312
EL INTERCAMBIO CELESTIAL DE WHOMBA

El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

EL INTERCAMBIO

CELESTIALDE

WHOMBA

Page 2: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Este libro ha sidoescrito por Guillermo Zapata,revisado por Alberto Haj-Saleh

y diseñado e ilustrado por Mario Trigobajo una licencia Creative Commons

Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual

Impreso en Fragma Reprografía SL, Madriden diciembre de 2012.

Page 3: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Guillermo Zapata

ELINTERCAMBIOCELESTIAL

DE

WHOMBAIlustraciones de

Mario Trigo

Page 4: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 5: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Índice

PRIMERA PARTE I. El final del verano 11II. La magia del intercambio 15III. Un problema entre hermanos 18IV. Las palabras de Fregha 21V. El Tercer Consejo de los Dioses 24VI. Los Cuatro de Gulf 28VII. Las aguas de Shiosh 31VIII. Caza y captura 37IX. Génesis 41X. Morg 46XI. Hijos de la tormenta 51XII. El pergamino de Lórimar 57

SEGUNDA PARTE

XIII. La sangre de Brutha 63XIV. La caída del templo de Násder 67XV. La doble mente de Celis 72XVI. El Segundo Consejo de los Dioses 78XVII. A las puertas del templo de Lórimar 82XVIII. Una posible batalla de Nasder 86XIX. Palabra de Morg 92XX. Camino al Olvido 97XXI. El atardecer de Nanna 102XXII. Brutha y Morg 109XXIII. Océanos de tiempo 114XXIV. Nur 121

Page 6: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

TERCERA PARTE

XXV. Garou 129XXVI. Volver a Gulf 134XXVII. El Cuarto Consejo de los Dioses 142XXVIII. Rhom 147XXIX. La Segunda Edad de Gulf 153XXX. Whomba en peligro 159XXXI. Empalizadas 165XXXII. Granos de arena 170XXXIII. A los ojos de Whomba 177XXXIV. El último Consejo de los Dioses 182XXXV. Una sola bala 187XXXVI. Teatro de operaciones 192XXXVII. Morg y Brutha 198

CUARTA PARTE

XXXVIII. Apocalipsis 209XXXIX. Sangre de dioses en Glarj 213XL. Contraataque 221XLI. Iluminación artificial 227XLII. Condiciones de paz en tiempos de guerra 231XLIII. Palabras 238XLIV. Nansi 244XLV. ¿Dónde está Celis? 250XLVI. El final de Loona 256XLVII. La Batalla de Whomba I 261XLVIII. La Batalla de Whomba II 266XLIX. Querida Loona 273L. Las estructuras de la paz 278LI. Cruce de caminos 284LII. Divergencias 289

Page 7: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Epílogo I. La leyenda del Beso de Celis 295Epílogo II. Whorde 299

AGRADECIMIENTOS

Page 8: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 9: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

PRIMERA PARTE

Page 10: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 11: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

11

Empecemos por el final.Los padres de Whorde le despertaron casi al amanecer y le

dijeron que tenía que lavarse y vestirse porque iban a ir a ver el fin del mundo y tenían que despedirse de los dioses. Whorde preguntó si iba a ir toda la familia y sus padres le dijeron que no, que todos no. Solo su hermana y él, pero tenían que salir pronto porque ha-bría caravana.

Las playas del sur de Whomba estaban llenas de todo tipo de barcos en los que los dioses iban dejando sus cosas antes de marcharse definitivamente. En las dunas esperaban pacientes miles y miles de personas. Decenas de habitantes de Whomba guardan-do silencio mientras sus dioses hacían el equipaje y guardaban sus cosas. Estaban la bella Fregha y Mur, el carnero. Estaban Across y Efna cargando maletas y maletas con los objetos que habían ido recopilando a lo largo de los años.

Whorde estaba allí con sus padres, pero se estaba aburriendo de lo lindo. Para empezar tenía sueño; además había muchísima

Capítulo I

EL FINAL DEL VERANO

Page 12: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

12

gente y casi no podía ver nada. Tampoco entendía todo ese silen-cio, pensaba que iba a ser una despedida más alegre. Su madre no paraba de regañarle por hablar, así que al rato decidió que no quería seguir con aquello y dijo que se volvía al coche. Sus padres le dieron permiso.

Whorde, sin embargo, no fue al coche, sino que se lanzó a explorar las calas cercanas de las playas del sur. Eran preciosas, llenas de un agua de color verdoso producido por el coral de las profundidades. En una de esas calas fue donde Whorde encontró a Mighos, el dios del Tiempo.

Mighos estaba sentado en la arena de la playa. A su lado tenía una embarcación de madera hecha pedazos. Mighos parecía triste. Whorde le preguntó por lo que le pasaba y Mighos le explicó que él era en el encargado de organizar el viaje de los dioses, ya que era el que más control tenía sobre las horas, los minutos y los días. Tanto había dedicado al tiempo de los demás, que se había quedado sin tiempo propio para terminar su barco y ahora no tendría forma de cruzar el mar hasta el fin del mundo.

Whorde no entendía por qué eso era un problema. Se po-dría quedar en Whomba, incluso si quería podría ir a su casa, con su familia. Eran un montón de hermanos y seguro que encontra-ban hueco para uno más, aunque fuera tan grande como Mighos. Mighos sonrió complacido, pero le dijo a Whorde que eso que le proponía era totalmente imposible. Los dioses viejos debían aban-donar Whomba, era lo que se había decidido tras el Tratado de Karsash. Ellos, más que nadie, sabían la importancia de cumplir los acuerdos y eso debían hacer… Desaparecerían.

Whorde no tenía muy claro que eso de desaparecer fuera una buena idea, así que llegó a un acuerdo con Mighos. De entre todos los dioses de Whomba, el dios del Tiempo no atravesaría el mar y desaparecería, sino que usaría todo su tiempo en convertirse en un recuerdo y viviría en la memoria de Whorde. Whorde se encargaría de que sus hermanos pequeños supieran de los dioses de Whomba después de que estos se hubieran ido.

Page 13: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 14: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

14

Mighos aceptó el trato de Whorde y se convirtió en un re-cuerdo y pronto se encontró conque era el único que podía recor-dar absolutamente todo lo que había sucedido en Whomba. En seguida se dio cuenta de que tarde o temprano él también tendría que morir y el recuerdo perecería con él. Por eso aceptó la propues-ta de Whorde, que se convirtió en el primer cronista de Whomba. El primer Narrador. Para que otros supieran de Mighos y los dioses. Y así es como los dioses se volvieron recuerdos y como los recuerdos se volvieron cuentos… Y gracias a al pacto de Whorde con Mighos podemos estar nosotros aquí hoy, contando y leyendo la historia de Whomba.

Page 15: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

15

—Pero… ¿cómo funciona? —preguntó Brutha a Loona.La vieja Loona miró a los ojos de la cría. Apenas 13 años, de

un verde intenso. El pelo revuelto, enmarañado, como solo las gen-tes de las llanuras de Gharm podían tenerlo. A su lado, durmiendo plácidamente, estaba Morg, su hombre lobo de piel parda. Unidos desde su nacimiento, casi hermanos. Loona subió un poco la tem-peratura del radiador y fue hacia la ventana. Fuera estaba nevando. Llevaba nevando semanas.

—Loona —insistió Brutha— ¿cómo funciona?La niña estaba impaciente y a Loona le gustaba eso. Brutha

tendría que aprender la paciencia también, pero era todavía pron-to. Era una niña. El dios Mighos les dio a los niños tiempos cortos para medir su vida y a los ancianos tiempos largos. Era tiempo de respuestas.

—¿Cómo funciona el intercambio? Es magia —dijo.Brutha parecía decepcionada. —Otra vez la magia… —dijo— ¡Aquí todo es magia!

Capítulo II

LA MAGIA DEL INTERCAMBIO

Page 16: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

16

—¿No te gusta la magia? Es lo que da forma a nuestro mun-do.

—Pero no explica nada: vamos al templo de Mur, dejamos pedazos de carne fresca, Mur viene, se los come y al año siguien-te las vacas están gordas y todo el mundo está contento… Pero, ¿cómo funciona?

Brutha aprendería pronto que no todos los dioses eran tan amables como Mur, que a algunos había que doblegarlos, que otros eran caprichosos y que la mayoría eran muy peligrosos.

—¿Qué son los dioses? —dijo Loona.Brutha se encogió de hombros.—¿Qué son los hombres? ¿Qué somos nosotros?—Negociadores —dijo Brutha con orgullo. Loona miró a la cría de nuevo. Era tiempo de respuestas.—Los dioses poseen la magia y nosotros no sabemos cómo

funciona, pero sabemos que funciona. Sabemos que Alyax cura y que Merher mata. Sabemos que Mur nos dará comida y sabemos que Fregha desvelará secretos. Pero sabemos algo más… ¿Sabes quién es Nur?

Brutha negó con la cabeza. No le sonaba.—Nadie lo recuerda ya. Fue con él con el que supimos el

secreto. La gente dejó de creer en Nur. No sabemos qué era lo que nos proporcionaba, se ha perdido en el tiempo. Nur dejó de exis-tir porque las gentes de Whomba dejamos de creer en él. Brutha, los dioses tienen la magia, pero necesitan que creamos en ellos. La carne que le llevamos a Mur no es importante por ser carne, sino porque representa nuestra creencia y ellos, agradecidos, nos devuel-ven la magia.

—¿Los dioses hacen lo que nosotros queremos? —dijo Brutha como si no lo creyera.

—Si hacemos las cosas bien, sí. Si los negociadores hacemos bien nuestro trabajo, sí. Si los gobernamos, sí.

Brutha sonrió. —Qué idiotas. Tienen la magia y son más débiles que noso-

tros.

Page 17: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

17

La niña siguió comiendo. Las estrellas tenían razón. Iba a ser la negociadora más importante de la historia de Whomba. Alguien, algún día, contaría su leyenda.

Page 18: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

18

Loona separó las piernas y apuntó con su escopeta a uno de los pequeños acólitos del dios Merher. Merher estaba frente a ella, con su túnica raída y su aspecto enfermizo.

—¡Deja de hacer eso, pequeña mujer, o te aplastaré! —dijo. Loona disparó sin pensar un segundo y uno de los acólitos

cayó con un grito de dolor. Loona sonrío desafiante.—No estás en condiciones de hacer amenazas —dijo mien-

tras cargaba otras dos balas en la escopeta. —Escucha, escucha un segundo, maldita sea —dijo Mer-

her—. No puedo hacer lo que me pides. Mi hermana no me lo permitirá, sabes que no la puedo desobedecer.

Loona lo sabía. La diosa Marh era la diosa de la Vida, madre de todas las criaturas de Whomba. Su hermano pequeño, Merher, dios de la Muerte, dependía de ella para existir. «No hay muerte sin vida». En teoría, no podía desobedecerla. En teoría.

—Tu hermana hizo un pacto con el pueblo de Gulf hace hoy cien años. Les concedió vida donde no había más que un yermo muerto. Durante cien años los habitantes de Gulf han servido ese

Capítulo III

UN PROBLEMA ENTRE HERMANOS

Page 19: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

19

pacto con honor y devoción. Han sido tan devotos de Marh que ella les ha recompensado asegurándose su fidelidad eterna. Las gen-tes de Gulf no pueden morir. Sus ancianos se marchitan, su piel se arruga, las enfermedades les acosan y el dolor es constante. Merher, tú eres piadoso…

El dios Merher apareció junto al rostro de Loona y la miró con sus ojos oscuros y profundos. Loona notó su aliento de muerte. Permaneció firme.

—Hablas con la lengua de una serpiente, Loona. Tarde o temprano vendrás a mi seno y te amamantaré como una madre amamanta a sus crías. Por toda la eternidad.

Merher sonrío durante un segundo. Loona no bajó la mira-da.

—Sé lo que será de mí cuando llegue mi momento, dios Merher. La diosa Fregha me lo dijo cuando me convertí en nego-ciadora. Todos nosotros sabemos un secreto y gracias a ese secreto cumplimos nuestra labor. Y tú no disfrutarás de mi aliento en toda la eternidad. Si no estás de acuerdo, discútelo con Fregha.

Loona volvió a levantar la escopeta. Los acólitos estaban de-masiado cerca. Les hizo un gesto para que se apartaran. Las criatu-ras, asustadas, se escondieron tras su señor.

—Como decía, Merher, tú eres piadoso. Traes descanso a quien lo necesita. Desafía a tu hermana por una vez en la vida.

—¡No voy a discutir con Marh para conseguir el aliento de un puñado de viejos!

—Los ancianos son el conocimiento.—Habla entonces con Barlhar, hijo de Fregha. No conmigo.

Yo tengo hambre de aliento vital. No de conocimiento.Loona dio un paso atrás. Entre las ruinas del templo de Mer-

her aparecieron un grupo de veinte jóvenes, diez chicos y diez chi-cas. Todos ellos de las montañas de Gulf.

—Aquí los tienes, Merher. Puro aliento vital. Hijos e hijas de las montañas de Gulf que dan su vida para liberar a sus mayores y a los suyos. Ellos están dispuestos a desafiar a tu hermana… ¿Acaso tú no?

Page 20: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

20

Loona notó el aliento vital de los veinte jóvenes cuando Mer-her se abalanzó sobre ellos. Su capa se abrió y lo llenó todo de noche. Merher los abrazó y los jóvenes se extinguieron lentamente. Loona intentó contener una lágrima, sin éxito.

—¿Era esto lo que querías? —dijo Merher—. Ve y dile a las gentes de Gulf que Merher se cierne sobre sus montañas. Que me llevaré a sus ancianos y que conocerán de nuevo la muerte.

Loona salió del templo. Sabía que Marh se iba a enfadar mu-cho con su hermano. Pero ese no era asunto suyo. Era asunto de los dioses de Whomba. Escupió en el suelo, cargó la escopeta a su espalda y salió del templo.

Page 21: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

21

El templo de Lórimar estaba construido sobre las ruinas de una antigua ciudad de vidrio y cristal, una ciudad sepultada por la nieve y el tiempo a la que se llega tras muchos días de viaje solitario. En el templo estudiaban y se preparaban los negociadores, aquellos que llevaban la palabra de los hombres a los dioses, los encargados de velar por el intercambio celestial de Whomba: devoción y tribu-tos a cambio de magia.

En la puerta del templo había un hombre lobo de color par-do. Estaba apoyado sobre sus patas traseras mientras con las delan-teras enrollaba un poco de tabaco en un papelillo confeccionando un cigarro. Justo cuando estaba a punto de terminarlo, las enormes puertas del templo se abrieron. Por ellas salió una joven con el pelo negro enmarañado: era Brutha.

—Si vas a ser mi montura no deberías fumar eso. Luego te cansas.

Morg, el hombre lobo pardo, miró a Brutha mientras se guardaba el cigarro para después. Hizo un gesto irónico.

Capítulo IV

LAS PALABRAS DE FREGHA

Page 22: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

22

—¿Que yo voy a ser tu montura? ¿Tu montura? Estoy ofen-dido a nivel cósmico. ¿Crees que si me rascas detrás de las orejas empezaré a babear?

—Sé que si te rasco tras las orejas el rastro de baba durará kilómetros —dijo Brutha distraída.

—No soy un perro, ¿sabes? Soy Morg, del clan de los Dientes Afilados.

Brutha le miró con seriedad y Morg se tumbó para que Brutha pudiera subir sobre él. El hombre lobo había crecido mu-cho en los últimos años, era casi tres veces la muchacha.

—Lo hago porque si no te tocaría ir andando y yo tendría que ir a tu ritmo. Solo por eso.

Brutha se subió en el hombre lobo. Morg dio la vuelta y se quedó mirando el templo.

—¿Qué te pasa, Brutha? —dijo—. Estás preocupada. Brutha no dijo nada.—¿Es por irnos? Vamos, sabes que cuando acaba el entre-

namiento tenemos que irnos. Los otros se han ido ya. Somos los últimos. Tenemos trabajo que hacer.

—Loona… Nunca volveremos a verla. Morg se quedó un segundo en silencio.—Deja de pensar en el pasado, no es propio de ti. Hace una

semana estabas deseando salir. ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho Fregha?

—No te lo puedo decir —dijo Brutha automáticamente, casi demasiado rápido.

Los negociadores tenían una última prueba que cumplir an-tes de salir, una prueba aparentemente poco importante, una na-dería comparada con los años de entrenamiento. Tenían que verse con la diosa Fregha y ella les contaba un secreto importante sobre sus vidas. A veces era cómo iban a morir, otras de quién se enamo-rarían o de quién no debían fiarse. No era fácil vivir con el secreto de Fregha y era algo que nadie más podía saber. Quedaba entre la diosa y los negociadores. Ese secreto, aunque a veces suponía una carga, permitía al negociador enfrentarse a su vida con un co-

Page 23: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

23

nocimiento superior que le permitía tomar algunas decisiones que de otra manera no habría tomado y desempeñar correctamente su trabajo.

Sin embargo, cuando Brutha fue a ver a Fregha, la diosa le dijo algo que la joven no estaba preparada para oír. Algo que no en-tendía cómo podría ayudarla en su vida u orientarla en su camino.

La diosa Fregha le había dicho a Brutha que un día mataría con sus manos a Morg, a su mejor amigo, a su hermano, con el que se había criado. Morg el hombre lobo, su protección, su defensa. Brutha no podía entenderlo.

—Sea lo que sea lo que te haya dicho, no puede ser tan malo —dijo Morg—. Vamos, Brutha. Hace años que no salimos del templo. Cabalguemos contra el viento, desafiemos a los dioses.

Brutha sonrió a su amigo. No lo mataría, no lo mataría nun-ca. Fregha debía equivocarse. La pregunta quedó flotando en su mente: ¿pueden equivocarse los dioses?

Morg aulló contra la llanura nevada y salió a toda velocidad. Brutha se agarró a su pelo de color pardo.

Page 24: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

24

Los dioses habían comido y bebido a su gusto. La mesa, enorme, estaba llena de los restos de los manjares. Alguien había puesto una música suave, como un hilo musical relajante, pero en la sala no había tranquilidad, sino tensión. Evidentemente, no ha-bían venido los cientos de dioses de Whomba, sino sus delegados principales. Los llamados dioses mayores. Estaba Fregha, por su-puesto, acompañada de su hijo Barlhar, que tomaba las actas de la reunión. Estaba Marh, pero no su hermano Merher que desde ha-cía un tiempo intentaba no cruzarse nunca con ella. Mighos asistía con su habitual aire distraído y a su derecha estaba Frenh, el dios del Cambio, nervioso. También había venido el viejo Rhom, dios de la Guerra, vestido con su traje de estadista metódico. Acorde -decía- a los nuevos tiempos.

Y había más. Una veintena de dioses.—¿Quién ha convocado esta reunión? —dijo Frenh—. Esta-

ba a la mitad de algo importante…

Capítulo V

EL TERCER CONSEJO DE LOS DIOSES

Page 25: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

25

—Tú siempre estás a medias con algo —dijo Marh despecti-va. A la diosa de la Vida no le caía bien el dios del Cambio.

—He sido yo —dijo Fregha— a instancias de mi hijo.La sala se giró para mirar a Barlhar y el joven con aspecto

de bibliotecario les devolvió la mirada con timidez. Barlhar nunca hablaba en las reuniones. La sola idea de que pudiera haber llamado a un Consejo general era inaudita.

—Pues bien, ¡que hable! —dijo con burla Ghish, el dios de la Risa, el payaso, el dios mas peligroso de cuantos han existido—. Que hable y nos cuente qué es lo que sabe y luego veremos si ha merecido la pena venir hasta aquí.

El resto asintió. Fregha le hizo una señal a su hijo. El chico se levantó y se ajustó la montura de las gafas.

—Dioses de Whomba… Algo está sucediendo. Frenh suspiró con ansiedad. Para Frenh siempre estaba suce-

diendo algo.—La negociadora llamada Brutha ha encontrado el pergami-

no de Lórimar. Murmullos. Tensión. —No es una noticia inesperada —dijo Marh—. Ya tomamos

precauciones cuando la niña nació. ¿No es cierto, Fregha? —Las tomamos —dijo Fregha. —Entonces, ¿cuál es el problema? Además, el pergamino por

sí solo no es suficiente, bien lo sabemos todos. Fregha le hizo una señal a su hijo, que continuó con su relato.—Ese no es el problema principal. El pergamino por sí solo

no tiene importancia alguna, pero hace seis lunas llegó hasta mí un cuento, ni siquiera un cuento, una anécdota. Menos que eso… un suspiro de conocimiento que se traslada bajo la superficie de un chiste. Nada.

—Si no era nada, ¿a qué tanta preocupación? —dijo Rhom a punto de perder su limitada paciencia.

—Investigue, pregunté… Hice mi trabajo —dijo Barlhar con un toque de soberbia.

Page 26: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

26

Él era un dios joven; los dioses como Rhom, aunque se die-ran aires de modernidad, tenían en su ADN una estructura de do-lor y muerte vieja como el tiempo, igual que la tenía su madre.

—De momento solo es un rumor… pero es posible que Nur haya vuelto —dijo Barlhar.

La sala se llenó con murmullos de desafío, furia y venganza. Se escucharon las palabras «traidor», «cobarde», «padre de las men-tiras», «mortal»… Fregha silenció el clamor con su palabra.

—Aunque puede que mi hijo se equivoque, aunque no ten-gamos pruebas de que lo que dice es cierto, si Brutha ha encontrado el manuscrito de Lórimar y Nur ha desobedecido nuestro mandato podemos tener problemas. Problemas más graves de los que pensá-bamos. Es necesario neutralizarlos a ambos, para siempre.

—Eso plantea dos problemas de difícil solución —dijo Zeni-hd, el dios de las Mentiras, con su lengua bífida—. La negociadora Brutha es muy temida, bien sabéis que los dioses menores le tienen miedo y consigue de ellos lo que gusta. Los humanos la respetan y no podemos hacerla desaparecer así como así. Además tiene poder, aún no es tan poderosa como lo fue Loona, pero tiene poder y debemos arrebatárselo. Y no lo conseguiremos matándola. El otro problema es Nur… Cuando firmamos el manuscrito de Lórimar tomamos una decisión, ¿vamos a violarla?

Se hizo el silencio. —Debemos hacerlo —dijo Marh—. Si no queréis mancha-

ros las manos sé de alguien que no tendrá inconveniente.«¿Quién?», preguntaron los dioses.—Mi hermano Merher. Hace tiempo que cometió una ofen-

sa contra mí, como sin duda algunos ya sabéis. Es el momento de pagarla. Dejadlo de mi cuenta. En cuanto a Brutha…

—Yo me encargaré de eso —dijo una voz al final de la mesa. No había hablado en toda la reunión. Era un hombre de unos treinta y cinco años, fornido, bien afeitado, de mirada firme y pe-netrante, vestía de cazador, con una enorme ballesta a su espalda—. Si Fregha hizo su trabajo, todo está dispuesto. No hará falta que la destruyamos, lo hará ella sola.

Page 27: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

27

Todos respetaban la palabra de Parhem, el dios del Amor. No hizo falta mucha más conversación, Parhem y Marh se-

rían los encargados de abordar el problema. Los dioses firmaron el acta uno a uno y fueron abandonando la sala. Los últimos en salir fueron Ghish y Mighos.

—No has dicho nada en toda la reunión —dijo Ghish—. ¿Acaso no te preocupa lo que pueda suceder?

Mighos miró al payaso y sonrió con cierta ironía.—Ghish, soy el dios del Tiempo, yo ya sé lo que va a suceder.Quizás algún otro dios se habría enfadado con Mighos por

su actitud, pero Ghish era el dios de la Risa, no podía tomarse nada en serio; se limitó a reír con todas sus fuerzas mientras salían del edificio.

Page 28: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

28

Los ancianos de las montañas habían hablado. Aunque en realidad no había sido exactamente así: quien había hablado era la asamblea de las montañas reunida durante meses. Todos los habi-tantes de las montañas de Gulf debatiendo día tras día para tomar la decisión más importante de su historia (o la segunda decisión más importante de su historia, si se mira con cierta distancia). Así que no habían sido los ancianos, sino todo el mundo. Lo que pasa es que en un lugar donde nadie puede morir, «todo el mundo» in-cluye a una enorme cantidad de ancianos.

La asamblea de las montañas de Gulf había decidido que veinticuatro jóvenes de las montañas, doce varones y doce mujeres, serían entregados al dios de la Muerte, el dios Merher. A cambio, las gentes de las montañas de Gulf volverían a conocer la muerte que les había sido negada durante cien años. La encargada de llevar a cabo la transacción era una negociadora bien respetada en todo Whomba, Loona. Ella había conseguido el pacto con Ghish en los bosques de Malparte, había expulsado al dragón de Bifterís con

Capítulo VI

LOS CUATRO DE GULF

Page 29: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

29

la ayuda de Zenihd y tantas otras cosas: era la mejor en todos los sentidos.

Los veinticuatro jóvenes caminaban desde hacia días. Otros dos grupos habían hecho lo propio en direcciones diferentes con el objetivo de despistar a Marh, la diosa de la Vida, que no permitía que nadie muriera en las montañas y les mantenía malditos para que le fueran devotos. El grupo de veinticuatro que nos interesa, el que debía reunirse con Loona, se movía con precaución, escapando de los ojos de la diosa con pequeños tributos aquí y allá.

Durante la primera luna de viaje todo parecía ir bien, pero en la mañana de la segunda luna, a tan solo unos kilómetros de distancia del lugar en el que se iba a producir el encuentro con Loo-na, cuatro de los veinticuatro jóvenes dijeron que no iban a seguir adelante, que no iban a participar en el intercambio. Que iban a desobedecer el mandato de la asamblea de Gulf.

Los cuatro jóvenes eran Nanna, Celis, Gonz y Xebra. Nin-guno contaba con más de veinte años. Ninguno había hablado de-masiado durante la asamblea. Ninguno era, a decir verdad, alguien importante en las montañas de Gulf. No eran como Jart o Anula, los dos jóvenes que lideraban la marcha.

—No podéis volver —dijo Jart con preocupación—. Tene-mos que obedecer la voluntad de los nuestros.

—No pensamos volver —dijo Celis— Vamos a marcharnos de las montañas de Gulf.

El resto de jóvenes estaba muy asustado. Jart y Anula grita-ban furiosos: no podían irse. Incluso sacaron una espada y amena-zaron a los chicos, pero estos sabían que si intentaban matarles la diosa Marh se daría cuenta y ya no podrían llegar al encuentro.

—¿Y adónde vais a ir? —les preguntó Anula una vez hubo asumido con rabia que era imposible detenerles.

—Más allá de la mirada de los dioses —dijo Gonz con con-fianza.

Los demás niños se rieron. No existía tal lugar. —¿Por qué no habría de existir? —dijo Xebra—. No hemos

salido nunca de las montañas de Gulf, no sabemos lo que hay fuera.

Page 30: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

30

—¿Y si Merher no nos quiere por vuestra culpa? ¿Y si veinte no son suficientes para él?

—Vais con Loona, la negociadora. Claro que querrá. Ade-más, él no sabe si salimos veinte o treinta o cuántos —objetó Nan-na.

Se hizo el silencio. Ninguno de los chicos sabía qué decir. En el horizonte se empezaba a formar una tormenta.

—¿Veis la tormenta? —dijo Jart—. Es un mal presagio. ¡No podéis desobedecer a la asamblea!

—La tormenta no es un mal presagio —dijo Gonz—. Solo es el anuncio de tiempos mejores.

Todos se asustaron de sus palabras. Hablaba como hablan los malditos.

—Tiempos mejores —dijo Celis— si una es hija de las tor-mentas. Si no le rinde tributo al cielo. No vamos a traicionar a los nuestros. No vamos a dejar huérfanas las montañas de Gulf. Vosotros iréis y Merher os acogerá y nuestros mayores y nosotros podremos morir, pero eso no es suficiente.

«¿Qué quieres decir?» se preguntaron el resto de jóvenes de la marcha.

—La diosa Marh nos condenó para asegurar nuestra adora-ción, ¿y ahora vamos a salir del hechizo bajando la cabeza ante su hermano? ¿Ante otro dios? No. Tiene que existir otra manera.

«¿Y si no existe?» volvieron a preguntar los jóvenes de la mar-cha, aún más asustados.

«La inventaremos» respondieron los cuatro de Gulf. La tormenta rompió encima de ellos. Los veinte delegados de

la asamblea de las montañas de Gulf sintieron cómo el miedo les recorría el cuerpo como un calambre. Los Cuatro de Gulf abando-naron el grupo antes de que volviera a caer la noche. A la mañana siguiente se encontraron con Loona. Ninguno de los jóvenes de Gulf dijo nada de sus compañeros.

El resto, como quien dice, es la historia secreta de los maldi-tos.

Page 31: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

31

El archipiélago de Kraal es una extraña formación rocosa al norte de Whomba. Se encuentra a unos diez kilómetros de las pla-yas de Plasten y es un conjunto de enormes rocas de color grisáceo que apunta al cielo. Sus paredes lisas forman algo parecido a peque-ños acantilados, como pilones de piedra caídos directamente del cielo. No se puede cultivar nada y llueve casi constantemente; sin embargo, tanto en las profundidades del mar como en las paredes de roca hay alimento. Los mejores peces y los mejores crustáceos de Whomba. Al menos así era hasta hace unos meses, cuando los peces desaparecieron.

Los pescadores de la zona, los kraalens, tardaron muy poco en darse cuenta de que algo demoníaco estaba asolando sus costas. Tardaron aún menos en implorar la gracia a Shiosh, el dios del Mar. Cuando Shiosh se negó a escuchar, los kraalens hicieron lo que cualquier ciudadano de Whomba sabía que había que hacer: defender sus derechos. Enviaron mensajeros para buscar un nego-ciador y trajeron a Brutha.

Capítulo VII

LAS AGUAS DE SHIOSH

Page 32: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

32

Tras un cuarto de luna de estar en el pueblo, Brutha y Morg salieron hacia el templo que los kraalens le habían dedicado a Shiosh a dos jornadas de viaje, junto al acantilado más alto. Un conjunto de piedras de color azulado y un cuenco con agua salada. Algo sencillo, como le gusta al dios del Mar.

Brutha llegó al lugar y examinó la zona. —Morg —dijo—, vamos a cabrearle. Morg sonrió con sus dientes afilados y se acercó al cuenco

de agua salada. Brutha desplegó una manta en el suelo y empezó a montar un arma hecha de hueso e hierro. Morg orinó sobre el agua salada sin dejar de reír.

—Tómatelo en serio —dijo Brutha—. No es ninguna bro-ma.

—Deberías disfrutar más mientras haces tu trabajo. Morg siguió orinando un poco más. Después se retiró. Su

pelo empezó a erizarse.—¿Lo notas? —dijo.Brutha no le respondió. Había terminado de montar el arma.

Cargó dos cartuchos y la cerró con delicadeza.—Ya viene. Las aguas empezaron a bullir, la espuma de las olas rompía

cada vez más alto en el acantilado. Morg cambió a su forma homí-nida y se acercó a su mochila, de la que sacó un arco largo. Se dio la vuelta y apuntó al camino.

—Shiosh no tiene acólitos —dijo Brutha—. No los necesita. Morg bajó el arma y se mantuvo expectante. Las olas rom-

pían cada vez con más fuerza. De entre ellas surgió una criatura, una especie de pulpo enorme.

—¿Cómo te atreves a difamar así el templo de Shiosh? —dijo el pulpo.

Brutha lo miró durante un segundo. Levantó la escopeta. —Tu no eres Shiosh. Shiosh es un dios menor de la abun-

dancia. Es amable y generoso con los kraalens. ¡Desvela tu rostro!

Page 33: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 34: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

34

El pulpo lanzó uno de sus tentáculos contra Morg, que se revolvió como pudo. Tenía un tajo en el lado derecho del cuerpo. Escocía como el mismo demonio.

—¡Me comeré vuestro corazón! —dijo.Brutha ni siquiera pestañeó. Apuntó de nuevo a la criatura.—Esta es el arma que los dioses le entregaron a mi maestra,

Loona, por defender su buen nombre en los bosques de Malparte. Nunca un negociador ha errado un disparo con ella. Muestra tu rostro o muere.

El pulpo se quedó inmóvil un segundo. De entre sus fauces marinas se pudo distinguir un leve: «Maldita sea». No era el tipo de cosas que decía un dios como Shiosh. El pulpo desapareció lenta-mente y en su lugar quedó un muchacho con la piel azulada, como es costumbre entre los kraalens.

—Vaya… —dijo el chico—. No puedo decir que mi plan haya salido a la perfección.

Morg soltó un gruñido y saltó sobre el chico. Se transformó en el aire y le aplastó con sus patas delanteras. Le puso el morro junto a la cara, gruñendo.

—No creo que sea necesario llegar a esto —dijo el joven.Brutha se paseó junto a él dejando a Morg hacer su parte.—Has herido a mi compañero, has usurpado la identidad de

un dios, has ahuyentado a los peces de los kraalens… —Y nos ha hecho venir a este lugar húmedo y perdido —

dijo Morg con odio. —¿Cuál es tu nombre?El chico intentó sonreír ante Morg, intentando demostrar

que no tenía miedo.—Me llamo Koren y… ¡Y me acojo al acuerdo de Verbal

firmado después del primer encuentro en el palacio de Lórimar!Lo dijo todo de carrerilla. Brutha se sorprendió al escuchar

esas palabras. Morg apretó aún más sus músculos.—¿Eres un negociador? —dijo la chica.—Lo… lo fui —dijo—. ¿Podría quitarse de encima tu ami-

go?

Page 35: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

35

—No. Sigue —dijo Brutha.—Bueno... El pueblo de Kraal necesitaba un negociador y

me mandaron a mí, pero no terminé mi entrenamiento debido a… ciertos problemas con el consejo.

—¿Qué problemas? —insistió Brutha.—Diferencia de opiniones, cuestiones de orden… Nada se-

rio. —¿Qué problemas?Koren tragó saliva.—Se puede decir que robé unos artículos de la sala de tro-

feos. Era una broma, ¿sabes? Los negociadores no tenéis sentido del humor. Yo entonces no lo sabía.

Morg gruñó.—Pero sí que te aprendiste bien el acuerdo de Verbal. —Es muy útil.Brutha se le quedó mirando un segundo. —Morg, suéltalo.El hombre lobo la miró sin entender.—No podemos matarlo. Tiene que ser juzgado en Lórimar.

Es uno de los nuestros. Está protegido.Morg se levantó furioso.—¿Uno de los nuestros? ¿Eso? ¡Me ha atacado!—Ya lo sé, pero tenemos que juzgarle.—¿Ahora tenemos que volver a casa? Sabes que no se puede.

Además, tenemos cosas que hacer.Morg y Brutha discutían. Koren se mantenía alejado.—¿A nadie le interesa saber cómo engañé al bondadoso dios

Shiosh? Es un ardid impresionante. Y esos paletos del pez estaban dispuestos a entregarme todo tipo de cosas si les devolvía su comi-da. Creo que, si bien no es ético lo que he hecho, sí tiene cierto mérito.

Nadie parecía escucharle.—Lo llevaremos a Lórimar cuando llevemos el documento.

Así podrán explicarnos qué significa y por qué nos lo dio esa mujer.

Page 36: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

36

—Para ese viaje quedan más de dos lunas. ¿Qué haremos con él mientras tanto?

Brutha lo miró un segundo.—Se… se tendrá que quedar con nosotros. Lo siento, Morg.

Tenemos que cumplir el pacto. Morg miró a Koren, que le saludó con una sonrisa.—Traerá problemas. Te lo aseguro. Brutha ató al chico mientras Morg se encaminaba acantilado

abajo. La lluvia volvía a caer, pero al hombre lobo parecía no im-portarle.

Page 37: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

37

El encargo le había planteado muchas dudas. Cuestiones que aún le rondaban en la cabeza por la noche. Preguntas que le revol-vían las horas de sueño y las de vigilia. Sin embargo, había acepta-do.

Tal y como lo veía era su responsabilidad. Sí, era cierto que iba a recibir una buena paga por ello, pero por encima de todo era su responsabilidad. Era a ella a quien se le habían escapado.

Además, era traición. No es que nadie lo hubiera hecho antes, pero eso no impor-

taba. El crimen no es menor por ser el primero, al contrario. Eso le daba fuerzas. Los humanos no desafiaban el poder de los dioses, era tan sencillo como eso. El pacto era la base de todo el equilibrio de Whomba. Cuando pensaba en las consecuencias que la ofensa podría llegar a tener se estremecía de temor. Todo su mundo se aca-baría. Eso la mantenía alerta y le quitaba dudas de la cabeza.

Era un encargo terrible, sí. Pero el crimen era terrible tam-bién. Mirar para otro lado no era su estilo. Los dioses la habían

Capítulo VIII

CAZA Y CAPTURA

Page 38: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

38

elegido por lo de Malparte. Le tenían respeto, miedo incluso. Era por eso. Tenía que ser por eso.

Suspendió todos sus encargos y los derivó a otros compa-ñeros que podían hacerse cargo de los asuntos menores. Después desapareció y no le dijo a nadie a qué iba a dedicarse; por otro lado, nadie hizo preguntas.

Los dioses eran visibles. La magia electrificaba todo lo que tocaba y dejaba una impronta fácilmente identificable. La devoción de los humanos también era fácilmente rastreable, pero esto era completamente distinto. No buscaba humanos ni buscaba devotos, sino al contrario. Rastreaba traidores invisibles, fantasmas que se movían debajo de una tormenta. Sin pistas claras, sin rastro seguro.

Empezó por Gulf, pero en el conjunto de rocas y barro que quedaba de lo que un día fue un vergel nadie sabía nada o quería saber nada. Era lógico. La vergüenza de los hijos reflejada en el ros-tro de los abuelos. Traición que se hace sangre.

Según pasaban las jornadas de búsqueda y se iba privando de los habituales privilegios de su vida como negociadora, notaba como las dudas iban convirtiéndose en una rabia cansada, frustra-da. Se volvía irascible. Se enteraba de las gestas de sus compañeros y sentía envidia. Ya nadie se acordaba de ella. Y la rabia y la frustra-ción se iban volviendo odio. Tampoco podía pedir ayuda a los dio-ses, eso había quedado más que claro. No podían ayudarla porque era un asunto de los humanos. Ellos eran pagadores en el encargo, no cómplices. Nunca cómplices.

Tardó muchas lunas en encontrar una pista firme de su rastro. El grupo había profanado un templo consagrado al dios Barlhar. Desconocía el motivo, pero era suficiente. Nadie en todo Whomba se habría atrevido a reducir un lugar de poder a cenizas. Solo ellos.

Fue hasta el lugar y pudo ver los restos calcinados, los li-bros destruidos. Tocó la ceniza con las manos y olió los restos de la madera podrida. No estaban lejos. ¿Cómo podían haber hecho semejante atrocidad?

No le costó invocar a uno de los acólitos menores de Barlhar. El pequeño informante era un manojo de nervios.

Page 39: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

39

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella.El acólito estaba encogido de miedo. «No les importaba

nuestro poder», dijo. Era más grave de lo que parecía. El desafío tenía planificación y objetivo.

—¿Qué querían?«Conocimiento», dijo el acólito. Eso lo podían conseguir con

una simple transacción. ¿Por qué recurrir a un acto tan salvaje? «Conocimiento prohibido», añadió. El acólito le explicó que no les había dicho nada, que era el propio Barlhar quien respondía aquellas preguntas. Le dijo que se habían reído. Se habían reído de Barlhar. Un dios bondadoso, un dios tranquilo. Un dios que siem-pre había vivido a la sombra de su madre Fregha. Un dios que no era amenaza de ningún tipo. En cualquier caso, amenaza o no, ellos no podían negociar con dioses. No habían recibido entrenamiento. No estaban preparados. La ofensa crecía y crecía.

Los encontró dos lunas después, cerca de la metrópolis de Ghizan. No era extraño que fueran en esa dirección. En Ghizan estaba la Gran Biblioteca, uno de los centros de poder de Barlhar. Iban a atacarla también. Había que detenerlos.

Estaban tumbados junto a una hoguera de la que solo que-daban las brasas. Tres de ellos dormidos, uno de guardia. Al verlos, tuvo un momento de ira. Pensó en atacarles desde las sombras del bosque, pero luego decidió que aquello sería indigno de ella. Se había enfrentado al dios de la Muerte frente a frente, podía lidiar con cuatro humanos.

Entró en el círculo de fuego y le dio una patada a las brasas. Antes de que el primero de ellos hubiera sacado su arma le apuntó con la escopeta directamente a la cara. El ruido despertó a los otros tres. Sacaron armas. Temblaban como si acabaran de salir de un baño helado. Les miró.

—¿Sabéis quién soy? —dijo.Los chicos no hablaron. —¿Sabéis quién soy? —repitió con voz más alta.El que estaba junto a ella murmuró: «Eres… eres Loona. La

negociadora»

Page 40: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

40

—Exacto —dijo Loona con una sonrisa. Con el rostro ilumi-nado por las brasas.

—¿Vienes a detenernos? —dijo una chica que la apuntaba con una espada larga con muy poca convicción.

—Oh, no —dijo Loona.Apretó el gatillo de la escopeta y la cara del muchacho junto

a ella se convirtió en un amasijo de sangre y huesos. —Sois los Cuatro de Gulf. Los cuatro Malditos. A los maldi-

tos no se les detiene —dijo Loona.Y supo que podría llevar a cabo la misión que le habían en-

comendado. Y sus dudas desaparecieron borradas por el olor de la pólvora. Y supo que no había vuelta atrás. Miró a los tres chicos restantes y levantó su escopeta. Todo acabaría pronto.

Pero no fue así.

Page 41: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

41

Marh y Merher caminaron por la cueva, adentrándose en lo profundo, más allá de la roca y del fuego. Anduvieron durante días, lunas incluso, ciclos completos del sol. Sin más acompañamiento que el sonido de sus pasos y su aliento. Sin más palabras que el silencio, hasta el corazón de la tierra.

Merher caminaba detrás, sumiso, asustado quizás, arrastran-do los pies. Marh iba delante, orgullosa y firme. El color blanco de su piel en contraste con el color negro de la roca, como un fantasma en un abismo. Iban los dos solos, sin acólitos ni acompañantes de ningún tipo, guiados por su intuición y el recuerdo de un lugar que solo conocían de las viejas leyendas. Dos dioses solos en la oscuridad.

En el centro de la cueva había un lago de agua azulada y tran-quila, un lago de agua helada que nacía del centro mismo y fluía hacia arriba y se filtraba entre las rocas: la fuente del mundo. Era un lago enorme en el que no se distinguía una orilla de la otra, rodear-lo era tarea para los necios. Nada lo recorría, solo el fluir del agua.

Capítulo IX

GÉNESIS

Page 42: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

42

El sonido del agua resonaba kilómetros antes de llegar, como un cascabel para un ciego.

Marh y Merher entraron en la enorme estancia y vieron el agua que, de alguna manera, brillaba en ese mar de negrura, lan-zaba reflejos brillantes contra las paredes. Luz en un lugar sin luz.

Los dos dioses se acercaron a la orilla en silencio. Allí dónde el agua se juntaba con el suelo de roca se habían formado primero arena y luego barro. Un barro que nunca se había removido y que pisaban por primera vez unos pies.

Se metieron en el agua hasta la cintura. Marh se sumergió y estuvo bajo el agua unos segundos; cuando salió, tenía las manos manchadas de ese barro y había extraído algo del fondo. Miró a su hermano que, inmediatamente, se lanzó bajó las aguas a hacer lo propio. Estuvieron trabajando durante horas, sin descanso, en silencio.

Iban apilando el barro en la orilla cercana e iban haciendo de él una montaña primero y, posteriormente, cuando hubieron terminado, una figura. Una figura tosca, mal construida. Apenas la corteza de un ser humano, menos aún que eso. Un grumo de bra-zos, piernas y cabeza. Cuando terminaron de construir la figura la dejaron secar. La figura mantuvo su aspecto abotargado. Entonces Marh volvió al agua. Merher iba tras ella, pero la dama de la Vida lo detuvo con una mirada. Merher esperó en la orilla. Vio como su hermana se sumergía en el lago y nadaba hasta no ser más que un punto para luego desaparecer. La esperó con paciencia, sin más compañía que el ruido del agua filtrándose por la roca.

Marh apareció de nuevo. Primero un puntito blanco, luego sus forma distorsionada por la distancia y finalmente todo su cuer-po emergió del agua. Llevaba un odre de color blanco hinchado como el vientre de una oveja. El vestido, también blanco, afilaba su figura y la cubría de un brillo especial, como si el agua fuera más densa en el centro del lago. La diosa volcó el contenido del odre sobre la figura de barro. Según el agua entraba en contacto con las protuberancias poco definidas del montículo las iba borrando, alisando, convirtiendo la figura en una bella estatua de ébano. Un

Page 43: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 44: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

44

hombre desnudo, bello y desafiante esculpido por las manos del agua y los dioses.

De la nada, Marh sacó un cuchillo. Con el cuchillo se hizo un corte en el brazo derecho por el que empezó a manar la sangre. Fue recogiendo la sangre en el odre hasta que estuvo lleno. Después la diosa cerró su propia herida con la saliva de su cuerpo. Metió los dedos en el odre y se dirigió a la estatua de ébano. Con su sangre pintó unos ojos, unos labios, un corazón, unos pulmones, un sexo masculino, una nariz, todo lo demás. Cuando terminó se acercó a la figura y separó los labios dibujados en sangre, que se movieron formando una boca. En el hueco, la diosa introdujo su lengua y pego sus labios a los del hombre de ébano. Lo besó con sencillez y sopló en su interior. El aire que emanaba del cuerpo de Marh se iba convirtiendo en vida en el interior del, ahora sí, hombre de ébano, que poco a poco empezó a moverse, la abrazó y completó su beso.

El hombre de ébano sintió latir su corazón, sintió el aire en sus pulmones, vio con sus ojos de recién nacido en esa caverna llena de agua.

Marh miró a Merher, que esquivaba su mirada. Se acercó a él con decisión y le agarró del brazo. Merher gimió. El hombre de ébano miraba la situación sin comprenderla. En el forcejeo, el odre de sangre cayó al suelo y la sangre se mezcló con la roca, el barro y el agua. Marh abofeteó a su hermano hasta hacerle sangrar. Merher bajó la cabeza con gesto de sumisión. Se acercó al hombre de ébano y, de entre sus ropas, sacó un trozo de carne podrida. Se la metió en la boca y la masticó con repugnancia… Después se la sacó de la boca en una bola de un olor tremendo. Marh estaba impaciente. Merher cerró los ojos.

Es difícil saber cuánto tiempo estuvieron así, pero al final de la espera se escuchó el sonido de unas alas. Por el túnel apareció un conjunto de moscas de la carne que zumbaron alrededor de Merher y el hombre de ébano y se comieron la carne podrida. Las moscas murieron una tras otra y cayeron al suelo, como pequeñas hijas del dios Merher. Éste las recogió una a una y se las puso en la boca al hombre de ébano. Después le besó también soplando en su inte-

Page 45: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

45

rior. Las moscas volvieron a la vida dentro del cuerpo del hombre de ébano y el sonido de su corazón se confundió con el zumbido de las alas y las moscas. En la frente del hombre apareció un tatuaje de color blanco. Era el símbolo de Merher.

El hombre de ébano habló por primera vez.—Ahora tengo una madre y un padre. Marh, diosa de la Vida

y Merher, dios de la Muerte. Tengo un nombre, Nansi, hermano de las moscas, servidoras de la putridez y la carroña. Soy muerte.

Merher se echó hacia atrás con gesto de terror y súplica. Marh se acercó a su hijo, Nansi.

—Nansi —le dijo—. Tienes un padre y una madre, también tienes un nombre. Ahora tendrás también una misión.

Marh le entregó el cuchillo con el que se había cortado. Nan-si lo cogió con las dos manos y, de pronto, sonrío.

—Tengo que matar a un dios —dijo. Merher empezó a sollozar y a murmurar «¿Qué hemos he-

cho?» «¿Qué hemos hecho?»

Page 46: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

46

Morg iba delante, con el morro pegado al suelo, olfateando. Detrás de él iba Brutha con la escopeta, atenta. A su lado, con las manos atadas y una correa bastante larga que iba de su cintura a la de Brutha, estaba Koren: el ladrón y timador. Viajaban rumbo a Lórimar para entregarlo ante el Consejo de los negociadores y que fuera juzgado. Andaban desde hacía ya una luna completa, pero no por ello dejaban de tener obligaciones.

—Sabes —dijo Koren—, si me soltaras podría echar una mano. Soy muy bueno con el arco y la espada. ¿Vas a seguir sin hablarme? ¿En serio? —Koren no paraba de hablar.

—Te voy a partir el brazo si no te callas. —Ya, bueno, eso es poco probable. Con un brazo roto os

retrasaría la marcha.Delante de ellos Morg gruñó con cansancio. El lobo avanzó

un poco más, alejándose de ellos. Brutha le vio alejarse y suspiró. —No le caigo bien. A ti tampoco te caigo bien. Desde que

engaño a la gente e intento quedarme con lo que no es mío le caigo mal a todo el mundo.

Capítulo X

MORG

Page 47: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

47

Brutha no pudo evitar sonreír. Si Koren se dio cuenta o no es un misterio, pero no dijo nada.

Hacía dos días que habían entrado en las montañas de Nual-ham para resolver un encargo complicado. Los habitantes de Nual-ham llevaban años enfrentados. Las dos etnias dominantes de la zona, los Nual y los Hamen, se disputaban el territorio y la riqueza. La guerra se había extendido durante generaciones. Sin embargo, los líderes de ambas comunidades habían decidido que era impo-sible resolver el conflicto de forma definitiva y que, por tanto, se imponía la paz. Los acuerdos de paz estaban siendo duros, pero avanzaban a buen paso. Solo había un escollo importante: Rhom, el dios de la Guerra, que tenía en esas tierras a sus más fieles segui-dores (como era lógico) y que veía ahora como un tratado de paz definitivo iba a terminar con su poder en la zona. Por ese motivo los líderes de las dos comunidades habían llamado a Brutha.

Brutha, Morg y Koren habían hecho su trabajo, ofreciéndo-le al dios Rhom un intercambio: en la zona del sur de Whomba, cerca de las playas, se estaba fraguando un conflicto entre clanes hermanos. Hoy no eran más que escaramuzas, mañana podía ser una guerra civil en toda regla. Brutha se comprometía a mediar con los habitantes del sur para que le rindieran culto a Rhom. No era mucho comparado con generaciones y generaciones de sangre y odio, pero era un punto de partida. Rhom había aceptado.

Hasta ahí todo había sido normal; sin embargo, la marcha de Rhom no convencía a todo el mundo. En ambos bandos, entre los Hamen y los Nual, había gente contraria al tratado de paz y desde que habían llegado al acuerdo con Rhom culpaban a Brutha del avance de las negociaciones. La salida de las montañas de Nualham estaba siendo más complicada que la entrada.

Llegaron a un desfiladero. El sitio perfecto para una embos-cada. Morg volvió.

—Huelo al menos a seis. Y a pólvora. Brutha suspiró. —¿No hay otro camino? —preguntó Koren.—Podemos rodear la montaña, pero perderíamos casi media

Page 48: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

48

luna y nada nos garantiza que no nos estén buscando allí también —dijo Brutha.

—Si te llevo encima podemos cruzar —dijo Morg mirando a Brutha—. No será complicado.

Brutha miró a Morg. —¿Y qué hacemos con él? —preguntó. Morg pateó el suelo con sus garras.—Dejarlo aquí a que muera. Nos servirá para entretenerles. —A mí no me convence mucho la idea —dijo Koren— pero

supongo que mi voto no cuenta. No cuenta, ¿no? No, ya me pare-cía.

Morg estaba nervioso, furioso. Brutha sintió una punzada de rabia por lo que su amigo le estaba haciendo. ¿Por qué Koren le caía tan mal? ¿Por qué no podía ignorarlo? No podían saltarse el código. Tenían que llevarlo hasta Lórimar y juzgarlo allí.

—Cruzar de cualquier otra manera es suicida —dijo Morg—. Son guerreros expertos.

Koren levantó un momento la mano.—¿Puedo hablar? Morg se acercó a él de un salto, puso su morro furioso ante

su cara. Koren sonrió aterrado.—Déjale que hable, Morg —dijo Brutha. —Si me soltáis… —las palabras de Koren provocaron un

gruñido de rabia—. Insisto, si me soltáis iré el primero. Seré un blanco fácil. Si caigo, habréis cumplido. Si llego al otro lado, podéis volver a atarme.

—Es una trampa —dijo Morg—. Nos va a traicionar, Brutha.La negociadora se sentó un momento en suelo. Koren y

Morg la miraron en silencio. Brutha se levanto al poco y se acercó a Koren.

—Si mueres, mueres —y le desató.Brutha miró a Morg para explicarle su decisión, pero el hom-

bre lobo no la miraba. Sus ojos estaban rojos de rabia. Con un mo-vimiento rápido, Koren le quitó el arco a Morg y colocó una flecha.

—Supongo que tú no lo vas a necesitar.

Page 49: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

49

Morg no dijo nada. Koren entró en el acantilado. Un paso, dos. Ni un ruido. Ni

una distracción. Brutha caminaba tras él, junto a Morg, que seguía sin mirarla. Otro paso. Un paso más. Koren se detuvo. Miró al cielo y tensó el arco. La flecha salió disparada y fue a clavarse entre dos rocas a unos doscientos metros. Se escuchó un gemido de dolor. De entre las rocas aparecieron siete hombres con arcos y pistolas. Brutha apuntó su arma. Daría a uno o a dos, como mucho, antes de caer bajo el fuego. Morg podría matar a otro. Aunque Koren acabara con dos seguían estando en desventaja clara. Koren se dio la vuelta y los miró.

—Avanzad —dijo.Brutha le miró sin comprender.—Avanzad, he dicho —dijo Koren. Parecía más serio, más

concentrado. Brutha y Morg empezaron a avanzar hacia él.—¡Ahora vais a dejar que mis amigos salgan del acantilado

tranquilamente! ¡Vais a permitirlo porque sois inteligentes y no queréis morir! —gritó Koren.

De nuevo, no se escuchaba nada.—Ellos se van y yo me quedo. Como veis, soy buen arquero.

Os serviré.Nadie decía nada. Koren miró a Brutha y Morg, que siguie-

ron avanzando lentamente. Estaban a la mitad del desfiladero. Un chasquido. Alguien amartillaba un arma. «Zip». La flecha

de Koren cruzó el aire. El arma cayó al suelo. El hombre tenía la fle-cha atravesada en la mano. Brutha y Morg avanzaron en medio de la confusión. Antes de que nadie tomara conciencia de lo sucedido Koren ya tenía otra flecha lista.

—Quizás tantos años de comer piedras y amamantaros con cabras os han hecho perder el buen juicio, pero insisto en que soy MUY BUEN ARQUERO. Si alguien está dispuesto a morir por esto no tiene más que amartillar el arma y le atravesaré el cuello. Yo estaré muerto, pero él también y yo tengo ventaja porque yo ya estoy muerto.

Page 50: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

50

Silencio. Morg estaba casi a la salida del desfiladero. Brutha le siguió. Silencio.

Morg y Brutha estaban al otro lado. No se escuchaba nada. Morg avanzó con velocidad, pero Brutha se detuvo. Morg miró hacia atrás.

—¿Qué haces? —le dijo. Brutha miró al lobo.—No podemos dejarle ahí. Nos acaba de salvar la vida.—Ese era el trato —dijo Morg. —Lo van a matar.Morg se acercó a Brutha con los ojos en sangre.—¡No es asunto nuestro! —masculló.Brutha entendió entonces lo que iba a pasar después. Lo que

siempre había sabido. Los ojos se le enrojecieron y se le llenaron de lágrimas. La expresión de Morg cambió inmediatamente de la rabia a la preocupación y gruñó un segundo, como si fuera una pregunta o una expresión para confortarla.

