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Marco de trabajo de la orientación psicológica
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#1 El primer contacto: la cita
Hay varios aspectos que se circunscriben a esta área. De entrada tenemos la propia
cita. ¿Cómo se establece?
Una cita, por lo general se solicita y concreta a través del teléfono. Cierto que
pudiera realizarse por otras vías, incluida la vía electrónica; pero hoy por hoy, esto
último no es lo frecuente. Hay varias cosas que convendría tener presentes. Una
primera pregunta que aparece es ¿quién recoge la cita y cómo recogerla?
Generalmente, y sobre todo en los inicios de un espacio de trabajo que suele ser
personal, privado, es uno mismo quien recoge la cita.
En el caso de que sea el propio profesional quien recoge directamente la cita, uno
debe estar al tanto de aspectos tan elementales como el tipo de voz, el ritmo, lo que
uno dice... Es posible que sea interesante oírse a sí mismo. Forma parte de esto que
denominamos esquema e imagen corporal. Y solemos ser reacios a escucharnos, a
vernos; como si un cierto pudor o susto de vernos desde fuera nos embargase. Pero
vernos, oírnos, tratar de entender qué nos sugiere nuestra propia voz, forma parte
del entrenamiento profesional. Este elemento, como muchos otros que posiblemente
aparezcan en líneas posteriores, afectan a nuestra imagen. Pero no en el sentido de
“vender” un determinado modelo, sino de conocer justamente la forma como
presumiblemente nos ven o nos oyen. Bien es verdad que no nos oiremos de la
misma forma con la que nos oyen los demás; pero resulta un ejercicio rico por dos
razones: por vernos y por ver cómo nos vemos. Y si el primer aspecto es
interesante, ver cómo nos juzgamos a nosotros mismos, a la imagen que damos en
el video o la voz que escuchamos en la cinta, nos puede dar pistas de elementos
personales que muchas veces pasan desapercibidos. Un profesional que se sienta a
gusto consigo mismo puede facilitar mucho más que aquel otro no se sienta a gusto
consigo mismo o con los demás.
En el caso de utilizar el contestador automático como la forma de establecer
contacto, es importante que el mensaje que aparezca en él, nuestro mensaje, sea
claro, pausado, tratando que la voz que aparezca no sea excesivamente impersonal.
Es verdad que hay compañías que ofrecen las voces de adiestradas recepcionistas
telefónicas. Y no dudo de su entrenamiento; sin embargo, si uno tiene la ocasión de
escuchar alguna de estas presentaciones tienen, a mi modo de ver, un carácter tan
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impersonal y rutinario que creo va en contra de todo el trabajo que podemos realizar
a continuación. Es importante, para quien llama para solicitar una cita, que cuando
se encuentre con la voz del contestador, ésta le transmita algo más que lo
imprescindible. Por esto tanto el tono, el tipo de frase que transmitimos, el ritmo que
damos a la frase, todo esto, entre otras cosas, da una información que a quien la
escuche puede darle una idea más cabal de qué es lo que se va a encontrar. Tras el
mensaje que quien solicita deja en el contestador, lo normal es que haya una
respuesta por parte del profesional.
En otros casos es la secretaria de donde trabajamos quien recoge los datos.
Evidentemente, y sin negar ninguna de las cualidades de esa persona, es importante
que tenga claro que lo que se trata es de atender a alguien, no de vender un
producto. No es lo mismo una persona que coge el teléfono en una ferretería que en
una consulta psicológica. Evidentemente quien recibe la llamada da la imagen del
lugar y de la persona que acoge. En este sentido, los mismos aspectos de tono de
voz, lo que se dice, etc., deben cuidarse lo suficiente como para que quien llama,
pueda percibir que se trata de un lugar de atención y no un establecimiento
comercial. No hace falta recordar que esta persona es la primera imagen que se hace
la persona que llama de nosotros.
El contacto telefónico es una buena ocasión para que la relación que se inicia marque
un punto de partida en el que los aspectos de la Orientación vayan quedando bien
definidos. Por esto, la manera de encontrar el momento del encuentro ya es una
forma de ver qué es lo que la otra persona solicita, cómo lo solicita, la urgencia que
tiene, etc. Hay quien tiene mucha prisa; pero la experiencia señala que no es bueno
que el ritmo de las entrevistas venga marcado por la necesidad del otro, sino por un
acuerdo en el que ambos podamos sentirnos cómodos. Quien viene muy rápido, muy
rápido se va. Y quien no atiende con mesura se puede ver con actuaciones
involuntarias (por no hablar de las inconscientes) que expulsen al paciente en vez de
recibirlo.
