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Textos de un Robavion

LUIS CARLOS RAMÍREZ LASCARRO

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Yo les contesté: Jóvenes yo soy Guamalero…

Epiménides Zambrano

Saco cuadros del folclor y de la naturaleza,

pinto negra la tristeza, la acuarela del dolor,

y pinto al óleo el amor, sin pincel y sin paleta…

Adolfo Pacheco Anillo

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A Pili, Niche, Davi, Jueguy, Luis Alejandro y el pequeño Robert David.

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CONTENIDO AGRADECIMIENTOS 12 APROXIMACIÓN POÉTICA 13

PRIMERA PARTE: Fortuna y desdicha

SAMARIA 17 ELIANA (Crónica de un piropo frustrado) 18 SOMETHING SOMETIME 20 PIROPO 21 DECLARACIÓN 22 ES LUNES 23 MUCHACHA 25 AMAME 26 LA NOCHE 28 MESIANICA 29 CEREMONIA DEL ENCUENTRO 30 ZYBA 31 LIZ 32 A TI 33 BAJO LA LUNA 34 INMOVILIDAD DEL AMANECER 35 AMANECER 37 INDIGENCIA 38 SONETO DEL AMOR AUSENTE 39 CANCIÓN CON INCERTIDUMBRE 40 DESPEDIDA 41 LA FORMA DE TU PARTIDA 42 INQUIETUD 43 GRACIAS 44 BUSCANDOTE 45 CANCIÓN DEL RETORNO 46 HUESPED DE TI 47 FÉNIX 48

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Segunda parte: Caribe ardiente

GUAMAL 50 ESPERA 51 SANTA TERESITA (Tierra de pescadores) 53 AGUACERO 54 RIO 56 SEQUÍA 57 SICCITÁ 59 PESCADOR 61 YEYO FERNÁNDEZ: ALGUNOS ANTECEDENTES CERCANOS 62 MONÓLOGO VENDO A LOS OJOS A UN SINVERGÜENZA 63 CORRALEJA 66 ODA AL PORRO 69 STRIKEOUT 71 CONVERSA 74 ALICIA ADORADA 75 PERFIL 79 LA MENTIRA 81 NICHE 86 CHAMPETESBURGO 87 CARTAS A MI FUTURO HIJO 88 BAILE 100 JULIAN EL GUAMALERO 102 SUEÑO DE JAIME JARAMILLO ESCOBAR 108 NO QUIERO APLAUSOS, SÓLO TU AMOR 110 MI MOCHILA Y MIS ABARCAS 121

Tercera parte: Ausencia

UNO DE ESTOS DIAS 124 ANUNCIO 126 LA ÚLTIMA LÁGRIMA 127

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VOLVER A EMPEZAR 131 EXILIO 132 EL GIMNASIO DEL SICA 133 CHOBE 137 CONFIDENCIA 138 LA MORGUE 139 AQUEL NUEVE DE ABRIL 140 EL HOMBRE 141 PROMETEO 142 QUINCEAÑERA 143 EN LA MUERTE DE CELIA 144 LATE 145 CARTA A UN AMIGO 147 LAVOE 149 SIMÓN 151 REQUIEM 153 INVOCACIÓN 155 BIOBIBLIOGRAFIA 157

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AGRADECIMIENTOS

En ocasiones como esta puede hasta llegar a ser peligroso hacer un reconocimiento público de gratitud a alguien, pues se corre el riesgo de herir susceptibilidades, pero es necesario hacerlo, de igual forma. Mis disculpas, de antemano, si alguien se llega a sentir dolorosamente ausente en estos agradecimientos: Gracias, ante todo, al Señor todopoderoso, por este don de paciencia y sacrificio. A mi mamá, Niche, por su herencia de sensibilidad y su ternura, a mi papá, Pili, por su escuela de disciplina y perseverancia y a mis hermanos, Davi y Jueguy, por su complicidad y su compañía. A mi sobrino Luis Alejandro, por darle un sentido nuevo a los días que ha vivido conmigo, las pocas veces que mi trashumancia nos lo ha permitido. Al pequeño Robert David, por venir a darnos otra motivación más... ¡Bienvenido! A Zeni, Juaco, al Viejo y mami Dali que, de formas tan distintas y tan vívidas me transmitieron un sinfín de imágenes, datos, colores, sabores y sonidos… Al maestro Aurelio Fernández, por las incontables historias que me ha regalado, con todo desenfado, sencillez y naturalidad, envidiables. A todos mis paisanos Guamaleros por su forma particular de contar cuentos: Buche, Juan Pisco, Pigo (q.e.p.d), Carlitos y su papá, el señor Lucho, Juan Pachanga, Lucho Perro, El Caimán… A mis familiares: Unos me inculcaron que en los libros podemos conocer y conocernos, otros… que la vida se lleva en la sangre y vibra en las entrañas, ¡como la música rugiente de un tambor! A Vera por sus muchas lecturas, su asombro constante, sus múltiples ideas y sus correcciones oportunas. A la doctora Gina Losada, por la bellísima foto que ilustra esta portada y a Hemeluchi, por complacerme al hacer la extracción que he usado como contraportada. A Diego por su esfuerzo y dedicación. A Johanna (Cuya vibratoria presencia resuena de ¡rabo a cabo en estas páginas!), a Vanessa, a Vivi Charris, a Julio Cesar, a Eliana Mosquera: Lectoras y lector incansable: Correctores de primera mano durante muchos años de mis primeros textos dubitativos. Al Doctor Armando Torres que, tal vez sin querer, me cambió la vida regalándome: Confieso que he vivido, una buena tarde en Barranquilla. A mi tío Robert y a Nilva, quienes fueron los primeros en mi familia en darme el apoyo en esta aventura temeraria y nunca han dejado de creer en mí, a pesar de todo y de todos. A Wavi, Bleidis, Wendy, Jadis, Frapi, Mass, Lilu: Hermanos y hermanas de madres distintas. A Nata, a quien hace años le prometí hacerle un libro, dando inicio a todo esto. A Dagnhy, por regalarme esta idea sin llegar siquiera a imaginarlo: Sin su motivación, este sueño no habría tomado forma de libro… ¡Gracias, a todos, muchas gracias!

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APROXIMACIÓN POÉTICA Le pones esencias

que nazcan del corazón,

le das la sazón

con hojitas de paciencia.

Carlos Vives, La receta.

No resulta fácil acercarse a la poesía, buscando elaborar un concepto sobre ella, debido a su naturaleza abstracta; resulta más fácil referirse a ella según sus manifestaciones, como sucede con la bondad, a cuya comprensión nos acercamos por los actos bondadosos. En este punto se nos presenta la dificultad, la posibilidad recurrente, de confundir las cosas: Poesía, poema y poeta, elementos que se apropian de lo poético en una trinidad interdependiente e indisoluble. Lo poético no es la poesía: De la experiencia poética sí nace la poesía, percibida en su estado natural, para lo cual se necesita una sensibilidad especial innata. A pesar de esta posible dificultad y corriendo un gran riesgo, se puede uno aventurar a responder (o tratar de responder) la peliaguda pregunta ¿Qué es la poesía? A la cual respondo diciendo que es un ejercicio del espíritu humano que busca traducir, con ayuda de un lenguaje, su relación con el universo y consigo mismo, re-crear su realidad y expresar sus sentimientos. Un lenguaje en cuanto sistema estructurado de signos, más no cualquier lenguaje, pues el lenguaje matemático, por ejemplo, puede dar cuenta de toda la realidad física, gran parte de las mismas materias que aborda el lenguaje escrito o el musical, sin embargo no le es posible, por su propia naturaleza, ser poético a pesar de su profunda y compleja belleza. Para ser poético un lenguaje debe comunicar emociones, tocar la sensibilidad. A varios lenguajes no les es posible esto. La poesía es creación autentica, sin imposturas: Un eje transversal que recorre todas las artes, no un arte en sí mismo, pues, para mí, la poesía no está limitada a la palabra, mucho menos a la palabra escrita ni, en ella, al verso, como generalmente se ve y se entiende esta. Es mayor la cantidad de buena poesía que se manifiesta en prosa, que la presentada en verso. La frecuente confusión de las formas y reglas poéticas con la poesía misma causa esto, en parte, y no permite a la vez aceptar en un pasaje de García Márquez, Borges o Mutis, todo el poder de la poesía. La poesía también se canta, se filma, se pinta, se baila, se esculpe… La poesía es un oficio, una elección a partir de una vocación: Como vocación puede ser abandonada, quizá en busca de un sustento económico, que es lo que

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determina, muchas veces, la adopción o abandono de una vocación. La vocación del poeta es desinteresada en este sentido, sin olvidar que existen mercaderes de la poesía y que ésta, por contagio del estado actual de las cosas, pretende verse recurrentemente como una mercancía: Mercancía barata, por lo demás. Es un oficio porque se le dedica la mayor parte (si no todo) el tiempo y como oficio, es oficio de pocos, porque bien pocos están dispuestos, si es necesario, a morir de hambre, con tal de cultivarla y mantenerla. De ella se dice que es tarea de muchos… Una tarea es una actividad, un trabajo que bien puede ser hecho incluso por una máquina y no me imagino una máquina haciendo poesía. Por otra parte las tareas implican recurrentemente una obligación, incluso una imposición y la poesía nunca es nada de esto, por el contrario se configura en un conjuro para los estragos que éstas nos causan en el ajetreo cotidiano de la afanosa vida actual. No es una profesión la poesía porque nadie otorga un diploma que acredite como poeta ¡Dios nos libre del

que pretenda hacerlo! La poesía es, entonces, un acto de fe, de entrega total y a la vez de liberación. Es una revelación que permite ver más allá de las propias narices y, por supuesto, ver las cosas por el envés, darle otra vuelta a la tuerca: Un poeta no traga entero ni está completamente alineado con el estado oficial de las cosas. Es una catarsis perpetua, Vida consciente y cabal que escapa a la somnolencia del conformismo y al engaño adoctrinante. Es honestidad, transparencia. Es, en su forma manifiesta, ritmo, equilibrio, coherencia, cohesión y fuerza compactados en un mismo espacio cerrado, autosuficiente y bello. Sobre todo bello. El poema es la forma generalizada de presentarse la poesía en la lengua escrita: La forma con la que más frecuentemente se le asocia. Una unidad total que se debe a la comunión de sus elementos. El ritmo, apoyado en las pausas y los silencios, permite establecer una cadencia respiratoria que, a la vez, dicta la expresión en la interpretación lectora que debe sostenerse a lo largo y ancho del poema para mantener atrapado al lector y compenetrarlo con el poema. Ritmo no es rima ni metro, mucho menos estrofa: En la poesía en verso el ritmo impone (de ser necesarios o deseados) un metro, una rima y una estrofa, sin dejarse apresar, amordazar, por ellos. Se les impone, transgrediéndolos, renovándolos, creando nuevos, en ocasiones. Las ideas constituyen la esencia misma del poema en cuanto al contenido y la intención de lo que se dice y, en algunos casos, sugiere. Aquí nos encontramos con la idea (que no comparto) de que en la poesía es más lo que se sugiere que lo que se dice. Yo creo que uno dice lo que dice, lo que los otros puedan interpretar es creación de ellos en su encuentro, su diálogo, con el poema. El poema sin idea clara es divagación, desvarío, palabrería vacua. Pirotecnia. La idea constituye el qué se desea decir, para lo cual se necesita un cómo, conformado

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por la imagen y el ritmo. La imagen es, entonces, la herramienta con la cual se devela la visión del poeta al lector, en el poema. Puede ser una frase, sola y pura: La música callada de San Juan, o un con junto de estas: Ahora que los ladros

perran/ ahora que los cantos gallan/ vengo a penarte mis cantas/ ventano de tus debajas*, que, dichas por el poeta, constituyen el poema. La imagen presenta las cosas, no las representa, las muestra no da una interpretación de las mismas, como sucede en la prosa: En la prosa las palabras, las frases, nos van conduciendo a lo que quiere decirse, la imagen poética se explica a sí misma, ella misma es su sentido. La imagen salva la distancia entre el nombre y lo nombrado, entre el significado y el significante, haciéndolos una misma cosa indisoluble. La imagen, real, surreal, imaginaria, real-imaginaria, real-maravillosa, real-fantástica, híper-real, cualquiera que sea, es quien toca y a veces hiere la sensibilidad del lector, transportándole al universo o universos que el poeta le revela y comparte. En el poema ninguno de sus elementos prima sobre los otros. El poema se agota en sí mismo: Es autosuficiente. Su forma, no lo es: De nada sirven los divertimentos del lenguaje si no contienen, si no pueden estremecer, conmover. Se debe tener cuidado de no caer en la recurrente costumbre de no decir nada: El poema y el poeta son para comunicar y comunicarse. La poesía, finalmente, debe ser testimonio de la realidad entera, pero sin alinearse con ningún movimiento o partido, política, escuela o filosofía en particular: Es inconformismo, es rebelión, más no militante: La poesía que se adhiere a un credo o una fe pierde su carácter libre, liberador y libertario y por tanto, se desnaturaliza. La poesía comprometida termina no siendo poesía sino folletín, panfleto. No debe confundirse con esta a la poesía que denuncia una realidad crítica para el poeta y su tiempo. La verdadera poesía va a dar cuenta siempre de toda la realidad del ser humano y va a sentar su posición sin venderse por una cosa u otra: La mayoría de los grandes poemas, si no todos, sólo pueden entenderse en su real dimensión cuando son vistos a través de la realidad histórica y cultural en que fueron escritos y en que se desenvolvió su autor, sin necesidad de que estos sean o se hagan llamar comprometidos. Si la poesía y el poeta se embarcan en una aventura que se dirija sólo hacía sí mismos o hacía lo externo, sin establecer un equilibrio entre las dos dimensiones, se traicionan, castrándose.

*Poema anónimo Colombiano, tomado de La Escritura Embrujada, documental sobre

García Márquez y su obra.

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I

Qué fortuna la del hombre enamorado,

cuando vive apasionado de un amor correspondido…

que desdicha la del hombre enamorado,

cuando ha sido despreciado de un amor que ha perseguido…

Sergio moya Molina

A las mujeres de mis primeros poemas, Especialmente a ti, que has tocado mi sangre.

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SAMARIA De los jardines de mi corazón,

¡reina de los jardines!

Paulino Salgado, Batata III

Me rindo a estos cristales donde el brillo mata: Sol, arena, agua… Aquí te espero. Frente a esta playa y a este parque: Verde montaña, azul profundo, olas resbalosas, cielo cristalino. Al fondo tú, tras las miradas vacías, a media ciudad, quince minutos, ¡reina de los jardines!

Aquí te espero. En la brisa vienes, como el rocío: Susurrante, envolvente, alucinante. Cadenciosa, firme e indomable. Aquí eres. Exuberante, musical y mestiza: Frescor carnoso y húmedo. Agridulce. ¡Beso de coco y mariscos! Aquí te espero. Ciudad de vivos colores: Caricia salobre del mar, fuego y sabor en las venas. Altas casonas de viejos amoríos, callejas sinuosas y ardientes: ¡El dulce atardecer de los pescadores!

A Rosa García Padilla

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ELIANA (Crónica de un piropo frustrado)

Nos hicimos la seña que se hacen dos cometas…

Una seña no convenida, pero que nos frenó la carrera

Jotamario Arbeláez

I Pasas en la tarde:

- Adiós morena, adiós – Como un suspiro. Pasas en la calle:

- ¿De dónde vienes, a dónde vas? -

Como un silbido. Silenciosa, ligera, agotada. II La lluvia resbala por las paredes y los tejados. Salta. Se abre el horizonte con tu andar cadencioso sobre el asfalto. Se ilumina la tarde con tu rastro de cayena sobre la charca. Adiós morena, adiós. Mi mirada no te cubre, mi sonrisa no te alcanza. ¿A dónde vienes, de dónde vas?

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III Pasas, en la tarde, en la calle, arrastrando entre tu pelo el aroma de los guisos y los perfumes ¡Ah! y de las flores. Revuelves el instante con tu sonrisa de fiesta. (Aquí se ahoga el piropo) Y nos dejas un reguero en el alma, que no se sabes ¿qué es? Como un silbido, como un suspiro…

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SOMETHING SOMETIME Yo cambio la gloria, por la dicha

enorme de estar en tu historia…

Armando Manzanero

Allí, acuclillado o paseante, no sé. Contemplativo. En el terso mundo de tu rostro - Redimido ya de las heridas y la hediondez de su venenoso escozor. Sin miedo al miedo de los demás – podría escribir, tal vez, un bello BLUES para ti.

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PIROPO*

Quisiera ser la garza, que sobrevuela, los taruyales de la ciénaga de tu corazón. *Incluido en la antología Poemas inolvidables de Latin Heritage Foundation, 2011

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DECLARACIÓN Nunca había sido tan verdadero.

Jorge Rojas

Ayúdame a encontrar el equilibrio entre tu miedo y el mío. Aférrate, firme y dulcemente, a mi mano cerrada… Siente su frío y arde –conmigo – en una llama invisible. Acompáñame: Huella de pasos, beso de labios. Ama mi alma, con cuerpo y todo, yo te acompaño.

A Nata.

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ES LUNES Es esta la canción de un verano…

Aurelio Arturo

Es lunes. Un lunes de esos imaginarios: Un domingo extendido. Es un día que utilizo para hablar de ti: Simplemente… Es como un día que no existe antes, pero si estamos juntos pasa sin advertirlo: Plácidamente. Y es que verte a los ojos o escucharte sonreír y hasta verte llorar, ahhh… pero hoy es lunes: Uno de esos imaginarios. Sí, el día más lento, largo y profético: Vulgar – no por lo grosero, sino lo populoso-. Bueno, acabo de acostarme a tu lado, sólo para verte enroscada sobre tu cama, abrazando tu almohada: ¡Qué difícil conservar un lugar en la cama, evitando tropezar, con tantas vueltas y revueltas que das! Verte, imaginarte dormida, como una beba, sin tocarte apenas y sentir, sin embargo, como cede el colchón bajo los pesos y se empapan las sábanas con nuestro sudor: Tu vientre, redondeado al final, tus caderas fuertes y amplias, tus piernas cortas, torneadas, tus senos libres y bellos, bajo la frágil y fresca telilla que apenas les cubre… Es inútil, quizá, pasar la noche en vela sólo viendo dormir a una mujer. Yo perdería varias: Seguro te haría mi mujer de una manera especial… ¿Amarte en silencio, en la distancia? Acariciarte quizá mientras te recorren los sueños y tú, por ellos, paseas como si no existieran el miedo ni el dolor, dejándoles el lugar que les pertenece, enseñándonos a vivir más que a estar vivos: acompañándome a estar solo y a ser feliz sin pretenderlo ni querer saber por qué… Me sentaría a escuchar como respiras y a ver cómo, en los párpados, se te vienen todas las angustias y las felicidades, a ver tu corazón latir bajo ese lunar que tanto me gusta y morderme los labios al quererte besar. Abriría las ventanas al patio (quizá entre entonces una bocanada de aire desde el mar que nos une y nos separa) y te contaría una historia mientras la luna reposa sus rayos sobre tus hombros. Cantaría una estrofa que se te parezca, dormiría acodado en la cama y te correría las sábanas para no ahogarte el sexo ni descubrirlo a la tentación… Sería feliz un instante, otro instante, hasta hacerte parte de mí, poco, poquito a poco, media noche, cada noche, sin que sepas, siquiera, que estoy allí… Pero hoy es lunes: Un día normal y debes salir a no sé qué cosa: Imagino que saltarás, a veces, y otras te retorcerás desperezándote… Pero hoy miras la ventana sin recordar cómo le habías dejado, apagas el abanico, sin ganas, con la punta del pie y sientes el suelo frío y

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liso tanteando las chanclas: Es verano. Es diciembre. No tienes por qué salir, aunque sea lunes. Te acomodas las telitas que te cubren en ese combate de sábanas y perezas que acabas de concluir. Bostezas. Tienes los ojos chicos, felizmente chicos y aún empatados de esa sustancia que tienen los sueños cuando no son de otro: ¡Siempre he querido verte así! Aún no sales. No quieres salir. Te haces un nudo en el pelo, te empinas y te arqueas – te tráquea un huesecillo allá junto al alma -. Bostezas, de nuevo, con una sonrisa entre dientes, y entonces miras la cama sin querer arreglarla y sin estar pensando en mí. Yo ahora pienso: ¡No sé cómo puedo aguantarme las ganas! Ah, si estuvieras más cerca, si aboliéramos distancias… pero hoy es lunes, es diciembre y estas de vacaciones. Bueno, es que sólo quería decirte, sentirte cercana y mía como si fueses mi amante. La amada, la amante que nos hace pensar y ser poetas… a la cual jugaríamos la vida sin temor a perderla… Por eso hoy es lunes y éste día es la excusa formal para hablarte al oído y decirte que casi, eres la mujer perfecta. Lo fueras, seguro, si en verdad fueras mi amante… pero ahora es lunes y debes ducharte, comer y vestirte para acabar de ser esa mujer a la que tanto amo, sin paranoias ni mentiras. Un amor de tropiezos y caídas, de regaños y, por qué no, de reclamos. Un amor sin doble cara y un filo peligroso, que mutila lo inútil, poda lo prodigioso y fecundo. Precioso. Un amor prosaico al cual, seguro, aún no debemos llamar amor. ¿Sólo cariño? Hoy es lunes, de todas formas, y es mejor dejarlo, seguir o mandarlo a dormir para no seguir enredándome o hundiendo, ¿quién sabe? Igual, fue bonito verte dormir e imaginarme a tu lado y poderte decir, con este desorden de letras, que casi lloré – como lloran los hombres – al ver, sentir y saber que podría amarte tanto y no poder hacerlo. Buen día. Buena noche. Amada.

A J.V.A. Innegablemente.

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MUCHACHA* Porque quiero hacer un pájaro con tu piel

Eduardo Cote Lamus

Déjame que te construya, explorándote. Permíteme recrearte entre las manos: Descalza, paciente, silenciosa… Déjame acariciarte, y en el júbilo y la sabiduría de tus formas, ¡ilumíname el alma y los sentidos!

A Vromeroj

*Incluido en la antología Una mirada al Sur de la fundación Pasión de Escritores, 2012.

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AMAME Esta mujer cabe en mis manos.

… cabe en mis ojos.

… cabe en mis deseos.

Neruda

Vísteme de ti, cúbreme, con tu desnudez. Abre tus brazos al sol, extiende las alas de tu cuerpo. Libérame con tus ataduras, piérdeme en el laberinto de tus pieles. Siente la percusión de mis manos en tu vientre, envuélveme en la madeja de tus manos, sigue las huellas de mis dedos de tu cabeza a tus pies. Dame el reguero de lunares sobre el tapiz de tu silueta, tus sueños, para vivirlos contigo, un poco del aire cuando duermas. Báñame con el sudor de tus poros, inunda la hoja en blanco de mi cuerpo, tañe las cuerdas de mi alma, reclúyeme en la cárcel de tu fertilidad, llévate el frío de los nervios templados, y ésta vida que no es, si no estás. Acoge

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esa extraña sensación de vida en el templo de ella. Anúdame a tu alma, fúndeme a tu cuerpo, lléname de ti, conviértete, de mis venas, en su agua carmelita, alfombra mi cuerpo con tus besos y tus sonrisas. Llena mis manos con la arena de las tuyas, embriágame, arrástrame, en el ir y venir de tus ansias. Llévate lo que me queda, mi ternura y tristeza, llámame en las noches, en las paredes. A m a m e verdad de mi mentira, mentira de mi verdad.

A Claudia G V

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LA NOCHE Hasta no ser sino un cuerpo

Fernando Charry Lara

La noche ha comenzado y yo estoy aquí, de nuevo, sin ti: Deteniéndome junto a los semáforos te busco entre todos los rostros que me miran sin verme y una brisa cortante me toca y me lleva contigo: El tiempo, que se detiene en tu vientre, gira bruscamente sobre las calles anchas y confusas y los bulevares floridos y cláxones. En la plaza Cayzedo, de charco en charco, una loca dispara imprecaciones estridentes al alcalde de turno, mientras un tinto ardiente corre derramado por un descuido de Pipe, cuando le embolaban los zapatos, junto a la Ermita… ¿Dónde buscar tu silueta en esta noche de frío? Las estrellas acarician las montañas y la ciudad se disuelve, silenciosa, en un rocío que eriza los pensamientos. Miro los árboles metálicos y sus bombillas famélicas: Las flores de asfalto, la luna distante de esta ciudad sin mar, rodeada de cerros, donde tus labios me dominan: Te llamarás caricia, en esta noche, para mí… La noche ha vuelto a empezar, como el recreo cotidiano del sol que se adormece en las pestañas de mangle del pacifico: En calle quinta, más bien al sur, terminan el croquis de un accidente de tránsito donde sólo ella sobrevive: En su último acto de amor él le entrega su casco al advertir que quedaba sin frenos… Llegas a mí, como un dulce secreto, a través de la noche nublada de viche y chontaduro: El día descansa en tus ojos, cuando tu risa me descubre el horizonte de tu desnudez y me hundes en el profundo mar de tus pasiones… Naufrago en el terso territorio de tu piel que me sabe a caña. Llamaré a la puerta de tu amanecer con el aroma de tu cuerpo, cubierto por el mío, al final de esta noche que nos entrelaza…

A Johana Cortés Ch

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MESIÁNICA Voy por tu cuerpo como por el mundo

Octavio Paz

En el vasto silencio de tu liturgia, la liturgia de tus horas. La apócrifa salmodia, vascular, de tu sensualidad. En la exégesis del lenguaje, inédito, de tu piel. En el cáliz curárico, carmelita, laudánico, labiodental. En la mixtura pascual de tu aliento, la oratoria de tus pasos, hallo: La forma redentora, salvífica, de mi humanidad.

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CEREMONIA DEL ENCUENTRO Como la cosa más natural del mundo…

Mario Rivero

Acurrucado en la caverna de tu fertilidad, como un niño, coreando el susurro de las mariposas de tu vientre, hurgo en tus costillas: Las olas de tu sonrisa acarician el silencio que habitamos. Saltamos del yo al nosotros, despojados de las máscaras del día: Del hastío. Del miedo. De nosotros mismos. No somos nosotros, entonces, somos ángeles, amantes sin edad ni tiempo ese instante infinito. Una flor: Tu cuerpo volcánico abierto a mi rocío. Una voz: Susurro del beber de tu amor en su cálida fuente. Vida breve, parecida a la muerte. Transfigurada. Brillan nuestros huesos en el centro purpúreo de la noche, de estrella en estrella, de risa en gemido, en el universo gelatinoso que somos, sin egoísmos. Vibra tu corazón exultante: Canto en tu seno el Son del amanecer a la orilla del río de tu sensualidad. Desbordante de ti, saciado de ti...

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ZYBA Qué cosa maravillosa,

¡ay cosita linda mamá!

Pacho Galán

Sucede tu desnudes, simplemente… Armónica sucesión de gemidos y suspiros y silencios, de suspiros y gemidos y silencios… ¡Y silencios! Atravieso el vientre fecundo de la noche, arrullándote en su seno de animal cansado: Circundan sus mil ojos titilantes la vibratoria, la ondulatoria ceremonia que nos encuentra. Fulges y emerges

- potente, indomable, rotunda, decidida – reconociéndote, transfigurada, reconociéndome, caboteando el archipiélago místico de tus lunares. Danzo. Canto. Recorriendo las armónicas aristas de tu pasión contenida… Asisto

- convulso espectador de entrecortados asombros, de psicodélicos vaivenes, de estremecimientos incontables –

a tu volcánico desdoblamiento, al rugir, reventar y sosegarse, ¡al reventar, rugir y sosegarse de tus mareas desbordadas! Al sosegarse… al sosegarme… al sosegarte…

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LIZ* ¡Oh la salvaje inocencia de un cuerpo desnudo!

Juan Gustavo Cobo B

Trazar la línea que atraviesa tu espalda, es tasar la curvatura del tiempo, galopándote. Ir desatándote nudos: Perder. Extraviarse. Volver, saciado de ti, con el rocío de la infinitud entre las manos.

A Lizruca

*Incluido en la antología Una mirada al Sur de la fundación Pasión de Escritores, 2012

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A TI … para decir tú nombre…

… para detener el silencio…

… para atajar los vientos…

Cepeda Samudio

Cuando a ti me dirijo, desnudo voy, aunque cubran mis cueros mis sórdidas timideces. Desnudo voy, cuando a ti me dirijo, atravesando el pecho de la noche perfumada de cafés y chocolates. ¡He venido hasta tu lecho a poner a tus pies mi poesía! Lo que soy. A ser el dios que se recrea en tu divinidad desnuda y fértil y poderosa. A adorarte, inclinado ante tu ombligo, nombrando el susurro de la lluvia que sazona nuestras noches: La noche que baja en mi mano al río de tu vientre y se sumerge… Tarareando el coro del canto rumoroso que estremece tú centro, tu flor de fuego: La seráfica fruta embriagadora de tu fuente. Cuando a ti me dirijo…

A Zulma, mi cachaquita…

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BAJO LA LUNA Es mía tu forma de amar...

en el cielo de tu intimidad

Fernando Meneses

Dibujo tu silueta del valle a la montaña, entre cañadulzales y aguas pardas de ríos empedrados: Recuerdo esa manera tuya de calmarme las lágrimas, de detener las tuyas en la cima de tus pestañas, de desbocar tu cuerpo sobre el mío, de meterte en las hendiduras de mi alma y clavarte en mis huesos: De morirte un poco, ofrendándote, de redimirme. Tienes el corazón de una almendra, el cuerpo de la noche: Límpido, firme, inmensurable. Luna sobre el sexo, donde mis labios se pierden como en una tierra de ensueño y el río de mis días encuentra su delta en la brisa fresca de tus ojos. Ven, sigue, te invito a limpiar mis heridas aún abiertas: ¡Déjame mandar a la mierda tus fantasmas! Me llamo secreto bajo las alas de tu silencio cauteloso. En la luna me miran tus ojos, como dos antorchas y dos besos... ¡Y bajo su sombra dulce te escribo estos versos!

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INMOVILIDAD DEL AMANECER Te quieren tanto mis ojos,

¡que hasta en las sombras te miran!

Aries Vigoth

Pliego las puntas del amanecer: De semáforos sin colores cambiantes, de opacos y fríos caminos de asfalto, de tiempos

- orgásmicos sincopados - atemperados por cláxones trasnochados. Es domingo. Sacudo otro par de veces las sábanas del alba: De perdida luz en concretos laberinticos

- sin pájaros cantores ni astros fertilizadores –, de monótonas lluvias entumecedoras

- refulgiendo reventando relamiendo cristales-. Inicia el día. De obligados silencios a dulce bala, de diluidas existencias anquilosadas, de cafres enaltecidos, gonorsofias

- calanchines cadáveres insepultos –, de tristes tristezas circulares. ¿Es domingo? Lamentos, súplicas, gritos, chirridos… SILENCIO. Suspicaz cuchillada de la muerte destaza nuestros días: Indiferente, indiferentes… ni tan de frente. ¿Inicia el día? Infames sucesos se suceden sin espanto, sin llanto. Descorrido el velo continúa el acecho omnipresente de la nada: Carcoma niveladora, fétida, vulgar, amenazadora y perversa.

