El Fin de Los Historiadores. Pensar Históricamente en El Siglo XXI - Pablo Sánchez León y Jesús Izquierdo Martín (Eds.)

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    EL FIN DE LOS HISTORIADORES

    Pensar histricamente en el sigloXXI

    porPABLOSNCHEZLEN Y

    JESSIZQUIERDOMARTN(EDS.)

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    Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccintotal o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (yasea grfico, electrnico, ptico, qumico, mecnico, fotocopia,etc.) y el almacenamiento o transmisin de sus contenidos ensoportes magnticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tiposin permiso expreso del editor.

    Primera edicin, enero de 2008

    SIGLO XXI DE ESPAA EDITORES,S.A.Menndez Pidal, 3 bis. 28036 Madrid

    www.sigloxxieditores.com

    Jess Izquierdo y Pablo Snchez Len, 2008

    Imagen de cubierta: Holland House Library, Kensington, Londres (1940),fotgrafo desconocido. National Monuments Record (NMR), English Heritage.

    de la fotografa de los autores: Jos Antonio Rojo

    Diseo de la cubierta: simonpatesdesignMaquetacin: Jorge Bermejo & Eva Girn

    DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

    Impreso y hecho en EspaaPrinted and made in Spain

    ISBN: 978-84-323-1311-0Depsito legal: M.5.114-2008

    Impresin:EFCA,S.A.Parque Industrial Las Monjas28850 Torrejn de Ardoz (Madrid)

    Espaa

    Mxico

    Argentina

    http://www.sigloxxieditores.com/http://www.sigloxxieditores.com/
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    NDICE

    INTRODUCCIN. EL SIGLO XXI Y LOS FINES DEL HISTORIADOR,por Pablo Snchez Len y Jess Izquierdo Martn ........................ IX

    I. CONOCIMIENTO ....................................................................... 101. EN QU CONSISTE PENSAR HISTRICAMENTE?,por Leopoldo

    Moscoso................................................................................. 302. PENSAR HISTRICAMENTE EN UNA ERA POSTSECULAR. O EL

    FIN DE LOS HISTORIADORES DESPUS DEL FIN DE LA HISTO-RIA,por Elas Jos Palti......................................................... 27

    03. LA HISTORIA Y LOS HISTORIADORES TRAS LA CRISIS DE LA MO-DERNIDAD,por Miguel ngel Cabrera .................................. 41

    04. LA PROSA DE LA MEMORIA. HISTORIA Y REESCRITURA DEL PA-SADO ENSERIS COMO DIOSES DEAURELIORODRGUEZ,porPedro Piedras Monroy.......................................................... 61

    05. EL FIN DE LA HISTORIA EN LA ENSEANZA OBLIGATORIA,porMargarita Limn Luque........................................................ 87

    0II. IDENTIDAD................................................................................ 113

    06. EL CIUDADANO, EL HISTORIADOR Y LA DEMOCRATIZACINDEL CONOCIMIENTO DEL PASADO,por Pablo Snchez Len .. 115

    07. EL FIN DE LOS HISTORIADORES O EL FIN DE UNA HEGEMO-NA?,por Marisa Gonzlez de Oleaga................................... 153

    08. LA MEMORIA DEL HISTORIADOR Y LOS OLVIDOS DE LA HIS-TORIA,por Jess Izquierdo Martn ........................................ 179

    09. UN TIEMPO DE PARADOJAS:SOBRE LOS HISTORIADORES,Y DE

    LA MEMORIA Y LA REVISIN DEL PASADO RECIENTE EN ES-PAA,por Francisco Sevillano Calero.................................... 20910. MONLOGO. EDUCACIN,TRADICIN Y COMUNICACIN EN

    LA HISTORIOGRAFA ACADMICA ESPAOLA,por Javier Castroy Sal Martnez ..................................................................... 227

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    INTRODUCCIN.EL SIGLO XXI Y LOS FINES DEL HISTORIADOR

    PABLOSNCHEZLENJESSIZQUIERDOMARTN

    EL CONTEXTO

    En las postrimeras del sigloXXse habl de la posibilidad del fin dela historia. Ante la debacle del socialismo real y en medio del des-crdito de las tradiciones ideolgicas de la izquierda revolucionariaen Occidente, por un momento pudo vislumbrarse en el horizontecercano el sueo de un escenario de orden y progreso sin fricciones.Sin embargo, el autor deEl final de la historia,el norteamericano

    Francis Fukuyama, no estaba necesariamente anticipando un mun-do sin conflictos; estaba ms bien constatando que el liberalismovolva a ser, como en el sigloXIX, el referente principal de las luchassociales por el reconocimiento tras el breve pero intenso siglo XX1.Pronto se hizo evidente que el orden capitalista globalizado no hacesino extender y exacerbar a escala planetaria los conflictos por la in-clusin; pero por el camino se ha ido tambin poniendo de mani-fiesto que en la cultura poltica de Estados Unidos la semntica del

    liberalismo tiene connotaciones muy distintas a las que posee enEuropa en trminos de izquierda-derecha, de manera que ahora esposible entender que Fukuyama no estaba regodendose en el fra-caso de las escatologas modernas surgidas de la crtica al liberalis-mo. Ms bien estaba abriendo una discusin relevante para todasellas: la de si dentro de la modernidad se producen cambios en lapercepcin de las relaciones entre pasado, presente y futuro; y, msconcretamente, cul ha de ser la posicin deltiempoen la sociedad

    IX

    1 Francis Fukuyama, Elfindelahistoriayelltimohombre, Barcelona, Planeta, 1992.Un resumen de la literatura en castellano sobre las respuestas a la propuesta deFukuyama en Emilio Luis Mndez Moreno, Ensayo sobre el finalismo histricode F. Fukuyama,Cceres, Universidad de Extremadura, 1998.

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    y la cultura del sigloXXI, una vez que buena parte de los grandes re-latos las filosofas de la historia en que se fund la modernidad

    se han derrumbado ante la proliferacin de dramticos aconteci-mientos que no encajaban en sus predicciones.

    Entonces no hubo mucha perspectiva para enfocar el asunto deesta manera2. La polmica desatada por Fukuyama apenas entr enhonduras y sutilezas intelectuales. Por el contrario, fue rpidamenteconvertida en oportunidad para identificarla con un alegato ms afavor del pensamiento nico y el ideario neoliberal3. Aquella po-lmica sobre el fin de la historia provoc, sobre todo fuera de Esta-

    dos Unidos, una coalicin casi sin precedentes aunque tambinhay que decir que sin continuidad de intelectuales que, con diver-sas opiniones, desacreditaron al unsono la propuesta. El tornadoqued en una mera tormenta de verano. Tras ella, pareci mante-nerse intacto el sentido unvoco que sobre el pasado ha fundado lalarga tradicin moderna, a la par que se reafirmaba la legitimidadde quienes han sido desde el siglo XIXsus principales intrpretes;esto es, los historiadores.

    Como si de una parbola se tratase, en apenas unos aos, el pro-blema de fondo entonces suscitado ha regresado a las culturas pol-ticas de buena parte del mundo, y no precisamente como un asuntopara minoras intelectuales. Con el proceso de globalizacin econ-mica y poltica, numerosas democracias formales han ido entrandoen un perodo que podemos definir como de controversia por elpasado: comisiones de la Verdad, movilizaciones por la reparacinde crmenes, polmicas pblicas acerca del pasado reciente (y del

    no tan reciente), desencuentros y llamadas al dilogo entre civiliza-ciones, a las que se suponen trayectorias histricas divergentes,etc. No puede decirse siquiera que el fenmeno sea exclusivo de pa-ses de reciente democratizacin o modernizacin, sino que escalatambin en estados occidentales como Alemania o Estados Unidos;tampoco es especfico de experiencias de transicin poltica exitosa,como muestran los numerosos pases en los que se est producien-do alguna u otra forma de reclamacin pblica sobre hechos del pa-

    INTRODUCCIN

    X

    2 Una excepcin es probablemente Perry Anderson,Los fines de la historia,Bar-celona, Anagrama, 1997.

    3 El autor ha aclarado posteriormente su distancia respecto de esta corriente enFrancis Fukuyama,After the Neocons. America at the Crossroads,Londres, Profile,2006.

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    sado reciente, precisamente durante los procesos y luchas por la de-mocratizacin.

    En realidad, es una quimera pretender que el siglo XXno hayadejado profundas huellas y a menudo traumas en la memoria colecti-va de todas las comunidades polticas a escala mundial. Siendonotorio el inters por el ayer en las opiniones pblicas de muchosestados, lo es, asimismo, la variedad de preguntas y respuestas, deformas de encarar cuestiones relacionadas con el pasado por partede las sociedades civiles en la entrada al sigloXXI. Si este libro ha sidoposible es porque forma parte de una oleada mucho ms amplia de

    fenmenos que estn afectando de una u otra manera a las distintasopiniones pblicas contemporneas: la eclosin de nuevas identida-des, las cuales de alguna forma vienen a expresar que el devenir his-trico humano posee toda una variedad de sentidos y significados.