También hay quien solicita saber los honorarios. Es bueno tranquilizar este punto,
pero no es aconsejable decirlos por teléfono. Creo que la primera entrevista es una
buena ocasión para negociar, en directo, estos aspectos. En todo caso podemos dar
una idea general, un margen económico que indique nuestro nivel de flexibilidad
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ante este aspecto. Habría que pensar que quien pide los honorarios profesionales ya
está indicando algo en relación con la demanda. En ocasiones, ya les supone un
freno, una excusa (era demasiado caro) En otras ocasiones quien lo solicita es un
adolescente u otra persona que lo hace un poco a escondidas de sus padres o de su
compañero; parece lógico, pues, poder emitir un mensaje de tranquilidad que le
permita acercarse y negociar la cuestión económica que encontrarse con una barrera
suficientemente alta como para que sea excusa a favor de sus miedos y dudas.
La cita debe recoger el momento del encuentro, la persona que solicita la entrevista
y un teléfono de referencia para poder contactar en caso de una emergencia que nos
imposibilite atenderla.
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#2 El tiempo
Si está bien que hayamos establecido un momento para el encuentro, bueno es que,
desde nuestros tiempos, éste se de en circunstancias de relativa comodidad. Por
ejemplo, no parece adecuado que el tiempo establecido se encuentre entre
actividades que nos ocupan excesivamente y nos veamos con la necesidad de salir
corriendo, transmitiendo la sensación de “tener prisa por marcharnos”. Tampoco
suele ser buen momento el concertar un encuentro cuando estamos excesivamente
preocupados por otras cosas. Bueno es recordar que dicha preocupación puede
entorpecer nuestra atención y el paciente lo percibe. Los tiempos de atención deben
darse con la misma filosofía con la que trataremos a la persona, y no olvidemos
considerar que ese mismo tiempo es una información vital que damos a quien solicita
nuestra ayuda.
Ejemplo: llaman por teléfono solicitando una visita urgente. La forma de conectar es
a través de las “Páginas Amarillas”. La persona que solicita ayuda, para su hija, lo
hace con un nivel de tensión muy evidente, y transmite la idea de una urgencia
importante. El profesional no dispone de tiempo para atenderla de inmediato y le
aconseja que vaya a urgencias hospitalarias si de lo que se trata es de un caso de
urgencia. La persona insiste en que no, que tiene que venir a verle porque se trata
de un caso psicológico de urgencia, pero que no quiere ir a un hospital. Dicha
persona no habla bien el castellano, parece extranjera, y pide ayuda para su hija
que, dice, le ha pasado algo terrible que no puede explicar por teléfono. El
profesional, finalmente, encuentra la fórmula para verla de inmediato. Y la persona,
accede a venir a toda prisa.
El momento de la cita comienza a pasar y la persona no viene. El profesional
comienza a ponerse nervioso porque luego tiene otras entrevistas y no va a poder
atenderlas bien. La persona en cuestión acude casi dos horas más tarde de la hora
convenida. Acude con una niña de dos años que no habla. Y el profesional se ve ante
la tesitura de seguir manteniendo las entrevistas concertadas previamente y atender
a esa persona. La hace esperar. Mientras atiende a otra persona que tenía su hora
concertada, la niña en cuestión va pintando las paredes de la sala de espera. Cuando
el profesional va a atender a esa nueva visita, se han marchado dejando una nota
indignada por la espera, y habiendo dejado la sala de espera, totalmente pintada.
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Todo ello también hace referencia a la necesidad de ser escrupulosamente puntuales
en la cita. Es muy frecuente ver pacientes esperando sin que el profesional haya ni
siquiera llegado al centro. Cuando esto se da en las consultas privadas que no
disponen ni de una secretaria o auxiliar que abra la puerta y permita esperar a las
personas en una sala de espera, el espectáculo es bochornoso: personas esperando
en la escalera de una consulta, o en la puerta, viendo pasar los minutos y no siendo
atendidos por nadie. Cuesta entender qué elementos hay tras esta falta de cuidado y
en muchas ocasiones es una interesante reflexionar en nuestras experiencias como
pacientes por consultorios de asistencia médica o psicológica.