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Duermes, aún… ¿Ha rehusado a apartarse de tu frente la frialdad del sueño? ¡No! Sonríes, bostezas, te desperezas, susurras… ¡Rompes, de nuevo, la modorra para dar comienzo a mi domingo!

A ZYBA

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AMANECER … en este instante…

agoniza en verdad un poco.

Rogelio Echavarría

El día abre sus ojos y descansa su luz sobre tus hombros: Cantan los almendros, duerme la noche, y los musgos de mis sueños me susurran tu nombre: Claro, fresco, vibrante. Por ti, para ti, herí la noche con una lata de tumbar cocos y apretujé el mar en una caracucha. Cuando bosteza el día, se despereza y sonríe, deja un pedazo de sol en tus ojos, como dos naranjas, y naufrago feliz por tus lunares de rosa. Navego con la carta de mis instintos por el aroma seductor de tus mares ignotos. Piérdeme. Traigo una brasa ardiente para tu centro oscuro. El día estira sus huesos y se recrea en tu mirada y en tus senos de almendra. Siente caer sobre tu vientre el rocío salobre de mi vientre: El fuego, la calidez que dora y perfuma tus entrañas en un suspiro profundo. Cuando el día es día y abres tus ojos y te estiras, bostezas, sonríes y te desperezas…

A Glenis

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INDIGENCIA A rmgarcia

Hoy te has quejado un poco, tal vez mucho, de mi tristeza. Has tocado a mi alma con la mano férrea de tu amor y has visto en mis tripas revolverse mis angustias. Has hundido tus uñas en mi impotencia y me has clavado tus ansias en el espinazo. Me has abierto los ojos a mis miserias, sin anestesia, y has venido a quedarte, lentamente, sobre mi rostro. Bostezas, gimes, pataleas. Lloras. Y el frío que a veces me atormenta, me dice con tu voz: Imbécil, ¡despierta! Has venido quedándote, inesperadamente, con los güevos en las manos.

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SONETO DEL AMOR AUSENTE Vuélveme ahora a mi país de origen,

nómbrame el reino para mí celeste…

Giovanni Quessep

Tuya es mi voz que te busca y extraña: La voz de un recuerdo que me habla de tu nombre, de tu ternura ausente, tu sonrisa de agua, ¡del murmullo de alas que me acompaña siempre! Quiero perderme allí, donde comienzas: Roce de pieles, confluencia de sueños. Tu claridad que sostiene mis flaquezas. ¡Perderme en la selva de tu piel y tus anhelos! Dame tu caricia de mar en estas lejanías: Calidez, fuego de amor entre las manos, envuélveme en tus miradas que son mías. Lléname de ti, llénate, no me contienen mis poros: Oye este canto de amor que fluye en mis venas, ¡vuelca, mariposa, toda tu fecundidad en mis pistilos!

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CANCIÓN CON INCERTIDUMBRE Es como estar en ningún lugar…

Kaleth Morales

¡Ay morena!

Ayer: Sol dorado, aguas limpias. Hoy: Nubes negras, tierra seca. Mañana: ¿Hojas tiernas, tierra fresca? Ayer: El corazón ardiente, henchido. Hoy: Las manos sueltas, doloridas. Mañana: Mañana… ¡Ay morena!

¿A dónde van los sueños al despertar?

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DESPEDIDA Yo espero que tú… escuches esta canción.

Antonio Aguilar

Estaré triste. Lo sé. No sé cual flor morirá ese día, junto a mí. Tal vez llore, tal vez… Habrán sido ya muchos caminos. Olvídame, como se olvida un silencio. Recuérdame, como se recuerda una lágrima. Vuélvete, cierra tus ojos: Canta. Suspira… Por último: Aprieta en la palma de tu mano este recuerdo. ¿Cual dolor acabará uniéndonos en la despedida? No temas. No llores. Hasta luego. ¿Hasta cuándo? Hasta siempre.

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LA FORMA DE TU PARTIDA Sin tu cariño son de cartón todas las estrellas

Rubén Blades

Tu equipaje, marcado de esa palabra que me ha dejado frío, espera. Sé que desde hace tiempo llevas contigo, el minúsculo rastro de mis sueños. Un sonido en ti había

- tu sonrisa – y salía cuando mis manos, de perfil, después de todo y antes que nada: En tu rosa infinita y en el aire trivial, tejían una madeja donde mi palabra

- la misma de tu equipaje -, grita adiós.

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INQUIETUD ¿Estarás pensando en mí?

¿O no me recordarás?

Julio Erazo Cuevas

¿Qué buscarán quienes vuelven? Pensamientos, sentimientos: ¿Por qué no resignarse al olvido? ¿Por qué persiste, bajo heridas, fe? ¿Qué dejan, al cerrarse, tras de sí, las puertas? ¿Pasión, calidez, sonrisas? ¿Penumbra, dolor, muerte? Como el amor, también se aprende, el olvido: ¿Cuesta más? Un poco: Silencio, lágrimas, aguardiente. ¡A dónde irán promesas, esperanzas! ¿Volver a empezar? ¡Se ha perdido todo! Al cerrarse nos dejan las puertas…

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GRACIAS El fracaso es una especie de muerte

Darío Jaramillo A

Gracias por el daño que haces… Sé que lo adviertes y que, en el fondo, crees que obras bien, de la mejor manera posible. Quizá no sea tu culpa, al final… Gracias por demostrarme cuánto daño puedes hacer, por haberte despojado de tus máscaras frente a mis ojos inundados de lágrimas, por permitirme ver cuánto daño te hicieron a ti, ahora que tiraste tus escudos, tus armaduras, y desgarraste tus vestiduras… dolorosamente. Gracias, porque al fin puedo saber quién eres: Ni el semi dios de mis más hermosos sueños, ni el tirano autoritario de los dimes y te diretes: Sólo tú: Mortal, afligido, nostálgico, dubitativo… ¡Temeroso! Gracias por hacer el daño que haces, ¡Oh tú, cobarde entre los cobardes! Gracias por el dolor que has pegado como una caries a mis huesos… Gracias, porque por lo menos a mí sí me hace más fuerte, cicatriz sobre cicatriz, y mucho menos imbécil que al principio. Gracias por ayudarme a entender: ¡A entenderme y a entenderte! Gracias por mostrarte ante mí, por enseñarte con tus pocas virtudes y tus innumerables defectos, con tus vicios fastidiosos: ¡Gracias por no cohibirte ante mí! Gracias por el dolor constante que es vivir contigo y sin ti: con tu silueta a mi derredor, tus sermones recurrentes y la ausencia constante de tu calor más allá del roce distante de tu piel. Gracias, pero a pesar de las heridas que llevas en tu alma, no puedo perdonarte. No sé si Dios… Si no fuera por ti no hubiera conocido el valor para protegerme y mantenerme a salvo de todo y de todos: Ahora puedo pensar, no con mayor claridad; si con mayor pasión y autonomía: Las cosas no están más claras, pero les he encontrado un sentido… Gracias a ti he podido saber hasta dónde pueden llegar los hombres y, aún más, hasta donde estoy dispuesta a hacerlo. Gracias a ti he podido llegar a amar y odiar, eso que es tan difícil de sentir: ¡A odiarte y a amarte! Ahora puedo entender todo ese odio que has venido acumulando y que ahora no sabes contener: Eres un cobarde… ¿Por qué no te enfrentas a tu odio? Quisiera reírme de nuestra desdicha, pero no puedo, tampoco me produce llanto. Ojala me fuera indiferente: Me produce lástima… La tomo por el pelo para sacarla del fango pútrido dónde nos ha llevado, con ganas de escupirle la cara, y que, al fin, deje de esconderse de nosotros: ¡Que venga a enfrentarnos y esgrima sus mejores armas! Te recomiendo pelear desenfadada y rabiosamente: Esa catarsis nunca está de más… pero debes pelear contigo mismo y verás cuanto que ignoras conocerás… ¡Gracias!

A Lidu, que me lo regaló como quien regala un vaso de agua…

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BUSCÁNDOTE Voy buscando tu mirada,

para iluminar la noche…

John Jairo Sayas: El Sayayin

Visitaré la casa vieja, desolada. Tropezaré con telarañas, musgos y fantasmas. ¿Dónde estarás en ese instante, oh enamorada? Tus ojos miel. Tu pelo lacio. Tu cuerpo de negra. Visitaré de nuevo la casa y preguntaré a mi hermano no visto por ti (me mirará con sorna, tal vez compasión, sin mediar palabra). No estás, nunca has estado en el pasillo de las mecedoras insomnes ni en el jardín embriagador junto al aljibe. ¿Y si suenan tus pasos tras de mí, y me estremece tu olor más íntimo, o me llama tu figura sensual? ¿Si se enciende tu mirada tras el dintel de la nostalgia, si me siembras tu voz, como un árbol fragante, en el pecho? ¿Si lloro y te disuelves en la penumbra de mi voz temblorosa? Preguntaré entonces a mi hermano

- aquél que no conocí y también amo –, si acaso ya fallecí o enloquecí o lo estoy haciendo. Visitaré, de nuevo, la casa vieja: Habitaciones, helechos, taburetes, recuerdos, en Guamal, Magdalena. Pero sé que no estarás ahí…

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CANCIÓN DEL RETORNO Siempre fuiste la razón de mi existir,

adorarte para mí fue religión...

Carlos Eleta Almarán Tocar de nuevo, a la puerta de tu corazón, quiero: Cuando a tu voz cansada de desvelos y premuras un solo silencio

- uniforme tal vez –, un bostezo involuntario, un gemido, quizá, la desplacen en la ceremonia del encuentro. Tocar de nuevo, mientras otras cacarean otros ecos, y tu voz toca y pasa a la puerta de mi corazón, a la puerta de tu corazón, quiero.

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HUESPED DE TI* … de olvido y años de ausencia

que regresa para quedarse y no irse nunca

Gonzalo Arango

Algún día - uno de estos días –

me sacudiré el polvo de otras ciudades, plantaré en tu mirada la bandera raída de mis sueños: Estiraré mis huesos y te rodearé con mis ojos. Escupiré un par de maldiciones por el tiempo perdido, sonreiré, y abriré las maletas de mi alma, cargadas de ti, de mí junto a ti. Huésped de ti: Beberé de ti, nuevamente, !Hasta que se borre mi nombre de tu vocabulario!

A Eliana, Mita.

*Incluido en la antología Una mirada al Sur de la fundación Pasión de escritores, 2012

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FÉNIX Vienes de otra noche,

a deslumbrar la mía…

Raúl Gómez Jattin

¿Serás solamente recuerdo? Un recuerdo de silencio, un silencio de nervios helados. ¿Un soplo, tal vez, un dulce susurro? Susurro de luz en mitad del camino, camino dulce de años pasados. ¿Eres sólo otro punto del pasado? Pasado de fuego y dolor olvidado, olvido y fuego reavivados. ¡Arde como el sol que engendra nubes, olas y suspiros! Nubes de ilusiones, fulgurantes e inasibles, olas de pasiones, salvíficas, vitales, fluorescentes, suspiros de amores exultantes, secretos, silenciosos… Arde, ceniza, en tu furor secreto. arde en la íntima soledad que nos une: Arde, consúmete, únenos, consúmeme… ¡Arde y deshaz esta oscura soledad de tanto tiempo!

A Flor…

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II

Yo cantaré cuando ya nadie lo haga,

Yo cantaré porque ese es mi destino,

Yo cantaré bajito mi tonada…

Como ave su trino…

Everardo Armentea

Vengo a contarle mi hermano,

Un pedacito… de la historia

Nuestra, caballero, y dice así:

Joe Arroyo

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GUAMAL* Yo nací aquí en esta tierra bonita y colorá,

donde se queman las velas bailando a pata pelá.

David Alejandro Ramírez L Mi pueblo tiene calles rojas y duras: Polvorientas. El agua, pocas veces, resbala sobre su dorso antes de saltar al río. El río es lento, fuerte, viejo, ancho, bondadoso: Es el abuelito nuestro y nos sonríe con su espuma de plata. Mi pueblo tiene cabellos verdes: Verde mango, verde yuca, verde limón, verde espinaca: Verdes reverdes que a veces se confunden con los azules y amarillos /de sus crepúsculos ardientes. Tiene besos de palomas, tierrelitas y cocineras. Tiene manos de acacia, dedos de roble, uñas de divi divi, sus brazos y piernas fibrosas como palma amarga. El cielo de mi pueblo es transparente, largo y cariñoso. Termina donde comienza la ciénaga y también baila cumbia /y guapirrea en el atrio de la iglesia. Mi pueblo tiene voz de bombardino y calza abarcas cuando va a la corraleja. !Tiene un corazón frágil, su tierra fértil, y cuando sonríe se le notan una tamaca y una curumuta en la garganta! *Incluido en la antología Tocando el viento del Taller Relata de Creación Literaria “La poesía es un viaje”, 2012

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ESPERA A mi tío Robert y a Nilva.

Este año octubre ha durado casi todo el año. El universo se ha estado desgajando ininterrumpidamente en sus cuatro confines, sólo tomándose pequeñas pausas para reincorporarse con mayor temeridad y estruendo como si le hubieran jalado las horquetas a la ramada del cielo. Nos estamos pudriendo vivos y sin poder hacer nada para evitarlo, dijo el hombre sacando sapos de detrás de las puertas. La mayor parte del año lo hemos vivido con los huesos húmedos y la piel blandita y arrugada, respondió la mujer, visiblemente fastidiada con el sereno incesante. Más de uno debió sentirse la columna esponjosa y enmohecida cuando pasó el aguacero de sin cuenta días que iba de pueblo en pueblo y luego volvía, desgranándose en este sereno eterno: El rayo inaugural del aguacero irrumpió en un cielo vidrioso: El trueno reventó en medio de la plaza y entró a todas partes con su estropicio ensordecedor, resbalándose sobre las pieles lívidas y erizadas y bajo los muebles que pronto flotarían en una sopa espesa, oscura y nauseabunda. Pronto llegará diciembre con sus cielos límpidos y su calidez entrañable… mama. Estamos esperándolo desde hace como dos octubres y la verdad no pienso seguirlo esperando, respondió la mujer esculcándose los bichos multiplicados por la humedad. Pero el río está bajando en El Banco, dijeron en la cooperativa. ¡Ja! Ha bajado tantas veces y en ocasiones tan decididamente que hemos llegado a creerle, pero hace más de un año que se volvió loco: ¡Ya la tierra no soporta una gota más! El otro día, en Mompós, me preguntaron si ya el pueblo se había hundido, olvidando que sólo faltaba un escalón en la albarrada para que el río borboritara entre sus casas y calles detenidas en el tiempo… ¡No están ni tibios! El día que este pueblo se hunda ya a El Banco y a Mompós los tuvieron que haber anzueliado en bocas de ceniza hace rato. ¡Pendejos! ¿Cuándo parará de llover, carajo?, preguntó el hombre podándose los líquenes brotados entre la barba. Sabrá Mandrake, respondió la mujer sin mirarlo. Esto no tiene precedentes, la madre. No creo que haya ser vivo que viera algo peor… ¡Se nos han mojado hasta los apellidos! Figúrate que a principios de septiembre ya estaba donde debería estar en diciembre, según las marcas del recuerdo. Ñerda, mija… Nos vamos a morir oxidados. O de hambre, que es peor, mujer. ¡Y nos van a tener que enterrar en canoa! Exclamó la mujer saliéndose del chinchorro. Más bien será dejarnos llevar por la corriente: Ya no está quedando pedazo de tierra seco... Y pensar que la única forma de irnos es en lancha, que vaina: ¡Agua para huir del agua! Ahí viene Tori, debe traer noticias frescas de la calle, dijo el hombre sacudiendo un impermeable. Buenas, dijo, dejando las chancletas en la puerta de la calle. Yo creo que los parásitos se me están convirtiendo en gusarapos. ¿Y qué se dice? Preguntó el

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hombre correteando goteras con unas jarras plásticas. La carretera está partida en tres toletes y no pasan ni los mulos ni los tractores, respondió sonriendo. Eso era de suponerse, dijo el hombre, poniendo la última jarra al final del zaguán. ¡La vida se nos está yendo en huirle al agua!, refunfuñó la mujer. Pero hay gente que le echa la culpa al alcalde, también de que se hayan anegado algunas calles, añadió Tori. ¡La gente si es pendeja!, dijo la mujer limpiándose el barro de las uñas blanditas. Hijueputas es que son, dijo Tori acomodándose en una butaca. ¿Eso quiere decir que Prevel tuvo la culpa de que Haití se desmoronara?, preguntó el hombre… Deberían reclamarle a san Pedro, dijo Tori, dejó hundir a Murillo. Esta inundación es porque al suegro de la Cabrales le tocó soltarle el mango al sartén, concluyó la mujer. El hombre vio reflejada su sonrisa en el sudor de la taza de café cargado que se estaba sirviendo. Ahora si nos jodimos, dijo, y se recostó en un taburete. ¿Y por qué no le echamos la culpa al padre?, masculló la mujer. ¡El padre no tiene la culpa!, protestó Tori. Es para que en los pasquines dejen descansar un rato al alcalde, agregó divertido el hombre. Mejor me voy, dijo Tori, no quiero cargar en mi conciencia ningún muerto. ¡A todos nos va a acabar comiendo el mundo con sus dientes de lluvia, hagan lo que hagan y digan lo que digan esos peleles!, sentenció la mujer. Los que mataban sin más allá ni más acá eran los paracos, si mal no recuerdo… a menos que fuera encargo dijo el hombre, queriendo enseguida recoger sus palabras en el aire mohoso… Por un momento lo único que se escuchaba era el trepidar de la lluvia. Me voy, dijo Tori con algo de miedo. Duerman bien acurrucaditos. Sonrió, guiñándoles un ojo. Mija… ¿!Qué!? Vio en sus ojos, con total nitidez, el brillo de la cantaleta que ya sazonaba en sus entrañas y prefirió quedarse callado. Se levantó a llevar la taza donde había bebido el café y se sentó, de nuevo: Ella supo su pregunta a través de su silencio y el ronronear de la lluvia incansable y le respondió, convencida: No va a dejar de llover hasta que al cielo no le ronque y nadie podrá detenerlo, así sigan hablando mierda a la ¡sungamundunga!

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SANTA TERESITA (Tierra de pescadores)

La aurora tiene mangles enfermos, iguanas desovadas, babillas ponches, saínos mortecinos. (Ya no tiene galápagas, bagres ni manatíes) Tiene chinchorros, arpones, cafés amargos, trasnochados, agua pútrida, taruyas palidecidas. (¿Habrá, acaso, sábalos?) Sol sobre el espejo de agua: Isla al nororiente, nevada atrás, alisios de año nuevo: Flores, ¡flores! Tiene la aurora calles sucias, fogones apagados, borrachos, muslos de alga, piel de agua, pelo vegetal, sudor de mazorca hervida, bostezo de plátano. Tiene recuerdos de una tierra perdida.

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AGUACERO Estábamos en el borde de la barranca, a sólo unos metros del puerto de la boya, viendo el arrebol de la mañana resbalarse sobre el río de nuestras mañanas, tardes y noches, alistando el anzuelo y la atarraya, sintiendo ceder bajo nuestros pesos el agua y el barro podrido por la inundación. Era una mañana límpida, radiante, cálida: Perfecta para la faena que planeábamos tener. Diciembre parecía ya haberse posicionado en nuestras existencias de manera definitiva; sin embargo, nos seguía rondando, abalanzándosenos a veces desde la proa, a veces desde la popa de la canoa, la certeza de un diluvio temporal, que acabara de sacar de madre al río y nos obligara a mudar de nuevo al pueblo, antes de que se lo acabe de tragar o a mudarnos dejándolo a su suerte. Del otro lado, con una urgencia inusitada empezaron a tocar a rebato las campanas de la iglesia de Chilloa: Quizá el río haya horadado el dique que trata de impedirle su paso a través de la isla que lo divide en dos. Ya no sé hace cuantos meses esperamos que deje de llover y que el río deje de crecer y tragarse todo lo que se encuentra a su paso: Estamos casi aislados del resto del mundo a no ser por los celulares que, si acaso, serán la única cosa que nos podrá ayudar a gritar auxilio cuando no haya manera humana de atajar la muerte que arrastra entre sus aguas el río que nos ha dado la vida y ahora nos la quita a pedazos. Aún algunas velas permanecen encendidas de la víspera de la inmaculada y ya los niños se organizan en sus filas, al compás de la seño Tere, para tomar su primera comunión en la iglesia: Nadie piensa en este momento en un posible aguacero: Borrachos amanecidos entonando vallenatos destemplados, pidiendo más ñeque, abuelitas diligentes acicalando a sus pequeños, afanosamente, antes de partir a la iglesia, el señor cura párroco viendo de reojo en el espejo heredado del cura guerrillero el retrato de sus papacitos, enfermos en ciudad de México, otros pescadores obnubilados por la subienda: Un viento pegajoso, en medio del calor de cataclismo que se nos abalanza desde la proa de la canoa, se nos enreda entre los dedos, parsimonioso, anestesiante, embrutecedor, galopante, entre las hojas abatidas y las piernas temblorosas, entre nubes pardas y crispadas, entre truenos rugientes, entre aguas de voces ásperas... Contario a lo que todos profetizan el aguacero se nos viene encima como un caimán hambriento, como un torbellino que golpea la canoa y la sacude con una fuerza brutal: No nos pertenece esta agua que nos arrebata la tranquilidad, no pregunta por nosotros, ni si es bien recibida o no, ni si nos hace daño o nos atemoriza: No le importa nada. No quiere saber nada de nosotros, porque nosotros somos los intrusos, los usurpadores de sus territorios

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ancestrales. De estas tierras de los manatíes y las babillas, de los sábalos y las tarullas. De la Luz de Sabayo, la Madremonte y la Mojana… No nos dice nada, tampoco le interesa decírnoslo, sólo continuar su tránsito hacia el mar de sus amores, en eterno retorno ... A lo lejos, el sol y el agua contra el pecho de un nadador que, por imprecisable vez emerge nuevamente, arrastrando entre dientes a los ahogados de otros pueblos - los que se dejan llevar por el río, como por un sueño -, atados a una manila hedionda; el remoto canto de un pájaro tras el color del naciente sobre los arboles: Los músculos agotados, las voluntades vencidas, las esperanzas sulfatadas. Una cachimba medio encendida en su boca desdentada e inexpresiva, su humareda circular y perfumada. Vence de nuevo al río en su fluir devorador inmarcesible. Bracea asediado por el sereno que se vislumbra ya en goterones cada vez más seguidos y robustos. El aguacero se desmadra sin darnos tiempo a recoger los aparejos ni a asegurar las carnadas. La jornada termina apenas empezada y se aplaza sabrá Dios por cuanto tiempo en medio de este invierno que vuelve a empezar. Lloverá quién sabe hasta cuándo, nuevamente. Todos, estábamos a la espera...

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RIO Cuerpo de agua y fuego, ¡danza del silencio vencido! (Ya no eres, ya no serás El que fuiste) Amado de nuestros primeros placeres. (Oh abandonado) Júbilo de las caderas y los cantos, amaneceres. (Oh tú, agonizante) Vencido, agotado, Desencajado, pútrido. (Ya no eres, no serás ese que fuiste) Adolorido, desengañado, triste, desconsolado. (Ya no, no serás) ¡Ay, Magdalena!

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SEQUÍA* A Pili, mi papá.

Aquí, en caminos perdidos en la sabana caribeña, colombiana, sólo a veces, el agua, va cayendo sobre las hojas, milenarias, dibujando la edad del tiempo y su nostalgia. Aquí se encuentran cenizas de caminos, sobre el viento, las pieles, las almas, como un poema que plasma en los poros nuestra historia autóctona. De aquí

- de nuestras historias – los ríos de la sabana caribeña, tomaron otros rumbos y otros sitios y otras angustias... El agua sólo conoce el cielo y la tristeza, y a veces salta entre los brazos

- de tanta soledad – y la brisa calurosa. Aquí, los ríos – nuestros ríos -,

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bajaron, hasta el tuétano de nuestras almas, para que el dios de los aborígenes pudiera hacer realidad sus más mínimas ansías.

*Incluido, con traducción al italiano, en el portal www.webzinemaker.com del Sindacato Humano, 2007

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SICCITÁ A Pili, mio papa.

Qui tra i sentieri perduti della savana caraibica colombiana, ci tanto in tanto, l'acqua cade sulle foglie millenarie disegnando lo scorrere del tempo e la sua nostalgia. Qui si trovano le ceneri del passato nel vento sulla pelle, sulle anime come un poema che plasma nei pori la nostra storia autoctona. Da qui

- dalle nostre storie- ifiumi della savana caraibica presero altre direzioni e altri luoghi ed altre angosce. L'acqua conosce soltanto il cielo e la tristezza e a volte salta fra le braccia

- di tanta solitudine – e la calda brezza.

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Qui i fiumi - i nostri fiumi - discesero, fino all'interno delle nostre anime affinchè il dio degli aborigeni potesse realizzare ogni suo minimo desiderio.

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PESCADOR Como quien pretende casar la luna y el cielo y le presta un velo, el pescador extiende su atarraya sobre la espalda del río: Un velo de novia, cascada de espumas, cubriendo el rostro del agua. Boga, fuma, ora, baila, canta, descifrando lenguaje de estrellas, Oficiando su rito ancestral de lluvias y algas: Sacerdotepescador.

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YEYO FERNÁNDEZ: ALGUNOS ANTECEDENTES CERCANOS En una fecha perdida en los almanaques del recuerdo, un hombre que tampoco sabía quien había tomado un carrizo para horadarlo, llevárselo a la boca e imitar a los pájaros, remontaba el río con la sola fuerza melódica de su flauta de millo, sentado en la proa de su canoa, buscando refugio donde la otra de las pataletas de su esposa, o viceversa. Santos Tolosa tenía pacto con el diablo porque, además de hacer navegar a su canoa con el sonido de la flauta de millo, podía hacerla llegar al instante, a cualquier puerto, sólo con tres abarcazos secos que le diera a la barranca, podía pescar en la arena con su atarraya y esconderse detrás del palo de una escoba. Nadie sabe mucho más de él, aparte de que Eustasio Meza le aprendió a él, en Sandoval, el Son de Farotas, que a su vez éste le enseñó a Aurelio Fernández, quien lo detuvo en el tiempo en un estudio de grabación en Paris, con Totó y sus tambores... Eustasio no sólo imitaba a los pájaros, también a los caimanes y las babillas, a los zaínos y los ponches y también componía cantos de labor para distraerse y hacer más llevaderos los trajines en los sembradíos o cuando pastaba ganados por las inabarcables llanuras anegables de la depresión momposina. Ninguno de los dos conoció la fama comercial, ni siquiera el respeto de sus más próximos y la mayoría de sus melodías se perdieron en los lodazales de la ingratitud del tiempo, excepto algunas cumbias anónimas que aún persisten gracias a Yeyo (El maestro que cualquier día llega a mi casa y vende habichuelas, guayabas, panelas y batirillos al son de unos versos montunos que improvisa, en contrapunteo, con su hermano Cesar) y su maravillosa escuela. Persisten también los hermosos Perilleros, difíciles de describir, de interpretar y sabrosísimos de bailar y guapirrear.

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MONÓLOGO VIENDO A LOS OJOS A UN SINVERGÜENZA ¿Tomando otra vez compadre, tomando ora vez? ¡no, no, no, no, no, no! ¿y ahora por quién o por qué? ¿Por la vieja? por pelearse con la vieja, ¡¿qué es una qué?! - me dice – Madre sólo hay una, compadre, y lo más facilito es quererla, y lo más bonito es hacerlo. Mirarla a ella compadre, mirarla a ella así, no más, ella que es todo amor y ternura, mirarla a ella a los ojos llorosos por culpa de usté, ¡de usté que es un sin vergüenza! Ella que le limpió el trasero cuando usté se embarraba, que le dejó mojarle las corvas mientras le amamantaba. Ella que le parió, que lo llevó en las entrañas y se enfermó cuando usté se enfermaba. ¡No hay derecho, no hay derecho compadre! Le escupiera el diablo ese trasero el día que le levante la voz, a la vieja, y más le valga darse un tiro antes que alzarle la mano.

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Madre sólo hay una, compadre, y lo más facilito es quererla, y lo más bonito es hacerlo. Ella que se ha quemao las pestañas, pa cocinarle una sopa, aliñándola con su sudor, que es miel por el trabajo y sus lágrimas, ombe sus berracas lágrimas, porque usté, compadre, le falla. Ella que se pincha las manos cosiéndole un calzón y ya no baila, desde el día que a usté lo parió: y usté no sabe, compadre, no sabe que antes de patiar un balón le patió a ella la panza. Usté que se cree un machito. Sí, usté, no puede venir a insultarla. ¿Macho usté, güevoncito? Se cree usté un macho porque vacila a las niñas y vive chupando caña, maltratándola a ella, hombre… y a su hermana? Macha su madre, compadre, macha su madre, que lava pilas de ropa pa brindarle un bocao, ella que se parte el espinazo, barriendo y trapiando y no se queja. Macha ella, que se ha gastao el güeso y los años pa criarlo a usté

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¡sin vergüenza! Perdone usté compadre, perdone usté… yo, yo no le digo más nada. Dios lo bendiga pero no por su gracia, sino, por parirlo la vieja, aunque vieja, su madre. Y brindo, brindo yo en su nombre y por el de su hermana, y la mía, que un día de estos, compadre, también serán madres.

A Johanna Vega, quien logró convencerme de escribirlo.