    No es fcil anticipar cunto durar este escenario; ni siquiera re-sulta sencillo saber si se trata de una fiebre circunstancial motivadapor la desnortacin ideolgica producida con el derrumbe de lasalternativas al capitalismo global, o si asistimos a una transforma-

    cin de ms profundas races que dejar secuelas duraderas en el ca-rcter de las movilizaciones sociales y polticas de las prximas dca-das. Nadie puede blasonar de contar hoy por hoy con una hiptesis alrespecto, y ello se debe en gran medida a carencias intelectuales quejustifican esta recopilacin de ensayos: no contamos con una tradicinen la que apoyarnos que nos permita analizar la oscilante funcin so-cial del conocimiento histrico ante los cambios en la sensibilidad delas culturas polticas modernas, menos an en la poca actual, con sus

    enormes transformaciones en la socializacin del conocimiento.Es probable que, mientras sigan vigentes los fundamentos de

    la modernidad, habr nociones fuertes del sentido de la historia.Ahora bien, que la historia est lejos de su final no significa que suconocimiento vaya a ocupar siempre una misma posicin en losimaginarios colectivos. Qu lugar (o lugares) ocupa y qu es lo querepresenta el pasado en una sociedad multicultural y globalizada?Qu sentido tiene su conocimiento y hasta qu punto es aceptable

    que dicho sentido tenga que ser unvoco? Aunque estas cuestionesestn en el ambiente, no vienen provocando la reflexin ni la reno-vacin de enfoques por parte de quienes desde hace muchas dca-das son considerados los encargados legtimos del estudio del ayer.Habr quien piense que no es el cometido de los historiadores dedi-

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    INTRODUCCIN

    carse a la filosofa de la historia. En ese caso, resulta cuando menosextrao que los historiadores no estn siquiera reclamando respues-

    tas a expertos en la materia, que les sirvan de gua para la actual en-crucijada. Entre otras cosas porque, en ausencia de debates pbli-cos que convoquen a intelectuales de distinto cuo y formacin areflexionar colectivamente sobre estos asuntos, lo que est siendoms cuestionado es precisamente la figura misma del historiador.Quin ha de representar el conocimiento del pasado en el sigloXXI? Hay una nica va, un solo mtodo de conocimiento, que seapoya en el rigor documental, pero tambin en la subjetividad inter-

    pretativa del historiador? Guste o no, se ha abierto la caja de Pan-dora sobre nuestra relacin con el pasado: cmo se accede a l enuna sociedad democrtica y a escala global, con qu finalidad o fi-nalidades; toda estas se estn convirtiendo en preguntas legtimaspara pblicos amplios. Ello no augura desde luego el fin del histo-riador, pero en cambio s el replanteamiento en pblico de un viejoasunto habitualmente circunscrito al interior del mundo acadmi-co, cuando no eludido por los propios historiadores: el de su fun-

    cin social ante las cambiantes necesidades de conocimiento de lassociedades modernas.

    Resulta llamativa la muy distinta reaccin de los historiadoresante este escenario emergente, respecto de su comportamiento hacems de una dcada. Fueron entonces muchos los profesionales queno tardaron en responder con dardos a la posibilidad apocalpticadel fin de la historia. En cambio, es bastante menos claro que ahoraestn mostrando inters o reflejos suficientes como para hacerse

    cargo de las cuestiones que suscita el inters pblico por el pasado.No parece siquiera estar producindose un seguimiento suficientede este fenmeno desde el mundo acadmico; menos aun se estntendiendo puentes entre la demanda social y la oferta intelectualque pueden proporcionar los profesionales. Lo que predomina entodas partes, y en Espaa en particular, es el desdn, cuando no unrechazo generalmente desprovisto de razonamientos de calado4. Escierto que a finales del siglo XXtambin predominaron las reaccio-

    4 All donde los procesos de democratizacin estn en marcha y los historiadorespueden influir en la opinin pblica, su posicin social es bien diferente. Un ejem-plo es Turqua. Vase al respecto Pablo Snchez Len, De la responsabilidad socialde historiador: el 1.er Congreso sobre el Genocidio Armenio en Turqua,El raptode Europa,nm. 8, 2006, pp. 69-78.

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    nes viscerales reacias a la comprensin del argumento de Fukuyamay de su contexto de formulacin, pero en esta ocasin ni siquiera

    puede decirse que se vislumbre un acuerdo de mnimos entre inte-lectuales e historiadores que motive su colaboracin en la tarea deacoger y asesorar, o cuando menos reconocer y dialogar, con losnuevos representantes de los reclamos de memoria. Ms que comu-nicacin entre ciudadanos y expertos, lo que est habiendo son engeneral respuestas gremialistas, y esto es algo que finalmente slocontribuye a socavar la credibilidad de los profesionales de la histo-ria en tanto que ciudadanos.

    No puede decirse que los historiadores muestren desinters porel mundo en el que viven, todo lo contrario. Prueba de ello es la ra-pidez con la que se est intentando incorporar el pasado recientecomo objeto de estudio5. Pero la sensacin que tienen muchos ciu-dadanos es que los historiadores prefieren mantenerse al margen delas polmicas sobre su funcin social en sus respectivas sociedadesciviles. Esto, en el fondo, es sintomtico del peso de un cdigo de-ontolgico que parece estar alejando a los historiadores de los pro-

    blemas de su tiempo.Si se observa en su conjunto la trayectoria de la disciplina de la

    historia, tal y como se ha practicado en las academias de todos lospases que cuentan con departamentos especializados y con unacierta tradicin, hay unleitmotivque destaca sobre cualquier otro:los historiadores se han pasado todo el siglo XXquejndose de quela disciplina estaba lastrada por el exceso de ideologa en el casode quienes defendan el statu quo de las instituciones estableci-

    das o bien, al contrario para quienes conectaban sus relatoscon las grandes narrativas del progreso y la emancipacin, poruna excesiva asepsia y falta de compromiso con la crtica al ordenestablecido. Tras estos debates recurrentes se encontraba la pulsinpor ofrecer una historia que mantuviera nexos con el presente, peroque a la vez conservase el prurito de trascender las rencillas y pol-micas de su tiempo. De hecho, fue en el siglo XXcuando se acuuna frase tan ambigua y polismica, pero tan convencionalmente

    admitida por cualquier historiador moderno como esa que reza que

    5 Un panorama en castellano en Julio Arstegui,La historia vivida: sobre la histo-ria del presente,Madrid, Alianza, 2004. Considrese asimismo la denominacin denuevas revistas en Espaa comoHistoria del Tiempo Presente.

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    toda historia es siempre historia del presente. En general, los his-toriadores han hecho uso de ella para justificar que la disciplina tie-

    ne una funcin social que va ms all del conocimiento; tambin hasido empleada como reconocimiento de una condicin ineludible, lade que el pasado en realidad no se conoce cuando sucede, sino quese construye ms tarde, cuando se escribe. Pero decir que la historiaes historia del presente significa tambin por necesidad tener queconfrontar cuestiones epistemolgicas y ontolgicas ineludibles y deenorme calado, y, en la medida en que los historiadores no han que-rido adentrarse en estos derroteros, han comenzado a perder el pul-

    so sobre asuntos que estn recuperando la actualidad6.Muchos especialistas se las prometan muy felices con el declive

    de las ideologas; pensaban que por fin llegaba el momento en el quesu actividad se vera libre de las servidumbres que supuestamentehan arrastrado a lo largo del siglo XX. No obstante, lo que ha llegadoes ms bien un tiempo de desorientacin creciente en materia deperspectivas, enfoques, teoras y mtodos. A da de hoy, sea o no deltodo cierto que en los ltimos veinte aos el mundo ha caminado ha-

    cia atrs en muchos aspectos, los historiadores son, entre todos losprofesionales acadmicos, los que ms parecen haber regresado al si-gloXIX. Los hay que incluso exhiben impdicamente un positivismoabiertamente cuestionado hace ya dcadas, y otros muchos que aun-que dicen no aferrarse a la supuesta Verdad del dato, en la prcticano se distinguen demasiado de ellos. Esto no implica que no haya in-vestigadores que sigan confiando en las herramientas que proporcio-nan la sociologa, la antropologa o la economa, pero el desprestigio

    de los referentes que vinculaban la historia con las ciencias sociales esun hecho constatable, sin ir ms lejos, en la disminucin del valorque se concede hoy a la explicacin en el estudio del pasado, ascomo en la reduccin drstica del nmero de historiadores que estnal da de las polmicas de sus colegas que se dedican a las distintas ra-mas de la teora social.

    En realidad, el problema de fondo no est en la historia comodisciplina, sino en unas ciencias sociales que a su vez han ido dejan-

    do de funcionar como el arsenal de tradiciones y herramientas fia-

    INTRODUCCIN

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    6 Una nica excepcin en Espaa ha sido durante aos la obra crtica de JosCarlos Bermejo. Un ejemplo esEl final de la historia. Ensayos de historia terica,Madrid, Akal, 1987.

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    bles que en su momento fueron para el conocimiento de lo social.Ante un escenario de desorientacin o sorda confrontacin entre

    epistemologas dentro de las distintas disciplinas sociales y huma-nas, reclamar el aumento de la interdisciplinariedad puede resultarincluso contraproducente dada la inviabilidad hoy por hoy de unpacto por una ciencia social y humanstica que rena a historiadoressuficientemente responsables y motivados por la teora con cientfi-cos sociales mnimamente sensibles al problema del tiempo en supropio quehacer.

    Son hasta cierto punto comprensibles sin embargo tanto la

    reaccin tardo-positivista como la nostalgia por una historia a la al-tura del conocimiento cientfico ms exigente, pues, de hecho, esmucho lo que se consigui bajo las epistemologas que trataron dereunir positivismo y cientificismo, representadas primero por el his-toricismo y despus por la historia social. Con la apelacin a la heu-rstica de los datos, el historiador pudo ser desde el siglo XIXreco-nocido como un cientfico capaz de encargarse de la observacinrazonada de las leyes objetivas que supuestamente regan la historia.

    De hecho, mientras la nocin de progreso se mantuvo slida, el ob-jetivo de los historiadores de la poca de las grandes narrativas nofue slo verificar el cumplimiento de aquellas leyes que servan degua al presente de cara al progreso y la emancipacin; tambin sededicaron con esfuerzo a definir con claridad la frontera entre unayer lejano y premoderno y un pasado reciente que contena la mo-dernidad. A tenor de las prolongadas y a menudo agrias disputasentre distintas corrientes historiogrficas en los ltimos ciento cin-

    cuenta aos, la tarea fue de dimensiones hercleas: los historiadoresno slo anclaron en el pasado las distintas comunidades nacionalesconvertidas en estados a lo largo de ese perodo, sino que tambinenraizaron en la historia a los variados grupos sociales surgidosalrededor del cambio modernizador. Desde las viejas clases privile-giadas en declive en el siglo XIX hasta los nuevos movimientossociales en ascenso a fines del sigloXX, todo un abanico de identida-des colectivas fueron encontrando en el historiador profesional un

    legtimo representante de sus biografas comunes: ste les daba car-ta de naturaleza al situarlas en un ayer ms o menos remoto a partirde un momento fundacional, confirmndoles una autonoma yun destino propio que poda inferirse de la observacin de regulari-dades que regan el devenir de los acontecimientos humanos.

