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1 EL ISLAM Y EL MUNDO ÁRABE A finales del siglo VI comenzó a gestarse en Oriente y en el desierto de Arabia un gran movimiento que afectaría a millones de seres humanos en Asia y en África, agrupándolos en una sola creencia y en un gran imperio. Para ellos la Kaaba (en La Meca) representaría lo que para los cristianos europeos San Pedro de Roma y Santa Sofía de Constantinopla. Desde Oriente llegó una impetuosa marea de pueblos, herederos de los semitas, partiendo de Arabia y que hasta entonces siempre habían sido rechazados por los indoeuropeos. Era la época del gran papa cristiano Gregorio Magno, elegido en el 590, reformador de la liturgia y fundador del “canto gregoriano”. Alcanzó un gran poder, no sólo religioso, sino también temporal. Protegió al pueblo romano contra la opresión y la miseria y consiguió que Italia se separara de Bizancio, consumando la ruptura completa entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Griega. Gregorio y Mahoma fueron contemporáneos (aunque éste nació treinta años después que el papa). Cada uno por su parte cimentaron vigorosas organizaciones religiosas, y la lucha entre las dos doctrinas influyó enormemente en el destino de tres continentes. Tanto el cristianismo como el Islam, con el tiempo se escindieron en multitud de sectas. Pero todas respetaron en cada caso, las Sagradas Escrituras y el Corán. Ya antes de nacer Mahoma los árabes peregrinaban cada año a La Meca, para adorar a los dioses en el templo de la Caaba. Veneraban especialmente una piedra negra incrustada en el muro del templo. A principios del siglo VII llegaría Mahoma para integrar a la población de Arabia, la mayoría nómadas del desierto, en la adoración de un solo dios, Alá. Muchos árabes ya le adoraban antes, pero la mayoría eran devotos de dioses y diosas, rocas negras, blancas o rojas y de los astros, sacrificando a veces animales y hombres al lucero de la mañana. Creían en los demonios, que pensaban se albergaban en los cuerpos de ciertos animales, sobre todo en las serpientes. MAHOMA Huérfano muy temprano (su padre murió antes de nacer él y su madre seis años después), fue educado por sus parientes. A los veinticinco años de edad, siendo servidor de la viuda de un rico comerciante, llamada Kadicha, se casó con ella, que le llevaba quince años de edad, siendo su matrimonio feliz durante veinticuatro años. Mahoma, poco después de enviudar, volvió a casarse, llegando a tener nueve mujeres, entre ellas una judía. Su favorita fue Aixa, con la que se casó cuando ella tenía 10 años. De Kadicha tuvo dos hijos, que murieron de niños, y cuatro hijas, que crecieron y se casaron, aunque sólo una, Fátima, tuvo descendencia y fue origen de la dinastía “fatimita”, que reinó en el siglo X sobre un gran imperio musulmán. Mahoma tenía ya cuarenta años cuando creyó tener visiones y alucinaciones, que agitaron en su subconsciente los recuerdos que tenía de las religiones hebrea y cristiana, con las que había tenido contacto en tiempos anteriores. Llegó al convencimiento interno de que había un solo dios, al que el hombre habría de rendir cuentas, siendo recompensado o castigado según sus acciones terrenales. Se retiró a la soledad de una granja cerca de La Meca. Allí meditó, siendo su preocupación más constante el Juicio Final y el castigo eterno, de los que había oído

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EL ISLAM Y EL MUNDO ÁRABE A finales del siglo VI comenzó a gestarse en Oriente y en el desierto de Arabia un gran movimiento que afectaría a millones de seres humanos en Asia y en África, agrupándolos en una sola creencia y en un gran imperio. Para ellos la Kaaba (en La Meca) representaría lo que para los cristianos europeos San Pedro de Roma y Santa Sofía de Constantinopla. Desde Oriente llegó una impetuosa marea de pueblos, herederos de los semitas, partiendo de Arabia y que hasta entonces siempre habían sido rechazados por los indoeuropeos. Era la época del gran papa cristiano Gregorio Magno, elegido en el 590, reformador de la liturgia y fundador del “canto gregoriano”. Alcanzó un gran poder, no sólo religioso, sino también temporal. Protegió al pueblo romano contra la opresión y la miseria y consiguió que Italia se separara de Bizancio, consumando la ruptura completa entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Griega. Gregorio y Mahoma fueron contemporáneos (aunque éste nació treinta años después que el papa). Cada uno por su parte cimentaron vigorosas organizaciones religiosas, y la lucha entre las dos doctrinas influyó enormemente en el destino de tres continentes. Tanto el cristianismo como el Islam, con el tiempo se escindieron en multitud de sectas. Pero todas respetaron en cada caso, las Sagradas Escrituras y el Corán. Ya antes de nacer Mahoma los árabes peregrinaban cada año a La Meca, para adorar a los dioses en el templo de la Caaba. Veneraban especialmente una piedra negra incrustada en el muro del templo. A principios del siglo VII llegaría Mahoma para integrar a la población de Arabia, la mayoría nómadas del desierto, en la adoración de un solo dios, Alá. Muchos árabes ya le adoraban antes, pero la mayoría eran devotos de dioses y diosas, rocas negras, blancas o rojas y de los astros, sacrificando a veces animales y hombres al lucero de la mañana. Creían en los demonios, que pensaban se albergaban en los cuerpos de ciertos animales, sobre todo en las serpientes. MAHOMA Huérfano muy temprano (su padre murió antes de nacer él y su madre seis años después), fue educado por sus parientes. A los veinticinco años de edad, siendo servidor de la viuda de un rico comerciante, llamada Kadicha, se casó con ella, que le llevaba quince años de edad, siendo su matrimonio feliz durante veinticuatro años. Mahoma, poco después de enviudar, volvió a casarse, llegando a tener nueve mujeres, entre ellas una judía. Su favorita fue Aixa, con la que se casó cuando ella tenía 10 años. De Kadicha tuvo dos hijos, que murieron de niños, y cuatro hijas, que crecieron y se casaron, aunque sólo una, Fátima, tuvo descendencia y fue origen de la dinastía “fatimita”, que reinó en el siglo X sobre un gran imperio musulmán. Mahoma tenía ya cuarenta años cuando creyó tener visiones y alucinaciones, que agitaron en su subconsciente los recuerdos que tenía de las religiones hebrea y cristiana, con las que había tenido contacto en tiempos anteriores. Llegó al convencimiento interno de que había un solo dios, al que el hombre habría de rendir cuentas, siendo recompensado o castigado según sus acciones terrenales. Se retiró a la soledad de una granja cerca de La Meca. Allí meditó, siendo su preocupación más constante el Juicio Final y el castigo eterno, de los que había oído

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hablar a monjes cristianos. Una noche se le apareció el ángel Gabriel y le dijo: ¡Mahoma, tú eres el profeta de Alá todopoderoso, que ha creado el mundo! Desde entonces, su doctrina se basó en el lema: “Sólo hay un dios, Alá, y Mahoma es su profeta”. Pronto tuvo numerosos adeptos, lo que preocupó a las autoridades de la Meca, que veían amenazada la creencia del pueblo árabe en los dioses de la Kaaba. Fue considerado peligroso, por lo que Mahoma tuvo que marchar hacia la ciudad de Medina, situada a unos 350 Kmts. al norte de La Meca. Le acompañó su suegro y fiel amigo Abu Beker, padre de Aixa, rico comerciante que invirtió parte de su fortuna para ayudar a propagar la nueva fe. La huida, o Héjira , de Mahoma ocurrió en el año 622, y es el punto de partida de la era mahometana o musulmana. En Medina obtuvo un gran éxito con su doctrina, y sus revelaciones fueron consignadas por escrito, junto con sus predicaciones en el libro del Corán, código y biblia de los musulmanes. EL ISLAM Islam y musulmán significan “sumisión”, y son los nombres que se han aplicado a la doctrina de Mahoma. Cinco veces al día, en lo alto del alminar, el almuédano llamaba a los fieles a la oración, posternados, con el rostro hacia el suelo, recitando versículos y oraciones del Corán. Los árabes siempre han tenido un gran sentido de la hospitalidad, aunque hay que señalar que los árabes hacen caridad, no por amor al prójimo, sino por amor a Alá. Mahoma se consideraba un profeta enviado por Dios a los hombres, en la línea espiritual de Abraham, Moisés y Jesús. Rechazado por los judíos por su burda interpretación de la Biblia (decía que Moisés era contemporáneo de la construcción de la torre de Babel, y que María, la madre de Jesús, era hermana de Moisés), no tuvo otra alternativa que fundar una nueva religión (lo que al principio no era su idea). Años después llegó Mahoma triunfal a La Meca, montado en un camello. Fue a la Kaaba, destruyó todos sus ídolos, y consagró el templo al culto de Alá, mientras la multitud gritaba: “¡Alá es grande!”. Desde ese día La Meca fue para los musulmanes lo que Jerusalén para los cristianos en la Edad Media. Mirando hacia La Meca rezan cinco veces al día, y una vez al año llegan allí miles de peregrinos, dan siete vueltas en torno a la Kaaba, yendo después a besar la piedra negra. Todas las tribus de Arabia se unieron en torno a Mahoma. Ningún otro fundador religioso pudo ver tan impresionantes efectos de su predicación. Fue bondadoso, perdonó a sus enemigos y simpatizó más con los cristianos que con los judíos. Amaba a los niños y a los animales. Era tolerante con el culto de los cristianos y los judíos, que gozaban de libertad, aunque tenían que pagar impuestos. El Islam no sólo unió a las tribus beduinas de Arabia, sino que les dio una religión más elevada. Eran pueblos nómadas y ladrones, que practicaban la rapiña y el asesinato. Hasta entonces nunca había existido un estado árabe; sólo había jefes de familia y tribu. Cada una de éstas tenía su religión y sus ritos. Con Mahoma, nació el “pueblo de Alá”, cuyo jefe supremo era el profeta. Mucho les costó a los beduinos renunciar a su antigua libertad sin límites, y al vino, que tanto les agradaba. Pero lo más doloroso para ellos era el pago de tributos. Sin embargo, la “guerra santa” les prometía ricos botines.