—El día que fui a ver a Fregha y me contó el secreto que todo negociador debe escuchar antes de partir de Lórimar, me dijo que un día debía dejarte marchar. En ese momento no lo entendí, pero ahora lo entiendo.

Morg la miró sin comprender.—Vete —le dijo Brutha con los ojos llenos de lágrimas—.

Vete de aquí. Ahora.Morg la miró, no dijo nada. Sus ojos se apagaron lentamente.

Bajó la cabeza. Bajó las orejas. Salió trotando camino abajo, cada vez más rápido, hasta perderse de vista. Brutha se secó las lágrimas y se dio la vuelta. En ese momento se escuchó un disparo; la nego-ciadora miró al cielo: «Protegednos, dioses, porque somos vuestra voz en la tierra. Protegednos, hombres, porque somos vuestra pala-bra en los cielos». Gritó con toda su rabia y se lanzó al interior del desfiladero, arma en ristre, los ojos aún llorosos.

Page 51: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

51

Caminaron durante lunas completas. Sin tenerse más que a sí mismos. Sus cuerpos abrazados en la noche, acurrucados como hermanos sin tierra. Orientados más por el desprecio que por la intuición.

Recibieron la noticia de sus amigos sacrificados, tomados por el dios Merher. Supieron de cómo la muerte había vuelto a bende-cir las montañas de Gulf. Se preguntaban a cada paso si no habían cometido un error imperdonable, si sus preguntas no irían dema-siado lejos. Pero luego se decían que no, que no era justo, que era intolerable, que se ponían de rodillas ante un dios para conseguir la bendición de otro dios.

Allá donde iban la cantinela era la misma: pueblos, ciudades y gentes que pedían a un dios que les librara de otro dios, que pa-gaban con su devoción por el agua, los peces, su salud, el amor, los hijos. La misma canción que ya no llamaban el intercambio, sino el expolio, el robo, el saqueo.

Capítulo XI

HIJOS DE LA TORMENTA

Page 52: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

52

Por las noches se dormían repitiéndose una canción, una cantinela que empezó como una broma y se fue convirtiendo en un código secreto, en la canción de los Malditos.

«Los peces son nuestros, la tierra es nuestra, el cielo es nues-tro, el amor es nuestro, el miedo es nuestro, la risa es nuestra, la muerte es nuestra y la vida también: lo queremos todo».

Se decían que debía haber otra manera de vivir, sin estar al abrigo de los dioses. Un lugar, quizás, donde no llegara su brazo. Fue Celis la primera en pensar que, quizás, más gente había pen-sado alguna vez lo mismo que ellos, que si unos muchachos de un poblado perdido de Whomba podían pensar en algo que parecía tan sencillo, otras personas más inteligentes podrían haber llegado a la misma conclusión. No podían recorrer cada rincón de Whom-ba esperando una respuesta, y necesitaban respuestas.

El problema era que las respuestas estaban en poder de los dioses. Era Barlhar, el hijo de Fregha y dios del Conocimiento, quien sabía de todas las cosas que habían sucedido en Whomba desde el principio de los tiempos. Sus templos y sus acólitos eran los encargados de guardar el conocimiento. Solo necesitaban un negociador que preguntara por ellos.

Pero, como apuntó Xebra, un dios nunca les iba a contar cómo librarse de un dios.

Y, como comentó Nanna, un negociador nunca les iba a ayu-dar a traicionar a los dioses. Era verdad que no parecían tenerles cariño, pero tenían trabajo gracias a ellos.

Así que, propuso Gonz, tendrían que robar esa información. Harían como los negociadores, pero sin serlo.

La conclusión a la que habían llegado no les gustaba dema-siado. No querían tener que robar nada. Ellos no eran ladrones, no querían cometer ningún delito. El problema era que, por otro lado, no parecía haber alternativa. Los dioses tenían poder sobre todas las cosas, y si alguien quería algún poder sobre alguna cosa, los ne-gociadores conseguían que esa persona tuviera ese poder a cambio de darle más poder a los dioses. Mientras eso fuera así, no había problema. Pero si querías algún poder sin depender de los dioses y

Page 53: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

53

los dioses tenían poder sobre todas las cosas… Bueno, había que quitárselo.

Encontraron un templo dedicado al dios Barlhar en un bos-que cercano a las llanuras de Gharm. Era una pequeña construcción de madera y piedra llena de libros. Los Cuatro de Gulf entraron al templo, que estaba silencioso y tranquilo. A los pocos segundos se materializó ante ellos un pequeño acólito del dios Barlhar.

—¿Venís a hacer alguna ofrenda? —dijo.—No —contesto Celis—. Venimos porque tenemos pregun-

tas.—No sois negociadores —dijo el acólito.—Lo sabemos —prosiguió Xebra—. Queremos respuestas,

sin más, sin pactos ni negociaciones. Tan solo… dinos lo que que-remos saber.

El acólito los miró. Los cuatro iban vestidos de colores vivos, pero su semblante parecía curtido, duro, maligno.

—No… no puedo hacer eso. No se puede hacer eso.Gonz sacó una lampara de gasolina y la encendió. —¿Qué estás haciendo? ¿Quiénes sois? ¡No podéis estar aquí!

—chilló el pobre acólito asustado. —Hemos dejado de creer en tus dioses —dijo Nanna—.

Ahora ¡responde! ¿Cómo podemos vivir sin depender de los dioses?El acólito estaba demasiado asustado para responder. Tem-

blaba como una hoja. Los Cuatro de Gulf notaron cómo el aire se electrificaba, la presencia de Barlhar se hacía patente.

—Contesta —dijo Celis— o tu templo arderá hasta los ci-mientos.

—No… no puedo hacer eso. No puedo responder. No co-nozco los datos…

Gonz prendió los libros con su lámpara. Las llamas empeza-ron a lamer las páginas y el humo se hizo espeso.

—¡Estáis locos! ¡Malditos! ¡Estáis malditos!Arrastraron al acólito al exterior del templo mientras éste se

iba reduciendo a cenizas. El pobre diablo lloraba.

Page 54: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

54

—Solo son objetos —dijo Xebra—, no es una vida. Ahora dinos lo que queremos saber.

El acólito tartamudeó. «Ghizan… la Gran Biblioteca de Ghi-zan. Si hay respuesta a vuestras preguntas, será allí. Por favor, no le digáis a nadie que os lo he dicho… Barlhar me matará». Los cuatro de Gulf se alejaron sin prometer nada, sombríos, extraños. Pre-guntándose si no habría otra forma mejor, una manera mejor. «Si hubiéramos hecho caso de los dioses, ahora estaríamos muertos», se dijeron.

Anduvieron una luna y media hasta llegar a los bosques cer-canos a Ghizan. Allí acamparon para pasar la noche. Gonz hizo el primer turno de vigilancia mientras los otros dormían.

En medio de la noche escucharon un ruido que venía de los matorrales. Se despertaron. Xebra estaba ya de pie. De entre las sombras apareció una figura que todos reconocieron. Era Loona, la negociadora, la mujer a la que sus antiguos les habían entrega-do, la mujer que había liberado las montañas de Gulf. Su aspecto era sombrío y cansado, pero muy firme. Sin miedo. Llevaba en las manos una escopeta enorme. Entró en el circulo que había dejado la lumbre que habían encendido y le dio una patada a las brasas, el lugar se oscureció un poco. Todos sintieron un miedo absoluto, los venía siguiendo. ¿Sabría lo del templo?

—¿Sabéis quién soy? —dijo.Ninguno dijo nada. —¿Sabéis quién soy? —su voz sonaba atronadora.—Eres… eres Loona. La negociadora —dijo Xebra con un

hilo de voz.—Exacto —dijo Loona. Parecía sonreír, satisfecha del terror

que propagaba.Nanna tenía en la mano una espada larga. La había sacado

con un impulso reflejo, ni siquiera la podía sostener.—¿Vienes a detenernos? —dijo.—Oh, no —dijo Loona.En ese momento, casi sin mirarle, apretó el gatillo de la enor-

me escopeta que estaba apuntando a Xebra. El disparo le impactó

Page 55: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

55

en la cara y se la destrozó. Xebra cayó al suelo hecho un guiñapo sin vida. Loona se dio la vuelta con el rostro y el pelo blanco llenos de sangre; parecía satisfecha.

—Sois los Cuatro de Gulf. Los cuatro Malditos. A los maldi-tos no se les detiene —dijo.

Nanna, Gonz y Celis supieron en ese mismo instante que iban a morir. La negociadora levantó la escopeta hacia ellos, su son-risa lo llenaba todo. Cerraron los ojos, se apiñaron como en las noches de frío. Llenos de miedo y sin dioses a los que pedir cle-mencia…

Notaron un cambio en la temperatura y una sensación eléc-trica que les recorría todo el cuerpo. Abrieron los ojos. Loona no estaba antes ellos. Tampoco el cadáver de Xebra. Estaban en otro lugar, no sabían dónde. Y notaban algo que no habían notado en su vida, pero que reconocieron inmediatamente: magia.

—¿Hemos…? ¿Hemos hecho magia? —dijo Gonz.—No sabía que pudiéramos —Celis casi se reía. —Silencio —dijo Nanna—. Ni siquiera tenemos su cuerpo

para enterrarle. Los tres se callaron. Nanna tenía razón. Habían perdido a

Xebra para siempre. Quizás la situación era peor, quizás muerto su alma era propiedad de los dioses. Quizás ni siquiera eso.

—No tenemos rezo ni dios para Xebra. Solo nuestras vidas —dijo Nanna—. Es evidente que les hemos hecho daño y que nos están buscando. Es más importante que nunca que sigamos con nuestros planes.

—Ahora será imposible llega a la biblioteca de Ghizan —dijo Celis.

—No, no si nos separamos. Celis, tú irás a la biblioteca. Gonz, tu serás el señuelo. Tienes que conseguir atraer la mirada de los dioses.

Gonz, con los ojos aún rojos de rabia por la muerte de Xebra, se limitó a asentir con la cabeza.

—Quémalo. Quémalo todo —dijo Celis.Gonz volvió a asentir.

Page 56: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

56

—¿Qué harás tú? —preguntaron a Nanna.—¿Yó? —la chica empuño su espada—. Voy a buscar a Loo-

na y le voy a sacar el corazón, si es que esa perra aún tiene algo de eso.

Los tres se miraron. Notaban la magia en su interior, chispo-rroteante, potente. No tenían miedo.

«Los peces son nuestros, la tierra es nuestra, el cielo es nues-tro, el amor es nuestro, el miedo es nuestro, la risa es nuestra, la muerte es nuestra y la vida también: lo queremos todo».

Salieron corriendo en medio de la noche.

Page 57: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

57

Era verano. El trabajo había sido sencillo. Las llamadas de comarcas, pueblos y ciudades se iban encadenando. Los dioses me-nores la reconocían por su nombre, Brutha, y la respetaban, a ella y a Morg, su hombre lobo. Probablemente muy pronto se enfrentaría con alguno de los grandes como había hecho su maestra, Loona.

—¿Por qué sonríes? —dijo Morg.—¿Te parece mal? —contestó Brutha. Iba subida encima de

Morg, cabalgando.—Supongo que no estoy acostumbrado, pero sé lo que estás

pensado.—¿Ah, sí?Brutha y Morg se conocían desde casi su nacimiento y se

habían criado juntos. Eran como hermanos.—Estás pensando en eso que te dijo Loona cuando superaste

el Primer Círculo. Lo de que eres la Elegida. Cuando estás en silen-cio y sonríes siempre vas pensando en eso.

Capítulo XII

EL PERGAMINO DE LÓRIMAR

Page 58: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

58

Brutha intentó disimular pero era evidente que así era. Ter-minó por volver a sonreír.

—Lo considero algo bastante importante. Entiendo que tú, que puedes aspirar a lo sumo a corcel del Elegido, no pienses en ello.

Morg se revolvió y la tiró al suelo. Brutha rompió a reír.—Te toca caminar, «Elegida» —dijo Morg adelantándose en

el camino. Estuvieron así un rato. Brutha detrás, Morg delante. Los

dos lanzándose bromas. Luego se quedaron en silencio. Era cierto, cuando Brutha había superado las pruebas para convertirse en ne-gociadora y había accedido al Segundo Círculo, Loona, su maestra, la había llevado a observar las estrellas y le había contado la pro-fecía: el firmamento había cambiado en el cielo la noche que ella había nacido y eso, según los hombres y los dioses de Whomba, era la señal de que ella era la «Elegida». «¿La elegida para qué?», había preguntado Brutha.

«Para ser la negociadora más importante de la historia de Whomba». «¿Más que tú?», había preguntado Brutha. «Más que yo», había dicho la vieja Loona.

—¡Alto! —Morg lanzó un gruñido.Brutha sacó inmediatamente la escopeta que Loona le había

regalado y apuntó hacia el bosque. El olfato de Morg nunca fallaba y, efectivamente, unos metros por delante había alguien agazapado al abrigo de las árboles.

—¡Sal al camino! —dijo Brutha mientras se ponía a la altura del hombre lobo.

La persona en cuestión se movió y salió a la luz. Era una mujer de unos treinta años. Llevaba un traje raído, de color marrón apagado con botones azules y unos pantalones blancos. El pelo en-marañado, la mirada distante. En las manos llevaba una especie de papel o papiro.

—El… el cielo está roto —dijo.Morg miró a Brutha con gesto de confusión. Brutha dio un

par de pasos hacia ella. La mujer estaba como desorientada, como

Page 59: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

59

si escuchara una música que nadie más podía oír.—Oye… ¡Hola! ¿Estás bien? —dijo Brutha. Bajó el arma.La chica la miró.—¿Quién eres? —dijo.—Me llamo Brutha, él es Morg. Es un hombre lobo. La mujer se acercó a ellos. Miró el pergamino y se lo tendió.—¿Sabes leer esto?Brutha cogió el pergamino. No conocía los símbolos, lo cual

era bastante raro. Como negociadora tenía la obligación de apren-der todas las lenguas de Whomba, así como los lenguajes escritos y los distintos dialectos.

Morg se acercó y lo miró, tampoco tenía idea alguna del con-tenido del manuscrito.

—Es… es muy importante —dijo la mujer—. Es el acta, el primer acta del Primer Consejo de Lórimar.

Brutha y Morg se quedaron helados. Jamás habían oído ha-blar de un consejo en Lórimar.

—¿Qué dice?De pronto, la mujer se los quedó mirando y cogió el perga-

mino con velocidad. Se lo escondió como una niña pequeña que intenta ocultar algo que todos han visto.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? ¿Dónde está la casa de arena?

Empezó a dar pasos para alejarse de ellos. —Espera… oye, espera un momento —dijo Brutha.La mujer sacó un puñal largo de la parte de atrás de su pan-

talón.—¡Atrás!—Tranquila —dijo Morg—. ¿De qué tienes miedo?—¡Atrás! —repitió la mujer—. No os acerquéis. Decidme

quiénes sois.—Ya te lo hemos dicho. Somos Brutha y Morg —dijo Brutha. La mujer estaba confusa de nuevo. —¿Por qué está roto el cielo? Está roto —gimoteó y se sentó

en el suelo.

Page 60: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

60

Brutha se acercó a ella y se sentó a su lado con ternura.—¿Quién eres? ¿Qué te pasa?—¿No sabes quién soy? —dijo la mujer—. Soy la hermana

de Gonz, de Nanna y Xebra. Soy Celis, de los Cuatro de Gulf.Brutha no sabía de qué demonios le estaba hablando. —El cielo se ha roto y necesito ayuda. Si eres quien dices ser

aún hay una oportunidad. Le tiró el pergamino. —Tienes que descifrar el pergamino. Es muy importante.

Hay un hombre que puede ayudarte. Si yo estoy aquí, él también. Le costaba horrores concentrarse.—¡Escúchame bien! Busca a Nur. Celis les miró un segundo y después salió corriendo hacia el

bosque. Morg miró a Brutha, que seguía con el pergamino en las manos.

—¿Nur? —dijo Morg.—Puede que sea una coincidencia. —Claro, «Elegida». Una loca aparece de la nada, te da un

pedazo de papel incomprensible y te dice que hables con un tío que se llama como el único dios en el que los hombres decidieron dejar de creer y tú me dices que es una coincidencia.

Brutha pensó unos segundos.—Tenemos que llevar este pergamino a Lórimar y hablar con

Loona.—Eso está prohibido. A Lórimar no se vuelve.—Pues tendrán que hacer una excepción. Esto es importan-

te.

Page 61: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

SEGUNDA PARTE

Page 62: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 63: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

63

El grito de dolor se extendió por el bosque, pero no había nadie cerca para oírlo, solo Koren. Brutha estaba tendida en el sue-lo, con un agujero de unos tres centímetros en el lado izquierdo del cuerpo. Koren tenía los dedos metidos en el agujero. La sangre de Brutha manchaba sus ropas, la mano de Koren, el trapo que inten-taba contenerla e incluso el suelo. La negociadora volvió a gritar de dolor. Koren siguió hurgando en la herida. Los ojos de Brutha estaban casi cerrados por la hinchazón producida por sus lágrimas.

—Ya casi la tengo —dijo Koren—, aguanta un poco más. Brutha no dijo nada, su tripa se contrajo, se mordió los la-

bios, intentó no chillar. —Piensa en algo bonito —dijo Koren con alegría.Brutha se giró para mirarle y en ese momento de relajación

de los músculos de la chica, Koren aprovechó para tirar hacia arriba y sacar los dedos del agujero. Brutha chilló aún más fuerte que las otras veces al notar la bala salir de su cuerpo desgarrando mínima-mente el agujero. El dolor era tan intenso que se desmayó.

Capítulo XIII

LA SANGRE DE BRUTHA

Page 64: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

64

Koren miró la bala llena de sangre y sonrió. Al moverse, notó un dolor en el hombro y comprobó que él mismo estaba herido, aunque de forma mucho más leve que Brutha.

—Bastardos… —murmuró.Salir de aquel desfiladero en Nualham había resultado bas-

tante complicado. Brutha estaba inconsciente y por el agujero seguía manando

un reguero constante de sangre que parecía imposible de parar. Ko-ren no era médico ni nada parecido, pero supuso que las opciones eran tapar el agujero y coser la herida. Tapó el agujero con barro que encontró en el lecho de un río cercano, lo más limpio posible. Lo mezcló con las hojas caídas de los árboles que había alrededor, no sabía muy bien por qué, pero le pareció una buena idea. Cuan-do consiguió que la sangre dejara de manar, se dispuso a coser la herida. En ese momento se despertó Brutha.

—Vaya.—¿Qué pasa? —dijo la negociadora con un hilo de voz.—Iba a coserte. Habría sido más fácil contigo inconsciente.Brutha no dijo nada, pero sonrió un poco, solo un poco. «Lo

suficiente», pensó Koren. Y le devolvió la sonrisa. Empezó a coser con una aguja que hizo con hueso e hilo que

llevaba la propia Brutha en su mochila. Cada puntada que daba Koren era un aullido que sofocaba Brutha. En una ocasión se hizo sangre en el labio por morderse con demasiada violencia. Koren la miró y le pasó un trapo limpio por la cara. El gesto, aunque fue ejecutado por Koren con total normalidad, puso a la chica muy nerviosa.

—¿Crees que voy a morir? —dijo Brutha—. Si es así tienes que decírmelo, hay cosas que debo hacer.

—Creo que vas a morir, pero no por esto, sino de hambre. Con los gritos que pegas será imposible encontrar algo de caza de-cente en todo el bosque.

—Te estoy hablando en serio —dijo Brutha—. Si voy a morir tengo que convocar a Merher y negociar con él. Es lo que hacemos.

Page 65: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

65

—No lo sabía, supongo que me echaron de vuestro club an-tes de conocer los secretos importantes. Pero Merher no acudirá, así que no te preocupes.

—¿Cómo que no acudirá? —dijo Brutha. —Ha desaparecido.Brutha miró a Koren intentando comprender qué quería de-

cir con eso y por qué tenía ese tipo de información. —¿No lo sabías? Lo escuché en un poblado, antes de llegar a

las montañas. Tú y tu amigo estabais muy ocupados negociando no sé qué demonios con los aldeanos, pero yo pude escuchar.

—Habladurías. Mientras la gente crea en ellos, los dioses no desaparecen.

Koren miró un segundo un Brutha.—¿Por qué no duermes un poco? —le dijo.Brutha le miró y se recostó. Koren notó que no había soltado

su escopeta en ningún momento.—Tengo que vigilarte —dijo Brutha con una media sonrisa.—¿Crees que voy a escapar? —Koren le siguió el juego—.

Podría haberlo hecho antes.—No eres un asesino. No me ibas a dejar morir.—Aún no sabemos si vas a morir o no. Brutha lo miró y se recostó un poco más.—Tienes razón, mientras mi vida esté en peligro te quedarás

a mi lado. Eres un cobarde, no vas a dejarme atrás así.—Eso es —dijo Koren con dulzura.Brutha se quedó dormida mirándole. Koren, una vez la chica

estaba durmiendo, le apartó el pelo de la cara y se la quedó mirando un rato. Después, él mismo se durmió también.

A unos cientos de metros, entre los árboles, alguien observa-ba a los dos jóvenes mientras dormían. Era Morg, el hombre lobo. Estaba sucio y lleno de arañazos. Los venía siguiendo desde que salieron del desfiladero.

Y algo más atrás, observando a los dos chicos y al propio Morg, había un hombre, tenía una ballesta y un gran bigote. Era, para quien lo había visto alguna vez, el hombre más atractivo del

Page 66: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

66

mundo. Sonreía con dulzura juguetona. solo que no era un hom-bre. Era Parhem, el dios del Amor. Y estaba feliz.

Page 67: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

67

La noche cayó sobre Nasder. Los guardias se protegieron del frío en sus torres con mantas improvisadas, estaba siendo un in-vierno muy duro. La nieve crujía al paso de algún comerciante que volvía a su casa para resguardarse junto a los suyos. En lo alto de la colina, el templo de Across y Efna, consagrado a la defensa del hogar y las familias. Un templo enorme que albergaba los objetos que los habitantes de Nasder les iban proporcionando en forma de regalos sagrados: personificaciones del matrimonio hechas de tela, cajas de madera tallada con su nombre, anillos forjados con sus lemas, todo para mantener el pueblo unido.

La primera señal de que algo no iba bien había sido el frío. La segunda señal fue el fuego.

Las primeras treinta flechas cruzaron el aire con un zumbido e iluminaron el rostro de los guardias. Un segundo de calma y des-pués gritos de dolor y miedo. Relincho de animales. Agua acarreada a trompicones.

La segunda salva de flechas incendió las murallas. La guardia disparó contra el bosque cercano, sin éxito alguno. Aparecieron de

Capítulo XIV

LA CAÍDA DEL TEMPLO DE NASDER

Page 68: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

68

entre las sombras, cayendo como copos de nieve asesina, embo-zados. Eran muchos más de los que habían esperado, un par de cientos. Los rumores no hablaban de más de cincuenta, pero sí había algo de cierto en lo que se comentaba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad: su líder iba en la vanguardia del ataque, nunca atrás, siempre expuesto.

Treparon por la empalizada en pocos minutos, mataron a quien se interpuso en su camino.

El mariscal de la ciudad subió al templo y se encomendó a Across y Efna, pero no hubo respuesta. El negociador que habían solicitado hacía dos lunas no había llegado, quizás fuera eso. Los acólitos del templo se prepararon para la defensa. El mariscal juró lealtad a la ciudad para darse ánimos, cogió a sus mejores hombres y bajó hacia la empalizada. Vestía su traje de gala y caminaba con paso digno. Los vio subir por la calle apiñados como jabalíes fu-riosos y lanzó a sus hombres. Gritos de rabia, espadas en ristre. Un golpe, dos. Un racimo de muertos, miembros amputados y sangre en el suelo.

—¿Qué es lo que queréis de nosotros? —dijo el mariscal con un hilo de voz. Casi rogando clemencia.

«Lo queremos todo», dijeron. El líder del grupo detuvo el combate con un grito. Los suyos

se detuvieron de inmediato. El líder se acercó al mariscal, que tem-blaba como una hoja.

—No sé lo que te han contado de nosotros, pero no tienes por qué morir hoy. Mi nombre es Gonz y tienes mi palabra de que no mataremos a nadie si nos dejáis avanzar. No queremos más san-gre —el mariscal se había meado encima. Comenzó a llorar.

—Estáis malditos… Cayó de rodillas. Gonz sobrepasó al mariscal, que lloraba

desconsolado, y siguió la ascensión en dirección al templo. Sus compañeros iban a su lado, pero además se había reunido una parte importante de la gente del pueblo, mientras que otros permanecían asustados en su casa, rezando a Across y Efna.

Page 69: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

69

En la ascensión al templo vieron cómo los acólitos habían fortificado el edificio, pero eso no los detuvo. Subieron con deci-sión hasta la llanura y se quedaron allí, quietos, en silencio. Al poco tiempo, Gonz habló.

—Acólitos del dios Across y la diosa Efna. Hemos venido a este templo hombres y mujeres de Garm, de los bosques de Mal-parte, campesinos de Bhunda, hijos e hijas del mar de Kraal, gentes de todo Whomba. Nos llaman malditos porque tienen miedo de lo que sabemos, tienen miedo de lo que hemos visto y lo que pode-mos contar. No queremos que siga el derramamiento de sangre, no queremos más muerte. Solo queremos hablar con vuestros dioses. Solo queremos que Across y Efna salgan aquí y nos den respuestas.

El silencio cortó la noche, empezaba a nevar. La gente empe-zó a impacientarse, los nervios a florecer. Alguien lanzó una piedra, otros empuñaron armas. El clamor se fue articulando. «Queremos respuestas».

Un joven de unos quince años, tan solo un poco más peque-ño que Gonz, se acercó corriendo hacia las puertas del templo y fue a lanzar una roca. Un disparo atravesó la noche e impactó sobre el chico, que cayó como un pelele contra la nieve.

Fuera, el clamor dio paso a una rabia incontrolable. En pocos segundos, las puertas del templo estaban rotas y los acólitos corrían por sus vidas. El templo era invadido, los rezagados ajusticiados, la nieve teñida con sangre. No duró mucho.

Reunieron a los acólitos supervivientes en la sala principal. El ruido y el caos lo llenaban todo. En los pisos inferiores, la gente del pueblo se había lanzado a recuperar los regalos entregados a lo largo de los años. Gonz se acercó a uno de los monjes acólitos, que le miraba sin perder la entereza, con la cabeza alta.

—¿Habéis rezado? —dijo Gonz.El monje le escupió en la cara. Otro de sus compañeros se

apresuró a hablar.—Sí, hemos rezado.Gonz se quitó la saliva del rostro y sonrió al primer monje.

Page 70: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

70

—¿Cómo te llamas? —le dijo. El monje no respondió. Gonz seguía mirándole, sin perder la

compostura, tranquilo. —Has rezado a tus dioses y no han venido… —Yo soy un mortal y un servidor, no tengo por qué entender

los motivos de mis dioses —dijo el monje mirándole con furia—. No soy orgulloso, ni envidio un poder que no puedo comprender, ni poseer.

Gonz le miró un segundo y después volvió a sonreír.—En eso te equivocas. Gonz hizo una señal imperceptible, pero el resto de la gente

que le acompañaba se puso inmediatamente en movimiento y reco-rrieron el templo buscando a los habitantes de Nasder. Los fueron reuniendo a todos en la sala principal. Era una sala enorme y en su interior habría ahora unas quinientas personas. Gonz se sitúo en el centro y miró a su alrededor.

—No tengo por qué hacerlo yo —dijo. Una mujer de unos treinta años se acercó. Iba embozada y

completamente vestida de negro, tenía manchas de sangre en la ropa y portaba una espada larga. Se quitó la capucha. Era castaña, con el pelo rizado en una larga melena algo desordenada.

—¿Yo podría hacerlo? —preguntó.—Claro que sí… ¿cómo te llamas? —dijo Gonz.—Me llamo Brutha —dijo la mujer—, soy de las llanuras de

Gharm. Me uní a vosotros hace dos lunas. Alyax hizo que mi madre enfermara, pedimos ayuda a un negociador y nos dijo que Alyax exigía un sacrificio que mi padre no estaba dispuesto a pagar; quería la salud de su primer nieto. Alyax dejó que mi madre muriera.

—Muy bien, Brutha, adelante. La chica sonrió con una cierta timidez y se puso en el centro

de la sala. Cerró los ojos y se concentró. A los pocos segundos una luz azulada se empezó a formar alrededor de sus manos. La luz em-pezó a chispear con un tintineo dorado. La mezcla de azul y dorado se convirtió en una especie de esfera circular. De pronto, las manos de Gonz empezaron a brillar con el mismo tono. En seguida, las

Page 71: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

71

esferas se fueron juntando. Al principio se trataba solo de los em-bozados que venían con Gonz, pero pasado un rato, la luz azul se extendió también a los habitantes de Nasder.

La luz se extendió por toda la sala, incluso algunos de los acó-litos de Across y Efna empezaron a brillar también. Gonz se acercó al monje que le había hablado.

—¿Ves? —dijo—. Nosotros somos simples humanos, pero también tenemos poder.

El chico temblaba de pánico. Gonz se le acercó a pocos cen-tímetros de la cara.

—Y ahora vas a ver cómo nuestro poder reduce a cenizas tu templo. Y tus dioses no van a venir a ayudarte.

El foco de luz azul y dorada se concentró en una bola de energía de color blanco que llenó toda la estancia. En pocos segun-dos el templó estaba ardiendo.

Page 72: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

72

«El cielo está roto». «Las cosas ya no están en su sitio»Celis ya había experimentado esa sensación. ¿Estaba recor-

dando entonces? Lo único que sabía es que el cielo había dejado de estar en su sitio. Supo que tenía que calmarse y centrarse lo antes posible.

Celis caminaba por el interior de la Gran Biblioteca de Ghi-zan. Agazapada entre las sombras, invisible. Invisible de verdad. Desde que Loona había asesinado a Xebra, Celis había sentido un poder en su interior. Un poder que, al concentrarse, la hacía des-aparecer a los ojos de la gente que tenía cerca. Un poder que era más fuerte cuando estaba con los suyos. Un poder nacido del miedo.

Celis notó como la sangre empezaba a manarle de la nariz. La cabeza le daba vueltas. Necesitaba un nuevo punto de referen-cia. Algo que le diera estabilidad a su mente. Se suponía que eso debía hacer el cielo, pero no lo estaba haciendo. El sol no estaba en su sitio y las estrellas aún menos. Cogió el puñal que tenía en su mano izquierda y se cortó la palma de la mano. El dolor atravesó

Capítulo XV

LA DOBLE MENTE DE CELIS

Page 73: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

73

su cuerpo como una sacudida eléctrica, el dolor obligó a su mente a concentrarse.

La Biblioteca de Ghizan era inmensa. Celis no sabía exac-tamente qué estaba buscando, pero sabía que estaba allí. El poder identificaba algo y de alguna manera intuitiva la iba guiando en la dirección adecuada. No se atrevía a salir abiertamente a los pasillos de la biblioteca por si alguien la veía, pero a la vez estaba bastante segura de que eso era imposible. No podían verla. Nadie podía.

Llegó a una sección de la biblioteca con aspecto descuidado, sucio. Vio en el suelo una puerta de madera, pero estaba clavada y tenía un sello del dios Barlhar… ¿Podría abrirlo?

Había perdido el manifiesto… O no. No lo había perdido. Lo había entregado. Lo había entregado a una chica. Volvió a cor-tarse en las manos. Era la única forma que tenía de pensar unos segundos y mantener la concentración, pero no podía seguir así mucho tiempo.

¿Por qué se sentía así? Del jubón que tenía en las manos sacó un reloj de arena, pero no tenía arena dentro. Sabía que era impor-tante, pero no sabía por qué. ¿Qué quería decir aquello?

Confió en su instinto y saltó el cierre de la puerta de una pa-tada; no notó nada especialmente bueno o malo al hacerlo. Quizás solo era un sello. Quizás un sello con el signo de Barlhar era sufi-ciente para que nadie entrara por allí. La trampilla la llevó a bajar por unas escaleras y entrar en un largo pasillo lleno de maderas. Por un momento pensó que era absurdo lo que estaba haciendo, no podía existir un conocimiento prohibido. Si estaba prohibido lo razonable sería destruirlo, no guardarlo en una biblioteca y desde luego no iba a estar escondido en un agujero en el suelo. Las cosas no funcionaban así. Y sin embargo… había una luz que se iba fil-trando entre los tablones.

Un reloj sin arena, un pequeño reloj sin arena. El problema, evidentemente no era dónde estaba sino cuándo estaba. Intentó ordenar sus pensamientos, pero le venían flashes de momentos dis-tantes. Vio un pasillo y una luz. Vio el cadáver de alguien queri-do, con el corazón arrancado. Vio una mujer llorando por su hija

Page 74: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

74

perdida…Y luego vio a Nur.Celis atravesó los últimos tablones y llegó hasta una sala ova-

lada y llena de manuscritos, libros llenos de polvo, cosas así. Todo estaba bien ordenado y detrás de una de las estanterías se podía ver otro pasillo. El lugar, aunque aparentemente estrecho, crecía y cre-cía formando un complejo laberinto. Celis salió de su invisibilidad y estuvo curioseando un rato. No estaba segura de poder volver sobre sus pasos. Tampoco sabía muy bien cómo debía continuar. La extraña intuición que la había ido guiando la había llevado hasta ese lugar, pero ahora no sabía muy bien qué hacer. ¿Era ese el lugar dónde se albergaba el conocimiento secreto? Una voz detrás de ella hizo que la chica se volviera de pronto.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has entrado?El rostro de Nur se apareció claramente ante ella. Y era un

recuerdo, de eso estaba segura. Recordaba haber estado con Nur. Recordaba haber hablado con él. Recordaba su placidez, su pelo rubio y sus ojos de color gris. Recordaba un olor a humedad. Re-cordaba haber sacado la arena de un reloj y haber buscado una puerta. Recordaba un viaje de ida y vuelta… No, no era así. Era al revés. Recodaba un viaje de vuelta. Un viaje hacía atrás.

Era un hombre muy viejo y muy flaco, pálido como la cal, casi fantasmagórico. Tenía los ojos hundidos y una barba alargada y de color blanco. Tenía en las manos una espada, que le temblaba un poco. Casi no tenía fuerza para sujetarla. Celis se dio cuenta en seguida de que aquel hombre no suponía un desafío en un cuerpo a cuerpo.

—¿Quién eres? —le preguntó—. ¿Cómo has entrado?—¿Eres una especie de guardián? —dijo Celis.El hombre se rio de forma seca y desagradable, le faltaban

varios dientes.—Soy un cautivo. ¿Quién eres tú?—Me llamo Celis. Celis de Gulf. El hombre entornó los ojos un segundo y dio un paso al fren-

te. Algo se movió detrás de Celis y vio que una sombra le rozaba el hombro a toda velocidad. Dio un respingo justo antes de ver cómo

Page 75: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 76: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

76

un enorme búho que estaba situado detrás de ella se posaba sobre su hombro.

—¿Quién te ha encerrado aquí? ¿Por qué no puedes salir? La puerta está abierta.

—No para mí —dijo el hombre—. ¿Eres de los nuestros? ¿Quién te envía?

—No sé quiénes son «los nuestros», pero no me envía nadie. Estoy buscando información. Información secreta.

—¿Sobre qué? —dijo el anciano. Celis no sabía si podía fiarse de él. Probablemente no.

—¿Por qué estás encerrado? Si me lo cuentas te diré lo que busco.

El anciano escupió en el suelo.—¿Conoces a la diosa Fregha?Al escuchar ese nombre Celis sintió como todos sus sentidos

se activaban. —Ella me encerró aquí para que ese inútil de su hijo ocupara

mi lugar. Soy Nirghem, el dios padre del Saber. Había venido con Nur, pero algo había pasado durante el

viaje y se habían perdido. Los dos sabían que el viaje era largo y complejo, arriesgado. Pero se dieron una fecha y un lugar para ver-se. Celis se esforzaba por organizar sus pensamientos. Sabía que le faltaba algo más… ¿De dónde venían? ¿Por qué habían decidido ir allí? ¿Qué era lo que tenía que hacer?

Se puso de pie y deambuló bajo las estrellas, mirando a su alrededor. ¿De dónde venía?

El gesto de Celis debía ser muy elocuente, porque Nirghem se dio cuenta inmediatamente de que la chica estaba en tensión.

—¿No te gustan los dioses?- dijo.—Por su culpa murieron muchos de los míos. —Los hombres también matan.—Los hombres matan en guerras que los dioses provocan y

rezan para conseguir cosas que en realidad son suyas. No te tengo miedo, Nirghem. Si vas a atacarme, ataca ahora.

Page 77: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

77

El viejo empezó a reírse y el búho se escapó volando. La risa se escuchaba rebotando por los pasillos y los estantes.

—Esa perra me encerró aquí y no voy a poder salir nunca más. Créeme, no voy a matarte. Te voy a ayudar. Sígueme.

Celis y Nirghem se internaron por los pasadizos recónditos que constituían la trampa de Fregha para Nirghem.

—¿Por qué no te mató en vez de encerrarte?—Porque no se puede asesinar a un dios —Nirghem hizo

una pausa—. Aquí está. Le entregó a Celis un manuscrito. —Es el Manifiesto de Lórimar. Seguro que no has oído ha-

blar de él. Nadie ha oído. Yo tengo una copia porque… bueno, supongo que porque lo firmé.

—No entiendo lo que pone… —dijo Celis—No. Solo uno puede entenderlo. Su destinatario.—¿Y quién es ese? —dijo Celis. Nirghem hizo una pausa y masculló algo. Volvió a escupir

en el suelo.—Nur. El dios de las Palabras. El Caído. —¿Y dónde puedo encontrarle?—No puedes —dijo Nirghem—. Lo condenamos al olvido.

Ya no existe. De pronto, la mente de Celis se recompuso, como un enor-

me puzzle que consigue enfocar la imagen que las piezas dispersas intentaban formar. La pregunta no era de dónde venía con Nur, sino de «cuándo» venía con Nur. Y si ese cuándo era, en realidad, un lugar. Celis lo recordó todo de golpe.

Habían viajado juntos desde el Olvido.

Page 78: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

78

Across y Efna estaban en el suelo, les habían negado hasta una silla. Nunca habían imaginado que alguna vez iban a participar en uno de los consejos de los dioses mayores. En realidad, no creían que fuera a haber un Segundo Consejo, después de la fundación y del primero, pero así había sido.

Pero no eran invitados, ni mucho menos. El ruido de la sala era tremendo: gritos, acusaciones, insultos.

Todos los dioses mayores, incluido Merher, que había sido arrastra-do hasta allí por su hermana Marh, estaban en pleno frenesí. Fue Fregha, la diosa de los secretos, la que impuso silencio. Se acercó a Across y Efna con su rostro apenas intuido detrás de la gasa que protegía al mundo de su belleza y les habló.

—¿No tenéis nada que decir?Across temblaba.—Unos diablos queman vuestro templo, atacan a vuestros

acólitos, levantan a vuestra gente en armas y cuando demandan vuestra presencia no aparecéis. ¿Sabéis lo que habéis provocado?

Capítulo XVI

EL SEGUNDO CONSEJO DE LOS DIOSES

Page 79: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

79

—La noticia ha corrido como la pólvora —dijo Frenh—. Lo noto por todo mi ser.

Frenh era el dios del Cambio y era quien había dado la voz de alerta.

—Teníamos miedo —dijo Efna—. Tenían magia. Fregha abofeteó la cara de Efna, Across ni siquiera se movió.—Y ahora tienen más. Si la gente deja de creer en nosotros…

¿No lo entendéis? ¿Es que no lo entendéis? Se hizo el silencio en la sala. Lo entendían perfectamente.

El siguiente en hablar fue Rhom, el dios de la Guerra. Llevaba su armadura pulida y se le veía pletórico.

—Yo digo que no podemos quedarnos quietos. Cuando los cuatro escaparon de la mirada de Marh le encargamos el trabajo a Loona, ¿y qué sucedió? Que mató a uno de ellos y los otros desapa-recieron. Entonces ya habían atacado el templo de Barlhar y aún así no actuamos Nuestros informadores dicen que una de ellos puede haber entrado en la Biblioteca de Ghizan…

—No han entrado en Ghizan —dijo Fregha.—¿Cómo lo sabes?Fregha posó una mirada severa sobre su hijo Barlhar, que

bajó la cabeza.—Lo sé. En Ghizan no ha entrado ni va a entrar nadie. —No importa —prosiguió Rhom—. Ahora ese Gonz, que

no es más que un muchacho, ha tomado Nasder y sus partidarios crecen cada día. No podemos seguir neutrales.

—Una acción violenta nos separaría de la gente, Rhom —quien hablaba era Ghish, el Payaso—. Debemos recuperar su con-fianza.

La voz de Rhom tronó por la sala.—¿Crees que una palabra de alivio es lo que necesitan? Unos

demonios entran en sus casas y destruyen hasta los cimientos de aquello en lo que creen y sus dioses no están allí para protegerles. Están aquí llorando de miedo. ¡Maldita sea! Esa gente nos necesita. Necesitan sentir nuestro poder de nuevo y saber que aquellos a los que rezan no les han abandonado. Si no estáis conmigo lo haré yo

Page 80: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

80

solo. Cabalgaré sobre Nasder y traeré la cabeza de ese niño en una pica, mi armadura brillará en el corazón de los hombres y los niños de Whomba.

Rhom estaba sofocado. Se dio la vuelta con intención de salir de la sala, pero una voz lo detuvo.

—Rhom, espera —era Zenihd, el dios de las Mentiras, ata-viado con su careta y su lengua bífida—. Tienes razón. Tienes toda la razón, pero espera un momento.

—No pienso creer ninguno de tus embustes, serpiente —Rhom seguía alterado.

—No voy a impedirte que hagas lo que quieres hacer. Llevas toda la razón. No podemos quedarnos aquí viendo como las alima-ñas destruyen nuestras bellas ciudades.

Zenihd paseó un segundo por la sala y miró a todos sus com-pañeros.

—No podemos ser ilusos sobre lo que está pasando porque es muy grave. Quizás el momento más grave de la historia de Whom-ba y de nuestra propia historia. Whomba nos necesita tanto como nosotros a ella. No podemos permitir que una fuerza ofensiva que no respeta los templos, los sueños, las creencias más firmes de nues-tros habitantes, se haga con el control. No podemos dejar solos a los habitantes de Whomba, debemos dejar que la furia de Rhom camine sobre Nasder. Esa… magia, como la llamáis, debe ser ex-tinguida de la tierra de Whomba hasta sus mismas raíces. Y para eso el plan de Rhom no es suficiente. Sí, es cierto, debemos vengar la afrenta, pero también debemos preocuparnos de que el mal no vuelva a nacer.

Los demás dioses escucharon a Zenihd con atención. Por primera vez parecía que estaban llegando a algo tras horas de dis-cusión.

—Y la mejor forma de que el mal no vuelva a nacer… es que no haya nacido nunca.

Murmullos, una idea se abría camino ante los dioses. —No —dijo Mighos poniéndose de pie—. Sé lo que estáis

pensando y no pienso hacerlo. Hay una cadena y la conocéis tan

Page 81: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

81

bien como yo. Los habitantes de Whomba creen en nosotros y no-sotros creemos en aquello que nos representa. Rhom es el dios de la Guerra, pero no es la Guerra. Merher es el dios de la Muerte, pero no la Muerte misma y yo soy el dios del Tiempo, pero creo en el Tiempo. Y no pienso tocarlo. Hay leyes que están por encima de nosotros.

Zenihd se acercó hasta Mighos y le sonrió. —Viejo Mighos, soy el primero que no se atrevería a tocar el

material con el que se teje el universo. Hasta yo sé que hay poderes que no podemos controlar. Pero no hace falta que le hagamos nada al tiempo, con tal de que se lo hagamos… a la gente.

—Borrados —dijo Marh entusiasmada—. Extinguidos de la existencia.

—Ellos y todos los suyos. Ellos y toda su magia —dijo Fregha con contundencia.

—Esperad un momento —continuó Mighos—. Si no vamos a cambiar el tiempo, ¿cómo vamos a convencer a todas las gentes de Whomba de que no existieron?

Frenh se movió por la sala como un vendaval. —No hace falta convencerlos. Todos sabemos de un sitio al

que podemos llevar a esos malditos y nadie volverá a pensar en ellos… jamás.

Miradas cómplices, sonrisas.—Lo primero es lo primero —dijo Zenihd—. Ejecuta tu

venganza y recupera la confianza del pueblo de Whomba en sus dioses. Después extirparemos a los Malditos de la cabeza de aque-llos a quienes servimos. Mighos, Frenh, tenéis que prepararlo todo, no puede haber ningún fallo.

Mighos los miró a todos con inquietud.—¿Y después? ¿Qué va a pasar después?Fregha se acercó a Mighos. Miró al dios del tTempo y se re-

tiró la gasa de la cara. Dejó que el anciano dios admirara su belleza y le dijo.

—Si tú no lo sabes es que todo ha salido bien. Mighos se dio cuenta de que era cierto.

Page 82: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

82

Brutha pensaba que no volvería a ver jamás las llanuras he-ladas que rodeaban la ciudad de cristal, que no tendría la oportu-nidad de volver a entrar en el templo de Lórimar, ver a su anciana maestra, Loona y a sus compañeros. Suponía que, de tener una oportunidad así, se sentiría alegre y, sin embargo, ahora caminaba en dirección al templo por el páramo lleno de nieve entre las estruc-turas de vidrio de los enormes edificios derruidos y sentía un peso cada vez mayor en los pies. A cada paso que daba más cerca estaba de casa y más lejos de volver a ver a Koren. No era un secreto lo que iba a pasar con él. Se había hecho pasar por uno de los negociado-res y había engañado a los pescadores de Kraal, la propia Brutha le habría matado si no fuera porque se había acogido al Acuerdo de Verbal, que obligaba a que todo miembro de los negociadores (y Koren había sido elegido para ello) tuviera derecho a ser juzgado en el templo de Lórimar ante los ojos de sus maestros y, probablemen-te, de la diosa Fregha, que vivía en el templo. Koren iba a morir.

Capítulo XVII

A LAS PUERTAS

DEL TEMPLO DE LÓRIMAR

Page 83: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

83

Y sin embargo, el muchacho caminaba con paso firme y la cabeza alta, sin miedo aparente. En numerosas ocasiones había dado muestras de una valentía desconocida para Brutha. Se había sacrificado por ella y le había salvado la vida poco después. En rea-lidad, estaban casi empatados, si es que se podía decir algo así en una situación semejante, ya que ella también había salvado a Koren al menos en una ocasión.

En realidad no era el único motivo por el que iban a Lóri-mar. Hacía ya mucho tiempo, ella y Morg habían encontrado a una extraña mujer que les había entregado algo llamado el «Manifies-to de Lórimar», un documento antiguo escrito en una lengua que ni siquiera la propia Brutha podía comprender. Parecía que todo aquello había pasado hacía varias vidas. Ni siquiera tenía a Morg a su lado. Eso era lo que más le pesaba. ¿Cómo iba a explicárselo a Loona? ¿Cómo le iba a decir que, al fin y al cabo, había echado a Morg de su lado porque sabía que iba a terminar matándolo tal y como le dijo la diosa Fregha? ¿No era eso desobedecer a los dioses? ¿Y si ella estaba desobedeciendo a los dioses… era un delito que mereciera la muerte lo que había hecho Koren?

Brutha suspiró y notó como le empezaba un intenso dolor de cabeza.

—Has hecho lo que tenías que hacer —le dijo Koren—. No pasa nada.

—¿No te importa morir? —dijo Brutha. Era absurdo ocul-társelo más tiempo y, además, Koren era lo suficientemente listo para saber lo que iba a pasar.

—No, soy imbécil y quiero morir porque me he dado cuenta de que he sido un niño malo.

Los dos guardaron silencio unos segundos. El templo aún quedaba a al menos una noche de distancia.

—No es eso… Es que me pillasteis. Si uno se mete a organi-zar algo como lo que yo hice tiene que contar con que le pueden pi-llar. Y me pillasteis. Tengo suerte de haber vivido todo este tiempo.

Brutha no dijo nada.

Page 84: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

84

—Además, la única forma de sobrevivir sería quitándote el arma o luchando contigo, y no voy a hacer eso.

—Bien, buena idea, porque perderías. Koren se río bien alto. Brutha intentó contener la risa, pero

fue imposible. De pronto estaban los dos muertos de risa en medio de ese paraje helado. Rieron hasta que no les quedó aire en los pul-mones y luego, poco a poco, se fueron callando.

Al rato estaban caminando de nuevo en dirección al templo, los dos en silencio. Koren delante, Brutha detrás, con la cabeza a mil por hora. Estaba empezando a caer la noche y la luz del sol en el horizonte se reflejaba sobre la nieve. Brutha aceleró el paso y se puso frente a Koren. Le desató la cuerda con la que habitualmente le llevaba atado para poder controlar sus pasos. Koren la miró sin comprender.

—Vete —dijo Brutha.—¿Cómo? ¿Estás loca?Brutha cortó la cuerda con un cuchillo. —He dicho que te vayas. Koren se la quedó mirando sin decir nada. —Nadie sabe que vienes conmigo. No me están esperando y

nadie va a preguntar por ti. Vete. —No, ellos lo sabrán. Brutha movió la cabeza con gesto de rechazo.—No lo sabrán. Los dos se quedaron en silencio.—¿Qué vas a hacer tú? —dijo Koren—Tengo que llevar una cosa al templo. No te preocupes.—¿Y si se dan cuenta de que me has dejado marchar? No es

buena idea.—Sé cuidarme sola. Vete, por favor.Los dos se miraron a los ojos, sin moverse. Pasaron los se-

gundos. Koren se dio la vuelta y empezó a caminar, sus pasos iban dejando rastro en la nieve. «Qué estupidez» pensó Brutha. «Ahora tengo ganas de llorar».

Page 85: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

85

Ella también se dio la vuelta y empezó a alejarse en dirección contraria, hacia el templo. De pronto, escuchó algo detrás de ella, se dio la vuelta y vio a Koren avanzar en su dirección. Se quedó plantada sobre la nieve, con la mirada fija en el muchacho.

—Lo siento —le dijo Koren al llegar hasta donde estaba ella. Después la abrazó y la besó con pasión. Brutha se dejó hacer

y permitió que el beso siguiera. Los dos se enlazaron, sus manos se mezclaron, sus lenguas no se daban descanso. Pronto estaban al abrigo de uno de los edificios, quitándose la ropa. Deseándose.

Hicieron el amor mientras el sol caía en el horizonte. Des-pués, Brutha se durmió.

Soñó con Loona y con Morg. Soñó con el día en que había llegado al templo. Soñó, quizás, con el rostro de su madre, a quién nunca había conocido. Soñó con Loona en la cámara de las estre-llas, enseñándole la constelación que decía que ella era la elegida por los dioses para ser la negociadora más importante de la histo-ria de Whomba. Soñó después con imágenes que no comprendía, con un hombre negro de ojos amenazantes. Soñó una guerra y un ejercito de hombres y mujeres comunes. Soñó con un fuego que se extendía por todo Whomba.

Despertó al amanecer, con el sol nuevo quemándole las me-jillas. Koren no estaba a su lado. Estaba sola. Un rastro de pisadas se alejaba de allí en dirección contraria a la del templo. En seguida se dio cuenta de que Koren había rebuscado en su bolsa. Miró en el interior y encontró una escueta nota:

«Siento no poder explicarte más ahora. Esto es más grande que tú y que yo. Espero que lo entiendas. Volveré para buscarte y explicártelo todo. Te quiero. No quiero estar sin ti».

La firma era la de Koren. Brutha sabía lo que había sucedido incluso antes de mirar

en la bolsa. Efectivamente, Koren le había robado el Manifiesto de Lórimar.

Page 86: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

86

Es difícil saber si aquello sucedió de verdad. Casi todo el mundo cree que sí y aquellos que no lo creen son tomados por locos, pero nadie conoce exactamente los detalles. Las historias se borraron como jirones de niebla y las anécdotas tomaron categoría de leyendas. Los que pasaban por allí se contaron a sí mismos como héroes y muchos de los héroes no volvieron a hablar de lo sucedi-do, quizás por vergüenza, quizás por miedo, quizás porque no lo necesitaban.

La batalla de Nasder es un misterio irresoluble en sus deta-lles. Lo único que sabemos que la historia da por cierto es que las tropas acaudilladas por Gonz perdieron la batalla. Poco más. El resto son habladurías.

Hay quién dice que un traidor infiltrado entre los malditos de Gonz consiguió abrir las puertas de la empalizada principal para dejar pasar al ejercito de Rhom. Hay quién dice que esto es impo-sible, que las puertas de la empalizada estaban selladas con la magia que los Malditos habían desarrollado. Otros comentan que dicha

Capítulo XVIII

UNA POSIBLE BATALLA DE NASDER

Page 87: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

87

magia fue inútil ante el poder del dios Rhom, que ante su mirada los diablos caían fulminados, que nunca antes en Whomba se había visto a un dios caminar así entre mortales, con la espada llameante y la armadura dorada manchada por la sangre de sus enemigos.

Otra historia que algunos contaron un tiempo y que otros llegaron a escribir es que no hubo una gran batalla entre dos fuerzas regulares, que no hubo choche de ejércitos, que Gonz salió sólo a defender a los suyos y se enfrentó cara a cara con Rhom. Que Rhom no llevaba armadura, sino que andaba con el torso desnudo lanzando insultos y desafiando a los Malditos a enfrentarse a él como emperador delegado en la defensa de Whomba. En esta ver-sión tampoco había espada, Rhom portaba un enorme martillo de guerra ceremonial.

Si bien todas las teorías coinciden en que Rhom venció fi-nalmente a Gonz, el combate en sí permanece sepultado en la me-moria de quien estuvo allí, y esas personas ya han muerto. El telar del tiempo ha filtrado hilos inconexos que no permiten tener una conclusión clara de lo sucedido. Quizás, como cuentan algunos, el combate entre los dos duró días, la maestría mágica de Gonz puso al dios Rhom en problemas hasta que, en el último momento, un error de cálculo dio con la cabeza del diablo contra el suelo, rom-piéndose como un coco.

Otra posibilidad es que Rhom venciera sin problemas el combate; con un leve movimiento de su muñeca aplastó a su ene-migo y demostró la superioridad moral y física de los dioses sobre los diablos recuperando la confianza de los habitantes de Whomba para siempre. Pero permitid que, tal y como Whorde dejó escrito en uno de sus diarios, contemos la historia que el primer narrador recuerda haber oído, supuestamente, de la boca del dios Mighos.

Según esta versión, sí que hubo combate entre las fuerzas de Gonz y aquellas que venían capitaneadas por Rhom. Los Malditos se enfrentaron a los «Leales a Whomba» (así se llamaban) en las afueras de la empalizada que rodeaba Nasder. Allí mataron y mu-rieron unos contra los otros. La pelea estaba tan igualada que en un momento dado el dios de la Guerra, ataviado efectivamente con su

Page 88: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

88

ropa de combate, pecho al descubierto y martillo de guerra, y que hasta ese momento se había mantenido alejado en una posición estratégica dirigiendo las escaramuzas de los suyos, propuso resol-ver el combate con una pelea entre él mismo y aquel campeón que los Malditos eligieran. Los Malditos aceptaron ante la posibilidad de luchar contra un dios, con la idea de que, si vencían, no solo habrían ganado esa batalla táctica, sino también la guerra por el corazón y las mentes de los habitantes de Whomba. Que era, al fin, de lo que se trataba.

