principio federal por la preponderancia de los poderes regionales. Por ejemplo, en Antioquia, de la misma forma en que los liberales habían dividido la antigua provincia en tres provincias buscando el control del poder en la región, los conservadores, a partir de 1856 y bajo los gobiernos de Rafael María Giraldo y Mariano Ospina Rodríguez, dividieron el Estado en departamentos, cada uno con su prefecto nombrado directamente por el gobernador. De ahí que los liberales criticaran el centralismo con que estaba organizado el Estado pues establecía el “orden sin libertad” (Ortiz, 1985: 47, 61).

En fin, pese al avance de la historiografía regional, existe un vacío en el estudio del federalismo para la segunda mitad del siglo XIX. La historiografía sobre la formación del Estado ha asumido el federalismo desde una perspectiva teleológica que, al proyectar hacia atrás el modelo de Estado moderno, ha terminado por asociar la existencia del Estado a la forma centralista de gobierno que se instauró a partir de La Regeneración. Las explicaciones más recurrentes se han limitado a sostener que la elección del federalismo como forma de gobierno en este período se explica por su funcionalidad respecto de intereses instrumentales de élites regionales. Sin embargo, parece haber suficientes indicios para creer que alrededor del federalismo se tejían significados más profundos sobre aquello que los

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actores de la época pensaban que debía ser la república, la ciudadanía y la democracia entre otros. El reto que se plantea es realizar un análisis de los significados del federalismo en Colombia, de las relaciones de poder en las que estos se forman y de la manera como esos significados guiaron las prácticas políticas e influyeron en los conflictos y en la construcción de los órdenes institucionales.

3. Hipótesis Entre 1853 y 1886 el conflicto alrededor de la construcción del Estado nación se estructuró en torno a dos significados del federalismo: uno en el que este aparece articulado a nociones como república democrática, autogobierno individual, civilización y progreso, y otro en el que se articula a anarquía, fragmentación nacional y atraso. Sin embargo, estos significados fueron matizados o afirmados de acuerdo a clivajes partidistas, regionales, religiosos, clasistas, raciales o racialistas, geográficos o urbano-rurales, y de acuerdo al locus de enunciación de los actores.

4. Objetivos

4.1. General Realizar un análisis histórico-político de los significados del federalismo en Colombia, entre 1853 y 1886, de las relaciones de poder en las que estos se forman y de la manera como esos significados influyeron en los conflictos políticos, con el propósito de aportar a la comprensión de la formación del Estado nación.

4.2. Específicos a) Reconstruir el proceso histórico-político en este período con el fin de identificar las relaciones

de poder y los conflictos alrededor del significado del federalismo.

b) Enmarcar los significados del federalismo en Colombia con sus significados en Europa, Estados Unidos y América Latina, a fin de comprender sus distintas procedencias.

c) Identificar las articulaciones entre otros significados de lo político en la época (por ejemplo, república, soberanía popular, representación política, democracia, ciudadanía, civilización o progreso) y el federalismo, para comprender su papel en el discurso político federal del período.

d) Identificar las relaciones entre los significados del federalismo y los clivajes políticos de la época (por ejemplo, partidistas, regionales, religiosos, clasistas, raciales o racialistas, geográficos o urbano-rurales) para comprender las líneas que estructuran los conflictos.

5. Marco teórico Como se afirmó en el estado de la cuestión, existen una serie de problemas en la forma como el federalismo ha sido abordado por la historiografía política del período, que plantean la necesidad de estudiar cómo los actores lo concibieron, los conflictos que se estructuraron en torno a su significado y su papel en el proceso de construcción del Estado nación. Para ello son necesarias por lo menos dos líneas de interpretación: de una parte, una toma de distancia frente a las perspectivas teleológicas de la formación del Estado, que permita asumir este como un proceso histórico contingente en el que también juega un papel relevante la institucionalización de distintas formas de gobierno, entre ellas el federalismo. De otra, un marco analítico para el estudio de los significados de conceptos políticos desde una perspectiva histórico-política.

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5. 1. La formación del Estado: un proceso histórico contingente Como antes se mencionó, la historiografía sobre la formación del Estado colombiano en el período objeto de estudio ha estado dominada por un enfoque teleológico y normativo. Este enfoque ha planteado una categoría típico ideal del Estado, entendido como un Estado moderno, centralizado y con el monopolio de la violencia, entre otros, desde la cual se estudia el proceso histórico. Como consecuencia, se ha privilegiado el momento histórico en el que el Estado colombiano parece emprender un proceso que lo acerca más a esta categoría de Estado, La Regeneración, como el período de su formación en la sociedad colombiana. Desde esta perspectiva, los anteriores proyectos de construcción de un orden político y un Estado, en este caso el período federal, aparecen o bien como antecedentes que obligatoriamente debían llegar al momento de centralización estatal, o bien como desviaciones del modelo que el analista ha escogido para estudiar el proceso. Ambas actitudes descuidan los proyectos de construcción del Estado que antecedieron a La Regeneración e impiden entenderlos en su contexto histórico y su especificidad. Un marco teórico que permita estudiar esos proyectos en su especificidad histórica debe partir de una concepción distinta del proceso de formación del Estado que acentúe su carácter histórico contingente y, por esta vía, que permita comprender las múltiples posibilidades y trayectorias históricas en que se enmarca este proceso sin subsumirlas en un fin particular al que necesariamente deberían llegar. Además, entender que el proceso histórico de la formación del Estado se ubica en un contexto de luchas entre distintos actores con distintos proyectos de Estado, y que para comprenderlo es necesario estudiar estos proyectos en medio de los sentidos, las preocupaciones, el entramado de categorías y los términos de los propios actores. En este sentido, las categorías con las que se ha estudiado la formación histórica del Estado, provenientes en su mayor parte de estudios de casos de estados modernos occidentales, no deben tomarse de manera irreflexiva. De lo contrario, el análisis puede caer de nuevo en la perspectiva teleológica y normativa que hace de las categorías un modelo deseable a seguir más que un patrón de comparación que permite comprender y analizar, y por esta vía a un análisis sesgado por el anacronismo31. Este peligro fue advertido por Norbert Elias (1998: 103) al criticar el cortoplacismo de las teorías sociológicas del Estado (en particular del estructural-funcionalismo) que, según él, las llevaba a adoptar “abstracciones similares a leyes provenientes de aspectos seleccionados de las sociedades contemporáneas «avanzadas» presentadas con la pretensión de ser aplicables a las sociedades de todos los tiempos y lugares”. Esas categorías deben más bien emplearse como patrones de contraste de manera que permitan comparar los procesos y las trayectorias seguidas en la formación de los estados, más que los resultados. Si se asumen los procesos históricos y la conceptualización con la que estos han sido estudiados como patrones de contraste, es posible entender trayectorias específicas, distintas o similares, en otros contextos históricos. Por el contrario, si se parte del resultado, este se convierte en un fin necesario o deseable en virtud del cual juzgar un proceso histórico distinto. Así pues, no se trata de desechar de plano la riqueza teórica o conceptual que se ha ido construyendo en las ciencias sociales a partir del estudio de la formación del Estado, sino de comprender que si estas categorías pueden iluminar la comprensión de procesos históricos particulares es a partir de un diálogo con estos procesos y no a partir de una imposición acrítica de una u otra categoría sobre el proceso o su proyección sin más hacia el pasado. A la luz de estos postulados, es posible leer algunas de las corrientes de la teoría contemporánea del Estado, principalmente aquellas que han hecho énfasis en el

                                                                                                                         31 El uso irreflexivo de las categorías termina por asumirlas como categorías normativas o prescriptivas más que analíticas. Así, según modelos teleológicos, las categorías se usan para juzgar el atraso o adelanto de una sociedad del pasado con relación a un deber ser extraído de una sociedad ajena que se presume como necesario o deseable (Betancourt, 2007: 234).

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proceso histórico de formación del Estado. Se toman como referencia las aproximaciones de autores tan disímiles como Charles Tilly y Michael Mann, entre otros. Estos autores tienen en común hacer una crítica a los enfoques tradicionales sobre la formación del Estado porque han pasado por alto la posibilidad de existencia de diversos tipos de Estado asumiendo implícitamente un esfuerzo histórico consciente por construir un tipo de Estado centralizado, como el predominante en los siglos XIX y XX (Forero, 2009: 234). El neoestatismo –como denomina Jessop esta corriente- se orienta hacia una investigación detallada de casos específicos de la formación histórica del Estado (Jessop, 1999: 103-104). Charles Tilly (1992: 34) ha sido enfático en afirmar que la formación de los estados no sigue un proceso unilineal. Por el contrario, la trayectoria tiene múltiples opciones, historias alternativas. En su perspectiva, los distintos caminos que puede seguir este proceso dependen de múltiples combinaciones en una continua variación entre capital concentrado, coerción concentrada, preparación para la guerra y posición en el sistema internacional (Tilly, 1992: 38). Tilly asume que la coerción y más específicamente la guerra tienen un papel fundamental en la formación de las estructuras del Estado, en la medida en que las necesidades de la guerra implican la creación de una estructura administrativa que empieza por el control de los impuestos. Sin embargo, admite que el monopolio de la violencia es una característica contingente de una forma de Estado que si bien es la forma predominante en la actualidad, no se ha verificado históricamente en las demás formas de Estado existentes. Aún más, el Estado nacional, aunque predominara en algún momento no es una forma de gobierno necesaria o superior (Tilly, 1992: 47). Desde una perspectiva más ecléctica, Michael Mann ha planteado un acercamiento a la formación histórica del Estado que denomina “teoría del embrollo”. Esta perspectiva se preocupa por la manera en que se produce la institucionalización de distintas funciones del Estado, de manera dispar y heterogénea, rescatando al mismo tiempo la historicidad del proceso. Mann identifica las características concretas y trata de simplificar la proliferación institucional sirviéndose de su teoría polimorfa de “cristalizaciones estatales de nivel superior”, en la cual el Estado puede tener una cristalización capitalista, representativa, o ideológica, dependiendo de las características concretas de institucionalización (Mann, 1997: 84). Mann (1997: 72-85) erige su teoría a partir de un diálogo crítico con los enfoques marxista, pluralista y elitista del Estado. Respecto al marxismo, acepta que el Estado es al mismo tiempo un actor y un lugar de confrontación, pero no acepta el determinismo económico, puesto que las clases pueden tener proyectos no necesariamente económicos y pueden presentar alianzas interclasistas. Así pues, el Estado moderno no siempre es un instrumento directo de la clase capitalista ni siempre funciona estructuralmente para reproducir las relaciones capitalistas de producción. El Estado puede tener una “cristalización” capitalista, pero su institucionalización no se reduce a ella. Frente al pluralismo, corriente para la cual el Estado se asimila a un sistema político democrático, Mann plantea que comete dos errores: concebir al Estado sólo como un lugar, el factor de cohesión de una sociedad, no como un actor, y dar prelación a la cristalización democrática del Estado, cuando puede tener múltiples cristalizaciones. La teoría elitista, por su parte, llama la atención sobre el hecho de que el Estado es uno entre muchos, es decir, la dimensión geopolítica. Empero, en la lectura de Mann este enfoque hierra al concebir el Estado como un solo actor de élite. Puesto que las élites también poseen una identidad social y no son actores singulares sino plurales, el Estado sería un espacio donde operan distintas élites más que un instrumento de una de ellas.

