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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. EL MAESTRO JOSE JOAQUIN CASAS Escrib e : A. R. G. Si alguien estuvo reñido con la publicidad interesada, con el ditirambo frenét ico, con todas las manifestaciones exteriores del elogio, fue el maestro Jos é Joaq uín Casas. Desde su adoles- cencia. buscó la rut a ele los libros, el camino ele las palabras, eso que llaman "la ceniza del pensar de ot ros hombres". Al lado del libro, puso la lira. En ella numeró aquellas emociones profundas que suscita la contemplación de la naturaleza, de los motivos místicos, de las elaciones del alma. Porque el maest ro Casas, fue en todo momento un cultor eximio de las bellas letras y, con su bordón de peregrino lírico, golpeó en el muro de bronce de todas las interrogaciones. Pero no solamente el poeta merece un sitio de honor en nuestras Antologías. Además fue un educador chapado a la an- tigua, con un se ntido espiritual insobornable. En estos tiempos de crudo materialismo, cuando la enseñanza se ha convertido en un negocio, la figura y la obra de José Joaquí11 Casas, resplan- dece con vívidos t raz os. Parece este caballero arrancado a una vieja estampa española de los tiempos en que el Greco dibujaba aquellos retratos ultraterrenos, donde la llama apenas deja cam- po a la espuma en las prestantes gorgue r as. El doctor Casas parecía venido a estas tierras tropicales de la ocre llanura de la Mancha, donde hasta la misma piedra tiene un sentido congo- josa de piedad . Su estampa era de una fina aristocracia: cabeza donde el pen samiento anida en su propia solera; tez blanca, como un marfil antiguo. Bigotes canos con esa prestancia que anima el rostro de ciertos caballeros en lienzos dramáticamente espa- ñoles. Manos larga s, patricia s, hecha s para manejar la pluma castiza, en aquellos tiempos congelados en qu e se podía escribir sin prisa, buscando la música y la carnadura fulgurante de los vocablos. Tiempos de vejez perdidos para siempre en este tor- bellino convuls ionado y sin grandeza de la vida moderna. - 432 - brought to you by CORE View metadata, citation and similar papers at core.ac.uk provided by Revistas y Boletines - Banco de la República

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

EL MAESTRO JOSE JOAQUIN CASAS

Escribe : A. R. G.

Si alguien estuvo reñido con la publicidad interesada, con el ditirambo frenético, con todas las manifestaciones exteriores del elogio, fue el maestro José Joaquín Casas. Desde su adoles­cencia. buscó la ruta ele los libros, el camino ele las palabras, eso que llaman "la ceniza del pensar de otros hombres". Al lado del libro, puso la lira. En ella numeró aquellas emociones profundas que suscita la contemplación de la naturaleza, de los motivos místicos, de las elaciones del alma. Porque el maestro Casas, fue en todo momento un cultor eximio de las bellas letras y, con su bordón de peregrino lírico, golpeó en el muro de bronce de todas las interrogaciones.

Pero no solamente el poeta merece un sitio de honor en nuestras Antologías. Además fue un educador chapado a la an­tigua, con un sentido espiritual insobornable. En estos tiempos de crudo materialismo, cuando la enseñanza se ha convertido en un negocio, la figura y la obra de José Joaquí11 Casas, resplan­dece con vívidos t razos. Parece este caballero arrancado a una vieja estampa española de los tiempos en que el Greco dibujaba aquellos retratos ultraterrenos, donde la llama apenas deja cam­po a la espuma en las prestantes gorgueras. El doctor Casas parecía venido a estas tierras tropicales de la ocre llanura de la Mancha, donde hasta la misma piedra tiene un sentido congo­josa de piedad. Su estampa era de una fina aristocracia: cabeza donde el pensamiento anida en su propia solera; tez blanca, como un marfil antiguo. Bigotes canos con esa prestancia que anima el rostro de ciertos caballeros en lienzos dramáticamente espa­ñoles. Manos largas, patricias, hechas para manejar la pluma castiza, en aquellos tiempos congelados en que se podía escribir sin prisa, buscando la música y la carnadura fulgurante de los vocablos. Tiempos de vejez perdidos para siempre en este tor­bellino convuls ionado y sin grandeza de la vida moderna.

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Porque lo que señalaba y distinguía la persona del Maestro Casas, era su anda t· r eposado, su s ilencio como de pluma en el aire, su castiza manera de vivir. Era acaso uno de los últimos valores espi ritua les que nos restaban. Al verlo, enfundado en los pliegues de su capa, todos nos hemos quedado mirándolo, absor tos en meditaciones. Su espiritualizada silueta, tan fina, esquemát ica, teorema senequiano, nos trae a la memoria aque­llas lecturas de Azorín, ese maestro que, en su estilo tan personal, nos presenta las parvas aldeas, los oteros de lumbre, la piedra sequiza, los pueblecitos apiñados en si lencio, el cristal de la so­ledad y de la quietud. P orque, en torno del maestro Casas, pa­recen rondar cosas graves, ca rgadas de sentido, como esas luces votivas que invitan a la meditación, al trance, a despojarnos de la inutilidad de muchas lujurias, para adquirir el pan ácimo y el pedazo de estameña penitente.