La puntualidad por nuestra parte es absolutamente sagrada. Y básicamente porque
es una atención, un cuidado al otro, quien, por su parte, utilizará el tiempo como lo
considere. En este sentido las modificaciones que realiza del horario de la entrevista
(llegar pronto o tarde, llegar varias personas en momentos diferentes, etc.), cómo se
comporta en relación con los tiempos asignados de mutuo acuerdo, ya es
información complementaria a la que habíamos podido percibir a través de la cita
telefónica. Evidentemente existe una gran variedad de comportamientos en torno a
la cita y su puntualidad. En estos comportamientos hay aspectos culturales que
conviene tener en cuenta; pero en cualquier caso, es importante mantener los
tiempos con el fin de poder ir entendiendo aspectos complementarios a la
problemática que presenta o presentan quienes acuden a la cita; aspectos que
colorean, añaden matices al motivo de consulta y al problema.
Como todo el ritual en torno a la cita está cargado de significados, bueno es estar
atentos a lo que nos dicen en relación a ese llegar pronto o tarde, o en forma de
goteo horario. En ocasiones son razones “entendibles” (“es que la circulación...”), en
otras parecen indicar otra cosa (“no sabía donde dejar el coche y lo dejé ahí, en un
vado con mis hijos dentro (de 5 y 7 años); he dejado las llaves puestas por s
necesita alguien moverlo...”) Todo da información y podemos evaluar el grado de
ansiedad, y cómo se maneja en este punto.
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#3 La periodicidad de los encuentros
Evidentemente no es algo que se sabe a priori. Dependerá de cada caso, de sus
necesidades, de nuestras posibilidades, Creo que forma parte de los aspectos a
negociar. Frecuencias mayores suponen mayores niveles de relación y, por lo tanto,
de intimidad y trabajo, mientras que frecuencias como pueden ser visitas
quincenales o más, suelen repercutir en pocos beneficios en el proceso que llevamos
entre manos; pero este aspecto guarda también relación con las posibilidades
(horarias, económicas) de quien acude. Y de sus necesidades y de su evaluación de
la gravedad del problema. Y también de nosotros. En ocasiones somos quienes
movidos por la ansiedad que nos ha despertado, por el furor curandi que surge sobre
todo al inicio de nuestra profesión, y por nuestras propias necesidades, tendemos a
aumentar la frecuencia. En otros casos la demoramos como en un intento de enfriar
lo que nos ha generado. Habría que considerar qué elementos agresivos se movilizan
en estas situaciones. Pudiera ser que nuestras necesidades económicas, por ejemplo,
fuesen las responsables de una avidez asistencial que no vayamos a ser ingenuos,
también detecta la persona que ha acudido. Aunque no lo exprese.
La frecuencia debe estar al servicio del otro y sabiendo que además, también hay un
elemento de resistencia que nace del propio temor hacia el espacio mismo y hacia el
tratamiento. Ello significa que la ecuación que se establece debe considerar diversas
operaciones cuyo resultado será la frecuencia determinada por todos.
#4 La duración de las sesiones
Siguiendo con el abanico de aspectos que están incluidos en el tiempo, aparece el
tema de los tiempos de trabajo, es decir, el tiempo que asignamos a cada sesión, es
un elemento de valoración muy amplia. Hay quien prefiere trabajar en tiempos de 45
o 50 minutos, y quienes prefieren hacerlo en tiempos mayores. Esto depende de
varios factores, por supuesto. De entrada del contexto en el que trabajamos. No es
lo mismo poder distribuir los tiempos según criterios personales que según criterios
institucionales. Y si bien hay quien prefiere hacer sesiones que denominaría
maratonianas, es decir, de dos o más horas de duración, creo que todo tiempo que
exceda los 90 minutos, añade un factor de cansancio que juega a la contra de los
intereses de los que estamos reunidos. Bien es verdad que con tiempos superiores,
el profesional puede salir beneficiado del “cansancio” provocado por este exceso de
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tiempo de trabajo; pero creo que no es cuestión de “agotar” al otro, o agotarnos
nosotros, ya que los supuestos beneficios no considero que justifiquen esta
temporalidad. Nunca he creído que “la letra con sangre entra”.