Para Mann (1997: 85), “(1) El Estado es un conjunto diferenciado de instituciones y personal que (2) implica una centralidad, en el sentido de que las relaciones políticas irradian desde el centro y hacia el centro, para abarcar (3) una demarcación territorial sobre la que el Estado ejerce (4) en alguna medida, una capacidad de establecer normas autoritarias y vinculantes, respaldadas por algún tipo de fuerza

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física organizada”. Así, se destacan cuatro características que comparten todos los estados: la centralización territorial, aunque no en términos ideológicos, económicos o militares exclusivamente; el hecho de que es al mismo tiempo un lugar y unas personas, un centro y un territorio; el hecho de que su unidad y consistencia no sean definitivas, sino que esté abierto a la penetración de diversas redes de poder; y finalmente, las relaciones políticas entre el Estado y otros estados. En el estudio histórico que realiza, destaca que el Estado tiene distintas “cristalizaciones”, “cada Estado cristaliza de formas distintas” (Mann, 1997: 118).

En América Latina estos enfoques han intentado trascender el objetivo de adaptación de la realidad histórica al modelo europeo (Forero, 2009: 240). Ejemplo de este esfuerzo es el trabajo de Fernando López-Alves (2003: 23-81), que puede ubicarse en el neoestatismo, en tanto que también privilegia las dimensiones weberianas del Estado, la coerción y la formación de la burocracia, en su análisis. Sin embargo, su perspectiva matiza bastante este enfoque al incluir como una variable explicativa la movilización de los pobres rurales, en la formación del Estado latinoamericano. Con ello rompe de paso con los enfoques estructuralistas que enfatizaban la incidencia de lo económico y los determinantes internacionales en la formación del Estado latinoamericano, dándole más importancia al conflicto y la acción política y social. Para nuestros propósitos, lo resaltable es que si bien parte de la preocupación por la formación del Estado moderno, centralizado, con el monopolio de la violencia y formas democráticas de distribución del poder, también destaca varias trayectorias históricas posibles en los casos latinoamericanos.

López-Alves compara dos situaciones: sociedades parecidas que no engendraron regímenes similares y sociedades diferentes que engendraron regímenes similares. Encuentra que el tipo de coalición, entre partidos o entre élites civiles y las fuerzas armadas, y su influencia en la formación del Estado determina el tipo de régimen, el grado de centralización del poder y la autonomía del Estado. El equilibrio en las relaciones cívico militares es el núcleo en la construcción del Estado y depende de las características de los conflictos internos y externos, combinados con el tipo, ritmo y alcances de la movilización rural. Con este marco compara los casos de Uruguay, Argentina y Colombia en la etapa más intensa de la formación del Estado (1810-1900) y utiliza los casos de Paraguay y Venezuela como “testigos”. A diferencia de las teorías centradas predominantemente en el Estado, en las que se inspira el enfoque, se centra en el peso de las fuerzas sociales dado que en Latinoamérica los partidos y los movimientos políticos formadores del Estado se convirtieron en sus sinónimos. El autor observa que hay tres afirmaciones predominantes en la literatura sobre formación del Estado latinoamericano que enfatizan, primero, el legado cultural hispano; segundo, los problemas económicos estructurales; y tercero, la importancia de las ideologías políticas o el miedo a las clases inferiores. Reconoce estos factores, pero pretende dar una explicación alternativa formulando cuatro afirmaciones y una tesis. Primero, en relación con el tipo de guerra, urbana o rural, y su influencia en los tipos de organización política, plantea que cuando el ejército se descentralizó del poder de la ciudad tendió a desarrollar poca autonomía y no se identificó con el poder central, el Estado se debilitó y los partidos se fortalecieron: casos de Uruguay y Colombia; en contraste, cuando el ejército mantuvo autonomía ligado a las clases altas urbanas, el Estado se fortaleció y los partidos se debilitaron: caso de Argentina. Segundo, en relación con el tipo de coalición y la institucionalización resultante, plantea que la correlación entre ambos no es simétrica porque coaliciones con composiciones diferentes actuaron de forma similar en muchos casos y coaliciones con composiciones parecidas actuaron de forma diversa. Tercero, en cuanto a la relación desarrollo-democracia, plantea que el primero no supone necesariamente al segundo: el país más desarrollado, Argentina, no fue el más democrático debido a que la economía exportadora alentó una alianza entre fuerzas armadas y terratenientes; en Uruguay y Colombia, el desarrollo lento debilitó ese tipo de coalición y alentó la competencia entre partidos. Además, el desarrollo económico no garantiza mayor centralización del poder, pues ello depende más

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del fortalecimiento del ejército central. Cuarto, la incorporación de los pobres rurales a la guerra y a la política moldeó el tipo de régimen en la medida en que la formación del Estado estuvo influenciada por el control del campo y el temor a las movilizaciones y revoluciones rurales. En fin, su tesis es que el tipo de guerra y el tipo y alcance de la movilización de los pobres rurales dieron forma a las instituciones, las relaciones entre civiles y militares y los regímenes resultantes.

Finalmente, una perspectiva no teleológica del proceso de formación histórica del Estado puede inspirarse en la crítica foucaultiana a la teoría del Estado. Foucault plantea concretamente tres críticas a la teoría del Estado: En primer lugar, esta teoría es esencialista porque toma el Estado como algo dado de antemano sin preguntarse por su funcionamiento y desarrollo como un resultado contingente de prácticas no referidas al Estado. En segundo lugar, la teoría del Estado mantiene las nociones medievales de soberanía centralizada y poder jurídico unificado, cuando las prácticas involucradas en el Estado son dispersas y muchas no son de naturaleza jurídica. Finalmente, como el poder no se concentra en el Estado sino que es inmanente a las relaciones sociales, hay que partir de un enfoque ascendente, para ver como estas relaciones cristalizan en el Estado (Jessop, 1999: 109).

De allí que Foucault deje de lado el Estado y se interese por las prácticas específicas de gobierno o gubernamentalidad que construyen el Estado a partir de la micropolítica y de distintas cristalizaciones de abajo hacia arriba:

...el Estado –afirma- sólo es quizá una realidad artificial, una abstracción mitificada cuya importancia es mucho más reducida de lo que se cree. Tal vez lo que es importante para nuestra modernidad, es decir, para nuestra actualidad, no es la estatización de la sociedad, sino más bien lo que yo llamaría la «gubernamentalización» del Estado. [...] puesto que las prácticas de gobierno son las que permiten definir en cada momento lo que debe y lo que no debe concernir, lo que es público y lo que es privado, lo que es estatal y lo que no lo es. Así pues, si les parece, el Estado en su supervivencia y el Estado en sus límites sólo se deben comprender a partir de las tácticas generales de la gubernamentalidad (Foucault, 1999: 196).

Estas perspectivas, con sus respectivos matices, coinciden en un acercamiento a la formación histórica del Estado como un proceso contingente que no presupone un telos al que todos los procesos deberían arribar. Esto permite estudiar el proceso de formación del Estado atendiendo a las preocupaciones de sus actores constructores. En el período federal en la historia de Colombia emergen una serie de proyectos de Estado que no tienen como referente el Estado moderno tal como lo entienden las ciencias sociales contemporáneas. Estos proyectos con frecuencia se enmarcaron en la discusión sobre el federalismo y no necesariamente suponían la centralización del poder o el monopolio de la violencia como requisito para la construcción del Estado. Además, entre ellos se produjeron conflictos que es necesario estudiar a fin de comprender sus modos de institucionalización. En fin, antes que partir de una preconcepción del Estado, de una categoría del estado que se imponga en forma anacrónica al proceso histórico, es necesario examinar los proyectos específicos que reivindicaron los distintos actores del período en sus propios términos. Para ello es necesario delimitar las categorías que permitirán construir una historia política conceptual.