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Las cinco columnas del Islam 1 – Creencia en un solo Dios Eterno, Alá. Mahoma es su enviado. 2 – La oración diaria ante la llamada melódica del almuédano, que convoca a los fieles desde el alminar de la mezquita. Esta llamada suena cinco veces al día: antes de salir el sol, a mediodía, por la tarde, a la puesta del sol y dos horas después. Todo verdadero musulmán ha de realizarlo, esté donde esté. Antes de empezar la oración ha de purificarse ritualmente, con abluciones de agua, o arena si está en el desierto. El creyente se arrodilla sobre una alfombra e inclina la parte superior del cuerpo, rozando el suelo con la frente. 3 – El tercer pilar es la obligación de hacer limosna (pagada como impuesto) 4 – La celebración del mes de ayuno, el Ramadán, en recuerdo del envío del Corán por Alá. Es variable este mes cada año, según el antiguo año lunar de 354 días. No es un ayuno completo, sino la abstención de comida, bebida, tabaco, relación sexual e inhalación de perfumes, desde la salida hasta la puesta del sol. Los musulmanes ascéticos no tragan saliva durante el día. Al anochecer se acaba el ayuno y la vida se reanuda, con banquetes y fiestas. Al final del mes de ayuno se celebra el Bairám, la fiesta final. 5 – La 5ª obligación del musulmán prescribe que todo creyente debe realizar, al menos una vez en la vida, una peregrinación a La Meca, en conmemoración de la salida de esta ciudad a Medina, realizada por Mahoma y su peregrinación de despedida a La Meca antes de su muerte. El Corán no permita la entrada a La Meca a los no musulmanes. El Haram, una faja de terreno alrededor de La Meca, marca la frontera. El creyente se pone la vestimenta blanca de peregrino (el talbiyah), recoge 49 guijarros, en recuerdo de los primeros seguidores de Mahoma. Luego ha de dar siete vueltas a la Kaaba (un cuadrado de piedra amurallado (10x12 mts.), cubierto de seda negra, y en cuyo ángulo sur está incrustada la famosa piedra negra, que se ha de rozar o besar. Después se visita el pozo santo de Zamzam, rociándose con su agua y empapando paños en ella. Aparte de los cinco deberes fundamentales, el musulmán debe seguir otros preceptos, parecidos a los mandamientos del cristiano. Debe evitar las cosas impuras, como ingerir carne de cerdo y vino, del que disfrutará en el cielo. Todos los musulmanes son iguales, sin privilegio de raza, ascendencia o cultura. Sólo los descendientes del profeta tienen algún privilegio. Relación de los musulmanes con cristianos y judíos Durante los primeros años de su predicación en Medina, Mahoma confiaba en convertir a su doctrina a judíos y cristianos. Tomó elementos del culto judío (como la oración y el ayuno), pero se quejó de su terquedad al no conseguir convertirlos a su fe. Los creyentes islámicos no debían mirar hacia Jerusalén, sino hacia La Meca. Según la leyenda islámica, el patriarca Abraham recibió de Dios la orden de erigir en La Meca un lugar santo, la Kaaba. Personajes del Antiguo Testamento encuentran su lugar en el Corán: la historia de Noé y el diluvio, Abraham, Moisés, Lot, Jonás, David, Salomón, José, etc., así como la historia de la caída de Adán, la expulsión del paraíso y la travesía del Mar Rojo por los islaelitas. La actitud con los cristianos, menos numerosos, fue más amistosa. Pero Mahoma no consideraba a Cristo hijo de Dios, sino como un profeta. Según él, tampoco Cristo murió en la cruz. Dios hizo ascender al cielo a Cristo y su madre María, en vida. Jesús volverá de nuevo a la Tierra, al final del mundo, matará al Anticristo, se casará y

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predicará el Islam. 40, años después morirá en Medina y entonces empezará el Juicio Universal. El mayor reproche que hace Mahoma al cristianismo es ser politeísta, por la Trinidad. Por ello, en sus últimos años, Mahoma recomendó también la lucha contra los cristianos, hasta que hallasen la verdadera fe. Según Mahoma, él ha sido el último profeta y no habrá más. Con él la revelación está cerrada. Para los musulmanes, los que vayan al cielo encontrarán un paraíso terrenal: en un magnífico jardín, los salvados se sientan en cómodos sillones, toman las frutas más jugosas y las bebidas más agradables. Bellas muchachas, las huríes, les proporcionan los más altos goces sensuales. Para los cristianos, el paraíso es más abstracto, con alegrías y gozos más bien espirituales, con la contemplación del Señor. Un mundo de hombres Se dice en el Corán: “Casaos con las mujeres, con 2-3 ó 4, y sino estáis satisfechos, añadid otra, o una esclava”. La sociedad musulmana es de hombres; las mujeres apenas desempeñan papel público alguno. Todo el derecho familiar islámico está hecho sobre bases patriarcales. El trato social excluye a las mujeres. “Dios ha colocado a los hombres por encima de las mujeres, por su mayor altura espiritual y mayor aptitud para cumplir los deberes y preceptos religiosos”. Se dice que “el infierno está lleno de mujeres, por su incredulidad”. La obligación del velo, para tapar la cara de las mujeres, figura en el Corán. La desnudez, aunque sólo sea de brazos y piernas, se considera escandalosa. Sólo se permite ante parientes allegados y el esposo. Las mujeres deben cuidar a los niños hasta los siete años. Después, éstos van a la escuela coránica. Las niñas no aprendían a leer ni escribir. Sus madres las instruían en hilar, tejer, hacer punto y cocinar. El matrimonio El marido no debe preferir a ninguna de sus mujeres en los “deberes matrimoniales”. Si descuida el trato con una mujer, esta puede pedir el divorcio. Si una mujer tiene el voto de continencia, el marido no puede hacer nada. Por ello muchos hombres preferían tener esclavas en su harén, ya que causaban menos problemas legales. Si engendraban hijas, el hombre podía casarse con ellas. Entre los hombres ricos o príncipes, el trato entre sí de mujeres e hijos de éstas, causaba a veces graves problemas por la herencia, originando disputas e incluso asesinatos. Así, por ejemplo, el sultán turco Selim I, hizo asesinar a sus dos hermanos, a siete sobrinos y a cuatro hijos propios, para asegurar su dominio. El sultán Murad III , hizo asesinar a cinco de sus hermanos. Y su hijo y sucesor, a diecinueve. Estos hechos no se consideraban crímenes, sino “medidas preventivas”. Precedían al casamiento tratos entre el novio y un representante de la novia (casi siempre su padre, o un pariente próximo), sobre la cuantía de la dote. Sin el pago de ésta no había matrimonio, sólo se consideraba concubinato. La ceremonia religiosa de la boda es muy simple. Se firma el contrato matrimonial, y el imán, en casa del padre de la novia, junta las manos de la pareja, de forma que se rocen los pulgares. Los mantiene así mientras él reza, Después, todos juntos recitan la primera “sura” del Corán, y luego empieza la fiesta.

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El marido, en cualquier momento y sin tener que dar explicación alguna, puede rechazar a su mujer., pronunciando tres veces la fórmula. “Estás despedida”. Y así el matrimonio se considera disuelto. Entonces hay que devolver el dinero de la dote y esperar un tiempo de tres meses para poder ver si la mujer está embarazada. Sólo entonces ella puede casarse de nuevo. Si hay embarazo procede una indemnización. El Islam, según Mahoma Al igual que Cristo, Mahoma dejó tras de sí una doctrina religiosa apenas detallada. Pero así como el texto del primitivo Corán, parece estar bien asegurado por la tradición, sólo escasos versículos del Evangelio reflejan efectivamente palabras y opiniones de Cristo. La evolución de ambas religiones se debe al trabajo de generaciones posteriores. Lo que es seguro es que ninguno de los dos fundadores sería entendido hoy en sus círculos culturales. El Corán, después de la muerte de Mahoma, no daba ninguna instrucción de cómo había de comportarse el creyente en determinadas situaciones. Por eso se investigaba en la tradición de los hechos y costumbres del profeta y de su entorno más próximo, para deducir cómo habría procedido él. Por eso, poco después de la muerte de Mahoma, se empezaron a recoger y fijar los primeros relatos y el derecho usual musulmán (Sunna). Dos generaciones después del profeta no se podían entender ya muchas palabras ni cuestiones referentes a acontecimientos contemporáneos de la Hégira. La lectura del Corán se convirtió pronto en una profesión teológica, que exigía la cita más exacta y su correspondiente explicación, sin poder desviarse de lo revelado. A principios del siglo X, los comentarios del Corán llenaban veinte tomos, con 5.200 páginas. El Islam tuvo que arrostrar disputas sobre cuestiones fundamentales de la fe, como ocurrió con el cristianismo en la Roma de Oriente. El Islam y las antiguas culturas Ninguna de las grandes religiones ha promovido como el Islam, el esfuerzo de saber de sus fieles, ni les ha ayudado tanto. Es asombroso que partiendo del modestísimo nivel cultural en que vivían árabes y beduinos, en pocas generaciones se acercaran al legado cultural del Mundo Antiguo. Respetaron siempre los bienas culturales extranjeros, no destruyeron escritos ni prohibieron la libertad de pensamiento. La Inquisición cristiana de la Europa medieval no tuvo paralelismo en el Islam. En sus conquistas, los árabes se encontraron con culturas más elevadas que la suya. Acogieron en su sociedad a funcionarios y sabios persas y bizantinos y los califas protegieron la recogida y producción de obras griegas. Aparte de las guerras entre árabes y bizantinos, hubo de largos períodos de intercambio mutuo de comercio y pensamiento.. El emperador bizantino Manuel I, expuso ante sus obispos que él pensaba que el dios de los musulmanes era en el fondo igual que el de los cristianos, sólo que aquellos le rezaban equivocadamente, por ignorancia. Aunque los eclesiásticos no estuvieron de acuerdo, agudizándose esta rigidez con las Cruzadas y sus matanzas. Ello acuñó la imagen occidental sobre el Islam. La consecuencia fue una enemistad secular, falta de comprensión y un recíproco desprecio. En el año 830, , el califa Mamún fundaba en Bagdad la “Casa de la Sabiduría”, que promovía la traducción de escritos griegos, de los que los árabes eran entusiastas. La lista de filósofos y sabios griegos fue larga: Tales, Anaxagoras, Pitágoras, Platón,

