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El hispanismo anglosajón en la historia moderna de España

Cristina Borreguero Beltrán UNIVERSIDAD DE BURGOS

EN LA BIEN CONOCIDA obra de John Elliot, La España Imperial, el autor describe la península Ibérica de finales del siglo XV y principios del XVI como una tierra de escasos recursos naturales, seca, estéril y pobre, cuyo 10% de su suelo es un páramo rocoso, un 35% pobre e improductivo, un 45% medianamente fértil; solo el 10% francamente rico. Una península separada del continente europeo por la barrera montañosa de los Pirineos. Un país dividido en su interior mismo, partido por una elevada Meseta Central y numerosas cadenas montañosas; ninguna ruta fácil. En definitiva, una tierra dividida, diversa, un complejo de razas, lenguas y civilizaciones distintas: eso era España. Pero en el siglo XVI aquella península se convirtió en el poder dominante de Europa.

Durante unas décadas fabulosas, España asentaría su poder en Europa, colonizaría enormes territorios ultramarinos, idearía un sistema de gobierno para administrar el mayor y más disperso imperio conocido hasta entonces en el mundo y produciría un nuevo tipo de civilización que habría de constituir una aportación única a la tradición cultural europea. La España de la segunda mitad del siglo XVI se había convertido en el mayor poder de su tiempo.

¿Cómo pudo ocurrir esto y en tan corto espacio de tiempo? he aquí un problema con el que se han enfrentado varias generaciones de historiadores, ya que plantea en forma muy viva una de las más complejas y difíciles cuestiones históricas. ¿Qué es lo que dinamiza de repente a una sociedad, despierta sus energías y la lanza a la vida? Y al contrario, ¿cómo pudo esa misma sociedad perder su ímpetu y su dinamismo creador? Estas y otras cuestiones planteadas por Elliot han sido en gran parte el móvil del desarrollo del Hispanismo anglosajón, compuesto en la actualidad por un creciente grupo de historiadores cuya copiosa producción ha reevaluado completamente la visión tradicional de la historia moderna de España.

En las presentaciones de sus libros, los historiadores hispanistas señalan diversos motivos por los que se han dedicado a la historia de España. En general todos ellos aducen motivos personales en los que se mezcla un profundo sentimiento hacia España, su tierra y su cultura y un deseo de superar los estereotipos que se han formulado durante siglos sobre la historia de España.

En el contexto del considerable desarrollo de las ciencias históricas en los países anglosajones, la historia de España, y más concretamente la historia moderna, tiene un espacio reservado destacable aunque no primordial.

La historiografía sobre España que empezó a publicarse en la década de 1950 fue

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una manifestación algo tardía de una expansión general de la historiografía norteameri-cana sobre Europa que tuvo lugar después de la 11 Guerra Mundial. Tras el conflicto, se produjo la expansión rápida del sistema universitario norteamericano y la elevación de los Estados Unidos al rango de potencia mundial. Sus nuevos compromisos globales inspiraron un interés grande por la historia mundial y sobre todo por la historia de los conflictos internacionales y de las relaciones diplomáticas. En este contexto, no debe sorprender a nadie que España no se incluyera al principio entre los países que suscitaban el interés de los historiadores y de las entidades gubernamentales. Como ha observado Richard Kagan, «la herencia cultural anglosajona de los norteamericanos siempre los había dispuesto a contemplar a los españoles sin simpatía. Se miraba a los españoles como un «otro» cuyo carácter nacional, instituciones y valores culturales eran antitéticos a la imagen que los norteamericanos tenían de sí mismos como un pueblo progresista, laborioso y amante de la libertad.»'

La victoria nacionalista en la guerra civil española, la supervivencia de una dictadura que se juzgaba fascista sólo confirmaron estos prejuicios antihispánicos. Por otra parte, la caída de España como poder global, su neutralidad durante las dos guerras mundiales, y su aislamiento económico y político después de 1945 la alejaron de las preocupaciones intelectuales de los europeístas norteamericanos.2

La indiferencia norteamericana hacia España empezó a disiparse en la década de los 50, cuando la estrategia geopolítica de los Estados Unidos permitió al régimen franquista salir de su aislamiento diplomático. Un indicio de su nuevo crédito internacional fue la extensión a España del programa Fullbright de intercambio cultural en 1960.