5.2. Un marco analítico para la historia de los conceptos políticos La historia conceptual es una tendencia historiográfica que reúne distintas perspectivas y ha hecho suyo el estudio de los conceptos. En general, las corrientes historiográficas que se inscriben bajo este mote se han erigido en un diálogo crítico con la historia de las ideas y la historia intelectual tomando referentes teóricos y metodológicos de lo que se conoce como “giro lingüístico”, es decir, la filosofía

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analítica anglosajona, la hermenéutica continental y las distintas orientaciones foucaultianas enmarcadas en el análisis del discurso, entre otros32. Desde luego, el “giro lingüístico” ha tenido implicaciones más profundas en la disciplina histórica, que no se agotan en la historia conceptual33.

En esta parte se hace una aproximación a lo que se podría denominar una historia política conceptual, tomando algunos enfoques pertinentes para el análisis del problema en cuestión. Se plantea que el estudio de lo político desde esta perspectiva exige transitar desde la historia de los conceptos políticos a la historia de los discursos políticos34. Ello permite, por una parte, estudiar no sólo la realidad lingüística o discursiva sino también la no discursiva, no sólo el lenguaje sino también las prácticas con significado y las redes conceptuales o discursos más amplios en los que estos se inscriben. Por otra, también permite dar prelación a la lucha política como variable explicativa del cambio en los significados de los conceptos a través del tiempo. Para desarrollarlo se realiza un diálogo entre distintas orientaciones historiográficas. En primer lugar, se hace una reconstrucción de lo que Pierre Rosanvallon ha denominado “historia conceptual de lo político”, para resaltar la pertinencia de un enfoque histórico y conceptual en el estudio de lo político. En segundo lugar, se recogen elementos de la historia conceptual tal como la plantea Koselleck, resaltando sus límites y potencialidades. Luego, se introducen las perspectivas arqueológica y genealógica de Foucault articuladas en torno a la noción de discurso. Finalmente, esta perspectiva se complementa con el aparato categorial del análisis político del discurso de Laclau y Mouffe. De estas perspectivas se extraen elementos que permitirán analizar cómo se estructuran los conflictos en torno al significado del federalismo, cómo evolucionan en el tiempo y cómo se insertan en entramados de significados más amplios o discursos, así como el tipo y manejo de fuentes en este enfoque.

                                                                                                                         32 Generalmente esta corriente, desarrollada en la segunda mitad del siglo XX, se agrupa en torno a dos orientaciones primigenias (Vilanou, 2006: 166-168): por una parte, la denominada Escuela de Cambridge, con autores como John G. A. Pocock y Quentin Skinner, que influida precisamente por la filosofía analítica se caracteriza por el estudio de los actos de habla en una perspectiva histórica del pensamiento político. Por otra, la historia de los conceptos alemana, cuyo autor más representativo ha sido Reinhart Koselleck, que bajo influjo de la hermenéutica se caracteriza por poner en práctica una semántica histórica articulada a través de estratos temporales. Estas orientaciones han tenido desarrollos y diálogos críticos con programas de investigación en otros países. Por ejemplo, en Francia con los trabajos de “ideopraxia” de Jacques Guilhaumou o la historia conceptual de lo político recientemente planteada por Pierre Rosanvallon. En Italia con los trabajos de filósofos como Sandro Chignola y Giussepe Duso, de la Universidad de Padua, que han seguido muy de cerca la orientación de la escuela alemana de historia de los conceptos (Duso, 2005). En España, con los trabajos de filósofos como José Luis Vicañas y Faustino Oncina, introductores de las traducciones de Koselleck (Oncina, 2009), o historiadores como Javier Fernández Sebastián (2009, 2007, 2005), director de “Iberconceptos”, red de investigadores encargados de la edición de un diccionario de conceptos políticos y sociales del siglo XIX español e iberoamericano. En América Latina el argentino Elías Palti (2005, 1998) ha seguido muy de cerca la historia conceptual alemana en diálogo con la historia de las ideas tempranamente emprendida en la región por Leopoldo Zea. 33 Así por ejemplo, Miguel Ángel Cabrera (2001) ha planteado que estamos asistiendo a un cambio de paradigma, del modelo dicotómico de la historia social según el cual las sociedades tienen una esfera objetiva con primacía causal que explica la acción, la conciencia, los intereses y la identidad, entre otros, como un reflejo, hacia un modelo centrado en la noción de discurso. Se parte de que la realidad social no es objetiva porque no se incorpora por sí misma a la consciencia, sino por un proceso de conceptualización y significación. El cuerpo de categorías mediante el cual los individuos dan significado a la realidad social no es el reflejo subjetivo de una estructura social objetiva, sino una esfera social específica, con una lógica histórica propia. Esas categorías constituyen una compleja red relacional cuya naturaleza no es ni objetiva ni subjetiva y cuyo origen es causalmente externo a ambas instancias, es lo que se denomina discurso. Por eso Cabrera sugiere que la formación histórica de los conceptos debería ser el objeto prioritario de la investigación histórica y de la teoría social (Cabrera, 2001: 15 y 180). 34 En un sentido similar pero con perspectiva distinta ver: Oieni (2005).

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5.2.1. De la pertinencia de un enfoque histórico y conceptual para el estudio de lo político La obra de Pierre Rosanvallon (2003), Por una historia conceptual de lo político, que recoge su conferencia inaugural en el Collège de France (2001), es un intento por delimitar este campo de investigación resaltando la pertinencia de un enfoque histórico y conceptual para el estudio de lo político. Rosanvallon parte de las aporías de lo político para sustentar la pertinencia de este enfoque. Sus trabajos referidos a las concepciones de pueblo y sufragio en la historia de Francia (1999, 2004), entre otros, llaman la atención sobre la naturalización contemporánea de estos conceptos que en un período histórico anterior no se percibían como naturales, estaban sometidos a tensiones, argumentos y reivindicaciones que estructuraron enfrentamientos, y que son los que el historiador debe reconstruir bajo la óptica de los propios actores, por eso su perspectiva es pertinente para el estudio de los significados del federalismo. Rosanvallon (2003: 25-49) parte de una concepción de lo político entendido como lo que constituye una comunidad política (ley, Estado, nación, igualdad, justicia, democracia), más allá de la competencia por el ejercicio del poder, la política, y sostiene que su estudio requiere una aproximación histórica que permita comprender la densidad de contradicciones y ambigüedades que subyacen en su definición entre actores concretos. Así, la historia conceptual de lo político puede distinguirse analíticamente de la historia de la política, aunque la primera comprenda esta. Desde su perspectiva, la historia conceptual de lo político se distingue de otras aproximaciones a lo político como la historia social, la sociología, la teoría política y la historia de las ideas. En primer lugar, la historia social interpreta los conflictos de poder e intereses explicando las posiciones y conductas de grupos e individuos, pero sólo informa una parte de la realidad. Los conflictos también se producen alrededor de símbolos y significados, no sólo de intereses. La sociología, por su parte, muestra los mecanismos “reales” que estructuran el campo de la política más allá de los discursos de los actores y el funcionamiento de las instituciones. Devela las formas de confiscación del poder tras la retórica igualitaria del gobierno representativo o las tendencias oligarquizantes de los partidos, por ejemplo. Pero no se ocupa de comprender las representaciones de los actores sobre los términos con los cuales dan cuenta del funcionamiento de lo social. La teoría política, tomada en su sentido meramente normativo, despliega una visión racionalizadora y formalizadora de la realidad que la lleva a descuidar la dimensión aporética y contradictoria de lo político. En contraste, comprender las antinomias propias de lo político sólo es posible recurriendo al método histórico. Finalmente, la historia de las ideas, aunque recurre a las mismas fuentes de la historia conceptual no tiene el mismo tratamiento. Aquí las “grandes obras” no se toman como teorías “autónomas” sino como elementos de un imaginario social global:

…las representaciones y las ideas constituyen una materia estructurante de la experiencia social… Se deben de tener en cuenta todas las representaciones “activas” que orientan la acción, que limitan el campo de lo posible a través del campo de lo pensable y delimitan el marco de las controversias y los conflictos (Rosanvallon, 2003: 45-46).

Por eso, sus fuentes pueden incluir, además de las grandes obras, los elementos que componen una “cultura política”, desde el modo de lectura de esos textos teóricos por los actores, hasta el análisis de la prensa, pasando por la recepción de obras literarias e imágenes, entre otros. En suma, es una historia que presta atención a las condiciones de ensayo o “puesta a prueba” de lo político, analizando sus límites, antinomias, puntos de equilibrio, las decepciones y desarraigos que suscita. Sus objetos privilegiados son las fracturas, tensiones, límites y negociaciones alrededor de conceptos como la democracia o, en nuestro caso, el federalismo. Como puede verse, Rosanvallon hace más énfasis en el aspecto político que en el conceptual de su historia conceptual de lo político. Sin embargo, queda clara la pertinencia de esta perspectiva para el

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estudio de lo político, para comprender las antinomias y conflictos en los que se forma como esfera de realidad. Así mismo, la generalidad con que esa segunda dimensión es planteada, deja abierta la puerta para el diálogo con orientaciones como la historia conceptual de Koselleck, que enfatiza en el aspecto conceptual, pero también con orientaciones como el análisis político del discurso de Laclau y Mouffe que enfatizan en la lucha política como determinante en la formación de los significados.