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Arquímedes, Demóstenes, Aristoteles y Galeno. Asimismo, los grandes escritores: Homero, Sófocles, Eurípides, Aristófanes… Los árabes se centraron en varios campos de la ciencia, en especial: matemáticas, física, medicina, botánica, etc. Centros de enseñanza e investigación fueron, especialmente, Isfahan, Samarcanda, Damasco, Bagdad, El Cairo, Cairuán, Fez y Córdoba. En el florecimiento de la cultura islámica, no sólo sobresalieron los modelos griegos, sino también Bizancio y el Antiguo Oriente, incluso la India, origen de los llamados por nosotros: los número árabes y del cero. El Islam creó una cultura propia en el norte de África y en el Asia Anterior y Central. Desde el comienzo del imperio árabe, hubo una gran predilección por residir más en la ciudad que en el campo. De ahí la designación despectiva de “fellah” (arador) para los campesinos, y de “ildsch” (asno salvaje). Los autores islámicos desprecian esta clase social. OMAR En el año 632, Mahoma enfermó gravemente y murió. Esto constituyó un rudo golpe para sus fieles, que nunca imaginaron que el profeta de Alá podía morir como los demás. Mahoma no dejó hijos varones, ni designó sucesor. Sólo encargó a su suegro, Abu Beker, que dirigiera las oraciones en la mezquita de Medina. Los creyentes lo elevaron a la dignidad de califa (vicarios de Mahoma). Éste conservó su habitual sencillez y demostró ser un gran político. Al morir el profeta, algunas tribus se rebelaron, pero fracasaron gracias a la firmeza del califa y sus colaboradores. Inició luego Abu Beker la era de las conquistas árabes, mirando hacia dos vecinos: el imperio romano de Oriente y el imperio persa. Pero el viejo califa sólo vivió dos años, siendo luego Omar el verdadero fundador del imperio árabe. Al principio fue enemigo de Mahoma, pero después de su conversión fue el adalid más forzado de la nueva fe. Era un hombre con una naturaleza señorial, dominador, que sabía imponerse tanto a nivel físico como espiritual. Contra los persas fue enviado Khalid (llamado “la espada de Alá”), el más genial, intrépido y cruel de los jefes del Islam. Sus victorias conquistaron toda Persia hasta las fronteras de la India. Los árabes también conquistaron Siria y Egipto, con la ayuda de sus habitantes, que detestaban el poder bizantino. En las batallas, la potencia de las tropas árabes residía sobre todo en su gran movilidad. Gran influencia en sus conquistas tuvieron sus camellos, que les acompañaban en largas hileras, llevando la impedimenta y con su gran resistencia en el desierto. Su presencia asustaba a los caballos de los enemigos. No es exageración afirmar que gracias a estos animales conquistaron los árabes Siria y Egipto. Más tarde les acompañaron también en su marcha triunfal hacia España. En el año 640 consiguieron un objetivo soñado: la conquista de Jerusalén. Se ha atribuido el ardor combativo de los musulmanes a su fanatismo religioso. Esto no es cierto; se lanzaron a la guerra por motivos más elementales: el hambre y la sed de botín. Muchos de los combatientes ignoraban las creencias del Islam. En el 644 Omar fue asesinado en la mezquita de Medina por un esclavo cristiano. Le sucedió Otman, yerno de Mahoma, de escasa personalidad y ya viejo y agotado. Surgió la indisciplina entre las tribus beduinas, que lucharon entre sí y se rebelaron contra la

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autoridad estatal. Otman también fue asesinado y la guerra civil adquirió un carácter latente. Una de las causas de la inestabilidad se debía a la poligamia. En el harén del califa reinaban las rencillas entre los numerosos hijos de diferentes madres, que vivían en común. Subió al trono Alí , hijo adoptivo, sobrino y yerno de Mahoma, esposo de Fátima, que murió seis meses después que el profeta. Corpulento y gran luchador, fue acusado de estar complicado en el asesinato de Otman, por una facción apoyada por Aixa, la viuda de Mahoma. Pero fueron vencidos por Alí en combate, sin que se vengara de Aixa. Enfrentado también con Omeya, gobernador en Siria y pariente de Otman, Alí fue perdiendo poder y acabó asesinado, como sus dos predecesores. Dejó 33 hijos, tenidos de ocho esposas y varias concubinas. DINASTÍA DE LOS OMEYA Al carácter patriarcal y religioso del poder de la estirpe de Mahoma, sucedió el político y temporal de los Omeya. Fue trasladada la capital del imperio a Damasco, en Siria. La Meca y Medina fueron relegadas a simples provincias, que volvieron a sus antiguas costumbres de pillaje al no participar en las campañas guerreras del califa. Los árabes consideraron a Damasco (llamada por ellos “ojo de Oriente”) como un paraíso en la tierra. Se construyeron palacios de lujo inaudito. Los califas y árabes ricos disfrutaban de lujosos placeres, de la bebida (en contra del Corán), y también de la música y el canto. Tal lujo disgustaba a los sencillos creyentes, provocando protestas y levantamientos. El califa Omeya lanzó sus tropas contra el imperio bizantino. Una flota asedió Constantinopla en el año 670, que resistió siete años, teniendo los árabes que levantar el sitio, con gran pérdida de navíos y hombres. Los pueblos de Europa agradecieron al emperador bizantino su defensa de la cristiandad y le saludaron como salvador del mundo. Otro asedio de los árabes sobre Constantinopla, entre 717 y 718, les costó la pérdida de más de mil navíos y 140.000 hombres. No pudiendo tomar la ciudad, siguieron los árabes sus conquistas por el oeste del litoral norteafricano. Cartago fue saqueada y devastada. La civilización romana de África del Norte fue aniquilada, y la población autóctona, los bereberes (raza emparentada con los egipcios), fue convertida al Islam. INVASIÓN DE ESPAÑA Con la ayuda de los bereberes, los árabes adquirieron nuevas fuerzas y en Abril del 711, el bereber Tarik , con siete mil hombres, atravesó el estrecho entre los dos continentes (África-Europa), y desembarcó en Algeciras, ante la roca que lleva su nombre: Gibraltar (Djebel al Tarik = Montaña de Tarik). El ejército visigodo (pueblo que no se había podido fundir con la población romana de España), fue vencido por Tarik en la batalla de la Janda (Julio de 711), cerca de Medina Sidonia (Cádiz). Se cree que el último rey visigodo, Rodrigo, murió en esta batalla. Los visigodos desaparecieron de la historia, y los árabes, apoyados por la población indígena, siguieron sus conquistas por la Península Ibérica. Los últimos restos de la aristocracia visigoda se refugiaron en las montañas de Asturias, donde fundaron un pequeño reino. Un siglo después de la muerte de Mahoma, el imperio árabe de la “media luna”, se extendió desde el Atlántico hasta los confines de la India y China, con más de 150

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millones de habitantes. En Egipto y Siria muchos cristianos se convirtieron al Islam, participando así en el botín. Persia también fue musulmana casi enteramente, excepto algunos adeptos de Zoroastro que huyeron a la India. Aparte de la religión, otro gran lazo que unió a los distintos pueblos, fue la lengua árabe. Sirios, egipcios, persas y bereberes aprendieron este idioma. Hacia el 720 los árabes cruzaron los Pirineos, atraídos por los tesoros de las iglesias galorromanas, atacando el reino de los francos, corazón de la cristiandad occidental. En el 732, en Poitiers, perdieron los árabes la batalla contra los francos de Carlos Martel. El avance hacia Europa quedó detenido definitivamente. Al igual que la palmera, la doctrina de Mahoma nunca pudo echar raíces en los climas fríos. El Islam sólo ha prosperado en los países tropicales y subtropicales. Los muros de Constantinopla y los francos de Martel, salvaron a Europa del dominio árabe. Aunque también influyeron mucho las discordias y guerras intestinas en el seno del imperio árabe. Además de España, los árabes conquistaron Sicilia, en el sur de Europa. Después de varias expediciones contra la isla, al final la conquistaron en el 902. Hasta mediados del siglo X, los árabes realizaron continuos ataques en las costas italianas e incluso francesas. En el 846, una escuadra apareció en Ostia, antepuerto de Roma, siendo esta rodeada y atacada. Pero una tempestad destruyó la flota árabe, con todo su botín. Tres años más tarde volvió otra escuadra sarracena (sarraceno en lengua árabe significa oriental), y otra tempestad volvió a salvar a Roma. Mientras, los árabes habían consolidado su dominio en Sicilia, y Palermo se convirtió, junto con Bagdad, El Cairo y Córdoba, en centro de elevada civilización. Pero apenas duró medio siglo, pues los normandos, después de una lucha de más de treinta años, se adueñaron de Sicilia en 1091. Aunque la cultura árabe se dejó sentir aún durante mucho tiempo en la isla. LA DINASTÍA ABASIDA (El nombre provenía de Abbas, un tío de Mahoma.). Hacia 750, la dinastía Omeya fue derrocada por una sublevación y Abul-Abas, del linaje de los abasidas, se erigió en califa. Él y su sucesor, su hermano Al-Mansur , casi exterminaron a la dinastía caída. Sólo un Omeya, Abderraman, pudo salvarse, y en España fundó un emirato independiente. Los Abasidas gobernaron el imperio durante 500 años. Los musulmanes de Persia se impusieron sobre la población árabe, ya que eran más aptos que éstos para gobernar. La capital del califato se trasladó a Bagdad, en las orillas del Tigris, en una zona más rica y ubérrima, en el centro de un país rico y populoso, mientras que Damasco se hallaba al borde del desierto. Bagdad se convirtió pronto en una gran metrópoli. En ella los árabes heredaron la afición al lujo y los placeres de los persas. En el inmenso palacio del califa había siete mil eunucos y 700 servidores. Abundaban el ébano y otras maderas preciosas, oro, plata y marfil; gemas deslumbrantes y tapices multicolores. El aire era perfumado con delicados perfumes. Se celebraba grandes y frecuentes fiestas, con música, canto y danzas. El califa abasida más célebre fue Harun-al-Racid, que reinó entre 786 y 809. Su nombre significa: “el que sigue el camino recto”. Aparece en los cuentos de “Las mil y una noches”, en compañía de su visir Jaffar . En la realidad no fue como en los cuentos, sino más bien un tirano cruel y caprichoso, extremado en sus odios y sus amores. El gobierno, lo tenía abandonado en manos de su gran visir. Hizo la peregrinación a la