Es bueno tener claro el tiempo que vamos a asignar a cada sesión y comunicarlo al
inicio de la entrevista. Por dos razones que me parecen básicas: por un lado, el
respeto que le debo a la persona que viene. Con frecuencia, los profesionales
creemos que los tiempos de los demás son menos sagrados que los nuestros. No
parece que sea necesario discutir mucho este extremo. Quien acude a la sesión debe
poder organizarse sus tiempos y no verse ante la tesitura de no saber cuándo saldrá.
O sea, un elemental sentido del respeto hacia el otro conlleva que todos sepamos en
qué momento acaba la sesión. La segunda razón es el respeto por nosotros mismos.
Hay que pensar que las sesiones de trabajo suelen ser intensas. Si no en cantidad de
información, sí en cuanto la calidad de los afectos que se mueven. Y en ocasiones,
esos afectos nos juegan malas pasadas. Bien porque consideramos que, justamente
en este momento estaban apareciendo cosas que juzgo importantes, bien porque
considero que es importante que el otro se sienta atendido en sus necesidades... La
experiencia señala que, cuando los tiempos que dedico al paciente quedan al albur
de aspectos de este tipo, la falta de respeto hacia mí mismo conlleva consecuencias
posteriores complejas. Por ejemplo, ¿por qué ayer le dediqué más tiempo y no hoy?
Entiendo que el ejemplo que les voy a poner está fuera de nuestro campo de trabajo,
pero, ¿se imaginan Uds., que los partidos de cualquier deporte, tuviesen tiempos
variables según el criterio de cada árbitro? Evidentemente, se podría decir que el
árbitro alargó o acortó el tiempo porque ganaba tal equipo que le era más afín. Pues
algo similar sucede si nuestros tiempos de trabajo fluctúan. Y en el caso de tener
que demorar una visita porque la anterior no pudo concluirse en el plazo acordado,
debemos saber pedir disculpas por ello.
Las visitas intermedias de urgencia aparecen en ocasiones. Es decir, a veces, la
ansiedad que lleva alguien encima no le permite sostener la preocupación en el lapso
de tiempo concertado. Ello hace que en ocasiones se soliciten entrevistas extra,
urgentes. Es un tema delicado que afecta al marco de trabajo establecido. En mi
opinión debemos ser un poco cautos, evaluar la necesidad de atención extra y obrar
en consecuencia. A veces, la contención telefónica basta como para tranquilizar al
otro y mantener la entrevista según el acuerdo alcanzado.
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Sí es cierto que en ocasiones, hay quien desea una consulta telefónica ( y no una
entrevista) ya que suele ser más difícil insertar ahí los honorarios. Ahí hay que estar
un poco al tanto; no por hacer una norma general, cuanto por tener en cuenta
también nuestras propias disponibilidades horarias, y por el mensaje implícito que
aparece y que no considera el esfuerzo realizado por parte del profesional. De ahí a
devaluar el trabajo del Orientador va un paso pequeño.
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#5 El Espacio
Esta es otra de las variables con las que debemos trabajar. El espacio físico en el que
nos movemos no deja de ser una prolongación de nosotros mismos; en la medida en
que nos sintamos cómodos en él, nuestra tarea también resultará beneficiada. De
forma que, en la medida que podamos, el lugar de trabajo debería ser cómodo,
amplio, iluminado, aireado, y con un grado de insonorización que posibilite el
mantener absoluta confidencialidad respecto las sesiones pero también respecto los
ruidos procedentes del exterior. En este sentido, trabajar como ha sucedido en
algunas ocasiones conocidas por mí junto la sala de máquinas del montacargas,
posiblemente facilite la confidencialidad de lo que se dice en la habitación, pero es
imposible trabajar cada vez que el montacargas se pone en marcha. En relación a
este punto conviene recordar la importancia de la privacidad de la relación, lo que
conlleva que el lugar de atención a las personas guarde determinadas características
que aseguren siempre la privacidad de lo que se dice en la sesión pero, incluso, la
que deriva del ir a un centro de atención psicológica (por ejemplo, no parece hoy por
hoy adecuado, colocar un centro de atención psicológica en la planta baja de unos
almacenes o locales comerciales).