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    Muchas de estas certidumbres se han desmoronado con el dete-rioro de los fundamentos epistemolgicos de la modernidad; y, sin

    embargo, no hay que achacarlo todo al avance de una crtica episte-molgica efectuada desde la filosofa o las ciencias sociales. Parad-jicamente, el historiador y sus fines se han visto afectados muy enprimer trmino por el cumplimiento mismo de la tarea que se le te-na asignada en la era del optimismo moderno, esto es, la observa-cin de supuestas estructuras histricas con las que enraizar laaccin de las comunidades nacionales y grupos sociales emergentesdel cambio social. En efecto, la atenta observacin del siglo XXre-

    cin concluido, plagado de las ms impredecibles calaminades, haresultado en la frustrante constatacin de que tal vez no haya gran-des regularidades que descubrir ni grandes predicciones que hacer.Ha correspondido al historiador tambin tener que, si no siemprereivindicar, concluir cada vez ms que la historia es un devenir deacontecimientos no regidos por ley objetiva alguna, en el que lacontingencia campa por sus respetos. Esto, junto con el descrei-miento de algunos de los valores esenciales del proyecto moderno

    como es la nocin de progreso, ha terminado por llevar a lahistoria acadmica a un escenario en el que no est clara ya la utili-dad del historiador con el perfil de antao.

    Curiosamente, son los mismos profesionales que a menudodeploran la irrupcin en la esfera pblica de temas que afectan a suespecializacin profesional los que han contribuido indirectamen-te con sus interpretaciones a generar el actual contexto. Los mspositivistas tampoco caen en la cuenta de que si mantienen su esta-

    tus social no es porque posean un mtodo vlido de conocimiento,sino en gran medida tambin porque, en un mundo que asiste acambios vertiginosos, cuentan a su favor con un pblico cautivovido de datos positivos, de verdades incuestionables sobre el pa-sado, al que paradjicamente ellos a menudo desprecian cuandoplantean pblicamente incmodas preguntas. El peor destino pa-rece, sin embargo, reservado para el historiador, ya minoritario,convencido todava de que su actividad tiene sentido social y cul-

    tural, pero sobre la base de un rearme terico, metodolgico, in-cluso epistemolgico que no se est produciendo, pues la mareageneral lo lleva a ser tambin clasificado como un profesional ensus prcticas anclado en el sigloXIX. Con todo he aqu que, el me-nos comprometido con los problemas de su tiempo y el que menos

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    inters muestra en reflexionar crticamente acerca de los funda-mentos de su disciplina, se topa con la horma de su zapato y tiene

    que admitir que su actividad se ha llenado cada vez ms de compe-tidores externos al gremio: periodistas, novelistas, cineastas, opina-dores varios,amateurs,en fin, de los que le cuesta cada vez msdistinguirse.

    Todo esto es expresin de que hemos heredado de los historia-dores del siglo XIX y XX un legado insuficiente, cuando no hastacierto punto inservible, para los retos que implica la expansin a es-cala mundial de las luchas por el reconocimiento desatadas por gru-

    pos cada vez ms motivados por el sentido del pasado. Por si fuerapoco, esto tiene lugar en una situacin en la que es notorio que de loque ms carecen quienes se dedican a esta disciplina es de herra-mientas esenciales en materia de conocimiento.

    Cmo ha de ser la historia del siglo XXI? No abogamos aqupor un reciclaje sin ms de la filosofa de la historia. Los editores deeste libro estamos persuadidos de que para reconducir los mtodosy las teoras, para, en fin, evitar el canto de sirena del positivismo,

    hace falta una reflexin que sin embargo no puede ser estrictamenteepistemolgica; ha de ser tal que relacione los asuntos de conoci-miento histrico sentidos, mtodos, teoras con las condicionessociales e institucionales en las que ste se produce y transmite, esdecir, que relacione la finalidad social, cultural e intelectual del co-nocimiento histrico con la naturaleza de los hbitos y prcticas desus profesionales, los historiadores. Creemos que slo un enfoqueque vincule el conocimiento y su contexto social e institucional de

    produccin y distribucin estar en condiciones de mediar y dialo-gar con sectores de la sociedad civil sensibles a la funcin social delpasado sin aumentar sensaciones de frustracin; enfoques de estascaractersticas pueden permitir abordar razonablemente el escena-rio de controversia sobre el pasado que vivimos.

    Y, sin embargo, hoy por hoy carecemos siquiera de una sociolo-ga bsica que aborde esa parcela de los profesionales relacionadoscon la produccin de conocimiento. Nadie fuera del gremio sabe

    cmo funciona en su interior el mundo acadmico, cmo son susprcticas; desde dentro, hay que reconocer que seguramente algunasde ellas dejaran perplejos a muchos ciudadanos. Tampoco es mucholo que sabemos de cmo operan los productos de los historiadoressobre la opinin pblica, la creacin de valores compartidos, etc. Y

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    INTRODUCCIN

    eso que contamos con reflexiones centenarias que confirman que elconocimiento que producen los historiadores es un producto social

    bastante particular y escurridizo, que ni se asimila al de las cienciasnaturales ni posee una utilidad pblica directa comparable a la de lasciencias sociales. Ello no significa que sea un conocimiento social-mente irrelevante, sino que seguramente opera en niveles que esca-pan a simple vista y sobre los que no se recapacita suficientemente.Es cierto que hay historiadores que reflexionan en voz alta sobre es-tos asuntos; pero este libro nace tambin de la constatacin de quesus reflexiones nunca son debidamente incorporadas a la actividad

    docente e investigadora propia o ajena. sta es la evidencia de queexiste un claro hiato entre los discursos pblicos que legitiman comoexpetos a los historiadores y sus prcticas colectivas compartidas, sushbitos gremiales.

    Este libro no aspira a ofrecer una nueva deontologa para el histo-riador profesional que acabe con esa incongruencia entre prdicasy prcticas; ni siquiera quienes hemos reunido estos ensayos creemosque deba existir una nica deontologa profesional. Aspiramos, eso

    s, al respeto entre nuestros colegas profesionales y, en consonanciacon lo anterior, a que las propuestas que siguen contribuyan al menosa suscitar en ellos el inters por la pluralidad de maneras y objetivosen el conocimiento del pasado. Esta obra es un compendio de refle-xiones realizadas por autores que, siendo en su mayora historiadoresde formacin y con independencia de su posicin dentro del mundoacadmico profesional, llevamos algunos aos pensando en las mane-ras con las que las sociedades modernas se relacionan con el pasado, y

    acerca de los efectos que los cambios operados en stas estn produ-ciendo en los fines que tradicionalmente tenan reconocidos los his-toriadores. Se trata de un conjunto de pensamientos, a veces sloesbozados o tratados indirectamente, que se articulan sobre preguntascomo: est el historiador condenado a compartir su actividad conlos otros ciudadanos no profesionales o expertos y consiguiente-mente a desaparecer como especialista? No es razonable repensarla finalidad de la profesin para adaptarnos a un mundo multicultural

    que en principio no excluye ninguna manera de construir el pasadocon la que los sujetos se dotan de identidad? En suma, cul deberaser la responsabilidad de los historiadores en un mundo cada vez msinmerso en la idea de que la actividad humana desencadena procesoscontingentes observables en el tiempo?

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    INTRODUCCIN

    EL PROYECTO

    En 2005 los editores de este libro redactamos un breve texto cuyafinalidad era incitar a nuestros colegas a reflexionar por escrito so-bre algunas de las cuestiones que acabamos de esbozar. En dos aoshan cambiado nuestras maneras de observar el problema o los pro-blemas a los que nos enfrentamos como historiadores en una socie-dad sin certezas acerca de la funcin social del conocimiento. Contodo, an hoy podemos reconocernos en aquellas pocas pginas.

    El texto que entonces escribimos comenzaba con un pasaje quetomamos de una obra que consideramos interesante porque enlazalos problemas del conocimiento histrico con su contexto de pro-duccin y transmisin. El extracto dice as:

    [Existe] una tensin que subyace a todo encuentro con el pasado: la ten-sin entre lo familiar y lo extrao, entre la sensacin de proximidad y lasensacin de distancia en relacin con las personas que tratamos de com-

    prender. Ninguno de estos dos extremos hace justicia a la complejidad dela historia, y desviarse hacia un lado o el otro emborrona los afilados con-tornos de la historia y nos hace caer en el clich y la caricatura. La consecu-cin de un pensamiento histrico maduro depende precisamente de nues-tra habilidad para navegar por el desnivelado paisaje de la historia,atravesando el escabroso terreno que se sita entre los polos de la proximi-dad y la distancia respecto del pasado.

    [...] No es fcil sortear la tensin entre el pasado familiar, que se mues-tra tan importante para nuestras necesidades presentes, y el pasado extrao

    e inaccesible, cuya aplicabilidad no se nos hace manifiesta de modo inme-diato. La tensin existe porque ambos aspectos de la historia son esencialese irreducibles. Por una parte, necesitamos sentir el parentesco con la genteque estudiamos, pues es precisamente esto lo que compromete nuestro in-ters y nos hace sentir en conexin. Terminamos vindonos como herede-ros de una tradicin que nos proporciona amarraduras y seguridad contrala transitoriedad del mundo moderno7.

    Pero esto es slo la mitad de la historia. Para desarrollar al completo lascualidades humanizadoras de la historia, para servirnos de la capacidad dela historia de, en palabras de Carl Degler, expandir nuestra concepcin ynuestra comprensin de lo que significa ser humano necesitamos dar con

    7 Samuel Wineburg,Historical Thinking and Other Unnatural Acts, Filadelfia,Temple University Press, 2001, pp. 5-7. (La traduccin del pasaje es nuestra.)

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    el pasado distante un pasado menos distante de nosotros en el tiempoque en modos de pensamiento y de organizacin social. Es ste, un pasa-

    do que nos deja al principio perplejos o lo que es peor, simplemente abu-rridos, el que ms necesitamos si queremos llegar a comprender que cadauno de nosotros es ms que el puado de etiquetas que nos son adjudica-das al nacer. El encuentro sostenido con el pasado menos familiar nos ense-a a apreciar las limitaciones de nuestra breve estancia en el planeta y nospermite convertirnos en miembros de la totalidad de la especie humana.Paradjicamente, puede que la relevancia del pasado se encuentre precisa-mente en lo que nos choca por su inicial irrelevancia.