Si antes de 1956 sólo había un profesor que enseñaba historia española en una de las grandes universidades norteamericanas, en 1970 había cincuenta y cinco y, en el mismo período, se conferían unos ciento dieciséis títulos de doctor a especialistas en historia española. La época de la historia de España que más cautivó a los investigadores norteamericanos fue la época contemporánea3

, seguida de cerca por la historia moderna. La madurez de la nueva disciplina se señaló por la creación de la Society for

Spanish and Portuguese Studies en 1969 y por la concesión del prestigioso premio «Herbert Baxter Adams» de la American Historical Association a dos libros sobre la historia de España «The Spanish Republic and the Civil War, 1936-1939, de Gabriel Jackson y «Agrarian Reform and Peasant Revolution in Spain» de Edward Malefakis.

El apogeo de los estudios históricos norteamericanos sobre España se alcanzó en el lustro 1970-74. Después, el número de historiadores hispanistas en las universidades norteamericanas decreció y lo mismo ocurrió con el número de grados de doctor que se

1 Kagan, Richard L.: Prescotf s Paradigm: American Historical Scholarship and the Decline of Spain, en American Historical Review, 101 (1996), pp. 423-46.

2 Boyd, Carolyn P.: El hispanismo norteamericano y la historiografía contemporánea de España. En Historia Contemporánea, 2000, nº 20. Universidad del País Vasco. Número monográfico al Hispanismo y la Historia Contemporánea de Europa.

3 Según la historiadora Joan Connelly Ullman, 34 de los 40 libros sobre historia española publicados entre 1958 y 1970 trataban de la historia contemporánea.

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otorgaron en este campo de estudio.4 Sin embargo, a pesar de esta disminución, la historia de España, en general, y la historia moderna, en particular, están presentes en algunas universidades norteamericanas, siempre de la mano de profesores hispanistas que han integrado la historia de España en sus programas. Se pueden encontrar programas generales y de especialización en historia moderna de España en John Hopkins University en Baltimore, impartidos por el profesor Richard Kagan; en Ohio State University, en Columbus, Ohio, de la mano del hispanista Geoffrey Parker; en Springfield College (MA) gracias al profesor Femando González de León, en Idaho State University, impartidos por el profesor Jack Owens, en la Universidad de Illinois (Chicago) por el profesor Renato Barahona, en New York University por el profesor Antonio Peros o en Gettysburg College gracias a Magdalena Sánchez, etc., pero no tienen el impacto de los estudios sobre la historia de Francia, Alemania o Italia. Salvo el Centro Juan Carlos 1 en New York University, y el Colegio Complutense en el campus de la Universidad de Harvard, creados con fines de investigación y especializa-ción, pocos esfuerzos se han hecho para incrementar la presencia de la historia española en el mundo de las universidades norteamericanas.

A la hora de medir el desarrollo del hispanismo histórico podría servir de punto de partida, el análisis de la producción hispanista aparecida en algunas revistas históricas anglosajonas entre 1989 y 1999/2000. A través de sus secciones es posible analizar el ritmo de las publicaciones o los temas más estudiados e, incluso, valorar el impacto de tales publicaciones.

Desde 1989, The Historical Journal ha dedicado todos los años en sus diversas secciones, un espacio, o incluso más, a la historia moderna de España o a temas relacionados con ella. El ritmo de publicaciones y también las secciones que le dedica la revista son habituales. Por lo general, los espacios dedicados son reseñas de libros y artículos; mucho más escasos resultan los trabajos en la sección de artículos. De un total de dieciséis espacios dedicados a la historia moderna de España, sólo cinco son artículos, el resto son diez reseñas y una comunicación.

Por su parte, la revista anglosajona History: The Journal of the Historical Association refleja, en una proporción similar a la anterior, las publicaciones de los hispanistas anglosajones. De los dieciocho espacios dedicados a la historia moderna de España en esos años, sólo dos son artículos y el resto reseñas.

Por último, la revista sobre historia moderna, The Journal of Modern History, es quizá la de /mayor impacto o refleja más la producción historiográfica del hispanismo anglosajón en la época Moderna. Sorprende todavía la poca participación en estas revistas de los historiadores españoles si se compara con la de historiadores franceses, alemanes o italianos. En total, de los cuarenta y nueve espacios dedicados desde 1988 a 2000 a la historia moderna de España: sólo dos son artículos y el resto son reseñas de libros.

