el hambre

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-El nico objeto con el que podia distraerme era una pequea butaca roja, de bscula, en la que me sentaba por la tarde para soar en muchas cosas. Cuando el viento era fuerte y las puertas de abajo estaban abiertas, se oa toda clase de extraos silbi dos a traves del piso y de las paredes. Y all cerca de mi puerta, gandes rasgones tan anchos como una mano, se abran en el morgenbladet. Quera decir que haba naturalezas que se alimentaban de bagetalas y moran por una palabra demasiado pura. Le di a e ntender que yo era una de esas naturalezas. El hecho era que mi pobreza haba agudizado en m ci ertas facultades, hasta el punto de producirme serios disgustos, s, lo aseguro, serios disgustos. Pero aquello tambin tena sus ventajas, me serva de auxilio en ciertos momentos. Haba observado claramente que, cuando ayunaba, durante un perodo bastante largo, m i cerebro pareca desprenderse dulcemente de mi cabeza y lanzarse al vaco. Mi cabez a se aligeraba y, como si no existiera, no senta su peso sobre mis hombros; y cua ndo yo miraba a alguien me pareca que mis ojos estaban fijos y desmesuradamente a biertos. El inteligente pobre es un observador mucho ms fino que el rico inteligente. El pobre mira a su alrededor a cada paso que da, espa suspicazmente cada palabra que oye a las gentes que encuen tra; a cada paso que da l mismo impone a sus pensamientos y sus sentimientos un deber, una no rma. Tiene el odo fino, es impresionable, es un hombre experimentado, su alma tiene qu emaduras.. -Nada estaba mas lejos de mi idea que un simple paseo en la fresca maana. Que les importaba el aire a mis pulmones? Era fuerte como un gigante y hubiera podido de tener un coche con un hombro. Se haba apoderado de m un sentimiento suave y extrao: el sentimiento de aquella alegre indiferencia. Dejandome impresionar por cosas nimias, por las mas pequeas contingencias que encontraba en mi camino y desapareca n. Si tuviera algo que comer en ese da tan hermoso! Dejaba pasar el tiempo, vagand o en la alegre maana, entreteniendo mi apata aqu y all entre los dems dichosos mortal es. La atmsfera estaba transparente y en mi alma no haba ninguna sombra. La concie ncia haba sido inventada por ese profesor de baile, llamado Shakespeare y la call e segua bailando y girando conmigo. Apresur el paso, torc de pronto a la izquierda y entr, enardecido y furioso, en un portal alumbrado. No me detuve ni un segundo, pero toda la singular decoracin del portal se grab instantneamente en mi conciencia. Vea con toda claridad en mi interior los ms insig nificantes detalles de las puertas, de las molduras, mientras suba la escalera. -Al bajar la Rampa del Castillo, alcanc a dos seoras y las dej atrs. Las grandes ros as rojas, cuyo brillo sangriento y spero arda bajo la ceniza hmeda de aquella maana, me tentaban. Me asalt el extrao deseo de atemorizar a una dama, de seguirla y con trariarla de uno u otro modo. Le di alcance, pas a su lado me volv rpidamente y pon indome delante de ella, la mir de hito en hito. Sin apatar la vista de sus ojos, l a espet un nombre jams odo, un nombre de una consonacia fluda y nerviosa: Ylalaj. Cua ndo estuvo bastante cerca de m me ergu en toda mi estatura y le dije en tono atrop ellado: -Se le cae el libro, seorita. -Mi libro? Pregunt a su compaera- Y continu su marcha. Mi creciente perversidad me hizo seguir a la dama instantaneamente tuve la conciencia de cometer una tontera sin poder impedirla. Mi turbacin era tal, que escapaba a mi vigilancia, me inspiraba las mas locas sugestiones y yo las obede ca inmediatamente. Hice las ms absurdas muecas detras de ella, y tos furiosamente v arias veces al adelantarme. Caminaba despacio ante ella, a la distancia de algun os pasos. Senta su vista en mi espalda, y sin poderlo remediar, me encoga la vergu enza de haberla atormentado. Poco a poco e invadi una impresin singular, la impres in de estar muy lejos, en otro lugar distante, y tena la sensacin mal definida de q