    A partir de esta reflexin de Wineburg, abundamos en esa singulardualidad de un tipo de conocimiento, el histrico, que observa elpasado desde la extraeza o desde la familiaridad, y nos pregunta-mos en qu medida esta doble dimensin del pensar histricamenteera consustancial a un orden social democrtico y globalizado, parael cual el pluralismo interpretativo de los ciudadanos con respecto asu presente o a su pasado es o debera ser una realidad sociol-gica. Pero sobre todo nos cuestionamos si esta dualidad epistmica

    entre la naturalizacin y el extraamiento respecto del ayer es-taba siendo asumida de manera reflexiva por los historiadores. Enqu medida los historiadores estamos contribuyendo a desnaturali-zar las identidades de nuestros conciudadanos, o en qu sentido co-laboramos ms bien en ahistorizar tales identidades? Nos pregunta-mos tambin si los profesionales de la historia estamos implicadosen la mejora del bienestar de las sociedades dentro de las que pro-ducimos conocimiento. Finalmente, nos planteamos si las institu-

    ciones en las que los historiadores desarrollamos nuestro trabajo es-tn propiciando la exploracin crtica acerca de los fines socialesdel conocimiento histrico y sus complejas relaciones con las identi-dades sociales plurales propias de nuestro tiempo.

    Ahora bien, tambin escogimos el texto de Wineburg por la re-flexin propositiva que suscita: de una manera elegante y para elgran pblico, su autor plantea que esas dos maneras de confrontarel pasado no slo comportan representaciones distintas sobre el

    tiempo, sino que tambin reclaman el empleo de mtodos de anli-sis y reflexin variados a la hora de producir un conocimiento queno dejara de ser igualmente histrico en todos los casos. Segn se-ala este autor, entre los profesionales la primera manera de acer-carse al pasado que aqu hemos denominado naturalizadora

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    est muy sobredimensionada, mientras que la segunda es ms bienresidual. Nosotros planteamos que enfoques como el suyo permiten

    reclamar al mundo acadmico no slo pluralismo interpretativo,sino tambin diversidad terica, metodolgica y epistemolgica enla investigacin y la docencia. Es sta la discusin que nosotros que-ramos abrir, con el fin de enfocar las condiciones en las que se pro-duce la actividad de los historiadores acadmicos, especialmente,aunque no slo, los espaoles.

    Enviamos el proyecto a distintos colegas y les ofrecimos que, apartir de ese texto, escribieran un trabajo que, segn solicitbamos

    entonces, deba ser entendido ms como un ensayo que como unaobra estrictamente acadmica. Todos lo recibieron con inters. Fi-nalmente, sin embargo, algunos de ellos tuvieron que desistir departicipar al establecerse plazos de entrega de originales incompati-bles con otras obligaciones y preferencias. No obstante, todos ellosnos animaron a seguir adelante con el proyecto, y, desde estas pgi-nas, queremos agradecerles su inters y apoyo a la iniciativa.

    En toda rama del saber acadmico, la reflexin sobre las condi-

    ciones en las que se produce la investigacin y la transmisin del co-nocimiento resulta seguramente un asunto espinoso que provocareticencias. A nadie le gusta que le analicen como quien diseccionauna ameba. En el caso de los historiadores, sin embargo, el recelo estal vez mayor por la ausencia de una tradicin reflexiva propia, in-terna a la profesin. Uno de los motivos por los que los historiado-res no acomodan en sus prcticas perspectivas crticas en materia deenfoques, mtodos y teoras es seguramente porque en su mayora

    stas proceden de otros mbitos ajenos a la profesin. Por este mo-tivo, para nosotros era importante contribuir con enfoques crticosdesde dentro de la disciplina.

    En un escenario como el arriba descrito, el proyecto que hadesembocado en este libro est condenado a resultar polmico. Yaslo el ttulo del libro puede resultar ofensivo, pero nos parecaque el doble sentido del trmino fin era justamente el asuntosobre el que queramos llamar la atencin: es la reticencia a reflexio-

    nar sobre la finalidad de los historiadores lo que ms puede contri-buir a su fin, entendiendo ste en sentido institucional o moral.Tambin puede resultar polmico desde el momento en que todoslos autores aqu reunidos poseemos alguna formacin como histo-riadores y la mayora ejercemos como profesionales de la historio-

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    grafa. Para nosotros sta era sin embargo la mejor manera de evitarel habitual desdn del profesional ante las crticas a su actitud efec-

    tuadas desde fuera de la disciplina. De paso aspiramos a contribuirdesde dentro a generar las condiciones de una nueva coalicin deprofesionales que estn dispuestos a dialogar sobre las necesidadesde reconectar la actividad con la sociedad.

    Otra cosa es que, como sucede a menudo cuando se producenconsensos elevados dentro de la profesin, el desacuerdo con laspropuestas implique negarse a dialogar sobre sus contenidos. Noso-tros, por nuestra parte, asumimos que seguramente no estamos sufi-

    cientemente distanciados de algunos de los temas tratados, pero nonos embarcamos ni implicamos a otros en este libro pensando en undilogo slo con nuestros colegas de profesin. Estamos convenci-dos de que muchos intelectuales, acadmicos y ciudadanos en gene-ral pueden interesarse por los problemas que aqu se abordan. Loque nos motiva es en qu puede consistir pensar histricamente enel sigloXXI, sea quien sea el encargado de esa actividad.

    Mientras hemos llevado este proyecto adelante, editores y auto-

    res hemos encontrado algunas audiencias ante las que anticiparnuestros enfoques y propuestas. Resulta curioso observar que el re-chazo a las cuestiones que aqu se plantean se manifieste en apelati-vos de nihilismo, escepticismo o relativismo. Es tal vez sta una bue-na ocasin para responder a este tipo de censuras que consideramosinjustificadas. Pues no hay acaso escepticismo en el hecho de nomolestarse en reflexionar acerca de cmo incide el cambio social so-bre las condiciones del trabajo intelectual propio? Es que no he-

    mos de calificar de nihilista negarse a dialogar sobre cuestiones deconocimiento que interesan tambin a los ciudadanos? Acaso no esrelativismo predicar la existencia de un mtodo cientfico vlidopara obtener un conocimiento definitivo sobre el pasado y practicardespus una actividad que contradice esa aseveracin?

    Nosotros estamos seguros de que las propuestas que vienen acontinuacin son sensatas. Ahora corresponde al lector escrutarlas ydarles o no crdito. Nos basta con contribuir a su reflexin sobre la

    funcin social del conocimiento del pasado en el siglo XXI, a activarsu capacidad de pensar histricamente en esta nueva centuria dondeculturamente conviven, en una tensin sin precedentes, las viejas cer-tidumbres de la modernidad y la contingencia de una era sin certezas.

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    LOS TEXTOS

    Los textos que este libro contiene son resultado de un dilogo entresus autores y los editores; una vez realizada una primera versinde sus trabajos, nos permitieron hacerles sugerencias sobre su plan-teamiento sin menoscabo creemos de su libertad para enfocarel asunto como han considerado oportuno. Una vez terminados, nonos ha sido fcil fijar un ndice para distribuir los trabajos, especial-mente porque todos sus autores abordan desde algn punto los te-

    mas epistemolgicos y sociolgicos relacionados con las reflexionessugeridas en el proyecto y promovidas a partir del dilogo que conellos entablamos. Con todo, y pese a la injusticia distributiva quehayamos podido cometer con algunos textos, hemos decidido orde-nar los ensayos en dos bloques: conocimientoeidentidad. Hemosentendido que los agrupados en el primer bloque incidan princi-palmente en la reflexin sobre el tipo de conocimiento que desarro-llan los historiadores, as como en sus efectos sobre las sociedades

    pluralistas en las que se produce. Consideramos razonable un se-gundo bloque cuyos ensayos abundan en una dimensin sociolgicay antropolgica del quehacer del historiador, tanto cuando operacomo profesional del conocimiento y docente del pasado, comocuando acta como ciudadano de las sociedades en las que trabaja.

    El primer bloque se abre con un texto algo especial, pues estabaya escrito bastante antes de la puesta en marcha de este proyecto,del que es una de sus precondiciones. Se trata de un breve ensayo

    que su autor, Leopoldo Moscoso, nos permiti discutir hace aosen un seminario paraacadmico y en el que, tomando como excusaun manual de un conocido historiador profesional Josep Fonta-na, el autor realiza una sugerente interpretacin de las causas yefectos del saber histrico sobre la identidad, tanto la de los histo-riadores como la de sus audiencias. Por su parte, Elas Palti, aprove-cha la elaboracin de un relato sobre el fin de las filosofas moder-nas de la historia para reflexionar acerca de las paradojas actuales

    del conocimiento historico y ms concretamente sobre la tensinentre los fines desnaturalizadores que deben ser propios de los his-toriadores y la necesididad de contribuir a dotar de algn sentido alos colectivos sociales existentes o emergentes. El trabajo de Miguelngel Cabrera abunda tambin en la necesidad de una deontologa

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    desnaturalizadora para el conocimiento que ofrecen los historiado-res. El recorrido hasta llegar a tal conclusin arranca de la imputa-

    cin a los historiadores de un pecado original: su empleo de for-ma irreflexiva de las categoras supuestamente ahistricas de lamodernidad con la consiguiente ingenua naturalizacin del conoci-miento histrico. Pedro Piedras, a partir de la reflexin sobre unareciente novela de Aurelio Rodrguez, critica la creciente fusinen la sociedad entre historia y memoria, abogando, en cambio, porsu distincin como dos maneras de conocer el pasado. Desde estadefensa, el ensayo establece una sugerente relacin entre memoria y

    literatura como forma genuina de conocimiento histrico, en la cualla prosa y la esttica resultan componentes cruciales a la hora de re-construir el tiempo pretrito. Y como colofn a este primer bloque,Margarita Limn aprovecha su anlisis sobre la enseanza a los es-tudiantes de educacin secundaria para reflexionar sobre los usosdel conocimiento historico en la formacin de futuros ciudadanos y,ms concretamente, en la formacin de un sujeto afn a un ordensocial plural donde deben coexistir, segn la autora, identidades

    respetuosas con la diferencia.El segundo bloque de textos,Identidad,se inicia con un ensayo

    de Pablo Snchez Len que redimensiona las relaciones entre his-toria y memoria, en el doble terreno social y epistemolgico, a tra-vs de un recorrido por la cambiante funcin social del historiadordesde antes de la modernidad hasta la era de la globalizacin. Des-de la perspectiva de largo plazo que ofrece la historia de la ciudada-na es posible reubicar la cuestin de la democratizacin del conoci-

    miento histrico, entendiendo ste no como la distribucin deinformacin positiva, sino como la socializacin de recursos inter-pretativos con los que los ciudadanos puedan adquirir concienciade la actividad de pensar histricamente que realizan de manera co-tidiana. Marisa Gonzlez de Olega, por su parte, realiza un ejerciciode indagacin casi etnolgica sobre la comunidad de profesionalesimperante en las instituciones universitarias, y en especial en torno ala virulenta reaccin de muchos historiadores contra las maneras

    posmodernas de hacer historia. Segn la autora, la cerrada reaccinacadmica no procede tanto de diferencias insalvables con la pos-modernidad de carcter ontolgico o epistemolgico, sino de lasprcticas historiogrficas de los nuevos historiadores, que vienen adesestabilizar las convenciones a travs de las cuales el historiador