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Meca 8 ó 9 veces. En sus últimos años luchó contra el imperio bizantino., haciéndose luego la paz, consiguiendo Harun el tributo de los bizantinos. LA CIVILIZACIÓN ÁRABE Bajo el cetro de la dinastía abasida, los países dominados por los árabes adquirieron un gran esplendor en todos los órdenes. En las ciudades floreció el arte decorativo. Las palabras “damasco” y “damasquinado”, se refieren a la artesanía árabe-persa de Damasco. “Baldaquino”, deriva de Bagdad, y la “muselina” (tela suave y casi transparente) de la ciudad de Musol, en el Tigris. Del árabe vienen muchas palabras actuales: álgebra, alcohol, alquimia, almohada, azúcar, azul, garrafa, azafrán, cifra, espinacas, etc. Términos como bazar, tarifa, almacén, almirante, arsenal, etc. En el vocabulario español son muy abundantes. Había mucho oro, procedente de Irán, Siria, Mesopotamia, Egipto, Sudán, etc. En el siglo VII crearon su propia moneda, el dinar (del denarium romano), que fue la moneda común del comercio internacional. Los árabes establecieron grandes rutas comerciales a través de su imperio, que se extendía desde España a la India. Comerciaban por medio de caravanas (sin apenas carros), y después con barcos que llegaban hasta China, India y África oriental. Productos importantes fueron: algodón, dátiles de Arabia, y el azúcar producido principalmente en la costa persa. De África del sur trajeron marfil y esclavos. A través del mar Caspio, y a lo largo del Volga, alcanzaron el mar Báltico, donde obtenían pieles, ámbar y esclavos. Respecto a los inventos de los árabes, abundan las controversias: ¿Fueron inventores o divulgaron los inventos de otros pueblos? Los árabes usaron la brújula para la navegación siglos antes que los europeos. También fabricaron el primer papel considerado como tal. El manuscrito más antiguo en papel de algodón se ha descubierto en El Escorial, escrito en árabe, y data del año 1009. Antes los chinos fabricaban papel a partir de los capullos de los gusanos de seda. Durante el reinado de Al-Mamun , hijo y sucesor de Harun-al-Rachid, comienza de verdad la civilización árabe. Fundó en Bagdad una “casa de la sabiduría”, que luego amplió con una biblioteca y un observatorio. Grupos de sabios traducían al árabe escritos griegos y sirios. Así se introdujeron entre los árabes la filosofía, las matemáticas y la medicina. En filosofía, Aristóteles fue el gran maestro de los árabes. Su más famoso seguidor fue Averroes, en el siglo XII, que fue filósofo, médico, astrónomo y jurisconsulto. Fue médico de cabecera del califa de Córdoba, su ciudad natal, aunque más tarde fue desterrado, por herejía, a Marruecos, donde murió a los 72 años. Tuvo una gran influencia en el pensamiento de la Edad Media. Santo Tomás le aludía muchas veces, con el nombre de “el comentarista” (de Aristóteles). Los árabes aprendieron del griego Euclides los principios de las matemáticas. Destacaron en álgebra (palabra árabe) y trigonometría. Los números “arábigos” los tomaron de la India. Destacaron también en el arte decorativo, con motivos de plantas y “arabescos”, geométricos. Cultivaron la astronomía, y muchos términos (cenit, nadir, etc.) son suyos, así como el nombre de muchas estrellas. Con la alquimia y la química buscaron el elixir de la larga vida y la “piedra filosofal”. A través de la botánica y la química desarrollaron la farmacopea. En medicina sus progresos fueron neutralizados por sus prejuicios religiosos, que prohibían prácticas de anatomía. A pesar de ello aportaron mucho en algunos campos de la medicina, como en las enfermedades oculares, sobre todo.

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El más célebre médico árabe fue Avicena, nacido en Persia en el año 980. Llevó una vida errante, buscó el placer en el vino y las mujeres, y en todas partes curó enfermos desahuciados por otros médicos. Un príncipe persa a quien curó una gran dolencia, le nombró visir, pero más de una vez acabó en prisión, donde tampoco perdía el tiempo, entregándose a estudios científicos. Murió a los 58 años, dejando más de cien obras escritas. La más importante, que se refiere al diagnóstico y tratamiento de enfermedades, fue durante seis siglos un verdadero código médico. También destacaron los geógrafos, nada de extrañar por su afición a los viajes. Gran viajero fue el bereber Ibn Batuta, que en el siglo XIV llegó hasta Pekín. Otro árabe célebre en Occidente fue El-Edrisi , que hacia mediados del siglo XII realizó una gran obra geográfica, ilustrada con numerosos mapas. La literatura árabe Desborda vitalidad y alegría, y, con la poesía, ponen de manifiesto su amor por la música. Abundan los poetas, aunque su poesía muestra sentimientos poco profundos. Famosos son sus cuentos, sobre todo “Las mil y una noches”, el mosaico más pintoresco de la literatura mundial. Su material procede de Persia, Bagdad, la India y El Cairo. Son de origen egipcio los famosos “La lámpara de Aladino” y “Alí Babá y los 40 ladrones”. El arte islámico Sus características son comunes en todos los territorios musulmanes, al contrario de lo ocurrido en el Occidente cristiano. No existe separación entre el arte mundano y el religioso, ni aún después del fraccionamiento político. Los prícipes islámicos deseaban empezar y acabar rápidamente, dentro de su mandato, las obras monumentales. Esto no ocurría en los países cristianos, donde una catedral, por ejemplo, tardaba en acabarse varias generaciones. Para la construcción de la gran mezquita de Damasco (la más importante de la primera época del Islam), mandada erigir por el califa omeya Valid I, acudieron artesanos de Bizancio, Persia, la India y el Magreb. Los edificios solían ser achatados, únicamente sobresalían los altos alminares. Los m´ñas famosos palacios, como la Alhambra de Granada o el Topkapi-Serayl de Estambul, destacan por su intimidad y por la belleza y refinamiento de sus estancias, pero por su monumentalidad. Los artesanos, pintores y escultores seguían estrictamente la tradición. Elemento predominantes fueron: la adopción de la escritura como factor decorativo, la no reproducción de cuerpos humanos y una gran pasión ornamental. CAÍDA DEL IMPERIO ÁRABE En el fondo, el imperio de los abasidas sólo era un coloso con los pies de barro. Al morir Al Mamún, se inicia la decadencia del califato. Como ocurrió con los guardias pretorianos romanos, la guardia cortesana de los califas adquirió un gran poder, constituyendo un estado dentro del Estado, y su jefe era el verdadero dueño del imperio. Surgió también el nacionalismo entre los pueblos del imperio, con más fuerza que los lazos de la fe común. A finales del siglo IX, apareció entre los bereberes de África del Norte un descendiente de Alí y Fátima, la hija de Mahoma, que fundó un califato