Gonz se presentó en el campo de batalla con su magia como única arma… pero ignorante de algo que el dios Rhom había des-cubierto y que le llevó finalmente a la muerte. Rhom se había dado cuenta de que en aquellos puntos en los que los diablos permane-cían juntos, su magia era más poderosa, mientras que en el momen-to en que se dispersaban, la magia empezaba a disgregarse. Cada individuo con poder tenía una cantidad limitada del mismo que, en resonancia con la de sus compañeros de batalla, producía una poderosa arma, pero por separado era casi inútil.

Gonz ignoraba todo aquello, había dedicado su tiempo a juntar a los suyos, a conquistar y guerrear, a hacer lo que Nanna le había pedido, despistar a los dioses para que Celis pudiera infil-trarse en la Biblioteca de Ghizan. No pretendía que sus acciones pudieran extenderse en el tiempo y no se había preocupado por aprender y desarrollar su poder, más allá de su potencial ofensivo, que percibía mayor cuantas más personas se unían a su causa. Por otro lado, Gonz, así lo cuenta Whorde, era solo un hombre atena-zado por una guerra que, quizás, se le iba de las manos. Había visto a uno de sus mejores amigos morir bajo las balas de Loona, había visto cómo la batalla destruía a muchos de sus nuevos compañeros y, simplemente, quería acabar con aquello. Otra opción, apunta Whorde, es que fuera alguien orgulloso, que quería la gloria de la lucha contra Rhom y no pensó las consecuencias. La última posibi-lidad es que fuera simplemente aquel que los demás había elegido para hacer algo.

Page 89: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 90: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

90

Despojado de su poder real, el combate entre Rhom y Gonz fue un paseo triunfal para el dios de la Guerra, que no se limitó a matar al campeón de los malditos, sino que le golpeo y magulló hasta verle de rodillas, con el cuerpo ensangrentado. No pretendía que Gonz le pidiera una clemencia imposible, pero sabía que los ojos de Whomba estaban sobre él. Sabía también que las leyendas estaban colocando a los Malditos en el mismo terreno que los dio-ses y eso no podía consentirse. Por eso, siempre según la versión de Whorde, lo último que Rhom gritó antes de descargar su martillo con el cuerpo magullado de Gonz fue: «Solo eres un hombre».

Whorde dice también que en algunas versiones de la historia de una fiabilidad escasa, pero bien protegidas en bibliotecas secre-tas, después de que Rhom dijera eso y antes de morir, las últimas palabras de Gonz fueron: «Tú también».

Sobre lo que sucedió después no hay dudas, pues está bien documentado. Rhom y los suyos entraron en el templo de Nasder y permitieron vivir a todos aquellos Malditos que renunciaran a su poder y volvieran a rendir pleitesía a los dioses; aquellos que no lo hicieron fueron quemados vivos en la llanura exterior de Nasder.

El cadáver de Gonz se ató a un palo y estuvo allí durante un ciclo completo con todas sus lunas. Los niños se divertían tirándole barro y piedras. Luego, cuando el olor a muerte y descomposición empezó a atraer a las alimañas, descolgaron el cadáver y también lo quemaron.

Cuando Rhom salió del templo, antes de encender la tea que iba a quemar a todos los Malditos que no aceptaron sus condicio-nes, le mostró a su ejercito algo que traía delicadamente en sus ma-nos: un bebé. Tal y como habían presagiado las profecías de Fregha, de esta batalla nacería un elegido. Alguien que restauraría el equili-brio entre dioses y hombres. Alguien designado por las estrellas. Ese alguien era ese bebé. Una niña recién nacida.

Otra historia cuenta que Rhom entró en el templo y encon-tró a una mujer pariendo en una de las salas. Dicen que la mujer le pidió que no la matara hasta que hubiera parido a su hija y que Rhom permitió que así fuera. Esa historia dice que Rhom esperó

Page 91: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

91

a que el bebe llorara por primera vez para atravesar el cuello de la mujer con una daga, que ni siquiera dejó a la madre mirar a los ojos de su hija una sola vez.

Según esa historia, mientras la mujer paría, Rhom le pregun-tó su nombre. Ella solo dijo: «Brutha».

El templo de Nasder había estado en poder de los Malditos durante dos ciclos completos. Dos cosechas. Pero esto es algo que bien sabemos con seguridad hoy. La historia de los Malditos no se conoció en Whomba hasta mucho después, porque no solo fueron asesinados, no solo fueron perseguidos, no solo cayeron en batalla. También fueron borrados de la historia y condenados al olvido.

Es el precio que se paga por desafiar a los dioses.

Page 92: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

92

Era invierno. La mayor parte de los negociadores conocían el lugar, ya que era la primera posada que uno encontraba al salir de Lórimar. Durante años había sido un lugar de paso y encuentro. Un sitio en el que los negociadores paraban y recibían sus prime-ros encargos. Generalmente estaba llena de gente, las cervezas co-rriendo de mesa en mesa, viajeros venidos de todos los puntos de Whomba cerrando sus tratos, jóvenes deseosos de convertirse en negociadores haciendo su última parada antes de entrar en Lórimar y enfrentarse al duro proceso de selección con la esperanza de, qui-zás, entrar a formar parte de los elegidos por Loona, «la Grande», «Pelo de plata», maestra entre las maestras. Pero esa noche no había ruido, no había jóvenes deseosos de encontrar su futuro. No había tratos, solo silencio.

No es que fuera algo raro; cuando empezaba el invierno y la nieve cubría la zona los negocios decrecían y la gente buscaba en otra parte. Además, el templo estaba cerrado esos meses. Nadie salía o entraba del lugar.

La puerta se abrió y dejó entrar un poco del frío del exterior.

Capítulo XIX

PALABRA DE MORG

Page 93: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

93

Fuera, la nieve caía en grandes copos, lenta y pesada. En el quicio estaba Koren, el rostro sonrojado, las manos casi sangrantes. Blas-femó un par de veces y se sacudió la nieve de la cabeza. No tenía buen aspecto.

Al otro lado de la posada estaba sentado un hombre. Era un tipo apuesto, de espaldas anchas, ropa bien ceñida que le quedaba como un guante y, para la época, muy poco abrigada. Tenía tam-bién un bigote prominente, de color negro y pelos duros y firmes. Encima de la mesa reposaba su ballesta, con una flecha cargada y dispuesta en todo momento, de un tamaño demasiado grande para que la manejara un humano adulto, incluso uno de los fuertes, todo madera y hierro perfectamente acabado y engrasado. Era, por supuesto, Parhem, el dios del Amor.

—Nholder, dale una pinta de tu cerveza más caliente al mu-chacho. Viene muerto de frío. Y otra para mí.

El posadero se preguntó cómo sabía aquel extraño su nombre e incluso cuándo había llegado, ya que no lo había visto. Sin em-bargo, decidió hacerle caso, estaba demasiado acostumbrado a que pasaran cosas raras en su posada, era parte parte del negocio. Así que sirvió las cervezas.

—No me gusta este sitio —dijo Koren mientras se sentaba ante Parhem—. Me parece... no sé. Está demasiado cerca.

—No te preocupes. Ella no te está siguiendo. Te ha creído. Koren le miró un segundo, el dios le sostuvo la mirada y

luego sonrió.—Es muy lista, ¿sabes?—No importa —insistió Parhem—. En mi terreno la inteli-

gencia es una herramienta completamente inútil. Te ha creído por-que eres tú, sea lo que sea que le hayas dicho.

—Le he dicho que… Bueno, como que yo era alguien im-portante…

Parhem se rio para sus adentros. —Y que había un plan, que yo era parte de algo, que debía

confiar en mí —de pronto, Koren parecía avergonzado—. Le he dicho que la quería.

Page 94: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

94

—Es… parcialmente cierto —dijo Parhem—. Es imposible pasar tanto tiempo intentando que alguien se enamore de ti y no terminar por sentir algo tú también. Es una muestra de que lo has hecho bien.

—Podría haberle robado sin más. No… no hacía falta men-tirle.

—El amor es mentir. No le des vueltas a eso ahora. No la vas a volver a ver.

Las cervezas llegaron a la mesa. Nholder cobró un dinero inesperadamente alto por su trabajo y confirmó que su vida era muchísimo mejor cuando no hacía preguntas. «Acepta las cosas tal cual vienen», ese era su lema.

—Y entonces… —Koren no se sentía nada seguro cerca de Parhem—. ¿Qué pasa con Krishna?

—Volverás a Kraal y ella se fijará en ti. Al principio se negará que lo que siente es amor, pero cada día que pasé tendrá más y más deseos de verte, de hablar contigo… En seguida estará disponible para que la tomes.

—¿Lo prometes?Parhem levantó las palmas de la mano en señal de paz.—Un trato es un trato. —Quiero que me desee —dijo Koren con un entusiasmo

inesperado—. Quiero… no, necesito que me desee. Quiero que sienta lo que yo he sentido, quiero el miedo y, y… y quiero el ansia.

—Eso es el amor —insistió Parhem—. No te preocupes. Lo has hecho bien.

Koren y Parhem disfrutaron de sus cervezas en silencio. Al terminar, Parhem se levantó y le tendió una mano a Koren. Koren le entregó el manifiesto de Lórimar. Al cogerlo, Parhem sintió una leve sacudida, como un hormigueo a través del brazo.

—No nos hemos visto nunca. Sé feliz con esa chica.—No quiero ser feliz con ella, quiero que ella sienta por mí

lo que yo he sentido por ella. Parhem se encogió de hombros. La verdad es que le daba

exactamente igual. Salió por la puerta y dejó a Koren solo.

Page 95: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

95

Se suponía que Koren debía esperar al anochecer para salir de allí, pero estaba nervioso. No quería encontrarse de pronto con Brutha, así que al rato de irse Parhem, Koren salió de nuevo a la nieve.

La nevada había terminado y en los alrededores de la posada todo era una enorme sábana blanca. El cielo estaba tranquilo, pero las nubes se habían mezclado unas con otras y casi parecían el refle-jo del suelo, un enorme lago de color blanco brillante. Había que protegerse los ojos por la intensidad de la luz.

Koren salió de la posada y agachó la cabeza; quizás si no lo hubiera hecho habría tenido tiempo para reaccionar a lo que se le venía encima. Pero quizás no. Sintió un golpe en el lateral derecho que lo levantó varios metros por encima del suelo. Al caer notó un intenso dolor en la pierna. Se incorporó, completamente des-orientado. Miró al frente, pero algo le impedía la visión. Se llevó la mano a la cara y descubrió que sangraba por alguna parte. La ceja, probablemente. ¿Por qué no le dolía?

Alcanzó a ver un borrón y sintió como su cuerpo se impulsa-ba de nuevo hacia atrás, golpeando su espalda contra un árbol cer-cano. Koren se desmadejó y cayó de bruces contra la nieve. Notaba un zumbido intenso en los oídos y una presión tremenda en las sienes. Tenía que recomponerse y presentar batalla. El zumbido se concretó en algo más reconocible. Un gruñido gutural. «Mierda», pensó Koren. «Un maldito cabo suelto»

Frente a él estaba Morg, con las patas traseras flexionadas y preparadas para entrar en combate. Las garras abiertas como diez cuchillas.

Koren levantó las dos manos en un gesto extraño, pidiendo calma o clemencia.

—No... no es lo que estás pensado —dijo.—¿Y qué estoy pensando? —preguntó Morg con violencia. De pronto, Koren sintió un aliento animal a pocos centíme-

tros de su cara. Era rápido.—Estoy… Soy alguien importante. Trabajo para los negocia-

dores. Soy… El Acuerdo de Verbal.

Page 96: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

96

Koren notaba frío. Alguien le había abierto un tajo en la tri-pa y estaba manando sangre. Era como si lo estuviera viendo otra persona. Pensó que debía marcharse de allí.

—Es… lo hice por amor. ¿Sabes lo que es el amor? —Por supuesto que lo sé —dijo Morg.—Comportémonos como… seres civilizados.Lo último que Koren escuchó antes de caer sobre la nieve fue

«Yo soy Morg, del clan de los Dientes Afilados. Soy un licántropo. Sirvo a la luna y la sangre. No soy civilizado»

El charco de sangre se hizo cada vez más grande a los pies de Koren. El chico no se dio cuenta ya, pero Morg le había arrancado el corazón.

Page 97: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

97

Pasadizos de la Gran Biblioteca de Ghizan. Una risa cascada, asmática, recorre los pasillos. Es Nirghem, el Padre del Conoci-miento, dios original desplazado por Fregha en beneficio de su hijo Barlhar. Encerrado, borrado, olvidado. Atrapado bajo un sello, un sello que debería encerrarlo solo a él.

Un sello que encierra ahora a Celis de Gulf, uno de los cuatro Malditos.

La risa se repitió un par de veces más. Luego le siguió una tos ronca, enfermiza.

—Te prometo que no lo sabía —dijo Nirghem—. Se supo-nía que solo debía contenerme a mí. Pero claro, nunca había entra-do nadie antes. Así que quizás…

—Tiene sentido —dijo Celis—. Si alguien entra y puede sa-lir…

—Podría contar lo que ha visto.El dios y la chica se quedaron mirando un segundo. Nirghem

volvió a reír entre dientes.

Capítulo XX

CAMINO AL OLVIDO

Page 98: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

98

—Encerrada con un dios —dijo—, tu peor pesadilla. —Un dios no muy fuerte, por lo que veo.Celis se dio la vuelta y se internó por los pasadizos de vuelta.

No podía abrir la puerta y algo le decía que no tenía sentido inten-tarlo. Era un sello poderoso. Escuchó a Nirghem moverse detrás de ella. Los dos caminaron en la oscuridad, desandando sus pasos.

—De todas formas —era Nirghem quien hablaba— poco importa que estés aquí dentro o ahí fuera. Lo que quieres hacer es imposible. Así que, qué más da.

—No hay nada imposible —dijo Celis.—Intenta vivir para siempre y luego me cuentas. Bueno, quizás hubiera algunas cosas imposibles, pero encon-

trar a Nur no tenía porque serlo. Lo sabía de alguna forma extraña, intuitiva. Era como si pudiera visualizar un punto en el horizonte, pero no fuera capaz de trazar el camino desde ese sótano hasta allí.

—Si tú firmaste el Manifiesto de Lórimar, debes saber lo que pone —dijo Celis—, aunque no puedas leerlo.

—Si, lo sé. —¿Y si quieres ayudarme por qué no me lo dices?Nirghem y Celis habían vuelto al lugar donde se encontra-

ron. El búho de Nirghem estaba apoyado en su hombro. Celis y Nirghem estaban sentados en amplios sillones de cuero marrón desgastado, rodeados de libros y papeles.

—¿Crees que es así de fácil? ¿No has entendido nada del mundo contra el que luchas? ¿Crees que si fuera tan fácil saber de nosotros y nuestros secretos no lo sabría más gente?

Celis no sabía que decir. Su «lucha» había consistido básica-mente en huir, hacer preguntas que le llevaban a nuevas preguntas e indagar en un pasado cada vez más esquivo.

—No te lo puedo decir —prosiguió Nirghem—, igual que Marh no puede matarme o nosotros no pudimos matar a Nur… O tú no puedes salir por esa puerta.

—Magia —dijo Celis—. Es por la magia.Nirghem asintió. —Entonces… ¿qué puedes decirme?

Page 99: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

99

—Pregunta.—¿Por qué yo siento la magia? ¿Por qué puedo usarla?—Porque todos los planes salen mal al final.—¿Qué quiere decir eso?Nirghem sonrió con su dentadura amarillenta y gastada.

Cruzó los brazos y se hundió un poco más en el sillón de cuero.—Va a ser divertido tener a alguien con quién hablar, des-

pués de tanto tiempo.—No voy a estar aquí mucho rato —dijo Celis, resuelta—.

Nur, ¿por qué fue expulsado?—No te lo puedo decir.—¿Cometió un delito?—Más o menos.—¿Por qué no lo matas…? Porque no podéis mataros entre

vosotros, ¿no?—Chica lista.Celis se quedó en silencio.—Y el Manifiesto… es como el acta del juicio.—Los motivos y la sentencia, efectivamente.—Y solo Nur puede leerlo.—Sí.—Y Nur está en el Olvido.Nirghem volvió a reír.—Eres una testaruda preocupante. Si tus amigos no estuvie-

ran muertos podríais llegar a ser una verdadera amenaza.—Mis amigos no están muertos.—Lo estarán.—¿Puedes ver el futuro?—No, pero sé cómo funcionan las cosas. Y tus amigos mori-

rán y tú también lo harás, aquí encerrada conmigo, pensando que puedes encontrar a Nur. Nur no existe, ¿entiendes? No existe.

—Sí existe —dijo Celis—. Tiene que existir.Celis se puso de pie. Había dado con algo.—¿Por qué tiene que existir?—Porque no podéis mataros entre vosotros.

Page 100: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

100

Nirghem fue a responder y, de repente, se quedó parado, con la boca abierta. Se sonrió: «Interesante».

—Lo desterrasteis o… lo expulsasteis, algo así. Pero existe. Y si existe se le puede encontrar.

—Lo expulsamos al Olvido —dijo Nirghem, que notaba cómo una cierta ilusión nacía en su interior, después de tantos años hundido, solo, luchando contra su mente para no volverse loco.

Celis se quedó mirándolo un segundo.—Entonces el Olvido es un lugar. Nirghem también se puso en pie. Los dos estaban inquietos,

dando vueltas. Era como si hubiera una realidad paralela flotando a su alrededor y con tan solo extender los dedos pudieran tocarla. Estaban nerviosos. Celis se fijó en la intensidad de la vitalidad re-cobrada por el dios.

—Veamos —dijo Nirghem—. Si ese lugar existiera, si hubie-ra algún mapa, algún documento… algo de él que pudiera cono-cerse, yo lo sabría, porque soy el dios del Conocimiento. Y no lo sé. Y sin embargo…

—Sin embargo el lugar tiene que existir, porque si no, ¿dón-de está Nur?

Celis lo tenía en la punta de los dedos, casi podía saborearlo con los labios.

—Y si… —las palabras se le murieron en la boca. Había algo que los estaba esquivando.

Y, de repente, Celis lo descubrió. Lo supo. Y al verlo ante ella la solución apareció como algo tan simple, tan sencillo, que casi le dio la risa.

—La azada de hueso largo de mi padre —dijo.Nirghem la miró sin comprender, pero en su falta de com-

prensión estaba también la clave.—Tú no puedes resolverlo, Nirghem. No eres más que el

dios del Conocimiento y el Conocimiento es aquello que existe. Hubo un tiempo en que mi padre cultivaba los campos de Gulf con su azada, era una vieja azada de madera con el palo corto. Mi padre se tenía que agachar para trabajar la tierra y aquello le generaba

Page 101: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

101

dolores tremendos en la espalda. Un día, ideó una azada cuyo man-go tenía una longitud mayor, que podía trabajar la tierra con más facilidad. Sin embargo, la madera se quebraba más a menudo al ser el palo tan largo. Por eso decidió esculpir el hueso, más duro que la madera. Todas aquellas invenciones, una vez inventadas, hacían que uno se preguntara cómo podía mi padre haber estado tantos años trabajando con aquella azada corta de madera. Tú, Nirghem, no puedes crear nada, solo puedes recordar lo que otros han creado.

—¿Y cómo piensas crear «el Olvido»?—No necesito crear el Olvido —dijo Celis con una sonrisa

de oreja a oreja—. El Olvido ya existe. Solo necesito crear el cami-no para llegar hasta allí.

Nirghem no daba crédito a lo que oía. Celis estaba radiante de emoción.

—¿Qué es aquello de lo que está lleno el Olvido?—De tiempo —dijo Nirghem casi sin pensar. Se sonrío. Eso

sí lo sabía.—Entonces no necesito más que una puerta cualquiera y

algo que sirva para medir el tiempo.—Pero el Olvido es un lugar dónde no se puede medir el

tiempo, hay tanto que… es imposible. Por eso la gente olvida las cosas que hay allí —dijo Nirghem sorprendido de sí mismo y de cómo las respuestas acudían a su mente.

—Tienes toda la razón… ¿Podríamos separar el tiempo del aparato que mide el tiempo?

Los dos llegaron a la misma conclusión: un reloj de arena. Un reloj de arena sin arena… Y una puerta.

Con algo de magia, claro.

Page 102: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

102

Amanecería en pocas horas, pero la luz no atravesaría los ár-boles hasta el mediodía. Una sombra cruzaba los bosques de Mal-parte. Caminaba sola, con la cabeza baja, murmurando algo, quizás una canción mal cantada. De vez en cuando alzaba la voz y luego volvía al susurro. En la mano derecha tenía una botella de licor, en la izquierda una escopeta de nácar: era Loona, la negociadora, y estaba borracha.

Sus pasos no seguían un rumbo fijo, se detenían, avanzaban rápido, divagaban, amagaban de nuevo. No parecía ir a ninguna parte.

—Protegednos dioses… protegednos… —su voz se encen-día y se apagaba—. Somos la…vuestra voz. ¡Hombres! Proteged-nos…. Seremos vuestra palabra en… allí.

El ambiente del bosque era fresco, la densa capa de árboles no solo protegía del sol, también generaba corrientes de aire y man-tenía la humedad en el suelo, tupido y cubierto de hierba fresca.

Capítulo XXI

EL ATARDECER DE NANNA

Page 103: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

103

Loona seguía avanzando hacia la nada, cantando y con los brazos extendidos.

En su estado no se daba cuenta de que, a pocos metros, la estaban observando.

Detrás de un árbol cercano, agazapada, había una mujer jo-ven, alguien que acababa de abandonar la adolescencia. Tenía el pelo negro azabache, una melena larga recogida en una coleta. Los ojos eran también oscuros y bellos, pero acompañados de una de-terminación algo extraña, perturbadora. Era Nanna, la Maldita, a la que los relatos que pasaban de pueblo en pueblo llamaban «La Invisible».

Se decía de ella todo tipo de cosas, la mayor parte mentira. Las versiones más alocadas decían que era una bruja y que fornica-ba con animales. Las más prudentes, que vendía sus conocimientos de magia por algo de comedia. Solo unas pocas conocían la verdad. Nanna había pasado el tiempo que sus compañeros dedicaban a entrar en la Biblioteca de Ghizan y a tomar el templo de Nasder en ejercitar su cuerpo en las artes del combate, en aprender a pelear y a seguir un rastro. Se había convertido en una cazadora detrás de su presa. Había estudiado con los mejores y había descubierto sus propias herramientas. Había aprendido sola a utilizar su poder para aparecer, desaparecer, moverse en las sombras. Pero no había perdi-do de vista su objetivo. Ni siquiera cuando Nasder cayó y el cuerpo de su hermano Gonz fue expuesto como un pelele se dio permiso para llorarle. Ni siquiera cuando perdió toda esperanza de que Celis hubiera conseguido su objetivo común, ni siquiera entonces se dio permiso para descansar, repensar su plan, ayudar a los suyos. Puso su vida al servicio de su proyecto, sin afecto y sin miedo.

Loona se desplomó hacia delante, imposible saber si dormida o inconsciente. Nanna salió de entre las sombras y caminó a su lado con prudencia. No se fiaba de la negociadora. Orbitó a su alrededor como un buitre en busca de su carroña. Loona no se movió. Nanna se acercó y le dio una leve patada en las costillas. Nada. Ahí estaba, a su merced. La causante de todo su mal. En su mano derecha aún empuñada la misma arma con la que mató a Xebra. Al pequeño e

Page 104: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

104

inteligente Xebra, que incluso tenía dudas sobre si debían empren-der ese viaje.

Una furia repentina se apoderó de Nanna y le propinó una nueva patada a Loona. Esta vez más fuerte. Loona se revolvió sin mucha convicción, dando una vuelta sobre su propia tripa y que-dando boca arriba. Estaba durmiendo. Una borracha más dur-miendo su borrachera al sol. Eso y nada más que eso.

Nanna la cogió y la arrastró al borde del sendero, apoyó su cuerpo contra un árbol y la dejó recostada. Le quitó la escopeta y la botella y se fue al otro lado del camino, donde se quedó mirán-dola sin hacer nada durante horas. Nanna no se movió en todo ese tiempo. No se fiaba ni siquiera de sí misma, no se permitió dormir. Loona volvió en sí a media tarde. Se desperezó dolorida y miró al frente, los ojos rojos, la cabeza dándole aún vueltas, el sabor del alcohol en los labios. Vomitó y después se incorporó.

—¿Quién eres tú? —dijo Loona llevándose la mano a la fren-te—. ¿Qué quieres?

—¿No sabes quién soy? —Nanna avanzó uno pasos. La luz definió sus contornos.

—Ni idea.Loona ya no estaba borracha, sin embargo hizo un gesto sin

garbo, indicando que lo sentía. Luego volvió a ponerse la mano en la cabeza.

—Mírame —dijo Nanna—. Mírame a los ojos, miserable.Loona se puso en guardia el oír el insulto, instintivamente

cargó un pie hacia atrás con la intención de preparar un golpe en caso de que fuera necesario. Volvió a mirar. Loona no reconoció más que la sombra de un espectro, pero supo en seguida a qué fan-tasma hacía referencia. El mismo fantasma por el que bebía desde hacía casi un ciclo completo de luna: el fantasma del enemigo.

—Eres una de los Malditos. Una de los cuatro de Gulf. La que queda —el sol deslumbró un poco los ojos irritados de Loona, pero la negociadora mantuvo la mirada.

—Mi nombre es Nanna, pero ahora todos me llaman «La Invisible».

Page 105: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

105

Se quedaron mirándose un segundo. Las dos en silencio.—¿Me has estado buscando? —dijo Loona.Nanna asintió con la cabeza.—No me he escondido.—Tenía que prepararme.—¿Para qué? —aunque Loona ya conocía la respuesta.Nanna no dijo nada. Se limitó a sacar una espada de la parte

trasera del traje color verdoso que llevaba. —¿Por qué no lo has hecho antes? —dijo Loona.—Porque no somos como vosotros. Loona inclinó el cuerpo hacia abajo para modificar su centro

de gravedad y tener una mayor movilidad. Osciló levemente ade-lante y atrás y empezó a girar en torno a Nanna, que la seguía con la espada en las dos manos.

—Déjame decirte una cosa. —Loona no dejaba de mirarla a los ojos—. Sé lo que será de mí cuando llegue mi momento, pero hoy no es el día.

Las dos mantenían la misma distancia y giraban una al lado de la otra, con un pie por delante y otro por detrás, casi en paralelo, como dos bailarines que no quieren tocarse.

—¿Y qué me quieres decir con eso? —dijo Nanna.—Que no voy a morir hoy. Pero tú sí lo harás si insistes en

atacar. Te estoy dando una salida.Como respuesta, Nanna dejó caer su espada formando un

círculo y luego giró la muñeca para que el movimiento descendente se volviera ascendente. La distancia era la misma. Loona veía la hoja de la espada hacer «ochos» frente a ella.

—¿Cómo sabes que no vas a morir?—Me lo dijo la diosa Fregha cuando me convertí en nego-

ciadora. Nanna sonrió descreída.—Yo no creo en la palabra de los dioses.—Es tu problema.Loona no esperó a que Nanna descargara su primer golpe y

cargó a toda velocidad contra ella. El filo de la espada pasó a pocos

Page 106: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

106

centímetros de su cara sin golpearla; sin embargo ella sí pudo im-pactar contra el cuerpo de Nanna. La chica cayó de bruces mientras Loona la rebasaba. La negociadora sacó un cuchillo de entre sus ropas, giró sobre sí misma y descargó un golpe hacia abajo. Nanna lo detuvo con su espada y desapareció ante los ojos de Loona, para aparecer segundos después frente a ella con un zumbido. Loona no había visto algo así en su vida.

La espada de Nanna describió un círculo y el cuchillo de Loona interrumpió la trayectoria. Las dos mujeres descargaron su fuerza contra las armas contrarias. Una tensión casi eléctrica viajó desde su hombro hasta el filo de las espadas y se neutralizó durante unos segundos. De repente, la presión cedió. Nanna había vuelto a desaparecer y Loona se desplazó hacia delante por la acción de su propia fuerza. Detrás de ella sonó un nuevo zumbido y, antes de que pudiera girarse, recibió una fortísima patada en la espal-da. Loona se dio la vuelta, estaba sin respiración. Nanna se lanzó con furia contra ella y atacó una, dos, tres veces con la espada. Demasiado fuerte para que el cuchillo pudiera contener el golpe. La negociadora retrocedió paso a paso, golpe tras golpe, mientras intentaba encontrar el aire necesario para volver a tener flexibilidad y velocidad en los músculos. Miró hacia el árbol dónde había dor-mido. Había una espada curva en el jubón que había dejado allí; de la escopeta no había ni rastro. Probablemente la habría escondido Nanna.

Un nuevo golpe, un nuevo paso atrás. La negociadora debía hacer algo para detener esa dinámica. Cálculo la distancia y el espa-cio, recuperó el aire y, en el momento en que Nanna se lanzaba de nuevo a por ella, le lanzó el cuchillo. El filo cortó el aire y Nanna apenas tuvo tiempo de corregir su propio movimiento para despla-zar el cuchillo con el borde de la mano derecha, que tuvo que dejar libre. Golpeó la empuñadura y desvió la trayectoria, pero no solo se hizo daño en la mano, sino que también quedó desequilibrada. Loona aprovechó para correr hasta el árbol, sacar la espada del ju-bón y ponerse en guardia.

Page 107: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

107

Nanna recompuso su posición, miró a Loona y sonrió. Un nuevo zumbido, una nueva desaparición. Loona dio un par de pa-sos hacia delante. El bosque estaba en silencio. Loona contuvo la respiración, mantuvo la tensión de su cuerpo… Un nuevo zumbi-do. La espada de Nanna apareció a la derecha de Loona, clavándose en su costado, desgarrando piel, músculos y hueso. La sangre em-pezó a manar. Loona se movió, pero fue demasiado tarde. Nanna sacó su espada liberando el tajo y volvió a sonreír. Acto seguido, volvió a desaparecer.

Loona se llevó la mano al costado lacerado, la sangre manaba y le manchaba las manos. Intentó concentrarse. Sintió una punzada de miedo, fue solo un segundo de inquietud. Hizo girar la espada a su alrededor con un giro de muñeca. Se llevó la otra mano al costado, apoyó los pies en la tierra dejando que su peso volviera a distribuirse. Se concentró en evitar el dolor.

Un nuevo zumbido. Los ojos de Nanna aparecieron de la nada. El arco de la espada en dirección contraria. Loona describió un arco a toda velocidad, golpeó el acero, lo desvió… Pero no lo suficiente. La espada cortó justo a la altura del hombro: más sangre, más dolor. Nanna caminó unos pasos a su alrededor. Loona le sos-tuvo la mirada mientras describía un círculo con sus pies.

—Voy a desangrarte —dijo la bruja.Nuevo zumbido. Nueva desaparición.Loona bajó la cabeza. Sabía que Nanna estaba ahí, pero al

no verla dejó que el dolor tomara el control un segundo. Nuevo zumbido. Nanna apareció junto a ella, le dio un fuerte puñetazo en la cara que la desplazó hacia atrás. Los oídos le zumbaban. Notaba como empezaba a cerrársele el ojo izquierdo. Sus labios se hincha-ban, más sangre. Nanna avanzó, golpeó una vez más con toda su fuerza. Loona mantuvo la posición a duras penas, cegada por el dolor y la sangre se limitó a levantar su espada y resistir el golpe. Sus rodillas se doblaron. Escupió sangre. El costado le dolía horrores. Nuevo zumbido. Nanna desapareció.

Silencio… Loona gobernó su miedo. Loona concentró su oído. Loona quería acabar. Loona confió en los dioses. Loona sabía

Page 108: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

108

que no era así como moría. Loona pensó. Loona escuchó el zum-bido. Loona supo dónde iba a aparecer la bruja. Loona se movió. Loona anticipó.

Nanna apareció a su espalda, con la espada sujeta con las dos manos y empujando hacia el frente. Loona ya estaba girando cuan-do lo hizo. Nanna intentó levantar su espada, pero llegó tarde. El acero golpeó su cuello, hundió su clavícula. El dolor era insoporta-ble. Alcanzó a ver el ojo cerrado de su enemiga. Alcanzó a ver los la-bios hinchados, alcanzó a ver la sangre y pensó: «He estado cerca».

Y luego cayó al suelo.Loona caminó hasta su cuchillo, se acercó a ella y con mucho

cuidado preparó su ofrenda a los dioses. Delicadamente, desgarró la piel hasta encontrarle el corazón. La negociadora inició una ple-garia.

Page 109: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

109

Cuando era pequeña, a Brutha le gustaba pasar su mano por la hierba en los alrededores de la casa de sus padres. Había nacido en una pequeña granja en medio de las llanuras de Gharm. Ahora, mientras repetía ese gesto infantil, se sentía más perdida que nunca. No era capaz de explicar el impulso que le había llevado de nuevo a su casa, donde sus padres hacía años que habían muerto.

Probablemente fuera por Koren. Todo lo que el chico había hecho desde que se conocieron encerraba ahora misterios enormes. Su marcha precipitada tras pasar juntos una noche de amor, la car-ta que le dejó declarándole a la vez su amor y revelando los hilos de un destino que iba más allá de ellos mismos y, por supuesto, la desaparición del manuscrito de Lórimar. ¿Qué debía hacer? ¿Debía seguir a Koren? ¿Debía dejar que él contactara de nuevo con ella? En el misterio de sus respuestas, tan llenas de nuevas preguntas, su amor por el muchacho y el deseo por verle de nuevo creció, creció y creció. Pero los días pasaban y no había noticias. Una sensación de incertidumbre anidó en ella y, de pronto, se vio volviendo a casa.

Capítulo XXII

BRUTHA Y MORG

Page 110: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

110

Y ahora estaba allí, tocando la hierba húmeda, observando las enormes llanuras, dejando que el sol se ocultara como cada día, sin hablar con nadie. Dormía al raso, mirando a las estrellas, dejan-do que el viento enloquecido de las noches de Gharm le rizara aún más el pelo.

Había días que pensaba en olvidarlo todo y quedarse allí a cultivar la tierra; pero luego recordaba la profecía y la llamada que las estrellas habían hecho sobre su nombre. Sentía un bloqueo, una incapacidad para pensar y una melancolía, un deseo por recordar cosas que, en realidad, nunca habían sucedido.

En la tarde del noveno día, casi a mitad del ciclo lunar, vio una figura recortarse en el horizonte. Alguien a quien no esperaba ver nunca más: Morg.

Al verle sintió una extraña sensación de incertidumbre y la tensión se apoderó de sus músculos. Su amigo más querido, a quien se había obligado a desterrar de su mente, volvía a su vida en su peor momento. Lejos de sentir afecto, le pareció un síntoma de preocupación. Sin embargo, le esperó sentada en la hierba, fingien-do tranquilidad.

Morg llegó hasta dónde estaba Brutha con el sol a su espalda. Tampoco él se sintió cómodo con la presencia de la chica.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Brutha. El tono de sus palabras sonó mucho más seco de lo que le

habría gustado.—He venido a decirte algo. Morg se sorprendió por la gravedad de su tono. Pensó que no

debería estar allí. Que no debería haber venido. Pero luego se dijo que su amiga merecía saber la verdad, costara lo que costara.

—He venido por Koren.Brutha se puso en pie inmediatamente y acto seguido dio un

paso atrás, algo automático. Miró a Morg a los ojos.—¿Qué le ha pasado? —dijo la chica llena de preocupación,

como si Morg fuera un emisario, un amigo de Koren, alguien en ese plan cuyas líneas maestras no le dejaban ver.

Page 111: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

111

—Él… te estaba engañando.Las palabras de Morg salieron muertas de su boca, como las

de un niño pequeño que se disculpa antes de que alguien sepa qué es lo que ha hecho. Brutha sintió como su corazón se aceleraba, una furia latente la iba poseyendo. ¿Qué sabía Morg de Koren? ¿Por qué hablaba de él en pasado?

—Quería… engatusarte para quitarte el… ese papel que nos dio aquella mujer.

—¿Y qué podía saber él de eso?La voz de Brutha tenía la sonoridad de un látigo.—Hizo un acuerdo con Parhem.—¡Eso no es posible! Koren no podía pactar con los dioses,

solo nosotros podemos.Morg sintió una sensación de mareo. Todo se estaba precipi-

tando por una pendiente desconocida.—Yo lo vi. Brutha sintió que esa furia iba tomando el control. Sin darse

casi cuenta se había agachado, estaba tocando con los dedos el ná-car de su escopeta.

—¿Nos seguiste? ¡Te dije que te marcharas!Morg sacudió la cabeza, intentó hablar, pero su lado animal

fue más fuerte que él. Soltó un gruñido largo, contra el cielo, a la nada. Brutha tenía agarrada la escopeta. Y no tenía miedo.

—¿Qué le has hecho? —la chica retomó el tono sereno y frío con el que realizaba sus transacciones con los dioses.

Morg la miró con unos ojos que parecían no conocerla.—¡Qué le has hecho! —repitió Brutha mientras levantaba el

arma. Brutha nunca había visto llorar a Morg, pero las lágrimas

que empezaban a formarse en sus ojos no le dieron ninguna pena. Repitió su pregunta, más alto si cabe que las dos veces anteriores. Morg la miró y giró la cabeza como si fuera un perro intentando encontrar a su amo.

—Le he seguido, le he obligado a confesar y luego le he abierto las tripas y me he comido su corazón —la furia del hombre

Page 112: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

112

lobo emanaba de su cuerpo como un géiser y, sin embargo, su voz seguía ronca, débil, infantil.

Una lágrima recorrió la cara de Brutha. Los dioses tenían razón. Pudo ver con claridad lo que iba a pasar a continuación. Supo que las palabras de la diosa Fregha tenían sentido, supo que la muerte de Morg la haría más fuerte que nunca. Supo que no había otro camino y que ese era el correcto. Sintió el vacío de la muerte de Koren adueñándose de sus dedos hacia el gatillo.

Morg se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y volvió a mirar a Brutha.

—Lo hice por ti —dijo despojado de toda furia.—¡Y quién eres tú para pensar por mí! ¡Para matar por mí!

¡Para decidir por mí! Morg la miró sin comprender.—Soy tu amigo —le dijo. Brutha parpadeó un par de veces. Sintió algo que se removía

en su interior. Un cosquilleo parecido a una culebra. Levantó el arma y apuntó. Morg no se movió. Al contrario, separó los brazos en señal de rendición.

Pasaron los segundos. Brutha mirándole con la mano en el gatillo, él con la cabeza firme, en dirección a la suya. Aceptando la muerte, pero sin aceptar derrota alguna. Lleno de una dignidad inamovible, segura.

«Los dioses no se equivocan», pensó Brutha. «¿Verdad?»La sensación de cosquilleo crecía, la confianza de Brutha se

resquebrajaba. O, más bien, era sustituida por una nueva sensación de calor y poder. Un calor y un poder reconfortante. Morg la miró, notó que algo pasaba, pero no dijo nada. Brutha miró a su amigo y supo lo que iba a suceder después.

El arma de Brutha descendió lentamente hasta apuntar al suelo. Morg sonrió levemente.

—Hizo un pacto con Parhem —añadió.Brutha le oyó a duras penas, porque la sensación de calor

había crecido exponencialmente y ahora la rodeaba por completo. Notó como se le erizaba el pelo de la nuca.

Page 113: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

113

—Brutha, ¿qué te pasa?—Es magia —la voz venía de algún lugar a su derecha.Los dos miraron hacia el lugar del que provenía. Allí estaba

la mujer que les había entregado el Manifiesto de Lórimar mucho tiempo atrás, pero parecía distinta, poderosa, elegante y mucho más serena.

—Eso que sientes es magia. Lo sé porque yo también la sien-to. Se hará más intenso cuando estés junto a otra gente que tam-bién la controle.

Brutha no sabía qué decir. —¿Qué…? —Me llamo Celis, soy una de los Cuatro de Gulf, pero por

supuesto vosotros no sabéis lo que es eso. La verdad es que hay un poco de prisa. Tenemos que encontrar al dios Nur. Viaje con él desde el Olvido, pero... Bueno. No es fácil viajar desde el Olvido. La cabeza... En fin, te despistas.

Brutha y Morg se miraron sin saber muy bien qué hacer.—Vamos, vamos, daos un abrazo o lo que sea apropiado en

estos casos, tenemos mucho que hacer.—¿Qué tenemos que hacer? —dijo Brutha.—Cambiar el mundo de abajo a arriba, por supuesto —dijo

Celis sonriendo.Brutha miró a Morg, que le devolvió la mirada, se sonrieron.

Brutha cogió la mano de Morg y la pasó por la hierba. «Gracias», le dijo.

Page 114: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

114

Capítulo XXIII

OCÉANOS DE TIEMPO

I.

Mighos extendió sus manos hacia el infinito. Estaba en la to-rre de Dhaskel, la torre más alta de todo Whomba. Se concentró en el fluir del tiempo a través de sus dedos. Se dijo que era necesario. Sintió por primera vez en muchísimo tiempo un cosquilleo en la columna vertebral: no tenía certezas.

Pudo ver las hebras del tiempo en Whomba. Zenihd había dicho que nada de jugar con el Tiempo… pero Zenihd nunca decía toda la verdad. Se repitió que era necesario. Tampoco era la primera vez que lo hacían y entonces fue con un dios; hacérselo a humanos, incluso a humanos con magia, sería más sencillo. No tendría que remendar paradojas durante ciclos y ciclos, como la última vez.

Una energía azulada chisporroteó en la punta de sus dedos y Mighos dejó que el poder lo embargara. Se sintió como imaginaba que debía sentirse un violín segundos antes de ser tocado. Como si la música atravesara en silencio las cuerdas. Como si las melodías ya

Page 115: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

115

estuvieran allí antes de tocarlas y el instrumento tan solo las hiciera audibles para todo el mundo.

Contuvo la respiración y casi sin darse cuenta, ya estaba to-cando. La energía entre sus dedos, sus manos encharcadas de po-der, los ojos adornados con el fulgor dorado del universo... Había empezado.

II.

Los pescadores kraalens notaron como se les erizaba el cabe-llo. Los ganaderos de las llanuras de Gharm y los bandidos de los bosques de Malparte sintieron algo eléctrico en el aire. Los niños de la metrópolis de Ghizan corrieron a esconderse en casa sin saber muy bien de qué escapaban. En los sótanos de la Biblioteca de la metrópolis de Ghizan, Nirghem, el dios del Conocimiento, notó una sensación familiar, pero lejos de alegrarse se sintió más viejo y triste que nunca. ¿Dónde estaba aquella chica que hablaba con él de tanto en tanto?

Marh estaba en su templo, junto a la rosa de los vientos del amanecer. Concentró su energía y vio como delante de ella se for-maba un pequeño sol de inverno.

Frenh, el dios del Cambio, estaba en la torre del Sur, en Trahms. Su cuerpo formó un remolino y a su alrededor las piedras desperdigadas por el suelo de la torre empezaron a flotar y orbitar, acelerándose cada vez más y más y más.

El teatro infinito que servía de templo a Zenihd se fue llenan-do de hombres y mujeres de Whomba con gesto de sorpresa. En el escenario, el propio Zenihd se preparaba para leer una obra escrita por él mismo en la que todos los seres humanos de Whomba eran los actores principales. En el pesado manuscrito que tenía en las manos se podía leer una sola palabra: «Olvido».

Los huidos del templo de Nasder, rebeldes de los dioses. Mi-raron al cielo y alcanzaron a ver como la estrellas empezaban a mo-verse. Supieron que era la última vez que verían algo así.

Page 116: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

116

Solo los páramos muertos de las montañas de Gulf quedaron inmóviles ante la energía que se desplegaba por todo Whomba. Sin humanos para mentir, vivir, soñar, o temer, los dioses no tenían allí ningún poder. Solo Merher, el dios de la Muerte, paseaba por su pequeño yermo. Era difícil saber si estaba triste o alegre.

III.

Loona hincó su rodilla en el suelo y apoyó su escopeta a su izquierda. Ante ella las escaleras del templo de Fregha, que se en-contraba en el interior de Lórimar. La diosa descendió hasta dónde estaba la negociadora y le indicó con un gesto que se levantara. Loona lo hizo.

—Señora, ¿qué está pasando? —dijo.—Las cosas están cambiando, Loona —dijo Fregha mirán-

dola a través del pañuelo de seda que cubría su rostro. Las dos mujeres se quedaron en silencio unos segundos.—¿Por qué me habéis llamado, señora? —dijo Loona—. Mi

búsqueda no ha terminado.—Sí ha terminado —dijo cortante la diosa—.Terminó hace

tiempo.Loona odiaba sentirse de ese modo, empequeñecida ante una

diosa. Años atrás no habría sido así. ¿Qué había sido de esa nego-ciadora? ¿Qué había sido de la mujer que apuntaba a la cara de los dioses sin pestañear? Cambio de prioridades, se dijo, pero sabía que mentía. Lo sucedido en Malparte… Eso lo cambio todo para ella, aunque quizás tampoco fuera eso.

—He matado a Nanna. Ya solo queda una.—Celis ha desaparecido y no podemos encontrarla. Si no

podemos hacerlo nosotros, que nunca quisimos intervenir en todo este asunto, ¿cómo vas a hacerlo tú? ¿Has olvidado que tuvimos que recuperar Nasder a sangre y fuego?

Loona no lo había olvidado, al contrario. Soñaba con ello cada noche.

Page 117: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

117

—Veo que hoy te tienes en pie —dijo Fregha—. No te has ido a buscar a los Malditos al fondo de una barrica, ¿no?

Loona enrojeció de vergüenza. Se odiaba a sí misma en esos momentos.

—Sabes —continuó Fregha— que nos has fallado. Sabes que debemos castigarse.

Loona no dijo nada. Aceptar el trabajo implicaba aceptar las consecuencias del mismo. Se limitó a levantar la cabeza y mirar a Fregha de frente.

—Sin embargo, has matado a dos de los cuatro. Y aún eres una negociadora importante. Así que hemos decidido premiarte y castigarte.

Fregha hizo una señal y uno de sus acólitos se acercó. En sus brazos llevaba a un bebé de apenas unos meses, quizás un año. Fregha indicó al acólito que se lo entregara a Loona, que lo tomó en sus brazos y se sintió, de pronto, embargada de una emoción que le era desconocida.

—Su madre murió en Nasder y ahora nos pertenece. Hemos pensado que después de lo que va a pasar hoy es posible que mu-chos humanos necesiten volver a creer en… gente como tú. En los negociadores. Los dioses hemos tomado una importancia innece-saria. Sois vosotros quienes debéis… ya sabes, ser visibles. Cuando todo esto acabe te convertirás en maestra de negociadores.

—Es… es un honor —dijo Loona, que había sido entrenada por el viejo Mardillow, que había muerto hacía ya algunos años.

—Buscarás a esta niña en Gharm, donde estará cuidada por una familia. La traerás al templo y le explicarás que es una elegida.

—¿Elegida para qué?—Para ser una gran negociadora, para ser una estrella que

guíe a los hombres y las mujeres de Whomba. Lo dirá el cielo.Loona no dijo nada. Ser la maestra de los negociadores era

algo que nunca se había planteado. Un honor demasiado grande.—La niña crecerá a tu lado.Loona asintió con la cabeza.—¿Y el castigo? —preguntó.

Page 118: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

118

Fregha se acercó muy despacio, casi flotando. Y la tomó de las manos.

—Solo queremos un poco del tiempo que nos has hecho per-der con todo esto.

Loona sintió como las manos se le agrietaban, como sus pier-nas iban fallando. Notó como su cuerpo dejaba de obedecerla y supo que estaba envejeciendo. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Miró a la niña y pensó: «Es justo».

IV.

De entre la niebla surgieron dos figuras. Un hombre y una mujer. Él aparentaba treinta años. Mirada limpia, ojos grises, pelo también gris, muy alto. Esbelto, tranquilo. Ella tenía el pelo rizado, los ojos atravesados por los nervios. Eran Celis y Nur.

—¿Qué esta pasando? —dijo Celis.Notaba como el tejido mismo de la realidad se iba deforman-

do.—Están haciendo algo.De entre las brumas surgieron hilos de viento que fueron

formando figuras que, poco a poco, se fueron llenando de hue-sos, músculos, vida. Celis se estremeció. Eran cientos… no, miles. Miles de seres en los que reconocía a unos iguales y en los que, sin embargo, había algo que no terminaba de encajar.

—Tienen magia, pero…—Al contrario que tú, no han venido por su propia volun-

tad. «No los mataban», recordó Celis, «los desterraban de la me-

moria de Whomba». Se acercó a uno de los hombres que deambu-laba perdido.

—Mi mujer… mi mujer y mi hija muertas. Muertas en Nas-der. Brutha… mi pobre Brutha. ¿Dónde estamos?

—En el Olvido —dijo Celis.Nur se detuvo a mirar la marea de gente que iba poblando el

Page 119: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 120: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

120

Olvido, despojados de sus vidas. Arrancados del tiempo. —Tenemos que volver —dijo.Celis sonrió. Llevaba mucho tiempo intentado convencerle.—Volver y contarlo todo —repitió.—¿Cómo? —preguntó Celis—. Yo puedo volver, ¿pero tú?—Usaremos su magia. Sé como hacerlo. —Nos vamos ya.Nur le sonrió con tristeza.—No, queda mucho tiempo. Va a costarnos mucho. De pronto, Celis pensó que Nanna y Gonz debían estar entre

los desterrados, así que empezó a buscarlos entre los presentes. La alegría por encontrar a sus amigos, aunque fuera allí, tan lejos de todo, le dio fuerzas renovadas. Pero en seguida supo que para ellos cuatro no habría olvido, solo muerte.

Se sentó en medio de la niebla y se dio cuenta de lo cansada que estaba, de lo lejos de casa que se encontraba, de que su casa ya no existía, de que el mundo que conoció había sido convertido en rastros de fantasmas, en menos que en historias, borrado. La cara se le llenó de lágrimas. Nur se le acercó y le puso la mano en el hombro.

—No te preocupes por mí, no son lágrimas de pena —dijo Celis—. Son de rabia.

Los dioses iban a pagar por lo que habían hecho aunque le llevara mil vidas.

Page 121: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

121

Capítulo XXIV

NUR

Nur estaba metido hasta los tobillos en la corriente del río Gladen, rodeado de un terreno montañoso al sur de Whomba. Le gustaba la sensación fresca del agua recorriendo sus pies. Le gusta-ba respirar el aire de la cordillera de Uttica. En general, le habría gustado cualquier sensación en cualquier lugar de Whomba. Había vuelto a casa.

El agua le devolvía un reflejo extraño, avejentado. El viaje desde el Olvido había sido muy largo y las cicatrices del tiempo se le cruzaban en la cara. El pelo gris le crecía alborotado hasta los hombros, tenía una barba tupida y solo los ojos conservaban la tranquilidad y la paciencia de antaño. Sin embargo se sentía vivo y a gusto por primera vez en muchos años. El Olvido empezaba a ser para él un recuerdo, pero a la vez era consciente del motivo por el que había vuelto. Había vuelto conmocionado por las decisiones de los dioses, la misma conmoción que le había llevado al Olvido años atrás. Lo mismo con signo contrario, el exilio de quien asume sus errores y el regreso de quien no acepta más imposiciones. Sentía su

Page 122: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

122

poder más vivo, nunca había dejado de sentirlo, pero allí era otra cosa. Se sentía más… conectado.

Celis volvería con ayuda y él les contaría el secreto que debía haber contado hace tanto, y con esa verdad crecería una indigna-ción y una rabia que elevaría de nuevo a los hombres y mujeres de Whomba.

Se sentó en el río y dejó que el frío le erizara la piel de los bra-zos y las piernas y le mojara las ropas. Cogió aire, miró al cielo. El sol resplandecía vida. Un poco más atrás escuchó un ruido, como si alguien moviera unas ramas. Debía ser Celis, que ya había vuelto. Se puso en pie y sonrió para recibir a los recién llegados.

Pero de entre los árboles no apareció Celis.

Brutha y Morg subían por un camino abrupto y lleno de pie-dras. Delante de ellos iba Celis, que parecía dirigir la marcha, aun-que en ocasiones se detenía, vacilaba o incluso parecía hablar sola.

—¿Ella nos va a llevar hasta ese dios? —dijo Morg.—Por supuesto que lo haré —respondió Celis a una decena

de metros—. Y sí, también tengo un oído finísimo. No se vive lo que he vivido yo sin aprender un par de cosas.

Lo cierto es que Celis parecía tan solo un poco mayor que Brutha, pero como les había explicado, se debía que había estado la mayor parte de su vida en «el Olvido», o intentando salir de él, o en algo que llamaba «en Tránsito». Morg opinaba que era su mente lo que estaba en tránsito, algo con lo que Celis no podía estar más de acuerdo. «No se vive lo que yo he vivido sin dejar algo por el ca-mino». Celis parecía haber dejado la cordura, o al menos una parte.

—Sabes —dijo Brutha—, me gusta que vuelvas a ser mi montura. Voy más rápido, es más cómodo.

—Te beneficias de mi porte señorial y mi figura —contestó Morg, animado—. Aunque he pensado que después de haberte sal-vado… espiritualmente hablando y, de una manera indirecta pero

Page 123: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

123

muy concreta, haber despertado la magia en ti, creo que deberías ascenderme.

—Yo no lo veo así —Brutha sonreía—. Creo que si fueras a mi lado la gente se preguntaría cosas, diría que aquí hay algo que falla.

—Quizás podría ir yo encima de ti.Celis levantó la mano en señal de alarma.—¡Silencio! —dijo—. Algo está pasando.Brutha lo notó también. La magia burbujeó en su interior.

—¿Quién eres? —dijo Nur—. Hay algo en ti que me es fa-miliar.

La criatura que se encontraba delante de él sonrió y se acercó lentamente.

—Llevas la marca de Merher —dijo Nur—. ¿Eres acaso su enviado? ¿Traes algún mensaje?

—Sí —dijo la criatura.Sacó un cuchillo de aspecto ceremonial.—Soy el mensajero de la vida y la muerte. Soy el filo que

separa lo vivo de lo muerto. Soy la espada de los dioses. Puedes llamarme Nansi.

Celis había acelerado el paso marcada por una creciente preocupación. Morg y Brutha la seguían.

—No lo entiendo —dijo Morg—. Ese dios y tú estuvisteis juntos en ese lugar que llamas el Olvido.

—No es un lugar. No es como Gulf o Gharm o Lórimar. Es el olvido, solo que está en alguna parte.

Morg miró a Brutha y sus ojos gritaron: «¡Loca!»

Page 124: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

124

—Bien, lo que digo es que ese dios amigo tuyo…—Nur, el desterrado por los dioses.—Te explicó lo que había sucedido, quiero decir, ¿te contó

la verdad?Celis asintió.—¿Y por qué no nos la cuentas? —dijo Morg—. Los dioses

y yo no nos llevamos muy bien últimamente. Si pudiéramos evitar un encuentro con ellos yo lo agradecería.

Celis levantó la cabeza y miró hacia el camino. En la distan-cia se escuchaba el rumor del río. Avanzó aún más rápido.

—Porque no lo recuerdo. Olvidé muchas cosas de mi viaje.—¿Y Nur lo recordará?Celis ya iba prácticamente corriendo. Brutha sintió una pun-

zada en las costillas. A Celis le pasó algo parecido. Las dos chillaron con dolor. Se miraron a los ojos. Algo muy malo estaba pasando.