El aspecto externo del espacio de trabajo es importante. El tipo de mobiliario, el
color de las paredes, el tipo de suelo, etc., deben mostrar lo que vamos a tratar de
dar también en la relación que ofreceremos. Si bien es posible dar una buena
relación en espacios totalmente fríos y ajenos a lo que la relación supone, no cabe
duda que la buena ambientación favorece el que la gente se sienta segura y cómoda.
Esto también está muy en consonancia con el nivel sociocultural con el que
trabajamos. Si el contraste, en cualquiera de las direcciones, es muy grande, la
persona que consulta puede sentirse incómoda. Y nosotros mismos también.
Si es posible, una sala de espera sirve para atemperar el impacto que supone llegar
a la entrevista con un profesional. Un espacio en el que el paciente, si lo desea,
puede llegar con un poco de antelación, y leer o descansar, siempre viene bien. Y es
un buen espacio para observar cosas. Por ejemplo, no es lo mismo que la persona
que espera se siente en un lugar o en otro de esta sala. Si vienen varias personas,
pueden sentarse juntas o separadas. Ello también nos da información. Como lo da el
tipo de revista que toman o si prefieren esperar sin hacer nada especial.
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Otro aspecto en este punto es el de si el espacio debe o no contener información
personal, es decir, fotos, títulos, trofeos... Entiendo que cada cual es muy digno de
ambientar el lugar de trabajo como desee. Pero parece que guardar un cierto
equilibrio entre el anonimato absoluto ( en muchos despachos, por ejemplo, no hay
más que una muy discreta mesa y un par de sillas; ningún cuadro, ni nada que
desvele absolutamente nada del profesional) y aquellos otros despachos en los que
están todos los trofeos que uno ha obtenido, los diplomas, la orla de la Universidad...
Soy de la opinión de que un poco de ambiente, algo que indique alguna cosa más
que la más pura asepsia, facilita que la relación sea más cómoda, más cálida. En los
lugares públicos se pierde totalmente estos aspectos y es difícil que un paciente
pueda sentirse “como en casa”; o tiene que hacer un esfuerzo y “olvidarse” que está
con una persona: sólo es un profesional. Algo similar ocurre con los símbolos
religiosos o políticos. Creo que la discreción en todas estas cosas debería ser una
regla de otro. Y en cualquier caso, si se colocan elementos de matiz algo más
personal, es bueno que no faciliten la distracción de la persona que viene, sino lo
contrario. En este sentido, la profusión de fotos de los viajes que uno pudo realizar,
los trofeos conseguidos, no parece ser ni discreto ni ayudar a concentrarse en la
tarea.
Algo similar ocurre con el mobiliario. Entiendo que haya quienes pretenden mantener
una posición de una cierta autoridad y para ello utilizan técnicas tan burdas como
que el lugar en el que se sienta la persona que viene esté por debajo de quien
entrevista; pero no puedo compartir esa idea. Como tampoco comparto la de
mostrar una horizontabilidad a todas luces falsa, de quienes pretende una relación
como si se tratase de la visita de un familiar y atendiéndolos en una sala de estar.
No hay que olvidar que estamos en el campo profesional. Cualquier cosa que no
respete una mínimas normas culturalmente establecidas, no hace más que confundir
a quien nos consulta y pudiendo acabar totalmente confundidos. Estas situaciones se
dan con más frecuencia cuando se comparte el espacio familiar y el profesional. La
separación entre estos espacios debe ser lo suficientemente clara como para evitar
que las personas que nos consultan acaben confundiéndose no sabiendo si acuden a
un profesional de la ayuda, o a un nuevo amigo. Ello hace referencia a otro aspecto.
El de la relación que se establece.
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En el terreno físico también hay que contemplar la disposición de las personas en el
momento de las entrevistas. ¿Colocamos una mesa entre nosotros, o no? Conviene
saber que la relación con una mesa intermedia difiere totalmente de la que puede
haber sin ella por en medio. Hay personas que prefieren trabajar sin elementos que
interfieran la relación entre las personas que consultan y los profesionales, y de
hecho, el trabajar de esta forma facilita un tipo de relación más cercana. Pero en
algunas ocasiones el trabajo con una mesa mediando puede facilitar el que cada uno
se sienta como resguardado, más protegido.