El maestro a quien comentamos, gustó siempre de enseñar a la niilez. Para ello, ningún ejemplo mejor que el de su propia vida. Austera, ardida apenas en silencio de erudiciones, latines y g ramáticas, supo dignificar la condición humana. Cosa difícil en estos tiempos pragmáticos que vivimos! P orque hoy los mo­ralistas son los peores inmoralistas, al decir de un buído escritor español. Tener carácter, vivir pobremente, no hurtar, ser puro de corazón y de mente, es algo tan insólito como un animal cuaterna rio que súbitamente irrumpiera en la vida de la selva. El doctor Casas adoctrinó con la palabra. Pero ella r espondía a vitales y emocionadas esencias. Nada t radujo nunca su verbo que antes no estuviera en su vida. De ahí que la semilla que ha regado pródigamente en Jos corazones, ha sido salutífera y ha germinado fructíferamente. P a ra ser maestro en verdad, se re­quieren muchas condiciones, calidades in trínsecas que están des­apareciendo en este mundo sin grandeza, difícil y dramático.

La obra literaria del doctor Casas ha sido de variado gé­nero. No se contentó únicamente con bordar estr ofas sent imen­tales y convocar a dulces novias lejanas, como en los versos de Eduardo Castillo. Primero estuvo presente en su verso el sen­tido cristiano, la invocación de Dios, la que hizo en estrofas per­durables, candor osas, c0n esa luz que dora los retablos de los pintores primitivos. Después de alabar al Creador , a la Virgen Ma ría, a los pintores de dulces Madonas, entonó alabanzas por esos rostros dulces de mujeres que. en el amanecer de la vida, nos dieron un tinte lírico, desvanecido ya por la Siberia del tiempo, por la nostalgia, por el infini to recuerdo de un ayer pros-

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crito. El doctor Casas, quiso adentrarse también en aquellos mesones de que nos habla Cervantes, donde arrieros filósofos derriten la piel de las cosas, con ese humor castellano cargado de Historia y emparentado con la Muerte. Aquí, en Colombia, carecemos de ellos, pero tenemos las ventas, las remotas aldeas, los caminos que se r efugian con cansancio en los huertos, aque­llos sitios donde alumbra el romance y el idioma toma entalla­dura, fuerza y honda capacidad dinámica.

El doctor Casas hubo de cantar las penas de nuestros cam­pesinos, sus alegres amoríos, el limo de sus sueños, el pesar y el amar del pueblo, esa arcilla aborigen tan rica en' irisaciones como esas botijas de barro cocido que son el arte y el primor de nuestros aldeanos. Su musa popular es festiva, socarrona, dicha­rachera. Busca y rebusca el tema popular, un poco cargado de substancia folklórica. Todo gran poeta debe hundirse en la ma­rea de la gleba, porque allí se tonifica el estilo, el motivo en­cuentra insospechadas sendas de expresión y el idioma sale a flote con una pesca de vocablos auténticos, criados y amaman­tados a los pechos de la moza garrida, campechana y dura como el basalto.

El Maestro Casas supo v1v1r en trance de inspiración poé­tica. Pero nunca su vida derivó hacia la nocturna bohemia, hacia esas luces de amanecer que han malogrado tantos ingenios co­lombianos. Supo templar su voluntad y someter se al duro ejer­cicio de la penitencia. Nada de rondas nocturnas, de festonados ramilletes , de verso nacido entre colectivas embriagueces sin nombre. Como fue un clásico, todo lo sometió a medida. Nada dejó a ese sentir colombiano, que desvertebra todo esfuerzo y rompe las mejores intenciones. Para que el fruto sazone, es pre­ciso que dejemos actuar al tiempo, que lima aristas y confiere esa ponderación que hallamos en el bronce después de la epifa­nía del fuego. Sus largas meditaciones sobre los clásicos caste­llanos le sirvieron para darnos el fruto auténtico, el decir sin­tético y lapidario y cierta malicia que hallamos en los maestros del Siglo de Oro del idioma. El maestro Casas fue un cabal in­térprete de lo mejor del alma hispana que es nuestra, por derecho de herencia que es el mayor título para heredar en el orden de la inteligencia.

Oigamos, como lo juzgaba ese gran señor de las letras iberas que se llamó Antonio Gómez Restrepo: '~Casas, es un poeta a un tiempo clásico y musical, porque ve los objetos con extraordi-

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nario relieve y prec1s1on de líneas y contornos; y los describe en versos que tienen un r itmo exquisito y penetrante; un t imbre sonoro que es la vibración del a lma del cantor . En sus primeras odas t r aza el poeta grandes cuadros históricos y descriptivos, en amplias y magníficas e~trofas que desenvuelven sus pliegues y recogen sus orlas con la elegancia de un manto griego. Perte­necen esas poesías a l género de Quintana, de Gallego y de Núñez de Arce, y son obra de ese lirismo selecto y aristocrático que pasa por sobre las multitudes, llevando por cuadrigas de cor­celes alados que no tocan con sus cascos el polvo de la tierra. Más adelante, adoptó Casas forma más concisa y recogida para expresar afectos íntimos, para t razar breves croquis de la na­tu raleza, pa1·a condensar , en los catorce versos de un soneto, un profundo pensamiento filosófico. Algunas de esas estrofas son gotas de llanto que han adquirido la eterna consistencia de las obras de arte. El verso de algunos de esos sonetos abre a los ojos del contemplador los horizontes de lo infinito y la música arrullador a nos transporta a las r egiones celestes ... ".

Fue el maestro Casas un poeta acabado, un conocedor pro­fundo del idioma, un forjador de almas, una conciencia que honra la región insobornable del espíritu. E n esos t iempos me­canizados, de turbio hollín, de deportes llevados hasta la his­teria, es bueno hablar de estos hombres soli tarios, erguidos pro­fetas de un t iempo más feliz y tan caros al sentimiento lírico del colombiano sin falsificaciones.

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