El Mal de La Muerte, Duras

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    El mal de la

    muerte

    Marguerite Duras

    Traducido por Jos M. G. HolgueraTusquets, Barcelona, 1984

    Ttulo original:La maladie de la mort

    Les Editions de Minuit, 1982

    La paginacin se corresponde

    con la edicin impresa

    http://letrae.iespana.es/
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    Debiera no conocerla, haber-la encontrado en todas partes ala vez, en un hotel, en una ca-lle, en un bar, en un libro, enuna pelcula, en usted mismo,en usted, en ti, al capricho de tusexo enhiesto en la noche quegrita por un cobijo, por un lu-gar en el que desprenderse delos llantos que lo colman.

    Pudiera haberla pagado.

    Hubiera dicho: Tendra quevenir cada noche durante mu-chos das.

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    Ella le hubiera mirado larga-mente, y despus le hubiera di-

    cho que en ese caso era caro.Y despus ella pregunta:

    Qu es lo que quiere?

    Usted dice que quiere probar,

    intentarlo, intentar conocer eso,acostumbrarse a eso, a ese cuer-po, a esos pechos, a ese perfu-me, a la belleza, a ese peligrode alumbramiento de nios querepresenta ese cuerpo, a esa for-ma imberbe sin accidentes mus-culares ni de fuerza, a ese ros-tro, a esa piel desnuda, a esacoincidencia entre esa piel y lavida que encubre.

    Usted dice que quiere probar,probar muchos das quizs.

    Quizs muchas semanas.

    Quizs hasta toda la vida.

    Ella pregunta: Probar elqu?

    Usted dice: Amar.

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    Ella pregunta: Por qu otravez?

    Usted dice para dormir enci-ma del sexo quieto, all dondeusted no conoce.

    Usted dice que quiere probar,

    llorar all, en ese preciso rincndel mundo.

    Ella sonre, pregunta: Tam-bin querra de m?

    Usted dice: S. An no co-nozco, quisiera penetrar ah tambin. Y con tanta violenciacomo tengo por costumbre. Di-cen que se resiste ms an, que

    es un terciopelo que se resistems an que el vaco.

    Ella dice que no tiene opi-nin, que no puede saber.

    Ella pregunta: Cules seranlas otras condiciones?

    Usted dice que debiera callar-

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    se como las mujeres de sus an-tepasados, doblegarse completa-

    mente a usted, a su voluntad,serle enteramente sumisa aligual que las campesinas en lasgranjas tras la cosecha cuandoderrengadas dejaban acercarse aellas a los hombres, mientrasdorman todo ello para que us-ted pueda acostumbrarse poco apoco a esa forma que se amol-

    dara a la suya, que estara a sumerced como las devotas lo es-tn a la de Dios esto tambin,para que poco a poco, con elda creciente, tenga menos mie-

    do de no saber dnde colocar sucuerpo ni hacia qu vaco amar.

    Ella le mira. Y luego deja demirarle, mira a otro lado. Y des-pus responde.

    Ella dice que en ese caso esan ms caro. Dice la cifra a pa-gar.

    Usted acepta.

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    Ella vendra cada da. Vienecada da.

    El primer da se desnuda y setumba en el lugar que usted leseala en la cama.

    Usted la mira dormirse. Ella

    calla. Se duerme. Usted 1a mira.Toda la noche.

    Ella llegara con la noche.Llega con la noche.

    Toda la noche usted la mira.La mira durante dos noches.

    Durante dos noches ella casino habla.

    Luego, una tarde, al anoche-cer, lo hace. Habla.

    Ella le pregunta si le es til

    para hacer que su cuerpo estmenos solo. Usted dice que nocomprende muy bien esta pala-bra cuando designa su estado.Que est en un punto en que

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    confunde entre creer estar solo y por el contrario llegar a estarlo,

    y aade: Como con usted.Y luego una vez ms en me-

    dio de la noche ella pregunta:En qu poca del ao estamosen este momento?

    Usted dice: Antes del invier-no, todava en otoo.

    Ella pregunta tambin: Ques lo que se oye?

    Usted dice: El mar.