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fatimista. Uno de sus sucesores sometió a Egipto, siendo El Cairo la capital del nuevo imperio africano. Las riquezas de los fatimistas sobrepasaron a las de los califas de Bagdad. También rivalizaron en palacios y cultura. La universidad de El Cairo sobrepasaba los doce mil estudiantes. En esa época, la civilización árabe alcanzó su máximo esplendor en España. El lazo político del imperio árabe fue desapareciendo, aunque quedó la unidad religiosa. Los beduinos de Arabia, que habían propagado el Islam, volvieron a sus desiertos. Hoy día, más de 400 millones de fieles vuelven piadosos su rostro hacia la Meca., la ciudad santa, para recitar los mismos versículos del Corán. LOS ÁRABES EN ESPAÑA Los musulmanes que se establecieron en la península ibérica, eran muy distintos a los pobres beduinos de Arabia que partieron para conquistar el mundo. Los árabes de España se habían desarrollado en un ambiente de elevada cultura. Aquí mejoraron lo que sabían de riegos y cultivos, introdujeron la palmera, el arroz, la caña de azúcar, etc. Mejoraron la cría caballar, hasta el punto de que el caballo andaluz llegó ser tan famoso como el alazán árabe. Volvieron a explotar las minas de plata de los antiguos fenicios. Fabricaron las famosas espadas de Toledo, el “cordobán” (curtido con reflejos de oro) y tejidos de seda. En el año 755 llegó a España el último superviviente de los Omeya, Abderrahamán, escapado de oriente de los abasidas. Los adictos a los Omeya se alojaron en el castillo andaluz de Torrox, cerca de Loja. En Archidona fue proclamado emir, y a través de la serranía de Ronda llegó a Sevilla y después a Córdoba. Tras luchas y negociaciones con Yusuf y Somail, que gobernaban la península, asentó con firmeza su poder, aunque hubo de enfrentarse a multitud de enemigos, árabes, bereberes, yemeníes, etc. Hubo de realizar duras represiones para afianzar la dinastía, e independizarse del califato oriental. Su mérito fue admirado incluso por el propio califa abasida Al Mansur . Al morir Abderrahamán I, dejó un gobierno consolidado, surgiendo así el emirato de Córdoba, independiente del califa de Bagdad. Dos años antes de su muerte, se inició, en el 786 la construcción de la grandiosa mezquita de Córdoba. Su hijo, Hixem I, continuó las obras. Contiene un millar de columnas, arcos de herradura, típicos del estilo árabe (aunque antes fueron usados por los visigodos y otros pueblos de Oriente). Es la mayor mezquita en espacio cubierto de todo el Occidente musulmán. Tiene 175 metros de largo, por 70 de ancho, con once naves con columnas y arcos. Aún hoy en día constituye un monumento de primer orden mundial. A Hixem I (788-796), apacible y bondadoso, le sucedió su hijo Alhakem I, hombre al principio alegre, se volvió más tarde cruel y pérfido a causa de las rebeliones frecuentes y el odio del clero islámico hacia él. La famosa “jornada del foso”, ocurrió en su reinado. Los jefes de una sublevación toledana fueron invitados con astucia a un banquete, y, a medida que entraban de uno en uno, les cortaban la cabeza. Otra revuelta famosa ocurrió en el arrabal de Córdoba, en el mes del Ramadán (8 de Mayo del 814. La población civil fue degollada a mansalva y los supervivientes huyeron fuera de España. A Alhakem I le sucedió su hijo Abderrahamán II (821-852), aficionado a la poesía y al ambiente refinado. En su reinado hubo revueltas en Murcia, Toledo y Mérida. También tuvo lugar una persecución contra los mozárabes (hispanorromanos no convertidos), y fue martirizado San Eulogio, hombre de gran cultura, en 849.

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Al morir repentinamente, el emir fue sucedido por su hijo Mohamed I (852-886), intolerante y torpe, odiado por todos, que hubo de soportar rebeliones, sobre todo del valiente Omar Ben Hafsún (880), que fue el jefe de los mozárabes del sur, casi un verdadero monarca, querido y respetado. Abderrahamán III (califa de 912 a 961), fue el más importante de los soberanos musulmanes en España. Rompió definitivamente con Bagdad en 929, proclamándose califa.. Creó un estado próspero y consiguió reducir a los rebeldes, entre ellos a Omar Ben Hafsún, al cabo de 15 años. En 917 perdió una batalla contra los leoneses, en San Esteban de Gormaz, con un gran mortandad. Más tarde se desquitó en Valdejunquera. En el 924 llegó hasta Pamplona, sometió Navarra a vasallaje y dominó toda la península, excepto el reino de León y Cataluña. Intervino en el norte de África, donde dominaban los fatimistas, y se apoderó de Ceuta en 931. Pero en 960 perdió Fez, ciudad importante y querida por el califa. Esto aceleró su pesadumbre y su muerte, al año siguiente. Córdoba fue la capital del califato. A cinco quilómetrros mandó construir una ciudad palatina (el Versalles cordobés), llamada Medina al-Zahara, en honor de una sultana favorita. Abderrahamán invirtió allí sumas fabulosas, con abundancia de mármoles, oro y ébano. Llegó a tener veinte mil servidores, entre eunucos, esclavos y criados. El califa fue tolerante con otras religiones, siendo respetado y admirado por los más altivos soberanos: el emperador de Bizancio, los reyes y príncipes franceses, el emperador de Alemania, etc. Acumuló grandes tesoros e hizo a su país rico y próspero. Aunque todos ello no consiguió hacer feliz a Abderrahamán III. En esa época, Córdoba llegó a sobrepasar los 500 mil habitantes, siendo una de las ciudades más importantes de la Edad Media, cuando Roma languidecía, Alejandría se despoblaba y Constantinopla vivía vegetando. París y Londres no pasaban de ser entonces más que unos grandes poblados. En Córdoba todo era signo de gran prosperidad y riqueza. Calles pavimentadas, jardines espléndidos, mercados llenos de sedas y metales preciosos, con gran florecimiento de la artesanía. Existía iluminación nocturna, 300 baños públicos, 300 mezquitas, 28 barriadas… La gente, en general, vivía feliz y con un buen nivel de vida. Musulmanes, cristianos y judíos vivían juntos, en paz y armonía. La cultura arábigo-española fue muy importante y nutrió a Europa con obras traducidas al latín. Florecieron las bibliotecas y academias y con el papel se escribieron manuscritos. Córdoba era el centro del mundo y a ella acudían sabios y estudiosos de las más lejanas naciones. Eran poquísimos los cordobeses analfabetos, cuando casi nadie sabía leer y escribir en el resto del mundo. Había en la ciudad 15 mil tejedores de lana y se templaba el acero igual que en Toledo y Damasco. De gran prestigio fue el curtido de pieles (cordobán). Un cordobés, Ben-Firnás, inventó el cristal. Alhakem II el Sabio Hijo y sucesor del primer califa cordobés, empezó a reinar en el 961. Apasionado por la lectura, leyó infinidad de libros procedentes de Alejandría, El Cairo, Damasco, Bagdad, etc. Fue también un gran estadista como su padre, aunque careció de su energía y autoridad. Luchó e hizo la paz con los reinos cristianos de Castilla, León y Navarra.. Murió de hemiplegia en el año 976.

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Almanzor De origen pobre y desconocido, de nombre Mohamed ben-Abi-Amir, hizo famoso su apelativo de Almanzor. Desempeñando empleos subalternos al principio, después, con la ayuda de la sultana favorita, su carrera fue rápida y fulgurante. Administrador de los bienes de la sultana, e inspector de moneda del califato, inició luego su preparación militar. Intervino en una campaña en Marruecos, donde adquirió prestigio. A poco de su regreso murió el califa Alhakén II, sucediéndole Hixem II, menor de edad, bajo la tutela de la sultana Aurora-Zohbeya, la protectora y amante de Almanzor. Éste, el 977, emprendió una campaña militar victoriosa contra los cristianos de norte. Luego se casó con la hija de Galib, general en jefe del ejército. Habiendo destituido y sustituido al primer ministro, intentó atraerse al elemento clerical, los alfaquíes, quemando los libros de la grandiosa biblioteca califal, que versaban sobre filosofía, para aparecer como ortodoxo de la religión islámica. De acuerdo con la sultana Aurora, mantuvo recluido al débil Hixem II entre las mujeres del harén, consiguiendo anularle para siempre. Se convirtió en el dictador del califato. Acometió reformas militares, creando un ejército propio a base de mercenarios bien pagados y adictos. Su suegro, Galib, se opuso a sus maniobras, pero en una batalla contra Almanzor, cerca de Atienza (Soria), murió. Luego atacó y saqueó Zamora (981) simpatizante de Galib. Mató cuatro mil cristianos e hizo prisionero a otros muchos. Continuó con las campañas contra los reinos cristianos (más de 50). Saqueó e incendió Barcelona (985), Santiago de Compostela, León, etc. Afirmó su dominio en el norte de África. Pero fue derrotado por los castellanos, leoneses y navarros en Calatañazor (Soria, 2002). Cuando ya no le fue útil, desterró a la sultana. Para acallar a la población, mandó ampliar la mezquita de Córdoba con otras ocho naves, e, hipócritamente, ayudaba él mismo en los trabajos, diciendo que “era el primer trabajador del califato” y el “primer obrero del islamismo”. . Pero en el 2002, huyendo de Calatañazor, o rehuyendo allí el combate (la batalla no está históricamente comprobada), camino de Medinaceli, murió. La dictadura de Almanzor fue funesta para el califato. Sus múltiples batallas y victorias fueron efímeras, ya que los límites territoriales apenas se modificaron y los gastos militares debilitaron las finanzas en gran medida. Un hijo de Almanzor, llamado Al-Mudafar, intentó en vano continuar la obra de su padre. El califato era un caos y prosperaban los movimientos disgregadores. En más de una ocasión sufrió Córdoba el ataque de bandas de soldados cristianos. En el 1013 estalló una rebelión de los berberiscos, continuando la lucha por el poder, hasta que en 1027 fue proclamado Hixem III, cuyo gobierno sólo duró cuatro años. Y en el 2031, una junta de visires (ministros) declaró derogado el califato. Mientras, jefes de familias nobles, gobernadores de provincias, fueron adquiriendo soberanía en diversas comarcas. Surgieron más de veinte principados independientes, conocidos con el nombre de “taifas”. Destacaron entre ellos el de Sevilla y el de Almería. Toledo fue entregado por su último monarca, Al-Cádir, al rey castellano-leonés Alfonso VI (1085), quien trató con liberalidad y tolerancia a los musulmanes. En Zaragoza, el rey Al-Moctadir (1046-1081) y su hijo Al-Motamin (1081-1085), fueron protectores de las artes, las letras y las ciencias. Acogieron benévolos al Cid Campeador en sus estados, y musulmanes y cristianos convivieron pacíficamente. En

