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El Comercio domingo 30 de agosto del 2015 l A15 POSTAL DE GUERRA. Se llama Ángel Hernández y lleva 40 años recogiendo cadáveres que el río arrastra para enterrarlos en fosas comunes. Su historia es la de los pueblos azotados por la demencial violencia. Tumaco. Supo que algo realmen- te grave ocurría, no por el color ni el olor, sino por el dolor de ca- beza. David Requené usa, como uno de cada diez pobladores de las zonas marginales de Colom- bia, una réplica de la camiseta blanca que viste James Rodrí- guez en el Real Madrid. Pero ya no es blanca, ahora está impreg- nada de gruesas manchas de petróleo, igual que el remo de su bote, igual que los arbustos, igual que sus patos, a los que ha- brá que sacrificar porque sufren con el sol; igual que el muelle de madera podrida de este pueblo remoto llamado Congal. Esta- mos a orillas del Pacífico colom- biano, en el extremo oeste de es- te país que implosiona. El 22 de junio, las FARC aten- taron contra un oleoducto en el municipio de Tumaco (en la región Nariño). En los días si- guientes, el crudo comenzó a desplazarse por el río Mira, que recorre la zona, y el primer pue- blo afectado por la marea negra fue Congal. La camiseta de Da- vid era blanca cuando este hom- bre se animó a subir a su bote y acudir a las autoridades más cercanas (es un decir, aquí todo está lejos) para alertarlos. Bur- da ironía: su lancha no tenía pe- tróleo y él no tenía dinero. Todos saben quién perpetró el atentado que dejó sin pesca- do a miles de pobladores, pero nadie dirá, nadie acusará. Con- gal es un lugar de paso de las co- lumnas de las FARC y no convie- ne pelearse con ellas. David lo sabe porque ha sido dirigente del pueblo por una década. Cer- ca de su casa hay un letrero pin- tado con aerosol: “50 años de Marquetalia, 1964-2014”. No lleva firma y tampoco la nece- sita: aquel año en Marquetalia (región de Tolima) los choques entre guerrilleros marxistas y el Ejército devinieron en la forma- ción de las FARC. Marquetalia es el mito fundacional. Eso tampoco lo dirá David. Su lógica es elemental: “Si no nos metemos con esa gente, bien. Si los molestas, ‘trabajan mal’”. El eufemismo es otro me- canismo de defensa. Las violencias, los ejércitos Hace más de un mes, el 20 de julio, las FARC anunciaron un cese del fuego unilateral como parte de las mesas de negocia- ción con el Gobierno Colombia- no. Desde entonces ha dismi- nuido la violencia relacionada con este grupo. Sin embargo, hay espacios donde la guerra no es un episodio, sino un siste- ma. La costa del Pacífico es uno de ellos. Tumaco es una región que abarca la selva y se extien- de hasta el mar. Aquí se siembra hoja de coca, se transforma en cocaína y se exporta. Y, como en todo el proceso hay ganancia, las puestas de mano se deciden con balas y bombas. Hoy la pre- sencia más sensible es la de las FARC, pero hace poco fueron los paramilitares y los narcos. “En Tumaco no hay violen- cia, sino violencias”, aclara un médico forense de la Oficina de Medicina Legal de la locali- dad. Podía sentarse a conversar porque ya se habían llevado los cadáveres de dos adolescentes asesinados un día antes. La no- che en que conversó con El Co- mercio mataron a dos más. Esta violencia –o su plural: violencias– tiene muchas for- mas. En Tumaco se concentran dos de las más graves: desapa- riciones forzosas y violencia se- xual. Lo que es peor: ambas jun- tas. Adsumi Freyre era joven y asustadiza cuando, en junio de 1987, le dijeron que debía ir a buscar a su hermano y a su pa- pá, que habían sido asesinados. DUDOSAS INTENCIONES Las FARC anunciaron que manten- drán el cese del fuego para hallar un “ambiente político apropiado”. CONTRADICCIONES El 33% de colombianos aprueba el proceso de paz con las FARC y el 32% cree que deben ser derrotadas. Océano Pacífico COLOMBIA ECUADOR PERÚ Tumaco Bogotá Medellín Cali MAREA NEGRA. Los pobladores de las riberas del río Mira sacaban diariamente baldes repletos de crudo. La tragedia también es ambiental. LA BOCA DEL LOBO. Policías patrullan Barrio Panamá, uno de los más peligrosos de Tumaco. Los choques son constantes. A su padre lo encontró, a su her- mano no. Solo sabe que “unos hombres” lo destriparon; de él solo guarda una foto en sepia y la sonoridad del nombre: Li- símaco Freyre. Años después, Adsumi se casó con un militar. El tipo, traumado por la guerra, veía al enemigo hasta en sus hi- jos. A ella, su esposa, la violaba sistemáticamente. El círculo de Adsumi jamás se va a cerrar. Como en una novela de Eve- lio Rosero, en pueblos como Tumaco, se sienten a diario los coletazos de una guerra feroz. “Parecemos sitiados por un ejér- cito invisible y, por eso mismo, más eficaz”, escribió el autor de “Los ejércitos, obra cumbre de la gran tragedia colombiana. Adsumi Freyre busca hace 30 años a su hermano desaparecido. Mundo Las FARC decretaron un cese del fuego, pero hay pueblos colombianos donde la guerra se vive a diario. El lado más trágico del conflicto El lejano oeste de Colombia UNA ZONA EN RIESGO La guerra ha dejado 220 mil muertos, 25 mil desaparecidos y casi 6 millones de desplazados. RICARDO LEÓN TEXTO / ENVIADO ESPECIAL SEBASTIÁN CASTAÑEDA FOTOS / ENVIADO ESPECIAL