    Ella pregunta: Dnde est?

    Usted dice: All, detrs del

    muro de la habitacin.Ella vuelve a dormirse.

    Joven, ella sera joven. En susprendas, en sus cabellos, habraun olor estancado, usted procu-rara saber cul, y terminarapor nombrarlo como usted sabe

    hacerlo. Usted dira: Un olor a

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    heliotropo y a cidro. Ella res-ponde: Como quiera.

    Otra tarde usted lo hace,como estaba previsto, duerme

    con el rostro en lo alto de suspiernas separadas, contra su se-xo, ya en la humedad de su cuer-po, all donde ella se abre. Ellale deja hacer.

    Otra tarde, por distraccin,usted la hace gozar y ella grita.

    Usted le dice que no grite.Ella dice que ya no gritar ms.

    No grita ms.

    Jams de ahora en adelanteninguna otra gritar por usted.

    Quizs obtenga usted de ellaun placer hasta entonces desco-nocido para usted, no lo s.

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    Tampoco s si percibe el sordo y lejano zumbido de su goce en su

    respiracin, en ese suavsimo es-tertor que va y viene de su bocaal aire exterior. No lo creo.

    Ella abre los ojos, dice: Cun-

    ta felicidad.Usted le pone la mano en la

    boca para que se calle, le diceque no se dicen esas cosas.

    Ella cierra los ojos.

    Ella dice que ya no lo dirms.

    Ella pregunta si ellos s ha-blan de eso. Usted dice que no.

    Pregunta ella de qu hablan.Usted dice que hablan de todolo dems, que hablan de todo,excepto de eso.

    Re, vuelve a dormirse.

    A veces usted se pasea por la

    alcoba alrededor de la cama o a

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    lo largo de las paredes que danal mar.

    A veces llora.

    A veces sale a la terraza en elfro incipiente.

    No sabe qu contiene el sueo

    de sa que est en la cama.De ese cuerpo quisiera usted

    alejarse, quisiera volver a loscuerpos de los dems, al suyo,

    volver hacia usted mismo y a lavez es precisamente por tenerque hacerlo por lo que llora.

    Ella, en la alcoba, duerme.Duerme. Usted no la despierta.La desdicha aumenta en la alco-ba a medida que invade su sue-o. En cierta ocasin usted duer-me en el suelo al pie de la camade ella.

    Ella se mantiene siempre enun sueo uniforme. De dormir

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    tan bien a veces sonre. Tan slose despierta cuando usted le toca

    el cuerpo, los pechos, los ojos. Aveces tambin se despierta sinrazn, excepto para preguntarlesi es el ruido del viento o el de lamarea alta.

    Se despierta. Le mira. Dice: Elmal se apodera siempre ms deusted, se ha apoderado de susojos, de su voz.

    Usted pregunta: Qu mal?

    Ella dice que todava no sabedecirlo.

    Noche tras noche se introduceusted en la oscuridad de su sexo,se adentra casi sin saberlo en esecallejn sin salida. A veces sequeda all, duerme all, en ella,toda la noche con el fin de estardispuesto por si, al capricho deun movimiento involuntario por

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    parte de ella o por la suya, le en-traran ganas de poseerla otra

    vez, de llenarla an ms y de go-zar de puro placer como siempre,cegado por las lgrimas.

    Ella estara siempre dispuesta,quisiralo o no. Precisamentesobre esto usted nunca sabranada. Ella es ms misteriosa que

    todas las evidencias exterioresque usted jams ha conocidohasta ahora.

    Tampoco nunca sabra usted

    nada, ni usted ni nadie, nunca,cmo ve ella, qu piensa ella deusted y del mundo, y de su cuer-po y de su espritu, y de ese malque ella dice que le invade. Ella

    misma no lo sabe. No sabra de-crselo, de ella nada podra ustedsaber.

    Nunca sabra usted, nada ni

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    usted ni nadie, de lo que ellapiensa de usted, de esta historia.

    Por muchos que fueran los siglosque cubrieran el olvido de susexistencias, nadie lo sabra. Encuanto ella, no sabe saberlo.

