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EL HOMBRE MARAVILLOSO Pues sí, mi historia comienza en un hotel de carretera, con aspecto mugriento y descuidado, donde además, hay también un restaurante que vivió tiempos mejores, pero que conserva esa extraña belleza de lo viejo y gastado. Desde Calasparra a Cieza fue la diosa Fortuna la que nos hizo pararnos precisamente ahí, en este rincón al borde de la carretera cerca de Abarán. Era el epílogo a un delicioso fin de semana, un receso para yantar y reponer fuerzas antes de volver a la rutina familiar y laboral, esa que tanto me agota y necesito. Comer siempre ha sido uno de mis placeres preferidos. No tenía muchas expectativas puestas en la gastronomía del lugar, pues ni la plantilla, ni el sitio, pretendían presumir de ello. Pedimos una mesa para dos y entramos en una sala inmensa donde los parroquianos apuraban el café y disfrutaban de la sobremesa. Varios óleos de toreros y algún paisaje bucólico de caza de ciervos decoraban el espacio, mientras el ennegrecimiento de la pintura remarcaba la vetustez del restaurante.

El Hombre Maravilloso

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EL HOMBRE MARAVILLOSOPues s, mi historia comienza en un hotel de carretera, con aspecto mugriento y descuidado, donde adems, hay tambin un restaurante que vivi tiempos mejores, pero que conserva esa extraa belleza de lo viejo y gastado.

Desde Calasparra a Cieza fue la diosa Fortuna la que nos hizo pararnos precisamente ah, en este rincn al borde de la carretera cerca de Abarn. Era el eplogo a un delicioso fin de semana, un receso para yantar y reponer fuerzas antes de volver a la rutina familiar y laboral, esa que tanto me agota y necesito.

Comer siempre ha sido uno de mis placeres preferidos. No tena muchas expectativas puestas en la gastronoma del lugar, pues ni la plantilla, ni el sitio, pretendan presumir de ello. Pedimos una mesa para dos y entramos en una sala inmensa donde los parroquianos apuraban el caf y disfrutaban de la sobremesa. Varios leos de toreros y algn paisaje buclico de caza de ciervos decoraban el espacio, mientras el ennegrecimiento de la pintura remarcaba la vetustez del restaurante.

Un camarero se acerc a dejarnos la carta y presentarse. Era un hombre mayor, enjuto, de cara amarillenta por aos de tabaco y mala vida. Apenas prest atencin a sus palabras. Se march y prometi volver a tomar nota de nuestro pedido. Tras seleccionar dos patas de cabrito y una ensalada, le avisamos y se acerc. Tras apuntar la comida y la bebida el camarero respondi: - Maravilloso!.

Recuerdo que nos sorprendi la amabilidad y el uso de un adjetivo tan en desuso desde que los genial, guay, o incluso cool, siguen empobreciendo nuestra lengua. La pata de cordero, a ciencia cierta, estaba deliciosa, con el aceite justo y bien asada con piones y perejil. La ensalada no era nada especial, pero el producto era bueno y como complemento hizo su papel. El camarero se acerc en dos o tres ocasiones a preguntar si nos estaba gustando y dijramos lo que dijramos siempre desapareca tras un: - Maravilloso!

Lleg el momento del postre. El camarero cant una retahla imposible de retener. Y despus de hacer el pedido, su respuesta fue la habitual: -Maravilloso!-. -Un caf solo, por favor, tambin para m- le indiqu antes de que marchara raudo hacia la cocina.

Apareci con la tarta y las natillas requeridas, y un caf slo. Cog el azucarillo y se lo entregu -Quiere sacarina?, fue su mecnica respuesta. - No, gracias, tomo el caf solo- le seal. -Es usted un hombre maravilloso- dijo mientras tomaba el azucarillo y se daba la vuelta hacia otra mesa.

Me qued estupefacto por lo inusual y decid que intentara no olvidarme. No puedo recordar cuando un desconocido us ese adjetivo conmigo. As que gracias, camarero desconocido, por regalarme la sensacin extraa y agradable de que una banalidad como devolver un azucarillo, me convirtiera en un HOMBRE MARAVILLOSO.