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1110 Zaragoza cayó en manos de los almorávides norteafricanos. Estos habían cruzado el estrecho de Gibraltar desde el norte de África, a bordo de numerosas naves que transportaban gentes belicosas de los desiertos africanos. Eran fanáticos recien convertidos al Islam, rudos y despiadados. Fueron llamados a España por algunos reyes, asustados por el avance cristiano (uno de ellos fue el rey de Sevilla, Al-Motamid). Su jefe era Yusuf-ben-Texufin y avanzaron hacia el norte con la colaboración de tropas de taifas. Venció con contundencia una batalla contra Alfonso VI de Castilla, al que se habían unido aragoneses y catalanes. Pero Yusuf hubo de volver a África, donde su hijo primogénito acababa de morir. En esta época el Cid realizaba sus victoriosas correrías por las comarcas levantinas. En 1090 volvió Yusuf, destronó a los reyes de taifas y quedó dueño de toda la España musulmana. Volvió a derrotar a Alfonso VI, en Ucles (108), donde murió su hijo Sancho. Ante el despliegue de la contraofensiva musulmana de los norteafricanos en la península, surgió por primera vez el espíritu de cruzada (que existía en Europa), alentado por la Santa Sede, que exhortó a la lucha contra los musulmanes, bajo el símbolo de la Cruz contra la Media Luna. Los almorávides habían perdido ya su primitivo empuje, cuando otra invasión norteafricana vino a golpear los muros cristianos. Se trataba de los almohades, salvajes del Atlas marroquí, que hallaron en el Al-Andalus un ambiente favorable, ya que habían surgido otra vez los reinos de taifas, fragmentándose el territorio. Alfonso VIII salió a su encuentro, perdiendo la batalla de Alarcos (1195). Los almohades asediaron Toledo y Cuenca, después de sus victorias En Guadalajara, Madrid y Uclés. Pero nuevamente el jefe almohade ha de regresar a África, por diversos problemas (1198). En 1212, los reyes cristianos dejaron de hostigarse entre sí y en la vega de Toledo se reunieron, atravesaron Sierra Morena, y el 16 de Julio entablaron batalla con los musulmanes en los llanos de las Navas de Tolosa. Pudieron derrotar a los almohades, cuyo sultán se dio a la fuga. Los cristianos ocuparon varias plazas, entre ellas Úbeda y Baeza. A mediados del siglo XIV, otra oleada de norteafricanos, los benimerines, intentó pasar a la península, quedó paralizada en el estrecho de Gibraltar. LOS TURCOS Los árabes hallaron en Asia nuevos prosélitos, sometiendo y convirtiendo al Islam a los turcos, de origen mongol y parientes de los hunos, que fueron convertidos en mercenarios al servicio de los califas. Pero a la larga, el jefe de la guardia turca se apoderó del gobierno y adoptó el título de sultán (monarca), dejando al caliza sólo con el poder espiritual. El ejército turco emprendió por su cuenta la guerra santa, arrebató el Asia Menor a los bizantinos y amenazó a la propia Constantinopla. En el 1071, tomaron Jerusalén, ante la indignación de la Europa cristiana. Los árabes habían tratado siempre bien a los peregrinos cristianos, pero los turcos, fanáticos, no toleraron su presencia. En Europa surgió con fuerza la idea de liberar los Santos Lugares, cuna de la cristiandad.

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Las cruzadas Fueron expediciones militares contra los musulmanes que ocupaban Tierra Santa, en las que participaron reyes y pueblos europeos cristianos, bajo el patrocinio de la Santa Sede. Al tiempo, también pretendían proteger las rutas comerciales con Oriente. Fueron en total ocho (desde 1096 a 1291) y no consiguieron grandes resultados, ya que, hasta 1918, Tierra Santa quedó en poder del Islam. No obstante, con las Cruzadas se consiguió retrasar en dos siglos el ataque turco a Europa. . Cronología de las cruzadas: 1ª Cruzada.- (1096 a 199). Organizada por Pedro de Amiens y apoyada por el papa Urbano II. Se conquistó Jerusalén el 15 de Julio de 1099 y se proclamó primer rey a Godofredo de Buillón. 2ª Cruzada.- (1145 a 1148). Predicada por San Bernrdo y llevada a cabo por Conrado III de Alemania y Luis VII de Francia. Pusieron sitio a Damasco, pero regresaron sin éxito. 3ª Cruzada.- (1189 a 1192). Predicada por Gregorio VIII, y llevada a cabo por Felipe Augusto, de Francia, Ricardo Corazón de León, de Inglaterra, y Federico I Barbarroja, de Alemania. Murió éste, y la campaña fracasó por rivalidades entre los dos primeros. 4ª Cruzada.- (1202 a 1204). Organizada por Enrique VI de Alemania, y el arzobispo de Maguncia, Conrado. Lograron algunas victorias, pero no tuvieron éxito por disensiones entre los cruzados. Murió el rey Enrique. 5ª Cruzada.- (1217 a 1221. Predicada por Inocencio III. Pretendieron conquistar Egipto, pero hubieron de retirtarse por algunas derrotas y el desbordamiento del Nilo. 6ª Cruzada.- (1227 a 1229). Organizada por Honorio III y su sucesor Gregorio IX y llevada a cabo por Federico II de Alemania, a quien el sultán le cedió Jerusalén, Belén y Nazaret. 7ª Cruzada.- (1248 a 1254). La organizó Inocencio IV y la dirigió San Luis, rey de Francia. Conquistó Damieta, pero cayó prisionero posteriormente, tras ser derrotado. 8ª Cruzada.- (1270). Llevada a cabo también por San Luis, que murió en el sitio de Túnez. En 1291, cayó la última posición de los cruzados en Palestina, San Juan de Arce. A pesar de los tópicos, hay que resaltar que los musulmanes no resultaron ser tan salvajes infieles. Trataron bien a sus prisioneros cristianos generalmente y no les indujeron siquiera a cambiar de religión. Y, con asombro, se comprobó que podían ser más civilizados y humanos que los cristianos. Ricardo Corazón de León y el sultán Saladino tuvieron relaciones cordiales. Se vio que ambos mundos, tan impenetrables en apariencia, eran en realidad perfectamente permeables el un al otro. Jerusalén representaba una ciudad espiritual en la que Abraham era el origen y nexo común entre las tres religiones monoteistas: cristianismo, Islam y Judaismo. Las tropas turcas aparecieron por primera vez en Europa en 1346. En 1371 derrotaron a un ejército formado por servios, búlgaros, húngaros y bosnios. Los turcos consiguieron lo que no pudieron hacer los árabes durante siglos: la conquista de Constantinopla. La llevó a cabo el sultán Muhammad II , con 80 mil hombres (1453). Este sultán, que había sucedido a su padre Amurates II en 1451, se planteó como su primera tarea la conquista de Constantinopla, preparándose para ello y comenzando el asedio, impidiendo en el Bósforo el abastecimiento de la ciudad.

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Al imperio bizantino sólo le quedaba su capital. Su emperador Juan VIII , había buscado apoyo en otros países e incluso sometió, en 1439, la Iglesia Ortodoxa a la autoridad de Roma, firmándolo en un concilio de Florencia en ese año. Pero sus súbditos no lo admitieron y él murió en 1448. Le sucedió su hermano Constantino XI, que sería el último emperador de Bizancio, y que era fiel a la Iglesia Ortodoxa Griega, despreciando al Vaticano. Pero ante el peligro turco, y precisando ayuda militar, se vio obligado en 1452, en la iglesia de Santa Sofía, ante un delegado pontificio, a realizar la unión solemne de ambas Iglesias. Pero el pueblo seguía sin aceptarlo. La caída de Constantinopla No llegaba a Bizancio ninguna ayuda de Occidente. Francia y Venecia pusieron excusas. Solamente, en 1453, llegaron dos navíos genoveses, al mando del famoso “condottiero” Juan Giustiniani. El emperador le concedió el mando de todas las fuerzas armadas. El ejército turco asediante contaba con más de 300 mil hombres y una gran flota. Los defensores no eran más de 9 mil, pero lucharon con tesón cuando se inició el ataque, a principios de Abril de 1453. Según promesas del papa, esperaban, pero no llegaban, los auxilios de Occidente. En la tarde del 29 de Mayo, se celebró un oficio solemne en la iglesia de Santa Sofía, con la asistencia del emperador Constantino, toda su corte, los sacerdotes y una gran muchedumbre, para rogar por la salvación de la ciudad. De madrugada, se produjo el asalto final. El emperador asumió el mando, pero murió espada en mano, sin querer huir. No quiso sobrevivir a la caída del imperio. Los turcos entraron en la ciudad, ocurriendo una gran matanza. Todo fue saqueado: palacios, iglesias, casas…El sultán había concedido a sus hombres tres días para el saqueo. Después de ello Constantinopla, reina de las ciudades, quedó convertida en un montón de ruinas. La iglesia de Santa Sofía fue convertida en mezquita y la cruz de la cúpula sustituida por la media luna. En lo sucesivo, Constantinopla quedó convertida en una capital turca. La ofensiva turca Tras la toma de Constantinopla, el imperio turco se extendió por Asia y Europa, y con su poderosa marina dominó el Mediterráneo oriental. En Europa estaban atemorizados Al morir Muhammad II en 1481, le sucedió su hijo, el pacífico Bayaceto II , que gobernó durante 30 años, dedicándose a las artes y las letras. Pero en 1512, hubo de ceder el mando a su hijo Selim I, un “salvaje”, que organizó una matanza de chiitas, secta que disputaba el dominio espiritual musulmán a los ortodoxos sunnitas. Conquistador como su abuelo, dobló sus territorios. Contra Persia, derrotó a su sha Ismail, cerca de Tabriz, la capital persa. En 1516 tomó Siria, y al año siguiente entró en El Cairo, derrotando a los “mamelucos” y asolando la ciudad. Se adueñó de Arabia, y por tanto de las ciudades santas de La Meca y Medina.. Se proclamó califa, jefe religioso oficial de todo el mundo islámico, y sucesor de Mahoma. Pero murió súbita y misteriosamente en 1520, sucediéndole su hijo Solimán. Solimán el Magnífico asumió el poder en Septiembre de 1520, un mes antes de que fuera coronado en Aquisgrán otra gran personalidad de la época: su rival, el emperador Carlos V, al que odió ferozmente. En 1522 asedió y tomó la isla de Rodas, defendida por los caballeros de la orden hospitalaria de San Juan, tras medio año de sitio. Más