Estos aspectos, los físicos se articulan mucho con los mentales. Por ejemplo, la
propia disposición de una mesa que interfiere el espacio entre el paciente y el
profesional no deja de ser depositaria de elementos fronterizos, de protección u
ocultamiento que obra ya en nuestra mente. De igual forma, todo lo dicho respecto
el espacio físico atañe a ese otro espacio. En ocasiones no estamos con “el espacio
mental” como para atender a alguien más. Recordemos que ello no es un acto
meramente administrativo o protocolario, sino que supone establecer una relación
con el otro que conlleva movimientos afectivos de toda índole. Ello significa que si
estoy muy cargado de pacientes, de situaciones que ocupan mi mente,
preocupaciones de toda índole que no dejan espacio para atender a nadie, por
mucho que físicamente pueda atenderle. No voy a ser capaz de introducirla en mi
registro afectivo. Este tipo de situaciones, detectadas por quien consulta, acaban
generando la expulsión inconsciente del paciente.
En este sentido es curioso observar las oscilaciones en la asistencia de los
profesionales. Por lo general no se deben tanto al flujo de pacientes, cuanto a la
capacidad personal de asumir casos, de poder hacerles un espacio mental que los
sostenga a lo largo del tiempo de trabajo. Uno, en ocasiones, se descubre trabajando
de forma mecánica, no atendiendo más que al espacio ocupado por alguien en lugar
de estar con quien se está. Ello se percibe, incluso, en cómo uno se comunica
corporalmente con el otro. En la experiencia personal recuerdo a profesionales que
me recibían con la mirada cansada, un gesto corporal de desidia, indicando más el
peso que les suponía la atención que el deseo claro de atenderme. Y por más
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correcto que fuese el trato, ese andar cansino arrastrando los pies y con el cuerpo
encorvado de hastío, todo ello, hablaba de un profesional quemado.
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#6 El lenguaje corporal
Este es otro apartado apasionante de la relación. Porque si ya el tema espacial y
temporal hablaba de nuestra propia imagen, el cómo nos movemos, cómo
gesticulamos, cómo nos sentamos, todo ello, habla de nosotros y del otro. Y de cómo
establecemos la relación y del tipo de relación que se establece, claro.
Cuando el paciente o grupo se sienta en la sala de espera ya nos está indicando
cosas. Dónde se sienta o sientan. Cómo lo hacen. Qué hacen mientras esperan.
Siempre he considerado las salas de espera como un buen lugar para observar a las
personas que acuden a la consulta. Que se sienten juntos o no una pareja ya es
indicativo de algo; y fíjense que no digo de qué, ya que ese aspecto debe estar
supeditado a lo que vaya escuchando de lo que cuentan. Cómo se distribuye una
familia o un grupo de profesionales. Y lo mismo en la sala en la que se le recibe. Hay
quien prefiere sentarse junto a la puerta o quienes penetran hasta el fondo de la sala
y optan por sentarse en la silla diferenciada (¿) del profesional. Y junto a estos
aspectos están otros como el fumar, mascar chicle, o beber algún refresco. Por mi
parte soy reacio a que se fume en el trabajo, pero no sólo por motivos evidentes de
salud, al menos la del profesional, sino porque soy consciente de la cantidad de
cosas que se ocultan tras el humo del cigarrillo. O en el chicle que se masca sin parar
o en los caramelos. Y si bien es cierto que del lenguaje que se destila a través de
estas cosas obtenemos información, también lo es que se pierde información
verbalizada.
Ahora bien la forma cómo se establece el diálogo en torno a estos temas también da
información de cómo los procesamos y los trabajamos y de cómo los maneja quien
nos visita. Hay quien solicita permiso para fumar, y quien impone el cigarrillo a pesar
de que todos los indicios son de no fumar. Evidentemente estos aspectos hay que
relativizarlos con base al tipo de persona que atendemos. De hecho cuando el
paciente es un adolescente es más difícil alcanzar algunos acuerdos mínimos. Y no
sería la primera vez que se comparte la sesión con el refresco que alguien ha traído;
o con la música. O los móviles. En este sentido, las interrupciones que provocan
alteran la privacidad, rompen la línea de conversación, sobre todo si quien recibe la
llamada la contesta. Ello también hace referencia al propio profesional quien debiera
abstenerse de coger el teléfono o el móvil. Y si , por alguna razón especial, uno
tuviera que estar pendiente de una llamada (imagínense una situación grave
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familiar), es mejor avisarlo al inicio de la entrevista. Ahora bien, fíjense cómo todas
estas cosas, aparentemente anodinas, pueden alterar y también aportar información
sobre la persona con la que estamos, O de nosotros mismos, claro.