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    acadmico construye su identidad. En su ensayo, Jess Izquierdoaborda la persistencia de la epistemologa moderna entre los histo-

    riadores profesionales como manifestacin de su identidad colecti-va. Para el autor, la mayor parte de los profesionales forma parte deuna comunidad que instituye un tipo de memoria generalmente in-sensible a las crticas vertidas contra los fundamentos epistemolgi-cos de la modernidad desde comienzos de la filosofa posmetafsica.Como propuesta para reflexionar sobre el fin de los historiadores,plantea un acercamiento crtico a la hermenutica, no slo metodo-lgica, sino sobre todo filosfica, que sirva al historiador y al ciu-

    dadano por igual para pensar histricamente de un modo msacorde con las exigencias ticas de una comunidad pluralista y las-trada adems por un pasado traumtico.

    El ensayo de Francisco Sevillano abunda, a partir de un minu-cioso trabajo sobre el fenmeno revisionista del pasado reciente es-paol, en el aislamiento de la comunidad de historiadores profesio-nales espaoles, algo que, segn la hiptesis del autor, se produjo yaen la transicin democrtica, expresndose en el papel que enton-

    ces se arrogaron como garantes de la Verdad frente al maniqueo re-lato franquista sobre el pasado reciente. La comparacin entre Es-paa y el mundo anglosajn sirve al ltimo ensayo, realizado porJavier Castro y Sal Martnez, para ingadar sobre la identidad de loshistoriadores espaoles, especialmente cuando operan como ense-antes en la educacin superior. El contraste consigue poner de re-lieve la marcada estructura monolgica de la historiografa espaolao, planteado en otros trminos, la ausencia de una tradicin basada

    en el dilogo abierto entre prefesionales y ciudadanos acerca del pa-sado y, en definitiva, la existencia de una comunidad de acadmicoscuyas prcticas se muestran disfuncionales a las exigencias delaprendizaje.

    Este libro es resultado de un trabajo del que nosotros slo he-mos sido canalizadores; los agradecimientos van por tanto princi-palmente a los autores, que es casi como decir que a nosotros mis-mos. Asimismo deseamos expresar nuestra gratitud a todos aquellos

    foros en los que, no siempre con buena acogida, hemos planteadolas cuestiones que aqu se abordan. Entre los que nos han resultadoms gratos y provechosos, queremos aqu destacar el seminario deHistoria Social del Departamento de Historia Contempornea de laUniversidad Autnoma de Madrid, el Primer Congreso de Jvenes

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    INTRODUCCIN

    Historiadores de Historia Contempornea (Zaragoza, septiembrede 2007), el seminario Discurso, memoria y legitimacin, de la

    Universidad de Salamanca, y los seminarios de posgrado y doctora-do de las universidades de Mar del Plata, Comahue, Quilmes y DiTella (Argentina). Un agradecimiento muy especial va para OlgaAbsolo, que nos anim a presentar este proyecto a la editorial SigloXXI de Espaa editores, S.A., y a Tim Chapman y Ana Prez Gal-vn por su buena acogida y seguimiento de la edicin hasta su pu-blicacin.

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    ICONOCIMIENTO

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    1. EN QU CONSISTE PENSAR HISTRICAMENTE?1

    LEOPOLDOMOSCOSO*

    La ciencia no es hoy un don de visionarios y profetas quedistribuyen bendiciones y revelaciones, ni parte integrantede la meditacin de sabios y filsofos sobre el sentido delmundo. Si de nuevo en este punto surge Tolstoi dentro deUds. para preguntar que, puesto que la ciencia no lo hace,quin es el que ha de respondernos a las cuestiones de ques lo que debemos hacer y cmo debemos orientar nuestrasvidas, o [...] quin podr indicarnos a cul de los dioses he-mos de servir, habr que responder que slo un profeta o un

    salvador. Si ese profeta no existe o si ya no se cree en sumensaje, es seguro que no conseguirn Uds. hacerlo bajar denuevo a la tierra intentando que millares de profesores,como pequeos profetas pagados o privilegiados por el Es-tado, asuman en las aulas su funcin. Por ese medio sloconseguirn impedir que se tome plena conciencia de la ver-dad fundamental de que el profeta por el que una gran partede nuestra generacin suspiranoexiste.

    Max WEBER,Wissenschaft als Beruf2

    Tan importante es el tema sobre el que versa este libro y tan clebresu autor que es difcil discernir si el comentario que sigue es de reci-bo porque se trata de un librosobrehistoria o porque se trata de unlibrodeJosep Fontana. Todava peor:Introducci a lestudi de la his-tria(IEH) es una obra de carcter general. Y frente a una obra in-troductoria y general todo comentarista corre el riesgo de ordenar

    sus observaciones en torno al insidioso argumento de cmo otraspersonas (o acaso l mismo) habran escrito el libro. No s si sercapaz de sortear tantos peligros.

    En todo caso,IEHno es otro ms de los vehementes y controver-tidos libros de Josep Fontana sobre historiografas, teoras o filoso-fas de la historia. Se trata, por el contrario, de unaintroduccinele-

    * Socilogo.1

    Esta nota se origin en un comentario, que nunca vio la luz, al libro de JosepFontana,Introducci a lestudi de la histria,Barcelona, Crtica, 1997, 293 pp., conndice de contenidos e ndice alfabtico (bibliografas al final de cada captulo).Agradezco a Julio Pardos su infinita paciencia, que este texto nunca podr compen-sar por completo.

    2 Max Weber,El poltico y el cientfico,Madrid, Alianza, pp. 226-227.

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    mental y, como tal, desprovista de toda carga polmica (excepcinhecha, eso s, de toda aquella que pueda desatarse en torno a la inicia-

    tiva de escribir un libro como ste). En principio, por tanto, una salu-dable iniciativa en un contexto en el que (aqu tanto como en otras la-titudes) los libros deIntroduccinse centran con frecuencia, y conms bien poco xito, en las ms complejas y controvertidas cuestio-nes de las historiografas o las teoras de la historia. El de Josep Fon-tana es, por el contrario, un manual, clsico, sobrio y de buena factu-ra. Y, como manual, se encuentra bien centrado en su objeto: se tratade unaintroduccin a la historiacomo objeto del conocimiento y

    no de una introduccin al pensamiento de los historiadores.

    I. PROBLEMAS HISTRICOS

    Lahistoriaen tanto que objeto del conocimiento no es examinada enIEH, sin embargo, s como una secuencia de acontecimientos ordena-dos cronolgicamente. ste no es un manual de historia en el sen-

    tido habitual advierte el autor (Fontana, 1997: 13). No se tratade hacer ninguna sntesis que recoja los acontecimientos ms impor-tantes de la historia mundial, de Espaa o de Catalua, y que los or-dene cronolgicamente desde la prehistoria hasta nuestros das. Nise trata tampoco de un manual cuyo sumario se ajuste a las divisio-nes interdepartamentales del trabajo al uso en las facultades y escue-las: la historia poltica por un lado, la historia econmica por otro, lahistoria social, la historia cultural... Se trata, por el contrario, de

    abordarlos grandes problemas.El enfoque es, ms bien, el de presentar una historia general no,por as decir, historizada,como cabra esperar de un libro de histo-ria, sino como un racimo de problemas que han influido a lo largode los tiempos sobre la vida en sociedad. El autor afirma que la his-toria trata en realidad de los grandes problemas que afectan a loshombres y a las mujeres que viven en sociedad. Esos problemas sondel pasado, pero tambin del presente y, previsiblemente, de un fu-

    turo al menos inmediato. Es decir que la historia deja de ser una ac-tividad de reflexin, investigacin o especulacin sobre el pasado,para pasar a ser casi un equivalente del tiempo. Y esos problemasque nos persiguen desde el pasado, que siguen hoy con nosotrosy que lo seguirn estando, no pueden ser abordados ms que desde

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    LEOPOLDOMOSCOSO

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    una prespectiva temporal, evolutiva, que es, segn el autor, la pres-pectiva que a la historia le es propia.

    Los grandes problemas a los que IEHpasa revista son examina-dos, segn Fontana, del ms sencillo al ms complejo. La lista inclu-ye los escenarios fsicos de los asentamientos humanos y las repre-sentaciones que los hombres han generado de esos escenarios, losmovimientos demogrficos, la agricultura, los mercados, la indus-tria y el crecimiento econmico, las formas sociales de inclusinyexclusin(como el sexo, la raza, o las clases...), las formas de organi-zacin colectiva (como el estado moderno, la nacin, el estado-na-

    cin o el imperio...), la violencia, el poder, la actividad blica o la re-presin, las religiones, la cultura, la civilizacin, la ciencia, y lasculturas populares. La lista de problemas, desde luego, intimidaa cualquiera.

    Aqu es donde empezamos a correr peligros. Pues, tras dar lec-tura a la lista de Fontana, resulta difcil sustraerse a la tentacin deponer en pie una crtica centrada sobre el argumento de las presen-cias impertinentes y de las ausencias inaceptables. Pero es verdad

    que se trata de un tipo de crtica que a menudo slo pone de relievelas propias preferencias del comentarista y no los errores si algu-no hubiere del autor. No haremos aqu nada de eso, pese a quealgunas afirmaciones del autor sobre su propio sumario podranantojarse discutibles (por ejemplo, cuando afirma en la p. 13 que losproblemas sern abordados del ms sencillo al ms complejo).