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tarde los caballeros se instalaron en Malta, constituyendo una avanzadilla cristiana frente a los turcos. Solimán hizo campañas militares en Hungría y en Austria. En 1529 llegó a Viena a la que sitió. A pesar de su gran superioridad numérica, los turcos estaban ateridos por la lluvia y el frío, por lo que levantaron el cerco y volvieron a su tierra. En 1532, Solimán avanzó en Hungría y parte de Austria, pero fue rechazado por las tropas de Carlos V. En 1534 se dirigió hacia Persia, consiguiendo varias victorias. Así el imperio turco se extendía desde Europa hasta el golfo pérsico. Solimán murió en 1566 (tras 48 años de reinado), cuando se dirigía con otra expedición a Hungría. Fue una de las grandes personalidades de la época, junto con Carlos V, Francisco I y Enrique VIII. Gran conquistador, estadista y legislador, aunque en Occidente fue considerado un verdadero monstruo. Curiosamente, casi todos los soldados y funcionarios de su palacio de Constantinopla, eran sus esclavos personales, descendientes de cristianos capturados en su infancia, y jóvenes arrancados periódicamente de sus familias, sobre todo en Hungría. El sultán prefería tener subordinados fieles, agradecidos y serviles, ya que antes habían sido bien tratados, educados y preparados esmeradamente para su función. El cuerpo de estos soldados, llamados “jenízaros”, constaba en ese tiempo de unos 14 mil efectivos. Uno de los funcionarios, Ibrahim , fue gran visir del sultán, de origen pobre albanés. Entre otras cosas fue el artífice de la alianza franco-turca (mal vista por los demás países europeos). Fue tal su poder, durante trece años, que celoso el sultán de ello, un día lo mandó asesinar. Al fin y al cabo era su esclavo… En 1565, el sultán Solimán II , envió tropas y una escuadra contra Malta, pero los caballeros de la Orden de San Juan resistieron el asedio, mandados por su gran maestre La Valette, hasta que llegó la flota española, que hizo huir a los turcos. Siendo ya sultán Selim II , en 1570, los turcos asediaron la isla de Chipre, perteneciente a Venecia, y el 9 de Septiembre, después de dos meses cayó Nicosia y el 2 de Agosto de 1571, toda la isla. Los turcos oprimieron durante siglos a la población chipriota, creando un problema que aun hoy persiste. La batalla de Lepanto (Octubre de 1571) Se creó entonces la Santa Liga contra los turcos, entre Felipe II, Venecia y el papa Pío V. Se nombró jefe supremo a Don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, de 25 años de edad. Partió la flota española de Barcelona en el verano de 1571, llegó Génova el 26 de Julio, a Nápoles el 9 de Agosto y el 25 de este mes a Mesina, lugar destinado a la concentración de todas las tropas. Comprendía unos 300 barcos de todas clases y unos 80 mil hombres. Además de Don Juan de Austria, jefe supremo de la flota, Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, mandaba la española; Andrea Doria, la genovesa; Marco Antonio Colonna, la pontificia; y Sebastián Veniero, la veneciana. Los venecianos estaban algo enemistados con los españoles y casi hace fracasar la empresa. En el golfo de Lepanto entablaron batalla naval contra la flota turca, más numerosa de lo que habían pensado, que estaba mandada por el almirante otomano Ali Bajá . La nave almirante cristiana, la Real, entabló combate con la nave almirante turca, La Sultana. En el cuerpo a cuerpo murió Alí Bajá y su cabeza fue puesta en una pica. A las cinco de la tarde acabó la batalla, con la huida de los musulmanes, a las órdenes del único jefe que quedaba, Uluch Alí . A poco, estalló una gran tormenta y la flota cristiana se refugió en el puerto de La Petala. Uno de los soldados, herido en el pecho y en el brazo, fue el arcabucero y

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después genio inmortal, Miguel de Cervantes Saavedra. Más tarde, en 1575 fue hecho prisionero por los turcos en Argel, donde estuvo cautivo cinco años, siendo después rescatado por los frailes trinitarios. La Santa Liga duró dos años. En 1573, los venecianos pactaron por su cuenta con el imperio otomano, lo que indignó a Don Juan de Austria, que mandó arriar de su nave la bandera con el escudo de Venecia. En ese año, Felipe II ordenó que Don Juan atacase Túnez, para arrojar de allí a los turcos. Pero al año siguiente se perdió la plaza y el fuerte de La Goleta, por no permitir el rey que su hermanastro quedara como soberano de esas tierras, como deseaba la Santa Sede. Pero el papa Gregorio XIII otorgó a Don Juan la “Rosa de oro”, el galardón más preciado de la cristiandad. Guerra de las Alpujarras Por Navidad de de 1568, un tropel de moriscos, exaltados, atacaron y degollaron a un grupo de escribanos y escuderos, cerca de Granada. Por la noche, asesinaron a traición a unos 50 soldados. En las dos semanas siguientes, los rebeldes moriscos saquearon y quemaron muchas iglesias y asesinaron a más de cuatro mil cristianos. Había entre los moriscos un joven llamado Fernando de Córdoba y Valor, descendiente de los antiguos califas omeyas. Fue elegido jefe y le proclamaron rey, con el nombre de Aben-Humeya. Se apoderó de 300 poblaciones y juntó 20 mil hombres, cerca de Almería, por donde esperaba una invasión turca. Como el marqué de Mondéjar, capitán general de aquella región de Granada, no solucionaba el conflicto, Felipe II envió a su hermanastro Don Juan de Austria. Tras sangrientas batallas en aquella zona de las Alpujarras, los moriscos fueron sometidos. Aben-Humeya había sido asesinado por los suyos, que volvieron a hacer lo mismo con su sucesor, Aben-Aboó. En Noviembre de 1570, Don Juan abandonó Granada, dejando la guerra terminada virtualmente. Expulsión de los moriscos Se hallaban éstos esparcidos por varias regiones españolas, especialmente en Andalucía y Levante, viviendo a veces en barrios separados, “las morerías”, y en general odiados por los cristianos viejos. Se les acusaba de crímenes y de estar en relación con berberiscos y turcos, a quienes incitaban a invadir la península. Constituían una minoría inasimilable, aunque eran gente laboriosa y sobria. Odiados especialmente por el arzobispo de Valencia, Juan de Ribera, y por el duque de Lerma, que había sido virrey de la región valenciana. Éste, en Marzo de 1609, propuso al rey Felipe III la expulsión de todos los moriscos del reino de Valencia El 26 de Septiembre de ese año, se publicó el bando real. Se daba a los moriscos tres días para embarcarse en los puertos, sin llevarse nada más que sus efectos personales. Se calcula que de Valencia salieron unos 150 mil moriscos; de Andalucía, 80 mil; de Murcia, 15 mil; de Aragón, 64 mil; de Cataluña, 50 mil; y otros tantos entre Castilla y Extremadura. En total, abandonaron España, unos 500 mil. El duque de Lerma y su familia, así como otros grandes señores del reino, se apropiaron de gran parte de los bienes de los moriscos. Esta expulsión constituyó un gran quebranto económico para España.

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EL ISLAM EN ÁFRICA En los siglos XI y XII el Islam progresó con rapidez en el continente africano, gracias al impulso de los almorávides (gentes del “ribât”). Impusieron el Islam por la fuerza en Ghana y todo el Sáhara occidental, hasta el sur de Marruecos. Iban alentados por un predicador bereber, Ibn-Yasim, de Gazula. Éste murió en combate y le sucedió su discípulo Yusuf-ben-Texufin, quien fundó la ciudad de Marrakex (Marruecos), donde estableció la capital, antes de iniciar la conquista de España. Los almorávides islamizaron algunos pueblos negros, aunque con poco éxito ya que continuaron con sus ritos. Más tarde los almorávides fueron sustituidos por una nueva oleada islámica: los almohades. En 1147, un califa suyo, Abd al-Mumín , tomó Marruecos y regiones próximas, pasando también a España. Pero en el siglo XIII, las discordias debilitaron el imperio almohade, incapaz de resistir a los cristianos en España y a los berberiscos del norte de África. La influencia árabe que se impuso en el norte de África por las armas, en el este se propagó por medio del comercio. En los siglos VIII y IX, grupos de traficantes habían fundado y desarrollado factorías comerciales en Mogadixo, Mombasa, Zanzíbar, Mozambique, etc. En realidad estos comerciantes no profesaban ni celo político, ni religioso. En el África negra occidental, se hizo propaganda religiosa, especialmente en Senegal y Níger, a donde llegaban largas caravanas de camellos. Gongo Muza, al morir, en 1332, dejó un reino que se extendía desde el sur de Argelia hasta la selva del Níger. Este reino fue consolidado por su hermano Suleiman (1336-1339). Este reino era Malí, con capital en Tombuctú. A su muerte sobrevino la decadencia. Pero el Islam siguió penetrando en el corazón del África negra. PERSIA (en el siglo XVI) En el mismo corazón del mundo musulmán, los persas formaban un grupo aparte. Los chiítas, rodeados de sunnitas, consideraban a los descendientes de Alí, yerno de Mahoma, como los únicos y auténticos soberanos del Islam. El pueblo persa sentía un gran patriotismo por el recuerdo de su antiguo imperio. Ismail (1499-1529), inició el movimiento de independencia contra la dominación turco-mongola, agrupando en su torno un ejército de nómadas. Derrotó a sus enemigos y entró, en 1501, triunfante en Talriz, proclamándose rey (sha). Perteneciente a la dinastía de los sefevidas, ocupó sucesivamente Mosul, Bagdad y Korasán. Él, y su sucesor, el sha Tamasp (1529-1576), gobernaron déspotamente. Lucharon contra los otomanos, aunque a veces sin éxito. La lengua persa era el idioma de los letrados y los poetas de todo el mundo musulmán. En 1587, Abbas el Grande (1587-1628), subió al trono y fortaleció la dinastía sefevida y el país. Firmó la paz con los otomanos. Construyó la lujosa capital de Ispahán. Florecieron las manufacturas de tapices de Tabriz. Pero sus sucesores, malévolos y perversos, descompusieron el país. Uno de ellos fue Husein (1694), débil y fanático, que acentuó la decadencia. En este reinado comenzó a destacar la tribu de los afghanos, súbditos bravos e indómitos. En 1715, uno de sus jefes, marchó contra la capital Ispahán, para asediarla, ocupando numerosas casas de recreo.