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CORRALEJA Esta si es la fiesta buena…

Rubén Darío Salcedo

Hacía poco más de un año que Lucho había muerto, después de una larga agonía, tocado por varias cornadas. No sabía si tenía miedo a la hora de saberse rodeado por todas las miradas, sentir el hervor de la tierra pelada bajo sus guaireñas sucias y escuchar las primeras notas del fandango inaugural en la ráfaga metálica de la banda Once de Enero, aquella tarde de Julio en el barrio Lara. - Yo preferiría morirme como Boni – le había dicho a Paco la noche anterior en Las Acacias-, de cualquier otra vaina, así fuera de aburrimiento… En medio de la corraleja una mujer robusta y morena, resguardada en un tambor de lata esperaba al toro que él aún no había visto aparecer, para banderillearlo: Sabrá Dios qué amorosas palabras le susurra su marido en medio de la polvareda y la algarabía, acompañándola hasta el momento antes de la embestida, para luego él mismo atraerlo a un costado del ruedo, jadeante y maravillado con la visión palpitante de su mujer envuelta en las patas de la bestia luego de hundir las banderillas untadas de picante, suave y firmemente, en la cerviz poderosa y finalmente saltarlo acrobáticamente victorioso, apoyado en sus astas letales. Sonríe. La plaza retumba alborozada. Delirante. - ¿Tienes miedo? - Es… sólo que no quiero morirme, no por ahora… - Entonces tienes miedo. - ¿Tú no has tenido miedo? - Ya no. - Pero si has tenido. - Yo le he mamado tanto gallo a la muerte… - Hasta el día que se te resbale el pie o te pises el capote… - O el toro corra más que yo. El toro todavía no era la muerte, aunque siempre le acompañara en su famoso nombre terrorífico: El mata siete. La arrastraba entre sus patas nervudas, sus cascos hendidos untados de boñiga, sobre sus cruces, en la punta de sus pitones; le cimbreaba en cada nalga musculosa y se la pastoreaba con su cola de musengue. No era la muerte aunque la exhalara, cálida y rabiosa a cada paso distraído o cada embestida fulminante, aunque fulgiera en su pelambre grisáceo y surcara, nublando, sus grandes ojos tristes. No era la muerte, pero la representaba, le acolitaba en su embriagadora juerga: Simple instrumento incluso de la suya, sobre todo de la suya, exultante y frenética, prefigurada, aplazada en cada garrochazo, en cada banderilleada espoleante, hasta su última tarde, definitiva, en un matadero

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triste, mísero, desaliñado y ajeno, por completo, a su gloria corralejera de estas tardes, distantes en ese entonces. Se vuelve para contemplar el gentío en las gradas repletas… sintió el peso del capote entre sus manos y recordó que había olvidado las banderillas afiladas que había pensado clavar en la parte superior de las paletas de su primer toro, sobre la firme y lustrosa protuberancia muscular, en medio de los anchos cuernos de puntas astilladas: Filudos, enormes, intimidantes… Suspiró. Se vio erguido, con los talones afirmados al terreno maltratado por las pisadas de quienes habían huido antes a la puñalada ósea de los toros echados a lidia, bajando el capote pintado a las carreras con publicidad de un negocio local sobre la de negocios locales en otros pueblos, y siguiendo el movimiento descendente con su cabeza aún libre de canas, efectuando una lenta y amplia verónica. El tigre se afianzó en los estribos y el cabresto, clavando las espuelas en el costillar sudoroso de Butaca, su alazán consentido, a un costado del ruedo de la corraleja: Kalimán, con su muleta, llamó la atención del toro hacia los garrocheros. Los caballos, agitados, atravesaron disparados la plaza: Conocedores de la faena, en momentos deteniéndosele en frente, dando un rodeo largo o eludiendo al toro con una finta al estilo Garrincha, permitiendo las picadas y su más rápido agotamiento… Luego se dio vuelta y – ya un poco más seguro – adelantó el pie derecho, realizó el segundo pase, ganando un poco más de terreno hizo el tercer pase: Lento, suave y perfectamente medido: Ceremonioso. El toro lo buscó entre la multitud fascinada con el combate: recogió el capote hasta la cintura y balanceó las caderas, evitando la embestida del toro con una media verónica, aproximándose a las maderas del ruedo. Se empinó altanero y retador. El miedo al fin había quedado en el resuello metálico que le dejaron los rones del amanecer en la cantina donde Raulito. Chifló llamando la atención del animal que se había convertido en su otro yo en ese instante en que fijó sus ojos y enfiló su hocico hacía él. Tomó la iniciativa llamándolo hacia el centro de la rueda, rápidamente, con unos saltitos, embistiéndole en una carrera corta, zigzagueante, sacándole tres muletazos cortos, seguidos y ceñidos al cuerpo, idénticos a los primeros sacados a la festiva vaca loca cargada de totes, bengalas y buscapiés, a sus dieciséis años, luego de la pirotecnia deslumbrante y multicolor del castillo hincado todos los años en la esquina del señor Amado y donado por los conductores. Se afianzó en la certidumbre de su invulnerabilidad recuperada tras la ovación retumbante que lo sorprendió tocándole la cola al toro al final del último muletazo. Advirtió todos sus músculos tensionados, su respiración acelerada y su vestimenta ensopada en el sudor de la victoria: Alzó los brazos hacia los palcos, sonriente. Un destello de alegría pasó por sus ojos oscuros:

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Permaneció algún tiempo inmóvil: Vio a Álvaro acomodarse el lazo de cuero en el pie derecho y medir las distancias, los tiempos y las velocidades, como un francotirador: Presto a despedir al toro confirmando su bien fundada fama del único capaz de enlazar con los pies tan bien como con las manos: Permanecía aún inmóvil cuando Álvaro soltó el lazo con pasmoso acierto, maravillado, abstraído y completamente ajeno a la realidad circundante, sintiéndose visto en cada mirada, cada sonrisa acariciando sus oídos, cada aplauso recompensando su valentía, cada mujer hermosa sonrosada con su visión entre la polvareda de la corraleja, cada trago empinado en cada codo, bebido a su larga gloria en los ruedos corralejeros de toda la costa atlántica…

A mi tío Jesús y a sus amigos de corralejas.

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ODA AL PORRO A papá Juan y todos los músicos de mi familia.

A Eliana Mosquera, que me lo regaló entre sus suspiros. Eres el rugido telúrico de los metales, la caricia seductora de las maderas, la cadencia sincopada de tus percusiones: Clarinete, bombardino, redoblante, saxo, platillos, trombón, bombo y trompeta. A veces eres gaita, otras, acordeón. Has sido maraca, tambora, alegre, llamador, guache y big band. Eres la serenidad. También el bochinche, el jolgorio, fiesta de pueblo y carnaval: Labriego de sol a sol, campesino, citadino, señor de salón: Rey y señor de Barranquilla a Montelíbano, de Tolú a San Jacinto, y de Cartagena a Cotorra. Puedes ser Sincelejano, de Majagual o Mochila, Monteriano, Carmero, Pelayero, Colosoano u Ovejero. Eres… eterno. Eres la fuerza del toro cebú, sus nalgas robustas, la malicia y la bravura del balay, el fuego profundo en la mirada del toro negro, el carmín de su sangre combativa, la altivez del jabonero, su resuello atemorizante, la casta del toro bayo, su asta mortífera, la valentía del toro miura,

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la garrocha ponzoñosa, la banderilla picante, eres el capote y la muleta, el lazo, el garrochero, jardiador y mantero, el chirrinchi y la cerveza bien fría. La corraleja bulliciosa, multicolor, valerosa e intrépida. Eres el delirio, el milagro, la parranda: Dios mismo sudoroso, jadeante, voluptuoso y coqueto: abarcas, pantalón caqui, camisa blanca, sombrero vueltiao, guapirriando, al calor y la luz de las espermas, en una rueda de fandango. Brisa seductora y cálida de Morrosquillo, su arena cálida, refulgente, sabana Sinú, San Jorge, monte de María. A veces has querido llamarte Pablo, otras Pello, Yeyo, Clímaco, Rafael, Migue, Pacho, Lucho, Alfredo, Calixto, Rufo, Adolfo, Toño, Lisandro, Eliseo, también Estercita, Matilde, María, Pola, Totó. Eres el prodigio, el país inmenso de nuestras mañanas, tardes y noches donde somos como en ninguna otra parte, siendo, contigo, una sola cosa: Tierra fértil, trabajo, hogar, canto, arrullo, amistad, ceremonia, luto, vibración, llanto, éxtasis, dicha, resurrección, enamoramiento: Eres… Su majestad, ¡el Porro! *Incluido en la antología Poemas inolvidables de Latin Heritage Foundation, 2011

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STRIKEOUT La fiesta de la pelota,

de la pelota caliente.

Billos Caracas Boys

El Gorila (así le decían sus compañeros, Jesu el Gorila, le dicen ahora después de muerto) era alto, delgado, fuerte y flexible como una palmera: Permanecía cruzado de brazos y piernas parado sobre el montículo y con una pajita en la boca negando con la cabeza las señas que debe estarle haciendo el cátcher detrás de mí y del plato: Trataba de adivinar en su ceño fruncido el lanzamiento que escogería, eso, si no me mandaba uno de esos piedrazos de fuego que acostumbra disparar con su zurda endemoniada. Era incómodo estar tan cerca de la derrota con un equipo de principiantes como el de estos guamaleros: Apenas si llevan un año aprendiendo a jugar pelota y nosotros, miembros del equipo Ferrotalleres, con una larga y bien fundada tradición en Santa Marta, ¿venir desde tan lejos a perder? Jugábamos a un costado de la cancha de fútbol del estadio veinte de enero, porque no teníamos espacio propio, en un peladero que normalmente hervía durante los entrenamientos: El beisbol en Guamal era, y es, un deporte impopular, sólo tuvo unos meses de fiebre posteriores a la serie mundial que ganó Rentería con los Marlins y que todos seguían en las voces de Mike Schmulson, Rugero Manotas y Ventura Díaz en las impecables transmisiones de Telecaribe, nuestro canal: Fue la misma fiebre que se dio en el 72 cuando Pambelé destronó a Peppermint y que luego se presentó cuando Montoya ganó la fórmula CART, cuando Orlando Cabrera coronó su anillo de Serie Mundial con los Red Sox y luego Rentería con los Giants. Una fiebre, nada más. A nosotros, a mi hermano, a mí y a los demás del equipo, nos enamoró de ese juego, tan parecido a la vida, el profesor Ubaldo: Un barranquillero que había aprendido las artes secretas del bateo y el fildeo jugando chequita por las calles de Montecristo, antes de mostrarse en el Tomás Arrieta, y que había llegado al pueblo hace unos veinte años. ¿El Gorila pretende tirar una curva? Tenía la cuenta entre la rubia y la morena: Tres bolas, dos strikes y sin embargo va a intentar el picheo de una curva a fuera a las rodillas. Traté de cambiarle la seña varias veces, con mis dedos afanosos, indicándole un slider o simplemente un cambio de velocidad, pero cada seña distinta era negada rotundamente con su cabeza casi rabiosa. ¡Bola curva fuera, bola curva fuera y a las rodillas! Gruñó el profe mirando a Lucho Ursola queriendo encontrar una explicación en la serena picardía de ese viejo zorro de la pelota caliente: Asintió con un movimiento de cabeza, encogiéndose de hombros a la vez. Habíamos perdido en Cicuco, en Magangué, en Valledupar, en la cancha de softball de Garupal, nos había ido regular, prácticamente bien, en Santa Marta en los juegos departamentales en el Hernández Pardo, pero no podíamos perder aquí mismo, no

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hoy dieciséis de Julio que habíamos llenado las gradas del estadio y habíamos logrado poner el Home en la mitad de la cancha de fútbol, improvisando un diamante decente a partir de sus líneas de cal. Cada quien había hecho su parte hasta ese momento: Desde el picotero que ambientaba la fiesta con toda su música, hasta nuestras madres que se habían encargado de llevar comida, bebidas y demás chucherías buscando recoger fondos a ver si al fin podemos cambiar las imitaciones de guantes Tamanaco que nos dio el municipio al empezar la escuela (seguro facturándolos como originales), pasando por Chorrillo que había dado un toque de bola, sorprendiendo a todo el mundo, cubriéndole un robo de base a Bartolo, en la parte baja de la cuarta entrada, logrando él mismo embasarse: ¡Infiled hit! Alexis se había encargado durante los primeros siete innings de esconderle la bola a los samarios, con la complicidad de Oiver, nuestro Catcher, ponchando al último que se despachó, dejándole la carabina al hombro, ¡con las bases llenas! Apo, mi hermano, la sacó del estadio volteando toda la arepa: Mi cuñada, Lunita, había apenas llegado sobre la parte baja de la quinta entrada, afanada, con el cansancio del largo viaje desde Santa Marta donde recién terminaba su semestre en unimagdalnea: Se acercó a nuestro dugout buscando a Apo, para saludarlo y brindarle su apoyo: Se veía ansiosa. No lo vi, cuando me acerqué a buscarlo entre los muchachos, busqué entonces a su hermano, que estaba bateando y me lo señaló en un momento que se apartaba del plato: Estaba calentando, esperando para ir, también, a batear y me decidí a acercármele: Te amo, fue lo único que pude decirle. Se sorprendió, pude verlo en sus ojos. ¿Eso significa que quieres que batee un home run para ti? Sonreí, solamente, él también, y me dirigí a las graderías, cerca a donde calentaba. Apo esperó los tres primeros lanzamientos como se lo había pedido: Dos bolas y un strike, no pudo hacer toque en el segundo, pero logró, con el swing que hizo, cubrir el robo de base de Guille, en el cuarto conectó una línea que se fue de foul por el left field y en el siguiente, obedeciendo la seña que le dimos, conectó un tremendo cuadrangular que remolcó las dos carreras que teníamos en trámite, para empatar el juego y ponernos a ganar con la suya. Me sentí doblemente emocionada cuando vi que la bola pasó sobre los banderines que habían puesto para delimitar la cancha, por el equipo y por mí, abracé a mi cuñadita que me había guardado un puesto hasta que llegara y me acerqué al borde de la gradería: Yo también te amo, me dijo, ese home run es para ti. Todos habíamos hecho lo propio para acercarnos al cumplimiento de la expectativa de hacer respetar la localía, hasta que Jesu logró superarla con su último lanzamiento: Listo hermano, hágale, le dije sonando mi mano derecha contra el guante, separando las rodillas y afincando los spikes sobre el suelo duro: Sudaba. Se secó la frente con el guante, me guiñó un ojo e inició, levantando su

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pierna derecha, su secuencia de lanzamiento: Veo venir la bola recta hasta quebrarse ya cerca al plato, confundiendo al bateador: Estaba seguro de que había sido bola, por eso miré inmediatamente a mi manager y a mis compañeros, pero sólo encontré sus cabezas inclinándose con el suspiro de la resignación. Moví rápidamente mi mascota hacia el centro de la zona de bateo, por si se llegó a caer o a salir demasiado el lanzamiento y espero ansioso: El bateador voltea a mirar a su dugout ¡Strikeout! Dice el Umpire, Caraballo, el entrenador de la escuela de Cicuco, quien nos había servido de Umpire, dándonos la victoria en casa. ¡Strike cantado! Gritaron en coro Lucho y el profe Ubaldo abrazándose en el dugout y corriendo hacía el montículo: Levantaron al gorila en hombros y lo llevaron cargado hacia las graderías, desbordantes de felicidad…

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CONVERSA A mi hermano, compadrito.

Unos llegan - con dificultad -,

navegando desde la infancia. Tú llegas en un claro poema. La noche, en tus palabras, se desboca, como un río de la vida

- enjugadas de alcohol y sudor y lágrimas -

que halla su delta En este combate de letras: Tuyas y mías.

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ALICIA ADORADA A la memoria del maestro y su amada.

- Tienes que mirar si es sangre limpia o es sangre con heces. O sólo heces. Un tipo flaco, de piel trigueña, ojos cafés más bien tristes y ropa andrajosa, buscaba cómo acomodarse sobre el piso de tierra apisonada y encontrarle la parte blanda al pedazo de madera que usaba de almohada. No era una noche mas ésta en la que buscaba sin poder hallar el sueño de tres días que llevaba perdidos desde que, llegando a Flores de María, se vino a dar de bruces con el borracho que todas las noches lo visita con su aliento de cigarros viejos, ron clandestino y flores podridas, asegurándole que cuando se había quedado tocando en Pivijay no era sinvergüenciando. Malparidos, se creen que tienen derecho a señalarlo a uno, como si fueran unos santos. Ninguno de esos hijueputas sabe todo lo que yo he sufrido. Leves rumores –como de huesos reacomodándose - en la ramada del cielo decían que iba a pasar algo pero no se sabía claramente que. Si yo pudiera llevármelo a ese momento, compadre. Si yo pudiera sacarle a ese niñito de las entrañas a mi Alicia, no tendría que haberle enseñado ese canto que a usté lo trajo de tierras tan lejanas como a una marioneta, como a un papelito que el Corcovao envuelve y lo levanta por los aires y lo bate como una hoja seca: Me levanto como todos los días a la misma hora, tratando de acallar el vocerío de la gente del pueblo que dice que yo la deje morir. Me siento aquí, en este mismo taburete en el que me ve, como si fuera una pintura, tomo mi acordioncito y trato de sacarme a ese animal que llevo atorado en la garganta pa ver si le logro torcer el pescuezo, pero no se deja el muy malparido. Despierto entre las ruinas que han dejado a su paso todos estos años sin ella, esta guerra con el resto del pueblo y conmigo mismo, buscando demostrarme que eso fue lo mejor que pude haber hecho. Escondido en esta pared, de esta casa abandonada, con frio, sin comida, sin agua, con la garganta seca, ¡Sin ron! Con mi único compañero, mi fusil francotirador, con el que les escupía las verdades cantadas a las gentes, llevaba razones de un pueblo a otro y piropeaba a las mujeres, desde antes de que llegaran los alemanes huyéndole a la guerra… En mi cabeza aun escucho el decir del cura esa tarde en el cerro de San Antonio: Es un día tan común de Diciembre este en que usté se revuelca como un marrano en su propia desgracia, como aquél 29 de mi mala suerte. El tipo se despierta, azorado por los latidos de varios perros que pasan por el alar de la casa, persiguiendo un conejo asustado. Se siente frustrado, malhumorado por todas las horas de sueño perdido y decide devolverse con las manos vacías. Observo con detenimiento esa mancha parda que contrasta con la pared blanca de la casa de bahareque, curvas que se asoman en la caña brava, congeladas en el tiempo, como estatua viviente, como alma enamorada: Tierna, frágil, a la espera de

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nada ni nadie en el zaguán sin fin de los recuerdos. Miro a mi alrededor y busco las evidencias de la monumental borrachera que debí darme, busco los rastros esquivos del guayabo inexistente: No me duele la cabeza ni tengo nauseas. ¿Por qué, entonces, esta pesadez en la cabeza, este aturdimiento? Ella siempre en la misma pose, como inmersa en un sueño profundo y sin perturbación alguna… Comienza de nuevo el olor a tabaco barato y a ron tapa `e tusa. Me retraigo como un niñito. No sea pendejo, compadre, yo a usté no le voy a hacer un carajo, ¡jajajaja¡ Me estremezco de miedo escuchando esa risa: ¿Estaba soñando o no? No se ha muerto todavía, no se preocupe. Siéntese y zámpese un trago… Todas las mañanas, todas las últimas tres mañanas, me despierto una hora más tarde que los gallos. Tocan una melodía muy sentida, quejumbrosa, como un susurro del viento, una melodía que no conozco, pero que entiendo en su nota triste y desgarrada. Cuando me despierto observo la sombra unos minutos para llevarme una imagen clara de ella y luego me alejo de la habitación, pensando que el fantasma voy a terminar siendo yo. Recorro el pasillo hasta la entrada principal, amarro de nuevo la cuerda de la puerta que resguarda la casa y bajo hasta la plaza con la tranquilidad de que todo está en orden, menos el cuento popular de que el fantasma de Juancho Polo la habita. Voy en busca del desayuno con huevos pericos, tinto, tajadas de maduro o yuca y suero: Ese ritual previo al resto del día y que muchas veces se prolonga con una conversación amena al pie de un árbol, frente a la alcaldía. Hoy algo sucedería, tenía ese presentimiento desde el momento en que a la melodía de todos los días la acompañó la letra más triste que he oído en mi vida: “Se murió mi compañera que tristeza, Alicia mi compañera que dolor, Alicia mi compañera que tristeza, ¡Alicia mi compañera que dolor! Y solamente a Valencia, ay ombe, el guayabo le dejó…” Allí está la sombra, imponente, altiva, como si estuviera esperándome a que volviera después del desayuno. Me siento en el suelo esperando a ver qué pasa. No puedo esperar mucho, debo regresar: Con el rabo entre las piernas y sin desvirtuar el mito o corroborarlo. De nuevo ese olor recurrente que me habían sugerido revisar si era sangre limpia o sangre con heces. O sólo heces. Siempre aparecía en las madrugadas, luego del canto del primer gallo, alrededor de las tres. Pero no, esta vez tampoco era el mismo olor de todos los días, tenía algo más embrutecedor: Son sudores de monte, como el de la gente que se agolpa en la plaza a vender frutas y carnes y los jornaleros que se refugian en las cantinas y en el prostíbulo a comprar un poco de amor. Un olor a tabaco, boñiga y cagajones de mulo y alcohol barato. Más compasión que amor compran, claro. Y alcohol. Siempre alcohol. - Ya me iba.

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- Se hubiera ido pa que vea cómo voy y lo busco hasta la Conchinchina y le jalo la pata, ¡carajo! - Lo borro de la pared con cal viva –dije con miedo, fingiendo valor- . La sombra revienta en una carcajada estridente que por poco saca de sus quicios las puertas y ventanas de cinc y madera curada. - Siga creyendo que el golero come alpiste… yo no estoy en esa pared. - ¿Y entonces? Sonríe condescendiente y enciende un piel roja. - Le cuento una vaina… - Dígame. - He estado huyéndole a las palabras y frases que me sueltan como puñales, pero ya me cansé de esa maricada... Le voy a regalar mi acordeón. - ¿El tornillo `e maquina? - ¿Cuál más ha tenido Valencia? No podía creer que estaba en presencia de mi sueño, del fin de una leyenda y posiblemente del principio de otra. - ¿Qué debo hacer? - Vaya y busque el cementerio, allí busque la tumba más pobrecita de todas, la que no tiene lápida y está junto a la mata de trinitarias blancas… ahí encontrará mi nombre en el cemento. Arranque un manojo de flores, las más lindas… - ¿Y qué hago entonces? La sombra se toma su tiempo, aspirando un par de veces el piel roja aromado, regocijada en su aroma. - Se las lleva a Alicia, compadre. La tumba de ella la encuentra ahí mismo, en el solar que dice en el portillo: “Todas las tierras son benditas” con letras retorcidas, junto al mausoleo de los Polo. Tiene que apartar la maleza y allí estará la lápida en piedra: Alicia Cantillo. Al ladito estarán las tres matas de plátano. No tenía certeza aún si estaba alucinando o si era un sueño, causado por todos los cuentos de los Juanchopolólogos que me había encontrado desde que llegué en busca del acordeón con el que recorrió tantos pueblos, cantando, que era lo que mejor sabía hacer ese hombre sin aspavientos ni pretensiones grandilocuentes. - ¿Por qué me lo regala? - Porque me cayó bien. ¿Qué querría decir con eso este fantasma incomprendido que deambula penando los pasillos destartalados de la casa de sus amores de otros tiempos? - Si yo le enseño a tocar con mi nota, si usté se presenta con mi tornillo ´e maquina y toca mis canciones como yo lo hacía antes de que hubiera radio,

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camionetas y carreteras asfaltadas, todo el mundo le va a creer lo que yo le voy a encargar. - Quiere que sea su embajador. - Quiero que se vaya por el mundo, como yo lo hacía pueblo por pueblo, contando la historia que yo le voy a contar, para ver si al fin descanso y puedo dormir tranquilo con mi Alicia adorada y el pelaito que se le quedó atravesado en la barriga. Me conozco, no podría decirse que estuviera asustado: Ese no era mi terror más grande, lejos estaba de eso. Tal vez mi reacción podía no ser la adecuada ante las palabras de aquella sombra que ahora se había transfigurado en un cuerpo sin masa que me hablaba de tú a tú, como si hubiéramos jugado bolita uñita o trompo en la infancia o hubiéramos sobrevivido juntos a una de esas parrandas interminables tan famosas como el Old Par y las camionetas 4X4 en las que ahora andan los juglares aún vivos, pero ya no me importaba nada. Era tanto el dolor de esa letra que me había cantado que desarma: El corazón no piensa, compungido y eso no me asustaba. Corrí con fuerza hasta esa calle sin fin bajo el sol ardiente de la media mañana, hasta esa puerta que en ese momento separaba lo que nadie nunca imaginaba ver, hasta ese pasillo interminable entre tumbas de muertos ajenos a mi tierra y a mis muertos: El cuerpo bravo, sin vida, disminuido por los gusanos del tiempo del hombre que en otros años descapotaba montes y mataba zainos con su machete compañero, sus ojos de poeta silvestre perdidos en un mundo de arrepentimientos, su boca que una vez besaran a la musa del más grande lamento de la música de acordeón, gesticulando un perdón tantas veces negado mezquina y furiosamente, las manos que otras veces amansaron mulos y cultivaron canciones, cerradas e impotentes. Seguía ahí, como la última vez que me fui a dormir, desesperanzado, quieto y ya no tan callado. Satisfecho en su silencio misterioso con haberle torcido el cuello al animal que llevaba atorado en la garganta desde que encontró a su Alicia muerta por una pre eclampsia difícil de tratar en aquellos años. Me recuesto, sin saber qué hacer, al lado de la tumba de Alicia Cantillo, con el acordeón en la mano, desvencijada, remendada con las cosas menos adecuadas del mundo, pero sobreviviente al paso inexorable del tiempo. Vuelven a mi mente las palabras de la sombra antes de perderse para siempre, dando la vuelta a mano izquierda en el bahareque tostado de la casa, al fin descansada, luego de purgar tantos años su culpa y su vergüenza: - Usted va a contar, pa que todo el mundo lo sepa de una vez por todas y para siempre, que yo me quedé tocando en Pivijay pa poder ganarme la plata pa las medicinas de Alicia…

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PERFIL El hombre es cosa vana, variable y ondeable…

Montaigne Somos agua del río, resilente, paciente, recalcitrante. Del gran río de la vida, que es un día, del gran río de los días, que son una vida. Aguas viajantes, crédulas, sueño que transmuta, transmigra, divaga, vuela y retorna, perennemente. Realidad compleja, a partir de realidades, Vida tras la vida y… casi una muerte, de todos los días, mirándonos del fondo de un espejo, que es nuestra mente. Somos su extraña simbología Su alegórica configuración: Ve la dos ve da dos. Inmarcesibles, la arena del reló, sus dings y sus dongs, volubles, fugaces, inquietos Tic tacs – tic tac tocs. No roca rígida, espesa, fría y estática.

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Somos Laúd, cuerdas, notas e intérprete. Huellas del camino

- y él es sólo ellas –, no muerte, que no admite evolución. Somos parábola pluriversa de infinita interpretación: Acción – reacción Causa de un efectoefecto de una causa. Palabra punzante: Transformadora. Hiriente, creadora, sagaz… No silencio, sino el sonido de su intimidad. Matiz de palabra, Frecuencia, amplitud, periodo, Retroalimentación: M*C2. Somos fluido vital: Carmelita, blanquecino. Lenguaje de la parábola. Dios entre dioses, Eterno interrogante, misterio infundido no – creado que empieza, termina y vuelve a empezar. Olas undívagas, cuantos inestables. Ponderadores in-ponderables, tres puntos coma y punto final.

A Vivi Ch. Boom.

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LA MENTIRA Con una mentira suele irse muy lejos,

pero sin esperanzas de volver.

Proverbio Judío

Plaza de la Paz, Barranquilla. Una tarde soleada: La ciudad se desenvuelve aletargada en su constante bullicio, sus múltiples y brillantes colores. Marco camina, las manos en los bolsillos, por el parque que se extiende al final del atrio de la catedral, mirando la punta de su cigarro compañero, abstraído en sus reflexiones constantes, indiferente a la multitud afanosa que pulula en las calles, yendo y viniendo, yendo y viniendo, bordeando los contornos de los monótonos círculos de sus pobres existencias. Bajo un árbol, un frondoso almendro: Eva, Eva Luna, lee una revista sentada en una banca a pocos metros, absorta, sumergida en las conjeturas del artículo que estudia. Marco ríe de pronto, Dicen por ahí (Sigue reflexionando, ahora en voz un poco alta) que hay muchos tipos de mentiras: La ingeniosa, que suele pasar más inadvertida entre más artimañas y pirotecnias pseudocientíficas contenga; La sentimental, abundantemente cultivada por los donjuanes y las hombreriegas, que no sabría de que otra forma llamarlas, con elegancia, claro; La interesada, mentira tantas veces vulgar y ramplona, hermana de la lambonería y el descaro; La conflictiva, que es la de los obsesivos, los maridos celosos y las mujeres cantaleteras y los buscapleitos profesionales; La piadosa, que se viste de plumas para ocultar la serpiente y La mala... que no sé si sea buena alguna mentira, a decir verdad… Prende un nuevo cigarro con la colilla del anterior, le da un chupón largo y profundo, como recargándose de algún combustible, Esta vaina de la mentira suena interesante, tengo que seguir dándole vueltas y, ¿Por qué no? Preguntarle a la gente, investigarla, hacerme a otras ideas de la mentira, así sean mentira: No puede ser que uno ande por ahí y se encuentre con estas ideas y se las guarde no más, como si nada. Le voy a preguntar a la chica que está ahí leyendo. Marco: Hola, ¿Qué tal? (Acercándose, le pregunta amable). Eva: Bien, bien (Indiferente). Marco: (Mirándola de arriba abajo) Mucho gusto, Marco. Eva: (Sin levantar la vista de su libro) Eva, Eva Luna. Marco: ¡Qué nombre más fértil tienes! (Efusivo y admirado) Eva: (Levanta la vista entre asombrada y confundida) ¿Perdón? Marco: (Ignorando su pregunta) ¿Me podría responder una pregunta? Eva: Si, claro, con mucho gusto. (Cierra el libro) Marco: (Sentándose a su lado) ¿Me puede decir cómo es la mentira? Eva: (Corriéndose al otro lado de la banca) Depende. Según como se mire…

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Marco: (Interrumpiendo) ¿Entonces la conoce? Eva: Señor (Incómoda) Yo no conozco a nadie. Marco: (Se levanta) ¿Si acaba de insinuar que la ha visto? (Caminando en torno a la

banca) o ¿Cómo podría decir que la mentira es, dependiendo de cómo se le mire, si no la conoce? ¿Cómo podría? (Se detiene frente a ella). Eva: ¡Cómo voy a ver algo que no existe! (Algo molesta) Marco: Me está mintiendo, si existe. (Sentándose desilusionado) Eva: Entonces, si usted sabe que existe, (Enérgica, levantándose y recogiendo sus cosas) ¿Pa que carajos me pregunta a mi? Marco: Yo no sé nada, sólo me pregunto. (Se sienta. Le invita a sentarse con un gesto

de la mano) Por eso le pregunto a usted, señorita, pero parece empeñada en no querer ayudarme. Usted parece saber. (Le ofrece un cigarro) Eva: (Hace un gesto negativo con la mano) La mentira es peligrosa, también. Marco: ¡Uy! No me asuste. (Guardándose los cigarros en el bolsillo). Eva: (Abriendo nuevamente su libro) No lo asusto, lo advierto. (Mirándolo fijamente a

los ojos) Claro que en este país la verdad puede ser más peligrosa. Marco: ¡Epa! Ahora si se puso peliaguda la cosa… (Apagando la colilla del cigarrillo

con la punta del zapato) ¿Por qué me advierte, que va a pasar? Eva: (Mirando en derredor) Lo puede sorprender en cualquier momento. Marco: (Mira igualmente la plaza) ¿La mentira o la verdad? Eva: (Cierra el libro de nuevo y se levanta) Más que todo la mentira. Camine. Marco: (Se levanta y le sigue) ¿En donde esta? (Caminan en dirección norte, como hacia

el Amira De La Rosa, pasando la carrera 46, sobre la calle 53) Eva: Por todas partes. (Abriendo los brazos en un gesto que pretende abarcarlo todo) Mire. Marco: (En voz baja, casi susurrante) La tenemos que encontrar, entonces. Eva: Déjese de pendejadas, (Irritada) ¡a mí no me meta en líos! (Acerca su rostro al de

él, enfáticamente) La mentira es muy astuta y cuando uno la descubre ya es demasiado tarde, ¡zafársele es un cuento! Y le digo…(Alejándose un poco) es mas escurridiza que Pachequito, se mete por todos lados, por donde uno menos se lo imagina, sobre todo en la política; pero no piense lo peor, le puede hacer ganar mucho dinero. (Sonríe) Mucho. Marco: (Excitado) ¿Tan buena es? Eva: (Buscando algo en su bolso de mano) Eso también depende. Marco: ¿De qué? (Parándosele enfrente, impidiéndole el paso) Eva: Deje así… (Evadiéndole y sacando dinero del bolso. Pide agua a un vendedor

ambulante) ¿Quieres?