    Ms acertado sera, tal vez, objetar no la lista sino la misma divi-sin temtica. Pues, como con harta frecuencia han recordado esos

    historiadores a los que llamamoscontextualistas,lo nico que no estclaro en semejante divisin de los problemas es que stos no respon-dan simplemente a nuestras obsesiones de hoy. En otras palabras,que ni laeconomaha sido siempre economa, ni lapolticaha sidosiempre poltica, ni elestadofue siempre el estado.

    Pero Josep Fontana est bien al corriente de todos estos proble-mas. Avisa a sus lectores de la polisemia de las palabras que enunciansu lista de problemas, y advierte de los cambios que ha experimenta-

    do su significado a travs del tiempo (sobre la clebre cuestin delestado,por ejemplo, en pp. 183-184). Y al contrario tambin. Ni si-quiera es ajeno Fontana al hecho de que los conceptos con los quehoy representamos los problemas sociales han sido expresados deformas muy distintas en diferentes sociedades y pocas. Puede, por

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    EN QU CONSISTE PENSAR HISTRICAMENTE?

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    consiguiente, que despus de todo, esta actividad a la que alude Fon-tana desde el principio, elpensar histricamente,no consista sino en

    tratar de aprehender qu sentido han tenido esos problemas para losactores en las distintas pocas y sociedades.

    II. PARA QU PENSAR HISTRICAMENTE?

    Pensarhistricamenteayuda escribe el autor a combatir los t-picos y los prejuicioshistricosque obstaculizan la comprensin del

    mundo en el que vivimos. Se trata de una actividad orientada a esti-mular a pensar la historia y el mundo de una manera crtica y perso-nal (Fontana, 1997: 14).

    Ahora bien, a qu propsito habran de servir todas estas ad-vertencias? Qu sentido podra tener el pensarhistricamente?So-bre este punto Josep Fontana parece adscribirse sin vacilaciones a lavieja concepcintecnolgicadel conocimiento histrico. [...] Y, sinembargo, qu clase de apelacin a la verdad puede encontrarse de-

    trs de una visin semejante? A quin corresponde establecer cmose piensa histricamente? Qu clase de verdades produce tal ac-tividad? Cmo se sancionan las verdades sobre el pasado desen-terradas por medio de semejante modo depensar?Cabe slo unaforma de pensarhistricamente?

    Estas preguntas son inquietantes. Inquietan, sobre todo, cuan-do algn historiador presenta su modo de pensar o su reconstruc-cin del pasado como una revelacin que habr de librarnos de

    nuestras anteojeras y nos permitir entender el mundo de maneracrtica.Pero es interesante advertir cul es la manera en la que sedecreta si el mtodo permite ver ms all de nuestras anteojeras y denuestros prejuicios y, sobre todo, cul es la realidad que, debemossuponer, se esconde detrs de ellos.

    La sancin procede de lo que podramos llamar un auditoriodisciplinar.El conocimiento cientfico se encuentra fragmentado ensubauditorios o nichos. Los inquilinos de cada uno de estos nichos

    desarrollan lenguajes propios y con frecuencia intraducibles a loslenguajes generados en los otros nichos. La construccin de nuevosnichos (y de nuevos lenguajes) puede, lgicamente, constituir unobjetivo para los ms activos o militantes dentro de una determina-da disciplina. Conocemos los efectos de semejante proceso de dis-

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    persin. Suele encontrarse en el origen de la innovacin cientfica;suele tambin encontrarse detrs de la formacin de disciplinas

    intersticiales o de nuevos campos de conocimiento dotados de au-tonoma jurisdiccional; y puede con frecuencia encontrarse tam-bin en el origen de la rotura de los lmites interdisciplinares tra-dicionales.

    Ahora bien, en estas condiciones, en qu podra consistir esejuego que llamamos de la apelacin a la verdad? La cuestin puedeplantearse de este modo: si la actividad cientfica consiste en labuena comunicacin de ciertas formas de pensar o de ciertas ex-

    plicaciones a un auditorio, y si el xito concedido a esas formasde pensar o explicaciones es, necesariamente, el xito decretadopor el auditorio de la disciplina sobre la base de criterios que estemismo auditorio, gracias a su autonoma jurisdiccional, ha decreta-do de antemano, entonces, a quin habremos de recurrir si rehu-samos comulgar conesa forma de pensaro si rehusamos aceptar lavalidezde esos criterios? La historia de la ciencia que los cientficoshan escrito muestra que tales protestas se encuentran en perpetua

    discusin en tribunales siempre distintos. Y en cada nueva audien-cia de esos tribunales aparece siempre el mismo problema: Porqu habramos de aceptar la explicacinE1del fenmenoFy no laexplicacinE2del mismo fenmeno? Por qu, en ocasiones, pue-den las dos ser aceptadas a la vez y coexistir incluso cuando estclaro para todo el auditorio que ambas se encuentran en abiertacontradiccin?

    III. EL PROBLEMA DE LA SUBDETERMINACIN DE LAS TEORAS

    Tendramos que referirnos aqu al clebre problema de la subdeter-minacin de las teoras. El regreso de esta nocin a la epistemologaha inducido el as llamado sociological turn, o viraje sociolgico,dentro de la historia de la ciencia. Este viraje slo ha desplazadoel problema, no lo ha resuelto. Para la sociologa de la ciencia, el

    problema tan prominente entre historiadores dela apelacin ala verdad se plantea exclusivamente como un problema de poder.Ahora bien, en qu puede consistirtener podercuando de lo que setrata es de las relaciones entre dos o ms portadores de explicacio-nes? Caben, a este respecto, dos conjeturas.

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    La primera es que elpoderal que nos referimos se resuelva en elcontrol de ciertos recursos propios de cualquier comunidad cient-

    fica por ejemplo, fama, prestigio, reconocimiento, en suma, dela propia capacidad de explicar. Si as fuera, volveramos, sin em-bargo, a nuestro problema inicial. La superioridad de una explica-cinE1frente a otraE2del mismo fenmenoFhabra de encontrar-se en alguna cualidad inherente a la explicacin prevaleciente. Y, sinembargo, lo que queda por decidir es, precisamente, de qu cua-lidad puede tratarse.

    Una segunda conjetura consiste en entender ese poder como el

    control de recursos exgenos, y no los propios de la comunidadcientfica. Pero aqu tambin encontramos un obstculo: qu inte-rs podran tener quienes se encuentran en posesin de tales recur-sos financieros, polticos o de opinin para servirse de explicacio-nes que funcionen a favor de sus intereses, si para conseguir losefectos esperados de una u otra explicacin pueden ya recurrir alos recursos que en primer trmino poseen? En qu habra de con-sistir, esto es, elvalor de cambiode una explicacin para que sta

    fuera capaz de atraer recursos originados con otros propsitos? Po-dramos poner el problema de esta manera: para que una explica-cin cientfica pueda ser apreciada ms que otros bienes para usosno cientficos, sta explicacin debe tener un valor propio. Ese va-lor es, probablemente, lo que llamamosvalor cientficode una expli-cacin. Slo gracias a suvalor cientficopodra la explicacin servira propsitos no cientficos, pues quienes tienen tales propsitos ensu agenda no podran saber, de lo contrario, qu diablos hacer con

    la explicacin cientfica que han comprado. Pero cul es ese va-lor? En qu consiste elvalor cientficode una explicacin? se, yno otro, era nuestro problema.

    IV. LA TRADUCIBILIDAD AL LENGUAJE DE LA TECNOLOGA

    Existe, sin embargo, otra versin del viraje sociolgico en la filoso-

    fa y en la historia de la ciencia que nos ofrece una va para salir delatolladero. Se trata de abandonar toda tentativa de estableceremp-ricamentecul es el criterio concreto con el que en cada casootorgamosvalor cientficoa una explicacin y buscar, por el contra-rio, algn criterio abstracto que determine la superioridad de una

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    explicacin frente a otra. Desde aqu se vislumbra otro horizonte.Pues el criterio que determina la superioridad y la estabilidad de un

    cuerpo de explicaciones en el interior de una disciplina cientfica es,en ltima instancia, sutraducibilidadal lenguaje de alguna tecnolo-ga, toda vez que el xito de esa tecnologa es el que opera a mododemecanismo de seleccinsobre el proceso de mantenimiento o deabandono de otras explicaciones y teoras que no son por s mis-mas (esto es, si se evalan usando los criterios de validez internos ala disciplina) menos vlidas que las que en ltimo trmino prevale-cen3. En otras palabras, la superioridad y la supervivencia de un

    cuerpo de explicaciones en el interior de una disciplina cientficaestaran originadas en el relativo xito tecnolgico que pueda impu-trsele a ese cuerpo de explicaciones. El xito tecnolgico pasa a serel mecanismo selectivo preferente toda vez que, en la ciencia occi-dental, el viejo problema de la apelacin a la verdad se resuelve enlos xitos cosechados por las salidas tecnolgicas de las teoras.

    Tambin la referencia al criterio tecnolgico se sirve de la ideade un auditorio que implcitamente imaginamos como si estuviese

    organizado en dos crculos concntricos. El primero y ms estrechosera el crculo propiamentedisciplinado,dentro del que las distin-tas explicaciones pueden aparecer o perder vigencia o permane-cer en liza durante mucho tiempo, pese a que se encuentren en unasituacin de abierta incompatibilidad. El crculo exterior se sirve,sin embargo, de criterios de naturalezasocial(tal cosa es, de hecho,elcriterio tecnolgico).En este segundo auditorio se seleccionan losresultados originados en las operaciones del crculo interno. El fun-

    damento del criterio de seleccin ser, lgicamente, alguna defini-cin de utilidad social.

    La apelacin a la tecnologa tiene una ventaja. Ofrece un crite-rio de clasificacin de las ciencias y de los saberes que es distinto deaquel que meramente responde a la distincin entre naturaleza ycultura. Y tiene tambin la ventaja de separar los cuerpos del cono-cimiento incluso en el interior de una misma disciplina. De estemodo, todo el universo del saber organizado podra verse, por con-

    siguiente, como un recorrido sobre una lnea. En uno de sus extre-mos encontraramos el saber transferible a las tecnologas. En el

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    3 Cf.Alessandro Pizzorno, Identit e Sapere Inutile, en Rassegna Italiana diSociologia,aoXXX, nm. 3, julio-septiembre 1989, pp. 305-319 (p. 310).

