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El increíble caso... capítulo 7

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El increíble caso de por qué los demás no me entienden si yo lo tengo tan claro

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Mario López Guerrero

ERNESTO VALBUENA en…

Ediciones MLG

EL INCREÍBLE CASO DE POR

QUÉ LOS DEMÁS NO ME

ENTIENDEN SI YO LO TENGO

TAN CLARO

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AMIGOS Y

ENEMIGOS

“Un amigo no es más que un enemigo conocido.” KURT COBAIN

No podía dejar que nadie saliera de aquella sala. Un muerto y cinco posibles asesinos. Cuatro sin contar conmigo, claro. La señora mayor no paraba de gritar. Su marido la sujetaba como podía sin perder el poco equilibrio que tenía con la ayuda de su bastón. El supuesto escritor tartamudeaba y no se le entendía lo que quería decir. Y el mago Echeverri… en él, por primera vez veía dudas en su expresión. Un mago que no tenía la situación controlada. - No vamos a llamar a la policía, de momento- dije. - ¿Cómo… cómo…. cómo que no? – le entendí al

escritor. - En esta sala hay un asesino y sólo cuatro

posibilidades. Nadie va a salir sin resolver este

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asunto. - ¿Cómo… cómo… cómo que no? – repitió el escritor

– Yo… yo… yo… yo voy a salir a llamar. Me interpuse en el camino del escritor que daba la vuelta a la cuerda para dirigirse a la puerta. - Hay cinco posibilidades – dijo por fin Echeverri –

usted también puede ser el asesino y me miró fijamente a los ojos.

No me gustaba la situación. Miré a los ojos del mago y recordé para qué estaba allí. Me habían llevado para no suponer nada, para no dejarme llevar por lo que parecía, sino por lo que estaba pasando en realidad. Me habían llevado para descubrir el truco de un médium y ahora me encontraba con un médium muerto en el medio de su sala. La idea era hablar con los muertos y ahora teníamos un muerto que no hablaba. Echeverri quería desenmascarar al médium y por eso habíamos venido o eso es lo que yo pensaba, lo que yo suponía, lo que yo creía. ¿Y si me engañaba a mí mismo? Y si mis creencias me estaban engañando. Y si Larry no le había invitado a Echeverri. Yo lo había dado por supuesto, lo había aceptado como verdad y me lo había creído. Había ido hasta la casa, había esperado, había entrado en la sala, había escuchado las palabras de Larry… Todo como si fuera verdad que él había invitado al mago. Echeverri me había dejado claro que no había que suponer nada, que era mejor preguntar. Que suponer crea una realidad por la que nos dirigimos y al estar

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centrados en lo que suponemos, nos dejamos llevar y no prestamos atención a lo que de verdad sucede, sino a justificarnos lo que creemos que está sucediendo. Pero es imposible no suponer. ¿Estaba yo en la sala? Sí, eso era verdad ¿Éramos cinco? Sí, bueno, seis con el muerto… ¿Muerto? ¿Había un muerto? Lo que había era una persona que decía llamarse Larry en el centro de la sala con un cuchillo en el cuello. Sí, parecía muerto, pero ¿lo estaba? - Un momento, dama y caballeros – me apresuré a

decir – Creo que ha habido un error. Todos hemos supuesto que hay un muerto en la sala, pero no lo sabemos. Este hombre que está en el centro…

Y antes de que pudiera cruzar la cuerda roja que hacía un círculo sobre el suelo, el escritor se echó sobre mí gritando: - ¡No cruce el círculo! Mis rodillas ya no estaban para este tipo de placajes y el peso del escritor sobre mi espalada hacía que mis intentos por sacármelo de encima no tuvieran éxito. - Claro que está muerto, ¿no ve que tiene un cuchillo

en el cuello? - ¿Y usted cómo lo sabe? – preguntó el mago -

¿Cómo sabe que el cuchillo está clavado y no es una simulación? ¿Acaso ha clavado usted el cuchillo en el cuerpo de Larry?

- ¿Qué está usted diciendo? ¿Me está llamando asesino?