Nur bajó la mirada y sintió un frío intenso. Ya no notaba el agua bajo sus pies. A un palmo y medio de su cabeza podía ver el acero del puñal clavado en su corazón, la sangre manando sin pa-rar. Pestañeó un par de veces, incrédulo. Lo veía todo desde fuera, como si no le estuviera pasando a él. Notó algo en su cara y movió la mano para ver que era. Escuchó un zumbido. «Solo son moscas», se dijo. Volvió a levantar la cabeza. La figura de la criatura de éba-no le sonreía. Sus ojos estaban llenos de vida y goce. Sintió que le gustaba hacer así de feliz a alguien. Oyó un «chop» y se dio cuenta de que el agua le llegaba por las rodillas. ¿Había crecido el río? No, era él, que estaba de rodillas. Notó como el filo del puñal salía de su cuerpo. El vacío se fue apoderando de él, vio su cara de nuevo reflejada en el agua. Vio su propio rostro acercarse. Estaba tumbado boca abajo. Pensó que si no se daba la vuelta se iba a ahogar, pero no le importó.

«Los dioses no pueden morir», se dijo.

Page 125: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

125

Celis atravesó los árboles a toda velocidad, las ramas la gol-peaban en la cara y le hacían sangre, pero no la detenían. Brutha y Morg iban paralelos a ella. El ruido del agua se escuchaba cada vez con mayor intensidad. En un claro pudo ver el río. Saltó sin pensar hasta el agua y miró hacia arriba. Lo que vio le heló la sangre. Morg y Brutha estaban detrás de ella, flanqueándola.

Un poco más arriba, por el cauce del río, había un hombre de color negro mate, con el torso desnudo y la marca del dios Merher en la frente. Llevaba un puñal ensangrentado en la mano y junto a él había moscas. A sus pies estaba Nur, boca abajo, dejando una mancha de sangre roja que iba tintando el cauce del río y que prác-ticamente llegaba hasta los pies de Celis. Nur estaba muerto.

El ser de ébano los miró con un gesto extrañado, una especie de indiferencia. Luego pareció entender algo y empuñó su arma. Se lanzó contra ellos corriendo entre las aguas, sin vacilar, sin dudas.

Brutha le vio venir y una sensación de miedo primitivo le recorrió el cuerpo. Contra eso no iban a poder hacer nada. No tuvo ni que pensar, sintió que la magia que formaba parte de ella respondía como un acto reflejo. Grito «¡Morg!» y saltó sobre él. En el salto agarró a Celis, que cayó hacia atrás.

La criatura de ébano se detuvo en mitad de su carrera; las dos humanas mágicas y la bestia habían desaparecido. Pensó que era una reacción interesante, el miedo. Le gustaba el miedo de los otros.

Había sido creado para su misión. Había ejecutado la misión con precisión. Había sido incluso más sencillo de lo que pensaba. Todo el poder de ese guiñapo celestial había sucumbido a su fuerza. La sangre del dios le había dado poder. ¿Qué debía hacer ahora? Su misión terminada. Su servicio acabado.

Su pleitesía terminada. Su obediencia acabada.

Page 126: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Era Nansi, la espada que separa, el camino que guía a los vivos hacia los muertos.

Ese dios había estado bien, pero había otros. ¿Por qué dete-nerse?

En otro lugar de Whomba, muy lejos de allí, Merher miró hacia la luz del sol una última vez. Se dio la vuelta y se sumergió en las profundidades de la cueva que él y su hermano Marh habían visitado tiempo atrás.

«Ya ha empezado», se dijo.

Page 127: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

TERCERA PARTE

Page 128: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 129: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

129

Quedaba poco para el amanecer. Thogos se sentó en la arena y la tomó con sus manos, con el mar a sus pies. «Ya deberían estar aquí», se dijo. Pero no llegaban.

Quizás todo había sido en vano. Todo el viaje, todas las pre-cauciones. Quizás Brutha se equivocaba, pero Thogos se negaba a dudar de ella. Por ella había hecho el viaje. Fue ella quien se lo pidió, todavía con los ojos llenos de lágrimas. Fue ella la que le dijo que solo él podía hacerlo.

Él, que no es un guerrero, que no es rápido, ni fuerte. Que no es más que un estudiante. Un científico de una ciencia que ni siquiera existe.

Se ajustó las gafas y se detuvo a mirar unos segundos el re-cipiente que descansaba a su lado, envuelto en una tela gruesa de color morado. No se atrevía a dejarlo en su mochila, ni siquiera le gustaba apartar la vista de él. Lo perdió a la salida de Ghizan y para recuperarlo tuvo que matar. La primera vez que empuñaba un

Capítulo XXV

GAROU

Page 130: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

130

arma. Ni siquiera se trataba de un enemigo, solo un pobre ladrón muerto de hambre que se negaba a devolverlo.

Se había acostumbrado al tacto del recipiente bajo su cabeza por las noches, como una segunda almohada o un apéndice de su propio cuerpo.

A lo lejos, entre las olas, distinguió una barcaza. Las velas de la proa de color morado. El mismo morado de la tela. Eran ellos.

Thogos recordaba perfectamente cuáles habían sido las pala-bras de Brutha al partir. Recordaba también como ella le había be-sado por primera vez después de aquello. Thogos y Brutha, aquello era impensable a los ojos del estudiante. La guerrera legendaria y el estudiante. La líder de los Hijos de Gulf y el ayudante de Celis. Celis, a quien todos veían con la distancia con la que se mira a los locos. Una locura que para Thogos no era más que el signo de la genialidad.

Echaba de menos a su maestra. Echaba de menos la forma atropellada con la que exponía sus teorías, las intuiciones de su mente, sus cambios de humor… Y echaba de menos a Brutha. Pero ella le había pedido algo importante y él iba a cumplir. Ya quedaba poco.

Había atravesado Whomba esquivando el cerco de Gulf. Ha-bía sido discreto. Había hecho el mayor de los sacrificios para evitar la atención de los dioses. Tampoco le importaba haber perdido su magia para llevar a cabo la tarea. Con el tiempo pensó que era me-jor. Celis siempre decía que no hacía falta ser una estrella para in-vestigar el cielo, ni un río para saber de los peces. Quizás ahora, sin magia, Thogos había alcanzado una distancia que podría ser útil.

La barcaza estaba cerca de la playa. Pudo ver dos figuras em-bozadas que saltaban al agua y se dirigían hacia él. Las dos eran, al menos, el doble de grandes que Thogos. Las dos llevaban bellas capas y finos collares, además de largos cuchillos y hachas a la es-palda. Llegaron hasta la tierra mojada, la tomaron en sus manos y escupieron. Después se quitaron el embozo. Eran dos hombres lobo. Uno de pelaje pardo y otro de color blanco.

El pardo se acercó hasta Thogos. Llevaba la mano a la espal-

Page 131: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

131

da, con la empuñadura de uno de los cuchillos agarrada. Thogos se puso en pie algo alarmado.

—Soy Thogos —dijo—, emisario de los Hijos de Gulf. Brutha y el Consejo me envían.

El pardo no apartó la mano de la espada y su compañero de color blanco se acercó un poco, también lleno de prudencia.

—No voy a haceros nada —dijo Thogos, y él mismo se rio de su afirmación. No tendría ninguna oportunidad contra aquellos dos.

—No sabemos nada de los «Hijos de Gulf», ni de ningún consejo —dijo el blanco, en actitud algo más abierta— pero hemos recibido la llamada. Alarg, tranquilo.

El pardo apartó la mano de su espalda y dejó que el blanco se acercara.

—¿Tienes algo para nosotros?—¿Pertenecéis al clan de los Colmillos Afilados?El pardo miró al blanco con desconcierto. El blanco dio un

paso adelante.—Usas palabras muy antiguas. Nosotros ya no tenemos cla-

nes. Hace años que no. —No lo sabía —dijo Thogos.El pardo hablo con la voz ronca. —Desde que mis antepasados fueron expulsados de estas tie-

rras. Ni siquiera deberíamos hablar vuestro idioma.Acto seguido, gruñó un par de veces en dirección al blanco,

que le indicó con una de sus zarpas que se tranquilizara.—Alarg es joven e impetuoso. Su clan sufrió mucho. Sus he-

ridas aún no están cerradas.Thogos no sabía a qué se estaban refiriendo, pero supo que

preguntar por algo así probablemente llevaría al fin de la conversa-ción y al fracaso de su misión.

Se dio la vuelta y cogió el recipiente envuelto en el trapo morado. Se lo tendió al blanco, quien lo tomó entre sus manos y lo desenvolvió con cuidado. De entre las telas apareció un pequeño recipiente circular labrado en madera. Tenía varios dibujos tallados

Page 132: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

132

representando a un hombre lobo y a varios humanos. El blanco pasó las manos por los surcos y, como un ciego leyendo un relieve, cerró los ojos.

—Comprendo —dijo—. Mi nombre es Gralj —la pronun-ciación era imposible para Thogos—. El clan de los Colmillos Afi-lados se extinguió de nuestra vida hace muchos años, pero no lo hicieron las antiguas tradiciones. El garou dormirá en el panteón de los suyos. ¿Cuál era su nombre?

Thogos se irguió al pronunciarlo, con todo el orgullo que su cuerpo, no demasiado corpulento, pudo conquistar.

—Se llamaba Morg, era miembro del Consejo de Gulf, her-mano de mis hermanos.

—¿Ahora los garou y los bípedos son hermanos? —dijo Alarg.

—En Gulf, sí. Al menos lo eran. Parece que ya no quedan hombres lobo en todo Whomba.

—¿Hombres lobo? —dijo Alarg—. Por ese comentario debe-ría cortarte la lengua, bípedo.

Thogos comprendió que se había equivocado y pidió discul-pas.

—No conocía la palabra garou. Lo siento. Pero sí, Morg era nuestro hermano.

Gralj se acercó hasta Thogos y le puso la zarpa en el hombro.—Morg descansará con los suyos, al otro lado del mar. ¿Ne-

cesitas algo más de nosotros? —El Consejo solo quiere deciros que su muerte será venga-

da. Que su sangre no habrá caído en vano. Que los Hijos de Gulf tienen memoria.

—Sea —dijo Gralj.Le hizo una señal a Alarg y los dos volvieron a embozarse sus

capuchas. —La fronteras se están rompiendo, puedo sentirlo. Vuestros

pactos ya no valen. Vuestro mundo se termina, Thogos de Gulf —dijo Gralj olfateando el aire.

—Eso espero —dijo Thogos—. El ayer está inundado en

Page 133: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

133

sangre y los antiguos pactos lo son de olvido.—¿Sois hijo del mañana?—Soy hijo del ahora, señores garou. Como todos los míos.

Hijos de un mundo en tránsito. Muy poco de lo antiguo me sirve, tampoco las promesas del futuro, el calor y el sol. Vivimos en el espacio entre la noche y el amanecer. Así es como nos gusta.

Por primera vez, Alarg asintió con cierta señal de respeto. Los dos garou corrieron hasta la barcaza y se subieron a la misma de un salto.

Thogos esperó a que hubieran desaparecido en el horizonte y después se puso en pie. Era el momento de volver a casa. Con los suyos.

Page 134: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

134

Celis caminaba delante con determinación casi fanática. Brutha iba detrás intentando convencerla de algo aparentemente imposible. Cerraba la marcha Morg, que parecía ser el único com-pletamente alerta. Llevaban así varias lunas, alejándose tan rápido como podían de las montañas de Uttica y del mal que habían en-contrado en ellas.

Nur estaba muerto. El dios olvidado había sido asesinado por una criatura de ébano, sin ninguna piedad, sin ningún motivo apa-rente. Asesinado, según Celis, por los propios dioses, para enterrar su secreto. ¿Qué secreto? Celis no lo recordaba.

Solo había un objetivo en sus pasos: Gulf. Volver a Gulf, volver a casa.

Brutha y Morg la seguían sin saber muy bien por qué, sin tener un plan. Brutha tan solo porque la magia había despertado en ella y pensaba que Celis era la única que podía ayudarla a entender y controlar lo que le estaba pasando, ya que la propia Celis tenía

Capítulo XXVI

VOLVER A GULF

Page 135: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

135

capacidades mágicas. El caso de Morg era distinto. Él iba dónde iba Brutha sin necesidad de hacerse preguntas. Su amiga tenía siempre la respuesta. Y en cualquier caso, alejarse de ese monstruo de ébano era una buenísima idea.

—Para un momento, Celis —dijo Brutha—. ¡Para, por fa-vor!

—No tenemos tiempo. Tenemos que seguir.Brutha sacudió la cabeza y se adelantó hasta Celis. —¿Por qué tenemos que seguir? ¿Dónde vamos?Celis no dijo nada y siguió avanzando. Brutha la agarró del

hombro.—He dicho que dónde vamos. —A Gulf.Brutha no entendía nada.—¿A Gulf? Allí no hay nada. No es más que un montón de

rocas.Celis se dio la vuelta y se acercó hasta estar a pocos centíme-

tros del rostro de Brutha.—Será un montón de rocas, pero es mi montón de rocas. Y

si vuelves a hablar mal de él o de los suyos, te arrancaré el corazón seas quien seas.

Brutha se quedó completamente helada. La propia Celis ya se había dado la vuelta y avanzaba a paso ligero.

—No —dijo Brutha—. Si no nos explicas lo que estás ha-ciendo irás a Gulf, pero irás sola.

Celis siguió andando un poco más y luego se detuvo. Miró un segundo al cielo y suspiró. Volvió hacia Brutha.

—Vamos a morir, todos nosotros. Morg, tú y por supuesto yo. Y quiero hacerlo en mi casa. En Gulf. Donde nací.

—Yo no pienso morir —dijo Brutha—, al menos no de mo-mento.

—Yo tampoco —apuntó Morg acercándose.—No lo entendéis. No… no hay salvación posible. El Ma-

nuscrito de Lórimar ha sido robado. La única persona que lo podía traducir ha sido asesinada. ¡Un dios asesinado! Los dioses no pue-

Page 136: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

136

den morir. ¿No lo entendéis? Se ha quebrado un pacto, un pacto importante.

—Las cosas cambian —dijo Morg con tranquilidad.—Las cosas cambian y por el camino la gente muere. Es la

historia de Whomba.Brutha miró a Celis a los ojos y distinguió por primera vez

un brillo de miedo. Le pasó la mano por los hombros.—Celis… yo no sé si vamos a vivir o no, tampoco sé lo que

había en el Manuscrito de Lórimar. Los dioses enviaron a un hom-bre a robármelo y supongo que será algo importante.

—Supones bien. —Será importante, pero no es lo único importante, ni lo más

importante. Vayamos a hablar con mi maestra, ella sabrá qué hacer. Cuando me robaron el manuscrito yo iba a entregárselo a ella.

Celis agachó la cabeza en señal de derrota.—Quizás no escuchaste la primera vez que lo dije. Tu maes-

tra asesinó a los míos cuando empezamos a desarrollar nuestras ha-bilidades mágicas. No será distinto contigo. Loona es tan aliada de los dioses como ese Koren del que hablas. Probablemente más. Lo lleva siendo toda su vida.

Brutha sintió que Celis había perdido la cabeza definitiva-mente. Ni siquiera se enfadó con ella por las cosas que estaba di-ciendo.

—No… Celis, te equivocas —le sonrió—. No sé quién te ha contado eso de que Loona mató a los tuyos, probablemente los dioses, pero no es así. Loona es nuestra aliada. Me educó a mi y los míos. Está de nuestro lado. Díselo, Morg.

Morg había esperado que la conversación se resolviera sin tener que opinar. La verdad, no estaba seguro de quién estaba con quién exceptuando a él mismo y a Brutha… y un poco a Celis. Pero poco.

—Gulf no siempre fue un yermo. Durante muchos años la diosa Marh mantenía el lugar lleno de vida —dijo Celis antes de que Morg pudiera hablar—. Tan lleno de vida que sus ancianos no podían morir. Un día, los habitantes de Gulf decidieron desobede-

Page 137: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

137

cer a la diosa Marh y llegar a un acuerdo con Merher, su herma-no, ofreciéndole la vida de veinticuatro jóvenes de las montañas de Gulf para devolver la muerte al lugar.

—Conozco la historia —dijo Brutha—. Loona me la con-tó cuando era pequeña… Pero no eran veinticuatro jóvenes, eran veinte.

Celis suspiró con un gesto de fastidio.—No lo voy a repetir muchas más veces. De los que estamos

aquí la que sabe cómo teletransportarse y usar la magia soy yo. Si digo que tu maestra te ha mentido es porque te ha mentido. Y en esa historia que te contaba te ha mentido de lo lindo.

Celis se quedó mirando a Brutha, que no sabía muy bien qué decir.

—Eran veinticuatro —continuó Celis— pero cuatro de ellos nunca llegaron a encontrarse con Loona para hacer el intercambio con Merher. Esos cuatro son los Cuatro de Gulf, que tú no conoces porque tu maestra decidió no contarte toda la historia.

Brutha sintió una sensación de mareo.—¿Cómo lo sabes? —dijo.—Yo era una de los cuatro. Y cuando te digo que tu maestra

está del lado de los dioses es porque la vi asesinar a mi amigo Xebra con mis propios ojos. Nadie me lo ha contado, lo vi.

Brutha se sintió desfallecer. Se sentó en el suelo.—Y, aunque no lo puedo probar, estoy casi segura de que

también asesinó a mi amiga Nanna cuando fue a vengar la muerte de Xebra. Los dioses la enviaron a destruirnos. Había cometido un error al dejar que nos fuéramos.

—No… no puede ser. Ella me explicó que yo era la Elegida.Morg se acercó a Brutha y tomó su cara entre sus zarpas.—Brutha… ¿la elegida para qué? Brutha estaba llorando de incomprensión, notaba un vacío

crecer en su interior.—Nunca te lo decían. «Vas a ser la Elegida», «lo dicen las

estrellas»… pero, ¿para qué? —Yo iba a ser la mejor negociadora…

Page 138: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

138

Las palabras de Brutha se apagaron sin encontrar una conti-nuidad. Celis se acercó para consolarla, pero Brutha no lo permitió. Se puso en pie, con los ojos enrojecidos y la nariz apuntando hacia arriba. Apuntalando su dignidad. Se alejó de Morg y Celis, dándo-les la espalda. Morg quiso acompañarla, pero Celis se lo impidió. «Tiene que pensar», dijo.

Brutha se alejó de ellos y, paso a paso, dejó que las lágrimas afloraran. ¿Acaso era todo así? ¿Acaso era todo una mentira? ¿Toda su vida? Se sentó, sola, y pensó mucho sobre lo que le estaba suce-diendo y se dio cuenta de que era un problema de escala y relacio-nes. Algo que Loona le había enseñando a identificar desde muy pequeña. «Están los argumentos —le decía—. Y están los senti-mientos, niña. Y a veces unos se hacen pasar por los otros. Y a veces no queremos aceptar un argumento por lo que podría hacerle a nuestros sentimientos». Brutha lloraba porque había una cadena de acontecimientos muy clara ante ella: Fregha le había dicho que iba a matar a Morg. Ella no había matado a Morg. Al no matar a Morg había despertado la magia en su interior. Luego el poder de Fregha no era absoluto. Luego había otros poderes. Y se aferraba a la idea de que Loona no lo sabía. Que no sabía de esos otros poderes. Que, en todo caso, la habían engañado como a ella. Pero esos eran los sentimientos, enredando a los argumentos. Porque Celis estaba allí y, por más que pareciese un poco loca, había venido acompañando a un dios desde el Olvido. Eso era irrefutable. Celis sabía cosas. Y si Celis decía la verdad... Su maestra la había engañado todos esos años.

Y por ello lloraba. Pero si su maestra le engañaba era, también, porque había

otros poderes. Y eso, en medio de toda su frustración, también le hizo sonreír.

Celis y Morg vieron volver a Brutha, parecía más serena y cansada, pero sus ojos ya no tenían dolor, sino rabia.

—Por lo que sabemos los dioses solo temían a dos cosas: el Manuscrito de Lórimar y la magia. El manuscrito habla de sus orí-genes, habla de sus normas, cuenta la verdad. Para proteger ese

Page 139: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 140: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

140

origen hicieron que Koren me lo robara y crearon esa criatura de ébano para que matara a Nur. No se me ocurre otra explicación. Solo ellos tienen poder suficiente para romper sus propios pactos. Quizás la misión de la criatura ha terminado y ya no es problema nuestro. Quizás es algo con lo que los dioses nos ataquen después. No lo sabemos, pero ahora no podemos resolver eso. Tendremos que actuar sabiendo que descubrir la verdad es imposible.

—No podemos hacer eso —Celis siempre había considerado que la verdad era el único camino para destruir a los dioses.

Brutha sonrió.—Sí que podemos. Tenemos la magia. —Gonz era el cuarto de nosotros, Brutha. Xebra murió,

Nanna fracasó en su venganza, yo he fracasado en mi búsqueda de la verdad y Gonz fue el que utilizó la magia para luchar contra los dioses. También pereció. Consiguió rebelar a muchos hombres y mujeres de Whomba contra ellos, pero no fue suficiente. Lo aplas-taron.

Brutha se quedó mirando a Celis un segundo y volvió a son-reír.

—Eso es porque les atacó. Nosotros no haremos eso. ¿Qué proporcionan los dioses a los hombres? Cosas que ellos no pueden conseguir por si mismos. Con la magia podemos conseguir esas cosas sin su ayuda.

—Un combate sin pelea —dijo Morg—. No funcionará, Brutha.

Sin embargo, Celis ya estaba sonriendo también.—Lo haremos en Gulf. Tú tenías razón, ni el propio Merher

cuida de ese lugar ya. No hay más que muerte. —Estoy segura —dijo Brutha— de que lo que me ha pasado

a mí le ha pasado a otra gente de Whomba. Si no soy especial y todo era mentira...

Brutha dejó la frase en el aire y miró en dirección a las mon-tañas de Gulf.

Page 141: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

141

—Eso quiere decir que no estamos solos. Llamaremos a los nuestros y fundaremos Gulf de nuevo.

Brutha se puso a andar.—Lo queremos todo —murmuró Celis.Al menos ahora tenían un plan.

Page 142: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

142

Fregha observaba la mesa y a los dioses que tenía a su alrede-dor. Vio a su hijo al fondo, con el libro de actas, con su expresión habitual de temor. Fregha no pudo evitar pensar que era un pusi-lánime, que no debería haberle llevado al Consejo. Aún así, fue él quien dio la voz de alarma y fue él quien, de alguna forma, puso en marcha todo aquello. Eso había que reconocérselo.

Sobre la mesa, Parhem había dejado el Manuscrito de Lóri-mar que había conseguido robarle a la negociadora Brutha. Al verlo ahí le pareció que habían dedicado demasiado esfuerzos para algo que ahora le parecía nimio.

Repasó también las sillas vacías, los ausentes. Merher no ha-bía asistido a la reunión, si bien es cierto que no iba a ninguna desde que su hermana y él tuvieron esa discusión por el asunto de Gulf hace ya demasiado tiempo. Antes se le podía localizar en algún lugar de Whomba, cumpliendo con sus obligaciones, pero ahora parecía que se lo había tragado la tierra, ni una señal en varios ciclos de luna.

Capítulo XXVII

EL CUARTO CONSEJO DE LOS DIOSES

Page 143: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

143

Y eso no era lo más grave: tampoco estaba Rhom. El dios de la Guerra no había respondido a la llamada. Jamás se había perdi-do un consejo y ahora parecía desaparecido. Los pensamientos de Fregha la llevaron a lugares oscuros por los que no quería transitar.

—Tenemos que hacer algo y tenemos que hacerlo ya —dijo Marh.

Fregha reconocía una impaciencia inusual en Marh, un ansia extraña.

—¿Y qué vamos a hacer? —dijo Frenh—. ¿Cuál es el peligro del que vamos a salvar a Whomba esta vez?

—Son los Malditos, Frenh —Zenihd se había puesto en pie—. ¿Te parece poco?

—¿Y quién recuerda a los Malditos más que tú y yo? Nadie, nadie en todo Whomba —Frenh tenía razón—. No podemos asus-tarles con cuentos de algo que ni siquiera conocen.

Marh se puso de pie también y deambuló por la sala. Parecía un perro enjaulado, quería terminar cuanto antes.

—¡No necesitamos cuentos! Esa gente está usando magia, ¡magia!

Se hizo el silencio. El primero en retomar la conversación fue Parhem.

—Marh, siéntate y cálmate, por favor. Así que un grupito de campesinos ha montado un campamento en ese montón de piedras que tu hermano te robó... pues que se ocupe tu hermano.

—No seas insolente —contestó Marh como un látigo—. Tu hombre iba a partirle el corazón a Brutha y ahora mira cómo esta-mos.

—El Manuscrito de Lórimar está aquí y, por lo que sabemos, Nur ha muerto, ¿no es verdad? —dijo Parhem.

Ninguno de los presentes quería hablar de la muerte de Nur; lo llamaban muerte por no llamarlo asesinato. Fregha volvió a sen-tir la inquietud. Marh seguía hablando.

—No son un grupo de campesinos sin más. Para empezar tienen a Brutha, tienen al «perro»...

Page 144: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

144

—Ya dije yo —cortó Ghish, como si no fuera con él— que no era buena idea quedarnos con esa camada, que traería proble-mas... Pero dijisteis que serían buenos corceles, botín de guerra.

Marh prosiguió como si no hubiera oído a Ghish.—Y tienen a Celis. Eso quiere decir que pueden saber lo que

pasó, puede que Nur se lo contara. Y no solo eso, ¿habéis leído lo que han escrito? Están reclamando un territorio que no es suyo.

—Celis es de Gulf —dijo Parhem.—¡Gulf es nuestro! —chilló Marh—. Dicen que cada día

llegan peregrinos atravesando las montañas y rinden pleitesía a su nuevo gobierno, dicen que la magia crece entre ellos. ¿Qué creéis que va a pasar cuando el resto de Whomba se entere?

—¿Y qué sugieres que hagamos? —dijo Fregha por primera vez en toda la reunión.

Marh se la quedó mirando. Estaba roja, su belleza palidecía. Fregha se preguntó cuánto tiempo hacía que dormía mal.

—Sugiero que le digamos a los hombres y mujeres de Whomba que una amenaza maligna crece en las montañas de Gulf, sugiero que empecemos a contar las verdades de esa supuesta ma-gia, sugiero que juntemos una milicia y saltemos sobre ellos con los pies juntos.

Las palabras de Marh recogieron algunos vítores. —Rhom estaría de acuerdo —dijo Barlhar.La sala se sumió en el silencio. Fregha miró a su hijo; era

evidente que ninguno de ellos quería preguntar ni preguntarse por la ausencia del dios. La visita a los consejos no era obligatoria, pero había algo siniestro enmarañando el silencio del dios de la Guerra. Si Barlhar lo había sacado a colación era por algo. Fregha escrutó los ojos de su hijo; detrás de su miedo había una insolencia, un desprecio... Barlhar los odiaba.

Marh resolvió por la tangente.—Rhom no está aquí. Ha habido batallas antes de Rhom...—...Y habrá batallas después —dijo Barlhar.El silencio se hizo más pesado.

Page 145: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

145

—Yo digo que sí —prosiguió Barlhar—, acabemos con esos insectos antes de pasar a proyectos más grandes y problemas más serios.

Nadie tomó en cuenta las palabras de Barlhar porque solía fanfarronear, pero Fregha le conocía bien y sabía que nada de lo que salía de su boca era una casualidad. Nada.

—¿Quién puede acaudillar una milicia con ese objetivo? No hemos sido desafiados, no podemos ser nosotros —dijo Mighos.

—Yo me encargaré de eso —anunció Fregha—. Tengo a la persona indicada.

—En cuanto a contar la verdad, es evidente que ese es mi trabajo —dijo Zenihd, dejando caer su lengua bífida.

No hizo falta decir más. Se votó, se dispuso. Aplastarían a Brutha y los suyos, borrarían el rastro de la magia de Whomba. Darían una lección.

Los dioses se marcharon uno a uno. La primera en hacer-lo, apresurada, nerviosa a pesar de haberse salido con la suya, fue Marh. Fregha se acercó a su hijo a la salida.

—Madre —dijo Barlhar.—O eres muy imprudente o muy sabio. ¿Qué sabes que tu

madre ignora?—Soy el dios del Conocimiento, madre. Es mi deber saberlo

todo.—Yo soy la diosa de los Secretos y hasta yo sé que hay normas

infranqueables, nuestro poder no se vuelve hacia los nuestros.Barlhar guardó silencio un segundo, caminó pensativo.—Nuestro poder ya se ha vuelto contra Nur —dijo—. Po-

déis fingir que no habéis roto vuestro pacto, pero lo habéis hecho.—También es tu pacto, hijo. No te permitas el lujo de pensar

que no es así.—Lo que quiero decir, madre, es que ese pacto ya no vale

para nadie. Fregha y Barlhar caminaron en silencio.—¿Has visto a Marh en la reunión? —dijo Fregha.—La he visto.

Page 146: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

146

—¿Qué crees que le pasa? ¿Qué es lo que sabes, hijo?—Solo tengo sospechas, no lo puedo probar, pero... Marh

y Merher crean una criatura para matar a un dios, luego Merher desaparece, Nur muere... y ahora Rhom no viene al Consejo.

—Y Marh está deseando salir de aquí —completó Fregha—. ¿Crees que están tramando algo?

Barlhar miró a su madre con seriedad. Una sombra de duda le recorrió la espalda, sus cabellos se erizaron.

—O eso... o está muerta de miedo —dijo Barlhar—. En cualquier caso, debemos estar atentos.

Page 147: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

147

A Rhom le gustaba llamarlo «el Ministerio». Se ponía un uni-forme, leía estadísticas, se reunía con sus acólitos en torno a una mesa de mármol y miraba pantallas con puntos de colores, pero su mente no estaba allí. A veces soñaba con un río de sangre y se despertaba con el sabor del miedo del enemigo pegado al paladar, la carne quemada y los llantos retumbando aún en sus oídos.

En otras ocasiones se encontraba a sí mismo mirando las vie-jas armas, expuestas en uno de los pasillos del Ministerio como si estuvieran ya muertas. Como despojos de un pasado que se le hacía demasiado cercano todavía. Su martillo de guerra parecía gemir cuando pasaba a su lado y no lo miraba por temor a que el deseo por tenerlo de nuevo en sus manos le volviera loco.

La noticia del regreso de los Malditos le había pillado en me-dio de una reunión de estrategia y le había devuelto una pasión que creía enterrada para siempre. Cerró los ojos y casi pudo escuchar el sonido de los huesos de Gonz al partirse al contacto con su arma. Recordaba el campo de batalla, su torso desnudo dolorido por los

Capítulo XXVIII

RHOM

Page 148: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

148

cortes, con el sudor escociendo las heridas. Un dolor cara a cara, sin distancias. La última batalla de verdad. Y ahora los Malditos volvían a Gulf y lanzaban proclamas y volvían a hablar de magia. Estaba deseando que llegara el Consejo convocado por Fregha para tratar el asunto, casi no podía pensar en ninguna otra cosa.

Barlhar abrió las puertas principales del enorme edificio del Ministerio. El silencio hizo que se le erizaran los pelos del cogote. Había estado allí antes y siempre había tenido la misma sensación: Rhom escondía su deseo de destrucción detrás de un cuidadoso laberinto de paredes de vidrio y acólitos que corrían de un lado a otro como si el mundo fuera a terminarse. Ahora parecía algo muy distinto: una tumba.

Recorrió el pasillo principal con el eco de sus pies en la es-palda. Más de una vez y más de dos se dio la vuelta con el presen-timiento de que algo, o alguien, le estaba observando, pero detrás de él no había nada. solo silencio. Aquello no era una conspiración, podía sentirlo en cada centímetro de su piel y en cada palmo de su cuerpo.

El Ministerio no era un lugar de trabajo, sino su templo. Los acólitos se iban a sus casas, pero él no. El vivía allí, entre mapas, armas y reproducciones en miniatura de sus ejércitos de antaño. Incluso había hecho disecar a Jardum, su montura de otros tiem-pos, muerta antes de la revuelta. La echaba de menos. Fue mientras observaba la imagen disecada de su viejo hombre lobo cuando todo empezó. Escuchó pasos en el interior del lugar y supo que el enemi-go y la muerte se acercaban. Tranquilamente, se ajustó el uniforme

Page 149: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

149

sonriendo. Los pasos se hicieron más intensos y más breves. Era grande. Quizás tanto como él.

Las puertas del despacho saltaron en pedazos llenando el sue-lo de cristales. Las luces dejaron ver un cuerpo de Ebano que son-reía. «La criatura de Merher, lleva su marca», pensó Rhom.

El corazón bombeaba con una emoción antigua. La excita-ción de la incertidumbre le colocó en su lugar favorito, entre la vida y la muerte.

La figura de ébano saltó sobre él.

En los pisos superiores todo estaba completamente destroza-do. Sillas, mesas, cristales. El viento se colaba por la ventana y daba al lugar un aspecto aún más desolado. Al fondo del pasillo estaba el despacho del propio Rhom. Las puertas reventadas, astillas por el suelo. El olor era el mismo de la muerte. Las moscas revoloteaban.

Barlhar estuvo tentado de abandonar, de marcharse de allí. Era evidente lo que había sucedido. Era evidente el resultado y co-nocer el proceso era… pura curiosidad. Pero él era el dios del Co-nocimiento. Su madre era la experta en saber lo que pasaba detrás de las puertas cerradas, pero aquellas puertas estaban abiertas.

A veces le hubiera gustado que existiera un dios por enci-ma de ellos al que poder encomendarse como hacían los huma-nos cuando invocaban el intercambio. Desde cierto punto de vista, ellos estaban más solos que nadie. Aún así, siguió adelante.

Los golpes llovían como piedras. Aquella criatura no había venido a atacar, no quería nada más que la muerte. Era la muerte misma. Rhom resistía sus golpes con las manos y las piernas. Le hizo retroceder una vez, otra. Después la criatura recobraba el te-

Page 150: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

150

rreno perdido. La mesa salió por la ventana, las estanterías cayeron. Rodaron por el suelo como dos amantes y sus cuerpos se

llenaron de pequeños fragmentos de cristal. La sangre humedeció el traje oficial. El dios del pasado apartó a golpes al estadista del presente. La guerra es la vida, la guerra es la forma más alta de he-roísmo. Una patada, dos. La criatura cayó hacia atrás. Se le quedó mirando un segundo. Sacó un puñal alargado, ritual. Rhom supo que ese puñal había sesgado la vida de dioses. Supo que corría pe-ligro y no le importó.

Consiguió apartar a la criatura y corrió hasta el pasillo dónde le esperaba su dulce martillo de guerra. Lo tomó con sus manos como si fueran un solo ser y cargo hacia delante contra la figura. Un grito atravesó el templo vacío.

En la habitación no parecía haber nadie. solo un enorme charco de sangre redondeado. En medio del charco estaba el unifor-me que Rhom solía llevar a los consejos. Un uniforme que Rhom portaba como una armadura, pero a la inversa. Como una coraza para evitar que lo que estaba dentro saliera. Ahora, tendido en el suelo, húmedo de sangre, parecía un guiñapo consumido.

Barlhar entró con toda la precaución que pudo reunir y ca-minó por allí unos segundos. La certeza quería imponerse a la pa-ciencia. Su mente quería saber. Su poder se revolcaba de nervios. Pero Barlhar se resistía a mirar. Se resistía a saber, a pesar de que esa era su misión. Esa era el encargo que su madre le había encomen-dado. Conocer lo sucedido, prepararse, «no dejar que nos pillen por sorpresa».

En el suelo distinguió algo que brillaba. Era una de la me-dallas que Rhom solía portar, se podía distinguir el símbolo que sus acólitos llevaban como ofrenda al dios. Estaba manchado de sangre.

Page 151: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

151

Barlhar supo lo que tenía que hacer. Lo tomó entre sus ma-nos y escudriñó el pasado.

El vigor de los golpes habría movido montañas, retumbaba por los pasillos vacíos, los despachos perdidos de guerras inútiles y estadísticas. Rhom golpeaba con la saña de los ancestros, parecía vencedor. La criatura retrocedía, torpe, inútil, aparentemente sor-prendida ante un enemigo tan fuerte, pero Rhom no terminaba de concretar el golpe definitivo.

De pronto se dio cuenta de algo, con una certeza tan fina como la línea entre la efímera vida y la infinita muerte. Estaba ju-gando con él. Se sintió orgulloso de haberse dado cuenta, de no haberse sometido a la humillación final de pensarse ganador y en-contrarse vencido. Supo también en ese mismo momento que la criatura también lo sabía. Detuvo sus golpes y se dijo «voy a morir ante un gran guerrero».

Nansi se movió con velocidad implacable y desapasionada. El tajo del cuchillo alcanzó a Rhom en las costillas y se extendió ha-cia arriba. La sangre empezó a manar. «La última batalla», pensó un sonriente Rhom. Notó como las fuerzas lo abandonaban mientras la boca se le llenaba de sangre. Miró a los ojos de la criatura, que le devolvió la mirada.

—Soy Nansi —dijo—. La espada que separa. El camino que guía a los vivos hacia los muertos. No sirvo a ningún dios, pues soy el ocaso, la noche eterna.

Rhom cayó muerto al suelo, como un muñeco. Nansi limpió su cuchillo y se arrodilló delicadamente junto al dios. Le abrió la boca y empezó a succionar su aliento vital, lentamente, como un insecto libando de una flor, recogiendo el poder del dios, sintiendo su energía crecer…

Cuando hubo terminado, el cuerpo de Rhom había desapa-recido y solo quedaba el esqueleto de un guerrero, su uniforme.

Page 152: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

152

Nansi fue a salir del edificio pero de pronto se detuvo. Había al-guien más allí.

Barlhar vio como Nansi se daba la vuelta y se acercaba hasta el lugar desde el que se asomaba al pasado. Nansi le miró a los ojos directamente y un terror desconocido hasta ahora para él se apo-deró del dios del Conocimiento. Inmediatamente cortó el flujo de su mirada y volvió a encontrarse en la habitación de Rhom con la insignia del dios en la mano.

Suspiró con cierta ansiedad. Todo había pasado.Barlhar contuvo la respiración.

Page 153: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

153

Nadie se preocupa de los principios. Al principio todo es in-cierto y ni siquiera se percibe como el inicio de algo, sino general-mente como el final de otra cosa, a veces ni siquiera eso. Nadie sabe lo que pasa cuando los ciclos de luna avanzan. Solo los necios se colocan en el centro de la historia.

Por eso la historia de Gulf está enterrada. Porque cuando Celis, Morg y Brutha lanzaron su llamada, nadie sabía lo que pasa-ría después. Nadie podía inmortalizar un acto que era menos que un balbuceo, un desvío en la historia de Whomba. Nadie podía saberlo y por eso nadie lo contó entonces. Pero hoy podemos con-tarlo, gracias a Whorde y a otros como él. Gracias a los textos des-enterrados, las canciones escuchadas, la palabra contada, copiada, transformada.

La memoria de Gulf

Capítulo XXIX

LA SEGUNDA EDAD DE GULF

Page 154: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

154

«Vosotros no lo sabéis porque nadie os lo ha contado, pero en las montañas de Gulf hemos nacido de nuevo. Vosotros no lo sabéis porque sois testigos de una historia de mentiras. No hemos venido a revelaros una verdad olvidada y desconocida, hemos venido a de-ciros que la magia está creciendo en las montañas de Gulf. Que este lugar sin dueño es ahora hogar para la magia, que lo reclamamos para que pueda crecer.

Esta llamada es una pregunta, es una prueba. Sabemos que algo nos pasa, sabemos que después de superar los límites de una pasión anteriormente gobernada -sea el odio, el amor, la risa, la pena- nace en nuestro interior una energía y unas capacidades ante-riormente desconocidas. Sabemos también que quienes hoy habita-mos las montañas de Gulf no somos especiales, somos el resultado de procesos invisibles comunes a todos los lugares de Whomba. La magia no es Gulf, no tiene dueño. Pero es una potencia que no puede ser proscrita.

Por eso Gulf se propone solo como un lugar para la magia. Un lugar para desarrollar esa potencia. Para hacerla crecer»

Primera Carta de la llamada “Segunda Edad de Gulf ”

«Llegué a Gulf por la mañana, tras varios días de viaje. Es-condido, temeroso. Preguntándome aún si venía a buscar algo o simplemente quería escapar de mi familia y mi futuro. No le había contado a nadie nada de lo que había dado en llamar “mi poder”. Me daba miedo incluso convocarlo. A veces escapaba de mi con-trol, sobre todo cuando me podía la vergüenza, lo cual sucedía a menudo.

No sabía lo que me iba a encontrar y lo que encontré supera-ba mis más preciados sueños. Crucé la que luego fue llamada “pri-mera empalizada” y que en ese momento ya estaba prácticamente construida en madera y pintada con los colores de lo que luego

Page 155: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

155

serían las banderas de Gulf. Pensaba encontrarme solo y allí éramos cientos.

Estaban los que construían las primeras casas y los que pre-paraban las empalizadas, quienes orientaban, así lo llamábamos, las aguas cercanas y quienes le explicaban a los recién llegados lo que estaba sucediendo. Había niños y jóvenes, bastantes mujeres. Muy pocos ancianos.

Y estaba Morg. Fue el primero de los tres a quien vi. Ergui-do sobre una montaña, pensativo y ausente. Extraño, quizás, entre todos esos humanos magos que le miraban con miedo al principio y con respeto después.

Tardé casi dos semanas en conocer a Brutha, ahora me resulta casi imposible no haberla visto en su momento, pero el frenesí de la actividad de los primeros días era tal que los días parecían tener más horas. Incluso el cansancio era placentero. Por otro lado, la primera vez que vi a Brutha lo que hizo fue gritarme.»

Diario personal de Thogos de Malparte

«Ante los rumores que recorren Whomba en forma de cartas, llamadas de los gobernadores de las ciudades y balbuceos de los dioses en los oídos de los hombres, el Consejo de Gulf tiene que manifestar:

1.- Que las tierras de Gulf son libres de experimentar la ma-gia, pues no existe prohibición alguna en Whomba para su prácti-ca. Esto es así porque la magia no existía hasta que nosotros dijimos que así era, ¿verdad?

2.- Que el territorio que forma Gulf tiene sus fronteras per-fectamente definidas y se corresponden al territorio que el dios Merher, dios de la Muerte, recibió hace hoy varios cientos de ciclos de luna. En ese tiempo el dios ha desatendido sus funciones y, hasta la fecha, no ha reclamado el terreno que habitamos. Los dioses, en

Page 156: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

156

cualquier caso, no son los dueños del territorio ni de los habitantes de Whomba. Existen en la medida en que les guardamos devoción y respeto, pero no son ni pueden ser, nuestros amos y señores.

3.- En todos nuestros llamamientos anteriores no hemos mencionado ni una sola vez a los dioses menores ni mayores. Quien dice que nuestro objetivo es la destrucción de los mismos, simple y llanamente miente. Insistimos en que nuestro único objetivo es el desarrollo de la magia en Gulf y posteriormente en todo Whomba.

4.- A quienes lanzan acusaciones que relacionan nuestras prácticas mágicas con «las antiguas prácticas de los Malditos» les recordamos que no sabemos quiénes eran esos señores. Que no te-nemos idea de a qué se refieren con la caída de Nasder y que, por definición, uno no puede recordar lo que jamás ha sucedido.

Ahora si nos disculpan, tenemos mucho que hacer.Atentamente: Consejo de Gulf.»

Carta a los gobernadores de Whomba

«WHORDE: ¿Cómo fue tu primer contacto con Thogos? BRUTHA: Si mi memoria no me falla, creo que lo primero

que hice fue gritarle [risas] Me… En realidad no fue culpa suya, sino de Celis. Ella le había visto y había hablado con él y… Celis siempre tenía la capacidad de, no sé, de leer a las personas. El caso es que supo que Thogos sería bueno para su «proyecto personal».

WHORDE: ¿Te refieres al Concilio de conocimiento uni-versal?

BRUTHA: Si, pero entonces no lo llamaba así. No lo llama-ba de ninguna manera, de hecho, no se lo dijo a nadie. Se limitó a coger una de las casas que habíamos construido y mandar allí al po-bre Thogos a preparar el laboratorio de investigación. Yo me enteré y… digamos que con Celis era difícil discutir. [Risas]

WHORDE: ¿Por qué Celis quería poner en marcha el Con-cilio?

Page 157: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

157

BRUTHA: Su argumento era bueno. Decía que si no en-tendíamos cómo funcionaba la magia, terminaríamos siendo tan esclavos de ella como de los dioses.

WHORDE: ¿Te importaría que te preguntara por Morg?BRUTHA: No, por supuesto que no. WHORDE: Él no estaba de acuerdo con Celis, ¿verdad?[Pausa] BRUTHA: Él… no es que no estuviera de acuerdo con ella,

pero creía que si explicábamos la magia iba a… perder su fascina-ción y convertirse en algo técnico, como el uso de una espada o… no sé. Que perdería encanto y que necesitábamos ese encanto y ese misterio.

WHORDE: Debía ser interesante verles discutir a los dos.BRUTHA: No discutían mucho. No tenían paciencia. [Ri-

sas] No, Celis zanjó la discusión bastante rápido. Dijo que nada de lo que pudiéramos descubrir iba a resolver todos los enigmas y que, en cualquier caso, el misterio seguiría siendo igual de grande, porque de lo contrario habríamos perdido la curiosidad. ¡Pero en realidad ella quería demostrar otra cosa!

WHORDE: ¿El qué?BRUTHA: Cuando empecé a gritarle a Thogos ella apareció

y me dijo que qué estaba haciendo. Le expliqué que no podíamos hacer lo que nos diera la gana y me respondió que por qué no. Le dije que… bueno, que eso traería problemas.

WHORDE: Ella quería que os organizarais.BRUTHA: Claro, pero nunca decía las cosas tal cual. Iba por

su propio camino y cuando ibas a meterla en vereda te decía que sin normas para todos ella pensaba hacer lo que le diera la gana.

WHORDE: ¿Así nació el Consejo?BRUTHA: Me gustaría decir que sí, pero lamentablemente

se impuso la necesidad de organizarnos y decidir juntos cuando empezaron los ataques.»

Conversaciones al final de un ciclo. Edit. Craxos

Page 158: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

158

«Las primeras reuniones del Consejo reunían a toda la gente que había en Gulf. Duraban horas y la mayor parte del tiempo la conversación era circular. La palabra iba y venía y no había manera de llevarla a ninguna parte. Morg decía que no le teníamos respeto a la palabra y fue él quién nos enseñó a, como él decía, “domarla”. Todo el mundo respetaba mucho a Morg.

Celis era la más propositiva, a veces se atropellaba al hablar, otras era contundente y directa. Te miraba fijamente a los ojos y sentías como te atravesaba. La gente decía que estaba loca, pero yo creía y sigo creyendo que era brillante.

Ojala hubiéramos tenido tiempo para que el Consejo se de-sarrollara más, pero en seguida nos dimos cuenta de que los dioses, simplemente, no iban a permitir nuestra existencia.»

Diario personal de Thogos de Malparte

Page 159: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

159

A sus agujeros, nidos y madrigueras se dirigían todos los ani-males del bosque de Malparte. Era medianoche y en las copas de los viejísimos y gigantescos árboles rugía un viento tempestuoso. Los troncos, gruesos como torres, rechinaban y gemían. Todo Whomba parecía anunciar tormenta. Toda la tierra parecía contener la respi-ración esa noche.

En medio de un claro, rodeados de cedros oscuros y abetos que se curvaban sobre el cielo, haciendo del bosque casi una ca-verna, estaban ellos: cuatro dioses menores venidos de los cuatro puntos cardinales de Whomba.

Desde el Norte, tan grande como dos humanos, los cuernos retorcidos sobre la cabeza, aparentemente tranquilo. Una protec-ción de cuero sobre el pecho, las pezuñas grandes como piedras. Le llamaban «el Carnero», era Mur, uno de los dioses de la Abun-dancia.

Capítulo XXX

WHOMBA EN PELIGRO

Page 160: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

160

Desde el Este, una niña de cabellos dorados recogidos en una coleta. Ojos color avellana, piel blanca como la harina. Sin embar-go, cuando pasaba cerca de un humano mortal, éste olía a vejez y desinfectante. La llamaban «la Dama», era Alyax, diosa de la Salud.

Desde el Oeste, con su sombrero tradicional de paja, vestido como un campesino, desapercibido y discreto, casi silencioso, los ojos vendados con una tela blanca y un miserable bastón. Yheon, dios de la Cosecha. Conocido como «el Ciego».

Desde el Sur, sentado en posición de reposo, con la barba hirsuta y el pelo negro, los ojos oscuros, el rostro pintado de color azul en contraste con la piel oscura. Un anciano flaco pero lleno de vigor y sabiduría. Los pies descalzos, un librito de hojas de papel de seda en las manos. Era Lengren, dios de los Números. Le llamaban «el Astrólogo».

Cubiertos con mantas, protegidos del frío. Al abrigo de una fogata que se apagaría con la primera lluvia. Asustados.

—Son malos tiempos —murmuró Alyax soplándose la ma-nos.

—Serán peores —murmuró Yheon mirando al infinito—, lo noto en los huesos.

—No tiene por qué, no tiene por qué —Mur era el que más asustado estaba de todos—. Puede que las cosas se solucionen.

El silencio que siguió a sus palabras se fue haciendo espeso. Las cosas no iban a mejorar.

—Dicen que los Malditos han vuelto, que quienes atacaron el templo de Across y Efna se alzan de nuevo. Que han recuperado la magia y que quieren venganza por lo que les hicimos —dijo Alyax.

—Nosotros no... no les hicimos nada, ni siquiera nos pre-guntaron. No... no es justo —Mur tartamudeaba por el frío y mi-raba al fuego, como si estuviera hablando solo.

—Mienten —dijo Lengren—. Mienten como hicieron en-tonces. Esos humanos no saben nada del templo de Nasder, nadie lo recuerda ya. No quieren venganza, quieren vivir.

—¿Y la magia? —dijo Alyax—. ¿Nos la han quitado?

Page 161: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 162: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

162

—La magia —insistió Lengren— como el tiempo, la lluvia, la cosecha o el alimento, no tiene dueño, pero al contrario que éstos, tampoco se agota, ni se pierde cuando se usa, ni se muere si otro la tiene, crece como crece el fuego mientras tenga oxígeno… y esos humanos son su oxígeno ahora. La magia no es nuestra, quizás eres demasiado pequeña para saberlo.

—No son los Malditos de quien yo estaba hablando —dijo Yheon.

El silencio volvió al grupo. Hablaban de los Malditos para ahuyentar sus pensamientos más oscuros. Un trueno se escuchó a ciertas distancia. La tormenta se acercaba. El bosque gimió con sus árboles, sus hojas secas y sus animales.

—Todos lo hemos sentido —dijo Yheon— y las noticias que se escuchan no dan esperanza. Alguien… o algo, ha matado a Rhom.

—Quizás —insistió Mur— haya sido algo de... ellos. Quie-ro decir, que siempre andan con sus peleas y sus puñaladas por la espalda.

—No se matan —dijo Lengren—, no se pueden matar. No-sotros tampoco podemos.

—Ni morir —dijo Alyax.De pronto, Alyax sintió una sensación de pánico, un bloqueo

mental. Se sacudió el cuerpo con un escalofrío.—Algo va muy mal. Si no... ¿a qué esta reunión? ¿En este

lugar? —Yheon miró hacia atrás, inquieto. —¿Y quién nos convoca? —Alyax se puso en pie y caminó

alrededor del fuego.—No... ¿no creeréis que se trata de una trampa? ¿No? Oh,

por favor. Soy demasiado joven para morir —dijo Mur.Todos los demás se miraron y rompieron a reír. La risa rebajó

su tensión.—Sí, bueno, lleváis razón, soy bastante viejo. Es verdad,

pero... ya me entendéis. —No parece una trampa —dijo Alyax mirando hacia el inte-

rior del bosque—. ¿Quién querría tendernos una trampa a nosotros

Page 163: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

163

cuatro? ¿Y para qué? De entre las sombras apareció una figura. Ninguno de los

cuatro había reparado en ella hasta ese momento, llevaba una capa de color verde oscuro, que se confundía con los colores del bosque, más por la noche. Quién sabe cuánto tiempo llevaría ahí.

—Para sobrevivir —dijo la figura.Mur dio un respingo que a punto estuvo de apagar el fue-

go, Alyax se mantuvo en su posición original, pero tanto Lengren como Yheon se colocaron en posición de combate. Lengren mate-rializó de la nada una espada curva y Yheon sacudió su bastón en el aire y, con el sonido del metal cortando el viento, se convirtió en una espada.

El recién llegado extendió sus brazos en señal de paz.—Habíamos dicho sin armas —dijo—. No voy a haceros

daño. Esto no es una trampa. —Descúbrete, entonces —dijo Lengren.La figura se despojó de la capucha. Los cuatro reconocieron

inmediatamente a Mighos, el dios del Tiempo, uno de los dioses mayores, con voz y voto en el Consejo. Al verle, lejos de tranqui-lizarse, se echaron a temblar. Mur reclinó la cabeza en señal de respeto. Lengren y Yheon guardaron de inmediato sus armas. Fue Alyax, nerviosa e infantil, la primera en hablar.

—Dios Mighos, ¿has convocado tú ésta reunión? ¿Por qué el secreto? ¿Por qué aquí?

—Porque es necesario, Alyax. Tanto como vuestra promesa de que mantendréis el secreto. Se acercan tiempos muy duros.

Mighos se sentó en el círculo; en su presencia, el fuego pare-cía crecer y calentar más.

—¿Qué es lo que está pasando? —dijo Mur.—Dioses menores, el Consejo va a traicionaros. No solo a

vosotros cuatro, a todos los menores. Los cuatro dioses se miraron en silencio. Mighos prosiguió.—Sois la carnaza de una bestia llena de hambre. —¿Hambre? —dijo Lengren.—Hambre de poder. Una criatura creada para preservar los

Page 164: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

164

antiguos pactos y que hoy amenaza todo Whomba. El Consejo pla-nea entregaros a ella.

—¿Por qué nos cuentas ésto? —dijo Mur—. ¿Cómo... cómo sabemos que no es una nueva trampa?

—No lo sabéis.—¿Y por qué debemos confiar en ti? —dijo Yheon.Mighos puso su mirada en el fuego y, de entre las llamas, se

materializó una imagen: una playa llena de barcos, hombres y mu-jeres de Whomba mirando a la orilla.

—Porque soy el dios del Tiempo. Yo ya sé lo que va a pasar.Un trueno quebró el silencio. La lluvia irrumpió en tromba

en el bosque de Malparte. El fuego se apagó. La tormenta había llegado.

Page 165: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

165

Las últimas horas de oscuridad se iluminan con las brasas de las antorchas. El silencio no es tal, pues se completa con la respi-ración acompasada de los guardias. Los estandartes de Gulf caen largos como pancartas del pasado sobre la empalizada. Improvisa-dos, sin un dibujo claro ni una sola mano. Banderas sin un color uniforme, mensajes como gritos a la nada.

Brutha observa la oscuridad, repasa cada risco al fondo del valle, cada piedra. Se da cuenta de que le sudan las manos de apre-tar su arma, un reflejo inconsciente. Le duele la espalda. No ha dor-mido. ¿Cuántos días hace que no duerme? No puede despistarse, ninguno de ellos puede. Su cielo está vacío, no hay nadie a quien encomendarse. sólo están ellos.

Un ruido a su espalda la libera de su concentración. Es Tho-gos. Viene con una taza de café caliente cuyo aroma percibe cada guardia de la empalizada y la propia Brutha.

Capítulo XXXI

EMPALIZADAS

Page 166: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

166

—Celis me ha dicho que te suba esto —dice Thogos. Se lo entrega y él mismo se queda mirando al otro lado de la

empalizada. Un escalofrío de miedo le recorre la espalda. —¿Has dormido? —le pregunta a Brutha.—Ya dormiré —dice ella. Luego le mira y él está mirando al

otro lado. Brutha vuelve la cabeza hacia el valle más allá de la em-palizada y sólo entonces Thogos la vuelve a mirar. Brutha, aunque está cansada, sonríe y, aunque aún es de noche, sabe que Thogos tiene las mejillas rojas de vergüenza.