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    otro, los saberes intransferibles a las tcnicas. Seguramente, sta noes la mejor clasificacin posible de los saberes, pero s ha servido

    para traducir en trminos un poco ms rigurosos la justificacin in-tuitiva que el sentido comn ofreca sobre el prestigio de las cien-cias naturales en la sociedad. En todo caso, sirve para plantear nues-tra pregunta sobre el sentido y la justificacin del saber histrico o,si se prefiere, del modo histrico de pensar. La cuestin es la si-guiente.

    Si la justificacin socialdel saber organizado en disciplinas ytransferible a las tecnologas se encuentra, precisamente, en el xito

    de las tecnologas que de ese saber proceden, cul entonces podraser la justificacinsocialde todas aquellas actividades del saber or-ganizado que carecen de salidas u orientaciones tecnolgicas?4.Y, en referencia a nuestro problema, si los criterios de verdad des-cansan sobre la aplicabilidad tecnolgica, qu clase de tecnologase produce con elpensar histricamente?

    V. LOS USOS DEL SABER HISTRICO

    La cuestin es, desde luego, aeja. De un lado tenemos una activi-dad organizada de acumulacin de saberes que parece tener comoltimo fin la resolucin de los problemas que se plantean en las so-ciedades humanas en su esfuerzo por controlar la naturaleza. Y, deotro lado, tenemos una actividad organizada de acumulacin de sa-beres quenocorresponden a actividad imaginable de resolucin de

    problemas que no sean los problemas que esa misma actividad plan-tee. Los saberes de los historiadores encajan en esta segunda catego-ra. Cul podra ser la justificacin social de semejante actividad?

    La primera posibilidad sera no aceptar la divisin entre aquellossaberes orientados hacia la resolucin de problemas y los saberesnoorientados a ello. De hecho, durante mucho tiempo, el saber histri-co estuvo asimilado al saber natural y su justificacin resida en laayuda que presumiblemente nos poda brindar para la resolu-

    cin de ciertos problemas. Poda tratarse de una suerte de manualque guiase la conducta y las decisiones de gobernantes (o de insur-gentes), o poda verse como una especie defilosofa poltica,es decir,

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    4Ibid.,pp. 311et passim.

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    un conjunto de directrices ordenadas sobre cmo habramos deorientar nuestras decisiones o cmo debamos ordenar nuestras so-

    ciedades. La historia era vista, eso s, como el campo de pruebas deun saber, por lo dems, no experimental. Y, en tanto que tal campode pruebas, la historia deba servir para descubrir los principiosconstantes y naturales de la naturaleza humana. Lafilosofa polticaera as, ante todo, una historia moral de nuestra condicin. Valorabaas, del saber histrico, unvocabulario de moralidad;una galera detipos morales positivos, con sus respectivas indexaciones negativas, yque nuestra experiencia cotidiana nunca nos habra permitido aislar.

    Un segundo uso de la historia hara referencia a lo que pareceespecfico en la historia como objeto del conocimiento; esto es, sudesenvolverse, su devenir. Vista como devenir, naturalmente, la his-toria de la humanidad no poda dejar de expresar un significado.Poda tratarse de la providencia divina o del rumbo hacia la emanci-pacin de tal o cual nacin, grupo o clase. Se trataba de entender ca-da momento presente como parte de un aevumy de interpretar elpresente en trminos de cul era el momento en el que nos encon-

    trbamos en nuestra singladura hacia elfinal.Ese final ha sido vistode muchas maneras: poda tratarse del final del trabajo asalariado,el final de las ideologas, el fin de las clases... o incluso el fin de lamismsima historia. Se trataba, es verdad, de una visin que debapresuponer ciertos privilegios para el observador de la historia,pues el desarrollo histrico, en apariencia slo caos y contingen-cia, poda revelarse como unavapara la realizacin de un destinomanifiesto slo a aquellos que fueran capaces de observar la historia

    desde cierta perspectiva. Para quienes la vieron con los ojos de la fe,y no con los del escepticismo pagano, la historia apareca como unpasaje temporal hacia la providencia establecida por un ser trascen-dental para el que todos los tiempos eran, necesariamente, presen-tes5. Pero el esquema se ha ido repitiendo: para quienes fueron ca-paces de observar la historia con unos ojos iluminados por laconciencia de clase, la historia poda aparecer como el camino haciala abolicin de las clases y del estado, y hacia la emancipacin. Sea

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    EN QU CONSISTE PENSAR HISTRICAMENTE?

    5 El argumento es el de John G. A. Pocock, en su exgesis de la filosofa de laprovidencia en el mundo tardorromano, especialmente en Boecio.Cf. John G. A.Pocock,Tie Machiavellian Moment. Florentine Political Thought and the Atlantic

    Republican Tradition,Princeton (NJ), Princeton University Press, 1975, cap.II.

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    como fuere, el presente queda explicado en tanto que aparece comoparte del proceso de cumplimiento (esto es, de consumacin) del

    destino o de la providencia.Ahora bien, cul sera el objeto del conocimiento en este se-

    gundo uso de la historia? Convendr reparar en que no son los he-chos per se, ni su correcta ordenacin cronolgica, ni siquiera lacrnica, en caso de que sta se presentase privada de smbolos o designificados, el objeto central que este tipo de actividad cognosciti-va se empea en rescatar. Se trata ms bien de la definicin de qui-nes son aquellos a los que tan manifiesto destino aguarda. En otras

    palabras, se trata de una operacin que conduce a la definicin deuna identidad colectiva que ha de ir realizndose con el tiempo. Po-dr tratarse de la humanidad entera, o de la comunidad de los fieles,o de la propia clase social, o del estado o la nacin. As entendida, laactividad dehistoriarpasa a ser una forma depoltica absoluta,queha de ser necesariamente concebidasub specie aeternitatis.Se trata,es decir, de una teologa que, para dar cuenta del providencial finque aguarda a los fieles al final de los tiempos, debe por fuerza abar-

    car en su doctrina toda la historia universal.Hay una tercera justificacin del saber histrico que es ms fi-

    lolgica ymoderna.sta renuncia a la idea de asignar o desvelarsignificados en la direccin o el rumbo tomado por los caticos flu-jos de acontecimientos. Al contrario, la reconstruccin quasi-ar-chaelogica de una poca o de un momento histrico se presentacomo una finalidad en s misma. Esta hermenutica se encuentraasociada aldescubrimientode la pluralidad de las posibilidades hu-

    manas. Se trata de una actividad de reconocimiento: la de distin-guir, y dar nombre, a identidades especficas por completo realiza-das en situaciones distintas a las del historiador que observa sugenealoga a travs de los documentos. Se trata, podramos decir,de una actividad de traduccin orientada a hacer inteligibles otrossignificados a una audiencia por completo ajena a ellos. Cabra pre-guntarse si puede ser ste un objetivo suficientemente justificado.La pregunta es, advirtmoslo, engaosa, porque este interrogante

    conduce inmediatamente a otros: Justificado? Bien, en qu tr-minos? Qu criterio habramos de usar para producir una justifi-cacin de semejante empresa?.

    Nos convendr entonces volver a la justificacin que se plantea-ba en trminos deproblem-solving;la que aseguraba que el objeto

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    del conocimiento histrico es el de dotarnos de herramientas (porejemplo, Fontanadixit,una visin crtica y personal, aligerada

    de los fardos de las viejas ideas del progreso o el tratamiento evo-lutivo de los hechos...) que nos permitan resolver los perentoriosproblemas que se nos plantean. Ahora bien, a quin se le planteanesos problemas? Hemos de reconocer que hay algo de irritante en elhecho de que la identidad de los destinatarios de tan eficaces herra-mientas es siempre planteada, por as decir, de un modo demasiadogeneral. A quin corresponde resolver semejantes problemas? Setrata de toda la humanidad? Hablamos de una sociedad particu-

    lar?6. Y dentro de esa sociedad, a quin habremos de apelar? Atoda ella o a una mayora de individuos exclusivamente? Estas pre-guntas no son fciles. Porque, o bien aducimos que la legitimidaddel saber que tiene una salida tecnolgica es tan evidente que la res-puesta a estas preguntas resulta superflua, y en tal caso nos resultadifcil no sospechar que semejante pretensin de legitimidad uni-versal no sea, en realidad, ms que una cortina de humo destinadaa ocultar alguna agenda privada detrs del principio del inters o

    la utilidad general; o bien, si de eso no se trata, entonces, como entodo razonamiento que encuentra la causa de la accin en la utili-dad que sta tiene, la identidad del sujeto de tal utilidad ha de darsepor descontada. Pero aqu habamos empezado: De qu sujetose trata?

    Sin embargo, de qu clase deutilidadpodramos estar hablan-do en el caso de un saber quenopuede justificarse en trminos deproblem-solving? Lo ms que podramos decir al respecto es que

    este tipo de saber puede verse como una extensin ms de esa acti-vidad que consiste endar nombresa las cosas, del reconocimientode identidades y distinciones que son necesarias para nuestras ac-ciones. Se tratara, por consiguiente, de una actividad orientadahacia la expansin de nuestro vocabulario de identidades. Habla-mos de la satisfaccin de una necesidadexpresiva,o del buen comu-nicar, del hacernos entender, que nos proporciona los trminos paradefinirnos a nosotros y los dems, para identificar nuestras semejan-

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    EN QU CONSISTE PENSAR HISTRICAMENTE?

    6 Buena parte de la ideologa de la nacin norteamericana tiene esta estructura.A veces parece como si a los ciudadanos de esa nacin correspondiera, por el merohecho de serlo, la sagrada misin de defender por doquier los valores consagradosen su constitucin poltica, o incluso los derechos del hombre entendidos comolife,liberty and the pursuit of happiness.