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- No, yo sólo pregunto, no supongo nada. El mago hizo un gesto de cruzar la cuerda para acercarse al cuerpo de Larry. - ¡Quieto! – dijo esta vez el señor mayor - ¡No cruce

el círculo! - No ha escuchado que nadie lo puede cruzar –

apuntó la señora mayor. - No, no he oído eso. - Pues lo ha dicho claramente, Larry – mantuvo la

señora- si lo cruzamos nos puede pasar algo malo. - ¿Usted cree? – le preguntó de forma retórica

Echeverri. - Lo he oído con mis propios oídos. - No lo creo. - ¿Cómo? ¿Se está usted burlando de mí? - No, de ninguna manera. No suponga eso de mí. Mientras el mago y la señora hablaban, mis esfuerzos por salir bajo el cuerpo del escritor seguían siendo inútiles. - Yo sólo he dicho que no creía que usted hubiera

oído con sus oídos. Creo que usted ha oído con su cabeza lo que usted quería oír. Verá, es típico creer que oímos y escuchamos, pero lo normal, es que suponemos y nos justificamos. Usted supone que no se puede cruzar la cuerda y ha escuchado eso, ¿verdad?

- Eso es lo que ha dicho Larry, sí. - Ernesto, usted seguro que ha estado atento,

¿verdad?

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Al dirigirse Echeverri a mí, el escritor se incorporó y me dejó libre. Ahora acababa de entender una frase muy común: ¡vaya peso me había quitado de encima! Incorporándome, intenté decir lo que había escuchado: - Sí, efectivamente, Larry dijo que no cruzáramos el

círculo. El mago me miró como si esperase otra respuesta de mí. - Larry dijo que no cruzáramos la cuerda. - Bueno, pero es lo mismo. - No, no es lo mismo. La cuerda forma un círculo,

pero el único círculo del que habló Larry fue el de nuestras manos. ¿Por qué no podemos cruzar la cuerda?

- Porque nos pasará algo malo – insistió la señora. - No – replicó el mago. - Sí, pasará algo malo. Aquí hay espíritus, con eso no

se juega. - ¿Le ha pasado algo malo a usted, señora? – le

preguntó. - No, a mí, no. - ¿Y usted se ha soltado de la mano? - Claro, todos nos hemos soltado de las manos. - Señor Valbuena, ¿recuerda las palabras exactas de

Larry? Yo ya no sabía lo que estaba pasando en aquella sala de paredes rojas, suelo rojo y techo rojo. Había llegado para descubrir el truco de un médium para

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hablar con los muertos y ahora estaba formando parte de una investigación junto al mago Echeverri. Y no era yo precisamente el investigador que llevaba la voz cantante. Quizás mis años como investigador estaban llegando a su fin. - Señor Valbuena, ¿recuerda las palabras exactas de

Larry? - No. - Larry nunca dijo que pasaría algo malo si

cruzásemos la cuerda. De hecho, nunca dijo qué pasaría. Ha sido nuestra mente la que nos ha traicionado. Larry dijo claramente que dentro de la cuerda sólo podían estar los que convocan a los muertos, pero nada más. Nuestro cerebro es el que nos ha dado más información. Nuestro cerebro es nuestro peor enemigo y nuestro mejor amigo. Estoy seguro que a ustedes les ha pasado en más de una ocasión que dicen algo con total claridad y la gente interpreta otra cosa. Es normal, porque no se trata de palabras, de decirlas y escucharlas. Va más allá. Las palabras sólo son una parte, el cerebro las junta y les da sentido. Normalmente el que nosotros queremos y no el que quiere quien nos habla. Nuestro cerebro las interpreta a nuestra manera. Amplía palabras, reduce palabras, cambia palabras, fija la importancia en una palabra o en otra, establece significados por referencia, juega con las palabras que oímos y el resultado final es lo que queremos oír. Por eso, no es la claridad lo que

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hace que nos entendamos, es la capacidad de dirigir el pensamiento del otro. La capacidad para que el otro piense exactamente lo que queremos decir… No hacía falta decirnos que pasaría algo malo, sólo hacía falta insinuarlo. Él estaba en el centro, él dominaba la situación. Nos decía que no hiciéramos nada y nuestro pensamiento suponía que en caso de hacerlo, nos pasaría algo malo. Él no tenía que decirlo para que nosotros lo pensáramos y le salió bien la jugada porque alguno de nosotros lo hemos pensado.

Las palabras de Echeverri, aunque interesantes y claras, no parecían tener respuesta en ninguno de nosotros que estábamos atentos a la resolución de este asunto de la muerte de Larry. - Larry dijo que nos agarrásemos las manos haciendo

un círculo. No se suelten. Es el círculo de protección. Manténgase unidos y no les parará nada malo… Pues bien, hemos soltado nuestras manos y no nos ha pasado nada. Y en cuanto a la cuerda…

- ¡No le dejaré que la cruce! – sentenció el escritor. - No tenía pensado cruzarla. Pero, ¿qué cree usted

que ocurriría si la cruzo? - No lo sé. - ¿Tiene miedo? - Sí. - ¿Y su miedo no deja que nadie cruce la cuerda? - Nadie la va a cruzar.