Es agradable dispersar la mente unos segundos, aunque solo sea un momento, pero en seguida se da cuenta de que si se relaja, el cansancio aflora. Thogos lo nota también.

—¿Crees que funcionará? ¿Crees que lo conseguiremos? —dice el muchacho.

—Es lo que ha decidido el Consejo.Brutha no quiere juzgar la decisión. Ha decidido no hacerlo

para protegerse. El plan inicial fue suyo, pero no se trata de eso. Se repite mil veces que si todo sale mal, al menos lo habrán decidido entre todos. Si hay que morir, si van a morir, que por lo menos sea por algo que sea enteramente suyo.

—¿Vosotros qué tal vais? —le pregunta Brutha a Thogos.—Vamos —dice éste—. Celis dice que sólo necesitamos tres

ciclos de luna más.Los dos sonríen, les entra la risa. Saben que es imposible.El sol sale a su espalda, lentamente, llenando el valle de luz,

haciendo inútiles las antorchas que van apagándose una a una. Brutha se sube a una de las almenas de la empalizada principal y sacude un pañuelo de color rojo. Desde el otro lado de la empali-zada otro pañuelo del mismo color devuelve la señal. Es Morg. Allí tampoco han visto nada.

Brutha repasa de nuevo las fuerzas con las que cuentan. Es un ejercicio que hace varias veces al día, intenta imaginar posibilidades alternas, errores que se le hayan pasado. Se siente atrapada y sabe que el resto se siente también así. Con la magia todo es posible, has-ta entonces siempre ha sido posible. Imaginaban algo, que movían

Page 167: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

167

un río o que curaban a alguien, e iban probando hasta conseguir, si no el resultado completo, al menos un acercamiento. Celis aparecía cada día con ideas nuevas, todo el mundo aportaba propuestas, mejoraba las anteriores, parecían beber de una fuente infinita. Pero ahora sabían que su problema era concreto, material. La milicia que iba hacia allí iba a destruirles, ese era el objetivo. El enfrentamiento solo era evitable si se iban de allí, pero ¿irse a dónde? Los seguirían persiguiendo, se dispersarían, la magia desaparecería. Y luego esta-ba el argumento de Morg. Para Morg, como para Celis, Gulf era un lugar que ahora tenía una vida. Esa vida había que defenderla, no podían abandonar el lugar a su suerte, dejarlo morir. Brutha estaba de acuerdo, pero miraba a su alrededor y no veía guerreros.

De ahí el plan. De ahí el riesgo. —Deberíamos hacer una fiesta —dijo Brutha.Thogos la miró con absoluta incredulidad, casi nervioso.—¿Qué celebraríamos? —dijo—. Quiero decir... ¿te parece

el mejor momento?—La gente está nerviosa, sienten que van a morir —Brutha

tenía que decir esas palabras en voz alta—. Se merecen que esa ten-sión se convierta en alegría.

—Tendría cierta gracia que llegaran y nos encontraran en medio de una fiesta salvaje, borrachos, bailando. Contentos —dijo Thogos, que por otro lado sentía un pudor infinito ante semejante posibilidad.

—Confirmaría todas sus sospechas: «Demonios fornicado-res». «Los encontramos vejando a una cabra».

Los dos rompieron a reír de nuevo, esta vez más fuerte. Tho-gos liberando la timidez, Brutha la tensión. Rieron y rieron, la risa hizo eco en las paredes de la empalizada. Los habitantes de Gulf que estaban en el interior escucharon la risa y, sin hacerse demasia-das preguntas, se alegraron también. Hacía demasiado tiempo que no se escuchaba reír.

Brutha y Thogos fueron calmándose y recuperaron la com-postura. Brutha volvió a mirar al valle, guardó silencio. Se llevó el café a los labios y pegó un buen trago. Celis lo había hechizado, era

Page 168: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

168

más reconstituyente que el café.—Si sobrevivimos a esto, creo que deberíamos acostarnos

juntos —dijo Brutha—. Me gustaría compartir mi cama contigo.A Thogos se le cayeron las gafas al suelo. Imaginó que no

había oído lo que había oído. —Que... ¿por qué?Brutha seguía sin mirarle.—Porque te gusto y tú me gustas a mí, ¿no te parece un mo-

tivo lo suficientemente importante? —la chica, esta vez sí, apartó la mirada de la empalizada y le miró a los ojos.

—Eh... Bueno, como... como científico que soy es, es un experimento que estaría dispuesto a... a realizar. Si salimos de ésta.

Brutha le sonrió. Llevaba semanas deseando decirle algo así. Sabía que aquello no era el amor, pero lo que en su día había lla-mado amor resultó ser la trampa de un dios. Una cárcel. Quizás se estaba vengando del dios Parhem, quizás era una forma de desafío minúscula, personal, que nadie más sabría. Pero para Brutha signi-ficaba que se podía sentir de otra manera. A la suya.

—Por otro lado —dijo Thogos— la condición me parece injusta. Es evidente que no vamos a sobrevivir.

—En eso llevas razón —contestó Brutha. No hizo falta que esa vez se miraran. Los dos miraban al valle con gesto desafiante. Si había que vivir por algo, maldita sea, aquel era un gran motivo.

Estuvieron en silencio unos minutos, hasta que lo escucha-ron. El sonido que ponía punto final a la tensión y que cerraba la calma. El sonido de la guerra y la batalla. El sonido de pies mar-chando, de caballos trotando. El sonido de la guerra. Brutha miró a Thogos, que salió corriendo empalizada abajo, hacia los puestos de guardia inferiores, a dar la alarma. En el lado de la empalizada vigilado por Morg sonó una campana.

«Yo también lo he visto», pensó Brutha.Los guardias empezaron a correr y a ponerse en formación.

Brutha ascendió hasta el campanario de su flanco y golpeó con fuerza la campana. El sonido atravesó Gulf. Supo que abajo la gente empezaba a prepararse. Salió corriendo y volvió a su puesto. Aún

Page 169: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

169

no se les veía desde su posición, pero el sonido se iba haciendo más intenso. Miró a su espalda, a su hogar, verde, resplandeciente. Vio a la gente correr a sus posiciones, vio a Celis y su brigada ascender por la colina sur tal y como lo tenían ensayado. Y gritó. Gritó como había escuchado a Morg gritar en alguna ocasión, desde la tripa. Con rabia y emoción. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—¡Por la magia! —dijo. La empalizada vibró cuando las gargantas de todos los guar-

dias respondieron a su grito. —¡Por la magia! —dijeron. Al otro lado, Morg gruñó con toda la fuerza de sus poderosos

pulmones.—¡Por Gulf!Y en ese momento, Brutha vio la primera fila de la milicia.

A pie, con armadura de color blanco nácar, casco de guerra con el símbolo de Whomba, capitana de las fuerzas de los dioses, estaba Loona, su maestra. Había venido a destruirles.

Page 170: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

170

Loona miró por la ventana hacia la inmensidad blanca de las llanuras heladas de Lórimar. Un desierto de nieve y frío, vestigio de otras épocas enterradas por el tiempo. Perdió la mirada a través de las ruinas de los edificios que emergían de tanto en tanto, como animales de vidrio y cristal luchando por salir a la superficie. Estuvo así durante horas hasta que uno de los ayudantes del templo vino a llamarla. Fregha la estaba esperando.

Era una noticia inesperada. Loona hacía mucho tiempo que no veía a la diosa porque, si bien su templo estaba ubicado en el mismo lugar que la academia en la que Loona entrenaba a los as-pirantes a negociador, a la propia Fregha no se la veía más que una vez: el día en el que como negociador ya licenciado visitabas a la diosa y ella te hablaba de tu futuro y te contaba un secreto. Aparte de eso no había más posibilidades de verla.

Solo que Loona la había visto ya cuatro veces en su vida. La primera, cuando fue a su encuentro siendo una negociadora y la diosa le reveló su futuro. No debería haberla visto más, pero hubo

Capítulo XXXII

GRANOS DE ARENA

Page 171: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

171

una segunda vez, en el bosque de Malparte, a los pocos años. Y una tercera, cuando le hizo llegar una petición de los dioses que se convirtió en misión y martirio: la caza de los Cuatro de Gulf. Se habían visto una última vez hacía ya muchos años, cuando Fregha la castigó por su fracaso con los Malditos de Gulf.

Ese día, Fregha le arrebató su juventud y la convirtió en la anciana que era, pero también fue justa y le entrego una bendición: convertiste en guardiana de Lórimar y entrenadora de las siguientes generaciones de negociadores. La responsabilidad en la que había depositado todas sus horas de vida desde entonces, en ese lugar donde no había vida para nada más que la nieve y el recuerdo. Allí, vieja y ajena al mundo, entrenaba a los suyos. Les enseñaba a lu-char, les enseñaba cómo atraer a los dioses, cómo negociar con ellos para servir a los hombres. Les explicaba la historia tal y como a ella se la enseñaron. Callaba, sin embargo, algunos secretos.

Bajó al patio principal del templo de Fregha y le sorprendió ver no solo que la diosa parecía estar esperándola ya, sino que, por las ropas que llevaba, lo más probable es que acabara de llegar de algún viaje. ¿A qué tanta prisa? El corazón le dio un vuelco, la an-gustia se le agarró a los huesos. Malas noticias, seguro.

A pesar del tiempo transcurrido sin verse, las viejas sensa-ciones que Loona asociaba a Fregha volvieron a adueñarse de su espíritu como si nunca se hubieran ido. A la angustia le siguió una sensación inexplicable de culpabilidad. Ella había obedecido el úni-co mandato que Fregha le había encomendado. Había ido a buscar a Brutha, la niña que Fregha le entregó y le había dicho a sus padres (que en realidad no eran sus padres) que esa niña era una elegida. Así había hecho con la propia Brutha. Sin hacer ninguna pregunta, confiando y llegando a creer que aquello era verdad.

Brutha había abandonado el templo hacía ya tiempo. Loona no sabía si aquella profecía era cierta o un capricho de los dioses, pero era el único vínculo que la unía con Fregha y, al verla, sintió que quizás había vuelto a fallar.

Al verla corriendo por el patio, Fregha no espero más y se in-ternó en el templo. Loona la siguió por los inmensos pasillos llenos

Page 172: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

172

de espejos, desde los que decían que Fregha espiaba las vidas de los hombres y las mujeres de Whomba, hasta una de las salas prin-cipales. Allí la propia Fregha se detuvo y miró a la vieja cazadora directamente. Loona se paró también. La pose altanera y distante de Fregha se deshizo.

—Descansa, guardiana de Lórimar, vengo a pedirte un favor —dijo Fregha.

Loona no entendía nada, ¿a qué podría referirse?—¿Un favor, mi señora? —dijo Loona. Una vieja voluntad

indomable, ya casi destruida, se abrió paso hasta su boca—. No es así como funciona. Los negociadores no sirven a los dioses, sino a Whomba.

—No es un favor para mí —continuó Fregha—. Es un favor para todos nosotros.

Loona dejó que Fregha hablara. Silenció su terquedad espe-rando que después no volviera a aparecérsele, pero esta vez en sue-ños. Como las noches en las que se despertaba sudando en medio de la cama, con la hiel helada y las sábanas pegadas al cuerpo como si fuera un fantasma.

—Loona, los malditos vuelven a asolar Whomba. No aque-llos Malditos que enviamos con tu ayuda al Olvido y la muerte, sino descendientes de estos.

Un escalofrío recorrió a la negociadora como un calambre. —¿Y qué quieren esta vez? —dijo Loona algo inquieta.—Han tomado Gulf y amenazan con destruirnos. Usan ma-

gia prohibida contra nosotros.Fregha no tenía que hacer énfasis en palabra alguna, para

Loona todo era la segunda vuelta de la primera parte de su vida. Como las ondas que hace el agua cuando alguien tira una piedra a un río, extendiéndose como ecos imparables. Malditos de nuevo, otra vez en Gulf. Se había mantenido ajena a todo aquello muchos años.

—¿Y qué puedo hacer yo? Tuve esa tarea en una ocasión y fallé.

Page 173: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

173

Fregha se quedó en silencio durante un rato, que a Loona se le hizo eterno.

—Brutha está con ellos. Era la palabra que faltaba. Loona intentó repasar su entrena-

miento una y otra vez, intentando identificar en qué había fallado, cuándo pudo escapársele el detalle que había convertido a Brutha en una traidora a los suyos. Se odió a si misma por errores que no era capaz de identificar y, en seguida, casi sin tener tiempo para pasar de una sensación a otra, notó cómo el rencor crecía en su ser.

—No te tortures, no ha sido culpa tuya. Tú la entrenaste bien. Tan bien que ahora es la líder militar de un ejército rebelde que pronto se va a extender por todo Whomba. ¿Sabes quién la acompaña?

—Supongo que Morg —dijo Loona sin mucha convic-ción—. Eran inseparables.

—Celis.La había visto una vez en su vida, siguió sus pasos durante

mucho tiempo, a ella y a los otros cuatro. Pero solo la había visto una vez. Asustada, mirando al suelo, al cadáver de Xebra, el mucha-cho que la propia Loona acababa de ejecutar. Fueron tan solo unos segundos. Era una niña.

—¿Cuántos años tiene? —dijo Loona sin pensar demasiado.Fregha caminó por la sala, mirando a la nada, deleitándose

con la situación. Loona casi podía verla sonriendo detrás de la más-cara de tela que siempre llevaba.

—Es curioso que me preguntes eso— dijo Fregha—. ¿Quie-res saber un secreto?

Loona se maldijo por su curiosidad, por enredarse en los jue-gos de los dioses. Tocó una cadenita que llevaba al cuello, una cade-na con una llave. Hacía mucho tiempo que no tocaba esa cadena. Sintió como la lengua se le secaba. Asintió.

—Es solo un poco mayor de lo que tú eras la última vez que hablamos. Un poco mayor que Brutha. Creemos que ha viajado al Olvido, a buscar a los suyos. El tiempo ha pasado más despacio por ella.

Page 174: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

174

Casi había cantado las palabras. Loona sintió cómo se le ace-leraba el ritmo cardíaco.

—¿Qué es lo que quieres que haga yo? —dijo.—Queremos que juntes una milicia. Los mejores de los tu-

yos más aquellos que solicites de otros lugares. Queremos que seas la guardiana de todo Whomba, no solo de Lórimar. Queremos que acabes con ellos.

Una vez más la sangre, una vez más mirar a los ojos de aque-llos a quien quieres y cerrárselos. Una vez más traición y... ¿otra derrota?

—Soy vieja, Fregha. Tú me hiciste así —lo dijo sin repro-ches—. He sido quien ha formado a los negociadores desde hace años.

—Y la paz se ha mantenido hasta ahora gracias a ti. Los hu-manos pedían, nosotros dábamos. Pero ahora se ha roto el equili-brio, Loona. Hay que defender la paz.

Una guerra para una paz. Otra guerra, para la misma paz. —No quiero enfrentarme a Brutha. No es buena idea, llévate

a alguno de mis negociadores. Yo misma elegiré quién y le indicaré cómo andar a la batalla, pero no me hagas ir allí. No me hagas en-frentarme a ella.

—Sé por qué no quieres luchar con tu discípula, pero es por ese motivo por el que te necesito allí.

Loona suspiró angustiada.—Si voy, venceré. Yo sé cómo voy a morir, tú me lo dijiste

—Loona se acercó a la diosa—. Sé que mi muerte está muy lejos de Gulf. No quiero matar a Brutha, la he criado desde que era una niña.

—¡Y dónde está ahora esa niña! ¡Dónde está el respeto que te debe! ¿Qué ha sido de eso? ¿Qué hay de tu nombre? ¿Qué hay de tu recuerdo?

Loona guardó silencio. La mujer a la que Fregha estaba ape-lando había muerto hacía mucho tiempo; aquella capaz de mirar a los ojos de un niño y apretar el gatillo de un arma estaba enterrada bajo los restos de pellejo de su viejo cuerpo. Como los granos de

Page 175: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

175

arena de un reloj entierran el tiempo, como la nieve de Lórimar sobre los edificios. Esa mujer ya no existía.

—Si lo haces —dijo Fregha— te devolveré tu juventud. Ten-drás de vuelta todos los años que has perdido. Vivirás de nuevo.

Loona notó cómo los ojos se le humedecían y se llevó la mano a la cara; se secó tapándose a la vez el rostro, en un gesto de vergüenza. Despojo humano de piel y huesos, traído de nuevo desde la tumba.

—Está bien —dijo Loona—. Jura por el pacto y los secretos que si termino con los malditos en Gulf volveré a tener mi vida y mi tiempo. Sin trucos.

—Sin trucos —dijo Fregha—. Lo juro por los pactos, lo juro por el orden y por la palabra.

—Necesitaré un arma. Un arma como la que me disteis en Malparte. Un arma como la que yo misma le entregué a Brutha cuando se marchó.

—Tu rifle te está esperando en tu habitación —dijo Fregha.Loona se dio cuenta entonces de que, como tantas otras veces

con los dioses, la conversación, la decisión y la libertad no eran más que un teatro de sombras para quienes ya saben lo que va a suceder y lo determinan. La acción avanza siempre conforme a un plan. Lejos de enfadarse se sintió en calma. Las decisiones son más fáciles de tomar cuando a uno no le pertenecen por completo.

Efectivamente, al llegar a la habitación, un fusil de nácar, como aquel que ella misma había empuñado en tiempos, estaba sobre la mesa. Lo cogió con sus manos ya ancianas y apuntó. Sintió el poder de los dioses a través de su cuerpo, como un vehículo para su expresión. Rifle y soldado, ejecutor y muerte. Ese rifle no falla-ría jamás un disparo. Ella no moriría en Gulf. Los malditos serían derrotados.

Se llevó la mano al cuello y cogió la cadenita. Al final de la misma había una llave. Cogió la llave y, con ansiedad poco disimu-lada, se acercó a una vieja caja de madera y la abrió con cuidado. En el interior había una botella de licor. Una botella corriente. Loona quitó la tapa de corcho y dejó que el olor impregnara sus fosas na-

Page 176: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

176

sales. Se llevó la botella a la boca y se emborrachó por primera vez en mucho tiempo.

Fuera, los edificios de vidrio y cristal eran sepultados por la nieve, como los granos de arena sepultan el tiempo en el interior de los relojes.

Page 177: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

177

Brutha iba al frente; a su derecha Morg, sin armadura ni pro-tecciones de ningún tipo. Detrás de ellos, a unos quinientos metros, la guardia de Gulf, apenas doscientos jóvenes, la mayor parte sin ex-periencia militar previa. Apelotonados en las inmediaciones de la em-palizada. Armados con espadas, lanzas, arcos, alguna pistola. Firmes en su convicción, pero llenos de miedo.

Loona se adelantó también. A su espalda, la milicia creada para defender Whomba. La mayor parte de ellos formados por la propia Loona en Lórimar: negociadores. Otros venidos de los lugares más diversos del continente. Enviados como soldados de fortuna, como muestra de respeto a los dioses o por convicción, contra los rebeldes de Gulf. Pertrechados tras sus armaduras, sus uniformes, armados y perfectamente organizados.

Brutha le indicó a Morg que se quedara un poco atrasado. Esa conversación quería tenerla sola. Morg aceptó con un gemido serio. No apartó los ojos de Loona. No miró atrás. Brutha avanzó en soli-

Capítulo XXXIII

A LOS OJOS DE WHOMBA

Page 178: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

178

tario. Hacía calor. La armadura blanca de Loona absorbía los rayos del sol. Llevaba una escopeta similar a la de la propia Brutha, regalo de los dioses. Y era más alta que ella. Orgullosa, mirando al frente, con el pelo blanco cayéndole a los lados del casco. Brutha no reco-noció en ella a la anciana que le había enseñado todo lo que sabía. Era otra persona, más fría, más firme, más peligrosa.

Brutha tragó saliva. Empezaba el baile. —Estas tierras —dijo Loona— pertenecen al dios Merher y

la magia que practicáis va contra el pacto.Brutha se quedó mirándola, torciendo un poco la cabeza. —Hola, Loona —dijo Brutha.—No me hables como a una igual. Tú y yo ya no tenemos

relación alguna.Loona habló de forma pausada, sin apasionarse. Las palabras

casi salían muertas de su boca.—Las tierras que vienes a defender no pertenecen a dios al-

guno, los hombres y mujeres de Whomba son libres de asentarse donde quieran. En cuanto al pacto al que haces referencia, tendrás que recordármelo, porque yo no conozco ninguno.

Brutha intentó parecer relajada. La espalda, mientras tanto, se le poblaba de un sudor intenso, fruto de los nervios.

—El intercambio —dijo Loona—. La magia es asunto de los dioses. Ha sido así siempre. Y así debe ser.

—¿Por qué? —dijo Brutha.Se hizo el silencio. Las dos se miraron. —Podemos resolver esto ahora —dijo Loona— tú y yo. Sin

que haya más derramamiento de sangre que ese. Si me vences, los míos se irán. Si yo te venzo a ti, los tuyos tendrán que irse.

Brutha bajó la cabeza un segundo. Era un precio que estaba dispuesta a pagar. Terminar allí las dos, una contra la otra. Un tajo, dos. El futuro decidido sin drama. Pero ella no era quién para deci-dir nada, ni tampoco era ese el plan.

—Las dos sabemos que eso es imposible. Tú no has venido aquí por tu propia voluntad, sino como enviada de los dioses. ¿Iban a aceptar ellos el resultado del combate? Y en cuanto a mí, yo no

Page 179: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

179

soy su líder, Loona. Si yo caigo en combate, otra persona tomará mi lugar.

Se volvió a hacer el silencio. Loona no podía evitar ver las constantes muestras de desprecio y orgullo que le lanzaba su an-tigua alumna. No se daba cuenta de que estaba intentando evitar una masacre.

—Abandonad este lugar y cesad la práctica de la magia.—Un pez no puede dejar de nadar y nosotros no podemos

dejar de respirar.La impaciencia de Loona era mala señal. Brutha giró su cabe-

za un segundo en dirección a Morg. Loona percibió el movimiento.—¿Estas intentando ganar tiempo? ¿Tiempo para qué? —

dijo Loona.Dio un paso al frente, desafiante. Brutha, instintivamente,

se llevó la mano a la espada. Morg avanzo. La milicia tras Loona se puso en guardia. La joven guardia de Gulf se apiñó un poco más. Pero Brutha apartó en seguida la mano de la espada.

—No —dijo.Loona frenó en seco.—¿Aún no lo has entendido, verdad? —dijo Brutha. Morg

estaba detrás de ella como una montaña. —Tú crees que estamos aquí peleando por unos kilómetros de tierra. Crees que tu milicia puede aplastarnos. Crees que tienes poder. Pero no tienes nada.

Brutha se llevó la mano a los labios confiando en que todo hubiera ido bien. En que el plan estuviera en marcha. En que nada hubiera fallado. Silbó con toda la potencia de la que fueron capaces sus pulmones. Silbó mientras se iba echando hacia atrás.

—¿Queréis matarnos? —dijo Morg—. Venid a por nosotros. La guardia de Gulf se abrió a ambos lados del valle, dejando

un enorme hueco en el centro. La empalizada, de pronto, empezó a desdibujarse, como si perdiera materia, como si, de hecho, nun-ca hubiera estado allí. A los pocos segundos había desaparecido. Detrás de ella, una multitud de hombres y mujeres, de niños y ancianos, esperaba.

Page 180: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

180

Loona vio a toda la población de Gulf situada tras la empa-lizada desaparecida y sintió que algo estaba yendo especialmente mal. ¿Qué pretendían?

La gente de Gulf avanzó lentamente, en silencio, compacta. Los guardias de Gulf se colocaron en sus flancos primero y, pos-teriormente, detrás. Loona dio la señal de avance y la milicia se acercó al grupo con lentitud marcial. Loona no entendía la ma-niobra de su discípula. ¿Ese era su ejercito? Los pasos de la milicia retumbaban en el valle.

Brutha y Morg estaban situados detrás. Con los otros gue-rreros.

—¿Sabemos algo de Celis? —dijo.—Todavía nada —quien hablaba era un joven de pelo pajizo,

casi un niño.Brutha miró a Morg. Estaban mandando a los suyos al ma-

tadero.—Saldrá bien —dijo Morg.A unos metros de la primera fila del grupo de Gulf que pro-

tegía el valle, Loona detuvo a los suyos. —¡Rebeldes de Gulf! —dijo—. ¡Retiraos! Se hizo el silencio.—¡Soy la enviada de los poderes de Whomba! ¡No tenéis po-

testad sobre este territorio! Preparaos para...En ese momento, de una montaña situada en la zona sur del

valle surgió un destello. Un brillo azul que se extendía hacia el cielo. Loona lo vio y sintió un miedo irracional. Los milicianos sacaron las armas. Las gentes de Gulf, mirando al cielo, contuvieron la res-piración.

—Son Celis y Thogos —dijo Brutha—. Lo han conseguido. El rayo inicial se fue extendiendo por el valle como una pe-

lícula de seda azul transparente. Loona dio la voz de alarma. Sus soldados se prepararon. Desde las filas de atrás de Gulf empezaron a pasar hacia delante escudos y máscaras. Las primeras filas los aga-rraron. Brutha se subió al lado derecho de la colina.

Page 181: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

181

—¡Loona! —dijo— Detén la milicia. Deténla por tu propio bien. Lo que ves en el cielo no es un arma.

Loona se concentró en dirigir a los suyos. En no escuchar la voz de Brutha, pero algunos de sus hombres ya lo estaban haciendo.

—Esa luz que ves es magia. Magia proyectada desde aquí a distintos puntos de Whomba.

En ese momento, Loona comprendió lo que estaba sucedien-do y levantó la mano. Todos se detuvieron. Inmediatamente, las primeras filas pasaron hacia atrás los escudos y máscaras. Las prime-ras filas los agarraron. Brutha se subió al lado derecho de la colina.

—¡Podéis venir y matarnos a todos! ¡Podéis destruir Gulf! Pero tendréis que hacerlo a los ojos de Whomba. No en silencio. No en la oscuridad en la que los dioses arman el mundo. Podemos morir, pero no seremos cómplices de una mentira.

Les estaban viendo. En Ghizan, en las llanuras de Garm, en el archipiélago de Kraal. En todas partes. Verían a los negociadores masacrar a una multitud desarmada y hacerlo en nombre de los dioses. Los que escaparan de allí encontrarían afines por todas par-tes. Loona miró a Brutha, que la miraba sonriente. Sintió la furia y la rabia crecer en su interior y hacerse fuertes. Sintió el odio.

Miró a la izquierda y vio a Gerlem, uno de sus lugartenientes.—Nos retiramos hasta nueva orden.—¿Mi señora?—Nos retiramos... Pero Gerlem, rodea Gulf por los cuatro

costados. Que no entre ni salga nadie. Esta partida no ha termina-do todavía.

Page 182: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

182

La torre de Trahms era el templo conocido más al sur de Whomba. Tras un larguísimo puente de madera que discurría por encima de las corrientes marítimas del mar de Gnes, se alzaba la torre. Era un antiguo observatorio celestial, con forma circular, compuesto por piedras de mármol blanco y un enorme telescopio de bronce, inútil y estropeado desde hacía demasiado tiempo. No era casualidad que la torre fuera el templo en el que el dios Frenh desplegaba su poder. Al dios del Cambio le gustaba la zona por sus constantes tormentas, por la energía eléctrica de los rayos y las olas, impredecibles, batiendo contra la roca.

Pero esa noche no estaba contento. Nunca se había celebrado un consejo en el templo de un dios. Nunca se había celebrado un consejo tan cercano en el tiempo al anterior. Y nunca un congreso había sido convocado por un dios joven como Barlhar. Eran malas noticias, fruto de una situación desesperada.

En la mesa que los sirvientes de Frenh habían preparado sólo estaban sentados Barlhar, su madre Fregha, Parhem, Ghish y, por

Capítulo XXXIV

EL ÚLTIMO CONSEJO DE LOS DIOSES

Page 183: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

183

último, Mighos. Los ausentes estaban desaparecidos, como la diosa Marh, que parecía haber abandonado sus obligaciones exactamente igual que su hermano Merher. O muertos, como el dios Rhom, o el dios Zenihd, Padre de las mentiras, al que habían encontrado en su templo-teatro con una mueca de horror y el brazo extendido, seña-lando a la nada. Seis dioses mayores era todo lo que quedaba de su Consejo. Seis dioses reunidos en una torre al azote de las tormentas.

—Hemos comido, hemos bebido y hemos fingido disfrutar de nuestra mutua compañía -dijo Parhem-. Ahora vayamos al grano. ¿Por qué has convocado el Consejo? ¿Dónde están los que faltan? Y, con todos los respetos por el dios Frenh, ¿por qué nos hemos reunido en su templo? Es bastante inusual.

—No había pasado nunca —dijo Frenh- y quiero que que-de claro que no ha sido idea mía.

Barlhar estaba al fondo de la mesa, recostado con su habitual actitud de contable, ajustándose sus gafitas y mirando alrededor con una mezcla de curiosidad y lo que Frenh siempre había identi-ficado como terror.

—No sé dónde está Marh, pero sé por qué se ha ido. Rhom está muerto, yo mismo pude ver su cadáver. Por lo que sabemos Zenihd también ha muerto. Caballeros, sólo quedamos nosotros. Marh ha desaparecido porque tiene miedo de su propia creación y vosotros seguís sentados en vuestros templos, bebiendo vino y jugueteando mientras vuestro poder mengua y vuestra existencia misma pende de un hilo. Miráis hacia otro lado como niños esca-pando de un monstruo que ellos mismos han creado. Hablemos claro de una vez: mandamos a Marh y a Merher a matar a Nur. Bajo nuestro mandato crearon una criatura capaz de matar a un dios. Rompimos el pacto ancestral que firmamos... Que firmasteis. Y ahora, esa criatura sigue cumpliendo las órdenes: asesinar dioses y quedarse con su poder. Mientras que esta amenaza nos elimina sistemáticamente seguís jugando a las guerras con humanos que, por otro lado, siguen intactos.

—La situación en Gulf está controlada -dijo Fregha-. Han establecido un cerco que ninguno de esos brujos puede sobrepasar.

Page 184: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

184

El cáncer no se extenderá y pronto será exterminado. No debemos preocuparnos.

Barlhar se puso en pie. Caminó por la sala y se dirigió a una de las ventanas. Fuera, el agua azotaba las ventanas con violencia.

—He hablado con la criatura -dijo.Ninguno dijo nada. Frenh notó cómo se aceleraba su pulso.

Comprendió el sentido de la reunión y el motivo por el que debía celebrarse allí. Supo antes que nadie que se avecinaban cambios.

—Se llama Nansi y es, fuera de toda duda, mucho más pode-rosa que nosotros. Mucho más poderosa incluso que todo nuestro poder combinado.

—Tonterías -dijo Parhem poniéndose en pie—. Quien ha-bla es el miedo. ¡Somos dioses de Whomba!

Barlhar se acercó a dónde estaba Parhem sin perder los ner-vios.

—Dile eso a Rhom o a Zenihd. —Ellos estaban solos. Nosotros estamos juntos, acabaremos

con esa criatura.Fregha se puso en pie también, llena de una impaciencia

nueva y desconocida. ¿Tenía miedo? —Parhem, tu pasión es admirable, pero dejemos que mi hijo

termine. Si ha hablado con ese... Nansi y ha sobrevivido es porque se puede dialogar con él. ¿No es cierto? Quizás establecer algún pacto. ¿Es así?

—¿Un pacto? —Parhem insistía en su obsesión, deambu-lando como un animal encerrado por la sala—. Ahora los dioses hacemos pactos.

Barlhar perdió los nervios. Golpeó la mesa con la mano.—¡Escúchame, maldita sea! Le he visto. Le he mirado a los

ojos. No tenemos ninguna posibilidad de vencer. Parhem, las op-ciones son solo dos. La supervivencia o la destrucción. Servir a un único Dios o desaparecer.

«Servir a un único Dios». Las palabras habían salido de la boca de Barlhar en medio del enfado y la confusión. Frenh levantó la mano.

Page 185: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

185

—¿Servir? ¿Servir cómo? No pienso servir a nadie.—Seremos los dioses menores de un único Dios mayor -dijo

Barlhar. —¿Qué pasará entonces con los dioses menores? -dijo Mig-

hos, que no se había movido del sitio. —¡No pienso ser un dios menor! ¡No pienso servir a nadie!

-Parhem estaba tomando un tono rojizo, como un aura fruto de su pasión desatada.

Fregha se acercó a Parhem y le abofeteó con el dorso de la mano. Parhem se tropezó y cayó de espaldas, con los ojos muy abiertos. Miró a la diosa con pánico.

—No quiero morir -murmuró el dios del Amor con los ojos llenos de miedo.

Fregha miró a su hijo y le indicó con la mano que continuara.—Nansi está dispuesto a permitir seguir vivos a un grupo

de dioses que serían sus intermediarios en diferentes lugares de Whomba. Nos dejaría vivir a cambio de que le entreguemos cierto poder.

—¿Cuánto poder? -dijo Fregha.—Los menores. Todos ellos. Se volvió a hacer el silencio. Pasaron los segundos. El primero

en hablar fue Parhem, que se puso en pie. Tenía sangre en los labios de la bofetada de Fregha.

—¡No finjáis solemnidad! -dijo-. Estoy harto de todos es-tos rituales absurdos, muestras de respeto fingidas. Ya habéis deci-dido todos vosotros que lo vais a hacer. Os importan una mierda los dioses menores.

De pronto, un sonido inundo la sala. Era Fregha, se estaba riendo. Despacio, con las manos apoyadas en la cintura y el cuerpo semiencogido.

—Perdón -dijo-. Es que... me gusta la idea de sobrevivir. Los dioses se sintieron reconfortados. Frenh se sorprendió

de lo rápido que pasaban de un estado a otro. Se dejó llevar por las partículas elementales del cambio, por los ríos de la transformación. Supervivencia, nuevo paradigma, transformación de estrategias.

Page 186: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

186

—Yo no voy a participar.Quien hablaba era Mighos, que ya tenía puesto su abrigo y

se dirigía a la puerta.—¿Cómo que no vas a participar? -dijo Barlhar-. Te en-

contrará y te matará. Mighos, sé que crees que ves el futuro, pero sabes que no eres infalible.

—Sí que lo soy -dijo Mighos.—Nansi no funciona según nuestros parámetros. Crees que

vas a sobrevivir, pero no es así.—Ese es problema mío. Fregha se le quedó mirando.—Mighos... Vas a avisar a los menores, ¿verdad? Siempre has

sido un sentimental. —Volveremos a vernos, Fregha. En un cruce de caminos. Me

pedirás ayuda y yo te la daré. Mighos desapareció en el aire. Fregha se volvió hacia su hijo.—Intentará avisar a los menores. Algunos le creerán y otros

no. Cuanto antes nos pongamos en marcha, mejor nos irá. ¿Qué plan tienes?

Barlhar miró a su madre y sonrió con una sensación genera-lizada de orgullo.

—Debe ser algo público, algo grande. Avisaremos a los me-nores de todo Whomba de la amenaza de Nansi, de que debemos reagruparnos. Lo haremos en...

—Lo haremos en el templo de Glarj -dijo Ghish, que ha-bía estado callado toda la velada y creía demostrar que estaba de acuerdo con el plan-. Es lo apropiado. Allí nacimos nosotros y allí nacieron ellos. Que sea allí donde caigan.

A todos les pareció bien. Decidieron firmar el acta simbóli-camente. El último acuerdo de los dioses mayores: Frenh, Fregha, Barlhar, Parhem y Ghish.

Los dioses de Whomba, por última vez.

Page 187: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

187

La botella se hizo añicos contra el suelo de la tienda de cam-paña y despertó a Loona. Se había quedado dormida bebiendo y el cristal se había deslizado entre sus dedos. Se despertó nerviosa, medio febril. Tenía sensación de resaca y la boca pastosa. Se sen-tía torpe, pero su mente funcionaba mejor que nunca. Casi podía sentir los pensamientos golpeando contra las paredes de su cerebro.

Se incorporó y deambuló por la tienda intentando decir algo, pero las palabras no le salían. Llevaba un camisón azul celeste y el pelo le caía largo y blanco hasta la mitad de la espalda. Pensó en sí misma como un fantasma borracho, como un jirón de niebla azul, casi transparente. Le vino una arcada... ¿Cuánto había bebido?

Intentó ir hacia la puerta pero se cayó al suelo. Gerlem, uno de sus hombres de confianza, entró en la tienda. Estaba fuera, qui-zás esperando, quizás haciendo guardia. Como un guardián imper-turbable. Se agachó para ayudarla y la cogió con sus brazos. Loona le sonrió. Tenía la cara muy cerca de su rostro, olió su fragancia y se dejó embargar por ella. Sacó la lengua y se la pasó por los labios. Gerlem retiró la cabeza. Sin asco, de una forma ritual. Como había hecho tantas otras veces. Cuando Loona bebía solía hacer esas co-sas. La anciana cazadora ni siquiera se avergonzó.

Capítulo XXXV

UNA SOLA BALA

Page 188: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

188

«Son mis soldados, puedo hacer con ellos lo que yo quiera», pensó.

—Mi señora, tenga cuidado —dijo Gerlem. La incorporó y la llevó hacia la cama cubierta de pieles que

había en el interior de la tienda, pero Loona se resistió. No quería ir a la cama.

—Mi ropa —acertó a decir señalando uno de los armarios de la estancia.

Gerlem obedeció sin rechistar y a los pocos minutos una Loona tambaleante estaba vestida con su ropa de oficial. Se había echado agua en la cabeza un par de veces, un agua helada, que mantenían fresca en arcones refrigerados. Era el mejor remedio que conocía contra la resaca.

—Fuera —dijo Loona—. Acompáñame. Al salir cogió su rifle. Loona nunca lo dejaba lejos de sí dema-

siado tiempo. Algunas noches dormía con él. En el exterior, la luna iluminaba el campamento de la mili-

cia. Al fondo del valle se podía ver Gulf, en medio de una forma-ción montañosa no demasiado alta y ahora rodeada por los puestos de guardia que Loona había ordenado construir. De eso hacía casi un mes. Un mes de asedio. Un mes en el que nadie había podido entrar o salir de Gulf. Un mes sin ningún movimiento.

Loona había dispuesto su propia línea de suministros y tenía fuerzas para resistir al menos seis meses más, pero cada día que pa-saba y Gulf seguía sin caer era una vergüenza para ella y una afrenta para los dioses y los ciudadanos de Whomba.

Había pasado la última semana encerrada en la tienda, be-biendo hasta quedar inconsciente. Los soldados que la acompaña-ban habían mantenido la discreción, pero aquellos que no pertene-cían a los negociadores empezaban a hablar. Lo notaba por cómo la miraban. Brutha la había traicionado y ahora la humillaba cada día con su resistencia. Pero esa noche iba a acabar todo.

Gerlem caminaba detrás de ella, los dos avanzaban a buen paso y algunos soldados más se les habían unido al ver la determi-nación en los movimientos de Loona.

Page 189: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

189

La idea le había venido durmiendo. Imaginó que los dioses la habían implantado en su cerebro de alguna manera. Pensó que ella misma no era más que un arma. Que no era dueña de sus propias decisiones. Pero luego desechó voluntariamente la idea. Esto era por ella misma. Esta era su mente y sus decisiones. Humillada por su discípula, cuestionada por todos, abandonada de sí misma.

Llegó a la parte superior del campamento y se puso la esco-peta al hombro, apuntando en dirección a Gulf.

—Mi señora, ¿qué está haciendo? —dijo Gerlem —Voy a hacerles salir —dijo Loona—. No te preocupes, sé

perfectamente lo que hago. —Señora, la líder de Gulf, Brutha... Ella es respetada en

Whomba. La recuerdan de cuando era negociadora. No puede ma-tarla.

Loona miró a Gerlem un momento. Luego sonrió. —No voy a matarla a ella.

En el campamento de Gulf estaba reunida la asamblea de la comunidad.

Alrededor de un fuego sin leña, impulsado por la magia, los miembros de Gulf hablaban: hablaba Trisgorm, el encargado de la alimentación de la comunidad. Hablaban los hermanos Frosh, que habían estado en primera fila de batalla durante la primera parte del asedio, hablaba Celis, acompañada de Thogos. Sólo Brutha ca-llaba, escuchando lo que los demás tenían que decir. Aunque estaba esencialmente de acuerdo con ellos. La victoria en la primera fase del asedio había evitado su destrucción y su muerte, pero ahora se abría una nueva fase y debían pensar bien qué hacer.

La subsistencia no era, por el momento, un problema. La magia les permitía ser autosuficientes. Pero el perímetro controlado por los cazadores de Loona ya estaba impidiendo día a día que la gente que quería entrar en Gulf pudiera hacerlo. También impe-

Page 190: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

190

día que se lanzaran otras comunidades de magos en otros lugares. Además, sabían que tarde o temprano intentarían algo para deses-tabilizarles.

Brutha abandonó el Consejo algo cansada. Hacía días que no dormía bien. La tensión se le estaba pegando al cuerpo y a un dolor de espalda que ya casi reconocía como parte de sí misma se habían unido unas constantes jaquecas. A veces deseaba poder dejar de pensar, aunque fuera un segundo.

Se acercó a la empalizada, que habían vuelto a materializar para su propia defensa, y subió por el lado norte. Los guardias con los que se iba encontrando la saludaban con un movimiento de cabeza en señal de respeto. En la empalizada estaba Morg.

—¿Cuánto hace que no duermes? —dijo la chica como sa-ludo.

El hombre lobo la miró y sonrió con un gruñido agradable y profundo.

—Ya dormiremos cuando seamos viejos.Brutha se rió. —Ultimamente te ríes mucho más. ¿Es por ese científico?

¿Te hace reír? —Morg la miró con su propia versión de «sonrisa cómplice».

—¿Científico? No sé de que me estás hablando.—Ya.Se hizo el silencio entre los dos.—Me gusta —dijo Brutha—. Y yo le gusto a él.—¿Y a qué esperáis?—A que todo esto se calme, supongo —dijo Brutha.Morg miro al cielo un segundo.—Brutha, tengo la sensación de que no se va a calmar nunca.

El camino que hemos elegido... Nunca lleva a su fin. —Eso es de lo más reconfortante —Brutha le dio un golpe

a su amigo.

Page 191: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

191

Loona ajustó la mira de su arma en un punto indeterminado que no podía ver, pero podía sentir. Un arma que era el regalo de los dioses. Un arma que nunca fallaba. Tocó suavemente el gatillo. Así acabaría todo: un disparo, un muerto. Brutha clamaría vengan-za, se enfrentarían. La líder de Gulf caería, Gulf caería con ella.

Notó la energía del arma circulando por su propio cuerpo. Se acomodó. Y apretó el gatillo.

Brutha sólo escuchó el sonido de algo que atravesaba el aire más rápido que la propia luz. Después el impacto. La cabeza de Morg que cae hacia la derecha. El cuerpo que se desploma. La pro-pia Brutha que se lanza sobre él con un grito, la sangre que mana sin parar... Las lágrimas brotando de los ojos de ella. El rostro de él, su pelaje lleno de sangre fría. La bala que horada piel, musculo, hueso.

Una sola bala. Una bala de los dioses. Horada piel, musculo, hueso.

La vida que se escapa.

Page 192: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

192

—En el pasado, supe que vendrías hoy aquí a saber lo que había sucedido. Soy Nansi, la espada que separa.

Barlhar contuvo la respiración. Se giró en dirección a la voz que había hablado detrás de él. De la oscuridad del despacho de Rhom apareció Nansi. A Barlhar le pareció una criatura enorme, mucho más grande que él, aunque, visto de forma objetiva, no le sacaba mucho más de una cabeza. Llevaba en las manos un cuchillo ceremonial y tenía la marca de Merher en la frente. Se movía des-pacio, como si flotara.

Barlhar supo nada más verle que si se enfrentaba de alguna forma a esa criatura moriría y que había muy pocas cosas que podía hacer para sobrevivir. Sin embargo supo también, pues para eso era el dios del Conocimiento, que no estaba todo perdido. Levantó las manos en señal de paz y se dirigió a Nansi.

-Hay algo que yo sé y tú no sabes. Algo que es importante -dijo con toda la serenidad que pudo reunir-. Si me matas, nun-ca lo sabrás.

Capítulo XXXVI

TEATRO DE OPERACIONES

Page 193: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

193

Nansi siguió avanzando hacia él.-Soy Nansi, soy hijo de dioses y muerte de dioses. Soy her-

mano de las moscas, no necesito saber. Nansi empuñó el filo con más firmeza y lo dirigió al cuerpo

de Barlhar.-Yo soy un dios y los dioses no podemos morir, Nansi. Y sin

embargo, Nur, Rhom y otros han caído bajo tu filo y... si no me escuchas, tú puedes caer también.

—¿Por qué? —dijo Nansi sin dejar de avanzar.—Porque nada es para siempre —dijo Barlhar.Después cerró los ojos y se preparó para morir. Pensó en los

dioses que aún quedaban con vida y pensó en su madre. Dedicó un último segundo de su tiempo en Whomba para recordar una puerta con su sello y a quien se encontraba tras esa puerta. Incluso en esa situación, el recuerdo le hizo temblar de miedo. Luego pensó que no era justa una muerte así.

Pero no sucedió nada. Barlhar volvió a abrir los ojos y vio a Nansi muy cerca de él.

Sus ojos negros, desapasionados, mirándole fijamente.-Habla —dijo Nansi sin cambiar la inflexión de la voz. —¿Cómo sé que si te cuento lo que sé no me matarás des-

pués? -dijo Barlhar tras pestañear un par de veces.—No lo sabes —respondió Nansi.—¿Cómo sabes, entonces, que no voy a mentirte?Barlhar contuvo de nuevo la respiración. Sabía que una ne-

gociación en ese momento era casi suicida, que plantear siquiera la posibilidad de un engaño contra Nansi era casi una despedida definitiva. Pero no había otra opción.

-No lo sé —respondió Nansi. —Te propongo algo -Barlhar se alejó un paso diminuto del

puñal de Nansi, solo para comprobar si le dejaba moverse-. Pos-pón mi muerte. De los dioses que vas a matar, permíteme ser el último. Mátame cuando aquello que debo decirte no te sea útil o cuando compruebes si miento. Mientras tanto, me quedaré a tu lado y te serviré.

Page 194: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

194

Nansi movió el puñal hacia atrás un segundo.-Tener todo el poder no sirve de nada si no se tienen súb-

ditos. Disponer de la vida y la muerte no sirve de nada si no hay nadie a quien permitir vivir o morir. Y yo prefiero ser cola de león que cabeza de ratón.

Nansi sonrió mirando a Barlhar. Un rasgo de humanidad atravesó su rostro durante un segundo. Barlhar se tranquilizó en ese mismo momento. Nansi sentía. El arma deseaba. Si deseaba, podía temer.

-Los dioses estamos muriendo —dijo sin esperar a que Nan-si le concediera la vida de palabra— por dos motivos. Uno, el evi-dente, es que tú nos estás matando. El segundo, no tan evidente, es que los habitantes de Whomba están dejando de creer en nosotros. Como no creen en nosotros, como han dejado de venerarnos, tú nos puedes matar.

Nansi no dijo nada, se limitó a bajar la punta del cuchillo y dejarla apuntando al suelo.

—No basta con el poder, necesitas que en Whomba se te venere.

—Se me venerará -dijo Nansi-. Soy Nansi. Mis padres fue-ron los dioses de la Vida y la Muerte. En Whomba me temerán.

Esa era la palabra que Barlhar estaba esperando.—El temor, Nansi, es pasajero. Muchos hombres y mujeres

de Whomba lo sienten y los sentirán aún más, pero siempre habrá quien se resista, siempre habrá quien convierta ese miedo en furia, siempre habrá quien, podrido de miedo, desespere y se vuelva con-tra ti. Si quieres que Whomba esté contigo, si los quieres a tu lado, debes hacer que te amen.

Nansi deambuló por la sala, de pronto parecía un niño pe-queño, casi una mascota.

—Yo no sé hacer eso. Yo soy la espada y el poder. Soy la san-gre. No me amarán. Me temerán -dijo Nansi.

—Nansi, las palabras son solo recipientes de las cosas. Hay muchas cosas que podemos meter dentro de la palabra «amor». Miedo puede ser una de ellas. Basta con demostrarles que tus actos

Page 195: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

195

los guía el deseo de ser amado, el deseo de paz, el deseo de orden. Ellos entenderán que haces las cosas que haces porque les quieres.

Nansi se giró hacia Barlhar y volvió a sonreír—¿Haré las mismas cosas, pero las llamaré con otros nom-

bres?Barlhar rio. Primero despacio, luego más fuerte. Cada vez

más fuerte.—Primero matarás a los dioses para proteger Whomba.—¿Y luego?—Luego acabarás con los brujos de Gulf.—Y después te mataré a ti, Barlhar, dios del Conocimiento.—Cuando todo el poder y la gloria sean tuyos. Cuando mi

palabra no sea necesaria. Cuando Whomba te ame. Hasta enton-ces, yo seré tu siervo.

Pero Barlhar estaba mucho más tranquilo. Había convertido esa ciega máquina de matar en casi una persona y lo había hecho tan sólo contándole algunas de las muchas cosas que sabía. Volvió a pensar en el resto de los dioses, en la puerta con su sello y en su madre. Y sonrió.

—Si queremos que tu plan salga bien -dijo Barlhar- hay algo que debemos hacer antes.

—¿El qué? -dijo Nansi.—Hay que matar a otro dios.

Hacia tiempo que Zenihd no se entretenía en aventuras lo-cas, engaños superficiales y juegos superfluos. Se sentía viejo, viejo de victoria. ¿Acaso no era la mentira la madre que amamantaba Whomba cada mañana? ¿No era eso una gran batalla ganada? Si lo era, no parecía más que otra de las verdades que campan a sus anchas por el mundo. ¿Y si sus mentiras eran verdades? ¿Qué men-tiras tenía que contar ahora? ¿Había que revelar la verdad detrás de

Page 196: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

196

esas mentiras? Si eso era lo que había que hacer, él no era la persona adecuada para hacerlo.

Estaba, como casi siempre, en el escenario de su teatro infi-nito ensayando una vieja obra escrita por él mismo hacía ya mu-cho tiempo. Llevaba por título Magia y contaba bastantes mentiras que, tiempo después, se habían vuelto enormes verdades. Era una historia de guerras y enfrentamiento entre los «distintos». Había palabras que se habían borrado de la memoria de Whomba. La palabra «garou», por ejemplo. Pero era una vieja obra y no podía representarla de nuevo.

Y no se le ocurría nada más.—No se te ocurre nada más —dijo una voz tras él— porque

estás dejando de ser un dios, Zenihd. El dios de las Mentiras está abandonando su feudo.

Zenihd se dio la vuelta y vio a dos figuras entre bambalinas. —¿Quiénes sois? -dijo.—Somos dos sombras, nada más. Dos actores esperando a

salir a escena. Memorizando nuestras frases para decirlas bien. —¿Tu voz...? -Zenihd la reconoció—. No eres más que Barl-

har, el hijo de Fregha. Me has asustado, niño. ¿Quién te acompaña?Barlhar dio dos pasos al frente y entró en el escenario.—¡Soy el dios del Conocimiento! -gritó. —Bueno, sí, sí. No te pongas así. También eres el hijo de tu

madre.Barlhar apretó los puños.—¿Quién te acompaña?Rojo de ira, Barlhar miró a Zenihd a los ojos. «La muerte»,

le dijo.Nansi apareció de entre las sombras. Zenihd lo vio y levan-

tó la mano señalándolo, aterrorizado. Notó cómo el corazón se le encogía, como si un puño negro le agarrara las arterías y se las re-torciera. El dolor atravesó todo su cuerpo y supo que iba a morir.

—Soy Nansi. Soy el salvador de Whomba, soy el que va aca-bar con vuestro mal y con vuestra codicia. Soy la luz que ilumina poniente.

Page 197: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

197

Zenihd cayó al suelo y su mascara cayó a su lado. Estaba sonriendo. Sus últimos pensamientos fueron alegres. «Mentiras nuevas», pensó.

Barlhar le escupió en la cara, aún nervioso.—Así aprenderás a tener respeto. Y ahora que estás muerto,

no eres el único que puede sentarse delante de un grupo de dioses y mentir como si nada significara nada. Ahora, Nansi, estamos listos. Tú debes ocultarte durante un tiempo, prepararte para tu salida.

-¿Y tú que harás? -dijo Nansi.-Tengo que organizar el último Consejo de los dioses. Ten-

go que mentir.

Page 198: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

198

I.

La puerta se abrió al fondo del pasillo. Brutha, que estaba sentada en el suelo con la cabeza enterrada entre las rodillas, vio salir a Celis. Tenía la ropa y los brazos manchados de sangre. Brutha se incorporó y caminó hacia ella. Andaba, si es que esto es posible, con una urgencia de lentitud. Ansiosa por saber y sin querer saber, llena de tensión. Celis, por el contrario, se movía muy despacio, silenciosa, como un fantasma.

Brutha llegó a su altura. Las dos se quedaron mirándose un segundo. Brutha notó cómo los ojos volvían a llenársele de lágrimas y las mejillas le ardían. Tragó saliva para contenerse.

-Está sufriendo mucho -dijo Celis.La respuesta desconcertó a Brutha, la enfadó.-Pero... ¿Vais a poder curarle o no?Celis bajó la cabeza en un gesto que denotaba tensión. -No podemos utilizar más magia, Brutha.

Capítulo XXXVII

MORG Y BRUTHA

Page 199: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

199

-¿Cómo? No. No estáis usando la suficiente.-Estamos usando toda la que podemos. La magia mantiene

visible la empalizada y la conexión con el resto de Whomba. Si la conexión desaparece... caerán sobre nosotros.

-¡Está sufri...! -Brutha se gobernó de nuevo-. Tú misma has dicho que está sufriendo.

Celis guardó silencio, la miró a los ojos. Se quedaron las dos paradas, como dos sombras. El rostro de Brutha se contrajo. No quería llorar. Le dolía el pecho y el corazón. Le dolía físicamente.

-Sabes que no podemos dedicar más magia a ésto. Él no lo permitiría.

Brutha sintió de pronto una sensación de asco y desprecio por Celis, por estar tan calmada. Como si no le importara lo que estaba sucediendo.

-Lo siento... lo siento mucho, de verdad.Brutha rebasó a Celis en el pasillo, sin decir nada, y entró en

la habitación.Celis bajó al piso de abajo y salió a la calle. Quería respirar

aire limpio. Le olía la ropa a vísceras y a quemado. Salió y encontró a cientos de personas, quizás miles, alrededor de la cabaña princi-pal. Era de noche y muchos portaban antorchas o habían encendido pequeños fuegos. Estaban apiñadas, en silencio. Como si el destino de todo Gulf dependiera de lo que pasara en esas cuatro paredes. Miró sus rostros llenos de dolor y sintió un peso en la espalda. La desilusión abriéndose paso, la sensación de derrota en el cielo del paladar. Se obligó a desterrar esos pensamientos de su cabeza.

II.

La sala de reuniones principal estaba hecha un desastre. Tra-pos e instrumental médico tirados por todas partes, manchas de sangre en el suelo y las paredes, charcos debajo de la mesa que había servido para ratificar tantos acuerdos al inicio de los días de Gulf.

Page 200: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

200

Brutha entró y mandó a los demás médicos que salieran. El grupo de quince que acompañaba a Celis lo hizo de inmediato y la sala se quedó vacía, salvo por Brutha y Morg.