    Porque no sabe nada de elladira que ella no sabe nada deusted. Se empeara en ello.

    Ella habra sido alta. El cuer-po habra sido esbelto, hecho de

    una sola vaciada, de una vezcomo por Dios l mismo, con laperfeccin indeleble del acciden-te personal.

    Ella no se habra parecido dehecho a nadie.

    El cuerpo no tiene defensa al-guna, es liso desde el rostro has-

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    ta los pies. Incita al estrangula-miento, a la violacin, las veja-

    ciones, los insultos, los gritos deodio, el desencadenamiento delas pasiones cabales, mortales.

    Usted la mira.

    Es muy delgada, grcil casi,sus piernas son de una bellezaque no participa de la del cuer-po. No entroncan realmente conel resto del cuerpo.

    Usted le dice: Usted debe sermuy hermosa.

    Ella dice: Estoy aqu, mire, es-toy ante usted.

    Usted dice: No veo nada.

    Ella dice: Procure ver, est in-cluido en el precio que ha pagado.

    Toma el cuerpo, mira sus di-ferentes espacios, le da la vuelta,

    le da otra vez la vuelta, lo mira,lo mira otra vez.

    Renuncia.

    Renuncia. Deja de tocar elcuerpo.

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    Hasta esa noche usted no ha-ba entendido cmo se poda ig-

    norar lo que ven los ojos, lo quetocan las manos, lo que toca elcuerpo. Descubre esa ignoran-cia.

    Usted dice: No veo nada.Ella no responde.

    Duerme.

    Usted la despierta. Le pregun-ta si es una prostituta. Con unaseal de que no.

    Le pregunta por qu ha acep-tado el contrato de las nochespagadas.

    Ella responde con una vozan adormecida, casi inaudible:

    Porque en cuanto me habl vique le invada el mal de lamuerte. Durante los primerosdas no supe nombrar ese mal.Luego, ms tarde, pude hacerlo.

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    Le pide que repita otra vezesas palabras. Ella lo hace, repi-

    te las palabras: El mal de lamuerte.

    Le pregunta cmo lo sabe.Ella dice que lo sabe. Dice que

    se sabe sin saber cmo se sabe.Usted le pregunta: En qu el

    mal de la muerte es mortal? Ellaresponde: En que el que lo pade-

    ce no sabe que es portador deella, de la muerte. Tambin enque estara muerto sin vida pre-via a la que morir, sin conoci-miento alguno de morir a vidaalguna.

    Los ojos estn siempre cerra-

    dos. Se dira que descansa deuna fatiga inmemorial. Cuandoella duerme usted ha olvidado elcolor de sus ojos, as como elnombre que usted le dio la pri-

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    mera noche. Despus descubreque no sera el color de los ojos

    la frontera infranqueable entreella y usted. No, no el color, us-ted sabe que ste navegara entreel verde y el gris, no, no el color,no, sino la mirada.

    La mirada.

    Usted descubre que ella lemira.

    Usted grita. Ella se vuelve ha-cia la pared.

    Ella dice: Pronto ser el fin notema.

    Con un solo brazo la levantacontra usted tan ligera es. Ustedmira.

    Curiosamente los pechos sonmorenos, sus aureolas, casi ne-gras. Usted los come, los sorbe y nada en el cuerpo se mueve, elladeja hacer, deja. Quizs en un

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    momento dado usted grita unavez ms. En otro usted le dice

    que pronuncie una palabra, unasola, la que le nombra a usted,usted le dice esa palabra, esenombre. Ella no responde, en-tonces usted grita otra vez. Esentonces cuando ella sonre. Yes entonces cuando usted se en-tera de que ella est viva.

    La sonrisa desaparece. Ella no

    ha dicho el nombre.Sigue usted mirando. El rostro

    est entregado al sueo, estmudo, duerme como las manos.Pero el espritu aflora siempre a lasuperficie del cuerpo, lo recorrepor entero, y de tal manera quecada una de las partes de ese cuer-po es por s sola testigo de su tota-

    lidad, la mano y los ojos, el abom-bamiento del vientre y el rostro,los pechos y el sexo, las piernas y los brazos, la respiracin, el cora-zn, las sienes y el sino.