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Marco: (Recibiéndole la bolsa de agua) Entonces es buena, algo que produzca dinero, debe ser bueno… Eva: (Interrumpiéndole) No, no tanto. (Se sienta en un murito de la calle, invitándole) Cuando la mentira enriquece a unos empobrece a otros: Sobre todo si los unos usan y abusan a los otros para producir dinero… La droga y la política son lo que más rápido dan plata. Prepaguear da algo de plata, también, pero da más si se revuelve con la política o las drogas, o con las dos, porque las dos cosas muchas, muchas veces van juntas. (Le mira como queriendo saber si le sigue en su discurso) Se nutren mutuamente. ¿Qué la política también es una droga? No se puede negar, claro. Un cáncer, mejor, para el país, pero una droga para los que la consumen, ejerciéndola, porque no pueden parar de meterla… ¡Y eso que no se la inyectan! (En voz alta, casi gritando) La mentira no quiere a nadie, ni al mentiroso. (Suspira) A nadie. Marco: (Prendiendo de nuevo un cigarro) ¿Cómo que no quiere a nadie, tiene que tener algún amor? Eva: ¿Cómo? (Dejando a un lado su bolso) ¿Tener? Tiene muchos. Marco: ¿Y entonces? (Se encoge de hombros) Barájamela más despacio. Eva: (Baja la cabeza ocultando un pesar íntimo) Cuando el amor anda en mentiras se divierte, y mucho, aunque toda mentira tiene patas cortas. (Sonríe levantando la

cabeza) Cazcorvas. Marco: (Divertido) Entonces es patuleca la mentira. Eva: (En tono grave) Si es patuleca es gorda, si es gorda es fea, si es fea y gorda y patuleca es abominable. Marco: (Confundido) ¡Que complicada puede ser una mentira! Eva: (Estira la mano pidiéndole el cigarro) Hay mentiras que no se saben cómo empezaron, pero tampoco cómo terminaron o terminarán, pero cuando la gente cree en la mentira, termina creyendo que es verdad. La valida. Marco: (Levantándose) La mentira se pierde, entonces. (Camina de regreso a la plaza,

sobre la calle 53) Eva: (Tratando de no quedarse atrás) Es mejor perderla que encontrarla. (Bajando la

voz) Sino pregúnteles a Lara Bonilla y a Galán. Cuando uno se encuentra con una mentira se da cuenta de la verdad y cuando se encuentra con la verdad uno quiere que sea mentira, porque normalmente duele mucho o da miedo (Alza la voz como

para que la oigan todos los transeúntes) pero hay gente a la que no le duele la mentira como tal, sino que se convierta en verdad, que contamine la realidad, la distorsione y se imponga sobre el inconsciente colectivo, volteándolo como una media. (Enfática) En este país impera la mentira y el mentiroso es rey. Los demás… Marco: (Interrumpiéndola) Me puede decir, entonces, ¿Qué es la mentira?

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Eva: (Lacónica) Lo contrario de la verdad. Marco: (Desilusionado) ¿Así, no más? ¿Me está mamando gallo? (Serio) Me ha mentido todo el tiempo. Eva: ¿Yo? (Molesta) Yo no tengo nada que ver. Usted empezó con esta carajada de la mentira. Marco: (Rodeándola) Usted dijo que era peligrosa. Eva: (Saltando al bulevar de la carrera 46) Yo sólo respondí una pregunta. Marco: (Alcanzando el otro lado de la carrera) Algo oculta. Me está mintiendo… Y, conociéndola como la conozco, no me dice la verdad. O me la dice a medias que es otra de las formas de la mentira. La más común. Eva: (Algo molesta y sorprendida) ¿Conociéndome? Marco: (Tomándola del brazo y mirándola de frente) Si, con todo lo que ha dicho uno se hace a una idea, va entendiendo cosas, ¿no cree? Eva: (Soltándose de la mano de él y alcanzando la banca donde leía su libro) Yo no hablo más. Usted me está enredando. Marco: (Sentándose) Tranquila. ¿Conoce alguna mentira? Eva: Si, muchas, (Suspira) pero sólo me importa una que quizá para usted no tenga importancia. Marco: (Pasando su mano sobre el espaldar de la banca, rodeándole los hombros) ¿Por qué? Cuénteme. Eva: (Tajante) Porque es una mentira muerta. Marco: ¿Y por qué se murió? (Irónico) ¿Le dieron un tiro? Eva: ¡No! (Sonríe) La descubrieron. Las tesas son las que siguen. Marco: Y, ¿a dónde van? Eva: (Abriendo su libro, fingiendo indiferencia) Por ahí, alegrando a la gente. Marco: (Buscándole los ojos con su mirada) Y, ¿cómo puede ser que una mentira alegre a la gente? Eva: (Cerrando el libro y dejándose encontrar por sus ojos) Es que esas mentiras se llaman promesas. Promesas de todo tipo. Marco: (Sin dejar de mirarla) A mí me hicieron una promesa hace poco. Eva: Le mintieron entonces (Sonríe) Marco: (Retirando el brazo de sus hombros y tomándole la mano) ¿Pero quién puede mentir con una promesa? Eva: ¡Todos! (Soltándole) Se miente en lo público y en lo privado, se miente en nombre de Dios y del amor y del estado y de la vida y de la muerte… por cualquier cosa y en cualquier momento. (Levantándose de la banca) Acá hubo un partido que quiso eliminar a otro y este al primero… y todos se valían de mentiras y de mentirosos…

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Marco: ¿Lo hicieron? Eva: No, al final se aliaron, igual que los narcos enemigos y los paras con los militares y los policías con los ladrones y… (En voz alta, hastiada) ¿Qué más quiere que le diga? Marco: Mejor me voy, (Sentencioso) usted es una mentirosa. Chica: Este sabe bien (Señalándose el pecho), pregúnteselo a él, (Afligida) ¿cómo me mintió? Marco: (Asombrado) ¿El corazón? Eva se marcha, en dirección a la calle Murillo, dejándolo con la duda sobre la mentira que tanto la ha marcado. Marco enciende otro cigarro…

A Ludy Yurany

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NICHE* Recuerdo

- acodado en un balcón decadente, agotado, recostado a postigos agrietados de la vieja Cartagena – el polvillo bermejo,

- su espesa película sobre los cuerpos broncíneos - el viento escaso, cálido, el sol violento, la luna metálica sobre las aguas sinuosas, los sonidos del campo, la tarde eterna, la mañana fresca sobre el estero, el canto del mochuelo, del vaquero, el pescador, el machetero, - sus polifonías – zumbidos de insectos, susurros de alas, ranas, peces, plantas. Los perros latiéndoles a las vacas… Vengo de unos ojos oscuros, serenos, a veces melancólicos, de un pelo ondulado, largo, negro, de una sonrisa fresca, frágiles senos chicos, eficientes, fuertes piernas cortas, constantes, discretas, crédulas manos diligentes. Laboriosas. Recuerdo la casa grande y fresca, los mecedores, las columnas cuadradas, el zaguán oscuro y largo de mis primeros fantasmas, la chicha, el bollo, el suero, el queso y la lengua en salsa; el calor, las lágrimas, los besos: Tú latir. Vengo de tus cantos, de tus rezos, vengo de tu llanto, de tu nombre: ¡Madre! *Incluido en la antología Poemas inolvidables de Latin Heritage Foundation, 2011

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CHAMPETESBURGO O dhai dhin na jawani naal chaldi

Inderjeet Hasanpuri – Trafassi: “El Giovanny”

Luego de una cálida, de una sosegada siesta, de sonrientes sueños preñados de danzantes arreboles, despierta uno con el deseo ferviente de hacerse atardecer: ¡El más bello atardecer de los atardeceres! Se despereza uno saltando de su hamaca, calzándose sus abarcas: Baten las alas los pegasos en su muelle, bosteza con uno la virgen en su ciénaga, y, extendiendo los brazos, hendiendo el firmamento, desde La Popa hasta El Cabrero, de Manga a Marbella, acaricia uno al príncipe Benkos insurrecto en Palenque, al padre Claver y a la madre Bernarda en su convento y en su clínica, la luenga y eterna melena de Sierva María sobreviviente a sus demonios. Se emperifolla uno ensayando frente al espejo el meneo y las fragancias, los aceites y los pulimientos de los negros del pie de la popa, sintonizando radio gozambike, su despeluque champetú

/que todo lo troca y estremece, ¡trompadas limpias del Kid y Rocky voceando en un lodazal de bazurto! Bajando el puente de Chambacú, rodeando el guayuco de Catalina, Calamarí, se encuentra uno a Raúl, erótico, fuerte, dios corazón de mango, pescando barracudas, espantando maríamulatas por la media luna, entonando en Getsemaní las coplas del reino errante de García Usta. Se mira uno al fondo del baptisterio de la catedral de Santa Catalina, se ajusta sus zapatos viejos frente a la media mandarina del sol, despeñándose, deshaciéndose en espumarajos acompasados tras las bóvedas, estremeciéndose con el rugido de los tambores que llaman al bembé. Terminando el día, comenzando la noche, atardeciéndose, se mece uno al compás de la verbena y la cumbiamba, en Cartagena de Indias, La Heroica Champetesburgo, de piratas, alcaldes, virreyes y diputados, ¡todos asaltantes!

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CARTAS A MI FUTURO HIJO A Ángela, Luis Alejandro y Robert David.

No sabías bien, al principio, que había sucedido. Estabas cansado, dolorido, somnoliento. Amargado. Habrías dado cualquier cosa para que alguien tuviera la bondad de explicarte qué carajos significaba aquella invasión a tu territorio y la ausencia de tantas cosas, sobre todo su voz, esa voz. La voz. La extrañaba como extrañaba ese tun tuncito que siempre sentía sobre su cabeza y tanto le calmaba igual que esa musiquilla extraña que sentía llegar por las paredes húmedas tres veces al día. No entendías todo lo que ahora tenías a tú alrededor: ¡En donde coños me han metido! Un tipo flaco, más bien bajo, melenudo, te miraba con cara de descubrir el universo y encontrar, a la vez, todas las respuestas, mientras te acomodaba en sus antebrazos… tembloroso, jadeante… ¡maravillado! Está bien, está bien, ya se me estaba quedando bastante pequeño el espacio y no puedo negar que estaba dando muchas vueltas últimamente incluso llegaba a dar la impresión como si ya quisiera irme, como si estuviera incómodo, aburrido, cansado, pero no era cierto: Por qué no logran entender que ahí se siente uno tan bien y que ahora eres como un extraño, un extranjero, más bien, en tu propia tierra, que es lo peor y no entiendes nada, pero ¡nada, carajo! Le duele la garganta, un poco, luego de tanto gritar sin lograr que nadie le atendiera. Dónde andará la voz, mamá dónde te has metido y por qué me has dejado sin ti en medio de esta caterva de locos, esta manada de mariposas blancas que no tienen nido ni flores sino un sol como prestado sobre las cabezas, con una luz entre blanca y azul y patas metálicas que abalanzan sobre no sé qué cosa llena de botones y tubos y cables, porque no me dejaste siquiera la música de los caracoles que revientan en tu risa y las manos ásperas que me correteaban entre tus costillas. Aún no aprende a manejar bien sus ojos, pero se mira en medio de un espacio extraño y mira los bultos oscuros detrás de sus pestañotas de burro chiquito sin lograr reconocer a nadie, ni a sí mismo. Te sientes patalear, retorcerte y uno de esos bultos oscuros e informes que le restriega con algo húmedo y suave, pero frío por las costillas blandengues: Te voltea y vuelve a voltearte, diciendo cosas que no entiendes y hoy no puedes acordarte y nada de esto te hace ninguna gracia y quisieras golpearle, escupirle, defenderte, pero no sabes cómo hacerlo y por un momento comienza a pensar que está muerto y se desespera: Lloras. ¿Y la voz? Todo está frio, ¡Qué horrible! Y esa luz blanca, tan blanca, reluciente, te fastidia mucho. Parece cortarte los ojos recién estrenados y aún no tan abiertos. Aquél señor, el mismo flaco de antes te hace ver las cosas, ahora, de una manera distinta:

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Le levanta sobre su cabeza y le dice cosas con voz protectora y cálida. Te tranquilizas. ¡Qué alivio! No es la voz la que le habla, pero es como si lo fuera, es como si también te hubiera hablado desde que eras un montoncito de carne sin pies ni cabeza, tampoco es el tun tuncito de siempre, pero le invade una sensación familiarmente agradabilísima y empieza a dormirse lentamente.

* En el principio, antes de que fueras el milagro, ya te presentía. Te formaba en mis pensamientos, en mis deseos, en mis miedos, mis trasnochos, en mis angustias y mis alegrías… En mis sueños: Haciéndote parte de la cotidianidad, a veces convulsa, de mis realidades. Te fui materializando, pequeño, poco poquito a poco, palmo a palmo, desde las entrañas mismas hasta el último pelo, desde el ronquido más tenue y el balbuceo más tierno, hasta la uña más pequeñitíca, desde los puntos y las comas de tus caprichos angustiosos y tus pataletas altisonantes… ¡hasta la sinfonía impredecible de tus hormonas! Eras de madera, a veces, otras de barro… hasta que al fin quise hacerte de yuca, y tal vez un poco de maíz y un poco de mango, de naranja… pero no sabía cómo hacerlo… Empecé pensando tus células, las complejas células que formarían tus ojos serenos y tu piel broncínea y tú pelo negro de caribeño nostálgico y mamagallista: Tierno, sincero. Parrandero. No era fácil. Aún antes había que empezar a cortar y pegar, a coser y añadir, a medir y apretujar, quarks y electrones y átomos y moléculas hasta conseguir una proteína: Ya sabrás que las proteínas son los ladrillos con los que estamos hechos los vivos y que el carbono fue la arcilla con que las moldearon. En fin, después había que ir escalonando y espiralando el ADN, más tardecito amasar y amontonar genes, barajar sus codificaciones angustiantes y ¡por fin! las células: Esa es la unidad básica constitutiva de la vida, como la familia de la sociedad, aunque otras partes las conformen a su vez. Los huevos, a propósito, son las células más grandes y las únicas que se pueden ver a simple vista. Luego el esfuerzo se encaminó en lograr que estas muchachas crecieran, se multiplicaran y juntaran. Después que aprendieran: Ustedes respiran, con calma, de a poco, para que no se ahoguen. Ustedes miran, primero a la sombra, luego aumentando luminosidad, ustedes oyen, las de allá sienten, ustedes saborean. ¡Hey! Ustedes, ¡las de allá! Estas reciben luz, estas electricidad, aquellas dolor, las de más allá temperatura, las de por acá leen, ustedes cantan, las de acasito pintan… ya te imaginarás el lío de células que se fue armando, todas bochinchosas e inquietas,

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como tú, y nos tocó amontonarlas por el parecido y organizarlas por equipos, por una cierta afinidad complicada a veces de explicar y demostrar, como en el fútbol o en el béisbol y hasta en el dominó: Digo nos tocó porque no estaba solo. Dios estaba conmigo, como ahora, y fue él mismo ese que te habló al oído poco antes de que te dieran tu primera nalgada bajo una luz cortante y prestada el día que nos tocó mandarte a traer a este mundo. También estaba tu mami, una mujer de acero forjado y hojas de trinitaria: Pequeña, tenaz, dulce, metódica, disciplinada. Tajante. Ella será tu primer amor y la vara con que medirás los posteriores. En ese entonces empezamos a formar los tuétanos y los cartílagos y luego a sondear las cañerías por donde fluirían tu sangre y tú linfa, a tender y a empalmar los cables eléctricos de tus entrañas; después armamos el motorcito con ritmo de tambor que llevas en el pecho y la máquina devoradora que guardas en el vientre. Complicadas las bolsitas y los tubos de los suspiros y los sorprendentes lentes de los mil colores, pero lo más difícil fue ensamblar y configurar la súper computadora que tienes en la cabezota. ¡Es mágica! sorprendente, incomprensible, sobrecogedora. Fenomenal. Soy tu papá, como ya habrás podido aprenderlo y espero que aún no a lamentarlo. No te quiero hablar mucho de mí, pero será inevitable pequeñín para poder entendernos, aunque no siempre será fácil, te advierto. Nada fácil.

* En el principio, antes de haberte sentido cansado, dolorido, somnoliento, amargado, habías empezado a sentir que todo se te movía alrededor, contrayéndose fuerte y rítmicamente, como en una erupción. Esas no podían ser las cosquillas de cuando la voz le cantaba, no, no, no, ni cuando se sentían las percusiones sobre la carnosidad de las paredes húmedas, porque siempre sentía era como que le venían persiguiendo: Se encaramaba, se retorcía, se calmaban, a veces volvían y lo chuzaban tocándole ora una costillita, ora la cabecita o la pancita y luego, casi siempre, venían unos sonidos agudos y alegrísimos que poco a poco se iban apagando, haciendo más suaves y más lentos y la voz se hacía casi inaudible y las caricias en la cúpula carnosa que le cubría también iban diluyéndose con la música. Escuchaste gemidos viniendo de donde siempre venían la voz y su canto y las caricias se tornaron incómodas, frenéticas en ocasiones, y oíste llanto en algunos momentos mientras sentías como la angustia te correteaba en tu reino. Vio la luz sin saber que era luz, allá abajo, en el fondo, y luego subiendo en una línea delgada que se venía ensanchando y aproximando como un animal informe, sintió el frío como una cachetada seca y luego, cuando un bulto negro y grande lo cogió por las piernas, como unas puñaladas en sus

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pulmoncitos, cuando al fin pudiste tragar aire, el primer bocado de este aire viciado que te hemos heredado en mitad de la segunda década del primer siglo del tercer milenio, pequeño. Lloraste, como lloran los hombres, pero pronto aprenderías a sonreír.

* Vivimos en un mundo que está hecho de los mismos materiales que nosotros, al igual que las estrellas: Este mundo comenzó hace añales y todavía sigue desarrollándose… Corrijo: Este universo. Después vinieron la vía láctea, nuestra galaxia, y luego nuestro sistema solar. Finalmente apareció la Tierra: Una gotita de agua en el océano del universo y el planeta donde nos tocó vivir. Es muy posible que haya vida en otros (Quizá sea mejor seguir con la duda) y nos correspondiera este, por eso digo nos tocó: Al nuestro lo llamamos El planeta azul, un planeta no muy grande la verdad, con un clima más bien templado de manera general, agradabilísimo comparado con el de sus vecinos, aunque puntualmente va desde los fríos más terribles y angustiantes hasta los calores más sofocantes y siniestros que te puedas imaginar, pasando por todos sus matices: Con los tres cuartos de su peso en mera agua, como tú y yo - sin ese líquido no podemos sobrevivir, como ya has venido descubriendo -, cinco continentes disímiles en lo humano y lo divino y más guerras que países, cosa que en sí misma es ya una barbaridad… Vivimos en un mundo complicado, hermoso, caótico, apasionante, indomable, conmovedor, atemorizante. Perfecto. Naciste en el continente de la esperanza, el adolescente de la civilización occidental, que no tuvo derecho a hacer lo que le viniera en gana y le obligaron a ser reflejo, ¡debiendo ser luz! El ombligo del mundo (Esto, precisamente, traduce la palabra México): Nos encontraron por accidente, por azar, cuando trataban de ahorrarse un tiempo y unos impuestos para comprar chucherías por el Asia menor, partiendo del punto de que la tierra era redonda y podíamos llegar al mismo punto en sentido contrario: Así era y es, en efecto, y Colón pudo haber llegado a las Indias al contrario de cómo lo hacían siempre, pero Guanahaní dijo ¡presente! Y aparecimos en la escena del mundo: Nos les atravesamos de golpe, como un espanto, mejor, como un trozo de madera en mitad de la mar después de un naufragio, de la nada desesperante del Atlántico norte, y nos perdimos para siempre… Nos saquearon hasta el cansancio, ¡Hoy día sólo cambian los nombres! Asesinaron a nuestros aborígenes, traficaron vulgarmente con nuestros hermanos africanos: Nos impusieron un idioma, el más poético de todos, que ya es mucho decir, unas costumbres, una religión, extraños todos e incompatibles en esencia con nuestra inocencia primaria y nos reprimieron violentamente ¡como a unos burros y a unos perros! Y aún lo siguen haciendo…

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Desde entonces somos una telaraña, un sancocho indescifrable de razas y culturas a la que deberíamos llamar afroarabigolatinoamericana o algo así, para ser un poco más justos, sólo un poco más justos con todos nuestros Ancestros pequeñín, ya aprenderás… Estamos en la esquina superior izquierda de la parte sur de América. En el único país del planeta azul con dos mares y tres cordilleras, entre otras cosas más… nuestra Colombia querida y golpeada, chiquilín, la de las mariposas amarillas, Pambe, Cochice, Juan Valdez, Patarroyo, Hakim, Llinás, Cuero, Gabo, Botero, Obregón, Osos con anteojos, vallenatos que no nadan pero bailan y cantan, escarabajos que montan bicicleta… y la violencia desmadrada… Este es el país de los contrastes. Tenemos un rinconcito del Amazonas, la selva más grande y despampanante del mundo, pegadito a la inmensa llanura oriental de la Orinoquía, abajito de las faldas de la serranía de la Macarena y los Andes magníficos de los nevados del Ruiz, el Cumbal y el Azufral: El volcán del Ruiz fue el que se tragó de una sola bocanada a Armero en mil novecientosochentaycinco, despuesito de que yo naciera y el M-19 se tomara el Palacio de Justicia: Aún hoy no hemos podido darle vuelta a la página de este infame capítulo de nuestra historia: No sabemos bien, siquiera, que fue lo que pasó ese desafortunado miércoles novembrino… Del otro lado de las cordilleras, luego de los fértiles valles del Cauca y el Magdalena, tenemos la lluviosa y asfixiante región Pacífica: ¡Por ahí sólo deja de llover dos o tres días al año! Más arriba nos encontramos con los ecosistemas anfibios tropicales al lado de la Sierra Nevada explayados hasta el golfo de Morrosquillo, después de los montes de María, antes de llegar a la árida y fascinante Guajira. Esta región es la nuestra: La tierra del bollo ´e yuca, de angelito y plátano, de la mazamorra, del mote, la butifarra, del arroz de liza o de coco y el cabrito, del sancocho de todas las carnes posibles, de la cocada, la polvorosa, el diabolín, la arropilla, de la butifarra, el enyucado, la boronía, el friche, la diosa coronada, la mojana, la luz de sabayo, la llorona loca, el cóndor legendario, las tristezas del alma, El flecha, El pachanga, Abraham al humor, la pequeña suite y la opera del mondongo, del hombre caimán, los indios mansos y farotos: Arawaks, Koguis, Zenúes y Wayúus. De la tamaca, el caimito, la curumuta y el mamey, la de María Varilla, Pola Becté, Manaure, Barú, Taganga, Puerto escondio, Hurtado, Isla Salamanca, la Macuira, la hamaca grande, el sombrero vueltiao y el concha ´e jobo, las abarcas y los viajes medidos por tabacos, no kilómetros, jajaja!… Somos Caribes, pequeño, por ascendencia, nacimiento y costumbres: Tenemos más cosas en común con cualquier habitante de la más remota de las incontables islas

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de este mar inmenso y entrañable que con nuestros paisanos de la zona andina, pacífica o de los llanos y las selvas del sur: Por esta región, siendo desplazados por los temidos Caribes en su primera invasión, anduvieron los Chimilas (palabra que significa muchedumbre), raza aborigen cuya gran nación se extendía desde la misma Sierra Nevada entre los ríos San Sebastián y Ariguaní, hasta la margen derecha del río grande de la Magdalena, la arteria fluvial principal de nuestra tierra: Eran monoteístas esos abuelos remotos, su dios todopoderoso era Narayajna cuyo representante era el cacique. Eran una nación Chibcha, temida por los colonos que subían a contracorriente el río buscando el interior del país, sobre todo los ubicados en el País o comarca de Pocabuy, cuya capital quedaba en Venero, una pintoresca población rural frente a la puntica o Santa Teresita, el pueblecito donde tus abuelos tenían una parcela para criar pollos, peces, flores, verduras, sueños y ser felices de la manera más armónica y sencilla posible frente a la ciénaga de la rinconada, en Guamal, por supuesto, la tierra de tus ancestros: Indios bravos, parranderos empedernidos, chiquiticos y morenos, como nosotros, musicales, fueron los que se inventaron la Cumbia, la madre de nuestros bailes típicos en un compás sincopado, telúrico y sensual de dos por dos. La guacharaca, un instrumento idiófono de fricción, común hoy día a todos nuestros aires folclóricos se la debemos a ellos, además de varias clases de pitos y flautas de diversas cañas: Eran unos magos con las gaitas, como Yeyo y Toño Fernández, los de las Mañanitas de diciembre y la Malla; místicos y cuenteros, también, como tú y yo. Mamagallistas.

* Va a nacer, me dijo una voz presurosa desde el otro lado del teléfono, como si me descubriera el mundo o si me revelara un secreto. Sonreí. Ya lo presentía, ya te presentía, como cuando murió papá Juan, tu tatarabuelo materno, el que tocaba su redoblante en un extremo de la ciénaga, por Murillo y tu tatarabuela le reconocía el toque sentada en María Antonia, al otro extremo, pastoreándose el calor espeso con un abanico de palma amarga: Ese es Juan, decía fumándose su eterno cigarro. No sé cómo hizo papá Juan, ni si lo hizo también con los demás y si no, porque me eligió a mí, pero algo, a cientos de kilómetros no me dejaba y me mantuvo viviendo su lento apagamiento, su agonía silenciosa, hasta el último momento, ardiendo en fiebre, revolcándome sobre mí mismo, con un dolor punzante en el bajo vientre, hasta que algo tronó como yuca y se me empezó a deshacer en las entrañas, tendiéndome entre dos aguas. Me fui durmiendo lento, lento, hasta que no tuve más lágrimas por esa noche. Ya yo sabía, respondí a tu tío cuando me contó, y sentí un alivio porque había descansado. ¡Fueron ciento tres años! Así te presentí, con la claridad y la potencia estruendosa de un rayo y la tersura

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refrescante del rocío sobre una cayena recién abierta, cuando ya no sabías como seguirte quedando en la pancita de mama, ¡ya no cabías! pero todo era tan cómodo para ti que parecía no querías mudarte y menos para estos lares. Me tenías al borde de la locura. Fue la primera vez que medimos nuestras fuerzas, más bien, nuestras terquedades. Por primera vez en tu vida no te calmaban mis palabras ni las músicas que te he puesto a escuchar desde que supe que existías: ¡Ni siquiera los sonidos del mar que tanto nos gustan! Mamita me apretujaba la mano y te acariciaba debajo de su ombligo, tranquilícense, decía, pero el dolor era muy fuerte, cuando venía, y mamá por un momento se olvidaba de sonreír nerviosamente y me clavaba las uñas en las muñecas o en la espalda, junto al cuello de la camisa, hasta que le administraron algún tipo de calmante que suavizó sus gestos y las embestidas repentinas del dolor y hasta a ti te tranquilizó, gracias a Dios. Me vi rodeado de pronto por batas blancas bulliciosas, diligentes y distantes, casi todas me ignoraban en ese momento, pero una extendió una mano morena y sedante que me apartó de tu lado y me sembró en una salita de esperas, tibia, tenue y no muy grande a decir verdad. Sus ojos dijeron: Espere, y obedecí sin rechistar. Luego, como por encanto, se perdió el murmullo de batas empujándolos tras una puerta metálica, dejándome hundido en mis pensamientos: Trataba de orar pequeño – todavía no sé cómo te llamarás, mami dice que te llamarás asío o asao y no he encontrado forma de convencerla de que te llame como yo y tu abuelo, mucho menos como alguno de tus bisabuelos o tus tatarabuelos. Te llamaré como un famoso músico, seguro, como un rey o tal vez un profeta-, pero no era fácil hacerlo ordenadamente, recurriendo a todos los santos habidos y por haber, sobre todo a la virgen del Carmen, la patrona de nuestro pueblo; digo nuestro porque la mayoría de tus muertos están allí, en Guamal, y uno es de donde tiene sus muertos hijo: Además, muchos de los recuerdos y los miedos hereditarios que te determinarán en tu desarrollo están arraigados allá, así nunca vivas más de dos meses seguidos por esas tierras cálidas, coloradas, polvorientas y abandonadas por el estado y muchos de sus hijos: Esa es la tierra de la pata pelá y de la Marialuisa, de la Banda Once de Enero de Murillo con la que papá Juan amenizaba carnavales, matrimonios y fiestas patronales por toda la comarca y de la que salió el primo Indalecio hacia los Corraleros de Majagual, la del maestro Julio Erazo, uno de los compositores más prolíficos y completos de este país junto a los maestro Barros, Morales y Ochoa, la de Jimmy Zambrano, el famoso acordeonero, familia tuya también, la de los Ávila Martínez, hijos del señor Rafael Chito, artistas plásticos excelsos, herederos de un autodidacta que me ha conmovido con sus Marchas para la Semana Santa… únicas obras que creo conocerle. El mismo País de Pocabuy que el doctor Gnecco documentó en sus escritos difíciles de rastrear, la de los asaltantes

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del primer avión secuestrado en este lado del mundo: El HK – 101, por eso nos llaman robaviones…