Resultan interesantísimos los trabajos en los que autores norteamericanos o

4 Ullman, Joan C.: Spanish History in the American Unversity, Society for Spanish and Portuguese Historical Studies, Bulletin 3 (1983), p. 10-21. Vid. también Hubert, Adrian: La historiografía contemporánea en Norteamérica, en Ayer 31 (1998), p. 201-27.

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anglosajones, en general, estudian la historia de España en el contexto de la historia europea y en comparación con los otros poderes europeos de la época. En la historiogra-fía de los años 90 se ha producido un sustancial revisionismo del viejo tópico del estancamiento secular de España y su profunda anomalía con respecto al resto de Europa occidental. Este diagnóstico ha sido brillantemente refutado por David Ringrose en España, Europa y el Milagro español 1700-1900. Cambridge U. P., 1996. Por su parte, la tesis doctoral, dirigida por Ringrose, de Jesús Cruz, Gentlemen, Bourgeois, and Revolutionaries: Political Change and Cultural Persistence among the Spanish Dominant Groups, 1750-1850. Cambridge U. P., 1996, ha intentado conectar la reciente revisión del viejo modelo de la economía colapsada de España con las contribuciones del revisionismo historiográfico anglosajón.

Las Preferencias del Hispanismo en las Coordenadas Temporales de la Época Moderna El hispanismo ha dado gran preferencia al siglo XVI y la primera mitad del siglo

XVII de la historia de España muy por encima del resto del periodo moderno. Ha cultivado muy poco la segunda mitad del siglo XVII y prácticamente nada el siglo XVIII, aunque haya excepciones como la de Richard Herr y su The Eighteenth Century Revolution in Spain. Princeton, NJ, 1958, y la obra de David Ringrose, Spain, Europe and the Spanish Miracle, 1700-1900. Cambridge U. P., 1998.

Esto puede ser debido al gusto por el estudio del periodo más esplendoroso de la historia de España y su confrontación precisamente con el poder anglosajón. Asimismo, la segunda mitad del siglo XVII que asistió a la decadencia de España y al crecimiento de Francia desvió hacia esta última los intereses de los hispanistas. El auge de los estudios del siglo XVI y primera mitad del XVII también se ha debido a la disponibili-dad en muchos Archivos europeos de gran número de fuentes históricas de la España de dicha época, cuando la monarquía hispánica tenía un gran despliegue de embajadores y agentes por todas las cancillerías europeas.

Las Coordenadas Temáticas Y las Preferencias del Hispanismo

La Monarquía de Felipe 11 A la hora de seleccionar un tema de historia Moderna en el que han trabajado con

profusión los hispanistas, ninguno mejor como el de la monarquía de Felipe II: el rey, sus ministros, los grandes acontecimientos de su reinado, etc. al que se han dedicado gran numero de historiadores anglosajones.

Efectivamente, entre los monarcas Habsburgo españoles, Felipe II ha recibido por parte de la historiografía una atención que ha superado incluso a cualquier otro monarca de la historia de España. Entre las muchas razones que pueden encontrarse de esta inmensa producción historiográfica podría señalarse, en primer lugar, la estrecha relación entre los temas de investigación y las efemérides conmemorativas que el paso del calendario va marcando. La batalla de Lepanto recordada en 1971, el desastre de la Armada Invencible estudiado en 1988 y la muerte de Felipe II en 1998 son hitos que han ido marcando la historiografía de tal manera que cuando el estudioso del futuro analice la producción de los años 80 y 90, junto al importante despegue temático o metodológi-co de este período, tendrá que ponderar la incidencia de los Centenario.

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El 13 de septiembre de 1598 moría cubierto de llagas y en medio de un hedor insoportable aquel que había sido el hombre más poderoso de su tiempo. El año 1998 fue un punto de llegada en la carrera de los investigadores del mundo filipino. Publicaciones, cursos, congresos, conferencias y exposiciones dieron lugar a un hito importante en la búsqueda de una aproximación real a la figura y reinado de Felipe 11.

Otra de las razones de la copiosa producción historiográfica es, sin duda, el hecho de que el rey y su gobierno generaron una cantidad enorme de documentos, aún no completamente recogidos y compendiados. Se pueden encontrar cartas hológrafas hasta en bibliotecas de USA como, por ejemplo, la Houghton Library de Harvard. No es sorprendente que la prensa se haga eco de noticias como la que saltó a los periódicos españoles en 1997 sobre el hallazgo, en unos Archivos italianos, de papeles inéditos sobre Felipe 11.