El hombre lobo estaba tendido sobre la mesa cuan largo era, con el morro hacia el cielo en su forma semi-homínida. Brutha le escuchaba respirar de forma acelerada y agotarse. Con un sonido como el de un silbato imposible que marcara el tic-tac de una vida. La sala olía a quemado, a carne chamuscada.

Brutha se acercó a la mesa y tomó con sus manos la zarpa de su amigo. Al acercarse tanto pudo ver el estado de la herida. Un agujero de unos diez centímetros rodeado de gasas llenas de sangre. El olor hizo que Brutha tuviera que sofocar una arcada. Pero lo peor es que es podía escuchar a la perfección cómo la bala seguía horadando y quemando la piel. Conocía perfectamente el efecto. Ella había disparado esas balas alguna vez. Balas de los dioses. Balas que no fallan, balas que siguen matando hasta agotar la vida. Apre-tó la mano de Morg. El hombre lobo se giró hacia donde estaba Brutha, pero la chica notó en seguida que no podía verla.

-Eh... -dijo-. ¿Estoy guapo?Tosió un par de veces.-Estás hecho una mierda -dijo Brutha imprimiendo a la

frase toda la alegría que pudo encontrar.-Muy poco elegante para un corcel -susurró Morg.-Tú no eres mi corcel. Brutha notó cómo las lágrimas le recorrían el rostro. -Necesito que me hagas tres favores -un espasmo recorrió

el cuerpo de Morg. -¿Tres? Es un poco mucho -dijo Brutha con una sonrisa.-Es lo que hay. Escucha. Brutha se acercó al rostro de Morg y éste le susurró sus deseos

al oído. -¿Lo harás? -dijo Morg. Una burbuja de sangre se le formó

en la garganta y le brotó entre los dientes.-Claro -dijo Brutha. -Gracias -dijo Morg.

Page 201: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 202: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

202

Brutha se quedó mirándolo.-Vamos, no te entretengas.Brutha no se movió. -Brutha... Por favor. El sonido de la bala seguía atravesando la piel. Morg gruñó

de dolor.-Brutha...-Dime.Morg la miró y sonrió enseñando los colmillos.-Ha merecido la pena. Brutha sonrió con el rostro lleno de lágrimas. Se acercó a su

amigo y le besó en la mejilla. Acto seguido cumplió con el primero de los deseos de Morg. Puso sus manos sobre el pecho del hombre lobo y empezó a concentrar toda la tristeza y la rabia que sentía en un punto. La magia empezó a fluir a través de sus dedos. Sus manos empezaron a brillar con un tono anaranjado, casi rojo, y sus ojos se tiñeron de dorado. Miró a Morg por última vez y después descargó toda la energía sobre ese punto seleccionado. El cuerpo de Morg estalló en llamas. Brutha sintió el calor en el rostro, como el último aliento de su amigo.

III.

Hacía frío. Brutha miraba por la ventana. Le gustaba sentir el frío en la cara. Le quitaba el recuerdo de la cabeza. Le hacía cons-ciente de sí misma. Todo el dolor parecía haberse evaporado en un gran vacío. La puerta del despacho se abrió. Era Thogos.

-Brutha... ¿Querías verme?Brutha le había mandado llamar pero ahora, al verle, no sabía

muy bien qué hacer. Se puso nerviosa. Quería tocarle, quería besar-le y olvidarse del mundo y a la vez...

-Morg ha muerto -dijo Brutha. Thogos se acercó hacia ella. A los ojos de Brutha el chico

parecía triste, aunque de una forma algo más ritual, menos viva. Lo

Page 203: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

203

que realmente cruzaba su rostro era un deseo de abrazar a Brutha, de bloquear su sufrimiento.

-Lo sabemos. Lo hemos... visto. Las llamas y el humo se veían desde las ventanas de la sala de

reuniones. De pronto, Brutha se sintió muy expuesta. -¿Cómo estás? -dijo Thogos. Se dio cuenta en seguida de

que se había apresurado demasiado. Brutha no le había llamado para eso.

-Morg me pidió tres favores antes de morir. Para cumplir dos de ellos te necesito.

Brutha se fue hacia el interior de la sala y se sentó junto a la mesa. Sobre la misma había una carta, estaba escrita a mano por la propia Brutha.

-Léela -dijo la chica. Su tono de voz se había vuelto mar-cial, distante. El tono de la obligación.

Thogos cogió la carta y la leyó. Hacia la mitad ya no podía creer lo que estaba leyendo.

-Pero... Brutha, esto es... ¿Qué sentido tiene esto?-Lee hasta el final. Thogos leyó el documento. Cuando llegó al final se quedó

mirando la última linea. No es que tuviera nada de especial, pero no quería mirar a Brutha a los ojos. La responsabilidad que de-positaba en él era enorme. Sabía que Brutha no estaba pensando con claridad absoluta, que ahora podría pensar una cosa y luego cambiar de opinión y, sin embargo, él tendría que defender lo que ponía en el papel pasara lo que pasara y cayera quien cayera.

-De acuerdo -dijo—. Pero lo hago porque estoy de acuerdo con Morg. Porque lo aceptaría aunque estuviera vivo. Tienes que entender eso, porque si no lo entiendes no servirá de nada en el futuro.

-Lo entiendo -dijo Brutha. Y lo dijo mirándole directa-mente a los ojos.

Se volvieron a quedar callados. Thogos no soportaba el si-lencio, quería llenarlo con palabras, decirle que todo iba a ir bien. Pero sabía también que no tenía derecho a meterse en su dolor, que

Page 204: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

204

Brutha no era así, que hacerlo sería un error. -El otro favor... -comenzó a decir Brutha-. Para el otro

favor... Dios.Brutha bajó el rostro y empezó a sollozar. Un llanto casi apa-

gado. En la penumbra, Thogos pudo ver cómo le temblaban los hombros. Se puso en pie y se acercó hasta Brutha. Se arrodilló a su lado y tomó sus manos. Ella le miró abrasada en lágrimas. Le besó por primera vez. Primero apretando los labios muy fuerte contra ella y después abriendo la boca y dejando que la lengua se hiciera paso entre ellos. Las manos de Thogos cubrieron su cara de caricias. Brutha se apartó.

-No te puedo pedir esto -dijo. -Puedes pedirme lo que quieras.Dejaron de besarse. Brutha le miró e intentó recomponerse.-Morg quiere que sus cenizas descansen... fuera de Whom-

ba. Thogos no esperaba que esa fuera la petición.-Dice que los miembros de su clan irán a recogerlas al sur

de Whomba. En las playas. Yo no puedo llevarlas, tengo cosas que hacer aquí, pero tú podrías...

-Atravesar las filas de Loona. Sí, podría hacerlo.Brutha le miró a los ojos de nuevo.-El sacrificio será enorme.-La magia nació en mí, estoy seguro de que Celis podrá qui-

tármela, así podre atravesar el cerco, no te preocupes.-¿Será permanente?-No lo sé. No sabemos tanto de esa energía, ni de su origen

ni de cómo controlarla. Pero lo haremos. Brutha volvió a besarle.-Es muy peligroso. Deberás partir con el alba.Thogos sonrió.

-Deberíamos compartir cama a mi vuelta. Si salimos de esta.Brutha sonrió y volvió a besarle.-Estoy harta de postergarlo todo.

Page 205: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

205

-Es el tiempo que hemos elegido vivir. Yo llevaré las cenizas de Morg, es un honor para mí. Y tú... ¿Qué vas a hacer tú?

El rostro de Brutha se ensombreció.-Es mejor que no lo sepas, por tu propia seguridad.

IV.

Amanecía. El sol despuntaba sobre las colinas de Gulf. Bello e ignorante del dolor que acompañaba a la noche. Brutha estaba abrigada, mirando por la ventana. Celis entró detrás de ella.

-Ya ha partido -dijo Celis.-¿Y la magia? -Brutha no la miraba.-Se ha podido hacer. No te preocupes. ¿Has dormido?Brutha seguía sin mirar, con los ojos fríos.-En unas horas reuniré a la guardia. Atacaremos el campa-

mento de Loona al anochecer. Celis creyó no haberla entendido. -No sé qué es mejor, si cerrar la conexión durante la batalla

o mantenerla abierta. Decídelo tú misma. Celis llevaba esperando algo similar durante toda la noche.

Una reacción de ese tipo, fruto del odio y el cansancio. Pero no esa, no así.

-Es un suicidio -dijo. -Es lo que hay que hacer -contestó Brutha con una frialdad

que parecía sacada de otro cuerpo.-No es así como hacemos las cosas.Brutha se dio la vuelta y desafió a Celis con la mirada.-¿Y cómo las hacemos? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Esperar

a que vuelvan a atacarnos? ¿A que caiga otro de los nuestros? ¿A perder otro amigo?

-Para empezar -insistió Celis- no eres tú quien debe tomar la decisión, sino el Consejo.

-¿Crees que habrá alguien en el Consejo que vaya a contra-decirme?

Page 206: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

206

-Tenemos que mantener la calma -dijo Celis intentando imprimir a su propia voz cierta autoridad.

Brutha golpeó la mesa con la mano y lanzó una silla contra la pared.

-A mí no me queda calma. A ninguno debería. Si a ti no te importa...

-¡Claro que me importa, maldita sea! -Celis sintió una fu-ria desconocida. Una fuerza guardada durante años—. ¿Crees que no querría ir a sus templos e incendiarlos? ¿Crees que no querría hacerles sangrar, verles morir? Loona mató a mi amigo Xebra cuan-do era una niña. ¡No te atrevas a darme lecciones!

Brutha atravesó la puerta sin mirar a Celis.-Si tú no fuiste capaz de ganar esa guerra, no es problema

mío. Si quieres seguir aquí escondida como una rata, mendigando por lo que es nuestro por derecho, tampoco. La guardia está con-migo. Si el Consejo también, lo haremos así. Si no... No voy a pedir permiso.

Brutha abandonó la sala. Celis se quedó mirando el vacío. No iba a permitir que Gulf cayera por los deseos de venganza que ella misma había enterrado para que Gulf existiera. Eso no iba a suceder, costara lo que costara.

Page 207: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

CUARTA PARTE

Page 208: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 209: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

209

En la oscuridad se perdía el sentido del tiempo. Y proba-blemente ese había sido el objetivo principal de su huida. Quizás se trataba tan solo de encontrar una manera de abandonarse. De no pensar. Pero en seguida había descubierto que no pensar era imposible, que no había abandono ni escondite posible para uno mismo. La oscuridad, entonces, había empezado a definir puntos de luz. Una luz dorada que venía del centro de un lago infinito en el centro del mundo. La luz que horneaba las aguas del estanque del que había salido el barro primigenio y al que él y su hermana habían dado vida.

Merher llevaba mucho tiempo escondido bajo la tierra. Esca-pando del monstruo que él mismo había creado. En ese tiempo, es-taba seguro, la gente había seguido muriendo. Su ausencia en nada había modificado el estado del mundo. ¿Qué decía eso de un dios y de su poder? Nada, porque Merher sabía la verdad y para proteger su mentira había creado a Nansi, sabiendo que devoraría el mundo con él. Un arma más grande que el poder más grande. Un arma

Capítulo XXXVIII

APOCALIPSIS

Page 210: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

210

imposible de destruir en su energía primigenia, en su hambre. Un devorador de mundos, insaciable, imperecedero. Hijo de la energía de la vida y de su negación absoluta. Hijo maldito de dos hermanos celestes. Nansi, que andaba en ese momento devorando el mundo.

Así lo imaginaba Merher. Nansi acabaría con todo y luego bajaría hasta el lugar de su nacimiento a terminar con él. Eso había ganado: tiempo.

Tiempo en soledad, tiempo para hablar consigo mismo hasta volverse loco. Tiempo para dejar de pensar o para empezar a pensar y dar la vuelta.

Había pensado mucho sobre ese lago. Primero lo había ima-ginado como infinito, luego había nadado hacia su interior como una vez había visto hacer a su hermana. Había visto que al otro lado del mismo había una pared de roca. Había medido sus confines. Grande, sí. Infinito, no. Se había preguntado si el lago no sería tan solo un lago, el barro solo barro, el rito de vida solo energía que se mueve. La muerte solo energía que abandona. Conexiones.

Había intentado imaginarse muerto. Él, dios de la Muerte, Devorador de almas, orgulloso Padre del miedo. Se había estreme-cido pensando en su propia negación, en su propio vacío. Dioses con miedo. Dioses que no son más que dioses. Dioses que protegen sus mentiras.

Y había pensado en la vida que le quedaba por vivir, en el tiempo que le quedaba por delante y en lo que significaba esa vida y ese tiempo. Si no había salida posible, ¿qué hacer con el tiempo que restaba? De pronto la espera y el abandono no eran suficientes. Esconderse era morir antes de morir.

Y había tomado decisiones. Había trazado un plan. Un plan que no podía ejecutar sólo, un plan que necesitaba de su hermana Marh. Pensaba que tendría que ir a buscarla, pero fue ella la que le encontró a él.

Llegó acompañada de la luz de una antorcha, bella como siempre y blanca como siempre, pero llena de un miedo que Mer-her no había conocido antes.

Page 211: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

211

-Nansi viene a por nosotros -le había dicho su hermana—. A por todos nosotros. Le he visto en mis sueños. Sé que no pode-mos sobrevivir.

Había roto a llorar nada más encontrarse con él. Merher la había consolado y había dejado que se tranquilizara. Y después le había contado su plan.

-Tenemos que acabar con él -le había dicho. Marh contestó que eso era imposible, que no podría hacerlo,

que acabaría con ellos. Y Merher asintió.-Podemos destruir lo que creamos si usamos nuestro poder

al completo. Y Marh dijo que no, que no lo haría, que resistiría. Y luego

volvió a llorar y confesó que tenía miedo, que ellos eran eternos. Y Merher le dijo que no, que eso no era cierto. Que se habían creído sus propias mentiras, que nada es eterno y ellos tampoco. Y que su tiempo había llegado a su fin.

Y Marh se quedó en silencio y se marchó sola al interior del lago y de la cueva.

Y Merher la esperó como aquella vez que la vio ir a por barro. En la soledad del centro del lago, Marh flotó como un fan-

tasma. Se hundió en las profundidades y permaneció en el fondo, creando a su alrededor oxígeno extraído del agua. Se quedó allá aba-jo, en un palacio de cristal transparente hasta que, con el tiempo, empezó a parecer una tumba. Cuando comenzó a flaquear su poder y a cansarse su concentración, se encontró con que era dificultoso mantener la respiración. Entonces supo que el agua la mataría, que sus pulmones se encharcarían y moriría como otro cualquiera.

Y se hizo las preguntas que se había hecho su hermano. Sin-tió lo que él había sentido. Y supo que su tiempo llegaba a su fin.

Su primera intención fue dejarse morir. Dejó que el agua anegara sus pulmones, se rindió por completo. Todo se volvió ne-grura e infinito, pero al poco tiempo notó el agua expulsada de su cuerpo. Frente a ella estaba su hermano, que le sujetaba la cabeza y le besaba en los labios para insuflarle vida. La imagen le resultó paradójica.

Page 212: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

212

Discutieron. Ella quería morir sola. No le debía nada al futu-ro de esa tierra. Si Nansi acababa con todo no era problema suyo. Merher la golpeó con violencia y la tiró al suelo.

-Siempre fuiste así. Sin responsabilidades ni miedo. Dando vida sin valorar lo que le estabas haciendo al mundo, sin cuidarla, sin medirla. La muerte es inevitable, pero la vida es una elección. ¡Y ni siquiera es la elección para uno mismo, sino para otros! Eres más arbitraria, egoísta e inmadura que yo y siempre te han visto como la que daba el regalo que yo quitaba. ¡Pero la gente sigue muriendo y yo no tengo nada que ver!

-La gente sigue naciendo también -había dicho Marh.-Cierto, pero los padres tienen obligaciones con su hijos.

¿Acaso tú no? Hemos engendrado el mal para seguir siendo infini-tos y ahora vamos a morir. ¿No merece la pena que nos hagamos cargo de los lobos que hemos soltado en el campo de las ovejas?

Hay quien dice que Marh terminó por entender a su her-mano, pero otras historias hablan de que la dominó por la fuerza. Incluso que la poseyó físicamente encima de una roca para insemi-nar el deseo de muerte en su cuerpo. Pero así son las historias, es difícil saber cuánto adornan verdades dolorosas y cuánto tienen de auténtica verdad.

Y de esa roca, de ese lago infinito, en silencio y sin aspa-vientos, disfrazados de normalidad, dos dioses emergieron con un deseo común: terminar con la vida que ellos mismos habían creado poniendo la suya propia como pago.

Energía que se intercambia.Conexiones.Apocalipsis.

Page 213: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

213

El templo de Glarj era una construcción de roca en medio del desierto de Perelin. Un lugar bañado por la arena y las dunas, pero cuyas paredes estaban rodeadas de un vergel de plantas que se enredaban por los torreones y las ruinas. Parecía transportado allí desde otro lugar, como si el paisaje sufriera una discontinuidad y la arena no se atreviera a entrar en el templo.

El interior del mismo se componía de dos partes bien dife-renciadas, un hemiciclo con forma de coliseo abierto a las estrellas y una red intrincada de pasillos y túneles excavados en la roca. Era un lugar abandonado y perdido de Whomba al que jamás asistía nadie. El lugar perfecto para una reunión... o para una emboscada.

Fregha entró en el hemiciclo con cuidado de no mancharse los pies con la sangre y los restos de vísceras de los dioses menores que estaban caídos a su alrededor. Cientos de ellos, pequeñas cria-turas de poder que representaban otras tantas formas de entender la devoción. Dioses del Trigo, de la Pesca, del Campo y la Monta-

Capítulo XXXIX

SANGRE DE DIOSES EN GLARJ

Page 214: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

214

ña. Dioses menores muertos, carbonizados bajo el yugo asesino de Nansi.

El olor a putrefacción y muerte le entraba por las fosas nasa-les y le cortaba la digestión. Allí tirados, con el pelo ennegrecido, los dientes como único vestigio de su presencia y el cuerpo retor-cido en posiciones imposibles, parecían más hombres que dioses. Le llamó la atención uno de ellos, una mujer anciana que se ha-bía quedado agarrada a una de las rocas. Sobre la misma había un bajorrelieve que representaba a un hombre lobo, estaba erguido y llevaba una ofrenda hacia algo que se había borrado hacía tiempo. A Fregha la imagen le resultó irónica.

No estaban todos, claro. Algunos no habían llegado a la con-vocatoria y otros la habían ignorado. Algunos estaban, probable-mente, bajo el abrigo de Mighos, pensando que correrían mejor suerte. Pero habían caído muchos. Los habían llamado sus mayores para un encuentro, el primero después de mucho tiempo. Venían atraídos por los cantos de sirena del miedo y el cobijo. La noticia era sabida por todos los dioses de Whomba. Una criatura los esta-ba matando y los dioses mayores los llamaban a refugiarse bajo su manto. «Pobres», pensó Fregha. Eran pequeños, inútiles escudos esperando liberar su poder, que ahora era de esa criatura, de Nansi.

Nansi, que estaba en medio del hemiciclo, sonriente y tran-quilo, como si no acabara de sesgar cientos de vidas. Las palabras que había pronunciado antes de lanzarse al combate (si es que aquella matanza era digna de tal nombre) aún resonaban en la ca-beza de Fregha:

«Soy Nansi, soy la paz y la luz. La vida que se extiende y siega las vidas que destruyen Whomba. El agua que llena el pozo que vosotros secáis con vuestro poder. Soy el fruto que germina, soy el monzón».

Le había resultado repugnante oír aquello, mentiroso, des-provisto de vida. Como un eco que habla o un títere que proyecta la voz. Sin embargo, ese títere era ahora la criatura más poderosa de todo Whomba. Más que ella, sin duda. Tocaba rendirse.

Page 215: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

215

A su lado estaban Parhem, Frenh y Ghish, que caminaban en silencio, sobrecogidos por la masacre. Detrás del propio Nansi estaba Barlhar, paciente, tranquilo, con las manos cruzadas en la espalda. Fregha pensó que era la primera vez en su vida que era incapaz de saber qué pasaba por la mente de su hijo.

Los cuatro dioses se acercaron a Nansi sin saber muy bien qué hacer. Se quedaron parados frente a Nansi, en silencio. De pronto, Ghish se inclinó en señal de respeto y el resto le siguió sin dema-siado convencimiento, probablemente por la falta de costumbre.

—Mi señor... Nansi —dijo Ghish—. Mi nombre es Ghish, soy el dios de la Risa. Mi espíritu es burlón, pero bajo mis palabras se esconden verdades. No miento si digo que me siento honrado de poder servirle.

Siguió el silencio. Nansi parecía mirar a través de ellos. —Yo soy Frenh —continuó el dios del Cambio—. Fui du-

rante un tiempo el dios de las Transformaciones y mi poder era el del tiempo que pasa, pero hoy ya no soy más ese dios, pues te sirvo a ti, Nansi, que serás eterno.

El siguiente en hablar fue Parhem.—Parhem es mi nombre, Nansi. Soy dios de la pasión y el

Amor. Algunos me llaman «el Cazador» y mis flechas sólo apunta-rán al objetivo que tú ordenes, pues tuyos son a partir de hoy los corazones de Whomba.

Fregha supo que le tocaba el turno y sintió una incomodidad casi física. Durante un momento dejó que la idea de darse la vuelta y marcharse de allí aflorara en su mente. Pero en seguida reflexionó y se dio cuenta de que la huida era imposible. Se inclinó de nuevo y dijo:

—Yo soy Fregha, señora de los secretos de Whomba y hoy...Una risilla interrumpió su discurso. Un sonido siseante, como

un silbido atravesando unos colmillos. Fregha miró hacia arriba. Quien reía era su hijo, Barlhar. Al verse descubierto, no disimuló más y la risa se abrió paso a través de su garganta con más fuerza.

—Impresionante, increíble. Nunca pensé que llegaría a ver este día.

Page 216: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

216

Fregha sintió una punzada de miedo en el corazón. Una som-bra nubló su mente. ¿Tenía su hijo un secreto? Los otros tres dioses se miraron sin saber qué hacer.

—Piensas que soy tan poca cosa, tan miserable, que no he tenido que preocuparme de cubrir mis pasos —prosiguió Barlhar.

—Para, ¿qué estás diciendo? —la voz de Fregha denotaba un pánico imposible de disimular.

Barlhar avanzó hasta colocarse delante de Nansi. Frenh, Ghish y Parhem dieron un paso atrás casi instintivo.

—¡Digo que me tienes en tan baja consideración que pue-do conspirar delante de ti sin que puedas siquiera preguntarte qué pensamientos cruzan mi mente! Tuve que preocuparme de matar a Zenihd porque sabía que no podría mentir delante de él, que sería descubierto en seguida. ¿Pero tú? Puedo ocultar lo que quiera de-lante de ti porque ni siquiera te preocupas de mirarme.

Los ojos de Barlhar estaba henchidos de llamas. Rabioso, con una furia que Fregha no le conocía.

—¡Qué has hecho! —gritó la diosa—. ¿Qué nos has hecho?—Estáis tan podridos como todos los que hoy han caído

aquí. Tan podridos como yo. Y como yo moriré, vais a morir vo-sotros.

Ghish se dio la vuelta y salió corriendo poseído por el miedo. Nansi, sin preocuparse de las palabras de Barlhar dirigió la mirada hacia él, materializó su cuchillo ritual de la nada y pegó un salto imposible. Cayó frente al propio Ghish y le rajó el cuello de parte a parte. El dios cayó de rodillas, balbuceando. Antes de llegar al suelo estaba muerto.

—Yo voy a morir —dijo Barlhar lleno de excitación— pero por Whomba que voy a veros caer primero.

Frenh rompió a llorar y salió corriendo en dirección a Nansi. Se postró ante él de rodillas. Fregha, mientras tanto, intentó esca-par. Barlhar la agarró, primero del brazo y luego del pelo, y la tiró al suelo. La diosa se manchó su vestido y cayó junto a los restos de algún dios olvidado. Al empujarlo se hizo ceniza. Barlhar se arrodi-lló junto a ella y le cogió con fuerza del cuello. Le arrancó el velo de

Page 217: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

217

la cara y miró a sus bellísimos ojos.—Mira algo con tus propios ojos por una vez en la vida —le

dijo. Parhem no se había movido del sitio. Se puso en posición

de combate y sacó la ballesta. Disparó sin pensarlo y atravesó el corazón de Frenh, que se retorció llevando los brazos a la espalda intentando alcanzar la flecha. Nansi lo miró con gesto de incom-prensión.

—Nansi —dijo Parhem—, no voy a enfrentarme a ti. Quie-ro servirte. Mataré a quién me digas. Seré tu espada en Whomba. Doblegaremos la tierra.

Nansi se acercó andando hasta él. —¿Me quieres? —dijo Nansi con la voz cargada de senti-

miento. Parhem le miró a los ojos con amor.—Claro —dijo. Fregha se revolvió y Barlhar volvió a sujetarla con fuerza, re-

torciéndole el brazo. El pelo le caía por la cara y su cuerpo se con-gestionaba de sudor.

—Espera —le susurro al oído—. Ahora iremos a por ti. Las lágrimas caían por el rostro de Parhem, como si fuera un

niño pequeño. Nansi le acarició la mejilla y le enjugó las lágrimas.—Yo no he venido a dominar Whomba —le dijo— sino a

salvarla. Yo soy eterno porque soy la paz. Soy el fin de todo mal. —Por eso te quiero— dijo Parhem temblando.Nansi le sonrió afectuoso. —Si me quieres, entrégame tu corazón —dijo. Fregha no pudo evitar gritar de horror cuando vio a Parhem

arrancándose la piel con sus propias manos y hundiéndolas en su cuerpo para arrancarse el corazón.

—Eso es devoción —susurró Barlhar al tiempo que el cuerpo de Parhem caía al suelo con un sonido hueco, como de cerámica rota—. No te preocupes, madre, de ti no quiere tu corazón.

Nansi se acercó hasta la diosa Fregha. Barlhar la había soltado y se reía divertido mientras veía a su madre gatear y gemir de terror.

Page 218: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

218

—Fregha, soy Nansi. Soy la paz del mundo, ¿me quieres?Fregha se sintió poseída por una fuerza superior a toda la que

había sentido de sí misma a lo largo de su vida. Una fuerza como un calor que iba llenando su cuerpo. La diosa se dio la vuelta llena de furia. Concentró todo su poder y toda su energía y miró a Nansi a los ojos.

—¿Me quieres? —dijo Nansi. Fregha seguía concentrada, notaba la tensión en todo su

cuerpo. Se puso en pie y se secó las lágrimas. Sentía una rigidez que iba aplastando su cuerpo.

—Fregha, responde —continuó Nansi—. ¿Me quieres?—Sí —dijo la diosa de los Secretos sin poder evitarlo.—Dame tu voz —dijo Nansi—. Dame tu palabra. Nansi entregó el puñal ritual a Fregha. Fregha abrió la boca

y se acercó el puñal. Gritó de desesperación mientras la hoja afilada se acercaba a su boca.

—¡Morirás a manos de dioses! —le gritó a Nansi.Fregha usó los restos de su poder para sellar el destino de

Nansi. Sin ninguna esperanza, por puro asco. Se sentía incapaz de saber qué le depararía el destino a su hijo, nunca había podido sa-berlo y eso, para ella, era el gesto evidente del amor que sentía por él. Aunque jamás se lo había dicho.

La lengua de Fregha cayó al suelo, cercenada de un tajo. La diosa se desplomó con la boca llena de sangre. Nansi fue hacia ella, pero de pronto... Fregha desapareció.

Nansi estaba confundido. Barlhar le pegó una patada a la lengua de su madre con despreció, como si fuera una alimaña o un insecto.

—No te preocupes —le dijo a Nansi—. Cuando está en pe-ligro, siempre vuelve a casa. Está en Lórimar. Que se quede allí llorando y esperando a que vayamos a buscarla. Matarla sería de-masiado... rápido.

—Con ella viva, tú sigues vivo —dijo Nansi.—Caerá, tranquilo. Pero ahora mismo no le queda poder.

No puede hacer nada.

Page 219: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 220: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

220

Barlhar se sentía excitado, pero se obligó a calmarse. De pronto, el lugar le devolvió el olor de la muerte.

—Vámonos de aquí, Nansi. Ya hemos hecho lo que quería-mos hacer.

—¿Y ahora?—Ahora— dijo Barlhar—. Whomba debe conocer a su sal-

vador.

Page 221: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

221

Tras la muerte llega el rito funeral y el duelo, pero a veces el duelo se junta con la guerra y la guerra no es más que el preludio de algo peor. Una semilla del futuro. En Gulf nadie parecía dudar de lo que quedaba por venir, era inevitable, como la gravedad. Cada hora que pasaba era una hora más de vida para aquellos que habían sesgado la vida de Morg. Cada aliento que exhalaban era un aliento de más. Brutha lo sabía, la guardia de Gulf lo sabía y el resto lo sabía también.

Los días intensificaban los trabajos, el tiempo se comprimía como si alguien lo estuviera ahogando y ya nadie discutía nada. La eficacia en el golpe sustituía a cualquier otra consideración. Frontal, directo, doloroso. Devolverían el daño, pagarían la afrenta. Guerra y venganza.

Tardaron dos ciclos de luna en estar completamente prepa-rados. Al amanecer del día en que se cumplía el primer ciclo, todo Gulf despertó de golpe, con una extraña sensación en el cuerpo que atribuyeron a los nervios por el combate. Brutha los calmó, aunque

Capítulo XL

CONTRAATAQUE

Page 222: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

222

ella misma había notado cómo la energía a través de la cual canali-zaban su magia se había «movido», retorciéndose como un animal herido. Como si formara parte de un lago más grande en el que alguien acabara de tirar una piedra. Brutha calmó a todo el mundo menos a sí misma y desde ese día tuvo pesadillas.

Soñaba sangre, soñaba explosiones de luz y veía cuerpos re-torciéndose entre el fuego. Y de entre los cuerpos una figura de color ébano que su mente había desechado de su memoria: el brazo asesino de Nur. ¿Nadie más que ella lo sentía? Decidió centrarse en los asuntos militares para callar sus propios miedos.

Un ciclo completo después estaban listos. Atacarían el cam-pamento de Loona al amanecer. Caerían sobre ellos como copos de nieve en una nevada, teñirían el campamento de sangre y rompe-rían el cerco. Liberarían Gulf.

Cuando el sol despuntó por detrás de las primeras montañas, el ejército rebelde de Gulf avanzó hacia las empalizadas, con Brutha al frente, armada y dispuesta.

Caminaban juntos y en fila, con aire marcial y silencioso, cuando un ruido los distrajo a la derecha. Eran un grupo pequeño, de unas sesenta personas. Andaban a toda velocidad, apelotonadas y cortándoles el paso. Celis iba al frente.

-¿Qué quieres? -dijo Brutha-. ¿Por qué no estáis en la montaña?

El grupo se había parado ante el ejército. La mayoría eran estudiantes de Celis o del grupo que estaba en la montañas usando la magia para visibilizar el valle para todo Whomba. Celis se acercó.

-Esto es un error -murmuró Celis- y no vamos a permi-tirlo.

Brutha sintió una furia incontenible y dio dos pasos al frente. Quería golpear a Celis, pero sabía que todo Gulf la estaba mirando. Se obligó a ser prudente.

-Es la decisión del Consejo -dijo-. ¿Vas a desobedecerla?-¡No es la decisión del Consejo! ¡Es tu decisión! Es la deci-

sión que tú le has impuesto al Consejo -Celis hablaba nerviosa, con la voz entrecortada. Le temblaban las manos.

Page 223: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

223

Brutha intentó sonar serena.-¿Me acusas de manipular al Consejo? ¿Acaso no estabas allí

cuando hablamos y decidimos? ¿Acaso tú y tu grupo de chiquillos valéis más que todo Gulf? Eres maestra, Celis, pero no seas presun-tuosa.

Celis se quedó callada, con los puños apretados por la frus-tración.

-Tienen... La gente tiene miedo. -Yo no tengo miedo. ¡Gulf no tiene miedo!Detrás de Brutha, el ejército lanzó un grito compacto de fu-

ria. Parecía que Celis iba a romper a llorar. -El ejército de Gulf no tiene miedo. En unas horas seremos

libres. Ahora, aparta. Brutha hizo una señal a su espalda para que volvieran a avan-

zar. Celis estaba frente a ellos, con gesto derrotado. El grupo que la acompañaba, al ver avanzar a los soldados, se sentó en el suelo. Brutha se detuvo.

-Esto es ridículo... Celis, diles que se levanten, por favor. Son apenas sesenta personas. Gulf está con nosotros.

Celis bajó la cabeza un segundo, como si estuviera meditan-do algo. Cuando volvió a alzarse, parecía más tranquila.

-Brutha, escúchame. Escúchame tan sólo una vez más. Es cierto que fuiste al Consejo y presentaste tus conclusiones y es cier-to que decidimos atacar a quien nos atacó... Pero es un error. Y el motivo por el que todos te han seguido es porque no... no se nos ocurre nada mejor. Gulf no te apoya, Brutha. Gulf simplemente no sabe qué hacer. Interpretas su silencio como un grito a tu favor, pero mira a tu alrededor. Eso que llamas ejército tiene apenas un millar de nosotros. La mayor parte se queda en casa, no van a lu-char.

-Loona ha matado a Morg. Es uno de los nuestros. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Quedarnos sentados? ¿Esperar a ver quién es el siguiente? ¿Es eso? Coge a tus alumnos y diles que se sienten mirando al norte, a esperar la próxima bala. Sabes que tengo razón.

Page 224: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

224

Celis se quedó callada. Se hizo el silencio. Por un segundo, Brutha pensó que todo lo que Celis decía tenía sentido y quiso que Thogos estuviera allí. Se preguntó si estaría a su lado con un arma o sentado en el suelo. Miró a su alrededor. Era cierto que el «ejér-cito» era pequeño, pero eso pasaba siempre. La gente tiene miedo a morir. La primera linea de combate es siempre más pequeña que la retaguardia.

-Brutha -dijo Celis-, yo también echo de menos a Morg. No es justo que seas la única que dicte cómo debemos honrarle. Tú misma lo has dicho. Era uno de los nuestros.

-¡Era mi amigo! -gritó Brutha hasta quedarse sin aliento. Ronca, desencajada, perdiendo la compostura.

Nuevo silencio. Sintió movimiento detrás de ella. Una in-quietud en las tropas. Y a esa inquietud le acompañó otra, algo en su interior que empezó con el vértigo de una duda, pero que en seguida se convirtió en certeza... Era una trampa. Lo vio tan claro como el día que ya estaba llenando todo el valle. Una trampa, iban de cabeza a una trampa. ¿Por qué Loona había disparado sobre Morg? ¿Por qué no sobre ella? Porque sabía lo que iba a suceder.

Miró de nuevo a Celis. Se acercó hasta ella. Los ojos azules y el pelo alborotado de la maestra temblaban casi como todo su cuerpo.

-Lo siento mucho -dijo Celis-. No me gusta hacer esto. Tú... Tú eres nuestra líder.

-No soy vuestra líder -murmuró Brutha.Agarró la mano de Celis y se dio la vuelta. Los soldados esta-

ban tras ella, esperando. Y a su lado estaba todo Gulf, conteniendo la respiración.

-No soy vuestra líder -dijo Brutha con voz firme-. Si lo fuera, ahora saldríamos a la victoria y esta noche todo el valle sería un mar de sangre. Si lo fuera, vengaríamos a Morg, que habría muerto por mí y no por nosotros. Si lo fuera, esta noche Loona estaría muerta y todo Whomba habría presenciado nuestra furia. Si fuera vuestra líder, Gulf estaría acabado. Pero no soy vuestra líder y por eso tenéis la responsabilidad de pararme los pies cuando no

Page 225: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

225

veo lo que vosotros veis. Y si no tenéis respuestas a mis preguntas... Maldita sea, abrid la boca y decidlo. No asumáis que yo sé lo que estoy haciendo, porque no voy a saberlo siempre.

Se hizo de nuevo el silencio, pero era un silencio distinto. Más compacto, más... alegre. Brutha siguió hablando.

-Han matado a Morg para que salgamos a por ellos, así que no podemos salir a por ellos -dijo-. Tenemos que seguir dentro.

Alguien se movió. Era un hombre de unos cuarenta años que estaba sentado en el grupo de Celis y que intentaba ponerse de pie.

-No -dijo-. No podemos seguir aquí dentro.Todo el mundo se volvió a mirarle. Celis se revolvió.-¿Que dices, Almord? No podemos salir. ¡Nos matarán!-No sé lo que tenemos que hacer, pero no podemos no hacer

nada. Brutha tiene razón. Si no reaccionamos les estamos diciendo que pueden matarnos siempre que quieran. Nos estamos dejando morir. Yo no vine aquí para dejarme morir.

Celis miró a Brutha, que estaba sonriendo. -En Whomba no lo entenderán. La gente verá cómo carga-

mos contra los legítimos guardianes de la paz -dijo Celis. En su voz había una ansiedad delatora.

Otra voz se alzó entre los soldados.-Bueno... Si en Whomba no les importa que algunos de esos

«guardianes de la paz» mate a sangre fría a uno de los nuestros... A mí no me importa Whomba.

A sus palabras le siguieron algunas risas. Otra voz, esta vez de mujer, se alzó entre las mismas.

-¡Quizás no saben qué hacer! Supongo que habrá a quien no le importe, pero también habrá a quien sí. Llevamos mucho tiempo bloqueados y la gente no ha podido venir a ayudarnos ni a seguir creando magia pero... Bueno, nosotros eramos «de Whomba» antes de ser de aquí, ¿no?

-Seguimos siendo de Whomba —murmuró Celis. Miró a Brutha y le sonrió.-Todos mis amigos murieron por hacerle frente a los dioses.

Llevo años intentando vencer sin combatir...

Page 226: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

226

-Se nos ha dado bastante bien hasta ahora —dijo Brutha.-Tienes razón, hasta ahora. Pero hoy no es suficiente. Las dos se miraron y se dieron un apretón de manos.-Tengo un plan -dijo Celis-. No es... no es perfecto, ni

siquiera sé si es una buena idea, pero podría funcionar. Brutha le sonrió. -Entonces tenemos mucho que hacer. Celis iba a contar su plan cuando alguien gritó desde la em-

palizada. Todos en Gulf escucharon las palabras, pero la mayoría no podía creerlas. Los vigías dijeron: «Por el camino sur viene Mur, el Carnero, dios de la Abundancia. Porta bandera blanca y parece venir en son de paz»

Page 227: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

227

«Los tiempos cambian.» «Las cosas van a ir cada vez peor.» «Esperemos que todo salga bien.» «No me fío.» «Tengo miedo.» Whomba vivía desde hacía ya muchos ciclos de luna en medio de la incertidumbre y el desconcierto. Era difícil identificar cuándo había empezado la cadena de acontecimientos que les había llevado a ese estado de excitación nerviosa (a algunos) o de miedo compul-sivo (a otros) ¿Fue cuando desapareció el dios Merher y la gente siguió muriendo con total normalidad? ¿Fue cuando la negociadora profetizada por los dioses apareció como líder de una revuelta má-gica en las tierras olvidadas de Gulf? ¿Fue cuando los campeones del templo de Lórimar capitaneados por Loona cercaron Gulf y de-jaron de atender sus obligaciones con los habitantes de Whomba? ¿O quizás fue cuando se impuso el bloqueo que impedía el paso a quien quería experimentar con la magia? ¿O cuando empezaron a aparecer todas esas personas que, de la noche a la mañana, sen-tían tener poderes desconocidos? Cuando los más fieles seguidores fueron a pedir ayuda a sus dioses encontraron silencio. No solo

Capítulo XLI

ILUMINACIÓN ARTIFICIAL

Page 228: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

228

Merher, sino Marh y tantos otros dioses menores. Un silencio atro-nador y extraño que lo llenaba todo de preguntas.

Y luego estaba lo sucedido la noche del sueño. Todos los ha-bitantes de Whomba sintieron un desgarro, todos vieron luces, to-dos sintieron miedo y conmoción. Imágenes de fuego y muerte en un coliseo.

Varios ciclos de luna antes, en las ciudades más importantes de Whomba habían aparecido las pantallas de magia que proyec-taban lo que sucedía en Gulf. Se habían convertido en un acom-pañamiento vital que de un tiempo a esta parte mantenía una sutil calma tensa que preservaba el bloqueo de unos contra los otros.

Y, de pronto, una mañana algo había cambiado. En la plaza principal de Ghizan, junto a la enorme biblio-

teca del dios Barlhar, apareció un escenario bastante grande. A su izquierda y derecha había pantallas similares a las que utilizaban en Gulf y un telón de color bermellón cubría toda la parte superior del escenario. En letras blancas muy grandes alguien había escrito: «Paz para Whomba»

Durante semanas, los habitantes de la metrópolis de Ghizan se preguntaron por lo que estaba sucediendo, lo comentaban unos con otros con frase hechas, lugares comunes, complejas teorías, todo a la vez. Ninguno tenía una respuesta. Todos tenían curiosi-dad.

En poco tiempo esa curiosidad se convirtió en chismes, estos en historias y de las historias nacieron verdades inamovibles. En pocos días se abriría el telón y una compañía de teatro interpretaría una obra... o quizás los dioses volverían y todo volvería a ser como antes. Tantas cosas pasaban de habladuría a verdad que cuando aparecieron unos jóvenes con togas blancas anunciando que en el primer amanecer tras el solsticio se abriría el telón, la noticia corrió como la pólvora.

Decir que toda la ciudad estaba allí sería falso, pero también lo sería no reconocer que muchos de los habitantes de Ghizan es-peraron horas a que el telón desvelara su secreto, sería mentira decir que no vinieron miles de personas de otros lugares de Whomba. Se-

Page 229: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

229

ría mentira no comentar que segundos antes del amanecer, cuando el sol aún no había salido, todo el mundo contuvo la respiración.

Después, el sol salió y el telón se abrió. Y sobre él había un enorme escenario de roca con forma de pasarela.

Y en el centro del mismo había una criatura que los habi-tantes de Whomba no habían visto jamás. Era grande, bellísima, como una fina escultura, llevaba una sencilla prenda de color blan-co como única vestimenta y transmitía tranquilidad.

Era Nansi. Estaba sólo en el escenario. A sus pies la ciudad, a sus pies Whomba. En las pantallas se veía su figura recortada, resplandeciente. Toda la plaza estaba en silencio. Detrás de él, entre bambalinas, estaba Barlhar, esperando. Estaba más nervioso que nadie.

Nansi caminó por la pasarela hacia la gente. Extendió los brazos y sonrió con alegría. En ese momento, Barlhar y sus acólitos iniciaron un pequeño rito desde el interior del templo. El cielo junto al escenario se tornó de color dorado y un calor reconfortante empezó a abrigar los afligidos corazones de Whomba.

Nansi habló por primera vez a su pueblo.-Mi nombre es Nansi. Soy el más humilde siervo de Whom-

ba. Soy el calor que abriga los corazones que viven con miedo, soy la serenidad del mañana. Soy lo perpetuo. Soy la calma. Sé que tenéis muchas preguntas y vengo a daros respuestas. El futuro ya no será nunca más incierto, el cielo no volverá a tornarse rojo. La ira ha terminado. El tiempo de los dioses y los brujos ha caído.

Su voz se proyectaba por toda la plaza como las tranquilas ondas de un mar azul oscuro y rebotaba por las pantallas proyectán-dose por todo Whomba. ¿Todo? No, Gulf seguía ajeno a las señales del pacificador.

-Los dioses se sentaron en la gran panza de Whomba, se atiborraron a comer de vuestra carne, a beber de vuestro vino, pre-ñaron vuestra tierra con su simiente durante siglos. De sus entrañas nacieron los negociadores, que también se alimentaron de vuestro miedo y vuestros deseos. Finalmente, esa cadena de errores llevó a los magos y brujos de Gulf, llenos de odio, reflejo perverso y

Page 230: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

230

simétrico de un espejo triste. El reflejo ajado de una tierra rota. La guerra de los dioses y los brujos que hace que Whomba llore de do-lor y sienta miedo por su futuro y el futuro de sus hijos y sus hijas.

Mientras Nansi hablaba, la gente iba sintiendo una sensación de sobrecogimiento en su interior, como si flotaran. Su mente iba encajando las palabras de Nansi, dándoles sentido en orden cro-nológico. Convirtiendo hechos aislados en causas y consecuencias, redibujando contornos.

-Por eso debemos terminar ya con esta guerra que ha dura-do demasiado. Por eso debemos romper las armas que han angus-tiado nuestro espíritu. La paz debe llegar a Whomba. Los dioses se han marchado, pero aún quedan los brujos. Caminaremos juntos hacia el límite del mundo para llevar la luz a las tinieblas, sin más armas que el amor de nuestros corazones. Una marcha de hombres y mujeres libres con la palabra «paz» como única bandera. Un canto entonado en todas las lenguas y todas las voces de Whomba. ¡Mar-chemos! ¡Marchemos hacia Gulf!

Nansi extendió sus brazos y las personas de la plaza rompie-ron a llorar de emoción. A su alrededor se formó un óvalo de color dorado. Muchas de las personas que escucharon a Nansi vieron florecen un poder en sus corazones, el poder de la paz, el poder de la concordia y el fin del miedo. Y con ese poder pararían la guerra.

Pero hubo quien no descubrió poder alguno. Hubo a quien las palabras de Nansi provocaron otro efecto, hubo quien vio la sombra siniestra de la muerte debajo de tanta luz dorada. Y esos, esa noche, sintieron el miedo ancestral que los niños le tienen a los monstruos.

Page 231: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

231

-¿Vais a matarme?No parecía la frase que uno esperaría escuchar de un dios

de más de tres metro de alto, con aspecto de toro blanco y dos cuernos retorcidos como los de una cabra. Brutha miró a Mur y no pudo evitar recordar con cariño las mañanas en las que, siendo niña, acompañaba a Loona a hacerle ofrendas y se preguntaba por la magia del intercambio.

En la habitación estaban Celis, los hermanos Frosh, la propia Brutha y Trisgorm

El dios parecía débil y asustado, pero de alguna manera había conseguido atravesar el cerco de Loona y su guarnición.

-¿Quién te envía? -dijo Brutha.-Ya... ya os lo he dicho. Somos un pequeño grupo de dio-

ses menores. Apenas una treintena. Estamos escondidos desde hace dos ciclos de luna, quizás más. No muy lejos de aquí. En Karsash.

Capítulo XLII

CONDICIONES DE PAZ

EN TIEMPOS DE GUERRA

Page 232: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

232

Brutha miró a Celis. ¿Qué era lo que se le pasaba a la maestra por la cabeza?

-¿Qué es eso de los dioses menores? -dijo Celis.Respondió la propia Brutha.-Son dioses que no están en el Consejo. Tienen poco poder. -¡Exacto! Somos... pequeños, diminutos en realidad. Nin-

guna importancia. Celis se alejó de la mesa. Miró a Brutha. Sus ojos decían «No

me fío». -¿Por qué os escondéis? -dijo uno de los hermanos Frosh-.

Sois dioses.No lo preguntó por curiosidad. Le hacía gracia ver a un dios

asustado. -Por Nansi. ¡Quiere matarnos!Brutha y Celis compartieron un momento de angustia. Un

escalofrío recorrió a ambas. -¿Quién es Nansi? ¿Cómo es? -dijo Celis con cierta ansie-

dad.-Es... ¿me prometéis que si os lo explico no me mataréis?-Empieza a hablar y ya veremos -dijo Celis. Brutha se sor-

prendió de la firmeza de sus palabras. Se hizo el silencio.-Los dioses mayores crearon a Nansi para acabar con el dios

renegado Nur. Por... precaución, por si él volvía a Whomba. Celis dio un golpe en la mesa.-¡Y Nur volvió! ¿Lo sabías? Y Nansi lo mató, como si nada.

Y ahora ¿está descontrolado?-Podríamos decir que sí. Brutha se acercó a Celis y le agarró del brazo.-Tranquila. No pasa nada -le susurró.-Estuve muchos años sola con Nur, luchando por llegar

aquí. Y cuando lo conseguimos... ¡Tú estabas allí! El dios Mur levantó las manos en señal de paz.-¡Yo no estaba allí! Nosotros no sabíamos nada de eso. Nun-

ca nos cuentan nada. Lo prometo.

Page 233: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

233

-¿Y ahora cómo lo sabes? -dijo Brutha. Mur la miró a los ojos. Sus pupilas eran casi del tamaño de la

cabeza de la chica y pedían compasión a gritos.-Nos lo contó Mighos.-El dios del Tiempo —dijo Brutha-. Es un dios mayor.Celis seguía enfadada.-Dijiste que solo eráis dioses menores. ¡Estás mintiendo! No

sé porque perdemos el tiempo con esto.Brutha ignoró el enfado de Celis. Le hacía gracia ver a la que

solía ser la más razonable perdiendo los nervios. Por el contrario ella estaba muy tranquila. Al fin y al cabo, era la mejor negociadora de todo Whomba. Ya había estado frente a frente con muchos dioses.

-Así que Mighos, eh. ¿Él te ha mando aquí? ¿Quiere él que nos cuentes esto?

-Mighos nos avisó a los menores. Se ha separado de los su-yos. Los mayores ahora sirven a Nansi. O eso dicen. Hace un ciclo de luna llamaron a todos los menores y los mataron.

Los miembros de la sala se miraron. Todos recordaban el sue-ño que les había despertado hacía un ciclo. El sudor frío, las llamas.

-Nosotros no fuimos. Nos escondimos en el antiguo templo de Nur, en Karsash. Está abandonado.

-¿Así que los dioses están muertos? —Celis se acercó de nuevo a la mesa-. ¿Nansi los ha matado? ¿Es eso lo que has venido a decirnos?

-He venido a pedir asilo en Gulf. En nombre de los míos. Celis soltó una carcajada llena de odio. Brutha, por el con-

trario, sonrió. -¿Queréis que os protejamos? ¿De qué? Ese Nansi no nos

persigue a nosotros —dijo el otro hermano Frosh.-Os equivocáis -continuó el Carnero-. Nansi viene hacia

aquí a por vosotros. Ha despertado la magia de los muchos habi-tantes de Whomba que ahora le sirven a él. Viene en una enorme caravana bajo el signo de la paz. Pero no es paz lo que busca.

-¿Y qué busca? -siguió Celis.Mur la miró y suspiró.

Page 234: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

234

-Poder. El vuestro, el nuestro. El de todos. -Y si viene hacia aquí, ¿por qué queréis que os protejamos?

-dijo Brutha.Mur bajó la cabeza un segundo.-Tenéis... tenéis la magia. Más que nosotros. Y estáis orga-

nizados. Se hizo el silencio. Brutha se puso en pie.-Tenemos que discutir tu propuesta. Celis, vamos fuera un

momento. ¿Os importa? -dijo al resto. Los otros tres asintieron. Celis y Brutha abandonaron la sala.

Cuando la puerta se cerró, Trisgorm se acercó a Mur.-Yo soy de Kraal, allí rendíamos tributo a los dioses de la

pesca. A ti también te entregábamos plegaria y a cambio nos dabas de comer todos los inviernos.

Mur sonrió.-Quédate con ese bello recuerdo -le dijo.Trisgorm le devolvió la sonrisa y añadió:-Ahora soy el encargado de la comida, aquí en Gulf. Utilizo

la magia para cultivar el campo, se podría decir que soy una especie de «dios de la Abundancia», como tú. Pero nadie me rinde tributo, al contrario, dedico más horas que nadie al cuidado de la tierra. ¿Qué hacías tú por la tierra?

-No te entiendo -dijo Mur.-A veces tenía la sensación de que evitabas conscientemente

que tuviéramos suficiente comida para que te siguiéramos dando presentes.

Trisgorm volvió a sonreír sin perder la amabilidad. Mur tragó saliva.

Fuera, Brutha consiguió que Celis se sentara en uno de los bancos del pasillo. La rodilla derecha de la maestra temblaba sin parar, puro nervio.

-¿Se puede saber qué te pasa?-Dejaron que Nur muriera. Controlan la magia, mantienen

este mundo en medio de la más absoluta oscuridad y ahora nos piden ayuda.

Page 235: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

235

-Relájate, son solo dioses -dijo Brutha.Celis fue a responderle, pero se quedó con la palabra en la

boca. Se le esbozó una sonrisa. De pronto, se estaba riendo.-¿Cuál es el plan, entonces? -dijo Celis.-No, cuál es tu plan. Dijiste que tenías uno, pero no lo con-

taste -dijo Brutha.Celis la miró sin entender.-¿Qué importancia tiene eso ahora? ¿Qué vamos a hacer con

este problema? -Cuéntame tu plan, maldita sea -insistió Brutha.Celis se relajó un segundo y después empezó a hablar.-Bueno, creo que la gente tiene razón. Hay que responder

a lo que los dioses nos han hecho. Pero si atacamos a Loona y el campamento todos lo verán y será peor.

-Más ahora que el tal Nansi está reclutando gente para su causa de la paz.

-Lo que pensé es que deberíamos bloquear los templos. -¿Bloquear los templos?-Bueno, ahora no tiene mucho sentido ya que parece que

no nos quedan dioses contra los que luchar. La idea era impedir el intercambio para reducir el poder real de los dioses. Una respuesta.

-Siempre había pensado en el intercambio como algo más... mágico.

-No, olvida eso. Mira lo que hacemos aquí. La magia que hacemos. Es pura energía. Los templos son como almacenes de energía.

-¿Quieres decir que Gulf es una especie de templo gigante?-Sí, puede decirse así. Un templo de otro tipo, pero sí. Pero,

¿qué mas da? No hay dioses. No sirve para nada.Brutha se quedó un segundo en silencio, mirando al suelo.-¿Cómo pensabas romper el cerco?-¿Recuerdas cuando os encontré a Morg y a ti? Me teletrans-

porté. Lo puedo hacer desde que Loona mató a Xebra. Creo que podría conseguir que saltáramos a cualquier lugar de Whomba.

Page 236: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

236

-¿Tú sola?-No, con la energía suficiente podría hacer saltar a mucha

gente. El problema es que perderíamos la empalizada y probable-mente la conexión de las pantallas. Los que se quedaran cuidando la casa estarían solos.

-Eso si el campamento siguiera ahí.-Si, claro. El campamento va a seguir allí, Brutha. Y además,

insisto en que ahora no importa porque...Brutha levantó la mano y le indicó que se callara un segundo.-¿Crees que el poder de los dioses puede ser como esa ener-

gía mágica?Celis sonrió.-Estoy convencida de que es exactamente la misma energía,

solo que mucho más concentrada y durante mucho más tiempo. Creo que en algún momento, de alguna forma se la cedimos y lue-go lo olvidamos o nos lo hicieron olvidar. Nur me lo contó, pero no lo recuerdo bien. Pero sí, estoy segura de que es la misma energía. La energía es siempre... energía. Los dioses, Nansi, nosotros, sólo son formas de canalizarla.

Brutha volvió a guardar silencio.-¿Y si los dioses menores guardaran la empalizada? -¿Contra Nansi? Seguiríamos teniendo el problema de las

pantallas. Se apagarían y Loona nos atacaría. Además, no quiero pactar con los menores.

-Yo tampoco quiero, pero uno no gana esta batalla con lo que quiere, sino con lo que tiene.

Celis se quedó callada un segundo.-Si les damos asilo tendrán que irse de Whomba. Y ceder

todo su poder. Y protegernos.Brutha le sonrió.-Están aterrorizados. Puedo conseguir casi lo que quiera.-De los menores puede que sí, pero ese dios del Tiempo es

otra cosa.-Se supone que no quiere poder, que quiere ayudarles.

