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CUENTO
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EL HOMBRE DE LA GOTA DE AGUA
Un campesino que vivía en una humilde choza a las afueras del
pueblo, iba todas las mañanas al arroyo a recolectar agua para los
animales de su granja. Pero un día se encontró con la sorpresa de
que el arroyo se había secado, estaba tan seco el lecho que las
plantas a su alrededor se habían marchitado y los animales huían
ante sus ojos.
El hombre se lamentaba por su desgracia y dando la vuelta regresó
a su casa con la mala noticia, al llegar, le contó a su mujer lo que le
había ocurrido. Ambos se miraron, y una enorme desesperación se
apoderó de sus mentes. Por varios días el hombre fue al arroyo
como de costumbre, pero nada había cambiado.
Una mañana, el desafortunado hombre llegó al lecho con una pica y
una pala y decidido empezó a cavar. Cavó por días, meses y años,
cavó como nunca lo había echo, tirando una y otra vez la pica que
se introducía en el duro suelo, tal fue su ambición por cavar que el
pozo era enormemente grande y hondo, pero a pesar de su
esfuerzo, no logró encontrar agua por ningún lado. Al regresar a su
casa, su mujer hacía meses que había muerto, en medio de una
semana de hambre y sed que asoló el caserío y los animales de su
granja perecieron con ella, la choza decaída ya no existía y en el
pueblo nadie sabía nada. El infeliz hombre decidió entonces
regresar otra vez al arroyo, y esta vez para su sorpresa, vio en el
fondo del hueco un charquito de agua en forma de lágrima que
cabía en el pétalo de una rosa.
El hombre se lanzó al pozo, sucio y embarrado recogió la gota de
agua en una pequeña hoja que arrancó de los matorrales marchitos.
Al llegar al caserío recordó que ya no tenia casa, ni mujer, ni
animales que alimentar y empezó a recorrer los pueblos vecinos, en
estos encontraba abundancia y riquezas, pero las personas de esos
lugares eran tan avaras que el hombre continuaba su marcha.
Caminó, caminó y caminó, hasta que se hizo viejo, sus piernas ya
no le servían de apoyo a su cuerpo, sus manos estaban arrugadas
y secas por el trajín de los años, pero la gota de agua mágicamente
seguía allí, intacta, casi que sin ser tocada.
Llegó al fina una humilde choza ubicada en las afueras de un
pequeño pueblo, en esta choza vivía una anciana ciega que había
perdido recientemente a su esposo cuando este fue al arroyo
cercano a buscar agua y leña para cocinar los alimentos, al entrar
notó que en los huacales, gallinas, pavos, cerdos, conejos y vacas
comían tranquilamente las reservas de hierbas, granos y agua que
almacenaban en el pequeño cobertizo. El hombre vio también en
esa casa, la maltratada cama igual a la suya, el armario y las botas
de montaña que todos los días usaba para cazar, la mujer sirvió
comida y le dio alojo por esa noche.
A la mañana siguiente, el campesino fue hasta el arroyo, caminaba
tranquilamente como si conociera el recorrido, al llegar, notó que se
había secado, entonces se deslizó en medio de los barrancos y en
el fondo arenoso del lecho, depositó la pequeña gota de agua que
lo acompañaba por años y al hacerlo, el arroyo nuevamente
empezó a correr, cada vez más caudaloso y limpio, al regresar al
rancho, ya no estaba la anciana de la posada sino su esposa, que
le preparaba un pavo ahumado, esta al ver a su esposo, lo abrazó
como nunca, como si tratara de asfixiarlo, el hombre, sin medir
palabras, corrió hasta el patio y vio a los animales de su granja
recogidos en los huacales, estaban en el mismo estado en el que
los había dejado, todo era igual, nada había cambiado, alegremente
partió al pueblo, al llegar, observó a un campesino que desesperado
caminaba de un lugar a otro con una gota de agua recogida en una
concha de coco, pensó en acercársele y hablarle, pero como era
demasiado tarde regresó a su casa.