Además de los centenarios, otro punto de fuerte atracción para los estudiosos es la misma figura enigmática de Felipe 11 y la diversidad de interpretaciones que a lo largo de cuatrocientos años se han vertido, algunas de ellas absolutamente controvertidas, sobre su persona y su reinado.

El monarca español fue objeto de enorme interés por parte de la opinión pública europea de su tiempo, interés que el paso del tiempo no ha hecho más que acrecentar. Aquel monarca de pelo rubio y ojos azules, de sangre austriaca, flamenca, española y portuguesa, fue educado en el corazón de Castilla, en Valladolid. Aunque su padre, el Emperador Carlos V había gobernado territorios muy extensos, y aunque Felipe 11 no heredaría los dominios de los Habsburgo, era todavía el monarca de un inmenso imperio, quizá el más extenso conocido hasta entonces, veinte veces mayor que el imperio romano. Fue este imperio el primero que rodeó el globo terrestre, extendiéndose desde el extremo sur de Chile hasta la Florida y California y también por el Pacífico hasta la Filipinas.

La atención del hispanismo histórico hacia el monarca La producción historiográfica sobre Felipe 11 ofrece a vista de pájaro la impresión

de una extensa jungla. El monarca y su reinado han sido estudiados desde todos los ángulos: tanto los aspectos personales-su educación, carácter, sus creencias, sus hábitos en el trabajo, sus relaciones íntimas y familiares-como los aspectos políticos más complejos del gobierno de España y de su imperio. Y todos estos estudios han sido interpretados de un modo extraordinariamente diverso.

Desde la década de los setenta, un grupo de historiadores españoles e hispanistas ha procurado desvelar la figura del monarca desligándola de los tintes oscuros y tendenciosos en los que estaba inmersa. Como han señalado Elliot y Parker, realizar una buena biografía del monarca es una empresa que entraña muchas dificultades. En primer lugar, por la falta de un Diario o Memorias del rey. La razón de esta carencia es que a Felipe 11 le disgustaba la vanidad, razón por la que tampoco se escribió una historia oficial o crónica de su reinado. Una biografía sólo puede apoyarse en el Archivo o Colección de papeles del rey, los llamados Papeles de Altamira que están divididos en dos Archivos de Madrid: en el Instituto de Valencia de Don Juan y en la Biblioteca de Heredia Spinola. Aquí se guardan unos 5.000 documentos y cartas hológrafas de Felipe 11. Pero hay más papeles en la Biblioteca de la Universidad de Génova, en la British

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Library de Londres y muchísimos, muchísimos más relativos a su gobierno en el Archivo General de Simancas.

Entre sus papeles personales están las cartas de familia, «Cartas a sus hijas», recopiladas y publicadas en los últimos años, y los billetes o memoranda en los que el rey expresaba sus deseos, y a menudo sus más íntimos sentimientos a sus colaboradores más cercanos. Parece que Felipe 11 usó estos papeles de trabajo como una especie de salida a sus emociones, sus pensamientos y sus razones y también para sus decisiones. Es a través de esos papeles, en los que se refiere tanto a asuntos de envergadura como a otros pequeños e insustanciales, donde se revela el mundo privado de Felipe 11.

Apoyándose en esta documentación, en las últimas décadas se han escrito biografías de muy buena calidad. En los años setenta y ochenta aparecieron las de Peter Pierson, Philip II of Spain. Londres, 1975. Geoffrey Parker, Philip II. Little Brown and Company. Boston, Toronto, 1978. Traducida al español en 1985 por Alianza Editorial. También en La España Imperial, Elliot retrata a un Felipe 11 entre una inclinación a la irresolución y un férreo sentido del deber. El rey, una vez que logró suprimir sus sentimientos, se convirtió en un consumado gobernante profesional. Pero Elliot solo trata del carácter maduro de Felipe, no de su desarrollo desde la niñez a la ancianidad.

En la década de los 90, la producción se ha incrementado notablemente contando con buenas biografías en francés, inglés y español. En Inglaterra apareció la obra de Rodríguez Salgado, Un Imperio en transición que mantiene un punto de vista muy crítico de Felipe 11 y Carlos V.