ue no era yo quien andaba all sobre las piedras de la acera, con la espalda encor vada. Para salvar las apariencias, me pas la mano por la frente, como si hubiera olvidado algo, y me eclips. -Esta paciencia ante mi importunidad me llen de vergenza y me hizo bajar los ojos. Ya no quera contrariarlas; quera nicamente, por pura gratitud, seguirlas con la mirada, no perderlas de vista hasta el instante en que entraran en cualquier sitio y des aparecieran. Ante la casa nmero dos, un gran edificio de tres pisos, se volvieron una vez ms y entraron. Me apoy en un farol cerca de la fuente y escuch. El ruido de sus pasos e n la escalera se extingui en el primer piso. Me separ del farol y mir la casa. Sucedi entonces alg o singular. Unos visillos se agitaron, un instante despus se abri una ventana, asom una cabeza y la extraa mirada de unos ojos se pos en m. Ylajali, dije a media voz -Cuando salgo de casa para dar un paseo por las calles, despus del trabajo y de l as penalidades del da, encuentro a una dama vestida completamente de negro, parada j unto al farol que hay al otro lado de la puerta; vuelve su rostro hacia m y me sigue con la vis ta cuando paso a su lado. Observo que lleva siempre el mismo traje, el mismo velo espeso que ocul ta su cara y le cae sobre el pecho, y tiene en la mano un pequeo paraguas con un anillo de marfil en el mango. Era la tercera tarde que la vea, siempre en el mismo sitio; al pasar yo, daba med ia vuelta y se alejaba calle abajo. Mi enervado cerebro sacudi sus fibras y en seguida tuve el ridculo presentimiento de que aquella visita era para m. Estaba a punto de dirigirle la palabra, de pregunt arle si buscaba a alguien, si necesitaba mi ayuda para lo que fuera, si deba acompaarla hasta su cas a, aunque estuviese tan mal vestido, y protegerla en las oscuras calles. Pero tena el vago temor de que aquello terminara por costarme algo: un vaso de vino, un paseo en coche, y yo no tena dinero. Mis bolsillos, desesperadamente vacos, ejercan en m una influencia demasiado deprim ente, y no tuve ni siquiera el valor de mirarla con curiosidad al pasar junto a ella. El hambre volva a torturarme. -Entonces sucedi algo extrao. Ante mi puerta, apoyada en el farol y bajo su luz, h aba una persona que distingu a distancia..., era la dama vestida de negro. La misma d e las tardes anteriores. No poda engaarme; era la cuarta vez que la vea en el mismo sitio. Estab a completamente inmvil. Encuentro aquello tan extrao, que involuntariamente acorto el paso; en aquel mome nto estn claras mi ideas, pero me noto sobreexcitado, mis nervios estn irritados por l a ltima comida. Como de costumbre, paso junto a ella, llego a la puerta de mi casa y est oy a punto de

entrar. Entonces me paro. Tengo una sbita inspiracin. Sin darme cuenta de lo que h ago, me vuelvo y me dirijo a la dama, la miro de frente y la saludo: -Buenas noches, seorita! -Buenas noches! -contesta. Perdn! Buscaba a alguien? Ya la haba visto otras veces; poda yo ayudarla en algo? De todos modos, le peda que me perdonase. Oh, no, gracias! No era conveniente. No, no poda; pero si era tan amable que la acompaara... El camino de su domicilio estaba bastante oscuro y la molestaba tene r que subir sola la calle de Karl Johann a una hora tan avanzada. Echamos a andar; ella iba a mi derecha. Me invadi un sentimiento singular, un her moso sentimiento; la idea de estar en presencia de una muchacha. La mir durante el cam ino. El perfume de sus cabellos, el calor que emanaba de su cuerpo, el olor femenino que despeda, la dulzura de su aliento cada vez que volva su rostro hacia m; todo ello me invada y p enetraba impetuosamente en mis sentidos. Poda entrever un rostro lleno, un poco plido bajo el velo, y un alto seno que hinchaba el abrigo. La idea de todos aquellos encantos que adivina ba ocultos por el abrigo y el velo, me turbaba, me aturda dichosamente sin saber por qu; no pude res istir ms; le toqu la mano, toqu su espalda y sonre estpidamente. O latir mi corazn.