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    Vuelve usted a la terraza anteel mar negro.

    Hay en usted sollozos de losque ignora el porqu. Estn rete-nidos al borde mismo de ustedcomo exteriores a usted, no pue-

    den alcanzarle para ser lloradospor usted. Frente al mar negro,contra el muro de la habitacinen la que ella duerme, usted llo-ra por usted mismo como lo ha-

    ra un desconocido.

    Vuelve a la alcoba. Ella duer-me. Usted no lo entiende. Elladuerme, desnuda, en el lugarque usted ocupa en la cama. Noentiende cmo puede ser queella ignore sus llantos, que de

    por s quede protegida de usted,que ignore hasta ese extremoque ocupa el mundo entero.

    Usted se tiende a su lado. Si-gue llorando por usted mismo.

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    Pronto se acerca el alba.Pronto hay en la alcoba una

    sombra claridad de color inde-ciso. Pronto enciende algunaslmparas para verla. Para verla aella. Para ver lo que nunca co-noci, el sexo soterrado, veraquello que engulle y retiene sinparecer hacerlo, al verlo as ensi-mismado en su sueo, dormido.Para ver tambin las pecas es-

    parcidas por ella desde la orilladel cabello hasta el nacimientode los pechos, all donde cedenbajo su peso, engarzados a las bi-sagras de los brazos, y tambin

    hasta los prpados cerrados y loslabios entreabiertos y plidos.Usted se dice: en los lugares delsol del verano, en los lugaresabiertos, ofrecidos a la vista.

    Ella duerme.

    Usted apaga las lmparas.

    Est casi claro.

    Todava se acerca el alba. Son

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    esas horas tan vastas como losespacios del cielo. Es demasiado,

    el tiempo ya no encuentra pordnde pasar. El tiempo ya nopasa. Usted se dice que ella de-bera morir. Usted se dice que siahora en ese momento de la no-che ella muriera, sera ms fcil,usted sin duda quiere decir: parausted, pero no termina la frase.

    Usted escucha el ruido delmar que empieza a subir. Esaextraa est ah en la cama, en

    su lugar, en el charco blanco delas sbanas blancas. Esa blancu-ra vuelve ms oscura su forma,ms evidente que lo sera unaevidencia animal bruscamenteabandonada por la vida, que losera la de la muerte.

    Mira esta forma, descubre a lavez en ella su poder infernal, la

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    abominable fragilidad, la debili-dad, la fuerza invencible de la

    debilidad sin par.

    Sale de la alcoba, vuelve a laterraza frente al mar, lejos de suolor.

    Hay una lluvia menuda, elmar an est negro bajo el cielodescolorido de luz. Oye su ruido.

    El agua negra sigue subiendo, seacerca. Se mueve. No deja demoverse. Largas oas blancas loatraviesan, un ancho mar defondo que vuelve a caer en estr-pitos de blancura. El mar negroest fuerte. Hay una tormenta alo lejos, es frecuente, por la no-che. Se queda mucho tiempomirando.

    Se le ocurre la idea de que elmar negro se mueve en lugar deotra cosa, de usted, y de esa for-ma sombra en la cama.

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    a partir del momento en que elmar est tan cerca, desierto, tan

    negro todava, con lo que elladuerme.

    Alrededor del cuerpo, la habita-cin. Sera su propia habitacin.Una mujer, ella, la habita. Ustedya no reconoce la habitacin.Ha quedado vaca de vida, est

    sin usted, sin su semejante. Laocupa nicamente vaciado flexi-ble y largo de la forma ajena enla cama.

    Ella se mueve, se le entrea-bren los ojos. Pregunta: Cun-tas noches pagadas an? Usted

    dice: Tres.Ella pregunta: No ha querido

    nunca a una mujer? Usted diceque no, nunca.

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    Ella pregunta: No ha deseadonunca a una mujer? Usted dice

    que no, nunca.Ella pregunta: Ni una sola

    vez, ni un instante? Usted diceque no, nunca.

    Ella dice: Nunca? Nunca?Usted repite: Nunca.