5.2.2. La historia conceptual de Koselleck: límites y potencialidades La historia conceptual de Koselleck (1993: 116) se sustenta en el análisis del cambio en los significados y los usos de los conceptos a lo largo del tiempo para entender transformaciones históricas de largo alcance. Es pertinente para analizar la evolución en los significados del federalismo en el período de estudio. Koselleck ha puesto en práctica este enfoque al estudiar una revolución lingüística enmarcada en el cambio cultural entre 1750 y 1850, la emergencia de la modernidad en Alemania. Pero la historia conceptual también se cuestiona por las disputas alrededor de los significados o sentidos de los conceptos, con qué otros conceptos aparecen asociados en términos semánticos y cuál es su lugar en el entramado de otros conceptos importantes de una época, lo cual la hace pertinente también para el estudio de lo político. La historia conceptual se propone analizar la comprensión de los conceptos por los mismos actores y la forma como estos conceptos tienen un impacto en las relaciones entre actores (Gómez, 2004: 16). Como dice Koselleck (1993: 111), “…hay que investigar los conflictos políticos y sociales del pasado en medio de la limitación conceptual de su época y en la autocomprensión del uso del lenguaje que hicieron las partes interesadas en el pasado”. Sin embargo, la historia conceptual no es una historia del lenguaje aislado de los hechos y de las relaciones entre los actores, sino de terminología sociopolítica relevante para el acopio de experiencias de historia social35. No es la simple historia de la sucesión de significados de una palabra. Remite inmediatamente a otros significados, a los conflictos en torno a esos significados y los de otros términos ligados, y a sus consecuencias en las relaciones entre actores concretos36. La historia conceptual es distinta de la historia de las ideas, de la filosofía y del pensamiento político y social (Gómez, 2004: 10). A diferencia de la filosofía, al menos en su vertiente analítica, no pretende llegar a una aclaración última del concepto, sino a una comprensión del mismo partiendo de la acepción que le dan los mismos actores. En eso está muy cerca de la hermenéutica. Sus fuentes por ello no sólo se atienen a las prácticas discursivas estrictamente teóricas o filosóficas, sino a todos los discursos que intervienen en la significación del concepto objeto de estudio. Koselleck fundamenta la historia conceptual distinguiéndola de la historia social. En un primer momento, la historia conceptual puede aparecer como una disciplina auxiliar de la historia social, un método especializado para la crítica de las fuentes en relación con los datos propios de la historia social37. Sin embargo, la historia conceptual va más allá y se proyecta como enfoque autónomo.                                                                                                                          35 “…la historia conceptual se mueve en la variable tensión entre el concepto y el estado de cosas que éste describe, en el hiato entre las situaciones sociales reales y el uso lingüístico que se refiere a ellas” (Gómez, 2004:18). 36 Así por ejemplo, Koselleck (1993: 120-121) sugiere que no es suficiente hacer un recuento de la historia de los significados del término “federación” en el Reich alemán, para llegar a una comprensión de ese concepto. También es necesario investigar el campo semántico y sus transformaciones: las relaciones entre unificación y federación, federación y pacto, federación, liga y alianza. Clarificar si el término se usó como concepto de derecho estamental, religioso o de organización política, etc., para encontrar las diferencias que articulan su historia “objetivamente”. Por ello, en últimas la historia conceptual remite a la historia social, a los entramados de relaciones y órdenes institucionales imbricados en los significados de los conceptos. 37 “…la historia conceptual es en primer lugar un método especializado para la crítica de las fuentes, que atiende al uso de los términos relevantes social y políticamente y que analiza especialmente las expresiones centrales que tienen un contenido

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Consigue emanciparse de la historia social porque los conceptos y el estudio del cambio que presentan a lo largo del tiempo permiten reconstruir procesos de largo plazo, tienen una “pretensión de generalidad” que les confiere una capacidad de trascendencia de un contexto histórico específico a otros y que permite identificar los cambios históricos:

La articulación diacrónica profunda de un concepto descubre, principalmente, variaciones de estructuras a largo plazo…es un conocimiento sociohistóricamente relevante que sólo puede lograrse desde el plano reflexivo de la historia conceptual.

Así pues, el principio diacrónico constituye la historia conceptual como área propia de investigación, que por la reflexión sobre los conceptos y su transformación tiene que prescindir metódicamente de los contenidos extralingüísticos que son el ámbito propio de la historia social. La permanencia, el cambio o la novedad de los significados de las palabras tienen que ser concebidos, sobre todo, antes de que sean aplicables a estructuras sociales o a situaciones de conflicto político, como indicadores de contenidos extralingüísticos (Koselleck, 1993: 114-115).

El análisis concreto parte de una doble distinción entre concepto e idea, y entre palabra y concepto. Respecto a la primera, para Koselleck, las ideas no tienen propiamente dicho un devenir histórico, si se quiere son eternas, en tanto que los conceptos si bien remiten a una polivocidad y una multiplicidad pueden ser estudiados diacrónicamente en sus diversas historias. Respecto a la segunda, “cada concepto –afirma el autor- depende de una palabra, pero cada palabra no es un concepto social y político”. Ambos, palabras y conceptos, son polívocos pero,

una palabra puede hacerse unívoca –al ser usada-. Por el contrario, un concepto tiene que seguir siendo polívoco para poder ser concepto. También él está adherido a una palabra, pero es algo más que una palabra: una palabra se convierte en concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa una palabra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra (Koselleck, 1993: 116-117).

Koselleck distingue dos aproximaciones al cambio conceptual en el tiempo: la semasiología, que estudia los distintos significados de un mismo término, y la onomasiología, que estudia los distintos nombres dados a un mismo concepto en un período determinado. De esa forma, la preocupación de la historia conceptual está centrada en el hiato entre concepto y estado de cosas, producto del uso de las categorías en distintas épocas, pues es lo que determina la variación en el significado de los conceptos38. En otras palabras, Koselleck admite la trilateralidad lingüística de significante-significado-cosa. Continúa suponiendo la existencia de una esfera objetiva más allá del lenguaje, a la que, sin embargo, la historia conceptual no presta atención, los datos de la realidad extralingüística. Ello dificulta el diálogo entre la historia conceptual y otras perspectivas, como el análisis político del discurso, que abandonan la referencia del lenguaje a esa supuesta esfera objetiva39. Además, la historia conceptual de Koselleck se preocupa más por lo que informan los conceptos en relación con el cambio histórico en                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  social o político. Es obvio que una clarificación histórica de los conceptos que se usan en cada momento tiene que recurrir no sólo a la historia de la lengua, sino también a datos de la historia social, pues cualquier semántica tiene que ver, como tal, con contenidos extralingüísticos” (Koselleck, 1993: 112). 38 “el método de la historia conceptual rompe con el ingenuo círculo vicioso entre palabra y cosa, y viceversa. Sería un cortocircuito que no se puede desempeñar teóricamente, al concebir la historia sólo desde sus propios conceptos, como si se tratara de una identidad entre el espíritu de la época articulado lingüísticamente y el contexto de los acontecimientos. Entre concepto y estado de cosas existe más bien una tensión que tan pronto se supera como irrumpe de nuevo o parece irresoluble… la transformación del significado de las palabras y la transformación de las cosas, el cambio de situación y la presión hacia nuevas denominaciones, se corresponde mutuamente de formas diferentes” (Koselleck, 1993: 119). 39 Esta diferencia puede ser leída como la plantea Miguel Ángel Cabrera (2001), entre un modelo que se centra en el diálogo entre lo objetivo y lo subjetivo, y un enfoque que abandona la referencialidad y asume el discurso como una esfera social autónoma de contenido ontológico donde se da significado a lo objetivo y lo subjetivo.

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una perspectiva de largo plazo, que por explicar el cambio mismo en los significados de los conceptos, que en otras perspectivas se explica por las luchas entre los actores políticos. Sin embargo, el enfoque puede entrar en ese diálogo en la medida en que, como se ha visto, Koselleck asume que los conceptos están articulados a redes semánticas más amplias, implícitamente los ve como partes de un entramado discursivo más amplio, y admite que los conceptos son objeto de disputas.

5.2.3. Arqueología, genealogía, discurso El concepto de discurso de Foucault está inextricablemente ligado a su concepción de la historia, tanto en el planteamiento de su método arqueológico, como del genealógico. El discurso es entendido como regularidad de enunciados en la dispersión. La dispersión es el principio de unificación de una formación discursiva. Lo que permite hablar de regularidad en la dispersión son los límites y las relaciones que se forman entre enunciados, en un conjunto de reglas y condiciones de posibilidad de enunciación40. Para comprender este concepto de discurso es conveniente pasar primero por la crítica que Foucault formula a la forma como se ha estudiado la historia, a nociones como continuidad, totalidad, historia lineal e historicismo.

Foucault entiende la historia como una progresión de discontinuidades no como una sucesión de eventos interconectados (Quevedo, 2001: 53), de allí que critique la noción de historia entendida como una sucesión de acontecimientos que guardan una continuidad entre sí, porque a su juicio, el trabajo del historiador si se hace en esta dirección lo que hace es velar las discontinuidades de que está hecha la historia,

la noción de discontinuidad –afirma- ocupa un lugar mayor en las disciplinas históricas. Para la historia en su forma clásica, lo discontinuo era a su vez lo dado y lo impensable: lo que se ofrecía bajo la especie de los acontecimientos dispersos (decisiones accidentes, iniciativas, descubrimientos) y lo que debía ser por el análisis, rodeado, reducido, borrado, para que apareciera la continuidad de los acontecimientos. La discontinuidad era ese estigma del desparramiento temporal que el historiador tenía la misión de suprimir de la historia, y que ahora ha llegado a ser uno de los elementos fundamentales del análisis histórico (Foucault, 1979: 13).