-Tena yo algun motivo razonable para dejarme llevar a tan largo paseo y torturar p or aquel pajaro de seda? No me costaba esto grandes esfuerzos? No me daba cuienta de que el fro de la muerte me daba al corazn en un ligero soplo de viento que nos azotaba el rostro? No era ya aquella la locura que alborotaba en mi cerebro, una locura producida unicamente por las continuas privaciones durante muchos meses? P or qu no me volva la espalda, permitiendo que me fuera al diablo...? -Hermosa? Era a dorable, encantadora, como para tentar a un santo! Ojos de color seda silvestre, brazos de mbar! Una simple mirada suya seducia como un beso y cuando me llamaba, su voz penetraba hasta mi corazn como un chorro de vino. Por qu no poda ser tan mara villosa? La consideraba acaso como un auxiliar de cajero o confitero? Era sencilla mente un esplendor del cielo, se lo juro a usted, un cuento de hadas! -S, s -dijo el hombre, un poco desconcertado. -Se par. Me deleitaba cruelmente su turbacin; la perplejidad que lea en sus ojos me entusiasmaba. Su pensamiento era incapaz de concebir aquel apstrofe insensato. N o llevaba ningn libro, ni huellas de l, ni la menor hoja de un libro. Sin embargo, busc en sus bolsillos; abri sus manos y las mir. Se volvi a mirar atrs; someti su frg l cerebro al mximo esfuerzo para saber de qu libro le hablaba. Su rostro cambi de c olor, se le demud el semblante y o su respiracin angustiada; hasta los botones de s u vestido parecan mirarme como una hilera de ojos aterrorizados. -Estas gentes que encontraba, cmo balanceaban ligera y alegremente sus cabezas rubias y pirueteaban en la vida como en un saln de baile! Ninguna zozobra en los ojos que yo vea, ninguna carga sobre los hombros, quiz ningn pensamiento nebuloso, ninguna pena secreta en ninguna de aquellas almas dichosas. Y yo caminaba al lad o de aquellas gentes, joven, recin nacido, pero olvidado ya de la imagen de la fe licidad. Me hund en este pensamiento y me consider vctima de una cruel injusticia. P or qu aquellos ltimos meses me haban maltratado tan rudamente? Ya no reconoca mi carc ter dichoso; en todas partes era objeto de los ms singulares tormentos. No poda se ntarme solo en un banco, ni poner un pie en parte alguna sin ser asaltado por pe queas contingencias insignificantes, pequeeces miserables que se situaban entre la s imgenes de mi espritu y dispersaban mis fuerzas a todos los vientos. Un perro qu e me rozaba, una rosa en el ojal de la americana de un seor, podan poner en fuga m is pensamientos y absorberlos durante mucho tiempo. Cul era mi enfermedad? Era que el

dedo de Dios me haba sealado? Pero por qu a m precisamente? Por qu no haba elegido, p to que tambin est all, a un hombre de Amrica del Sur? Cuanto ms pensaba en ello, ms in concebible me pareca que la gracia divina me hubiera escogido precisamente como c onejo de Indias para sus experimentos. -Haba observado claramente que, cuando ayunaba, durante un perodo bastante largo, mi cerebro pareca desprenderse dulcemente de mi cabeza y lanzarse al vaco. Mi cabe za se aligeraba y, como si no existiera, no senta su peso sobre mis hombros; y cu ando yo miraba a alguien me pareca que mis ojos estaban fijos y desmesuradamente abiertos. -El ligero soplo del primer fro ha pasado sobre las plantas y cada una de ellas h a tomado un aspecto distinto. Las plidas briznas de hierba se elevan hacia el sol y las hojas secas caen en tierra