Las obras de Geoffrey Parker y de Henry Kamen quizá sean las biografías de Felipe 11 más difundidas hasta el momento. Parker, como buen biógrafo intentó no juzgar al biografiado sino ver el mundo a través de sus ojos. Sin juzgar los actos se aproxima al monarca buscando entender las razones que le llevaron a actuar de una y otra manera. Sin condenar ni excusar, el autor trató de explicar el porqué de muchos actos que no tienen explicación en nuestra mentalidad. Con la aparición del libro de Parker, los apasionamientos en uno y otro sentido dejaron paso a una visión más equilibrada de Felipe 11, una visión más compleja y mucho más humana que nunca.

El Felipe 11 de España de Kamen es quizá la biografía más difundida en la actualidad, con ocho ediciones en lengua española en los primeros nueves meses. El Felipe 11 de Kamen es ante todo un monarca dinámico, viajero y renacentista, aficionado a las mujeres, los bailes, torneos y danzas. Un estadista en el sentido moderno del término y, en fin, un defensor de los valores actuales: la paz, la ecología, las artes y las ciencias.

Su modo de gobierno y sus colaboradores Dejando a un lado el género biográfico, un aspecto que ha suscitado también el

interés de los historiadores ha sido el análisis del modo de trabajar del monarca, sus colaboradores y ministros.

El mejor análisis que muestra a Felipe 11 en el trabajo con sus ministros es un breve artículo de A. W. Lovett, «A new Governor for the Netherlands: the Appointment of Don Luis de Requesens, Comendador Mayor de Castilla», en European Studies Review 1, num. 2 (1971) p. 89-103. Lovett examina minuciosamente las reacciones de Felipe ante algunos acontecimientos y su papel en la toma de decisiones, rodeado de consejeros

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que tenían sus propias opiniones. Por consiguiente presenta un Felipe humano y plausible. Un Felipe incierto y dubitativo ante algunos acontecimientos. Con Felipe, señala Lovett, la indecisión se convirtió en un instrumento del trabajo de gobierno.

Un perspicaz embajador veneciano apuntaba en 1574, que Felipe nunca confió enteramente en nadie «Dicen que el rey sufre de la misma enfermedad que su padre: esto es, desconfianza». Incluso las biografías aduladoras admitían que «sospecha, incredibilidad y duda eran la base de su prudencia».

Estas cualidades negativas se ponían especialmente de manifiesto en la remunera-ción del rey a sus servidores. Pocos de ellos recibían un adecuado salario. Muchos ministros se quejaban de su empobrecimiento en el servicio a la corona, especialmente los poderosos aristócratas como el duque de Alba quien se lamentaba, probablemente con razón, de que había gastado una gran fortuna personal en llevar a cabo las diferentes misiones que el rey le había asignado sin recibir una remuneración justa. Parece que esa era precisamente la intención de Felipe 11. En 1575, cuando el duque de Medinaceli, que había servido al rey con lealtad durante años, yacía muriendo, desde el lecho expresaba su disgusto por todas las deudas que había contraído en el servicio real. El rey al ser informado de ello por su secretario replicó: «Eres bien consciente de que yo doy más después de la muerte que durante la vida; y cuando haya muerto yo no fallaré en saldar mi deuda con él». Y así fue efectivamente, el rey recompensó con creces a su familia.

Los cortesanos como el duque de Alba o Ruy Gómez de Silva estaban más al tanto del patronato y de la política exterior que de la rutina administrativa. En 1975, escribía Pierson que ninguno de los dos tenía una biografía digna de ellos. Esta laguna ha sido llenada en las últimas décadas. La vida del duque de Alba ha sido magistralmente estudiada por el profesor de la Universidad de San Luis, S. William Maltby en su libro El Gran Duque de Alba. Un siglo de España y de Europa, 1507-1582. Madrid, 1985, trabajo es exhaustivo que no podrá superarse en mucho tiempo.

La vida de Ruiz Gómez de Silva ha sido estudiada por James Boyden en The Courtier and the king: Ruy Gomez de Silva, Philip II, and the Court of Spain. University of California Press, Londres, 1995. Boyden al hilo de la vida de Gomez de Silva ofrece una visión de las intrigas de la Corte de Felipe 11 y el difícil ascenso de Ruy Gomez a las grandes cimas de la política por no ser precisamente de la alta aristocracia española.