* A mi hermano – tal vez se llamaba Gabriel o José, quizá Joaquín -, que no conocí, le traje un carrito de cuerdas color vino tinto, ruedas anchas y ásperas, como para rally, lámparas enormes en la delantera y unas ventanas oscuras y endebles poco antes de la guerra del golfo: Pasé los días largos y aburridos de la guerra en cama, sancochándome en una fiebre caprichosa y altanera, oportuna para presenciar en directo, por CNN, los juegos pirotécnicos y la polvareda de la operación tormenta del desierto, con la cual se hizo retroceder al ejército iraquí de tierras kuwaitíes, sin entender mucho lo que pasaba y recordando los planes de juegos y niñerías con el hermano perdido en los laberintos del vientre materno y de la realidad difícil donde lo esperaba. Después de él vino Ángela, la inesperada chicuela convertida luego en la luz de nuestros ojos y tu niñera favorita: Terminó de aprender sus secretos de futura madre, alisándose el pelo largo y hermoso, mientras te cambiaba pañales como antes a sus muñecas de trapo y enseñaba los primeros acordes en su vieja pianola a tu primo Luis Alejandro: El gigantón bullicioso que te ha estado enseñando a jugar fútbol en la calle y el Xbox. Varias veces que te le hiciste encima a tu tía y ahora que ya te sientes hombrecito e independiente ni te acordarás. Cuando me revolcaba en la cama angosta y rígida de las fiebres de la guerra imaginaba a mi hermanito a mi lado, tirándome encima el carrito escogido con todo el cariño inocente y la emoción desbordada de los primeros siete años, pero enseguida se me dispersaban con la ventisca de la noticia las nubes tibias y refulgentes de los sueños: Aún recuerdo la mirada sin fondo de la abuela Niche, mi vieja, sentada en una esquina de la cama de sus amores y angustias, la misma donde reza el rosario diariamente, despetalándose los rizos del pelo, enhebrando una apretada trenza negra que destejía y volvía a tejer, cuando nos dio la noticia de su perdida y sentí que se me arrancaba algo en el fondo, donde dicen que queda el alma, y se me amontonaba en la garganta y los ojos: Sus palabras me cayeron como un escupitajo en el rostro. Lloré. No sé si con rabia o con angustia, no sé ni porqué, pero clavé el rostro en el colchón de los saltos clandestinos que nos acompañaba desde Caracas y bañé el carrito de cuerdas antes de apretarlo contra mi pecho acezante, enroscado como un caracol en el regazo impotente de mi madre. No recuerdo que dijo papá ni que líneas se dibujaron en su rostro: Tu abuelo Pili es un hombre difícil, a veces, e imagino que debía tratar de guardar compostura para dar fuerza a su mujer y sus hijos. Menuda tarea. Ahora lo vuelvo a ver de espaldas a mi madre, mirando a ninguna parte, traspasando la pared del cuarto mientras cargaba a tu tío David Alejandro, de unos cuatro años entonces. Amé a mi

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hermanito en el brillo de los ojos de mamá, en las ropas diminutas y suaves que le bordaba con esmero y ansiedad, en las canciones de cuna que balbuceaba mientras cocinaba o tendía la ropa, en las pataditas que buscaba en el vientre de mami - creía que sería igual de inquieto que David -, y en la risa que me causaba verla mover el abdomen como bailarina de Arabia. Lo amé en el empeño y la laboriosidad de papá, en los pasatiempos y en los dulces traídos en sus numerosos viajes, siempre guardaba unos para el hermanito que se avecinaba, en las disputas secretas con tu tío a ver quien lo cargaría primero. Lo imaginé cabalgando en las piernas y reír a carcajadas cuando papá lo rozara con su barba filuda y su aliento de campesino estudiado: El abuelo Pili en verdad puede ser citadino o pueblerino, a él le da igual. Nacido en el pueblito más viejo y largo de la costa: El de las siete iglesias y los marqueses, criado entre un desorden de burros, arrieros, vacas, chivos y bultos de maíz, fríjol y ajonjolí, con disciplina marcial y escasez de las aventuras propias de la infancia, educado en un colegio aristocrático de la engreída Cartagena y vuelto por decisión propia, con ternura y pericia, a labrar y consentir la tierra por donde el sol se le mete hasta el alma y la brisa refrescante le desordena el pelo de indio desconfiado cada amanecer luminoso y aromado frente a la ciénaga de sus sueños. A mi hermano lo imaginé alto un día de estos, fornido, valiente y locuaz desde sus primeros años. Soñé con enseñarle secretos de la biblioteca familiar, tan grande que a veces me asustaba, hasta diluirse en una veintena de volúmenes de la enciclopedia Barsa y la Cumbre, varios manuales de medicina interna y general, dos vademécum tan viejos como el polvo y unas revistas de armas y aviones de mi tío Pom. Pensé mostrarle los mismos dibujos multicolores donde conocí cíclopes, argonautas, medusas, faraones, zares, emperadores, pirámides, torres, puentes, guepardos, ligres, estrechos, asesinos seriales, flores, detectives infalibles, gusanos, intestinos, prismas y octaedros. A veces lo recuerdo con tristeza y no entiendo como pude y puedo amarlo sin llegar siquiera a sentirlo bajo las batas de mamá: Hubiera rabiado con sus travesuras o sonreído y corrido a protegerlo o esconderle cuando no quisiera que le pasara algo malo, habríamos saltado de ramas de nísperos, naranjos, marañones o guayabos y nos hubiéramos revolcado como unos lechones en un lodazal de sonrisas abriéndoles pequeños canales a los árboles del patio, imaginándolos trincheras de una batalla sin tiros y donde los caídos de pronto saltan de nuevo planeando una emboscada de azahares y terroncitos y luego un ancho río difícil de embalsar a pesar de la pericia de los bogas y el calado de las embarcaciones, a medida que papá los fuera llenando. Le hubiera confiado mis secretos de hermano mayor, sé que me habría alcahueteado cuando, dando una vuelta por ahí, me distrajera hablando atontado con la niña que entonces me gustara y le cambiaría su silencio

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por otra vuelta en moto o cicla y un raspao enorme o una coca cola y una empanada donde Juaco. Era una parte de mí y sé que él también me amó a pesar de que no pudimos disfrutarnos como quisimos, me lo ha dicho cuando ha venido a sentarse al borde de mi cama, junto a mis pies, velando mi sueño y sé que va a estar contigo cuando yo no pueda permanecer a tu lado. Lo reconocerás sin sobresaltos, es tu sangre y esa jamás engaña pequeño. Seguro su alma era tan perfecta que sólo necesitó medio materializarse para completar esta parte del ciclo y volver donde el Gran Hacedor, a gozar del privilegio de su contemplación. Ahora se está sonriendo mientras te escribo estas cosas, al lado de Luisa Margarita, la primita que tampoco conociste y que falleció hace poco, de un síndrome extraño, de un tal Reyé, que nos la arrebató cuando apenas empezaba a florecer: Recién llegaba de un doble turno de trabajo y trataba de pescar el sueño esquivo cuando me soltaron la noticia de un tajo: Se murió la nena, marica… Le había iniciado con unas fiebres inexplicables que no cedieron a ningún artificio y se transformaron en unas nauseas incontrolables, que se la fueron llevando en sus arcadas fulminantes. Nada pudieron hacer, sólo dilatar su triste partida. Me estremecí: Ni siquiera pude llorar. Traté de asimilar la noticia con un vaso de agua y un par de trompadas a las paredes peladas, mientras telefoneaba para sacarme el tarugo que se me desbordaba por la garganta y tramitaba un permiso laboral. El viaje más largo de mi vida, fue el viaje de esa tarde a Cartagena: Parecía que la hubieran rodado de puesto en medio de nuestra desolación: El carmesí del sol volvía a ocultarse detrás de las casonas del centro amurallado, resbalándose sobre el cerro de la popa, hasta descansar en el mar inmensurable y eterno. La muerte se me plantó en los ojos de mi tía Ana, retándome a verla sobre una mesa de laboratorio, llevarla al ataúd y acompañarla en su largo retorno hasta el pueblo y despedirla en el mausoleo familiar, dibujando mi cariño en el cemento fresco de su tumba: Aún hoy día me sigue rondando, con los sonidos que trajo a nuestros oídos, las lágrimas que puso en nuestros ojos y una tristeza en el alma que sólo logra aliviarse cuando recuerdo su bella sonrisa, sus ademanes de princesa y veo juguetear a su sobrina Luisa Daniela. Hermosa.

* ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde el principio? Desde que empezaste a formarte, minúsculamente, ojo por ojo y diente por diente?, e incluso ya te formábamos desde antes hijo mío, por completo, en mis sueños de niña consentida, amasando los pensamientos de tierra que después le vendía a mis hermanos como los postres más ricos de este y de todos los mundos, rumiándolos dulcemente cuando empecé a dejar de pedir dulces porque ángeles somos del cielo venimos, que vergüenza, yo ya con estas téticas con las que te alimenté tanto brotándome

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como dos limoncitos y jugando a la lleva al ¡triqui, triqui, triqui tran¡ Cuanto tiempo, pequeño, en ese incontenible caos del cual fuiste apareciendo, poco poquito a poco, a la par de las náuseas recurrentes de tu mami linda de mis amores, sus antojos desquiciantes y la hinchazón de su pancita de tu santo reino antes de llegar a este mundo. Hace cuantos años hoy nos atrevimos a darte cabida como un juego, un juguete nuevo de niños, como un buscarme a escondidas en los dobladillos de mi intimidad infranqueable de impúber debutante, en la sorpresa de sangre mami, corre mami, que me muero, hay que pena que se me manchó la panta… leta, como un temor tantas otras veces disipado a veces con un artífico de droguería y otras con auxilios celestiales, al fin, como una dulce y añorada noticia, mi negra de mi alma mía: Al fin ha llegado el tiempo de conocerte, pequeñín, pero tú quieres tomarte tu tiempo: ¡Hey¡ Oigan… Hey, se está saliendo el líquido, cierren esa puerta, madre mía que me tienes guardado en tu vientre, donde te has metido ahora que quieren matarme, carajo, antes de haberme parido, que es lo que pasas que ya no me arrullas ni me acaricias bajo tu panza: ¿Y eso, esa manguera qué es? ¿Y esas tijeras, y esas pinzas? ¡Aguanten¡ Ese era un movimiento mecánico, calculado, como lo son muchas cosas en este mundo que recién estrenas y recién te estrena: Lastimosamente irás aprendiendo esta verdad tan triste al ir perdiendo el asombro, cuando sepas claramente el color que tienen los colores y distingas el sabor que tienen los sabores y le hayas inventado una explicación a cada cosa que no puedas entender mientras te vayas poniendo viejo en tu cuerpo de niño y se te olvide que la felicidad es una manera de vivir la vida no lo que esperas tener y conseguir cuando estés cansado, tullido e inservible y hayas malgastado tu vida persiguiendo fantasmas mezquinos. Al fin la voz, mi voz, hijo, tu voz madre mía de mi garganta desgañitada, la voz de siempre, carajo, pero por qué se demoró tanto en volver y qué es esto, esta cosa donde me han metido ahora tan esponjocita y suavecita, como huele de rico y no está mojada, pero se oye rara tu voz, madre, como que acabas de despertarte mientras yo tratando de darme con el monstruo ese de ocho patas con tijeras y pinzas y tubos y el sol prestado, porque te oyes así, no te acabas de despertar del todo cuando ya casi debiéramos ir a dormirnos o es que tienes mucha pereza, no te entiendo, pero no importa, de todas formas, con la lengua envolatada, te sientes como cuando todavía estaba allá en mi reino húmedo y pegajoso y no aquí, que no sé ni que es esto ni a dónde me llevan ni si me llevan contigo y si nos llevarán la música que tanto nos gusta y nos hace dormirnos, madre. Nadie comprenderá el misterio, el asombro de esos ojos radiantes, cafés profundos, fijos, que te buscaban reconociéndote en tu desnudez de animal pensante, queriendo abarcarte en tu fragilidad de mono lampiño, como comprendiéndote sin poder explicarte y queriendo abrazarte sin lograrlo en su

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perplejidad acezante. Eran los de tu padre. Yo. No lo has notado y quizá no notes nunca que quedó atrapado a tus caprichos y necesidades apenas empuñaste su dedo con tu manita temblorosa y fue el hombre más feliz del mundo cuando susurraste cualquier cosa poco después de tu primera sonrisa y muchos llantos: La primera bocanada de aire siempre duele, muchacho, ese es el precio del milagro. Tu madre, la madre mía de mis ojitos encandilados y mis nalguitas engarrotadas de frío es bella, celosa, penosa y risueña, como una cascada, robusta como la voz diáfana que te arrulla y envuelve desde sus entrañas. Yo soy el de las cosquillas, el que le pasaba su barba rasposa sobre la barriga, correteándote en tu reino liquido, el de la música aguda y sabrosona y el mismo que te levantó sobre su cabezota en el cuartito de la clínica, reparándote, respirándote, sonriéndote en la ceremonia del encuentro y mis lagrimas incontenibles bañaban mi rostro, hijo mío de mis trasnochos y mis cansancios, de mis miedos y mis angustias, de mis esperanzas diarias y mis alegrías, recuerdas, allá donde te restregaron con un trapo frío para limpiarte, recuerdas cuando al fin nos encontramos, el bulto negro, la luz brillante: Bienvenido, ¡eres el milagro¡

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BAILE Bailar, pequeño, es todo un ritual, una transposición ceremoniosa que llega a remplazar - o continuar - otras suertes en busca de pescar al ser deseado o amado: Es una de esas señas que aún podemos encontrar de nuestro pasado animal, donde, a falta de plumajes coloridos un día usamos espejuelos para enfocar un rayo de sol sobre la niña que nos gusta, esperando ser encandilados por el rayo de su espejo segundos antes de serlo por su sonrisa o a falta de ronroneos cautivantes nos armamos de piedrecillas dirigidas a uno u otro ventanal o mandamos una mariposa con el susurro de nuestros suspiros entre sus alas, a esa misma ventana, o nos robamos una flor y unas palabras garabateadas en un pequeño papel que quizá nunca llegaron a leer… o guardaron en el talle en medio de la guerra y a él se aferraron en el instante de la muerte o por él encontraron la ruta de salida al resentimiento, al luto, a la amargura y al dolor: El baile, pequeñín, es la ceremonia del encuentro, regularmente, la extensión vertical de un deseo horizontal: descarado o velado, tierno o apasionado, salvaje en ocasiones, pero siempre sobrecogedor, trascendente: Vital. Inicia con los acordes que musicalizan una letra de algún gran poeta popular: La Voe, Leandro Díaz… en ocasiones Gardel, para unos Matamoros, Blades y Manzanero… El baile puede, entonces, iniciar con un poema cantado por Rafael Orozco: Un negro nubarrón se alza en el cielo, ya se

aproxima una fuerte tormenta, ya llega la mujer que yo más quiero, por la que me desespero

y hasta pierdo la cabeza… ¿Qué importa que no seas un experto bailarín? Déjate llevar y aunque quizá te critiquen o se burlen en sus adentros, siempre habrá quien esté dispuesto a enseñarte, a soportar unos pisotones y unos tropiezos, a guiarte y verás qué fácil es aprender… Cuando descifres el código del cabeceo y la sonrisa; del gesto, galante a veces, desparpajado otras, de la invitación y el rechazo o la aceptación habrás entrado a la ceremonia del galanteo de los animales en busca de pareja y apareo: Sólo que el baile funciona como un horno microondas muchas de las veces: Pero en mitad de la pista, en medio de otras ceremonias paralelas en repetición innumerable, como en un juego de espejos, amacizados, los bailarines parecen una sola persona, como en la cópula, que diluye las fronteras de los cuerpos y las respiraciones: Ella me pasó los brazos por el cuello, pa, y se apretó contra mi cuerpo. Él, alucinado, como en trance, ¡me abrazó por la cintura, nena! Se deslizaron por la pista, levitando cadenciosamente, con los ojos cerrados, al ritmo lento que ofrecen la caja, la guacharaca, el bajo, las congas, el acordeón y la voz de Rafael. Las caderas de la pareja se contonean delicadamente: Sentía sus piernas, la erección que tenía, el calor de su piel pegada a mi piel. Sentía su sudor bajando entre sus senos y girar en torno a su ombligo, su perfume leve, delicado, las

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caricias de su pelo negro en mis mejillas y su mano bajándome por la espalda. Los pies de la pareja se movían con sutileza, armónicamente, yendo y viniendo atrapadas por la música y la electricidad de sus vellosidades erizadas, imposibles de ocultar, dibujando una espiral o un zigzag sobre la pista, infinita para ellos. Amacizados, en mitad de la pista, se besaban. Al final de la última canción de la noche, la pareja se detiene a mirarse a los ojos, substraídos del universo circundante, inmersos en su propia burbuja de espacio – tiempo: Tienen el cuerpo entero empapado de sudor y una sonrisa en la cara: Se vuelven a besar, con fruición: Tú lengua de fuego que me incendia, morena, tú lengua que ha dejado a un lado los pudores, tú lengua que electriza mis entrañas y me desvanece, como un manjar en tu boca: Un largo y apasionado beso como nunca me lo habían dado, amiga, un beso que ocupó toda la noche. Luego se abrazaron con fuerza, con las almas, rosándose amorosamente, y se miraron de nuevo a los ojos, refulgentes, translúcidos, soles de medio día… Este es el momento en que uno se vuelve poeta, hijo, cuando se fija esa mirada en el fondo de uno mismo, para que nunca se nos olvide y vuelva cada noche a la orilla de nuestro lecho o nos salte a la cara al abrir el refrigerador y nos guiñe un ojo desde el fondo de un palto de sopa: Es el momento cuando no nos importa si el techo se derrumba sobre nosotros o el resto del mundo se desbarata como galleta de soda: Es el momento en que se nos agolpa el ardor del verano en el corazón y se nos estremecen los cuerpos maduros ya, rebosantes, listos para ser acariciados…

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JULIAN, EL GUAMALERO Suena la sirena,

sopla ciclón bananero…

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Salió al aire libre - pisando por primera vez esa tierra que podía tenerlo todo - luego de las extenuantes siete horas de viaje y la ráfaga destellante del sol del medio día lo encegueció por unos segundos: Sintió como se le cubría el cuerpo de sudor a pesar de la brisa que bajaba de la Sierra: Su cuello aún cargado de los trajines de los preparativos azarosos del viaje inesperado, sus hombros (que aún no logran cogerle el paso a sus parejas de baile), su cuerpo todo ensopado, como si le hubieran puesto de nuevo las compresas que usaron para desterrar a los Massingers endemoniados que se lo querían tragar una larga noche de fiebres delirantes en su no tan lejana infancia. Respiró la sal y la arena del mar que rodeaba los cerros que se alzan por todos lados de la ciudad y le gustó su casi permanente clima decembrino. Se sintió embotado, enclenque, apelotardado, mientras decidía que transporte escoger, como los cangrejos translucidos que se dejaban destripar en la avenida primera de Riohacha o las iguanas que se desgajaban de los campanos y se reventaban en las aguas oscuras del río de su infancia, enloquecidas por el calor de la depresión momposina. Escogió una moto taxi y se apresuró a organizar un mapa mental de la ciudad de Bastidas a medida que la recorría bordeando el mar y las montañas: Mamatoco, Curinca, Taminaca (que nombres más extraños), Manzanares, El Pando, Pescaito, El Once… Julián era, en verdad, un pelao corriente. Pequeño, trigueño, movedizo: Veloz como un gato y elegante, también como un felino. Era delgado, tímido y respiraba siempre agitadamente, como si acabara un trote de varios minutos. Al llegar le hicieron entrega de un pantalón corto, un sweater de rayas azules y rojizas (parecido al del equipo de sus desvelos), sin nombre y sin número, un par de calcetines igualmente azul bandera, un par de guayos y unas canilleras. Al fondo de la habitación de las estanterías le hicieron firmar un recibo y le entregaron una medallita con su nombre, su grupo sanguíneo y la dirección y el número de teléfono del lugar donde se debía alojar. - En media hora debes estar en la cancha, le dijeron. ¡Ah! Y el nombre y el número en la espalda debes ganártelos… Comenzó a vestirse con la ropa que acababan de entregarle sintiéndose algo incómodo y recordando la misma ceremonia antes de salir de su casa para dirigirse a los entrenamientos en el estadio Veinte de Enero con la escuela Humberto Estrada, en su pueblo: Era la primera vez que tenía guayos propios para entrenar y

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que le daban un uniforme nuevo y limpio para ello: Antes, sólo un par de días antes lo hacía a pies descalzos o con los mismos zapatos rotos y sin tapones que su hermano le había dado la navidad pasada y con una, cualquiera de sus tres pantalonetas de rayas y sin camisa, para que no perdieran tan pronto el color de tanto lavarlas. En la habitación había de todo un poco: Era la habitación de los sueños de cualquiera de los muchachos con los cuales se había levantado jugando en las calles polvorientas de su pueblo, jugando a rompe coge o a la gaseosa en el parque Centenario. Había medallas, trofeos, pergaminos, fotografías de tiempos gloriosos: Afiches descoloridos de hombres con unos afros y unas pantaloneticas chistosas, muy pegadas al cuerpo: Reconoció a Alfredo Arango y a Iturburo, al Pibe y a Didí, de los Valderrama, a los Bolaño y a Alexander Corro. A Vilarete, La Puya Zuleta, al Mono Herrera y al Bombardero: Esa debe ser la cancha de la Castellana, pensó reconociendo las gradas de la cancha en la que había visto tantas veces a Carlos Vives cantando el Pitán pitán en medio de un picaito dominical. Estaba algo desconcertado: Incrédulo. Escuchó voces de mando al otro lado de la pared y supuso que el resto del equipo ya estaría comenzando el entrenamiento: ¿Sería muy riguroso el entrenamiento? Igual me da, el esfuerzo físico no es lo que a mí me quita el sueño… la disciplina tampoco: Estos eran avatares integrados a su vida cotidiana desde que pudo levantar la mano del pilón, enlazar y ensillar un burro y envainarse un machete; cosas que pudo hacer mucho antes de saber cómo se transponían al papel los sonidos de su nombre. Se sentía como una carimañola recién sacada del caldero: Hirviendo. Trotó hacia el resto del grupo que ya daba vueltas alrededor de la cancha: Lo presentaron con un leve movimiento de cabeza y fue recibido más bien con indiferencia, mientras reconocía la gramilla mal trecha del Eduardo Santos (No entendía porque ese estadio tan tropical y pueblerino tenía que tener el nombre de un cachaco, por muy presidente que fuera y por muy buen presidente que haya sido). Algunos pulgares levantados y algunas inclinaciones de cabeza lo hicieron recordar las veces que participó en los Juegos del Brazo de Mompós donde todos eran hermanos después del primer día y la primera noche y se lograban conseguir amigos de todos los pueblos, desde El banco, hasta Magangué. Se sintió demasiado joven y flaco, pero comenzó el trote confiado en que la agilidad de sus piernas cazcorvas haría olvidar su musculatura poco trabajada mientras lograra ponerse a tono con los macancanes que corrían delante de él. Todos se detuvieron y levantaron la vista cuando, de pronto, una voz con una autoridad más parecida a la de una madre les llamó a hacer una ronda. Empezaron, entonces, a hablarles de cuidados alimenticios y de regímenes de sueño y rutinas de relajamiento, más allá

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de los extenuantes ejercicios que debían sobrellevar para poder tornarse sólidos y soportar los embates de las rodillas, codos y hombros adversarios: Debían tener canillas, riñones, ingles y columnas de mayor resistencia que el promedio de los mortales. Me jodí, se dijo, nada de butifarras ni empanadas con chicha… Asintió con la cabeza a todas las indicaciones, pensando de qué forma se bailarían esas músicas que la doctora escuchaba en su oficina y que decía que son para relajarse, añadiéndole una media hora en una piscina de agua caliente, antes de la sesión de masajes. A estos manes si los pechichan, carajo, se dijo, dirigiéndose a los vestidores… Al día siguiente se encontraron en un salón amplio y bien iluminado que le pareció más la sala de espera de un hospital inmenso que cualquier otra cosa: Cada cual tenía su pupitre reservado, cuadernos, bolígrafos y reglas. Ñerda, clases, y de matemáticas, rechistó en sus adentros. Las luces se apagaron y el entrenador, con su acostumbrada sudadera y su gorra con los colores del Ciclón, tomó un puntero y señaló con él en la pantalla: Empezaron a ver un partido que sólo él no conocía ni sabía para que estaban viendo. - Nano, llamó el entrenador, de pie. La imagen se detuvo en un mansito que se bailaba a todo el que se le atravesaba, sin que nadie pudiera pararlo. - Nombre, oyó preguntar. - Estatura… - Puesto… ¿Nojoda y a parte de todo a uno le toca sabérsele la vida a los otros? Nano se equivocó al nombrar el parietal con el cual cabeceaba el Messi de la zona bananera y el entrenador rugió, encendiendo las luces: Jullo entendió, entonces, que sabiendo con que parte de la cabeza el enemigo le da al balón, se le puede cerrar hacia ese lado y quitarle el ángulo de tiro, disminuyendo ostensiblemente las posibilidades de anotar. A vaina, se dijo, a vaina… después de todo, la clase no iba estando tan mal. Se puso entonces a estudiar la más mínima de las características de los potenciales rivales. Las memorizó así su tarea directa no fuera controlarlos: Así podré bagaciarmelos o aprovecharles la mocha cuando vaya a poner un pase o saber cuál es el tronco o el arquerito maleta, Ja, ja, ja. Durante el resto de la mañana la pasaron creando, discutiendo, repitiendo, resolviendo y memorizando una serie de simples y no tan simples estrategias de juego, como si de un equipo de ajedrez se tratara y no de uno de fútbol: El tablero del fondo del salón se fue llenando de

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una maraña de elipses y triángulos, diagonales, tangentes, ángulos, fórmulas de distancias, fuerzas, velocidades y probabilidades de éxito o fracaso bien sea por el viento adverso, la cobertura de algún contrario o un error propio o de un compañero, en el envío o la interpretación y recepción del pase en cualquiera de las tantas jugadas previamente definidas y descritas en el vademécum futbolístico de que los habían provisto como si de las llaves del cielo se tratara: Pareciera que fuéramos a lanzar un misil o a tomarnos una base extranjera no a echar un partido, carajo. Le dijeron que iba a ser el pivote, a lo que respondió que sí sin acabar de entender si lo estaban mandando de aguatero o de diez, pero volvió a asentir con su cabeza de crespos desordenados: No le gustó mucho que, apenas el balón se pusiera en movimiento pasaba a ser más una figura de distracción que de distribución de pelota, que era a lo que estaba acostumbrado. Deberá sincronizarse con la llegada de un lateral, escalando por ese sector, dependiendo del lado por donde se produjera la avanzada y sería cubierto por el desplazamiento de un delantero, de izquierda a derecha, en función de tapón que, a la vez, deja un hueco que debe llenar, con una diagonal, el otro delantero que quedara en condiciones de adelantarse, terminando de desestabilizar la defensa contraria y sin desestabilizar a la propia. Debe memorizar una serie de señas que dar y recibir, como si jugara beisbol, para sincronizar las diferentes posiciones, rotaciones y coberturas a realizar en cada avance o retroceso. Descontando las numerosas variables inestimables presentes en cualquier juego dado entre seres humanos, todas estas horas de estudio deben romper la más recia de las defensas más temprano que tarde y asegurarles la victoria. No se preocupaba mucho por los avances tecnológicos en cuestión de materiales para el diseño de los uniformes, las zapatillas, ni siquiera del balón: El estaba acostumbrado a jugar descalzo, con balón de cuerina, de esos que cuando se mojan pesan más que matrimonio a la fuerza y a jugar en calzoncillos, para no ensuciar el uniforme del colegio y evitarse el consiguiente regaño al llegar a la casa. Tampoco le interesaban los mercados bursátiles ni la banca compleja de jugadores que tantos millones mueven por año y no porque no deseara ser transferido a algún club importante de Argentina, Brasil o Europa: Soñaba jugar en el Camp Nou y hacerle pistolas al Real Madrid cuando les anotara el gol de la venganza por tantas lombrices que le mataron en los clásicos que ha visto desde niño, sobre todo en la época de Zidane y compañía… El sólo se dedicaba a jugar, a divertirse y a tratar de acostumbrarse a las exigencias extravagantes de jugar más pendiente a las mañas y vicios de los otros y no a las virtudes de sus compañeros y a convertirse en una familia, como lo era el equipo de la escuela de fútbol, en Guamal, donde todos

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sabían quién era el papá y la mamá de quien y de vez en cuando se iba a pasar un fin de semana a la casa de Chicho, el arquero o a la del Chino, el volante mixto al que el dedo que le hacía falta en el pie derecho no se le notaba sino en los guayos y donde todos salían a pescar niñas dando vueltas en el parque, con sus pintas más chéveres y pocos pesos en el bolsillo, como mucho pa una empanada donde Juaco o una avena donde el señor Félix. Se encontró un buen día recostado a la ventanilla de un avión, tratando de no asustarse: La mejor vista que he tenido en mi vida es esta, se dijo: Mira como se ven las barcazas del carbón regadas por toda la bahía, ¡parecen jugueticos! Y a la vuelta se ve la delgadita raya de tierra que separa a la ciénaga grande del mar como se va perdiendo en el infinito… El avión daba la vuelta para buscar el rumbo hacia el interior del país en donde le esperaban las nuevas exigencias y costumbres. Hasta las nubes por acá son diferentes a las de la costa, pensó mientras trataba de reconocer algo de la capital entre las montañas, luego de que la azafata anuncio el pronto descenso: Las de la costa son como más liquidas y las de acá parece que fueran algodón de dulce, sentenció. Se imaginaba encontrar un letrero grande que dijera: Bienvenidos a Cachacolandia, pero no, no encontró nada divertido, nada que lo hiciera saber que estaba en una tierra diferente, excepto que el tinto y las empanadas que comió en El Dorado fueron y serán ¡las más caras que haya comido en su vida! y la voz tan amable de la niña que se las vendió: Así deben hablar todas las rolas, imaginó sonriendo. Esperemos a ver con que vainas me salen ahora acá, cuantas tallas nuevas, cuantas lesiones y quién sabe qué cosas más habrá que aprender para poder seguir jugando… Yo nunca me imagine que jugar fútbol fuera tan complicado en las ciudades: ¡Cuanta cosa, carajo! ¡Y pensar que yo solamente quería levantarme a una muchacha cuando me metí en el equipo del colegio, ja, ja, ja! Julián, que había empezado a jugar sólo por diversión, por pasar los ratos largos de las tardes luego de la escuela y terminar las labores diarias posteriores al almuerzo y a veces para ganarse unos cuantos pesitos apostando a quién mejor cobrara tiros libres en el barrio o quien hiciera un gol olímpico en menos remates y luego, al llegar al bachillerato, jugó poniendo en cada zancada, finta, pase y tiro al arco toda la voluntad, pasión y coquetería que no sabía poner en sus labios para declararle su amor a la hija del carpintero, que tanto le gustaba, no se dio cuenta del momento en el que su juego llegó a ser su mejor arma de seducción y conquista que, más de una vez, permitió pasar por alto su timidez inexplicable y su pinta un

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poco descuidada: Sin darse cuenta y sin ser el más alto, fornido y bien presentado del colegio y sin andar con derroches de dinero en bailes, cantinas, ni en la cafetería, llegó a ser uno de los tipos más populares y reconocidos del Voca. Aprendió a disfrutar las miradas, las sonrisas y los suspiros de las niñas más lindas entre las más lindas...