    Ella sonre, dice: Es raro unmuerto.

    Y vuelve a empezar: Y mirara una mujer, no ha mirado nun-ca a una mujer? Usted dice queno, nunca.

    Ella pregunta: Usted qumira? Usted dice: Todo lo de-ms.

    Ella se despereza, se calla.Sonre, vuelve a dormirse.

    Vuelve usted a la habitacin.Ella no se ha movido en el char-co blanco de las sbanas. Mira a

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    sa a quien nunca haba abor-dado, nunca, ni a travs de sus

    semejantes ni a travs de ellamisma.

    Mira la forma sospechosa des-de hace siglos. Abandona.

    Ya no mira usted. Ya no miranada ms. Cierra los ojos parareconocerse en su diferencia, en

    su muerte.Cuando abre los ojos, ella est

    ah, todava, ella an est ah.

    Vuelve usted hacia el cuerpo

    extrao. Duerme.Mira el mal de su vida, el mal

    de la muerte. Es en ella, en sucuerpo dormido, donde lo ve.Usted mira los rincones delcuerpo, mira el rostro, los pe-chos, el rincn impreciso de susexo.

    Mira el lugar del corazn. En-

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    cuentra que el latido es diferen-te, ms lejano, le viene la pala-

    bra: ms ajeno. Es regular, pare-cera no tener que cesar nunca.Acerca su cuerpo al objeto de sucuerpo. Est tibio, est fresco.Ella vive todava. Incita al asesi-nato en tanto que vive. Se pre-gunta cmo matarla y quin lamatar. Usted no quiere nada, anadie, incluso esa diferencia que

    usted cree vivir usted no la quie-re. Usted no conoce sino la gra-cia del cuerpo de los muertos, lade sus semejantes. De pronto si-ta la diferencia entre esa graciadel cuerpo de los muertos y saah presente hecha de debilidadltima que podra aplastarse conun gesto, esa realeza.

    Descubre que es ah, en ella,donde se cultiva el mal de la

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    muerte, que es esta forma anteusted desplegada la que decreta

    el mal de la muerte.

    De la boca entreabierta sale una

    respiracin, vuelve, se retrotrae,vuelve otra vez. La mquina decarne es prodigiosamente exacta.Inclinado sobre ella, inmvil, lamira. Sabe que podra disponerde ella a su antojo, de la formala ms peligrosa. No lo hace.Por el contrario acaricia el cuer-po con la misma suavidad que si

    incurriera en el peligro de la feli-cidad. Su mano se encuentra so-bre el sexo, entre los labios quese rajan, all es donde ella acari-cia. Usted mira la hendidura delos labios y lo que los rodea, elcuerpo entero. No ve nada.

    Quisiera verlo todo de unamujer, hasta donde eso pudiera

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    hacerse. No ve que esto le es im-posible.

    Usted mira la forma cerrada.

    Ve primero inscribirse en lapiel ligeros estremecimientos,precisamente como los del dolor.

    Y luego temblar los prpadoscomo si los ojos quisieran ver. Yluego abrirse la boca como si laboca quisiera decir. Y luego per-cibe que bajo sus caricias los la-bios del sexo se hinchan y quede su terciopelo brota un aguaviscosa y clida como la sangre.Entonces hace ms rpidas sus

    caricias. Percibe que los muslosse separan para dejar su manomoverse a sus anchas, para queusted lo haga an mejor.

    Y de pronto, en una queja, us-ted ve invadirla el goce, apode-rarse de ella por entero, levan-

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    tarla del lecho. Mira intensa-mente lo que acaba de realizar

    en ese cuerpo. Lo ve luego re-caer, inerte, sobre la blancuradel lecho. Respira aprisa en so-bresaltos siempre ms espacia-dos. Y luego los ojos se cierranan ms, y despus se sellan anms al rostro. Y luego se abren,y despus se cierran.

    Se cierran.

    Usted lo ha mirado todo. A suvez cierra por fin los ojos. Per-manece as mucho tiempo losojos cerrados, como ella.

    Piensa en el exterior de su ha-bitacin, en las calles de la ciu-

    dad, en esas pequeas plazas ale- jadas del lado de la estacin. Enesos sbados de invierno seme- jantes unos a otros.