Las bajas esferas de la administración, es decir, la supervisión del gobierno de cada día fue confiada a hombres de más humilde extracción, como a Francisco de Eraso, Diego de Espinosa y Mateo Vázquez. De estos personajes sólo Mateo Vázquez ha sido objeto de estudio por A W. Lovett: «A Cardinal' s Papers: the Rise of Mateo Vazquez de Leca» en English Historical Review, 88, núm. 347. April 1973, quien asigna al secretario un gran papel en las decisiones políticas.

En cuanto a gobernadores y capitanes, los historiadores han mostrado un especial interés en aquellas figuras que destacaron en el servicio a la corona, bien gobernando los diversos territorios o dirigiendo el ejército y la armada.

Alejandro Famesio y don Juan de Austria han sido figuras privilegiadas. Famesio ha sido estudiado desde dos perspectivas: como gobernador de los Países Bajos y como un militar dentro de la tradición de los grandes capitanes españoles.

También don Juan de Austria, el héroe de Lepanto, que murió a los 31 años de tifus y sin la confianza de Felipe 11, ha despertado siempre mucho interés. En la primera

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mitad del siglo, la historiografía positivista prestó gran atención a una figura como prototipo del héroe digno de ser estudiado. Entre otros hay que citar el libro de George Solocombe, Don John of Austria, the victor of Lepanto, 1547-1578. Londres, 1935, y el de Charles Petrie, Don John of Austria. Londres, 1967. También ha sido objeto de numerosas obras noveladas, dramas y poemas.

También hay que destacar el interés por Don Luis de Requesens, del que se ha ocupado A. W. Lovett: «Appointment and the Governorship of Don Luis de Requesens, 1573-76. A Spanish view», en European Studies Review, 11, núm. 3 (1972)

La Revuelta de Flandes En cuanto a la Revuelta de Flandes, pocos episodios del reinado de Felipe 11 han

sido tan documentados. La guerra de los Países Bajos, como ha explicado Geoffrey Parker no fue religiosa, sino política. Los territorios neerlandeses gobernados por Felipe 11 no eran un organismo monolítico con una larga historia de unidad. Por el contrario, muchas áreas habían sido incorporadas con los Habsburgo, concretamente por Carlos V y las diferentes provincias habían sido unidas formalmente en 1548.

En Holanda existían dos principios políticos: las provincias debían retener el control de sus asuntos locales y las cuestiones de importancia general debían ser determinadas o al menos comentadas por la tradicional clase gobernante de los Países Bajos. Las políticas religiosas del gobierno rompieron estos dos principios e interfirieron en la autonomía provincial.

Los líderes políticos holandeses se molestaron muy especialmente por aspectos del estilo de gobierno de Felipe 11 como su centralismo, el modo elección de los ministros, etc. El aspecto religioso era una cuestión más, pero fue la que escogieron porque se dieron cuenta de que causaría mayor preocupación al monarca. Y así fue. Su política consistió en no cooperar con las leyes contra la herejía, esperando con esta actitud conseguir concesiones en otros puntos. Hay que entender que en aquel momento, ninguno de los líderes nobles holandeses era protestantes, sólo deseaban usar el problema protestante como palanca para forzar al rey a concederles los beneficios políticos.

Para una introducción general y básica al tema está la obra de Pieter Geyl, The Revolt ofthe Netherlands. Londres, 1962. En H. R. Rowen: (ed.): The Low Countries in Early Modern Times. Nueva York, Londres, 1972 se encuentra una breve pero buena bibliografía sobre la revuelta de los Países Bajos.

Una perspectiva muy interesante de la revuelta se ofrece en Charles Wilson, Que en Elizabeth and the Revolt of the Netherlands. Londres-Berkeley, 1970. El autor señala que sin la intervención inglesa, la revuelta de Holanda habría sido dominada por el monarca español. El retrato de la reina inglesa es el de una mujer dominada por los prejuicios y pasiones y dada a la irresolución y a la histeria, pero al mismo tiempo con gran capacidad para gobernar.

Quizá el estudio más interesante es el de Jonathan Israel, La República Holandesa y el mundo hispánico, The Dutch Republic and the Spanish World, 1606-1661. Oxford, 1982. Pero sobre la revuelta de los Países Bajos el estudio magistral es el de Geoffrey Parker «Spain, her enemies and the Revolt of the Netherlands», en Past and Present, núm. 49, 1970. En este estudio, el autor toma la idea de Chaunu de que el esfuerzo de

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guerra de Felipe fue proporcional a la cantidad de tesoro que llegaba a Sevilla y estaba estrechamente relacionado con la amenaza turca en el Mediterráneo. Cuando el Mediterráneo entraba en años de paz, Felipe podía aplicar mayor esfuerzo y dinero en los Países Bajos. El autor da amplios detalles de lo que costó la guerra contra los rebeldes.