El lejano oeste de Colombia

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Esta violencia -o su plural: violencias- tiene muchas formas. En Tumaco se concentran dos de las más graves: desapariciones forzosas y violencia sexual. Lo que es peor: ambas juntas. Adsumi Freyre era joven y asustadiza cuando, en junio de 1987, le dijeron que debía ir a buscar a su hermano y a su papá, que habían sido asesinados. A su padre lo encontró, a su hermano no. Solo sabe que "unos hombres" lo destriparon; de él solo guarda una foto en sepia y la sonoridad del nombre: Lisímaco Freyre. Años después, Adsumi se casó con un militar. El tipo, traumado por la guerra, veía al enemigo hasta en sus hijos. A ella, su esposa, la violaba sistemáticamente. El círculo de Adsumi jamás se volverá a cerrar.

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El Comercio — domingo 30 de agosto del 2015 — l A15

postal de guerra. Se llama Ángel Hernández y lleva 40 años recogiendo cadáveres que el río arrastra para enterrarlos en fosas comunes. Su historia es la de los pueblos azotados por la demencial violencia.

Tumaco. Supo que algo realmen-te grave ocurría, no por el color ni el olor, sino por el dolor de ca-beza. David Requené usa, como uno de cada diez pobladores de las zonas marginales de Colom-bia, una réplica de la camiseta blanca que viste James Rodrí-guez en el Real Madrid. Pero ya no es blanca, ahora está impreg-nada de gruesas manchas de petróleo, igual que el remo de su bote, igual que los arbustos, igual que sus patos, a los que ha-brá que sacrificar porque sufren con el sol; igual que el muelle de madera podrida de este pueblo remoto llamado Congal. Esta-mos a orillas del Pacífico colom-biano, en el extremo oeste de es-te país que implosiona.

El 22 de junio, las FARC aten-taron contra un oleoducto en el municipio de Tumaco (en la región Nariño). En los días si-guientes, el crudo comenzó a desplazarse por el río Mira, que recorre la zona, y el primer pue-blo afectado por la marea negra fue Congal. La camiseta de Da-vid era blanca cuando este hom-bre se animó a subir a su bote y acudir a las autoridades más cercanas (es un decir, aquí todo está lejos) para alertarlos. Bur-da ironía: su lancha no tenía pe-tróleo y él no tenía dinero.