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    Y luego oye ese ruido que seacerca, oye el mar.

    Oye el mar. Est muy cerca delas paredes de la habitacin. Porlas ventanas, siempre esa luzdescolorida, esa lentitud del da

    en alcanzar el cielo, siempre elmar negro, el cuerpo que duer-me, la extraa de la habitacin.

    Y despus usted lo hace. Nosabra decir por qu lo hace. Veoque lo hace sin saberlo. Ustedpodra salir de la alcoba, alejarsedel cuerpo, de la forma dormida.Pero no, usted lo hace, comoaparentemente otro lo hara, conesa diferencia integral, que le se-para de ella. Usted lo hace, vuel-ve hacia el cuerpo.

    Lo cubre por entero con el

    suyo, lo atrae hacia usted parano aplastarlo con su fuerza, paraevitar matarlo, y luego lo hace,vuelve al cobijo nocturno, en lse encenaga.

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    Permanece an en ese abrigo.Llora una vez ms. Cree saber

    no sabe qu, no puede con esesaber, cree ser el nico hecho aimagen de la desdicha del mun-do, a imagen de un destino pri-

    vilegiado. Cree ser el rey de eseacontecimiento en curso, creeque existe.

    Ella duerme, la sonrisa en loslabios, como para matarla.

    Permanece usted an al abri-go de su cuerpo.

    Ella est llena de usted mien-tras duerme. Los estremecimien-tos ligeramente gritados que re-corren su cuerpo se hacen cadavez ms evidentes. Ella habitauna dicha soada de estar llena

    de un hombre, de usted, o deotro, o de otro an.

    Usted llora.

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    Los llantos la despiertan. Ellale mira. Mira la alcoba. Y de

    nuevo le mira. Le acaricia lamano. Pregunta: Por qu llora?Usted dice que ella es quiendebe decir por qu llora, que ellaes quien debiera saberlo.

    Ella responde muy bajo, condulzura: Porque usted no ama.Usted responde que as es.

    Ella le pide que se lo diga clara-

    mente. Usted se lo dice: No amo.Ella dice: Nunca?

    Usted dice: Nunca.

    Ella dice: El deseo de estar a

    punto de matar a un amante, deguardarlo para usted, para ustedsolo, de poseerlo, de robarlocontra todas las leyes, contra to-dos los imperios de la moral, no

    lo conoce, no lo ha conocidonunca?

    Usted dice: Nunca.

    Ella le mira, repite: Es raro un

    muerto.

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    Ella le pregunta si ha visto us-ted el mar, le pregunta si ya es

    de da, si el tiempo claro.Usted dice que despunta el

    da, pero que en esta poca delao es muy lento en invadir elespacio que ilumina.

    Ella le pregunta por el colordel mar.

    Usted dice: Negro.

    Ella responde que el mar nun-ca es negro, que usted debe deconfundirse.

    Usted le pregunta si ella creeque se le puede amar.

    Ella dice que no se puede deninguna manera. Usted le pre-gunta: Por culpa de la muerte?Ella dice: S, por culpa de esa in-sipidez de esa inmovilidad de susentimiento, por culpa de esamentira al decir que el mar esnegro.

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    Y luego ella se calla.

    Teme usted que ella vuelva adormirse, la despierta, le dice:Hable ms. Ella dice: Entonces,hgame preguntas, por m mis-ma no puedo. De nuevo le pre-

    gunta usted si se le puede amar.Ella dice una vez ms: No.

    Ella dice que poco antes ustedtuvo ganas de matarla cuando

    volvi de la terraza y entr porsegunda vez en la habitacin,que ella lo comprendi en susueo por su mirada sobre ella.Ella le pide que le diga por qu.

    Usted le dice que no puede sa-ber por qu, que no tiene la inte-ligencia de su mal.

    Ella sonre, dice que es la pri-mera vez, que no saba antes deconocerle que la muerte podavivirse.

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    Ella le mira a travs del verdefiltrado de sus pupilas. Dice: Us-

    ted anuncia el reino de la muer-te. No se puede amar la muertesi le viene impuesta desde fuera.Usted cree llorar por no amar.