Asimismo, la obra de Parker: El Ejército de Flandes y el camino español, 1567-1659 es un trabajo esencial para los estudios no sólo de la revuelta holandesa y de España, sino también para la historia de la guerra y la organización militar de los siglos XVI y XVII y su impacto en los gobiernos y en la sociedad.

Además de toda la literatura holandesa sobre las llamadas guerras de Independen-cia, en los últimos años sigue escribiéndose abundantemente sobre la revuelta de los Países Bajos. Se podría citar a James Tracy, Holanda bajo el gobierno de los Habsburgo, 1506-1566. Holland under Habsburg rule, 1506-1566: the formation of a body politic. Berkeley, 1990. A. C. Duke, Reformation and revolt in the Low Countries. Londres, Hamblendon Press, 1990 y a Stradling, La Armada de Flandes: la política marítima española y la guerra europea, 1568-1668. The Armada of Flanders: Spanish maritime policy and European war, 1568-1668. Cambridge, 1992.

La Armada Invencible Dentro de la crisis final que supuso la última década del reinado de Felipe 11, la gran

Armada ha sido uno de los temas más tratados por la historiografía, muy especialmente anglosajona. El fracaso de la que se denominó pomposamente La Armada Invencible ha cautivado y sigue cautivando a numerosos historiadores, especialmente ingleses.

Entre los muchos investigadores que han dedicado sus esfuerzos a extraer más luz sobre aquellos hechos hay que citar a Garret Mattingly, historiador que murió en 1962, pero cuya obra titulada The Armada, publicada por primera vez en 1959 y reeditada más tarde, ha sido quizá la base de muchas otras posteriores. Mattingly trató de narrar la historia vivida por aquellos que protagonizaron la Jornada de Inglaterra.

En la década de 1970 surgió un gran interés por descubrir los restos de aquellos barcos españoles que en el viaje de regreso a España se hundieron en la costa oeste de Irlanda. Uno de los historiadores más afanados en el empeño fue Collin Martín que trató de reconstruir el hundimiento de algunos de los barcos de la Gran Armada. Concreta-mente el de Santa María de la Rosa, el Gran Grin y la Trinidad Valencera. Su libro titulado Wrecks of the Spanish Armada fue el resultado de una serie de trabajos realizados bajo el mar con el fin de extraer de las profundidades marinas contestaciones a los muchos interrogantes planteados por los historiadores: ¿Cómo fue la vida diaria a bordo de estas embarcaciones? ¿cómo lograron salvarse o cómo perecieron?

Colín Martín consiguió interesar en sus trabajos a Geoffrey Parker y ambos publicaron The Spanish Armada donde se ofrece una ingente cantidad de datos de los archivos españoles y holandeses, complementada y aumentada por los descubrimientos de Colín Martín como consecuencia del reflotamiento de restos de barcos españoles.

En la misma linea, Robert Stenuit, arqueólogo y submarinista, después de 600 horas en los archivos y una hora debajo del mar, según expone el mismo, encontró los tesoros del navío Girona. En su libro titulado Treasures of the Armada. Nueva York, 1973, señala que aquellos tesoros, sobre todo monedas y joyas, pertenecían a don Alonso de

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Leiva, comandante de la tropa de la Armada Invencible, y a los nobles que se embarcaron en la empresa de Inglaterra. Aquellas joyas eran adornos imprescindibles que había que lucir con motivo de la celebración en Londres de la victoria española.

El año 1988, aniversario del hundimiento de la Gran Armada, vio florecer un número ingente de publicaciones en tomo al tema. En España, además de variadas publicaciones, se llevaron a cabo numerosos congresos, conferencias y simposios. Entre las nuevas revisiones llevadas a cabo aquel año hay que citar la de Rodríguez Salgado: Armada, 1588-1998: An 1nternational Exhibition to Commemorate the SpanishArmada y la de Peter Padfiel, titulada Armada. A Celebration of the Four Hundredth Anniver-sary, que trata sobre todo del ejército, la tripulación y los comandantes españoles. Hay que señalar que como casi todas las obras publicadas, la de Peter Padfield va acompañada de numerosas ilustraciones que hacen posible entender en profundidad aquellos acontecimientos.