No es lugar para desarrollar con más profundidad estos extremos, pero siempre es
información repleta de elementos significativos conocer cómo una familia se sienta
en la mesa; cómo se distribuyen los cuartos, las habitaciones en una casa. Cómo se
sientan ante el televisor o en la sala de estar. Estos aspectos no dejan de ser
material informativo que proviene de la dinámica proyectiva de los miembros de una
casa; o de una institución. De hecho, cuando un Orientador acude a un centro una
de las cosas que debe observar son esta infinidad de detalles que le informan de
matices relacionales de suma importancia.
Evidentemente también es información el cómo se dirigen al despacho en el que van
a ser atendidos. Hay quien camina seguro, hay quien lo hace dubitativamente. Hay
quien se fija en la decoración o miera por la ventana. Y quien va directamente al
lugar en el que se debe sentar. Y también da información nuestro comportamiento
corporal. Y tratar de ver hasta qué extremo nuestro comportamiento se articula con
el de ellos. Porque hay quien nos suscita sólo indicarles el camino y quienes nos
animan a darles la mano. De hecho, se establece todo un diálogo corporal con el otro
u otros; del grado de conciencia que tengamos del mismo dependerá la cantidad de
información que registremos.
Pero también el propio estrechar la mano, Hay quien las tiene sudorosas y quien no.
Hay quien da la mano flácida y quien la aprieta fuertemente. Y quien te obliga a
realizar un gesto contra natura. Todos estos aspectos se combinan también con el
tema de la mirada. ¿quién mira a quien? ¿Qué tipo de mirada percibo en sus ojos?
Hay quien se oculta tras unas gafas de sol, o quien evita la mirada. O tiene una
visión estrábica y no me permite saber con qué ojo mira. O quien mira a través de
uno como si fuésemos translúcidos.
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#7 La relación
Que debamos mostrarnos empáticos, que debamos mostrar una capacidad de
comprender los problemas del otro y que en algunas ocasiones podamos comunicar
algunos aspectos de aquellos sentimientos que la relación con un paciente nos puede
suscitar, no quiere decir que seamos amigos de las personas con las que
establecemos lazos profesionales. Y creo que es bueno saber que cuando estos lazos
se relajan tanto que emerge más una relación amistosa en el lugar en donde debiera
haber una relación profesional, cuando sucede esto es indicativo, desde mi óptica, de
que los niveles de confusión se están introduciendo en la relación; que la relación
transferencial que se ha organizado, dispone de cargas personales suficientemente
importantes como para revisar lo que está sucediendo en este espacio. Y señalo esto
porque tanto el tuteo, como la cada vez menos sorprendente manifestación de afecto
(un beso de entrada o de despedida) e incluso la invitación a tomarse algo en el bar
de la esquina, son aspectos que, lejos de ayudar, creo que interfieren negativamente
en la relación; por la confusión que introducen. Cierto que, en ocasiones, uno puede
verse ante la tesitura de tener que aceptar un beso; pero en esto casos, como en
otros similares, creo que es bueno reubicar la relación de manera que no entremos
en zonas que confunden.
En el mismo terreno nos encontramos ante el tema de los regalos. No es fácil
rechazar los regalos que pudieran hacernos algunos pacientes. Hay que tratar de
entender qué se esconde tras ello. Porque en unos casos puede ser una forma de
agradecimiento complementaria a la que viene representada por los honorarios, en
otros casos corresponde a la cultura particular de la persona que acude; pero en
otros es una clara interferencia a la relación (recuerdo cómo una persona me regaló
un pijama en la tercera entrevista que mantuvimos. Fue complicada la situación que
se enmarcaba en una reacción maníaca de control sobre mis actuaciones). Pero la
norma parece ir más orientada a declinar este tipo de detalles ya que, a la larga
acaban entorpeciendo la relación.
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#8 La entrevista
Y otro tema es cómo establecemos la entrevista. Y creo que es preciso diferenciar lo
que es una entrevista inicial, de lo que son las sesiones posteriores. La primera es
básicamente para establecer el marco de trabajo, hacernos una composición de lugar
de la problemática de la persona que acude, perfilar los aspectos administrativos y
pautar una frecuencia de visitas. Mientras que las segundas entrevistas, o sesiones
posteriores, son el propio proceso de orientación.