    Usted llora por no imponer lamuerte.

    Ella ya est en el sueo. Ledice de un modo apenas inteligi-ble: Ya usted a morir de muerte.Su muerte ha comenzado ya.

    Usted llora. Ella le dice: Nollore, no merece la pena, dejeesta costumbre de llorar por us-ted mismo, no merece la pena.

    Insensiblemente la habitacin

    se ilumina con una luz solar,an sombra.

    Ella abre los ojos, vuelve a ce-rrarlos. Dice: An dos nochespagadas, pronto se acabar esto.

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    Sonre y con la mano le acaricialos ojos. Se burla durmiendo.

    Usted sigue hablando, solo enel mundo como usted desea. Us-ted dice que el amor siemprele ha parecido fuera de lugar,que no ha comprendido nunca,que siempre ha evitado amar, quesiempre ha querido ser libre deno amar. Dice que est perdido.Dice que no sabe de qu, en quest perdido.

    Ella no escucha, duerme.

    Usted cuenta la historia de unnio.

    El da se asoma por las ven-tanas.

    Ella abre los ojos, dice: Dejede mentir. Ella dice que esperano saber nunca nada de la formaen que usted, usted s sabe, pornada del mundo. Dice: No qui-siera saber nada de la forma enque usted, usted s sabe, con esacerteza que proviene de la muer-

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    te, esa monotona irremediable,igual a s misma cada da de su

    vida, cada noche, con esa fun-cin mortal de la falta de amar.

    Dice: Ya es de da, todo va aempezar, excepto usted. Usted,usted no empieza nunca.

    Vuelve a dormirse. Usted lepregunta por qu duerme, dequ fatiga debe descansar, mo-numental. Ella levanta la mano

    y de nuevo le acaricia el rostro,la boca quizs. Vuelve a burlarsedurmiendo. Dice: Usted no pue-de comprender ya que es ustedquien hace la pregunta. Diceque as tambin descansa de us-ted, de la muerte.

    Usted contina la historia delnio, la grita. Dice que no sabe

    toda la historia del nio, de us-ted. Dice que ha odo contar esahistoria. Ella sonre, dice quetambin ha odo y ledo muchasveces esa historia, en todas

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    partes, en muchos libros. Ustedpregunta cmo podra surgir el

    sentimiento de amar. Ella leresponde: Quizs de un fallo re-pentino en la lgica del univer-so. Dice: Por ejemplo de unerror. Dice: Nunca por quererlo.Usted pregunta: El sentimientode amar podra surgir de otrascosas an? Usted le suplica quediga. Ella dice: De todo, de un

    vuelo de pjaro nocturno, deun sueo, del sueo de un sue-o, de la cercana de la muerte,de una palabra, de un crimen, deuno, de uno mismo, de pronto

    sin saber cmo. Dice: Mire.Abre las piernas y en el huecode sus piernas separadas ve ustedpor fin la negra noche. Usteddice: Era ah, la noche negra, esah.

    Ella dice: Ven. Usted va. Den-tro de ella, usted llora otra vez.Ella dice: No llores ms. Dice:

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    Tmame para que todo quedeconsumado.

    Usted lo hace, la toma.

    Queda consumado.

    Ella vuelve a dormirse.

    Un da ella ya no est. Ustedse despierta y ella ya no est. Seha ido durante la noche. La hue-lla del cuerpo est an en las s-banas, est fra.

    Es la aurora hoy. An no elsol, pero los contornos del cieloya estn claros mientras del cen-tro de ese cielo cae an la oscu-ridad sobre la tierra, densa.

    Ya no queda nada ms queusted en la alcoba. Su cuerpo ha

    desaparecido. Su sbita ausenciaconfirma la diferencia entre ellay usted.

    A lo lejos, en las playas, algu-nas gaviotas gritaran en la oscu-

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    ridad feneciente, empezaran yaa nutrirse de gusanos de fango, a

    rebuscar en las arenas abando-nadas por la marea baja. En laoscuridad, el grito demente delas gaviotas hambrientas le pare-ce de repente no haberlo odonunca.