A mi hermano, compadrito.

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SUEÑO DE JAIME JARAMILLO ESCOBAR, NADAISTA Y FUNCIONARIO PÚBLICO

La noche del sábado 25 de mayo de 1940, cuando cumplía su octavo año, Jaime Jaramillo Escobar, nadaista y funcionario público, tuvo un sueño que soñaría recurrentemente todo el próximo año. Soñó que era un ombligo: Solitario, silencioso, sugerente, perturbador. Un ombligo desnudo. Vivía - aún vive - en la luna, envuelto en una sábana de estrellas, despetalándo poemas ofensivos anunciando a los moribundos su cercana putrefacción. Jaime tenía una caja roja de dónde sacaba versos y poemas como un culebrero: Octosílabos para el astigmatismo, alejandrinos para la gripe, endecasílabos para el insomnio, redondillas para los perezosos y conformistas, sonetos para los bipolares, los transfuguistas, décimas para la corruptela hemorrágica, enfermedad de transmisión electoral ampliamente extendida en su tierra. Versos y poemas para lo que quiera, para lo que tenga y si no quiere, y si no tiene nada, también versos, también poemas. Era una noche lluviosa, casi media noche: Se metió a las volandas en su balandrán de estrellas y salió a recorrer la tierra de sus paisanos que a esa hora era un palacio inmenso y vacío. Desolado. Nadando por Andes, su amigo Gonzalo, el profeta, le aseguró que era el mejor tirapedrero de un país que recién soñó fundar y que sus notas lo corroboraban: 5.04 Extraordinario. Se hizo el loco y siguió nadando. Jaime Jaramillo Escobar se sintió cansado de ser inteligente, despreciado y querer graduarse de imbécil y, expulsado del colegio, por peligroso e indeseable, se fue como godo a Altamira a escribir sobre un poeta con revólver y a ser acusado de comunista por no matar liberales y de ateo por los devotos del sagrado corazón. Pensó luego en las formas más eficaces de gastar el tiempo, embrujado por una negra que sí sabe estar desnuda, no como las blancas, y se fue a Cali a tomarse unos poemitas de tierra caliente en Nuevo Mundo y a sobrellevar un puesto directivo, con cartapacios de papeles bien ordenados en carpetas y compromisos atendidos a tiempo, como buen antioqueño y buen gerente, en las artes y la locura de una generación de revoltosos del lenguaje; pero los ídolos y los órdenes que habían estremecido y sacado de madres no le dejaban dormir, tirándole piedrecillas de reconocimiento y rodándoles las sábanas de luceros mientras estudiaba la digestión de la pulpa de coco, de la pepita de la granadilla y el castigo impuesto por Dios a los blancos con sus tierras frías y por qué a los negros les había dado el tamarindo. Convocó entonces el olvido entorno a estos ídolos: Nos

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vemos luego del apocalipsis atómico, les dijo, venceré después de muerto, como El Cid. Hasta siempre. Renunció Jaime Jaramillo Escobar a su propia e inmejorable compañía, invitado a una Luna de locos y se encontró, entonces, frente a un viejito cansino y jocoso, elegante, recién embolado, sin cara de sospechoso ni deudor moroso y sintió que ese viejo austero y mágico tenía mucho que ver con él: Escuchó un librero recitando un poema de su amigo Gonzalo y se sorprendió al saberlo muerto y eternamente joven y reaccionario. Sostuvo una divertida visita de cortesía con su amigo Jotamario, el más humilde de todos, quien lo elogió en sus recientes ochenta años y advirtió, de pronto, la forma horrorosa en la que el tiempo pasa por encima de nosotros sin darnos mucho tiempo a reaccionar de un golpe a otro: Se supo ese viejo calvo y deliciosamente caustico y se dispuso a acomodarse en su colchón de nubes negras y su manta de estrellas. Era todo por esa noche: Cometió, nuevamente, el perfecto crimen de la poesía revelándola, luminosa, divertida y altanera, a su joven auditorio. Despertó, con un fuerte gritó y un puntapié en la puerta de su casa: Gonzalo lo llamaba, muerto de risa, ¡poeta placa de carro!

A Giovanny Gómez

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NO QUIERO APLAUSOS, SÓLO TU AMOR Y te daré una noche

de versos y luceros,

como es la noche mía.

Martín Madera

Una mañana de estas, pequeño, cuando ya no te creas tan pequeño y nos mires con cara de reproche por no entender que ya estás siendo el hombre de la casa, saldrás a buscar el amor o tal vez te lo encontrarás sin estar precisamente buscándolo: Prenderás tu Laptop buscando sistematizar ideas que rondan tu mente desde la noche anterior cuando pensabas en los ojos de gata de Nay, la niña que vive en el circo y actualizar, de paso, tu Twitter y tu Facebook. ¿Será el día apropiado para la conquista? Realmente no piensas en eso porque no se te ocurre otra cosa que invitarla a compartir tus travesías de imberbe aventurero; luego sin más cuento y sin más chiste, te lanzas a la calle en busca de la excusa perfecta para rondar su casa: Estableces una ruta para poder desviarte del itinerario de mandados rutinarios de los amaneceres y no ponerte en riesgo de delación con las señoras de la iglesia, amigas de tu mamá: Compras un café en la esquina del hospital, saludas a las enfermeras y los celadores y la imaginas tan ella con sus trenzas ensortijadas cayendo sobre su espalda morena, calzándose sus zapatillas de muñeca de cuerdas iniciando su rutina diaria de ejercicios de vals, antes de la de equilibrio y malabares: Oía el Vals de las flores en ese momento, aunque tu prefieres la Cabalgata de las Valkirias… Ya se pondrán de acuerdo cual será la mejor pieza para sus bailes juntos… quizá opten por La Suite No 1 para Cello de Bach. No piensas ni un solo momento en la posibilidad del fracaso: En la embestida repentina que le dan a uno los nervios cuando la mujer que le mueve el piso le sostiene la mirada o le sonríe como quien no quiere la cosa. Recuerdo el día que la conociste, de la manera menos adecuada posible: Miro a lo lejos la calle concurrida mientras acaban de empacarme las empanadas que tanto le gustan a mi hermanita y que esta noche clara y sofocante van a ser nuestra cena. Miro con algo de nostalgia la multitud, a lo que sea que la esté haciendo tan delirante, como si yo no lo supiera, tan güevón, tan distraída y abrumadoramente feliz. Por fin nuevamente había vuelto un circo al pueblo: El último circo llegó al pueblo el Jueves de Dolores del mismo año que vieron a San Sebas y a la Virgen gritar y correr pidiendo ayuda y apagando el fuego que consumió casi toda la vieja iglesita de palma. ¿Ese fue el mismo año en que yo nací, abuelo? No, Quin, tu naciste al año siguiente, cuando secuestraron el avión los Garciamayorca. El año en que la Maparapa profetizó la tragedia del circo fue el año en que Pedro y Jovita unieron sus fuentes, retando al Judío, en el camino de El Trapiche: Estaban enceguecidos en la ebriedad de sus deseos exacerbados por su lujuria recién estrenada, luego de la

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perplejidad y el espanto, también un poco del agridulce de las dos o tres primeras veces, para luego no dejar de amarse en cualquier lugar o momento que se les presentara: En la albarrada del viejo puerto, en las gradas resquebrajadas del estadio de fútbol, sobre alguna tumba vacía o bajo la sombra de algún frondoso árbol con el runrún del río corriendo a sus pies: Una horda imperceptible inundará

este pueblo de mierda el día que las luces y los juegos del caído les roben la atención y

vendan, también, con un beso al Judío, exclamaba la Maparapa, tratando de apagar con sus resuellos y aletazos la gran hoguera que prendieron frente a la iglesia para borrarla de las noches sin calma del pueblo desde que se escapó de la casa cural: Era una Arpía nacida del padre Bonifacio con Primitiva, la prodigiosa y exuberante negra Carabalí que le enviara el Arzobispo de Cartagena como presente en sus 25 años de sacerdocio. Aleteaba cada vez más fuerte cuando la acercaban a las llamas y maldecía a quienes la sostenían con sus Hojas en Cruz y sus rezos católicos y santeros: ¡Eía, eía! ¡Abobó Legba, abobó! ¡Abobó Ogún, abobó! ¡Despierta padre, despierta! Aviva estás llamas… Alza tu voz, insufla tú fuerza: El ¡rayotruenoespadafuego de Changó!

* Cuando se fue el último circo que había llegado al pueblo tomaron asiento entre nosotros unos personajes que se fueron tornando atronadoramente siniestros luego de la esperanza inicial de tranquilidad que llegaron a insinuarnos con sus camionetas de vidrios oscuros y sus fusiles siempre insultantes, porque para muchos era una tranquilidad poder volver a dejar las gallinas en los patios, aunque usted no me lo crea y uno no lo pueda entender ahora, y andar los caminos en mitad de la noche sin el riesgo de que le quitaran a uno la bicicleta o la platica pal ron camino a las casetas de los otros pueblos; sin importar las desapariciones que esto causara y costara… pero como quien no quiere la cosa, claro, por debajito, se fueron convirtiendo en una amenaza sistemática alcagüetiada por los mandamases esos putos paracos que a tantos amigos se nos llevaron con razón aparente o sin ella. Ya no eran sólo cuatreros sus objetivos ni rateritos de poca monta, no, bien poco les importaba ya quien rondara los patios o buscara pleito, ebrio y altanero, ni si los muchachos se andaban amacizando en algún oscuro. ¡No! Empezaron a cobrar impuestos no cobrados por el municipio hasta por el derecho a embalsar el río o tomarse uno una cerveza, a sacar corriendo del pueblo a quien piropeara a alguna de las peladitas que se revolcaban con ellos, a tomar sin pagar todo cuanto les gustara de los negocios de variedades, a abrir caminos para el comercio de drogas y a procesarlas y venderlas aquí mismo, desangrando en una hemorragia imparable los raquíticos fondos del municipio, obligándonos al silencio y al miedo, condenándonos a la más terrible orfandad, cuando, años después, terminaron

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asesinándonos la más legítima y transparente esperanza, que llegaba a rescatarnos en mitad de la barbarie de verlos jugar fútbol con las cabezas de sus víctimas que antes habían destazado con motosierras o desmembrado pa echárselos a los caimanes, después de matarlos a mazazos limpios y secos… Esto se creyó que hacia cumplir la profecía de la Maparapa consumiéndose en las babas de Ogún Ferraile. Malparidos.

* Una nube incesante de polvo era atravesada por los chorros de luz de las motos que iban y venían desde y hacia la esquina de la Puya Guamalera, donde siempre han puesto los circos: Será sacarme a la Jueguy a dar una vuelta pa poder pasarme por ahí y ver qué es lo que pasa con el circo: Mamá no creo que me deje ir, hoy no, hay que ir a la misa y, de pronto, cuando salgamos ya se haya terminado la función. Me fui pateando piedrecitas por la calle de los estudiantes oyéndole a la gente hablar sobre la muchachita que se cuelga de una argolla, mordiéndola y da vueltas como un trompo, suspendida en el aire o baila una música que ellos no saben que es Béla Bartók, sobre el lomo de un caballo. Doblando la esquina antes de llegar a la casa, un revuelo de gentes me empuja hacia la escuela frente al hospital, abriendo paso a una caravana de carros que frenan su carrera de disparo en la puerta de urgencias: Frente a mis narices bajan dentro de una hamaca a la cosa más linda que yo haya visto en mi vida madre, una niña de unos ojos grandes y luminosos como los de un gato, rabiando y sosteniéndose la manito izquierda con un pañal alrededor del cuello… Te abres paso; siguiendo tu camino al mercado y volviendo a pensar en la forma de pasarte a darle la vueltica; entre las jovencitas que barren las puertas de las calles levitando en trajes de flores, con los mismos peinados y las mismas escobas que sus madres, sus abuelas y bisabuelas lo hacían desde que el pueblo es pueblo, Que linda la pelirroja que vive junto a la iglesia, piensas, sin tener el valor para decírselo: Algunas conservan en el rostro las señales del amor reposado de los amaneceres de vacaciones al final de cada semestre de estudios o de amagos de estudios y puras sinvergüencerías. Enfilas tu cicla a la calle del Carmen, pasando por la plaza de los perros y la ves, la imaginas de nuevo tan ella, claro, detrás de las cortinas de su camerinohabitación ahora que ya está casi bien después de ese totazo que se dio el día que la conociste.

* Ha pasado ya casi un mes desde el accidente que tuvo Nadia Mitrovic, como la suele presentar su hermano mayor, anunciando el espectáculo más grande nunca antes visto en estos pueblos, a lado y lado del río: Buenas noches tengan todos, damas y caballeros, niños y niñas… Desde las lejanas tierras de la Rusia imperial les presentamos a la niña del cuerpo de goma, ¡la más grande contorsionista y

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malabarista que ojos hayan visto! Con ustedes… Ves pasar a Roberto con una mano de pescados que acaba de comprar en el puerto y le pones conversa, mientras se van acercando a la esquina donde siempre se ha instalado el circo, buscando verla sin que ella te vea, crees tú, mientras encuentras la forma de poder decirle algo: ¿Y qué quieres que le diga, Roberto, que me da miedo cuando me mira, a pesar de que lo único que quiero es que me mire? No, pendejo, y ¡No hables tan fuerte! Puede oírnos. ¿Que siento como si se me fueran las piernas, sin control, con voluntad propia, como si se me embotara la mente, que me da un cólico ni el hijueputa, como si me hubieran purgado? Se había acercado por entre los establos de los burros y las jaulas de los micos del espectáculo. Se quedó detrás de Canchelo, el caballo con el cual hace su show. Les apareció sin mediar palabra. Sonríele, marica, y dile cualquier cosa, me apuró Roberto, el Ovejo, Me llamo Joaquín, señorita, mucho gusto. Le extendí la mano sin poder ocultar del todo ese miedo gelatinoso e incómodo que me nubla los sentidos: Como un golpe seco en la barbilla, a lo Pambelé: Sé que puede verme el miedo entre las pestañas, como el Kid descifraba el mentón para la trompada del Nockout: “Atención

Colombia, una derecha por Pambelé, se va a la lona Pepermint… ¡Colombia, Campeón

Mundial! ¡Pambelé Campeón del Mundo!” Vamos a dar una vuelta, nos dijo, metiéndose entre los alambres y los palos de la cerca con una naturalidad inesperada, para mí, como si no se tratara de una trapecista aun convaleciente sino de una diosa trigueña salida del fondo de una laguna: Yemayá misma de trusa y balaca. ¿Y tú brazo, protesté, si se lástima esa fractura? Imaginé de pronto su brazo nuevamente presa del dolor: Hendido, enrojecido, inflamado: Atravesado por el rayo fulminante del golpe al resbalar su mano sudorosa de la mano anhelante de su hermano Azhar y los ojos desorbitados de su madre con la tremenda revelación de la muerte, transfigurada en su niña: Imaginé la impotencia, de nuevo, el llanto y el carrerón en busca de sus padres y los míos: Imaginé... Ven, me dijo, tomándome del brazo; No saques el brazo del cabestrillo: Sonrió, como un regaño, pero también un asentimiento: Su boca pequeña que siempre había adivinado melancólica entre las paredes de su cuarto, el conteiner que le sirve de camerino y de cuarto desde siempre, permanecía ensopada de sonrisas: Una sonrisa distinta y adecuada para cada lugar y cada cosa, ¡hasta para una cantaleta! Incluso, sobre todo, más que nada, para mis piernas flaqueantes y mi voz quebradiza. Caminamos. Mamá nunca quiso que yo fuera cirquera, comenzó a decirnos mojándose los piecitos en el caño del suicida, como si yo tuviera muchas otras posibilidades, que vaina, como si una, de niña, pudiera hacer otra cosa distinta a las que ve, uno es como los loros que lo repiten todo, ¡hasta las vulgaridades! Quería que yo fuera la

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doctora de la casa, que me casara con un futuro alcalde del pueblo y que mis hijos aprendieran inglés desde la guardería, cada uno con su computadora, no que me quedara en el pueblo, patirrajada y llena de pelaitos barrigones y parasitientos, lavándole la ropa a los curas o mantequiándole a las vacas que más cagan. Mamá tampoco contó con que yo la espiara tras las cortinas cuando se disponía para sus números de malabares en el circo, que es nuestra casa: Yo nunca traté de imitarla, iba como guardándomelo todo de tal forma que se fue haciendo parte de mi ese mundo de pinturas, pelucas, trusas, escarchas y voces fingidas; pero me hice trapecista como mis hermanos, aunque papá dice que soy mejor payasa que él, ¡jajajaja! Empezó a contarnos así de su extraña vida, para nosotros, mortales comunes y corrientes, pues sólo Julián, al que se llevaron a jugar al Unión Magdalena, donde le dicen El Guamalero, tiene cosas diferentes para contar: Nos metió el paquito de haberse encontrado un día a Simón Bolívar en la plaza que lleva su nombre en Santa Marta y que, hasta lo había visto tomando tinto. ¡Carajo! Mamá me parió un viernes por la tarde, como a eso de las cuatro y media, en Caracas, eso antes de que se uniera a la compañía del circo, se habían ido embullados con la fuga de plata del petróleo, luego de que a mi papá lo desheredaran por meterse a loco antes de hacerse abogado para que se encargara de los negocios del abuelo: Mamá había nacido en Maicao, cerca a la tienda de telas que tenía el abuelo Anwar, en la parte de atrás, sobre unos rollos de Diagonal, a decir verdad. Papá nació en El Banco, así como pudo haber nacido en Puerto Colombia, Sahagún o Cartagena, por los tantos viajes que el abuelo Samir hacia, vendiendo chucherías en cicla, de pueblo en pueblo. Extraña vida de estrella de circo, pensábamos nosotros, así hasta el momento no se hayan reflejado en sus ojos las lunas llenas Parisinas ni le hayan alborotado sus rizos oscuros los vientos secos de Broadway: Nadia Mitrovic, nieta, bisnieta y tataranieta de Palestinos y Ciriolibaneses, siempre acaba de convertirse en la mujer que tiene que ser en los escenarios escuchando un poco de Amy Wynehouse y El lago de los Cisnes...

* ¿Será que se sonroja, mana, si me le acerco y trato de cogerle la mano? La mano que tengo buena, claro. ¿Será que me ha pensado? ¿Cómo que quien, hermana? Bueno, sí, hablaré más bajito… Pero es que Joaquín… Es que no se me olvidan esos ojosmiradas, esa cara de tontín en la que se transforma su carafuego, su carapicardía, su bocasonrisa, su bocabeso, cuando le hablo y me lleva del brazo como a una viejita reumática. ¿Tú qué dices? ¿No será que tiene su cuento con alguna de las pelas esas… de las bailarinas del grupo de danzas? ¿Dime algo, caramba? ¿Quién eres, muchacha, tú que puedes desnudar mis pensamientos? Tú y tú y tú, que te busco en cada rayo de luz del amanecer, en lo más secreto de mi

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cabeza, bajo mis uñas, en mis bolsillos, en los gestos de fiesta de mis amigos mientras tocamos y me imagino que estoy en cada uno de tus suspiros, en los potecitos de tu maquillaje, en el perfume de gardenias con que te cubres frente a tu espejo aún antes de vestirte, en el fondo del plato de sopas que no has vuelto a probar desde que te prohibieron salir a buscar una mala hora con los vaguitos esos tocadores de cumbias. Tú que revuelves las aguas de mi tranquilidad con las yemas de fuego Fuego de tus ojos, tú que guías mis pasos mientras te busco, rondando tu casa, con el trinar de tu voz, con tu tararear y tus susurros y tus suspiros: Su voz, cascada de pájaros, caricia de trueno, beso de relámpago, su sonrisa, llovizna de sol, ¡susurro de tambores en la madrugada!

* No había vuelto a verla desde el día que nos contó de su vida caminando al puente grande y mojándose los pies en el caño del suicida, a pesar de que siempre me inventaba una excusa para pasar a echarle un ojo entre las rendijas de la carpa: Voy a tener que vestirme de payaso para volver a verla, pensó sonriente, dejando tras de sí el Parque de los leones, esquivando el man hall expuesto por las correntías de la lluvia y cambiándose de mano la mochila con los cuadernos en los cachos de la bicicleta heredada de su hermano y de su papá y de su abuelo. Volvió a sonreír. Camilo… ¿Qué? Pongámosle una serenata esta noche. Se veía tan chistoso Camilo haciéndole señas a Joaquín, cuando se dio cuenta que estaba detrás de él: Le fruncía la boca, despepitaba los ojos y subía y bajaba las cejas. No estamos mamando gallo ahorita, Canale – le dijo -, Date la vuelta, me dijo Queca con los ojos desorbitados: Ahora estaba frente a mí, al otro lado de la cerca y, de nuevo, el Jab de derecha al mentón y el Uppercut al hígado: Sudé. Cómo quise tener las piernas y la cintura del Happy Lora para poder esquivarle los guarapazos al miedo. Yo sé tocar la guitarra, nos dijo, ¿A quién le van a poner serenata? Palidecimos todos o por lo menos eso creí yo al ver la confusión de los pelaos en sus miradas, como se ve lo que está escrito en un papel, a contraluz. ¿Cómo sostenerle la mirada sin desmoronarme? Sentía que me escurría entre las cuerdas de mi timidez congénita, con la cuenta acabando y sin encontrar asidero luego del Cross seco que me zampó con su mirada felina; pero tirar la toalla ¡ni por el putas! ¿Cómo aceptarle, antes de que me delaten las mejillas, que la serenata es para ella? Es para una muchacha muy especial, terció Neider escuetamente. ¿Cómo está tu brazo? Atiné a preguntar encontrando una bocanada de aire, ya al borde del Nockout: Bien, pero estará mejor si salgo un rato a distraerme: Neider decía que la tenían castigada y no la dejaban salir ni al patio desde que se fue a brincotear con nosotros, Si ñero a mi me lo dijo el Ovejo y quien más va a saberlo si él es el mandadero, con esos sinvergüenzas mija, como seliocurre a usté y si güelve y

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sejodelbracito ah, con esos vergajos, No mamá, que no brincotiamos, no más nos fuimos a dar una vueltica y mire que flores tan lindas me dio ese muchacho, el que toca el millo en Pochigua, Esos no son los que viven de picó en picó, esos vagos de carajo, ¡No amá! ¿A dónde quieres ir Nadia? Un breve y rotundo silencio se posicionó entre nosotros. ¿Quin, el chacho, cagao frente a una pelaita? ¡Qué vaina cuadro! Yo me llamo Flor, nos dijo, ruborizándose un poco, como si le acabaran de robar el beso que ella deseaba y no se atrevía adelantar a robar, ni siquiera a insinuar. Flor Abdoquía. Flor, como la rosa, pensé, pero más fuerte y más bonita y más delicada también: Debieron ponerle trinitaria, mejor, resistente, delicada, bella, inquebrantable, casi… O sin el casi. Tú no puedes ir Flor, Y por qué, Porque no, Cómo así, Es que va a ser en la nochecita, tu sabes, y a esa hora si ni de vainas, nos mata tu mamá. Bajó los ojos y empezó a caminar, refunfuñando. Nos vemos más tardecito… Se encogió de hombros, guiñó un ojo y se metió por el huequito de la cerca por donde salió como una aparición. Y qué vamos a cantarle dijo Queca, ¿Cantarle nosotros? – Preguntó Camilo – Nosotros que ni pa vender bollos tenemos voz, pobrecita. Si mi abuelo se metió su ultima borrachera cuando yo nací, que sea esta la última serenata que toque, entonces, ¿El Canta?, No – respondí a Neider -, fue el mejor guitarrista de Murillo en su juventud y tocó con las mejores voces del pueblo y algunos de los más tesos, como Luis Enrique, el Pollo Vallenato, antes de que existiera El Festival en Valledupar y antes de que grabaran LPs o se oyera por aquí radio libertad, la voz del cañaguate, radio zutatenza o la radiodifusora nacional. Entonces quien va a cantar compa: Epi, Epiménides Zambrano, el papá de Jimmy y Alí, y el maestro Julio Erazo, le respondí a Cami.

* Te oigo por encima de los tejados y las paredes de las casas, sobre las copas de los árboles, saltando y evadiendo los charcos de estas calles bermejas por donde he correteado desde siempre, jugando a la lleva, el quemao, libertá y la peregrina; cuando susurras tus canciones de gitana caribeña en la jerigonza arábiga que aprendiste a tus abuelos contándote los mismos cuentos de Las mil y una noches como si les hubieran pasado a sus hermanos o sus padres o amigos o conocidos, preparando tajine y quibbes y despetalándote las trenzas de tu pelo lacio, cobrizo y más lacio, frente al espejo que también fue de tu madre y tu abuela y a todas las vio descubrir los limoncitos de sus tetas y los primeros bellitos incipientes en el pubis: Testigo del sonrojo incontrolable al ir descubriéndote mujer. Escucho tu voz, el eco del oráculo en el País de Pocabuy, que me habla de tus sueños y de tus años, como el sereno que reverbera en los huesos y oxida los pensamientos entre estos aguaceros sin Dios ni madre que pueblan nuestros días; en la salmodia de los pájaros que corren las cortinas del alba para bendecir el día en su tararear

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Ancestral, viéndote en tu delicada ceremonia de volver a ser tú, Flor, no la trapecista que planea de piropo en piropo contorsionando su firme cuerpo de yegua por los aires sin tiempo de tu santo reino del circo. No. No la embrutecedora, la embriagadora, la inalcanzable. No a Nadia, sino a ti... La que se enrosca entre sus sábanas buscando conciliar el sueño que ayuda a evadir el calor infernal, tal vez sin pensar en mi, moviendo sus caderas al compás de los tambores que hacen sonar mis amigos en cada ensayo. Quisiera ser la garza que sobre vuela los taruyales de la ciénaga de tu corazón...

* Flor levanta su metro cincuenta luego de la siesta y ondula todo, toditico su cuerpo, mientras se organiza el pelo y espera a que todo se ponga en orden a su alrededor, nuevamente. Mira y no ve. Sonríe y piensa en Joaquín y se pregunta si, acaso, él hará lo mismo y si lo habrán regañado por llegar tarde a almorzar y que afortunada esa muchacha a la que ellos irían a poner serenata esta noche, mientras ella se esté preparando para la segunda metamorfosis del día y volver a ser la que pone los pelos de punta y juega sobre las carnes de su caballo con los delirantes sentidos de sus espectadores. Vuelve a mirar: Se distrae viendo como las cosas van desplazando la espesa telaraña de los sueños y recuperando su posición en el conteiner que le sirve de camerino y habitación desde su nacimiento una tarde hirviente y bulliciosa, maicaera. Sonríe con satisfacción sintiendo la vibración metálica de su universo privado con el tun tún de unos tambores cercanos. Desea, balanceándose al compás del tun tún que jamaquea su santo reino de malabarista, escuchar un poderoso tañir de guitarra, tal vez el de Cocaine, para empezar a convertirse, de nuevo, en Nadia Mitrovic, la reina de las acrobacias y los suspiros y los aplausos de todo el pueblo.

* Desde este lado del estadio, el circo parece un animal grande tirado al descanso, como un burro con sus aguaderas cargadas de naranjas en mitad del camino al que le brota un sudor luminoso en chorros lanzados hacia el infinito, bostezando. Circo de los Hermanos Mitrovic se lee sobre la pequeña ventana de la taquilla, en vivos colores de un vinilo escarchado. La claridad de la luna se desvanece en las franjas, amarillas y azules, de la carpa que oculta el anunciado espectáculo nunca antes visto por estas poblaciones a lado y lado del río: Señoras y señores, niños y niñas, se oía decir desde el fondo de la carpa, radiante como el sol de las tres de la tarde en su festiva mascarada, mientras nosotros nos acomodábamos con mi abuelo, el maestro Julio y Epi, frente a la habitación de Flor, pa ponerle su serenata: Ustedes serán testigos de un espectáculo sin igual, se continuaba oyendo anunciar al hermano mayor de Flor, Nasím; Abuelo, arranque, Con qué, mijo, Con la de Epi,

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Señor Juaco –dijo Cami -, Entre Julio, agregó mi abuelo posicionando el transportador en el diapasón de su guitarra y éste rasgó la suya marcando el compás y carraspeó la garganta: Me dices de qué lado es que tú duermes,

porque esta noche yo voy a cantarte una canción…

Empezó Epi charrasqueando su guacharaca y haciéndome señas hacia la ventana. Y sepas, porque es que te la dedico,

pa que me des un besito, en prueba de nuestro amor…

Neider me pasó las flores que habíamos ido a robarnos donde la niña Juani después del ensayo y les roció un poquito de perfume: Unos girasoles. Me dices a donde es que duermes,

para yo ir y entonces te cantaré,

canciones de amor a ti.