Un estudio de la historia que busque la continuidad es un estudio que tiende a la totalización, en el sentido de que impone una continuidad de acontecimientos que se consideran como relevantes haciendo que los que no considera relevantes, dejen de existir. Ante este panorama, Foucault concibe una historia en la que conviven múltiples, diversas temporalidades y espacialidades, no necesariamente yuxtapuestas o paralelas sino sencillamente dispersas41. En una concepción como esta surge el cuestionamiento por qué es lo que permite hablar de historia y de discursos como un todo en medio de esta dispersión. Para Foucault, una herramienta que permite de un modo u otro acercarse a esta dispersión es lo que denomina la descripción pura de los acontecimientos discursivos:

Una vez suspendidas esas formas inmediatas de continuidad se encuentra, en efecto, liberado todo un dominio. Un dominio inmenso, pero que se puede definir: está constituido por el conjunto de todos los enunciados efectivos (hayan sido hablados y escritos), en su dispersión de acontecimientos

                                                                                                                         40 Como afirma una estudiosa de Foucault: “los discursos no son figuras que se engarzan azarosamente sobre procesos mudos. Surgen siguiendo regularidades. Esas regularidades establecen lo que cada época histórica considera verdadero y forman parte del archivo que estudia la arqueología filosófica” (Díaz, 1995: 21). 41 Al referirse a las nociones como origen, desarrollo o evolución con las que la historia tradicionalmente le ha dado continuidad a lo que aparece disperso, afirma: “Es preciso revisar esas síntesis fabricadas, esos agrupamientos que se admiten de ordinario antes de todo examen, esos vínculos cuya validez se reconoce al entrar en juego. Es preciso desalojar esas formas y esas fuerzas oscuras por las que se tiene costumbre de ligar entre sí los discursos de los hombres; hay que arrojarlas de la sombra en la que reinan. Y más que dejarlas valer espontáneamente, aceptar el no tener que ver, por un cuidado de método y en primera instancia, sino con una población de acontecimientos dispersos”. (Foucault, 1979: 34-35).

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y en la instancia que le es propia a cada uno (...) el material que habrá de tratar en su neutralidad primera es una multiplicidad de acontecimientos en el espacio del discurso en general. Así aparece el proyecto de una descripción pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la búsqueda de las unidades que en ellos se forman (Foucault, 1979: 43).

Esta aproximación a la dispersión no se plantea el carácter finito o infinito de la dispersión, aunque acepta los acontecimientos discursivos de los que está compuesto como un conjunto finito dice que “la descripción de los acontecimientos del discurso plantea otra cuestión muy distinta: ¿cómo es que ha aparecido tal enunciado y ningún otro en su lugar?” (Foucault, 1979: 44). Esta indeterminación o ausencia de límites al discurso será objeto de crítica por parte de Laclau y Mouffe. Sin embargo, a partir de allí se plantean algunas orientaciones para el análisis de las formaciones discursivas:

Se trata de captar el enunciado en la estrechez y la singularidad de su acontecer; de determinar las condiciones de su existencia, de fijar sus límites de la manera más exacta, de establecer sus correlaciones con los otros enunciados que pueden tener vínculos con él, de mostrar qué otras formas de enunciación excluye (Foucault, 1979: 45).

De esa forma, el método arqueológico que sugiere Foucault permite transitar de la historia de las ideas a la del discurso (De la Fuente y Messina, 2003). Desde su perspectiva se trata no sólo de rastrear las continuidades y los significados de un concepto, sino las relaciones sociales que hacen posible su enunciación y visibilidad en un momento determinado, aquellas que configuran “regímenes de enunciación”. Mientras la historia de las ideas interpreta los conceptos en su significado puro, aislándolos del contexto histórico, la arqueología interpreta el discurso desde su exterioridad: desde las condiciones que lo hacen posible42. Mientras la historia de las ideas busca las continuidades y discontinuidades de los conceptos, la arqueología se centra en la regularidad en la dispersión. Por ello, finalmente, mientras la historia de las ideas recoge como fuentes privilegiadas las obras de individuos, el método arqueológico permite recurrir a todo tipo de fuentes documentales, bajo la premisa de que una obra individual, es decir, un conjunto de enunciados, está atravesado por las reglas de la formación discursiva.

Esta perspectiva se complementa con lo que Foucault denomina genealogía, concepto que, aplicado al estudio de la historia, permite realizar dos operaciones orientadas al rescate tanto de los discursos o saberes descalificados, como de los actores cuya praxis social y política ha sido oscurecida o enmascarada por los relatos convencionales de la historia. Es una aproximación a la historia que necesariamente pasa por resaltar la desigualdad en las relaciones de poder. En sus palabras, la genealogía permite “designar contenidos históricos que fueron sepultados o enmascarados dentro de coherencias funcionales o sistematizaciones formales… los saberes sometidos” (Foucault, 1992: 21). Ello también pasa por un cuestionamiento a las versiones retrospectivas de la historia que construyen líneas de causalidad desde un presente, para cuestionarse por la emergencia o el origen de los acontecimientos en su singularidad (Foucault, 1992: 17-34) Así, la genealogía presta atención al conflicto que subyace enmascarado en las narraciones lineales de la historia y, en términos metodológicos, a la novedad, la discontinuidad y la dispersión de los acontecimientos.

Tanto la arqueología como la genealogía permiten ir un paso más allá de la historia conceptual. La arqueología hace posible estudiar no sólo los conceptos o significados en sí mismos, sino también en un contexto más amplio de determinaciones, condiciones de posibilidad, de enunciación y visibilidad, y de entramados de enunciados o discursos. La genealogía, por su parte, permite tomar como una variable explicativa importante las relaciones de poder que posibilitan la cristalización y el cambio

                                                                                                                         42 “…no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifiestan en él, sino, a partir del discurso mismo, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites” (Foucault, 1999: 53).

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histórico en los significados. Ambas orientaciones son radicalizadas y clarificadas en el análisis político del discurso de Laclau y Mouffe.

5.2.4. El análisis político del discurso Finalmente, el análisis político del discurso de Laclau y Mouffe se distingue de aquellos que enfatizan en los aspectos formales del lenguaje (Van Dijk, 2001), para hacer énfasis en el carácter performativo de los enunciados. El terreno en que se inscriben los fenómenos sociales como fenómenos con significado es el terreno del discurso. A diferencia de la historia conceptual, Laclau y Mouffe no aceptan la distinción entre discurso y práctica o entre prácticas discursivas y prácticas extradiscursivas. No reducen el discurso al habla o la escritura sino que, por el contrario, erigen estos como componentes internos de las totalidades discursivas:

[El] término discurso lo usamos para subrayar el hecho de que toda configuración social es una configuración significativa. Si pateo un objeto esférico en la calle o si pateo una pelota en un partido de fútbol, el hecho físico es el mismo, pero su significado es diferente. El objeto es una pelota de fútbol sólo en la medida en que él establece un sistema de relaciones con otros objetos, y estas relaciones no están dadas por la mera referencia material de los objetos sino que son, por el contrario, socialmente construidas. Este conjunto sistemático de relaciones es lo que llamamos discurso (Laclau y Mouffe, 1993: 114-115).

El discurso se entiende mejor con el concepto wittgensteiniano de “juego de lenguaje” que vincula el lenguaje y las acciones en las que está inmerso, mediante el uso43. Ello permite captar los efectos preformativos del discurso en el campo político y cómo opera la interpelación a otros actores y sectores recuperando su determinación política44: “El discurso político intenta crear formas específicas de unidad entre intereses distintos relacionándolos con un proyecto común y estableciendo una frontera que defina las fuerzas a las que hay que oponerse: «el enemigo»” (Mouffe, 1999: 77).

Dentro de esta perspectiva los conceptos políticos centrales pueden tomarse como “significantes vacíos”, significantes cuyo significado está determinado por la disputa entre distintos actores que buscan fijarlo (Laclau, 1996). En consecuencia, el análisis se debe ocupar de la disputa por fijar un significado. Para Laclau y Mouffe esta disputa tiene lugar como una lucha hegemónica que se define a partir de las relaciones de articulación y de antagonismo entre formaciones discursivas. En el terreno del discurso la política tiene lugar como un intento de delimitación de totalidades discursivas mediante articulaciones de significantes y relaciones de equivalencia y diferencia entre ellos. La práctica articulatoria permite que los significantes, en un primer momento diferentes, se agrupen entre sí como elementos equivalentes borrando parcialmente su diferencia. La articulación es una práctica política que posibilita que elementos inicialmente dispersos se relacionen en un momento, por lo que su identidad se ve modificada. Los autores distinguen entre elementos y momentos. Los primeros son concebidos como “toda diferencia que no se articula discursivamente” y los momentos son entendidos como “las posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas al interior de un discurso” (Laclau y Mouffe, 1987: 119)45.

                                                                                                                         43 “Llamare también –dice Wittgenstein (1998: 25)-- juego del lenguaje al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido”. 44 Para una reconstrucción de este enfoque de análisis del discurso ver Torfing (1993) y Howarth (1995). 45 Por ejemplo, en el discurso del ex presidente Álvaro Uribe encontramos articulados dos elementos: seguridad y democracia, que inicialmente se encontraban dispersos pero que una práctica política permitió relacionarlos (articularlos) por lo que su identidad (y significación) cambió al constituirse en un momento: seguridad democrática.

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Lo que hace posible esa equivalencia entre elementos distintos es la definición de relaciones de antagonismo que permiten establecer los límites de lo que puede ser articulado en una cadena de equivalencia. El antagonismo es el límite de una cadena de significantes diferentes que los convierte en equivalentes dado que, pese a su diferencia, todos se oponen a un “otro” (el “exterior constitutivo”). Las relaciones de antagonismo establecen las fronteras políticas del discurso en virtud de la negatividad, como lo otro que no solo es diferente sino que no puede ser articulado a este discurso, y eso les permite adquirir una identidad no solo diferente sino antagónica en relación con otros discursos46. Así pues, esta perspectiva permite estudiar empíricamente el proceso por el cual entran en disputa distintos significados e identificar sus articulaciones con otros significantes en el entramado de discursos en contienda, así como los significados que consiguen finalmente tornarse hegemónicos. A diferencia de la historia conceptual, esta perspectiva permite abarcar en el análisis del discurso, desde una perspectiva política, las dimensiones extralingüísticas que aquella deja fuera del análisis, por una parte, y explicar el cambio en los significados por el conflicto político en torno a los mismos, en este caso lucha hegemónica.