Todos saben quién perpetró el atentado que dejó sin pesca-do a miles de pobladores, pero nadie dirá, nadie acusará. Con-gal es un lugar de paso de las co-lumnas de las FARC y no convie-ne pelearse con ellas. David lo sabe porque ha sido dirigente del pueblo por una década. Cer-ca de su casa hay un letrero pin-tado con aerosol: “50 años de Marquetalia, 1964-2014”. No lleva firma y tampoco la nece-sita: aquel año en Marquetalia (región de Tolima) los choques entre guerrilleros marxistas y el Ejército devinieron en la forma-ción de las FARC. Marquetalia

es el mito fundacional.Eso tampoco lo dirá David.

Su lógica es elemental: “Si no nos metemos con esa gente, bien. Si los molestas, ‘trabajan mal’”. El eufemismo es otro me-canismo de defensa.

Las violencias, los ejércitosHace más de un mes, el 20 de julio, las FARC anunciaron un cese del fuego unilateral como parte de las mesas de negocia-ción con el Gobierno Colombia-no. Desde entonces ha dismi-nuido la violencia relacionada con este grupo. Sin embargo, hay espacios donde la guerra no es un episodio, sino un siste-ma. La costa del Pacífico es uno de ellos. Tumaco es una región que abarca la selva y se extien-de hasta el mar. Aquí se siembra hoja de coca, se transforma en cocaína y se exporta. Y, como en todo el proceso hay ganancia, las puestas de mano se deciden con balas y bombas. Hoy la pre-sencia más sensible es la de las FARC, pero hace poco fueron los paramilitares y los narcos.

“En Tumaco no hay violen-cia, sino violencias”, aclara un médico forense de la Oficina de Medicina Legal de la locali-dad. Podía sentarse a conversar porque ya se habían llevado los cadáveres de dos adolescentes asesinados un día antes. La no-che en que conversó con El Co-mercio mataron a dos más.

Esta violencia –o su plural: violencias– tiene muchas for-mas. En Tumaco se concentran dos de las más graves: desapa-riciones forzosas y violencia se-xual. Lo que es peor: ambas jun-tas. Adsumi Freyre era joven y asustadiza cuando, en junio de 1987, le dijeron que debía ir a buscar a su hermano y a su pa-pá, que habían sido asesinados.

dudosas intencionesLas FARC anunciaron que manten-drán el cese del fuego para hallar un “ambiente político apropiado”.contradiccionesEl 33% de colombianos aprueba el proceso de paz con las FARC y el 32% cree que deben ser derrotadas.

OcéanoPacífico

COLOMBIA

ECUADOR

PERÚ

Tumaco

Bogotá

Medellín

Cali

marea negra. Los pobladores de las riberas del río Mira sacaban diariamente baldes repletos de crudo. La tragedia también es ambiental.

la boca del lobo. Policías patrullan Barrio Panamá, uno de los más peligrosos de Tumaco. Los choques son constantes.

A su padre lo encontró, a su her-mano no. Solo sabe que “unos hombres” lo destriparon; de él solo guarda una foto en sepia y la sonoridad del nombre: Li-símaco Freyre. Años después, Adsumi se casó con un militar.

El tipo, traumado por la guerra, veía al enemigo hasta en sus hi-jos. A ella, su esposa, la violaba sistemáticamente. El círculo de Adsumi jamás se va a cerrar.

Como en una novela de Eve-lio Rosero, en pueblos como

Tumaco, se sienten a diario los coletazos de una guerra feroz. “Parecemos sitiados por un ejér-cito invisible y, por eso mismo, más eficaz”, escribió el autor de “Los ejércitos”, obra cumbre de la gran tragedia colombiana.

Adsumi Freyre busca hace 30 años a su hermano desaparecido.

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Las FARC decretaron un cese del fuego, pero hay pueblos colombianos donde la guerra se vive a diario.

El lado más trágico del conflicto

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La guerra ha dejado 220 mil muertos, 25 mil desaparecidos y casi 6 millones de desplazados.

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