Esperamos unos segundos y nada: Mi abuelo se encogió de hombros. Nosotros si somos maricas, dijo Queca, ¿No será que ya está actuando? No, dijo el Ovejo, aún no. Ángela, su hermana, cabellona, linda, pequeña y traviesa, se nos apareció riéndose entre las rayas azules y amarillas de la carpa: Flor no está, Joaquín, pero muy bonita su canción señor, Te pusiste de todos los colores cuadro, se te torció algo dentro, seguro, se te notó en la mirada, ¿Dónde anda? Preguntó el maestro Julio, Vamos, dijo Ángela, abriéndonos paso por entre los palos de la cerca por donde ella siempre se aparecía, como un espanto y nos fue guiando en medio de los burros que hacían las veces de cebras, pidiendo permiso a quienes repintaban sus pijamas de mentiras, pasamos al lado del que enceraba las pesas de icopor para el show del hombre más fuerte de este mundo y sus alrededores y entre las banquitas donde les ponían las sonrisas infinitas a los payasos, para que parecieran alegres así estuvieran tristes y donde les brillan las sonrisas, les pintan los ojos de todos los colores posibles y les agrandan las narices para que parezcan de goma y luego se las vuelven a espichar. Nos tocó dar un rodeo para no tropezar con las poncheras que preparaban para el número del Pan que habla, ¿El pan que habla ñero? Si Ovejo, el pan que habla, le dijo Queca, ¡Pajodete! Va pué, espera no más que lo veas… Es que llevan un pan francés grandote y lo meten en una de esas poncheras: Señoras y señores, ante sus ojos tendrán ahora algo nunca antes visto…

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Y la gente atortolada esperando oír hablar el pan, Que pase un voluntario, dice el animador, la multitud suspira: Mete sus manos en la ponchera, toma el pan, Sáquelo, dice el animador y pregunta: ¿Cómo está el pan? Estáblando responde el voluntario, ¡Ja jajajaja! Dentro, el aire no pertenecía al ámbito normal al que estábamos acostumbrados: Era más ligero y dulce, meloso, quizá por todos los sudores y carcajadas, revueltos con los suspiros de asombro. La gente enmudeció al vernos entrar, despistados, indecisos y jadeantes: Ángela nos había hecho aparecer justo al costado de los tigres de felpa a los que pretendían hacer saltar entre unos aros de fuego. El domador nos hizo una seña y nos apresuramos al centro de la arena. Ahí estaba Flor, Nadia, digo. Sonrío. Ahí te mando mi cariño con la espumita del rio…

Empezó el maestro Julio sin dejar de mirar en derredor, con su experticia ante el público, como cuando tocaba en Radio Caracas radio con los Corraleros de Majagual… Es un pedazo de mi alma que va muriendo de frio,

como no vienes a verme mi cariñito te envió,

en la espumita del rio, en la espumita del rio…

Nay no dejaba de reírse al costado de su caballo flaco y triste. El director nos miraba con ganas de comernos vivos, los ojos encendidos: Este más nos va a joder, dijo el Ovejo, No creo, con tú abuelo y el maestro y Epi aquí, no creo, dijo Queca. Verdad, tiene güevo. Ahí te van mis ilusiones, ahí te va el corazón mío,

en la espumita del rio, en la espumita del rio…

Los ojos de gata de Nay se abrieron como dos lunas llenas. Ahora si nos jodió este man, dijo Neider, Tranquilos, dijo Epi, Llévale las flores Quin, me dijo Roberto. ¿Flores? No recordaba los girasoles que habíamos robado para llevarle. Sudé. Anda, dijo mi abuelo empujándome un poco con la guitarra… El primo Yeyo, que era quien amenizaba las funciones, con sus Playeros, dio un pase con sus manos y chascó sus dedos, a lo que obedeció la banda completa cambiando a una salsa que papá me había enseñado a tararear desde que estaba en la barriga de mi mamá: Walito y Elvis me hicieron señas y, casi sin darme cuenta, empecé a cantar:

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En ti yo estoy, tú en mi corazón,

en ti, mi amor, yo encontré la pasión…

Se hizo silencio mientras se terminó la canción. El directorpapáyasoposiblesuegro me miraba de arriba abajo, igual los hermanospayasos, hermanostrapecistas, la mamálabarista, Ahora si se lo comieron vivo, dijo el Ovejo. Azhar le miro complaciente, recordando todas las veces que le había visto rondar el circo tratando de no ser descubierto echándole ojos por entre las rendijas de la carpa a su hermanita de sus ojos, mi querida Florecita del Líbano, se sintió feliz, tranquilo, Hasta que al fin se atrevió este pendejo, pensó, La mamá sonrío y todos empezaron a aplaudir con frenesí, como poseídos, Anda, ahora sí, me dijo mi abuelo Juaco: Di unos pasos, hice una venia frente a ¡la más grande contorsionista y malabarista que ojos hayan visto! Y le extendí los girasoles: Di una vuelta mirando los palcos, procurándole un respiro a mis piernas flaqueantes, ansiosas, y le dije: No quiero aplausos, sólo tu amor…

A mis amigos de La Hora del Cuento, me dieron la excusa perfecta para escribirlo.

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MI MOCHILA Y MIS ABARCAS Sacudo mis sueños Y me los calzo en un par de abarcas que nunca me abandonan. Las cuerdas de mis abarcas son de cuero de vaca vieja, casi siempre, porque es más duro. Algunas veces de chivo. El cuero de chivo es más suave y fino, Por eso los tambores de cuero de chivo suenan y se dejan tocar mejor. Raramente mis abarcas son tejidas en hilo o nylon, los mismos materiales con que mamá me hace mis mochilas, sin olvidar la tersa lana. Con lana se hacen las mochilas estrato alto: Abarcas Gourmet, las de los desencartes presidenciales. La suela de mis abarcas es de llanta desahuciada de carro: Resistentes y poderosas. Solamente calzo abarcas con suela de algún tipo de espuma cuando son bordadas: Las más cachesudas. Mi mochila, la que mamá bordó con mi nombre a blanco y negro, Conserva el olor de la ropa guardada en el baúl que mi abuela Zenit aún mantiene En su cuarto de Altamira, también el aroma de las flores y los frutos de los jardines interiores De las casas de mis mayores. Y mis abarcas, mis abarcas, El mismo verde fosforescente del sable del Jedi: Realmente no me gustan las espadas: Sólo mi lapizespada, Que a veces también es lapiztola y es lo único que tengo, Para defenderme y desnudarme, cuando la lengua no me alcanza. Hay tanto amor, tanto deseo realizado, en estas compañeras mías: En una tarde de espumas de águila, bien fría, y olas de mar en Santa Marta, En salsear toda la sexta con Poncho Sánchez y Palmieri hasta Chipi Chape, En un moka o un capuccino, espumosamente fragantes en Filandia o Montenegro, En levantarse, sobre la agotada cal de las murallas, y contemplar La danza de arreboles en el crepúsculo sobre la bahía Cartagenera, En las hilachas de luz, los besitos de sol, que susurran Canciones de amor a las cayenas y trinitarias de la Plaza de la paz en la arenosa, En las caderas de fuego, las espermas chisporroteantes, Bailando cumbia o fandango bajo la luna llena decembrina.

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Mi mochila prefiere a Borges, a Cortázar, a Rojas Erazo y a García Márquez, A Mozart, a Vivaldi, a Tchaikovsky y a Paganini, Mis abarcas a Withman, a Neruda, a Cepeda Samudio, a Gómez Jattin, A Gonzalo Arango, X-504, a Louis Armstrong, a Mongo, Batata, Richie Ray, Totó, Carlos Vives y el Joe Arroyo. Con mis abarcas y mi mochila he enterrado a todos mis muertos: A Oscar, el parrandero, a Papá Juan el músico y carpintero, A Pompilio, el comerciante, la angélica Luisa Margarita, y A Chobe, el soñador, el Grande, el mártir… En mi mochila guardé todo lo que les he escrito y, de ella, Saqué una confidencia que mi tío Robert me regalara en el mar de Riohacha: Desembocando en un poema que sollocé para el pueblo mientras lo velábamos. Estas, y mis libros, son las cosas que más amo: Mis abarcas y mi mochila. Nunca me siento más yo que cuando me las ciño: ¡Incluso en bolas! Sobre todo en bolas. Han vivido conmigo media vida, siempre, espero vivan conmigo toda la muerte...

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III

Me impaciento, fumando cigarrillos,

adosado a la alberca de ladrillos,

porque tú no volverás…

¡Qué amarga viene a ser la despedida

para quienes, cual tú, van a la vida

como las ondas van a la ribera!

Luis Carlos “El Tuerto” López

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UNO DE ESTOS DIAS Uno de estos días se levanta usted tranquilo, satisfecho, algo cansado y muy dispuesto, para otro día normal. En efecto, es otro día más, pero no es lo mismo: La lubricidad de otra saliva, apelmazada con la suya, la sensibilidad de otros labios, apretujados con violencia a los suyos, el sudor de otro cuerpo, empegostándole el cuero lívido, trastornan vilmente esa mañana común que se dispone a empezar. Uno de estos días se levanta usted, así no más, sin pensar que no es un día normal… - ¡cómo iba a pensarlo! - … y son los labios de todas las madres amacizados a sus muertos, empavonándoles el cuerpo de besos y lágrimas, son los dolores de todos los perseguidos – en desbandada para salvar el pellejo -, la angustia del mundo, más allá de sus narices: Los miedos, los que, en efecto, vuelven ese día, su día normal, en un día como los demás, en cualquier otro lugar del mundo distinto al suyo. Ni más faltaba. Uno de estos días, sus pantuflas de gamuza, se le pierden por aquí, se le pierden por allá y se levanta, entonces, en vilo, tanteando el mármol grisáceo de su habitación reluciente, y un frío agudo le invade, escalándole como un gato hambriento que se le engarza en las costillas y le apuñala el pecho y la garganta, saltándole a la cabeza, desde los pies. Se estremece. Es el frío de la vida ignorada, es el frío de la soledad, es el frío de la muerte, es el frío de la nada… Una nada cualquiera, la de otro día más, como cualquier otro día de estos en los cuales usted deja pasar desapercibida la voz que se cuela por todos los rendijas de la habitaciones y le resbala por el cuello anunciando otros desastres. Decide entrar al cuarto de baño: Acá las calamidades pasan como pasa la creciente del río: Silente, impune, repetitiva. Inevitable. Está lleno de telarañas, salamandras, mariposas negras, moho, barro, hojarasca, pero usted no advierte la podredumbre de su sofisticado Bathroom, como muchas cosas más, hasta que acciona el mecanismo (oxidado) de la ducha, para así entonar el cuerpo destemplado: Un olor penetrante a fierro gastado, a sangre, le inquieta. ¡Ay! Cual su sorpresa, al advertir un hilillo carmesí por entre las cejas y detrás de las orejas… es la sangre de los inocentes que están muriendo en este instante, en el oprobio, en el olvido, aplastados por unos tacones rígidos, imperialistas, sectarios, cobardes, serviles, salvajes. Se siente hundido en círculos concéntricos y nauseabundos que lo desparraman a su perdición, aun colapso nervioso. Un shock fatal. Usted desespera, es lógico, comprensible. ¡Con un día como este! Y, sin embargo, es un día como otros, en el concierto del sufrimiento mundial. Es, aunque usted no lo crea y tal vez ahora lo advierta, un día normal, como todos, en la interminable secuencia de los días que

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aún quedan – para los demás, claro -. En mitad de su desesperación, usted que es un hombre bien o una mujer, da igual, no logra decidirse sobre darse un tiro, salir corriendo o lanzarse al vacío por la ventana: Le parece más tentadora esta última opción y se acerca a ella, ahora con la esperanza de respirar aires nuevos – no tuvo los cojones, o los ovarios, suficientes – y escuchar los sonidos de la naturaleza, la dispersa y pobre naturaleza de las afueras de su ciudad: Le fueron cambiadas a sus fosas nasales el aroma de los azahares y las rosas por un cáustico tufillo de carne en descomposición. La pureza de los campos y su extensa pulcritud, llegaron a sus ojos muy venidos a menos, desolados, consumidos por completo en humaradas y escupitajos de fuego, a espaldas de la majestuosa ciudad en ruinas, desechos en un implacable holocausto: El holocausto del mundo. Las aves que usted esperaba, con su elegante vuelo y su suave rolar, no faltaron a la cita, puntuales como soldaditos británicos y relojes gringos en plata sudamericana. En este día, un día como otros, el silbido que rasgó el silencio vidrioso del amanecer fue el silbido patético de los proyectiles y las bombas escupidos por enormes pajarracos metálicos, incubados en hangares bélicos, únicamente planeados y dispuestos para el exterminio sistemático del muy primitivo Homo sapiens sapiens. A este punto del amanecer de este día normal, usted querrá despertar de este sueño, pues eso ha llegado a pensar últimamente, negándole cualquier matiz de realidad a los sucesos de este día, un día normal, entre otras cosas, para el sufrimiento de los demás. No es un sueño, se le ocurre, ojeando el periódico del día, sin llegar a advertir que, si lo escurriera, destilaría sangre y si lo sacudiera, antes de tenderlo para observar la película de terror de los días normales de este planeta, caerían de su interior unos cuantos cadáveres calcinados y/o mutilados por los estragos de la guerra, en cualquier lugar, menos en el suyo. Ya va llegando al final del relato, sorprendido de encontrar el resumen de su cruel amanecer en la primera columna de la tercera página, en la segunda sección. Se enfada. Maldice, patalea, llora. Es ilógico, deprimente, intolerable, que alguien desconocido dirija, inmisericorde, los hilos de la existencia de una persona como usted, piensa, sin pensar que alguien – a veces usted mismo - lo hace con la de los demás. Exacerbado revienta el periódico contra el piso, antes, poco antes de empezar a pensar, por primera vez en su vida, que cualquier día de estos, si no se toman cartas en el asunto, todo, todo podrá acabar igual o peor que este amanecer suyo. Uno de estos días… querido lector, llegará a usted, empaquetada en sobre de lujo, su invitación VIP para el espectáculo pirotécnico de la destrucción de este mundo. Uno de estos días, querido lector…

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ANUNCIO* Vengo de parte de la Muerte para avisaros…

Jaime Jaramillo Escobar

Venimos, de más allá de más acá, del otro lado del miedo, bajo los sobacos de la muerte, junto a la capital de la nada, jurisdicción del olvido, provincia desunida del destierro. Somos, labriegos de esperanzas infructuosas, mineros del espanto y otras calamidades, limosneros taciturnos, indeseables, desechables, cifras apenas, estadísticas estatales, mendigos de otro tiempo perdido… Arrebatados a balazos, daños colaterales, exiliados en nuestra propia tierra: ¡Desplazados… por la violencia!

Reflexión desde la ventanilla de un bus urbano, en la esquina de Líbano con Divi divi, viendo a una beba desplazada, en Barranquilla.

*Poema finalista de la cuarta versión del concurso Tulio Bayer, Poesía Social sin Banderas, 2005

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LA ÚLTIMA LÁGRIMA Era tarde en la noche cuando se lo llevaron. Llovía. Llovía incesantemente. Hacía frío. Cuando di la vuelta para mirar hacía donde aún dormía el nenito me di cuenta que no sabría qué decirle cuando notara su ausencia: Ese vacío que había quedado en el costado de la cama que siempre había ocupado, donde las sábanas revueltas conservan aún la tibieza de su cuerpo ahora unida a la tibieza de las lágrimas de mamá. Ella mordía su falda en un llanto seco, quizá para no despertar al nenito, quizá para no mostrarse débil, ahora no, ante mí. No supe llorar. Aún ahora, veinte años después no he sabido hacerlo. Detrás del rumor de la lluvia se instaló el silencio. Yo recuerdo claramente esa noche, Jose. El pueblo parecía dormido, inmóvil en la incertidumbre pastosa que siempre dejaba el ruido de esa camioneta al salir del pueblo, tomando el camino de La Montaña. Estábamos solos en casa. Todos permanecíamos como idos, esperando que tu alma volviera de ese profundo silencio, de esa mirada vacía que todo traspasaba y a todos nos alcanzaba: Tras la ventana de mi casa (Desde donde pude ver una silueta con la cara tapada y las manos atadas a la espalda en medio de dos fusiles que brillaban con la lluvia: Esa fue la última vez que vi a tu papá sin saber que era él, en ese momento), en el campanario de la iglesia (El doblar de las campanas era ya una música habitual, una parte más del paisaje sonoro de nuestro pueblo, como las voces que anuncian las ventas de quibbes o panes de queso, desde que nos ha estado visitando esa maldita camioneta: La última lágrima), en las gradas casi vacías del estadio a no ser por ocasionales jóvenes amantes refugiados en su soledad herrumbrosa, en las calles… en las calles desérticas donde ya no quedaban al atardecer ni los perros, ni los puercos. Ojalá lo podamos enterrar, entró diciendo papá escurriéndose el agua, sin imaginar, siquiera, que a él también llegaría a alcanzarlo la muerte en el camino que lleva a La Rinconada, agitado por la visión de unos hombres armados (Dos camiones repletos a decir verdad) recibiendo agua y provisiones cerca de la emisora, al filo de la media noche. Ese día velábamos al señor Agapito, el único muerto natural que habíamos tenido en los últimos meses. Antes de materializarse el miedo se nos presentó de una forma, tan eficaz como un balazo, que nos sacó de inmediato de nuestra inamovible cotidianidad, transformándola irremediablemente. No pudimos ver, entonces, a las Lascarro alzarse nuevamente con el campeonato de baloncesto femenino, ni a los Polos

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disputarle la final de micro fútbol al siempre difícil combinado del barrio Diez de marzo… En la bomba central de la cancha del parque centenario encontramos una gran mano negra pintada, destilando una sentencia: “La muerte ha venido para quedarse”. En la fachada de la alcaldía y en el atrio de la iglesia aparecieron panfletos con una larga lista de paisanos que debían abandonar el pueblo en un plazo dado para no ser asesinados. Conocimos el terror, pero nunca pensamos que en verdad llegara para quedarse. Y se quedó. Vivíamos entonces en el callejón de los micos, cerca al estadio, en una casa que, ahora que he vuelto, no se parece en nada a la que habitábamos: Ya el techo no es de palma amarga, ni las paredes de barro y boñiga, ni se le pelean los espacios a la oscuridad con mechón ni se espanta a los mosquitos con musengue, pero, a decir verdad, las cosas si han cambiado en el pueblo, pero ha sido para empeorar: La Mano Negra es quien gobierna ahora o lo hacen en su nombre unos peleles: Los tentáculos ponzoñosos del paramilitarismo se apoderaron de lo público y lo privado, cosa que pasa por la determinación de los alcaldes y sus funcionarios, los asesinatos selectivos de quienes se atrevan a llamarlos por su nombre: ¡Paracos! Y señalarles sus obscenidades y el desplazamiento de aquellos que les sobreviven y sin embargo no logran amoldarse a la sociedad enferma en la que se ha convertido mi pueblo, hasta llegar a incidir en los precios de la mercadería de los comercios en base a impuestos paralelos a los del gobierno para poder permitirles el funcionamiento e incluso al señalamiento de los horarios en los que la vida retoma su normalidad aparente o su resignación, que en este caso es lo mismo. No sentí miedo. Sentí rabia: Me dolían las tripas de sólo recordar como se lo habían llevado y ver que pasaban los días y no recibíamos noticias de su paradero: Mamá conservaba la esperanza de que aún viviera, pero algo en sus ojos me decía que sabía que estaba muerto. Al amanecer, luego que terminaba el toque de queda impuesto por La Mano Negra, todos tratábamos de volver a la normalidad. Mamá hizo lo posible para que el día transcurriera sin sobresaltos para el nenito: Todavía me parece sentir las miradas de lástima de algunos vecinos sobre nosotros, Jose, algunas otras miradas tenían en su silencio algo de reproche y señalamiento: Papá tenía que ser un cuatrero o asaltante o informante de uno u otro grupo de los que se pasean por el pueblo como Pedro por su casa, para que se lo hayan llevado. Sé que eso decían entre sí, al ver pasar a mamá conmigo en sus brazos para llevarme a la escuelita. Su marido sólo había decidido hablar cuando los demás optaban por callar o hacerse los güevones, nada más. Nada más. Aún sigue hablando desde su tumba, porque el silencio no es ausencia de discurso, el silencio también es una protesta, aún más el silencio de papá.

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Antes de que nos rondara esa camioneta uno se preguntaba: ¿Por quién doblan las campanas? Era un hecho escaso y cuando se daba era una cuestión bastante poco trágica, a pesar de que la muerte nunca deja de serlo: Entonces sabíamos bien por quién doblaban, cosa rara, repito, pero hoy en día nadie sabe bien por quién doblan, cada que suenan: Por el mismo monaguillo que las tañe con más tristeza que nunca porque los muertos de los sepelios a los que convoca son también sus muertos, por... por ti, por mi, por aquellos. Las campanas doblan por todos, hermano, ¡por todos! El pueblo nunca ha podido darse cuenta con claridad cuando empezó todo: Algunos dicen que este martirio tomó su lugar entre nosotros la noche que acribillaron a Lucho, Chile y Tine en el billar de la calle 9 y quizá sólo hasta muchos años después llegue Guamal a tener conciencia de lo que va a vivir, con la muerte apeñuscada en el cementerio y las distancias a los otros pueblos medidas por las cruces regadas en los caminos. La vida apenas si se podrá aferrar a algún girón de normalidad en las misas de los domingos y la afanosa jornada de mercado al final de ellas. Ni siquiera los fantasmas habituales han vuelto a recorrer las calles: Al suicida del caño de la calle del Carmen lo vieron dando vueltas por el Botón, aburrido. Los mismos feroces Indios de Las Guayabitas que repelieron las huestes de la Marquesa de Hoyos prefirieron dejar sus tierras ancestrales, en Juangrande, a los muertos de otros tiempos, más recientes, preferiblemente, porque ni siquiera ellos con sus doble cerca de dentadura y sus tres chilangas bien puestas se sintieron capaces de enfrentar a estos nuevos invasores: Los seres más crueles y despiadados que hayan podido conocer en sus cientos, miles de años, en este País de Pocabuy. La idea de la muerte que yo tenía hasta ese entonces no iba mucho más allá de la de mi padrino corriendo con mi bisabuela en sus brazos hacía el hospital, desmenguada, y la de las cuatro tablas donde habían metido a mi tío Oscar una mañana que pasé por donde la abuela antes de ir al colegio: A él no quise mirarlo, ¿para qué?, era mejor seguir con su imagen a caballo por la finca, con su bello sombrero, su peinilla y su bayeta de cuadros. La muerte me estremeció por primera vez cuando supe que Carlos se había ahogado, tratando de cruzar el río por tercera o cuarta vez, unos minutos después de haber estado jugando fútbol con nosotros y por poco me manda al suelo hace un par de años cuando al llegar de la escuela, encontré al abuelo con la boca llena de espuma en la mecedora donde siempre me cuenta o me canta sus cuentos, pero el abuelo le supo hacer el quite y aún sigue cuidándome, ahora más que papá no ha vuelto. Ya no lo esperamos.

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Los ojos cansados de mamá miran el suelo de la calle del cementerio, que es la única que tiene pavimentada el pueblo, haciendo lo posible y lo imposible por detener las lágrimas en la cima de sus pestañas: Encontraron el cuerpo de papá tumbado, en posición fetal, bajo el puente del quemao, en la vía a Astrea, que es la guarida de esos sinvergüenzas. Trajeron a mamá sus botas y ropas todas llenas de lodo y el anillo de matrimonio que habían mandado a hacer en Mompós donde los Trespalacio y entonces si reventó a llorar y, entre dientes, comenzó a maldecir al alcalde por no hacer nada para detener esa carnicería y a los policías por ser cómplices de esos asesinos. Se secó las lágrimas con rabia, me tomó de la mano y se metió al cuartucho séptico y destartalado que hacía las veces de morgue siendo en verdad un nido de ratas y murciélagos. Lo abrazó fuerte, lo besó en la frente, en las mejillas, apretó sus manos, se recostó a su pecho desnudo y volvió a llorar sin levantarse de su pecho. Habían pasado dos días como en un suspiro, en medio de un sereno ininterrumpido y un ronroneo de sapos en los charcos de las calles: El pueblo seguía en esa lúgubre monotonía que solamente trastocaba el rugir del motor de esa maldita camioneta. Rugió al doblar la esquina en busca del matadero, volvió a rugir luego de un chillido de los frenos, en medio del tropel de cuerpos en forcejeo, rugió otra vez dando inicio al silencio indecible que precede a la transfiguración de la muerte en sus infames pasajeros. Sentí miedo esta vez. Volvió a partir en su viaje desolador hacia La Montaña…

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VOLVER A EMPEZAR Él había permanecido agazapado en un rincón de lo que había sido su cuarto desde la infancia: Lívido, tembloroso y empapado en un sudor espeso y frío. Aferrado a una camándula trenzada con jirones de su pelo crespo color cocoa, repetía incesantemente su nombre de Rosa como un mantra, una oración protectora: Se incorporó rápidamente al finalizar los rugidos, sacudiéndose el polvo y consciente –por primera vez– de la magnitud de lo sucedido. Se estiró y gimió sintiendo reacomodar el dolor en cada uno de sus huesos y músculos. Pensó, primero, en cómo y dónde estaría su madre, luego recordó a cada uno de sus familiares, amigos y conocidos. De pronto pensó, sonriente, que la muérgana muerte no era como la había soñado, temido y pensado por veinticuatro años: Era una mujer alta, fornida, firme y voluptuosa, con un hálito poderoso e indomable de animal grande y viejo: Sobrenatural, embriagador y envolvente. Notó la tierra ardiente bajo sus pies descalzos y empezó a abrirse paso removiendo algunos escombros, chapaleando entre recuerdos retorcidos, dolores, sueños rotos y miedos recalcitrantes… Ella. Ésa que al instante mismo del primer estallido tarareaba vallenatos terminando de acicalarse para luego ir a misa, aún continuaba empotrada al suelo: Estática, sobrecogida, clavando uñas y dientes a una hilacha de cortina que le había quedado en las manos cuando el tabletear de las metrallas y el silbido de las pipetas, bajo el coro del fusil y el soliloquio de las granadas, bombas y morteros, rasgaron el silencio cristalino de las nueve de la mañana. Sintió el retumbar de la muerte, su paso desolador por el pueblo, su tufo agridulce y abrasador y sintió entre sus piernas, sobre sus pechos, bajo su pelo, su beso, su caricia malcriada y altanera… A su paso, el frío y la nada del miedo, su certidumbre pasmosa, como un gato rabioso que le atenazaba las tripas y el cuello con sus garras. Pensó en sus ojos grandes y oscuros, en su presencia constante al pasar la calle y caminó lentamente adonde había estado su ventana, esperando volver a encontrarlo… Al amanecer del segundo día, cuando ya daba todo por perdido, se asomó tímidamente por un hueco de la pared que da al lugar donde debía estar la calle que separa sus casas. Ella continuaba allí desde antes del bombardeo. Se vio en sus ojos, y sonrío antes de reventar a llorar…

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EXILIO A los exiliados.

A Chobe, mi tío. Morir un poco es partir, con el tiempo raudo, que fluye impertérrito. Partir es morir un poco. Con visos de hora crepuscular, renacer al recordar, vivir lo vivido ya. Latir, siempre recomenzar. Transitar, inmarcesible, el terreno del ayer, y resucitar, reconstruir el momento pasado, fortalecer el presente, y vencer, la partida fatal.

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EL GIMNASIO DE EL SICA Yo no sé si el tipo es bueno o malo,

sólo sé que le tocó perder.

En el cielo está Dios soberano,

y en la tierra la orden del cartel...

Rubén Blades

¿Habrás sopesado alguna vez las posibles consecuencias de tus actos sicariales? ¿Habrás calculado alguna vez el alcance de tu terrorífico aliento, de tus dientes de hiel y acero y tu ponzoña de rémora? ¿Te habrás interesado por el ser humano palpitante en la vida que te dispones a cegar, en la ternura que produce el sonido de su sonrisa y la seguridad que transmiten sus fuertes abrazos, en el eco de sus susurros al oído de quienes ama, en la lubricidad que producen sus labios turgentes y su sexo poderoso? ¿Qué he de saber de ti embajador plenipotenciario de la infamia, canciller absoluto del miedo y el olvido, mandadero estúpido de la muerte? Nada, ni siquiera el sonido hueco de tu nombre... ¿Qué importancia tiene quién eres o quién fuiste? Ninguna. Nada más que un moco pegado en la pared… No has sido más que un títere y posiblemente otra víctima más: De tus jefes, de tu posible (más temprano que tarde) verdugo, de tu hambre, de tus vicios, de ti mismo, sobre todo de ti mismo: Antisocial. En cada una de tus muertes, de las muertes que has decidido o te ha tocado propiciar, no has hecho más que prefigurar la tuya y más que aplazarle, acercarla más profunda y decididamente porque eres una plaga, necesaria para algunos, pero una plaga y, lamento informarte: La naturaleza usa unas para exterminar otras y esto, en consecuencia, te aguarda. Es inevitable, ineludible. Verídico. Uno de estos días, sin que, quizá, hayas tenido tiempo de pensarlo y sin que llegues siquiera a advertirlo, el ángel de la muerte tocara a tu puerta o palmeara tu hombro antes de asestarte su beso irrevocable y definitivo. Irreversible.

* Permaneces allí, bajo los sobacos de la muerte, amparado en la invisibilidad recurrente que te otorgan la desventura y tu sagacidad de cazador de indefensos: Sé que estás allí, regodeándote en la memoria de tus infames hazañas, no he podido adivinar cuál sea tu infausta manera de contabilizarlas, quizá marcándote con un punzón en un brazo o tatuándote un punto por cada una de ellas en la espalda o trazando una línea dorada sobre la fotografía que te sirviera de guía para poder hallarlo aunque cualquiera pudiera señalártelo… Miras, Sica, la punta de tu cigarro esperando el momento oportuno para tu asalto, Amasa en sus dientes el valor que le hace falta para el disparo mortífero: ¡Cobarde! Ese eres tú... La herida sangrante, la ulcera escuecente, la ilusión perdida, robada... La orfandad sin

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cuento. Amalgama entre sus dedos la mixtura convulsa de sus innumerables muertes: Calcula. Piensa. Ensaya mentalmente sus posibilidades laberínticas. ¿Sientes miedo, acaso? Siente la gelidés de su amante y compañera, de su manopistola que aguarda e impacienta. ¿Descansas, acaso, con ese sinnúmero de ultimas miradas detenidas en tus ojos, con la súplica que, quizá, nunca has oído, más por miedo que por impiedad? ¿Habrás tenido el valor de sostener una mirada antes de apretar el gatillo, como un verdadero hombre? ¡Pendejo! ¿Habrás tenido oportunidad de darte cuenta de que, más que ningún otro, eres un animal solitario, de que eres un mendigo? Te he sentido correr desde antes de que consumes el acto y te dispongas a iniciar, de nuevo, tu rutina de gimnasia para ser humano, cosa imposible pero que añoras cada mañana frente a tu espejo, cada que matas y mueres un poco en ese abaleado: Disparas antes en tu mente y ves correr la sangre que tiñe de luto el cuerpo que aún no se acostumbra del todo a ser sólo un estuche vacío, las demás vidas que fallecen un poco en cada borbotón del río carmelita que has desbocado. Retumba finalmente tu vil vanidad de mercenario por tus dedoscañones de mierda: Huyes.