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- ¿Qué interés tiene usted en que nadie la cruce? – le pregunté al escritor.

- No tengo ningún interés, pero no sé qué pasaría si alguien la cruzase. Nadie la ha cruzado antes.

- ¿Nadie? – le pregunté en esta ocasión. - No, nadie la ha cruzado nunca. Son las normas. - ¿Cuántas veces ha venido con anterioridad? – hice

mi tercera pregunta. La cara del escritor se volvió pálida, tragó saliva y sus ojos miraron hacia la puerta. - ¡Rápido! – me gritó el mago señalando la puerta. Me puse delante de la puerta y el escritor hizo un amago de dirigirse hacia allí. - El señor Valbuena le ha preguntado: ¿cuántas

veces ha venido con anterioridad? No había respuesta. - Me temo que usted ha venido muchas veces, ¿es

así? Seguía sin haber respuesta. - ¿Cuánto paga cada vez que viene? La saliva se había vuelto más insistente y los ojos del escritor buscaban una alternativa. - ¡Eh! ¡Un momento! ¿Qué pasa aquí? Ustedes

quieren hacerme creer que yo he asesinado a Larry. Pues le voy a decir lo que pienso, creo que han sido ustedes dos.

- ¡La mejor defensa siempre es un buen ataque! – acerté a decir.

- ¡Oh, dios mío! – exclamó la señora a punto de

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desmayarse. - Mi mujer necesita aire ¡Abra la maldita puerta! –

exclamó el anciano – Ya tenemos al asesino, es este hombre. No quiero que se muera también mi mujer.

El escritor se lanzó contra mí. Echeverri se lanzó contra el escritor y al final un golpe certero del señor mayor con el bastón, dejó tumbado al escritor. Por orden del mago, fui a buscar a su ayudante que nos esperaba en el coche. Llamamos a la policía y a una ambulancia para que atendiera a la señora. No tocamos nada de la escena de crimen. Ya era tarde cuando testificamos ante la policía. El caso era sencillo. El escritor, aunque seguía proclamando su inocencia, llevaba tiempo asistiendo a las sesiones de Larry. Se había dejado mucho dinero y nunca había conseguido una historia decente para escribir un libro, así que planeó su muerte. Lo normal es que estuviera él y la pareja de ancianos, pero en aquella ocasión, Larry había invitado a Echeverri y el mago a mí, así que se encontró con dos personas más con las que no contaba. Al apagarse la luz le lanzó un cuchillo al cuello de Larry que estaba iluminado y acabó con su vida en un último grito. De haber estado solos los ancianos, seguramente se habría escapado sin problemas, pero al estar nosotros, no pudo escapar. Regresé en el coche con el mago, su ayudante y el

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conductor. No hubo muchas palabras en el camino de vuelta y el sueño se apoderaba de mí. Me dejaron cerca de casa y Echeverri se despidió de mí dándome las gracias por haberle acompañado y estrechando su mano envuelta en su lujoso guante negro. Algún día yo tendré un guante así, pensé. Me dirigí al portal. Miré hacia los lados. Miré hacia atrás. No había nadie. Sonreí sin quererlo. Saqué la llave y un ruido detrás de mí me llamó la atención. Me di la vuelta. Era un gato saltando encima del contender de basura. Sólo un gato. Tu cerebro es tu peor enemigo y al mismo tiempo, tu mayor amigo, pensé. Lo que supones real, te genera una alerta y es real en sus consecuencias. Escuchas un ruido, supones algo malo y te pones en guardia. ¡Malditas suposiciones! Nos pasamos suponiendo todo el día y entre lo que suponemos y lo que pasa, puede haber mucha diferencia. El mago lo había dejado claro. Una cosa es lo que nos dicen y otra lo que entendemos porque entendemos aquello que queremos entender, ¿cómo? Suponiendo y justificando. Suponemos y al suponer, centramos nuestra atención en aquello que justifica lo que suponemos. No importa que nos lo digan claro, porque nuestra atención está en lo que nosotros queremos. No se trata de claridad en las palabras, sino en el significado, en la forma de pensar. Hay que conseguir que el otro tenga un pensamiento claro. Evitar que haga suposiciones. No sé muy bien lo que

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significa todo esto, pero lo adivinaré. Creo que es bastante tarde y el sueño me hace entrar en una fase demasiado filosófica. Abrí el portal, subí al piso y me dirigí directo a la cama. Me tumbé y pensé en el pobre asesinato de Larry. ¡Vaya puntería la del escritor!

CONTINUARÁ…