5.2.5. Hacia una historia política conceptual del federalismo en Colombia Como se ha visto, esta investigación adopta elementos de cuatro perspectivas para estudiar los significados del federalismo en el período propuesto: la historia conceptual de lo político, la historia conceptual, la genealogía y la arqueología, y el análisis político del discurso. Pese a sus distintos orígenes teóricos y epistemológicos, estas perspectivas coinciden en varios aspectos: primero, que los conceptos y significados no están desligados de las relaciones entre actores sociales sino que, por el contrario, interactúan con ellas y se ven modificados por ellas o, en otros términos, son socialmente construidos y actúan sobre las relaciones sociales; segundo, a causa de ello es necesario trascender perspectivas como la historia de las ideas o del pensamiento, que dan por supuesto un carácter ahistórico de los conceptos; tercero, que, como consecuencia, la mirada se debe desplazar hacia diversos tipos de fuentes que exceden las “grandes obras” de un autor. Sin embargo, como se ha visto, entre ellos existen diferencias producto de la manera como conciben la dimensión del lenguaje, y del papel que le asignan a lo político en la explicación del cambio en los significados de los conceptos. La historia conceptual de lo político de Rosanvallon parte desde las aporías a las que se enfrenta el historiador de lo político para arribar a un método conceptual como el más pertinente. En su generalidad, es proclive al diálogo tanto con la historia conceptual de Koselleck como con las aproximaciones al análisis del discurso. La historia conceptual de Koselleck, por su parte, enfatiza en el estudio del cambio en los significados de los conceptos como indicadores de cambios históricos estructurales. Aunque no contempla en su análisis la realidad extralingüística sino se ubica en el hiato entre los significados y la realidad que designan, y no se preocupa tanto por explicar los cambios en los significados como por comprender a través de ellos cambios históricos más profundos, puede dialogar con perspectivas como el análisis político del discurso en tanto que supone que los conceptos están insertos en redes semánticas más

                                                                                                                         46 Al respecto afirman los autores: “...Esto implica que una formación sólo logra significarse a sí misma –es decir, constituirse como tal- transformando los límites en fronteras, constituyendo una cadena de equivalencias que construye a lo que está más allá de los límites, como aquello que ella no es. Es sólo a través de la negatividad, de la división y del antagonismo, que una formación puede constituirse como horizonte totalizante” (Laclau y Mouffe, 1987: 165).

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amplias, que implícitamente pueden hacer referencia a discursos, y sostiene que los significados de los conceptos son objeto de disputas entre actores. El concepto de discurso de Foucault permite estudiar los conceptos no sólo en sí mismos, sino en un entramado de enunciados, y preguntarse por las condiciones que los hacen posibles en un momento determinado. El método genealógico pone de presente la centralidad del conflicto político como variable explicativa del cambio en los significados de los conceptos en la dimensión temporal. El análisis político del discurso permite afinar la conceptualización foucaultiana. Empieza por concebir el discurso como una realidad que no distingue entre prácticas discursivas y no discursivas, posibilitando el análisis de la realidad extralingüística como una serie de prácticas con significado que se insertan en las formaciones discursivas. En contraste con el concepto foucaultiano, en el cual el discurso aparece como regularidad de enunciados en la dispersión sin una clara delimitación, en su perspectiva los límites de las formaciones discursivas se establecen en virtud de definiciones de antagonismos, es decir, en virtud de luchas políticas. En fin, esta perspectiva permite explicar el cambio histórico en los significados de los conceptos como consecuencia de las disputas políticas. En suma, en términos metodológicos una historia política conceptual debe contemplar, en primer lugar, el carácter diacrónico de la evolución de los significados de los conceptos, tal como lo enseña Koselleck, pero también los entramados de enunciados y los campos semánticos en los que estos se inscriben, es decir, los discursos. Empero, estos discursos no se deben tomar en su sentido meramente retórico porque también comprenden prácticas significativas que se insertan en las formaciones discursivas, tal como las entienden Laclau y Mouffe. Finalmente, para que el estudio no se agote en la descripción del cambio en los significados de los conceptos, es necesario insertar el conflicto político entre distintos actores que disputan ese significado, como una variable explicativa del cambio en el mismo. Este último aspecto es el que se puede captar con los conceptos de articulación y antagonismo del análisis político del discurso. Adicionalmente, es necesario precisar las implicaciones metodológicas mínimas que tiene el uso de una perspectiva arqueológica y genealógica en el estudio de la historia. En primer lugar, ello implica rescatar en el abordaje histórico la dispersión producto de las relaciones de poder desiguales que caracterizan el devenir histórico y son veladas por la continuidad y linealidad de los discursos totalizantes. En segundo lugar, cuestionar la importancia dada a los orígenes, puntal de los discursos historicistas fundacionales, a favor de la novedad inscrita en la historia, de la invención, la emergencia y el acontecimiento. Finalmente, prestar atención a la evolución de los “saberes sometidos”, saberes que de acuerdo a relaciones de poder específicas no consiguen propagarse en lo social o institucionalizarse como los dominantes, aunque ello no implica descuidar estos últimos. En conjunto, se debe prestar atención a las relaciones de poder desiguales en las que tiene lugar el devenir histórico, que hacen posible la visibilidad y enunciabilidad de los significados, y a los momentos de ebullición que permiten identificarlas.

6. Metodología Para desarrollar los objetivos propuestos se empleará una metodología cualitativa: el análisis de discurso, utilizando algunas de las herramientas hermenéuticas descritas en el marco teórico que permiten analizar los conflictos en torno al significado del federalismo, su evolución en el tiempo y la forma como se inscriben en entramados de significados más amplios o discursos. Los discursos se ubicarán principalmente en fuentes primarias. A continuación se describen las fuentes, etapas y procedimientos que deberán seguirse.

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6.1. Fuentes La investigación se concentra en la ubicación de los significados que los actores del período dieron al federalismo. Para ello se estudiarán principalmente fuentes primarias: manuscritos, expedientes públicos, misceláneas, panfletos, declaraciones, prensa (oficial y no oficial), fuentes legales, entre otros. Como fuentes secundarias se usarán libros y artículos de investigación propios de la historiografía del período (ver bibliografía).

De forma preliminar se han escogido los fondos Gobernaciones y Congreso del Archivo Nacional, y el Fondo Anselmo Pineda de la Biblioteca Nacional. Esta decisión está justificada porque estos fondos documentales permitirán rastrear, de una parte, la perspectiva oficial y los debates que en este ámbito se desarrollan, y de otra, la perspectiva de actores que no tienen acceso a la prensa escrita. También se han escogido provisionalmente un conjunto de periódicos con dos criterios: que se cataloguen como prensa política y que sean, en lo posible, representativos de regiones distintas a Bogotá.

Estas fuentes son provisionales, pues se considera que en el transcurso de la investigación pueden ampliarse de acuerdo a los problemas que planteen las etapas de su procesamiento, como se indica a continuación.

6.2. Etapas El procesamiento de las fuentes se llevará a cabo en dos etapas. En la primera, a partir de la historiografía del período y del análisis de las fuentes primarias escogidas en forma provisional, se identificarán coyunturas críticas que permitan, en una segunda etapa, ubicar otras fuentes primarias pertinentes, sean nacionales o regionales, para el estudio del problema. Esta estrategia metodológica se justifica porque la utilización de fuentes primarias plantea dos problemas críticos que se refieren a la factibilidad del desarrollo de los objetivos propuestos en el tiempo previsto y a los que la metodología debe responder. El primero está referido a la extensión del proyecto en el tiempo, es decir, el período 1853-1886, que corresponde a la vigencia del federalismo. El segundo, a la extensión del proyecto en el espacio, en la medida en que pretende ocuparse del territorio de lo que hoy corresponde a la República de Colombia. Ambos problemas se refieren a la cantidad de trabajo de archivo que sería necesario realizar para ubicar las fuentes primarias. Sin embargo, existen razones para esta delimitación. La elección de este período se justifica porque:

1. Los objetivos están orientados a analizar la evolución de los significados del federalismo, las relaciones de poder en que ellos se forman y la manera como influyeron en los conflictos alrededor de la construcción del Estado nación. Por ello, si se acotara a priori el período de estudio se correría el riesgo de sesgar la investigación descuidando significados del federalismo y conflictos que pueden ser fundamentales para ese objetivo. Por ejemplo, si se escogiera un período como 1863-1886, correspondiente a la vigencia de la Constitución de Rionegro, que estableció un federalismo radical, se correría el riesgo de perder de vista los significados y los conflictos que en torno a ellos se producen en el período comprendido entre 1853 y 1863. En este último período tienen lugar los debates constitucionales que arribaron a las constituciones de 1853 y 1858, la formación de varios de los estados federales y la guerra de 1859 en torno a la disputa por la soberanía. A la inversa, si el período de estudio se acotara a 1853-1863, se perdería la posterior crítica al federalismo radical, la discusión en torno a la potestad del gobierno central para intervenir en los estados federales, entre otros, donde se ponen de manifiesto los argumentos que llevarían a abrazar el centralismo en 1886. 2. Por medio del estudio del conflicto en torno a los significados del federalismo, la investigación pretende aportar a la comprensión de la construcción del Estado nación en Colombia. Ello plantea la

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necesidad de examinar la evolución en el tiempo de los distintos significados del federalismo, al calor del conflicto entre los actores, para comprender porqué de un modelo de Estado federal que se empieza a delinear en 1853 se arriba a un modelo centralista en 1886. Esta evolución sólo puede comprenderse si se estudia el período en su extensión. Además, el enfoque hermenéutico de la investigación, lo que en el marco teórico se ha denominado historia política conceptual, plantea la necesidad de abarcar un período de tiempo lo suficientemente amplio para examinar la evolución de los significados del federalismo y para analizar e identificar los factores que explican esa evolución, articulada a los conflictos entre distintos actores. 3. La investigación pretende identificar los significados del federalismo tal como era concebido por los actores del período y en sus propios términos. Ello complica las posibilidades de acotar el período de estudio en el tiempo y en el espacio dado que la investigación no parte de un significado de federalismo establecido. Así, en la medida en que se identifiquen un conjunto de significados del federalismo, será posible acotar el período de estudio, pero esto no es algo que se pueda realizar a priori.