Page 237: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

237

-Entonces que se quede aquí. Los menores se van y él se queda aquí y pierde su poder. Es lo mínimo por todo lo que han hecho.

Brutha asintió con la cabeza -Entonces ellos guardarán la puerta junto a los que quede-

mos. El resto bloquearemos los templos. -¿Para qué? No quedan dioses.-Para que nuestro poder no esté solo en Gulf, sino en todas

partes. Haremos de cada templo un pequeño Gulf, le enseñaremos a la gente a usar la magia por toda Whomba. Contaremos nuestra historia. Así no habrá que depender de las pantallas.

Brutha se puso en pie.-Espera un momento... -dijo Celis-. ¿Qué pasa con Loona

y el campamento? No podemos atacarles. Brutha fue hacia la salida. -No te preocupes por eso ahora. Hay que someter la pro-

puesta de paz al Consejo antes de hablar con Mur.-No, Brutha, me preocupo. No podemos dejar ningún fleco

en el aire.Brutha sonrió.-Tranquila, de verdad, ya sé como acabar con Loona.

Page 238: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

238

Amanecía en el campamento que rodeaba Gulf. Los miem-bros de la guarnición de Loona que estaban de guardia se restre-gaban los ojos y paladeaban el momento de irse a dormir tras una noche de vigilancia. Otra más. Una noche más esperando el relevo, noticias. Una noche más de silencio.

El campamento se había ido descuidando día tras día. Los negociadores y los soldados reclutados habían dejado de lavarse, habían dejado que les crecieran barbas, habían perdido la compos-tura. Las borracheras eran más habituales que antes, los superiores miraban para otro lado. El tiempo pasaba y el sentido de la misión se iba disolviendo. Pero las guardias se mantenían.

Mientras tanto, en Gulf no pasaba nada. Nadie entraba y salía. Hacía ya un buen tiempo desde que Loona había matado al lobo y no había reacción. Lo único que les hacía mantener la paciencia era la paga semanal y la promesa de mayores riquezas futuras, cuando cayera Gulf.

Capítulo XLIII

PALABRAS

Page 239: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

239

Solo Loona parecía tranquila. Ya no se la escuchaba gritar en la noche, ni humillar a los soldados. Se paseaba en silencio entre sus tropas, con el pelo blanco al viento, completamente concentrada. Estaba segura de su victoria: solo era cuestión de tiempo.

Entre la bruma de la mañana apareció una figura. Primero casi fantasmal y luego más y más física hasta distinguirse perfecta-mente a un niño de unos doce años, caminando por el valle. Los guardias que lo vieron no dieron la voz de alarma, pero sí le grita-ron que se parara de inmediato. El niño no se detuvo. Levantaron sus rifles, nerviosos. Pensando que era una trampa, pensando que estaban rodeados. El niño levantó las manos en señal de paz. Vol-vieron a gritar que se detuviera. Lo hizo.

Uno de los guardias se adelantó, protegido en la retaguardia por un compañero. Paso a paso, se fue acercando hasta el niño, que permanecía inmóvil y tranquilo. Levantó su arma en dirección al muchacho.

-¿Qué es lo que quieres? -dijo.El chico, muy tranquilo, le mostró un sobre de color blanco.-¿Qué es eso? -dijo de nuevo el guardia. -Es una carta —contestó el muchacho-. Se la tengo que

entregar a Loona. El soldado agarró el arma con más fuerza y se adelantó un

paso.-Dámela.-Solo se la daré a Loona -dijo el chico.El soldado amartilló su arma y apuntó a la cabeza del chico.-Dámela o será peor.El muchacho se dio la vuelta y señaló un punto indetermina-

do en dirección a Gulf.-¿Sabes el arma con la que Loona mató a Morg? Pues noso-

tros tenemos una igual. El guardia tragó saliva y acarició el gatillo.-Loona se la regaló a Brutha hace años. Y ahora mismo esa

escopeta te está apuntando a la cabeza. Una sola bala que no puede fallar.

Page 240: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

240

El guardia miró un segundo hacia atrás, hacia su compañe-ro, que lo había oído todo. A pesar del frío de la mañana, estaba sudando.

-Solo se la entregaré a Loona, luego me marcharé por donde he venido -la voz del chico sonaba firme y tranquila—. Y bien, ¿a qué esperas?

Loona caminaba en dirección al muchacho. La acompaña-ban los dos guardias que lo habían encontrado y otros miembros de la guarnición, incluido Gerlem, que flanqueaba a Loona. Cuando llegaron hasta el chico se lo encontraron sentado en el suelo, jugan-do con unas piedras con aspecto inofensivo; le estaban apuntando cinco guardias.

-Me han dicho que tienes algo para mí -dijo Loona exten-diendo la mano.

-¿Eres Loona? -dijo el muchacho.Los soldados se rieron, pero un gesto de Gerlem les hizo ca-

llar de inmediato.-Lo soy. Loona, la negociadora. ¿Quién eres tú?El chico se encogió de hombros.-Un mensajero. Volvió a sacar el sobre y se lo entregó.-Si ahora intentáis matarme, una bala igual a la que mató a

Morg os atravesará el corazón.Loona le sonrió.-No, no lo hará. Vete.El chico, con total tranquilidad, se dio la vuelta y volvió so-

bre sus pasos. Todo el mundo estaba mirando a Loona, que sim-plemente dejó que el chico se fuera. Después dio la vuelta sobre sus talones y volvió de regreso a su tienda. Por el camino crecía un

Page 241: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

241

murmullo de inquietud. ¿Acaso no pensaba abrir la carta? No lo haría en su presencia.

Loona entró en la tienda y, con cierto nerviosismo, abrió el sobre. En el interior había una carta escrita a mano. La leyó. Cuan-do hubo terminado se quedó de pie, en silencio. Luego se sentó. Pasó otro rato así, sentada sin decir nada, sin moverse, sin hablar con nadie. Se llevó las manos a la cara y se secó algunas lágrimas que se habían formado en sus ojos sin que ella se diera cuenta.

Se miró la manos, tan viejas, tan llenas de arrugas, tan apa-rentemente frágiles y sin embargo...

Se puso en pie y cogió su espada. -¡Gerlem! -dijo. El soldado apareció de inmediato.-Sí, mi señora.-Has sido relevado de tu puesto, puedes retirarte.Gerlem se quedó mirándola sin llegar a comprender sus pa-

labras.-Sois libres de hacer lo que queráis, todos vosotros —dijo

Loona-. Me voy a casa.-Pero... mi señora.-Ya no soy tu señora, no soy señora de nadie. Desmantelad

el campamento y marchaos.Loona salió de la tienda. Había más guardias a su alrededor.-Pero, señora... no comprendo.-Eres libre. Estáis liberados -Loona miró a su alrededor y

levantó la voz-. ¡Sois libres! ¡Todos vosotros! Ya no me servís a mí y no servís a los dioses. Se acabó.

Se hizo el silencio. Nadie parecía saber qué era lo que debían hacer. Sin embargo, alguno de los soldados no pensaban marcharse así como así.

-¿Qué hay de las riquezas prometidas?Loona se dio la vuelta y miró al soldado en cuestión.-Bajad a cogerlas, están en Gulf. Pero os advierto que son

más y la mayoría moriréis. Otro soldado se acercó a Loona y la agarró del brazo.

Page 242: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

242

-¡Queremos nuestro dinero!Loona le apartó de un manotazo y siguió avanzando entre

ellos, hacia la salida del campamento. El soldado, un negociador joven de pelo moreno, volvió a agarrarla, frustrado. Loona se revol-vió y le partió dos dedos. Acto seguido hizo un arco con su espada y se la puso en el cuello.

-Cualquiera que intente impedir que me vaya, morirá. Otros dos se abalanzaron sobre ella. Loona flexionó las pier-

nas y se apartó cuando el primero embistió. El segundo se encontró con un puñal salido de la nada clavado en su garganta. Con la mano que aún llevaba la espada, Loona atravesó las costillas del que la había atacado primero. Tres movimientos, dos patadas y al suelo. Apuntó de nuevo al resto de soldados.

—No estoy bromeando. Gerlem vio cómo se daba la vuelta y se alejaba, caminando

con un puñal en una mano y una espada en la otra. Sin ningún miedo, como si ninguno de ellos le importara. Había entregado su vida por aquella mujer que ahora los abandonaba. Sacó su espada y cargó contra ella. Loona lo escuchó venir y se dio la vuelta justo a tiempo. Paró un golpe, dos, tres.

-Gerlem, no quiero matarte. No me hagas esto.-¡No puedes abandonarnos!Gerlem fue a asestar un golpe fatal describiendo un arco de

arriba a abajo. De pronto, sintió frío. Loona se había apartado y había clavado su espada por debajo del corazón del soldado. Se miraron un segundo a los ojos. Loona le miró con una mezcla de tristeza y compasión. Gerlem fue a decir algo, pero una burbuja de sangre le estalló en la boca. Cuando golpeó contra el suelo ya estaba muerto.

Loona levantó la vista. Otros negociadores se acercaban a por ella, chicos y chicas a los que había entrenado desde que eran niños, llenos de hambre y odio, vacíos. Agarró el arma con fuerza: «No es así como yo muero», se dijo.

Page 243: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

243

Al atardecer, una figura atravesaba las montañas en dirección a Gulf. Era un hombre flaco, con barba tupida y fuerte, que cami-naba apoyándose en un enorme palo. No parecía herido, pero sí cansado. Se sorprendió al ver que el campamento de la guarnición de Loona estaba abandonado, que a su alrededor había decenas de cadáveres de soldados muertos y un rastro de sangre que huía del lugar en dirección contraria a la suya.

La mujer que huía era Loona. El hombre que llegaba era Thogos.

Page 244: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

244

Si lo viéramos desde el cielo sería un mar de color blanco. El color que es todos los colores. El color de la paz. Una caravana de miles, decenas de miles de ciudadanos de Whomba vestidos de blanco, en tiendas de tela blanca, como un velero blanco que se mueve lentamente, ciudad a ciudad, con las velas desplegadas en dirección a las montañas de Gulf.

Se mueven a pie los que no tienen otro medio, a caballo otros, en motos y coches los pocos que pueden permitírselo. Se pintan del color de Nansi, que ya no es de color ébano, sino marfil.

Pero ahora es de noche y solo la luna ilumina el campamento y hace resplandecer los colores de las tiendas y los trajes. Barlhar, antiguo dios del Conocimiento y servidor de Nansi, ha sido lla-mado en presencia de éste. Le han sacado de la cama. Recorre el campamento molesto por llevar los pies descalzos. Alguien dijo que Nansi dijo que había que llevar los pies desnudos y ahora todos los llevan. El blanco se tiñe de rojo cuando la sangre brota después de horas de marcha. Barlhar lo odia. Y odia a los seguidores de Nansi,

Capítulo XLIV

NANSI

Page 245: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

245

tan pusilánimes, tan infelices y sin embargo tan alegres. Pero se cuida muy mucho de que se le note. Da gracias por cada minuto de vida que tiene.

Nansi tiene una tienda especial, tejida por los propios acó-litos de su credo. Una tienda grande, circular, con un fuego que se enciende cada noche allí donde se detienen. En el interior de la tienda hay también una cama con doseles blancos y edredones pá-lidos. Barlhar se repite que el blanco no es un color, que no existe. Que es evidente que hay diferencias entre una tela y otra, que son matices de blanco, pero tampoco lo dice.

Nansi le ha mandado llamar porque quiere un vaso de leche. Barlhar no se lo puede creer.

Nansi le sonríe con amabilidad y le pide que se lo traiga. Le dice que a partir de ese momento solo quiere beber leche. Barlhar está tentado de preguntarle cuál es su plan al llegar a Gulf, pero teme que la respuesta le deje aún más preocupado.

Barlhar calla, Barlhar es obediente, ha aprendido a sobrevivir callando lo que piensa, siendo discreto. Trae el vaso de leche, que Nansi se bebe. Luego le pide que lo arrope. Dice que se siente frá-gil, dice que en el mundo hay mucho dolor y que él puede sentirlo todo. Le dice que quiere amar a todas las criaturas de Whomba, pero que no se dejan. Barlhar lo apacigua. Luego se marcha a su propio camastro de su propia tienda. Se cuida, sin embargo, de circular un poco entre la gente. La gente lo conoce, lo mira con distancia y respeto. Es el hombre de confianza de Nansi. No saben lo que él sabe. No saben nada. Lo saludan y le llaman «el Oído». El que escucha a Nansi. Barlhar sonríe beatíficamente y responde con cariño a propios y extraños y luego se va a dormir.

El campamento de la paz duerme.Dos figuras se materializan en la tienda de Nansi. Aparecen

de la nada. Dos jirones de viento que se hacen sólidos: túnicas os-curas que no les cubren el rostro. Dos hermanos que son padres: Merher y Marh. Llevan puñales rituales. Van a apuñalar a su hijo. Van a acabar con el bien en la tierra. Van a enmendar sus errores.

Nansi se despierta y ve que los tiene encima. Se olvida de la

Page 246: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

246

paz. Se olvida de la leche. Su piel vuelve a ser de color ébano, es-cucha de nuevo las moscas dentro de su corazón. Se pregunta por un segundo cuándo perdió su ansia de sangre. Piensa en Barlhar. Se siente engañado. Un cuchillo se le viene encima. Lo esquiva. Mer-her salta sobre él como una alimaña. Le golpea en la cara, sangre.

Barlhar despierta, está sudando. Tiene la sensación de que algo va muy mal. Se pone en pie, sale atropelladamente a la noche. El corazón le late como si se le fuera a salir del pecho. Se para a res-pirar. En seguida se pone en marcha en dirección a la tienda. Hay otras personas que han salido, ve en sus ojos una inquietud similar a la suya. «Finge. Que no parezca que estás preocupado». Saluda con la mano y camina un poco más despacio. Ya está, ya llega a la tienda. Entra. No hay nadie. Enciende el fuego, que se ha apagado. No hay nadie. La sensación se hace más fuerte. ¿Dónde está Nansi?

Una oscuridad helada. Siente presión en el cuello. Una pre-sión que le impulsa hacia abajo. Las sienes le estallan. Abre la boca para chillar, pero nota que no puede. Siente un torrente de agua fría que le entra en la boca. Resiste. Se revuelve. Nota el filo de un cuchillo que le corta en el pecho. El dolor se hace punzante. La oscuridad lo va envolviendo. Nansi nota que se muere, se rebela, se revuelve, tensa los músculos, impulsa su cuerpo hacia arriba.

El peso que lo aprisiona desaparece. Se pone en pie. Recono-ce el lugar, está en la cueva que lo vio nacer y frente a él están sus padres. «Madre vida y Padre muerte». Madre vida tiene un cuchillo ensangrentado en las manos. Padre muerte le estaba sujetando para ahogarle. Nansi se ve reflejado en el agua, tiene un ojo hinchado y

Page 247: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

247

casi cerrado, las cejas sangrando. A la altura del pecho tiene un cor-te del que mana sangre negra. También le han golpeado en la boca.

«No son quienes me trajeron al mundo, son dioses, dioses como los demás». Ríe. Los mira a los ojos e intenta conectar con sus mentes, pero es expulsado. No es tan fácil, él es carne de su carne. Las moscas zumban en su interior.

Merher se lanza sobre él de nuevo. Nansi lo detiene con una mano. Es más alto que él, es más fuerte que él. Lo doblega. Marh avanza con determinación, es muy rápida. Le corta de nuevo en el costado. El dolor le hace soltar a Merher. Nansi lanza un puñetazo que impacta en el rostro de Marh. La diosa de la Vida sangra por la boca.

Merher sigue atacando con una furia asesina, casi suicida. Nansi devuelve los golpes, pelea como puede, golpea a ciegas. Marh le corta una y otra vez. Es un guiñapo de sangre. Se sumerge un segundo en el agua, se revuelca en el barro que lo vio nacer.

Se levanta, chilla como un bebé, llena los pulmones y llora con odio.

-¿Por qué me odiáis? ¿Por no obedeceros? ¿Por sobrevivir? ¿Por seguir adelante? ¡Quiero vivir!

Grita con toda la fuerza de sus pulmones, el eco retumba en la roca de la cueva. Nansi se concentra, concentra su energía en un punto fuera de sí. Un pequeño brillo de color dorado va creciendo, forma una esfera. Va a hacerlos estallar por los aires.

Merher mira a su hermana. Comparten un segundo de aten-ción, suspiran... y salen corriendo en dirección a Nansi. Saltan so-bre él y se abrazan a su cuerpo. Nansi no entiende lo que pasa, se tambalea, la bola de energía crece. Nansi decide detenerla, no hacerla estallar, pero de pronto escucha un zumbido que proviene de algún lugar junto a él. Padre muerte y Madre vida brillan. Padre muerte y Madre vida tienen los ojos de color dorado.

-Todo lo que vive... -dice Marh, aceptando el destino del que lleva huyendo toda su vida.

-...Muere -dice Merher, comprendiendo por fin qué lugar ocupa en el mundo.

Page 248: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

248

Nansi chilla aterrorizado. La bola de fuego crece y los engulle a los tres. Durante un segundo la caverna al completo resplandece, casi se pueden ver sus confines. La energía hace que las piedras cambien de color, por un segundo todo es blanco... Y al segundo siguiente no hay nada, vuelve la oscuridad. Ya no hay Nansi, no hay Marh, no hay Merher.

Barlhar lo siente. Barlhar espera. Barlhar era el dios del Co-nocimiento, Barlhar lo entiende. Nota cómo un peso se le qui-ta de encima lentamente, cómo sus músculos se relajan. Barlhar comprende lo que acaba de suceder y empieza a reír. Primero muy despacio, casi avergonzando, pero luego más y más fuerte hasta que rompe a llorar de las carcajadas. Se seca las lágrimas de los ojos y deja que la alegría vaya desplazando a la angustia. Se siente joven y renovado, con el futuro por delante.

«Nansi ha muerto», se dice. «Hay mucho por hacer».Espera a que el primer rayo de sol del amanecer ilumine el

campamento y entonces sale de la tienda de Nansi. Sabe que lo es-tán esperando (y así es), sabe que han notado la misma convulsión que él (y así ha sucedido), pero también sabe que, al contrario que él, ellos no saben lo que pasa.

Los reúne a todos (y son miles) en una pradera cercana al campamento. Les mira a los ojos con emoción y alegría y les cuenta lo que sabe. Les dice que Nansi se ha sacrificado por la paz. Que ahora su energía está en cada uno de ellos, que Nansi habla con él y que puede llegar a hablar con cualquiera de ellos. Que Nansi es el más humilde de todos ellos, que es un ejemplo. Mientras habla nota como le van creyendo, nota el poder haciéndole cosquillas por todo el cuerpo. Hace lo que sabe: conecta con sus deseos. Les dice «quered a Nansi» cuando en realidad quiere decir «queredme a mí». Nota que lo sabe todo, que ha sobrevivido. Que ya solo le queda un pequeño problema que resolver.

Page 249: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

249

-Escuchadme -les dice-. Nansi quiere la paz y nosotros seremos sus guerreros de la paz. Luchadores pacíficos, hermanos de una hermandad inquebrantable por la fuerza de Nansi. Llevaremos la paz a Gulf. Seguiremos el ejemplo de aquel que nos dio vida y sentido.

Y lo entienden, lo entienden tan bien que varios empiezan a brillar. Lo entienden tan bien que uno incluso condensa la energía de su cuerpo e imita a Nansi, trasciende, desaparece. Barlhar es el primer sorprendido: «Bombas humanas de amor». Sonríe. Piensa en Gulf. Sonríe más todavía.

Page 250: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

250

Se amaron con los labios y con las manos, con las puntas de los dedos. Se amaron con su sexo y con su piel. Se amaron con furia adolescente y con pasión madura. Se amaron sin consecuencias y sin arrepentimientos.

-Eres la cosa más bonita que he visto nunca -dijo Thogos.A Brutha se le escapó la risa, rodó por la cama entre carcaja-

das. Una risa fuerte, altanera, que rompía el silencio de la noche. -Eres un cursi, Thogos de Malparte.Thogos se puso rojo.-No sabía qué decir -se disculpó.-¿No sabías qué decirme? Esto se pone cada vez mejor.Thogos volvió a abrir la boca para disculparse de nuevo. Bal-

buceó un «lo siento». Brutha volvió a reír, esta vez más bajo. -¿Disfrutas torturándome? -dijo Thogos.-No -dijo Brutha.Sus ojos brillaban. Se acercó y le besó. Luego se dio la vuelta

y se quedó mirando al techo de la habitación. Los dos compartie-

Capítulo XLV

¿DÓNDE ESTÁ CELIS?

Page 251: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

251

ron el silencio. Por la ventana se veía el cielo estrellado. Empezaba a hacer frío, se estaba agotando ese ciclo de luna.

-Hemos hecho trampas -dijo Thogos.-¿Trampas?-Prometimos acostarnos juntos cuando esto terminara. Y no

ha terminado.Brutha no respondió, seguía mirando al techo y escuchando

su propia respiración.-¿Cuándo crees que volverá Celis? -insistió Thogos.Brutha se dio la vuelta de nuevo y le sonrió con cierta pereza.-¿Tenemos que hablar de eso ahora? Háblame de esos garou

que viste. Háblame de tu viaje.A Thogos le llamaba la atención que Brutha pusiera tanto

interés e ilusión en un viaje que, para él, no era más que un terrible suplicio de soledad y miedo. El viaje en el que había matado por primera vez.

-Eran lo que nosotros llamamos hombres lobo, pero la pala-bra no les gustaba, ellos se referían a sí mismos como «garou» y no parecían tenernos mucho cariño. Recogieron las cenizas de Morg y se marcharon. Decían que el clan de los Dientes Afilados hacía mucho que no existía, pero reconocieron a Morg como un igual.

-¿Y venían en barco?- dijo Brutha con ilusión.-Sí. Brutha se quedó de nuevo en silencio, pero estaba nerviosa.-¿Crees que puede haber otras tierras más allá del mar?-Es lo razonable. Esos garou no venían de Whomba.-Pero lo conocían.Los dos se quedaron en silencio. Brutha se dio la vuelta y se

puso a mirar por la ventana. -¿En qué piensas?-dijo Thogos abrazándola. -No sé. En nada. En el cielo.-¿Qué le pasa? -Creo que hemos pasado toda la vida atados al cielo, a los

dioses, dando por hecho que la tierra no era más que lo que vemos, como si no tuviera importancia. Y ahora... quizás hay más tierra de

Page 252: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

252

la que pensamos. Más tierra que cielo. Thogos se rió.-Eso es imposible -le dijo.-¿Por qué es imposible?Y entonces Thogos le explicó que en su viaje se había orien-

tado por las estrellas, le explicó que creía que el cielo podía ser un mapa y que había descubierto que era curvo, no plano. Y que donde había tierra había cielo. Que el horizonte no era más que un defecto óptico.

-Entonces hay más cielo del que vemos. Más cielo y más tierra -dijo Brutha, resuelta.

Thogos asintió. Brutha sonrió. Volvieron a quedarse en si-lencio.

-¿Estás seguro de que el campamento de Loona está aban-donado? -dijo Brutha a Thogos de repente, como si le hubiera asaltado esa preocupación.

-Completamente. Lo comprobé, parece que hubo una gran pelea y que los supervivientes se marcharon. ¿Qué le dijisteis a Loo-na para que decidiera desmontar el campamento?

Brutha guardó silencio.-Le dije la verdad.Thogos supo que Brutha no iba a comentar nada más sobre

el asunto. -¿Cuándo va a volver Celis? -insistió Thogos. Brutha suspiró.-Eres un pesado.-Y un cursi —añadió Thogos.-Eso.Brutha suspiró.-No sé cuándo va a volver Celis. No sé si hicimos bien en

dejar que se fuera, ni si hicimos bien en confiar en la palabra de los dioses menores, cosa que en este caso es responsabilidad mía. Celis se empeñó en ser ella la que cerrara el pacto. Creo que no se fía de ellos, y no me extraña. Se supone que debía ir a Karsash, firmar el acuerdo y volver con ellos aquí. Pero no sabemos nada de ella. No

Page 253: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

253

quiero ni pensar en lo que pasaría si llegara antes ese Nansi y su ejército y no están aquí.

Brutha lo había soltado todo de golpe, sin respirar casi. Tho-gos sabía que las referencias al «ejercito de Nansi» no eran desca-belladas, en las últimas jornadas de su viaje había visto a grupos de personas vestidas completamente de blanco dirigiéndose a algo llamado «la Caravana de la Paz» y que capitaneaba el «nuevo Dios Nansi».

-Ya se nos ocurrirá algo -dijo Thogos sin mucha convic-ción. Luego le sonrió.

-Ya se nos ha ocurrido algo. Pero necesitamos a Celis. Brutha volvía a estar preocupada. Le acarició el rostro.-Me alegro de que hayas vuelto.Se besaron de nuevo. Primero despacio y luego con más in-

tensidad. Brutha cogió la mano de Thogos y la acercó sobre sus pechos, que empezaron a acariciarla. Thogos siguió besándola en los labios y en el cuello.

Despertaron con el sonido de las campanas de la empalizada. Antes de que Thogos estuviera siquiera de pie, Brutha ya se había vestido, cogido su arma y salido de la habitación. Antes de que Thogos llegara a la calle ella ya estaba a los pies de la empalizada subiendo peldaño a peldaño hasta las torres de vigía.

El corazón de Brutha le bombeaba en el pecho hasta calen-tarle las mejillas. Cuando llegó arriba el aire ya ni entraba ni salía. El vigía le señaló un punto indeterminado en medio del valle casi en el lecho de las montañas. Brutha forzó la vista, casi sin aliento.

Brutha sonrió.Era Celis. Venía acompañada de una comitiva de lo más ex-

traña. Estaba el dios Mur, pero también Across, Efna y otros dioses menores con los que había tratado en el pasado. Celis portaba un

Page 254: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

254

bello paraguas de color morado y parecía una auténtica dama seño-rial. Brutha rompió a reír. Quizás aún había esperanza.

Bajó de la empalizada y se encontró con Thogos.-¡Aquí tienes a tu maestra! -le dijo.Salieron del campamento e iniciaron el descenso fruto del

puro entusiasmo. Thogos se asustó un poco al ver a hombres car-neros, campesinos ciegos, niñas, serpientes parlantes y otra fauna extraña. Al verle, Celis tiró el paraguas y corrió hasta él. Le abrazó con una intensidad que casi le hace crujir los huesos.

-¡Mi mejor estudiante! Has tardado mucho en volver. Espe-ro que lo anotaras todo como te dije.

Celis miró a Brutha-Tenemos que hablar -su voz se había vuelto seria de re-

pente.-¿Qué sucede? ¿Habéis firmado?-Están de acuerdo y el pacto está redactado, pero lo firma-

remos cuando esto haya terminado y ellos hayan defendido la mu-ralla.

Brutha miró por encima de Celis al grupo de dioses menores y casi parecían asustados.

-Los tengo controlados -dijo Celis con una sonrisa.-¿Dónde está Mighos? -dijo Brutha un tanto inquieta-Tranquila. Tenía algo que hacer antes de venir. Ese pobre

fanático cree tanto en sí mismo que piensa que el futuro está de-cidido de antemano y que tiene cosas que hacer antes de irse. Me gustaría verle fallar si no fuera porque parte de sus predicciones es que todo nos va a salir bien.

-¿Eso te dijo? -dijo Thogos.-Me lo enseñó. Una playa, unos barcos, los dioses menores

marchándose, Whomba libre. -No es una mala visión.Celis volvió a su tono serio.-El problema es que no es más que eso. La situación no nos

es favorable. Hemos tenido que dar un rodeo para venir. El ejército de Nansi está muy cerca.

Page 255: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

255

Brutha sintió un escalofrío.-Son miles, decenas de miles y... Brutha, he visto lo que

pueden hacer con su magia. Esto no va a ser nada fácil.Celis rebasó a Brutha en dirección a Gulf. Brutha miró a

Thogos. No iba a ser fácil. ¿Acaso alguna vez lo había sido?

Page 256: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

256

Nieve. Sobre la nieve un rastro de sangre. Avanzar, no desfallecer, no dejarse vencer. Cumplir el obje-

tivo. Andar con la certeza de que el final no es éste. Está cerca, sí, pero todavía no. Ver la sangre que sigue manando de la herida. Seguir andando. Perder el sentido, notar el suelo helado contra la cara, el pómulo abierto, ardiendo, las manos llenas de llagas del frío y la sangre.

Dormir tirada contra el suelo, apenas tapada por la ropa, ahora hecha jirones. El uniforme convertido en un trapo y poco más.

Loona sabe cómo muere porque se lo dijo la diosa Fregha. Loona sabe que aún no es el momento, que queda una cosa por hacer.

El puente, ya está llegando al puente, el puente que ha cru-zado tantas veces para ir y venir de Whomba. Con sus niños bajo el brazo. La ama de cría convertida en secuestradora, la maestra en

Capítulo XLVI

EL FINAL DE LOONA

Page 257: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

257

perseguidora. Levanta la vista y puede ver el templo en medio de la ventisca. Las sombras toscas del conjunto.

Se sigue acercando. El contorno se hace retrato del abandono y la ruina.

—Lórimar...Murmura. Como si susurrara a un amante. Como si nom-

brar la ruina le devolviera grandeza. No hay grandeza en ese casca-rón vacío. Como en Loona, hundida, derrotada.

Se arrastra por las escaleras del templo como una alimaña. Al entrar, en una de las fuentes, bebe agua hasta reponerse lo suficiente como para sostenerse en pie. Se apoya, sin embargo, en su fusil. En el arma regalada por los dioses, el gatillo de un gatillo. El cañón de un cañón, el arma de un arma. Eso es, ahora lo sabe. Un arma de los dioses, nada más.

Nada más entrar se da cuenta de que su instinto no se ha equivocado. Lo puede sentir en los huesos, en las manos crispadas por el tiempo. El pago injusto por un error aún más injusto. Nota que la rabia la consume un poco más.

Recorre las salas chillando. Sin poder articular palabras co-herentes, solo un discurso animal y desesperado. Chilla mientras se interna en el templo. Chilla hasta llegar a las puertas del salón principal. Allí coge aire. Allí espera unos segundos. Luego abre la puerta usando los restos de su fuerza para separar las enormes hojas.

El salón principal. La sala del trono. Y Fregha, sentada en su pedestal.

—Hola, Fregha —dice Loona. Y luego escupe sangre en el suelo.

Fregha no dice nada, se incorpora con un gesto indefinible. Está flaca, sus ropas están sucias, parece una muñeca vieja con la cara tapada por un trapo.

—Malos tiempos, ¿eh?Fregha sigue en pie. No dice nada. —¿No hablas? ¿No vas a preguntarme por lo que sucede?

¿Qué hago aquí? ¿O ya lo sabes? Tú lo sabes todo, ¿no, Fregha? Diosa de los Secretos, madre de Barlhar, dios del Conocimiento.

Page 258: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

258

Aquella cuya belleza desafía todo Whomba. La que tapa su rostro para no cegarte con su aura.

Loona saca un puñal de entre sus ropas, corre con energía renovada hacia Fregha. Esta no se mueve, sus manos hacen un gesto casi de bienvenida. Loona la empuja con todas sus fuerzas y la diosa cae hacia atrás, golpeándose la espalda con la madera de su enorme butaca. Un gemido ronco, es todo lo que emite Fregha.

Loona le arranca el velo de la cara y le pone el cuchillo en cuello. La bella Fregha ya no existe. Tiene los ojos hundidos como si estuviera desnutrida, la boca destrozada en una mueca horrible, con dos cicatrices a ambos lados de los carrillos. Le han cortado la lengua. Loona incluso se sorprende al verla así.

—¿Esto es lo que queda de la legendaria diosa? ¿Has venido aquí a sentarte mientras esperas el fin de tu tiempo? ¿Has venido aquí a morir?

Loona mira a los ojos de Fregha e intuye una petición, un gesto en busca de ayuda.

—¡Ni siquiera tienes el valor de matarte tú misma!Loona arrastra a Fregha por las salas, la coge de los pelos y

tira de ella. Es una vieja enloquecida tirando de la cáscara de una mujer joven. Solo piel y huesos. La arrastra por el suelo y arrastra su poder con ella, pisa su gloria. La lleva hasta la puerta. Fregha no es más que un conjunto de sangre, agua, piel y huesos.

—No eres una diosa, ni una mujer. Eres poco más que pe-llejo. No mereces morir. Ninguno de los tuyos merece la muerte. Merecéis vagar por la nieve con una mínima carcasa y la memoria intacta. Porque la cabeza te funciona muy bien, ¿verdad?

En un arrebato de rabia, Loona golpea la cabeza de Fregha contra el suelo del templo. La golpea una vez, dos veces, tres. Hasta que mana sangre de su cabeza. La diosa se derrumba, pero Loona no se lo permite. La pone de nuevo en pie a patadas.

—Esta casa ya no es tu casa, diosa. Secretos, conocimiento y mentiras. Eso sois, todo en uno. Vigilantes de la nada, titiriteros de muñecos demasiado idiotas para ver los hilos. Conspiradores sen-tados en el fondo de nuestro cerebro. Almas sin alma que parasitáis

Page 259: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

259

la vida y el deseo. No merecéis la muerte. Fregha la mira con los ojos hinchados por los golpes, con

lágrimas cayéndole sin control. Están en la puerta del templo, casi en la nieve.

—Si quieres morir, cerda traicionera, muérete de frío.Una última patada saca a Fregha de su propio templo. La

diosa rueda escaleras abajo, sus huesos se fracturan. Mira en direc-ción a lo que consideraba su casa inmortal. Loona está cerrando las puertas tras de sí. Su cabello blanco se confunde con la nieve.

Fregha tose sangre, escupe sus propios dientes. Tiene los la-bios sajados y el frio invernal de la nieve le corta como un cuchillo. Intenta ponerse en pie, pero su propio cuerpo le falla. La nieve se empieza a amontonar sobre su cuerpo.

En el interior del templo, Loona recupera el aire. Está en cuclillas, con las manos apoyadas sobre las rodillas. Los pulmones le van a explotar. Durante un momento ha recuperado el vigor alimentado por el odio contra Fregha, pero ahora vuelve a sentirse vieja y hundida y el destino vuelve a clarear su mente.

Deambula por las salas de templo, un recorrido errático, sin objetivo real. Quiere tocar las cosas, quiere recordarlas con las ma-nos. De vez en cuando se queda quieta y como una loca rompe a chillar hasta quedarse ronca. ¿Cuánto tiempo está así? Ni ella lo sabe. La desesperación se va apoderando de su ser.

Saca la carta que le entregaron en Gulf, la lee una vez, dos veces, tres. La aprieta con sus manos. Le pega una patada a un armario. Está lleno de botellas que se desparraman. Coge una que no se ha roto y bebe, bebe sin parar. Sus sentidos están embotados. Chilla una vez más.

Y entonces, por fin, lo nota.Algo despierta en su interior, una chispa mínima que se ex-

tiende por su cuerpo como si fuera hierba seca, una chispa que la incendia por dentro con un calor agradable, una sensación de po-der y de confort. «Magia», se dice. Es magia. Nota la magia crecer en su interior y entonces comprende.

Page 260: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

260

Recuerda durante un segundo el día en que se convirtió en negociadora. Recuerda las palabras de Fregha. «Serás una de las más grandes, Loona. Serás imbatible en combate porque combati-rás sabiendo lo que nadie más sabe: que nadie te matará jamás, que tu muerte llegará por tu propia mano. Que serás tú misma la que acabes con tu vida».

Y ahora sus manos arden, y sus ojos arden y ella misma esta-lla en llamas. Y su cuerpo recorre las galerías de Lórimar gritando como un animal. Magia de sí misma que la consume. En su carrera empieza a subir las escaleras de la torre principal. Rompe la puerta cargando con todo el peso de su cuerpo contra ella. Las llamas abrasan su cuerpo. Fuera, la nieve parece salvación y reclamo. Loo-na salta por la ventana desde la que durante tantos años ha visto a sus discípulos partir. Como una bola de fuego se precipita al vacío.

Su último pensamiento es para Brutha. Su último segundo de consciencia está dedicado a su mejor aprendiz.

«Lo siento», piensa Loona mientras se precipita al vacío.

Page 261: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

261

Aparecen en el horizonte como copos de nieve en medio del desierto. Dispersos primero, después formando una línea que se va haciendo una pequeña lengua, como un glaciar fuera de sitio. Miles de personas con sus ropas blancas avanzando hacia el interior del valle. A través de las montañas de Gulf.

Como las piezas de un puzzle que se han ido dispersando durante años y de pronto cuadran en una imagen particular, defi-niendo un momento en la historia de Whomba.

Brutha en la empalizada, tras la puerta, sin poder ver nada. A la espera de la señal de los vigías. Detrás de ella la guardia de Gulf. Apenas mil hombres y mujeres que contienen las respiración. Sa-ben que no será como la última vez. Saben que habrá batalla.

Across y Efna, tras la guardia, junto al resto de los dioses. Es-perando su señal, rezando por una salida. Quitándose de la cabeza la imagen que les ha atormentado durante varios ciclos de luna. La muerte de ébano: Nansi.

Capítulo XLVII

LA BATALLA DE WHOMBA I

Page 262: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

262

Thogos en la ladera sur, acompañando a los estudiantes de Celis que concentran su magia día y noche para evitar que la co-nexión con el resto de Whomba se acabe, manteniendo abierta una gran ventana en el cielo, una ventana que se replica por todo Whomba. Thogos, que ya no tiene magia, que se limita a anotar lo que sucede, a investigar. Thogos, que se siente inútil en el momento más importante.

Whomba entera observando. Como un espectáculo a la vez ajeno y determinante, sabiendo que el resultado de la batalla mar-cará su destino, que en el valle junto a las montañas de Gulf se deci-de su historia. Con el corazón dividido, partido en tres. Seguidores de Nansi esperanzados en que las fuerzas de la paz terminen con los brujos. Seguidores de Gulf confiando en que las fuerzas de la magia terminen con la superstición. Seguidores de los dioses, esperando una intervención divina, un salvamento que parece imposible.

Barlhar, en un vehículo de color blanco, resplandeciente con su túnica nueva, recién lavada. Sonriente director de orquesta, ro-deado de fieles. Dios del Conocimiento que ya no se nombra por ese nombre. Secreto dentro de un secreto.

Y Celis. Celis también está en su sitio. Los vigías avisan de la llegada del «Ejercito de la Paz». En

las filas de Barlhar aún hay un segundo de confusión cuando ven las imponentes murallas de Gulf apuntaladas entre las montañas que cierran el valle. Pero las primeras filas, los más convencidos, ni siquiera esperan una orden de Barlhar. Saben lo que tienen que hacer, porque Nansi les ha hablado y les ha dicho que tienen poder para acabar con todo el mal del mundo y que él les estará esperando después.

Gritan, desordenados y caóticos, y bajan la ladera cada vez más rápido. Los vigías de Gulf dan la segunda señal. Brutha agarra su escopeta con firmeza.

—¿Estáis listos?La guardia de Gulf responde al unísono. Thogos lo escucha

apagado desde la ladera y siente una punzada de pánico, intenta distinguir a Brutha entre la gente, pero no lo consigue.

Page 263: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

263

—¡Por la magia! —grita. Las puertas empiezan a abrirse lentamente. Al fondo del valle

pueden ver a los seguidores de Nansi, aullando como locos y acom-pañados de un brillo dorado que parece mágico. Avanzan en orden y se despliegan frente a la empalizada, un poco más adelante.

Varios de los miembros de la guardia preparan su magia. Tie-nen orden de no disparar hasta que el otro bando lo haga. Preparan pequeños escudos de energía mágica. Detrás de ellos, los dioses menores se han colocado en posición. La energía mágica fluye por el valle y el pelo de la piel se electrifica.

Barlhar sonríe esperando el momento.Whomba observa la batalla y contiene la respiración cuando

el primero de los guardianes de la paz llega cerca de los defensores de la magia.

Un joven se adelanta para detener su avance. Prepara su es-cudo. El loco aullador salta sobre él, brilla de forma cada vez más intensa. De pronto, un sonido como el de un percutor, pero am-plificado, se dispersa a gran velocidad por el valle. Un resplandor y después... carne quemada. El loco aullador ha estallado junto al guardia de Gulf. Brutha siente el terror adueñarse de su cuerpo. Dos de los guardias que la acompañan empiezan a temblar.

Por el valle bajan miles. Miles de bombas. Barlhar ríe.— Que el poder de la paz se extienda por Gulf —dice. En Whomba muchos se encogen de miedo. Otros creen ver

el rostro de su dios Nansi haciendo de la paz justicia. Brutha se concentra, saca su escopeta y apunta al interior

del valle. Se concentra en su magia. Reconoce una energía, parece una distorsión, pero... Ahí está. ¿Barlhar? Los guardias descargan sus rayos contra la siguiente oleada de seguidores de Nansi. Unos estallan antes, otros no llegan a hacerlo y caen heridos o muertos por la potencia de fuego de la guardia de Gulf. En breve llegará la segunda oleada. Brutha intenta abandonar su mente de lo que pasa a su alrededor. Abraza su arma con delicadeza. Dispara.

La bala surca el aire en dirección a Barlhar. El dios nota la presencia mágica. La bala trazadera. Sonríe. Saca un escudo blanco

Page 264: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

264

y se protege. La bala impacta en el escudo. Brutha pestañea un par de veces. Como si no lo creyera. Una

segunda oleada de aulladores viene hacia allí. La magia cambia. Las balas mágicas de los dioses pierden poder. Brutha tira su arma y concentra su magia. Las manos le brillan. Un destello, dos. Los aulladores caen.

Barlhar hace una señal. Un grupo de quince personas que se encuentra a su lado se dan la mano y entonan un cántico. La energía aparece a su alrededor, como si saliera del mismo aire. Un grito en medio del cántico, un flujo de luz blanca se dirige a Gulf. Impacto en la empalizada. La estructura se resquebraja. Un segun-do grupo de cinco empieza a cantar.

Across da una señal a los dioses y avanzan todos hacia la em-palizada. Ponen sus manos sobre la misma y dejar salir su energía. La empalizada se recompone. Dos disparos del flujo blanco más. Resisten. Se escuchan vítores en la empalizada. Los dioses menores sudan. La energía resiste. Barlhar se sorprende. «Tienen dioses». No lo esperaba.

En el valle Brutha sigue resistiendo las embestidas de los au-lladores de Nansi. La guardia de Gulf se despliega y dispara una y otra vez. Los aulladores, sin embargo, avanzan, avanzan sin parar. Por cada uno que cae, tres más llegan hasta las filas de Gulf. Tres más estallan. Tres más llenan de horror y miedo a los suyos. Brutha piensa un segundo en Morg.

«Están muy cerca», piensa. «Cada vez más cerca» —¡Retirada! —grita—. ¡En línea!La fila de la guardia se retira poco a poco. Los dioses menores

notan que, tras la puerta, su energía se desvanece.—¡Resistid! —grita Efna—. ¡Por nuestras vidas!La guardia de Gulf está casi en sus puertas. Acobardados,

como ratas. Barlhar, triunfante, desciende por el valle junto a los suyos. Escucha los estallidos contra la empalizada y sonríe compla-cido. Piensa un segundo en su madre y en los otros dioses. Ojalá pudieran verle ahora.

Las puertas de la empalizada de Gulf vuelven a abrirse y los

Page 265: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

265

soldados que quedan vivos las atraviesan. Brutha hace una señal a los dioses, que cierran la puerta a su paso y siguen resistiendo. Saca un pañuelo y lanza una señal a la montaña.

Thogos ve el pañuelo de Brutha y saca otro, que mueve con-tra el viento.

—Ahora —dice.El grupo de estudiantes de Brutha deja de concentrarse. Las

pantallas, de pronto, se apagan. Whomba pierde la conexión de lo que pasa en Gulf. Barlhar lo nota inmediatamente. ¿Qué está pasando?

—¡Más rápido! —dice el dios—. ¡A la empalizada! Hay que abrir esa puerta.

Las tropas de Nansi se lanzan a la carrera hacia las puertas. Brutha camina hacia el interior del pueblo acompañada de sus sol-dados. Todos los habitantes de Gulf están allí.

—¿Estáis listos? —dice.El silencio es signo de afirmación.—Bien, pues tened cuidado. Celis... ¡Ahora!Y Celis se concentra. Y deja que la magia se extienda por

Gulf.

I.

Page 266: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

266

—¡Hay que tumbar esa empalizada! —grita Barlhar.Las primeras líneas de sus fieles suben hasta la empalizada de

Gulf y se hacen estallar. Organizados en grupos de cinco personas, desde la retaguardia, otros lanzan rayos de energía blanca contra la empalizada. La madera cruje, las piedras caen. Chisporroteos de energía mágica saltan como esquirlas en una fundición.

Nadie atacaba desde las empalizadas. Barlhar podía sentir a los dioses tras las puertas de Gulf usando su poder para resistir el ataque.

Pero había algo más. Algo que no era capaz de concretar que le estaba poniendo nervioso. ¿Por qué no atacaban?

—¡Seguid! ¡Nansi os está mirando y se siente orgulloso! —gritaba cada vez más ahogado. Quería tumbar esos muros. Quería hacerlo sin perder un segundo.

Más rayos. Mas explosiones. Los suyos se sienten cansados. Los suyos se desmayan. No están preparados para un asedio. Nunca

Capítulo XLVIII

LA BATALLA DE WHOMBA II

Page 267: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

267

ha sido un buen estratega militar. La sola idea de una magia finita, una magia que se agota en el tiempo, le es desconocida. Ese nunca ha sido su trabajo ni su fuerte.

Se siente, de pronto, avergonzado de sí mismo, como jugan-do una partida de un juego para otros. Como si fuera un invitado al que, de pronto, le han permitido fingir que es el organizador de la cena. Se pone rojo. Se siente ridículo.

A su lado, un grupo de cinco personas cae al suelo rendida. —¡Seguid! —grita con furia—. ¡Seguid hasta que retumbe

el cielo! Nota cómo el miedo y la confusión se apodera de los suyos.

Sin embargo, las últimas palabras están surtiendo efecto. Sacan energía de la nada y siguen adelante.

Una andanada, dos. El sonido cambia. La madera cruje de otra manera. Las piedras se desplazan. Las puertas empiezan a ce-der, a venirse abajo. Lo están logrando. Barlhar puede notar perfec-tamente cómo la energía de los dioses se disipa.

—¡Avanzad!Empujan las puertas y las sacan de sus gigantescos goznes.

Caen hacia atrás como estatuas milenarias. El sonido contra el suelo es seco y repica por todo el valle. Al contacto con la tierra, las puertas levantan una polvareda imposible. Los trajes blancos se manchan de marrón y sangre. Barlhar tose. Lo ha logrado.

La niebla se disipa y Gulf queda expuesta y al descubierto. A través del polvo se puede ver una figura. Está de pie, con las piernas separadas y los brazos relajados. Es Brutha.

Barlhar mira a su alrededor. Detrás de Brutha van aparecien-do las siluetas de los dioses menores. Barlhar los conoce a todos, pero no sabría definir su actitud. Algunos no le miran, otros tienen miedo y algunos parecen expectantes. Por lo demás, no parece ha-ber nadie más en todo Gulf.

Barlhar avanza en dirección a Brutha. Ella separa las manos del cuerpo indicando que está desarmada.

—Me rindo —dice sonriendo. El silencio llena el valle como una sopa espesa.

Page 268: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

268

—¿Cómo dices? —dice Barlhar—. Somos los enviados de Nansi.

—Ya sé quien sois —dice Brutha—. Gulf se rinde. Podéis tomarme como prisionera. Y a ellos también.

Barlhar se acerca a ella desenfundando su espada y se la colo-ca en el cuello. Nadie se mueve.

—¿Dónde están los demás, bruja maldita? Brutha parece muy tranquila. —En Whomba —dice.

II.

El tránsito dura tan poco que no tienen casi ocasión de sen-tirlo. Como una ráfaga de viento o un parpadeo. Ahora estás aquí. Ahora estás allí.

Pero allí es en muchas partes. Por todo Whomba. Se han organizado en grupos con una cantidad variable de gente, depen-diendo del lugar adonde saltan. Veinte personas en los templos pe-queños, cincuenta o más en las grandes ciudades. Cada uno tiene un responsable que velará por la seguridad del grupo. Todos están preparados para defenderse, pero no es la prioridad. La prioridad es permanecer allí.

Han elegido cuidadosamente los destinos porque saben que no pueden llegar a todas partes, que no son suficientes. Los han elegido siguiendo criterios muy variados. Lugares de mucha afluen-cia de gente. Lugares simbólicamente importantes en Whomba. Lugares donde saben que encontrarán apoyos. Han elegido lugares «fáciles». En algún momento se les criticará por ello.

El grupo más numeroso se divide entre la metrópolis de Ghizan y las llanuras de Garm. En Garm tienen apoyos evidentes porque Brutha es de allí. En Ghizan es donde se presentó Nansi públicamente. No pueden esquivarlo.

El grupo de Ghizan está capitaneado por Celis. Aparecen en el interior del templo dedicado a Zenihd, el dios de las Mentiras. El

Page 269: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 270: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

270

templo está prácticamente vacío, lleno de polvo, abandonado por sus propios acólitos.

Tienen instrucciones. Todos las tienen. Se mueven rápido. Concentran su magia. Atraen a la gente que estaba mirando las pantallas y que ahora no sabe qué ha sucedido. La magia hace que el edificio brille. Sea en Ghizan o en los pequeños templos de pes-cadores de Kraal. La gente se arremolina, corre. Algunos tienen miedo.

Los seguidores de los dioses creen que han vuelto a salvarlos. Los seguidores de Nansi se mueven entre el miedo y la furia. Los que tienen su corazón en Gulf están a la espera.

Los grupos salen de los templos y leen proclamas. Explican que los dioses ya no están en Whomba, que el mundo ha cambia-do. Que los templos serán escuelas de magia. Que los defenderán con su vida si es necesario. Hay lugares donde la noticia se recibe con vítores de alegría. Hay sitios donde reina el desconcierto. Hay lugares que ni siquiera lo saben. Lugares que ignoran que el mundo ha cambiado y se quedan así, aislados del tiempo, ajenos al cambio. Y luego está Ghizan.

Ghizan, casi una capital simbólica de Whomba. Ghizan, donde apareció Nansi. Allí no va a ser tan fácil. Los seguidores del dios de ébano gritan, los de Gulf responden en las escaleras del tem-plo. Alguien lanza una piedra. Zarandeos y rabia. Celis mantiene la calma entre los suyos a gritos, a duras penas. Hay intercambios de golpes. Varios de los seguidores de Nansi suben las escaleras, algu-nos tienen armas. Los de Gulf dicen no reconocer su autoridad. La autoridad de la ciudad está ausente o desconcertada.

Alguno tiene una idea. Alguno dice: «¿Por qué ese templo es vuestro y no nuestro?» Los seguidores de Nansi se organizan en batidas, toman templos de dioses en la ciudad, pero no son tantos ni tienen tantas fuerzas. Los auténticos seguidores se fueron con Nansi a conquistar la paz en Gulf. Sin embargo, la ciudad está llena de gente que habría querido ir a Gulf a aprender magia y que nunca pudo hacerlo por el bloqueo. Esos también se organizan. Se presen-tan ante Celis. La llaman «señora». La llaman «líder». Celis se ríe y

Page 271: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

271

les dice que tomen los templos. Que usen su magia. Y luego vuelven a la plaza principal y convocan allí a todo

el mundo. Protegen la entrada con barricadas, pero dejan entrar a todo el que viene desarmado y tranquilo. Y así, cuando todo Whomba vuelve a mirar a un punto, se concentran. Usan su ener-gía y, desde el otro lado, vuelven a conectar las pantallas.

Y todo Whomba puede ver a Brutha en medio de un Gulf desierto. Y a los dioses menores tras ella. Y Barlhar y los seguidores de Nansi entrando en Gulf. Pueden verlo y oírlo todo.

III.

Barlhar se sintió, por un momento, desconcertado. Brutha estaba ante él con un gesto entre altanero y divertido.

—Por toda Whomba —repitió la chica—. Hemos tomado los templos. Por cierto, ¿dónde está Nansi?

Barlhar sintió una sensación de incomodidad creciente. —Nansi observa desde los cielos, Brutha de Gulf. Pero sus

seguidores estamos aquí.—Pues aquí no hay nada. Solo unos dioses menores. Y, bue-

no... yo. El aire se electrificó de pronto. Barlhar se sintió observado.—Yo y ahora ellos. Saluda. Barlhar no podía soportar la ironía de Brutha. La sensación

de tiempo muerto. Quería avanzar con los suyos y destruir ese lu-gar de perdición. Quería matar a la negociadora con sus propias manos. Recordó que fue él el primero que previno a los dioses de su amenaza. Quería ahogarla en su propia sangre. Pero luego, ¿qué?

—¿No tienes nada que decir? —insistió Brutha. La mente le iba a mil por hora. Pudo sentir la energía de

los suyos clavada en su espalda. No podía avanzar y matarla. No podía retroceder y rendirse. Se pasó la mano por la cara intentando parecer tranquilo, pero notó que temblaba. Un segundo más y los suyos le perderían el respeto. Notaba una idea, ni siquiera una idea.

Page 272: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

272

La intuición de una idea. La pulsión de una idea sin concreción en la realidad.

—Paz... —murmuró.Notaba cómo las sienes le apretaban palpitantes contra la

frente. —Paz —repitió, más fuerte.Brutha le miró sin comprender. El rastro del poder de dioses que quedaba en su ser se evapo-

ró cuando la idea estaba formada en su cabeza. Se sintió morir un segundo, pero luego supo que seguiría adelante.

—¡Paz! —dijo. Y ya no hablaba a Brutha, sino a Whomba—. Soy «el Oído». Soy el más humilde siervo de Nansi. Por mi boca in-digna se filtran sus palabras de gloria. ¿Qué nos espera? ¿Una nueva batalla? ¿Otra guerra cruenta? ¿Más miedo? No. Paz.

Brutha pestañeó sin comprender. —Eso es lo que hemos venido a ofrecer quienes queremos a

Nansi. Paz. Solo eso.Levantó la mano y se la tendió a Brutha que, de pronto, es-

taba rígida como una estatua.

Page 273: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

273

Carta manuscrita de Brutha para LoonaFechada durante el asedio del Gulf 16 CICLOS OAX

Cedida por la colección privada Frosh al Museo Metropolitano de Ghizan

para su exposición «Aniversarios»

Prohibido tomar fotografías

xxxxxxx

Querida Loona:Te escribo sin saber muy bien qué palabras son las que debo

escribirte. Una carta es un mensaje tan personal, escrito en un có-digo tan particular que solo quien la escribe y quien la lee pueden entenderlo todo. Y sin embargo, no sé escribirte, porque no sé a quién estoy escribiendo. Estoy casi segura de que tú tampoco sabes

Capítulo XLIX

QUERIDA LOONA

Page 274: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

274

quién soy yo. La distancia entre nosotras ya no es solo geográfica, sino mucho más profunda.

Supongo que tú te preguntas qué hago con estos que llamas brujos y cómo es posible que desafiemos el poder de los dioses con nuestra presencia. Son preguntas justas, no te lo voy a negar. Yo me pregunto también cómo tú has podido levantar tu arma contra Morg. Cómo has podido herirlo para obligarme a matarlo. ¿Quién eres tú que has decidido que debo enfrentarme a ti? ¿Quién eres que ya no conoce otra salida?

Si hago caso a mi deseo, saldré y me enfrentaré a ti y una de las dos morirá. Si hago caso a mi deseo tan profundamente como lo siento no me enfrentaré a ti sola. Saldré capitaneando a la guardia de Gulf y tú saldrás con los tuyos y nos enfrentaremos en combate y unos ganaran y otros perderán.