* Ha venido el silencio a ocupar el lugar de la angustia y los lamentos: El caos toma su lugar en medio del espacio ilimitado que recién deja el difunto en las vidas de quienes le sobreviven, trayendo consigo una cosa innombrable, inabarcable, incomprensible, una vaina sin pies ni cabeza que arrastra y desbarata en su paso incontrolable toda la seguridad que teníamos, todo nuestro mundo. Han dejado tus pasos de espectro indolente una estela de pavor que, de pronto, se trueca en una ira irrefrenable que péndula sobre tus hombros de artefacto desechable y vomita su hiel sobre tu nombre desconocido. ¿Dónde estarás en este instante, mal nacido? ¿Habrás podido encontrarte en tu desbandada entre pastizales de espanto y corrientes putrefactas? ¿Qué pensamientos atravesarán tu mente ahora que has cumplido tu encargo y has agregado una seña más a tu colección? ¿Qué? Sé que estás ahí, que llevas horas-días-minutos, que perdiste la noción del tiempo que has estado practicando ese mismo ejercicio con el que pretendes adquirir por fin un rostro… Tal vez ese rostro lejano que siempre te recrimina en la foto de tu primera comunión que permanece en la mesita de tu cuarto, donde guardas tus balas y tu pistola y la yerba. Estás ahí, frente a tu espejo, tratando de encontrar la inocencia perdida del niño que aún no has dejado de ser del todo, rumiando tu veneno y espantándote del rostro que en nada se parece al que desearías tener: No te reconoces en el desfile de rostros asesinados por ti que se superponen,

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desdibujando al de tu infancia y sin embargo, también sé, que no dudarías en volver a apretar el gatillo cuando te vuelvan a señalar otro objetivo. Tu rutina no es simple porque, para empezar, estás solo: Ni aun a tus armas osas confiarte. Temes buscar un instructor, alguien que, quizá, pueda devolverte algo de ese niño que has perdido en tus afanes… Te le adelantas al sol, para que nadie advierta tu presencia, e inicias tu fase de calentamiento a tientas: Comienzas metiendo la cabeza en un molde de hierro candente y por más que insistes en la fragua, no logras darte forma. Ilusionado con apartar de ella tus recuerdos, fustigas tu cabeza con una almohadilla repleta de piedras y luego golpeas una bolsa invisible donde has ido metiendo los recuerdos que quisieras no volver a acordarte y das mil saltos en una cuerda que es de alambres de púas: Clavas en tus muslos electrodos que pretenden hacer latir de nuevo la inocencia que has perdido: Descargas tu soledad. Empapado en los fétidos aceites del miedo, haces raras contorsiones, sofriéndote en el resbaloso infierno de tu cuartucho. Tu sudor te aturde y embota porque siempre huele a sangre ajena y rehúsas acostarte en tu camilla de clavos: Los vidrios de la hamaca que guindas atravesando tu estancia reflejan los mil ojos que has conducido a la muerte. ¿Huir, de nuevo, de quién, a dónde? Corres millas y millas en una estera puntiaguda que no te lleva a ninguna parte. Te has estirado tanto que casi llegas a la puerta y aún deseas poder sobrepasarla para asegurarte el perímetro y convencerte de que nadie ha podido seguirte y encontrar tu madriguera, pero no puedes salir. Te puede más el olor a pólvora y sangre que emana de tus poros y sigues al baño a sumergirte en una alberca de cerveza y orines: Alguien puede estar allá afuera esperándote. Esperas que desespere. Sé que llevas días respirando el humo de tus velas de sebo, apelmazado a tus olores más íntimos fermentados en el encierro a que te has condenado después que lo mataste. Lo mataste, no sé si seas realmente consciente de ello: Y lo hiciste porque no tienes ojos, porque no pudiste ver que él era más que un cuerpo, ideales altos que escapan a todo discurso. Acción. No pudiste ver que él no era un simple Blanco; que más que una idea él es un acto, y que los actos no mueren. Te deshiciste de su cuerpo, claro, y tal vez eso pueda aportarte tranquilidad o a quienes te lo han mandado, pero anota en contra que su esencia persiste y nada podrán hacer tus armas para su exterminio: Por eso estás ahí de nuevo, y allí te quedarás, en tu borrón, en tu desdibujo, en tu hueco-alcantarilla-gimnasio: esa celda negra que tú mismo alistaste tal vez sin darte cuenta. No, no lo haga, por favor, no lo haga, me parece escucharte decir ensopado en el vaho nauseabundo que exhalas en mitad de tus noches sin descanso, revolcándote en la miseria a la

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que has reducido y condenado tantas vidas como consecuencia de tus actos sicariales, Deme una última oportunidad… ¿Piedad que tú, mezquino de mierda, has tenido alguna vez? ¿Compasión que te atreves a invocar siendo tú el primero en negarla a otros? Le juro que nunca más lo haré. Pareciera el ruego del niño que acaba de robar un lápiz o ha tumbado el mango verde del árbol del vecino y sin embargo persiste en su ruego inútil... ¿A quién le habla el Sica? ¿A quién con tanto fervor pide clemencia? ¿A Dios? ¿A sus jefes? ¿A sus verdugos? No. Está solo, como siempre lo ha estado y va a continuar estándolo. ¿Has podido advertir ya que no eres más que una ficha en un complejo juego que escapa a tus posibilidades? El Sica viene huyendo acezante y sudoroso, clamando por su vida que sabe no estará a salvo ni estando entre rejas, y estas son sus palabras ahora que se ha detenido a beber agua en el río y ha visto su rostro... Su rostro desfigurado y patético, Su rostro… ¡Tras su más reciente asesinato! Saldrás, por supuesto (si te lo permite la sombra envolvente que te sigue los pasos en nombre del pueblo que has condenado a la desesperanza), a dar tu paseo recurrente cuando te ordenen otra muerte, cuando te digan: Ahí está el culpable y eso te baste... ¿Culpable de qué, a juicio de quién merece esta pena? ¿Te habrás detenido a preguntarte por el curso que habrían tomado las cosas sino hubieras cumplido tu cometido? Hazlo, si puedes, en las pausas de tu gimnasia inservible y desesperada pues por mucho que practiques y practiques y practiques, nunca lograrás un rostro. Nunca. Nunca te saldrán esos ojos que tanto necesitas para mirar al resto de los colombianos, tus desafortunados y huérfanos paisanos…

A Elsa Barros, que tan generosamente me regalo esta idea.

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CHOBE Los que mueren por la vida,

no merecen ser llamados muertos.

Alí Primera

Este hombre, tan alto, atesora la bondad en sus bolsillos. tiene la misma altura de pescadores y labriegos al despuntar el alba: No sabe de artilugios ni componendas, ni de comercios con esperanzas ajenas. Este hombre es recto, vertical, límpido, insobornable: Sana, consuela, guía con dicha y ternura a flor de sonrisas… Este hombre, sol de medio día,

- a su altura casi todas las alas se derriten – tierno y valeroso, delicado y brillante, libera una densa corriente de miel del río caudaloso de las ideas, colma de luz, suaviza, el corazón retumbante de sus paisanos. Este hombre… Héroe fue, luchando, sin fusil y sin espada, en el campo del trabajo, no en el campo de batalla, y, donde quiera que viva, vivirá un poco de nosotros, ¡bajo la sombra, al pie, de su frondosa altura!

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CONFIDENCIA* Ocasión de voraces aves negras

Fernando Charry Lara

Era un árbol fuerte, grande, frondoso, saludable. Unas manos ajenas troncharon mi ramaje, mis raíces profundas limitaron… Mi corteza fue herida, mi corazón ultrajado, mi savia esparcida, regada al viento falaz, mis frutos extirpados, mis flores agostadas… Soy un fantasma de mi mismo, una caricatura de antaño. Soy, un desarraigado.

A mí tío Robert, ¡Con todo el dolor de mi alma!

*Poema escrito en ocasión de las amenazas que sufriera mi tío, por temas políticos y que nunca pensé tendría que leerle a su cuerpo sin él… Incluido en la antología Tocando el viento del Taller Relata de Creación Literaria “La poesía es un viaje”, 2012

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LA MORGUE En la vida pasan cosas que parecen y no son,

lo verdadero es la muerte y el testigo, el cajón.

Lorenzo Morales, Moralito

Ya sin miradas bajos los parpados, sin el encanto de su ser en su no-ser, sin pensamientos… Con la sangre pútrida entre las venas, con el duro y frío concreto necrósico ultrajando sus espaldas: Invadidos del olor democrático, pagano y vulgar de todos los hombres cuando dejan de serlo: El olor inconfundible e inmarcesible del accionar bacteriano do algún día hubo vida: El olor de la muerte. Casi no llegan las voces de las gentes hasta acá, casi no más que perfumes de flores, unas ya marchitas. Perfumes baratos y otros prestados, Murmullos de horas – volátiles – … El saldo de vida y tristeza que aún se nos adeuda. Y, como si quisieran besarme, hablarme, susurrarme un trágico secreto cósmico, sus labios entre-abiertos y violáceos

- cual si el primíparo beso de la muerte les hubiese maltratado –. Ya no hay tiempo pa lágrimas, ya no hay espacio pa quejas, ya empezó el fin… Aquí nadie pierde por decisión, nadie gana – si es que alguien lo hace – I n f a l i b l e m e n t e. Aquí todo es NOCKOUT. Aquí se inaugura la sabaticidad perenne de la muerte.

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AQUEL NUEVE DE ABRIL Vox Clamantis in deserto

Juan 1:23

Este hombre es un pueblo: Enorme, intransigente, indomable. Tierno, vulnerable - como todos -. Vertical. Y hoy es el último día de su telúrica esperanza: Aún no lo sabe, es cierto: Miedo no es su nombre, terror no es su apellido. La saña de la muerte se enfila, ponzoñosa, en las paredes grisáceas y el vocerío de las gentes: Calcula. Piensa. Ensaya. El ánimo de la victoria brillante le inmuniza a cualquier presagio y al sueño: Nunca más verá ese sol triste detrás de los cerros añejos, ni su rostro indígena inundará ya la plaza con su firmeza mineral: Va a morir sin darse cuenta ni haberlo pensado este último de sus medios días de gigante quimérico y nostálgico: Sobrenatural. Es su voz el eco de otras urgencias: Ignoradas. Desconocidas. Burladas. Es su sueño la pesadilla cotidiana de los dos países que le hienden el alma: El ansia del pan, la sal y el azúcar… Los votos, las influencias… ¡la mierda! Es un medio día como otros antes del holocausto: Son las dos, un poco más, y el alma se le esfuma con la misma fuerza estruendosa de su verbo y el disparo escupido de la nada imprecisa de la Jiménez…

- Hace poco había marchado, en silencio luctuoso, por estas mismas calles lúgubres andinas –

¡Ha sido el crujido y el chirrear de dientes! El sordo rumor estremece los quicios y revienta ventanas: Un solo rugir de entrañas furiosas recorre calles y trochas, valles, cumbres, vidas y muertes… Una ira y un dolor sin género, edad ni condición: Un sentir irreflexo con el brillo y la potencia de la venganza en los ojos desorbitados: La sangre, el fuego y el pánico se han expandido tan pronto la muerte ha urdido su caótica madeja. Este era un hombre, digo: ¡Mataron a Gaitán!

In memoriam, Jefe.

A mi tío Orlando, El Viejo: Pocas palabras, muchos recuerdos.

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EL HOMBRE*

Cuentan, que un hombre estaba cansado de vivir, y que moría a cada rato. Pero le pesaba tanto la muerte, que no podía morir con esa carga. *Poema finalista del Concurso Internacional de Micro ficción Garzón Céspedes de la CIINOE, 2007 e incluido en la antología Polen para fecundar manantiales de la colección Gaviota de Azogue, 2008

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PROMETEO Encadenado al agreste Cáucaso: Cansado del desdén de los dioses traicionados y el cansancio de las águilas hastiadas. Condenado al olvido de sus liberados, se halló injustificado. Ofrendó, entonces, el divino secreto de su hígado al peñasco, aunándose con él.

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QUINCEAÑERA A mi primita, Luisa Margarita.

¡Nunca podremos olvidarte! Para llenar mi corazón basta tú recuerdo, voz de miel y fiesta, corazón de Margarita. Para tu libertad sobraron tus tiernas alas, alas de ángel, ya casi de mariposa. Del cielo llegará el susurro de tus alas: Risas resonantes cabalgando el viento, coqueterías, cantos y un dulce baile: Vuela, deja de ser capullo, ¡hazte rosa! Cálzate y vístete, perfúmate, hazte mujer, brilla, sueña, salta y sonríe: Corona tu espera. ¡Recoge los frutos de tu corazón, junta tus huellas! Para mi corazón bastará tu dulzura, el rumor de tu recuerdo en el fondo del alma, ¡el galope súbito de tus años de primavera!

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EN LA MUERTE DE CELIA Pa mi tú no eres ná,

muerte bemba colorá.

Celia Cruz

Se deshizo en un segundo como algodón de AZÚCAR en el paladar, dejándonos sólo una estela intangible pa recordar. Chau mama

- The caribeann soul

be cry for you –: Hoy la sonora del cielo cuenta contigo. Y de Santiago a Curramba, de Miami a La Habana y Martinica a New York, el pregonar de las olas va lamentando esa falta grande, inmensa, de tu ¡Azúcar! en nuestro carnaval.

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LATE A Johanna, que tan amorosamente me ayudó a corregirlo.

Ahora - no mucho tiempo – Sólo media vida después, Cuando la lepra intransigente del olvido aún no te ha consumido del todo, Tus mechas, tus barbas, tus binóculos: Ahora, Justo ahora, Sin Yoko, sin Sean Sin Paul, Ringo, ni George, Verás, quizá, que no pudiste escoger - Como todos -. Nosotros, Los de ahora y los de antes, Habríamos preferido verte inútil, terco y obeso, Frágil, quizá, tierno y convulso o asqueroso Desfigurado e infértil, pero viejo: Viejo y millonario junto a tu piano o en silla de ruedas. Alguien escogió, por nosotros, convertir en muerte al amor. ¿Habrías escogido, tal vez, una sobre – dosis de rock Sexo cannabis: Amor? ¿Cuántas sobrecogedoras melodías habrán quedado, Horadadas, calcinadas y sangrantes, Con esos cinco balazos? No lo olvides: “…Es la felicidad un arma caliente…”, John No lo olvides. Aún sigues doliéndonos en un recoveco cualquiera, Del alma, A veces el más profundo, a muchos, la fibra Más intima, A veces no tanto Look Beatle: Look around me!

This isn’t Never land, but

This is my wonderful home,

Our world. Yours and mine.

… hay repliegues de éste mundo donde todos somos uno, Un instante quizá There is the open Windows and open doors World.

Donde TODO, todo se impone a la tiranía Incluso el dolor, sobre todo el dolor Nuestras vergüenzas Nuestra arrogancia

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Nuestro egoísmo refractario Para escalar – ¿O descender? -, su paranoia El ruido la furia la mezquindad la miseria Y saltar, como un animal tierno y desprotegido: Indefenso, En busca, de nuevo, de lo inalcanzable. I HAVE A DREAM…

- Do you remember? –

I’m not you, friend

But I IMAGINE a world like yours;

And I believe that

The dream hasn’t ended…

Pero hay momentos en que no te encuentro Ni cansado ni enfermo, intransigente Y todo parece claudicar, retorcerse, en el tic tac de su Esquizoide vagar, rodar, rotar Lágrimas gemidos desapariciones Terror muerte caos Es éste el mundo en que he visto tus ojos, nihilista, Y he sentido tu voz iconoclasta y translúcida Rebelde honesta contestataria Yes, I know! You don’t believe.

Es este el mundo de las manos juntas, entrelazadas Y el azahar el azadón y la escuadra. Del vino y la espiga Las sonrisas los besos el colibrí la albahaca y los abrazos Es le de las velas y los rezos y los cantos, John El roble el cocotero y la amapola IMAGINE

Cristo Buda Mahoma Es este el mundo del jazz, el rock y la salsa Suites fugas sonatas It’s your World, Lennon: “The Beatles land”.

It’s more than AIDS,

Fire pain guns cry hunger death.

Usually,

The more beautiful flowers born in the shit….

In memoriam, John Lennon, twenty five years later.

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CARTA A UN AMIGO A Johanna Vega Abello.

Araucano. Para nacer has nacido… como el sol, el viento y el amor, como los versos y los besos… desde el fondo de ti y de nosotros; en las tierras australes de esta América tuya que hiciste nuestra, en Taltal, una pluma entre las alas de tu albatros del alma, el lejano Chile marino, volcánico y ferroviario: La patria que tiene tu apellido, la que re-creaste y nombraste en tus versos. La hija de tu canto: Tu estrella solitaria en el firmamento azulino. No conozco tu figura alta, desgarbada y taciturna de poeta joven; tampoco tu cabeza que se hizo calva con los años, tus pómulos cansados de trotamundos irredento ni tu nariz prominente. Conozco sólo tus versos poeta, tristes como tus ojos chicos, profundos, silentes y distantes a veces como tus pasos – pasos que hoy guían otros pasos, a lo lejos, entre los vivos y también los muertos -, otras veces marcados, pacientes, rítmicos, vibrantes, telúricos, sensuales, místicos y radiantes… festivos, magros y límpidos como tu sonrisa… Universales como tu nombre: Pablo. Son como de madera tus versos, Neftalí Ricardo, de todas las maderas posibles… Así debías ser tú hace cien años, en mitad de las lluvias inmarcesibles y el cielo encapotado coronando la vegetación exuberante y los Andes imponentes bordeados por el inmenso pacífico que te vio fenecer en tu Isla Negra. Así debías ser. Te fuiste labrando a pulso, golpe tras golpe, sensiblemente, con hacha y machete, pluma, tinta, lápiz, papel, fuego, compás, poesía, escuadra, botellones, barcos, conchas y punzón: Lo fuiste creando todo en tu Araucanía, taltaleño. Eras de madera, Pablo: Semilla fecundísima, plántula nutritiva, árbol frondoso, eterno foliolo, corazón inmensurable, corteza redentora, savia procreadora, fruto divino, raíz terrena, terrígena. Sigues siendo de madera – como tus sonetos – Neruda. Tú lo haz nombrado todo: Al maíz, la encina, las uvas, el colibrí, el opio, el vino, la lavandera nocturna, el dolor, la niña morena y ágil, la felicidad, los versos más tristes, los años, el hondero

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entusiasta, los astros y el viento, el viento que galopa – como los potros – sobre la playa… Has cantado todo, también: A un niño que desde el fondo de ti, nos mira, a Matilde tu amada, tu mujer, tu compañera, tu amiga; también a mi amada -… me gustas cuando callas, le dije -, a Temuco, a O´Higgins, mi Colombia esmeraldina, Stalingrado, Macchu Picchu, el Tequendama, el Biobío, a Bolívar, a San Martín, al general Franco - en su infierno -, a Túpac Amarú, a tu España, a tu amigo Vallejo y a Alberti, a Lorca, a Huidobro, a Carranza, a Maiakovski, a Picasso – es una raza, dijiste - , a Whitman… y los laureados del setenta y uno. A ti te dijo Rojas: Esta es Colombia, Pablo. Todo tiene tu nombre – el nombre del secretario de los enamorados, como dice tu amigo Bolodia - : Desde Colombo hasta las goteras de Santiago, de la vibratoria Caracas a Paris o La Habana a Rangoon, todo tiene tu nombre incrustado en su nombre - como al amor los amantes -. Los colores, los olores, los sabores, las texturas, el amor todo lo has cantado. Todo. Nombraste hasta tu muerte, maestro, esa presencia invisible y acechante. Natural. Te fuiste… Tu presencia invisible no es la de un muerto – aunque moriste de muerte patria doce días más tarde que tu amigo Allende -. No, no. Tu presencia es un milagro – como lo dijo Cortázar – una vibración, un trino, un raciocinio, un sonido tenue, un eco, un silencio, una luz, un espacio, un recorrido… Poesía. Aquello que encontraron las fuerzas golpistas en tu última residencia, el arma más peligrosa: Cantos poéticos y los más, enamorados, historias de calle, de viajes, de vidas… aire, universo, confín, sangre, sudor, lágrimas, átomo, palabra, ritmo, rima, fuego, flor, tierra, hambre, sed, cópulas, sueños, muerte… amor, vida… Poesía. Amigo Pablo, por tus versos libertarios… AÚNQUE NO HALLA POETAS, La poesía no habrá cantado en vano.

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LAVOE Soy como esos cóndores que el tiempo,

Los va convirtiendo en legendarios

Alfonso Molina

Seco ya tu corazón Y la fronda de tu pelo marchita, Tus ojos infantiles, tu cuerpo: ¡Inmóvil, inerme, derruido! Poema escrito bajo tierra, Canto sufrido de calle: Nos sobrevive la luz de tu voz, Campante en el picó y las esquinas, La k-z, el billar, la pelota, el dominó. La nota profunda, desgarradora, Vital: La murga, el montuno, la bomba. La electrizante sencillez El vértigo también, el dolor; La armónica y desnuda, La vibrante sinceridad de tu pregón. ¿Dónde anda Ray, brother? ¿Dónde Maelo melaza? ¿Dónde percute Tito? Sí, han empapado tus huesos La cal y la salsa de la tierra, Y la hierba brota en tu talle, Horadan tu cráneo Los ebrios gusanos, baten palmas En tu sexo disminuido: ¡Bailan! Sombras del tiempo, ¡sombras! De tu sobra liberadora: ¡Herencia perenne del acetato!

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Sonero, Caribe, Ponceño, Compañero segregado, Aún el mar nos hermana: Campo de tu canto y lamento: Simiente, casa y sabor, ¡Ínsula de las esperanzas! Nada pudo contigo, La muerte, no significó tu final, ¡Héctor, hermano, jibarito!

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SIMÓN A mis papás, Pili y Niche.

Se derrite el medio día en la yema de los dedos: Hueles a sal, a sol y a sobacos sudados, en la plaza que lleva tu nombre – como en cada pueblo, en cada ciudad, en todo cabildo y alcaldía en esta mitad de este lado del mundo -, de espaldas a tu estatua de emperador romano y a la del adelantado – frente a la antigua fortaleza del morro, sobre el camellón que lleva su nombre – con su pose de mariquita – aunque no tanto como la de Prudencio en su plaza de Riohacha - . Te sorprendes en monedas, estampillas, billetes, calles y loterías: La ubicuidad omnipotente, increíble e indecente que te endilgaron: A ti, medio mulato de pelos crespos y mirada triste, viudo joven, bailarín de salón y burdeles y fogatas bajo las estrellas de Aragua o las arenas del Caribe. Culo de fierro cabalgando, transfigurado, a lomo de potros salvajes y sueños delirantes el vasto imperio de las riquezas desmesuradas y la bravura a flor de piel: El adolescente que no tuvo derecho a hacer lo que le viniera en gana y le obligaron a ser reflejo, ¡debiendo ser luz! No te pareces a ti, ni en los dolores del alma, ni en las heridas del cuerpo: Bostezas y te sacudes el polvo espeso de todas las ciudades y pueblos que tropezaste –bien en la gloria, bien en la miseria – con tu camisa amansa locos, tus botas altas y tu pantaloncito apretado, tus palabras blasfemas y tus modos de niño bonito de la capital petrolizada a la que el Ávila no le deja ver el mar. Te han vuelto el más grande súper héroe de la tira cómica de nuestra historia absurda: El caudal de vida que te sustentaba fue a parar a mares de tinta y papel y ¡ha muerto! Nadie se acuerda de tus pataletas obscenas y altisonantes, ni cuando anduviste andrajoso y mendicante las llanuras ardientes o las alturas nevadas, si tiritaste como perro, te revolcaste en tus miserias y lloraste sin consuelo evacuando por tus partes inflamadas. Nadie te recuerda como un simple cristiano, al fin eso eras, aunque masón y un día te pensaras majadero… Detestas al tipo en que te han convertido. Te detienes un momento a tratar de reconocer esta ciudad de casas blancas y colinas oscuras, brisa loca y el mar cristalino donde araste sin presentirlo: ¡La pinga! Te palmeas en la frente y te buscas en los bolsillos, reconociéndote en la desnudes que permite el anonimato, defendiéndote de los recuerdos como si se trataran de los de otro: Te reconoces ajeno, distinto a lo que se dice, cree y predica de ti, más parecido a tus pesadillas que al más enclenque de tus pensamientos: Te han estirado la nariz y la bemba, alisaron tu pelo ahora cano y palidecieron tu piel al extremo de la caricatura, llenando tu pecho de preseas y coronándote de laureles que no deseaste en tu infancia en San Mateo y desdeñaste en tus ultimas en San

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Pedro… Te da gusto pasar inadvertido, ojear el periódico, sorber un tinto en el parque al lado de la alcaldía y ver cómo te llueven las palomas en la estatua que tanto difiere de ti en los años en que doblegabas al viento y detenías al sol para ganar una batalla o cambiabas el rumbo de un río y enlazabas una estrella para ganar un corazón: Ese eras tú, para nosotros y seguirás siendo para los hijos de nuestros hijos, pero no, tú sólo eres un paisano que se sienta a ver las sobras de nuestros tesoros tras vidrierías de museo y en colgajos de buhoneros sobre la única avenida que recorriste y recorrió tu cuerpo sin ti y donde se te aguaron los ojos sabiéndote perdido en los laberintos del tiempo: Bolívar soy yo, dijiste, secándote el sudor de este medio día en que el mundo se derrite bajo los pies...

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REQUIEM A todos los que no supimos llorarte.

La muerte cruzó a la izquierda, atrapándote al final de la tarde. Ya tus fuerzas no eran tantas para otra finta: Te fue socavando, en tus raíces, lentamente, hasta engullirte en el silencio pasmoso de sus aguas. Finalmente te dio alcance

- luego de tantos caminos, tantos tropiezos, entre el trópico y el páramo – inerme, exhausto, indiferente: resignado. Eras la sombra de un pasado rudo y laborioso: La orfandad de tus ojos en el ángulo oscuro de la impotencia. Fijos, perdidos, recalcitrantes. Sombras familiares te circundan en el último combate, como los chulos en Roldanillo

- eras aquél que les peleaba osamentas en el matadero –. Ruana siempre, peinilla al cinto, dureza marcial, jinete, vaquero, hortelano, constructor: La vida se fue cerrando sobre ti, como tu mano sobre tus llaves, ¡hasta no soltarlas! Roca base, presencia insondable. Eras la soledad toda y el respeto tras la humareda de un tinto, un pasillo de Morales. Manjar blanco, breva, palabra justa, intransigente, conflictiva. Barbas blancas, pelo cano: Te llamabas Pompilio, más que nunca sobre hombros y mil ojos y mil pasos hasta el descanso. La muerte dobló a la derecha y te me fuiste sin siquiera buscarte. Eres la fija presencia de una autoridad perdurable. Tu muerte fue un nuevo dolor en la consecutividad inmarcesible de los días.

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pastoso y resbaladizo como su pulpa en los cachetes: Acre. Viscoso. Inatacable. La muerte dobló, finalmente, a la derecha dos veces seguidas, tramando su última y definitiva venganza: Su más cruel humillación. Eras un frágil primíparo ensayando tu pose entre los muertos. Ya no eras, entonces, el don ni el compadre. Un puñado desgastado de espectros te acogió en la monotonía de sus muertes: Juliancito, Israel, Doroteo, Saturnino, Transito, Gualterio, Dieguito, Don Tulio, Don Luis. Era tu mortaja la voluble paciencia de la mujer que tocó tu sangre. Otro libanés, de esos trashumantes, vino a despedirte con el corazón en la mano de las terlencas y las popelinas: “Pumpiliu”, te dijo, “¡Te nos muriste, carajuú!” Descansa, si puedes, abuelo seguiremos sacándole mantazos a la nuestra, mientras no visite tu muerte…

A mi abuelito Pompilio, con toda admiración, cariño y respeto.

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INVOCACIÓN Escucha atento, hermano, el cuero templado de mi tambor: Llanto, plegaria, herida, canto, sonrisa, fuerza. Alabanza. Escucha, hermano, escucha, la desnudez rítmica de mis manos de agua, la medida latente de la vida, el ritmo exacto del corazón. Soy… Sangre negra, piel indígena, osamenta española. Aquí te invoco, Padre, Esta noche caribeña: ¡Despierta, despierta! Une a la mía, el sonido rugiente de tu voz. Reconóceme padre: Soy el pequeño que mecías a la sombra del mango de fronda perfumada, en cuyas ramas dormitan y danzan los espíritus guardianes de nuestros ancestros. Dame, Padre, tu voz creadora de toda palabra: Palabra reserva de todas nuestras historias: Exilios, naufragios, ultrajes, orfandades, victorias, reivindicaciones. Acompaña mi voztambor fuego sin leña, ¡derrama la gracia que avive mi canto! Galopan los vientos, caminos de los difuntos:

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El Guamalero

Luis Carlos Ramírez Lascarro

Azotan la ardiente llanura, la ciénaga plácida, la negra mar, fandango y cumbiamba avivan, consolando nuestra soledad. Hazte maraca, Padre, hazte guache y suena pa mí, hazte gaita, millo y tambora y suena pa mí, no más pa mí. bullerengue, cumbia y porro toca, toca pa mí, pa mí, pa mí… Viste de sol y sal a tu hijo, cálzame tus viejas abarcas, dame a beber de tu ron. Seca el llanto de nuestras viudas, enjuga y desinfecta nuestras heridas, aplaca el dolor de los huérfanos, recibe en tus entrañas a nuestros difuntos, alivia toda penuria del cuerpo y del alma. Lléname con el cauce de tus venas, fúndeme en la arena de tus manos, ¡danos consuelo entre tanto dolor!

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Luis Carlos Ramírez Lascarro

BIOBIBLIOGRAFIA Luis Carlos Ramírez Lascarro nació el 29 de junio de 1984 en la población de Guamal, al sur del departamento del Magdalena, Colombia, donde desarrolló sus estudios primarios en la escuela Acevedo y Gómez. Se trasladó a finales de 1999 a la porteña ciudad de Barranquilla, donde culminó sus estudios secundarios y adelantó estudios de nivel medio: Técnico en Telecomunicaciones en el centro Colombo Alemán del SENA y Tecnólogo en Electrónica en el Politécnico de la Costa Atlántica.

Estudia actualmente Ingeniería de Telecomunicaciones en la UNAD y trabaja para una empresa nacional de Telecomunicaciones en la ciudad de Pereira, Risaralda, donde reside desde el mes de Octubre de 2011. Fue finalista de la cuarta versión del concurso Tulio Bayer, Poesía Social sin Banderas, de la Editorial Manigraf de Manizales en el año 2005, en cuya antología fue incluido con el poema: ANUNCIO. En Agosto del 2007 fue incluido en el portal de internet www.webzinemaker.com del “Sindacato Humano” con traducción al italiano su poema SEQUIA (SICCITÁ). Finalista también del Concurso Internacional de Micro ficción “Garzón Céspedes” 2007, organizado por la CIINOE (Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica). Su texto EL HOMBRE, fue incluido en el libro “Polen para fecundar manantiales” de la colección Gaviotas de Azogue de la CIINOE, antología de los finalistas y ganadores de dicho concurso, editado en 2008. El poema MONOLOGO VIENDO A LOS OJOS A UN SIN VERGÛENZA, fue incluido en la antología “Con otra voz”, editado por Latin Heritage Foundation. Esta misma editorial incluyo sus escritos: Niche, Piropo y Oda al porro en la antología POEMAS INOLVIDABLES, de autores de diversos lugares a nivel mundial. Ambas ediciones del 2011. La fundación Pasión de Escritores incluyó sus poemas: DECLARACIÓN, MUCHACHA, LIZ y HUESPED DE TI, en la antología Una mirada al sur de 2012. Incluido en la antología Tocando el viento del Taller Relata de creación literaria: La poesía es un viaje, 2012, con los poemas: DECLARACIÓN y GUAMAL y con el texto de reflexión sobre poesía: APROXIMACIÓN POÉTICA. Es colaborador quincenal de la revista virtual www.traslacoladelarta.com desde enero de 2013 con relatos, principalmente.

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