Por otra parte, el proyecto se centra en el espacio que hoy corresponde a la República de Colombia porque los objetivos están orientados principalmente hacia el estudio de los conflictos en torno al significado del federalismo y su repercusiones sobre la construcción del Estado nación. Aunque esto pasa por identificar los distintos significados que el federalismo asumía en las regiones o los estados federales de la época, ello sólo cobra sentido en la medida en que entren en conflicto con otros significados. Por esta razón, no es conveniente acotar el espacio de estudio a priori. Si bien al delimitar el espacio de estudio a unas cuantas regiones o estados se ganaría en profundidad en el examen de fuentes primarias e identificación de los discursos, se corre el riesgo de perder en variabilidad, es decir, de perder de vista discursos diversos sobre el federalismo que entran en conflicto. Es posible que en el curso de la investigación se reformule la elección del período y del espacio objeto de estudio. Sin embargo, también es posible acotar la cantidad del trabajo de archivo poniendo en práctica una metodología consistente en el examen de coyunturas críticas, más que en la descripción cronológica del problema. El concepto de coyuntura crítica ha sido crecientemente utilizado en estudios históricos comparativos cuyo problema es la explicación del cambio institucional47. Si bien esta investigación no pretende explicar el cambio institucional, como lo hace el modelo de Collier y Collier basado en la coyuntura crítica48, es posible tomar algunos de los atributos de este concepto a fin de hacer más expedita la búsqueda de los discursos sobre el federalismo en las fuentes primarias. Así, una coyuntura crítica puede identificarse como un momento de tensión o de conflicto, de discontinuidad,

                                                                                                                         47 Por ejemplo, el estudio de López-Alves (2003: 31) sobre la formación del estado y la democracia en América Latina, se fija en coyunturas críticas como las guerras de independencia (alrededor de 1810), sus resultados (entre los 1830s y los 1860s), y el período de consolidación de los estados en los 1880s y 1890s. El concepto de coyuntura crítica ha sido desarrollado sobre todo por el denominado nuevo institucionalismo histórico. Ver por ejemplo: Capoccia y Kelemen (2007). 48 Ruth Bering Collier y David Collier (1991: 39-30) han propuesto un modelo para el estudio de las coyunturas críticas con el cual examinan la incorporación del movimiento obrero a la arena política en ocho países de América Latina en el siglo XX. Este modelo está orientado principalmente a la investigación histórica comparada y pretende encontrar explicaciones causales del cambio. Según ellos, “una coyuntura crítica puede ser definida como un período de cambio significativo, que típicamente ocurre en distintas formas en diferentes países (o en otras unidades de análisis) y la cual hipotéticamente produce distintos legados. Los elementos de esta definición pueden ser ilustrados con un ejemplo: En Señores y campesinos de Barrington Moore el período de cambio básico es la comercialización de la agricultura; el contraste involucra el rol variado de diferentes clases y grupos sectoriales en esta transición, particularmente señores y campesinos; y el legado consistente de «diferentes rutas hacia el mundo moderno»: revolución burguesa y democracia occidental, revolución desde arriba y fascismo, y revolución campesina y comunismo. Así, el concepto de coyuntura crítica contiene tres componentes: la afirmación de que un cambio significativo ocurrió dentro de cada caso, la afirmación de que este cambio tiene lugar en distintas formas en diferentes casos y la hipótesis explicativa sobre sus consecuencias. Si la hipótesis explicativa prueba ser falsa –esto es, la hipótesis sobre la coyuntura crítica no provee el legado- entonces se podría afirmar que no fue, de hecho, una coyuntura crítica”.

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que establece ciertas direcciones de cambio y cierra otras (Collier y Collier, 1991: 27). En el período objeto de estudio es posible identificar coyunturas críticas como los debates constitucionales, los debates de proyectos de reforma de las instituciones en el parlamento, o incluso, los conflictos bélicos, entre otros. Desde luego, el énfasis en las coyunturas críticas no implica un descuido de la evolución de los significados en el tiempo. Por el contrario, se trata de hacer compatible ese concepto, con cierto énfasis sincrónico, con el análisis diacrónico. Entendida de esta forma, la metodología procede en dos fases. En la primera fase, por medio del procesamiento de las fuentes secundarias, la historiografía del período y las fuentes primarias escogidas de forma provisional, se trata de ubicar las coyunturas críticas que permitirán hacer un acercamiento expedito a otras fuentes primarias pertinentes. En la segunda fase, se ubicarán estas otras fuentes, sean nacionales o regionales, y se procederá al análisis de los discursos sobre federalismo. Las fuentes escogidas de forma provisional, si bien están centradas en el nivel nacional, darán cuenta de los conflictos en torno a distintos significados del federalismo que posteriormente podrán rastrearse, con más elementos de juicio para ubicar las fuentes, en las regiones.

6.3. Instrumento para el análisis de discursos Conforme a lo planteado en el marco teórico, la unidad básica de análisis para desarrollar cada uno de los objetivos son los discursos en los que pueda identificarse un significado del federalismo. La siguiente matriz pretende recoger información puntual para cada uno de los objetivos, desglosando de acuerdo a estos los discursos. En ella se recogen aspectos nodales del marco analítico para la historia de los conceptos políticos anteriormente expuesto. Particularmente, se presta atención a problemas como la evolución de los significados en el tiempo, el conflicto político como variable explicativa de sus cambios y la forma como los significados se insertan en entramados más amplios o discursos.

Para desarrollar el objetivo específico (a) (Reconstruir el proceso histórico-político en este período con el fin de identificar las relaciones de poder y los conflictos alrededor del significado del federalismo) se recoge información en las columnas 1 (fecha en la que se produce el discurso), 2 (identificación de la fuente), 3 (actor que produce el discurso) y 4 (contexto). Esta información es acorde con el interés de analizar la evolución en el tiempo de los distintos significados del federalismo y examinar los conflictos que en torno a él se estructuran.

Con el fin de realizar el objetivo específico (b) (Enmarcar los significados del federalismo en Colombia con sus significados en Europa, Estados Unidos y América Latina, a fin de comprender sus distintas procedencias) se recopila información en las columnas 5 (significado/significante del federalismo) y 6 (procedencia del significado/significante).

Para desarrollar el objetivo específico (c) (Identificar las articulaciones entre otros significados de lo político en la época -por ejemplo, república, soberanía popular, representación política, democracia, ciudadanía, civilización o progreso- y el federalismo, para comprender su papel en el discurso político federal del período) se recoge información en la columna 7 (articulaciones del federalismo con otros significantes/significados). Aquí se pone de manifiesto la preocupación por analizar cómo los significados del federalismo se insertan en los discursos políticos de la época mediante el concepto de articulación planteado por Laclau y Mouffe. Finalmente, a fin de desarrollar el objetivo específico (d) (Identificar las relaciones entre los significados del federalismo y los clivajes políticos de la época (por ejemplo, partidistas, regionales, religiosos, clasistas, raciales o racialistas, geográficos o urbano-rurales) para comprender las líneas que estructuran los conflictos) se recopila información en la columna 8 (antagonismos del federalismo con otros significantes/significados). Esta columna tiene como objetivo contribuir a la identificación de los

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conflictos en torno al significado del federalismo y la manera como los antagonismos, en el sentido de Laclau y Mouffe, fijan los límites de las formaciones discursivas en las que ellos se insertan.

1. Fecha en que se produce el discurso

2. Identificación de la fuente

3. Actor que produce el discurso:

4. Contexto

5. Significado/ significante del federalismo

6. Procedencia del significado/ significante

7. Articulaciones del federalismo con otros significantes/ significados

8. Antagonismos del federalismo con otros significantes/ significados

Insertar el nombre del actor concreto que produce el discurso.

Caracterizar el contexto histórico-político en el que tiene lugar la emisión del discurso

Introducir una cita textual donde se identifique el significado o significante del federalismo

Mediante cita textual o comentario señalar la procedencia del significado o significante en los casos en los que pueda ubicarse o se haga referencia explícita a un caso de federalismo en EEUU, Europa o América Latina.

Introducir un comentario que dé cuenta de los significantes o significados articulados y el nuevo significado que adoptan.

Introducir un comentario que dé cuenta del antagonismo producido.

6.4. Cuadro de resumen Resumen metodología

Preguntas Objetivos Metodología ¿Cómo influyeron los significados del federalismo en la configuración de los conflictos alrededor de la construcción del Estado nación en Colombia, entre 1853 y 1886? ¿Cuáles fueron los significados que los actores de este período dieron al federalismo? ¿Cómo estos significados influyeron en su praxis política, en los conflictos y en la construcción de órdenes institucionales? ¿Cómo se articulaban estos significados del federalismo con los proyectos de construcción del Estado nación y con la conflictividad entre ellos?

General: Realizar un análisis histórico-político de los significados del federalismo en Colombia, entre 1853 y 1886, de las relaciones de poder en las que estos se forman y de la manera como esos significados influyeron en los conflictos políticos, con el propósito de aportar a la comprensión de la formación del Estado nación.

Identificación de coyunturas críticas. Análisis de discursos.

¿Cómo evolucionaron en el tiempo los significados del federalismo hasta dar cabida al centralismo?