¿Tomamos notas? En realidad depende de qué estemos hablando. Si nos
encontramos en esta primera entrevista parece claro que, en primer lugar, debemos
presentarnos. Y con la misma naturalidad con la que nos hemos presentado,
confirmar el nombre de la persona que nos visita. En ocasiones, si la otra persona se
muestra muy nerviosa, dubitativa en cómo comenzar, o en el caso de que esté tan
ansiosa que necesite abocar toda su angustia, en estas ocasiones, bueno es que
contengamos la situación, nos ubiquemos, y tomemos nota de elementos puramente
administrativos (quien es, su teléfono, etc,) con lo que podemos ir introduciendo un
cierto orden en la propia entrevista. También es bueno indicar de cuanto tiempo
disponemos, con lo que ya le prevenimos de que en un momento deberemos acabar
a entrevista. Y en el mismo puede ser interesante confirmar la privacidad de la
entrevista, la confidencialidad de todos los datos que vayan apareciendo. A partir de
ahí, podemos comenzar a interesarnos por lo que le sucede.
No aconsejo tomar notas. A lo sumo, pequeñas anotaciones respecto, por ejemplo, el
genograma, o algún pequeño elemento, alguna palabra, que me pueda servir de guía
para elaborar la entrevista. U buen entrenamiento hace que la capacidad
memorística del profesional pueda casi recitar la entrevista cuando ésta ha acabado.
En todo caso, creo que es mejor tomar notas a posteriori.
¿Realizamos una entrevista estructurada o libre? Existen diferentes modelos de
entrevista, y en el campo de la Orientación Psicológica, los diversos autores
consultados nos muestran diferentes formas de realizarla. Por ejemplo, Dietrich, G (
1986: 132 y ss.) presenta un caso a través del que podemos ver qué datos recoge
ya que la entrevista la estructura desde diversas áreas. Por su parte, Blocher, D. y
Biggs, D. (1986: 197-257) recogen diversos esquemas que nos permiten ampliar la
idea de diagnóstico y la de evaluación. Okun, B. (2001: 125-158) nos lo plantea
como un proceso que consta de una Primera etapa: establecimiento de la relación y
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definición de los objetivos) en donde expone primero las condiciones que afectan a la
etapa de la relación ( Contacto inicial, Duración, Solicitudes y
formularios,Instalaciones, Horarios, Conservación de historias clínicas, y otras
personas) para a partir de ahí hablar de cinco pasos: inicio (Recogida de información,
el encuentro con pacientes resistentes); definición del problema; definición de la
estructura o contrato; exploración intensiva de los problemas; y establecimiento de
posibles metas y objetivos. A partir de ahí aborda en otro capítulo las diversas
teorías personales de ayuda, para entrar con dos capítulos más y hablarnos de las
estrategias que forma la Segunda etapa.
Por su parte Ivey, A. (1997) habla de “habilidades, decisiones y soluciones” que
quedarían más enmarcados en un conjunto de técnicas de entrevista. De forma
similar, Hough, M (1999) desarrolla tres capítulos: formas de comunicación,
respuestas a los clientes, y hacer preguntas y ayudar a los clientes a interpretar los
resultados. Estos aspectos sirven para profundizar un poco en este tipo de
habilidades.
Shetzer, B.; y Stone, S (1992: 402-492) informan de la estructura de las entrevistas
y de la manera de realizar preguntas o a reformular cuestiones.
La mayoría de los orientadores experimentados son más partidarios de no
estructurar la o las entrevistas y sesiones. Y en cualquier caso reservar el derecho de
formular preguntas que permitan aclarar significados u obtener información que
pueda reorientarme en el caso. En este orden, tratar de no estar excesivamente
pendiente de lo que dicen ( escuchar con atención flotante) y tratar de percibir lo
que sugiere el relato de la o las personas que tenemos ante nosotros. La experiencia
indica que se debe atender a los árboles y al bosque que conforman; y si al
centrarse en los detalles se pierde fácilmente la visión del conjunto de cosas que se
plantean. En esta situación, se debe tratar también de estar atento a la dinámica que
establecemos con el fin de introducirla desde el primer día en la ecuación que
tratamos de resolver.