Pero la rabia no obedece a la razón. Y escribirte es la manera de someter esa rabia a la razón. Me pregunto si tú disparaste contra Morg siguiendo a la razón o a la rabia. Supongo que nunca lo sabré.

Me dijiste, no puedo olvidarlo, que yo era una elegida. Que sería la mayor negociadora de todo Whomba. Me hablaste del po-der de las estrellas y de mi destino. Y ahora estoy aquí. No soy ni voy a ser nunca negociadora en Whomba, tampoco soy ni voy a ser nunca elegida. Entonces me pregunto si cuando me hiciste estas promesas me mentiste o creías en lo que estabas diciendo.

Prefiero pensar que me mentiste. Si me mentiste es que estabas jugando conmigo, sirviendo a

tus intereses. Y eso sería lo que haces también ahora. Pero si creías (o llegaste a creer) en aquello que me decías, entonces tu situación es mucho, pero mucho más desesperada, porque es evidente que creíste a alguien que te mintió. Es tan evidente como que es de día. Puedes intentar ignorarlo, pero sabes que, de ser así, te habrían en-gañado. Si has decidido ignorar esa mentira entonces me entristece pensar en la persona en la que te has convertido.

Como no sé cómo escribirte voy a intentar escribirle a aque-lla que me crió, me educó y me enseñó mucho de lo que sé en éste mundo. Me enseñaste que los negociadores éramos el escudo de

Page 275: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

275

defensa de las gentes de Whomba contra los dioses. Y que éramos la avanzadilla para conseguir de los dioses los deseos de la gente de Whomba. ¿Verdad? Explícame, si eres capaz, cómo este encierro al que nos sometéis sirve de escudo o avanzadilla. Dime qué mal hacemos las gentes de Gulf a las gentes de Whomba, si es que tal división tiene sentido.

Supongo que tendrás una respuesta, porque todos tenemos coartadas para lo que hacemos. Déjame ofrecerte una coartada: es-tás aquí sirviendo a los dioses y no a Whomba. Y estás aquí por un único motivo. Tu supervivencia. Porque si la gente de Whomba ya no necesita a los dioses, ¿para qué iba a necesitar a los negociado-res? ¿Para qué serviríamos? Mientras exista el poder de los dioses, existirá el poder de quienes median entre los dioses y Whomba. Por eso estás aquí.

Sin embargo, yo sé que los dioses mienten y nos mantienen atrapados en una trampa que dibujan como irresoluble pintando las fronteras de lo posible con sus propios colores. Sé que los dio-ses me tienen miedo desde que nací porque encontré a Celis y el Manifiesto de Lórimar. Ni siquiera sé lo que el Manifiesto dice y tú tampoco lo sabes, porque quizás ni siquiera sabes que existe un manifiesto con semejante nombre, pero por algún motivo las gen-tes de Whomba no debían tenerlo. No sé el motivo y, ya ves, no ha sido tan determinante.

Sé también que los dioses enviaron a un hombre a seducirme y robarme. Pero sé algo mucho más importante. Sé que todos los negociadores, cuando salen del templo de Lórimar, deben visitar a las diosa Fregha para que les diga el futuro. Y no he dejado de pre-guntarme en todos éstos años, ¿qué bien podía hacerme conocer ese secreto? ¿Por qué a aquellos que estamos entre los dioses y Whomba se nos devuelve al mundo con el secreto que nos proporciona un dios?

Me enseñaste a no fiarme de los dioses, ¿por qué tú sí los creías? ¿Por qué los sigues venerando? ¿Qué te han dado en la vida?

No puedo olvidar tampoco que disparaste de manera im-pune contra Morg y que lo hiciste a la vista de todo Whomba.

Page 276: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

276

No nos atacaste cuando encendimos las pantallas que nos conectan con el mundo lejos de aquí, quizás pensaste que en Whomba no lo entenderían. Pero nada te impidió disparar contra Morg. Pensaste, supongo que con buen criterio, porque nadie se ha quejado, que no era más que un animal. Es posible que sea cierto para algunas de las personas de Whomba, pero no para todas. No para las muchas que no han podido llegar hasta aquí por el bloqueo que mantenéis, pero que desarrollan la magia fuera de aquí. Lo que nos lleva a la primera parte de mi carta.

¿Qué hacemos aquí? ¿Qué hacemos aquí tú y yo hablando como si el destino de Whomba dependiera de nosotras? Como si el final de esta historia tuviera algo que ver contigo o conmigo. Como si al matarte yo terminara el gobierno de los dioses y al matarme tú a mí terminara la práctica de la magia, desaparecieran los brujos. Lo cierto, Loona, es que ha llegado un momento en el que ni tú ni yo somos importantes para lo que va a suceder. Las fuerzas que creemos representar nos exceden, nos superan en número e inteli-gencia.

Y no nos necesitan. Ni necesitan nuestra pelea, que tiene más de personal que de cualquier otra cosa.

Y yo me debo a esas personas. No me debo a ti, ni a tu odio, sino a ellas. Morg no murió porque tú lo mataras, murió por de-fender algo que está por encima de ti, tan lejos de ti que no podrías alcanzarlo ni con la punta de los dedos. No eres capaz de imaginar-lo, siquiera. He dejado de odiarte. Tampoco me das especial pena, has tomado tus decisiones.

No puedo odiarte, porque no se puede odiar a las herramien-tas, sino a quienes las forjan y las empuñan como armas. Y tú no eres más que un arma de los dioses, sin criterio propio, vagando en un tablero de juego que ya no tiene jugadores. Yo era la última del tablero, pero me voy, ya me voy. Tengo cosas mejores que hacer.

Por cierto, los dioses también están abandonando el tablero. La mayoría ha muerto y otros, aunque te cueste creerlo, se nos han unido. ¿No los viste llegar atravesando tu magnífico encierro? Qui-zás no eres tan fuerte. Pero están aquí, firmando la paz que tú dices

Page 277: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

277

defender. Tienen miedo, Loona. Miedo como no he visto otro. Y tienen miedo de algo que los dioses han creado y que ahora campa a sus anchas, siguiendo su propio guión. Algo que no siente nada por ti, ni por mí, ni por nuestro juego ancestral. Ahora mismo, mi única preocupación es esa. Tú has dejado de tener importancia.

Aquellos con quien he aprendido, maestra, me han enseñado a cambiar de juego, no solo de reglas. Prueba a ver si aquellos con los que has aprendido tú están dispuestos a eso.

No saldré a por tiLa guardia de Gulf se quedará en casa.

Desde las tierras de Gulf,Tu alumna, Brutha

xxxxxx

Reproducción de la copia guardada en los archivos de GulfCopiada a mano por los hermanos Frosh

a partir del original de Brutha.

Page 278: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

278

Nadie había declarado una guerra y, sin embargo, habría negociaciones de paz. A petición de Barlhar, que se hacía llamar «el Oído», esas negociaciones se tenían que celebrar en un lugar «neutral». Celis propuso hacerlo en Karsash y a todo el mundo le pareció bien.

Se concibió como un evento, mitad congreso, mitad feria. Muchos habitantes de Whomba fueron hasta allí, la mayoría sin ser convocados por nadie. En el palacio de Karsash, sin embargo, no había tanta gente.

Los dioses menores se encontraban en un ala del palacio y no faltó quien, entre ellos, planteara la posibilidad de crear un eje de las negociaciones para, quizás, recuperar parte del poder perdido y con suerte no tener que abandonar Whomba. Una teoría dice que algunos de ellos llegaron incluso a sublevarse, pero los datos obtenidos de las actas del encuentro y sus reuniones no parecen indicar tal cosa. Los dioses menores mantuvieron la palabra otor-gada a Celis en ese mismo palacio tiempo antes. La prudencia de

Capítulo L

LAS ESTRUCTURAS DE LA PAZ

Page 279: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

279

dioses como Mur o Across y Efna fue determinante para mantener el consenso con el resto. Sabían que su única posibilidad era el exi-lio o la desaparición. Mur siempre había sido un dios miedoso y, como mencionan los negociadores que tuvieron la oportunidad de encontrarse con él, «muy dado a la autoconservación». Su cobardía resultó ser, al final, valentía para con los suyos.

«Los estrategas de la paz», como dijo Brutha tiempo después, «se presentan a veces con valores casi opuestos a los estrategas de la guerra». Las posiciones fuertes tienen que disolverse en pos del mu-tuo entendimiento. Los enemigos irreconciliables deben romper una lanza en favor del contrario. Se trata de construir una estructu-ra de mutuo entendimiento a partir de la cual pueda recomponerse lo desgajado por el conflicto anterior. Y eso fue lo que sucedió en Karsash.

Por parte de Gulf se insistió mucho en que los gobernadores locales de los distintos territorios de Whomba debían participar en el proceso. Algo a lo que se oponían los nansitas. Los nombres de un bando y otro se iban reformulando según pasaban las negocia-ciones. «Los de Gulf» y «los de Nansi» dieron paso a «gulfitas» y «nansitas»; de ahí se habló también de «magos» y «adeptos», aun-que la historia cuenta también que Celis se refería a los miembros de Gulf como «científicos» y se refería a los seguidores de Nansi con la expresión «creyentes». Esa definición se fue considerando poco a poco como peyorativa y los miembros de Gulf dejaron de utilizarla. Finalmente se empezó a utilizar de manera regular y a nivel popular la expresión «magos» y «adeptos» para definir a los dos bandos hasta llegar a las expresiones que conocemos en la actualidad.

La presencia de los gobernadores definía perfectamente la importancia del debate que se daba en Karsash. Para los magos, cualquier ciudadano de Whomba tenía potencial para realizar ma-gia de cualquier tipo. Esa magia, de la que se sabía poco o muy poco, en realidad, debía poder ser experimentada e investigada de manera sistemática. Para los adeptos, la magia, que ellos también realizaban, tenía que ver con una relación directa con Nansi. No se oponían a que los seguidores de Gulf hicieran su magia, pero no

Page 280: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

280

querían que la magia se extendiera sobre Whomba imponiendo a todos sus creencias, que ellos consideraban tan válidas, al menos, como las suyas.

El Oído usaba expresiones como «no imposición», «respeto mutuo» y «neutralidad». Brutha y Celis hablaban de «separación de esferas», «normalización» y «creencia». La cuestión básica era la universalidad. O los habitantes de Whomba carecían de magia «a priori» y luego había formas de aprenderla y conseguirla que pasa-ban por «el método Gulf» o «el método Nansi», o seguían viviendo sus vidas sin magia alguna; o bien la magia formaba parte de los ciudadanos de Whomba desde su nacimiento y luego, además, po-dían creer o no en Nansi o en quien quisieran.

Brutha, como experta negociadora, descubrió en ese «quien quisieran» una de las claves para desbloquear la posición de los adeptos. Primero hizo falta convencer a Celis de que era imposible llegar a un acuerdo de paz sin respetar la creencia particular de los adeptos. Celis aceptó sobre la base de que el estudio de la magia fue-ra obligatorio en todo Whomba, no una mera opción entre miles a la que poder ignorar. Después, los magos se mostraron dispuestos a asumir que, ya que los dioses iban a exiliarse y que los seguidores de Nansi eran la forma de creencia mayoritaria en Whomba, podían decir públicamente que Nansi era la creencia oficial de Whomba.

La alternativa era la aparición de otras formas de creencia particulares que podrían, en un momento dando, romper esa ma-yoría. Para los adeptos que estaban llevando la negociación aquello era algo impensable. Nansi existía y esas otras «criaturas imagina-rias» no. Nansi había muerto y les hablaba a través de su magia. Las supersticiones jamás triunfarían. Pero el Oído era otra cosa.

Tras una reunión interna de todo el Consejo de Gulf que duró dos días, Celis y Brutha dijeron que querían tener una reu-nión a solas con el representante oficial de Nansi en Whomba. Se-ría una conversación entre ellos tres, sin nadie más. Si los miembros de los adeptos se oponían a tal reunión, se terminarían las negocia-ciones. No se opusieron.

Celis y Brutha estuvieron hablando con el Oído durante

Page 281: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

281

aproximadamente media hora. No existen actas de dicha reunión y nadie sabe a ciencia cierta lo que se dijeron. Cuando la reunión terminó, el Oído dijo que tenía que meditar. Su proceso de me-ditación fue largo, las negociaciones estuvieron paradas durante todo ese tiempo, pero cuando el Oído hubo terminado anunció que tenía un mensaje de Nansi y que el mensaje era «acuerdo» y «paz definitiva». Los adeptos lo acogieron con alegría y aceptaron la propuesta de Gulf.

El Acuerdo de Karsash es estudiado hoy por los niños y las niñas de todo Whomba. Cualquiera puede casi recitarlo:

1.- Todos los habitantes de Whomba tienen derecho a usar la magia, a estudiarla y mejorarla.

2.- Whomba declara a los adeptos como la creencia oficial del territorio.

3.- Los dioses deberán abandonar Whomba el día de la firma de este acuerdo, no pudiendo volver jamás al territorio.

4.- Los adeptos podrán ocupar un templo de alguno de los dioses por cada gobernación. Qué templo sea dependerá de la po-blación del lugar y de la cantidad de adeptos.

5.- El resto de propiedades de los dioses pasarán a ser pro-piedad de las gobernaciones y se usarán para el desarrollo y estudio de la magia.

Nadie sabe lo que le dijeron Brutha y Nansi a el Oído. Para los adeptos, la clave no fue la conversación de Brutha, Celis y el Oído, sino más bien el proceso de meditación posterior. Para los magos hay al menos tres escuelas de pensamiento:

Una que dice que lo que le dijeron a el Oído es que si no aceptaba las cláusulas revelarían que era Barlhar, un dios mayor, y que debería abandonar Whomba junto a todos los demás. Quienes critican ésta teoría dicen que habría sido muy difícil convencer a los adeptos de que el Oído era realmente quien Celis y Brutha decían y eso hubiera derivado en un nuevo conflicto armado. Aún hoy los adeptos los niegan.

Page 282: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

282

Otra teoría dice que lo que le dijeron a el Oído fue que así como los dioses iban a desaparecer, es posible que los adeptos lo hicieran también en un futuro y si permitían que cualquier for-ma de magia se entendiera como una mera creencia, las fuerzas de Gulf diseminarían por todo Whomba formas de creencia que hi-cieran palidecer a los adeptos a Nansi. El Oído tomaría la decisión para proteger su propio culto. Los críticos con ésta teoría dicen que los miembros de Gulf nunca hubieran cumplido su amenaza pues conocían muy bien los riesgos de que ese tipo de creencias se les fueran de las manos, algo que Barlhar conocía a la perfección. Tam-bién hay quien apunta a una dimensión ética de Celis y Brutha, que no iban a lanzar un proceso contrario a sus planteamientos más básicos solo por debilitar a un enemigo. Es cierto que diversos estudios actuales sostienen esta teoría a partir de ciertas relecturas interesadas de las biografías de Celis y Brutha. Lamentablemente, la desaparición de cualquiera de las dos no permite resolver el mis-terio a partir de lo que los historiadores llaman «fuentes primarias».

La tercera teoría plantea que lo que Celis y Brutha hicieron en esa reunión fue asustar a Barlhar. ¿Con qué lo asustaron? Está bien documentado que Celis llegó a a conocer al auténtico dios del Conocimiento en los sótanos de la metrópolis de Ghizan, así que es posible que amenazara con soltar a Nirghem de su encierro para que viniera a cobrarse justa venganza. Esta versión ha tomado cierta fuerza en los últimos años a partir de la difusión de varios libros y películas y, sobre todo, a partir de la revalorización del estudio de los escritos de Whorde, el primer historiador. Varios historiadores modernos, sin embargo, cuestionan esta teoría por carecer de prue-bas documentales, especialmente aquellas que se sostienen a partir de la famosa leyenda del Beso de Celis.

El Oído, única fuente fiable que se mantiene con vida en la actualidad (a pesar de su estado casi vegetativo) se ha negado siem-pre a dar otra versión de los hechos que no sea la de que fue Nansi quien le convenció a través de la meditación.

Sus últimas palabras antes de entrar en la fase de letargo que aún dura (y de la que los adeptos dicen que saldrá renovado y con

Page 283: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

283

nuevos mensajes) no sirven para aclarar el misterio y siguen siendo uno de los enigmas de la historia de Whomba: «Consiguieron des-truir al asesino... pero nunca podrán destruir el arma».

Page 284: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

284

El firmamento estaba despejado de nubes y las estrellas ilu-minaban el cielo nocturno por todo Whomba. Amanecería pronto y llegaría el día esperado para muchos. El día del cambio. El día en que los dioses se irían definitivamente de Whomba para no volver jamás.

Uno de esos dioses miraba al cielo, sentado en un banco en el cruce entre dos carreteras secundarias. No era un lugar transitado. A decir verdad, hacía mucho que nadie pasaba por allí. Mighos, el dios del Tiempo, disfrutaba del espectáculo celestial mientras espe-raba.

Por una de las carreteras apareció andando otra diosa. Ca-minaba despacio, con los pies muy pegados a la tierra, casi arras-trándose. Llevaba puesto un vestido que una vez fue blanco, pero estaba tan estropeado y tan sucio que no quedaba ni rastro de ese color original. Tenia en la cara una cicatriz enorme a la altura de la boca, casi no podía mover los labios y no tenía lengua. Conservaba algo de color en las mejillas, pero estaba tremendamente flaca. En

Capítulo LI

CRUCE DE CAMINOS

Page 285: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

285

su forma de andar había algo de orgullo, como la memoria de una antigua forma de moverse que ya no puede usar o que quedaría grotesca acompañando ese vestido y esa cara. Como la resistencia de un recuerdo a evaporarse por completo.

—Te estaba esperando, Fregha —dijo Mighos—. Es curioso, siempre llego demasiado pronto o demasiado tarde. ¿Lo has pensa-do? No, claro... tú no piensas en eso.

Fregha no aceleró el ritmo ni se molestó en responder. Siguió acercándose al dios del Tiempo con la misma parsimonia y se sentó a su lado en el banco.

—He traído comida. Supuse que tendrías hambre.El orgullo de Fregha impidió que afirmara, pero sus ojos la

delataron. Llevaba mucho tiempo sin comer apenas nada.—¿Y tu velo? Bueno, supongo que ahora ya da igual. ¿Me

has visto?Mighos tenía aspecto viejo, con una larga barba. —Hemos cambiado, Fregha. La diosa se encogió de hombros y miró en otra dirección. Se

abalanzó sobre el queso que había sacado Mighos, aunque al empe-zar a comerlo sintiera un dolor fuerte. Comió en silencio pedazo a pedazo y después lo acompañó con pan e incluso con una botella de vino. La comida cayó en su estómago como una novedad que sus sentidos ya ni siquiera recordaban. Pero Fregha no se sintió es-pecialmente bien. Sabía que no necesitaba comer mucho para man-tenerse con vida. De hecho, había descubierto que morir estaba empezando a resultarle casi imposible simplemente abandonándo-se. No era nada fácil. La comida, por tanto, no era absolutamente necesaria para su supervivencia y el comer en ese momento le había recordado que la comida solía ser un placer delicado. Aquello no era comer, era alimentarse.

Cuando hubo terminado se quedó mirando a Mighos y éste se incorporó hacia ella.

—Siento mucho que no puedas hablar. Sé que te gustaba hablar. De hecho, no sabía que vendrías así. Sabía, eso sí, que ven-drías. ¿Recuerdas que te lo dije?

Page 286: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

286

Fregha asintió. —Quiero hacerte una pregunta que creo que es importante

—Mighos la miraba directamente a los ojos—. ¿Has venido porque te lo dije?

Fregha volvió a asentir.—¿Crees que si no te lo hubiera dicho habrías acabado aquí

de igual forma?Fregha se puso en pie algo nerviosa. Las preguntas de Mighos

la molestaban. —No te pongas nerviosa. La pregunta es importante. Impor-

tante para mí a un nivel... si quieres, filosófico. E importante para ti por una cuestión de libertad y supervivencia.

Fregha le miró sin comprender, pero volvió a sentarse. Mur-muro algo parecido a «sigue» y adoptó, de nuevo, la sombra de una pose orgullosa.

—Durante un tiempo pensé que yo era quien daba forma al tiempo, que no existía el tiempo sin mí. Es un pensamiento absur-do, por supuesto, los dos sabemos quienes somos en realidad. No tiene objeto seguir ocultándolo. El pobre Nur, al final, tenía razón.

Fregha suspiró con fastidio.—Siempre me he preguntado si le odias tanto por su traición

o porque te rechazó. Fregha intentó hablar, enfadada. Pero fue imposible. Emitió

un balbuceo ininteligible. Se calló en seguida, frustrada. —Perdona, no quería ofenderte. Lo que quiero decir es que

más allá de nuestros pactos, del encuentro fundador en Lórimar y de lo que pasó en el Primer Consejo, es evidente que en algún momento perdimos de vista la función del poder que teníamos. Yo pensé que era el mismo Tiempo, y no su representante. Tú creías ser los Secretos mismos. Pero ahora ha habido una guerra y Rhom está muerto, la gente ha muerto y Merher ha desaparecido. Por cierto —Mighos bebió un poco de vino— increíble lo de Merher. ¿Lo notaste? Nunca lo hubiera dicho de él. Tan pusilánime.

Page 287: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

287

Celis sonrió por primera vez en mucho tiempo. Miró hacia arriba, al cielo y las estrellas. Sintió, de pronto, una sensación de vértigo a la que siguió un gesto de angustia.

—Y ahora pienso que quizás no somos siquiera representan-tes de el Tiempo o los Secretos. Que esas cosas no existen como nosotros. El Tiempo no es más que el nombre que le damos a una cosa. Y nosotros podíamos controlar todo aquello. ¿Tú que crees?

Fregha volvió a afirmar.—Hace mucho tiempo, Fregha, tuve una visión de una pla-

ya. En esa playa había barcos y había algunos dioses allí. Los dioses estaban abandonado Whomba. Si el Tiempo existiera como tal y yo fuera su sirviente, entonces la visión es algo que debe suceder. Eso es lo que he estado haciendo todo este tiempo, ayudar a que la visión suceda. A que las cosas salgan tal y como yo las vi.

Se hizo el silencio. Mighos parecía preocupado.—Pero en esa visión no estoy yo, ¿sabes? Yo no me marcho.

Yo... desaparezco en la mente de un niño. Le cuento la historia de Whomba tal y como la recuerdo para que él se la cuente a otros y de alguna manera, seguir viviendo en la mente y el corazón de Whomba.

Fregha parecía interesada por esta última información. Se acercó un poco a Mighos.

—Pero eso no son más que palabras. La verdad es que yo voy a desaparecer. Y tú no, Fregha. En mi visión tú estás ahí, en ese bar-co. Te vas con los demás. Y resulta que todos los demás son dioses menores. Todos ellos son menores menos tú. Y tú misma dices que no servimos al Tiempo o a los Secretos, que eso solo son palabras y que ni siquiera existen. Y que por tanto solo nos debemos a noso-tros mismos. ¿Verdad?

Fregha sintió un estremecimiento. Los ojos de Mighos se es-taban llenando de lágrimas.

—Entonces —siguió el dios—, ¿por qué debería hacerle caso a mi visión? ¿Por qué tú debes salvarte y y yo tengo que abandonar mi conciencia en la mente de un mocoso? ¿Por qué?

Page 288: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

288

Fregha se quedó en silencio. Los dos se quedaron mirando. Mighos estaba llorando lágrimas de color azul. Fregha le miró y le cogió la mano. Le secó las lágrimas.

—Se acabó —dijo Mighos—, ¿verdad? Fregha suspiró un segundo y volvió a afirmar con la cabeza.

Concentró su energía mágica por primera vez en mucho tiempo, sintió como si intentara extraer agua de una piedra. Pudo conectar un segundo con la mente de Mighos.

«Si nos quedamos nos matarán», dijo. «Ya no tenemos po-der.»

Cuando terminó de proyectar su consciencia se sintió des-fallecer de cansancio. Mighos la miró y se acercó a ella. La besó los labios muy despacio, con cuidado para no hacerle daño. Y la envolvió con su cuerpo. Se abrazaron. Salía el sol.

—Es hora de irse —dijo Mighos.

Page 289: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

289

La sala era grande, incluso demasiado grande. Hacía a la gen-te pequeña. Brutha pensó, quizás por primera vez, que hasta en la arquitectura los dioses hacían las cosas para expresar su poder. Se sorprendió al pensar, de pronto, en la sala del Consejo de Gulf. En sus formas, en sus ventanas, en la mesa circular.

La puerta se abrió y entró Thogos. Llevaba un traje de color azul en el que se veía francamente incómodo. Brutha le estaba es-perando.

—¿Aquí es donde te has escondido? —dijo Thogos.—No me he escondido. Si me hubiera escondido no te ha-

bría hecho llamar. Se acercaron el uno al otro y se besaron, quizás de una forma

más ritual.—¿No vas a las playa? Mucha gente de Whomba está yendo

hacia allí a ver partir a los dioses.—No tengo nada que decirle a los dioses, la verdad.

Capítulo LII

DIVERGENCIAS

Page 290: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

290

—Supongo que esperan que vayas... Es protocolo. Se hizo el silencio entre los dos. —La firma ha estado bien, ¿no? Mucha gente.—Sí. Se quedaron mirándose. Thogos entendió enseguida lo que

estaba pasando.—Brutha, es una tontería. No tienes por qué hacerlo. —Se suponía que tú eras el que debía convencerme.—Ya, bueno, se suponía. Pero ya no se supone. Las cosas han

cambiado. El tono de voz de Thogos tenía un punto de irritación. Brutha

se alejó de él unos pasos. Deambuló por la habitación.—Morg tenía razón, Thogos —dijo Brutha como si hablara

a la nada. A la habitación—. Ni él ni yo somos adecuados para lo que va a venir. Somos guerreros. Y aquí se está intentando construir una paz.

—¿Y? —dijo Thogos—. La gente cambia. Además, esta paz necesita que la defiendan.

Brutha había pensado mucho en eso durante las largas sesio-nes de negociación de los Acuerdos de Karsash. ¿Eran necesarios los guerreros para esa paz? ¿Y era necesario que fuera ella quien los guiara?

—Morg me pidió que lo dejara cuando esto hubiera acaba-do. Es lo que hacen los suyos. Los guerreros se apartan cuando no hay guerra. Me lo pidió y yo le di mi palabra. Y tú me diste la tuya. Entregarás la carta de dimisión al Consejo de Gulf.

Thogos negó un par de veces con la cabeza, como si tuviera jaqueca. Parecía cansado. Habían sido días muy duros.

—La gente no lo va a entender —dijo.—Espero que la carta sea lo suficientemente clara, pero aún

así. No me preocupa que lo entiendan. Espero que no lo entiendan. —¿Ah, sí? ¿Ahora te gusta desconcertar? Vas a abandonar

todo lo que has conquistado.Brutha se acercó hasta Thogos y le dio un beso cariñoso.

Cuanto más hablaba con él, más se convencía de que estaba to-

Page 291: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 292: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

292

mando la decisión correcta. —El problema, Thogos, es que no lo he conquistado yo. Esto

no es mío, no me pertenece. ¿Y si me quedo y toma un rumbo que a mí no me convence? Estas semanas he tenido que responder a preguntas cuya respuesta no tengo. He tenido que improvisar. Y eso no me gusta. Me despierto en medio de la noche pensando que lo que debemos hacer es atravesar el palacio, coger a Barlhar y arran-carle las tripas. ¿Te parece que eso es lo que necesitamos ahora?

—Estás tomando una decisión por una promesa que le hicis-te a un amigo, que quizás hoy habría cambiado de opinión —Tho-gos alzó la voz.

Brutha estaba perdiendo la paciencia.—Suerte que la hice entonces. Suerte que me comprometí

a quitarme de en medio. ¿Qué nos impide convertirnos en dioses, Thogos? ¿Qué nos impide considerar que esto es nuestro? ¿Qué nos pertenece? ¿Lo has pensado?

Thogos no dijo nada.—Porque yo no dejo de pensarlo. Se volvieron a quedar en silencio. —Otros vendrán y lo harán bien. Celis está preparada y el

Consejo lo mismo. Hemos crecido muchos estos días. Estarán bien. Thogos miró al suelo.—¿No vas a despedirte?—Me convencerían para quedarme. En la carta está todo.

Lo entenderán. Además, podemos ir al otro lado del mar. ¿No te apetece? No digo para siempre, luego podemos volver.

Thogos la miró con gesto de sorpresa.—¿Podemos? Brutha, yo no quiero ir a ninguna parte. Brutha pestañeó un par de veces.—Lo... lo he dado todo por esto. He perdido mi magia por la

magia. No quiero irme ahora. Quiero construir esto. De pronto, Brutha tuvo una sensación de angustia. De algu-

na manera, había incluido a Thogos en su plan, lo había conside-rado algo natural. Le miró y se dio cuenta de que, si se iba, tendría que hacerlo sola.

Page 293: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

293

—¿No vendrías conmigo? —inmediatamente se arrepintió del tono de su voz y de lo que había dicho—. Perdona, perdona. Qué tontería. He hecho mi plan de fuga y ni siquiera te había pre-guntado si querías ser parte de él.

Se quedó mirándolo un segundo y sonrió.—Thogos, tenemos casi la misma edad y donde tú ves juven-

tud yo veo vejez. Estoy cansada. No físicamente, sino emocional-mente. No puedo pensar bien, noto que todo me irrita, pero tú... Tú estás lleno de ideas y de ganas y de, no sé, de cosas que quieres hacer aquí. La razón por la que tú te quedas es la razón por la que yo debo irme.

El chico asintió.—¿Dónde vas a ir? —le dijo.—Los dioses van al sur. Así que al norte —dijo Brutha con

una sonrisa.—Más allá del mar.—Quiero ver el cielo de los otros lugares. Quiero conocer a

esos garou de los que hablas. —No parecían muy amigables, la verdad.—Sé apañarme sola. Volvieron a quedarse en silencio. Thogos la miró, risas, nuevo

silencio. De pronto, se le escapó una lágrima.—Vaya, genial. Lo que me faltaba —dijo el chico. Brutha se rió.—Siempre has sido un poco cursi. Brutha se acercó y le besó. Le acarició la cara y le abrazó. —¿Volverás a vernos?—Sí, claro. Claro que sí —dijo Brutha. Tan absurdo le pare-

cía quedarse como borrarse del mapa, como si aquello no formara parte de su vida.

Brutha se dirigió a una de las ventanas y miró hacia el exte-rior. A Whomba. A lo lejos se veían los barcos de los dioses. Una multitud les estaba despidiendo.

—Es el fin del mundo —dijo Brutha con una sonrisa.

Page 294: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

294

Thogos fue hasta la ventana y la abrió. La brisa de la mañana les impactó en la cara. Hacía calor, incluso a la altura a la que esta-ban. Desde Karsash podía verse todo Whomba.

—El mundo nunca se acaba —dijo Thogos.

Page 295: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

295

La magia es persistente. Deja su rastro aun cuando los magos ya no existen.

El sello que impide que Nirghem, dios primigenio del Co-nocimiento, salga de las catacumbas bajo la Biblioteca de Ghizan no impide que otras personas entren, pero una vez dentro de la compleja red de pasillos ocultos, ya no las deja salir. Aún así, nadie ha entrado. No al menos en mucho tiempo. La entrada está escon-dida. El poder del propio Nirghem para atraer a alguien hasta allí ha funcionado en muy pocas ocasiones. Quizás tan solo una vez.

Una tumba llena de libros, documentos que se han converti-do en montañas de polvo con el paso de los años.

Se oye un ruido. Es un sonido repetitivo, como una llamada. Es Nirghem, intentando imitar el sonido de su búho. No lo en-cuentra. La carne podrida del búho ha ido desapareciendo, quizás comida por las ratas, y ahora se pueden ver los pequeños huesos. Ya hace tiempo que no huele mal, pero Nirghem lo sigue buscando. A veces cree que el eco de su propia voz es la respuesta del búho. O

Epílogo I

LA LEYENDA DEL BESO DE CELIS

Page 296: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

296

se imagina que charla con él, que el búho le habla. Él lo ha sabido todo, lo sabe todo, lo sabrá todo. Es el dios del Conocimiento.

La sala huele a frío. El olor de la humedad, del papel podrido. El olor de un lento desmoronamiento. Celis no lo recordaba así. Tampoco recordaba que Nirghem estuviera tan flaco, que tuviera esa capa blanquecina, como lechosa, en los ojos. Que sus dientes ya no existieran prácticamente. No recordaba las escarificaciones en las manos ni la piel pegada al hueso como una bolsa de plástico transparente y amarillenta. Sus propias manos no se parecen a las de antes, tiene arrugas, manchas, se está convirtiendo en un libro viejo.

Nirghem siente su presencia. —¿Eres tú? ¿Has venido a traerme lo que te pedí?Celis se arrodilla a su lado. Le dice su nombre, le repite su

nombre dos veces. Nirghem dice que la recuerda, pero no la recuer-da. Balbucea palabras sin sentido. Se ríe de pronto.

—¿Por qué has venido aquí? ¿Quieres que te quite a tus hijos como hice con ella? —vuelve a reírse—. Le quité a sus hijos antes de que los tuviera. ¿Has venido a recuperar a tus hijos?

Celis le dice que no. Celis tiene sus propios hijos, son adultos ya. Se lo cuenta como quien habla a un buen amigo que ha perdi-do el juicio. Un poco para uno mismo, como si la otra persona ya no estuviera allí. Nirghem le toca el pelo, sigue teniéndolo largo, aunque ahora es de color grisáceo y menos abundante. Tiene la sensación de que el viejo dios está leyendo su rostro con las manos.

—Una vez... —balbucea— una vez te enseñé el Tiempo. Celis sonríe y le dice que sí. Que una vez abrieron una puerta

al Olvido. Que fue a buscar a Nur. Nirghem insiste en preguntarle qué hace allí.

—He venido a por respuestas —dice Celis.Desde hace años ya no quiere investigar el presente, el mun-

do ha cambiado. Solo le importa el pasado, se encierra en la biblio-tecas, como cuando era niña e intentaba encontrar claves borradas en documentos prohibidos. La gente dice que se ha vuelto loca, pero han dicho eso de Celis desde el principio.

Page 297: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

297

—Hicimos un templo, rompimos un sello, ellos nos lo die-ron. No les pedimos nada. ¡Nada!

Celis intenta que Nirghem se centre. Tiene la sensación de que seguiría diciendo lo mismo si ella no estuviera allí, ante un público que solo está en su mente.

—Barlhar está enfermo —dice Celis. El viejo dios sonríe, se echa hacia atrás en su silla, que cruje un poco, como si fuera una columna vertebral a punto de romperse. La risa es seca, casi una tos.

«Morirá», dice. Y se balancea un poco en la silla, como si escuchara una nana solo para él. «Todos se mueren».

—Quiero saber lo que pasó —dice Celis sujetándole el rostro con la mano—. ¿De dónde vino vuestra magia? ¿Quienes son los garou?

Nirghem la aparta con la mano y se tapa el rostro. ¿Está in-tentando recordar? ¿Tiene miedo? Quizás se avergüenza de algo.

—Los perros son orgullosos, pero los bípedos tenemos la ma-gia. Rompimos el templo, hicimos un sello. Se fueron al mar. ¡Al mar! ¡Al mar!

—¿De dónde viene el poder? ¿De dónde viene la magia?El tono de voz de Celis es más fiero, más obsesivo, está a pun-

to de perder los nervios. Ha postergado este viaje hasta estar segura de que no había otra manera de saber. Hasta que la curiosidad se ha vuelto fiebre.

—Yo soy el dios del Conocimiento. Lo sé todo. Los perros, las tortugas, los lagartos. ¿Por qué el cielo es...? ¿De qué color es el cielo ahora? Las cosas cambian, es así.

Celis se siente derrotada. Siente la desesperación apoderarse de ella.

—¿Por qué te importa? —dice el viejo dios y, de pronto, pa-rece que un hilo de claridad atraviesa su mente.

—Porque quiero saber cómo empezó todo. Nirghem mira a Celis un segundo y sonríe.—No hay finales, niña. No tienes de qué preocuparte.—¿Lo sabes o no? Dime sólo eso.

Page 298: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

298

Nirghem se encoge de hombros y mira al techo, como un niño egoísta y juguetón, saca la lengua para chasquearla intentando recuperar un porte elegante. La figura es grotesca. Se sonríe.

—No lo sé —dice—. No lo sé todo. Los bípedos hicieron sus reuniones, eligieron a los suyos y nos hicieron el don. La magia se comparte.

Celis se quedó en silencio. Se sentía tonta. «La magia se com-parte», eso ya lo sabía. Creía haber sido la primera en descubrirlo.

—Entonces no eres un dios. Es la última de vuestras menti-ras que me quedaba por descubrir. Si no lo sabes, no eres un dios.

Nirghem se encoge de hombros. —Me lo prometiste —dice de pronto, como si recordara

algo importante. Celis se le queda mirando. El viejo cierra los ojos. Celis se

acerca muy despacio a él. Entierra su rostro con las manos y le besa en la frente con dulzura.

—Lo prometí, es cierto —dice Celis. Nirghem siente cómo un relámpago atraviesa su mente.

Todo se llena de tinieblas. Sucede muy rápido.—Esto es por Xebra, por Nanna y por Gonz, hijo de perra.Celis saca el puñal del cuello de Nirghem, que se desploma

en el suelo como un tocón de madera seco. Tras apartarle del centro de la sala, Celis concentra su ener-

gía. Siente el poder de la magia fluir y crecer en su cuerpo. Siente la energía del espacio y el tiempo tejiéndose a su alrededor. Extiende las manos y atraviesa el tejido de la realidad. Una puerta de salida.

Celis se pregunta si el Olvido tendrá un principio. Contiene la respiración y salta al agujero.

A los pocos segundos la puerta temporal se cierra. Queda el silencio en las catacumbas de la Biblioteca de Ghizan.

El silencio y un dios muerto.

Page 299: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

299

Recuerdo que era una mañana que llovía, pero no recuerdo por qué lo recuerdo. Quiero decir, que no sé si es importante. Ya no sé, en realidad, lo que es importante y lo que no. Tenía sueño, había estado trabajando toda la noche y me sentía mitad cansado mitad excitado. Subí a la habitación de Hurn y me quedé mirándola mien-tras dormía. Creo que me dormí yo también un rato, pero desperté de nuevo antes que ella. La besé, como hacía muchas mañanas y me despedí también mentalmente del pequeño Morghun, de mi hijo, que se iba gestando en su vientre.

En la calle se podía respirar perfectamente el frío del invierno. Cogí un taxi, porque no quería esperar demasiado, y le pedí que me llevara al Gran Museo. Al llegar me sentí un poco idiota, porque era demasiado pronto. Aún no había abierto. Aún así, podía entrar con los permisos que me había dado la Academia. Me gustaba (aunque también me intimidaba un poco) la idea de pasear por el edificio vacío y quizás, volver a visitar la sala de la carta, dónde volvería a

Epílogo II

WHORDE

Page 300: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

300

leer las palabras que Brutha le envió a Loona, y volvería a hacerme la misma pregunta sin respuesta posible, ¿por qué guardaría Brutha una copia de esa carta?

Aún así, quizás por vergüenza, decidí esperar a que abrieran para entrar.

De nuevo me volví a sentir estúpido cuando, a la hora de apertura, no había nadie que quisiera hacerlo. Honestamente, ¿cuánta gente había visitado el museo desde que yo iba a trabajar en el archivo? Muy poca. Los fines de semana algo más, turistas del archipiélago de Argos y poco más.

Entré y saludé al guardia, que ya me conocía. A pesar de ello repetimos el tedioso ritual por el cual él me pedía identificación y yo le enseñaba mis papeles. El mismo proceso con la maleta para ver que no llevaba ningún dispositivo para tomar imágenes del in-terior y todo lo demás. Luego me dejaba pasar.

«A ver cómo lo encuentras hoy», me dijo. «Ha pasado mala noche»

Ahora que lo pienso, quizás recuerdo la lluvia precisamente por eso, por lo que le afecta. Quién sabe.

Esta vez no me detuve. Como digo, estaba nervioso. Fui di-recto al sótano número dos, pasé otros tres controles rutinarios y enfilé el camino a la sala de documentación y exhibición principal.

Entré. Estaba a oscuras, como la mayoría de las veces que había ido hasta allí. Encendí un par de luces, las más indirectas para no molestarle demasiado y conecté mi enlace energético con la entrada de la tumba. Concentré mi energía y en seguida noté el zumbido característico del intercambio de flujo. El intercambio celestial de Whomba, datos.

—¿Qué hora es? —dijo—. Por el amor de todos los dioses del Conocimiento, ¿qué hora es?

—Las nueve —dije yo. O bueno, dije la hora que fuera. Qui-zás fuera un poco más tarde de las nueve.

—Oh, eres tú. Otra vez.Parecía decepcionado.—Lo he terminado —dije, creo que con cierto orgullo.

Page 301: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

301

—Ya era hora —dijo—. ¿Y bien?—Me gustaría que lo leyeras.—¿Yo? ¿Y por qué puñetas iba a querer yo leerlo? —Porque te lo estoy pidiendo —dije. Era verdad. No se me

ocurría ningún otro motivo. Whorde salió de su ataúd, se ajustó la gafas con una cuerde-

cita al cráneo ovalado y se incorporó. Llevaba el traje negro ruinoso con el que le había visto la primera vez y seguía teniendo el mismo aspecto de zombie cadavérico.

—Mandas a leer a un hombre que no ve bien y que ni siquie-ra tiene orejas —murmuró.

Las gafas se le caían. Se las ajustó de nuevo.— Y bien, ¡dame! —dijo. Le entregué el manuscrito. Lo ojeó por encima.—Bueno, por lo menos es corto... y los dibujos están bien.

Bueno, vete.Me sentía confundido. Whorde avanzó pesadamente con la

espalda contraída, en dirección a su escritorio al fondo de la sala. Encendió una pequeña luz y se sentó.

—No te vas a quedar ahí mientras leo, ¿verdad? Vete.Me escabullí rápidamente de la sala. No recuerdo absoluta-

mente nada de lo que hice mientras esperaba. En algún momento he fantaseado con la idea de que Hurn se pusiera de parto justo du-rante ese rato. Dramáticamente apropiado. Mi hijo, mi primer li-bro. La realidad, sin embargo, no tiene sentido del ritmo. Morghun nacería aún un par de ciclos después. ¿Qué hice a lo largo de ese día? La verdad, no tengo ni idea. Ponerme nervioso, supongo.

Lo cierto es que no recuerdo nada hasta la llegada del guardia que me indicó que Whorde me estaba llamando. Se me aceleró el corazón al recorrer por segunda vez aquel día ese pasillo. Cada paso me parecía que iba cogiendo más y más ritmo y que al final se me iba a salir del pecho. Me paré a la mitad. Sentía que la aprobación del hombre que estaba en el interior de esa sala sería el primer paso importante en la carrera del libro y que, de alguna manera, una vez otra persona lo había leído, empezaba a dejar de ser mío y se con-

Page 302: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

302

vertía en una especie de multipropiedad. La idea expresada así me resultó un tanto aterradora.

La sala tenía una iluminación similar y Whorde estaba en la misma posición en la que lo había dejado horas antes. No necesi-taba comer, así que tampoco habría necesitado moverse. No sabría decir si su aspecto era serio o no, porque el fin y al cabo era un esqueleto con fragmentos de carne y poca cosa más. La gestualidad no era lo suyo precisamente.

—Siéntate —su tono era serio. Eso me asustó un poco. Me senté corriendo en una silla frente a él. Era la misma

posición en la que habíamos estado la mayor parte del tiempo que había pasado trabajando con él y, sin embargo, ese día parecía que todo era nuevo, que no nos conocíamos.

—¿Que te ha parecido? —no quería parecer ansioso yo mis-mo, pero no lo pude evitar.

Whorde guardó silencio durante un tiempo que a mí se me hizo un poco más largo que eterno.

—¿Por qué has escrito este libro? —me dijo.Me quedé sin habla. Incluso me planteé que quizás no había

entendido bien la pregunta. Debí abrir la boca un par de veces y la volví a cerrar sin emitir ningún sonido.

—Si no sabes responder una pregunta tan sencilla tienes un problema muy serio —dijo. ¿Estaba enfadado?

Sentí el calor subirme por todo el cuerpo y calentarme las mejillas. De pronto estaba algo ofendido. Me pareció un comenta-rio presuntuoso.

—Sé perfectamente por qué lo he escrito —mi tono de voz debió sonar muy parecido al de un adolescente envidioso.

—¿Por qué, entonces? —dijo. Le miré un segundo, casi perplejo.—Ya... ya sabes por qué. Está todo en la memoria del proyec-

to que te presenté el primer día. —No sé si te has fijado pero estoy bastante muerto. Se me

olvidan las cosas, ¿vale? ¿Por qué? —su tono de voz era educado, aunque enérgico.

Page 303: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

303

Suspiré.—Porque... es la historia de Whomba. Es la historia de nues-

tro país, de nuestros fundadores. Lo que somos. Y no le importa a mucha gente, la verdad. No entienden lo duro que fue y... y no entienden tampoco lo que querían hacer. He escrito el libro para que los chavales lean y se entretengan con nuestra historia y para dejar claro de una puñetera vez el papel de gentuza como Barlhar, por ejemplo. Al que todavía hoy seguimos sacando en procesión. ¿Te parece razonable?

—Bueno, en el capítulo primero describes mi encuentro con Mighos como si fuera un bello paseo por la playa, cuando creo que especifiqué de manera bastante clara que aquello fue una posesión de mi mente en toda regla. Y no muy agradable, la verdad.

—Es un cuento para niños —dije poniéndome en pie—. No quería ser demasiado duro al principio. Eso es todo, luego se pone más serio.

Nos quedamos en silencio.—Entonces, ¿no te ha gustado?—Sí, sí me ha gustado, es lo que yo te he contado durante

todo este tiempo, es lo que yo recuerdo. Un poco matizado, un poco más aventurero, pero en esencia... Sí, es la historia tal y como yo la conozco— Whorde parecía de pronto cansado.

—¿Entonces? Whorde se incorporó y se me acercó.—¿Por qué crees que algo que sucedió hace tantos años va a

cambiar en algo la forma que tiene la gente de Whomba de vivir hoy? ¿Por qué crees que aquellos que sacan a Barlhar en procesión van a leer tu libro y cambiar de opinión?

Cada vez sonaba más grave, más serio.—La gente no respeta la magia. La cambian, la venden como

si fuera una mercancía cualquiera. Prohíben su uso a ciertas perso-nas. A los garou, por ejemplo. ¿Por qué no has escrito sobre eso?

No supe qué responder. Sigo sin saber por qué. Supongo que los héroes de las historias del pasado siempre son más grandes y mejores que los héroes del ahora. Yo, desde luego, no he sido capaz

Page 304: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

304

de encontrarlos. —¿Y por qué has aceptado mi versión de los hechos? ¿Qué

pasa si Mighos me mintió? Seguro que lo hizo en algunas partes. Seguro que intentó quedar bien en un par de momentos, ¿no te parece? Ese momento en el que se declara a Fregha, por ejemplo, o su papel en la batalla de Nasder. La verdad es que no sabemos bien qué pasó en Nasder, ¿verdad? Yo no tomé su palabra como algo seguro. Investigué y, en cualquier caso, por el amor del Tiempo, es una novela, es una historia. No tienes por qué ser tan específico con los detalles históricos. Y los rebeldes de Gulf no eran así, no eran tan buenos. Y Celis y Brutha, la verdad, no se llevaban espe-cialmente bien. Y si se llevaban así de bien, honestamente, no me interesa.

No sabía qué decir, me sentía abrumado.—Venís aquí y me levantáis con vuestra energía mágica. Me

hacéis preguntas y yo os contesto porque, honestamente, no tengo mucho más que hacer. O algún grupo de niños de algún colegio viene arrastrado por sus profesores y observan cómo hago mis pe-ricias y acrobacias: leer, repasar documentos y... básicamente, estar muerto. Tu libro es una muy bien documentada pieza de museo.

Su voz denotaba un cansancio que no había mostrado nunca. Le agradecí los comentarios y nos despedimos. Justo cuando iba a salir me dijo algo que jamás olvidaré: «El pasado está sobrevalora-do»

Volví a casa. No cené. Me encerré en mi despacho. Ahora creo que debería agradecer a Hurn lo comprensiva que fue todo el tiempo que pasé despedazando aquella versión de la historia y preparando ésta que tenéis en las manos. Tengo la sensación de que está a medio camino de cualquier cosa y, desde luego, se preocupa mucho más por el pasado de lo que lo hace por el presente. Pero creo que entendí alguna de las cosas que me dijo Whorde aquella tarde y espero que vosotros también podáis entenderlas.

Permitidme dedicarle éste libro a él y a su memoria. Al re-cuerdo, que es en realidad una forma de mentira o una forma de historia o una forma de traducir el pasado desde el presente. Por

Page 305: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

305

todo lo que me enseñó y todo lo que me obligó a ignorar y desa-prender.

Para Whorde y para el pequeño Morghun, que duerme a mi lado, silencioso y prudente en su cuna. Soñando, quizás, con con-tar sus propias historias y dibujar sus propios mapas.

FIN

Page 306: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 307: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

AGRADECIMIENTOS

Guillermo

A Gonzalo, Celia, Ana y Txarlie, que me prestaron —sin saberlo —sus nombres. A Alberto y Fruno, que me dejaron colaborar con El Pe-queño Libro de Notas. A Mario, que puso todo en marcha con un dibujo y lo acompañó con muchos más. A David, Carlos, Eva e Izaskun, porque fueron los primeros en leerlo y opinar. A Ricardo, porque se suponía que no leía. Y ahora lee más que yo. A Agustín y Concepción porque me enseñaron a leer y me contaron cuentos. Al Patio Maravillas, por los aprendizajes invisibles. En sole-dad nos quieren. En Común nos tendrán. A la gente cualquiera que ha recuperado la magia que los dioses nos habían arrebatado.

Mario

A Óscar Frunobulax, editor y hombre bueno, por su trabajo en el Pequeño y su paciencia; a Guillermo, por lanzarme desafíos con regularidad semanal y por todo su entusiasmo; a Alberto y a Michael Cimino en la Piazza Maggiore. A Quico, consultor ejecutivo y antropófago. A Francesca, por la mesa, el vino y las manos. A todas las personas que me prestaron sus escáneres cuando andaba de viaje, a la tableta gráfica que acabó cayendo en acción y a las montañas de grafito debajo del sacapuntas; también somos nuestros utensilios. A Sara, Luisa, Pepe, Paolo, Rosa, Suso y el resto de mi fa-milia, por su apoyo y cariño en todo momento.

Page 308: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

***

El intercambio celestial de Whomba se estuvo publicando desde 2009 hasta 2011 en la web Pequeño Libro de Notas. (www.pequenoldn.librodenotas.com), el suplemento infantil y juvenil de Libro de Notas (www.librodenotas.com), un diario de los mejores contenidos de la red en español, dedicado a recomendar contenidos de interés y a generar contenidos propios con decenas de colabora-dores fijos y ocasionales. El Pequeño nació como respuesta a la completa desapari-ción de suplementos infantiles en los periódicos españoles. Capita-neado por Óscar Alarcia y con la colaboración de un nutrido grupo de dibujantes y guionistas, ofrece gratuitamente historietas, textos y otros contenidos de calidad dirigidos a niños y adolescentes. Cuando la historia de El intercambio llegó a su final y nos planteamos llevar adelante el proyecto en una nueva encarnación que saliera de la pantalla del ordenador, no tardamos mucho en entender que la plataforma de crowdfunding Goteo (www.goteo.org) nos ofrecía la oportunidad que más se ajustaba a las caracterís-ticas de nuestro proyecto y a lo que queríamos hacer con él en ese momento. Es por ello que, last but not least, queremos expresar nuestro agradecimiento, en primer lugar, a los promotores de Goteo, por su gran trabajo y su magnífico proyecto y, asimismo, a todas las perso-nas que hicieron posible que la campaña de financiación fuese un éxito desde el primer día y que este libro haya llegado a tus manos, lector. Hélos aquí, en el orden y con el nombre que escogieron para hacer su aportación:

Olivier - esenabre - Santi Sánchez-Pagés - Convento San Giuseppe - Rubén Ruibal - Txarlie Axebra - Santiago Viteri Ramírez - Sara Isabel - txol? - Carlos Trijueque - Alba - isola - kiba2099 - usa-gi2099 - C. Romero - Anónimo I - Calpurnia - Marcos Taracido - Kanae - Inés Llinás - acortesp - Anónimo II - sinatributos - Anó-nimo III - Alberto Gracia Fernández - Racher - María Álvarez - Ra-món Muñoz-Chápuli - Eladio Montoya - María José - Alejandro Del Olmo Martín - carcangiu - Anónimo IV - Josep Anglada -

Page 309: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf

Taller de Palabras - Conventiera - armandiviri - Montse - Manuel Guzmán - Anónimo V - ama - Tomás Naranjo - Xixo - Guenetxea - Yeray-Alifa.org - Hildgard - Anónimo VI - Pati - Patricia Horri-llo - agenbite of inwit - Anónimo VII - Anónimo VIII - Esthercita - mariacastello - Anónimo IX - crisye - enereyes - Frunk - porfi-rio - gatavagabunda - Kyuni - Viskovitz - Julia - VICTOR - lucia lois -txelu balboa - irenegrubio - marina - aissane - gmt - Toomas Järvet - Sofía Coca - Nacho Ledesma - JuanMa - BrixtaPower - Jónatan - Antonio J. Cuevas - Israel Hergón - Fsabin - Carolina León - Simona Manna - Reinohueco - Gordon Keitch - marcela-delrio - tf - Rosa - ColaBoraBora - Javi - verbigracias - nuriafuria - Gema Luque - millares - Nacho MG - ruso - María Pérez de Hita - Suso - aguilaroja - Patricia - shoruo - Willy - Pedro Jiménez - Jara Rocha - Carles Gené - ariadna - rebecabarreiro - Izaskun Romero - morrosko - rulinha - Ana Romero - Eusebio Reyero - Juanma Serradilla - Belén Macías Marín - Gema Muñoz - RosaDomínguez - feragupos - flouflouflou - MariaT - elimiguez - Miquel Adell Bo-rràs - moasan - amador - evita dilemas - JAIPAS - Fab Madagascar - Bergoi Oreja - mjlai - mikrolab - sirjaron - Iñaki Lerga - Mireia Pui - Jose Antonio - carmen - Vicentosky - Narmondil - crismargoz - Anónimo X - ana - tiznada - fjcejudo - David R. Moldes - mano-sarriba - Anónimo XI - Caterina Borelli - Álvaro FH - larusa - Son-soles Mendezd - PatCau - Anónimo XII - dbarrio - Felipe Vara de Rey - javbonilla - Israel Mármol - johntones - NachoYb - elhom-brecohete - Otis B. Driftwood - Débora Avila - Ramón - Cristina Paredes Villena - Blanca Nieto - gurebesta - AGZ - Franz Steam - Andrea Kropman - Julio Rojo - gonzizay - Anónimo XIII - Jose Luis Mateos - Mr White - Sirenamarina - Marta - 08181 - Celia - Noel Ceballos - irativillate - anametropolitana - Alicia Pinteño Granados - MonicadeBlas - Anónimo XIV - Jorge Galindo Cruces - Eneko Oroz - Juan - Natxolopez - Rosa Fernández - Ibandres - anuska3105 - Anónimo XV - María Romero - Promero - Anónimo XVI - Carlos Neira - EsterPujol - Javier Amor - José Eteo Soriso - TalaTala

A todos ellos va nuestro más cálido agradecimiento.

Page 310: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 311: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf
Page 312: El intercambio celestial de Whomba - Guillermo Zapata.pdf