Reconstruir el proceso histórico-político en este período con el fin de identificar las relaciones de poder y los conflictos alrededor del significado del federalismo.

Identificación de coyunturas críticas. Elaboración de cronologías.

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¿De dónde provenían los significados del federalismo reivindicados por los actores del período y qué procesos de resignificación se operaron?

Enmarcar los significados del federalismo en Colombia con sus significados en Europa, Estados Unidos y América Latina, a fin de comprender sus distintas procedencias.

Análisis de discursos.

¿Cómo se articulaba el significado del federalismo con otros elementos de la naciente comunidad política, tales como la república, la soberanía popular, la representación política, la democracia, la ciudadanía, la civilización y el progreso?

Identificar las articulaciones entre otros significados de lo político en la época (por ejemplo, república, soberanía popular, representación política, democracia, ciudadanía, civilización o progreso) y el federalismo, para comprender su papel en el discurso político federal del período.

Análisis de discursos.

¿Qué papel juega el federalismo en los debates políticos del período y en los conflictos bélicos? ¿Más allá de las tácticas políticas, ampliamente resaltadas por la historiografía, ¿qué explica las coaliciones interregionales que soportaron el radicalismo y la regeneración?

Identificar las relaciones entre los significados del federalismo y los clivajes políticos de la época (por ejemplo, partidistas, regionales, religiosos, clasistas, raciales o racialistas, geográficos o urbano-rurales) para comprender las líneas que estructuran los conflictos.

Análisis de discursos.

7. Cronograma El cronograma de la investigación contempla como fases: la recolección y el procesamiento de la información, fuentes secundarias y primarias, y la escritura. En primer lugar se procesarán las fuentes secundarias, libros y artículos, luego se procesarán las fuentes primarias empezando por los libros, siguiendo con los fondos de fuentes oficiales y no oficiales y terminando por la prensa.

Este orden se explica porque primero es necesario ubicar coyunturas críticas, tales como debates constitucionales o legislativos, conflictos bélicos, entre otros, que permitan hacer expedita la búsqueda de fuentes primarias. Los tiempos del proceso pueden apreciarse así:

Actividad/Semestre 2012-I 2012-II 2013-I 2013-II 2014-I 2014-II

Recolección y procesamiento de información

Fuentes secundarias

Fuentes primarias

Escritura

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8. Resultados esperados La investigación aportará a la comprensión del federalismo, de los significados que adopta en el período objeto de estudio y de sus implicaciones en el proceso de formación del Estado nación, de los procesos de resignificación de los modelos y conceptos políticos operados por los actores de la época, de sus consecuencias sobre la estructuración de los conflictos políticos y de su lugar en los discursos políticos de la época.

En segundo lugar, esta investigación se propone realizar un aporte al conocimiento sobre la formación del Estado nación en Colombia, resaltando la existencia de proyectos de Estado nación diversos y en conflicto en el período objeto de estudio. Al concluir la investigación se espera tener una lectura innovadora y compleja del proceso de formación del Estado que vaya más allá del enfoque teleológico y normativo con el que se ha estudiado. Este ejercicio ofrecerá mayores elementos de juicio para los estudiosos del Estado colombiano, tanto desde una perspectiva histórica como desde una perspectiva contemporánea, de sus formas de institucionalización y del ordenamiento territorial, entre otros.

En tercer lugar, la investigación aportará herramientas conceptuales y metodológicas para los estudios políticos colombianos desde la historia conceptual en una perspectiva interdisciplinaria. En este sentido, la investigación espera contribuir a la exploración de marcos teóricos y metodológicos no muy corrientes en las ciencias sociales colombianas y suscitar un debate interdisciplinario sobre las formas de estudiar el pasado, en particular la historia política. En fin, se espera producir un estudio político de utilidad para campos del conocimiento como la historia, la ciencia política, el derecho constitucional, la sociología, los estudios culturales, entre otros, que presten atención a la historia política colombiana y a las formas en que se ha construido el presente. Además del documento de la tesis doctoral, la investigación conducirá a la escritura de dos artículos publicables en revistas indizadas y evaluadas.

9. Bibliografía

9.1. Fuentes primarias

9.1.1. Archivo Nacional (selección preliminar) Fondo Gobernaciones

Fondo Gobernaciones Varias Fondo Congreso

9.1.2. Biblioteca Nacional (selección preliminar)

Fondo Anselmo Pineda

9.1.3. Documentos Biblioteca Luis Ángel Arango

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Noguera, Calixto Domingo (1832) Los materiales reunidos del boletín federal. Cartagena: Impreso por José Casanova, 28 p.

Samper, José María (1855) Reflexiones sobre la federación colombiana: folleto dedicado especialmente a los Congresos i a la juventud de la Nueva Granada, Venezuela i Ecuador. Bogotá: Imprenta de Echeverría Hernanos, 27 p. (Misceláneas colecciones no 1400/13) No 1400.

9.1.4. Prensa Biblioteca Nacional (Selección preliminar) Anales de la Convención (Rionegro 1863)

Boletín Oficial (1854) Colombia Cristiana (Bogotá 1892)

Diario de Cundinamarca (Bogotá 1878-81) Diario Oficial (Bogotá 1869-84)

El 17 de abril (1854) El Alacrán

El Ariete El Aviso (Bogotá 1848)

El Baluarte El Bien Público (1870)

El Bien Público (Bogotá 1870-72) El Catolicismo (Bogotá 1849-1860)

El Ciudadano (Medellín 1875) El Conservador (1869)

El Conservador (Bogotá 1881-83) El Correo de Antioquia (Medellín 1875)

El Correo de Colombia (Bogotá 1874-75) El Correo Nacional (Bogotá 1890-95)

El Deber (Bogotá 1878-81) El Elector nacional (Barranquilla 1875)

El Estandarte (Bogotá 1882-83)

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El Heraldo (Medellín 1872-74)

El Liberal (Bogotá 1868-1888) El Mensajero (Bogotá 1866-67)

El Nacional (Bogotá 1848) El Neo-Granadino (Bogotá 1848-)

El Occidente (Chiquinquirá 1872) El Orden (Bogotá 1891)

El Patriota (Bogotá 1873) El Progreso (Panamá 1874-75)

El Relator (Bogotá 1877-86) El Republicano (Bogotá 1867-68)

El sentimiento democrático El Símbolo (1865)

El Sufragio (Popayán 1873) El Telégrafo (Palmira 1875)

El Tiempo (Bogotá 1855-66) El tolerante (Bogotá 1872-74)

El Tradicionista (Bogotá 1871-76) Gaceta Oficial

La Actualidad (Bogotá 1883-1884) La Alianza (Bogotá 1866-68)

La América (1875) La América (Bogotá 1873-74)

La autoridad (Bogotá 1873) La Bandera Nacional (Bogotá 1837-38)

La Civilización La Defensa (Bogotá 1880)

La Estrella de Panamá (1862-90) La Ilustración (Bogotá 1873)

La Ley (Bogotá 1876) La Nación (Bogotá 1885-90)

La Opinión (1863) La Opinión (Bogotá 1863-65)

La Opinión Liberal (1876)

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La Palestra (Mompós 1871-73)

La Patria (Bogotá 1867) La Paz (Bogotá 1868-69)

La Prensa (1868) La Prensa (Bogotá 1867)

La Reforma (Bogotá 1878-84 La República (Bogotá 1867-69)

La Restauración (Medellín- 1868) La Sociedad (Medellín 1872-75

La Sociedad Popular (1849). La Tribuna Popular (1852)

La Unión (Bogotá 1881) La Unión Colombiana (Bogotá 1875)

La voz nacional (Bogotá 1884-85) Los Principios (Cali-1866)

Papel Periódico Ilustrado (Bogotá 1881-88) Revista de Colombia (Bogotá 1868-74)

9.1.5. Libros

“Actas de la Constitución de Rionegro, 1863”. Constitución política de los Estados Unidos de Colombia 1863 (edición facsimilar). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 1977.

Aljure Chalela, Simón (1981) Escritos histórico políticos de José Eusebio Caro. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero.

Ancízar, Manuel (1936) Editoriales del Neogranadino. Bogotá: Minerva. Ancízar Manuel (1942) Peregrinación de Alpha. Bogotá: ABC, 1942.

Arboleda, Sergio (1870) Colección de artículos tomados de “Los Principios” cuya lectura recomienda la redacción a sus amigos políticos. Cali: Imprenta de Hurtado.

Arosemena, Justo (1840) Apuntamientos para la introducción a las ciencias morales y políticas. Nueva York: Imprenta de Juan de la Granja.

Arosemena, Justo (1849) Principios de moral política. Bogotá: Imprenta de Cualla. Arosemena, Justo (1870) Constitución de los Estados Unidos de Colombia con antecedentes históricos y comentarios, Havre, Imprenta A. Lemale Ainé, reproducido en Documentos para la historia del constitucionalismo colombiano No 5. Ed. Carlos Restrepo Piedrahita. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2005. Arosemena, Justo (1870) Constitución de los Estados Unidos de Colombia. Havre: Imprenta A Lemale Ainé.

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Arosemena, Pablo (1930) Escritos, 2 vols. Panamá: Imprenta Nacional.

Arrieta, Diógenes A (1878) Historia del congreso colombiano de 1878 complementada con semblanzas de los senadores y representantes. Bogotá: Imprenta i Estereotipio de M. Rivas.

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Camacho Roldán, Salvador (1936) Estudios. Bogotá. Camacho Roldán, Salvador (1968) Memorias. Medellín: Bedout.

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Caro, Miguel Antonio (1991) Escritos políticos: tercera serie. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. Caro, Miguel Antonio (1986) Estudios constitucionales y jurídicos. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

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