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En 1722, el último sefevida, Tamasp II, fue expulsado de la capital por un emir afghano. Pueblos nómadas y fuerzas de los estados vecinos se precipitaron sobre Persia, pero el caudillo turcomano Nadir-Sha, derrotó a los afghanos y restauró nuevamente el trono, con Tamasp II (1730), aunque después le despojó de su corona. Nadir-Sha murió asesinado en 1747. El imperio persa estaba herido de muerte y con él su brillante civilización. MARRUECOS En la anitgüedad estuvo poblado por bereberes. Después cayó bajo la influencia de fenicios y cartagineses. Fue colonia romana desde el año 42 a. de C. al 429 d. de C.Luego estuvo ocupado por vándalos, bizantinos y visigodos. Desde el siglo VII hasta mediados Delhi, fue gobernado por los árabes. Y después por almorávides, almohades y benimerines (hasta 1465). Luego se sucedieron las dinastías Wattarida, saadita y alauita. Durante el reinado de Daud (1549-1582) en el imperio africano Sonrhai, para mantener relaciones amistosas con el sultán de Marruecos, concedió a éste, la explotación de las minas de sal de Téghaza, arrendadas durante un año. Este asunto ocasionó un conflicto entre ambos reinos. El 29 de Octubre de 1590, un ejército marroquí de diez mil soldados, 500 jinetes (la mayoría españoles) con arcabuces, y otros 1500 jinetes con armas blancas, más ocho mil camellos y mil caballos de carga, abandonaba Marrakech. Las fuerzas iban mandadas por un mercenario español, el bajá Djuder. Tardaron cuatro meses en atravesar el desierto sahariano, perdiendo las tres cuartas partes de sus efectivos en el camino. El 12 de Marzo de 1591, derrotaron al ejército sorh. Su soberano, Isahak II, huyó y fue asesinado más tarde. Los marroquíes se dispusieron a conquistar y saquear las ciudades de Gao y Tombuctú, persuadidos de hallar grandes riquezas. Así fue, consiguieron mucho oro que enriqueció al sultán marroquí Ahmed. Pero las gentes sonrhai vivían miserablemente y el oro procedía de transacciones comerciales de países lejanos. Así que el país carecía de recursos. Djuder asi se lo hizo saber al sultán, y éste le destituyó. Pero los emisarios del sultán comprobaron que era cierto, y viendo que era un país tan pobre, Ahmed se desinteresó de él. Dejó su administración a diversos bajaes, que explotaron al pueblo y se ganaron su odio. Hacia 1780, el antiguo imperio sonrhai ya no se hallaba sometido a Marruecos y quedó repartido entre el soberano del Massina y el rey de Segú. En el siglo XIX, Marruecos mantuvo una guerra con España. Desde 1912 fue protectorado de Francia y España, obteniendo la independencia en 1956. En 1976 se anexionó parte del Sahara y en 1979 la totalidad, al retirarse de allí Mauritania. (falta acabar lo de Marruecos) LOS TURCOS (2ª parte) Después de Solimán II, se inicia un declive en el imperio otomano que va degenerándose progresivamente. A merced de la insolencia de los jenízaros, sultanes y grandes visires aparecen y desaparecen.

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En la primavera de 1623, los jenízaros proclamaban sultán a Amurates IV, aún menor de edad. Éste, hasta los 20 años fue un joven apacible que escribía poemas y paseaba por sus vastos jardines. Pero al cumplir esa edad, cambió por completo, se convirtió en estadista, guerrero, e incluso verdugo. Cambió al gran visir por otro y los jenízaros se rebelaron asesinando al nuevo visir ante el propio sultán. Juró éste vengarse y se procuró una guardia adicta, al tiempo que limitó el número de jenízaros. De este modo el poder del sultán aumentó y los grandes del imperio se asustaron. Pero Amurates acabó mal. Murió en 1640 a causa de sus excesos en la bebida. Le sucedió su hermano, Ibrahim I, que le dejó pequeño en cuanto a despotismo, crueldad y sed de placeres. En 1648 cayó víctima de un conspiración, cuando él proyectaba asesinar a los jefes jenízaros. Su sucesor fue su hijo Mahomet IV, de siete años de edad. Ocupó la regencia la madre de Ibrahim. Cuando empezó a gobernar el joven sultán, cundió de nuevo el desorden y los jenízaros se rebelaron. Pero el imperio fue salvado por un anciano de 70 años, Mahomet Kinprili (llamado “el Richelieu otomano”) que, nacido en Albania, se inició como pinche en las cocinas del sultán. Llegó a gran visir, nombrado por la regente, gobernando con mano firme y con libertad absoluta. Organizó el Estado, pese al desprecio y la oposición de gobernadores y jefes religiosos. Durante sus cinco años de poder hizo ejecutar a 35 mil personas. Al morir, encomendó al joven sultán de 20 años, que no se dejase aconsejar nunca por mujeres, y que mantuviese sus tropas siempre ocupadas en expediciones militares. Mas Mahomet IV fue otro completo déspota. Por esa fechas, los turcos ocupaban parte de Hungría, con la intención de ocupar Viena. Reinaba en Austria Leopoldo I, culto, ecléctico, con aficiones a las ciencias, las letras y la música, pero sin talla de estadista. En Abril de 1663, los turcos declararon la guerra, por orden de Mahomet IV a su gran visir, Ahmed Kinprili que era hijo del anterior. Hordas de jinetes tártaros atravesaron la frontera de Moravia, arrasando a su paso pueblos y ciudades, haciendo más de 20 mil prisioneros. Pero como las tropas turcas no fueron enseguida sobre Viena, sino que instalaron cuarteles de invierno en Hungría, sus adversarios pudieron organizar sus fuerzas. En el verano de 1664, con la ayuda de refuerzos alemanes, y franceses de Luis XIV, vencieron a los otomanos a unos 150 kmts. al sur de Viena, al intentar éstos franquear el río Raab. Se hizo la paz, pero los turcos afianzaron su dominio sobre Hungría, ante la cólera de su nobleza. En Mayo de 1683, los turcos volvieron a preparar su ejército para un nuevo ataque. En Julio ya marchaban hacia Viena desde Hungría El día 13 llegaban las primeras tropas turcas y en tres días Viena quedó rodeada. El entonces gran visir Kara Mustafá, ya no dudaba de su éxito. Tenía allí 200 mil hombres, mientras que los defensores, mandados por Ernesto Stahremberg, no eran más de 15 mil. Cuando el 11 de Septiembre las vanguardias turcas estaban a punto para el asalto, llegó un ejército en socorro de Viena, formado por austríacos, bávaros, sajones, franceses y polacos. Loas turcos fueron vencidos. A partir de ese año, 1683, los austríacos lograron varias victorias sobre los turcos. Viena se convirtió en la Meca de la arquitectura, con suntuosos palacios y casas barrocas y en el centro de una nueva gran potencia. En 1697, obtuvo una decisiva gran victoria contra los otomanos, en Zenta. Dos años después los turcos abandonaban Transilvania y la mayor parte de Hungría. En 1718, tras perder nuevas batallas, se quedaron sin el sur de Hungría y territorios en Serbia, Bosnia y Valaquia. Y a partir de entonces el imperio turco se fue desmembrando, perdiendo, sucesivamente, Croacia, Eslovenia, Rumanía, Grecia, Bulgaria, Ucrania, Chipre, etc.

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Dos siglos después, se proclamó la República turca, marcada por la excepcional personalidad de Mustafá Kemal Atatürk , cuyas profundas reformas sentaron los cimientos de la moderna Turquía. (Antes, Turquía había participado, junto a Alemania, en la I Guerra Mundial, que perdieron). En 1938, al morir Atatúrk, le sucedió Ismet Iüonü, que mantuvo neutral a su país en la II Guerra Mundial. En 1950, en las elecciones, fue nombrado presidente Celal Bayar y Adnun Menderes su primer ministro, que gobernó dictatorialmente hasta que fue depuesto en 1960 por un golpe militar, y ejecutado al año siguiente. A partir de entonces hubo tres presidentes sucesivos, y el último, Fabri Kolutürk, fue derrocado por un golpe de estado militar, asumiendo la presidencia el general K. Evren. En el 82 se aprobó una nueva constitución. Hubo unas elecciones restringidas, limitadas a los partidos conservadores y al partido liberal de derechas “Partido de la Madre Patria”, con su líder T Ozal, jefe del gobierno en 1983. Desde hace siglos, Turquía se halla en conflicto con Grecia por la cuestión de la isla de Chipre, en la que existe población turca y griega. En 1974 hubo enfrentamiento militar entre ambos países. Se hizo la paz en 1975, manteniéndose el “statu quo”.