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    zas y diferencias frente a aquellos que, por ser parte de otras cultu-ras o de otros tiempos, no pueden ser nosotros mismos, o para crear

    una imagen, en suma, de las continuidades y de las rupturas que re-conocemos haberse producido en nuestra propia biografa colecti-va. Se trata, queremos decir, del vocabulario que deberamos usarpara establecer cul puede ser la identidad de los sujetos cuya utili-dad habramos de considerar acrecentada mediante la resolucin delos problemas de los que se ocupa elotrotipo de saber; esa identi-dad sobre la que elotrotipo de saber no tiene capacidad alguna dedefinicin. En consecuencia, as como el saber del tipoproblem-sol-

    vingpareca desarrollarse sin discontinuidad de las acciones coti-dianas orientadas hacia el control de la naturaleza, ese otro espa-cio de saberes organizados que podramos llamaridentificantesaflo-ra desde las actividades cotidianas orientadas hacia la socializacinde los individuos7.

    Es aqu donde la historia y los historiadores encuentran su ver-dadera razn de ser. Pero convendr advertir, otra vez aqu, que lahistoria que los historiadores producen no es, no puede ser, el nico

    producto imaginable de todas las acciones humanas orientadas ha-cia la reconstruccin del pasado. No se trata slo de que no puedaexistir nada semejante a unahistoria definitivadel pasado8. Se trata,

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    7 Cf.A. Pizzorno, Identit e Sapere Inutile,op. cit.,p. 314.8 Georg Simmel, The Problem of Historical Time, en George Sirmmel,Essays

    on Interpretation in Social Science,Manchester, Manchester University Press, 1980;George H. Mead, The Nature of the Past, en J. Coss (comp.),Essays in Honor of

    J. Dewey,Nueva York, Henry Holt, 1929; Maurice Halbwachs, Les Cadres Sociauxde la Memoire,Pars, Presses Universitaires de France, 1952; Norbert Elias,Time:An Essay,Oxford, Basil Blackwell, 1987; Reinhart Koselleck,Futuro pasado. Parauna semntica de los tiempos histricos,Barcelona, Paids, 1993; y mi propio AlgoMs que Racionalidad de los Fines. Algunos Macrofundamentos de las Microcon-ductas y el Problema del Orden Social (texto indito).Sobre el problema paralelo,no del tiempo histrico, sino del tiempo social, vanse, Pitirim Sorokin y Roben K.Merton, Social Time: A Methodological & Functioual Analysis,American Journalof Sociology,nm. 42, 1937; J. David Lewis y Andrew J. Weigert, The Structure &Meaning of Social Time,Social Forces,vol. 60, 2, 1981; Herminio Martins, Time

    and Theory in Sociology, en John Rex (comp.),Approaches to Sociology,Londres,Routledge & Kegan Paul, 1974; y Robert K. Merton, Socially Expected Durations:A Case Study of Concept Formation in Sociology, en Powell y Robbins (comps.),Conflict and Consensus,Nueva York, The Free Press, 1984. Abundante informacinen castellano, en Ramn Ramos (comp.),Tiempo y sociedad,Madrid, Centro de In-vestigaciones Sociolgicas (CIS) y Siglo XXI, 1992.

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    sobre todo, de que cada reconstruccin del pasado es juzgadaante tribunales que no son exclusivamente los tribunales de los his-

    toriadores. La historia que los historiadores producen no es la nicareconstruccin posible y, por consiguiente, el monopolio que loshistoriadores profesionales reclaman para sus historias sobre lamemoria colectiva y sobre la forma del pasado resulta inaceptable.Pero antes de dar cumplida respuesta a tanta reivindicacin mono-polista, convendr examinar bajo qu condiciones y forma tendrtanta actividad reconstructiva algn sentido social.

    VI. COMPRENDER EL PASADO... O EXPLICARLO?

    Aflora en este punto el complejo problema del papel desempeadopor elobservadorde la sociedad, o de la historia, y el no menos com-plejo problema de qu teora si hay alguna podemos tener so-bre las acciones originadas en tantos observatorios. La sabiduraque sobre tales problemas hemos heredado tenda a establecer una

    separacin tajante entre la actividad de observar con el propsitode actuary la actividad deobservar con el propsito de comunicar,dehacer inteligibles la sociedad o la historia a tal o cual audiencia. Enel primer caso, se asume que el observador se encuentra, de unou otro modo, en la escena observada. En el segundo caso, no se asu-me semejante insercin del observador en la escena, o tal vez me-jor as lo que se asume es que ste ha de encontrarse inserto en al-gn otro escenario que se encuentra alejado geogrfica, cultural o

    temporalmente del escenario bajo observacin. El primer caso es,digamos, el del observador qua participante. El segundo casoes el del participantequaobservador9.

    Los rasgos que permiten distinguir a un escenario del otro sonbien conocidos desde los aos de la Methodenstreit.La operacinque realiza el primer observador es la de servirse de una herramien-ta de decisin. El procedimiento al que recurre le permite encontraruna gua para la accin, pero sus quehaceres mentales no impli-

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    9 Las distinciones que siguen son las de Alessandro Pizzorno, Spiegazionecome Reidentificazione, en Loredana Sciolla y Luca Ricolfi (eds.),Il SoggettodellAzione (Paradigmi Sociologici ed Immagini dellAttore Sociale),Miln, FrancoAngeli, pp. 187-210, especialmente, pp. 195-196, 204-205, 206-207 y 208.

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    can de suyo (ms all, quiero decir, del hecho de que esos procedi-mientos se encuentren ah, y sean usados simultneamente por va-

    rios observadores) ninguna clase de comunicacin. La operacinque el observador lleva a cabo termina en el sujeto de esa misma ac-cin intelectiva. Es una actividad sin mediacin,inmediata.Se tratade una interpretacin, de una representacin del mundo, que fun-ciona sobre la base de las imgenes familiares de la experiencia so-cial, y que permite al sujeto seguir adelante.

    Pero la operacin realizada por el segundo observador no puedequedar reducida a un modelo de decisin con el que seguir actuan-

    do. Implica un saber comunicable y, por lo tanto, organizable. Laoperacin no puede finalizar en el sujeto de esa accin intelectiva. Seencuentra al contrario, y necesariamente, referida a otros sujetos, enla medida en que explicar es siempre explicar a alguien. La ope-racin es necesariamente transitiva. Requiere alguna mediacin.Slo puede tener lugar (y sentido) en presencia de un auditorio.

    Las distinciones apenas trazadas trastocan, en parte, las posicio-nes que la tradicin cultural europea ha asignado a los dos trminos

    del binomioVerstehen/Erklren.Secularmente el trminoVerstehen(comprender) haca referencia a un conocimiento individualizan-te, originado en la experiencia(erlebnis),o bien a un conocimientode carcter semntico, de los significados.Erklren(explicar) de-notaba, por el contrario, una forma de conocimiento causal o legali-forme. Pero el sentido de Versteheninclua tambin una conjeturasobre la naturaleza de las relaciones entre los hombres: la capacidadque se predicaba de una naturaleza humana comn de identifi-

    carse con la experiencia del otro y, por consiguiente, de conocerlo deforma vicaria. Tales eran las acepciones deVerstehenhasta WilhelmDilthey (1833-1911), quien hizo hincapi sobre lasdosmaneras enlas que el trmino deba entenderse. Primero, como familiar a la ex-plicacin cientfica y a la prediccin. Segundo, como denotante deuna forma peculiarmente humana de comprensin, que puederastrearse en la manera en la que los hombres se perciben entre ellos,y que es parte constitutiva de todos los fenmenos sociales e histri-

    cos. De modo queVerstehenes, s, la comprensin de algn conteni-do mental (por ejemplo el sentido de alguna experiencia o de algunaintencin...), pero es tambin un procedimiento que permite formu-lar predicciones. No haba en Dilthey dos mundos, sino dos manerasde entender un nico mundo y la manera peculiarmente humana

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    de entender el mundo deba cultivarse en las ciencias del espritu(Geisteswissenschaften) entendidas como los estudios que exploran

    los conceptos y las relaciones que resultan ser parte integral de la ac-tividad deVerstehenes decir, los estudios humansticos que per-mitan la correcta percepcin de un mundo humano, que es unmundo de significados que poseen un contexto social, histrico ycultural, y no de abstracciones cientficas. Hasta aqu, no parecehaber problemas.

    stos aparecen, sin embargo, al revisar los contenidos adiciona-les que elnovecentoha ido inoculando en el trminoVerstehen.Por-

    que el sigloXXescor las denotaciones deVerstehenhacia la semn-tica, sugiriendo que el trmino se refera, ms que nada, a la parteprecientfica del conocimiento, a una actividad de naturaleza her-menutica y desprovista, por consiguiente, de todo contenido tec-nolgico o experimental. Se tratara de un conjunto de intuicionesno analticas, es verdad. Pero el hecho de que la operacin decom-prensinno se site en la base de ningn saber cientfico comunica-ble, organizado, no implica de suyo que sta deba por fuerza estar

    desprovista de toda salida tecnolgica. Pues, en efecto, la actividaddecomprendertiene una salida tecnolgica, que es la de generarin-terpretacionesque sirvan de orientacin a la accin. Se tratara, an-tes que nada, de disponer de interpretaciones que permitan com-prender, lo que incluye el hacer predecibles las acciones de losdems. Es un saberidentificante.Se trata de una actividad que ga-rantiza la estabilidad de las expectativas. Las certidumbres que rea-firma afectan, no al mundo exterior, sino ms bien a la continuidad

    y a la reconocibilidad de los sujetos individuales y colectivos. En lamedida en que sirva de orientacin a la accin, la comprensinten-dr siempre una componente y un desenlace tecnolgicos. Estosdesenlaces tecnolgicos toman la forma delconsensoque generanen torno a algunas distinciones bsicas. Por ejemplo, qu hay de co-mn y de distinto entre distintas formas de accin o en el recurso adiferentes procedimientos. Semejantes distinciones (y los estereoti-pos que de ellas se derivan) son un requisito para vivir en sociedad.

    Permiten abrigar certezas sobre en qu medida nuestros modos deactuar o de sentir son asimilables o irreconciliablemente distintos alos modos de actuar y de sentir de otros hombres. Permiten, tam-bin, sostener acuerdos sobre las razones a las que tales diferenciaso similitudes obedecen. Y permiten, en fin, determinar al sujeto de

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    la accin qu clase de reconocimiento puede esperar de aquellosque han