con un ruido semejante al que producen la loza na de las rosas que han decado. -Me miraba a m mismo como un insecto agonizante, embargado por el aniquilamiento en medio de aquel universo prximo a dormirse. Presa de extraos terrores, me levant y di algunos pasos rpidos por el paseo. No! -grit, cerrando los puos-; es necesario qu e acabe todo esto! Volv a sentarme y tom de nuevo el lpiz, decidido a poner en ejecu cin mi idea del artculo. No era cuestin de abandonarse, cuando se tena a la vista la perspectiva del hospedaje sin pagar. Lentamente comenzaron a asociarse mis pens amientos. Siguindolos atentamente escrib tranquilo, con ponderacin, algunas pginas, a modo de introduccin de alguna cosa. Poda ser el principio de cualquier artculo, u na relacin de viaje, un artculo poltico, lo que mejor me pareciera. Era un excelent e principio para muchas cosas. Empec inmediatamente a buscar un asunto determinad o que pudiera tratar: un hombre, una cosa sobre la que lanzarme; pero no pude en contrar nada. -De pronto, se me ocurrieron dos o tres bellas frases adecuadas para un artculo, delicados hallazgos de estilo, como nunca los encontr semejantes. Tumbado en la c ama, repito las palabras y las encuentro aceptables. Poco a poco, otras nuevas s e le agregan; de repente, me siento completamente despierto, me incorporo, y coj o mi papel y mi lpiz, que estn sobre la mesilla de noche. Es como si hubiera estallado una de mis venas: una palabra sig ue a otra, se ordenan, se encadenan lgicamente, se unen en frases; las escenas se amontonan unas sobre otras, los actos y las rplicas surgen en mi cerebro, y expe rimento un raro bienestar. Escribo como un posedo, y lleno una pgina tras otra, si n descansar un momento. Las ideas caen sobre m tan repentinamente y siguen afluye ndo con tal abundancia, que pierdo una multitud de detalles accesorios; no me es posible escribirlos tan aprisa, aunque trabajo con todas mis fuerzas. La inspir acin sigue fluyendo, el asunto me invade, y cada palabra que escribo me parece co mo dictada. Esto dura, dura un tiempo deliciosamente largo. Tengo quince, veinte pginas escritas ante m, sobre mis rodillas, cuando me paro por fin y dejo el lapi cero. Si realmente estos papeles tienen algn valor, estoy salvado! Salto del lecho y me visto. El da avanza , puedo distinguir a medias el Aviso del director de Faros, all cerca de la puerta; y ante la ventana hay tanta claridad, que hasta podra ver para escribir. Inmedia tamente me pongo a copiar mis cuartillas. -Lleno de esperanza y de contento, preocupado sin cesar por mi escrito, que a ca da instante sacaba del bolsillo para releer un prrafo, quise poner inmediatamente en ejecucin mi proyecto de mudanza. Saqu el paquete de mi ropa, un pauelo rojo que contena algunos cuellos postizos limpios y peridicos arrugados, que me servan para envolver el pan; arroll mi colcha y me met en el bolsillo mi provisin de papel blanco. Luego inspeccion todos los rincones pa

ra asegurarme de que nada olvidaba. No encontrando nada, me asom a la ventana. Era u na maana oscura y hmeda. No haba nadie junto a la fragua encendida. Abajo, en el patio, la cuerda de tender, contrada por la humedad, se tenda rgida de una pared a otra. Era la misma v ista de siempre. Me apart de la ventana, cog la colcha bajo el brazo, hice una reverencia al Aviso del director de Faros, otra a las Mortajas de la seorita Andersen y abr la puerta.