    Ella no volvera nunca.

    La noche de su partida, en unbar, usted cuenta la historia. Pri-mero la cuenta como si fueraposible hacerlo, y luego renun-

    cia a ello. Despus la cuentarindose como si fuera imposibleque hubiera ocurrido o como sifuera posible que usted la hubie-ra inventado.

    Al da siguiente, de pronto,usted notara quizs su ausenciaen la habitacin. Al da siguien-te, quizs experimentara un de-

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    seo de verla de nuevo all, en laextraeza de la soledad, en su es-

    tado de desconocida de usted.Quizs la buscara fuera de su

    habitacin, en las playas, en lasterrazas, en las calles. Pero no

    podra encontrarla porque en laluz del da no reconoce a nadie.No la reconocera. No conoce deella ms que su cuerpo dormidobajo sus ojos entreabiertos o ce-rrados. La penetracin de loscuerpos usted no puede recono-cerla, no puede nunca reco-nocerla. Usted no podr nunca.

    Cuando usted llor, fue slopor usted y no por la admirableimposibilidad de alcanzarla atravs de la diferencia que lessepara.

    De toda la historia usted noconserva ms que ciertas pala-

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    bras que ella pronunci en elsueo, esas palabras que nom-

    bran aquello de lo que usted pa-dece: Mal de la muerte.

    Muy pronto usted renuncia,deja de buscarla, ni en la ciudad,

    ni en la noche, ni en el da.Con todo as pudo usted vivir

    este amor de la nica forma po-sible para usted, perdindolo an-tes de que se diera.

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    El mal de la muerte podra representarse

    en el teatro.La joven de las noches pagadas debera es-

    tar acostada entre sbanas blancas en mediodel escenario. Podra estar desnuda. A sualrededor, un hombre caminara contando lahistoria.

    Slo la mujer dira su papel de memoria. Elhombre, nunca, El hombre leera el texto, yasea parado, ya sea andando alrededor de la joven.

    No se representara nunca aquel de quientrata la historia. Aun cuando se dirigiera a la joven, lo hara por el intermedio del hombreque lee su historia.

    Aqu, la lectura reemplazara la actuacin.Sigo creyendo que nada suple la lectura de untexto, que nada suple la falta de memoria de

    un texto, nada, ninguna actuacin.Los dos actores deberan por tanto hablar

    como si estuvieran escribiendo el texto en ha-bitaciones separadas, aislados uno del otro.

    Se invalidara el texto si fuera dicho tea-tralmente.

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    La voz del hombre debera ser alta, la de la

    mujer debera ser baja, casi descuidada.

    Quisiera que los recorridos del hombre al-rededor del cuerpo de la joven fueran largos,que se perdiera de vista al hombre, que seperdiera en el teatro como en el tiempo paravolver despus hacia la luz, hacia nosotros.

    El escenario debera ser bajo, casi a ras delsuelo, para que se viera por entero a la joven.

    Deberan guardarse grandes espacios de si-lencio entre las noches pagadas durante loscuales no ocurrira otra cosa que el paso deltiempo.

    El hombre que lee la historia estara aque- jado de una debilidad esencial y mortal quedebera ser la del otro hombre el que no esrepresentado.

    La mujer sera bella, personal.

    Por un amplio hueco sombro, llegara elruido de la mar. Se vera siempre el mismorectngulo negro, no se iluminara nunca. El

    ruido del mar sera ms o menos fuerte.No se vera la partida de la joven. Habra

    un apagn durante el cual desaparecera, y,cuando la luz volviera, no quedaran ms quelas sbanas blancas en medio del escenario y el ruido del mar que irrumpira por la puertanegra.

    No habra msica.

    Si tuviera que filmar el texto, quisiera quelos llantos sobre la mar fueran montados detal manera que se vieran el estruendo de la

    blancura de la mar y el rostro del hombre casi

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    al mismo tiempo. Que hubiera una relacinentre la blancura de las sbanas y la del mar.Que las sbanas fueran ya una imagen del

    mar. Esto, simplemente a modo de indicacingeneral.