También en 1988 se publicó la obra de Roger Whiting: The Enterprise of England: the Spanish Armada que sigue la misma línea narrativa analizando desde la preparación de la guerra tanto en España como en Inglaterra, hasta la jornada de Inglaterra, la batalla de las Gravelinas, los problemas de embarque de las tropas de Parma, el regreso a España rodeando las islas británicas y, por último, los trabajos de los arqueólogos actuales.

Pero quizá la obra que no ha seguido la versión tradicional ha sido la de Femández-Armesto, historiador de Oxford y anglosajón, a pesar de su apellido, que expone en su obra The SpanishArmada, the Experience ofWar in 1588. Oxford, 1988, cómo la Gran Armada se ha visto en la tradición inglesa como una gloriosa victoria enviada por Dios: el David, en este caso protestante, vence al Goliat de la tiranía española. El autor presenta un punto de vista diferente, más que el conflicto de religión y valores, él describe la experiencia común del sufrimiento de aquellos que tomaron parte en los dos bandos. El resultado, dice, apenas puede ser llamado victoria ganada por las acciones de ninguna de las dos Armadas. Tanto los ingleses como los españoles presentaron una preparación estratégica caótica y unos niveles de mando deficientes; ambos emplearon unas tácticas ineficaces, miseria, sufrimiento y miedo en la batalla y finalmente una lucha sin esperanza contra el enemigo común, la climatología.

En los últimos años ha habido una revisión a fondo del tema. Uno de los últimos estudios, publicado en 1994, es el de R. B. L. Wemham, The return of the Armada. Clarendon Press, Oxford, 1994. Para su autor, el descalabro de la Gran Armada no puso fin al poder marítimo de España ni a su política en el norte de Europa. Hacia la mitad de la década de 1590 España se había recobrado del desastre y otra potente Armada estaba preparada ante la rebelión de Irlanda. Sobre el mismo enfoque hay que considerar también el estudio de Albert Loomie, «Philip 11' s Armada Proclamation of 1597» en Recusant History, Gran Bretaña, 1974 12(5), pp. 216-225.

No es posible en este espacio analizar la producción del hispanismo histórico sobre el reinado de Felipe III y el valimiento del duque de Lerma, así como tampoco la llamada decadencia del imperio español que tuvo su máximo exponente en el reinado de Felipe IV y Carlos 11, tema que ha despertado una infinidad de estudios en tomo al Conde Duque de Olivares y las consecuencias de su política.

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Conclusión A la hora de medir el impacto del hispanismo anglosajón hay que destacar, en

primer lugar, la importancia de la inclusión de la historia de España en los estudios comparativos del resto de Europa. Han sido los propios hispanistas los que han rescatado la historia de España para el debate general de la historia de la Europa occidental, sacándola del olvido en que estaba.

Por otro lado, hispanistas anglosajones han abierto nuevas perspectivas en los estereotipados planteamientos con que se habían tratado muchos de los temas de la historia Moderna de España desde el famoso paradigma de Prescott.5 Felipe 11, la Inquisición, la Armada Invencible .... han sido redescubiertos por los propios hispanistas abriendo nuevos caminos y superando estereotipos.

El reconocimiento y la cordial acogida de España a estos investigadores es una de las características más significativas del hispanismo español. Pocos países han sabido acoger, reconocer y premiar como lo ha hecho España a aquellos historiadores que han contribuido a explicar la identidad de un pueblo que durante siglos ha estado marginado de la corriente historiográfica general. El caso del británico John Elliot, profesor de la Universidad de Oxford, es muy significativo pues ha sido galardonado con la medalla de Isabel la Católica por el gobierno español y nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Barcelona en 1994. Richard Kagan, de Johns Hopkins University, también alcanzó la medalla de Isabel la Católica. Por su parte, Geoffrey Parker, discípulo de Elliot, profesor de Ohio State University, Columbus, Ohio, ha obtenido la medalla de Alfonso X el Sabio y un enorme reconocimiento entre los historiadores españoles.

5 Kagan, Richard: Prescott's Paradigm: «American Historical Writing and the Decline of Spain,» en American Historical Review (April, 1996): 423-46. Traducción en castellano en la revistaManuscrits, 16 (1998).

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